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Textos de tema amoroso
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Diez historias de amor y una canción
desesperada
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Índice
Reflexiones……………………….. …...pag. 3
Agradable me es ahora la soledad…..pag. 6
El largo esperado encuentro…………pag. 9
Un inesperado encuentro…………….pag.12
Después de la caída, el amor………...pag. 15
La esposa del Cantar…………………pag. 18
Gestos y detalles de amor……………pag. 20
Una belleza oculta…………………… pag. 23
En la ventana que da al jardín……… pag. 26
Protestas y confesión de amor……… pag. 30
La canción desesperada…………….. .pag. 34
3
1. Reflexiones
Eva es muy joven, una niña toda curiosidad
y entusiasmo. Para ella, el mundo es un
encanto, una alegría, un misterio. Se queda
muda de placer cuando encuentra una nueva
flor, el cielo azul o las perlas, el rocío, la
sombra púrpura de las montañas, las islas de
oro que flotan en el esplendor del atardecer, la
pálida luna que navega a través de las nubes
desgarradas, las chispeantes estrellas. Todas
esas cosas no tienen ningún valor práctico,
pero como tienen color y majestad, Eva pasa el
tiempo admirándolas y contemplándolas. ¡Si
pudiera quedarse quieta sólo un par de
minutos…! Eva es esbelta, ágil, elegante. Sus
formas tienen una graciosa armonía. La vi en
una ocasión en que estaba de pie sobre una
roca. Tenía la cabeza erguida, protegiéndose
los ojos con una mano, seguía el vuelo de un
4
pájaro por el espacio. En aquel momento me
di cuenta de que era hermosa.
Recuerdo que un día entró en el Paraíso un
brontosaurio. Yo lo consideré un desastre,
pero decidió domesticarlo. Me apresuré a
decirle que un animal de compañía, de siete
metros de largo y treinta de longitud resultaría
un tanto engorroso, sobre todo si uno quería
colocarlo sobre sus rodillas para acariciarlo.
Todo fue inútil. Eva se había empeñado en
domesticar al monstruo. Es más, como era
hembra, quiso ordeñarlo y me pidió que le
ayudara. Me negué. Se le ocurrió también
enseñarle a mantenerse sobre sus patas, e
incluso utilizarlo como puente para cruzar el
riachuelo que cruza el Paraíso. Lo consiguió a
medias, porque como ya estaba domesticado,
el brontosaurio le seguía a Eva por todas
partes, y cuando ella se retiraba, habiendo
dejado al monstruo en posición de puente
sobre el río, el animal corría detrás de ella, con
5
lo que nunca pudo cruzar el riachuelo. Todos
la seguían como esclavos, todos sin excepción.
Y yo, Adán, también. ¡Es tan hermosa, tan
encantadora, tan nueva que yo no podría ya
prescindir de ella! Pero todavía no le he dicho:
“Eva, te quiero”, ni ella me lo ha preguntado
nunca. Seguramente no sabe lo que es eso del
amor. Yo lo descubrí cuando me la encontré al
lado tras aquel largo sueño.
(Marck Twain, El diario de Adán)
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2. Agradable me es ahora la soledad
¡Oh mi Señora y mi vida! Jamás pensé, en
tu ausencia, ofenderte! No quiero tener ya con
la tristeza, amistad. ¡Oh bien sin comparación;
oh, insaciable contentamiento! De día estaré
en mis aposentos, y de noche en aquel paraíso
dulce, en aquel alegre vergel, entre aquellas
suaves plantas. ¡Oh noche de mi descanso!
Ya me parece haber pasado un año sin que
haya visto aquel suave refrigerio, aquel
deleitoso descanso de mis trabajos. Y tú,
espacioso reloj, ¿qué esperas? Si esperases lo
que yo, cuando das las horas, correrías más sin
riendas. Pero…¡qué pido, loco de mí…? Todo
se rige con un freno igual, todo se mueve con
igual espuela. ¿Qué me aprovecha a mí que
den las doce horas el reloj de hierro si no las
ha dado el del cielo? Pues por mucho que
madrugue no amanece más temprano. Pero tú,
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imaginación dulce, tú puedes traer a mi
fantasía la presencia angélica de aquella
imagen luciente; devuelve a mis oídos el
suave son de sus palabras, aquel decirme
suyo: “Apártate, mi señor, y no os lleguéis
tanto a mí…”, o aquel otro decir, “…no seáis
descortés…”, que con sus rubicundos labios
me dirigía. O cuando me decía: “…No quieras
mi perdición…” que de rato en rato me
proponía. ¡Oh, aquellos amorosos abrazos,
entre palabras y palabras; aquel soltarse y
asirse, o aquel huir y allegarse…! ¡Aquellos
azucarados besos, y aquella salutación final
con que se me despidió…, con cuánta pena
salió de su boca…! ¡con cuántas lágrimas, que
parecían perlas que sin sentir se le caían de
aquellos claros y resplandecientes ojos…!
Pero, ¿qué digo…? ¿con quién hablo…?
¿estoy en mi seso? ¿Qué es ésto, Calisto?
¿Soñaba…, dormía…? ¡Oh mezquino yo…!
¡Cuán agradable me es ahora la soledad, el
8
silencio y la oscuridad! Me vino a la memoria
la traición que a mí mismo me hice en
despedirme de mi señora, que tanto amo. Esta
herida es la que siento, ahora que se ha
enfriado, ahora que está helada la sangre que
ayer hervía…¡Oh mísera suavidad de esta
brevísima vida! ¡Oh, breve deleite mundano,
cuán poco duran, y cuánto cuestan tus
dulzores…!
( Fernando de Rojas, La Celestina, Acto XIV)
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3. El largo esperado encuentro
Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su
corazón al reconocer las señales que Ulises
daba. Corrió a su encuentro derramando
lágrimas; le echó los brazos alrededor del
cuello, lo besó en la cabeza y le dijo: - “No te
enojes conmigo, Ulises, ya que eres el más
circunspecto de los hombres y las deidades
nos enviaron la desgracia de que no
gozásemos juntos de la mocedad ni de que
juntos llegáramos al umbral de la vejez. No te
enfades conmigo, ni te irrites si no te abracé,
como ahora, tan pronto como estuviste ante mi
presencia. Mi ánimo, aquí dentro del pecho,
estaba horrorizado ante la posibilidad de que
viniese algún hombre a engañarme con sus
palabras. (…) Ahora, ya que has sido capaz de
detallarme las señales y particularidades de
nuestro lecho, al que nadie nunca llegó sino
tú, has logrado convencerme de quién eres…”.
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(…) Mientras conversaban, el ama aderezaba
el lecho con blandas ropas, alumbrando con
antorchas encendidas. En acabando de hacer la
cama los condujo al lecho, retirándose
enseguida. Ulises y Penélope llegaron muy
alegres al lugar de su antigua alcoba. (…) La
divina Penélope refirió cuánto había sufrido
al contemplar la multitud de los
pretendientes, y Ulises contó cuántos males
había inferido a otros hombres y cuántas
fatigas había arrostrado en sus viajes e
infortunios. Y Penélope se holgaba de
escucharlo, y el sueño no le rindió hasta que
Ulises terminó su relato (…) Se levantó Ulises
del blando lecho y dirigió a su esposa las
siguientes palabras: - “Mujer, los dos hemos
sufrido mucho. Tú, aquí, llorando por mi
vuelta, y yo sufriendo los infortunios que me
enviaron los dioses para detenerme, lejos de la
patria, cuando lo que yo deseaba era volver a
vosotros, a ella. Mas ya que nos hemos
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reunido nuevamente en este deseado lecho, tú,
mujer, escucha lo que te encomiendo: como al
salir el sol se divulgará la noticia de que maté
en palacio a los pretendientes que te
asediaban, vete a lo alto de la casa con tus
siervas y quédate allí sin mirar a nadie ni
preguntar cosa alguna…”. Cubrió sus
hombros con la magnífica armadura y
haciendo levantar a su hijo Telémaco le
mandó que tomase las armas de guerra, se
armaron todos con el bronce, abrieron la
puerta y salieron de la casa. Ya la luz se
esparcía por la tierra.
( Homero, La Odisea)
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4. Un inesperado encuentro
Dido, la Reina, presa hacía tiempo de graves
cuidados, abriga en sus venas heridas de
amor, y se consume en su oculto fuego.
Recuerda una y otra vez las palabras y la
imagen del marido muerto, y la ansiedad y no
le deja conciliar el apacible sueño. Amanece, y
le habla así a su hermana. – “Ana, ¿qué
desvelos son éstos… ¿quién es el huésped que
ha entrado en nuestra morada…? ¡Qué
gallarda presencia, y cuán valiente y esforzado
parece! Si no llevase yo en mi ánimo la firme
resolución de no unirme a hombre alguno
desde que la muerte dejó burlado mi corazón
y si no me inspirase un enorme hastío el
tálamo conyugal, tal vez sucumbiría ahora a
esta flaqueza. Reconozco, y veo los vestigios
de aquel antiguo fuego agitando en mi sangre
las banderolas de la pasión…”. A lo que
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contestó su hermana: - “Hermana, ¿acaso has
de consumir tu juventud en soledad y tristeza?
¿No habrás de conocer nunca la dulzura de los
favores de Venus? ¿Crees, acaso, que las
cenizas de un muerto exigen tales sacrificios?
Hermana, piensa; discurre cómo retener, con
los cuidados de la hospitalidad, a este
huésped que hoy nos honró con su llegada…”.
Con éstas palabras inflamó Ana aquel corazón
ya abrasado por el amor, y dio esperanzas a
aquel ánimo indeciso, acallando la voz del
pudor. Y Dido, alzando una copa en la diestra,
consultó los agüeros, y exclamó luego: - “¿De
qué sirven las promesas que esclavizan a la
mujer, y la atan a un doloroso recuerdo,
cuando arde en amor? Mientras una invoca a
los dioses, la dulce llama consume sus huesos
y vive en su pecho la oculta herida de amor.
Ardo en pasiones, y como la cierva herida
recorro la ciudad con la flecha que dejó el
cazador en mi costado. Y cuando cae la tarde y
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me retiro veo el lecho solitario y gimo en la
oscuridad. Busca la mano adónde asirse, y
todo se le torna el cuerpo del amado,
estrechando una almohada en su regazo. Así
se engañan los insensatos”.
Así se pasaba la vida, mientras el amor se
hacía a la mar, y se alejaba de las playas donde
Dido quedaba con su antiguo amor, muerto, y
su nueva ilusión desvanecida.
(Virgilio, La Eneida, libro IV)
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5. Después de la caída, el amor
Cuando miro al Pasado, el Paraíso se me
aparece como un sueño. Era un lugar de
sorprendente belleza, y ahora lo he perdido y
nunca volveré a verlo. Pero he encontrado otro
Paraíso: Adán. El Paraíso es él. Soy feliz. Me
ama con todas sus fuerzas, y yo lo amo a él con
toda mi naturaleza apasionada. No sé por qué
lo amo. No me preocupa saberlo. Tengo la
impresión de que se trata de un sentimiento
fatal. ¿Por qué lo amo? Sencillamente, porque
soy una mujer y él es un hombre. Tiene buen
corazón. Es fuerte, es guapo, pero podría
amarle si no lo fuera. Le admiro, y estoy
orgullosa de él, pero aunque no le admirase le
amaría igual. Si fuera débil, trabajaría con
gusto para él, le serviría, y velaría a la cabecera
de su cama hasta mi muerte. Le quiero. Es
mío. No hay otro motivo. Esta clase de amor
no es producto del razonamiento. Es un
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sentimiento espontáneo y natural. No hay que
explicarlo. Digo las cosas tal como las pienso,
pero no soy más que una niña, una mujer-
niña, la primera que ha examinado estos
problemas: Eva. Es posible que por ignorancia
y debido a mi inexperiencia esté equivocada.
Amo a algunos pájaros por su canto, pero no
amo a Adán por eso; al contrario, cuanto más
canta más me enfurezco con él. Sin embargo le
pido que cante, pues quiero interesarme por
todo lo que a él le gusta. Al principio no podía
soportar su modo de cantar, y ahora lo
soporto. Cada vez que canta se quema la leche,
pero no me importa. Me he acostumbrado a
beber leche quemada. Tampoco lo amo por su
inteligencia. Si no la tiene no es culpa suya. Él
no se ha hecho a sí mismo. Lo ha hecho Dios,
y Dios tendría sus motivos. De todos modos,
con el tiempo, su inteligencia se desarrollará.
Entretanto, a mí me gusta tal como es.
Tampoco lo amo por su finura o modales.
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Desde esos puntos de vista tiene aún muchas
debilidades. Ni le amo por su habilidad e
ingenio, que nunca pone de manifiesto. No le
amo tampoco por su educación y galantería. Él
cree que es por eso, y se equivoca. El hombre
tiene la particularidad de creerse amable.
Dirijo al cielo esta plegaria: Que podamos
abandonar juntos, Adán y yo, esta existencia.
Esta súplica durará mientras dure el mundo, y
se perpetuará en el corazón de las mujeres
enamoradas. Pero si uno de nosotros debe
morir primero, ruego al cielo que sea yo. Yo
soy débil. Le soy menos útil a él que él a mí.
Mi existencia sin él no sería ya existencia. No
podía soportarla. Y cuando muera, Adán
pondrá sobre mi tumba: “DONDE EVA
ESTABA, ALLÍ ESTABA EL PARAÍSO”.
(Marck Twain, El diario de Eva)
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6. La Esposa del Cantar
Venga a mí mi amado, a su huerto y coma
del fruto. Y he aquí que mi amado llama y
dice: - “Ábreme, paloma mía, porque están
llenos del relente de la noche mis cabellos”. Y
mi Amado metió su mano y abrió, y se
conmovió mi corazón. Mi alma había quedado
desmayada al eco de su voz.
Mi amado es escogido entre millares. Sus
cabellos largos y espesos como renuevos de
palmera; sus ojos, como los de las palomas;
sus labios, lirios rosados que destilan mirra
purísima; su pecho y si vientre como un vaso
de marfil, y sus piernas son columnas de
mármol. Su aspecto, majestuoso, y suavísimo
el eco de su voz.
A mi huerto hubo de bajar mi Amado, al
plantío de las yerbas aromáticas. Yo soy toda
de mi Amado, y mi Amado es todo mío. Yo
soy dichosa porque soy toda de mi Amado y
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su corazón está siempre inclinado hacia mí.
Por eso le digo: Ven, querido Esposo,
salgamos al campo, moremos en él.
Levantémonos de mañana y miremos si están
en cierne las vides. Allí te abriré con más
libertad mi corazón. Allí tenemos a nuestro
alcance toda suerte de frutas exquisitas. Las
nuevas y las añejas: todas las he guardado
para ti, ¡oh Amado mío!.
(Cantar de los Cantares, de la Biblia)
20
7. Gestos y detalles de amor
¿Cómo es el primer gesto de desabrimiento
en el amor…? Todo es fallecedero y nada es
eterno. Se han disipado ese ímpetu, ese
ardimiento, esa perseverancia de los primeros
días, minuto por minuto se quiere gozar del
ser amado. Todo vive por él y para él: la luz,
las formas, las cosas, el planeta, los mundos en
el espacio. En todo se ve al ser amado. Una
ebriedad dulce, deliciosa, llena el espíritu. A
todas horas el ser querido hinche nuestros
sentidos. La espera del momento de verlo nos
lleva ansiosamente de un instante a otro.
¡Deliciosa espera! ¡Dulce ansiedad! Todo
converge…hacia este momento en que
dirigimos nuestros pasos hacia la mansión de
la amada. Y luego, en su presencia, el aire que
respiramos es más suave, vivo y penetrante.
Las cosas son más ligeras. Lo que nos
desplacía antes, ahora merece nuestra
21
indulgencia. No queremos ni cóleras ni gritos.
Todo es azul y flotante. Lo disculpamos
todo…La corriente del tiempo desaparece: este
instante que bebemos con ansia, locamente, va
a ser eterno…Cerramos los ojos a las lágrimas
y al dolor. No existe más que nuestra dicha en
el planeta…Y poco a poco, con lentitud, el
ardor va decreciendo…Comenzamos a ver que
muchos de los actos realizados en la plenitud
de la pasión eran un poco ridículos.
Sonreímos. El amor verdadero –nos decimos-
es serenidad, reposo; el ardimiento exaltado
no puede perdurar…Y comenzamos a
encontrar justificantes para una ausencia, para
el retardo en contestar una carta…Y entonces,
dolorosamente, asoma la primera lágrima a los
ojos de la amada…No ha querido ver el
primer gesto de cansancio en el amado. En la
mujer que ama –y que ama en la declinación
de la vida- no hay horror semejante al de
sentir el desabrimiento del amado envuelto en
22
palabras corteses que se esfuerzan,
violentamente, por parecer cordiales.
(Azorín, Doña Inés)
23
8. Una belleza oculta
De regreso a Altamira, Santos volvió a
encontrarse con la campesina. Estaba tendida
junto a él, los codos hundidos en la arena, la
cara entre las manos, soñadora la mirada.
Santos se detuvo a contemplarla. Bajo los
delgados harapos que se adherían al cuerpo, la
curva de la espada y las líneas de las caderas y
de los muslos eran de una belleza estatuaria.
Santos la sacó de su abstracción al advertir
ella su presencia, y se hizo un ovillo para
ocultar la desnudez de sus piernas. Luego
rompió a reír, de bruces sobre el arenal.
Santos preguntó: “¿Eres tú Marisela?”; ella
respondió azorada: “Sí”. El contestó: “¿No te
da miedo andar por estos lugares desiertos? Ya
es tiempo de que regreses a tu casa”. Ella
repuso: “Y a usted, ¿qué le importa?”. Santos
le contestó que si no le habían enseñado a
24
hablar con la gente, y ella le insinuó que la
enseñara él…, quien le dijo: “Te enseñaré,
pero tienes que pagarme por adelantado
mostrándome la cara que tanto te empeñas en
ocultar. He venido a conocerte, porque me han
dicho que eres muy fea…”. Y sin que Santos
insistiera, levantó y bajó enseguida la cabeza,
pero con los ojos cerrados y apretando la boca
para que no se le escapara la risa, entre
coqueta y azorada.
Tendría unos quince años, y aunque el
desaliño le marchitaba la juventud, bajo
aquella miseria se adivinaba un rostro de
facciones perfectas. Bastó un breve instante
para que los ojos de Santos apresaran la
revelación de su belleza. Y exclamó: “¡Qué
bonita eres…!”, y tras esto se quedó
contemplando mientras ella, humanizada por
el primer destello de emoción que aquella
exclamación le había producido le decía con
voz dulce y suplicante: “Váyase…”. Santos
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contestó. “No, todavía falta. No me has
mostrado tus ojos. Déjame verlos…” Y ella,
animosa, abrió los hermosos ojos y se quedó
mirándole sin pestañear, mientras él volvía a
exclamar. “Eres preciosa”. Y ella replicó:
“Váyase, váyase, pues…”. Decía esto con
rubor, pero sin dejar de mirarle.
( Rómulo Gallegos, Doña Bárbara)
26
9. En la ventana que da al jardín
Ya se pone Julieta a la ventana como el sol
saliendo por los balcones del Oriente. Es mi
vida la que aparece. ¿Cómo podría yo decirle
que es señora de mi alma?
Ella nada me dijo hasta ahora, pero sus ojos
hablarán. Ahora pone su mano en la
mejilla…¡Quién pudiera tocarla como el
guante que la cubre…! Me ha visto…
- ¡Romeo, Romeo…! ¿Eres tú…? No eres tú
mi enemigo, sino el nombre que llevas de
Montesco. ¿Por qué no tomas otro nombre?
La rosa no dejaría de ser rosa, ni de
esparcir su aroma, aunque se llamase de
otro modo. Deja tu nombre, y en cambio
toma toda mi alma, Romeo.
- Julieta, si yo pudiera lo arrancaría de mi
pecho.
- ¿Cómo has llegado hasta aquí, Romeo? Los
muros son altos y difíciles de escalar.
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- Julieta, los muros salté con las alas que me
dio el amor. El amor me guió hasta aquí.
- ¡Ay, Romeo…, si el manto de la noche no
me cubriera, el rubor de virgen subiría a
mis mejillas. ¿Me amas…? Sí, sé que me
dirás que sí, y yo lo creeré, Romeo. Pero no
jures, amor. No jures por la luna, pues en
su rápido movimiento cambia de aspecto
cada mes. Jura por ti mismo, por tu
persona, que es el dios que adoro, y en
quien he de creer. No quiero esta noche oír
promesas. Son como el rayo que se
extingue apenas aparece. Aléjate ahora.
¿Qué digo? ¿Marcharte tú…? No te vayas.
Oh sí…, vete, Romeo. ¡Noche
deliciosa…Temo que todo pase en un
sueño, Romeo!
- Debo irme, Julieta…
- ¿Tan pronto te vas, Romeo? Aún tarda el
día. Es el canto del ruiseñor, no el de la
alondra, el que se oye. Todas las noches se
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posa a cantar en aquel granado. Es el
ruiseñor, amado mío.
- Julieta, no: es la alondra que anuncia el
alba. Mira, amada mía, cómo se van
tiñendo las nubes de Oriente con los
colores de la aurora. Ya se apagan las
antorchas de la noche. Ya avanza el día con
rápido paso sobre las húmedas cimas de
los montes. Tengo que partir, Julieta, si no,
aquí me espera la muerte.
- Romeo, quédate. ¿Por qué te vas tan
pronto, amor? Pero, ¿qué digo? ¡Vete! ¿Te
vas, mi señor, mi dulce sueño? Dame
nuevas de ti todos los días. Tan pesados
corren que temo envejecer antes de tornar
al verte, mi Romeo.
- Adiós, Julieta: te mandaré noticias, y mi
bendición por cuantos medios alcance.
Pasará el tiempo y en dulces coloquios de
amor recordaremos un día nuestra angustia
ahora.
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(W. Shakespeare, Romeo y Julieta)
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10. Protestas y confesión de Amor
Niza, 10 Germinal, año IV. A la Ciudadana
Bonaparte.
No he pasado un día sin amarte. No he
pasado una noche sin estrecharte entre mis
brazos. No he tomado, Josefina, una taza de té
sin maldecir la gloria y la ambición que me
tienen alejado de ti, que eres alma de mi vida.
En medio de los asuntos militares, a la cabeza
de mis tropas, recorriendo los campamentos,
sólo tú, mi adorable Josefina, estás en mi
corazón. Ocupas mi espíritu por completo, y
absorbes mis pensamientos. Si me alejo de ti,
lo hago con la esperanza y determinación de
volver a ti como el río al mar. Si en medio de
la noche me levanto para trabajar, lo hago
porque ello puede adelantar la hora de mi
regreso a ti, y me parece que gano tiempo al
día, y acelero tu llegada, dulce amiga. ¿Por qué
31
me tratas de “Vos” en tu carta del 26 del
Ventoso? ¡Tú, a mí…, tratándome de “vos”!
¡Qué duro es de sufrir tales palabras! ¿Y cómo
has podido escribir una carta tan fría…? ¿Y
cómo dilatas tanto el tiempo de la dulce
comunicación con tu marido…? ¡Ah mi
Josefina: ese “vos” con el que a mi te diriges
no deja de atormentarme. Por ello está triste
mi alma, y mi corazón se siente esclavo, y me
asustan las cosas que imagino en tu
ausencia…, de ti, de mí, de nuestro amor. Un
día dejarás de amarme, Josefina. Por eso te
pido que me lo confirmes ahora, cuando aún
dices que me amas. Así prepararé el corazón
para los días de angustia, de soledad y
desdicha.
Adiós, mujer, tormento, dicha y esperanza
de mi vida, a quien amo y a quien a la vez
temo. Tú me inspiras sentimientos tiernos que
evocan en mi la plácida naturaleza…, pero
también despiertas los movimientos
32
impetuosos del volcán y del trueno. No te
pido ni amor eterno, ni siquiera fidelidad…,
sino tan sólo…verdad y franqueza sin límites.
El día que me digas. “Te quiero menos…”, ese
día, Josefina, será el último de mi vida.
Acuérdate, Josefina, de lo que tantas veces te
he dicho: La Naturaleza ha hecho mi alma
fuerte y decidida, y a ti te ha formado de
encajes y gasas. ¿Has dejado ya de amarme…?
Mi corazón, eternamente ocupado por ti, tiene
temores que lo hacen desdichado. Adiós, y
recuerda que quien llega a querer menos…, es
porque nunca quiso mucho. Deseo vivamente
abrazarte. Estas noches, aquí solo, son tan
largas… Adiós, adiós, amiga mía.
Todo tuyo: Napoleón.
(Napoleón Bonaparte, Carta de Napoleón a
Josefina)
33
Eros / Cupido
34
La canción desesperada
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de
náufragos!
En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue
naufragio!
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
35
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue
naufragio!
En la infancia de niebla mi alma alada y
herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
36
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus
brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus
tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados
miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos
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trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue
naufragio!
Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te
ahogaron.
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en
corrientes.
38
Oh sentina de escombros, pozo abierto y
amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis
manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado
(Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una
canción desesperada)
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40
Frases célebres sobre el amor
Amar es encontrar en la felicidad de otro la
propia felicidad de amar (G. Papini)
El amor es la poesía de los sentidos (Balzac)
Son muchísimos los que aman; poquísimos los
que saben amar (Stefan Zweig)
Un niño es un amor que se ha hecho visible
(Novalis)
Amarse a sí mismo es el comienzo de una
aventura que dura toda la vida (O. Wilde)
El verdadero amor es la fruta madura de toda
una vida (Lamartine)
¿Qué es el bien? No es más que amor. (Tolstoi)
41