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74 BACANAL JUNIO 2012 VIAJERO PUERTA TANTO DEL CONTINENTE AFRICANO COMO DEL CONTINENTE DE LA IMAGINACIóN, MARRUECOS MIRA A EUROPA DESDE CERCA EN LO GEOGRAFICO Y DESDE MUY LEJOS EN EL ASPECTO CULTURAL. CONSERVADOR DE SU CULTURA, DETENIDO EN EL TIEMPO, RELIGIOSO Y MULTILINGüISTICO, EL PUEBLO MARROQUI RECIBE AL VISITANTE CONSCIENTE DE CONTAR CON UNA ESCENOGRAFIA INOLVIDABLE Y CON UN SABER ANTIGUO. UNA COMBINACION QUE DEJA AL VIAJERO AL BORDE DE UN RELATO DE LAS MIL Y UNA NOCHES. TEXTO Y FOTOS: OSCAR FINKELSTEIN EL PAIS DE LOS PALACIOS Y LA ARENA

El país de los palacios y la arena

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Marruecos, puerta del continente africano y de la imaginaciónñ.

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viajero

Puerta tanto del continente africano como del continente de la imaginación, Marruecos mira a euroPa desde cerca en lo geografico y desde Muy lejos en el aspecto cultural. conservador de su cultura, detenido en el tiemPo, religioso y multilingüistico, el Pueblo marroqui recibe al visitante consciente de contar con una escenografia inolvidable y con un saber antiguo. una combinacion que deja al viajero al borde de un relato de las mil y una noches.

texto y fotos: Oscar Finkelstein

el Pais de los palacios y

la arena

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Como esos amores que caminan al lado de uno sin que se los advierta, de tan

cercanos, ese mundo paralelo a Europa que late en el norte de África, Mediterráneo medi-ante, parece estar esperando el momento para revelarse. A una hora de ferry desde la costa española –Tarifa y Algeciras son los puertos de donde se suele partr, aunque también es posible hacerlo desde Barcelona, Almería o Gibraltar-, el reino de Marruecos, país musul-mán, multilingüístico y, al menos, bicultural, es la puerta de entrada a su propio universo pero también al hondo misterio africano.

Para Occidente, Marruecos es un país exótico, calificativo que suele estar al borde de la discriminación o la compasión, pero que también puede significar admiración por haber conservado sus raíces culturales, lengua y religión, algunas veces en armonía con los tiempos modernos, otras en franca pelea. El Norte, árabe y aún con una fuerte influencia francesa -bajo la figura eufemística de protectorado, hasta 1956 fue una colonia gala-, conserva además aportes culturales portugueses y españoles y, ayudado también por un clima más benévolo, tiene rasgos occidentales que se filtran en sus milenios de rica historia. El Sur, netamente bereber, está signado por el desierto, el sol abrasador, las costumbres atávicas, el tiempo detenido quizá para siempre.

En ambos casos, en ambos mundos, hay denominadores comunes: alto nivel

de religiosidad (se reza cinco veces al día); una cultura basada en la supremacía masculina o, lo que es lo mismo o peor, la postergación de la mujer a niveles que en países occidentalizados se daba unas cuantas décadas atrás; una poligamia formal, para la que rigen normas estrictas, y otra informal, en la que todo vale; una sociedad sin perros en las casas ni cerdo en las mesas, porque el Islam los considera impuros; un cuentapropismo extremo, que hace que el trabajo en blanco quede circunscripto a las actividades necesariamente legales y que convierte a todos en vendedores y/o regateadores, en una danza de palabras para la que, como en el tango, se necesitan dos.

la puertaSi se entra al país por Tánger, hay una continuidad del “piso” español, de Andalucía, con una frontera mediterránea más física que cultural. Pero eso cambia apenas el viajero va hacia el sur, a la vera del océano, y mucho más cuando el desplazamiento es hacia el este, al interior del país. En la zona costera, la más rica y más fértil, se encuentra Rabat, la actual capital –antiguo puerto de desembarco de piratas multinacionales-, una ciudad con historia pero donde la modernidad marca su presencia. Después de visitar pequeños pueblos, como Asilah, de paredes blancas y azules, ritmo cansino y gente inusualmente amable, la llegada a

Para Occidente, MarruecOs es un Pais exOticO, calificativO que suele estar al bOrde de la discriMinaciOn, PerO que taMbien Puede significar adMiraciOn POr haber cOnservadO sus raices culturales, lengua y religiOn.

A lA mesA

Sin cerdo en el menú, con leve presencia va-cuna y pescado, las carnes mayoritarias en Marruecos son el cordero y el pollo. La be-renjena es el vegetal por excelencia y el co-mino el condimento omnipresente, pero la variedad en ambos rubros es grande. El ras al hanout combina más-menos 35 especias, y varía según la región. Aceitunas, dátiles, al-mendras, pistachos, hojas de menta y frutas frescas, rehidratadas o secas suelen ser otros ingredientes típicos.El plato más tradicional es el tahine, nombre que tambíen es el del recipiente donde se cocina, una cacerola de barro poco profunda con una tapa cónica donde los ingredientes se cuecen como al vapor. Es muy popular también el ke-bab de cordero, de ternera o de kefta, una carne picada que también se cocina con el sistema de pinchos verticales tipo spiedo. El podio lo com-pleta el, claro, el conocido cuscús.

Rabat es un pronto regreso a lo más familiar de un mundo desconocido.

El Palacio Real, levantado a mediados del siglo XIX, es el epicentro de esa modernidad, que completa el suntuoso barrio de las embajadas. El palacio es una construcción amurallada que encierra a una ciudad en escala en la que viven unas quinientas personas –trabajadores con sus familias- de las cerca de cinco mil que trabajan a diario

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en el lugar. Lo que se ve es una sucesión de calles internas de higiene extrema, jardines de diseños creativos y prolijidad patológica, una suma de personal de guardia con funciones y uniformes multicolores, además de mezquitas, lugares de ceremonial exclusivo vedados a todos salvo a un puñado y las oficinas y residencia oficial del rey Mohammed VI (tiene varias más en todo el país), aunque no el lugar donde vive, que es en Salé, del otro lado del río Bu Regreg.

No muy lejos del Palacio se encuentra la imponente Torre Hassan, con su venerado mausoleo de Mohammed V, durante décadas sultán y luego rey, hasta su muerte en 1961, cinco años después de lograda la independencia, de la que fue actor clave. La avenida principal de cada una de las ciudades marroquíes lleva su nombre, en un típico caso de culto a la personalidad en versión post mortem. Mucho menos comprensible es el caso del actual rey, un hombre de 48 años, mundano, de riguroso traje europeo y espíritu reformista cuya figura, junto con la de su pequeño hijo, el príncipe Moulay Hassan, preside edificios públicos y privados, hoteles cinco estrellas, shoppings, entradas a ciudades y más lugares que merecen ser visitados: la Fortaleza de los Oudaia, las Murallas de los Andaluces y las ruinas y jardines de Chellah.

Rumbo al siguiente destino aparece la mítica Casablanca, ciudad industrial lejana a la imagen de la película de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, cuyos productores estaban viendo otro canal. Es imponente sí la Mezquita de Hassan II, la segunda más grande del mundo después de la mismísima Meca. Algo de la exuberancia que insinuaba Hollywood en la película de Michael Curtiz se encuentra en ruta hacia el sudeste, y de

manera más contundente en Marrakech, la que dio nombre a todo el reino y donde se sintetizan el espíritu y la fusión de culturas construidos aquí durante siglos.

el vergelCiudad imperial fundada en el siglo XI es, después de Fez, la segunda más antigua de Marruecos y, rodeada de palmares infinitos detrás de sus murallas ocres, Marrakech es también la más verde. Una ciudad llena de historias al estilo de Las mil y una noches, como aquella que cuenta que el bellísimo Palacio El Bahia, de 160 habitaciones, es la ofrenda amorosa que el visir Ahmed ben Moussa –máxima autoridad después del Rey- le hizo a finales del siglo XIX a la preferida de entre sus cuatro mujeres y sus veinticuatro concubinas.

Pero el gran centro de atracción turística y, más certeramente, sociológica o antropológica, es la Plaza Djeema el Fna, una feria gigante al aire libre en la que se registra una oferta inverosímil de objetos (muy) usados, al borde de lo inservible; prótesis dentales que alguien dejó de utilizar vaya a saberse cuándo y por qué; encantadores de serpientes y adiestradores de monos que cobran para liberar a los animales de los cuellos de los turistas que devienen rehenes; peluqueros y barberos al paso; puestos de especias y frutas secas imposibles de enumerar, y el que podría ser el patio de comidas más grande del mundo.

el desiertoPartiendo de Marrakech, apenas un puñado de horas más tarde, el panorama cambia de manera drástica. El paisaje muta de la exuberancia a la aridez. Una vez traspuestos los Atlas, la cadena montañosa más

BitácorA mArruecos

Para llegar, se debe volar vía España a Tánger (a partir de US$1.514). Luego, se cruza en fe-rry (entre US$80 y US$141 ida y vuelta desde Tarifa).El alojamientoHay mucha variedad. Un tres estrellas, depen-de la ciudad, va desde los US$45 a US$125. Y un cinco estrellas desde US$220 a US$335 la habitación doble.En tourHay paquetes de entre 8 y 17 días para conocer Marruecos en bus, con salidas desde Tánger o ciudades de España, con tarifas que parten en los US$880 con media pensión, traslados y excursiones (www.europamundo.com). La comidaUn almuerzo cuesta de US$10 a US$25. Cenar en un buen restaurante, entre US$30 y US$60. Un café o té de menta, de US$0,50 a US$1.

importante del norte africano -con 4 mil metros de altura, nieves eternas y pequeños caseríos sobre la roca-, se revela el otro Marruecos, el dominio de los bereberes, de los tuareg, ese pueblo nómade de “hombres azules” que habita la región desde… siempre.

Y aparecen entonces lugares como Ait Benhadou, un pueblo de película, literalmente, en el que se filmaron centenares de films ambientados tanto en África como en el lejano oeste norteamericano, u Ouarzazate, con su impactante alcazaba, a la que se conoce como “la puerta del desierto”. Luego, Boulmane du Dades y las bellísimas y monumentales Gargantas del Todra, un profundo cañón en los Atlas, hasta llegar a Erfoud, antesala de uno de los paisajes más esperados del viaje: las dunas de Merzouga. Un lugar al que sólo llegan los baqueanos

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–en 4x4, es cierto, pero sin GPS- merece ser visitado. Si en el destino no hay más que arena y camellos, tanto mejor. Y si después de una travesía a bordo de estos dromedarios espera una cena típica en una carpa tradicional, la jaima, con música bereber mientras afuera la luna ilumina la nada, el menú es completo.

Sólo resta volver al mundo urbano. Después de los Atlas se llega al Valle del Ziz, sede del oasis más grande del mundo

con su millón y medio de palmeras datileras. Y luego Fez, la capital imperial, con su tradicional barrio judío El Mellah y su medina infinita de 750.000 habitantes. Una multitud que entra y sale de esa ciudad-dentro-de-otra por callejones minúsculos y atestados, en una coreografía que se repite día a día. Y de regreso al punto de partida, la mediterránea Tanger, con su Pequeño y su Gran Zoco, mercados polirrubro en los

que el regateo es obligatorio e insume horas si no se quiere ofender a los vendedores locales.

Sin duda, no alcanza un viaje turístico para comprender la milenaria cultura marroquí, que más allá de las casi obligadas modernidades sigue fiel a sus tradiciones. Hábitos que, no por anacrónicos, logran generar una inesperada nostalgia en el viajero que alguna vez anduvo por allí. *

un lugar al que sOlO llegan lOs baqueanOs,es un lugar que Merece ser visitadO. si en el destinO nO hay Mas que arena y caMellOs, MejOr. y si se terMina cenandO en una carPa, el Menu es cOMPletO.