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El contexto: España en la segunda mitad del siglo xix Memoria de la seducción: carteles del siglo XIX en la Biblioteca Nacional Del 11 de septiembre al 3 de noviembre de 2002 Exposición organizada por: Biblioteca Nacional de España Comisario: Raúl Eguizábal Maza Raúl Eguizábal

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El contexto: España en la segunda mitad del siglo xix

Memoria de la seducción: carteles del siglo XIX en la Biblioteca Nacional Del 11 de septiembre al 3 de noviembre de 2002

Exposición organizada por: Biblioteca Nacional de España

Comisario: Raúl Eguizábal Maza

Raúl Eguizábal

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El contexto: España en la segunda mitad del siglo XiX

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— I I —

E L C O N T E X T O : E S PA Ñ A E N L A

S E G U N D A M I TA D D E L S I G L O X I X

1. Bosquejo de España en la segunda mitad del siglo X I X

El período abarcado por estos Carteles Históricos de la Biblioteca Nacionalcoincide con bastante exactitud con la llamada Restauración, es decir con el perío-do comprendido entre la entronización de Alfonso XII (1874) y el comienzo delreinado de Alfonso XIII (1902). Un período asaz intenso de nuestra historia en elque se debaten los intentos modernizadores con las resistencias conservadoras, y sesuceden acontecimientos como el restablecimiento de los Borbones en el trono, laConstitución de 1876, la creación de algunos partidos liberales y conservadores,las guerras coloniales y la pérdida de las últimas posesiones en ultramar, etc.

España constituía, además, un país con un fuerte atraso respecto a otrospaíses europeos como Inglaterra o Francia. Retraso económico pero también polí-tico y social. La estructura del poder correspondía a la de un sistema caciquil. Encada pueblo existía un cacique local, que a su vez respondía ante el cacique provin-cial o regional y estos a su vez rendían pleitesía a jefes de grupo situados cerca dela corona.

Ideológicamente, era un país conservador, en el que el peso de las tradicio-nes, la influencia de la iglesia y del ejército dificultaban cualquier intento reno-vador. El carlismo representaba a las fuerzas más tradicionalistas y reaccionariasque tenían implantación sólo en algunas regiones y en los sectores rurales. Elpartido conservador de Cánovas defendía la monarquía y estaba dispuesto a algu-nas concesiones, como la Constitución, las cortes y las elecciones, que maquilla-sen la situación y diesen una apariencia de país europeizado y moderno. Durantesu periplo gubernamental, Cánovas dejó las cosas bien atadas para conseguir elmantenimiento de la situación: el voto, gracias a la ley electoral de 1878, estaba

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restringido a un 5% de la población, un sistema bipartidista con Sagasta comojefe de la oposición aseguraba el recambio; la estructura caciquil se imbricaba conel sistema electoral y el reparto de cargos, y los caciques se aseguraban del triun-fo de los candidatos correspondientes. El partido liberal de Sagasta tenía tambiénpues un tinte oficialista y daba una apariencia de réplica al canovismo. Durantesus años en el gobierno realizó algunas reformas fundamentales como el sufragiouniversal, la ley del jurado y se reguló la libertad de expresión, de reunión y deasociación. El resto de las fuerzas como los republicanos, los federales o los movi-mientos obreros constituían elementos minoritarios incapaces de generar una sóli-da base sobre la que levantar un nuevo sistema político. Habrá que esperar a 1910para que entre en las Cortes el primer diputado socialista.

Económicamente seguía siendo una nación rural y atrasada, en la que inclu-so los procedimientos de explotación de la tierra mostraban grave retardo. El paísafectado de hambre, emigración y epidemias exhibe también un penoso atrasodemográfico. En 1885 hay una epidemia de cólera. Casi un cuarto de millón deespañoles emigran en los veinte últimos años del siglo, sobre todo a Argentina,Brasil y, en general, a los países hispanoamericanos; pero también a Francia yArgelia. Y además las guerras coloniales diezman la población más apta para el traba-jo. Del orden de 100.000 soldados mueren en ellas, casi siempre por la malaria yotras fiebres infecciosas.

No todas las zonas de España estaban igualmente situadas, existían profun-dos desequilibrios. Cataluña se colocó a la cabeza de las regiones españolas gracias,en primer lugar, a la industria textil, a la que se unieron las compañías de nave-gación, banca, industria vinícola, etc. Su actividad económica, como una de laszonas más dinámicas incluso de Europa, tienen su reflejo en la Exposición deBarcelona de 1888. El renacimiento de la cultura catalana y el auge del moder-nismo a finales de siglo son otros tantos paradigmas de su prosperidad.

Vizcaya con su minería del hierro y actividad naviera y comercial, produceuna onda expansiva de desarrollo que alcanza al resto del País Vasco, Asturias ySantander. Mientras que en Madrid, ciudad funcionarial, sobrevive todavía muchopequeño artesano y una actividad económica preindustrial.

Culturalmente es, sin embargo, un período brillante en el que destacan figu-ras de escritores como los narradores Alarcón (1833-1891), Valera (1824-1905),Clarín (1852-1901) y sobre todo Benito Pérez Galdós (1843-1920); el teatro deEchegaray (1823-1916) y el pensamiento de Menéndez Pelayo (1856-1912), Giner

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de los Ríos (1839-1915), Costa (1844-1911), etc. Coincidiendo con el desastre colo-nial, llega una nueva generación de autores jóvenes a los que no les fueron ajenoslos acontecimientos de la época, así como tampoco el aliento renovador del moder-nismo importado de América por Rubén Darío: Benavente (1866-1945), ValleInclán (1866-1936), Unamuno (1864-1936), Azorín (1873-1967), Baroja (1872-1956), los Machado,... En cuanto a las artes plásticas, retengamos la obra de lospintores Rosales y Fortuny, a la que hubiese correspondido un puesto preeminen-te en este período sin no llega a ser por su muerte prematura, la familia de losMadrazo, Rusiñol (1861-1931) y Sorolla (1863-1923) entre otros.

Se abren también en Madrid, a imitación de Francia, algunos, pocos, salo-nes literarios. Muestran no solamente el respeto por la cultura y las mentes brillan-tes, también ponen un toque de extravagancia y exotismo en la pacata sociedadmadrileña. Uno de los primeros lo abrió una cubana, la Condesa de Jarauco,durante el reinado de José Bonaparte; más tarde la imitó otra dama de origensudamericano, María Buschental. A finales de siglo se abren estos salones enmuchas casas linajudas que quieren demostrar estar a la altura de los tiemposconvidando al escritor, al pintor o al primer actor. Se mezclan aquí los privilegia-dos por derecho de nacimiento, y los que han alcanzado posición gracias a su talen-to y a su tesón. Pero el salón literario por excelencia es el de la noble escritora EmiliaPardo Bazán: frente a la casona de la calle San Bernardo se alinean los lustrososcoches que ostentan escudo nobiliario y los democráticos simones. Y en su salónse mezclan Castelar, Menéndez Pelayo, Echegaray, etc. con la Duquesa de Osuna,la Condesa de Pino-Hermoso o la Marquesa de La Laguna.

A partir de los años cuarenta se produce también en España una situacióneconómica que permite la aparición de una incipiente burguesía así como uncambio en la industria editorial con libros ilustrados y, sobre todo, folletines “lanovela por entregas que apasionó a grandes capas de la sociedad decimonónica yque produjo gran cantidad de imágenes multiplicada por las grandes tiradas”12.

Esta renovación cultural enlaza además con las sucesivas generaciones delnovecientos y del veintisiete hasta constituir una genuina edad de plata de la cultu-ra española. Y es que para algunos autores este período de la Restauración, se

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12.– Antonio Gallego, Historia del grabado en España, p. 335. De realmente masivo puede considerarse eléxito del prolífico y pintoresco autor Fernández y González, especialista en la novela por entregas: “hasta200.000 ejemplares de Luisa o el ángel de la redención en pocos meses”.

prolonga en realidad, y no sólo culturalmente, hasta la dictadura de Primo de Riverao hasta el advenimiento de la II República.

Un aspecto importante, y que va a tener un efecto a largo plazo, es el de larenovación pedagógica. Algunos pensadores son conscientes de la importancia dela educación en la regeneración de un país. Inspirándose en Krause, una figuramenor del pensamiento postkantiano, Julián Sanz del Río (1814-1869) levantó asu alrededor un grupo de trabajadores del pensamiento, los krausistas, liberales enpolítica, racionalistas en temas de religión, abiertos a toda innovación, que másque por su obra teórica destacarán por su labor pedagógica. En el grupo krausis-ta se formaron Francisco de Paula Canalejas, Salmerón o Castelar. Francisco Ginerde los Ríos (1839-1915), discípulo de Sanz del Río, fue el fundador de la InstituciónLibre de Enseñanza, un hito en la historia de la educación en España13.

Sin duda, en este resurgir de la cultura española tuvo mucho que ver la laborde Sagasta y de su partido en defensa de la libertad de expresión: “La mejor prensa,política y no política, los mejores escritores políticos y literarios; la mejor creacióncultural hispánica de nuestro tiempo, nace inequívocamente del hontanar abiertopor la ley de 1883, fruto de la determinación y el tesón que derrocharon Sagasta ysu partido”14. La influencia benéfica de esa ley se mantuvo hasta la guerra civil, ydel clima de libertad y de cultura que se desprendió de ella se benefició no solamentela política, las letras o el periodismo; también las artes, la música y la ciencia.

Uno de los grandes logros de la Restauración fue sin duda el auge de la pren-sa. En 1892 se publicaban, en España, 481 periódicos con una circulación totalde 812.619 ejemplares; constituyendo por volumen y excelencia literaria, unmomento realmente dulce de nuestro periodismo. El Imparcial pasó de los 50.000ejemplares en 1885, a los 140.000 hacia el final del siglo15. Algunos periódicos

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13.– A su vez Manuel Bartolomé Cossío (1858-1935), fue discípulo de Giner y director de la famosa Residenciade Estudiantes, otro fruto de la Institución, donde estudiaron una gran parte de la flor y nata de la culturaespañola del siglo XX como Federico García Lorca, Luis Buñuel o Salvador Dalí, entre muchos otros.

14.– Miguel Martínez Cuadrado. La burguesía conservadora (1874-1931), p. 67. Y en general para este puntoel capítulo “Población y estructura económica”, p. 77 y ss.

15.– Los datos de las tiradas de los periódicos, en tanto que la fuente era el propio periódico, no son realmentemuy fiables. En 1879 El Liberal publicó unas cifras de tiradas basadas en algo tan objetivo como lascantidades pagadas por el timbre. Según el estudio, existía una clara distancia entre los 20.960 ejemplaresque declaraba El Imparcial en aquel momento y los que se deducían de sus pagos por timbre. Además,parece ser que algunos diarios ni siquiera utilizaban todo el papel que compraban para la tirada.

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de provincias como el Diario de Barcelona o Las Provincias de Valencia gozaron degran prestigio. Gran parte de los diarios que todavía hoy se publican en rinconesde todo el país, tienen su origen en estos años.

Además de los de carácter político, apareció una prensa de calidad en el terre-no de la información general. El Imparcial de Madrid estaba a la altura de los gran-des periódicos de Londres o París. La Época, fue el portavoz de la línea de Cánovas,conservador y cortesano, pero con contenidos de categoría. También aparecieronEl Socialista de Pablo Iglesias y, en 1887, El País de tendencia republicana.

No solamente tuvieron nivel literario, que es lo que siempre se suele desta-car, también gozaron de altura gráfica con aportaciones brillantes e ingeniosas dedibujantes y caricaturistas: Francisco Ortego, Manuel Moliné, Padró, Pellicer,Julio Gros, Pedro de Rojas, Mecachis, Cilla, etc.

No puede decirse sin embargo lo mismo de su tratamiento de la publici-dad, en lo que no se hallaban a la altura de otros periódicos extranjeros16. La causapodría achacarse al escaso desarrollo de la industria y a la existencia de un comer-cio vetusto, pero tampoco parece que la propia prensa fuese afecta a los anuncios.En La Epoca, periódico dirigido a las clases más pudientes y de mayor capacidadadquisitiva “la publicidad era muy limitada y, a la vez, vigilada”17.

No obstante es la época en que también hay algunos intentos claros demodernización de la incipiente profesión publicitaria. En 1870 se funda Roldós yCompañía (agencia que se mantuvo hasta 1929) por iniciativa de R. Roldós Viñolasmiembro de una familia de impresores catalanes y que ya había estado trabajan-do en los anuncios como negocio paralelo a la imprenta familiar, desde 1857. Ladecana de las agencias madrileñas no llegaría hasta 1891 con Los Tiroleses. Tambiénhubo algunos intentos de asociacionismo como el Gremio de AnunciantesEspañoles creado desde el diario El Liberal, periódico surgido de una escisión de

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16.– Davillier en su Viaje por España dedica un capítulo a la prensa de la época deteniéndose en “la secciónde anuncios, que no es la menos interesante y, sin ningún género de dudas, la más pintoresca. Se leeen ella en gruesos caracteres: ¡Atención! ¡Interesante! ¡Buena ocasión! ¡Gran rebaja! Y otros cebos parala parte crédula del público. Vienen en seguida las Pérdidas y hallazgos, los espectáculos públicos yAcademias de baile, las Casas de huéspedes, siempre numerosas y a precios fabulosamente baratos: buenahabitación y buena comida por diez reales al día. Luego los Sirvientes y nodrizas, éstas últimas, porsupuesto, siempre jóvenes y robustas, con leche abundante. Y por último los anuncios diversos…” (pp.692-693)

17.– José Tarín-Iglesias. Panorama del periodismo hispanoamericano, p. 141.

El Imparcial. Contaba el Gremio con 86 asociados, comerciantes, farmacéuticos,médicos, pequeños industriales. En acuerdo con éste surgió la Liga de Prensa,formada por una serie de periódicos (El Conservador, El Popular, La Nueva Prensa,etc.) con el fin de acoger a los anunciantes y ofrecerles condiciones favorables parasu publicidad. Liga y Gremio tuvieron una existencia efímera pero supusieronuna interesante experiencia corporativista muy anterior, por ejemplo, a laAsociación de la Prensa que no llegaría hasta 189518.

Habiendo sido un período de cierta tranquilidad interior y de algunaprosperidad, no fueron estos años, sin embargo, todo lo aprovechados que hubie-sen merecido para realizar aquellas reformas de las que estaba necesitado el país,manteniéndose el viejo aislacionismo que provocó el que España careciese de alia-dos exteriores cuando tuvo falta de ellos; llegando con grave demora el desarro-llo industrial; o presentando atraso en la mejora de la higiene, la alimentacióny la medicina. A pesar de la insistencia de las fuerzas progresistas en la educa-ción, el analfabetismo todavía en 1900 alcanzaba al 63´8 por ciento de la

población19, y dos terceras partes del país sigue ocupado en las tareas agrícolas.

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18.– Sobre la Liga de Periódicos y Gremio de Anunciantes, véase J. Bravo “El gremio de anunciantes de 1880”.Campaña Extra Junio. 1985. También las referencias contenidas en R. Eguizábal Historia de la Publicidad,p. 451 y notas.

19.– En Estados Unidos en la misma fecha era del 10,7, del 16´5 en la Francia de 1901, según los datoscontenidos en la obra Causas y remedios del analfabetismo (1955) y recogidos por Miguel MartínezCuadrado. La burguesía conservadora (1874-1931), pp. 124 y 125.

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2.- Situación económica y desarrollo industrial

El desarrollo de un medio publicitario como el cartel tiene indudables cone-xiones con la actividad económica. Es la prosperidad la que facilita, a su vez, elcrecimiento del ocio y del consumo, la que permite que se inauguren teatros y cafés,almacenes y comercios. En gran medida, la publicidad es un instrumento de acti-vación de la vida comercial y productiva, y también, por entonces, un síntoma deprogreso.

La industria aparece tímidamente en España en los comienzos del siglo,gracias fundamentalmente a financieros extranjeros que tomaron la iniciativa enel empleo de técnicos, máquinas y capitales. Los telares, por ejemplo, eran ingle-ses o franceses. En Segovia, los tejedores trasladaron a cincuenta maestros holan-deses con el fin de ser instruidos. Las minas de mercurio de Almadén son explo-tadas por ingleses; sir John Burnwood es el propietario de las minas de carbón enSevilla20.

En el arranque del proceso, la industria estaba más repartida: lana en Castilla,seda en Valencia, explotaciones mineras en el sur, etc. En la segunda mitad delsiglo, si excluimos alguna actividad minera, siderúrgica o industrial en general deescaso fuste en otras zonas, son la cornisa cantábrica y el levante las zonas dondese localizan los mayores niveles de prosperidad y donde se dan unas condicionesde vida paralelas a las del occidente desarrollado.

Está, la industria textil, muy vinculada a los comienzos de la sociedad indus-trial en países como Inglaterra y, en menor medida, en Francia o Alemania. Asíocurrió también en España, o quizá sería más apropiado decir que en Cataluña dondeterminará concentrándose la mayor parte de esta industria, la del algodón, la seday también la lanera, quedando alguna pequeña producción en otras regiones.

Dos aspectos hacen de la textil una explotación tan fundamental para laindustrialización de nuestro país. Primero, por su efecto expansivo, empujando aotros sectores contiguos: alimentación, cuero, madera, químicas, construcción y,al carecer de carbón, energía hidroeléctrica cuyo empleo se produce desde 1881.Y segundo porque fue capaz de superar el desafío que supuso la pérdida de las colo-nias, siendo así que en cierta forma la concentración y la prosperidad de la indus-

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20.– Jean Descola. La vida cotidiana en la España romántica 1833-1868, pp. 78 y 79.

tria textil en Cataluña se había producido gracias al monopolio de exportación alas mismas.

En la cornisa cantábrica, la industrialización se produce alrededor de lasiderurgia. No es que la extracción de hierro y carbón fuese algo nuevo en España,pero no es hasta finales de siglo cuando adquiere un volumen más acorde con lostiempos. Las cifras de extracción y de consumo de mineral en España compara-das con las de los países industrializados, y sobre todo con las de Inglaterra, pare-cen ridículas21. No obstante el sector podía haber sido más expansivo si no es poruna serie de factores como las insuficientes inversiones o las tarifas proteccionis-tas entre 1891-1906 que proporcionaron a las industrias bilbaínas una situaciónde monopolio.

Una serie de oficios y artesanías tradicionales son la base de algunas indus-trias que empiezan a renovarse sobre todo a partir del final del siglo: corcho, made-ra, cuero, imprentas, etc.

Con la llegada de la segunda revolución industrial adquieren su protago-nismo otras dos industrias, la química con su repercusión en la agricultura (abonos,etc.), textil, farmacéutica, que se ve perjudicada por su dependencia tecnológicadel extranjero; y la eléctrica que despega claramente a partir de la exposiciónuniversal de Barcelona.

En cuanto al comercio, el otro sector base de la economía, había sufrido ungrave varapalo con la pérdida del imperio colonial; y las inclinaciones proteccio-nistas de los gobiernos conservadores, presionados por vascos y catalanes, noayudaron precisamente al desarrollo del comercio exterior. Nuestras exportacio-nes provenían del campo (vino, aceite, frutas) y de la minería (mercurio, plomo).Se importan productos manufacturados, maquinaria, tejidos, productos químicos,hierro, trigo, etc. Inglaterra y Francia son nuestros principales clientes; y EstadosUnidos, Francia, Inglaterra y Argentina quienes nos exportan. Además, la mayorparte del comercio lo realizan navieras de otros países. El encargado de equilibrarla balanza del comercio es, en cierta forma, el flujo de dinero que entra con losemigrantes de América y otros países.

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21.– El consumo real de carbón en España (nos dice M. Martínez Cuadrado, op.cit., pp. 181-182) entre1891-1930 no parece haber superado más que en contadas ocasiones los cinco millones de toneladas…Hacia 1750 Inglaterra producía y absorbía cinco millones de Tm inglesas de carbón; Francia las consumíaa partir de 1840 y las producía desde 1850.

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El fin de nuestro, ya exiguo en 1898, imperio colonial, afectó seriamente ados industrias: la textil y la naviera. No obstante tanto Cataluña como Vascongadas

demostraron ser nuevamente las regiones más dinámicas y aguantaron el embate desviando sus actividades por otros caminos.

3.- Transportes y comunicaciones

Bien conocida es la importancia del transporte en el desarrollo industrial ycomercial del siglo XIX. El ferrocarril impulsó la minería y la siderurgia, al mismotiempo que, junto a la navegación a vapor, facilitó el movimiento de mercancíasy personas. Su influencia no es sólo económica, es también cultural y social: lostransportes modificaron hábitos, facilitaron la movilidad de la población, la emigra-ción, el viaje y el turismo; engendraron un entorno de progreso y de cambio, unpanorama de máquinas, chimeneas y nubes de vapor. Su ascendente se deja sentirincluso en el arte: se ha dicho que el paisaje impresionista es el paisaje visto desdeel tren en el que la velocidad desdibuja las formas.

No fue fácil el camino del tren en España. Mesonero Romanos que había hechoun recorrido en tren en 1833, pensaba que nunca podría instalarse uno en Españapor culpa de los desniveles del terreno. Y cierto es que el primero que hubo enEspaña, se emplazó fuera de la península: en Cuba, respondiendo a las necesidadesde la industria azucarera. En 1837 se inauguró la línea de La Habana a Bejucal.

Aunque hubo algún intento anterior, hasta 1848 no se inauguraron los 29kilómetros de la línea Barcelona – Mataró. La financiación fue totalmente priva-da. Uno de los promotores, Miguel Biada, había conocido en Cuba las ventajasdel nuevo transporte.

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En Madrid la primera línea, Madrid – Aranjuez, se realizó en 1851 consubvención del estado. No en balde, el principal promotor, el marqués de Salamanca,era por entonces ministro de Hacienda22. De esta manera se creó un estilo alrede-dor de la construcción ferroviaria: el de la corrupción. Mientras los paisanos salu-daban con gritos de júbilo o abrían asombradas bocas al paso de la máquina trepi-dante, los tunantes de turno se embolsaban un dinero por cada kilómetro de víatendida. Las compañías funcionaron del brazo de los políticos, y se repartieron cargosy subvenciones. Era otro precio más que había que pagar por el progreso.

Con la ley de 1855 y una coyuntura económica internacional que facilitóla entrada de capital extranjero se formaron grandes compañías y el ferrocarril seextendió con rapidez. A finales de 1855, España contaba únicamente con 855 kilo-métros construidos y explotados. Para 1868 había cerca de 5000 kilómetros de vías.En 1870 el ferrocarril se había convertido ya en el medio de transporte de mercan-cías y personas preferido para distancias medias y largas. En 1894 se inauguró unnuevo ferrocarril que colocaba el trayecto Madrid – Barcelona en diecisiete horas.Los nuevos trenes no sólo aportaban velocidad, también ofrecen confort: vagonescon pasillo, coches-cama, vagón restaurante, etc.

Una de las peculiaridades fue el ancho de vía adoptado, mayor que el del restode Europa para evitar una invasión del país por ferrocarril. La vocación de aislamiento,y la influencia del estamento militar, se manifiesta en esta decisión que hoy se ve pere-grina y que ha venido dificultando la conexión internacional del ferrocarril español.

También se incrementó la red de carreteras a partir de 1880. De 19.500 kiló-metros construidos por el Estado para esa fecha, a los 35.400 en 1900. Y los tran-vías urbanos, desde 1870. Un barco de vapor remonta el Guadalquivir desde fechastempranas. En su viaje por España (1840), Teófilo Gautier describe las sensacio-nes que le produce: “Después de los viajes a lomos de mulo, a caballo, en carreta,en galera, el barco de vapor nos pareció algo milagroso… Devorar el espacio conla rapidez de la flecha, y esto sin trabajo, sin fatiga… es seguramente una de lasmás bellas invenciones del talento humano”23. El talento, desde luego, no era autóc-

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22.– Salamanca fue una de las figuras más singulares de la época: banquero, político, empresario, mecenasy hombre de mundo; poseía una de las mejores bibliotecas de su época. Fernández Bremón dijo de élque “Salamanca hizo en España la gran revolución de los ferrocarriles y el telégrafo; es decir, su iniciativaefectuó la transformación radical de lo antiguo en lo moderno” (citado por Antonio Buero, en las notasa Davillier, Viaje por España, p. 1189)

23.– Teófilo Gautier, Viaje por España, tomo II, p. 221.

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tono porque el vapor era de fabricación extranjera. Hombre de su época, al fin y ala postre, Gautier a pesar de los beneficios evidentes, reconoce la fealdad del arte-facto: “Después de un barco de vela, el vapor, por cómodo que sea, resulta odioso.El uno tiene el aire de un cisne abriendo sus alas blancas al soplo de la brisa; el otroparece una estufa que huye a toda prisa montada en un molino”24.

Los beneficios del barco a vapor eran mucho más evidentes en los grandestrayectos. Impulsada por los movimientos migratorios y el comercio con América,la industria naviera se convierte en un negocio muy rentable. Las compañías detransporte marítimo vascas y catalanas se consolidan gracias nuevamente a unfuncionamiento monopolístico.

Si el vapor había proporcionado un transporte a medida de los tiempos; eltelégrafo reparó la necesidad de un medio de comunicación a distancia, práctica-mente instantáneo y capaz de cubrir grandes extensiones, incluso transoceánicas.Las relaciones económicas entre los diferentes países y continentes, la extensiónde los imperios coloniales y de los nuevos países americanos hacía imprescindibleencontrar nuevas formas de comunicación. El telégrafo fue una consecuencia dela comprensión de los fenómenos eléctricos que se dio a lo largo del siglo X I X . Suadopción fue muy rápida, incluso en España. En 1870 el número de estaciones esde 199 y se inicia ya la conexión submarina que se extenderá a Baleares, Canariasy las posesiones africanas. En 1900, el número de estaciones es de 1490.

Si el telégrafo había proporcionado la transmisión de señales sencillas, puntosy rayas, mediante un cable; el teléfono permitió la transmisión de señales comple-jas, como es la voz humana. Su implantación se produce a partir de 1877.

A pesar de la demora en la introducción de estas innovaciones y de la depen-dencia tecnológica y, con frecuencia, de capitales extranjeros; transportes y comu-nicaciones trajeron a España los vientos de la modernidad.

En 1881 en Madrid, y en 1882 en Barcelona se inician las primeras expe-riencias de iluminación pública con lámparas eléctricas25. Hasta 1890 no seempieza a suministrar electricidad en Madrid a los teatros, cafés y algunos espec-

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24.– Idem, pp. 221-222.

25.– “el 28 de agosto de 1882 se instaló este alumbrado eléctrico en la progresiva y bella ciudad de Barcelona,florón de España, en el trayecto de Ataranzas a la plaza de Isabel II, el primer alumbrado público quetuvo España, con 15 focos espaciados entre sí a 50 metros de distancia” (Tomás Álvarez Angulo,Memorias de un hombre sin importancia, p. 29)

táculos. El ayuntamiento obliga a los locales iluminados por gas, y antes conquinqués de petróleo, a instalar la electricidad, más cómoda y menos peligrosa.Todo un síntoma de los nuevos tiempos que se avecinaban. Con todo, la reali-dad es que mientras unas zonas de España se incorporaban con paso seguro en

el mundo moderno, otras permanecían olvidadas, poco menos que ancladas en la Edad Media.

4.- Ocio y costumbres

Si la comparamos con las décadas anteriores, la Restauración es una épocade una cierta tranquilidad y de alguna prosperidad; casi al final de la misma seencontraba la guerra con los Estados Unidos y la pérdida de los últimos restos delimperio, pero durante los años anteriores se vivió, sin querer ver lo que se aveci-naba, en una sociedad de grandes contrastes, en la que despuntaba una burguesíaenriquecida que imitaba mal que bien los modos aristocráticos, una nobleza quesentía que su tiempo había pasado ya, artesanos y pequeños propietarios, funcio-narios y cesantes, y una extensa amalgama de tipos que conformaban el pueblollano, olvidados de cualquier recompensa fruto de los tiempos modernos e igno-rando aquellos acontecimientos que se aproximaban y que tendrían una presen-cia a veces trágica en sus vidas.

Madrid, con su mezcla de corte y de “poblachón manchego” es el ejemplode esta sociedad de contrastes. Junto a los frutos de la modernidad como la ilumi-nación eléctrica, en las calles “irregulares y mal empedradas” se levanta un estré-

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pito de carros y animales, voces y exclamaciones. Ya no se oye el grito temible de“¡agua va!” (lo que indica un claro grado de civilización… y de infraestructura sani-taria) pero “montones de basura en la calle, ropa tendida a la vista del público, elapaleo de las alfombras en la ventanas”26 no pueden hacernos olvidar el atraso dela población. Más allá de Cuatro Caminos empieza una ciudad bronca y mísera:“viejos bíblicos, con la maraña amarillenta de las barbas como cáñamo recién agra-mado, colgando fluvial sobre el pecho; mujeres de nogal y desgreñado pelo, queazabachea de puro negro, tan curtidas, que no se les puede asignar edad precisa;tan hechas al trabajo, que llevan a veces sobre las espaldas cargas dignas de jaya-nes; mozas sin juventud ni ternura; hombres fornidos, cenceños y brunos…;chiquillos y niños muy morenos, que, para divertirse, se tiran piedras entre elloso matan gatos y perros… Entre los grupos se estacionan mendigos contrahechos,enanos o tullidos, con el gesto truhán y la palabra lastimera”27. Son los deshere-dados de la civilización industrial que se amontonan en las orillas de la ciudad.

Es evidente que periódicos, revistas y carteles se dirigían a una parte privi-legiada de la sociedad, o mejor dicho a la “sociedad”, dado que el resto constitu-ían, en realidad sus márgenes; por ello se “entraba en sociedad” es decir se parti-cipaba de aquellos privilegios como eran los entretenimientos y placeres: el teatro,el café, el baile, los viajes, el consumo de todo tipo de artículos: dulces, moda,publicaciones, etc. El avance de la sociedad de consumo ha ido precisamentehaciendo, con los años, esos márgenes cada vez más estrechos y participando a másy más gente de los beneficios de la “sociedad”, permitiendo el acceso económicopero también en gran medida cultural y social a lo que entonces eran privilegiosy hoy constituyen parte de la vida cotidiana.

Pero a finales del siglo X I X la mayor parte de las formas de ocio o de loscaprichos que, por ejemplo, se anunciaban en los carteles quedaban lejos de unagran parte de la población. Sólo a determinados festejos (bailes, verbenas, rome-rías) y en determinadas fechas (fiestas patronales o acontecimientos muy señala-dos) el público tenía acceso en masa. Incluso un espectáculo tan enormementepopular en España como eran los toros, resultaba demasiado dispendioso para lagente modesta, es decir para la mayoría de la gente. Tan sólo haciendo un gran

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26.– Agustín de Figueroa. 1894. La vida de un año, p. 10.

27.– Melchor de Almagro San Martín. Biografía del 1900, pp. 66-67.

esfuerzo económico, ahorrando céntimo a céntimo, empeñando algún objeto, etc.,era posible, muchas veces, obtener el dinero de las entradas. Los apuros econó-micos son en realidad bastante frecuentes: “Los dos tercios de la población madri-leña —nos cuenta Agustín de Figueroa— viven el mes de abril del empeño de sucapa”. La incertidumbre económica es parte también de la vida cotidiana demuchas familias de clase media.

Los precios eran bajos y muy estables, lo mismo que los sueldos. La arrobade patatas (once kilos y medio) comprada en el mercado costaba una peseta, lomismo que una docena de huevos y si estaban cascados 10, 15 y hasta veinte cénti-mos menos. El vino de Valdepeñas, a 40 céntimos la botella. En las tabernas setomaba el cocido desde 25 céntimos hasta 60 según la abundancia de la ración,un par de huevos fritos con patatas costaban 40 céntimos. El menú del Palace valía5 pesetas. El tranvía de la Puerta del Sol a Ventas o Chamberí 10 céntimos. Losaprendices de cualquier oficio comenzaban por ganar un real diario, y cada añosolían aumentarles otros 25 céntimos. Cuando llevaban diez años en el oficioganaban, por tanto, 2´50 pesetas. Los empleados del Estado ganaban 1.000 pese-tas al año, los oficiales del ejército 1.500, un ministro 15.00028.

El palco en el Teatro Apolo, en los últimos años del siglo, cuesta ocho pese-tas, la butaca 75 céntimos. Un palco con cinco entradas en el Teatro Lara o en elEslava cuesta cuatro pesetas. La butaca, 75 céntimos. Otros teatros (Capellanes,Moderno, Romea, Martín, Novedades, Eldorado o, el de verano, Maravillas) sonmás baratos. El billete de ida y vuelta de Madrid a Sevilla, en el tren botijo, valetres duros. En los restaurantes Ambos Mundos y Petit Fornos de la capital se comeopíparamente por una peseta.

Un acontecimiento de la vida festiva es sin duda el Carnaval. Solana seocupó de pintar (y contar) el lado más popular pero también más astroso y lóbre-go del festejo. Hay, sin embargo, un envés elegante y vistoso: “Desde Recoletos alHipódromo desfilan vistosas carrozas… No pocas damas emergen de sus cochesengalanados como de una corbeille ambulante. Todos intervienen en el Carnaval,desde los elegantes socios del Veloz –con disfraces verdes, figurando tallos, y gran-des corolas de clavel sobre la cabeza, sobresaliendo de gigantesca maceta, hasta el

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28.– Véase Tomás Álvarez Angulo, Memorias de un hombre sin importancia, p. 51 y ss. donde da ampliareferencia de precios de la época.

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artesano convertido en el ‘moro de Ferreras’ o en el ‘hombre del Higuí’”29. EnCarnaval se bailan tarantelas, y las jóvenes agitan su pandereta intentando adop-tar un aire napolitano. También se hacen “bailes de cabezas” y en esos casos ellaslucen altos peinados al estilo Madame Pompadour o María Antonieta, o al de lasdamas retratadas por Goya o Pantoja.

Desfile en el paseo de coches del Retiro, concurso de carrozas, máscaras apie y a caballo, coches engalanados, estudiantinas,… Baile de máscaras en el Circode Colón y en el Nuevo Teatro. Batalla de confetis y serpentinas en Recoletos.

Entre las celebraciones carnavalescas, rápidamente se ha hecho un sitio elbaile de máscaras del Círculo de Bellas Artes que unos años se celebra en el Teatrode la Comedia y otros en el Real. “Desde arriba, el espectáculo de la sala, a eso delas dos de la mañana, es ya animadísimo —nos cuenta Melchor de Almagro SanMartín— Es un semillero de parejas, mascaritas y galanes de frac con la chisteraencasquetada. Como hay tanta gente, se baila pegados unos a otros. Parece vistodesde el palco, que todo el patio inmenso del Real formase una sola masa, temble-queante como la jalea, una jalea compuesta de bailarines”.

“Hacia las tres han desaparecido las verdaderas señoras y sólo quedan las otras, como

dueñas del cotarro. Baco ha hecho ya de las suyas. Se ven chisteras abolladas, fraques

puestos del revés, damiselas ligeritas de ropa; han desaparecido la mayoría de los anti-

faces…”

“En el ambigú se cena y bebe copiosamente; pero donde la orgía recuerda más sus

orígenes paganos es en el secreto de los palcos, más bien de los antepalcos, que

permanecen con las cortinas corridas…”30

Uno de los ingredientes imprescindibles de la vida social madrileña, cuyosecos alcanzan a toda España, lo constituye el Circo y Teatro de Price, primer circoestable de España llegado desde Inglaterra en 1855.

Por el Price pasan los artistas de relieve internacional como la bailarina LoïeFuller, cuyas danzas parecen imitar los arabescos del modernismo y que Cheret yCappiello inmortalizarán en sus carteles. Y también las bellezas locales como laBella Chiquita que organiza un verdadero escándalo con su ligero atuendo y susmovimientos insinuantes.

29.– Agustín de Figueroa. 1894. La vida de un año, p. 37.

30.– Melchor de Almagro San Martín. Biografía del 1900, pp. 120-121.

En París se han puesto de moda los grupos gimnásticos femeninos, graciasal éxito de las hermanas Harrison y de las Haldy. El Price presenta también lassuyas: las Siete Follies. El siete se convierte en el número mágico y todos estas trou-pes femeninas tienen que estar formadas por siete integrantes. El “clown” Toni Griceda una vuelta completa al circo sosteniendo una pluma de pavo real en equilibriosobre la punta de la nariz. Y el famoso ayunador Papuss piensa estar un mes dentrode una urna de cristal sin probar bocado; envuelto en vendas como una momiasuscita una curiosidad morbosa de los madrileños que acuden a verle incluso denoche, y algunos a mofarse de él. Acróbatas chinos, payasos, domadores, funam-bulistas, pantomimas, etc. constituyen los carteles del Price.

No sólo tiene atractivo popular; el circo, y sobre todo el afamado Price, atraetambién a mucho público distinguido. “Los elegantes, que se aburren desde la clau-sura del Real hasta el principio del veraneo, se abonan a las Fashionables soirées ya los ‘Viernes gimnásticos’ del Price”31. Con la primavera se abre la temporada delcirco y a él acuden las damas para lucir sus primeras galas. En los palcos se orga-nizan tertulias por las que circulan libremente los chismes que en los del Real apenaseran susurrados.

Junto al Price es quizá el circo Colón el que más huella dejó en su época.Situado en la plaza de Alonso Martínez, en el chaflán que forman las calles SantaEngracia y Almagro. Allí actuó el hipnotizador Onofrof “un sugestionador que traíarevuelto a medio Madrid”32. El Colón terminó en un incendio que lo redujo acenizas. Ramón Gómez de la Serna recuerda que: “Aquel circo levantaba su grancúpula sobre la tierra con una ligereza especial. Era mayor que el que nos haquedado, y tenía además una cosa de gran palacio de cristal”33.

No sólo acogieron los circos a las estrellas del aire y a los dominadores delas más salvajes fieras. En el Circo de Rivas, un teatro-circo que se alzaba en elpaseo de Recoletos, medianero con el palacio de Medinaceli, dio Sagasta uno desus más renombrados discursos34.

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31.– Agustín de Figueroa. 1894. La vida de un año, p. 77.

32.– Tomás Alvárez Angulo. Memorias de un hombre sin importancia, p. 149.

33.– R. Gómez de la Serna, El circo en Obras Selectas, pp. 511-512. También por Granada debió pasar este circotal y como anota Melchor Fernández Almagro, en sus memorias Viaje al siglo XX (pp. 74-75): “…en el Circode Colón, improvisado con tablas y lonas en el Humilladero, pasé los ratos de mayor regocijo de mi niñez”.

34.– Conde de Romanones. Sagasta o el político, p. 137.

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También en el teatro del jardín de El Buen Retiro se hacían a veces funcio-nes de circo que tenían, en el ambiente del parque, un encanto especial: “allí estu-vo la troupe más numerosa de salvajes, de seres de una raza remota… y allí resplan-decía sobre todo la Geraldini”35, una bailarina de cintas, luz y colores que encan-dilaba a los muchachos de la época.

Pero la fiesta que atrae la atención de todas las clases sociales es la de lostoros. La distracción está en la plaza y fuera de ella. Y los que no pueden accederal recinto, tienen que conformarse con ver el espectáculo de la calle. En Madrida la hora de “ir a los toros”, la calle Alcalá se llena de colorido y contagiosa alegría.Es el momento de la euforia, en el que se vive la promesa de un espectáculo y ungoce que no siempre se ve cumplida. Volvemos a Agustín de Figueroa que nos expli-ca que “en confuso tropel, con ímpetu de ola, avanzan por la madrileña vía tarta-nas y calesas, diligencias y jardineras. La gran dama, en su landó; la hembra detronío, en su ‘manuela’. El picador, sobre el rucio que va a la muerte en medio deuna expansión de frenético júbilo… Se oyen piropos y pregones, relinchos, vocesde cocheros y mayorales, chasquidos de látigo. Huele a naranjas y a vegueros”. YAlmagro San Martín, con su retórica tan de época, nos relata la no menos colo-rista, multitudinaria y expectante salida: “Desde la plaza hasta la puerta grandedel Retiro van juntos, en cabalgata heteróclita, los simones del pueblo con los‘milords’ y landós de la aristocracia. Llevan casi todas las mujeres vestidos clarosy se tocan con mantillas blancas, bajo cuya espuma liviana se agolpan mazos declaveles… muchos carruajes van decorados con mantones de Manila a manera detapiz que colgara por la trasera del vehículo; pasan las manuelas con gente detronío: hermosas carniceras de Lavapiés y las Rondas, acaso demasiado gordas;graciosas prenderas de la Ribera de Curtidores, ninfas de los picos pardos, fingien-do recatos virginales; doña Trotaconventos, Celestina en traje de gala, con brillan-tones en manos y orejas; algún picador, manchada la calzona de sangre, sobrejamelgo, llevando a la grupa al monosabio vestido de azul; la jardinera de los tore-ros: cascabeles, lentejuelas, rostros broncos, puros habanos y escolta de vociferantechiquillería”36.

Los toros de Miura, protagonistas de algunas cogidas mortales, alcan-zan una fama legendaria. “Ganadería de la muerte” se la empieza a llamar.

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35.– R. Gómez de la Serna, El circo en Obras Selectas, p. 511.

36.– Melchor de Almagro San Martín. Biografía del 1900, pp. 171-172.

Toros de Miura son los que acaban con el arte de Pepete y, más tarde, con el deEspartero.

La muerte del Espartero se convierte en una manifestación de duelo nacio-nal: “No produjo en París la muerte de Victor Hugo mayor impresión”, nos cuen-ta Eugenio Noel37: “En las tabernas lloraban los clientes silenciosos y estúpidos…Las calles no hubieran estado más negras cubiertas de fúnebre crespón y alfom-bras de catafalco de primera clase. Pintábase en el semblante de los escasos tran-seuntes el dolor más profundo, y como beodos apoyábanse en las paredes, que sies verdad que oyen, como dice Zorrilla, debían estremecerse”. A finales de siglo,y retirados ya Lagartijo y Frascuelo, Espartero y Guerrita eran quienes conserva-ban las esencias del arte taurino, ante la general sensación de decadencia.

La fiesta tiene un lado sangriento que atrae a las masas y seduce a algunosviajeros con su mezcla de bravura y crueldad. La cobardía es castigada del modomás feroz. El pintor de sombrías costumbres que es Gutiérrez Solana, nos da unrelato estremecedor de estas prácticas38: “La media luna se empleaba cuando el toroera huido, no se prestaba a la muerte,… entonces un hombre con un palo largo,terminando con un hierro muy cortante, en forma de media luna, le cortaba trai-doramente los tendones de las patas, por detrás, y le remataba de un puntillazo”.Cuando el toro es manso se emplean los perros de presa: “los perros se sujetabande las orejas, del morrillo y del vientre del bruto, impidiéndole sus movimientos ydesgarrando su piel; el toro bramaba rabioso y corneaba a los perros, volteándolosa gran altura y, al caer, se arrastraban destripados por la arena…”. Por supuesto queexistían voces contrarias, la más alta de todas era, sin duda, la de Eugenio Noel queemprendió una auténtica campaña antitaurina; en una de sus obras39 daba esta visiónde la España de los toros: 396 plazas de toros en las que se da anualmente 872corridas, y a las que asisten, en cifras redondas, siete millones de personas. En esasorgías se matan 4.394 toros, cuyo valor es de 5.318.000 pesetas, y 5.618 caballos,que fenecen entre los más espantosos martirios.

Algunas de estas bárbaras costumbres irán desapareciendo, según atestiguanlos propios carteles que anuncian las corridas. Una que todavía se mantendrá

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37.– Eugenio Noel, Diario íntimo, p. 78.

38.– J. Gutiérrez Solana. Madrid callejero. Escenas y costumbres, pp. 308-309.

39.– Reseñada por Azorín en su obra (publicada originalmente en 1913) Los valores literarios, p. 166.

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bastante tiempo es la de las banderillas de fuego. Si el toro se niega a entrar a varas,la gente vocifera: “¡fuego!, ¡fuego!”. “Los banderilleros salen armados de unasbanderillas anchas, llenas de cohetes que se encienden al poco rato de penetrar enla piel, corriendo la llama hasta las mechas, donde está la pólvora, estallando endetonaciones, tostando vivo al pobre animal, que permanece parado con la lenguafuera”40. Todavía le colocarán unos pares más, hasta cuatro, de banderillas queprovocan que el toro se encabrite, empiece a brincar y termine “bramando derabia y babeando”.

Hay, no obstante otras diversiones, más civilizadas. En toda España crecela afición por el teatro. La capital tiene una oferta destacada de teatros. Davillier,cuyo viaje a España se produce en 1862, comenta que “según una reciente esta-dística, sería España, después de Francia y de Italia, el país europeo más rico enteatros”41. Entre dramas, género bufo, comedias fantásticas, zarzuela y otrosespectáculos más variopintos no le faltan clientes a las salas. Todavía asistimosa los últimos coletazos del teatro romántico, cada año se reestrena con éxito elDon Juan de Zorrilla; triunfa en estos años Echegaray y también Galdós. Sobretodo, es el momento dulce de la zarzuela cuyo origen se remonta a Felipe IVquien, al parecer, gustaba de las representaciones de este género en el palacio ycuyo nombre procede del de la residencia real. La cuna de la moderna zarzuelaes, no obstante, el teatro Variedades de la calle Magdalena número 40, de ahípasará al del Circo, que tiene su esplendor entre 1851 y 1856, y de éste al de laZarzuela.

La crítica acoge tibiamente el estreno de La verbena de la paloma, pero elpúblico se entusiasma ante la música de Bretón y el libreto de Ricardo de la Vega.También es fría la crítica con una joven actriz que empieza su andadura en los últi-mos años del siglo: María Guerrero. Sara Bernhardt nos visita en una de sus giras,y pasea por aquí su famosa delgadez, la “línea” que tantos problemas le ha traídoy tantos reproches en una época de bellezas carnosas. Más tarde llegarán los éxitosde Benavente, Arniches y los Quintero.

El Teatro Real es el más elegante, aquel en el que se va más a dejarse ver quea ver la obra: feria de las vanidades madrileña. “Palcos, plateas, entresuelos y buta-

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40.– J. Gutiérrez Solana. Idem.

41.– Davillier. Viaje por España, p. 700.

cas rebosan de damas descotadas, en grande atuendo. Es como un salón particular.Todo el mundo se conoce personalmente”42. El poderoso y extravagante marquésde Salamanca tiene en él tres palcos, uno encima de otro, donde se muestran, igno-rándose, sus conquistas femeninas. El origen de esta sala es sin embargo bien modes-to pues procede del asentamiento, en 1703, junto a dos fuentes de agua potable quehabía allí (de ahí el nombre de Teatro de la Caños del Peral que tuvo algún tiempo)de una compañía ambulante de opera italiana. En 1708 se construyó un humildeedificio de dos plantas que resultaba lujoso si se lo comparaba con las corralas, porlo que siempre contó con el público más elegante de Madrid. El edificio que cono-ce Davillier y que le hace decir “digno realmente de una gran capital y donde hemosencontrado comodidades demasiado raras en los teatros parisinos”, data en realidadde 1850, aunque el proyecto y las obras iniciales se remontaban a 1818.

El Teatro del Príncipe Alfonso, situado en Recoletos y consagrado al dramaespañol, es un teatro construido, bajo la dirección del arquitecto Sachetti, sobreel antiguo Corral de la Pacheca. En el Teatro del Circo las butacas se ordenan alre-dedor de una pista circular, recordando su cometido original de circo ecuestre. Porallí en efecto pasaron los más notables europeos de la doma de caballos, pero conel aumento de la afición al teatro pasó a diversificar su oferta, dando opera italia-na, dramas antiguos y modernos, comedias, baile clásico español, juegos acrobá-ticos, pero sobre todo zarzuela43. También están el Eslava, el Teatro Martín, el viejoteatro de la calle de Santa Brígida que a finales del siglo ha entrado en una ciertadecadencia, el de la Comedia, el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Lara, donde seda a conocer Benavente, el Teatro de la Princesa, El Español, Novedades, Apolo,“catedral del género chico”, etc. El Teatro Romea se ha fundado sobre el antiguocafé de La Infantil, local situado en la calle Carretas y frecuentado por un públi-co de soldados y niñeras que acudía a ver piezas de carácter cómico-lírico. El teatroNovedades, situado en la Plaza de la Cebada, se inaugura en 1857 bajo la direc-ción de José Valero con una capacidad de 1600 espectadores, durante algunosaños se pudo oir en él cante jondo y ver los mejores cuadros de bailadoras y toca-dores de guitarra. El Teatro de la Alhambra, cambió de nombre en 1897 y se

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42.– Melchor de Almagro San Martín. Biografía del 1900, p. 78.

43.– Alejandro Dumas pasó también por este teatro-circo en su periplo hispano de 1846: “quien no ha entradoen el teatro del Circo y no ha visto bailar el jaleo de Jerez a la Guy Stephen no imagina lo que es elbaile” (J. García Mercadal, Viajes por España, p. 381).

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convirtió en music-hall, actuó por entonces en él la famosa bailarina y espía MataHari; luego, remozado, pasará a llamarse Moderno. El Teatro de la Zarzuela, cons-truido para acoger las obras de este género fue levantado en 1856 en el plazo desiete meses y a iniciativa de los que entonces formaban la empresa y dirección delTeatro del Circo.

En el Alhambra y en el Capellanes (transformado luego en el teatro Cómico)se daban bailes públicos donde acudían los castizos a bailar fandangos y habane-ras y, en Carnaval, se llenaban también de máscaras.

Sea un tipo u otro de obra, sea de altura literaria o ramplona, en verso o enprosa, género lírico o dramático, chico o grande, naturalista o fantástico, lo cier-to es que hay funciones para todo tipo de público y público para todo tipo de obra.

Al final del siglo se va notando en los cafés y teatros, en los comercios y enlos pucheros, en el ánimo y en el bolsillo la presencia de la crisis. Se habla de cóle-ra, los sueldos merman y se extiende la sombra de la guerra. Los empleados modes-tos, los pequeños comerciantes y artesanos han dejado de ir al teatro, ya no pueden

permitirse el lujo de pagar dos o tres reales por ver una obra, y hastalos teatros por horas empiezan a vaciarse.

5.- El cartel en España

Tiene España una añeja y peculiar tradición cartelística que se debe a lacostumbre de la fiesta de los toros. Es lógico, siendo los espectáculos (circo, come-dias y representaciones, exhibiciones, etc.) materia característica del anuncio en lapared, que fuese en España el cartel taurino el de más vieja reciedumbre. El más anti-

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guo que se conoce es de 1737, y anuncia una corrida de toros en Madrid. De 1761es uno sevillano, considerado durante años como el pionero, hasta la aparición delanteriormente mencionado44, y hay otro de 1765 también de la plaza de Madrid.

Eran, estos, sobrios carteles tipográficos, horizontales y de letras romanas,sin otros adornos que alguna orla, encabezados habitualmente con la referencia“S. M. El Rey”, pues necesitaba la organización de las corridas permiso real.

A comienzos del siglo X I X empiezan a incorporar alguna viñeta xilográficade zafia factura, con escenas de la corrida, singularmente las del más noble toreoa caballo. Luego llegarán carteles de más grandes formatos, algunos acompañadosde vistosas xilografías, y finalmente a finales del siglo los grandes carteles de lito-grafía en color. El minucioso Davillier relata su impresión de estos carteles enValencia: “Unos días antes de la corrida se ven las paredes tapizadas de carteles detodos los colores y de gigantescas dimensiones. Estos carteles ofrecen el programadetallado de la corrida, indican los nombres de los toreros y los de los toros, lomismo que el de las ganaderías, y acaban a veces con avisos al público en relacióncon la policía de la corrida, algunos de cuyos artículos ofrecen rasgos de costum-bres muy divertidas”45. Davillier reproduce el texto completo del cartel para queel lector pueda apreciar lo divertidas que son esas costumbres: está prohibido a losespectadores insultarse; no se deben arrojar al ruedo naranjas, piedras o bastones;o que en lugar de perros se utilizarán las (más civilizadas) banderillas de fuego. Yen otro momento de su viaje nos dice: “Desde hacía algún tiempo las principalescalles de Sevilla se encontraban tapizadas con gigantescos carteles de diferentes colo-res y de dos metros de altura por lo menos con una anchura proporcionada.Anunciaban a los habitantes de Sevilla y la población andaluza reunida en la capi-tal una extraordinaria corrida de toros”46.

Tuvo, el cartel xilográfico de toros, su importancia artística e industrial, desta-cando la imprenta de Ferrer de Orga de Valencia. En 1878 este taller publicó un

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44.– El cartel sevillano de 1761 era conocido por la mención que se hacía de él en un extracto de cuentas,noticia recogida en los Anales de la plaza de toros de Sevilla del marqués de Tablantes. Al publicarse unnuevo tomo del Cossío (J. Mª de Cossío, Los toros, Espasa-Calpe. Madrid, 1947), el abogado y periodistaAntonio García-Ramos describe y saca a la luz el hallazgo hecho por don Diego Ruiz Morales del cartelfechado en Madrid en 1737, y que fue expuesto con el número 30 en el catálogo oficial del MuseoMunicipal en mayo de 1959. Reseñado por R. Zaldívar. El cartel taurino, p. 27.

45.– Davillier. Viaje por España, p. 65.

46.– Idem, p. 497.

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catálogo bajo el nombre de Album de viñetas para anuncios de corridas de toros, queconstituye un auténtico muestrario del género47.

El salto a la modernidad lo dio Marcelino de Unceta quien desde 1879,empieza a producir carteles de gran calidad. Con él se mejora la técnica y se ampliala temática. Además de las inefables suertes del toreo, aparecen escenas de losgraderíos, el desfile hasta la plaza, motivos de los toros en libertad, los mayorales,monosabios, en fin toda la riqueza de tipos y de usanzas que integran y rodean elmundillo del toreo.

En 1897, en la Primera Exposición Internacional de Carteles, organizadapor la Societé Imperiale D´Encouragement des Arts en San Petersburgo, se da aconocer fuera de nuestras fronteras el cartel de toros español con muestras deDaniel Perea, M. Campos, G. Dalmau, E. Pastor, que concurrieron gracias a ladiligencia del Duque de Sesto.

También la industria impresora recibió un empujón benéfico del cartel detoros. Gracias a la demanda que de estos carteles cromolitográficos se hacíadesde todas las ciudades taurinas de España, surgieron una serie de imprentascomo Portabella en Zaragoza o, la afamada, Ortega de Valencia, entre otras, que,con una gran calidad técnica, eran capaces de satisfacer esta demanda. AntonioPascual y Abad, autor de carteles de toros, además de estampas religiosas o ilus-traciones de libros, llegó a tener el principal establecimiento litográfico deValencia48.

Se conoce como más provecto cartel comercial al que anunciaba El café delas siete puertas de Barcelona, fechado en 183649. Otros carteles precursores quese conservan son el del ferrocarril Zaragoza-Barcelona (1862), unos carteles satí-ricos de Tomas Padró anunciando los almanaques de la revista Lo Xanguet (1867y 1868), los anuncios de vapores de la década de 1870 o el famoso cartel de Ortegode “los gordos y los flacos” (c. 1871). Sobre la repercusión de este último, al quevolveremos más adelante, da idea el detenimiento con que Solana lo describe en

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47.– Almeda y Vives, “Los temas del mar en el grabado valenciano” (Archivo de Arte Valenciano, 1954). Citadopor Antonio Gallego. Historia del grabado en España, p. 374. Esta misma firma todavía editó otroMuestrario de grabados propiedad de la Imprenta de Ferrer de Orga.

48.– A. Espí Valdes, “Apuntes para un estudio de la litografía en Valencia…” (Valencia Atracción, 1964) citadopor Antonio Gallego, idem.

49.– Reproducido por Santos Torroella, El Cartel, p. 7.

su obra Madrid callejero de 1923. El pintor se encuentra paseando por unas vetus-tas calles de la capital en las que ha entrado la piqueta, y entre las ruinas encuen-tra unos viejos carteles: “hay un cartel de una corrida, grabado en madera, y anun-cios de antiguos establecimientos:

BAÑOS PORTÁTILES A DOMICILIO

Bordadores, 1. Precio de cada baño, 14 reales.”

“El tan conocido del ‘Aceite de hígado de bacalao’ representado por un viejo mari-

no con traje de mar y un enorme pescado que lleva amarrado a su espalda. Y uno

en colores, muy llamativo, dividido en cuadros: Un matrimonio que se escapan por

el cuello de la camisa de delgados que están; él, con batín y gorro de terciopelo verde

bordado, y ella, con miriñaque, mirándose de frente y saludándose, pero con la cara

rabiosa, muy ceremoniosos: ‘Antes de tomar el chocolate de López’. El mismo matri-

monio, ya gordos, orondos y risueños, sentados en dos butacones, con las manos

cruzadas en el vientre: ‘Después de tomar el chocolate de López’. Junto a éste, anun-

cios recientes de elixires para que les salga el pelo a los calvos y el del ‘jabón Lagarto’,

representado por un bicho verde con muchas patas y cara de persona”50.

De “feliz cartelista” califica Santos Torroella al dibujante y litógrafo catalánEusebio Planas con sus anuncios para los bailes de Carnaval en el Liceo (Gran Teatrodel Liceo, 1878) y otras sociedades recreativas barcelonesas (Sociedad El Mochuelo,1883). Planas tuvo un gran éxito como ilustrador de novela romántica y folleto-nes. Trabajaba directamente sobre la piedra lo que da a muchas de sus estampas“ese tono de frescura y espontaneidad”51. En cuanto a su trabajo publicitario, suscarteles destacan por “su desenfado, su animación y por aquellas figuras femeni-nas en él proverbiales que rebosan exultante alegría…”52.

Pero la llegada del arte del cartel a España no se produce hasta los últimosaños del siglo X I X , gracias a la costumbre de los concursos. Esto ocurrió en lamoderna e industrializada Cataluña. Vicente Bosch quería un lanzamiento a lo

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50.– J. Gutiérrez Solana. Madrid callejero. Escenas y costumbres, pp. 18-19. En realidad, y como podrácomprobarse más adelante, no están sentados.

51.– Antonio Gallego. Historia del grabado en España, p. 358.

52.– Santos Torroella. El Cartel, p. 33.

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grande de su producto Anís del Mono y en 1897 convocó un concurso con subs-tanciosos premios (mil, quinientas y doscientas cincuenta pesetas de las de enton-ces) que atrajesen a importantes artistas y diesen a la convocatoria el renombreque también quería para su producto. Para que nos hagamos una idea aproxima-da de la cuantía de los premios, hay que pensar que a Ortego, el fabricante de choco-lates le había pagado ocho pesetas por su cartel; y que, a pesar de los veinticincoaños transcurridos, los precios apenas evolucionaban por entonces53.

Se presentaron 172 originales que fueron expuestos en la Sala Parés. Elganador fue el dibujante y pintor Ramón Casas, un artista renovador que habíaestado en París y conocido la obra de Lautrec y de Steinlen, y los grandes cartelesque los artistas franceses confeccionaban por entonces. A su cartel “Mono y mona”no le faltaba originalidad, presentaba una maja con mantón y clavel en el pelo, dela mano con el mono sujetando la botella de anís. Un cartel que combinaba cier-tos elementos de tradición con un tratamiento moderno del dibujo y el color.Vicente Bosch quedó encantado y adquirió no solamente el cartel ganador, sinotambién otro de los originales que había presentado Casas bajo el mismo concep-to, titulado “Con una falda de percal planchá” y que formaban algo así como unapequeña campaña publicitaria. Los ganadores de los otros dos premios fueronAlexandre de Riquer y Roig i Valentí. Hubo, no obstante, ciertas críticas a la deci-sión del jurado, por el tono casticista de los carteles de Casas. Sin embargo el avis-pado industrial catalán, que buscaba un símbolo más universalista para su produc-to, estaba encantado con la solución de Casas y mandó imprimir rápidamente losdos carteles. Si no tanto el anís, sí que los carteles de Casas alcanzaron repercu-sión internacional; el marchante Edmond Fagot de París vendió doscientos ejem-plares de la primera remesa del cartel de Casas a los coleccionistas. En el catálo-go de La Plume de agosto de 1899, los dos carteles de Casas andan codeándosecon los de Chéret, Lautrec, Bonnard o Steinlen.

Además del justamente famoso cartel del Anís del Mono, Casas es autor deotros espléndidos, como los que hizo para el Garaje Central, el Papel Boer, laFábrica de silicatos de M. Boer, la revista madrileña La vida literaria, las publica-

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53.– “En nuestros tiempos infantiles y juveniles variaba muy poco el precio de las cosas de un año para otro,y hasta pasaban años sin tocarlos. Iguales eran los precios que regían en 1885 que los de 1895… Fueen la primera guerra europea, en 1914, cuando se alteraron los precios enormemente…” (Tomás AlvárezAngulo. Memorias de un hombre sin importancia, p. 51)

ciones barcelonesas Pel y Ploma e Hispania, los que pintó para la taberna Els QuatreGats, un establecimiento donde se reunían los jóvenes artistas barceloneses al esti-lo del Chat Noir parisino, o el titulado “Lola Plumet”, segundo premio en elconcurso del “Champagne Codorníu”.

En 1898, la marca de cava Codorníu convocó también un concurso que fueganado, en este caso, por Julio Tubilla, con un cartel más ortodoxamente modernista.

Otro interesante cartelista catalán fue Alejandro de Riquer de aristocráticoorigen y espléndido dibujante e ilustrador de libros, hizo carteles para la Fábricade Salchichón de Vich, alfombras de la Casa Franch, Granja Avícola de San Luis,etc. Su estilo muestra influencias prerrafaelistas, pasadas por Beardsley, y del art-noveau floral al estilo del checo instalado en París Alphonse Mucha, autor de loscarteles para Sara Bernhardt.

Hay que recordar también a Santiago Rusiñol, Miguel y Antonio Utrillo,Juan Llimona, M. Feliu de Lemos, etc.; todos trabajando desde Cataluña. Y al valen-ciano Francisco de Cidon.

En Madrid la renovación del cartel vino sobre todo a través de los cartelesdel Círculo de Bellas Artes, pero más que en la época que tratamos, a partir delmomento en que se planteó, gracias a las presiones de José Francés, un concursoabierto que terminó convirtiéndose en la cita más importante del cartelismo espa-ñol, y en la consagración de quien lo ganaba. Rafael de Penagos, Federico Ribaso Salvador Bartolozzi fueron algunos de los artistas descubiertos por el concursodel Círculo de Bellas Artes.

Para los dibujantes españoles, fueron los concursos una tabla de salvaciónartística y económica, una forma de obtener un dinero y un prestigio. Atrás queda-ban las ocho pesetas que le habían pagado a Ortego por su cartel del chocolateMatías López, y la indigencia en la que solían terminar la mayor parte de los ilus-tradores decimonónicos. Otros concursos de renombre fueron el de los CigarrillosParís, el del chocolate Amatller o el de la Casa Gal de perfumería. Precisamentealrededor de la importante industria perfumera española (Gal, Myrurgia,Floralia,…) se movieron algunos de los dibujantes más interesantes, ya en los añosveinte, como Ribas o Jener.

No hay duda que a lo largo de casi cincuenta años, desde la última décadadel siglo X I X hasta la guerra civil, hubo en España un extraordinario grupo de dibu-jantes comerciales que podemos agrupar en dos generaciones, la que coincide conel modernismo, y la que lo hace con el art-déco.

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Es difícilmente admisible, sin embargo, la existencia de un cartel propia-mente español, fuera del cartel toros54, y algunos ejemplos de cartel de festejos.Aparte de esto, los que no siguen las tendencias internacionales caen con frecuen-cia en tratamientos rancios, de folklorismo recalcitrante, prosiguiendo más omenos las líneas de la estampa popular decimonónica pero fuera de época y care-ciendo de cualquier encanto.

Es cierto que el modernismo tuvo honda raigambre en Cataluña, pero fueéste un movimiento internacional que tuvo su capital, si de artes gráficas habla-mos, en París55. “Acaso no haya lo que en arte se suele llamar escuela, pero en todotiempo ha habido, y hay, individualidades con personalidad y talento sobrados pararepresentar dignamente al cartel español” decía Emeterio Melendreras56. Perotambién es cierto que no ha habido dibujantes con la proyección internacional quetuvieron Chéret, Lautrec y Steinlen en Francia, Beardsley desde Inglaterra oHohlwein en Alemania. Otros tuvieron que marchar a París para obtener eserenombre: Mucha desde Checoeslovaquia, Grasset desde Suiza, Cappiello desdeItalia o Xavier Gosé desde España.

Realmente el cartel español de finales del X I X es un reflejo de lo que pasa-ba en la España de la época, debatiéndose entre los intentos modernizadores y lostópicos añejos y achacosos; con un foco de nivel europeo en Cataluña y una incom-prensión total en el resto que veía las producciones renovadoras del modernismocomo una conjunción de ringorrangos en forma de intestinos, damas con cabe-lleras como macarrones, lirios, cisnes y delicuescencia. Entre una cosa y otra, llega-ban por otro lado a España muchos carteles impresos fuera, en la misma depen-dencia del exterior que se veía en la economía, la tecnología y la cultura.

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54.– Así también lo creía J. Mª de Colubí en su interesante texto de 1928 sobre “Publicidad exterior” queformaba parte del Curso de Publicidad y Organización. Colubí habla de escuelas francesa, italiana,inglesa, alemana, americana y japonesa de las que da algunos detalles, un tanto ambiguos, pero no señalaejemplos concretos.

55.– Aunque también es dudoso que exista un cartel italiano o americano o de otros países exceptuando Francia,Inglaterra, Alemania, quizá Suiza o Rusia con el constructivismo. El cartel americano por excelencia deesta época es, sin duda, el de circo; todo lo demás eran imitaciones de Beardsley o de Lautrec.

56.– E. Melendreras “Notas para una historia del cartel español” en el catálogo 100 Años del cartel español, p. 40.

Detalle, nº. 6