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Revista digit@l Eduinnova ISSN 1989-1520 Depósito Legal: SE 7617-2010

Nº 33 – NOVIEMBBRE 2011

Índice de contenidos

SECCIÓN: ARTÍCULO DESTACADO DEL MES 2

EL ARTE EN EDUCACIÓN INFANTIL ....................................................................... 2 AUTORA: Mª BELÉN GARCÍA VARILLAS DNI: 7978938-P ....................... 2

SECCIÓN: EDUCACIÓN INFANTIL 5

LA IMPORTANCIA DE LAS NORMAS EN LA EDUCACIÓN INFANTIL ................... 5 AUTORA: Mª BELÉN GARCÍA VARILLAS DNI: 7978938-P ........................ 5

SECCIÓN: SECUNDARIA 8

LA IMPORTANCIA DE EDUCAR LAS EMOCIONES EN EDUCACIÓN SECUNDARIA ............................................................................................................ 8

AUTORA: NOELIA CASANUEVA CARMONA DNI: 08364504-W ............... 8 UN PEQUEÑO RECORRIDO POR LA HISTORIA DE ANDALUCÍA DURANTE LA EDAD MODERNA ............................................................................................... 12

AUTOR: JOSE ANTONIO MATA PINO DNI: 30974812-E ........................ 12 SEVILLA EN EL SIGLO XVI ..................................................................................... 16

AUTOR: JOSE ANTONIO MATA PINO DNI: 30974812-E ........................ 16

SECCIÓN : BACHILLERATO 35

EL CERRO DEL HIERRO ......................................................................................... 35 AUTORA: Mª JESÚS TRISTANCHO PÉREZ DNI: 30229197-K ............... 35

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SECCIÓN: ARTÍCULO DESTACADO DEL MES

EL ARTE EN EDUCACIÓN INFANTIL AUTORA: Mª BELÉN GARCÍA VARILLAS DNI: 7978938-P ESPECIALIDAD: EDUCACIÓN INFANTIL

El arte en la etapa de Educación Infantil se convierte en un medio de

expresión que realizan de forma natural los niños en el que vuelcan sus

experiencias, emociones y vivencias. La expresión gráfica que realizan no es

más que el lenguaje de su pensamiento. A medida que van creciendo van

percibiendo el mundo de manera diferente, por lo que la manera de expresar su

realidad va cambiando.

Desde el momento en que el niño puede coger un lápiz en su mano hace

rayas en todos los sentidos. No tiene control motriz pero está explorando sus

capacidades motrices y el mundo que le rodea. El niño no intenta representar

nada, su actividad es simplemente lúdica, en la que encuentra una satisfacción

por el hecho de dominar el espacio de que dispone. Estos garabatos

espontáneos traducen su libertad corporal, y expresiva.

Por ello, no hemos de intervenir para que el niño se exprese libremente y

sin inhibiciones. Evidentemente en la educación artística en la etapa de Infantil

lo importante son los logros que se producen en el proceso creador. La obra

producida es un reflejo del niño en su totalidad ya que en ella expresa sus

sentimientos e intereses y demuestra el conocimiento que posee del ambiente

que le rodea.

La educación debería tratar de estimular a los alumnos para que se

identifiquen con sus propias experiencias y su propia sensibilidad estética, pues

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los niños son intrínsecamente creativos, nacen con ese impulso innato para

expresar pensamientos y sentimientos nuevos, ya que para ellos el mundo es

nuevo y por lo tanto tienen una perspectiva nueva de cada cosa que observan,

tocan escuchan y prueban.

Algunas de las razones que justifican la incorporación del arte en la

etapa de Educación Infantil son:

• El arte estimula ambos lados del cerebro.

• Los niños aprenden usando sus sentidos.

• El arte promueve la autoestima.

• El arte estimula a los niños a prestar más atención al espacio

físico que los rodea.

• El arte desarrolla la coordinación entre los ojos y las manos.

• El arte estimula el desarrollo perceptivo.

• El arte enseña a los niños a desarrollar su creatividad.

• Los niños pueden compartir y reflexionar acerca de sus trabajos

de arte y aprender algo de sí mismos y el mundo en el que viven.

• El arte trae los recursos culturales de la comunidad dentro de la

clase.

• El arte involucra a padres y tutores en la escuela invitándolos a

participar en diversas actividades.

Por todos estos motivos podemos afirmar que el arte es un medio de

expresión y comunicación de las vivencias del niño; es un proceso en el que

toma diversos elementos de la experiencia y les otorga un nuevo significado, y

es una actividad lúdica donde las actividades grafo-plásticas representan un

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juego, estimulan en desarrollo motriz y se convierten en acciones útiles para la

enseñanza de otros conocimientos. Por todo ello la expresión artística se

convierte en un rol potencial en la educación de los niños.

BIBLIOGRAFÍA

- Martínez, E. y Delgado, J. (1985): El origen de la expresión en niños de 3 a 6

años. Madrid: Editorial Cincel.

- Lowenfeld, V. y Brittain, W. L. (1980:. Desarrollo de la capacidad creadora.

Buenos Aires: Ed. Kapelusz.

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SECCIÓN: EDUCACIÓN INFANTIL

LA IMPORTANCIA DE LAS NORMAS EN LA EDUCACIÓN INFANTIL AUTORA: Mª BELÉN GARCÍA VARILLAS DNI: 7978938-P ESPECIALIDAD: EDUCACIÓN INFANTIL Podemos definir las normas como pautas de convivencia para que la sociedad pueda existir y

sus integrantes puedan interactuar en armonía y tranquilidad.

En todos los grupos sociales existen normas y reglas que facilitan la convivencia, ya

que de no ser así la vida entre varias personas con distintos intereses, ideasN sería difícil de

llevar, sobre todo cuando deben respetarse los derechos y deberes que cada uno tiene.

La escuela, como institución educativa, es una formación social en dos sentidos: está

formada a partir de la sociedad y a la vez expresa a la sociedad.

Por ello, una de las funciones docentes es la de gobernar y gestionar el aula

estableciendo límites, que en la etapa de Educación Infantil deben ser especialmente claros y

concisos por las características inherentes a estas edades.

Así, las normas ayudarán al niño/a a que pueda saber qué se espera de él, o hasta

dónde puede llegar en su comportamiento. De esta manera el niño en todo momento podrá

saber cómo y cuándo debe hacer una cosa, además de empezar a reconocer entre lo que está

permitido y lo que no.

Asimismo, estos límites permitirán a los niños actuar con confianza ya que conocen

qué comportamientos son adecuados, les proporcionan seguridad y evitan la aparición de

conflictos, fomentando valores como el respeto, la tolerancia y la responsabilidad, que sienten

la base de su personalidad adulta.

Es por ello que en Educación Infantil debemos empezar a trabajar una serie de normas

que permitan al niño su integración en la sociedad, entre las que destacan las relacionadas con

la interacción social (saludar, despedirse, dar las gracias, pedir las cosas por favor, escuchar,

pedir perdónN), la higiene (taparse la boca al toser o estornudar, sonarse bien la nariz, ir al

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baño solos, lavarse y secarse las manosN), el orden (ordenar sus pertenencias, recoger los

juguetes y material de trabajo, tirar los papeles a la papeleraN), el trabajo personal (hojas sin

arrugar, trabajos limpios, no molestar al compañeroN), y las relaciones con los demás

(respetar a los compañeros y al profesor, compartir, no pegarse ni discutir, respetar las normas

de los juegosN).

Todo ello enmarcado en un ambiente lúdico y de confianza, en el que todos los

miembros del aula las asuman como propias.

Para ello, podemos utilizar una serie de estrategias que permitan la interiorización de

dichas normas:

- Consensuar las normas de acuerdo con los niños: todos los miembros toman

conciencia de las ventajas e inconvenientes de su cumplimiento.

- Establecer las mínimas reglas negativas, destacando las positivas.

- Buscar siempre una buena razón para cada norma.

- Siempre que aparezca un problema, aplicar o intentar crear una regla que ayude a

solucionarlo, implicando activamente al niño en la búsqueda de la regla o norma que lo

solucionaría.

- No establecer demasiadas normas.

- Crear un código que facilite la extinción de las conductas inadecuadas (contar hasta

tres, mirarles fijamenteN).

- Acompañar cada norma con una imagen que la represente para que sea comprensible

para los niños.

- Utilizar un lenguaje sencillo y adaptado a las capacidades de los niños.

- Prestar atención cuando realice las conductas deseadas (refuerzo) y en caso contrario

retirársela.

- Ser coherentes entre lo que se exige al niño y lo que nosotros hacemos.

Debemos tener muy claro que los niños aprenden de la experiencia. Si su

comportamiento no se ajusta a las normas establecidas, aparecerán una serie de

consecuencias, y aprenderán que ellos pueden modificar dichas consecuencias modificando su

comportamiento.

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A modo de ejemplo, algunas consecuencias podrían ser:

• Tiempo fuera: sacar al niño de la situación en la que se encuentre cuando realiza la

conducta que deseamos suprimir. Podemos utilizar “la silla de pensar” o “el rincón del

aburrimiento”.

• Cambio del contexto estimular: cambiar la ubicación del alumno hasta que finalice

la conducta inapropiada. Puede ser sentarle al lado de la maestra, cambiarle de

compañerosN

• Pérdida de reforzador positivo: quitar, como consecuencia de la conducta, algo que

gusta al niño. Por ejemplo, no podría utilizar el rincón de juegos o no podría usar el

arenero. O se limitaría el tiempo que puede estar en cada uno de los rincones del aula

o en el patio.

• Sobrecorrección: corregir los defectos de la conducta inapropiada. Así, si un niño tira

comida en la mesa, se le pedirá limpiarla completamente.

Podemos concluir destacando que las normas ayudan a la construcción de ambientes

seguros y estables para los niños y niñas, un factor imprescindible en estas edades. Éstos/as,

por sus características, necesitan saber a qué atenerse, cuáles son sus posibilidades y sus

límites. Estableciendo unas normas claras en el aula contribuiremos a sentar las bases de la

personalidad de nuestros alumnos.

BIBLIOGRAFÍA:

-Morrison, G. (2005): Educación Infantil. Madrid: Pearson Educación.

-Peñafiel, E. Y Serrano, C. (2010): Habilidades sociales. Madrid: Editex.

-Zurbano Díaz de Cerio, J.L. (1998): educación para la convivencia y para la paz. Gobierno de

Navarra. Departamento de Educación y Cultura.

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SECCIÓN: SECUNDARIA

LA IMPORTANCIA DE EDUCAR LAS EMOCIONES EN EDUCACIÓN SECUNDARIA

AUTORA: NOELIA CASANUEVA CARMONA DNI: 08364504-W ESPECIALIDAD: EDUCACIÓN SECUNDARIA “Intuimos ahora la reforma educativa de los próximos cincuenta años: La reforma no es tanto alterar la complejidad de las clases globalizadas ni de la propia

sociedad, como la categoría de los maestros, que verán sus objetivos transformados. ¿Cuál

será su misión? ¿Formar especialistas? No, dimensionar ciudadanos, ¿Pertrechar las

mentes de los estudiantes? No, reformar sus corazones. ¿Cómo se consigue alcanzar ese

objetivo? Aprendiendo a gestionar la diversidad de las clases modernas y simultáneamente

aprendiendo a gestionar las emociones positivas y negativas comunes a todos los

individuos y previas a los contenidos adquiridos académicos.” “Viaje al poder de la mente” de Eduardo Punset

Asegurarnos en educación secundaria obligatoria un tiempo a las actividades sin que surjan distracciones es una exigencia óptima a la vez que improbable y poco posible. Los adolescentes, siempre muy sensibles a las críticas al igual que a los estímulos despiertan imparables e inquietos las opiniones y pensamientos propios, y de manera natural. Así irán progresivamente creando grupos. Las personas que forman parte de un grupo constituyen la principal fuente de energía de la que dispone un equipo-grupo para la realización de la tarea. Cada uno posee sus propias habilidades, intereses, motivaciones, conocimientos e historia personal, elementos todos que determinarán la utilidad de esa “fuerza interior”. El modelo de competencias emocionales de Daniel Goleman (1995) definía la I.E. como “un conjunto de habilidades que incluyen el autocontrol, entusiasmo y persistencia y la capacidad para motivarse a uno mismo”. La canalización correcta de las emociones permite calmar situaciones de ansiedad y estrés, empatizar con los demás y buscar soluciones creativas ante emociones negativas. Se trata de la habilidad para “controlar los impulsos y retrasar la gratificación, para regular los estados de ánimo de uno y no dejar que la aflicción inunde la habilidad para pensar, empatizar y esperar. En un equipo hay acontecimientos que son casi imprevisibles, como la calidad de la solución que se encuentre ante un problema, las reacciones y tensiones que tendrán lugar... Estos acontecimientos son imparables vivos e inestables. Por el contrario, otros acontecimientos pueden definirse y controlarse: las reglas de participación, (por turno,

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levantando la mano, duración o número de las intervenciones, derecho de intervención, procedimiento elegido, horario, orden del día, instrumentos, etc.). Considero que un buen profesor/a, orientador/a maestro/a del siglo XXI debe saber facilitar la integración de los alumnos en su grupo-clase y en el conjunto de la dinámica del centro y contribuir a la alfabetización emocional de los procesos de enseñanza aprendizaje de sus alumnos. Esto se traduce directamente en no sobrecargar de emociones negativas las situaciones de exámenes, así como saber reconducir situaciones en las que está implicados: la violencia, los castigos…Tan frecuentes más aún en la etapa adolescente de los alumnos de educación secundaria obligatoria. A menudo surgen conflictos entre adolescentes, ya que como señalaba Rice: “las pandillas son grupos, relativamente pequeños, de amigos muy estrechamente unidos que pasan un tiempo considerable juntos y con frecuencia ese tiempo lo pasan exclusivamente entre ellos” Esto nos conduce a una reflexión, ¿Las tensiones y conflictos se deben a la falta de educación emocional en los centros? ¿Cómo afecta ello a la convivencia? Según Ruiz, Aranda, Cabello, Salguero y González (2009), “aquellos adolescentes con un mayor repertorio de competencias afectivas basadas en la comprensión, manejo y regulación de sus propias emociones, no necesitan usar otros tipos de reguladores externos, como alcohol, tabaco o cocaína, para reparar los estados de ánimo negativos por eventos vitales estresantes a los que están expuestos en esta edad tan crítica”. Las investigaciones sobre IE en el aula proporcionan una visión global de los aspectos positivos que como vemos, repercuten en nuestros alumnos permitiéndoles desarrollar no sólo una mayor inteligencia emocional sino mejorar la convivencia del centro. M. Montanero en Modelos de Orientación e Intervención Psicopedagógica (2008) señala que “la mayoría de los prejuicios que tenemos en la sociedad derivan de ciertos sesgos en la percepción y el razonamiento social que nos llevan a realizar generalizaciones excesivas de algunas experiencias, a maximizar o personalizar ciertas circunstancias que no son realmente tan relevantes y a encorsetar en rígidas etiquetas a todas las personas o situaciones”. Al hilo de lo anterior, resulta preciso remitir a estudios y trabajos relacionados con esta temática conflictiva sobre todo aquellos que relacionan inteligencia emocional y su influencia sobre la calidad de las relaciones interpersonales. Lopes, Salovey y Straus (2003), hallaron evidencias sobre “la relación entre inteligencia emocional y la calidad de las relaciones sociales. Los estudiantes que puntuaban alto en inteligencia emocional mostraron mayor satisfacción en las relaciones con sus amigos y gozaban de interacciones más positivas. Además, percibieron mayor apoyo parental e informaron de menos conflictos con sus amigos más cercanos. Los amigos de estos sujetos manifestaron que sus relaciones de amistad con ellos se caracterizaban por mayor apoyo emocional, más interacciones positivas y menos negativas”.

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Por lo que vemos esta alfabetización emocional es una pieza fundamental en el desarrollo del individuo y más de los adolescentes en permanente cambio. Ya no son niños, tampoco adultos, hay que medir la conflictividad desde su propia realidad y comprendiendo como hemos dicho hasta el momento los factores que la están condicionando. ¿Cómo podemos contribuir a la educación emocional? ¿Todos los alumnos pueden beneficiarse de ella? ¿Hasta qué punto las emociones juegan aquí un papel primordial? Tal y como afirman Fernández- Berrocal y Ramos (2002) “la inteligencia emocional tiene un efecto directo en el ajuste psicológico. De esta manera, un adecuado desarrollo de la inteligencia emocional puede garantizar una existencia más libre de alteraciones de tipo psicológico y un mayor bienestar a las personas que la poseen”. Según estos autores, “algunas investigaciones revelan que las personas con mayor inteligencia emocional se caracterizan por experimentar menos estados psicológicos de naturaleza negativa (depresión, ansiedad) y por adaptarse mejor al medio (bienestar personal)”. El sistema educativo, tradicionalmente, se ha centrado en la mejora de las capacidades intelectuales, sirviéndose de las distintas materias curriculares y prestando escasa o nula atención al desarrollo afectivo. Estamos de acuerdo en que en el hogar del adolescente es donde tiene que desarrollar y donde previamente ha empezado su andadura pero: si nos encontramos ante familias con escasos recursos con baja empatía con graves deficiencias emocionales ¿debería ser el centro quién supliera estas deficiencias? Desde luego, y aun partiendo de la premisa de que los alumnos en casa trabajaran el tema, debería ser el centro el punto de partida en el caso de no haber dado el primer paso. En lo que respecta a la educación emocional, podemos afirmar que esta mejora cuando se diseña una situación de enseñanza-aprendizaje que tiene como principal objetivo aplicar y evaluar un programa de educación emocional integrado dentro del currículum. ¿Pero cómo saber si el programa a emplear es el adecuado, qué instrumentos nos permitirían medir los resultados? Tanto el cuestionario como la entrevista son adecuados y útiles para evaluar la aplicación de un programa de educación emocional. No obstante, debemos ser cautelosos y saber que el cuestionario, puede generar sesgo de deseabilidad social especialmente en el bloque de habilidades socioemocionales, ya que los alumnos conocen en profundidad y en exactitud cuál es el comportamiento políticamente correcto, aunque en la práctica no se lleve a cabo. Lo óptimo y más cercano a un tratamiento global sería considerar que el programa a desarrollar se prolongue a otros niveles más allá de la educación obligatoria, lo que representaría un fuerte impulso al otorgar al ámbito afectivo-emocional la misma consideración que otros aspectos del currículum . Considero que la implantación de un programa de educación emocional siempre es generador de éxito, tal y como como arrojan resultados de diferentes estudios, ya que disminuyen los conflictos en los distintos entornos a través de la puesta en práctica de la resolución de conflictos de manera pacífica y consensuada. A continuación propongo unos consejos que deberíamos tener en cuenta antes de aplicar un programa educación emocional en el centro y todos ellos parten de una base o pilar básico: metodología basada en grupos cooperativos.

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F Conceder más énfasis a la eficacia del conjunto, ya que centrarse en aspectos individuales es poco factible y es preferible siempre actuar de manera que cada uno de los alumnos y subgrupos gane algo de forma que todos estén satisfechos.

F Aumentar el número de interacciones y de comunicaciones entre los subgrupos, de esta forma se da a conocer mejor el problema y el punto de vista de cada uno.

F Basar la recompensa individual en el éxito del conjunto de los subgrupos.

F ¡Hay diferentes formas de ver las cosas! Evitar la solución unilateral de conflictos; todos los alumnos deben asumir plenamente la responsabilidad de los actos que se lleva a cabo en el centro.

F La solución real de los problemas no es tarea fácil: ya que los alumnos pueden proponer muchas ideas y al concederles libertad para ello deben también ser capaces de expresarlas claramente.

F Posiblemente pueden preguntar: ¿Y por qué no hemos hecho lo otro? No es justo…Realmente descubriremos que no existe una fórmula que garantice el éxito de la decisión tomada, pero sí enfoques que ayudan al alumno a hacer uso de la mejor información disponible, para tomar buenas decisiones.

F Extender el programa a todos los cursos del centro siempre que le resultado en el aula haya sido favorable.

F Incluir nuevas temáticas, como técnicas de relajación y control de la ansiedad, sobre todo de cara a los exámenes.

F Implicación por parte de todos los docentes del centro, en lugar de sólo los voluntarios.

F Implicación de los padres y entorno escolar.

Bibliografía Punset E. (2010) “Viaje al poder de la mente” Barcelona Editorial: Destino Goleman D. (1996) “Inteligencia emocional” Editorial: Kairós Montanero Fernández M. (2008) “Modelos de Orientación e intervención

psicopedagógica” Cáceres Manuales UEX Álvarez González M. (Coord), Bisquerra R.(2006) Madrid Editorial: Práxis

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UN PEQUEÑO RECORRIDO POR LA HISTORIA DE ANDALUCÍA DURANTE LA EDAD MODERNA

AUTOR: JOSE ANTONIO MATA PINO DNI: 30974812-E ESPECIALIDAD: EDUCACIÓN SECUNDARIA

En este artículo hacemos un pequeño recorrido por la historia de Andalucía durante la Edad Moderna; hacemos hincapié en dos aspectos como la economía y la sociedad.

En primer lugar, la Andalucía Moderna, como resultado de la evolución histórica, se diferenciaran dos territorios: “baja” y “alta Andalucía”. La baja Andalucía está formada por el reino de Granada, el de Sevilla, el de Córdoba y el de Jaén, constituyendo el 70 % del territorio andaluz. Es preciso resaltar que Andalucía no existía como tal, que Andalucía no era una unidad política propiamente dicha; sus territorios formaban parte de la monarquía hispánica dentro del reino de Castilla.

Andalucía suponía el 18% de los territorios peninsulares de la monarquía hispánica, lo que provocaba que la corona se basase en Andalucía para conseguir y mantener la potencia política y militar de la monarquía. En cuanto a economía y sociedad podemos hablar de lo siguiente: en relación con la economía, tenemos que decir que hay dos elementos que distorsionan la apreciación de la economía andaluza en la edad moderna: el primero es la impresión de riqueza que producía la exuberancia de su paisaje agrario y monumental; el otro es el impacto y trascendencia que el descubrimiento, conquista y colonización de América, supuso para Andalucía. En cuanto a la población tenemos que decir que en torno a 1591, Andalucía contaba con 1200000 habitantes, por unos 7200000 que era el total de la población peninsular. Se observa una serie de tendencias de la población: emigración del campo a la ciudad por mejores expectativas de vida, por crisis agrarias, etc. También se observa menos natalidad. ECONOMÍA.

Para un análisis más exhaustivo de la economía podemos dividirla según sectores, esto facilitará su comprensión:

Agricultura. En Andalucía coexistía la pequeña propiedad junto a la gran propiedad o latifundio: en la baja Andalucía, tras su conquista, quedaron muchas tierras vacías y sin dueños, por lo que la corona las dispensó a la alta nobleza para que las defendiese y explotase: suponían un 40% de tierra disponible y formaban la base económica de muchas dinastías nobiliarias. Existían también grandes extensiones de tierras propiedad de la Iglesia, además de tierras de realengo, baldías y concejiles. Por su parte la pequeña propiedad existía en gran medida en el reino de Granada La tierra correspondiente a los privilegiados (nobleza y clero) fue creciendo en gran medida, en paralelo con las composiciones regias y con la usurpación –por los nobles

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y municipios-, de los predios realengos, baldíos y concejiles, a la vez que el mercado libre de tierras se reducía, encareciendo los precios y limitando las posibilidades adquisitivas de la burguesía. Otro sistema de adquisición de tierras era mediante la ejecución de los “censos”, es decir, pequeños campesinos endeudados que tenían que dar sus tierras a los poderosos para hacer frente a sus deudas. En lo que se refiere a tenencia (posesión de la tierra y trabajo), estará la explotación directa por sus propietarios (vid y olivo); otra era el arrendamiento de la tierra de los nobles por poderosos propietarios agrícolas y estos a su vez subarrendaban a pequeños agricultores. Pero la explotación más extendida era el cortijo y la hacienda. En referencia a los cultivos estaba la “tríada mediterránea” (cereal, vid y olivo); cultivo de huerta (frutales, algodón, maíz, patatas). El paisaje agrario era de campos abiertos y cultivo a dos o tres hojas. Ganadería. Tuvo una gran importancia en toda Andalucía, con la yeguada como expresión de la potencia señorial. La ganadería bovina carecía de importancia económica, mientras que la ovina fue muy importante, ya que significó un gran apoyo para la producción de paños, para el abastecimiento del ejército. La cabaña se complementaba con cerdos, aves de corral, palomares, apicultura… Otros sectores. Por lo que respecta a la pesca, se dividía en bajura y altura (de mucha menor entidad), especialmente las almadrabas gaditanas del señorío de Medina Sidonia. La minería sólo tenía importancia en cuanto al cobre, plomo, sal gema (alto Guadalquivir). Manufacturas. Están representadas primordialmente por la pañería de lana (Córdoba y Jaén), aunque se producía en menor entidad en casi toda Andalucía. Los textiles de fibra de lino se localizaron en Sevilla y los de cáñamo y esparto existían en la mayoría de los territorios. Este punto, nos lleva a hablar de los gremios (agrupaciones de artesanos, para una defensa común) y cuya función, en la época medieval (época de su creación), había sido la de garantizar la justicia distributiva entre los componentes de los diferentes oficios, mediante el reparto colegiado e igualitario de materia prima. El número de gremios estaba en función de la importancia económica de cada ciudad, diversificándose según subsectores de producción (textil, cuero, maderas, barro, vestido...). En teoría todo artesano debía estar encuadrado en su respectiva corporación, pero no todas las actividades formaron un gremio.

Comercio.

Era la actividad esencial y donde se producía una mayor acumulación de capital, pese a la inseguridad y lentitud de caminos y la inseguridad de rutas marítimas. El comercio en la baja Andalucía estaba muy asentado, con organización de sus propias rutas, tráfico y mercados. En la Edad Moderna se potenciaron y establecieron los antiguos y nuevos vínculos comerciales con las ciudades italianas, con Francia, Gran Bretaña. En cuanto a las exportaciones, Andalucía exportaba hacia el norte de la península, el aceite ecijano y cordobés, pañería cordobesa, vinos jerezanos, tocino rondeño, cueros

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cordobeses, seda granadina, azúcar, pasa, higos, almendras; en cuanto a las importaciones, sobre todo cereales procedentes de La Mancha, Sicília, Polonia.

La organización comercial era rudimentaria en sus territorios y en su soporte financiero. Existían pequeñas empresas de tipo familiar, aunque el control radicaba en casas extranjeras. El comercio andaluz también adquirió una gran importancia a través de ferias y exiguos mercados regionales.

SOCIEDAD

La sociedad andaluza la podemos abordar desde tres perspectivas diferentes: - Jurídicamente: “privilegiados” (nobleza y clero) y “no privilegiados” (pueblo

llano). - Ideológica y funcionalmente: los que guerrean y defienden (la nobleza), los que

rezan y salvan para el cielo (clero) y los que soportan todo el sistema con su trabajo (plebeyos).

- Poblacional: “sociedad urbana”, “sociedad rural”. Todos esto grupos presentan una gran diversidad, lo que produce una gran complejidad de la sociedad.

Lo característico de esta sociedad heredera del medievo, es que la sangre (nacimiento) o privilegio real (ennoblecimiento) eran los elementos determinantes de la pertenecía al grupo privilegiado, el cual tenía mayor derecho y facilidades para tener riqueza y poder.

La nobleza andaluza (3% de la población), estaba concentrada en las ciudades y tuvo una gran importancia socioeconómica. La nobleza titulada (baja Andalucía), llegó a dominar 400 ciudades, villas y lugares de señorío, frente a sólo 300 de realengo. La riqueza señorial, especialmente la agraria, era inmensa, lo que no impidió que en muchas ocasiones tuvieran problemas de “liquidez”, debido al gran dinero que gastaban en vivir “noblemente” (palacios, joyas, criados, etc). Las estructuras de las rentas nobiliarias se componían de sus derechos territoriales y jurisdiccionales, aumentados por las mercedes regias y las usurpaciones que realizaban sobre las tierras realengas, baldías y concejiles. Existieron muchas luchas internobiliarias. La baja nobleza fue escasa en Andalucía y se situaba sobre todo en pequeñas ciudades, donde trató de monopolizar el control municipal.

En cuanto al clero, tenemos que decir que tendrá un gran poder económico y señorial: en la Baja Andalucía lo poseía por donación regia, el cual lo aumentó por compras; en el reino de Granada el poderío económico fue realmente grande. Todo este poder de la Iglesia se vio aumentado porque las dotaciones de las mezquitas (habices) fueron traspasadas a la Iglesia, además de numerosas adquisiciones y disposiciones estamentarias, es decir, un proceso de acumulación territorial y económica que pervivió en toda Andalucía, hasta 1640, y que igualaba a la riqueza de la nobleza. La iglesia tenía el poder en educación, además de la asistencia social (hospitales, fundaciones pías...). El clero lo podemos dividir en: alto clero, de extracción nobiliaria (obispos, arzobispos, cardenales...) con gran poder adquisitivo, y el bajo clero (sacerdotes, frailes...) los cuales tenían muy escasa preparación teológica y doctrinal, muy poca devoción y disciplinas eclesiásticas, lo que se traducía en una gran cantidad de denuncias. El clero regular (frailes y monjes, los cuales se denominaban así por que vivían recluidos en un

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monasterio bajo unas reglas) estaban más valorados que el clero secular (resto de sacerdotes).

Por último, hablaremos del pueblo llano: comenzaremos por los estados más altos: burguesía mercantil (urbana , de origen extranjero), abundante en el eje Sevilla-Cádiz, Málaga, es decir, lugares con puertos para el comercio; burguesía agraria, es decir, labradores ricos. Ambas terminaron poseyendo abundantes tierras, aunque la primera la utilizaba sólo como una inversión, mientras que la segunda tenía en la tierra toda su razón de ser social y económica. Muchos de estos burgueses quisieron ennoblecerse, aunque sólo lo consiguieron algunos. Pese a esto la gran mayoría del pueblo llano, estaba constituida, por los pequeños propietarios agrícolas, renteros, artesanos de ciudad y asalariados, es decir, el 85-90% del total de la población andaluza. En las ciudades aparecían agrupados como gremios, corporaciones. El campesinado tenía que soportar grandes cargas fiscales. Por debajo del pueblo llano están las minorías: confesionales (moriscos y judeoconversos), etnias (gitanos y negros) y las sociales (viudas, pobres, esclavos), los cuales eran marginados.

Bibliografía - GARCÍA-BAQUERO, A. Andalucía y la carrera de indias, Editoriales andaluzas unidas, Sevilla, 1986.

- VINCENT, B. Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad, Diputación provincial, Granada, 1985.

- DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Andalucía en la Edad Moderna, Ed. Istmo, Madrid, 1980.

- DE MERCADO, T. La economía en la Andalucía del descubrimiento, Ed. Editoriales andaluzas unidas, Sevilla, 1985.

- GARCÍA CÁRCEL, R. (coord.), Historia de España: siglos XVI Y XVII: la España de los Austrias, Cátedra, Madrid, 2003.

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SEVILLA EN EL SIGLO XVI AUTOR: JOSE ANTONIO MATA PINO DNI: 30974812-E ESPECIALIDAD: EDUCACIÓN SECUNDARIA Introducción

Quizás una de las etapas más gloriosas en la historia de Sevilla, momentos en que fue capital del mundo conocido, del antiguo (Europa) y del Nuevo (América). Cuando la ciudad se llena de gentes de muy diversos países; cuando el oro y la plata circula con fluidez; una ciudad en la que conviven judíos conversos, cristianos viejos, moriscos, esclavos, nobles, clérigos y plebeyos.

En este siglo XVI, Sevilla jugará un papel muy importante en el terreno de la economía, ya que se convertirá en el centro receptor de la llegada de productos procedentes de América, es decir, su puerto será el principal foco de la carrera de indias. A Sevilla llegarán los principales productos traídos del nuevo continente, convirtiendo a la ciudad en un lugar bastante rico, gracias sobre todo a las importaciones de oro y plata, alcanzando su máximo esplendor en la Edad Moderna, durante este siglo XVI, ya que nos encontramos en la cúspide del comercio con América. A Sevilla llegarán los productos procedentes del nuevo mundo, y desde aquí se redistribuirán al resto de España y de Europa.

Pero donde hubo opulencia, hubo miseria; donde hay luces hay sombras. También hubo pícaros, rameras y ladrones; epidemias, inundaciones y hambrunas. La sociedad, será la propia del Antiguo Régimen, es decir, dividida por estamentos (privilegiados: nobleza y clero; no privilegiados: burguesía y campesinado), inmovilista. Tenemos que destacar el gran aumento de pobres que sufrirá la ciudad, algunos de los cuales se dedicarán a la picaresca, otros mendigaran... Una vez hechos estos pequeños comentarios para introducir al lector en la temática del trabajo, pasaremos a exponerlo. Economía Nos centraremos en el comercio con América, como motor fundamental de la economía sevillana. La elección de Sevilla como puerto de la carrera de indias

Aunque al iniciarse el Quinientos, el puerto de Sevilla había ya alcanzado un notable relieve, esencialmente por el tráfico de productos de sus fértiles riberas, es el Descubrimiento de América el que lo convierte en ese puerto universal y escala obligada en la ruta del Viejo al Nuevo Continente. Ello justifica el establecimiento en Sevilla de la Casa de la Contratación en 1503, que tendrá la exclusividad de la carrera de Indias. Así Castilla, que detentaba el monopolio con el Nuevo Continente, pasa de estar en un extremo del mundo conocido a estar en el centro. Y por tanto, el reino de Sevilla, que en aquella época abarcaba las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. Es preciso destacar en este momento la frase siguiente: "Soliendo antes, Andalucía y Lusitania ser el extremo y fin de toda la tierra, el

descubrimiento de las Indias, es ya como medio"

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Tomás de Mercado (1569)1

Por otra parte, con la Edad Moderna se inaugura un nuevo modo de pensar y de vivir, con más comodidades que en el Medievo. La necesidad de conservar los alimentos aumenta la demanda de productos conservantes como la sal del sur de Europa, o la pimienta del Oriente. Los productos de consumo de lujo, como la seda china, el algodón indio o las piedras preciosas de los países más exóticos, cada vez tienen más mercado. Y ya sabemos que si hay mercado, hay mercaderes, y por lo tanto comerciantes que se aventuran a buscar materias primas para satisfacerlo.

La conquista de los Santos Lugares por los turcos en 1453 obligó a buscar nuevas rutas por la costa occidental africana, evitando al Imperio Otomano, para llegar al lejano Oriente. Fueron portugueses sobre todo y andaluces los que más se interesaron por los viajes oceánicos. Pero también hubo nobles andaluces, como el Duque de Medina Sidona o el Marqués de Cádiz, que se interesaron por los viajes oceánicos. En esta época los marinos andaluces ya tenían cierta experiencia con la pesca de altura, aunque pronto aprendieron que las rutas del Atlántico podían ofrecer rendimientos más preciados que la pesca. La pimienta, los esclavos y, por supuesto, el oro, terminaron siendo el leitmotiv de estas empresas marinas.

También la conquista de las Canarias por Castilla (1496) fue un acontecimiento importante en esta expansión. Su posición geográfica la hacían indispensable como escala en la ruta de América. De hecho, Colón se aprovisionó allí en sus cuatro expediciones. En ella las flotas se pertrechaban de agua y alimentos frescos para la gran travesía; y de vino, aunque pesara a las autoridades. Y por si fuera poco, los vientos alisios que barren la costa atlántica de Andalucía, de Ayamonte a Cádiz, eran indispensables en una época en que la navegación era a vela. Todo esto hace del reino de Sevilla un lugar perfecto para el comercio con el Nuevo Mundo.

Pero… ¿por qué Sevilla y no Huelva o Cádiz? Esto es curioso. ¿No parece más fácil un puerto de mar que un puerto fluvial,

a cien kilómetros de la costa, en un río sinuoso? Veamos las razones. La costa de Huelva caía fuera de las principales rutas terrestres de comunicación

con el resto de España, era la periferia. Además, en ella abundaban las tierras de señorío y, desde luego, la Corona no estaba dispuesta compartir su poder con nadie. En la costa de Cádiz, Sanlúcar de Barrameda carecía de puerto abrigado y Cádiz, que con su bahía podía haber sido perfectamente Puerto de Indias -lo fue dos siglos más tarde- en los primeros años del siglo XVI era una ciudad pequeña, casi aislada de la península y expuesta a los ataques por mar. En pocas palabras, no eran seguros.

En cambio, Sevilla era un puerto interior, a sólo 100 kilómetros del mar y por tanto más protegido de los ataques del exterior e incluso del contrabando. Meterse en el río y ascenderlo era una aventura, dejando tras de sí la posibilidad de un bloqueo en la desembocadura. Además Sevilla tenía experiencia como puerto comercial desde la antigüedad. Por su situación estratégica, con el Descubrimiento el puerto de Sevilla se convierte en puerto universal. Los únicos inconvenientes que presentaba el puerto de Sevilla era el sinuoso trazado del Guadalquivir hasta Sevilla, atravesando marismas con poca profundidad, que no permitía buques de gran tonelaje (400 toneladas era lo máximo autorizado), y la barra de arena de Sánlucar, que obligaba a los barcos a maniobrar con sumo cuidado y no

1 Tratos y contratos de mercaderes y tratantes, 1569

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demasiado peso; más de uno naufragó en dicha zona. En el período 1503-1650, naufragaron el 9 % de los buques entre el río y la barra. Con el tiempo ésta sería una de las razones por las que el Puerto de Indias se iría trasladando poco a poco a Cádiz, hasta la pérdida del Monopolio de la Carrera de Indias en 1717, en que Felipe V ordenó que la Casa de la Contratación se trasladase a Cádiz.

Así pues, el comercio con las Indias (la llamada Carrera de Indias) se establece en Sevilla. De hecho, desde el segundo viaje de Colón, por lo menos a nivel administrativo, Sevilla había funcionado como el centro de decisión en la mayoría de los aprestos de expediciones a cargo de la Hacienda Real y algunas de particulares. Cádiz sólo conservará el privilegio de ser un puerto de salida. Para ello, en 1509 se designa un oficial visitador encargado de despachar los navíos que de ahí salieran. Respecto al regreso, no hay indicios de que hubiese existido mucha flexibilidad. Las mercancías debían llegar a la Casa en Sevilla. Al efecto, se dictaron disposiciones que obligaban a los maestres de los navíos a que evitaran hacer escalas en su trayecto de vuelta, especialmente en las Azores. Las detenciones eran aprovechadas para descargar mercancías y metales en los puertos de arribo en perjuicio de la Real Hacienda. Un pretexto muy recurrido por los navegantes era la necesidad de tomar bastimentos (provisiones). Al disponerse que a su salida de Indias debían llevar provisiones suficientes para ochenta días se intentó combatir toda posible justificación para su inobservancia. ¿Cómo se organizó la comunicación con las Indias?

Durante la primera mitad del siglo XVI los viajes fueron irregulares; todavía no se había descubierto el potencial económico de las nuevas tierras. Se utilizaba el sistema del "navío suelto" que emprendía la travesía en cualquier fecha y sin protección alguna frente a los piratas y corsarios. La libre navegación ocasionó muchas pérdidas de barcos y hombres, ya que éstos, pensando en el beneficio, marchaban en pésimas condiciones y en momentos indebidos.

Entre 1561 y 1566, dado los ataques corsarios, se promulgan una serie de normas consistentes en la reglamentación del tonelaje de las naves, en la obligatoriedad de armarlas y en la organización de su protección mediante buques de guerra que acompañasen a los mercantes "haciéndoles escolta y guarda... y traiga el tesoro nuestro y de particulares". Se organizaban convoyes con los barcos dispuestos a emprender la ruta, en uno u otro sentido. Así quedaron establecidas 2 flotas anuales: una en abril hacia Nueva España (Veracruz: Méjico) y otra en agosto hacia Tierra Firme (Nombre de Dios y Portobelo: Panamá). Ambas pasaban el invierno en las Indias y en el mes de marzo se reunían en el puerto de La Habana para emprender juntas la travesía de vuelta a la península. Este sistema de flotas se mantuvo hasta el siglo XVIII. El 12 de octubre de 1778 se dio el llamado Reglamento de Libre Comercio para América que clausuró el sistema de flotas. (No se trataba obviamente de ningún comercio libre, pues los americanos seguían obligados a negociar únicamente con su metrópoli, pero al menos se les liberaba de la obligación de hacerlo con un puerto único de la Península y bajo el dictado de los comerciantes andaluces).

Raramente se salía las fechas estipuladas y tampoco hubo dos flotas por año. El Consejo de Indias era quien decidía -tras consulta con la Casa de Contratación que, a su vez, se asesoraba con el Consulado de Sevilla- si había dos o ninguna flota. Los comerciantes querían ganar dinero con su mercancía y jugaron siempre a tener mal abastecido el mercado americano, para subir los precios. De aquí que, cuando sabían

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que existía mucho género europeo en Indias, aconsejaran suprimir la flota. El problema fue agravándose a lo largo de los años y en la segunda mitad del siglo XVII hubo ya una flota cada dos años y unos galeones cada tres. La salida de las expediciones suponía una gran ajetreo en Sevilla. Había trabajo para propios y extraños. La pequeña industria local, la reparación de los barcos, el transporte de las mercancías, la preparación de víveres... daba trabajo abundante. La llegada causaba enorme expectación; en la metrópoli no se sabía nunca la fecha de regreso de las flotas. Cuando el convoy de ultramar alcanzaba las costas del cabo San Vicente, los mercaderes y navegantes respiraban tranquilos: sus inversiones no se habían perdido. Cuando la flota llegaba a Sevilla, se disparaban salvas desde el montículo del Baratillo y tocaban las campanas de la catedral y de Santa Ana, comunicando la buena noticia.

Pero no sólo en Sevilla se alegraban con la llegada de la flota; su cargamento precioso era fundamental en la economía del Viejo Mundo. El profesor Domínguez Ortiz recoge una anécdota en la que el Gobernador de Damasco preguntaba a un peregrino sevillano si había llegado ya la flota a Sevilla "porque se sentía gran falta de moneda en Oriente". Según tratadistas modernos las cantidades de oro y plata arribados de las Indias causa ofuscación: 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kgs. de plata entre 1503 y 1660, según J. Earl Hamilton; 300.000 kgs. de oro y 25.000.000 kgs. de plata, según Pierre Chaunu. Entre los expectantes, la Corona no se quedaba a la zaga. De la llegada de los navíos dependían los medios de pago para la política imperial de los Habsburgo. Una parte importante de la plata iba directamente a las arcas del estado y cuando ésta no era suficiente, los oficiales reales incautaban la que venía destinada a los particulares.

Así pues, entre los años 1540 y 1550 el núcleo financiero de Europa, que había estado en Amberes (Países Bajos) se traslada a Sevilla. Además, el aumento de la actividad mercantil y financiera de Sevilla atrajo a muchos castellanos y extranjeros que acudieron a ella, unos para avecindarse y disfrutar de sus riquezas, otros para embarcarse hacia el Nuevo Mundo, buscando nuevas oportunidades. Las calles de Sevilla eran un continuo ir y venir de viajeros, de todas las clases sociales. La flota de Indias

Los barcos de la Carrera de Indias tenían que ser españoles. Cuando un Juez de la Casa de la Contratación, el General de la Armada y los visitadores de naos inspeccionaban a éstas por vez primera, lo hacían para comprobar, precisamente, la nacionalidad y estado en que se encontraban. Las naves solían ser carabelas, galeones, naos, carracas, urcas, bajeles y pequeñas embarcaciones como las polacras, jabeques, tartanas y pataches... Una gran variedad, con diversas denominaciones en unos y otros tipos.

Las Flotas solían estar integradas por más de 80 navíos, de un total de 200, quedando otros 200 para el servicio de Portugal, Canarias y demás puertos. Al menos ocurría esto hacia 1586, en que se calcula que la flota de Sevilla poseía 400 barcos. En el río Guadalquivir navegaban otras naves necesarias para su servicio: galeras, barcas, saetías y fustas surcaban el rio entre Sevilla-Sanlúcar-Cádiz o entre barco y barco fondeado. Las galeras servían para proteger y ayudar a los pesados galeones y sortear los pasos difíciles. Recordemos que los puntos negros del cauce del Guadalquivir se situaban, sobre todo, en los Pilares, Albayla antes de Coria y el Naranjal sobre la barra sanluqueña. Existían unos pilotos de la barra sanluqueña, ya que ésta se convirtió en importante cementerio de barcos, como hemos visto más arriba. Por eso, las galeras servían para

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acercar hasta Sevilla a los cargamentos que no podían traspasar la barra. Las barcas, barcas de alijo, servían para lo mismo y para el movimiento entre nave y nave. En los momentos que se preparaban las grandes flotas las barcas iban de un lado a otro llevando vituallas, pertrechos y mercancías. Sus maestres tenían que ser examinados. Entre Sevilla y Sanlúcar existía además un tráfico y relaciones numerosas y constantes. Entre los principales productos que se importarán de América tenemos que destacar: el tomate, el tabaco, la patata, el cacao, entre otros muchos. Aunque lo que más se importará será el oro y la plata de aquellas tierras. También se pondrá en marcha un importante tráfico de esclavos.

El comercio del que hemos hablado, constituirá el principal motor de la economía Sevillana, aunque no será el único ya que existirá la agricultura, la cual aumentará durante este siglo XVI mediante la roturación de nuevas tierras, y cuyos principales productos serán los de la triada mediterránea (olivo, vid, cereal). Como hemos dicho la agricultura aumentará durante este siglo XVI, por el aumento de la tierra de cultivo y no porque se produjera más por unidad de superficie. En cuanto al ganado tenemos que decir sobre todo que entrará en crisis, provocado sobre todo por la crisis de la mesta. Una vez que hemos hablado de la economía en general, pasaremos a hablar de la sociedad. Sociedad La población de Sevilla en el siglo XVI

No es fácil precisar con exactitud la población Sevillana del siglo XVI dada la carencia de estudios demográficos en la época y la población flotante de Sevilla en este siglo. Los datos se suelen extraer de censos fiscales, que sólo recogían a los cabezas de familia y no de toda la población. Se escapan las minorías étnicas, los habitantes de los corrales de vecinos y otros colectivos como cárceles, hospitales, los exentos de aparecer en ciertos censos y los arrabales, como San Bernardo o Los Humeros. Además, los censos registraban "familias" o "vecinos", no individuos. Por ello, decía el cronista Morgado: "Y assí no se puede dar cuenta de cierta en la vezindad de Sevilla, y porque también se

usa bivir muchos vezinos (de gentes que no pueden tanto) en una casa, como yo se entre

otras casas de vezindad, una de ciento y diez y ocho vezinos".

Como quiera que los censos, además de excluir a muchos colectivos, sólo computaban las familias, sólo podemos efectuar cálculos aproximados de la población de Sevilla en esta época. Aquí, cada historiador utiliza un coeficiente multiplicador diferente: 4.5, 5 ó 6 para deducir el total de habitantes. Así podemos ofrecer estos datos demográficos en que existe más o menos consenso:

año habitantes

1384 15.000

1500 60.000

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1534 55.000

1565 109.000

1588 129.400

1597 121.000

De estas cifras se desprende el enorme crecimiento de la ciudad en este siglo

XVI, que duplicó su población. Sevilla llega a ser una de las ciudades más pobladas de Europa. No obstante, se observa un descenso en el primer tercio del siglo, provocado por las epidemias de peste y la emigración al Nuevo Mundo. Hubo pestes en 1507 (en una sola semana murieron 1500 en la parroquia de la Magdalena), en 1510, 1520, 1523, 1557, ... Epidemias, guerras y emigración explican el comentario del embajador veneciano Andrea Navajero, cuando acude a la boda del Emperador Carlos V, de que Sevilla está "casi en poder de las mujeres". Otra fuente para el estudio de la población son los registros parroquiales, los llamados libros sacramentales. El Concilio de Trento estableció en 1563 que todos los párrocos llevasen unos libros donde se registrasen los bautismos y matrimonios que se celebrasen.

Por otro lado es preciso establecer que ni la población ni el crecimiento fueron uniformes en la ciudad. Las parroquias que acogen a un mayor número de vecinos eran, por orden descendente, Santa María o Sagrario, por estar en el centro religioso, político y económico; El Salvador, Santa Ana (Triana: marineros, artesanos y hortelanos), Omnium Sanctorum (artesanos), la Magdalena (mercaderes y marineros), San Vicente (marineros, artesanos y nobles) y San Lorenzo. La parroquia de San Vicente es la que experimenta a lo largo del siglo un mayor crecimiento, quizás por su buena situación, a orillas del río, no muy lejos del centro oficial de la ciudad y con terrenos para levantar nuevas edificaciones; allí se concentra buena parte de la nobleza sevillana. Otras parroquias registran, por el contrario, un escaso número de vecinos, como las de San Bernardo, San Roque, San Ildefonso o San Román. La mayor parte de ellas estaban situadas en zonas más pobres y con una elevada población flotante.

La explicación a este importante crecimiento demográfico que experimenta la ciudad en el quinientos hay que buscarla en la fuerte inmigración de españoles procedente del centro y del norte del país, y de extranjeros que acudieron a Sevilla, atraídos por la riqueza que suponía el Nuevo Mundo. A ello debe unirse un crecimiento vegetativo importante (diferencia entre el número de nacimientos y de defunciones). Este crecimiento en la capital también se reflejó en su provincia, que también experimenta un crecimiento sostenido a lo largo de la centuria, en particular los pueblos más cercanos, al convertirse la capital en "cabecera de Indias". Algunos de los pueblos sevillanos alcanzan a fines del XVI una población mayor que la de muchas ciudades castellanas. Carmona tenía alrededor de 8.000, Marchena 7.000 y Écija cerca de 20.000. Los estamentos sociales

Nobleza sevillana.

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La nobleza sevillana no era muy numerosa. Había un grupo importante de familias de la alta nobleza pero escaseaba la media y la baja. El estamento nobiliario no era un grupo homogéneo ni mucho menos. Cabe distinguir entre ellos al menos tres grados:

• Los grandes y los títulos. • Los caballeros. • Los simples hidalgos

Domínguez Ortiz, el gran historiador, distingue aún más, de mayor a menor importancia:

• Títulos y grandes, la alta nobleza. • Caballeros de hábito, comendadores y señores de vasallos. • Caballeros, una auténtica clase media. • Hidalgos, generalmente de escasos medios por la institución del mayorazgo en

la que el primogénito es el que hereda el patrimonio familiar. • Caballeros cuantiosos, pecheros acomodados que obtenían ciertos privilegios

económicos a cambio de su aportación militar. Le llama situaciones prenobiliarias o de dudosa nobleza. La nobleza sevillana era distinta al resto de la nobleza peninsular al menos en

dos aspectos: era más urbana que rural. Su protagonismo político en el Ayuntamiento era notable. Habitaba entre el vecindario modesto, aunque en magníficos palacios, lo que fomentó una familiaridad entre ella y la clase de los villanos mayor que en otros lugares del reino castellano. Esta imbricación de la nobleza dio lugar a otra diferencia curiosa con otros lugares : no existía diferencia entre las carnicerías de nobles y de plebeyos. En Castilla existían carnicerías especiales para hidalgos. Su existencia respondía en otras ciudades a la necesidad de satisfacer el privilegio de los nobles de no pagar el impuesto de la sisa (una blanca por cada libra de carne). En Sevilla todos pagaban la blanca de la carne, aunque después los hidalgos que querían hacer valer su derecho, reclamaban esa blanca, y su concesión era una especie de reconocimiento público de sus privilegios. Lo que ocurría era que la nobleza de alto rango despreciaba esa devolución, mientras que los más interesados en que se les reconociese el privilegio eran aquellos cuya condición nobiliaria era menos clara, lo cual dio lugar a innumerables pleitos.

En la Sevilla del Quinientos podemos contar al menos 30 casas de la alta nobleza sevillana, repartidas en torno a la Alameda de Hércules y el barrio de San Vicente, muy cerca del río y del centro urbano. Su protagonismo político era notable en el Consejo hispalense, controlado por ella. Apellidos como los de Guzmán, Tellos, Ponce de León, Enríquez, Saavedra, Solís, etc. se repiten en las actas del Consejo, y es que para ser Jurado o Caballero Veinticuatro había que pertenecer a la nobleza. Dueña de un propio estatuto jurídico, poseía privilegios y preeminencias a veces hereditarias. El cronista Luis de Peraza enumera las lujosas mansiones de los duques de Medinasidonia, Arcos, Medinaceli, Béjar; los marqueses de Tarifa (la Casa de Pilatos), Portugal, Castellar y Villanueva; los condes de Olivares, Gelves, Gomera, Orgaz... Precisamente fue uno de estos nobles, el Conde de Barajas, el que en 1574 urbanizó la Alameda de Hércules, rellenándola y plantando álamos. Hasta entonces era un lugar pantanoso, conocido como la Laguna de la Feria (antiguamente pasaba por allí un brazo del Guadalquivir que los visigodos cortaron).

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Fueron cuantiosas las rentas de casas como la de Medinaceli, Medinasidonia o Béjar, en tanto que los ingresos de la nobleza inferior, de caballeros e hidalgos, dejó mucho que desear. Lo que marcaba realmente la diferencia entre la gran nobleza y la inferior, eran sus rentas. Los grandes títulos solían tener rentas muy cuantiosas, como el Duque de Béjar, al que se le calculan 80.000 ducados anuales, el Duque de Medinaceli, 60.000, y el Duque de Medina Sidonia, el más rico de toda Castilla, que obtenía alrededor de 170.000 ducados. (Para hacernos una idea de la capacidad adquisitiva debemos saber que un ducado era una moneda de oro de 440 maravedís, que un obrero de la construcción podía ganar unos 5 maravedíes por día y que un cabrito podía costar más de 15 maravedíes)

A los largo del XVI esta élite sufrió un recorte de sus privilegios, y se resintió de la inflación crónica y de la depreciación de la moneda, por lo que no es extraño encontrarse a miembros de ella descendiendo de su escalón social para relacionarse con mercaderes, mientras que éstos también, sobretodo de apellidos extranjeros, ascendían. La venta de títulos e hidalguías, no sin protestas, permitió a más de uno comprar, a finales de siglo, linajes.

Por otro lado hay que destacar que los nobles se implicaron directamente en el tráfico comercial. A la Casa de la Contratación de las Indias, más que a las Gradas y a la Lonja, iban los caballeros a hacer sus embarques y transacciones para el Nuevo Mundo y en dicha Casa se empleaban en oficios bien retribuidos. Es frecuente en los registros de naos ver los apellidos más ilustres de la Nobleza embarcando géneros y traficando algunas veces, si no con indios ya que este trato estaba prohibido, sí con negros. En más de un expediente de pruebas para vestir los hábitos de las órdenes militares, los testigos declaran que el pretendiente o su padre y abuelos habían ejercido el comercio con las Indias, causa ésta, muchas veces, de denegar la Cruz el Consejo. El clero

El entramado religioso de Sevilla de este siglo ofrece personajes como el agustino Fray Martín de Ullate atrayéndose a los moriscos (1505); Fray Bartolomé de las Casas defendiendo al indígena americano; Fadrique Enríquez de Ribera peregrinando a Tierra Santa (1518-20) y estableciendo luego el Vía Crucis a la Cruz del Campo; el hermano Pedro Pecador (1543) fundador de hospitales y discípulos de San Juan de Dios, sin olvidar a los herejes Egidio y Constantino ni la visita y permanencia de un año que Santa Teresa hizo a la ciudad (1575-76). En contra de lo que cabía esperar, a la santa castellana le costó mucho obtener la financiación necesaria para la fundación de un convento en la capital hispalense, de la que estuvo a punto de desistir. Para atender el fervor religioso había en Sevilla 27 parroquias a principios de siglo, siendo 29 al final por creación de San Roque y San Bernardo. El principal templo de la ciudad, la catedral, era regentado por el Cabildo catedralicio compuesto por Deán (6.000 ducados anuales), Arcediano, Chantre, Maestreescuela, Tesorero, Arcediano de Écija, Arcediano de Jerez, Arcediano de Reina (esta fue la dignidad que tenía Maese Rodrigo de Santaella, fundador de la universidad de Sevilla), Arcediano de Niebla, Arcediano de Carmona y Prior de las Ermitas, todos designados por el Arzobispo. Éste junto al Cabildo proveían a los 40-42 canónigos (unos 2.000 ducados de renta anual); los 20 racioneros, que gozaban de 2/3 de la renta de un canónigo; 20 medios racioneros (1/3 rentas de un canónigo); 20 clérigos veintineros (beneficiados) designados por el Chantre (100.000 maravedies) y los servidores representados por capellanes, notarios, sacristanes, cantores, músicos, mozos de coro (unos 50), seises, pertigueros, etc.

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Las órdenes religiosas contaban con más de 30 conventos de ambos sexos, dentro de los cuales bien pudieran cobijarse unos 1.500 religiosos según Espinosa de los Monteros, que vivían de sus casas, fincas, rentas, donativos particulares u oficiales. Cuenta Espinosa que cuando Felipe II pasó por la Plaza de San Francisco esperaban allí más de 400 franciscanos; unos 100 ó 200 eran del Convento de San Francisco, 80 de San Pablo y 40 de otros conventos; tengan en cuenta que sólo franciscanos y dominicos poseían cinco instituciones en Sevilla. La mayoría de las órdenes religiosas existentes en España tuvieron fundaciones en la capital sevillana, algunas desde los tiempos de la reconquista, como los franciscanos, y otras que se crearon en este siglo XVI, como la Compañía de Jesús (jesuitas) que se instaló en Sevilla en 1537.

Más de veinte conventos de monjas había en Sevilla al finalizar el siglo XVI, una cantidad que no había dejado de crecer desde el siglo XIII en que fue conquistada para el cristianismo. El real monasterio de San Clemente, fundado por Fernando III el Santo, el más rico y grande del siglo XVI, había recibido en sus celdas durante esos siglos a esposas, hermanas e hijas de reyes, y a imitación de ellas también ingresaron en el convento, magníficamente dotadas, muchas mujeres de familias muy principales y otras jóvenes de menos rango. San Leandro, Santa Clara, Santa Inés, Santa Paula, Santa María la Real, Madre de Dios, Santa María de Jesús, Regina Angelorum, etc., fueron los nombres de los conventos a los que innumerables sevillanos no olvidaron en sus mandas testamentarias, donándoles rentas, casas, bienes, dotes, limosnas en misas, joyas, tierras, e hijas casi niñas y vírgenes. Algunos de estos monasterios, sobre todo los más antiguos y los de mayor jerarquía y reputación por el origen social de las hermanas que los habitaban y por el lustre de las familias de las que procedían, recibían bienes suficientes para que aquéllas pudiesen vivir dignamente. Otros, en cambio, dependían de las limosnas diarias de los habitantes de la ciudad, hasta el punto de que algunas de sus monjas salían de la clausura para solicitarlas o trabajaban tejiendo seda y bordando para poder sobrevivir, pues la vida cotidiana en el interior del claustro no tenía nada de bucólica.

Al margen de los conventos estaban los emparedamientos, de los cuales existían aún tres a finales del XVI: uno cercano a la iglesia de San Miguel, otro a la de San Ildefonso y el último junto a Santa Catalina. Seguían dirigidos por beatas ancianas, recibiendo a las mujeres que voluntariamente se encerraban a expiar culpas o que las autoridades depositaban mientras se dirimía algún pleito matrimonial. Observaban las reglas de alguna orden sujetas a la obediencia del arzobispado, pero sin hacer votos de pobreza, obediencia y castidad, aunque privadamente los siguiesen. Vivían de limosnas, de pequeñas aportaciones personales que llevaban al ingresar (mucho menores que en los conventos) y de rentas o de donaciones que dedicaban también a la caridad.

Al igual que la nobleza, el clero tampoco era homogéneo en su composición. Había diferencias entre el alto clero, el estado llano o bajo clero y los religiosos de las distintas órdenes. En el conjunto de la población sevillana su número era importante como lo era su labor asistencial y educacional, y sus riquezas provenientes, sobre todo, de los diezmos (décima parte de los frutos cosechados en cada parroquia). El alto clero lo integraba el Cabildo catedral y los párrocos de las grandes parroquias; la base nutricia de este sector estuvo en el grupo artesanal, en el de los comerciantes, los hidalgos, los letrados y a veces la misma nobleza. Por su extracción social, por su cultura (muchos graduados universitarios) y por su poder económico, constituyeron una élite. Eran dueños de tierras, fincas y casas situadas en la ciudad y su término, calculándose que una décima parte de la riqueza urbana era de la Iglesia o estaba

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gravada con cargas a su favor. La pertenencia territorial se expresaba en el señorío y dominio sobre una serie de pueblos y en cortijos y heredades. Detrás venía el estado llano nacido sobre todo en el seno de familias de artesanos. Muchos de los eclesiásticos vivían en las collaciones de El Sagrario, Santa Cruz, San Vicente y San Juan de la Palma, sin duda atraídos por la presencia del Palacio Arzobispal y de muchas casas nobles a los que los clérigos prestaban sus servicios. La situación del bajo clero era muy dispar pero los curas párrocos solían pasar alguna que otra dificultad; teóricamente debían recibir una tres novenas parte de los diezmos pero no siempre las recibían (existen abundantes testimonios que recogen las reclamaciones que insistentemente dirigían al arzobispo). A veces, los simples beneficiados podían disfrutar de unas rentas mejores que las del párroco, y lo mismo ocurría con las capellanías.

Las riquezas del clero se invertían en sueldos, construcciones, obras de caridad, enseñanza, beneficencia, culto... ; los salarios del amplio estamento eclesiástico, de cantores, menestrales, mozos de coro, carpinteros, peones...; los gastos en plata, ornamentos, materiales de cantería y carpintería; en el mantenimiento de los hospitales y colegios; las ayudas prestadas a los necesitados cotidianamente o en momentos de hambre; los gastos del culto, procesiones, de fiestas... Pero no todo fueron gastos justificables; los canónigos por ejemplo, llevaban una vida regalada; tenían que salir con una cabalgadura de acompañamiento y las dignidades con dos; sus ocupaciones no eran agobiantes lo que les permitía dedicarse a las aficiones literarias y a otros negocios que poco tenían que ver con su vocación eclesiástica.

Pero a lo largo del siglo XVI el Estado también quiso beneficiarse de las rentas eclesiásticas con lo que sus ingresos disminuyeron. Muchos territorios eclesiásticos fueron expoliados por la Corona y vendidos a señores seculares, a causa de los apuros financieros de la Hacienda. Así se perdió, por ejemplo, la jurisdicción sobre las villas de Cantillana, Brenes, Almonaster, Albaida y otras tierras del Aljarafe. Las compensaciones que se concedieron por estas enajenaciones fueron mínimas y en absoluto compensaron a la Iglesia por la pérdida sufrida. Por otra parte, se impusieron nuevos tributos al clero como el "excusado" que proporcionaba directamente al Estado el diezmo de la tercera finca más rica de cada parroquia, o las "tercias reales" que constituían las dos novenas partes de todos los diezmos. Pero no por ello, la diócesis sevillana, y especialmente su jerarquía, dejó de ser una de las más ricas del país. El estado llano

Si los dos grupos privilegiados de la sociedad sevillana de los Austrias presentan una gran diversidad en su composición, mucho mayor es la variedad de situaciones que se dan en el más numeroso grupo de los no privilegiados. La mejor forma de definir a este extenso sector social es la de considerar incluidos en él a todos aquellos que no formaban parte ni de la nobleza ni del clero. Podemos distinguir al menos tres categorías diferentes:

• La de los comerciantes, financieros, funcionarios y profesionales, que formarían lo que hoy llamaríamos "burguesía". Era un grupo esencialmente urbano y especialmente numeroso en la Sevilla de la época.

• Los artesanos afiliados a los gremios y otro tipo de trabajadores de variados oficios y ocupaciones.

• Los campesinos, extensa y variada categoría social que agruparía a toda la población rural de la actual provincia de Sevilla.

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• La "burguesía" sevillana. • Las oportunidades que ofrecía el comercio con las Indias convirtieron a Sevilla en un polo de atracción para mercaderes y hombres de negocio de la más variada procedencia, especialmente genoveses y flamencos. No pocos de estos extranjeros eran meros delegados de casas comerciales o hijos de los dueños de las mismas, enviados a España para que se impusieran en los negocios, pero en otros casos eran mercaderes y financieros importantes que llegaban a España sin pensamiento de retorno. Su máxima aspiración era conseguir la naturalización y el permiso para comerciar con Indias, para lo cual tenían que acreditar residencia continuada con casa abierta, poseer bienes raíces y casar con mujer española. De esta manera se avecindaron en Sevilla familias cuyos nombres han ilustrado su historia, como los Mañara y Bucareli, de origen italiano, los Bécquer, flamencos, cuya tumba familiar se conserva en una de las capillas de la catedral. Nicolás Antonio, el gran bibliógrafo español, también procedía de tierras de Flandes. A partir de 1580, en que se unieron las coronas española y portuguesa, aumentó la inmigración lusitana; la calle Sierpes llegó a tener una gran concentración de comercios portugueses.

La época de mayor prosperidad fue la de las primeras décadas del siglo XVI. En estos años, junto con los genoveses, hicieron buenas fortunas algunas familias sevillanas. Entre las más importantes hay que citar a la de los Jorge, propietarios de varios barcos, que se dedicaban al comercio de esclavos y de diversas mercancías con América. También llegaron a destacar en el mundo de los negocios con América algunos artesanos con espíritu emprendedor, por ejemplo, Antón Bernal y Juan de Córdoba. Otros se dedicaban a prestar dinero como los Espinosa o Domingo de Lizárraga, importantes financieros sevillanos. Todos estos personajes trataron de integrarse en el grupo social de la nobleza. Llegar a ser noble era la aspiración universal, mediante la compra de tierras, fundación de un mayorazgo y adquisición de una carta de hidalguía.

La coyuntura económica favoreció esta fuga hacia arriba, para alcanzar la cúspide de la pirámide social. Era lo que se ha llamado "traición de la burguesía" que influirá en la crisis del siglo XVII. La burguesía y las clases medias, deseosas de prosperar, consideraron que para lograr el prestigio social y la nobleza lo primero que había que hacer era abandonar los oficios "viles", el trabajo manual y ciertas formas de comercio, e incluso borrarlos de la memoria familiar, máxime cuando muchos de ellos eran de origen judío. La burguesía abandonó sus actividades mercantiles, industriales, prestamistas, etc. para convertirse en rentistas de juros, en el disfrute de las rentas de tierras, de algunos cargos burocráticos o concejales, etc. Los que descendían de judíos porque querían ocultar su linaje; los que no porque no querían caer en sospechas por sus actividades. La mayoría, pues, sólo deseaba hacerse noble, vivir de las rentas, preferiblemente si estas provenían de la propiedad de la tierra, y gastar.

Un ejemplo de esta mentalidad la encontramos en el abuelo de Santa Teresa de Jesús, condenado en 1485 en Toledo por la Inquisición, acusado de converso judaizante. Tras sufrir condena marchó a Ávila, compró tierras y pasó por hidalgo. A su hijo, padre de la santa, se le reconoció como noble (aunque su expediente dejaba clara su ascendencia judía), pero se las ingenió para que los encargados de la investigación pasaran por alto este detalle. Así consiguió la exención fiscal correspondiente y todos los privilegios inherentes al estamento nobiliario, si bien éste sólo podía mantenerse con

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una economía desahogada, pues el hidalgo arruinado, tan presente en la literatura picaresca, resultaba ya por entonces ridículo. Otro ejemplo nos lo encontramos en las Constituciones del Colegio-Universidad de Osuna -y no era el único- en que las "informaciones" exigidas a los candidatos a colegial debían probar que tenían en dos generaciones sangre de cristiano viejo y que ni sus padres o abuelos "habian tenido oficio baxo, vil y mecánico". Perfecta descripción de lo innoble.

Por las desventajas sociales que suponían ser un plebeyo, un "currante", la picaresca también se daba en las clases medias: algunos comerciantes se hacían tonsurar para evitar impuestos. Había clérigos carniceros, notarios, buhoneros,...

En resumen, parece que los españoles no querían trabajar; el trabajo manual es una maldición bíblica que deshonra al que lo ejerce: "trabajar no es trato de nobles". La perversa idea de que el trabajo dignifica es propia de la moral protestante, de la que el español procura situarse lo más lejos posible. Dejaron para otros las tareas más duras; así vinieron numerosos extranjeros atraídos a la Península por los altos salarios. El campesinado. Trabajaban las tierras de los nobles o del clero, en condiciones infrahumanas, a cambio de un salario bastante escaso. Muchos de ellos se convertían en arrendados. Los grupos marginales en la Sevilla del siglo XVI.

Junto a la sociedad oficial existían unos grupos de personas que, por su origen, su forma de vida o su propia condición, llevaban una existencia aparte, aunque viviesen en la misma ciudad. En algunos casos la asimilación se producía trabajasamente, en otros, la fusión con el resto de la sociedad se hacía imposible. Se trata de los moriscos, los esclavos y los gitanos. Otro colectivo mal visto pero sin embargo, integrados y poderosos, son los judeoconversos las cláusulas de "limpieza de sangre" fueron una auténtica persecución, aunque la sorteaban con cierta facilidad.

Los esclavos.

En comparación con otras ciudades del Reino de Castilla, los esclavos constituían un grupo muy numeroso en Sevilla, y ello por la condición de intermediaria entre el Viejo Mundo y el Nuevo. Según un censo realizado por funcionarios eclesiásticos en 1565, había 6.327 , lo que da una proporción aproximada de un esclavo por cada catorce habitantes (el 7% de la población); quizás fueran muchos más si, como es probable, en dicho número no estaban incluidos los islámicos y los negros no bautizados; éstos eran pocos, pero bastantes los turcos y berberiscos que no querían abandonar su religión. Una gran mayoría de ellos eran negros, a los que habría que añadir la cantidad también creciente de negros libres y de mulatos, por lo que no es aventurado afirmar que alrededor del 10% de la población sevillana era negra o mulata. Sevilla, con Lisboa, fueron las dos ciudades de Occidente dueñas de las mayores colonias de esclavos. A través de las ventas, alquileres, trueques, manumisiones o ahorramientos y pregones de fugas, desfila la actividad esclavista o el mundo de los esclavos de la Sevilla del Quinientos: esclavos africanos (moros y negros), canarios desde el siglo XV, y americanos traídos en las primeras décadas del XVI.

Existían dos causas determinantes de la esclavitud: la guerra y el nacimiento. Por la primera se habían hecho muchos esclavos entre los musulmanes que vivían en la península y los obtenidos de los conflictos en el norte de África. También como

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esclavos quedaron bastantes moriscos, los denominados "esclavos blancos". Después de la rebelión de las Alpujarras de 1569, la reducción a esclavos de poblaciones enteras no fue infrecuente, aunque muchos de ellos recobraron su libertad -previo pago de un rescate-, otros que no tenían medios económicos mantuvieron su estatus de esclavo. Se calcula que tras la captura de Málaga se remitieron a Sevilla 2.300 moros. Estos esclavos no fueron incluidos en las listas de deportados de 1610 porque lesionaba los intereses de los propietarios, dándose el caso de algunos moriscos se ofrecieron como esclavos para escapar de la expulsión.

Los negros, ya en el siglo XV, procedían de Portugal vía el Algarbe, y algunos de América en la segunda mitad del siglo XVI. Castilla nunca mantuvo guerra con poblaciones negras, pero con motivo de las exploraciones portuguesas por la costa occidental africana, y ante la demanda de esclavos para su utilización en América, Sevilla se convirtió en un mercado de compraventa y reexportación, donde era frecuente encontrar mercaderes de esclavos negros que realizaban sus operaciones en las Gradas de la Catedral. Los que trataban este tipo de mercancía eran fundamentalmente portugueses, pero también estaban implicados en este negocio genoveses, florentinos, ingleses, flamencos y sevillanos. En Sevilla fueron tan numerosos que un contemporáneo decía que sus habitantes "se parecían a los trebejos del ajedrez: tantos prietos -negros- como blancos". De aquí la comparación de Sevilla con un "tablero de ajedrez" al que muchos se han referido para describirla.

Además de esclavos negros y musulmanes, los había canarios, principalmente de Gran Canaria y Tenerife. Menos numerosos, el canario se importó desde el siglo XV. Aunque en el Levante estuvo la gran zona de venta, también Sevilla supo de su existencia a finales del XV. La anexión de Canarias realizada desde Sevilla, ocasionó unas relaciones de todo tipo entre el archipiélago y la capital andaluza que, sobre todo, en el primer cuarto del siglo XVI, contempló la presencia de los esclavos insulares vendidos en las Gradas.

No abundaron los esclavos americanos; sólo en la primera década del siglo XVI -conocida es la historia de Fray Bartolomé de las Casas, dueño de uno que le trajo su padre de Indias- se importaron algunos hasta que la Corona prohibió terminantemente su tráfico. Estos indígenas del Nuevo Mundo procedían sobre todo de La Española, San Juan de Puerto Rico y el Brasil. El tratarlos como esclavos se vetó enseguida, salvo si eran rebeldes o antropófagos; pero los conquistadores abusaron y engañaron a la Corona haciendo pasar por tales a quienes no lo eran.

Así nos encontramos con esclavos negros, mulatos, blancos y de color loro que andaban por las calles, plazas, mercados, fuentes, puertas y lugares neurálgicos como las Gradas -donde se subastaban-, el Arenal o el Altozano, incorporando un colorido exótico a la población sevillana. No era difícil distinguirlos; primero, por su color y atuendo; luego, porque solían llevar tatuadas en las mejillas unas S y un clavo (esclavo), una flor de lis, una estrella, las aspas de San Andrés o el nombre de su amo. Al deambular por la ciudad lo hacían acompañando a sus dueños o atentos a las tareas que se les encomendaba.

El trabajo del esclavo en Sevilla no solía ser excesivamente duro. El poseer esclavos era buscado más como signo de prestigio y de distinción, que por el hecho de contar con una mano de obra barata. Por eso, la mayoría eran dedicados al servicio doméstico y a tareas propias de los criados, especialmente las mujeres. Algunos eran empleados de talleres, en particular los musulmanes eran muy apreciados por el conocimiento que tenían de la artesanía de la seda. Otros fueron porteros, amas de cría, fundidores, curtidores, esparteros, olleros, albañiles o criadas de monjas, como aquella

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que el famoso médico sevillano Monardes dio a su hija profesa en el convento de San Leandro. Las gentes los adquirían a título de inversión y los usaban como respaldo en los negocios. Era corriente verlos utilizar para obtener préstamos de dinero. Los dueños los entregaban a los prestamistas en prenda o los hipotecaban, sin responsabilizarse de cualquier anormalidad que se diera entonces.

Podían encontrarse en la ciudad esclavos a los que se encomendaban las tareas más pesadas, e incluso degradantes. Los había que eran dedicados al transporte de cargas pesadas, en el puerto, al trabajo de aguadores o de simples recaderos. Algunas esclavas se dedicaban a la prostitución, aunque si esto lo hacían sin el consentimiento de su dueño podían ser repudiadas y entregadas a la justicia. Pero la esclava prostituta no puede ser negra ni mulata, para evitar esa conmixtio sanguinis tan temida por la Medicina renacentista, esa confusión antinatural de las sangres en la que siempre vence la más impura: la fornicación con negra o mulata llevaría a las venas del cliente la sangre inferior de la mujer y lo degradaría en la escala de honorabilidad.

Todo el mundo tenía y negociaba con esclavos, incluidos notables personajes. No fue el esclavo un "lujo" reservado a la nobleza o a los mercaderes. Cualquier artesano era dueño de uno o más esclavos que le ayudaban en sus negocios (zapaterías, baños,...) o le atendían en su casa, o le acompañaban o le servían como mercancía a empeñar. El precio de un esclavo dependía del sexo, edad, estado físico y coyuntura ya que cuando se desataban las hambres y las pestes éstas repercutían en los precios. Con los años fue subiendo su valor y de 20 ducados se paso a 80 y 100. En las ventas podía hacerse constar que la pieza no estaba endemoniada, ni tenía ojos claros, ni era borracha, ladrona o huidora, o que era "de buena guerra" (autorizada su esclavitud) circunstancia que en los esclavos canarios a veces no era cierta. Igualmente, para evitar engaños, se realizaban compras condicionadas, hasta comprobar las facultades del esclavo.

La relación del esclavo con su dueño solía ser aceptable y en no pocos casos de absoluta familiaridad. Cuando ésta se daba, lo normal era que el amo le concediese la libertad a su fallecimiento o, a veces, antes. La liberación del esclavo podía efectuarse por una cláusula en el testamento o mediante la citada "carta de ahorría", firmada por un escribano público. Muchos de ellos gozaron de tal confianza con sus propietarios que éstos no dudaron en tener relaciones ilícitas con las mujeres negras engendrando mulatos. Más que el morisco, el negro llegó hasta la intimidad de los señores o señoras -a veces como confidente- por su docilidad, alegría, donaire, gracia y fácil asimilación. Una vez manumitidos, los esclavos libres seguían actuando y viviendo como cuando estaban bajo la condición servil. Algunos, incluso, procuraron pasar al Nuevo Mundo solos, con sus familias o con sus amos. Según hemos dicho, el negro era dueño de otro carácter que el morisco, lo que no impedía que a veces se emborrachara originando trifulcas y mereciendo el recelo de los blancos temerosos de que se aliase con los moriscos. Hubo por eso medidas municipales para controlarlos, sin mucho éxito, dado su número y dispersión. Dispersión en el sentido de que, como criados, podían vivir en casa de sus amos, aunque hubo también zonas o collaciones concretas donde se aprecia su concentración (San Bernardo, San Ildefonso) y hasta su agremiación en torno a una hermandad de matiz religioso, como veremos después.

En Sevilla, según las crónicas, los esclavos solían reunirse alrededor de Santa María la Blanca, que era un barrio frecuentado también por rufianes y gente de mal vivir, todos los cuales organizaban con frecuencia pendencias y escándalos, que hacían intervenir continuamente a la justicia. Allí los domingos y días de fiesta solían celebrar

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grandes bailes, con panderos, tambores y otros instrumentos de su tradición cultural autóctona. Los moriscos

En 1502 se obligó a los mudéjares de la Corona de Castilla a convertirse al cristianismo, recibiendo el nombre de "moriscos" (recordemos que los mudéjares eran musulmanes en tierras cristianas permitiéndoseles conservar su religión y cultura). Morisco en su sentido más propio es cristiano nuevo de moro, converso de moro o nuevamente convertido, como aparece variablemente en la documentación a partir de esa fecha. Así de preciso es su significado, por el contrario del uso que en sentido amplio se hacía del término con anterioridad, en que venía a significar "alusivo a lo moro". El proceso había empezado dos años antes cuando los Reyes Católicos fuerzan a los mudéjares granadinos a la conversión. La política de la Corona española fue que no sólo se convirtiesen sino que se aculturasen completamente abandonando lengua, trajes y costumbres propias. La mayor parte de ellos, sin embargo, continuaron manteniendo su lengua, sus costumbres y su antigua religión. Prueba de ello son los textos aljamiados, escritos en castellano pero con grafía árabe. Así nace otra connotación más al término morisco: la de criptomusulmán. Pasados los primeros años del siglo XVI, se confirman las sospechas sobre la forma de conversión. Durante la primera mitad del siglo XVI hubo cierta tolerancia. La autoridad reprobaba esta fidelidad al Islam que combatía mediante la Inquisición y la toleraba al mismo tiempo, esperando la conversión.

Esta política más o menos condescendiente empezó a cambiar a partir de la rebelión de las Alpujarras (1568-1570). A partir de este momento el morisco ya no sólo es un mal cristiano o incluso un mahometano disfrazado. Es, además, un enemigo del estado y como tal empieza a ser acusado de conspirar y de constituir la quinta columna de los enemigos de la monarquía, como bien refleja el cronista Mármol de Carvajal en el texto siguiente. La revuelta se erige en hito fundamental en la consideración del morisco y en el desenlace de su drama. Finalmente en 1609 Felipe III ordenó su expulsión del país.

En cuanto a su número en la capital sevillana, a primeros del siglo XVI no pudo ser importante por una sencilla razón: los mudéjares o musulmanes que habitaron en la Sevilla medieval cristiana fueron muy pocos, lo mismo que ocurre en el resto de la Andalucía occidental. La evacuación de la ciudad en 1248 tras la conquista cristiana y la posterior emigración masiva de musulmanes a raíz de la revuelta de 1264 fueron las causas principales.

A raíz de las rebeliones de Granada (1500), se realizó un padrón de la Morería o Adarvejo y en él sólo aparecen 32 individuos con diversas profesiones, en las que predomina la de albañil. Aún admitiendo que había moros en otras collaciones, como lo demuestran los documentos notariales, la comunidad morisca debía ser pequeña a primeros de siglo. No sabemos cuántos se quedaron aceptando la conversión, ni cuántos se fueron. A partir de aquella fecha fatídica para ellos se inicia una era de restricciones, la primera de las cuales fue la orden de los Reyes Católicos vetándoles vender "bienes algunos suyos muebles ni rayces", lo mismo que se prohibía a los cristianos comprarlos. Sin embargo, en Sevilla sí existió una comunidad morisca importante en la segunda mitad del siglo; en concreto, su número se incrementó a partir de 1570 con el flujo procedente de Granada, de donde habían sido dispersados tras la rebelión de las Alpujarras. De los 11.500 moriscos granadinos deportados que salieron por mar desde

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Almería y Vera desembarcaron en Sevilla a finales de noviembre unos 5.500. Los restantes se perdieron entre naufragios, enfermedades y otras vicisitudes de la travesía. Ya en los primeros días de estancia en la capital hispalense escaparon unos 1.200, quedando según el recuento de las autoridades unos 4.300. En Sevilla capital se instalaron unos 3.000 y el resto fueron repartidos por los pueblos de la provincia, formando pequeñas comunidades de 40 a 150 individuos. El largo trasiego que habían sufrido los moriscos granadinos provocó que muchos de ellos llegaran a su destino en un estado lamentable, extenuados y enfermos. Entre los llegados a Sevilla se propagó el tifus y muchos de ellos, gracias a la protección de los padres jesuitas, fueron hospitalizados.

Se calcula que en 1580 había en Sevilla más de 6.000. Un porcentaje muy elevado vivía en Triana -se cree que más de 2.000- y el resto se repartía por otros barrios periféricos e incluso más céntricos como el de San Marcos. Estos datos se conocen con precisión debido a un censo que se efectuó dicho año, tras un intento de rebelión bajo el caudillaje de un tal Fernando Enríquez o Muley. Tras él, calle por calle, casa por casa, se va anotando sus nombres, estado y descripción física. También se hace porque los moriscos no cumplen lo que se les ha ordenado: hablan su algarabía, viven agrupados en corrales, poseen armas, originan trifulcas y llegan a matar y, sobre todo, porque pueden originar algunos inconvenientes, dadas sus malas intenciones. Se observan en los distintos padrones que los esclavos figuran reducidamente y que su número, cuando los hay, es de uno o de cuatro por vivienda. Se percibe una mayoría de personas del sexo femenino y, en general, abundan los jóvenes. En San Andrés habitaban 109, de los cuales 40 eran esclavos; en San Ildefonso 71 (de ellos 44 esclavos); en San Gil 195 (de ellos sólo 6 eran esclavos); en San Bernardo había unos 350.

A finales del siglo XVI la población morisca urbana puede estimarse en 7.000 individuos, la mayoría de ellos vecinos de Triana. Sevilla era pues la ciudad de España que contaba con mayor número de ellos, casi el 10% de la población total. Diego Ortiz de Zúñiga pretende que había pocos. Era gente de muy escasos medios, que vivía hacinada en casas de vecinos y que desempeñaba trabajos humildes, como hortelanos, especieros, fruteros, taberneros, buñoleros, panaderos, tenderos, cargadores en el puerto, sirvientes domésticos, o simples jornaleros eventuales. Los moriscos eran personas especialmente habilidosas en las labores de la jardinería y de las huertas, y tenían también la especialidad de fabricar ricos buñuelos que vendían por las calles de la ciudad (esta tradición la heredarían los gitanos tras la expulsión morisca y aún hoy puede disfrutarse en la Feria de Sevilla). Recordemos que uno de los postres favoritos de los moros granadinos era los buñuelos fritos en aceite y metidos en miel hirviendo. Pero el oficio morisco que dejó más huella en Sevilla era el de alarife o albañil; fueron autores de azulejos, techumbres y magníficas yeserías que aún persisten en la ciudad como prueba del arte mudéjar.

Aunque vivían pobremente, los cristianos viejos los despreciaban por su espíritu de grupo cerrado que mantenían y por los hábitos tan peculiares que los distinguían del resto de los ciudadanos. Su abstención de carne de cerdo y de vino y su preferencia por las legumbres en su dieta alimenticia eran objeto de burla en muchas ocasiones. Guisaban con aceite, huyendo de grasas y mantecas propias de los usos castellanos, que los impregnaba de un olor vivamente rechazados por éstos (y viceversa), procurando marcar el contraste con la inevitable olla castellana. Y entre las bebidas, la leche.

Su solidaridad les llevaba a practicar la endogamia. Presionados sin duda por el entorno socio-político-religioso y por el veto que pesaba sobre ellos para emigrar a las

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Indias y formar parte de la Iglesia y del Estado, se vuelcan sobre sí mismo y contraen matrimonio cuando aún son jóvenes. Matrimonios que tienen una mayor fertilidad que la de los cristianos viejos, como estos mismos reconocen con temor. Dados al robo, al vino (desoyendo su religión), a la gresca y a la camorra, no originaban mucho entusiasmo y sí el recelo y las reservas. Unas ordenanzas de 1569 - a raiz del alzamiento en Sierra Bermeja (1568)- impidió que más de dos moriscos vivieran en un mismo edificio, celebraran juntos, portaran armas, hablaran su algarabía (árabe vulgar o dialectal*) y fueran acogidos en mesones y tabernas. Su número es posible que fuera considerable ya entonces, pues entre ellos mismos se elegían unos cuadrilleros destinados a su propia vigilancia y a empadronarlos clasificándoles en útiles o no útiles para el trabajo.

Los moriscos sevillanos fueron frecuentemente perseguidos por la justicia, por delitos ciertos pero también por mala fama. Las memorias del padre Pedro de León, un jesuita que fue confesor en la Cárcel de Sevilla a finales del siglo XVI, ilustran con algún caso concreto la falta de escrúpulos de la justicia para aplicar las penas más severas a los moriscos aún sin pruebas suficientes. Cuenta el padre León que cuatro moriscos fueron acusados de haber asaltado una venta en Carmona, y confesaron el delito que no habían cometido, por miedo al tormento. Fueron sentenciados a la pena de muerte, cuya ejecución tuvo lugar en la Plaza de San Francisco. Los verdaderos malhechores, que por coincidencia habían presenciado la escena, cometieron al poco tiempo otro delito semejante en las cercanías de Cazalla. Esta vez fueron tomados presos y traídos a la Cárcel de Sevilla. Allí confesaron todos sus delitos y se pudo comprobar que los moriscos habían sido ejecutados por un crimen del que eran del todo inocentes.

El intento de sublevación de Muley en 1580 provocó una mayor desconfianza y un deseo de asimilación, pero esta era casi imposible. Y lo era, sobre todo, por su resistencia. Se dictaron entonces medidas para evitar que practicaran costumbres musulmanas o que viviesen juntos en determinadas cantidades con el fin de cortar toda solidaridad, cohesión, crímenes y robos a los que parecen eran dados. El sobrecogedor "Apéndice de ajusticiados" del padre Pedro León también recoge diversos casos de moriscos y moriscas ajusticiados por hechiceros, por asesinar a sus amos, por robar, por practicar la religión musulmana, por usar métodos abortivos, por envenenar a su ama o vender filtros de amor.

En Sevilla se hicieron grandes esfuerzos por parte de la Iglesia para conseguir su integración, asignándosele a la población morisca sacerdotes especialmente dedicados. El arzobispo Don Fernando Niño de Guevara publicó unas disposiciones en 1604 en las que mandaba un estricto control sobre la población morisca para procurar el cumplimiento de los preceptos de la iglesia y para que los niños fuesen educados en la fe cristiana. Pero todos los esfuerzos fueron inútiles. La resistencia a la integración, la alta tasa de crecimiento demográfico y su posible entendimiento con los turcos, hugonotes y piratas berberiscos, originaban una tensión, miedo y desconfianza que afloraban en cualquier momento. La actitud de recelo y hostilidad hacia los moriscos sevillanos -como hacia los extranjeros- hay que entenderla en el contexto de la coyuntura internacional. Como hemos visto en el texto de Mármol de Carvajal, se temía que ellos pudieran ser una especie de caballo de Troya. Así, por ejemplo, cuando el ataque británico a Cádiz de 1596 se pensó en un entendimiento entre los moriscos y los ingleses y se tomaron medidas de control. En 1600 se habla de una posible conjura entre los moriscos de Triana y los de Córdoba.

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Al final el destierro de todos fue la solución que se adoptó. El 22 de septiembre de 1609 se publicó en Valencia el decreto de expulsión cuyas principales disposiciones son como siguen: Todos los moriscos, así los nacidos en el reino como los extranjeros, excepto los esclavos, debían presentarse en los puertos de embarque dentro de los tres días de comunicada la orden; se les autorizaba para llevarse consigo todos los bienes muebles que pudiesen, y los que no, como los inmuebles, quedarían a beneficio de los señores; embarcarían en los buques del Estado dispuesto para llevarlos a Berbería gratuitamente.

El bando que regulaba la expulsión de los de Andalucía no fue publicado hasta el 10 de enero de 1610. A Sevilla le afectó menos que a otras zonas del país. Merecieron una defensa por parte del arzobispo, quien en carta del 24-1-1610 manifestaba que eran pocos, humildes y no ofrecían peligro. Algunas moriscas habían casado con cristianos viejos debidamente autorizados y merecían gozar los mismos privilegios que sus esposos. Algunos moriscos leían cátedra en la Universidad, otros habían recibido órdenes y en general se les necesitaban pues ejercían oficios que sólo ellos dominaban. En realidad, hubo cierta flexibilidad para que pudiesen sacar los bienes que quisiesen llevar consigo, como hemos visto. Con respecto al bando de expulsión de Valencia, en Andalucía fue menos dramático. Existían dos diferencias sustanciales: primero, los moriscos andaluces podrían vender libremente sus bienes, excepto los raíces, y con el beneficio adquirir el dinero para el viaje y mercancías no prohibidas para comerciar; la segunda diferencia concernía a los menores de siete años de edad, que deberían ser abandonados por sus padres para continuar con su adoctrinamiento en España. Esto último obligó a algunos a dar un gran rodeo por Francia para llegar a sus destinos en Berbería o a renegociar con los patrones de los barcos para que les llevasen a Berbería. Consumada la expulsión, algunos se resistieron a salir pero, salvo los 300 niños que quedaron al cuidado del Cabildo, todos los demás abandonaron la ciudad. Los que no lo hacían se arriesgaban a ser ajusticiados en la horca. Por Sevilla salieron, no sólo los que en ella residían, sino otros venidos de fuera, que con aquellos sumaron un total de 18.000, la mayor parte de los cuales se asentaron en la zona del norte del Magreb (Ceuta y Tánger), donde ya existían importantes colonias andalusíes procedentes de anteriores diásporas y cuya llegada resultó muy beneficiosa para su desarrollo económico.

En el ámbito económico se perdió una mano de obra laboriosa y barata. Sin embargo, Domínguez Ortiz señaló que fue en Andalucía donde permanecieron más moriscos, ya fuera por la gran extensión de la esclavitud, ya fuera por las peticiones de los concejos municipales de eximir de la partida a su población morisca, alegando motivos económicos, ya fuera porque demostraron estar sinceramente cristianizados. Conclusión. Para terminar quiero decir, que la elección de este tema para la elaboración de mi trabajo (Sevilla en el siglo XVI), radica en el hecho de que esta ciudad, jugó un papel muy importante en la economía andaluza, no sólo en el siglo XVI, sino también a lo largo de toda la edad Moderna. En él he querido mostrar la situación económica y social existente en Sevilla durante todo el siglo XVI. Esta situación de centro receptor de todas las riquezas que se traían de América, le dará un importancia absoluta a la ciudad, además de convertirse en una ciudad de cruce de numerosas culturas, ya que a ella acudirán numerosas personas procedentes de todos los lugares. Sevilla se convierte en una de las ciudades más importantes de España y

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Europa, colocando a nuestra querida Andalucía en primer plano, como ya ocurriera con Córdoba durante la época musulmana. Esta situación de Sevilla es el fiel reflejo de la importancia histórica de Andalucía, la cual ha estado siempre en la primera línea de batalla: en época antigua con los fenicios y su colonización, en época romana, en época musulmana con Córdoba como capital del mundo musulmán occidental, en época moderna con Sevilla a la cabeza, en época contemporánea (batalla de Trafalgar, Cortes de Cádiz).; con esto quiero expresar la importancia de Andalucía, nuestra tierra, a lo largo de la historia. Tengo que destacar también a Andalucía como zona de numerosos intercambios culturales, como motor de la economía agraria, porque nuestra producción agrícola a lo largo de la historia ha sido necesaria para la subsistencia de la población. Tenemos un gran riqueza de tierras, aunque por desgracia mal repartidas, lo que ha provocado unas grandes desigualdades sociales En definitiva tanto Sevilla, como Andalucía en general tienen una gran importancia, jugando un papel muy importante en la historia. BIBLIOGRAFÍA

- GARCÍA-BAQUERO, A. Andalucía y la carrera de indias, Editoriales andaluzas unidas, Sevilla, 1986.

- VINCENT, B. Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad,

Diputación provincial, Granada, 1985. - DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Andalucía en la Edad Moderna, Ed. Istmo,

Madrid, 1980. - DE MERCADO, T. La economía en la Andalucía del descubrimiento, Ed.

Editoriales andaluzas unidas, Sevilla, 1985. - GARCÍA CÁRCEL, R. (coord.), Historia de España: siglos XVI Y XVII: la

España de los Austrias, Cátedra, Madrid, 2003. - LYNCH, J. Los Austrias (1516-1700), Crítica, Barcelona, 2007. - VV. AA. La España de los Austrias I y II, Espasa, Madrid, 2002. - ELLIOTT, J. Imperios del mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en

América (1492-1830), Taurus, Madrid, 2006.

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SECCIÓN: BACHILLERATO

EL CERRO DEL HIERRO AUTORA: Mª JESÚS TRISTANCHO PÉREZ DNI: 30229197-K ESPECIALIDAD: BACHILLERATO Se sitúa en la Sierra Norte de Sevilla, en el término municipal de San Nicolás del Puerto, limitando con Constantina, con una altitud de 700 a 800 metros sobre el nivel del mar. Constituye una de las zonas altas del borde meridional de la meseta que limita con la depresión del Guadalquivir. Pertenece a la zona de Ossa Morena, uno de los dominios geológicos en los que se divide el Macizo Hercínico de la Meseta Ibérica. Se trata de una antigua zona minera del tiempo de los romanos y posteriormente reutilizada por una compañía inglesa de minas de hierro. Se extraía la ganga residual de elementos como la BARITA y OLIGISTO. Actualmente está totalmente desmantelada. La actividad minera, desde tiempos romanos, junto con la acción erosiva de la lluvia y la nieve, desde hace miles de años, han formado un impresionante paisaje kárstico, formado por calizas cámbricas.

HISTORIA GEOLÓGICA

Las formas del relieve de la Sierra Norte sevillana tienen una larga y compleja historia geológica, con interferencia de procesos tectónicos y metalogenéticos, episodios de alteración, cambios en la red fluvial y en el tipo de modelado dominante, desmantelamiento de coberteras y macizos, etc. El resultado es un relieve erosivo formado en varias fases y modificado por distintas fracturas. Podemos decir que la orogenia hercínica organizó la estructura de la Sierra Norte según pliegues, cabalgamientos, fallas inversas y desgarres, mientras que la orogenia alpina se limitó a reactivar fallas anteriores.

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En el Precámbrico (hace más de 550 millones de años) esta zona era un extenso mar que se extendía al sur del viejo relieve precámbrico emergido de la Meseta Ibérica, donde se depositaron grandes espesores de sedimentos detríticos (conglomerados, arenas y arcillas), arrastrados por los ríos que erosionaban el viejo continente, y fangos carbonatados, origen de las rocas calizas, generados por el depósito de caparazones y esqueletos de organismos marinos. La formación de depósitos calizos se dio bajo unas condiciones climáticas cálidas. Figura 1.

Figura 1

En el Devónico, unos 200 millones de años más tarde (hace 360 millones de años) la cuenca marina se redujo hasta generar un extenso medio de áreas pantanosas donde se acumularon importantes cantidades de restos vegetales, que más tarde darán lugar a yacimientos de carbón. Figura 2.

Figura 2

En el Carbonífero (hace 320 millones de años), la Orogenia Hercínica somete los sedimentos a fuertes transformaciones (metamorfismo) y deformaciones (pliegues y fracturas). Las rocas resultantes fueron atravesadas por magmas graníticos, ricos en elementos metálicos, que al intruir generan mineralizaciones. Figura 3.

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Figura 3

Desde entonces el relieve permanece emergido y sometido a la acción de los agentes erosivos, que lo modelan y rejuvenecen hasta conformar el característico paisaje alomado con el que hoy lo conocemos. Uno de los procesos más característicos es la karstificación de las rocas carbonatadas, como consecuencia de su disolución por el efecto de las aguas de lluvia y de la nieve se originan innumerables formas de interés: poljes y valles colgados, lapiaces, dolinas, cavidades, simas y travertinos, etc.

Karstificación o formación del karst (Figura 4):

Estructuralmente se trata de un sinclinal de calizas biohérmicas cámbricas con flancos inclinados 35º (occidental) y 15º (oriental).

El relieve, suavemente alomado, constituido por un conjunto de rocas metamórficas (pizarras, cuarcitas, calizas marmóreas), y granitos, plegadas y dispuestas en bandas de dirección NO - SE, limitadas por importantes fracturas de alcance regional, sufrió un proceso erosivo y aplanamiento.

El karst fue modelado sobre calizas cámbricas ricas en arrecifes y colonias de antiguas esponjas (calizas biohérmicas).

La mineralización del Cerro del Hierro está situada en calizas biohermales. El mineral es hematites. Se presenta en masas irregulares dentro de la caliza masiva. El origen de estas mineralizaciones ha sido el relleno de depresiones formadas por erosión kárstica con aguas que llevaban iones de hierro en disolución y que luego precipitaron como óxidos e hidróxidos.

El mineral se encuentra depositado en las arcillas, que dan un color rojizo que destaca nítidamente frente al blanco grisáceo de las calizas.

Las formas kársticas que presenta la zona, tras esta erosión y mineralización, son numerosas: poljes y valles colgados, lapiaces, dolinas, cavidades, simas y travertinos, etc.

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Tras la actuación minera, la geomorfología del Cerro del Hiero viene representada por múltiples mogotes kársticos formado por megaagujas de tamaño variable (hasta de 40 metros de altura) acompañadas de diversas formas menores propias de un lapiaz y de simas que llegan a alcanzar profundidades de 60 metros (sima del Hierro) y 32 metros (sima de San Paulino). También se observan conductos internos y corredores kársticos, que junto con las simas verticales se formaron orientados sobre todo por las fracturas, y que presentan fuertes obstrucciones debidas a las terras-rossas caoliníticas.

Figura 4

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ECOSISTEMA

Aunque de poca extensión, este ecosistema alberga una flora peculiar al ser éste el único lugar de la provincia donde se da la mayor concentración de robles melojos. (Presenta una formación boscosa de alcornoque-quejigo-roble). Además destaca la presencia de especies arbustivas y plantas inferiores propias de zonas más húmedas, pero que se han dado aquí favorecidos por las singulares condiciones microclimáticas. Este ecosistema es idóneo para el desarrollo de especies rupícolas, es decir, plantas que están adaptadas a la vida entre rocas y que pueden prosperar aún con muy poco sustrato. Algunas especies aromáticas destacables son el Tomillo salsero, el Cantueso, la Manzanilla amarga, el Romero, etc. Abundan arbustos como el Madroño, el Bupléiro, el Lentisco, el Durillo, y trepadoras como la Zarza, o la Madreselva.

En cuanto a la fauna que habita esta zona, es muy abundante. A pesar de la escasez de agua, con las lluvias otoñales, invernales y primaverales, se forman lagunas que permiten el desarrollo de varias especies de anfibios.

También en estos parajes se pueden observar diversas especies de avifauna de gran importancia debido a que se encuentran en peligro de extinción: la cigüeña negra y el búho real.

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ACTIVIDADES

Es esta una zona propicia para cierto tipo de actividades en la naturaleza, entre ellas la escalada (gracias a una serie de vías instaladas en el Cerro), el senderismo (la Consejería de Medioambiente realizó un sendero señalizado y seguro) e incluso actividades como recolección de setas.

MONUMENTO GEOLÓGICO

El Cerro del Hierro se encuentra protegido dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, y actualmente se ha declarado bajo la figura de monumento natural, dado su interés didáctico y etnohistórico, además del puramente naturalístico y geológico.

BIBLIOGRAFÍA

- http://www.juntadeandalucia.es/medioambiente - http://www.rutasdelsur.es - http://www.andalucia.org/espacios-naturales/monumento-natural/cerro-

del-hierro/ - Karst en Andalucía. Instituto Tecnológico Minero de España. Juan José Durán

Valsero y Jerónimo López Martínez. 1999.