361
EDUARDO S UÁREZ Comentarios y recuerdos (1926-1946) II BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE: FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

EDUARDO SUÁREZ · 2018. 3. 9. · Esta institución fue creada cuando el señor ingeniero Marte. 8 R. Gómez era Secretario de Hacienda, ... Durante el tiempo que estuve en la Secretaría

  • Upload
    others

  • View
    1

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

  • EDUARDO SUÁREZComentarios y recuerdos

    (1926-1946)

    II

    BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE:FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

  • EDUARDO SUÁREZComentarios y recuerdos

    (1926-1946)

    II

    BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE:FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA

    Senado de la República

  • Primera edición, 1977Segunda edición: noviembre de 2003, Senado de la RepúblicaISBN: 970-727-24-1

    Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in México

  • ÍNDICE

    CAPÍTULO XIVALGUNOS ASPECTOS DE FOMENTO CULTURAL REALIZADOS POR LASECRETARÍA DE HACIENDA ..................................................................... 7CAPÍTULO XVEL CONFLICTO PETROLERO .................................................................... 21CAPÍTULO XVICONTINUACIÓN COMO SECRETARIO DE HACIENDA EN EL GOBIERNODEL GENERAL MANUEL ÁVILA CAMACHO Y CONCLUSIÓN DEIMPORTANTES ACUERDOS CON ESTADOS UNIDOS ................................ 89CAPÍTULO XVIILA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: ALGUNOS ASPECTOS DE LAPOLÍTICA DE MÉXICO Y DE LAS RELACIONES CON ESTADOS UNIDOS ..... 101CAPÍTULO XVIIILA RENEGOCIACIÓN DE LA DEUDA PÚBLICA ...................................... 115CAPÍTULO XIXCONFERENCIA INTERNACIONAL DE BRETTON WOODS (1944) ........ 129CAPÍTULO XXOTROS ASUNTOS INTERNACIONALES. LA CONFERENCIA DECHAPULTEPEC Y LA MUERTE DE ROOSEVELT ...................................... 149CAPÍTULO XXIASPECTOS POLÍTICOS Y ECONÓMICOS DE LA TRANSICIÓN HACIA ELNUEVO GOBIERNO ................................................................................ 161CAPÍTULO XXIICONSIDERACIONES FINALES ................................................................ 167APÉNDICE ............................................................................................. 173

  • CAPÍTULO XIV

    ALGUNOS ASPECTOS DE FOMENTOCULTURAL REALIZADOS POR LA

    SECRETARÍA DE HACIENDA

    1. Becas

    La Secretaría de Hacienda no descuidó en ninguna for-ma la educación técnica en los ramos que estaban bajosu cuidado, es decir, en las ciencias económica y fi-nanciera. A ese efecto se ordenó al Banco de México queconcediera becas a alumnos distinguidos que demostrasenaptitudes especiales y que deberían ir a continuar sus estu-dios en universidades extranjeras. Creo que algunos de losmás distinguidos economistas que actualmente prestan su ser-vicio a la nación fueron becarios del Banco de México, odirectamente de la Secretaría de Hacienda, que estudiaron enuniversidades extranjeras o que fueron a practicar en las ins-tituciones bancarias, principalmente en el Banco Federal dela Reserva de Nueva York. Cuando las condiciones lo permi-tieron, hicieron prácticas en el Banco de Inglaterra, y algunostambién en los bancos privados de los Estados Unidos.

    2. El Fondo de Cultura Económica

    Se dio igualmente impulso al Fondo de Cultura Económica.Esta institución fue creada cuando el señor ingeniero Marte

  • 8

    R. Gómez era Secretario de Hacienda, a iniciativa de los pro-fesores de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional,que encontraban dificultades para conseguir textos en espa-ñol para sus alumnos. La institución se organizó como uncuerpo privado en que el patronato, inicialmente elegido porel gobierno al aportar un modesto capital de treinta mil pe-sos, se integraría en el futuro por miembros nombrados por elpropio patronato cuando alguno de sus miembros faltase pormuerte o por renuncia, sin ninguna intervención del Estado;y solamente se designó al Secretario de Hacienda como Pre-sidente del patronato, pensando que éste podría dar ayudafinanciera al Fondo para que obtuviese un crecimiento ade-cuado. Durante el tiempo que estuve en la Secretaría deHacienda me empeñé, conservándole el carácter de institu-ción privada, en aumentar considerablemente sus recursos,muchas veces invitando a amigos personales que ocupabanpuestos importantes en la banca o en la industria mexicana, odirectamente ordenando donativos directos de institucionesoficiales controladas por la Secretaría de Hacienda. El Fondocreció muy considerablemente bajo la dirección de su funda-dor y director inicial, el señor licenciado don Daniel CosíoVillegas, y no solamente se desempeñó publicando obras decarácter político, como había sido la idea original, sino queamplió sus actividades publicando obras de primera impor-tancia en prácticamente todas las ciencias sociales, bienoriginales o bien traducidas.

    Con este fin, el señor licenciado Cosío Villegas utilizó losservicios como traductores de distinguidos economistas quehabían hecho sus estudios en Alemania, y que podían tradu-cir obras escritas originalmente en esa lengua, o bien deeconomistas que cultivasen las lenguas inglesa y francesa paratraducciones en esas lenguas. El Fondo llegó a tener un granprestigio, que afortunadamente conserva, publicando obras

  • 9

    sin hacer distingo de la ideología, pues el único requisito erala alta calidad de las obras publicadas. Desgraciadamente, elFondo perdió la colaboración del señor licenciado CosíoVillegas, que fue sustituido por su colaborador, el señor OrfilaReynal, quien continuó por mucho tiempo desempeñando elcargo de director del Fondo con gran competencia; pero elímpetu original del Fondo se debió a la capacidad, energía ysabiduría de su primer director, a quien el Fondo debe grati-tud imperecedera.

    3. El Sagrario Metropolitano

    Otra de las actividades de carácter cultural que accidental-mente cayó bajo la dirección de la Secretaría de Hacienda,fue la de las obras que tuvieron que verificarse en el SagrarioMetropolitano para evitar su completa destrucción. Segúnopinión de los arquitectos que han estudiado el barroco mexi-cano, el Sagrario Metropolitano es una de las obras másimportantes del arte de Churriguera en el mundo, superior ala misma fachada del Palacio de San Telmo de Sevilla. ElSagrario Metropolitano reposa sobre cuatro columnas, dos deellas cimentadas sobre la plataforma que sustenta a la Cate-dral de México y que están perfectamente asentadas; las otrasdos, las que ven al oriente, están asentadas sobre el antiguotemplo azteca, y su cimentación, desde que se construyó elSagrario, fue defectuosa, de manera que no han podido con-servarse a plomo. Éstas, al perder la línea vertical, habíanjalado parte de la estructura, y era inminente la ruina del Sa-grario si no volvían dichas columnas a su posición vertical.Tratándose de un bien nacional, todos en aquella época acargo de la Secretaría de Hacienda, ésta tuvo necesariamenteque intervenir para salvar al importante monumento, y miantecesor en la Secretaría, el señor licenciado Bassols, formó

  • 10

    una comisión en la que cada una de las agrupaciones de inge-nieros y de arquitectos que existían en México facilitó alrepresentante que consideraba más capaz para que diera undictamen acerca de los pasos que había de dar para salvarlo.

    Cuando yo recibí la Secretaría de Hacienda, el dictamen dela comisión de arquitectos e ingenieros estaba terminado, ynombraron al señor arquitecto Manuel Ortiz Monasterio, aquien consideraban el más calificado experto en arquitecturacolonial.

    Según el dictamen, había que traer a la línea vertical las co-lumnas desviadas por medio de fuertes amarres con lascolumnas que estaban bien cimentadas a través de grandesviguetas de acero para formar un cuadro subterráneo que die-ra estabilidad al edificio. Esta obra era naturalmente de muyalto costo, y tuve que discutir el caso con el señor PresidenteCárdenas a fin de que me autorizara el presupuesto. No mefue difícil convencer al señor Presidente de la necesidad desalvar monumento tan importante, pero él exigió que una vezsalvado, y habiendo el Estado erogado los gastos necesarios,no fuese a ser destinado para el culto. Invité al señor Presi-dente para que visitara el tesoro artístico de la Catedral,formado por muy importantes piezas de arte religioso, comoson ornamentos valiosísimos, muchos de ellos obsequiados,en tiempos de la Colonia, por la Corona a los virreyes que almismo tiempo habían sido arzobispos; custodias de oro y pe-drería, cálices admirablemente labrados, etcétera. Este tesorose encontraba bajo la guarda de la Secretaría de Haciendacomo bien nacional, y se conservaba debidamente almacena-do en una de las bodegas anexas a la propia catedral. Pensamos,y éste era el proyecto original, que una vez salvado el Sagra-rio se le destinase como museo de arte religioso, y tendríagran valor cultural y artístico. Muchas de estas joyas, y no lasmás valiosas, han sido solicitadas algunas veces para exhibir-

  • 11

    se en exposiciones en los Estados Unidos. Una vez aprobadoel proyecto se puso en marcha y se designó para que lo ejecu-tara al mismo señor arquitecto Manuel Ortiz Monasterio, aquien sus colegas de profesión habían designado como el másidóneo para llevar adelante el proyecto. La obra se realizócon todo éxito y el Sagrario está definitivamente salvado, gra-cias no solamente a las cuotas y erogaciones hechas por elgobierno, sino también a la colaboración desinteresada de losdistinguidos profesionistas que intervinieron en la elabora-ción y ejecución del proyecto.

    Estando la obra en proceso, el señor arzobispo de México,don Luis María Martínez, me envió, por conducto de una res-petable dama, recado de que conocía el proyecto del gobiernode hacer un museo de arte religioso en el Sagrario Metropoli-tano cuando estuviesen terminadas las obras; que la idea nole contrariaba como jefe de la Iglesia Católica en México, puesno creía que se cometiese ninguna irreverencia al exhibir te-soros de arte religioso en el Sagrario, pero que creía que elproyecto debería estar bien inspirado. El Sagrario Metropoli-tano en su interior es extremadamente alto, y se verían muydesairadas las vitrinas necesariamente poco elevadas que seestableciesen para exhibir las diferentes piezas. Que él no te-nía intención de que se abriera al culto el templo si así lodisponía el gobierno, pero proponía que en el Sagrario se hi-ciese mejor un museo de altares, muchos de los cuales, degran valor artístico, se encuentran diseminados en diversaspoblaciones de la república en iglesias de muy escaso valorartístico, y que, seleccionando aquellos de arte barroco, comolo es el Sagrario, daría gran lucimiento a su interior; que parahacer el museo de arte religioso existía un proyecto en la Se-cretaría de Hacienda formulado por el señor arquitecto Ituarte,y que había sido aprobado tanto por la Secretaría de Hacien-da como por la Iglesia, museo que podría colocarse en la parte

  • 12

    de atrás de la Catedral en el lugar en que había sido proyecta-do. El arzobispo me proponía dos cosas si yo aceptaba suidea: construir el museo de arte religioso en la forma indica-da, y, como la Catedral de México estaba en muy malascondiciones, que él se comprometía a pavimentar la Catedralcon fondos que la Iglesia reuniría. Consulté el caso con elseñor Presidente y él aprobó la propuesta del arzobispo, po-niendo como condición que las obras a las que éste se referíano se hiciesen por medio de limosnas solicitadas en las igle-sias entre la gente pobre, sino por medio de donativos quepara este fin el arzobispo recibiere de católicos de buena po-sición económica.

    Pasó el tiempo, y ya para concluir mi gestión al frente de laSecretaría reclamé al arzobispo Martínez, pues mientras elgobierno había cumplido con la obra a la que se había com-prometido, en cambio la arquidiócesis sólo había cumplidoen parte, ya que algo se había hecho en la pavimentación deCatedral. Me contestó el señor arzobispo que no había olvi-dado el ofrecimiento hecho al gobierno, pero que había tenidoalgunos problemas para reunir los fondos necesarios, en vistade la condición que había impuesto el señor Presidente Cár-denas, y que él pasaría personalmente a la Secretaría el díaque yo fijara para que me explicara en qué consistían esasdificultades. A mí me pareció inconveniente que el señor ar-zobispo visitase la Secretaría de Hacienda, pues temí que seinterpretara mal esa visita y se hiciesen quién sabe qué clasede conjeturas respecto al tipo de cabildeos que fraguaban enla Secretaría. Le contesté que no era necesario que se moles-tara en ir a la Secretaría de Hacienda, y que si, como yo meimaginaba, tenía buena cocina, me invitara a cenar y ahí po-dría recibir sus excusas. Resolvimos que invitaría también alseñor licenciado Manuel J. Sierra; el arzobispo me explicó quehabía mandado hacer una historia monumental de la Catedral

  • 13

    1 Don Manuel Toussaint nunca fue sustituido, pues La catedral de México y elSagrario Metropolitano, obra escrita por él, se publicó en 1948. Don ManuelToussaint falleció en 1955. Nota de Francisco Suárez Dávila.

    de México con magníficos grabados, y que pensaba venderlaa instituciones o a católicos que se interesasen por ella, advir-tiendo que el precio de venta, que era muy superior a su costo,se destinaría a las obras del museo de arte religioso; que lehabía encargado la redacción del texto al señor licenciadoManuel Toussaint, experto de capacidad reconocida en cues-tiones de arte colonial, pero que el señor licenciado Toussainthabía enfermado y muerto después, y estaba buscando perso-na que lo sustituyera,1 pero que no desconocía su compromisoy estaba dispuesto a cumplirlo. Ignoro si se habrá terminadola obra de pavimentación de Catedral, y me imagino que tam-poco se ha hecho el museo de arte religioso, lo cual eslamentable, porque realmente los tesoros que se guardan enlas bodegas de la Secretaría bien vale la pena que se exhibanal público.

    4. La construcción del edificio de la Suprema Cortede Justicia

    Otra de las obras que no me correspondía ejecutar fue la cons-trucción del edificio que actualmente ocupa la Suprema Cortede Justicia de la Nación.

    Siendo ministro de Hacienda el señor don Luis Montes deOca, se creyó conveniente construir un edificio amplio y de-coroso para albergar a la Suprema Corte de Justicia y a losdemás tribunales federales que radican en la Ciudad México,que hasta entonces, con gran incomodidad para los minis-tros, estaban situados en la casa que perteneció al señorLimantour en la Avenida Juárez, frente al hemiciclo levanta-do en honor de don Benito Juárez. El edificio se erigía al lado

  • 14

    del Palacio Nacional, en la plaza llamada El Volador, quehabía sido totalmente derribada, y se convocó a un concursoentre los arquitectos de México para hacer el proyecto. Severificó el concurso y lo ganó el señor arquitecto Muñoz, aquien debía encargarse la construcción del edificio, pues asíse había estipulado en la convocatoria al concurso. El señorarquitecto Muñoz proyectó un edificio al estilo neoclásico,para hacer equilibrio con la arquitectura de la Plaza de laConstitución. El proyecto no había podido realizarse por di-ficultades que tuvo el gobierno durante la crisis financiera,pero cuando el primer año de la administración del GeneralCárdenas tuvimos un superávit de alguna consideración, sepensó dedicarlo, como ya he dicho en otro lugar, a la cons-trucción de diversas obras de utilidad nacional. Era entoncesSecretario de Comunicaciones y Obras Públicas el señor Ge-neral Mújica, y, por indicaciones del Presidente, una de lasobras seleccionadas era precisamente el edificio de la Corte.La cantidad que asignó el señor General Mújica para la cons-trucción del edificio, un millón de pesos, era notoriamenteinsuficiente para llevar adelante un proyecto de tal magnitud,pero se pensó que se daría principio a la construcción y queen años posteriores se asignarían partidas especiales hastaterminar el edificio. Se comenzaron a construir los cimientosy la estructura del propio edificio, pero ya cuando el señorGeneral Mújica había dejado la Secretaría de Comunicacio-nes y Obras Públicas, surgió un conflicto laboral y los obrerosencargados de la construcción se declararon en huelga. ElPresidente, que tenía su despacho precisamente en frente deledificio en construcción, se dio cuenta de la paralización delas obras y urgió al Secretario de Comunicaciones a que dierafin al conflicto en la forma que fuera conveniente. Como pa-saron las semanas sin que esto sucediera, el Presidente le dioal Secretario de Comunicaciones un plazo para solucionar las

  • 15

    dificultades que existieran, advirtiéndole que de no dar prin-cipio a las obras en el plazo que le fijó, se vería obligado aquitarle a la Secretaría la tarea de la construcción para entre-garla a otra secretaría. Pasó el plazo designado, y, como lasobras no se reanudasen, el señor General Cárdenas me llamóy me dijo que quería que yo continuase la construcción de laobra, y que ya le había ordenado al Secretario de Comunica-ciones que me pasaran todos los planos y documentosnecesarios para proseguirla. El señor Secretario me fue a verpara decirme que me rogaba que le concediera un plazo, puesiba a rogarle al Presidente que no le quitara la construcción.Yo, por mi parte, le contesté que tenía demasiadas ocupacio-nes en la Secretaría de Hacienda para disputarle laconstrucción de un edificio que yo admitía debía ser dirigidoy construido por la Secretaría de Comunicaciones y ObrasPúblicas y que, en consecuencia, le daría todas las oportuni-dades para que convenciera al señor Presidente en tal sentido.El Presidente Cárdenas permaneció inflexible y me dijo que aél no le gustaba amenazar en vano, y que se veía obligado amantener su anterior resolución. Pude resolver fácilmente elconflicto laboral y continué las obras bajo la dirección delseñor arquitecto Muñoz, en los términos exactos en que sehabía proyectado, procurando intervenir solamente para re-ducir en lo posible los gastos de la construcción sin destruirla dignidad del edificio. Estaba proyectado que las fachadasse hiciesen de cantera maciza, pero el número de canterasque se estaban trabajando, además de dilatar mucho la cons-trucción de la obra, le daba un costo exorbitante. Se me ocurrióque no se hiciese la fachada de cantera maciza, sino solamen-te con una chapa de ese material, y consulté el caso con elseñor Ponzanelli, experto en labrar el mármol para hacer mo-numentos, principalmente funerarios. El señor Ponzanelli medijo que él tenía experiencia en cortar el mármol, por medio

  • 16

    de sierras especiales, haciendo placas tan finas como se qui-sieran, y que no veía ningún inconveniente en que se hicieselo mismo con la cantera, usando las mismas máquinas. Hici-mos algunos ensayos y resultó perfectamente posible sacarláminas de cantera, con las que se revistieron las fachadas deledificio. El arquitecto Muñoz me dijo que desearía que en elhall situado donde desemboca la escalera principal pintasenalgunos murales artistas de reconocida fama. Se me ocurrióinvitar, desde luego, a Diego Rivera, con el que me ligabacierta amistad, y él me dijo que tendría mucho gusto en pintarlos murales que yo le proponía, pues era lo que a él realmentele interesaba hacer; que, desde el punto de vista financiero, élobtenía todo el dinero que necesitaba vendiendo pequeñoscuadros de caballete que fácilmente colocaba tanto en Méxi-co como en el extranjero, pero que los murales sí le interesabangrandemente porque ahí podía hacer obras de verdadero artepara ser contempladas durante mucho tiempo. Como no erael interés financiero el que lo guiaba para aceptar el encargode la obra, me proponía que le pagasen cien pesos por metrocuadrado, lo cual apenas le serviría para los gastos de pinturay para pagar el salario de sus ayudantes. Acepté la proposi-ción y firmamos un convenio, pero poco después Diego semetió a la política como propagandista del General Almazán,y me fue a ver a la Secretaría para decirme que no podríacumplir el contrato porque lo perseguían emisarios para ma-tarlo por razones políticas y que él se veía obligado a ausentarsede la capital y de la república. Traté de convencer al Diego deque él era un gran pintor, pero que su significación políticaera muy escasa como para que se hiciesen esfuerzos para des-truirlo. Después me enteré de que en realidad lo que él queríaera aceptar un contrato, ése sí bien pagado, en la ciudad deSan Francisco. Vi entonces a don José Clemente Orozco y lehablé con toda franqueza. Le manifesté que había celebrado

  • 17

    un contrato con el señor Rivera pero que él había salido delpaís, que quería preguntarle si en esas condiciones él querríaencargarse de hacer la obra que se le había propuesto a sucolega. Él me manifestó que con gusto se encargaría de pin-tar los murales, y sin conocerlos aceptaba los términoscontratados con el señor Rivera. Don José Clemente me pre-guntó qué quería que pintara en el hall de la Corte, y yo ledije que me gustaría que hiciese cuatro alegoría sobre los prin-cipales artículos de la Constitución; que hiciera una alegoríasobre el artículo 27, simbolizando la defensa de los recursosnaturales del país; otra sobre el artículo 123, los derechos deltrabajador; y que hiciese algo sobre la libertad de reunión y lalibertad de expresión.

    Pintó dos murales con alegoría de los dos primeros artícu-los mencionados, que realmente son obras de auténtico arte,pero me manifestó que por lo que hacía a los dos últimos erantemas demasiado abstractos, que no encontraba la forma dedarles adecuada expresión plástica. Le dije entonces que lodejaba en entera libertad para hacer los murales que restabany que sólo le recordaba que se trataba de un edificio que iba aalbergar a la Suprema Corte del país, y le rogaba, por lo tanto,que no fuera a hacer caricatura pictórica como él solía hacer-lo, sino una obra de noble aliento, teniendo en cuenta lamajestad de la justicia que en el edificio se impartía. Me con-testó que me agradecía la libertad en que lo dejaba, y quetrataría de ceñirse a las instrucciones de carácter general queyo le daba. Como es sabido, los pintores al fresco dedicanmucho tiempo a la preparación de sus proyectos, pero unavez que empiezan a pintar, la técnica del fresco los obliga adejar concluida la obra en pocos días. Dejé de ir a la SupremaCorte, a donde concurría con mucha frecuencia, y cuando fuime encontré que ya había terminado los murales el distingui-do pintor, pero en ellos aparecía la justicia representada como

  • 18

    una vieja en estado de ebriedad, con la simbólica balanzatoda chueca, y en uno de los platillos una bolsa de oro a lacual la justicia dedicaba miradas picarescas. Reproché al se-ñor Orozco haber faltado en esa forma a mis instrucciones,diciéndole que me iba a crear serios problemas con los minis-tros de la Corte cuando les enseñase el edificio que iban aocupar. Él me manifestó que la pintura simbolizaba la justi-cia del porfirismo, y que en la otra parte estaba simbolizada lajusticia de la Revolución. Cuando pocos días después acom-pañé a los ministros a que visitaran el edificio, todo les parecíamuy bien, pero en cuanto llegaron a donde estaban los fres-cos de Orozco manifestaron su indignación y su propósito deno mudarse a la Corte mientras existiesen esos frescos, a losque consideraban una injuria a la justicia mexicana. Les ma-nifesté la excusa de Orozco. Les dije que el arte debía tenerciertas libertades y referí a la conocida anécdota del cardenalque, según cuenta Vasari, reprochó a Miguel Ángel que hu-biese representado figuras desnudas en el fresco del JuicioFinal, e indignado le manifestó que por esa obra al morir iríaal infierno. El pintor le dijo que él no sabía si iría al infierno,pero que podía, desde luego, manifestarle que él sí, el carde-nal, iba a estar en el infierno por toda la eternidad, y lo pintóen su fresco con orejas de burro. Cuando se llevó el caso alPapa, éste dijo al cardenal que sabía bien que sus facultadesle permitían sacar a las ánimas del purgatorio, pero no delinfierno, y que, por lo tanto, no podía sacarlo de donde lohabía puesto Miguel Ángel, y ahí continúa por toda la eterni-dad. Con esos argumentos tranquilicé a los señores ministrosy, por fin, no muy conformes, aceptaron mudarse a la Supre-ma Corte.

    El arquitecto que dirigía la obra me indicó, igualmente, quesería conveniente que al pie de la escalera principal se pusie-sen dos estatuas de bronce. Consulté a la Suprema Corte si le

  • 19

    parecía conveniente que esas estatuas fueran, una, la de donMariano Otero, elocuente diputado y distinguido jurista quefue el primero que inició en nuestra legislación el juicio deamparo, y que la otra fuese la del señor licenciado IgnacioVallarta, Presidente que fue de nuestro alto tribunal durantevarios años, y que con sus votos brillantemente fundadoscontribuyó a formar la jurisprudencia del alto tribunal y aestablecer la doctrina constitucional de nuestro país, pudien-do decirse que desempeñó en México papel semejante al queel juez Marshall tuvo en la Suprema Corte de los EstadosUnidos. La Fundación Artística Mexicana hizo una magníficapuerta de bronce para la entrada principal de la Suprema Cor-te, con algunos relieves tan bien trabajados que una vez queinvité a algunos arquitectos extranjeros a visitar la Corte seasombraron de que hubiese sido hecha en México, cuandoellos creían que había sido ejecutada en Italia.

    Como es natural, como jurista sentí gran satisfacción dehaber contribuido a alojar a la Suprema Corte en un edificiodigno del más alto tribunal del país; cuando el señor GeneralÁvila Camacho lo inauguró, me pidió que redactase el discur-so que él iba a pronunciar, y así lo hice.

  • CAPÍTULO XV

    EL CONFLICTO PETROLERO

    1. Política del gobierno en materia petrolera

    Uno de los primeros países en que se inició el gobiernocomo empresario directo en el ramo del petróleo fueMéxico, durante la administración del señor GeneralCalles. Se creyó conveniente explorar el derecho de vía de losFerrocarriles Nacionales y algunos terrenos no concesionadosen los que había claros indicios de la existencia de petróleoen el subsuelo. Se consideró aconsejable que fuese dicha em-presa ferrocarrilera la que iniciase la exploración y perforación,pues los terrenos que se encontraban en el lecho de las vías, yconcretamente en la vía que va de San Luis a Tampico, pro-metían dar una buena producción. Algunos de esos pozos,como el Ferronales 46, resultaron muy productivos.

    Posteriormente se consideró que los Ferrocarriles Naciona-les tenían ya bastantes problemas con manejar su tráfico, y,en consecuencia, se creó el Control de la AdministraciónNacional del Petróleo, institución descentralizada dependientedirectamente del gobierno nacional y administrada por unapersona que sería nombrada directamente por el Presidentede la República, ya que se le pasaron todos los terrenos don-de era posible producir petróleo, tales como el lecho de las

  • 22

    vías de los ferrocarriles en la zona petrolera y los lechos y lazona federal de los ríos, tanto en el estado de Tamaulipascomo en el de Veracruz. El control de la AdministraciónNacional del Petróleo fue bastante bien administrada por in-genieros especializados en la producción de petróleo, muchosde los cuales habían trabajado con las compañías petroleras.Se logró encontrar pozos de producción bastante importante,y aun se llegó a construir una refinería, la de Buena Vista, quellegó a tratar hasta mil barriles de petróleo diarios, producien-do gasolina, aceite combustible y asfalto. El control tenía entresus funciones la de abastecer a Ferrocarriles Nacionales delcombustible necesario para sus servicios; y cuando su propiaproducción era insuficiente servía de intermediario entre al-guna compañía extranjera –La Imperio, subsidiaria de CitiesService Company– y Ferrocarriles, obteniendo alguna peque-ña utilidad por sus servicios. Posteriormente, las empresasamericanas proporcionaban directamente petróleo a Ferroca-rriles cuando el Control no podía proporcionarlo. A principiosdel año de 1934, el gobierno pensó en pasar los bienes delControl a una sociedad de capital mixto en que se invitó aparticipar a particulares, comprando acciones de la compa-ñía. Se tenía gran esperanza en que esta compañía, que sedenominó Petróleos Mexicanos, S. A. (Petro-Mex), llegaría atener una importante producción, pues se habían declaradode jurisdicción federal los varios arroyos que atraviesan elrico campo de Poza Rica, en el estado de Veracruz, y otrosterrenos. Su primero presidente fue el señor licenciado PrimoVillamichel, que había dejado la Secretaría de la EconomíaNacional para ocupar ese puesto.

    Al inicio del gobierno del señor General Cárdenas, a finesde 1934, se nombró director gerente de la empresa al señoringeniero don Pascual Ortiz Rubio, ex Presidente de la Repú-blica, y se formó un Consejo integrado por diversos

  • 23

    funcionarios, entre los cuales estaba el ministro de Haciendacomo presidente, el señor Secretario de la Economía Nacio-nal y el subsecretario del mismo ramo, juntamente con otrosfuncionarios. Al ser yo nombrado ministro de Hacienda, paséa ocupar la presidencia del Consejo, y mis colegas en él eranprincipalmente el ministro de Economía, señor GeneralSánchez Tapia, y su subsecretario, el distinguido biólogo mexi-cano, señor ingeniero don Manuel Santillán. Se celebraronalgunos contratos para explotar los terrenos de que disponíala Petro-Mex, pero el más importante de los terrenos era el delos arroyos federales en la región de Poza Rica, y aquí surgióuna seria diferencia entre el señor subsecretario de Economíay el ministro, General Sánchez Tapia. Este último se inclina-ba, en forma decidida, a que el contrato de explotación se lediera a una empresa que se denominaba la SabaloTransportation Company. El ingeniero Santillán creía que esaempresa no ofrecía las necesarias garantías para una explota-ción regular de este campo; creía que, toda vez que los arroyosfederales estaban dentro de los terrenos de Poza Ricaconcesionados a El Águila, muchos de los cuales estaban yaen plena producción, se establecería una competencia entrelas dos empresas, pues la Sabalo trataría de perforar –dondehubiese pozos en producción– lo más cerca posible de ellos,tratando las dos empresas de sacar cuanto antes el petróleosin respetar los presupuestos de orden técnico que requie-ren cierta proporción entre el gas y el petróleo para obtenerun rendimiento mayor en la producción del pozo. La discu-sión entre ambos llegó a ser bastante apasionada, puesSantillán sospechaba que el ministro tenía un interés perso-nal en que se dieran los contratos a la Sabalo. El señor ingenieroSantillán me manifestó en privado los motivos que tenía paraoponerse a la aprobación por el Consejo de un contrato que yahabía aprobado el señor General Ortiz Rubio, persona altamente

  • 24

    honorable pero débil y muy influenciada por el Secretario dela Economía Nacional. Al celebrarse una reunión de Conse-jo, Sánchez Tapia –con quien ya había tenido yo variasdificultades por haberme negado a refrendar contratos, prin-cipalmente en materia de alcohol, que había celebrado con elseñor Anis– me manifestó que había hablado con el señorPresidente de la República y que éste le había pedido que mediera un recado para que en ese mismo Consejo, y sin másdilaciones, se aprobase el contrato tal como había sido cele-brado por el señor ingeniero Ortiz Rubio. Le manifesté queyo no recibía instrucciones presidenciales por medio de otrapersona; que al señor Presidente le era muy fácil comunicarseconmigo por teléfono y que estaba en constante comunica-ción directa con él; que, en consecuencia, me extrañaba que,en un asunto de la importancia del contrato de Poza Rica, nome hubiese dado instrucciones precisas y directas; que yo ibaa comunicarme por teléfono inmediatamente con el señorPresidente para manifestarle mi opinión sobre el asunto de laSabalo, advirtiéndole que era contraria a la aprobación de di-cho contrato, por creer que no se adecuaba a los interesesnacionales. Hablé, efectivamente, por teléfono con el señorPresidente, quien me manifestó que el General Sánchez Ta-pia le había hablado de la conveniencia de aprobar el conveniode la Sabalo, pero que él no le había dado mayor importancia,pues Sánchez Tapia le había informado que se trataba de unasunto baladí, pues se comprometía un número muy pequeñode hectáreas de terrenos nacionales. Le manifesté al señorPresidente que aunque las hectáreas que afectaba el contratocon la Sabalo eran pocas, éstas tenían mucha importancia,por que se trataba de una faja de terreno que se extendía porcasi todo el rico campo de Poza Rica, y que yo creía que te-nía, por esas circunstancias, una gran importancia. Yo le sugeríque, antes de tomar alguna determinación en ese asunto, es-

  • 25

    cuchara al señor ingeniero Santillán, como opinión definidasobre el particular –éste gozaba de toda la confianza, tantomía como del señor Presidente de la República–, y a otrostécnicos en la materia, y que sólo después de un maduro estu-dio se tomase una resolución. El señor Presidente aceptó misugestión y me ordenó que, como Presidente del Consejo,suspendiese la discusión sobre este asunto hasta obtener unainformación más completa. Esta resolución contrarió visi-blemente al señor Secretario de Economía y a losrepresentantes de la Sabalo, que se encontraban a las puertasdel edificio donde la Petro-Mex tenía sus oficinas esperandouna resolución favorable para su contrato. El señor GeneralPascual Ortiz Rubio presentó su renuncia ante el señor Presi-dente lamentando haber fracasado en su gestión, pues no sehabía logrado aumentar la producción debido, decía el señorGeneral, a su propia incompetencia y a la forma vaga y con-tradictoria en que estaban redactados los estatutos de laPetro-Mex –que no definían con claridad cuáles eran las fun-ciones de su gerente y en qué casos necesitaba la aprobaciónde su Consejo de administración–; a que en otros contratosno había obtenido la autorización respectiva de la Secretaríade Economía porque había litigios pendientes con algunas delas compañías petroleras que habían pedido amparo; y a lafalta de confianza que le había testimoniado su propio Con-sejo. El señor Presidente aceptó la renuncia del señor ingenieroOrtiz Rubio y nombró en su lugar a don Manuel Santillán;éste, en lugar del contrato con la Sabalo, negoció un contratocon la propia El Águila, contrato que firmó el señor ingenieroMoctezuma, subsecretario de Economía encargado del des-pacho. En este contrato se establecía una explotación unitariade todo el campo entre el gobierno federal y El Águila. Éstase comprometía a perforar en lotes concesionados directa-mente, dando al gobierno federal una regalía que variaría del

  • 26

    35% por algunos lotes al 15% por otros, estableciendo fechasen que se deberían hacer las respectivas perforaciones, queempezarían inmediatamente después de la firma del contra-to, y garantizando al gobierno federal un mínimo de producciónde doscientas mil toneladas de petróleo, que, en caso de queno se obtuviese en los pozos materia del contrato, El Águilaproporcionaría de su propia producción en otros campos. Estecontrato, manifiestamente favorable a los intereses naciona-les y celebrado por funcionarios de una alta probidad,aseguraba al gobierno federal una importante y segura rentaque no estaba prevista en las leyes de ingresos.

    Celebrado dicho contrato, hice la promesa al Banco deMéxico de liquidarle en breve plazo los adeudos que tenía elgobierno federal, provenientes del llamado sobregiro.

    Posteriormente, la Petro-Mex sería liquidada por la Nacio-nal Financiera, y se constituiría en su lugar un organismopúblico que adquiriría su patrimonio. Petro-Mex en realidadconstituyó un fracaso, pues el señor licenciado PrimoVillamichel, dado el poco tiempo en que estuvo al frente deesa institución, no logró sino formular planes de desarrollo, yporque el señor Pascual Ortiz Rubio, por las razones ya men-cionadas, no logró formalizar ningún contrato de explotación,aunque celebró algunos que no fueron ratificados o que no secumplieron por haberse rehusado la Secretaría de Economíaa dar los permisos. El contrato celebrado con El Águila nun-ca tuvo efecto, debido a la expropiación de los bienes de lasempresas extranjeras, entre las cuales se encontraba El Águi-la. La organización que siguió a la Petro-Mex se incorporó alos organismos que se encargaron de administrar los bienesexpropiados.

    Ignoro con qué elementos contaba la Sabalo para trabajarel contrato que había intentado negociar con la Petro-Mex,pero durante una de mis estancias en Nueva York, comiendo

  • 27

    con el señor Edward Flynn, importante político americano,tesorero del Partido Demócrata e íntimo amigo personal delPresidente Roosevelt, éste me presentó a un señor Souri, ge-rente de la London Thames Haven, que dirigía lord Inverforth,magnate inglés, presidente de varias industrias y bancos enInglaterra. El señor Souri me dijo que había venido a NuevaYork para llegar a un acuerdo con el señor R. Davis, de quienhablaré después; que había que tener en cuenta el carácter delord Inverforth, hombre de una astucia y de una dureza im-placables; que Davis había logrado engatusar a lord Inverforth,sacándole una importante cantidad de dinero para la comprade equipo de perforación petrolera que iba a utilizar en ricosyacimientos petroleros situados precisamente en México; queDavis no había logrado conseguir por una compañía asociadacon él los contratos necesarios para utilizar ese equipo. Sourivenía a Nueva York con objeto de llegar a un acuerdo conDavis en los términos de éste, pues lord Inverforth, para con-servar su prestigio personal de hombre agudo y perspicaz, alhaber sido engañado por un aventurero como Davis, consi-deraba preferible sacrificar cualquier cantidad en el arregloque iba a celebrar con él y no que se hiciera público en Ingla-terra el provecho que Davis había sacado de él. Yo no puedoafirmar que los equipos comprados con el dinero de lordInverforth, o de su compañía London Thames Haven, estu-vieran destinados a perforar de acuerdo con el contrato de laSabalo, aunque todo hace presumir que así fue.

    2. La expropiación petrolera

    Entre las iniciativas del señor General Cárdenas, la que re-quirió mayor audacia, redundó en grandes beneficios para elpaís y le ha dado mayor prestigio en el extranjero fue, sinduda alguna, la de la expropiación petrolera.

  • 28

    No era yo –en esos difíciles momentos–, ni con mucho, elúnico consejero del Presidente. Éste consultó, como era derigor, a aquellas personas que podían darle información y aunopiniones sobre los pasos que estaba tomando, pero puedoafirmar que, por razón de mi puesto y de la confianza que medemostró el señor Presidente, estuve presente en los actosmás importantes de la expropiación petrolera.

    Como es sabido, ésta no tuvo su origen en la vieja discusiónacerca de la propiedad del subsuelo y de las leyes petrolerasque establecieron el uso y la explotación del petróleo. Estosproblemas quedaron definitivamente resueltos en tiempo delGeneral Calles, y él los resolvió de acuerdo con una negocia-ción con el señor Dwigth Morrow, embajador de los EstadosUnidos en México.

    La expropiación petrolera tuvo un origen meramente labo-ral. Mientras se incubaba ese conflicto –los obreros petrolerosse declaraban en huelga y las partes acudían a las autoridadesdel trabajo para resolverla– yo me encontraba en la ciudad deNueva York gestionando un préstamo, que buena falta noshacía, del gobierno americano con objeto de poder sostenerel tipo de cambio.

    Cuando Estados Unidos devaluó el dólar y disminuyó sucontenido de oro, que fijó en 35 dólares la onza por dólar, elgobierno americano obtuvo una fuerte utilidad que las auto-ridades de aquel país destinaron a crear un fondo deestabilización que les permitiera hacer préstamos a corto pla-zo a los países que se encontraran con dificultades cambiarias,cargándoles un interés verdaderamente módico. Yo había acu-dido al gobierno de los Estados Unidos para lograr un préstamoe hice buena amistad con el Secretario del Tesoro, señorMorgenthau; nosotros garantizábamos el pago con un depó-sito de plata de la reserva monetaria, misma que se encontrabaen los Estados Unidos. Cuando expuse al señor Morgenthau

  • 29

    cuáles eran mis pretensiones, él me manifestó que yo biensabía que él tenía gran simpatía por los mexicanos y que siem-pre se encontraba listo para ayudarnos cuando se le presentabauna oportunidad, siempre dentro de sus facultades como fun-cionario de los Estados Unidos; que en el presente caso, envista de noticias que habían venido de que en México la si-tuación estaba un poco agitada, él quería consultar el casocon el señor Presidente Roosevelt y con el subsecretario deEstado, señor Summer Welles; que, en consecuencia, él mellamaría en pocos días para comunicarme la resolución de sugobierno. Mientras, el señor Montes de Oca, director del Bancode México, me bombardeaba con llamadas telefónicas pre-guntando cuándo tendría los fondos que necesitaba el Banco,pues ya sus reservas comenzaban a agotarse, yo le manifesta-ba que tenía la seguridad de conseguir el préstamo quehabíamos solicitado, y que hiciera frente a la situación conlos recursos de que disponía el Banco de México, que en aque-lla época eran bien modestos. Por fin, pocos días después recibíun recado del señor Morgenthau, que me invitaba a cenar asu casa en unión del señor embajador Castillo Nájera, anun-ciándome que en la comida estaríamos solamente los tres.

    Nos sirvió una buena comida con excelentes vinos de subodega personal, y me anunció que no deseaba tratar en di-cho convivio íntimo ningún asunto oficial, pero para mitranquilidad me advertía que el señor Presidente había acor-dado que se nos diera la ayuda que solicitábamos; sus términoslos discutiríamos en su oficina y me rogaba que lo viera al díasiguiente por la mañana, solo o acompañado por el embaja-dor Castillo Nájera, si así lo prefería. Me dijo: “El señorPresidente no solamente ha consentido de buena gana en quese le haga el préstamo que usted solicita, sino que cree queustedes están enfermos, económicamente hablando, y él de-sea ser su doctor, no con la insignificancia que ustedes

  • 30

    necesitan ahora sino yendo más a fondo y haciendo un plangrande de desarrollo económico de México, financiado porlos Estados Unidos. Y advierta usted...” –fueron sus palabrastextuales– “que el Presidente me ha encargado que le diga austed que será un médico que no cobrará honorarios. Por miparte, y para llevar adelante la idea del presidente”, me dijo elseñor Morgenthau, “he pensado nombrar una comisión mixtade mexicanos y norteamericanos expertos y al frente de lamisión americana he pensado en el señor Gruening”, impor-tante personaje de los Estados Unidos, israelita, que habíaescrito un libro (Mexico and its Heritage) sobre México en tiem-pos del General Calles y al que por lo tanto se le considerababien informado de las cosas mexicanas y dotado de una acti-tud benévola hacia nosotros. En aquella época este caballeroera gobernador de Alaska, territorio, a la sazón de los Esta-dos Unidos, y después fue senador, cuando el territorio seconvirtió en uno de los estados de la Unión Americana. Aldía siguiente concurrí a la oficina del Secretario del Tesoro yel préstamo quedó consumado; se giraron las órdenes al Ban-co de la Reserva Federal de Nueva York para que al Banco deMéxico se le abonara la cantidad que yo había solicitado. Aldía siguiente, y antes de salir para México, recibí un recadodel señor Sumner Welles, subsecretario de Estado, quien memanifestaba que deseaba comunicarse conmigo por un asun-to urgente, y me rogaba que me entrevistara con él en susoficinas. Ahí me manifestó que había recibido noticias alar-mantes de México en el sentido de que la huelga de los obrerospetroleros se prolongaba sin que se viera cómo podía dárselealguna solución; que ya el tribunal del trabajo, es decir, laJunta de Conciliación y Arbitraje, había pronunciado un lau-do que los patrones consideraban muy difícil de cumplir, yque habían interpuesto un amparo ante los tribunales federa-les. El señor Sumner Welles nos pedía a mí y al embajador

  • 31

    Castillo Nájera, que estaba presente en la entrevista, que vié-ramos qué podíamos sugerir por teléfono para que se aceptasela fianza que las compañías habían ofrecido para que se sus-pendiese la ejecución del laudo y pudiesen, mientras tanto,entablarse negociaciones. Me pidió que le diera algún consejoque él pudiese transmitir a las compañías para lograr un acuer-do satisfactorio. Yo le indique que los gerentes locales de lascompañías habían estado peleando por años con sus obrerosy que no existían buenas relaciones entre los dos grupos, loque dificultaba cualquier convenio directo; que además losgerentes locales eran empleados subalternos de las matricesde los Estados Unidos y que estaban incapacitados para to-mar decisiones importantes sobre la marcha, pues tenían queestar en constante consulta con sus matrices. En consecuen-cia yo le aconsejaba que, si él quería intervenir con lascompañías, les sugiriese que enviasen a México a un alto fun-cionario de alguna de las más grandes compañías envueltasen el conflicto, con capacidad para asumir responsabilidadesy tomar decisiones sin tener que consultar con nadie. Me ofre-ció hacerlo así, y también me advirtió que si el asunto seagravaba, la comisión mixta de desarrollo de las fuentes deriqueza de México –sobre la que giraron las pláticas que yohabía tenido con el señor Morgenthau– se vería obstaculiza-da, pues yo bien sabía que las empresas tenían un sinnúmerode tentáculos en toda la vida americana, y que no les faltaríanmedios para obstaculizar cualquier arreglo que el gobiernoamericano quisiese hacer con nosotros.

    Gravemente impresionado por lo que me había dicho elseñor Sumner Welles, nos comunicamos en el acto –el emba-jador y yo–, por teléfono, con el señor Presidente Cárdenas,quien nos manifestó que la petición de las compañías de daruna fianza para suspender la ejecución del laudo era legal yque no había ninguna dificultad para concederla. El señor

  • 32

    Sumner Welles hizo a las compañías la sugestión que yo lehabía aconsejado, pero desgraciadamente la persona que man-daron éstas como negociador principal estaba muy lejos dellenar los requisitos para llegar a un acuerdo; se llamabaArmstrong y era dueño de un rancho famoso en Texas, denombre Armstrong Ranch. Era texano de nacimiento y ocu-paba un puesto importante en la Standard Oil de Nueva Jersey,pero ni conocía los problemas ni estaba en condiciones dedar una resolución inmediata. Sin embargo, y por instruccio-nes del señor Presidente, convoqué en el acto a una junta enmi despacho de la Secretaría de Hacienda, a la que concurrie-ron, por una parte, el señor licenciado Vicente LombardoToledano, Secretario general de la CTM, asistido por los líde-res petroleros; y por la otra, el señor Armstrong, acompañadopor los gerentes locales de las compañías, tanto americanascomo británicas, a las que afectaba el conflicto. Mientras losobreros dieron muestras, en los primeros puntos que se trata-ron en la junta, de deseos de llegar a algún acuerdo, pues antecualquier punto que yo sugería como preliminar los obrerosme pedían permiso para ausentarse por unos minutos en unapieza contigua a mi despacho y acudían con una resoluciónaprobatoria, en cambio los patrones pedían que se suspendie-se la junta y se reuniese dos días después para dar tiempo aque recibiesen instrucciones de las compañías. Advertí al se-ñor Armstrong que había sido nombrado para representar losintereses en conflicto por sugestión del señor Secretario deEstado porque se suponía que contaba con la autoridad sufi-ciente para tomar resoluciones inmediatas sin consultar connadie.

    Dos días después, Armstrong y sus amigos regresaron a lajunta para manifestar su inconformidad con los puntos seña-lados. Advierto que los puntos que se habían tratado eranmás bien de procedimiento, pero convenientes para seguir en

  • 33

    una discusión ordenada que pudiese llevarnos a una solucióndel conflicto. Los obreros también se desilusionaron, y mani-festaron que en vista de la actitud de Armstrong ellos no creíanpoder colaborar para llegar a un acuerdo amistoso. El señorArmstrong me dijo que deseaba tener una plática con el se-ñor Presidente, quien se encontraba en la ciudad de Orizaba.Por teléfono solicité la entrevista, y, una vez que me fue con-cedida, acompañé al señor Armstrong a aquella ciudad. Ahíhabló largo y tendido con el Presidente Cárdenas. El Presi-dente le manifestó que estaba dispuesto a ayudarlo para llegara una solución favorable a ambas partes, pero que él teníacomo única base para hablar a los trabajadores la que habíadeterminado la comisión de peritos nombrada por la Junta deConciliación y Arbitraje, comisión que presidía el señor donJesús Silva Herzog, entonces alto funcionario de la Secretaríade Hacienda. Que en ese dictamen, que él había leído congran cuidado y que consideraba estaba redactado con espírituconstructivo, se establecía que las compañías deberían pagara sus obreros la suma de 23 millones de pesos en incrementode salarios y en prestaciones adicionales; que en el dictamende la junta se establecía también que una cantidad mayorpondría en peligro la estabilidad financiera de las empresas.Que en consecuencia, si el señor Armstrong y sus compañe-ros estaban dispuestos a negociar sobre esa base, él hablaríacon los trabajadores y les haría ver la conveniencia de llegar aun acuerdo. El señor Armstrong expresó que la cantidad quefijaban los peritos era totalmente inaceptable para las empre-sas, y que en consecuencia no podía ser materia de discusión.El señor presidente manifestó que era la única base sobre lacual él podía intervenir, pues era un dato oficial recabado porpersonas competentes y de rectitud probada. Quedó, pues,sin ninguna solución el problema, y mientras tanto la huelgacontinuaba dañando muy seriamente a la economía nacional,

  • 34

    que, como es sabido, tiene en el petróleo su principal fuentede energía.

    Yo no sé si el señor General Cárdenas había pensado en laexpropiación de las compañías petroleras. Seguramente él notenía ninguna simpatía hacia ellas, pues habiendo sido jefemilitar en la región petrolera más importante del país se habíadado cuenta de que las compañías hacían una explotacióninmoderada y no dejaban ninguna obra de interés público enla región donde operaban. Cuando alguna vez les solicitó unpréstamo relativamente insignificante para dedicarlo a la cons-trucción de importantes obras en el norte, préstamo que enrealidad era un simple anticipo sobre los impuestos que esta-ban obligadas a pagar, las empresas se habían negado aotorgarlo.

    Poco antes, la Secretaría de la Economía Nacional habíaaprobado una ley de expropiación que había causado algunainquietud en ciertos medios capitalistas, y cuando yo le pre-gunté al Presidente Cárdenas si tenía en mente utilizar esa leyaplicándola a algún caso particular, él me contestó que habíaconsentido en su aprobación simplemente para mejorar la le-gislación y dotar al Estado de un instrumento para su propiadefensa, que por otra parte nuestra Constitución había pre-visto. Sin embargo, en las pláticas que celebró el señorPresidente y en las conversaciones que tuvo con algunos desus colaboradores, siempre se mostró conciliador, y yo creoque sinceramente quería llegar a un acuerdo amistoso. Toda-vía más, el señor embajador de la Gran Bretaña, señorO’Malley, tuvo una entrevista con él y le dijo que el interésmayor no era americano sino británico, y que aun cuando lascompañías británicas habían accedido a que los representa-ran los americanos, él veía que las negociaciones iban pormuy mal camino y temía lo peor para las empresas británicas.El señor Presidente le dijo que en sus manos estaba que se

  • 35

    llegase a un acuerdo haciendo presión sobre las compañíasamericanas, que eran las que mostraban más intransigencia.El embajador inglés ofreció hablar muy seriamente con losrepresentantes de las compañías, y rogó al Presidente que losrecibiese en un día próximo, esperando que en su presenciaestarían más dispuestos a llegar a un acuerdo. Fijó el señorGeneral el día, y me acuerdo que fue un lunes; a mí me pidióque estuviese presente en la junta con los representantes delas compañías. Cuando estuvieron reunidos, el Presidente lespreguntó qué proposiciones tenían para llegar a un acuerdo, yellos le contestaron que lo que traían era simplemente unmemorándum donde exponían las razones por las cuales lesera imposible aceptar las bases fijadas por los peritos de laJunta de Conciliación y Arbitraje. Le manifestaron que elloshabían calculado que lo que tenían que pagar en prestacionesexcedía con mucho a los 23 millones de pesos. Entonces elpresidente les dijo que fundándose en las mismas bases de losperitos él se comprometía con ellos a que salarios y prestacio-nes no excedieran los 23 millones de pesos.

    He oído decir que en esa junta uno de los presentes mani-festó: “Y a usted, señor presidente, ¿quién lo garantiza?”. Estoes absolutamente falso. Yo fui el único funcionario mexicanoque estuvo presente en esa junta, y puedo afirmar que duran-te ella reinó el más completo respeto para el primeromagistrado del país. El señor General Cárdenas, en medio desu sencillez, inspiraba gran respeto a todas las personas conlas que tenía oportunidad de tratar, tanto nacionales comoextranjeras. Sabía conservar una gran dignidad y no creo quea ninguno de los presentes se le ocurriese hacer una sugestióntan impertinente como a la que se ha hecho referencia.

    Concluida la conferencia, el señor Presidente me dijo: “Yave usted que las empresas no mostraron ningún interés enllegar a un acuerdo con sus obreros. Por el momento voy a

  • 36

    dejar pasar algunos días sin hacer nada a fin de ver si losrepresentantes de las compañías reflexionan sobre el asuntotan importante que tienen entre manos y para yo mismo pen-sar serena y fríamente el siguiente paso que debo dar.” Pasadosalgunos días el señor Presidente me citó para que me presen-tase en su domicilio particular en Los Pinos. Esperé un pocoen la antesala y vi salir del despacho del señor Presidente alseñor licenciado Lombardo Toledano, Secretario general dela Confederación de Trabajadores de México, y a los líderesdel Sindicato Petrolero. Enseguida el señor Presidente meinvitó a que lo acompañara en su automóvil a que diéramosalgunas vueltas por el Bosque de Chapultepec, para ponermeal tanto de lo que había determinado que debía hacerse ypara que nos reuniésemos posteriormente con los miembrosdel gabinete presidencial, a quienes tenía citados en el Pala-cio Nacional, y que ya deberían estar ahí reunidos. Durante eltrayecto me pidió que explicara en su nombre al Consejo deMinistros todos los esfuerzos que se habían hecho para llegara un acuerdo con los trabajadores de la industria petrolera ycon las empresas; que la huelga estaba ya causando muy se-rios trastornos a la economía nacional y que no podía continuarasí por tiempo indefinido, pues, como yo sabía, la industria ylos transportes de México se movían principalmente con pro-ductos del petróleo, y que la huelga, de prolongarse algunosdías más, tendría la consecuencia de paralizar la economíanacional; que en vista de la intransigencia de las compañíaspara negociar, no le quedaba más remedio que expropiar losbienes de las compañías petroleras en su integridad, y quehabía dado ya instrucciones a la Secretaría de Economía Na-cional para que se preparasen los efectos correspondientes.Llegamos a Palacio, y en el salón de Consejo de la Presiden-cia de la República el señor General Cárdenas me dio la palabrapara exponer lo que habíamos hablado en nuestro paseo por

  • 37

    el Bosque de Chapultepec. Todos los ministros aprobaron laresolución tomada, y el decreto de expropiación fue firmadoahí mismo por el señor Presidente y refrendado por el señordon Efraín Buenrostro, Secretario de Economía Nacional, ypor mí, en mi carácter de Secretario de Hacienda. No mepareció conveniente que estuviese presente y diese su entu-siasta aprobación el señor Presidente de la Suprema Corte deJusticia. Yo creo que si queremos, como debe ser, que la jus-ticia sea respetada en el extranjero, su más alta representación,la Suprema Corte de Justicia, tiene obligación de encerrarsecon austeridad y dignidad dentro de sus altas funciones, y nocompartir los acuerdos de carácter político-administrativo queeventualmente tiene obligación de juzgar en caso de ser re-querida para ello.

    El señor Presidente Cárdenas se dirigió posteriormente a lanación en un vibrante mensaje cuya redacción encargó al se-ñor General Francisco Mújica. Creo que la nación en suconjunto dio su aprobación a la audaz medida tomada por elPresidente, y aun las clases más pobres del país contribuye-ron con su óbolo personal para pagar a las compañíaspetroleras, contribución que en un principio se aceptó parano desairar la contribución de buena parte del pueblo mexi-cano, pero que era enteramente inapropiada para pagar losmillones que deberían pagarse a las compañías petroleras. Pos-teriormente, el señor Presidente rogó que se devolviesen estascantidades aportadas. Tanto en el decreto expropiatorio comoen el discurso del Presidente de la nación se hizo patente quedebía indemnizarse a las empresas no con fundamento en nin-gún precepto de Derecho internacional sino en cumplimientode la Constitución mexicana y de la propia Ley de Expropia-ción, que establecían que la propiedad privada puedeexpropiarse mediante el pago de una compensación a sus pro-pietarios cuando así lo exija el interés público.

  • 38

    Realizada la expropiación, el gobierno debería dar pasos paraenfrentarse con tres problemas: Primero, la discusión con lasempresas para que aceptaran el hecho de la expropiación, y,en su caso, negociar con ellas la indemnización que debíapagarse. Esta discusión debería hacerse extensiva a los go-biernos de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos, queeventualmente asumirían la representación de los interesesnacionales involucrados en las empresas. Segundo, la ventaen el exterior de los productos de la industria en donde sepreveía una ruda oposición de las empresas expropiadas, perocuyo producto era indispensable, no solamente para contri-buir a los gastos de explotación, sino también, por losimpuestos que pagaban, para contribuir a los gastos públicos,y sobre todo para proveernos de las divisas que representabadicha venta; y, Tercero, la organización interior de la indus-tria para no desarticular el carácter altamente técnico que lasempresas habían impreso a la industria, sobre todo si, comoparecía, los elementos extranjeros ingleses y americanos quese encontraban al frente de la industria abandonaban sus pues-tos y había que sustituirlos por técnicos y administradoresmexicanos.

    Por lo que hace al primer punto, el señor PresidenteRoosevelt, desde Warm Springs, donde se encontraba toman-do las aguas, declaró a la prensa universal que México teníaderecho a expropiar si estaba dispuesto a pagar una justa com-pensación a las compañías, pues tal era la práctica que seguíanlos propios Estados Unidos, que frecuentemente se veíanobligados a expropiar propiedades privadas.

    Existía un convenio entre el Tesoro de los Estados Unidosy la Secretaría de Hacienda, en virtud del cual aquél se com-prometía a comprar todas las cantidades de plata que Méxicoofreciera en venta. Pocos días después de confirmada la ex-propiación, no obstante la declaración del Presidente

  • 39

    Roosevelt, recibí una nota en la que se me comunicaba quetal convenio quedaba cancelado. No dejó de alarmarnos, amí y al señor Presidente, este anuncio del Tesoro, que llega-mos a interpretar como un acto de represalia del gobierno delos Estados Unidos, y que de llevarse adelante nos hubieracausado serios perjuicios, pues el país necesitaba seguir ex-portando la producción de plata. Sin embargo, a pesar delaviso, el Tesoro americano siguió adquiriendo la plata en lasmismas condiciones. El gobierno inglés reaccionó en formaviolenta. El señor embajador O’Malley presentó una notaextraordinariamente áspera en sus términos a la Secretaría deRelaciones con el pretexto de reclamar una cantidad relativa-mente pequeña que debíamos al gobierno británico. Noestábamos en demora, pues de acuerdo con el convenio, cele-brado con el propio gobierno, si por cualquier motivo nopodíamos pagar al vencerse la obligación, teníamos el dere-cho de prórroga por un año más, pagando intereses. El señorpresidente me llamó a su despacho para pedirme que hablaracon el embajador O’Malley, haciéndole ver la convenienciade que retirase una nota tan injustificada como violenta, peroel señor O’Malley me manifestó que, desgraciadamente, elgobierno británico había ordenado la comunicación de la notaa los Estados Unidos, y que los diarios de ese país ya la ha-bían publicado. En ella se decía que si el gobierno de Méxicono estaba en condiciones de pagar una suma tan pequeña, erainaceptable que estuviese en condiciones de pagar las enor-mes sumas que representaba la industria petrolera del país.Comentamos el fracaso de mi gestión el señor Presidente,nuestro embajador en Washington, señor doctor CastilloNájera, que se encontraba en México, y yo. El señor Presi-dente me preguntó cómo contestaría yo a la nota al gobiernobritánico. Le dije que yo creía que debíamos contestar conuna nota muy breve, haciendo ver lo injustificado del cobro y

  • 40

    recordándole que el Imperio Británico, con todos susvastísimos recursos, no podía jactarse de estar al corriente enel pago de sus obligaciones financieras, haciendo de esa for-ma, indirectamente, alusión a las deudas de guerra pendientesde pago con los Estados Unidos.

    El doctor Castillo Nájera sugirió que retiráramos al emba-jador en Londres, señor licenciado Primo Villamichel. ElPresidente aprobó la idea que yo le proponía sobre los térmi-nos de la nota –ahí mismo la redacté– y también la sugestióndel embajador, pues dijo que si nosotros no lo retirábamos, laGran Bretaña seguramente lo haría, y era preferible que noso-tros diésemos el primer paso. La nota que el Presidente dioórdenes de que entregase a la Secretaría de Relaciones fueamplia y ruidosamente comentada por la prensa americana.Aún recuerdo una caricatura publicada por el New York Timesen la que aparece el gobierno británico, es decir John Bull, enuna conferencia sobre el mal comportamiento (turpitude) delgobierno mexicano. En eso, por atrás del escenario, apareceun gato con la leyenda de deudas inglesas no pagadas al go-bierno de los Estados Unidos, lo cual provoca una granhilaridad de los asistentes a la conferencia, mientras John Bullvuelve la cabeza indignado y diciendo: “Siempre te me has depresentar en el momento más inoportuno”.

    Pasaron los días, y el gobierno de los Estados Unidos pre-sentó una nota a través de su embajador, señor Daniels, noponiendo en duda nuestro derecho a expropiar, pero sí exi-giendo el pago inmediato de la compensación debida. Esanota fue presentada al señor General Hay, ministro de Rela-ciones, el cual convenció al señor Daniels de que no lapresentara, pues por los términos un tanto ásperos en queestaba redactada pondría el peligro las buenas relaciones en-tre ambos países. El señor Daniels, que era amigo sincero denuestro país y que tenía gran influencia sobre el Presidente de

  • 41

    los Estados Unidos, dijo al General Hay que tuviera la notapor no presentada. Pocos días después, estando yo en Was-hington con el señor Sumner Welles, éste hizo referencia a lanota, a lo que yo le contesté que tal nota no había sido pre-sentada, aunque teníamos conocimiento de ella en formaextraoficial, ya que el señor Daniels no la había presentadooficialmente. El señor Sumner Welles me dijo que debería-mos entender que el señor Daniels no siempre representabael punto de vista de su gobierno, a lo que yo le contesté que elseñor Daniels era el embajador, debidamente acreditado, delos Estados Unidos, y que nosotros no podíamos sino reco-nocer pleno valor a cualquier declaración que él hiciera departe de su gobierno; volvió la cabeza Sumner Welles y medijo: “Nosotros estamos en una situación muy embarazosapor lo que se refiere a nuestro embajador en México. Le he-mos ofrecido darle la embajada que él quiera en Europa, perosiempre nos ha contestado que está muy contento en Méxicoy que no cambiaría su embajada por ninguna otra. Hablarle alPresidente de cambiarlo sin su consentimiento era inútil, puesel Presidente Roosevelt invariablemente contestaba que nodeberíamos nosotros molestar a su antiguo jefe.” El Presi-dente Roosevelt, efectivamente, había sido subsecretario deMarina de los Estados Unidos cuando el señor Daniels era elministro, y siempre se dirigía a él llamándole chief. En los su-cesivo, el gobierno de los Estados Unidos optó por presentarsus notas relativas a la expropiación petrolera entregándolasal embajador, señor doctor Castillo Nájera, para que él a suvez las hiciese llegar al gobierno mexicano.

    El señor Presidente de la República tuvo conocimiento deuna nueva nota del gobierno americano por el conducto indi-cado; dijo que el señor General Hay le había llevado unproyecto de respuesta a esa nota, pero que él primero se cor-taría una mano que autorizar que se contestase a esa forma al

  • 42

    gobierno de los Estados Unidos. En consecuencia, me pidióque en la Secretaría de Hacienda me encargara de dar contes-tación a la nota americana.

    Da una idea de la delicadeza con que el señor General Cár-denas trataba a sus colaboradores y amigos el hecho de que,según me platicó posteriormente, para no herir la susceptibi-lidad del señor General Hay, que ocupaba la Secretaría deRelaciones, el propio Presidente, de su puño y letra, copió elproyecto de nota que yo había redactado y se la mandó así alministro de Relaciones, diciéndole que después de pensarlo ycambiar algunas impresiones con sus amigos y colaborado-res, había decidido que la nota fuese textualmente la que leremitía. Como hubo necesidad de seguir contestando notasdel gobierno americano, que eran cada vez más enérgicas,quiso el señor Presidente que yo me encargara de contestar-las, y entonces con toda franqueza le comunicó al señor Hayque había decidido que en lo futuro yo me encargara de todolo que se refería a la correspondencia de los Estados Unidosen materia de la expropiación petrolera, y que en consecuen-cia se me remitiesen a la Secretaría todos los expedientesreferentes a ese problema.

    Un día el señor Presidente me mandó llamar para decirmeque se había recibido una nueva nota de los Estados Unidos,y que quería que yo preparase una respuesta en término pe-rentorio, pues debería tenerla al día siguiente. Preparé elproyecto de contestación con ayuda del competente inter-nacionalista señor licenciado Manuel J. Sierra, que trabajaba en laSecretaría de Hacienda y que tenía amplia experiencia enmateria internacional por dar la cátedra de la materia en laEscuela de Jurisprudencia y por haber desempeñado ademásdurante muchos años la jefatura del Departamento Diplomá-tico en la Secretaría de Relaciones Exteriores. El motivo porel cual el Presidente quería el proyecto de nota en término

  • 43

    perentorio, por lo que me dijo que me desvelara un poco paratenérselo listo, era que había determinado leer esa nota anteel Congreso de la Unión, que en esos días celebraba su últimoperíodo de sesiones, y ante el cual el Presidente tenía querendir su informe. El señor Presidente dio cuenta al Congre-so de haber recibido la nota americana, la que leyó íntegra, yenseguida la contestación que yo había preparado y que fuefavorablemente comentada por el Congreso.

    En una de las notas, el señor Hull nos proponía someter elasunto al arbitraje, y yo le di mi opinión al señor Presidenteen el sentido de que si el arbitraje se refería únicamente almonto de la indemnización que debía pagarse a las compa-ñías expropiadas, y no se discutía el derecho que México teníapara expropiar de conformidad con sus leyes internas, creíaque la solución propuesta por el señor Hull podía ser unasalida decorosa para nosotros. El señor Presidente, sin em-bargo, no quiso aceptar esa sugestión, y me ordenó que secontestara la nota rechazando la propuesta y dando comorazón que los Estados Unidos sólo cumplían los arbitrajescuando les eran favorables, y no cuando eran contrarios a losintereses americanos, aunque sólo fuese parcialmente, comoen el caso de El Chamizal, en el que los Estados Unidos nohabían dado cumplimiento al laudo del árbitro canadiense,tercero en discordia, señor Lafleur. En dicha nota tambiénmanifestábamos que la discusión pública del asunto no servi-ría sino para dar elementos a los enemigos de las buenasrelaciones entre los dos países, y sugeríamos que se termina-se la discusión por medio de notas, y en privado buscásemosla forma de llegar a un acuerdo.

    Como las intrigas en los Estados Unidos seguían su curso, ylas personas de nuestro gobierno que iban allá volvían cadavez más pesimistas respecto al estado de la opinión pública,caldeada por la prensa y por algunos de los funcionarios del

  • 44

    Departamento de Estado, el señor Presidente ordenó que vi-niese a México a informar el embajador Castillo Nájera.Castillo Nájera conferenció con el señor Presidente enGuadalajara, y éste le ordenó que se trasladase a México yconferenciase conmigo; que pronto estaría de regreso en laciudad para que tratáramos el asunto todos juntos. El señorembajador Castillo Nájera me visitó de regreso de Guadalajaraen la Secretaría de Hacienda, y como ya eran horas avanza-das fuimos a cenar al restaurante de Manolo del Valle, que seencontraba en López número 1. El embajador Castillo Nájeratenía una memoria excepcional, y al llegar a su embajadatranscribía las conversaciones que había tenido con el Secre-tario de Estado y aun con el mismo Presidente Roosevelt. Medio a conocer tales notas y llegué a la conclusión de que elPresidente Roosevelt no estaba enterado de la verdadera si-tuación del problema. Se me ocurrió, por lo tanto, que elPresidente Cárdenas escribiese una carta personal al Presi-dente Roosevelt, explicándole cuáles eran las dificultades quehabía encontrado para llegar a un acuerdo, pues la impresiónde Castillo Nájera era que estábamos a punto de perder elapoyo y la buena voluntad del Presidente Roosevelt, que con-sideraba que el presidente Cárdenas se obstinaba en no daruna solución amistosa al asunto. A la mañana siguiente, alllegar de Guadalajara, me mandó llamar inmediatamente elseñor General Cárdenas. Me dijo que los funcionarios quehabían ido a los Estados Unidos, como el señor licenciadoRamón Beteta, entonces subsecretario de Relaciones, y elpropio embajador Castillo Nájera, estaban francamente pesi-mistas respecto a la posibilidad de llegar a un acuerdo con elgobierno de los Estados Unidos. El señor Presidente me ma-nifestó que él defendería hasta lo último nuestra posición,usando todos los medios que el Derecho internacional poníaa su disposición, y que si fracasaba completamente y Estados

  • 45

    Unidos recurría al argumento último de usar la fuerza, él nocomprometería al país en una lucha armada con los EstadosUnidos que, dada la desproporción de las fuerzas entre am-bos países, no podría sino tener un resultado desastroso paranuestro país; que en esas circunstancias él renunciaría al po-der para que un tercero cediese a las exigencias de losamericanos hasta donde fuera necesario. Acogió con bene-plácito el proyecto de carta al Presidente Roosevelt y decidióque esa carta se haría llegar, a través del embajador CastilloNájera, al Presidente de los Estados Unidos.

    3. Las gestiones que se hicieron directamente con losrepresentantes de las compañías petroleras

    a fin de llegar a un arreglo con ellas

    Pocos días después de verificada la expropiación, recibí lainvitación de un importante financiero americano de origenirlandés que formaba parte, entre otros Consejos, del de la CitiesService y del de las compañías del señor Sinclair. En la invi-tación que me hizo me indicó que él creía poder intervenirpara llegar a un acuerdo satisfactorio entre las empresas y elgobierno de México. Autorizado por el señor Presidente, metrasladé a Nueva York, a donde llegué la mañana del ViernesSanto de 1938. Pocas horas después, mi amigo se me presen-tó vestido con todo su atavío de marqués pontificio, y medijo que venía de asistir a la misa de Viernes Santo celebradapor el cardenal Spellman, de quien era íntimo amigo, lo cualcreo que era cierto. Me dijo que se me presentaba vestido enesa forma porque después de la misa no había querido perdermás tiempo para ponerse en contacto conmigo. Yo creo quelo hizo más bien con objeto de impresionarme con su atuen-do. Hablamos ampliamente durante ese día y hasta muyentrada la noche; puse a mi amigo en antecedentes, pero

  • 46

    siempre insistiendo en que la expropiación era un hecho con-sumado y que el convenio con las compañías debería reducirseexclusivamente a fijar el monto de la indemnización que de-bíamos pagarles, así como a la forma de hacer ese pago. Miamigo conferenció con los representantes de las compañíascon las cuales tenía importante conexión, pero no logró abso-lutamente ningún acuerdo y así me lo informó.

    Posteriormente se presentó en México el General PatrickHurley, del ejército norteamericano y abogado de profesión,que atendía los negocios importantes del señor Sinclair. ElGeneral Hurley era un americano de origen irlandés y unapersonalidad en los Estados Unidos, pues había ocupado laSecretaría de Guerra en aquel gobierno. Yo conocía al Gene-ral, de manera que cuando vino a México me pidió que loacompañara a hablar con el General Cárdenas. La conversa-ción entre ambos fue absolutamente agradable. El GeneralHurley, como buen irlandés, era extraordinariamente insinuan-te y franco. Al abordar el asunto con el General Cárdenas, ledijo: “Deseo, señor Presidente, que hablemos de soldado asoldado. Ambos lo somos y creo que ésta será la mejor formade entendernos. El primer punto que deseo tratar con ustedes el relativo a si está usted dispuesto a devolver las empresasa las compañías, aun en el caso de que las compañías hagangenerosas ofertas financieras y el ofrecimiento de conducirseen lo futuro de acuerdo con las normas que les exige el go-bierno mexicano.” El General Cárdenas le contestó que sepudo haber llegado a un acuerdo con las compañías petrole-ras antes de la expropiación, pero que decretada ésta, él estabadispuesto a no devolver las propiedades a las compañías porhalagüeñas que fuesen las promesas que éstas estuvieran dis-puestas a conceder. Entonces el General Hurley dijo: “Si esaes la actitud definitiva de usted yo la tomo como tal, y no meempeñaré en que mi cliente, el señor Sinclair, único en cuyo

  • 47

    nombre estoy autorizado a hablar, intente la devolución desus compañías, y le ofrezco a usted que haré lo posible por-que se llegue a un acuerdo exclusivamente sobre la forma ytérminos de pago de la compensación que le es debida.”

    El General Hurley regresó a los Estados Unidos y poco tiem-po después me comunicó que sería conveniente que nosviéramos para tener una conferencia con el señor Sinclair, alque creía bien dispuesto para llegar a un acuerdo sobre lasbases que había discutido con el señor Presidente Cárdenas.En esos días, estando yo en Nueva York y en contacto con elGeneral Hurley, aunque no con Sinclair, que se encontrabaen California, tuvimos noticias por medio de un periodista,amigo del General, de que el Departamento de Estado estabapreparando una nota dirigida a México en la que se insistía enuna solución inmediata del asunto petrolero. El GeneralHurley me dijo: “Usted debe tomar en cuenta que el señorSinclair estuvo en la cárcel por motivo del escándalo de TeapotDome, y es natural que se haya vuelto muy tímido en susrelaciones con el gobierno de los Estados Unidos. Él no temea las otras compañías porque toda su vida ha luchado conellas en el terreno mercantil, y está seguro de que no se le crea-rán conflictos con sus trabajadores por el apoyo que le brindaJohn Lewis, partidario de que se llegue a un acuerdo conMéxico, pero aconsejaría que usted mueva sus influencias enWashington para que esa nota no se enviara.” Decidimos elGeneral y yo visitar a John Lewis en el hotel St. Regis, que esdonde se hospedaba en Nueva York. Nos recibió en el acto, ycomo era Sábado de Gloria nos invitó a que tomáramos jun-tos una copa de champaña. Enseguida le informamos de loque se había arreglado con Sinclair y del temor de que unanota violenta del gobierno americano pudiese cambiar la bue-na disposición en que se encontraba Sinclair. El Generaldijo que el señor Hull se encontraba en Nueva York

  • 48

    y que podríamos verlo para saber si efectivamente existía elpropósito de enviar una nota al gobierno de México al termi-nar las fiestas de Semana Santa. Entonces John Lewis medijo: “¿Y por qué en lugar de hablar con Hull, no habla ustedcon el Presidente?”, a lo cual le contesté que a mí no me seríafácil hablar con el señor Presidente Roosevelt con la urgenciaque el caso requería. “Pero a mí sí me es fácil”, dijo Lewis, einmediatamente tomó el teléfono y pidió una conferencia conWashington, y de ahí con el National Switch Board. Contestóuna secretaria y Lewis le dijo: “Dígale usted al señor Presi-dente que estoy aquí en Nueva York con el Secretario deHacienda de México y que deseo hablar con él breves instan-tes por teléfono.” Poco después estaba Franklin D. Roosevelten el aparato, y entonces Lewis le dijo que un periodista ami-go, y que se suponía que estaba bien informado de los asuntosde la Casa Blanca, nos había informado que en el Departa-mento se estaba preparando alguna nota áspera contra elgobierno de México, y que –recuerdo textualmente las pala-bras de Lewis– “sería una cooperación constructiva de partede su gobierno si usted evita que se mande esa nota”. Segúnme dijo Lewis, el Presidente le contestó que no tenía conoci-miento de esa nota, pero que no tuviéramos cuidado; que sele tendría que consultar a él y que se opondría, pues deseabaque se llegase a un acuerdo amistoso con las compañías y,desde luego, con el señor Sinclair, a quien le informamos queestábamos negociando con visos de éxito. Acto continuo laconversación siguió por rumbos políticos, tratando Lewis conel Presidente problemas de diversas partes de la Unión Ame-ricana, lo que me dio la idea de la importancia de las relacionesde Lewis con el Presidente. Al terminar, John Lewis me dijoque el Presidente le había pedido que si tenía yo intencionesde ir a Washington no dejara de verlo, pues tenía deseos deconversar conmigo. Entonces John Lewis me aconsejó no pedir

  • 49

    la entrevista a través del Departamento de Estado, pues meecharían a perder la buena disposición del presidente, sinoconseguirla por medio del General Watson, ayudante militardel Presidente, y decirle que era el mismo presidente quienme llamaba por su conducto.

    Pocos días después me trasladé a Washington e informé anuestro embajador de la conversación que John Lewis habíatenido con el Presidente, y de la invitación que éste me habíahecho para que nos entrevistáramos en su despacho de laCasa Blanca. Desde luego aceptó la idea de acompañarme yde pedir la entrevista a través del General Watson –que era suamigo personal, pues había nacido en México, en Pedriceña,Durango, que era la ciudad natal del embajador–, pero que nolo haría sin autorización del Departamento de Estado, pues,me dijo: “Usted se va a México y está al cubierto de las reac-ciones del Departamento de Estado, pero yo me quedo aquí yno se imagina los disgustos que me daría el Departamento siyo hubiere hablado con el Presidente sin la autorización delpropio Departamento.” Así lo hicimos, y el Departamento,efectivamente, cuando supo que la invitación había sido he-cha a través de John Lewis, no hizo ninguna objeción. Desuerte que nosotros nos presentamos en la Casa Blanca y es-peramos un momento mientras terminaba la audiencia de unacomisión de médicos que discutía con el Presidente. Antesde que se nos invitara a pasar, inopinadamente se presentó elseñor Sumner Welles, quien entró por breves momentos ahablar con el señor Roosevelt, y poco después se nos invitó apasar. El Presidente me preguntó que cómo se encontraba elseñor General Cárdenas, y dirigiéndose al embajador CastilloNájera y a Sumner Welles les dijo. “El Presidente Cárdenas esmi amigo, y cuando a ustedes, los diplomáticos, se les enre-dan los asuntos, nos escribimos directamente y arreglamos enforma directa y personal los asuntos.” El Presidente tenía

  • 50

    magnífico aspecto, y así se lo manifesté; me dijo que, efecti-vamente, cuando se encontraba extremadamente fatigado,desaparecía de Washington y se iba a algún balneario a des-cansar, y que a nadie se le informaba –ni al señor Hull– dellugar donde se encontraba, sólo a Sumner Welles, por si habíaalgún asunto importante en las relaciones extranjeras, quecomo yo sabía, requerían a veces atención inmediata. Me dijoque acababa de regresar de uno de esos viajes y que se encon-traba perfectamente descansado. Traté varias veces de hablarsobre el asunto petrolero, que era el que realmente me intere-saba, pero todas las veces el presidente desvió la conversación,por lo que entendí que la visita intempestiva de Sumner Wellesse debía a que no quería que habláramos directamente sobreel petróleo con el Presidente. Al despedirnos del Presidente,y ya en la antesala de su despacho, Sumner Welles me pregun-tó si yo quería hablar algo con él Presidente, relacionado conla controversia petrolera, a lo que le contesté que así era efec-tivamente, pero que el Presidente, probablemente porsugestión de él, no me lo había permitido. “Así es”, me dijo,“a nosotros, en el Departamento de Estado, nos interesa queel presidente no hable directamente con altos funcionariosextranjeros, y muy principalmente de México”, pues debido alas simpatías que tenía por nosotros temían que hiciera algu-nas promesas que después se vieran en dificultades de cumplir.“Pero”, me dijo, “lo que usted quería decirle al Presidente, leruego que me lo diga a mí, y tenga la seguridad de que suspalabras serán transmitidas textualmente al presidente y deque, por mi conducto, recibirá su respuesta”. Le dije que aqué horas pensaba recibirme en su despacho, pero me con-testó que él iría personalmente a la embajada, y convinimosla hora en que tendría lugar la conferencia al día siguiente.Entiendo que fue la única ocasión en que Sumner Welles fuea la embajada de México a tratar negocios con el embajador o

  • 51

    con algún funcionario mexicano, pues siempre tales confe-rencias se verificaron en el Departamento de Estado. Al díasiguiente informé, pues, a Sumner Welles del temor que te-níamos de que se enviara alguna nota áspera al gobiernomexicano, como nos lo había informado un periodista biendocumentado en los asuntos que tenían lugar en el Departa-mento. Le dije igualmente que por mediación del GeneralHurley y del mismo John Lewis estábamos negociando con elseñor Sinclair, y que creía que nuestras negociaciones ten-drían éxito. En esas negociaciones no íbamos a discutir elderecho de México a expropiar la propiedad privada de lasempresas petroleras, sino simplemente la compensación de-bida a Sinclair y la forma de pagar. Me dijo el propio SumnerWelles que informaría al señor presidente, pero que podíaanticiparme que no se enviaría ninguna nota áspera al gobier-no mexicano en un futuro próximo, y que tanto el presidentecomo él verían con simpatía arreglos directos entre el gobier-no mexicano y las compañías petroleras.

    Días después, el General Hurley me informó que Sinclair,que se encontraba en California, vendría en automóvil a Was-hington con objeto de tener una entrevista con nosotros paradiscutir los términos del arreglo. Mi amigo W. A. Davis fueinformado por mí de la inminencia de una conferencia conSinclair; me dijo que me iba a preparar un informe para miconocimiento personal de los bienes de Sinclair en México,así como el valor que él estimaba podían tener. Que él creíaque ese memorándum me sería útil en el momento en que yohablara con el astuto hombre de negocios, que seguramentetrataría de inflar el valor de sus propiedades. Llegó efectiva-mente Sinclair a Washington, y, siempre por conducto delGeneral Hurley, nos dijo que él creía que nuestra conferenciadebía ser secreta para su mejor éxito; que él era muy conoci-do en Washington y que si algún periodista lo veía entrar a la

  • 52

    embajada de México no dejaría de publicarlo y empezaríanlos rumores acerca de nuestras negociaciones, lo que pondríaen guardia a las otras compañías y comenzarían sus intrigaspara evitar algún acuerdo; que él estaba alojado en el hotelShoreham de Washington y que nos invitaba a cenar esa no-che; tendríamos una conversación que podía ser definitiva elGeneral Hurley, John Lewis, el señor Sinclair –que nos acom-pañaría a la conferencia con uno de sus técnicos–, el embajadory yo. Que si acabábamos temprano nuestra discusión nos in-vitaba a jugar una partida de bridge, que sabía que nos gustabaal embajador y a mí, y que él jugaría en pareja con el técnicoque lo acompañaría. La discusión con el señor Sinclair fuelarga pero cordial. Como lo había previsto Davis, trató deexagerar el valor de sus propiedades, pero con los datos queyo conocía y con los que obtuve del memorándum de Davis,del cual hice un cuidadoso estudio, objeté los datos de Sinclair,que por fin nos dijo: “No sé quién lo habrá instruido a usteden mis negocios, pero debo reconocer que toda la informa-ción que usted tiene es absolutamente correcta. El valor queasigna a las propiedades de mis compañías en México es co-rrecto, pero yo creo que tengo derecho a alguna pequeñautilidad sobre ese valor, teniendo en cuenta que voy a recibirseveras críticas de las demás compañías petroleras y que us-tedes –el gobierno mexicano– obtienen una posición ventajosapara negociar con las demás empresas.”

    En la discusión él atribuía un alto valor a una propiedadllamada El Charro, que poseía en unión de la Standard Oil deNueva Jersey. Yo le contesté que esa propiedad era wildcat, yque por lo tanto carecía de valor, pues no se había hecho enella ninguna inversión. Sinclair me dijo que lo que yo decíaera cierto, que aunque tenían informes de geólogos que atri-buían enorme valor a El Charro él tenía ya mucha experienciaen los informes de los geólogos; sabía que éstos tienen valor

  • 53

    hasta el momento en que sus informes son corroborados porla perforación. Que tenía propiedades en los Estados Unidos,a las cuales sus técnicos habían atribuido un enorme valor,pero que al iniciar las perforaciones habían encontrado pozosabsolutament