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7/23/2019 El Fin Del Orden Colonial en Perspectiv http://slidepdf.com/reader/full/el-fin-del-orden-colonial-en-perspectiv 1/27 9 Nº 52, año 2012 Diseño de portada: Yadira Hermoza Ricalde Diagramación: Yadira Hermoza Ricalde Fotografía de portada: Catedral de Sucre (Bolivia) © pyty - Fotolia.com Copyright: Derechos reservados por el Centro Bartolomé de Las Casas.  No está permitida la reproducción total o parcial del contenido de la revista sin permiso del editor. ISSN:PE - 0259 - 9600 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº. 2015-05894 estudios y debates El fn del orden colonial en perspectiva histórica Las prácticas políticas en la ciudad de La Plata, 1781-1785 y 1809 Sergio Serulnikov  Resumen El artículo trata sobre las transformaciones en las formas de hacer política en la ciudad de La Plata, sede de la real audiencia de Charcas, entre las últimas décadas del siglo XVIII y el levantamiento de mayo de 1809, el primer gran estallido en contra de los máximos magistrados españoles en el ámbito de los virreinatos del Río de la Plata y del Perú tras la abdicaciones de Bayona. Sobre la base del análisis de una serie de conictos surgidos durante los años 1781-1785, se procura discernir algunas líneas de fractura en el orden político y social que llevaron a que la esfera de acción de la población local, incluyendo los grupos plebeyos, se fuera progresivamente expandiendo. Las repercusiones de este proceso no resultaron siempre evidentes en lo inmediato, pero lo serían con el tiempo. Cuando los ejércitos napoleónicos ocuparan la península Ibérica, las respuestas de la sociedad charqueña al repentino colapso de la monarquía hispánica pondrían de maniesto los profundos cambios en la cultura política que habían tenido lugar en el curso de las décadas previas. Se argumenta que es ese el contexto en el que debieran ser enmarcadas las tempranas expresiones de repudio al vigente sistema de gobierno colonial. Palabras clave: Colonialismo, cultura política, Charcas, independencia, sectores populares.

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9Nº 52, año 2012

Diseño de portada: Yadira Hermoza RicaldeDiagramación: Yadira Hermoza RicaldeFotografía de portada: Catedral de Sucre (Bolivia) © pyty - Fotolia.com

Copyright: Derechos reservados por el Centro Bartolomé de Las Casas.  No está permitida la reproducción total o parcial del contenido de la revista

sin permiso del editor.

ISSN:PE - 0259 - 9600Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº. 2015-05894

estudios y debates

El fn del orden colonial

en perspectiva históricaLas prácticas políticas en la ciudad

de La Plata, 1781-1785 y 1809

Sergio Serulnikov

 Resumen

El artículo trata sobre las transformaciones en las formas de hacer política en laciudad de La Plata, sede de la real audiencia de Charcas, entre las últimas décadas delsiglo XVIII y el levantamiento de mayo de 1809, el primer gran estallido en contra de losmáximos magistrados españoles en el ámbito de los virreinatos del Río de la Plata y delPerú tras la abdicaciones de Bayona. Sobre la base del análisis de una serie de conictossurgidos durante los años 1781-1785, se procura discernir algunas líneas de fractura enel orden político y social que llevaron a que la esfera de acción de la población local,incluyendo los grupos plebeyos, se fuera progresivamente expandiendo. Las repercusionesde este proceso no resultaron siempre evidentes en lo inmediato, pero lo serían con eltiempo. Cuando los ejércitos napoleónicos ocuparan la península Ibérica, las respuestasde la sociedad charqueña al repentino colapso de la monarquía hispánica pondrían de

maniesto los profundos cambios en la cultura política que habían tenido lugar en elcurso de las décadas previas. Se argumenta que es ese el contexto en el que debieran serenmarcadas las tempranas expresiones de repudio al vigente sistema de gobierno colonial.

Palabras clave: Colonialismo, cultura política, Charcas, independencia, sectores populares.

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Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

 Abstract 

The article deals with the transformations in the modes of doing politics in the cityof La Plata, seat of the real audiencia of Charcas, between the late eighteenth century andthe uprising of May 1809, the rst signicant challenge to the highest Spanish magistratesin the viceroyalties of Rio de la Plata and Peru following the abdications of Bayona. Byanalyzing a series of conicts during the 1780-1785 years, it seeks to discern some of

the fault lines in the social and political order that gradually broaden the sphere of actionof the urban population, including plebeian group. Although not always obvious in theshort run, the repercussions of this process would eventually become patent. When the

 Napoleon occupied the Iberian peninsula, the reaction of the La Plata residents to thesudden collapse of the Spanish monarchy would bring into focus the profound changes inthe political culture that had taken place over the previous decades. It is argued that this isthe overarching context in which the earlier outbursts of repudiation to the existing systemof colonial government must be placed.

Keywords: Colonialism, political culture, Charcas, independence, popular sectors.

El presente ensayo trata sobre las transformaciones en las formas de hacer políticaen la ciudad de La Plata, la sede de la real audiencia de Charcas, entre las últimas décadasdel siglo XVIII y el levantamiento de mayo de 1809, el primer gran estallido en contra delos máximos magistrados españoles en el ámbito de los virreinatos del Río de la Plata y delPerú tras la abdicaciones de Bayona. Nos interesarán en particular las prácticas políticasde los sectores populares urbanos. No obstante, puesto que la participación de los actoressociales en los asuntos públicos no puede ser comprendida fuera de la situación en el quesus acciones cobran sentido, el foco será más amplio. Sobre la base del análisis de unaserie de conictos surgidos durante los años 1781-1785, procuraremos discernir algunaslíneas de fractura en el orden establecido que llevaron a que la esfera de acción de losgrupos plebeyos se fuera progresivamente expandiendo. Las repercusiones de este procesono resultaron siempre evidentes en lo inmediato, pero lo serían con el tiempo. Cuando losejércitos napoleónicos ocuparan la península Ibérica, las respuestas de la sociedad local alrepentino colapso de la monarquía hispánica pondrían de maniesto los profundos cambiosen la cultura política que habían tenido lugar. Es ese el contexto en el que las tempranasexpresiones de repudio a las autoridades constituidas debieran, a mi juicio, ser enmarcadas.

Pensar los orígenes de la independencia desde una perspectiva local y de mediano plazo es más problemático de lo que aparenta. En los últimos años, algunos de lostrabajos más inuyentes en el campo –pienso por ejemplo en los de François-XavierGuerra (1992) o Jaime E. Rodríguez (2005)– más bien han adoptado un enfoque que,

a falta de mejor denición, llamaríamos global. Su unidad de análisis no es una regióndeterminada o hispanoamérica en su conjunto, sino todo el ámbito iberoamericano. Queello tiene signicativos benecios está fuera de duda. En principio, debido a que hayciertos temas (las tradiciones políticas hispánicas, la estructura de gobierno colonial, lasreformas imperiales borbónicas, el surgimiento del nacionalismo criollo) que solo puedenser cabalmente comprendidos en esa dimensión. Y también porque este tipo de mirada

es un necesario paliativo contra las tradicionales historias patrias que tendían a poner lanación como el origen y no el resultado del intricado proceso de conformación de losEstados latinoamericanos. Aun así, estos marcos interpretativos no dejan de plantear seriasinterrogantes respecto de cómo es conceptualizada la relación entre lo local y lo global y,

 por ende, de la manera como deben ser construidos nuestros objetos de estudio.En un sentido, podría pensarse que se trata de una falsa disyuntiva, puesto que

hay dos hechos, o dos conjuntos de hechos, que difícilmente pueden ponerse en disputa.

El primero es que las abdicaciones de Bayona desencadenaron un cataclismo político alo largo y ancho del mundo iberoamericano y que todos, a ambos lados del Atlántico,estuvieron forzados a confrontar de una u otra forma las mismas cuestiones: la reversiónde la soberanía, la relación entre España y América, el vínculo entre capitales y ciudadessubordinadas y, no menos importante, el problema del orden social –en su doble connotaciónde mecanismos de control y reformulación de las jerarquías estamentarias. El segundo esque las respuestas a estos dilemas variaron de ciudad en ciudad, de región en región. Peroaun aceptando estas premisas compartidas, hay una diferencia sustancial entre considerar elfenómeno de la independencia como un acontecimiento “único e indivisible” que reconocedistintas manifestaciones locales, y considerarlo como una serie de levantamientoslocales (o ausencia de estos) que, aunque obedeciendo a un mismo estímulo externo eindisociablemente entrelazados entre sí, tuvieron una dinámica política, rasgos ideológicosy desenlaces que no solo fueron diversos: respondieron a conguraciones especícas que,en muchos y muy fundamentales aspectos, son irreductibles a fenómenos comunes alconjunto de la monarquía hispánica. Tomar el ámbito del imperio como unidad de análisis(y vale la pena recalcar que me estoy reriendo aquí a enfoques globalizantes y no a obrasde síntesis o a estudios comparativos que pueden o no compartir ese tipo de aproximación)impide dar cuenta de la naturaleza y complejidad de esas experiencias; con frecuencia lasinvisibiliza.

Lo mismo sucede si no se plantea un adecuado recorte temporal, una mirada demediano y largo plazo que tome la crisis de la monarquía hispánica como un punto dellegada y no de partida. Existió, y todavía existe, una tendencia a considerar 1808, o losaños inmediatamente precedentes, como el big bang  de la revolución. Ello puede obedecera meras decisiones de investigación, pero también a ciertas opciones hermenéuticas. Denuevo, una reciente corriente historiográca ha postulado que los territorios americanoseran concebidos como reinos, no colonias, tanto en el plano jurídico como presumiblementeen el de las relaciones de poder y los imaginarios sociales; que las elites americanas seconsideraban miembros plenos de la nación española; que entre 1808 y 1810 no tenían“razones objetivas o subjetivas para lanzarse a la insurgencia” y “el delismo campeó portodos los territorios”; y que, por ende, la “eclosión juntera” formó parte de una revolución

 política en todo el mundo hispano suscitada por la doble resistencia a la invasión francesa

y el absolutismo monárquico (Chust 2007: 24-25). Las causas de la conformación de juntas en América (no simplemente las proclamas y declaraciones formales de propósitos,sino sus motivaciones profundas) habrían sido en esencia las mismas que en España. Laemancipación sería el subproducto no previsto, y no deseado, de este proceso. Así pues,mientras mucho de interés sucede antes de 1808 para explicar las raíces históricas de losanhelos autonomistas de las juntas americanas (las políticas de los ministros de Carlos III,

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Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

la vigencia del antiguo pensamiento constitucionalista hispánico, el diálogo con las ideasde la ilustración y el liberalismo), muy poco ocurre para explicar su consecuencia directay, en muchos casos, inmediata: la independencia. En esta visión, los impulsos separatistascriollos pertenecen al cortísimo plazo: surgieron de la incapacidad de las nuevas autoridadesmetropolitanas de reconocer sus aspiraciones de igualdad. En breve, sea por el diseñode las investigaciones o por compartir este paradigma interpretativo, mirado desde unaestricta perspectiva política, el n del dominio español, como la Creación, parece suceder

ex nihilo. La mediana y larga duración suele quedar como el coto de análisis de las historiasde conjunto del colonialismo tardío o de campos disciplinares especícos (la historiaeconómica, sociocultural, institucional o de las ideas).

Este artículo parte de una hipótesis diferente. Será mi argumento que no hay modode entender las muy disímiles respuestas de las sociedades hispanoamericanas a la crisismetropolitana, sin una historia política de más largo aliento: una historia que reconstruya

 prolongados procesos de negociación y conicto en torno al ejercicio del poder, en ocasionesa sus principios de legitimidad mismos (las bases de la sujeción a la Corona), en ámbitosregionales especícos, entre sujetos colectivos reales. No se trata, desde luego, de denegarque sin la invasión napoleónica el proceso de la independencia hubiera tenido otros ritmosy características. Pero si la historia política de nes del XVIII no explica por sí misma lahistoria política de comienzos del XIX, la caída de la monarquía hispánica no explica por símisma las reacciones que se suscitaron a partir de ella. La lógica aversión a construccionesteleológicas no debiera prevenirnos contra análisis de mayor profundidad temporal.Los comportamientos de las comunidades americanas frente a los eventos europeos, encuanto tuvieron de compartido y de peculiar, no surgieron de improviso ni se derivaron

tampoco de la mera apelación a añejas concepciones pactistas de legitimidad monárquicade la época de los Habsburgos. Fueron el producto de experiencias históricas discretas quemoldearon las prácticas colectivas e informaron el conjunto de valores e intereses al queesas prácticas estaban asociadas. Es en referencia a estas culturas políticas locales, másque a las declaraciones formales de propósitos y las grandes proclamas ideológicas, que es

 posible discernir la estructura del acontecimiento, su signicado social.1

En el caso particular de Charcas, estas experiencias parecen revelar un doblequiebre del orden establecido. En primer término, estamos en presencia de crecientesimpugnaciones a las reglas de funcionamiento del régimen de gobierno español. Veremoscómo el carácter unidireccional, esencialmente no dialógico, del aparato burocrático-administrativo colonial se vio trastocado por un prolongado y vigoroso proceso de

 politización de las relaciones de mando y obediencia. Los focos de conicto emanaron porlo general de aspectos consustanciales con el proyecto imperial borbónico. En segundolugar, se advierte una erosión de la estructura binaria, dual, de la sociedad barroca deIndias. Sostendremos que la tradicional escisión entre el patriciado urbano (los españoles

europeos y los españoles americanos, la gente blanca, “decente” o “de razón”) y las castas,

1 Para una discusión sobre el concepto de cultura política, en relación a la historia de las ideas y el pensamiento político, véase Aljovín de Losada-Jacobsen (2007), Baker ( 1990), Chartier (1991),Farge (1992).

el pueblo o la plebe, iría dejando paso a la emergencia de más complejas formacionesidentitarias estructuradas alrededor de la dicotomía entre sentimientos de pertenencialocal e intereses foráneos o especícamente metropolitanos. Ambos fenómenos puedenser observados desde varios puntos de mira: la emergencia de debates públicos sobre las

 políticas imperiales, la movilización popular, las representaciones ceremoniales y losmodos de distinción social.

Asistimos, pues, a una crisis del absolutismo monárquico y la sociedad de Antiguo

Régimen que no resultaba en este contexto fácilmente disociable de una crisis de ladominación colonial. En última instancia, mirado desde la óptica de las comunidadeslocales altoperuanas, la paulatina concentración del poder en manos de la administración

 borbónica había signicado antes que nada una concentración del poder en manos delcentro metropolitano y sus agentes en América. Había rearmado el lugar subordinadode los territorios de ultramar en el marco del imperio. La creciente presión impositiva,el oneroso nanciamiento de una nueva corte virreinal en Buenos Aires, la segregaciónde las elites criollas de los altos cargos en la administración (virreyes, superintendentes,intendentes, ministros de la audiencia, corregidores) y la Iglesia, los recortes a la autonomíade los ayuntamientos y el despliegue permanente de compañías del ejército regular española lo largo de la región, apuntaban todas en esta dirección. En el fragor de las luchas

 políticas, por los recursos económicos y el estatus social, en contraposición acaso con losgrandes debates doctrinarios, la cuestión de cómo se gobernaba (el sistema institucional)aparecía indisolublemente ligada a quiénes lo hacían y en virtud de qué intereses (ladistribución geopolítica del poder). Que los actores sociales se plantearan deliberadamenteo no la cuestión de la independencia, fuera en conictos ordinarios de la sociedad colonial

o en momentos excepcionales de ruptura, es un asunto conceptual de orden diferente aque los enfrentamientos hubieran servido como canales de expresión de contradiccionesintrínsecas al dominio español. Por lo demás, el reemplazo del régimen absolutista por unamonarquía parlamentaria no alteró demasiado las cosas en este campo. El patente fracasodel liberalismo gaditano para fundar sobre bases más igualitarias la relación entre Españay América vendría a mostrar a las claras que el repudio del absolutismo podía adquirirresonancias muy disimiles a una y otra orilla del Atlántico.

La elección de la ciudad de La Plata (hoy Sucre) como foco de atención, surge demi interés en conectar una larga serie de conictos políticos y enfrentamientos armadosentre el vecindario, una compañía del ejército regular español y los magistrados regiosde la década de 1780, que he examinado en estudios previos (Serulnikov 2008, 2009a,2009b), con el levantamiento de 1809. La minuciosa reconstrucción fáctica de esteúltimo acontecimiento llevada a cabo por Estanislao Just Lleó (1994) en su masiva obrasobre el tema, nos posibilita abordar los problemas aquí planteados con un considerablenivel de información. Conviene, pues, advertir desde un comienzo que no he procurado

realizar una reconstrucción de conjunto del período indicado en el título, sino establecerciertas conexiones entre dos momentos especícos. También que no se trata de unainvestigación original, sino de un ensayo interpretativo. Su propósito no es presentarnuevas evidencias empíricas, mas sí sugerir algunas líneas generales de análisis que,según creo, pueden contribuir a repensar los orígenes y la dinámica de la debacle delorden colonial en esta región.

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Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

 El orden político indiano

La sociedad colonial hispanoamericana era una sociedad intensamente politizada.A diferencia de lo ocurrido en otras zonas del mundo bajo control europeo, o muchassociedades europeas de Antiguo Régimen, en las áreas nucleares del imperio españolen América, las relaciones personales de dependencia ocuparon un lugar secundario.La temprana derrota militar de los conquistadores y los encomenderos en México y los

Andes abortó para siempre el incipiente proceso de fragmentación señorial de la soberaníay conformación de una nobleza feudal americana. A partir de las ambiciosas reformasimperiales de mediados del siglo XVI, las relaciones sociales, las exacciones económicasy las formas de ejercicio del poder pasaron a estar regidas o reguladas por la Corona; seestablecieron mecanismos centralizados de explotación de la mano de obra nativa conformea los imperativos materiales metropolitanos, en especial la extracción de metales preciosos;y se construyó un moderno aparato burocrático-administrativo estatal sin parangón en laEuropa de la época. Aunque se continuó empleando el lenguaje jurídico y algunas de lasinstituciones acuñadas en los reinos ibéricos a lo largo de los siglos, gran parte de estelegado político, el denominado constitucionalismo histórico, adquirió connotacionescompletamente novedosas al aplicarse a una nueva realidad.

Lo que entonces emergió fue una conguración político-institucional única quecombinó antiguas representaciones monárquicas hispanas con los determinantes propiosde la sociedad colonial de Indias. Por un lado, el orden jurídico fue tradicional y pluralista.Tradicional porque reconocía a la tradición como derecho, en contraposición con órdenes

 jurídicos legales que identican el derecho con la ley; y pluralista, pues estaba integrado

 por múltiples conjuntos normativos propios de los cuerpos políticos que componían lamonarquía (Garriga 2010: 62-63). Cada grupo social o corporación –las ciudades, losgremios de artesanos, las comunidades indígenas, las universidades, los consulados decomercio– contaba con sus propios órganos de gobierno y se consideraba investido de unnúmero de prerrogativas que se derivaban de su antigua sujeción a la Corona. Así pues,las aspiraciones particulares, muchas veces antagónicas entre sí, de los distintos grupossociales tendían a hallar en la tradición y, por tanto, el derecho, una inagotable fuentede legitimación. El atributo primordial del gobierno era arbitrar entre estos reclamos.El ejercicio de la justicia conmutativa, dar a cada uno lo suyo, constituía el fundamentomismo del poder. De ahí que no hubiera distinción entre las funciones judiciales y lasfunciones legislativas o administrativas. Todos quienes ocupaban posiciones de mandoeran por denición “jueces”. El Rey, en tanto máximo dispensador de justicia, era el juezsupremo, árbitro y garante último del sis tema.

Por otro lado, no obstante, todos sabían demasiado bien que esta concepción pactistadel gobierno era una cción. No una cción en que carecía de consecuencias prácticas, las

tenía y muchas, sino en que tomaba los efectos de las relaciones de poder por sus causas.En América, por las razones históricas arriba aludidas, el poder monárquico nunca habíaestado asociado solo o primordialmente a la potestad de justicia –a la administración de unrégimen de derechos consuetudinarios múltiples– sino, asimismo, a la facultad de legislar,a la capacidad de dar y quitar ley, a la producción de nuevos regímenes normativos.Cuando la burocracia imperial decidía tomar medidas tan fundamentales como, porejemplo, gravar actividades económicas hasta entonces exentas de impuestos, convalidar la

 privatización de la propiedad comunal indígena o alterar el lugar de los gremios, la Iglesiay los ayuntamientos en el ceremonial público, los privilegios adquiridos dejaban de serlo.Era la razón de Estado o los imperativos de la real hacienda lo que ganaba precedencia.Los derechos consuetudinarios se convertían en malas costumbres a ser extirpadas. Si enteoría las posesiones de ultramar eran parte de una monarquía compuesta, resulta evidenteque la Corona las gobernaba mediante mecanismos de extracción de recursos económicosy control político-administrativo de un orden muy distinto a los empleados en sus reinos

europeos. La conquista de Mesoamérica y los Andes, y el consiguiente dominio sobreingente cantidad de pueblos y territorios, engendró una original estructura política que poco tenía que ver con la que emanaba de la legitimidad dinástica que regía la relación delos monarcas con las sociedades del viejo continente.2

Los sectores populares, y desde luego las elites americanas, no debieron esperara que los Borbones abrazaran las doctrinas del absolutismo francés y adoptarán unaimagen explícitamente imperial de la monarquía para percatarse de que en la prácticala tradición era fuente del derecho tanto como la ley positiva. Pero sabían también queen la práctica la ley era el producto de los designios metropolitanos tanto como de sucapacidad para ejercer presión o defender por la fuerza, si fuera necesario, sus intereses ydemandas. Aunque el Rey estaba mucho menos condicionado por derechos adquiridos yconstreñimientos institucionales que en la península (piénsese, por ejemplo, en las Cortes,una de las instituciones hispánicas a las que no se le permitió cruzar el Atlántico) 3, sí loestaba por sus propios límites, vale decir, por los acotados recursos políticos, nancieros ymilitares con los que contaba para gobernar sus inmensos dominios ultramarinos. Tal es elcaso de la masiva e indiscriminada venta de ocios que se inicia en el siglo XVII. Mientras

en la Francia de Luis XIV, la política sirvió para integrar a sectores de las clases altas alemergente sistema de poder monárquico y así socavar las prerrogativas de los señoresfeudales, aquí promovió la autonomía de las elites locales respecto a las autoridadescentrales. Una profusa literatura histórica ha mostrado que el generalizado desconocimientode las normas vigentes (desde la venalidad de los funcionarios y la extensiva defraudaciónscal hasta el repartimiento forzoso de mercancías o el contrabando) constituyó uncomponente estructural, no una anomalía, de estas sociedades. No siempre, empero, seha enfatizado sucientemente la fundamental ambivalencia que este fenómeno expresabay las consecuencias que de él se derivaban. Si la fórmula “se obedece pero no se cumple”llegó a convertirse en un patrón universal de comportamiento es porque condensabacomo nada más los dos principios básicos sobre los que la cultura política colonial estabaasentada: el incondicional reconocimiento simbólico a la fuente última de toda autoridad yla pragmática armación de la fuente última de todo poder. La infalibilidad del Rey en el

2 La bibliografía sobre estos temas es desde luego enorme. Para estudios de síntesis de largo plazo,

véase por ejemplo MacLachlan (1988) y Elliott (2007). Para debates recientes sobre la condicióncolonial de los territorios americanos, véase Cardim-Herzog-Ruiz Ibáñez-Sabatini (2012),Lempérière (2005), Subrahmanyam (2005), Garavaglia (2005).

3 Sobre la considerable inuencia de las Cortes de Castilla en los procesos de toma de decisiónde las políticas regias, y más generalmente los límites que las ciudades, la nobleza o los propiosconsejos de gobierno imponían a la autoridad del monarca en asuntos scales y otros materias,véase Fernández Albaladejo (1992) y Thompson (1990).

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 plano del imaginario jurídico; la maleabilidad de sus decisiones en el plano de la realidadsocial. La viabilidad del sistema radicaba en que lo primero no sofocase lo segundo, tantocomo que lo segundo no pusiera en cuestión lo primero. Ambas cosas sucederían hacia nesdel siglo XVIII. Se sabe que Carlos III y sus sucesores, con variado grado de éxito, hicieronel más concertado esfuerzo por expurgar la política de la administración, por reducir elgobierno a un conjunto de exigencias no negociables (Lynch 1992).4 Argumentaremos que

 para esta misma época, en no menor medida en reacción a esta tendencia, se suscita una

 politización de las relaciones de mando que tornaría la legitimidad del sistema de gobiernoy, eventualmente, la del propio monarca en materia de debate.La cultura política de la sociedad colonial no puede ser comprendida sin otro

componente: las jerarquías estamentarias. En el nivel más general, como es bien sabido,la sociedad hispanoamericana estaba dividida en dos repúblicas, la de españoles y lade indios. El mundo de las ciudades, por su parte, presentaba una división binaria entreel patriciado urbano, la “gente decente” o “gente de razón” (la población blanca, fuerade origen peninsular o criollo) y los sectores plebeyos, denominados según las zonas ylas circunstancias, el populacho, la plebe, el bajo pueblo, el cholaje o, en referencia asus putativos rasgos fenotípicos, las castas (mestizos, pardos, negros, gente de color).En la práctica, las barreras entre ambos estamentos eran porosas: el éxito económico,las estrategias matrimoniales o la educación podían servir como medios de ascenso (odescenso) social.5 El progresivo mestizaje de la población urbana fue inexorablementeatenuando, y confundiendo, las diferencias étnico-raciales. Pero estas dinámicas socialesno impidieron que los individuos, cualquiera fuera su linaje y rasgos fenotípicos, seidenticaran a sí mismos, y fueron identicados por los demás, dentro de una de estas

categorías; por consiguiente, que estuvieran adscriptos a un determinado estatus jurídicoque regulaba sus obligaciones impositivas, sus posibilidades de acceso a los empleos degobierno regio y municipal, los principios de honorabilidad, la vestimenta y otros usosculturales, el sitio que les correspondía en el ceremonial y el tipo de actividades económicasque podían desempeñar. En suma, su sentido de pertenencia social, su lugar en la jerarquíade privilegios y las formas legítimas de participación en los asuntos públicos.

 Los conictos de la década de 1780

La lógica de funcionamiento de la cultura política colonial, y las identidadessociales que le servían de basamento, comenzaron a mostrar denidas líneas de fractura

 para nales del siglo XVIII. La creciente participación de los sectores plebeyos urbanosen la vida pública debe ser enmarcada dentro de este proceso. Los contornos generalesdel fenómeno son bien conocidos. La historiografía ha coincidido en que el ambicioso

 programa de reformas impulsado por la administración borbónica, al afectar amplios

4 Sobre el impacto político de las reformas borbónicas, véase, por ejemplo, Burkholder-Chandler(1977) y Fisher-Kuethe-McFarlane (1990). Un debate reciente sobre la función del consenso, lanegociación y la coerción en la implementación del programa absolutista en América, en Iriogoin-Grafe, Salvucci, Marichal, Summerhill (2008).

5 Véase, por ejemplo, Cope (1994), Twinam (2009), Flores Galindo (1984).

segmentos de la población americana, provocó un extendido y persistente descontento.Es el caso de la cada vez más visible marginación de los criollos de los empleos públicos,los sucesivos aumentos de la alcabala y el establecimiento de aduanas para asegurar sucobro, la imposición de monopolios estatales sobre la venta de tabaco, el incremento delimpuesto al aguardiente, el avance de la administración regia sobre las prerrogativas delos cabildos y otras corporaciones, o los esfuerzos de los magistrados ilustrados de ponercoto a las acostumbradas manifestaciones barrocas de religiosidad popular y festividad

 pública. No sorprende que, promediando el siglo XVIII, comenzaran a registrarseviolentas protestas colectivas en ciudades surandinas como La Paz, Cochabamba y LaPlata. Fenómenos análogos ocurrieron en Arequipa y Cuzco apenas meses antes dellevantamiento tupamarista; en Quito, la llamada “rebelión de los barros” de 1765; y, concaracterísticas mucho más radicales y masivas, “la revolución de los comuneros” en NuevaGranada en 1781.6 Todos estos movimientos presentan ciertos rasgos comunes. El primeroes que fueron motivados por políticas públicas centrales al proyecto carolino, no por abusosespecícos de determinados funcionarios coloniales. Asimismo, mientras los principalesinvolucrados fueron artesanos, pequeños comerciantes y trabajadores urbanos, incluyendoen ocasiones a indígenas que residían permanente o temporalmente en las ciudades, existióen todos ellos una ostensible complicidad de la gente decente con los hechos de violencia;en algunos casos los lideraron. No fueron revueltas de ciertos sectores sociales o gruposocupacionales, sino de las comunidades en su conjunto.

La pregunta que surge es en qué medida el generalizado estado de agitación socialcontribuyó a trastocar la política de la sociedad indiana. Hasta aquí, las investigaciones hantendido a centrarse más en las causas que en las derivaciones de los eventos. Es posible,

no obstante, avanzar algunas consideraciones. En casos como las revueltas de Quito de1765 y Arequipa en enero de 1780, la cooperación entre la aristocracia y la plebe –para

 parafrasear el título del conocido libro de Alberto Flores Galindo (1984)– probó ser precariay efímera. En sus incisivos estudios sobre el tema, Anthony McFarlane y David Cahill hansostenido que en ambas ciudades, la resistencia al incremento de los impuestos derivómuy pronto en ostensibles tensiones entre pobres y ricos, entre patricios y plebeyos. Si

 bien las primeras jornadas de violencia popular contra los funcionarios peninsulares fueronhasta cierto punto promovidas por las elites urbanas, la relación con la plebe se deteriorórápidamente conforme debieron afrontar crímenes contra la propiedad, la disrupción delas acostumbradas formas de deferencia y el cuestionamiento de sus decisiones en tantomagistrados. Se apuraron, entonces, a recomponer su vínculo con las autoridades regiasantes que sus propias preeminencias se vieran amenazadas (McFarlane 1990: 244, Cahill1990: 289). En breve, la compartida oposición de la población local a las políticas imperialesno impidió que la identicación de los criollos con las estructuras de poder político y socialfuera más sólida, más fundamental, que su posible solidaridad con los grupos plebeyos.

Los tumultos no parecieron en última instancia mellar el orden establecido; en virtud de suefecto de demostración, pudieron incluso reforzarlo. No fue siempre este el caso, sin embargo. En el Alto Perú, aparecen indicios de que

6 Sobre conictos urbanos en los Andes, véase Barragán (1995), Cahill (1990), Cajías de la Vega(2005), Cornblit (1995), McFarlane (1990), O’Phelan Godoy (1988: 175-222). Un balance de losmovimientos urbanos en Hispanoamérica, en Arrom (1996) y Di Meglio (2013).

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1918 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

 para esta época las cosas habrían comenzado a cambiar: se empieza a advertir un mayorgrado de integración vertical de las sociedades urbanas en detrimento de la integraciónhorizontal de las elites hispánicas. Para el caso de Oruro, los trabajos de Fernando Cajíasde la Vega han mostrado la progresiva ruptura del modelo binario de la sociedad de Indiasen función de la cada vez más intensa hostilidad entre criollos, “patricios” o “paisanos”(esto es, personas oriundas de la villa o asimiladas a la sociedad local) y peninsulareso chapetones (foráneos o extranjeros, cualquiera fuera su lugar de nacimiento). Esta

hostilidad se expresó en continuas luchas por los recursos económicos (en particular elcrédito a la producción minera) y los cargos (los corregimientos de la villa y provinciascircunvecinas y los ocios concejiles), así como en querellas sobre la adscripción étnica yel honor. Oruro era una ciudad pequeña donde patricios y plebeyos compartían el espacio

 público y la vida cotidiana. Desarrollaron, en mayor medida que en otras urbes, códigosculturales comunes en el tipo de vestimenta, la manera de hablar, el dominio del quechua,la celebración del carnaval, las diversiones y los modos de sociabilidad. El mestizajeafectaba tanto los rasgos fenotípicos de la población como sus prácticas culturales. Para los

 patricios, ello signicó una creciente identicación con su país de origen, la patria chica; para la plebe, cierto sentimiento de identicación simbólica con sus superiores. Para loseuropeos o los criollos venidos de afuera, las elites orureñas eran de baja estirpe (Cajíasde la Vega: 472). El levantamiento de las clases altas y populares de la villa a nombre deTúpac Amaru en febrero de 1781, y los generalizados ataques a las personas y bienes de los“chapetones” que siguieron, vinieron a conrmar sus peores temores.

También en La Paz, el polo urbano y comercial de mayor crecimiento en la región,se advierte una marcada escisión en el seno de las elites en consonancia con sus niveles de

implantación en la sociedad local. En su estudio sobre identidades colectivas y conictos políticos en esta ciudad, Rossana Barragán (1995) ha mostrado que promediando elsiglo XVIII se comienzan a multiplicar los choques políticos y litigios económicosentre los “españoles peninsulares” y los “españoles patricios”. El primer grupo consistía

 principalmente de grandes mercaderes de efectos de Castilla asociados con casascomerciales de Lima y Buenos Aires; el segundo, de mercaderes que distribuían los bienesimportados en los mercados regionales y, muy especialmente, de hacendados dedicadosal cultivo y comercialización de la coca. Lo que los separaba no era necesariamente suorigen geográco (había peninsulares y criollos en ambos lados), sino su inserción en lasredes de parentesco y sociabilidad, las actividades económicas que desarrollaban y suinvolucramiento en los asuntos públicos. Era la condición de avecindado, de “patricio” enel sentido de pertenencia a la “patria chica”, lo que contaba.7 Es signicativo al respecto,que los conictos entre ambos grupos se extendieran a la participación en las miliciasy las preeminencias ceremoniales. La revuelta popular contra el aumento de la alcabalay el establecimiento de la aduana en 1780, al igual que la guerra contra los ejércitos

liderados por Túpac Katari y los amarus un año después, lejos de acallar estos emergentesantagonismos, los sacarían a la supercie. No en vano, en plena resistencia conjunta al sitioindígena que estaba diezmando la ciudad, el Comandante de Armas de La Paz, Sebastián

7 Sobre las prácticas culturales de avecinamiento en el mundo hispanoamericano colonial, véase elimportante trabajo de Tamar Herzog (2006).

de Segurola, tildó a las más importantes familias paceñas de “insubordinados, insolentes,orgullosos, cursis, ignorantes y entrometidos”; por su parte, el hacendado y comerciantecriollo, futuro oidor de la audiencia de Chile, Francisco Tadeo Diez de Medina, soliviantabaa la población local con expresiones tales como, “Ea paisanos, la causa es nuestra y así es

 preciso defenderla” (citado en Barragán 1995: 144-145).En La Plata, una ciudad de características muy diferentes a las de Oruro y La Paz,

se observan, sin embargo, procesos análogos de integración vertical. La Plata era una

ciudad de limitadas actividades productivas y mediana población (entre 15 000 y 18 000habitantes hacia comienzos del siglo XIX), pero de vasta inuencia política e intelectualdebido a su triple condición de sede de la audiencia, el arzobispado y la universidad. Como

 bien recordó Ángel Rama (1995: 32), fueron este tipo de urbes, capitales históricas devirreinatos y audiencias, las que jaron la norma de la ciudad barroca latinoamericana:comunidades fundadas en un acendrado dualismo social y en la asunción de modelosseñoriales de comportamiento que pretendían remedar el modo de vida cortesano de lasurbes ibéricas.8 En particular, los ministros de la real audiencia de Charcas, además de susamplias atribuciones administrativas y judiciales, gozaban de ostentosas preeminenciasceremoniales, elaboradas formas de etiqueta, el uso público de la toga y otros símbolosde distinción social. La sonomía cortesana de la vida pública charqueña, analizada conmucha agudeza por Eugenia Bridikhina (2007), se combinó empero, con rasgos muchomás modernos y dinámicos.9 En tanto sede de la antigua Universidad de Charcas y laAcademia Carolina, la ciudad funcionó como principal centro de actividad intelectualde la región. Según Clément Thibaud (1997: 40), la Academia Carolina, una institucióninaugurada en 1778 que atraía jóvenes criollos de todo el ámbito del virreinato del Río

de la Plata y del Perú, contribuyó a romper con las rígidas jerarquías sociales del AntiguoRégimen al funcionar como un “crisol de  sociabilidades democráticas  liberadas en

 parte de los valores jerárquicos y corporativos de la sociedad de órdenes”.10 El propioorigen social de los estudiantes distaba en muchos casos de la “pureza de sangre” exigida

 para el ingreso a la universidad, al punto que un scal de la audiencia se lamentó haciaestos años que era común que se admitiera “a individuos que por su bajo y desechadonacimiento debían emplearse mejor en actividades correspondientes a sus humildescalidades y circunstancias” (Querejazu Calvo 1987: 362).11 También la Universidad de

8 Véase también Romero (1976: 85-91).9 Análisis de distintos aspectos de la historia de la ciudad de La Plata a nes del siglo XVIII en

Querejazu Calvo (1987), Aillón Soria (2007), Bridikhina (2000). Estudios sobre la sociedadcharqueña en los siglos XVI y XVII, incluyen Barnadas (1973), Eichman-Inch C. (2008), Presta(2000), López Beltrán (1988).

10 Subrayado en el original. Sobre la Academia Carolina y la educación jurídica en general, véasetambién Bohmer (2014); sobre el rol de los abogados y letrados en la creación de una esfera

 pública durante el período colonial tardío, Uribe-Uran (2000).11 Véase también Thibaud (1997: 42-47). Asimismo, parecía no existir en La Plata el grado de

segregación residencial que se observa en otras ciudades coloniales, puesto que los artesanos ycomerciantes vivían y tenían sus talleres y tiendas en las calles céntricas y alrededor de la PlazaMayor, lugar de residencia de la gente decente. Los indios en cambio habitaban los barrios másalejados del centro. Estudios sobre las prácticas sociales y culturales de la plebe urbana en el sigloXVIII en Aguilar (1999), Estenssoro Fuchs (1995), Chambers (1999), Voekel (1992),   Johnson

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2120 Revista Andina Nº 52, año 2012

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Charcas experimentó un proceso de democratización tras la expulsión de los jesuitas en1767. El cuerpo docente pasó a ser integrado por personas seculares y religiosas de origenlocal, la adjudicación de cátedras se rigió por concursos y se instituyó un sistema electivode designación de rectores lo sucientemente competitivo para convertirse en foco deconicto entre el claustro docente y las autoridades peninsulares de amplia repercusión enla vida de la ciudad en los años por venir. 12 Igualmente signicativo fue que los letradosno constituyeron un grupo cerrado sobre sí mismo. En su estudio de la sociedad charqueñatardocolonial, Gabriel René-Moreno (1996: 126) había ya apuntado que los criollosdistinguidos, principalmente los universitarios, “fraternizaban con los mestizos” y que la

 presencia de estudiantes y doctores en la ciudad “explica que el cholo chuquisaqueño sinsaber leer ni escribir, fuese por aquel entonces, como ningún cholo en otra parte, opinantesobre los asuntos del procomún”.13

Dejando de lado el lenguaje arcaico, la armación no carece de fundamentos.Desde comienzos de los años ochenta la ciudad experimentó una serie de conictos quedan cuenta del intenso involucramiento de las clases bajas urbanas en los asuntos públicos.A diferencia de otras ciudades, los enfrentamientos no emanaron de manera directa de la

 presión impositiva o la segregación de los criollos de los cargos estatales, sino de otroaspecto clave de las políticas borbónicas luego de la supresión de la revolución tupamarista:el establecimiento de compañías de soldados peninsulares en las grandes urbes andinas.Dado que en Charcas habían sido las milicias de patricios y plebeyos las que cargaron conel esfuerzo bélico, en especial durante el asedio a la ciudad de parte de miles de indígenasen febrero de 1781, la decisión de estacionar, por primera vez desde el siglo XVI, unaguarnición permanente a metros de la Plaza Mayor, fue percibida como un afrenta a los

antiguos y recientes servicios de la ciudad a la Corona. De hecho, como he desarrolladoen otro lugar, el arribo de la compañía del ejército regular a mediados de 1781 fue seguidade vigorosas confrontaciones públicas a raíz de la propagación de especies acerca de unainminente revuelta popular contra el aumento de los impuestos instigada por el patriciadourbano (Serulnikov 2008). El propio Comandante de las recientemente llegadas tropasespañolas reportó, en referencia a un confuso episodio callejero, que “entre el tumultode las gentes que gritaban de una parte y de la otra por calles y plazas, Viva el rey CarlosTercero; entre éstas oí algunas voces que decían de esta suerte: Sí, viva el Rey, si se quitanlas Aduanas y Tabacos y nuevos impuestos…”14 En verdad, el clima de agitación políticase había iniciado antes. En pleno avance de las fuerzas indígenas insurgentes a comienzos

(2013), Di Meglio (2012).12 Sobre el rol del claustro de doctores a partir de la expulsión de los jesuitas, véase Barnadas (1989:

94), Querejazu Calvo (1987: 357), De Gori (2010).13 Se dijo, por ejemplo, que en ocasión de darse un discurso en la Universidad de Charcas en honor de

la designación de Ignacio Flores como Presidente de la audiencia, los empleados no dieron abasto para impedir el acceso a la sala mayor de los numerosos artesanos y jornaleros que concurrieron por propia voluntad a la ceremonia. Al punto que un oidor de la audiencia reprendió formalmentea las autoridades universitarias por la presencia de tantos plebeyos en un evento de semejantenaturaleza (Gantier Valda 1989: 124).

14 Carta del Comandante de Armas Cristóbal López al virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz,15/10/81, AGI, Charcas 595, Ic. Destacado en el original.

de año, aparecieron pasquines en la ciudad señalando a los ministros de la audiencia y loscorregidores provinciales (todos ellos peninsulares para entonces) como los principalesresponsables del estallido social. Surgieron también conatos de amotinamiento de losmilicianos debido al establecimiento de un monopolio estatal sobre la venta de tabacoal menudeo. El malestar fue lo sucientemente ostensible para que los magistrados deltribunal tuvieran que hacer visitas regulares al cuartel para reasegurase la delidad de los

 paisanos en armas. El presidente de la audiencia explicó que, “Para impresionar bien a lagente plebe que integraba las compañías [de milicias], llamaba a sus ociales [de origen

 patricio] y soldados y salía con ellos a rondar la ciudad. Hacía elogios al Cabildo Secular y todo el vecindario. De este modo fui apagando la maligna semilla de la discordia entrecriollos y europeos” (citado en Querejazu Calvo 1987: 385; destacado nuestro). La llegadadel ejército del jo no hizo sino exacerbar esas tensiones.

Mientras los rumores respecto a la existencia del presunto motín antiscal resultaroninfundados, fue el propio origen e intencionalidad de aquellos lo que terminó promoviendodebates públicos sobre el lugar del vecindario en el cuerpo político. Por entonces,aparecieron en la ciudad anónimos y libelos que condenaban a los autores de las especies.Como se ha mostrado para distintas sociedades de Antiguo Régimen, en un mundo dondela difusión de las opiniones estaba por principio sometida a censura y circunscripta a losórganos de gobierno, la propagación de anónimos era el principal medio de expresión deldisenso. Nadie los tomaba a la ligera. Por otro lado, se elaboraron al menos dos alegatoscolectivos; el primero rmado por numerosos abogados, religiosos y vecinos patricios, y elsegundo por cerca de doscientos ociales de los gremios de sastres, plateros, carpinteros,zapateros, herreros, silleros, sombrereros y muchas otras “gentes del pueblo”, que acusaban

a los ociales del ejército, los oidores de la audiencia y otros funcionarios peninsularesde difamar a los paisanos “ para conseguir superioridad, distinción y preferencia, o

 para fabricar fortuna con el material de ajenas ruinas”.15  Igualmente signicativa fuela convocatoria de varios cabildos abiertos, la institución hispánica más directamenteasociada a nociones de representación corporativa municipal. Paralelamente, se llevaron acabo una serie de procesiones con el estandarte de La Plata y otros actos públicos dirigidosa rearmar el lugar simbólico de la ciudad como sujeto de la historia y actor políticocolectivo, una práctica que estaba en palmaria contradicción con la concepción monistade la monarquía de Carlos III y los consiguientes recortes a la autonomía y preeminenciasde los ayuntamientos americanos en el ceremonial público.16 Como bien apunta Eugenia

15 Representación de ciento cincuenta vecinos y religiosos de La Plata (incluyendo numerososDoctores, Dones y otros signos de distinción social), AGI, Charcas 595, I. Destacado nuestro.

16  Sobre las celebraciones públicas en Lima a comienzos del XVIII, Alejandra Osorio (2004) hanotado que las referencias a las comunidades políticas que integraban la monarquía hispánica, talescomo el “Reino del Perú”, cedieron lugar a genéricas menciones a “las Indias”. Lo propio ocurrió

con los retratos de los reyes, los cuales fueron sustituidos, primero por estampas impresas en seriey, ya para la época de la coronación de Carlos III, por la bandera real. Mientras la apelación a lagura de reinos y ciudades y las r epresentaciones pictóricas de los reyes Habsburgos actualizaba lanaturaleza plural y pactista de la monarquía, las reglas de ceremonial borbónicas evocaban la nuevaconcepción absolutista del poder real y la visión unitaria, homogeneizante, de sus súbditos. Haciala década de 1780, según explica Pablo Ortemberg (2014: 74-96), se suprimió la antigua prácticade que el juramento de asunción de los virreyes se realizara ante la presencia del vecindario de

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2322 Revista Andina Nº 52, año 2012

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Bridikhina (2007: 358) respecto a las políticas borbónicas: “Las estas, como espacio decomunicación que permitía expresar las pretensiones políticas locales en América, fueron

 paulatinamente convertidas en un espacio de expresión unívoca deslazada por las ideas y prácticas que relacionaban la felicidad pública y el bien del Estado con la imagen del Rey”.Piénsense, por ejemplo, que en 1779, apenas dos años, previos a estos hechos, la audienciahabía dispuesto que las autoridades concejiles renunciaran a la costumbre de ocupar bancasforradas con damasco carmesí en la Catedral no menos que durante las celebraciones enhonor de la virgen de Guadalupe, la santa patrona de La Plata (René-Moreno s.f.: 107-108).

El corolario del conicto fue la realización de una singular ceremonia pública. Enoctubre de 1781, los ministros de la audiencia resolvieron canalizar sus inquietudes respectoal clima de agitación política mediante la organización de un acto en el que se dirigieron atoda la población de la ciudad. Colocaron para el efecto un retrato de Carlos III en los portalesdel ayuntamiento, frente a la Plaza Mayor, y desde un estrado preparado para la ocasión, eloidor peninsular Pedro Antonio Cernadas Bermúdez leyó, a nombre del tribunal, una larga“oración al pueblo” agradeciéndole por su conducta. Luego, el alcalde de primer voto delcabildo dio en representación de los vecinos una “arenga de amor al Rey y a la Patria”,hubo estrépito de artillería, repique de campanas y un “continuo concierto de música queatrajo a todo el vecindario”.17 La imagen de un magistrado dirigiéndose al pueblo desde unestrado con el único objeto de agradecer su aquiescencia al orden establecido debió haberofrecido un peculiar espectáculo. En primer lugar, debido a la ostensible pugna entre vecinosy peninsulares que dio marco a la ceremonia. Como resumió un testigo de los hechos, “unPueblo a todas luces el y muy versado en conjeturas y sutilezas no pudo menos que inferirque el orador [Cernadas Bermúdez] quiso lucir su persona y que él mismo había sido el

Autor de dichas Cartas anónimas [anunciando el inexistente motín]”.18 La acusación teníacierto asidero. Más allá del clima general de descontento con las políticas de la audiencia,Cernadas Bermúdez, en particular, había estado a la cabeza de enfrentamientos públicos conel ayuntamiento, los cuales derivaron en su negativa a refrendar en enero de 1781 la elecciónanual de alcaldes y demás ocios concejiles. Eventualmente, tras repetidos reclamos de los

Lima, comprometiéndose a respetar los fueros y privilegios de la ciudad. La ceremonia se trasladóal interior de la audiencia donde el nuevo virrey se comprometía ante los oidores a desempeñarcorrectamente su función de presidente del tribunal. Como resume el autor: “El juramento ya nose hacía en el espacio público ante la autoridad municipal, sino en cuarto cerrado ante la autoridad judicial. La Audiencia desplazaba al cabildo y la sala del Acuerdo reemplazaba a la calle” (p. 87).También los tradiciones panegíricos en honor del recién llegado pronunciados por intelectualescriollos en la universidad comenzaron a ser sometidos a la más estricta censura. Para el caso deMéxico, los estudios de Linda A. Curcio-Nagy (2004: 72-78) coinciden en que, durante el sigloXVIII, el ayuntamiento fue perdiendo control sobre la organización y contenido de las estasa manos de los funcionarios regios. Las autoridades concejiles debieron incluso renunciar a su

 potestad sobre el principal símbolo de la ciudad y objeto de devoción popular, la Virgen de losRemedios, el uso de cuya imagen fue vedado para las procesiones organizadas por el cabildo. Porotra parte, el incremento en la frecuencia y magnicencia de las festividades regias se conjugó conla construcción de una imagen cada vez más abstracta de los monarcas.

17 El Presidente Regente de la audiencia, Gerónimo Manuel de Ruedas al Virrey Vértiz, 15/10/1781,AGI, Charcas 444.

18  Ignacio Flores a José de Gálvez, 15/5/84, AGI, Charcas 433.

vecinos, el Consejo de Indias conrmó la validez de la elección y amonestó al oidor por suconducta. Debido a sus reiteradas reyertas con el vecindario, quedó inhibido de intervenir encualquier pleito que involucrase a los miembros del cabildo. 19 Así pues, su alocución en laPlaza Mayor no pudo ser vista como un mero acto protocolar, sino como parte de un procesomás amplio de confrontación.

Más importante aún, en un mundo donde las cuestiones relativas al ejercicio del poder estatal, la política que en un sentido amplio estaba connada al ámbito reservado de laadministración imperial, fue llevada al espacio público de la plaza. Nótese que el discurso delfuncionario no se produjo en el contexto pautado y ritualizado de las celebraciones seculareso religiosas, sino en el de un acto organizado en respuesta a los rumores de un motín populary dirigido directamente a sus principales sospechosos.20  “La oración de agradecimiento al

 pueblo” conllevó por ende una interpelación a la capacidad de discernimiento político delvecindario que por su propia naturaleza estaba en contradicción con las premisas del imaginarioabsolutista. En sociedades de Antiguo Régimen, como Arlette Farge (1992: viii) ha sostenido

 para el caso de la opinión pública en la Francia prerevolucionaria, las manifestaciones popularesde lealtad al monarca eran tan poco aceptables como las manifestaciones de oposición. “ Hablaracerca de –apunta la autora– era tan desconcertante como hablar en contra de: era una seriaderogación de una de las más arraigadas ideas de la monarquía, que el pueblo, vulgar esclavo delos instintos, no tenía por qué andar cavilando sobre los asuntos del día. Todo lo que tenía quehacer era prestar su consentimiento a los actos de autoridad, los cuales se canalizaban a travésdel ceremonial –los rituales, los festivales, los servicios religiosos o los castigos”. En la medidaque en estas sociedades las personas del común no constituían sujetos de opinión, lo nuevo, delsiglo XVIII radicó menos en el contenido de las opiniones de la gente que en la reivindicación

de su legítimo derecho a opinar.Volviendo a nuestro caso, la celebración de la obediencia a las decisiones de losrepresentantes del rey, del consenso, entrañaba también desnaturalizarlo, poner en valor laopinión de los súbditos. Sus connotaciones pueden ser comparadas a las de la prensa de laépoca: aunque su único propósito fuera educar a la sociedad respecto de la sabiduría de lasdisposiciones reales, los periódicos y gacetas coloniales abrieron en la práctica nuevas áreasde debate y, en palabras de Annick Lempérière (1998:70), introdujeron “subrepticiamente laidea de que el gobierno bien podía no acertar siempre en su manejo de los asuntos públicos,y que en todo caso podían existir opciones”. No es casual que al calor de los múltiplesenfrentamientos por venir, un vecino fuera acusado de postular que “las leyes para queobliguen necesitan de promulgación;  y según algunos autores de aceptación” (citado enRené-Moreno 1996 , 118; destacado nuestro). El recurrente estado de agitación social llevóeventualmente a que el virrey del Río de la Plata, Marqués de Loreto, se sintiera precisadoa ordenar al intendente de Charcas que desechase de plano cualquier planteamiento de la

 población urbana dado que no existía contrato de lealtad alguno que limitase la autoridad delmonarca. “No está el Gobierno para complacer a esta especie de gentes”, le recordó. 21

19 Archivo Nacional de Bolivia, EC 1782, 66.20  Sobre la función propagandística del sermón político en las misas y ceremonias, Bridikhina (2007:

204-205).21 El Virrey Loreto al Intendente de Charcas Vicente de Gálvez, Archivo General de la Nación de

Buenos Aires, IX, Interior, legajo 22, expediente 4.

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El cambio de relación entre las clases altas y las castas se puede advertir, asimismo,en la organización miliciana. Mientras, conforme a lo usos de la época, las miliciasreprodujeron las divisiones estamentarias, su lugar en el ceremonial, el más prominentesímbolo de estatus social en estas sociedades, que puso en evidencia la relajación de las

 barreras que separaban a ambos grupos: tras reclamar s itios de privilegio por tratarse“sujetos de personal nobleza”, las compañías de caballería de abogados y letrados aceptaronasistir a los actos públicos entremezclados con las de infantería, compuestas por artesanosy pequeños comerciantes. Más aún, cuando el virrey ordenara pocos años más tarde ladisolución de la última compañía de mestizos todavía en pie, las elites patricias apoyaríanla violenta protesta de la plebe contra la medida.

Durante la década de 1780, la convivencia de las tropas españolas con el vecindarioiba a provocar enfrentamientos de tal magnitud, que todavía a mediados del siglo siguiente,según anotó Gabriel René-Moreno (1996: 113-114), los ancianos de la ciudad hablabande un antes y un después de estos episodios. Es interesante notar que los conictos no seoriginaron en los grandes problemas políticos de la época, sino en asuntos en aparienciamás prosaicos y cotidianos como los insultos a la honorabilidad y masculinidad de losresidentes. En estos años se multiplicaron las denuncias tanto de patricios como de

 plebeyos sobre actos de violencia de la tropa en las calles y lugares de esparcimiento, asícomo casos de adulterio y otras afrentas a la autoridad patriarcal de los vecinos. La íntimaligazón entre la cultura del honor y la cultura política, entre las jerarquías sociales y elsistema de gobierno, no tardaron, sin embargo, en salir a la supercie. En efecto, las quejasse politizaron de inmediato debido, entre otros factores, a que los soldados peninsulares deljo sustituyeron a las milicias urbanas que exitosamente habían enfrentado a las fuerzas

indígenas; portaban armas en el espacio urbano; gozaban de inmunidad de las justiciasordinarias; y, sobre todo, a que su presencia en la ciudad obedecía a una política de Estado,no a una medida circunstancial. Los altos magistrados coloniales tanto en Charcas comoen Buenos Aires no se preocuparon por disimularlo: proclamaron que no debía “tenersearmado a ese Paisanaje” puesto que era “punto decidido el que solo debe haber tropade España”. El resentimiento fue lo sucientemente intenso como para suscitar no uno,sino dos masivos motines populares contra la guarnición militar, en 1782 y 1785, los

 primeros tumultos en Charcas desde los tiempos de la conquista. Y el descontento fuesucientemente extendido en términos sociales para que el ayuntamiento, lejos de castigara los amotinados, se convirtiera en la expresión institucional de la revuelta popular, enel vocero de la oposición del conjunto del vecindario al ejército, a los ministros de laaudiencia y al propio virrey de Buenos Aires. Los temores de las autoridades regias en1781 se tornaron así realidad. A raíz de estos enfrentamientos, se realizaron varios cabildosabiertos que contaron con la activa presencia de artesanos y pequeños mercaderes. Dehecho, por haberse osado a exponer importantes cuestiones de Estado “a la censura de

un Pueblo rudo e ignorante”, el ayuntamiento fue acusado de “un crimen horrendo desedición”. Por orden del virrey, los supuestos cómplices del movimiento, el intendente deCharcas Ignacio Flores y el abogado criollo Juan José Segovia, fueron conducidos presosa Buenos Aires (Serulnikov 2009a y 2009b).

El impacto de estos procesos en las percepciones sobre la naturaleza de las jerarquías sociales no debiera ser subestimado. Desde el punto de vista del honor y el

género, las afrentas a los derechos patriarcales y la reputación de la gente decente y lascastas por igual adquirió una doble connotación: plantear la cuestión de si peninsularesde baja condición (como lo eran los soldados de línea) podían tener preeminencia sobrecriollos de noble origen y situar la defensa de la masculinidad de patricios y plebeyos enun mismo plano. Diríamos entonces que se produce una democratización relativa del honorcomo función de la democratización relativa del deshonor. En términos más generales,los ataques a la honorabilidad del vecindario en sus dos sentidos, la nobleza y la honra,contribuyeron a socavar la autorepresentación de la sociedad urbana como una sociedadhidalga, cortesana, dividida en sectores hispanos y no hispanos: un reino entre otros reinos.Los vecinos, sin perder por supuesto sus distintivas adscripciones grupales, comenzaron aidenticarse como miembros de una misma entidad colectiva denida en oposición a las

 políticas metropolitanas y a sus agentes y beneciarios directos, es decir, como integrantesde una sociedad colonial. 

Es posible armar, entonces, que en La Plata, a semejanza de Oruro y La Paz,se generan procesos de creciente antagonismo entre los sectores patricios y los sectoresasociados a los intereses metropolitanos (magistrados regios, grandes comerciantesimportadores y prestamistas, ociales de la real hacienda). Estas divergencias no selimitaron a las conocidas pugnas por los recursos económicos o el acceso a los empleos degobierno, sino que afectaron campos tan variados como el simbolismo político, el honor, lamilitarización, el sentido de pertenencia social, los usos culturales o el debate abierto sobrelos asuntos de gobierno. Es en este contexto que se debe situar la creciente participación

 política de las clases bajas urbanas. Por cierto, queda mucho por conocer acerca de enqué medida estos realineamientos estuvieron acompañados de un proceso de creciente

diferenciación social al interior de los sectores populares en función de la estructuraocupacional (gremios de artesanos y comerciantes vs. trabajadores no calicados) y rasgosétnico-culturales (mestizos vs. cholos, cuyas características lingüísticas o fenotípicas losasimilaba en mayor medida al mundo indígena). No obstante, merece señalarse que es a

 partir de esta época, y durante el curso del siglo XIX, que la condición genérica de mestizo parece haber empezado a quedar despojada de los atributos puramente derogatorios que lahabían impregnado desde los tiempos de la conquista. El mestizo deja de estar signado porla armación de lo que no era, un miembro pleno de las dos repúblicas, y por la negatividadde lo que era, el subproducto racial y cultural anómalo, no deseado, de la interacción entrecolonizadores y colonizados. Rossana Barragán (1996: 86) ha apuntado al respecto que

 para los indígenas urbanos la categoría comenzó a aparecer como un medio de ascensosocial y símbolo de estatus, a la vez que para los españoles americanos fue asumiendo,en consonancia con su búsqueda de nuevas fuentes de validación política, un valor “másneutro, menos peyorativo y despectivo”.22

Resulta evidente, en todo caso, que la lenta consolidación de novedosas estrategias

identitarias e imaginarios colectivos estuvo vinculada a la rápida expansión de la política,la plebeya y la otra. El motín fue su más espectacular, y por ende, más documentadamanifestación, pero tal vez no la más signicativa. Las reformas borbónicas, las tendenciassocioeconómicas y las dinámicas culturales de largo plazo, así como la guerra contra los

22 En el mismo volumen, véase asimismo el artículo de Rivera (1996).

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levantamientos tupamaristas, llevaron a recurrentes cuestionamientos de las políticasimperiales, al replanteo del lugar de los patricios en la jerarquía de privilegios de la sociedadindiana y a una expansión del papel de los artesanos, tenderos, pequeños mercaderes y otrosmiembros de la plebe en la vida pública. Octavio Paz (1995: 47) recordó que “toda sociedadal denirse a sí misma, dene a las otras. Y esta denición asume casi siempre la forma deuna condenación”. La doble condenación de la alteridad radical de la población indígena

 provocada por la masiva insurrección panandina y de la colonialidad de las estructurasde gobierno español incitada por el absolutismo borbónico fue la fragua donde nuevasrepresentaciones sociales comenzaron a tomar forma. 1809 fue parte de este proceso.

 El levantamiento de 1809

La crisis del orden colonial en el Alto Perú fue la más prolongada del continente. Lasciudades altoperuanas fueron las primeras en remover a las autoridades constituidas luegode la caída de la monarquía hispánica en 1808, y las últimas en romper con España. Fue uncomplejo proceso signado desde el comienzo no solo por las inclinaciones independentistaso realistas, republicanas o monárquicas, de la población local, sino también por la conictivarelación del Alto Perú con Lima y Buenos Aires. Desde nales de 1809, la región estuvo bajo

 permanente ocupación de las tropas de línea del virreinato del Perú o de ejércitos patriotas. Laemancipación se alcanzaría recién a comienzos de 1825 con el arribo de las fuerzas de JoséAntonio de Sucre. Previa a la denitiva derrota realista, se había atravesado ya una primeraexperiencia autonómica, mas no bajo la égida del liberalismo de cuño bolivariano o porteño,sino más bien en rechazo a las reformas políticas ocurridas en España tras la revolución

liberal de 1820. El general realista de origen charqueño Pedro Olañeta fue quien lideró estareacción conservadora, un fenómeno que guarda algunos paralelismos con el contemporáneomovimiento de Agustín de Iturbide en México.

La participación de los sectores populares urbanos en este proceso fue intensa ysignicativa, muy particularmente durante los tempranos alzamientos contra los magistradosespañoles. Tanto los llamados movimientos junteros criollos de 1809 como la acogidarecibida por los primeros ejércitos expedicionarios porteños reconocen esa impronta.Los principios ideológicos (liberales o conservadores, modernos o tradicionales) y los

 proyectos políticos (realistas, independentistas, autonomistas o, en relación al futuro Estado boliviano, nacionalistas) que informaron el comportamiento de la población altoperuanahan sido motivo de intenso debate.23 Menos atención se ha prestado, sin embargo, a las

 prácticas políticas. No se trata, por supuesto, de que las ideas sean irrelevantes, sino deque en una situación de semejante incertidumbre, tan expuesta a fuerzas ajenas al controlde los actores mismos, los maniestos y declaraciones de principio no son el único, niacaso el más adecuado, indicador de las transformaciones en curso. En una región donde

los acontecimientos estuvieron decisivamente signados por el ujo y reujo de fuerzasmilitares del exterior, así como por el ujo y reujo de novedades sobre las cambiantese inciertas circunstancias políticas en la metrópoli, es esperable que las adhesiones a los

 bandos en pugna se modicasen con relativa rapidez y las consideraciones pragmáticas

23 Véase por ejemplo, Mendoza Pizarro (1997) y Roca (1998).

cobraran precedencia sobre las convicciones más profundas. Lo que quisiera argumentares que las acciones colectivas denotan una erosión del orden establecido que está en excesode los móviles que las pudieron impulsar. Para desarrollar este punto nos focalizaremosnuevamente en la ciudad de La Plata, el caso sobre el que, gracias en gran medida aldetallado estudio de Estanislao Just Lleó (1994), tenemos mejor información y que

 permitirá retomar algunos de los temas tratados arriba.24

La sinopsis del levantamiento ocurrido en La Plata el 25 de mayo de 1809, dejandode lado las convencionales historias patrias, ha sido con frecuencia presentada comouna disputa facciosa entre funcionarios peninsulares (los ministros de la audiencia, porun lado, y el intendente de Charcas Ramón García Pizarro y el arzobispo Benito MaríaMoxó y Francolí, por otro), que contó con la activa participación de un grupo de abogadosy letrados criollos de ideas radicales y fue acompañada por la movilización de la plebeurbana. El motivo central del conicto habrían sido las ambiciones de poder de los oidoresy las aspiraciones regionales de autonomía administrativa y económica respecto a la capitalvirreinal porteña. Su impulso ideológico primario radicó en el regalismo de la poblaciónlocal frente a la supuesta complicidad del intendente y el arzobispo con los planes de lainfanta Carlota de Portugal para asumir la Regencia del Río de la Plata mientras duraseel cautiverio de su hermano Fernando VII. Los promotores del proyecto carlotino fueronel enviado de la Junta de Sevilla, el militar arequipeño José Manuel de Goyeneche, y elvirrey del Río de la Plata, Santiago de Liniers. Aunque esta descripción ayuda a entenderlos contornos generales del evento, parece claro que por sus raíces históricas, su dinámica

 política y su composición social, el acontecimiento fue algo más, y algo muy distinto, auna mera lucha jurisdiccional y facciosa, seguida de una asonada popular, en torno de la

más adecuada forma de defender el dominio español en América dada la extraordinariasituación suscitada por la acefalia regia.El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien sucedió a Liniers a mediados de 1809,

como todos aquellos interesados en preservar el  statu quo, lo comprendió de inmediato.La proclamada lealtad al monarca no lo impresionó en lo más mínimo. En América, el reyera un emblema tan abstracto y universal, tan carente de las determinaciones materiales ysimbólicas propias de los órganos de gobierno, que su invocación podía albergar proyectosy prácticas políticas de la más variada índole. De hecho, virtualmente, todas las rebelionesy alzamientos se habían legitimado en su nombre, incluyendo a la más radical y sediciosade todas, la revolución tupamarista. Era plenamente consciente, además, de que lacontroversia sobre la presunta conspiración carlotina representaba solo un eslabón más enla larga y variada cadena de conictos políticos que habían asolado la sociedad charqueña

 por años. En un ocio secreto de agosto de ese año, dirigido a los oidores de la audienciaconstituida por entonces en “audiencia gobernadora”, les recordó que su proclamadoobjetivo de “mantener los verdaderos derechos de nuestro Augusto Soberano el Señor

Fernando 7°” podía ser muy genuino y muy loable, pero resultaba del todo incompatiblecon el irrevocable menoscabo que estaban causando a los dos pilares fundamentales sobre

24 Sobre los eventos de La Plata a partir de las abdicaciones de Bayona, véase Roca (1998: 145-208),Querejazu Calvo (1987: 519-616), Soux Muñoz Reyes (2008: 465-489), Siles Salinas (1992: 123-145), De Gori (2011).

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Tal es el caso de los conictos que se desencadenaron entre ambos organismos con motivode las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807. En respuesta a una solicituddel ayuntamiento porteño, los habitantes de La Plata convocaron a un cabildo abierto yemprendieron por cuenta propia, contra la expresa voluntad de los oidores y el intendente,una campaña de recaudación de fondos para la defensa de la capital virreinal. La resistenciade los magistrados regios no obedeció tanto al propósito mismo de la empresa como ala autonomía e irreverencia de quienes la propiciaron. Y también al sentimiento de

 beneplácito que había suscitado en el vecindario de La Plata el formidable protagonismode la población porteña en la lucha contra los fuerzas invasoras. García Pizarro hizo notaral respecto que los eventos de Buenos Aires, incluyendo la apresurada huida del virreyMarqués de Sobremonte a Córdoba, incentivaron “una secreta animosidad en los Tribunalesy cuerpos civiles para estimarse con facultades competentes contra sus respectivos Gefesen casos equivalentes, o en otras circunstancias, que fácilmente podría pretextar la malicia,o el espíritu de independencia” (citado en Just Lleó 1994: 33). La elección anual de cargosconcejiles un año más tarde conrmaría plenamente sus temores. A nes de 1808, GarcíaPizarro, como presidente ex ofcio del cabildo, dispuso la suspensión de la acostumbradaelección anual por el alto grado de politización del evento o, en palabras de la época,el espíritu faccioso imperante. Encabezados por el escribano de la universidad ManuelZudáñez y otros vecinos prominentes, el ayuntamiento hizo caso omiso de la orden, asícomo de las subsecuentes providencias del virrey Liniers, avalando esta postura. Laselecciones se realizaron y Zudáñez fue elegido regidor. Al igual que con otros conictosde este tipo, todo el asunto tomó estado público y la gente se dedicaba a seguir día a díasus avatares. Un documento de la época resumió el estado de cosas al señalar que lejos

de “guardar el secreto que mandan las Leyes”, las noticias y opiniones sobre las disputasentre diversos órganos de gobierno eran propagadas “entre todas las clases del vecindario”(citado en Just Lleó 1994: 54).

Como es bien sabido, al claustro docente de la universidad de Charcas le cabría unrol central en el movimiento de 1809. También en este caso, las tensiones venían de muylejos. Durante los años previos, los universitarios se habían enfrentado a la audiencia, elintendente García Pizarro, el arzobispo Moxó y el propio virrey Liniers debido a la eleccióndel rector y varios proyectos de reforma curricular. La institución defendió con tenacidadsu autonomía. Tal fue particularmente el caso con el intento de García Pizarro de forzar ladesignación de su consejero privado, el impopular oidor honorario Pedro Vicente Cañete,como rector. La ola de agitación llevó no solo a que la postulación debiera ser retirada, sinoincluso a que la audiencia, con la anuencia con los principales voceros del cuerpo docente,ordenase el “extrañamiento” de Cañete en Potosí. No se trató de eventos connados a laadministración regia y los claustros universitarios. Por el contrario, se dijo que “[estasincreíbles hostilidades] por ninguno eran ignoradas a causa de que se leían los escritos

inamatorios por las esquinas, Fondas y Conturas” (citado en Just Lleó 1994: 39).

27

 Enenero de 1809, la intrepidez política de los universitarios tomó un nuevo cariz cuando,tras una reunión general del claustro, se solicitó formalmente a García Pizarro y Liniersque prohibieran la circulación de los pliegos de la Infanta Carlota que el propio virrey

27 Sobre el rol de la Universidad de Charcas en estos procesos, véase De Gori (2010).

los que la delidad al rey se asentaba: la “subordinación a los superiores” y el “orden público” (citado en Just Lleó 1994: 154).25 No de otra cosa se trataba la violenta deposicióndel intendente García Pizarro y del arzobispo Moxó; el ataque a los soldados del ejércitoregular y su reemplazo por compañías de milicias de patricios y plebeyos; el ambientegeneral de deliberación sobre la legitimidad del gobierno; la posición de poder asumida porlos vecinos (doctores de la universidad, ociales del cabildo, familias distinguidas criollas);el despacho de comisionados a otras ciudades para obtener su adhesión al alzamiento; y,

 por supuesto, la movilización de las clases populares. Se diría, entonces, que tres principios básicos de la cultura política colonial fueron puestos en cuestión: la politización de lasrelaciones de mando (la primera clausula de la más acendrada máxima de la administraciónindiana, “ se obedece pero no se cumple”); el carácter reservado de los asuntos de gobierno;y el activo involucramiento de las clases bajas en las cuestiones públicas.

Ahora bien, esta subversión en las formas de hacer política no irrumpió de repente:remite a experiencias previas, algunas distantes como las tratadas en la sección anterior,y otras más recientes. Lo que las noticias de las abdicaciones de Bayona hicieron fuecrear un nuevo contexto –la vacancia del poder regio, las controversias sobre el origen dela autoridad de los magistrados coloniales, la redenición de la relación entre ciudadescabeceras y ciudades subordinadas– dentro del cual estas tensiones adquirieron nuevas einesperadas resonancias.26

Este proceso de politización es observable a muchos niveles de la interacción de lasinstituciones de gobierno regio y corporativo, y alrededor de asuntos de diferente índole.Aunque el tema excede las posibilidades de este ensayo, algunos ejemplos servirán parailustrar el punto. Sabemos que durante la primera década del siglo, el cabildo eclesiástico,

un importante órgano debido a la fuerte presencia del clero y las instituciones educativasreligiosas en la vida de la ciudad, se había visto envuelto en virulentas disputas con losociales de la real hacienda por los intentos de incrementar sus obligaciones impositivas,así como con el arzobispo Moxó por su afán de reformar el funcionamiento del seminarioconciliar y de disciplinar, en consonancia con los nuevos principios ilustrados, la conductade los curas doctrineros. Mientras las razones especícas de los enfrentamientos ameritanun estudio aparte, lo que nos interesa remarcar aquí son sus repercusiones: la oposición delclero a las autoridades superiores adquirió un alto grado de exposición pública y, por logeneral, resultó exitosa. No sorprende que en 1808, al llegar las primeras noticias sobre laconformación de la Junta de Sevilla y estallar el disenso sobre su reconocimiento, el arzobispose sintiera precisado a advertir a sus subordinados “que no soltasen jamás las riendas a unainquieta curiosidad de enterarse de los acontecimientos del día; que no quisieran pasar en lasconversaciones y tertulias por lósofos y políticos…” (citado en Just Lleó 1994: 64).

Aunque aliados en las jornadas de mayo de 1809, también las tensiones entre elcabildo secular y la audiencia fueron intensas y recurrentes durante los años precedentes.

25 Un análisis de los argumentos acusatorios contra la audiencia gobernadora de Charcas y la JuntaTuitiva de La Paz, véase en Barragán (2008).

26 Para un pormenorizado análisis de las características y el impacto subversivo de las accionescolectivas en el contexto del levantamiento de La Paz, véase “Releyendo el 16 de julio de 1809 enel siglo XXI”, en Rossana Barragán et.al. (2012).

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había hecho llegar a Charcas por manos de Goyeneche. El cuestionamiento público a lasmáximas magistraturas coloniales, en un asunto de semejante trascendencia institucional,generó enorme estupor. Liniers, a instancias de García Pizarro, ordenó que “se testase ycancelase” el acta de los doctores, pues “el Gremio y Claustro se ha avanzado a formarAcuerdos sobre materias muy graves de Estado que no son de su incumbencia” y cuyaresolución estaba reservada “a la decisión de esta Superioridad” (citado en Just Lleó 1994:76).28 Por entonces, empero, nada parecía quedar fuera de la incumbencia de nadie.

La problematización de las relaciones de mando había alcanzado tal punto denaturalización que a nes de 1808 el propio scal de la audiencia le exigió al intendenteque le remitiese copias de todos los documentos ociales que recibía de la corte virreinal deBuenos Aires, alegando que estaban destinados “al conocimiento del Público de esta Ciudadsea qual fuese la materia de su contenido”. García Pizarro, como era esperable, rechazó de

 plano semejante pretensión. Al enterarse de tan insólito argumento para las concepcionesde la época, el virrey Liniers conminó al intendente a no ceder a las presiones. Le recordóque las comunicaciones entre magistrados eran por naturaleza reservadas, pues se tratabade asuntos de “mero gobierno” (citado en Just Lleó 1994: 63). Sin embargo, una vez quelos asuntos de mero gobierno habían pasado a la esfera pública, no resultaba sencillo volvera connarlos al ámbito de la administración regia.

Apenas semanas después de la controversia sobre los pliegos de la Infanta Carlota,surgió una querella entre el rector de la universidad y la audiencia sobre una cuestión de

 protocolo en apariencia menor –el derecho del primero a usar un cojín durante misa– queterminaría desembocando en el estallido del 25 de mayo. Aunque parte de la historiografíaha tendido a tomar la supuesta banalidad de la disputa como un signo de la escasa densidad

 política del fenómeno todo, no se trató en absoluto de un asunto banal, no ciertamente en estacoyuntura. En primer lugar, porque las preeminencias ceremoniales eran el más ostensiblesigno de las jerarquías de poder vigentes, y en un momento donde todas las jerarquías de

 poder estaban siendo puestas en cuestión, las batallas por las preeminencias ceremonialesno podían, sino adquirir gran trascendencia. No se ha enfatizado sucientemente, por otrolado, que la ocasión en que surgió la controversia fue en sí misma muy signicativa: setrataba del funeral del oidor honorario y exrector de la universidad Juan José Segovia, el

 principal vocero del vecindario durante los mencionados enfrentamientos con el ejército, laaudiencia y las autoridades virreinales de la década de 1780. El abogado charqueño había

 pagado por ello con un duro encarcelamiento en Buenos Aires y un interminable proceso judicial en su contra. Como era costumbre en la administración indiana, eventualmentelogró ser rehabilitado y, hacia el nal de su vida, el claustro docente lo eligió rector por

28 Un análisis del “Acta de los Doctores” y más en general del pensamiento universitario de Charcas,en Roca (1998: 151-193). Véase, asimismo, Irurozqui (2007). Just Lleó (1994: 72-75) sostiene

que la disputa sobre el proyecto carlotino obedeció en mayor medida a una decisión táctica de losgrupos criollos y los oidores en su lucha contra el intendente, el arzobispo, el virrey y Goyenecheque a una genuina creencia en los riesgos de un posible usurpación de los derechos de FernandoVII. Sostiene que a nes 1808, tras la partida de Goyeneche, circularon cartas y pliegos de lacorte de Brasil que recibieron una positiva acogida en la audiencia, el cabildo y la universidad,discurriendo la cuestión “según la importancia que en sí mismo tenía”. Es a partir de enero “cuandose transforma en revuelo, lucha y acusación sobre cosas inexistentes”.

dos períodos. Signicativamente, la rma de Segovia es una de las primeras que apareceal pie de la controversial acta de los doctores en repudio de la circulación de los pliego dela Infanta Carlota (Just Lleó 1994: 593). Su sepelio pareció servir como un puente entreambos eventos: a las funciones en su honor, además de las autoridades civiles, el clero y losvecinos notables, acudió “una gran masa del pueblo”, según dijo un testigo de los hechos,“debido a la simpatía y prestigio de que gozaba en la ciudad” (citado en Just Lleó 1994:82). Vale recordar que durante la época de los motines contra los soldados peninsulares sehabía sostenido que Segovia “se jactaba de ser el defensor de los criollos sin distinción de

calidades, y se reputaba de tribuno del pueblo y el cónsul de aquellas provincias” (citadoen René-Moreno 1996: 118; destacado nuestro).

En cualquier caso, al igual que lo sucedido con otras controversias de la hora, laquerella sobre el uso del cojín se transformó de inmediato en una causa pública dondese pusieron sobre el tapete aspectos mucho más amplios de las relaciones de poder. Semultiplicaron los pasquines, anónimos y rumores condenando la conducta de los oidores,

 pero también de otras autoridades civiles y eclesiásticas que no habían estado involucradasen el episodio, incluyendo el virrey y “los europeos en general”. Los pasquines erancomentados en toda la ciudad y sus autores gozaban de la general admiración por su osadía.La campaña de anónimos y el ambiente de agitación obligaron a poner patrullas nocturnas“para disipar los posibles grupos de gentes que se formaban, y sobre todo para detenera los pasquinistas” (citado en Just Lleó 1994: 83 y 110). El clima de insubordinacióny la existencia de un común enemigo, eventualmente hicieron que los ministros de laaudiencia se retractasen de su ataque a los grupos criollos y centraran de nuevo su mira enel intendente y el arzobispo. Impotente para detener la escalada de confrontaciones, García

Pizarro pidió al virrey que se pusiera de una vez n a la incesante conictividad políticamediante el destierro de todos los opositores al gobierno. Temiendo ser enviados presos aBuenos Aires (la suerte corrida por Segovia dos décadas atrás no debió pasar desapercibidaen estas circunstancias), los vecinos patricios y los ministros de la audiencia comenzaron a

 pergeñar un alzamiento contra las autoridades superiores. El 25 de mayo fue el día. No sabemos demasiado sobre la participación de los sectores plebeyos en los sucesos

de mayo. En el relato de Just Lleó, sus acciones aparecen como derivativas y prepolíticas,orientadas por una natural inclinación al desorden y una inconmovible convicción regalistaque más que un principio organizador de una determinada (y potencialmente cambiante)visión del mundo, resulta una suerte de sentimiento atávico.29  En cualquier caso, nosorprende que, al igual que en la década de 1780, el “pueblo” estuviera involucrado en todaslas instancias del evento, desde los choques armados con los soldados, los tumultos en la

 plaza mayor, los intentos de tomar las cajas reales, la captura de García Pizarro y las juntasy deliberaciones en donde se tomaban decisiones. Un estudio reciente de la actuación de un“capitán de los cholos”, el mulato Francisco Ríos, pone de maniesto los uidos contactos

que existieron entre las elites y las clases bajas (Aillón Soria: 2010). El involucramiento enla política de los artesanos, pequeños mercaderes y otros grupos plebeyos tuvo ese día unaexplícita vindicación ideológica. En el documento más importante de la jornada, el ocional que se dirigió a García Pizarro conminándolo a renunciar de inmediato al cargo, los

29 Véase, por ejemplo, Just Lleó (1994: 110 y nota 113).

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líderes de la asonada argumentaron que, “el Pueblo todo [está] en tal consternación queno encuentra el Tribunal otro arbitrio para restituirle su antigua tranquilidad, que el queV.E. en obsequio de ella entregue inmediatamente el mando Político y Militar, como elPueblo lo pide, con rme protexta de no aquietarse hasta que se verique” (citado en JustLleó 1994: 122). No se trata, por cierto, de una apelación a la doctrina de la reversión dela soberanía a los pueblos en caso de acefalia regia, menos aún de nociones liberales deciudadanía, sino de la expresa reivindicación de la potestad de las poblaciones locales,incluyendo los sectores plebeyos, de remover gobernantes incompetentes o despóticos.

Era un discurso más ajustado al ideario político vigente, pero tanto más sedicioso porquesocavaba las relaciones concretas de poder sobre las que el régimen de gobierno sefundaba y se entroncaba con experiencias colectivas de contestación, más bien que conconstrucciones ideológicas abstractas.

Aunque es evidente que la audiencia y los dirigentes criollos invocaron la posibilidadde un estallido social como recurso intimidatorio, el estado de conmoción popular eragenuino y profundo. El mismo 25, a la noche, la multitud ahorcó en la plaza central el retratode García Pizarro; al pie del lienzo se colocó un perro muerto (Aillón Soria 2010: 263).Durante los días posteriores, la audiencia y los vecinos patricios apenas pudieron contenerla movilización de la plebe. Los “chapetones” fueron objeto de ataques y robos. Se adoptóla costumbre de colocar todas las tardes un retrato de Fernando VII en los bajos del cabildo,frente a la Plaza Mayor, en donde se congregaba el “cholerío” para cantar, gritar, dar vivasy mueras (citado en Just Lleó 1994: 141). La práctica tenía sus antecedentes. Tres décadasatrás, durante los mencionados conictos de mediados de 1781, la colocación del retratode Carlos III en los bajos del cabildo, junto con la jación de una placa de bronce que

exaltaba “las proezas y trofeos de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento” en defensa de lamonarquía en tiempos de la rebelión de los encomenderos del siglo XVI y los insurgentesindígenas del XVIII, había servido como un símbolo del rechazo al establecimiento de unaguarnición militar permanente y otras políticas de control imperial; en última instancia,a todo lo que la ideología de Carlos III encarnaba (Serulnikov 2008). Lejos de constituirun acto mecánico de sumisión al orden establecido, la exaltación del poder del rey en lasestas solía servir como una rearmación, en espejo, del poder de quienes las organizabany promovían (Bridikhina 2007: 245). Por lo demás, el vasto potencial contestatario deexpresiones de monarquismo popular en sociedades de Antiguo Régimen ha sido bienestudiado para el caso de México, Perú y otras regiones del mundo.30 

Tras el 25 de mayo de 1809, la celebración pública en nombre de Fernando VIIse tornó un ritual cotidiano. La esta, vale insistir, ocupaba un sitio primordial en laconstrucción del imaginario político del mundo hispánico. Claudio Lomnitz (1995: 32-33), en un agudo ensayo sobre el tema para el caso de México, ha notado que, “ritualis a critical arena for the construction of pragmatic political accommodations where noopen, dialogic, forms of communication and decision-making exist. In other words, thereis an inverse correlation between the social importance of political ritual and that of the

 public sphere”. Mientras esta observación parece válida para el largo plazo, en este tipode coyunturas de crisis, la explosión de la esfera pública –la multiplicación de ámbitos de

30  Por ejemplo, Echeverri (2011), Van Young (2006: 809-815), Méndez (2005, cap. 4), Field (1976),Burke (1978: 149-177).

debate abierto y horizontal sobre los asuntos de Estado– resulta directamente proporcionala la intensicación del ritual y el ceremonial en la vida de la ciudad. La celebración deCorpus Christi ilustra bien este fenómeno. Era costumbre que los gremios de ocios ymercaderes levantaran ese día altares callejeros por los sitios donde pasaba la procesión yque costearan las compañías de danzantes, los disfraces y las bebidas que allí se ofrecían.Aunque los gastos eran extremadamente onerosos y en varias ocasiones suscitaron quejas,cuando las autoridades borbónicas intentaron simplicar las festividades, inspirados en elideario ilustrado de establecer una separación entre las manifestaciones populares y de elite,

los artesanos se opusieron obstinadamente a que se alterara la tradición (Querejazu Calvo1987: 463).31 En 1809, la ceremonia no solo contó con una explosión de fervor popular,sino además adquirió un denido tono político: en la víspera de la esta de Corpus, segúnun relato de la época, el pueblo recorrió las calles de la ciudad cantando “con música deguitarras coplas muy deshonestas, turbulentas e injuriosas a la señora Princesa del BrasilDoña Carlota Joaquina de Borbón, y contra los Señores Virrey, Presidente [García Pizarro],Arzobispo y [intendente de Potosí Francisco de Paula] Sanz, tratándolos de traidores conel estribillo Viva el Rey, el que repetían con algazara aun en la misma retreta” (citado enJust Lleó 1994: 133).32

Como no podía ser de otra manera, la movilización plebeya se canalizó, asimismo,a través de la organización miliciana. Tampoco este fenómeno era novedoso puesto que,como hemos apuntado, la conformación de compañías de patricios y plebeyos durante laguerra contra las fuerzas indígenas encabezadas por los hermanos Katari había dado lugar agraves confrontaciones entre el vecindario y las máximas autoridades regias. Sin embargo,la vertiginosa debacle del dominio español fue variando su signicado. Podría decirse que

la movilización en armas de la población ya no solo redundó en una politización de loscargos militares (la relación entre patricios y plebeyos, la convivencia del ejército españolcon los residentes urbanos, el tipo de vínculo que unía a las comunidades americanas conla metrópoli), sino también en una progresiva militarización de la política. 33 En efecto,la deposición del intendente y el enfrentamiento con las autoridades virreinales fueronacompañados por el desarme de los soldados españoles estacionados en la ciudad y

 preparativos bélicos en prevención de un inminente ataque de las compañías de veteranosde Potosí. Las connotaciones políticas de la formación de milicias se advierte en queapenas un año antes de estos eventos, cuando Liniers y García Pizarro habían dispuesto laorganización de compañías llamadas “del Honor” en defensa de Fernando VII, los regidoresdel cabildo y los miembros del gremio de abogados decidieron declinar tal honor. Laaparición de varios pasquines “con voces de independencia” (no en relación al rey mismo,cuya legitimidad no estaba en cuestión, sino a quienes gobernaban en su nombre) forzóla revocación de la medida (citado en Just Lleó 1994: 81). Por el contrario, luego de lossucesos del 25 de mayo el reclutamiento de milicias fue inmediato y masivo. Revirtiendo

31 Sobre los intentos de reformar las prácticas culturales de los sectores populares y las expresiones barrocas de participación en las festividades religiosas y cívicas, véase Bridikhina (2007: 174-175), Estenssoro Fuchs ( 1995), Voekel (1992).

32 La retreta era el momento del día en que la gente se retiraba a sus hogares.33 Sobre las milicias y reformas militares en los Andes durante la época de Carlos III, véase Marchena

Fernández (1992) y Campbell (1978).

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la decisión que había dado lugar a violentos motines en 1785, se conformaron varios cuerposde caballería, artillería e infantería integrados por los vecinos principales, así como por losmiembros de los gremios de tejedores, sastres, plateros, herreros carpinteros, barberos yotros. Asimismo, se creó una milicia de pardos y morenos identicada como “Compañíadel terror”. Se dotó a las tropas de uniformes y salarios. En respuesta a los rumores de uninminente avance sobre La Plata de las tropas regulares estacionadas en Potosí, se llegaron amovilizar, según varios cálculos, más de cinco mil hombres (Just Lleó 1994: 129, 137 y 175).

Eventualmente, la ausencia de una fuerza bélica capaz de hacer frente a los tropas

de línea del Alto Perú –y a las que fueran despachadas desde Lima o Buenos Aires dada ladeterminación de los virreyes José Fernando de Abascal e Hidalgo de Cisneros de poner na los disturbios a como diera lugar– tornaron insostenible el alzamiento charqueño. Peroal margen de estas consideraciones, se produjo una verdadera implosión del levantamientocomo resultado de las irreconciliables disensiones internas. El movimiento había sidodesde el principio, antes del principio si recordamos los procesos de confrontación que lo

 precedieron, muy heterogéneo. No había sido, en rigor, uno, sino muchos movimientos.Los sectores criollos más radicalizados no tardaron en acusar a la audiencia gobernadorade no terminar de romper amarras con los aliados del virrey y su principal apoyo enla región, el intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz. A la inicial división de loshabitantes entre “tribunalistas” y “pizarristas” se superpusieron ahora nuevos y viejosmotivos de resentimiento contra los ministros de la audiencia, por lo que hacían y por loque representaban. Es indicativo de la percibida naturaleza del conicto que los vecinosidenticaran a sus enemigos como “chapetones” o europeos, aun cuando, en consonanciacon arraigadas prácticas culturales respecto al concepto de vecindad, la designación

estuviera dirigida a los defensores del orden establecido mucho más que a las personas deorigen peninsular mismas.34 El presunto sentimiento de pertenencia a la nación universalespañola (entendido como un sentido de integración política a una misma comunidad dederechos, no meramente una genérica identicación étnico-cultural), lejos de representaruna premisa compartida del levantamiento, estuvo en el corazón de las disputas. Lastensiones condujeron a que el tribunal intentara incluso procesar a algunos de los líderescriollos. Bernardo Monteagudo, uno de los procesados, había sostenido por entonces quela “audiencia gobernadora” habría tenido mayor aceptación “si se hubiesen sofocado alos Europeos”, como su sector pretendía y que si los oidores hubieran tomado medidasconcretas contra los dirigentes criollos, “hubiesen sido víctimas del furor del Pueblo, pues

34 En su análisis del creciente antagonismo entre la metrópoli y las elites americanas durante elsiglo XVIII, Brian Hamnett (1997: 284) señaló que, “The resident elites included Spaniards andAmericans: provenance did not necessarily imply either difference of material interest or any political polarity. The predominance of  American interests and family connections provided

the dening element which distinguished this group from the ‘peninsular’ elite, whose Spanish peninsular interests and orientation predominated”.  Para el caso de Buenos Aires, GabrielDi Meglio (2007: 195-196) muestra que los conictos políticos desencadenados a partir de laRevolución de Mayo hicieron que la antinomia americano-peninsular, presente mucho antes de1810, se personalizara conforme al lugar de nacimiento de los individuos. El epíteto “europeo” novarió en esencia sus connotaciones políticas, pero sí adquirió un sentido literal y se convirtió en elfundamento de violencias y proscripciones legales. Véase, asimismo, Pérez ( 2010).

no hubieran hecho otra cosa que poner las manos en… personas a quien venera el Pueblo,y cuya orden seguiría sin embarazo” (citado en Just Lleó 1994: 143). Una armaciónexagerada tal vez, pero hasta donde sabemos no del todo divorciada de la realidad.

Por cierto, el estado de agitación popular alcanzó niveles nunca vistos hasta entonces.Según Estanislao Just Lleó, a partir de septiembre hubo una explosión de pasquines,folletos, libelos y proclamas que convocaban a “defender la Patria a sangre y fuego” y ala “restauración de la primera libertad”. Se discutían, a lo largo de la ciudad, cuestionesrelativas a los sistemas posibles y deseables de gobierno. Ciertos sectores, incluso antes

del levantamiento de mayo, no se privaban de manifestarse a favor de ejercer el controlde la administración hasta que se resolviese la situación en España. También se hablabadel “sistema de independencia como la ladela” (Just Lleó 1994: 110 y 143). El clima dedeliberación y debate era tal, que los “anónimos” se leían públicamente y sus autores seufanaban de ellos. Es preciso, una vez más, historiar este fenómeno: la reivindicación delderecho a opinar constituyó, según señalamos arriba, uno de factores esenciales de la crisisde la cultura política del absolutismo. Fue ese derecho, precisamente, el que se despliegacon todo vigor en estos meses, aunque hemos visto que sus raíces son más lejanas.

Hay claras evidencias del desasosiego que la democratización del derecho a opinargeneró entre los ministros de la audiencia y otros. Fue un proceso que, motivado por susapetencias de poder, por la coyuntura europea o la presión social, habían contribuido aexacerbar, pero que muy pronto se descubrieron incapaces de controlar, mucho menosdirigir. Ya a mediados de agosto, los oidores procuraron convocar a una junta de vecinosdistinguidos para instrumentar “los medios de precaver efusión de sangre”, mas debieroncancelar su realización ante los generalizados resquemores de la población respecto a las

medidas represivas que allí se pudiera adoptar. Cuando comenzaron a llegar a la ciudadocios del virrey Cisneros, instruyendo a la audiencia poner de inmediato en libertad aGarcía Pizarro y otros presos, la respuesta fue un conato de motín popular. Se reunieronnumerosos grupos de “gente baja” que proferían “gritos subversivos y de muerte paralos reos y los chapetones” (citado en Just Lleó 1994: 144). La audiencia se vio forzadaa escribir al amante virrey que la orden no iba a ser obedecida. Una nueva revueltaestuvo a punto de estallar a nes de octubre de ese año al rumorearse que las autoridadesdesarmarían a las milicias voluntarias (Just Lleó 1994: 157). Los recelos frente a la rápidaradicalización del conicto llegaron a tal punto, que el tribunal tuvo que prohibir que losvecinos patricios abandonaran la ciudad bajo ningún pretexto. Los mismos resquemoresa las reacciones populares motivaron que se intentara bloquear la difusión de noticias dellevantamiento de La Paz, paradójicamente la única ciudad en seguir el ejemplo de La Plata.Pocas dudas hay, en todo caso, que la imposibilidad de ejercer cualquier forma de controlreal sobre la población urbana contribuyó en gran medida a que la audiencia y sus aliadosaceptaran sin protestas, con alivio, la asunción del nuevo intendente Vicente Nieto y conello el retorno al orden establecido.

Consideraciones nales

Con el estallido del levantamiento juntero de La Paz en junio de 1809, el iniciode la guerra de la independencia en el Río de la Plata, en mayo de 1810, las subsecuentes

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Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

incursiones de los ejércitos patriotas porteños al Alto Perú y el surgimiento de diversosmovimientos locales de resistencia al gobierno español, la región se verían abrazada porun clima de agitación política y social que se extendería, con ujos y reujos, hasta laderrota nal de la causa realista en 1825. Mientras es motivo de debate si la mayor partede habitantes se inclinaban por la emancipación de España conforme a los lineamientosde las elites rioplatenses, por una mera reforma del sistema de gobierno colonial o más

 bien por aspiraciones autonomistas respecto a ambas capitales virreinales –una posturaresumida en el título del libro de José Luis Roca (2007), Ni con Lima ni con Buenos Aires.

 La formación de un Estado nacional en Charcas –, no hay duda de que estas inclinacionesno fueron rígidas y mutaron conforme cambiaban las condiciones político-militares enEuropa y Sudamérica, así como la correlación de fuerzas entre los ejércitos virreinales,los cuatro batallones porteños que arribaron entre 1810 y 1816 y las tropas irregulareslocales que operaron durante buena parte de la guerra.35 Con la excepción de los gruposmás radicalizados en uno u otro sentido (la célebre guerrilla de Ayopaya, un bastión deresistencia al poder real que nunca pudo ser del todo sojuzgado, viene a la mente), parala mayoría de la población, las ideas respecto al mundo que los rodeaba debieron serinestables en no menor medida porque el mundo que los rodeaba lo era. Pero la volatilidaden los comportamientos y lealtades no debiera hacernos perder de vista hasta qué punto el

 permanente estado de conmoción política, la movilización de masas y la guerra socavaronlos fundamentos del orden establecido. La recepción de la Constitución de Cádiz, el puntocon el que quisiera cerrar este ensayo, ofrece un buen indicio del proceso en marcha.

Resulta interesante advertir los notables paralelismos entre la imagen del gobiernoespañol que emerge durante la jura y lectura pública de la constitución ocurrida en las

ciudades altoperuanas a comienzos de 1813 y los conictos políticos que acabamos derepasar. Alguien que había estado en el corazón mismo de estos procesos, y no como sujetosino objeto de los reclamos, capturó perfectamente las resonancias que podía tener el nuevotexto constitucional en este contexto regional. En una alocución pública pronunciada enla Iglesia matriz de Cochabamba durante los actos de jura, el arzobispo de Charcas BenitoMaría de Moxó y Francoli sostuvo: “La Constitución nos dice en primer lugar que la Naciónespañola es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios; que son españolestodos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas y loshijos de éstos… Ya, por n, han desaparecido del orbe español esos odiosos apelativos decriollos y chapetones, maligna raíz de donde brotaron tantas y tan crueles desavenencias.Ya todos somos españoles… está quitada la manzana de la discordia” (citado en QuerejazuCalvo 1987: 663; destacado en el original). Solo si se toma en consideración la historiadel Alto Perú en las últimas tres décadas, se puede valorar plenamente la premisa de estediscurso: el hecho que americanos y peninsulares fueran por principio iguales, miembrosindistintos de la nación española (la s España s en plural), no aparece en absoluto como unarearmación de antiguas concepciones monárquicas hispánicas, sino como una novedad,en rigor, la principal novedad, introducida por la constitución. Aunque, por cierto, no laúnica. Moxó anunció además el n de otra distinción social: “ Noble o plebeyo, europeo

35 Mendieta Parada (2011), Asebey Claure (2011), Mamani Siñani (2011), Soux (2011), Demélas(2003 y 2007), Arze Aguirre (1979) y Mamán (2010).

o americano, como circule en sus venas sangre española y como no la manche con algunainfame acción, gozará en adelante con toda plenitud del apreciable derecho de ciudadano ysi tiene idoneidad, aplicación y talento podrá elevarse hasta la cumbre de las magistraturas yempleos” (citado en Querejazu Calvo 1987: 663; destacado en el original). Los plebeyos, valedecir las clases bajas urbanas, también tendrían desde ahora los mismos derechos a participaren la cosa pública que los sectores patricios, los nobles. Otra de las persistentes “manzanasde la discordia” quedaba así removida. Vista desde este rincón del imperio, la constitución

 parecía estar ofreciendo un modelo alternativo de comunidad imaginada, el n de un régimen

 plurisecular de privilegios y exclusiones cuyos fundamentos ideológicos habían estado,explícita o tácitamente, en el centro de innumerables debates y confrontaciones.

En denitiva, como sabemos, la igualdad entre españoles y americanos no sesostuvo siquiera en los círculos liberales de Cádiz, donde los criterios de elección de larepresentación americana a la cortes dejó en claro la naturaleza subordinada y colonial delos territorios de ultramar. España era España; América era otra cosa.36 Por lo demás, laimagen proyectada por la nueva constitución sería revertida poco después con el retorno deFernando VII al trono y sus infructuosos intentos de volver atrás las ruedas de la historiay, otra vez más, con la revolución liberal de 1820, cuyo repudio inspiró la experienciaautonomista liderada por el general Olañeta. Lo que este ensayo procura sugerir, sin

 pretensión de originalidad, es que cualesquiera fueran las respuestas de los actores socialesa estas cambiantes circunstancias, lo que ocurre durante la larga debacle de la dominaciónespañola en el Alto Perú es una crisis de la antigua sociedad de Indias. Son las prácticas

 políticas y sociales, en mayor medida acaso que las grandes construcciones doctrinarias,lo que dene el signicado histórico del acontecimiento. Lo que se advierte, volviendo

a nuestro punto de partida, es que la tradición y la gracia del rey comienzan a dejar defuncionar como fundamentos de legitimidad; las rutinas de obediencia a la autoridad seresquebrajan; las tradicionales adscripciones sociales (españoles peninsulares, españolesamericanos, plebeyos), a las que, no en vano, el Arzobispo Moxó había querido extenderun certicado ocial de defunciónen 1813 , dejan de estar asociadas a un tipo determinadode participación en los asuntos públicos; y las barreras identitarias que separaban a lossectores populares urbanos de las elites criollas se van haciendo más porosas conformelas comunidades locales (la patria, o las patrias a las que se reeren los documentos de laépoca) se armaron como núcleo primario de pertenencia política y su putativa inclusiónen la nación universal española fue sometida a escrutinio público, en ocasiones repudiada.

 Nada de esto era completamente nuevo. La crisis de la cultura política colonial yde la sociedad de Indias no se inició con el arribo de las noticias sobre las abdicaciones deBayona. Tuvo un recorrido de corto y mediano plazo cuyos contornos más generales apenashemos intentado esbozar. Las realidades de la dominación colonial, en contraposición a lasrepresentaciones de patriotismo hispánico, se hicieron patentes y relevantes políticamente,

36 Sobre los fallidos intentos de los gobiernos metropolitanos de la crisis, antes y después de lareunión de las Cortes de Cádiz, de “crear una monarquía refundada sobre la idea de la soberaníanacional” comprendiendo los territorios americanos (esto es, de una nación española universal), engran medida debido a la articialidad del concepto en el marco del orden político imperial vigente,véase Portillo Valdés (2006, Cap. 1: “La federación negada”, 29-103).

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39Nº 52, año 201238 Revista Andina

Estudios y Debates

tiempo atrás de que la invasión francesa pusiera sobre el tapete la cuestión del origen dela soberanía. La grave crisis imperial de 1808 encontró a las sociedades altoperuanas en

 profundos y prolongados procesos de cambio. Como es natural, la crisis misma exacerbóesos procesos, los lanzó en nuevas direcciones y confrontó a la población con dilemasy oportunidades apenas imaginables poco tiempo antes. Que no todos optaran por laemancipación o por las soluciones políticas más radicales es menos importante que todosse hubieran visto forzados a optar. La politización de las relaciones de mando dentro de losórganos de gobierno y entre los órganos de gobierno y la sociedad, promovió una sostenidaintervención de la población urbana en los asuntos públicos que terminó por desarticularel control del aparato administrativo regio sobre el derecho a opinar, incluyendo el de lossectores plebeyos. De esa revolución en las formas establecidas de hacer política, no menosque de las aspiraciones ideológicas independentistas o la adopción del republicanismocomo sistema institucional, se trató el cataclismo que tuvo lugar entre 1808 y 1825. Esarevolución, y tal vez solo esa, había empezado mucho antes.

 Sergio SerulnikovUniversidad de San Andrés/CONICET 

[email protected] 

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4746 Revista Andina Nº 52, año 2012

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4948 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

  Rossana Barragán Romano

 International Institute of Social History-Amsterdam

Coordinadora de Historia-La Paz  

El artículo-ensayo “El n del orden colonialen perspectiva histórica” , sobre las prácticas

 políticas de los sectores populares urbanos plan-tea una lectura de este periodo cuestionando,sútilmente, algunas aproximaciones que hoy

 predominan sobre el proceso que se inicia a partirde 1808. Considero muy saludable repensar yrediscutir asunciones y premisas y, en este sen-tido, aplaudo la iniciativa de la Revista Andina. He disfrutado del artículo que es, además, rico,denso y estimulante. Por razones de espacio deborestringir mi comentario y voy a referirme a trestemas articulados: la relación entre lo local y loglobal y la naturaleza de la crisis que se aborda,el recorte temporal, nalmente, la mirada haciaCharcas en 1809.

Sergio Serulnikov plantea que los trabajos deFrançois-Xavier Guerra o Jaime E. Rodríguez seinscriben en una perspectiva que la calica de glo-

 bal, lo que impide e invisibiliza analizar la “com- plejidad” de lo local. Entiendo su planteamiento, pero no concuerdo con él porque el propio Sergionos ha demostrado, en un artículo reciente, que loglobal puede analizarse desde lo local y lo micro yviceversa.1  Por consiguiente, ni la aproximaciónglobal ni la unidad imperial son las que imposi-

 bilitan el análisis que reclama Sergio. Consideroque lo que se ha producido en las últimas décadases, más bien, una lectura distinta sobre el espacio

 político del Imperio, por lo que es importantedetenerse en los propios términos utilizados porGuerra, así como en las líneas principales de suargumentación. Para el autor, la unidad de análisises “la monarquía hispánica” con sus dos pilares,el español y americano y esta sería la perspectivaglobal. Pero es importante recordar también, que

1 Serulnikov Segio “Lo muy micro y lo muy macroo cómo escribir la biografía de un funcionariocolonial del siglo XVIII”, Nuevo mundo, Mundosnuevos, 2014.

COMENTARIOS

 para Guerra, lo fundamental de la monarquíahispánica es su carácter pactista, una relacióncontractual de derechos y deberes entre el rey2 ylos reinos entre los que se encontraban las “In-dias de Castilla”. Las especicidades que teníanestos “reinos especiales” no debían atribuirse, sin

embargo, a su estatus “colonial”, sino a la propiaheterogeneidad política característica del Anti-guo Régimen. Las colonias como factorías connalidad económica y sin representación políticaempezarían en el siglo XVIII y de alguna maneraestarían restringidas.3 En este contexto, las inde-

 pendencias se interpretan como la irrupción de“la modernidad” en la estructura “monárquicade antiguo régimen” y la simultaneidad de lo queocurrió en uno y otro del Atlántico se atribuyen ala dinámica desencadenada en la península y noa las causalidades internas diversas.4

Concebir a la monarquía como compuestade reinos como lo hace Guerra, descentralizada,corporativa o compuesta (Rodríguez O. 2000:196, Mínguez & Chust 2004, Morelli 2005) vade alguna manera de la mano con la desaparicióndel término colonial, concepto reemplazado por

la visión de pactos entre distintos cuerpos. Estees, a mi modo de ver, el eje que se soslaya yque indudablemente tiene consecuencias parala interpretación de los procesos conducentes ala Independencia. En otras palabras, el propio“orden indiano” del que habla Sergio, la “es-tructura del gobierno colonial” o la “crisis de ladominación colonial” es lo que se silencia. Creoque las armaciones de Sergio Serulnikov deque la concepción pacista era una cción o deque había un carácter undireccional, no dialógi-co, del aparato burocrático colonial son las quesuscitarían amplias discusiones. Lo increíble, ami modo de ver, es que estos temas no se handiscutido en los innumerables congresos y reu-niones en torno de los 200 años, entre el 2008 yel 2010, ni tampoco estuvieron presentes en lasinnumerables reseñas de la cuantiosa producción

 bibliográca publicada.

2 Xavier Guerra François,  Modernidad e Independencias, Madrid: MAPFRE, 1992, 56.

3 Guerra (1992: 81-82).4 Guerra (1992: 116).

 El recorte cronológico, la importanciade las relaciones y las tensiones

En cuanto a los tiempos en los que enmarca-mos los procesos que conducen a la independen-cia, comparto la preocupación de Sergio de noceñirse a la corta duración y al big bang  de 1808.Soy parte de las que cree rmemente que “lacrisis de 1808-1810 se rearticuló a un entramado

 político y social de más larga duración que incluyelas reformas económicas y políticas borbónicas, laestructuracion territorial y jurídica, las rebelionesy sus consecuencias”.5 Estoy convencida y lo heexpresado en varias publicaciones entre 2008 y20136 de la urgencia de re-unir periodos y eventosque han sido literalmente “divorciados” como lasrebeliones y el periodo postrebeliones, las Juntasy todo el periodo independentista porque no solose los analiza separadamente. Esta separaciónha dado lugar incluso a especialidades (los queestudian rebeliones indígenas, los que estudianla independencia). La división entre rebeliones/crisis de 1808 y periodo independentista tiene,sin embargo, una larga historia.

En relación a las rebeliones, hay que recor-dar que mientras en los años 50 del siglo XX sedebatía sobre el carácter “delista”, separatista o

 protoindependentista de las rebeliones e insurrec-ciones7, en los ochenta se sostenía que la rebelión

5 Barragán Rossana, “Juntas en el contextoglobal y local”. En: Barragán, Soux, Seoane,Mendieta, Asebey y Mamani, Reescrituras de la

 Independencia, actores y territorios en tensión,La Paz: Plural Editores, 2013, 87.

6 Ver, por ejemplo, Barragán Rossana,“Legitimidades en entredicho: múltiples disputasen Charcas en 1790-1795 y 1809-1810”, Historia

 y Cultura 37 , La Paz, 2013, 37. Este artículo esuna verisión de «Los entramados del poder y lalegitimidad de sus acciones: múltiples disputasen torno a Charcas y la Junta de La Paz en1809-1810» presentada en el XVI CongresoInternacional de AHILA 2011. Agradezco a SaraMara y Beatriz Bragoni, coordinadoras de aquel

evento, al igual que a José Quintero González.7 Cornejo (1954), Valcárcel (1947), García R.(1957), Fischer (1956), cf. Szeminiski (1976),Campbell (1979), COI (1976); Bonilla y Spalding(1972). En: Stern Steve,  Resistencia, rebelión

 y conciencia campesina en los Andes. Lima:Instituto de Estudios Peruanos, 1990.

de Túpac Amaru no tenía relación directa con laindependencia. Más tarde, en los noventa, Sternremarcó que los “campesinos de Perú y Bolivia”tenían símbolos diferentes a los protonacionalesvinculados al nacionalismo criollo.8 Lo que meinteresa apuntar con esta breve historiación esque se fue estableciendo una ruptura radicalentre las rebeliones indígenas y los proyectosindependentistas considerándolos distintos y

con objetivos diversos. No es mi intención aquísostener lo contrario o ingresar a un debate alrespecto, pero me interesa subrayar que poreste peculiar recorrido se han ido construyendoespacios y periodos estancos desde hace muchasdécadas, los que corresponden también a la mi-rada de las dos repúblicas, la de los españoles porun lado, la de los indígenas por otro, cada unacomo espacios casi cerrados en sí mismos. Unalínea fundamental de análisis debería centrarseen las relaciones y conexiones, lo que permitiríacomprender también la interesante sugerenciade Sergio de que se fue dando un a erosión de laestructura binaria dual en el siglo XVIII, situaciónque ha sido remarcada en otros trabajos (pienso enel artículo de Abercrombie sobre los kajchas, perotambién el el trabajo de Cajías que cita Sergio oen mi propia propuesta de la “tercera república”).

Finalmente, me parece fundamental recons-truir los “prolongados procesos de negociacióny conicto” que se dieron en Charcas porque esuna veta fundamental a proseguir. Al igual queSergio, en un artículo publicado hace un año,titulado “Legitimidades en entredicho”, relacionélas múltiples disputas en Charcas de 1790-1795en torno de la mita y su articulación e improntasen los movimientos de 1809 y 1810.9 El cuestio-namiento de la «obligación» y la razón de trabajaren el caso de la mita, como el cuestionamiento alas máximas autoridades ponían en entredicho larelación de orden, regla y obediencia y, por tanto,las legitimidades del poder. El debate que suscitóa Villaba aparece, así, de una magnitud que nose la había considerado. De ahí que concuerdo

 plenamente con la armación de Sergio sobreel proceso de politización y es indudable que

necesitamos volcar la mirada hacia la integraciónvertical de los actores, a las relaciones entre indí-

8 Stern (1990: 95).9 Barragán Rossana (2013).

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5150 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

genas y criollos, a la importancia del mestizaje yla emergencia de grupos y categorías relacionadoscon los circuitos de comercio y participación enlos mercados.

1809 en Charcas:reunir y no fragmentar los espacios

La lectura de Sergio sobre Charcas en 1809

es muy interesante al apuntalar al involucra-miento de las clases bajas en las cuestiones públicas y en el proceso de poli tización. Creo,sin embargo, y esta ha sido mi propuesta enrecientes trabajos, que es absolutamente nece-sario re-considerar el carácter del movimientoen Chuquisaca y la vinculación con La Paz yviceversa. Por un lado, Just nos argumentóhace más de 16 años, que estamos frente ala instalación de una  Audiencia  Gobernadora(no solo una Junta) lo que le otorga inmedia-tamente un área de acción mucho más ampliaque una junta –generalmente más localizada ycircunscrita a los gobiernos de las ciudades–,así como una pretensión mucho mayor que nose puede minimizar ni pasar por alto porquese dibuja una situación mucho más difícil paratodas las autoridades de las intendencias, pero

también para los dos virreinatos. El mismoautor planteó también que la Audiencia enCharcas y la Junta en La Paz constituyerondos movimientos articulados. Por mi parte, ydespués de releer la gigantesca documentaciónacumulada, argumenté que solo referirse a laarticulación no termina de dar cuenta cabalde lo que pasó. Estamos en realidad frente auna disputa política de amplias “coalicionesregionales”  que interpretaron de manera dife-rente lo que debía hacerse frente a la crisis enla península, de tal manera que no se trata solode dos ciudades de Charcas y La Paz. En otras

 palabras, lo q ue se dio es el involucr amiento político de ampli as region es lider adas por suscabeceras: la Audiencia y la ciudad de la Plata ytoda la región circundante se alió con la ciudadde La Paz y las provincias de la Intendencia

frente a la posición que tomó la Intendencia dePotosí a la cabeza de Francisco de Paula Sanzque defendió a las autoridades y buscó ganar (ylo hizo) hacia sus perspectivas a las restantesregiones, principalmente Cochabamba y Oruro,apelando también a las autoridades de Buenos

Aires y Lima. Esto implica que la crisis fue degran magnitud en términos territoriales.10 

Creo que es muy importante mantener esta perspectiva porque de lo contrario minimizamosy recortamos lo que sucedió, convirtiendo estacrisis en un fenómeno localizado territorialmentea unas “ciudades” y núcleos urbanos pequeños.Al devolverle su magnitud, podemos entendertambién la importancia de la movilización y

 politización que supuso, las instancias que seinvolucraron, los diferentes grupos que partici- paron y las diversas posiciones que existieron.En este contexto comprendemos lo que deno-minamos el “repertorio de acciones” o prácticasque se tomaron en uno y otro lado llevando al“descabezamiento” no solo de las máximas auto-ridades, sino también la de toda una articulaciónvertical jerárquica, lo que conllevaba nombrarinmediatamente otras autoridades del gobiernocivil, eclesiástico y militar. En otras palabrasreemplazar el “mal gobierno” sustituyéndolo por“otro” en todo el territorio de las intendencias.De ahí también la importancia y magnitud de lacirculación profusa de anónimos, de copias de

 proclamas que con unas palabras adicionales odiferentes cambiaban sus signicados desde lasmás neutrales y eles hasta las que cuestionaban

la autoridad real.Finalmente, entendemos también las relacio-nes verticales que se fueron tejiendo y con ellome gustaría terminar. Los informes de Potosí delIntendente Sanz contaron, por ejemplo, que elnuevo Subdelegado nombrado por la Junta deLa Paz, Gabino Estrada, fue hasta Caquiaviri,Pacajes, donde en una reunión con todas la au-toridades y “principales” explicó “la traición alRey” mientras que el Protector de los Naturalesles decía que «Que ya era llegado el tiempo desacudir el yugo odioso de los Europeos, quienes a

 pesar de deber a este suelo su fortuna, oprimían asus naturales tiranamente y pensaban entregarlosa una dominación extranjera y de herejes… que

 para establecer su libertad era necesaria la unión,y estrecha alianza entre los criollos y los indios

 pues […] los primeros, ni los segundos de por

sí solos nunca podrán contrarrestar a las fuerzasque traerán los Europeos para esclavisarlos y

10 Barragán, “Presentación General” En: Reescrituras de la Independencia…

entregarlos a una dominación estraña, que a nde que se vericase esta estrecha unión se habíade elegir de cada Partido un indio principal quefuese el mas havil y racional para que sirviese deDiputados de su respectivo Partido recibiendo eltratamiento de “V. Señoría”, empuñaría bastón,sería recibido por el Cabildo de la ciudad, man-tendría casa con decoro y disfrutaría de la renta demil pesos anuales». Explicó también que la plata

de los tributos y otros ramos no saldrían ya de la provincia de La Paz ni del reino y que en La Pazse estaba preparando un nuevo código que debíaregir hacia delante. Todo un programa políticodetrás de la búsqueda de una alianza criollo-indígena que sin duda era el mayor temor de lacoalición representada por Sanz y sus alianzas

 políticas regionales y así lo habían expresado.Devolver la magnitud territorial de lo que sucedióen 1809 permite comprender también la atenciónque recibió de Lima y la decisión del ejército deGoyeneche.

El artículo de Sergio Serulnikov permite, por tanto, poner sobre el tapete temas de debatefundamentales que, sin duda, no se resuelven fá-cilmente, pero abren puertas para repensar no soloen nuestras interpretaciones sobre lo que sucedió,sino también, y al mismo tiempo, sobre sus con-

secuencias para repensar el Imperio.

Gabriel Di MeglioUniversidad de Buenos Aires, CONICET

Estamos ante un ensayo contundente e im- portante, por varias r azones. En primer lugar, porque plantea una crítica que Sergio Serulnikovya viene proponiendo desde trabajos anterioreshacia la interpretación de las independenciashispanoamericanas como resultado de un bigbang  –son sus palabras–, un acontecimientoimpredecible y sorprendente que desencadenóuna crisis extrema en la monarquía hispana, cuyoresultado fue la separación de la mayoría de susterritorios americanos. Contra esta idea de un rayoen cielo despejado, Serulnikov propone pensar

en una antorcha caída sobre hierba seca. Noniega la indiscutible magnitud del “cataclismo”de 1808 en el imperio español, pero asevera quelos enormes cambios a los que dio lugar no seexplican solamente por él, sino por los procesosde cambio político que se experimentaban desde

antes en América. Esta interpretación general, conla que coincido, se inere de su trabajo, a pesarde que se ocupa solamente del Alto Perú o, mejordicho, de una única ciudad: La Plata.

Esta discusión con el que –eliminando mati-ces– puede denominarse “paradigma guerriano”,tan destacado desde la década del 90 entre buena

 parte de los investigadores franceses, españolese iberoamericanos dedicados al período, implica

una invitación al análisis diacrónico, a buscarlas “raíces” de lo ocurrido a partir de 1808 en lasdécadas previas. Y eso es lo que hace Serulnikov,quien vuelve a visitar las conexiones entre dosmomentos revolucionarios: el de 1780-1781 yel de 1809-1810. Lo que propone se aleja delas posiciones de quienes más de medio sigloatrás presentaban a los rebeldes andinos como

 precursores de las emancipaciones del siglo XIX, pero también de las armaciones de que no huboninguna conexión entre ambos momentos, salvoel delismo a la Corona de aquellos que podíantemer una repetición de lo ocurrido con TúpacAmaru y los Katari. Por el contrario, aquí se

 propone que quienes pelearon contra los levan-tamientos tupamaristas en La Plata recorrieronel camino del cuestionamiento de las políticasimperiales. Se traza así una genealogía de lo ocu-

rrido en 1809 que no sigue una línea recta entredos identidades inquebrantables en el tiempo(de rebeldes a independentistas y de represoresa contrarrevolucionarios). Y tampoco ubica soloen la reacción a las Reformas Borbónicas lasrazones del descontento, como hacía algunahistoriografía de otra época, sino que ubica enla experiencia, en las consecuencias de la acciónde los habitantes de La Plata en relación con loactuado por las autoridades, una causa principaldel malestar que condujo a la impugnación delorden político en 1809.

Un elemento clave en la explicación –quese apoya también en otra bibliografía– es laconstrucción en el Alto Perú de una identidadcomunitaria diferente a la previa, “una mayor in-tegración vertical de las sociedades urbanas”. Laconsolidación de una antinomia entre “patricios”

de distinto nivel social y “peninsulares”, permiterastrear las bases de la posterior construcción deun Estado independiente, algo que no fue solocontingente, sino que tenía raíces sobre las queser construido. Pero la explicación del autor eludeel protonacionalismo de otros momentos historio-

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5352 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

grácos. Podría ser interesante contrastarlo másexplícitamente con el “criollismo” que DavidBrading propuso en Orbe Indiano para la NuevaEspaña dieciochesca y John Lynch consignó paratodo el imperio (en Las revoluciones hispanoa-mericanas). Serulnikov sostiene algo diferente: elesbozo de una identidad no centrada en las elites,sino pluriclasista –pero no exenta de tensiones– ysin ningún atisbo del esencialismo que sí aparecía

en los mencionados autores.Otro aporte destacado es detectar los efectos políticos de los conictos en torno del honormasculino, es decir, de un problema de género(las consecuencias de que soldados peninsularesde origen plebeyo pudieran afrentar los derechos

 patriarcales de los hombres de La Plata de cual-quier condición social). Por supuesto que haytrabajos que han avanzado en esta dirección, perola vasta producción sobre género y la amplísimahistoriografía sobre las independencias no suelencruzarse demasiado, y aquel falta por completoen buena parte de esta. En este artículo, el génerocobra una relevancia central, perfectamente arti-culada con el resto de las variables estudiadas.

También es remarcable que la llegada de laConstitución de Cádiz pierde en esta perspectivaun papel performativo, de iniciadora de cambios,

 para convertirse en un texto que vino a inuir ya introducir modicaciones en una realidad yaaltamente politizada y conictiva, lo cual dismi-nuye el peso, a veces exagerado, que le ha dadouna parte de la historiografía en los últimos años.

Me parece útil poner el ensayo en perspec-tiva no solo hispanoamericana, sino de mayoralcance, pensando en la “era de las revoluciones”,abierta en el “espacio atlántico” por la revoluciónestadounidense en los 1770 y seguida por la tupa-marista, la francesa, la haitiana, la española, lasiberoamericanas… Serulnikov consigna algunostópicos en La Plata que estuvieron presentes enmayor o menor medida en todas esas experien-cias: la impugnación de las formas de autoridad,la conversión de las clases populares en “sujetosde opinión”, la fuerza del principio de consenti-miento (se cita a un vecino acusado de decir que

las leyes necesitaban ser aceptadas para “queobliguen”); también la creciente oposición a las jerarquías sociales, es decir, un igualitarismo enalgunos casos político, en otros también social,

 pero en general operando en distintos conjuntossociales como animadversión hacia los privilegios

(y sirve al respecto la cita de los vecinos de LaPlata que denunciaron a funcionarios de buscar“superioridad, distinción y preferencia”).

Esto lleva a otro tema central: la vieja ycrucial problemática de cómo articular lo localy lo general. Serulnikov se ocupa de la sociedadurbana de La Plata y realiza algunas comparacio-nes con otras localidades altoperuanas, pero cla-ramente su posición es más ambiciosa: aboga por

revisiones similares para cualquier espacio del período. Por supuesto existen muchas y, en esesentido, la etapa de los bicentenarios está dandolugar a un conocimiento sobre la época de lasindependencias que es signicativo y abundante.Ahora bien, se abre también el desafío de cómoir integrando las explicaciones que indagan las

 particularidades de cada caso –aquí, qué causóel progresivo descontento de la población de LaPlata con la política imperial, los funcionarioslocales y hasta parcialmente en la Corona– conlo más rico que tiene el “paradigma guerriano”,que es su capacidad de proponer una explicacióncomún a los estallidos juntistas simultáneosen todo el imperio. Este ensayo brinda claves

 para ello: la coyuntura de d errumbe metropo-litano permitió la eclosión no solo de juntasque emularon de acuerdo con el pactismo lo

realizado en la Península, sino también de mo-vilizaciones de amplio alcance social, basadasen la experiencia local en un período de crisisimperial, que impugnaron en distintos lugaresel orden existente. En este sentido, los sucesosamericanos posteriores a 1809 se perciben cla-ramente como anticoloniales (y además quienes

 buscaron defender el statu quo también alteraronen varias oportunidades el orden tradicional),frente a las miradas más conservadoras que laubican solamente como una crisis monárquicay, entonces, no imperial.

En torno de esto, el artículo deja líneas paradebatir. Un es medir el peso de la coyuntura:si el desmoronamiento de 1808 fue solo unaoportunidad para que emergieran las tensionesacumuladas o si ella también fue –como creo–causa de acción, para discutir el poder y superar

la incertidumbre generada. Otro tema es la cues-tión del rey. En general, según arma la historio-grafía, la delidad a la Corona no fue puesta enduda en el imperio salvo entre integrantes de loslevantamientos tupamarista y tupakatarista. Aho-ra bien, desde los sucesos de La Plata en 1781

 parece haber comenzado (¿entre cuántos, conqué alcance?, difícil saberlo) un deterioro de esa

 posición indiscutible, como marca la armacióndel ocial que aseveró haber escuchado a alguiendecir “Sí, viva el Rey, si se quitan las Aduanas yTabacos y nuevos impuestos”. Este es un temamayor, ya que es crucial para entender cómodesde 1809 unos movimientos anticolonialesque podían no impugnar al monarca se fueron

volviendo rebeliones contra el monarca y contratodos los monarcas. Para mediados de la décadade 1820 una serie de frágiles repúblicas ocupaba

 buena parte de lo que había sido esa monarquía,y entender cómo se logró tamaño cambio en los

 principios de mando y obediencia, de qué modose obtuvo cierta legitimidad para los gobiernos

 basados en “la soberanía del pueblo”, tanto entrelas elites dirigentes como –sobre todo– a nivel

 popular, es un problema fundamental a esclarecerque queda por delante.

El ensayo, entonces, estimula: vuelve aabordar con elementos novedosos la conexiónentre las revoluciones posteriores a 1808 y sus“antecedentes” de mediano plazo, y se suma alos incipientes debates sobre los problemas del“paradigma guerriano”, algo que promete insuarnueva vida al campo de historiografía de las inde-

 pendencias mientras continúan los bicentenarios.

 Sinclair ThomsonUniversidad de Nueva York 

I.En un resumen de algunas de sus propuestas

fundamentales, el inuyente historiador de lasindependencias latinoamericanas François-Xavier Guerra escribió que los procesos revo-lucionarios se pueden estudiar desde tres nivelesdistintos. Primero está el nivel de las causas,tanto lejanas y estructurales como próximas ycoyunturales. En segundo lugar, se encuentra elnivel de las dinámicas, es decir, el desencadena-miento de los acontecimientos y el movimiento

de la acción social. En el tercer nivel están losresultados en los cuales desembocaron tales procesos. Para Guerra, y muchos de sus segui-dores, el nivel privilegiado es el segundo, yaque era según él, el plano de la política misma,mientras que las causas y los resultados, sostuvo,

“pueden analizarse sin demasiadas dicultadesde manera estática”.11 

Semejante formulación trae problemas con-ceptuales. El comentario sorprende por cuanto

 parece descartar la gran variedad y complejidadinterpretativa de los estudios de las causas ylos resultados en los procesos revolucionariosen el mundo. Buena parte de la riqueza de esahistoriografía se encuentra justamente en las

relaciones entre estos “niveles” –relaciones queresisten una reducción mecánica. Si nos atenemosa la cuestión de los “orígenes” de un fenómenorevolucionario, ¿cómo separar las causas, seanlejanas o próximas, estructurales o coyunturales,de la dinámica de los acontecimientos, sino deuna forma muy articial? Cuando se asevera, demanera simple y categórica, que el estudio delas causas es “estática” –“como un cuadro en elque se pueden captar la composición general, los

 principales volúmenes, el paisaje, los personajescentrales y los secundarios”– se refuerza la ideade una separación nítida entre las estructurasde largo plazo y los acontecimientos políticos“dinámicos” de la coyuntura. Sin entrar aquí enlos debates teóricos acerca de “la estructura dela coyuntura” (Sahlins) o “los acontecimientoshistóricos como transformaciones de las estruc-

turas” (Sewell sobre la revolución francesa), elefecto analítico es reducir el tiempo político alcorto plazo.

Enfocándonos en los orígenes de la indepen-dencia latinoamericana, para Guerra y otros his-toriadores como Jaime Rodríguez, cuyos trabajossosticados se han convertido en las referenciashistoriográcas más citadas, este enfoque en elcorto plazo tiene una manifestación muy concreta.Como sostuvo Guerra, “Todo empieza, como biense sabe, por las abdicaciones de Bayona…” Paraél y muchos otros después de él, el año de 1808representa una “crisis repentina” y el punto dedesencadenamiento para todo el proceso revo-lucionario en el mundo hispánico. La preocu-

 pación de estos historiadores era distanciarse deciertas narrativas nacionalistas y marxistas quesuponían un desenvolvimiento histórico natural

11  Francois-Xavier Guerra, “Lógicas y ritmos de lasrevoluciones hispánicas,” en F.X. Guerra (ed.),

 Las revoluciones hispánicas: Independenciasamericanas y liberalismo español.  Madrid: Ed.Complutense, 1995, 13 y 18.

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Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

El caso de La Plata que analiza es casi descono-cido en la historiografía y, por tanto, es aún másfascinante su trabajo. Pero, como bien señala elautor, se podrían encontrar procesos similares enotros ambientes urbanos andinos, por ejemplo,Cochabamba, La Paz, Arequipa y Cuzco entre1774 y 1780. Si bien estos casos son conocidos,sobre todo por sus protestas contra las reformas

 borbónicas scales, son comparables al fenómeno

del resentimiento contra la imposición borbónicade la tropa regular en La Plata.Con referencia al ámbito rural, otros traba-

 jos –como el propio libro de Serulnikov sobre laregión del norte de Potosí– han demostrado una

 profunda erosión de las relaciones de mediación política entre el Estado colonial y las comunida-des indígenas en el sur andino, no solamente enla coyuntura de 1780-1781, sino durante déca-das antes y después con la crisis del cacicazgo.Aunque Serulnikov no trabaja aquí el tema dela memoria política en 1809, su argumentacióngeneral podría apoyarse aún más en el hecho deque muchos líderes “patriotas” en el período dela independencia conocían de primera mano las

 prácticas políticas de movilización comunitaria yurbana desde la década de 1780 y aprovecharonsu conocimiento para nes políticos desde 1809

en adelante.12

Si tengo una duda respecto a la interpretaciónen el artículo, no se reere al análisis históricorealizado. Se trata, más bien, de la utilidad dela categoría conceptual de “antiguo régimen”(y que implica una correspondiente categoríade “modernidad”) compartida tanto por el autorcomo por muchos de los historiadores de la in-dependencia, con fuerte inuencia de Guerra. SiGuerra y otros historiadores se han esmerado porderrumbar teleologías nacionalistas simplistas,me parece que el marco de antigüedad/moderni-dad es igualmente problemático. Un paradigmainventado en el mismo período de la Era de las

12 Sinclair Thomson, “El r eencabezamiento:Impactos, lecciones y memorias de la insurrección

amarista/katarista en la independencia andina.(Los itinerarios de Juan Pablo Viscardo yGuzmán y Vicente Pazos Kanki)”. En: RossanaBarragán (ed.),  De juntas, guerrillas, héroes yconmemoraciones. La Paz: Alcaldía de La Paz,2010.

Revoluciones lleva una fuerte carga ideológica yteleológica de sello liberal, que habría que asumir,me parece, más como objeto de estudio que comoherramienta de análisis.

IV.El argumento de Serulnikov me parece

acertado y su propuesta historiográfica muyimportante para acercarnos con más profundidad

a los espacios, los actores, las prácticas y lastemporalidades que marcaron la crisis del podercolonial en el sur andino. Respecto a las tempo-ralidades en particular, mirar más allá del corto almediano plazo no implica volver a la teleologíanacionalista o la historia patria, ni caer en deter-minismos estructurales. Indagar en la complejidadde los tiempos políticos nos permite comprenderla causalidad de las revoluciones sin entenderlacomo un “cuadro estático”.

Estamos ante el reto de retomar el períodohistórico desde nes del s. XVIII hasta princi-

 pios del s. XIX, sin suponer de antemano que1808 provocó un quiebre radical entre una época

 prerrevolucionaria “tradicional” y otra época re-volucionaria “moderna”.13  Para el sur andino en

 particular, la crisis de la sociedad colonial tardíay las repercusiones de la insurrección katarista y

amarista marcaron el mundo político en 1809 ydespués. Como demuestra Serulnikov, las surasy los antagonismos previos anticiparon dinámicas

 posteriores. En este sentido, no todo empieza conlas abdicaciones de Bayona. Los orígenes del ntienen más historia.

Charles Walker University of California, Davis

Estos comentarios van a ser breves, ya queme gusta el texto. En realidad, mi comentario

 principal es que espero que el artículo tenga grandifusión y que así contribuya a los debates (a ratostediosos) sobre las guerras de independencia.Es un texto comprimido, con párrafos llenos deejemplos y múltiples argumentos. Por momentos,me pareció que desarrollando estas ideas, daría

 para un libro corto e importante.

13 Los trabajos recientes de Rossana Barragán,algunos de los cuales cita Serulnikov, apuntan eneste mismo sentido para el sur andino.

de la identidad y la conciencia nacional, o el de-sarrollo inevitable de las fuerzas de produccióny la conciencia de clase de la elite criolla. Y elvalioso logro de su trabajo ha sido desplazarcualquier teleología o determinismo simplista.Sin embargo, el intento de alejarse de teleologíasy determinismos y de enfatizar la contingencia yel corto plazo político ha generado una especiede sobrecompensación. Paradójicamente, a pesar

del énfasis esclarecedor en la cultura política yla indagación cuidadosa acerca de la historia delas juntas de gobierno post-1808, el proyecto hadado lugar a un relativo descuido de los orígenes

 políticos de la crisis colonial y del proceso de laindependencia.

II.Aunque Sergio Serulnikov declara modesta-

mente que no es original el trabajo que comenta-mos, en realidad cuestiona de forma aguda variosde los supuestos y las aproximaciones comunesen la historiografía predominante acerca de laindependencia. Su no trabajo sobre los movi-mientos políticos entre 1781 y 1785 en la ciudadde La Plata, sede de la Audiencia de Charcas enel Alto Perú, muestra que varias de la dinámicas

 políticas que podríamos asociar con una trans-

formación en la cultura política en el período post-1808, en realidad se estaban dando ya concasi treinta años de anticipación en el sur andino.En esencia, se trataba de un grado de intervención

 popular o subalterna en el debate público y latoma de decisiones de gobierno que representabaun cambio profundo en las relaciones de mandoy obediencia, y un trastorno del orden políticoestablecido.

Son destacables varios aspectos del trabajode Serulnikov que ayudan a ampliar el enfoque

 predom inante . En primer lugar, aunque estáconsciente de las dinámicas peninsulares, suconocimiento del escenario local en Charcas le

 permite interpretar los procesos políticos en elterreno de una manera más convincente, ya queno son simplemente reejos de procesos en lametrópoli. Segundo, su atención a una amplia

gama de actores políticos, incluyendo los sec-tores bajos, le permite mirar la política desdeuna óptica más amplia, como una expresión derelaciones de poder en la sociedad en su conjunto,y no solamente en términos de sus conductoresociales y sus cabezas más notables. Tercero, su

énfasis está en las prácticas políticas en lugar delas declaraciones de principios y las representa-ciones más abstractas, lo cual ayuda a apreciarcambios efectivos que todavía en ese momento nohubieran encontrado formulaciones discursivas ydoctrinales más familiares.

Finalmente, el trabajo nos ayuda a discernirmejor la dimensión temporal de los cambios

 políticos, el punto que quisiera remarcar aquí.

Si la coyuntura post-1808 era un contexto nu evoy propio, Serulnikov demuestra que varias delas dinámicas en torno del legítimo ejercicio de

 poder que se expresaron en esa coyuntura teníanraíces más antiguas. La profundidad de los cam-

 bios desplegados en el contexto nuevo estabavinculada, en realidad, con su prolongación en eltiempo. El tiempo político tiene diferentes planosy Serulnikov deja en claro que la dinámica en LaPlata en el período juntista no puede comprender-se adecuadamente con una perspectiva de corto

 plazo. La politización de los actores en 1809reejaba el desarrollo de prácticas y conciencias

 políticas entre los sectores plebeyos durante fasesanteriores de tensión y conicto social. De lamisma manera, la crisis de la legitimidad y de laefectividad de la dominación colonial en Charcasno fue simplemente el resultado del vacatio regis 

y del posterior debate sobre la representación,sino de procesos más largos en los cuales sefueron cuestionando y erosionando las relacionesde poder a nivel local (y no necesariamente recha-zando explícitamente a la Corona o proponiendofórmulas de gobierno antimonárquicas).

III.Apoyando el argumento de Serulnikov en

su artículo, creo que podríamos ampliar aúnmás la visión de una politización e intervención

 públic a de actores sociales subalte rnos y deuna descomposición en las relaciones políticascoloniales en el sur andino, mucho antes de laruptura post-1808. Es curioso, dado sus impres-cindibles trabajos anteriores, que Serulnikov nose enfoque mucho en los trastornos provocados

 por la insurrección katarista y amarista entre

1780 y 1781, una coyuntura de crisis generali-zada en todo el territorio. Quizás el propósito deSerulnikov ha sido mostrar otro ambiente que nosea el rural-indígena, sino un escenario urbanomenos conocido en que también se fracturaban yerosionaban las relaciones de poder establecidas.

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5756 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

Simplicando bastante, los estudios sobrelas causas y signicado de las guerras de inde -

 pendencia se parecen a un partido prolongado de ping-pong. Los historiadores se enfocan en el ladoamericano, después Europa, de nuevo América,etc., etc. Incluso, los estudios atlánticos tiendena centrar su análisis, al n, en el lado oriental delOcéano Atlántico.14 Europa constituye la “varia-

 ble independiente” y América la “dependiente” para usar términ os ya nada de moda. Estoytotalmente de acuerdo con el argumento de Serul-nikov que las interpretaciones tan inuyentes deFrancois-Xavier Guerra tienden a minimizar lasdiferencias entre las regiones hispanoamericanasy muestran los cambios de 1808-1825 como reac-ciones americanas a eventos y transformacioneseuropeas. En contraste, Serulnikov demuestraque los diferentes movimientos sociales –levan-tamientos, motines, cabildos abiertos, etc.– no sonmeras respuestas a los acontecimientos europeosy que la realidad andina siempre se mantuvodinámica. Sobre todo, las relaciones y prácticas

 políticas (y el inventario analizado aquí es amplioy profundo, desde la visión del rey al conceptode la soberanía) cambiaban constantemente. Esdecir, la cultura política y las relaciones del po-der no eran iguales en, digamos, 1780 y 1808, y

no solo debido a los cambios radicales en el surde Europa. Seguir y comprender estos cambios permite un análisis menos eurocéntrico y más elal dinamismo y creatividad política en el mundoandino a nes de la colonia.

Serulnikov subraya que en La Plata la di-visión entre la plebe urbana y la élite (términoimpreciso que él no emplea) se erosionaba en

14 Para un buen resumen, con profundidad y algode humor, ver David Armitage, “La primeracrisis atlántica: la revolución americana”, http://www.20-10historia.com/articulo1.phtml 

este largo período, es decir, se acercaban políti-camente, permitiendo así las alianzas que vemosen las primeras décadas del siglo XIX. De algunamanera, podría recordar a las interpretaciones“nacionalistas” que enfatizaron la lenta creaciónde una alianza entre criollos, mestizos, indíge-nas y castas. Sin embargo, Serulnikov no es nisimplista ni nacionalista. Subraya los cambioscontinuos en las alianzas políticas, sin perderde vista las relaciones del poder, y enfatiza elimpacto de la presencia de tropas realistas en lasidentidades y alianzas locales. Serulnikov siempreha tenido un gran ojo e inclinación por la historiacomparativa y aquí demuestra sus habilidades yla relevancia de tal método para el tema de moda,la independencia.15 

Insisto en la importancia de este texto. Sucrítica a Guerra y Jaime Rodríguez se basa enuna lectura profunda y respetuosa; igual, porejemplo, con los trabajos inuyentes de ManuelChust. Demuestra las bondades de la historiacomparativa, tanto en el espacio como el tiempo.Como muchos lectores, tengo cierta apatía haciala producción incesante de los booms  de los

 bicentenarios (congreso tras congreso, libro traslibro), sobre todo por la falta de control de calidad.Este ensayo, sin embargo, es novedoso y merece

un público amplio. Por eso, como propuse en el principio, mi crítica se centra en que es a vecesalgo denso. Un libro basado en este texto, queresume muy bien las diferentes corrientes histo-riográcas y demuestra las cambiantes prácticas

 políticas a nes del XVIII y comienzos del XIX,vendría muy bien.

15  Sergio Serulnikov, Revolución en los Andes: laera de Túpac Amaru  (Buenos Aires: EditorialSudamericana, 2010). Tuve el honor de escribirel prólogo en su traducción al inglés.  Revolutionin the Andes: The Age of Túpac Amaru (Durham:Duke University Press, 2013).

 Sergio Serulnikov Respuesta a los comentarios

El motivo que me llevó a escribir este artículofue suscitar discusión sobre algunas cuestionesque me parecen claves para pensar los orígenes de

la crisis del dominio español en Charcas. Surgióde mi inconformidad con ciertas líneas generalesde análisis de la independencia que, al calor delas innumerables rememoraciones bicentenarias,han cobrado prominencia en los últimos tiempos,así como de la constatación de importantes vacíoshistoriográcos sobre las raíces profundas delos acontecimientos que se pusieron en marchaen La Plata, en mayo de 1809. Ciertamente, no

 procura plantear una interpretación comprensivadel fenómeno independentista. En primer lugar,

 porque se limita a poner en relación dos períodoshistóricos discretos (no es una película, sino dosfotografías juntas); también, porque su foco deatención se detiene precisamente en lo que a

 fortiori se convertiría en el punto de partida dela emancipación; y, nalmente, porque la debacledel orden colonial en al Alto Perú, la más pro-longada del continente, está lejos de ser mi áreade especialidad y me debo apoyar en trabajos deinvestigación de otros para formular mis propiasideas. Aun así, los comentarios de los distinguidoscolegas conrman que los puntos en discusión,más allá de los méritos de los argumentos, ame-ritan ser considerados y debatidos.

Voy a organizar mi breve respuesta alrededorde cuatro de los temas que aparecen en los comen-tarios, en algunos casos de manera recurrente. El

 primero remite a cuestiones interpretativas sobrela naturaleza del orden social y político indiano, elsegundo y el tercero a las dimensiones temporales yespaciales del problema y el último a la vinculaciónentre las rebeliones kataristas y el proceso indepen-dentista. Respecto a lo primero, el argumento quevertebra el ensayo, desde la primera a la última

 página, es que la dinámica sociedad charqueña esininteligible, si se la piensa dentro de los estrechosmarcos de las concepciones pactistas del podermonárquico. La relación de las comunidadeslocales con la Corona no era asimilable a la delos reinos europeos y tanto las prácticas políticas

RESPUESTA

como las formas de estraticación social reejanla naturaleza especíca, colonial, de las sociedadesamericanas. Por lo tanto, los desafíos al ordenestablecido, antes y después de 1808, no puedenser comprendidos como reacciones típicas de lassociedades de antiguo régimen al sistema absolu-

tista en las postrimerías de las revolución francesa.La naturaleza de las instituciones de gobierno y las jerarquías sociales estaban inextricablemente arti-culadas a una determinada distribución geopolíticadel poder. Así, por cierto, lo percibían los propiosactores. Por consiguiente, no puedo, sino coincidircon Rossana Barragán respecto de que este temadebiera suscitar “amplias discusiones”, especial-mente considerando la escasa o nula polémicaque ha generado, en gran parte por la formidableinuencia, muy merecida en muchos sentidos, delos pioneros trabajos de François-Xavier Guerra.El término “global” que yo atribuyo a la visión deGuerra y sus asociados (un término que debí haberevitado) no se reere a enfoques propios de lashistorias transnacionales –los cuales por lo demásdebieran exceder el ámbito Iberoamericano–, sinoexactamente a la perspectiva panhispánica que

acabo de mencionar y que Barragán sintetiza con precisión en sus primero párrafos. Una aproxima-ción global al fenómeno de la independencia, quesin duda no tiene por qué inhibir análisis de escalalocal, es una conversación muy fructífera, pero esotra conversación.

Me parecen muy pertinentes las reexionesde los comentaristas respecto a la necesidad derecuperar una historia política de largo aliento.Daría la impresión de que la revalorización delos aspectos eminentemente políticos de los

 procesos de la independen cia, lejos de haberimpulsado una historia política de mediana ylarga duración, ha reforzado imágenes estáticasy compartimentalizadas del mundo tardocolonial.Como bien muestra Sinclair Thomson, a la dico-tomía que “reduce el tiempo de la política al corto

 plazo” se le ha concedido, incluso, cierto estatutoepistemológico: el tipo diferencial de análisisque presumiblemente requiere el tratamiento delas causas, los procesos y los resultados de los

 procesos revolucionarios. Es un a prem isa quese desprende, a su vez, de la interpretación de la

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5958 Revista Andina Nº 52, año 2012

Estudios y Debates Sergio Serulnikov: El fn del orden colonial en perspectiva histórica

Paz entre 1770 y 1809 nos enseñan tanto o mássobre las raíces del radicalismo del movimiento

 juntista paceño que la copiosa literatura sobre lasmotivaciones ideológicas últimas de sus líderes(independentistas, autonomistas, realistas, etc.) ylas similitudes y diferencias de sus proclamas res-

 pecto a las de sus pares en Charcas. Por otro lado,esta heterogeneidad es, asimismo, muy marcadaal seno de cada región. Al menos en la ciudad deLa Plata, el movimiento estuvo muy lejos de servertical y jerárquico. De hecho, la autoridad dela “audiencia gobernadora” fue permanentementecontestada, los sectores populares se movilizaron

 pese a los intentos de ponerles freno y grupos devecinos patricios y universitarios fogonearon laadopción de cursos de acción más extremos y

 beligerantes. Cualquiera fuera la ascendenciaque el antiguo tribunal logró conservar en el restodel Alto Perú tras su declaración de rebeldía, loseventos en La Plata excedieron por completo losdesignios de los oidores. La rica evidencia pre-sentada por Lleó, al margen que se acuerde conlas premisas y conclusiones de su análisis, indicaque no fue uno, sino muchos movimientos, algo

 perfectamente natural si se miran los múltiplesniveles de conicto, cercanos y distantes, quedesembocaron en su estallido.

Acaso, otro motivo más pragmático para quela oportuna prevención contra la fragmentaciónde los espacios no nos haga perder de vista la im-

 portancia de las historias locales es lo escaso quesabemos de ellas. Como ha sido probado muchasveces, las unidades políticas de base en el mundocolonial hispanoamericano eran las ciudades y sushinterlands. Sabemos también muy bien que losgrandes núcleos urbanos altoperuanos (La Plata,La Paz, Potosí, Oruro o Cochabamba) tenían per -les socioeconómicos y políticos muy diversos.Los trabajos de Fernando Cajías de la Vega paraOruro, de Eugenia Bridhikina y los míos paraLa Plata o los de Barragán para La Paz, entreotros, son demasiado escasos y parcializados paraconformar un panorama comprensivo y dinámicode estas sociedades durante el período colonialtardío. Poco conocemos, por ejemplo, sobre las

características y evolución de los gremios, los procesos de distinción social en el interior de lossectores plebeyos, los cambios en las funcionesde los cabildos durante el siglo XVIII, el proce-so de mestizaje y su impacto en la cultura delhonor y las ideas de masculinidad o los variados

repertorios de acción política. Thomson señala, por ejemplo, que los enfrentamientos generados por el estacionamiento de tropas regulares enlas principales ciudades andinas a comienzosde los años ochenta, un fenómeno de profundasconnotaciones en los modos como la sociedad se

 pensaba a sí misma y su relación con la metrópoli,no se limitaron a La Plata. Pero es exiguo lo quese ha estudiado sobre ello y yo mismo encontréal comenzar mi investigación que, pese a la ex-traordinaria magnitud del acontecimiento (el cualincluyó las dos principales revueltas urbanas enla historia de La Plata, varios cabildos abiertos,la destitución y arresto de altos magistradosacusados de complicidad con los amotinados y

 prolongados enfrentamientos pú blicos entre elvirreinato y el ayuntamiento), apenas existíanescuetas e incompletas referencias en librosdedicados a temas más vastos. Más allá de cómoelijamos construir la ineludible articulaciónentre distintas escalas espaciales de análisis (lolocal, regional, virreinal e imperial), el punto enel que creo todas las intervenciones convergen,y que quisiera resaltar una vez más, es que es lareconstrucción de estos procesos lo que nos puede

 brindar una base sólida para entender la complejaescena político-militar que se conforma tras los

levantamientos de 1809, la revolución en el Río dela Plata y el resto de los sucesos que puntuarían elcamino a la independencia del Alto Perú.

Cómo este proceso desembocó, al igualque en el resto del continente, en regímenesrepublicanos idealmente basados en nocionesde soberanía popular, ciudadanía y nación es untema que excede los nes de mi ensayo, peroque tiene, desde luego, un enorme interés. Acasoel surgimiento de nuevos imaginarios políticossea uno de los campos donde la historiografíalatinoamericana más y mejor ha avanzado en lasdos últimas décadas. En todo caso, creo como DiMeglio que el desmoronamiento de la monarquíaespañola y la subsecuente emergencia de focosrevolucionarios y guerra generalizada, conguróun evento cuyas consecuencias y ramicacionesno pueden ser deducidas de las circunstancias

 previas. Acontecimientos de semejante magni-tud están en exceso de las condiciones que los producen. Prédicas como las de Gabino Estrada,Viscardo y Guzmán y Pazos Kanki evocadas

 por Barragán y Thomson son sintomáticas de laformidable y centrífuga energía política desenca-

independencia como una respuesta universal, enEspaña y América, a la debacle del absolutismo

 borbónico en 18 08. Es cierto, además, que yaexistía una arraigada tradición historiográcaque abandonaba esta dimensión temporal a lahistoria económica, de las ideas o institucional.Son esas historias las que alimentan las síntesisgenerales sobre el mundo colonial en el sigloXVIII. La historia política urbana ha sido, porlo general, connada al estudio de los motinesantiscales, los cuales ofrecen una visión muynecesaria, pero, por su propio objeto de estudio,también sesgada de la vida política colonial.De ahí que, como también Gabriel Di Meglioy Charles Walker plantean, resulte imperiosofortalecer agendas de investigación que, a la parde adoptar una visión ampliada de los tiemposde la política, recuperen sus múltiples facetas:las disputas cotidianas por el poder y el estatus,los cambios en la esta y el ceremonial públi-co, las tensiones entre los organismos regiosy corporativos de gobierno, la emergencia defocos de debate abierto sobre asuntos de interéscomún o las mutaciones en la relación de losdistintos sectores sociales urbanos. Debiera seruna historia comprensiva e integrada de actorescolectivos y procesos de mediano y largo alcance

que tome como insumos, mas no sea sustituida, por análisis estructurales o de campos socialesestancos (las reformas borbónicas, los procesoseconómicos, las grandes polémicas ideológicassobre los fundamentos del poder monárquicoo las políticas públicas). Requiere , sobre todo,hacer foco en las prácticas políticas cotidianas y,dentro de ellas, en los sectores plebeyos, cuyasintervenciones en los asuntos públicos, lejos delimitarse a la defensa de intereses corporativos,

 participaron del universo material y simbólicode la sociedad en su conjunto.1 Se trata de unahistoria que es por naturaleza local o micro, yque en gran medida está por hacerse.

Ello me lleva al tercer punto. Barragánofrece en su comentario una persuasiva serie de

1 Dos estudios recientes que, desde diferentestradiciones historiográcas, participan de estetipo de enfoque son  El  tiempo de la libertad. Lacultura política en Oaxaca , 1750-1850 de PeterGuardino (2009) y Los talleres de la revolución:la Buenos Aires plebeya y el mundo del Atlántico,1776-1810 de Lyman L. Johnson (2013).

indicadores de la escala regional de los eventosque se desencadenan en 1809. Recuerda, conrazón, la interrelación entre los levantamientosde La Plata y La Paz y las diferentes reaccionesa ellos en Potosí y otras áreas del Alto Perú.Llama a reunir y no fragmentar espacios. Megustaría aquí simplemente hacer algunos se-ñalamientos, a n de claricar los parámetrosde la discusión de estos problemas. En primerlugar, la cuestión del timing . Me parece claroque los conictos fundamentales que conducenal estallido del 25 de mayo remiten a una haz detensiones propias de este universo urbano y queinvolucran la relación entre la ciudad y la cortevirreinal porteña, entre las máximas magistra-turas coloniales (la audiencia, el intendente y elarzobispo) y entre los funcionarios españoles yel cabildo, la universidad, el clero y los gremiosde ocios. Son enfrentamientos que envuelvena todos los sectores de la sociedad charqueñay que van conformando un amplio espacio dedebate público sobre cuestiones políticas en elsentido más amplio del término. Mientras, desdeluego, todas las ciudades se vieron afectadas porlas noticias sobre la vacancia regia y la difusiónde los planes de la Infanta Carlota, es a partir dellevantamiento de La Plata, y de las virulentas

réplicas que motivó desde Buenos Aires y Lima,que parece crearse un escenario político regionalmás integrado, en gran parte debido al peso po-lítico e intelectual de la ciudad como sede de laaudiencia, el arzobispado y la universidad y, porsupuesto, a la conmoción que supuso el inauditodesconocimiento de la autoridad virreinal. Enotras palabras, la regionalización del conicto,como las identidades colectivas que se iríanconsolidando en función de los enfrentamientos

 políticos y bélicos por venir, fue el progresivocorolario de este proceso, no su punto de partida.

Asimismo, volviendo a un punto anterior,argumentaría que una vez que las confrontacionesse generalizan a partir de mayo de 1809, la ampliadiversidad de respuestas a nivel local remite, engran medida, a experiencia históricas discretas delargo aliento, no solo a solidaridades regionales

generadas en respuesta a las novedosas circuns-tancias a ambos lados del Atlántico. El análisissincrónico debe estar articulado a un análisisdiacrónico. Considero, por ejemplo, que trabajoscomo los de Barragán (1995) sobre las pequeñasy grandes disputas intraelite en la ciudad de La

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61Nº 52, año 201260 Revista Andina

Estudios y Debates

denada por el fenómeno. Si, según observa esteúltimo, el concepto de antiguo r égimen empleadoen el ensayo lleva en su vientre una engañosacarga teleológica (tradición/modernidad), es un

 punto que merece ser tomado en consideración.Por cierto, la idea del ensayo no es que la erosiónde la cultura política colonial preguró las formasconcretas que adoptaría lo nuevo, existen muchasotras mediaciones, sino que coadyuvó a hacerlasconcebibles.

Una última reexión para señalar mi acuerdocon el llamado de Thomson y Barragán a integraral análisis las áreas rurales. No hay duda de quetanto la compleja relación de los criollos con lascomunidades indígenas como las formas en quefueron evocados y reprocesados los levantamientoskataristas en virtud de los imperativos políticos dela hora son aspectos constituyentes del procesoindependentista en la región. Aprovecharé única-mente para insistir sobre una cuestión mencionada

 por Di Meglio que considero indispensable para pensar el impacto de largo plazo de las rebelionesde 1780-1781 en la zona de Charcas, quizás tam-

 bién en otras áreas, al que se ha prestado hasta aquíescasa atención. A mi juicio, uno de los más tangi-

 bles efectos de la sublevación en la historia políticatardocolonial radicó en el empoderamiento de los

grupos hispano-criollos y mestizos que cargaron ocompartieron el peso de la guerra en un contextode fuerte centralización del poder regio. En LaPlata, la “reconquista” del reino, una expresiónde la época, de parte de las milicias urbanas de

 patricios y plebeyos se tornó de inmediato en unmedio de rearmación de la ciudad como sujetohistórico y de derechos. De allí que la progresivaemergencia de nuevas y contestarías construccio-nes identitarias llevara la impronta de una dobleantinomia. Fue en oposición a los levantamientos

 panandinos que los criollos procuraron erigir me-canismos de distinción social que estaban siendo

 puestos en cuestión por las políticas imperiales encurso. Sirva como ejemplo lo dicho por un perso-naje clave en los conictos del período entre laciudad y los magistrados porteños como Juan JoséSegovia, el principal vocero de los vecinos en los

enfrentamientos con el ejército regular y la cortevirreinal de 1781-1785 y uno de los rmantes dela célebre Acta de los Doctores en enero de 1809que preludió el levantamiento cuatro meses des-

 pués. Sostuvo que los que intentaban asociar a loscriollos con los indígenas “deben estar persuadidos

que en saliendo de Europa, todo es barbarie, yque en América tan solo se encuentran unas con-gregaciones de sátyros (sic), o hombres medios

 brutos… Ni por lo temporal ni por lo espiritual pueden tener los criollos peruanos ni aun aparentemotivo para semejante entusiasmo: porque ¿quéfuera de ellos si el indio llegara a dominar? ¡Haymi Dios! ¡Y con qué horror uno se lo imagina!Se convirtieran los españoles indianos en indios,y buscando la libertad se encontraran en horriblecautiverio…”2

Igualmente signicativo, el rechazo del in-nato salvajismo de los indios, lejos de recostarseen presuntos sentimientos de pertenencia a unanación universal hispánica, fue de la mano conel rechazo de la colonialidad de las estructurasvigentes de gobierno. No voy a repetirme sobreeste punto, pero permítaseme concluir con unamuy colorida cita que me topé hace poco acercade José de Gálvez, el principal arquitecto, ytambién albañil, de los vínculos de España consus posesiones de ultramar en el siglo XVIII.Al informar desde Madrid sobre la muerte deGálvez, ocurrida el 17 de junio de 1787, un curacriollo que había residido en La Plata durantelos años previos, y cuya principal preocupación,como la de tantos otros, no pasaba por oponerse

a sus superiores, sino trabajar el sistema paraascender los escalones de las burocracias civilesy eclesiásticas, relató a un pariente en Quito, sinahorrarse detalles, que tras salir de una reunióncon el Conde de Floridablanca, el poderoso Mi-nistro de Indias “se apeó del coche en el Paseode Aranjuez para hacer una diligencia corporalen cuclillas, y cayó en el mismo sitio sin habla ysin sentido”. Y concluyó: “murió cagando quiennos ha cagado a todos”.3 Un lacónico epílogo al

 problema de la percepción de la cuestión colonial.Poder discutir por escrito, con el distancia-

miento y espacio de reexión que la escritura permite, sobre los temas históricos que nos inte-resan, es un lujo que pocas veces nos podemosdar. Hacerlo con colegas cuyos trabajos tantoadmiro y tantas veces han contribuido a inspirarlos míos, lo es más todavía. Agradezco a Revista

Andina por la oportunidad.

2 Citado en René-Moreno (1996: 137).3 Archivo Histórico del Banco Nacional de Ecuador,

Fondo Jacinto Jijón y Caamaño, 00026-83.

artículos,notas y documentos

Luchando por ‘la patria’ en los Andes1808-18151*

Natalia Sobrevilla Perea

 Resumen

El presente artículo estudia cómo la ausencia de Fernando VII del trono afectó elsur de los Andes, primero con la creación de Juntas y luego con el enfrentamiento entreestas y el gobierno del virrey José Fernando de Abascal. A pesar de que la historiografíaconcibe como patriotas a quienes ve como a favor de la independencia, en ese momentotodos los actores involucrados en estos procesos consideraron que su participación en estosconictos se debía a que estaban ‘luchando por la patria’. Sin embargo, este concepto de

 patria fue variando, por lo que dejó de ser posible verse al mismo tiempo como parte de una patria más amplia que incluía a toda la monarquía hispánica, una patria americana y una patria chica, pasando a ser una patria cada vez más circunscrita a lo local. Con este n, seestudia el periodo 1808-1815 en el espacio geográco que va desde Lima a Buenos Aires.

Palabras clave: Patria, independencia, Audiencia de Charcas, Junta de Buenos Aires,Junta de La Paz, Junta de Chuquisaca, José Fernando Abascal, José Manuel de Goyeneche.

1 * Este artículo se basa en una sección de mi trabajo Contesting the meaning of Patria: becoming

 Peruvian through war 1809-1824  presentado en el Seminário Internacional Revoluções deIndependência e Construção da Nação Pontifícia Universidade Católica de Rio de Janeiro Noviembre 2008, fue revisado durante una estancia de investigación en la John Carter BrownLibrary en 2009. Agradezco, además, el apoyo de la Universidad de Kent para visitar el Archivodel Conde de Guaqui en el 2011, la ayuda de investigación de Jorge Falcones, así como la atentalectura de Alejandro Rabinovich y Juan Luis Ossa.