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HISTORIA GENERAL DE AMÉRICA LATINA Volumen V DIRECTOR DEL VOLUMEN: GERMÁN CARRERA DAMAS CODIRECTOR: ]OHN V. LOMBARDI EDICIONES UNESCO / EDITORIAL TROTTA

LYNCH, John. Los Factores Estructurales de La Crisis- La Crisis Del Orden Colonial

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HISTORIA GENERALDE

AMÉRICA LATINA

Volumen V

DIRECTOR DEL VOLUMEN: GERMÁN CARRERA DAMASCODIRECTOR: ]OHN V.LOMBARDI

EDICIONES UNESCO / EDITORIAL TROTTA

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LOS FACTORES ESTRUCTURALES DE LA CRISIS:LA CRISIS DEL ORDEN COLONIAL

John Lynch

Los anos de 1808-1810 fueron decisivos para América Latina. La invasión de Por-tugal y Espana por Napoleón privó a Ias colonias ibéricas de sus metrópolis y dejóun vacío de poder que pugnaron por llenar intereses rivales. Sin embargo, Ia cri-sis política tenía una larga prehistoria durante Ia cuaI crecieron Ias economías co-loniales, se desarrollaron Ias sociedades y avanzaron considerablemente Ias ideas.No se trataba de una mera crisis de crecimiento económico contrariado por Iasexigencias coloniales, sino de un choque entre dos tendencias opuestas. En Ia se-gunda mitad deI siglo XVIII, América había estado sometida a un doble proceso:Ia repercusión de Ia nueva política imperial y Ia presión de Ias cambiantes con-diciones coloniales. La nueva política se traducía en «reformas» comerciales, ins-titucionales y militares, y en Ia exigencia de ingresos acrecentados. Las condicio-nes cambiantes consistieron en eI crecimiento de Ia población, Ia expansión de Iaminería y de Ia agricultura y eI desarrollo deI mercado interno; no todos estos fe-nómenos respondían a Ias necesidades imperiales. Así, América se convirtió en es-cenario de un conflicto entre políticas coloniales primitivas y pueblos que habíanalcanzado una nueva fase de madurez.

EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO

En Hispanoamérica los índices de mortalidad seguían siendo altos, especialmen-te entre Ios nifios, Sin embargo, pese a Ias epidemias, Ias hambrunas, Ios terremo-tos y Ias crisis continuas de subsistencia, eI índice de natalidad empezó a rebasaraI de mortalidad y, como Ias mujeres indígenas se casaban más jóvenes y Ias blan-cas tenían más hijos, Ia población creció (Sánchez Albornoz, 1984: 3-35). A pe-sar de Ias imposiciones de Ia Iey y de Ios prejuicios, Ias uniones entre razas ibanen aumento en eI siglo XVIII, siendo eI sector mestizo de Ia población eI que crecíacon mayor rapidez. La población indígena empezó a recuperarse de Ios estragosdeI siglo XVI: en eI centro de México, a partir deI ano 1630; en Ios Andes perua-nos, desde principios deI siglo XVII). La población indígena de México aumentóun 44% en eI siglo XVIII; también en Perú se multiplicaron Ios indios, aunque me-nos prolíficamente. Mientras tanto, en Ias nuevas fronteras de asentamiento en eI

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litoral atlántico de América del Sur, centro de exportación agrícola y de coloniza-ción interna, el crecimiento de Ia población acompafió al desarrollo económico, enparticular en Buenos Aires y su región, y en Ia costa venezolana y los llanos. EnNueva Granada, Ia presión de los campesinos mestizos sobre los «resguardos» deindios era una sefial del aumento de Ia población y del consiguiente afán de po-seer tierra. -

EI crecimiento de Ia población fue el resultado de un aumento natural y node una inmigración renovada, y el número de criollos (americanos nacidos enAmérica) siguió siendo superior al de los espafioles peninsulares (espafioles naci-dos en Espafia). Entre 1765 y 1800, el número oficial de emigrantes de Espana aAmérica fue de 11 116, con tendencia a disminuir; el 860/0 eran varones y, con-trariamente a 10 que podían pensarse, Andalucía seguía siendo Ia principal región deprocedencia, aunque en proporción al número de habitantes, el Norte de Espanaenviaba más gente (Márquez Macías, 1991: 68-79). Las cifras reales, incluidos losemigrantes no oficiales, eran muy superiores, pero aun así se estima que en todoel siglo XVIII no más de 53 000 espafioles emigraron a América, o sea en promedio500 al ano, menos de 10 que se calcula para los siglos anteriores. Muchos de ellosviajaron en calidad de funcionarios, oficiales del ejército, miembros de Ia Iglesia ycomerciantes, es decir, como representantes de Ia clase dominante imperial. Peromuchos otros eran colonos que viajaban a América para huir de Ia superpoblacióny de Ia pobreza económica deI Norte de Espana y Ias islas Canarias; también habíaentre ellos catalanes que seguían el camino de sus exportaciones y otros espafiolesen busca de oportunidades económicas. Si bien el número de emigrantes espa-fioles se iba reduciendo, el comercio de africanos esclavos en cambio, aumentóconsiderablemente en Ia segunda mitad del siglo XVIII, ya que Ia trata de esclavosrespondía a Ia expansión de los cultivos tropicales, sobre todo el de Ia cana deazúcar en el Caribe. Entre 1761 y 1810, se introdujeron en Hispanoamérica unos300000 esclavos africanos, Ia mayoría en Cuba y Puerto Rico. Hacia 1817, e157%de Ia población de Cuba era negra y el 49% de ella eran esclavos. En Venezuela yNueva Granada también se recibieron nuevos contingentes de esclavos.

EI crecimiento demográfico dio impulso a Ia oferta de mano de obra esclavao libre para Ias plantaciones y Ias minas, y también propulsó Ia demanda de bie-nes de consumo en el mercado interno de productos agrícolas y manufacturas co-loniales, y el comercio interregional. Había, sin embargo, numerosos focos detensión. En una población total de 13.5 millones de habitantes, los indios, los ne-gros y los mestizos representaban más del 80%, 10 que causaba una fuerte con-centración de agravios y desavenencias. Los indios por sí solos constituían el45%de Ia población total, y aunque en algunas regiones se estaban mezclando con losmestizos, en sus zonas de asentamiento -centro de México, Guatemala, Ecuador,Alto y Bajo Perú- preservaban su cultura y recobraban lentamente su peso de-mográfico. En México, entre 1790 y 1810, Ia población pasó de 4.4 millones a6.1 millones, prueba del rápido crecimiento de Ia población india y mestiza; deeste total, los blancos en número de 1.1 millón representaban tan sólo el 180/0,frente al 60% correspondiente a los indios y el 22% a Ias otras castas. En Perú, 10sindios se concentraban en los Andes; Ias negros y mulatos, en Ia costa; Ias blan-cos, en Lima, ellitoral y Cuzco. El censo de 1795 arrojó un total de 1 115 207

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habitantes: espafioles (una minoría de peninsulares y una mayoría de criollos),140890, o sea el 12.6%; indios, 648615, e! 58%; mestizos, 244313, el 22%;negros libres, 41004, el 4%, esclavos, 40385, e! 4% (Lynch, 1986: 158-159,298-299, 301).

Estas cifras contribuyen a explicar por qué los criollos de México y Perú eranconservadores por instinto, se sentían predispuestos hacia el poder imperial y seresistían a abandonar Ia protección de un gobierno fuerte y a quedar a merced deIas masas indígenas. En Venezuela Ia tensión cobró otras formas. Hacia 1800, Iapoblación de Ia colonia ascendía a 780000 habitantes, el 60% de los cuales vivíanen Ia Diócesis de Caracas. Allí, de un total de 427 205 habitantes, los blancos re-presentaban tan sólo e125%, Ia mayoría criollos. En cambio, los pardos, negros li-bres y esclavos constituían juntos e! 61.3% de! total (Lombardi, 1976: 132). Loscriollos de Venezuela eran un grupo asediado, dispuesto a prestar apoyo a un po-der imperial fuerte pero también a abandonarIo si se debilitaba. Nueva Granadase enfrentaba a una presión de otro tipo. Según el censo de 1778, en una pobla-ción total de 826550 habitantes los blancos representaban el 33.5%; los mesti-zos, el 44.5%; los indios, e! 16.5%, y los esclavos, e! 5.4%. El mestizaje crecien-te iba acompafiado de Ia aparición de numerosos agricultores asentados, llamados«clase media» por e! virrey Guirior, que competían por Ia tierra con Ias hacien-das y los resguardos. Las tierras afectadas fueron Ias de los indios: «La mayorparte de Ias gentes de Ia clase media viven dispersas en los campos, en Ias cerca-nías y aI abrigo de los pueblos de indios, disfrutando los resguardos de éstos yalgún corto pedazo de tierra que les sufrague para vivir miserablemente, sin quepuedan observarse Ias leyes que prescriben su separación» (Guirior, 1776: 149).En Ias confrontaciones con e! Estado colonial, los mestizos e indios eran aliadosprecanos.

Sin embargo, e! punto crítico de Ia discordia demográfica estaba en otra par-te: entre los sectores que se disputaban e! poder político. La inmigración de Espa-fia no bastaba para modificar el desequilibrio básico y creciente entre Ia minoríapeninsular y Ia mayoría americana. Hacia 1800, había unos 2.7 millones de blan-cos, o sea un 20% de Ia población total. De éstos, sólo 30000 eran peninsulares.En términos demográficos, el cambio político se produjo con retraso y no fue unaccidente de 1810.

LA ECONOMÍA IMPERIAL

EI resentimiento criollo no fue Ia culminación de tres siglos de opresión continua,sino e! resultado de una regresión part-icular ocurrida a finales de! siglo XVIII. Losafios entre 1650 y 1750 fueron el período del Estado criollo, cuando los ameri-canos consiguieron tener acceso a Ios puestos administrativos, negociaron losimpuestos y pasaron a formar parte de los distintos grupos de intereses que pug-naban por influir en Ia política imperial. Según se incorporaban a Ias oligarquíaslocales y se convertían en socios de pleno derecho en el pacto colonial, los ame-ricanos lograron una considerable autonomía económica. Las colonias crearon unpujante mercado interno de productos agrícolas y bienes manufacturados que cir-

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culaban entre Ias regiones. AI margen de Ias flotas y Ias ferias, se crearon nuevospuntos de importación y exportación, en connivencia con mercaderes ingleses,holandeses y franceses que operaban desde sus propias colonias; estos contactosdirectos con eI extranjero se extendieron poco a poco, hasta alcanzar los puertosde Cartagena y Portobelo. Mientras tanto se estableció una línea comercial direc-ta con Buenos Aires, en Ia que operabarr mercaderes holandeses, portugueses e in-gleses, 10 que se convirtió en otro vector de penetración extranjera y de autono-mía colonial. Por consiguiente, los gobiernos imperiales tuvieron que optar porun compromiso que permitió aios criollos establecer una especie de consenso co-lonial con sus metrópolis. Sin embargo, después de 1763, los planificadores de IaMonarquía borbónica encabezados por José de Gálvez, visitador general de Nue-va Espana (1765-1771) y ministro de Indias (1776-1787), decidieron poner fin aIa influencia criolla y volver a una noción deI imperio más primitiva.

La finalidad básica era restaurar Ia grandeza imperial de Espana. Las condi-ciones parecían adecuadas para Ia recuperación económica. La América espafiolaexperimentó en eI siglo XVIII una triple expansión: de Ia población, de Ia mineríay del comercio. Aunque Ia política de Espana favorecía el crecimiento, tambiénexplotaba sus resultados, para controlar los superávits de Ias colonias y aumen-tar así los ingresos del Estado. Los americanos pronto sintieron Ia presión ex-traordinaria que esto entrafiaba, pues Ia advertían en sus bolsillos y en Ia intran-sigencia por parte del Estado. Así, su respuesta a Ias nuevas exigencias fiscales nonegociables fue oponérseIes. A partir de 1765 aproximadamente, esta oposiciónaios impuestos fue constante y a veces violenta, y cuando, hacia 1779, Espanaempezó a ejercer mayor presión para financiar su guerra contra Inglaterra, Iaoposición se volvió más desafiante. Sin embargo, los resultados de Ia resistenciafueron muy pocos. La extensión de los monopolios de Estado del tabaco y los li-cores siguió constituyendo un amplio motivo de queja; en el caso deI tabaco, eImonopolio afectaba aios productores tanto como a los consumidores ya querestringía el cultivo a Ias zonas de alta calidad y privaba aios cultivadores mar-ginales de un medio de subsistencia (Phelan, 1978: 20-26). El aumento de Iasalcabalas gravaba duramente tanto a campesinos como a terratenientes, a traba-jadores como a comerciantes. Entre 1750 y 1810, los ingresos procedentes deMéxico aumentaron espectacularmente y en ese mismo período el Estado colo-nial impuso niveles sin precedente de exacción fiscal y monopolio. Durante lostreinta anos posteriores a 1780 se registró un incremento deI 155% de los ingre-sos por concepto de alcabalas con respecto aios treinta anos anteriores, aumen-to debido menos al crecimiento económico que a Ia simple extorsión fiscal (Ga-ravaglia, 1987: 78-97). Esta política culminó con Ia Orden de Consolidación del26 de diciembre de 1804 que confiscó los fondos de beneficencia de América ylos transfirió a Espana. En México, este recurso arbitrario obligó a Ia Iglesia aretirar el dinero a sus prestatarios y a entregarIo ai Estado, aceptando un tipo deinterés reducido. En muchos casos eI clero perdió el ingreso que suponían Iasanualidades. La operación afectó también a comerciantes, mineros y terratenien-tes, que tuvieron que reembolsar los capitales prestados por Ia Iglesia y hacerfrente a un futuro sin capital que invertir. Por sí mismos los impuestos no con-virtieron a los americanos en revolucionarios, pero crearon un clima de resenti-

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miento, un deseo de volver a un consenso colonial o, tal vez, de conquistar unamayor autonomía.

2Podía soportar Ia economía colonial semejante presión? Los hacendistas es-pafioles estaban convencidos de que sí, siempre que se fomentara su crecimiento.Entre 1765 y 1776 desmantelaron el antiguo marco del comercio colonial, redu-jeron los aranceles, abolieron el monopolio de Cádiz y Sevilla, establecieron co-municaciones entre los puertos de Ia Península y del Caribe y sus territorios con-tinentales, y autorizaron el comercio entre colonias. En 1778 «el comercio libre yprotegido» entre Espana y América se extendió a Buenos Aires, Chile y Perú, y en1789 a Venezuela y México. El comercio libre, que era «libre- únicamente paralos espafioles, no para los extranjeros, impulsó considerablemente el tráfico mer-cantil y Ia navegación en el Atlántico espafiol y llevó a Hispanoamérica renova-ción y recesión a un tiempo (Fisher, 1985: 60-90; Brading, 1971a: 152, 157). En-tre 1782 y 1796 el valor medio anual de Ias exportaciones americanas a Espanafue más de diez veces superior al de 1778. En México y Perú, ellibre comerciointensificó los intercambios e impulsó el desarrollo agrícola y minero, para gransatisfacción de Ia Corona y de los criollos. Los metales preciosos siguieron domi-nando el comercio: el total de los tesoros llevados a Espana entre 1781 y 1804fue superior en un 47% al de los que llegaron entre 1756 y 1780 (Morineau,1985: 417-419,438-440). Sin embargo, también se dio nuevo impulso a Ias ex-portaciones agrícolas: regiones marginales como el Río de La Plata y Venezuela,y artículos menos comercializados como los productos agropecuarios entraron enIa corriente principal de Ia economía imperial. Aparecieron nuevas fronteras deasentamiento humano, donde el crecimiento de Ia población y de Ia produccióncreó incipientes economías exportadoras y enriqueció Ia variedad de cultivos deAmérica Latina. 2Fueron Ias postrimerías de Ia colonia una edad de oro de creci-miento, prosperidad y reforma que estimuló una vez más Ias expectativas de loscriollos? 20 bien fueron un período de escasez, hambruna y epidemias que pusomás claramente de manifiesto los privilegios de los monopolios espafioles? Tododepende del punto de vista que se adopte. Los campesinos vivían en Ia miseria o,en el mejor de los casos, a duras penas lograban subsistir. Aun entre Ias elites ha-bía perdedores y ganadores. En todo caso, esas minorías sabían que seguían so-metidas al monopolio, privadas de mercados alternativos, dependientes de Iasimportaciones controladas por los espafioles. Y así como estaban políticamentedesposeídas, se hallaban prácticamente exclui das de toda participación en el co-mercio ultramarino y limitadas al comercio interno.

También sabían los americanos que sus propias manufacturas quedaban des-protegidas y expu estas a una mayor cempetencia frente a Ias importaciones euro-peas. 2Significó esto Ia destrucción de Ia industria colonial y, por ende, de otra deIas conquistas de Ia autonomía? En México, Ia manufactura textil de Querétaro yPuebla, en plena expansión en el siglo xvrÍr, estaba en recesión en 1810, víctimade dificultades regionales y de Ia competencia de los panos importados. Los«obrajes- de Cuzco, que producían telas de lana para los mercados coloniales, seveían más afectados por Ias nuevas condiciones comerciales que por Ias simplesimportaciones. La comperencia con otras formas de producción colonial como los«chorillos» (talleres domésticos) supus o para Ia manufactura peruana un cambio y

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no su decadencia. En Nueva Granada Ia manufactura textil de Socorro sobrevivióy dio sustento a una amplia población de artesanos. No obstante, es muy probableque los americanos fueran más sensibles a Ias decisiones políticas que a Ias tenden-cias económicas a largo plazo: sabían que Espana seguía siendo implacablementehostil a Ia manufactura colonial, algunas veces con éxito. En Perú, el virrey Fran-cisco Gil de Taboada advirtió ai Cobiernode que Ias manufacturas coloniales pros-peraban gracias a Ia falta de competencia de parte de Ias espano Ias, y que sólo Iareanudación de Ias exportaciones a Perú, protegidas de toda competencia, conse-guiría aniquilar Ia producción local (Fisher et ai., 1990: 160-162, 172-173)1.

Cualquiera que fuese Ia suerte de Ia manufactura, Ia agricultura buscaba másmercados de exportación de 10 que podía tolerar Ia política imperial. América se-guía exclui da del acceso directo a los mercados internacionales, obligada a comer-ciar exclusivamente con Espana y privada de estímulo comercial para Ia produ c-ción. En Venezuela los productores criollos de cacao, anil y cueros criticaban aiosmonopolios espafioles que controlaban el comercio de importación y exporta-ción, acusándolos de pagar poco por los productos exportados y cobrar caro losimportados. El intendente de Caracas, José Abalos, dedujo que «si S. M. no lesconcede o les dilata el libre comercio sobre que suspiran no puede contar sobreIa fidelidad de estos vasallos» (Arcila Farias, 1946: 315-319). En 1781, Ia Com-pafiía de Caracas perdió su contrato y en 1789 ellibre comercio se extendió a Ve-nezuela. Sin embargo, los productos agrícolas comercializados tenían poca salidaen Ia colonia y seguían dependiendo de los mercados de exportación. En el dece-nio de 1790, Ias exportaciones de cacao se desplomaron debido a Ia reducción deIa demanda en México y Ia incapacidad de Espana para absorber el excedente(Izard, 1989: 205-225). Por consiguiente, los plantadores de Caracas empezarona sustituir el cacao por el café. Insistieron en que se les dejara comerciar con losextranjeros y en 1797-1798 calificaron aios monopolistas de «opresores», impug-nando Ia idea de que el comercio existiese «para solo beneficio de Ia metrópoli-y quejándose de 10 que llamaron «el espíritu de monopolio de que están anima-dos, aquel mismo bajo el cual ha estado encadenada, ha gemido y gime tristemen-te esta Provincia» (Arcila Farias, 1946: 368-369; McKinley, 1985: 130-135). Nohay que tomar en serio todas estas protestas. En 1797, Ia mayoría de los produc-tores y exportadores disfrutaban dellibre comercio: su temor era que los mono-polistas intentaran volver a Ia carga. Esto no ocurrió: el monopolio había dejadode existir en Ia práctica, aniquilado por Ia guerra contra Inglaterra y Ia desapari-ción de los monopolistas. La gente acaudalada de Caracas estaba acostumbrada aadaptarse a Ias circunstancias y a superar Ias crisis económicas. En los anos 1797-1808 se sentía intranquila, pero es probable que le preocupara más el orden so-cial que Ia supervivencia económica.

El Río de La Plata, como Venezuela, experimentó su prime r desarrollo econó-mico en el siglo XVIIIcon Ia aparición de una incipiente actividad ganadera estimu-lada por ellibre comercio y dispuesta a incrementar Ias exportaciones de cueros a

1. Respecto de Ia política espafiola, véase Gil a Taboada a Pedra Lerena, 5 de mayo de 1791,en Colección documental de Ia independencia dei Perú. 1971-1972. Lima, Comisión Nacional deiSesquicentenario de Ia Independencia dei Perú. Vol. XXII, n. 1, pp. 23-24.

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Europa y de carne salada a Brasil y Cuba. A partir de 1778, Ias casas comercialesde Cádiz ejercieron un riguroso control sobre el comercio con Buenos Aires y seerigieron en intermediarias entre el Río de La Plata y Europa. Sin embargo, en eldecenio de 1790 esas casas hubieron de hacer frente a Ia competencia de comer-ciantes «portefios» independientes, que obtuvieron concesiones para importar es-clavos a cambio de Ia exportación de cueros. Los comerciantes bonaerenses utili-zaban sus propios capitales y barcos, y compraban los cueros a mejores preciosque los de Cádiz, librando así a los estancieros de Ias garras del monopolio (50-colow, 1978: 54-70, 124-135). La estancia normal era pequefia o mediana, Ia in-versión de capital reducida y el estilo de vida de sus propietarios, austero (Mayo,1991: 261-279). Los estancieros no eran todavía una elite política, pero constitu-ían un tercer grupo de presión, aliados a los comerciantes criollos en contra delos monopolios espafioles. Manuel José Lavardén, hijo de un funcionario colo-nial, hombre de letras y estanciero próspero, resumió Ias exigencias económicasde los reformadores portefios en cuatro libertades: comerciar directamente contodos los países, importando así de Ias fuentes más baratas; poseer una marinamercante independiente; exportar sin restricciones los productos del país; y fo-mentar Ia ganadería y Ia agricultura mediante concesiones de tierra, con Ia condi-ción de que los beneficiarios Ias trabajaran (Lavardén, 1955: 130, 132, 185).

Los intereses económicos en Ias colonias espafiolas de América no eran tancoherentes como parece indicar este programa: el choque de Ias fuerzas del mer-cado con los grupos protegidos producía conflictos entre Ias distintas colonias ydentro de cada una de ellas. Había, sin embargo, un común denominador: Ia des-afección para con Ia metrópoli. Los americanos habían experimentado Ias posibi-lidades de crecimiento económico en un marco imperial durante los afios de pros-peridad comercial, entre 1776 y 1796. Espafia, convertida ahora en un satélite deIa Francia napoleónica, asistía al derrumbe de su mundo colonial: Ia marina bri-tánica bloqueaba sus rutas comerciales y los mercaderes extranjeros iban y veníana su antojo (Fisher, 1992: 54-62). En 1797, los puertos americanos de La Haba-na, Cartagena, La Guaira y Buenos Aires, con Ia complicidad de funcionarios 10-cales, comerciaban directamente con puertos extranjeros. Espafia respondió per-mitiendo un comercio lícito y fuertemente gravado de impuestos con sus coloniasamericanas en buques neutrales, pero con Ia obligación de volver a Espafia, Estacondición no podía cumplirse debido al bloqueo y, en los afies siguientes, el co-mercio fue libre prácticamente sin restricción alguna, sobre todo por los buquesestadounidenses. Bajo Ia presión de los monopolios, el Gobierno espafiol revocóIa concesión en 1799, pero esto significó a Ia postre un golpe más contra Ia auto-ridad imperial, ya que Ia medida no pudo ponerse en práctica. Para conservar unsitio propio, Espafia no tuvo más reniedio que vender a varias compafiías euro-peas y estadounidenses, y a comerciantes privados espafioles, licencias para co-merciar con Veracruz, La Habana, Venezuela y el Río de La Plata, y los cargamen-tos eran a menudo de productos manufacturados británicos. En 1805 se autorizónuevamente el comercio neutral, esta vez sin Ia obligación de volver a Espafia:todo parecía indicar que los hispanoamericanos tenían por fin una salida directa almercado mundial. En 1807, Espafia no recibió un solo cargamento de metalespreciosos y a todas luces había dejado de ser una potencia atlántica (García-Ba-

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no su decadencia. En Nueva Granada Ia manufactura textil de Socorro sobrevivióy dio sustento a una amplia población de artesanos. No obstante, es muy probableque los americanos fueran más sensibles a Ias decisiones políticas que a Ias tenden-eias económicas a largo plazo: sabían que Espana seguía siendo implacablementehostil a Ia manufactura colonial, algunas veces con éxito. En Perú, el virrey Fran-cisco Gil de Taboada advirtió al Gobiemo de que Ias manufacturas coloniales pros-peraban gracias a Ia falta de competencia de parte de Ias espafiolas, y que sólo Iareanudación de Ias exportaciones a Perú, protegidas de toda competencia, conse-guiría aniquilar Ia producción local (Fisher et al., 1990: 160-162, 172-173)1.

Cualquiera que fuese Ia suerte de Ia manufactura, Ia agricultura buscaba másmercados de exportación de 10 que podía tolerar Ia política imperial. América se-guía excluida del acceso directo a los mercados internacionales, obligada a comer-ciar exclusivamente con Espana y privada de estímulo comercial para Ia produc-ción. En Venezuela los productores criollos de cacao, anil y cueros criticaban a losmonopolios espafioles que controlaban el comercio de importación y exporta-ción, acusándolos de pagar poco por los productos exportados y cobrar caro losimportados. El intendente de Caracas, José Abalos, dedujo que «si S. M. no lesconcede o les dilata el libre comercio sobre que suspiran no puede contar sobreIa fidelidad de estos vasallos» (Arcila Farias, 1946: 315-319). En 1781, Ia Com-pafiía de Caracas perdió su contrato y en 1789 ellibre comercio se extendió a Ve-nezuela. Sin embargo, los productos agrícolas comercializados tenían poca salidaen Ia colonia y seguían dependiendo de los mercados de exportación. En el dece-nio de 1790, Ias exportaciones de cacao se desplomaron debido a Ia reducción deIa demanda en México y Ia incapacidad de Espana para absorber el excedente(Izard, 1989: 205-225). Por consiguiente, los plantadores de Caracas empezarona sustituir el cacao por el café. Insistieron en que se les dejara comerciar con losextranjeros y en 1797-1798 calificaron a los monopolistas de «opresores», impug-nando Ia idea de que el comercio existiese «para solo beneficio de Ia metrópoli»y quejándose de 10 que llamaron «el espíritu de monopolio de que están anima-dos, aquel mismo bajo el cual ha estado encadenada, ha gemido y gime tristemen-te esta Província» (Areila Farias, 1946: 368-369; McKinley, 1985: 130-135). Nohay que tomar en serio todas estas protestas. En 1797, Ia mayoría de los produc-tores y exportadores disfrutaban dellibre comercio: su temor era que los mono-polistas intentaran volver a Ia carga. Esto no ocurrió: el monopolio había dejadode existir en Ia práctica, aniquilado por Ia guerra contra Inglaterra y Ia desapari-ción de los monopolistas. La gente acaudalada de Caracas estaba acostumbrada aadaptarse a Ias circunstancias y a superar Ias crisis económicas. En los anos 1797-1808 se sentía intranquila, pero es probable que le preocupara más el orden so-cial que Ia supervivencia económica.

El Río de La Plata, como Venezuela, experimentó su primer desarrollo econó-mico en el siglo XVIII con Ia aparieión de una incipiente actividad ganadera estimu-lada por ellibre comercio y dispuesta a incrementar Ias exportaciones de cueros a

1. Respecto de Ia política espafiola, véase Gil a Taboada a Pedro Lerena, 5 de mayo de 1791,en Colección documental de Ia independencia dei Perú. 1971-1972. Lima, Comisión Nacional deiSesquicentenario de Ia Independencia dei Perú, Vol. XXII, n. 1, pp. 23-24.

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Europa y de carne salada a Brasil y Cuba. A partir de 1778, Ias casas comercialesde Cádiz ejercieron un riguroso control sobre el comercio con Buenos Aires y seerigieron en intermediarias entre el Río de La Plata y Europa. Sin embargo, en eldecenio de 1790 esas casas hubieron de hacer frente a Ia competencia de comer-ciantes «portefios» independientes, que obtuvieron concesiones para importar es-clavos a cambio de Ia exportación de cueros. Los comerciantes bonaerenses utili-zaban sus propios capitales y barcos, y compraban los cueros a mejores preciosque los de Cádiz, librando así aios estancieros de Ias garras del monopolio (So-colow, 1978: 54-70, 124-135). La estancia normal era pequena o mediana, Ia in-versión de capital reducida y el estilo de vida de sus propietarios, austero (Mayo,1991: 261-279). Los estancieros no eran todavía una elite política, pero constitu-ían un tercer grupo de presión, aliados a los comerciantes criollos en contra delos monopolios espafioles. Manuel José Lavardén, hijo de un funcionario colo-nial, hombre de letras y estanciero próspero, resumió Ias exigencias económicasde los reformadores portefios en cuatro libertades: comerciar directamente contodos los países, importando así de Ias fuentes más baratas; poseer una marinamercante independiente; exportar sin restricciones los productos del país; y fo-mentar Ia ganadería y Ia agricultura mediante concesiones de tierra, con Ia condi-ción de que los beneficiarios Ias trabajaran (Lavardén, 1955: 130, 132, 185).

Los intereses económicos en Ias colonias espafiolas de América no eran tancoherentes como parece indicar este programa: el choque de Ias fuerzas del mer-cado con los grupos protegidos producía conflictos entre Ias distintas colonias ydentro de cada una de ellas. Había, sin embargo, un común denominador: Ia des-afección para con Ia metrópoli. Los americanos habían experimentado Ias posibi-lidades de crecimiento económico en un marco imperial durante los anos de pros-peridad comercial, entre 1776 y 1796. Espana, convertida ahora en un satélite deIa Francia napoleónica, asistía al derrumbe de su mundo colonial: Ia marina bri-tánica bloqueaba sus rutas comerciales y los mercaderes extranjeros iban y veníana su antojo (Fisher, 1992: 54-62). En 1797, los puertos americanos de La Haba-na, Cartagena, La Guaira y Buenos Aires, con Ia complicidad de funcionarios 10-cales, comerciaban directamente con puertos extranjeros. Espana respondió per-mitiendo un comercio lícito y fuertemente gravado de impuestos con sus coloniasamericanas en buques neutrales, pero con Ia obligación de volver a Espana. Estacondición no podía cumplirse debido al bloqueo y, en los anos siguientes, el co-mercio fue libre prácticamente sin restricción alguna, sobre todo por los buquesestadounidenses. Bajo Ia presión de los monopolios, el Gobierno espafiol revocóIa concesión en 1799, pero esto significó a Ia postre un golpe más contra Ia auto-ridad imperial, ya que Ia medida no pudo ponerse en práctica. Para conservar unsitio propio, Espana no tuvo más rernedio que vender a varias compafiias euro-peas y estadounidenses, y a comerciantes privados espafioles, licencias para co-merciar con Veracruz, La Habana, Venezuela y el Río de La Plata, y los cargamen-tos eran a menudo de productos manufacturados británicos. En 1805 se autorizónuevamente el comercio neutral, esta vei sin Ia obligación de volver a Espana:todo parecía indicar que los hispanoamericanos tenían por fin una salida directa almercado mundial. En 1807, Espana no recibió un solo cargamento de metalespreciosos y a todas luces había dejado de ser una potencia atlántica (García-Ba-

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quero, 1972: 182-183). Sin embargo, los americanos sabían, y Ia experiencia de1810 iba a confirmarIo, que los monopolios de Cádiz jamás admitirían un comer-cio plenamente libre y que Ia Corona nunca 10 autorizaría: eso sólo se consegui-ría con Ia independencia. .

LA SOCIEDAD AMERICANA

EI conflicto de intereses económicos no siguió exactamente Ias líneas de Ia divi-sión social entre criollos y peninsulares. Algunos criollos estaban asociados conlos monopolios, otros procuraban aliarse aIos funcionarios de Ia Corona. Sin em-bargo, había una alineación aproximada de Ia sociedad según los intereses, y és-tos eran uno de los ingredientes de Ia dicotomía espafioles-criollos. La rivalidadentre criollos y peninsulares formaba parte de Ia tensión social de Ia época. Entoda América los criollos se habían convertido en elites poderosas de terratenien-tes, funcionarios y miembros de cabildos, que aprovechaban Ia expansión deI co-mercio bajo los Borbones para mejorar su producción y sus perspectivas. Pero elcrecimiento también trajo a Ias colonias más funcionarios fiscales y legiones denuevos inmigrantes vascos, catalanes, canarios, etc., de familias pobres pero am-biciosas, que a menu do se establecieron en el punto de llegada americano deI co-mercio transatlántico y del tráfico con el interior. En Venezuela había una divi-sión entre hacendados criollos y comerciantes peninsulares, sin duda exageradapor los intereses rivales de Ia época, pero no obstante real. En Buenos Aires, Ia co-munidad de los comerciantes se dividía también entre espafioles y criollos. Estosúltimos ofrecían mejores precios aIos ganaderos locales, reclamaban libertad decomercio con todos los países y en 1809 exigieron que Buenos Aires se abriera aIcomercio con Inglaterra. La animosidad de los «portefios» contra los peninsularespuede apreciarse en Ias palabras de Mariano Moreno, abogado radical y activistapolítico, después de que Ia Revolución de Mayo hubiese disipado Ias apariencias:

«EI espafiol europeo que pisaba en ellas [estas ti erras] era noble desde su in-greso, rico aIos pocos anos de residencia, duefio de los empleos, y con todo el as-cendiente que da sobre los que obedecen Ia prepotencia de hombres que mandanlejos de sus hogares ... y aunque se reconocen sin patria, sin apoyo, sin parientesy enteramente sujetos aI arbitrio de los que se complacen de ser sus hermanos, lesgritan todavía con desprecio: americanos, alejaos de nosotros, resistimos vuestraigualdad, nos degradaríamos con ella, pues Ia naturaleza os ha criado para vege-tar en Ia oscuridad y abatimiento.»?

Después de 1760 los inmigrantes espafioles invadieron el espacio tanto polí-tico como económico de los criollos. La política de los últimos Borbones era in-crementar el poder deI Estado y ejercer sobre América un control imperial másriguroso. Se presionó a Ia Iglesia, se expulsó aIos jesuitas, los impuestos aumen-taron y los criollos bajaron de categoría. Esto suponía un paso atrás con respectoa tendencias anteriores y despojó a los americanos de ventajas que ya habían con-quistado. Así, Ia edad de oro de Ia América criolla, en que Ias elites compraban su

2. Gaceta de Buenos Aires. 25 de septiembre de 1810, en: Goldman, 1992: pp. 33-34, 80.

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acceso a Ias finanzas públicas, Ia audiencia y otros cargos, y conseguían en apa-riencia desempefíar un papel permanente en Ia administración, fue seguida a par-tir de 1760 de un nuevo orden, cuando el gobierno de Carlos III empezó a redu-cir Ia participación criolla y se empefíó en restituir Hispanoamérica a Espafía. Losaltos cargos en Ias audiencias, el ejército, Ias finanzas públicas y Ia Iglesia se reser-vaban ahora casi exclusivamente a los peninsulares, quienes acaparaban al mismotiempo Ias nuevas posibilidades que ofrecía el comercio transatlántico (Burkhol-der y Chandler, 1977: 89-115).

La antipatía de José de Gálvez hacia los criollos no era una simple fobia per-sonal, sino que reflejaba un cambio político fundamental. Juan Pablo Viscardo, je-suita emigrado y profeta de Ia independencia, que había observado Ias tendenciasdel Gobierno en Perú, fue testigo de cómo los Borbones pasaban de] consenso a Iaconfrontación y se enajenaban a Ia elite criolla. «Desde el siglo XVII se había empe-zado a ascender a los criollos a cargos importantes en Ia Iglesia, Ia administraciónyel ejército, tanto en Espafía como en América». Espafía había vuelto ahora a unapolítica de preferencia por los espafíoles peninsulares, «excluyendo sistemática-mente a quienes eran los únicos en conocer su propio país, cuyos intereses indi-viduales dependían estrechamente de Ia prosperidad de aquél y que por ello de-bían ser los únicos en tener el honor de velar por su ventura». Y concluía que «elNuevo Mundo espafíol no es sino Ia inmensa prisión de todos sus habitantes enque los únicos que disfrutan de Ia libertad de entrar y salir son los agentes del des-potismo y el monopolio» (Simmons, 1983: 236,332-333).

La cronología del cambio varía según Ias regiones. En Venezuela, Ia produccióny exportación de cacao había creado una economía próspera y una elite regional,de Ia que al principio Ia Corona hizo caso omiso y cuya metrópoli económica eraMéxico más que Espafía. Sin embargo, a partir de 1730 aproximadamente, Ia Co-rona empezó a interesarse más por Venezuela como fuente de ingresos para Espa-fía y de cacao para Europa. El agente de este cambio fue Ia Compafíía de Cara-cas, una empresa vasca a Ia que se había concedido un monopolio comercial e,indirectamente, administrativo. Las políticas comerciales dinámicas e inusitadas,que redujeron Ias ganancias de los pequefíos cosecheros inmigrantes y aun de Iaelite tradicional, se opusieron a los intereses locales y provocaron una rebeliónpopular en 1749. Ésta fue aplastada rápidamente y Caracas tuvo que soportar en-tonces una serie de gobernadores militares, aumentos de impuestos y una presen-cia imperial mayor de Ia que se conocía hasta entonces. El modelo caraquefío decrecimiento regional, autonomía de Ias elites y reacción espafíola constituyó talvez el primer ejemplo de Ia gran fractura en Ia historia colonial entre el Estadocriollo y el Estado borbónico; entre la avenencia y el absolutismo. Esta divisiónpuede situarse hacia 1750 (Ferry, 1989: 241).

En México, Ia ruptura se produjo con Ia visita efectuada por José de Gálvezen 1765-1771, durante Ia cual aplicó o concibió por primera vez muchos de loscambios económicos, fiscales y administrativos que, como ministro de Indias, im-pondría luego a toda América. Cuando los criollos reaccionaban contra Ia degra-dación y Ia exacción, se les decía que México sacaba provecho de Ias nuevas po-líticas. Pero aun el auge minero auspiciado por el Gobierno era una bendiciónrelativa. La minería creaba dos fuentes de conflicto: Ias ganancias criollas y los in-

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gresos gubernamentales. La plata pagaba no solamente Ias importaciones de lujo,sino también los impuestos de México en el marco del sistema imperial; los crio-110s advertían que Ia minería no sólo contribuía al crecimiento económico, sinoque impulsaba aI Estado colonial a arrancar más dinero de Ia economía (Brading,1971a: 169, 211). A Ia riqueza, Ia elite mexicana deseaba afiadir el poder y losmedios de controlar los nornbramientos, Ia tributación y Ias remesas a Espana. Noconsiguieron nada con sus protestas y el Gobierno colonial permaneció fuera desu alcance.

En Perú, los cambios financieros, comerciales y administrativos introducidosdurante Ias visitas de José Antonio de Areche y Jorge Escobedo (1775-1785), encuya ocasión se aplicó Ia nueva receta consistente en monopolios reales, aumen-tos de impuestos y medios más coercitivos, tuvieron resultados positivos, sobretodo para Espana. EI comercio legal prosperó, se desarrolló Ia producción mineray, con el advenimiento de los intendentes en 1784, los ingresos imperiales au-mentaron. Se prodigaban, sin embargo, Ias protestas. Los hacendados locales ylos indios se oponían a pagar una alcabala más elevada (60/0) y los criollos esta-ban descontentos con Ia nueva tendencia a reservar los cargos administrativos alos peninsulares (O'Phelan Godoy, 1985: 241). La resistencia se transformó en re-belión en 1780-1783, primero entre los criollos y luego entre los indios. Ésta fueIa línea diviso ria en Perú entre el consenso tradicional y el nuevo colonialismo. EIEstado colonial recuperó y renovó los instrumentos de dominación a fin de man-tener Ia sumisión de Perú durante los treinta afios siguientes y aun después, peroera un Estado borbónico, no criollo.

EI paso deI pacto colonial a Ia dominación no fue neto y tajante. Hispano-américa seguía marcada por el período de consenso; por consiguiente, los hábi-tos económicos persistieron, el comercio ilegal reapareció y se siguieron nego-ciando los impuestos. AI igual que Ias viejas costumbres, sobrevivían los recuerdosde otra época. En 1772, el virrey Pedro Messía de Ia Cerda advertía a su sucesoren Nueva Granada que a menudo era preciso plegarse a Ias circunstancias: «Laobediencia de los habitadores no tiene otro apoyo en este Reino, a excepción deIas plazas de armas, que Ia libre voluntad y arbitrio con que ejecutan 10 que se lesordena, pues siempre que falte su beneplácito no hay fuerza, armas ni facultadespara que los superiores se hagan respetar y obedecer; por cuya causa es muyarriesgado el mando y sobremanera contingente el buen éxito de Ias providen-cias ... » (Messía de Ia Cerda, 1772: 113). Sin embargo, el visitador general JuanFrancisco Gutiérrez de Pifieres no abrigaba tales dudas e impuso el nuevo sistemano mediante consultas sino con decretos: sustituyó aIos funcionarios criollos porespafioles, reorganizó Ia recaudación de Ias rentas y aumentó los impuestos y losprecios de los monopolios imperiales. Tuvo que salir huyendo en 1781, cuandoel resentimiento se transformó en rebelión, pero el Estado colonial recobró su au-toridad mediante una mezcla de conciliación y de coerción, y si bien los virreyesnunca vencieron dei todo Ia desobediencia ni acabaron con el contrabando, esose debió en parte a que no esperaban gran cosa de Nueva Granada como fuentede ingresos y de comercio.

EI Río de La Plata, en cambio, era demasiado importante para descuidarIo.Formaba un nuevo virreinato y no tardó en convertirse en un modelo del nuevo

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imperio. Buenos Aires ocupaba un lugar primordial en Ia estrategia imperial es-pafiola, ya que Espana estaba preocupada por el creciente poderío de Inglaterraen Ias Américas, su intrusión en los territorios y el comercio espafioles y su nue-vo interés por los mares australes. Como sefialaba el primer virrey, Pedro de Ce-vallos, el Río de La Plata «es el verdadero y único ante mural de esta América, acuyo fomento se ha de propender con todo el empeno ... es el único punto en quese ha de subsistir o por donde ha de perderse Ia América meridional» (Céspedesdel Castillo, 1947: 123). El establecimiento del virreinato y el nombramiento deintendentes puso fin al período criollo. Los jueces, intendentes, funcionarios y mi-litares usurparon los mejores puestos, mientras que a los criollos se les confinabaen cargos menores. El efecto de Ias innovaciones borbónicas en Buenos Aires fueaumentar el poder del Estado colonial, ya claramente un Estado espafiol, y recor-dar a los criollos su condición colonial. De los once virreyes que se sucedieron en-tre 1776 y 1810, sólo uno era americano, aunque no deI Río de La Plata. De lostreinta y seis ministros que tuvo Ia audiencia de Buenos Aires entre 1783 y 1810,veintiséis habían nacido en Espana, seis eran criollos de otras partes de Américay sólo tres eran crio11os de Buenos Aires. En 1808, ningún oriundo del Río deLa Plata había obtenido un nombramiento oficial como intendente del Virreina-to. La burocracia de Buenos Aires estaba dominada por los peninsulares: entre1776 y 1810, éstos ocuparon el 64% de los puestos, mientras que a los oriundosde Buenos Aires les correspondió el 29% y a otros americanos el 7% (Burkholdery Chandler, 1977: 190-191 y Socolow, 1987: 132).

En 1810 existía en Buenos Aires un partido espafiol y un partido revolucio-nario. El partido espafiol estaba compuesto de funcionarios peninsulares y comer-ciantes monopolistas, aunque también comprendía a algunos comerciantes crio-110s que se aprovechaban de los vínculos comerciales con Espana. En el partidorevolucionario había burócratas y militares criollos opuestos al dominio espafiol,comerciantes criollos especializados en el comercio neutral y no monopolista, co-merciantes mino ris tas y unos cuantos comerciantes espafioles con intereses simi-lares en Ia exportación. Dicho de otro modo, había una división entre los comer-ciantes privilegiados y los marginales, entre Ia alta y Ia baja burocracia, que eratambién, aunque no del todo, una división entre espafioles y criollos. Se ha soste-nido algunas veces que el mundo colonial se regía por intereses económicos y per-cepciones sociales, y no por una simple dicotomía entre espafioles y crio11os. EnLima, por ejemplo, había una fusión entre los peninsulares y los crio11os que for-maban una elite blanca, unida en sus funciones económicas y en posición defen-siva frente a Ias clases populares (Flores Galindo, 1984: 78-96). Pero éera Limaun caso típico? El hecho es que Iosarnericanos estaban cobrando conciencia desu identidad y de sus intereses y se daban cuenta de que no los compartían conlos espafioles, '

La desamericanización del Estado colonial no se aplicaba por completo a subrazo militar. Hacia 1800-1810, el ejército.estaba dominado en América por ofi-ciales criollos que constituían el 60% del cuerpo de oficiales veteranos (Marche-na Fernández, 1990: 54-94). Éste era el ejército regular. El cambio de poder esaun más patente en Ia milicia. Espana había acumulado más imperio del que po-día defender y dependía de Ias milicias coloniales para Ia defensa imperial y Ia se-

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guridad interna. Éstas se ampliaron y reorganizaron a partir de 1763, tras Ia de-rrota en Ia Guerra de los Siete Anos. Para facilitar el reclutamiento, el servicio en

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Ia milícia se abrió no sólo aios criollos sino también a Ia población de raza mix-ta, a los que también se otorgó el privilegio dei fuero militar (Kuethe, 1978: 25-42). Más del 90% de los oficiales de Ia milicia eran americanos: procedían de Iaselites de comerciantes y terratenientes; también Ia absoluta mayoría de los solda-dos eran americanos. Así, Espana fabricó uno de los principales instrumentos quepermitieron a Ia oligarquia americana conservar alguna influencia en los últimosdecenios dei imperio.

~Comprometió Espana Ia seguridad confiando Ia defensa de América a mili-tares americanos? ~Armó a rebeldes en potencia? Los testimonios no permitenzanjar esta cuestión, aunque confirman que este problema preocupaba suficiente-mente a Ias autoridades para que intentaran, infructuosamente, detener el proce-so de americanización. En 1781, los comuneros de Nueva Granada se apoderarondei sistema de Ia milicia para constituir el ejército rebelde y Ia Corona tuvo querecurrir a Ias fuerzas regulares para restablecer el control. La milícia siguió sien-do el bastión tradicional de Ia clase alta de los terratenientes y los comerciantesde Ias ciudades, pero Ia Corona redujo su fuerza y renovó el cuerpo de oficiales,por 10 menos en Bogotá, a fin de imponer el predominio de los peninsulares. EnPerú, si bien procuraron extender Ias reformas y Ia jurisdicción irnperiales tras Iarebelión de Túpac Amaru, Ias autoridades seguían necesitando aios hacendadosde Ia sierra y aios peones miembros de Ias milicias para mantener Ia paz en losAndes, mientras que éstos a su vez esperaban de Ia Corona privilegios y apoyo. Enotras zonas dei continente americano, los cuerpos de oficiales del ejército regular,dominados inicialmente por los europeos, también sucumbían a Ias mayoríasamericanas en cuanto los criollos pudientes se valían de su influencia económicay política para conseguir nombramientos para sus hijos. En 1810 tanto Ias rnili-cias como los ejércitos regulares respondían a Ias necesidades locales y no a Iasimperiales. En Perú ambas coincidían: los conservadores de Ia sierra apoyaron aiejército imperial con hombres y dinero en los anos posteriores a 1810, temerososde Ia movilízación popular. Sin embargo, Ia Corona era menos afortunada enotras regiones, donde Ias fuerzas militares locales que había creado se volvían amenudo contra Espana. La americanización de los militares tuvo distintas conse-cuencias según Ias regiones y Ias sociedades. En el Norte de América del Sur y elRío de La Plata, Espana perdió pronto, o relativamente pronto, su ejército y sudominación. En México y Perú el ejército espafiol dominado por los criollos si-guió siendo leal durante un decenio, a falta de seguridad alternativa.

LA PROTESTA POPULAR

Los criollos, conscientes de su inferioridad numérica con respecto aios indios, losnegros y los mestizos, jamás bajaron Ia guardia frente a Ias cIases populares. Enalgunas partes de Hispanoamérica Ia posible rebelión de los esclavos infundía taltemor que los criollos no se atrevían a renunciar a Ia protección dei Gobierno im-perial ni a abandonar Ias filas de los blancos dominantes si no existía una alterna-

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tiva válida. Sin embargo, Ia política de 10s Borbones no tranqui1izaba dei todo alos criolIos. EI Gobierno aceptaba ai parecer alguna movilidad social y, a diferen-cia de los criollos, los funcionarios espafioles no tenían que pasar toda su vida enIa sociedad colonial. Los pardos (mulatos) podían incorporarse a Ia milicia y tam-bién adquirir una blancura legal mediante Ia compra de «cédulas de gracias ai sa-car». La ley del10 de febrero de 1795 eximió a los pardos de Ia condición de «in-fames»: se autorizaba a los candidatos afortunados a recibir educación, casarsecon miembros de Ia población blanca, desempenar cargos públicos y ordenarse.De este modo el Gobierno imperial reconocía el crecimiento de Ia población par-da e intentaba mitigar Ias formas de discriminación más descaradas. La concesiónno tuvo mayores repercusiones: los blancos se mostraron indiferentes, los pardosapáticos y los funcionarios poco entusiastas. Sin embargo, en Caracas algunosblancos reaccionaron y solicitaron a Ia Corona que renunciara a esa política y re-cordara que necesitaba aios criollos (McKinley, 1985: 116-119). En todo el con-tinente americano el incremento numérico de Ias castas, junto con una crecientemovilidad social, inquietó aios blancos y alimentó en elIos una nueva concienciade raza y Ia resolución de mantener Ia discriminación.

En otras zonas de Hispanoamérica Ia tensión racial asumió Ia forma de un en-frentamiento directo entre Ias elites blancas y Ias masas indígenas, y también eneste caso los criollos velaron por su propia defensa. En Perú, los criollos no du-daban de que Espana tuviese Ia voluntad de mantener sojuzgados aios indios yde prestar apoyo a su propio dominio sobre Ia vida social y económica en los An-des. Se planteaban sin embargo algunos interrogantes. ~Tenía el Estado colonialIa capacidad de frenar el descontento de los indios? élban acompafiadas Ias nue-vas formas de explotación de un grado suficiente de seguridad? Tras Ia gran rebe-lión de Túpac Amaru, cuando Ias milicias dirigidas por los criollos actuaron endefensa dei orden establecido, éstos no dejaron de notar Ia forma en que se abo-lían los «repartes» (ventas forzadas de bienes aios indios), se reducían Ias miliciascrio lIas y los funcionarios peninsulares procuraban aplicar los aspectos favorablesaios indios contenidos en Ias instrucciones de los intendentes. Los criollos de Iasierra fueron parte interesada en Ia lucha subsiguiente entre los reformadores es-pafioles y los funcionarios locales por el dominio sobre Ia economía india (Fisher,1970: 87-99). También en México era explosiva Ia situación social y los blancostenían siempre presente Ia rabia contenida de los indios y Ias castas. También eneste caso el «reparto» volvió a practicarse: los intereses coloniales 10 justificabancomo Ia única manera de hacer que los indios trabajaran y consumieran. Tradi-cionalmente, Ia minoría dominante esperaba que Espana Ia defendiera. Los terra-tenientes dependían de Ias autoridades espafiolas para protegerse de Ias amenazasde los campesinos y los trabajadores, y los militares y Ias milícias se utilizaron confrecuencia en defensa de Ia ley y el ordeno EI momento crítico se produjo en 1810ai estallar en México Ia insurgencia general que demostraba, por si fuera necesa-rio, que los criollos eran el último baluarte del orden social y dei Estado colonial.

Muchos criollos volvieron contra Espana el argumento de Ia seguridad. Afir-maban que sin el apoyo criollo Espana no podría gobernar América y, sin embar-go, no se les daba ni Ia autonomía ni el respaldo social que merecían. Ellos mis-mos sentían a veces Ia tentación de buscar apoyos entre Ias clases populares con

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Ia esperanza de barrer Ia indiferencia dei Gobierno y dar más peso a sus protes-tas. A Ia mayoría de los criollos este.juego les parecía peligroso, pero los más osa-dos o los más desesperados estaban dispuestos a correr el riesgo.

Durante el siglo XVIII, los movimientos de resistencia popular se volvieron másfrecuentes, en respuesta a Ia presión dei absolutismo borbónico y a Ia adversidadeconómica. mstallan Ias revoluciones eri medio de Ia carestía o de Ia abundancia?En México el precio del maíz aumentó desmesuradamente en los anos posterio-res a 1810, mientras que los salarios se estancaban y los latifúndios extendían sudominio sobre Ia producción. EI precio elevado dei principal artículo de consu-mo en México tuvo efectos devastadores entre los campesinos y los trabajadores,agravando el hambre, Ia enfermedad y Ia mortalidad. El verano seco de 1809 re-dujo Ia producción de maíz y cuadriplicó los precioso Por tal razón, Ia violenciade Ia revolución mexicana de 1810 nació del hambre y Ia desesperación de Iasmasas campesinas (Florescano, 1969: 176-179). Las revueltas de Túpac Amaru yTomás Catari (1780-1783), en cambio, sobrevinieron en Perú en medio del creci-miento agrícola que caracterizó ai período de 1760-1790. Pero se trataba de unaumento de Ia producción de Ias haciendas mediante Ia extensión territorial, encierta medida en detrimento de los ejidos y de Ias tierras de los indios. EI creci-miento agrícola provocó un exceso de oferta en el mercado y un descenso de losprecios, volviendo más difícil para los productores indígenas obtener un exceden-te suficiente para pagar su tributo y comprar «repartes» (Tandeter y Wachtel,1989: 201-276). Por afiadidura, éstos estaban sometidos ahora ai pago de alcaba-Ias sin precedentes en nuevas aduanas internas. Estos factores hicieron que Ia re-belión de Túpac Amaru tuviese una causa claramente fiscal. En Buenos Aires, lossalarios aumentaron considerablernente a finales dei período colonial, y en 1810eran un 700/0 superiores a los de 1776. Pero los precios también habían aumenta-do, a consecuencia dei rápido crecimiento demográfico y, después de 1802, de Iasequía, Ias invasiones británicas y Ia militarización resultante. En tiempos de emer-gencia y carestía Buenos Aires no podía alimentar a su población, ya que apenasse invertía en Ia agricultura y los beneficios quedaban mermados por Ias importa-ciones. La conjunción de Ia carestía y Ia enfermedad, los precios y los salarios, nofue en sí misma una causa inmediata de insurrección, pero Ia pérdida de poderadquisitivo de muchos trabajadores debida a Ia inflación de los precios de los pro-duetos básicos contribuye a explicar el apoyo popular a Ia revolución de 1810(Iohnson, 1989: 137-171).

Las rebeliones populares precedieron a Ias revoluciones de emancipación enmuchas regiones de Hispanoamérica y prosiguieron durante el período revolucio-nario y después de éste, sin relación con Ia cronología política. La insurrección deQuito de 1765 fue una importante rebelión urbana provocada por cambios en Iatributación. La tentativa del virrey de Nueva Granada de extender y desprivatizarIa concesión del monopolio estatal de los licores y Ia alcabala de Quito unió a di-ferentes grupos sociales en una reacción común contra Ia política de Ia Corona(McFarlane, 1989: 283-330). En Perú, Ia protesta criolla contra Ia política fiscaly administrativa de 10s Borbones fue seguida de una gran rebelión de 10s indíge-nas. La violencia que se desató en los altiplanos del Sur fue Ia culminación de des-contentos endémicos suscitados por el tributo y el «reparto» (legalizado en 1754)

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y agravados ahora por nuevas alcabalas y aranceles. Los acontecimientos de 1780-1782, que tuvieron repercusiones en Ias sierras del Norte y produjeron rebelio-nes también en el Alto Perú, constituyeron un claro desafío a Ia autoridad y unaimpugnación decidida del Estado colonial (Stern, 1987: 34-93). Si bien Ia políti-ca del imperio borbónico hacia los indios corrigió abiertamente los abusos abo-liendo los «repartos» en 1780 y 1781 y reemplazando paulatinamente a los al-caldes mayores y corregidores por intendentes y subdelegados, estas medidastuvieron escasa repercusión en los indígenas y en sus obligaciones. Significabansimplemente que el Estado colonial se transfería a sí mismo parte del exceden-te de Ia producción de los indígenas que antes acaparaban los corregidores y loscomerciantes monopolistas. Se extendió y aumentó Ia alcabala y se recaudó ri-gurosamente el tributo. En Cuzco, los ingresos procedentes del tributo en el de-cenio de 1780-1789 aumentaron el 171% con respecto al decenio de 1770-1779, mientras que en Potosí aumentaron el 72%. En Cuzco, los ingresos porconcepto de alcabala en el quinquenio de 1780-1784 aumentaron un 81% conrespecto al de 1775-1779; en Potosí, un 24% (Tepaske y Klein, 1982: 196-208(1),390-403 (11)). Así, los nuevos funcionarios reales competían con los antiguosgrupos dominantes en Ia explotación de los indígenas y el despojo de su exce-dente económico.

El prototipo de Ia rebelión colonial se dio en Nueva Granada. Allí Ia rebeliónde los «comuneros» fue una protesta encabezada por los criollos contra Ia inno-vación fiscal y Ia política de nombramientos, pero también recogió agravios demestizos e indígenas (Phelan, 1978: 45-49,79-84,95-111). El apoyo de Ias ela-ses populares resultó útil para el movimiento pues le dio mayor peso numérico yasustó a Ias autoridades. Pero también alarmó a Ios criollos, que acabaron poramedrentarse y abandonaron Ia lucha. Fue éste un modelo característico. Los mo-vimientos de protesta se oponían abiertamente a Ias innovaciones de los Borbo-nes, eran disturbios antifiscales y revueltas contra determinados abusos. Desde elpunto de vista de los criollos, no debían ser otra cosa: se producían dentro delmarco colonial y no ponían en tela de juicio el orden social. La insurrección an-dina, en cambio, contenía un elemento de ideología neoincaica y de renacimien-to cultural, aunque esto no atrajera a todos los indios. En un contexto cultural Iarebelión de Túpac Amaru era ambigua, pues este caudillo reivindicaba al parecerIa legitimidad de una supuesta comisión real y, al mismo tiempo, Ia de su pasadoincaico. Sin embargo, cualquiera que fuese su mensaje mesiánico, Ia rebelión fuemás radical que los movimientos suscitados por los criollos; atacó el trabajo for-zado, 10s obrajes, los repartos, Ia esclavitud y causó una auténtica revolución so-cial que provocó una reacción contraria de Ias elites coloniales (O'Phelan, 1985:266-267). En Nueva Granada y en otras zonas Ias rebeliones populares pusieronde manifiesto Ia existencia de tensiones sociaÍes y raciales profundamente arrai-gadas, que normalmente permanecían latentes y sólo estallaban cuando, como re-sultado de una presión fiscal excesiva y de otros abusos, diferentes grupos socia-les se coaligaban contra el Gobierno, 10 que brindaba a Ias capas más pobres deIa población Ia ocasión de expresar su resentimiento. En esos fenómenos se po-nían de manifiesto los intereses, los valores y Ia voluntad política de Ias clases po-pulares, su insistencia en los derechos tradicionales y Ia justicia natural, y su de-

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terminación de defender Ias costumbres de Ia comunidad (McFadane, 1984: 17-54). Si bien Ia alianza temporal de criollos y sectores populares inquietaba a Iasautoridades espafiolas, los criollos .pronto advirtieron los peligros sociales queello entrafiaba y volvieron ai redil, recibiendo por 10 general una acogida más in-dulgente que Ia que esperaba aios otros rebeldes.

Nueva Granada, como Perú, fue pacificada implacablemente después de 1781,pero Ia rabia quedó apenas contenida. En 1803, el propio virrey se refería ai des-contento de los campesinos por los jornales bajos y los precios cada vez más altos:

«Iengo entendido que se paga en Ia actualidad el mismo que hace cincuentao más anos, no obstante que ha subido el valor de todo 10 necesario para Ia vida,y que por 10 mismo son mayores Ias utilidades que produce Ia agricultura y otrashaciendas, en que se benefician o trabajan los artículos de preciso consumo. Éstaes una injusticia que no puede durar mucho tiempo, y sin introducirme a calcularprobabilidades, me parece que llegará el día en que los jornaleros impongan suley aios duefios de haciendas, y éstos se vean precisados a hacer participar de susganancias aios brazos que ayudan a adquirirlas.»

EI mismo virrey advertía dei peligro de introducir nuevos impuestos, «quecasi nunca se verifican sin disgusto, resistencia y aun inquietud de los pueblos»,EI descontento popular en Nueva Granada tenía raíces locales y no desaparecie-ron de repente en 1810 ni tampoco después de Ia guerra de independencia. Mu-chos conflictos sociales -protestas contra los impuestos, reclamaciones de tie-rras, sublevaciones de indios y rebeliones de esclavos- eran herencia dei períodocolonial y se intensificaron durante Ia guerra. Las elites regionales procuraron ob-tener apoyos entre Ias clases populares, a veces para los insurgentes, otras --comoen el Sur- para los monárquicos y siempre con cierto receio (Hamnett, 1990:292-326). Cualquiera que fuesen los objetivos políticos de Ias elites, Ia insurgen-cia popular era fundamentalmente social y agraria: formaba parte de Ia revolu-ción pero no era forzosamente causa o beneficiaria de ésta.

La protesta social en los Andes no se limitaba aios movimientos de Ias masasindígenas, como en 1780 y 1814, sino que persistía a través de los bandidos y losesclavos. Los bandidos peruanos de Ias cercanías de Lima provenían sin lugar adudas de Ias clases populares: eran negros, mulatos, zambos, mestizos y blancospobres y operaban entre los valles costeros y Ia capital virreinal (Vivanco Lara,1990: 25-56,45). Las bandas se mantenían juntas por cohesión de grupo y leal-tades personales y carecían de ideología o conciencia de clase. Es cierto que Iasfomentaba y sustentaba el descontento popular; como sefialaba un funcionario lo-cal en 1808, era difícil capturar bandidos «así porque como emparentados en es-tos lugares con los negros de todas Ias haciendas del partido es imposible que pue-da lograrse un soplo fixo, como porque en parte alguna de Ias emboscadas hansalido a saltear». Un indio que trabajaba en una hacienda declaró ai tribunal quese había convertido en bandido porque un jornalero no podía ganar 10 suficientepara sostener a su familia (Vivanco Lara, 1990: 33-34, 49, 50). Sin embargo, Iasbandas tendían a reproducir Ias formas y los valores de Ia jerarquía colonial y erantan capaces de aterrorizar a su propia gente como de atacar a los ricos, o comodecía un agente de polida refiriéndose a un esclavo de hacienda convertido en ca-becilla de bandidos: «Se entregó ai robo sin distinción de personas y clases». En

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ausencia de aliados políticos, se dedicaron a robar más que a protestar. Esto noimpidió que durante Ia revolución Ios bandidos se convirtiesen en guerrilleros yIuego en patriotas, transición que siguieron muchos grupos de este tipo sin quecambiara su estilo de vida ni renunciaran aI robo.

EL IMPERIO Y LAS ELITES EN BRASIL

Brasil también estaba dividido jerárquicamente, pero en otros aspectos su caso eraúnico en eI mundo ibérico. En Ia América portuguesa no hubo Ios grandes cam-bios informales en Ia estructura de poder -de Ia dependencia inicial aI Estadocriollo y aI restablecimiento de Ia sujeción aI imperio- que caracterizaron a IaAmérica espafiola, Brasil fue siempre menos autónomo que sus vecinos hispanos;sus instituciones eran más propensas aI controI dei Estado, sus grupos dominan-tes se aferraban a Ia metrópoli tanto en Ios períodos de bonanza como en Ios deadversidad. En Ios primeros dos siglos de colonización Ia división principal era Iaque separaba aIos blancos de Ios restantes grupos, y Ia mayoría de Ios primeros,fuesen americanos o europeos, se identificaban con Portugal, tenían muy presen-tes Ias diferencias de raza y de condición social y se esforzaban por mantener adistancia a Ia mas a de indígenas y africanos (Schwartz, 1987: 15-50). Este tipo decohesión no impidió que surgiera una identidad brasilefia, de manera que, a par-tir de 1700 aproximadamente, Ia hostilidad de Ios portugueses brasilefios hacia Iosnacidos en Portugal se convirtió en otro punto de conflicto de Ia sociedad colonial.Esto reflejaba en alguna medida Ia rivalidad entre Ios terratenientes autóctonos quetenían su base de poder en Ias plantaciones y Ios comerciantes portugueses que de-pendían dei favor de Ia Corona, y se manifestaba también en Ia competencia porIos cargos públicos y Ios nombramientos eclesiásticos.

La metrópoli contribuyó a agravar Ia tensión. En Brasil, como en Ia Américaespafiola, Ia monarquía ejerció en eI siglo XVIII un controI más estricto sobre eI Go-bierno y Ia sociedad coloniales, en parte como medida de precaución ante eIrápido crecimiento de Ia población, y también con Ia finalidad de explorar másdirectamente Ios recursos de Ia colonia, La nueva política se reflejó en Ia interven-ción de Ia Corona en Ia industria minera, en eI aumento de Ios impuestos aI co-mercio y su fiscalización, en Ia concesión de mayores facultades a Ia burocraciaportuguesa, en Ia injerencia de Ios funcionarios reales en Ios asuntos municipalesy en Ia expulsión de Ios jesuitas (Russell-Wood, 1975: 3-40). En Brasil, además,causó resentimiento Ia tendencia de Ia Corona a menospreciar a Ios americanos ypreferir aIos europeos aI nombrar funcionarios. EI absolutismo alcanzó su apogeocon Ia política dei marqués de Pombal, cuya tentativa de liberar a Portugal de Ia de-pendencia de Inglaterra significó imponer a Brasil una mayor sujeción a Ia metró-poli. EI comercio brasilefio quedó en manós de empresas monopolistas portugue-sas, se aplicaron impuestos más onerosos/ seredujo Ia IgIesia a una sumisión aúnmayor y se fortaleció Ia administración en concordancia con sus nuevas funciones.Estos cambios no contribuyeron en mucho a aliviar Ia depresión económica que su-fría Brasil alrededor de 1770, pero posteriormente Ias reformas dieron fruto: en1780, Ia economía inició un período de expansión, favorecido por una nueva con-

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figuración de Ia oferta y Ia demanda de productos tropicales en el mundo atlánti-co, 10 que fue acompafiado por un aumento de Ia importación de esclavos.

Portugal podía intensificarsin riesgo Ia presión imperial, porque para Ia eliteblanca de Brasil era mayorIa necesidad de mantener Ia esclavitud y Ia jerarquíaque el deseo de libertado Los brasileüos podían abrigar resentimiento por Ia dis-criminación y Ia negación de! acceso-al libre comercio, y expresar sus iras por me-dio de conspiraciones y rebeliones, pero no llegaban a querer Ia independencia,de! mismo modo que los intelectuales se guardaban de abogar por Ia igualdad. Larevuelta de 1788-1789 en Minas Gerais fue motivada por e! rechazo de los im-puestos, Ia efervescencia intelectual y Ia agitación política de los blancos disiden-tes, pero no supuso una amenaza verdadera para Ia autoridad. Más importante,aunque de impacto aún menor, fue en 1798 Ia conspiración de los mulatos de Ba-hía, que se alzaron en demanda de igualdad y de libertad y causaron pavor tantoentre los brasilefios blancos como entre Ias autoridades portuguesas (Viotti daCosta, 1979: 19-33). Portugal sabía que Ias tensiones sociales de Ia colonia eranuna garantía de Ia lealtad de Ia elite. Tras aplastar el movimiento de 1798, el go-bernador de Bahía escribió a Ia Corona asegurando que no había motivos de in-quietud, porque Ias clases altas habían permanecido al margen de aquél, temero-sas de ser asesinadas por sus propios esclavos (Maxwell, 1973: 222).

La esclavitud era parte integral de Ia economía y Ia sociedad de Brasil. Las mi-nas, al igual que los ingenios azucareros y Ias plantaciones de algodón, dependíandel trabajo esclavo. Entre 1701 y 1801 llegaron a Brasil 1.8 millones de africa-nos, es decir, casi Ia tercera parte de! total de esclavos importados a Ias Américas.Los blancos también aumentaron en número en el siglo XVIII, como resultado deIa inmigración y, en mayor medida aún, de su índice de natalidad, que era másalto que el de los negros de Ias plantaciones. Sin embargo, Ia mayoría de los inmi-grantes provenía de África. En el decenio de 1760 y en e! siguiente, Ia importaciónde esclavos disminuyó por efecto de Ia recesión económica, pero se restableció gra-cias a Ia expansión de sus productos principales de exportación, de manera queen 1798 había en Brasil aproximadamente 1.3 millones de esclavos. Más de dostercios de Ia población, que sumaba más de dos millones de personas, eran de ori-gen africano (negros y mulatos) y Ias personas libres no blancas superaban en nú-mero aios blancos (Alden, 1984: 601-660). El mestizaje se convirtió en una ca-racterística de Ia sociedad brasilefia, pero no en un factor de armonía racial; losmulatos libres eran víctimas de prácticamente los mismos prejuicios que los escla-vos. Las tensiones sociales se intensificaron con el aumento en número de los ne-gros y mulatos libres, unido a Ia discriminación jurídica, económica y social. Estohizo que Ia oligarquía brasilefia mantuviera su lealtad a Ia Corona y continuaradependiendo de Ia protección portuguesa, en un momento en que Ia revoluciónde Saint Domingue (1791) infundía entre los blancos y los propietarios de escla-vos de Brasil Ia misma alarma que entre los de Venezuela y los del Caribe insularespafiol. Por estas razones, y a pesar de su hostilidad creciente hacia Portugal, Iaselites brasilefias estaban dispuestas a hacer concesiones en Ia configuración de surégimen político, con tal de mantener Ia estabilidad de Ia sociedad, concesionesque siguieron haciendo hasta 1821.

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LA IDENTIDAD AMERICANA

Las sociedades coloniales no permanecen inmóviles; llevan en sí el germen de suprogreso y, en último término, de su independencia. Sumergidos bajo Ia montaiíade documentos que circulaban entre los funcionarios reales, los responsables delGobierno jamás se detuvieron a reflexionar sobre fenómenos como Ia velocidadde crecimienta de Ias colonias americanas, Ia maduración de Ia sociedad colonial,Ia gestación en ésta de una identidad definida o Ia nueva era que comenzaba enAmérica. Sin embargo, los signos eran visibles; Ia demanda de igualdad de cargosy de oportunidades expresaba una conciencia profunda, un sentido creciente deIa nacionalidad, Ia convicción de que los americanos no eran espaiíoles. La nacio-nalidad criolla se nutrió de Ias condiciones que imperaban en el mundo colonial;Ias divisiones administrativas espaiíolas, Ia economía de cada territorio y Ias riva-lidades entre éstas, el acceso a cargos públicos y Ia demanda de otros, el orgullopor Ias riquezas y el entorno naturales: tales eran los elementos de Ia identidad na-cional que se había ido gestando a 10 largo de tres siglos y que sólo podía alcanzarsu plenitud en Ia independencia (Brading, 1991b: 536-539, 564-565 y Lynch,1986: 24-34). El individuo comenzó a identificarse con un grupo, y éste poseíaalgunos de los rasgos que definen a una nación: antepasados, lengua, religión, te-rritorio, costumbres y tradiciones comunes. Las experiencias recientes habíanagudizado Ia percepción de estos elementos. Los americanos habían conseguidoya acceso a los cargos públicos, habían negociado el monto de sus impuestos, ha-bían comerciado con otros países, habían vislumbrado Ia autonomía y disfrutadode sus beneficios; éno bastaba esta por sí mismo para incrementar su concienciade patria, de identidad nacional, y su anhelo de conquistar mayores libertades?2No verían acaso un regreso a Ia dependencia como un retroceso y una traición,no sólo a sus intereses materiales sino también a su dignidad de americanos o, másexactamente, de venezolanos, mexicanos o chilenos?

Los orígenes coloniales de Ia identidad nacional determinaban también sus lí-mites. La noción de identidad nacional no iba más allá del grupo de los criollos,y el concepto de patria significaba menos para los sectores cuyos intereses eranmás ajenos a Ia sociedad colonial; de este modo, los «pardos» sólo tenían un sen-tido vago de Ia nacionalidad, y los esclavos y negros carecían de él en absoluto.El científico y viajero alemán Alexander von Humboldt observó que en Venezue-Ia el concepto de identidad nacional no englobaba a los esclavos ni a los negros yque éstos estaban unidos más bien, en una red Caribe, de resentimiento y de re-belión (Humboldt, 1814-1829: III, 428-441). Por otra parte, los dirigentes indí-genas tenían un concepto alternativo de nacionalidad. Túpac Amaru saludó a sus«paisanos y compatriotas», o sea, a los -peruarios, como grupo diferente de los es-paiíoles. Se refirió a Ia «gente peruana» a los que también llamó «gente nacional»;este grupo 10 formaban los criollos, mestizos, zambos e indios, o sea, todos losoriundos del Perú; sólo excluía a los espafioles, venidos del Viejo Continente, a losque consideraba extranjeros. Pero sus esfuerzos por atraer a los criollos y rnesti-zos al bando de Ia rebelión andina y su intento de proyectar una identidad ame-ricana más amplia, sólo hallaron el rechazo entre los criollos, y entre Ios indios,Ia indiferencia. Los indios que se aIistaban en Ios ejércitos patrióticos o en bandas

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LA ÚLTIMA CRISIS

guerrilIeras 10 hacían habitualmente sin convicciones políticas y podían cambiarde bando sin ningún escrúpulo.-

Podían obrar por obligación, por costumbre o para obtener armas, pero raravez por iniciativa personal. En 1816, un líder guerrilIero deI Alto Perú arengabadeI mismo modo aIos indios realistas:

«La Patria es ellugar donde existimos, Ia Patria es Ia verdadera causa que de-bemos de defender a toda costa, por Ia Patria debemos sacrificar nuestros inte-reses y aun Ia vida». Estas voces se echaban en todas partes, que para eI caso noteníamos ni un indio. Sólo revoloteábamos con estas expresiones como conquis-tando de nuevo en un país extrafio.»

Los indios dei Alto Perú comprendían mejor eI significado de Ias lealtades tra-dicionales y comunales, de manera que los guerrilIeros no causaban ninguna im-presión a los que habían recibido Ia me dalI a deI rey, los amedallados:

«Algunos decían que por su rey y sefior morían y no por alzados ni por Ia Pa-tria, que no saben qué es tal Patria, ni qué sujeto es, ni qué figura tiene Ia Patria,ni nadie conoce ni se sabe si es hombre o mujer, 10 que el rey es conocido, su go-bierno bien entablado, sus leyes respetadas y observadas puntualmente. Así pere-cieron los once» (Vargas, 1982: 88, 118).

Así pues, eI nacionalismo incipiente era un nacionalismo criolIo. Era el quepostulaba Viscardo, quien empleaba eIlenguaje dei siglo XVIII, eI de los «derechosinalienables», Ia «libertad» y los «derechos naturales» y citaba a Montesquieu paranegar eI derecho dei poder menor (Espana) a gobernar eI mayor (América). Vis-cardo extrajo además argumentos de textos americanos e invocó Ias reivindica-ciones criolIas para justificar su planteamiento de que los americanos tenían de-recho a gobernar sus respectivos países sin participación de los extranjeros y adefenderse de los abusos deI absolutismo borbónico. Viscardo consideraba que eIacceso a los cargos públicos y eI ejercicio de Ia gobernación eran cuestiones quetocaban aI interés nacional: «Los intereses de nuestra Patria no son otra cosa que losnuestros, y su buena o mala administración es asunto necesariamente nuestro;esto significa que sólo a nosotros pertenece el derecho de ejercerlas y que noso-tros somos los únicos que podemos cumplir Ias funciones de gobierno, en bene-ficio de Ia Patria y de nosotros mismos». Éste fue eI argumento fundamental desu «Carta aIos Espafioles-Americanos», que se publicó en 1799 y fue reconocidarápidamente como una proclama clásica de Ias reivindicaciones de Ias colonias yde Ia causa de Ia liberación. «EI Nuevo Mundo es nuestra Patria; su historia es Ianuestra y nuestros deberes esenciales, nuestros intereses más caros, nos obligan aestudiar y analizar atentamente en elIa nuestra situación actual y Ias causas quemás han influido sobre ésta, para encontrar en eI conocimiento profundo de estahistoria Ia decisión de adoptar valerosamente el curso de acción que nos dictennuestros deberes ineludibles hacia nosotros mismos y nuestros hijos- (Simmons,1983: 363,366-367,369,376).

EI resentimiento por sí solo no bastaba normalmente para desatar una revolución.Solían encenderse y estalIar rebeliones populares, pero éstas se extinguían de ma-

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nera espontánea. Las demandas crio llas de cargos públicos, acceso al comercio yreducciones tributarias solían ser neutralizadas mediante el sob orno, o sencilla-mente se Ias ignoraba. Los americanos parecían incapaces de promover su causa.Para que el descontento se expresara en reivindicaciones, el patriotismo se con-virtiera en nacionalismo y el resentimiento llevara a Ia revolución, los americanosespafioles necesitaban más experiencia, y ésta llegó gracias al impacto de los su-cesos extraardinarios en Europa, de Espana y de América, que los obligarían a to-mar nuevas decisiones sobres sus lealtades políticas. Se dice que se adquirió gra-cias aios acontecimientos de 1808-1810, cuando Ia invasión francesa de Espana,Ia caída de los Borbones espafioles y el aislamiento de Ias colonias respecto de Iametrópoli crearon una crisis de gobierno que no tardó en convertirse en guerrade independencia. Sin embargo, ésta no fue un hecho casual ni una crisis repen-tina. Espana se hallaba en situación peligrosa desde 1796 y en esa fecha ya habíaperdido el dominio económico sobre América. La guerra contra Inglaterra, el pro-longado bloqueo naval, el clamor de los productores coloniales, Ia transgresiónsistemática de Ias leyes comerciales en que incurrían los colonos y los funcionarios,y Ia dependencia de otros países en cuanto al transporte marítimo obligaron a Es-pana a encomendar su comercio a navíos neutrales y hasta a tolerar el intercambiocomercial con el enemigo. En este período el imperio americano abandonó prác-ticamente el sistema espafiol de «comercio libre» para comenzar a ejercer el ver-dadero comercio libre propio de una economía independiente, aunque no olvida-ba que Espana seguía siendo monopolista de corazón. Sin embargo, los riesgoseconómicos no bastaban por sí solos para movilizar aios criollos.Éstos temían enverdad otra cosa, un aumento de Ia inestabilidad social y racial que no podían do-minar políticamente. Si flaqueaba el Gobierno de Ia metrópoli, si Ia desobedien-cia se convertía en hábito, si continuaban siendo insuficientes Ias fuerzas defensi-vas y si Ia clase dirigente se limitaba a permanecer a Ia expectativa, el resultadosería Ia anarquía.

Los criollos, abandonados por Espana, no perdían de vista Ia amenaza más ra-dical que representaban Ias demandas de los sectores populares ni el peligro queconstituían para ellos Ias divisiones raciales. A Ia rebelión de los esclavos y los ne-gros de Coro en 1795, inflamada por Ia revolución de los esclavos de Saint Do-mingue, siguió Ia conspiración de La Guaira, que dirigieron Manuel Gual y JoséMaría de Espana en 1797 inspirados en el jacobino espafiol Juan Bautista Picor-nell; este movimiento exigía igualdad además de libertad, y Ia creación de unarepública y no meramente una reforma, demandas que también motivaron Ia agi-tación de los mulatos de Bahía en 1798, y que convencieron no sólo a Ia elite ve-nezolana sino también a muchas otras de Ias Américas de que había llegado unmomento en que Ia única forma de salvarse era adelantarse a Ia revolución. Lossucesos de 1796 a 1810 llevaron al arden colonial a su crisis más profunda.

LA CONTINUIDAD Y EL CAMBIO

En los anos que siguieron a 1810 Ia estructura colonial se resquebrajó pero noquedó enteramente destruida. La independencia puso fin al pacto colonial, elimi-

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nó el monopolio comercial y abrió los puertos de Ia América espafiola ai comer-cio mundial. Sin embargo, Ias guerras causaban grandes pérdidas humanas y ma-teriales, mientras el terror y Ia inseguridad ocasionaban una fuga de mano de obray capitales que hacía difícil diversificar Ia economía. De este modo, Ia América es-pafiola continuó siendo exportadora de materias primas, sin disfrutar de los be-neficios del auge minero. En ausencia "de un mercado vigoroso y protegido, losgrandes propietarios dei capital, que eran Ia Iglesia y los comerciantes, tenían po-cos incentivos para invertir en Ia industria. La alternativa era satisfacer Ia deman-da de cada país con productos británicos y permitir que los comerciantes inglesesllenaran el vacío empresarial que había dejado Espana. Aunque el comercio eramás libre que antes de 1810 y el mercado estaba sujeto a menos normas protec-cionistas, se mantuvieron los derechos aduaneros como un medio de percibir fon-dos para el erario nacional, usanza habitual en los países en que Ias elites se nie-gan a pagar impuestos a Ia renta o a Ia propiedad. Los hacendados sobrevivierona Ias turbulencias de Ia guerra y convirtieron Ia hacienda en organización políticay económica, en medio de control y base de poder de Ia nueva clase dominante.Los terratenientes y sus milícias ocuparon ellugar de los grupos urbanos colonia-les que antafio manejaban Ia minería, el comercio y Ia burocracia. Hubo pues unaruralización y militarización de Ia estructura de poder, es decir, una transforma-ción dei Estado urbano y burocrático dei período colonial, pero esta transfor-mación se basó en los recursos económicos y sociales que había legado Ia colonia.

La tierra, que era el capital por excelencia, permaneció en general en manosde un grupo relativamente pequeno de criollos, ligados a menu do por lazos fami-liares y de sangre que les permitían ejercer su dominio sobre los cargos públicos,los recursos y Ia mano de obra. Numerosas familias de Ia elite provenían de Iaaristocracia colonial y tenían entre sus antepasados a terratenientes y funcionariosdei Estado colonial. Sin embargo, a 10 largo de Ias guerras de independencia fuemodificándose Ia composición de Ia clase alta, a medida que adquirían tierras lossoldados, los comerciantes y otros sectores que sacaban partido de Ias hostilidades.En Venezuela, donde Ia revolución y Ia contrarrevolución diezmaron a Ia oligar-quía colonial, Ias grandes haciendas pasaron a manos de un nuevo grupo dirigen-te, los caudillos victoriosos de Ia independencia; éstos perpetuaron el latifundio acosta de los predios menores en que se distribuía tradicionalmente Ia tierra, ten-dencia que ya se observaba a finales del período colonial.

Después de Ia independencia comenzó a ejercerse un control mayor sobre lostrabajadores. El comercio de esclavos fue prohibido casi inmediatamente en todaIa América espano Ia, pero Ia abolición de Ia esclavitud fue un proceso lento, ex-cepto en los países donde ya era obsoleta. Bolívar instó a los legisladores a de-cretar su abolición, pero su llamamiento no fue perentorio, según algunos por-que no quería que Ia elite criolla se distanciara de Ia revolución. La Constituciónbolivariana proclamó Ia libertad de los esclavos, y a pesar de que los propietariosse Ias arreglaban para burlar su espíritu, Ia postura de Bolívar en favor de una abo-lición absoluta e incondicional era categórica. La esclavitud, afirmaba El liberta-dor, es Ia negación de Ia ley, viola Ia dignidad humana y Ia doctrina sagrada de laigualdad, y constituye un ultraje a Ia razón y a Ia justicia. Este lenguaje era el deIa libertad no el de Ia colonia, pero aun así no conmovió a sus contemporáneos.

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En Venezuela, Colombia, Perú y Argentina Ia esclavitud sólo se abolió en el dece-nio de 1850 y en Brasil en 1888.

Los indígenas resultaron perjudicados por Ia independencia. En un sentidoformal, se habían emancipado, porque en 10 sucesivo eran ciudadanos libres y notenían que pagar tributos ni realizar trabajos forzados. Sin embargo, los indios dePerú, Ecuador y Bolivia no acogieron automáticamente con satisfacción Ia aboli-ción de los tributos (en sustitución de los cuales debían pagar los mismos impues-tos que otros ciudadanos), porque consideraban que aquéllos eran Ia prueba jurí-dica de Ia propiedad de sus tierras, con el excedente de cuya producción pagabanlos impuestos. Y ahora sus tierras estaban amenazadas. Los liberales dei períodoposterior a Ia independencia veían a los indígenas como un obstáculo para el de-sarrollo nacional y pensaban que debía ponerse fin a Ia autonomía que habían he-redado del régimen colonial, mediante el expediente de integrarlos en Ia nación.En Perú, Colombia y México, los nuevos legisladores intentaron destruir Ias enti-dades comunitarias para hacer más móvilla organización de Ia propiedad agrariaindígena y poder disponer de Ia mano de obra nativa. Esta política suponía Ia di-visión de Ias tierras comunales en predios individuales, cuyos propietarios seríanteóricamente los propios indígenas, aunque en Ia práctica resultaron ser sus veci-nos más adinerados. La idea no era nueva; había sido uno de los planteamientosfavoritos de los pensadores ilustrados del período colonial. El «radical» de Nue-va Granada Pedro Fermín de Vargas proponía eliminar aios indios mediante elmestizaje, para crear un sector de productores o jornaleros: «Seria muy de desearque se extinguiesen los indios, confundiéndolos con los blancos, declarándolos li-bres dei tributo y demás cargas propias suyas y dándoles tierras en propiedad»(Vargas, 1962: 282). En México el prelado reformador Manuel Abad y Queipoabogó por Ia abolición del tributo y Ia división de los predios de Ias comunidadesindígenas entre propietarios individuales, manteniendo Ia propiedad comunal sóloen Ias tierras marginales (Abad y Queipo, 1963: 204-212). Los libertadores hicie-ron suyas estas ideas, que llegaron a caracterizar el pensamiento liberal y fueron lle-vadas a Ia práctica por los gobiernos republicanos. Los indígenas, desde luego, te-nían mecanismos propios de supervivencia y no era posible eliminarlos medianteleyes; pero sus predios comunales quedaron sin protección jurídica y terrninaronpor ser víctimas de Ia concentración de Ia tierra y de Ia economía exportadora.

Los indígenas y los esclavos ganaron poco con Ia transición de Ia colonia a Iarepública, pero Ias razas mixtas parecían considerar satisfechas sus reivindicacionescontra el régimen colonial. Los pardos lucharon por Ia igualdad con los criollos eintentaron obtener acceso a Ia educación, a los cargos públicos y aios derechos po-líticos, que se les habían negado durante Ia colonia. Las nuevas constituciones re-publicanas abolieron Ia discriminación racial y proclamaron Ia igualdad ante Ia leyde todas Ias clases y castas; pero éste fue el límite de esa igualdad. El Estado re-publicano era un Estado criollo, herederode aquella América criolla que Espanahabía intentado desarticular en los decenios posteriores a 1750. Los sectores po-pulares en general se beneficiaron poco de Ia independencia. AI no cumplir los re-quisitos legales de poseer bienes y saber leer y escribir, se vieron privados de de-rechos políticos. En los trabajos del campo Ias leyes liberales, Ia concentración deIa tierra y Ias campafias contra Ia vagancia les sometieron a mayores presiones que

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bajo el régimen anterior. En Ias ciudades se fortalecieron, ciertamente, los secto-res del comercio mino ris ta y los servicios, gracias a Ia expansión del comercio in-ternacional; pero Ia industria nacional se vio perjudicada o no logró desarrollar-se. En Venezuela y Colombia 'sufrió un retroceso, excepto en los mercadosregionales. En Perú logró sobrevivir sólo en el ámbito del consumo interno. EnArgentina, era Inglaterra Ia que abastecía el mercado popular. Sólo en Méxicopu do Ia industria dar trabajo a un número suficiente de personas para que los ar-tesanos continuaran siendo un elemento importante de Ia estructura social; en losdemás países constituía un sector desempleado o subempleado, cuyos miembros,junto con los campesinos desposeídos, propendían a convertirse en bandidos o re-beldes. Esos bandidos y rebeldes que tenían en América una larga historia, inicia-

. da en Ia colonia, continuada en Ia revolución y prolongada ahora en Ia república.

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