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CÓMO FLUYE LA CORRIENTE En La vejez (una obra lucida que no envejece), la pensadora y escritora francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) apunta que la forma en que una sociedad trata a los ancianos dice mucho acerca de sus valores, sus principios y sus fines. Y cuenta que en una aldea de Bali solían sacrificar y comer a los viejos, hasta que se perdieron conocimientos y tradiciones esenciales pues no había quien los conservara y transmitiera. Así, cuando hubo que construir nuevas casas y edificios respetando el estilo y las necesidades del lugar, nadie sabía cómo. Entonces un joven trajo a su abuelo (al que había escondido en el bosque) y, a cambio de que respetaran su vida, éste enseñó a la comunidad lo que se había perdido y olvidado. Desde entonces no se comieron a los viejos, los honraron. Los viejos fueron jóvenes, así fluye el río de la vida. Por lo tanto tienen mucho para decir acerca del curso de las aguas. Pero los jóvenes no fueron viejos. Sus conocimientos provienen del instante y no de la extensión del tiempo. El instante es fugaz. Hay más para comprender en lo que permanece y tiene raíces (sin raíz no habrá tronco ni follaje) que en aquello que se agota en la inmediatez. Que un viejo no entienda del todo las modas, las técnicas, la información abrumadora, coyuntural y perecedera, será siempre menos grave que si un joven no entiende que el mundo no nació con él, que hubo otros forjándolo, conservándolo y haciéndolo girar hasta que él llegara, y que a esos otros les debe atención, paciencia y agradecimiento. Las aguas del río existencial (como todas) corren en una dirección y quien va en ellas pasará inevitablemente por donde otros le precedieron. Vale recordar esto en épocas en que se idolatra a lo joven y lo nuevo sólo por serlo. "No sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos; reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja", dice de Beauvoir. Vejez no es enfermedad, sino una etapa de la vida. . Morderse la cola. Sergio Sinay. "Cualquiera puede llevar una vida amargada, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende, no basta con tener alguna experiencia personal con algunos contratiempos." El psicólogo y filólogo Paul Watzlawick apuntaba esto en El arte de amargarse la vida. Hay dos pasos esenciales para victimizarse exitosamente. Uno es crear una profecía y creer en ella ("Me van a perjudicar", "No me van a aceptar", "La tienen conmigo", etcétera). Una idea fija puede crear su propia realidad, señalaba Watzlawick. Lo importante es creer ciegamente en ella independientemente de cualquier alternativa o evidencia en contrario. Y el segundo paso consiste en aferrarse 1

Dialogos Del Alma. Sergio Sinay

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Seleccion de notas del Psicologo, publicadas en La Nacion.

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CÓMO FLUYE LA CORRIENTE

En La vejez (una obra lucida que no envejece), la pensadora y escritora francesa Simone de

Beauvoir (1908-1986) apunta que la forma en que una sociedad trata a los ancianos dice

mucho acerca de sus valores, sus principios y sus fines. Y cuenta que en una aldea de Bali

solían sacrificar y comer a los viejos, hasta que se perdieron conocimientos y tradiciones

esenciales pues no había quien los conservara y transmitiera. Así, cuando hubo que construir

nuevas casas y edificios respetando el estilo y las necesidades del lugar, nadie sabía cómo.

Entonces un joven trajo a su abuelo (al que había escondido en el bosque) y, a cambio de que

respetaran su vida, éste enseñó a la comunidad lo que se había perdido y olvidado. Desde

entonces no se comieron a los viejos, los honraron.

Los viejos fueron jóvenes, así fluye el río de la vida. Por lo tanto tienen mucho para decir

acerca del curso de las aguas. Pero los jóvenes no fueron viejos. Sus conocimientos provienen

del instante y no de la extensión del tiempo. El instante es fugaz. Hay más para comprender en

lo que permanece y tiene raíces (sin raíz no habrá tronco ni follaje) que en aquello que se agota

en la inmediatez. Que un viejo no entienda del todo las modas, las técnicas, la información

abrumadora, coyuntural y perecedera, será siempre menos grave que si un joven no entiende

que el mundo no nació con él, que hubo otros forjándolo, conservándolo y haciéndolo girar

hasta que él llegara, y que a esos otros les debe atención, paciencia y agradecimiento. Las

aguas del río existencial (como todas) corren en una dirección y quien va en ellas pasará

inevitablemente por donde otros le precedieron. Vale recordar esto en épocas en que se

idolatra a lo joven y lo nuevo sólo por serlo. "No sabemos quiénes somos si ignoramos lo que

seremos; reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja", dice de Beauvoir. Vejez no es enfermedad, sino una etapa de la vida. .

Morderse la cola.

Sergio Sinay.

"Cualquiera puede llevar una vida amargada, pero amargarse la vida a propósito es un arte que

se aprende, no basta con tener alguna experiencia personal con algunos contratiempos." El

psicólogo y filólogo Paul Watzlawick apuntaba esto en El arte de amargarse la vida. Hay dos

pasos esenciales para victimizarse exitosamente. Uno es crear una profecía y creer en ella

("Me van a perjudicar", "No me van a aceptar", "La tienen conmigo", etcétera). Una idea fija

puede crear su propia realidad, señalaba Watzlawick. Lo importante es creer ciegamente en

ella independientemente de cualquier alternativa o evidencia en contrario. Y el segundo paso

consiste en aferrarse fuertemente al pasado, repasarlo una y otra vez, masticarlo como un

rumiante. El aspirante a la vida amarga (como lo definía este teórico austríaco) verá siempre lo

pasado como mejor, como oportunidad perdida, o como el momento en que fue perjudicado.

Una gran ventaja de esa actitud, advierte Watzlawick, es que no deja tiempo para ocuparse del

presente.

Evadir el presente es un modo cierto de escapar a la responsabilidad por los propios actos y

decisiones. Una fuga inútil, puesto que cada balance de nuestra vida nos demostrará que

hemos llegado al punto en que nos encontramos como consecuencia de acciones y elecciones

propias. Se dirá que a menudo son otros los que deciden cuestiones que nos afectan. Es cierto,

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pero somos nosotros quienes actuamos de un modo o de otro ante las decisiones de terceros

que nos involucran o ante circunstancias del azar. Al elegir la victimización como estado

permanente, se busca delegar en otros o en el destino la responsabilidad por la propia vida.

Pero la responsabilidad es siempre individual e indelegable. La autovictimización suele buscar,

también, la compasión o complicidad ajenas. Pero no parece ser el mejor camino para tal

cosecha. Más temprano que tarde los autocompasivos terminan por abrumar y alejar a quienes

podrían ayudarlos y escucharlos. Ensimismados en su lamento, a menudo no ven aquello que puede procurarles un momento feliz. Y nadie tiene la culpa de lo que uno se hace a sí mismo. .

Domingo 08 de julio de 2012 Diálogos del almaSer parte del marPor Sergio Sinay | Para LA NACIONSi una ola se ve a sí misma sólo como ola, su vida será breve y angustiada. Morirá en la rompiente y dejará de ser. Todo lo que vaya en contra de su condición de ola amenaza su vida, de manera que se protegerá aislándose, ensimismándose y desentendiéndose del mar. Si expande su conciencia y se ve a sí misma como agua, sabrá que su identidad no está amenazada. Como agua será eterna y comprenderá que la ola es una forma transitoria del mar. Ahora comprende que es parte de algo más vasto que ella misma, y partícipe de un ciclo eterno. El mar ya no le es indiferente, pues ella es mar. Esta parábola, (…), explica en dónde se gestan las actitudes de quien comparte y de quien no lo hace.Para compartir es necesario haber ampliado nuestra conciencia hasta sentirnos parte de un todo y saber que es en ese todo donde nuestra vida cumple un propósito y alumbra su sentido. El egoísmo, por el contrario, consiste en creerse un todo autosuficiente que no necesita de nada ni de nadie, que se basta a sí mismo para existir. Las virtudes y los defectos no tienen sexo ni edad, pero a veces se manifiestan de un modo diferente según el género y los años de cada quién. No se es egoísta por ser hombre (aunque a muchos varones los mandatos de una masculinidad tóxica los ayudan), sino por una cosmovisión. Quien comparte multiplica sus gozos y reduce sus penas. La presencia del otro siempre es una bendición. Se trata de registrarla, reconocerla y honrarla. El egoísmo ahonda las penas y empobrece las alegrías, ambas se viven detrás de un espeso muro de indiferencia y de soledad existencial. Nuestras experiencias con otros pueden ser breves o prolongadas, lo que importa es si las compartimos o si se trata de soledades en compañía. Si lo hacemos como olas o como mar..

La Nación- 22/07/ 2012Sergio Sinay Cuestión de principiosSer coherente o fiel no es positivo por definición. Hay ladrones, asesinos, mentirosos, infieles o corruptos que son muy coherentes. Actúan siempre igual. Otra gente es coherente con su egoísmo, con su oportunismo ético, con su capacidad para manipular y engañar. Y hay personas cambiantes en sus adhesiones y conductas, que esgrimen hoy un pensamiento, una cosmovisión o un ideario y mañana se aparecen muy campantes con otro, quizá más preocupadas por un beneficio inmediato antes que por una vida trascendente. Trascender es ir más allá del propio e inmediato interés, del cómodo círculo de pertenencia, y proyectarse en acciones, conductas y actitudes que lleguen a otros y calmen un dolor, provoquen una sonrisa, impulsen un cambio, reparen un daño, alienten una labor o un propósito y dejen al mundo un poco mejor al final del día.¿Alguien puede decir que esto le resulta inalcanzable o imposible? (…) se puede hablar de principios morales?. Según el filósofo francés André Comte-Sponville, quizá estos principios no son necesarios desde un punto de vista lógico, pero son

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subjetivamente indispensables. Contribuyen a darle una columna vertebral a nuestra manera de ser y actuar en el mundo. La dificultad de mantener principios morales no proviene del exterior, del medio social, sino del interior de las personas. Siempre habrá algo que perturbe u obstaculice la puesta en práctica o el mantenimiento de esos principios. Por eso son valiosos. Actuar en consonancia con valores morales es una elección. También podemos dejarlos de lado, falsearlos, vaciarlos o trampearlos. Justamente, la elección da trascendencia a nuestras conductas y actitudes. Las costumbres y tendencias sociales predominantes suelen incitarnos a transitar el camino de lo inmediato y descartable. Si aceptamos no es por obligación, sino por elección. En cuestión de principios no hay excusas. Hay principios..

Domingo 05 de agosto de 2012 Diiálogos del almaLa decencia y la justiciaPor Sergio Sinay | Para LA NACIONUna sociedad que aspira a llamarse civilizada debería atender la pregunta de María Rosa. A la que se podrían agregar otras: ¿por qué es irrecuperable un joven delincuente y no lo es un político adulto y repetidamente corrupto? ¿O un funcionario ineficiente y negligente que provoca accidentes mortales con su desidia? ¿O quienes no velan por la seguridad que aquellos delincuentes violan? ¿Quién mide si alguien es o no recuperable? ¿Con qué vara? En La sociedad decente, un trabajo excepcional, el filósofo Avishai Margalit, dice: "La forma en que una sociedad maneja sus políticas y procedimientos de castigo es el verdadero punto de inflexión, que determina si esa sociedad es decente o no".Para Margalit, una sociedad decente se define por si humilla o no a sus integrantes. Y dedica el ensayo a estudiar las diferentes formas que esa humillación adquiere en la cultura, en la burocracia, en la política, en la justicia, en las políticas de empleo, salud y educación, en el ejercicio de la ciudadanía y en la vida institucional. Leídas hoy y aquí, esas páginas duelen. La situación que describe María Rosa demuestra hasta qué punto el olvido del respeto como ingrediente básico de la trama social crea el caldo de cultivo para que algunos humillados no se reconozcan como parte de esa trama ni crean que deban respetarla, pero al mismo tiempo otros, que se consideran dentro de ella, no vacilan en actuar con los mismos parámetros que aquellos a quienes ven como irrecuperables. Una sociedad que olvida el respeto, que se asienta en el utilitarismo rapaz, que pierde la empatía y proclama el sálvese quien pueda o el primero yo se condena a producir cada día más irrecuperables. ¿Pero quién decide a quién se recupera y a quién no? Cuando la justicia se ausenta, muchos se tientan con ser jueces..

Domingo 29 de julio de 2012 | Diálogos del almaEsa misteriosa fortalezaPor Sergio Sinay | Para LA NACIONSeñor Sinay: Frente a las dificultades de la vida algunas personas se desmoronan y otras lo ven como un simple obstáculo, un desafío para seguir adelante. ¿Qué determina esto? María Beatriz Burroni ZubeldíHacia fines de los 70 y luego de haber estudiado durante más de una década la situación de los niños en riesgo, el psiquiatra infantil británico Michael Rutter apeló a una palabra proveniente de la física de los materiales para describir la capacidad de muchos de esos niños para sobreponerse a traumas, maltratos y experiencias devastadoras y construir una vida con sentido a pesar de la adversidad. La palabra es resiliencia y proviene del latín resilire (rebotar). Indica la cualidad de ciertos metales de resistir fuertes presiones, adaptarse y luego recuperar y mantener su forma original.

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Esa cualidad, que intriga a nuestra amiga Beatriz, se presenta en algunas personas y es objeto de intensos estudios que aún no dan con respuestas definitivas y asertivas. Sin embargo, hasta donde han podido comprobar respetados investigadores del tema (como el francés Boris Cyrulnik o el holandés Stefan Vanistendael), las condiciones de la resiliencia son innatas en algunos individuos, en otros provienen del aporte de condiciones externas y ambientales, y en muchos más resultan de la interacción e integración de ambos factores.La cercanía de personas empáticas, valorativas y afectuosas, capaces de indicar con sus acciones los caminos posibles para trascender una experiencia traumática, es un factor decisivo, según se sabe, para disparar la resiliencia. Asimismo, quienes se sienten queridos y apreciados (y viven experiencias tempranas en ese sentido) tienen mayor confianza en que encontrarán la ayuda o el camino que los rescatará de vivencias dolorosas. Son, también, los que hallarán en ellas motivos de aprendizaje y fortalecimiento.Algunas obras de Cyrulnik, como Los patitos feos o Memorias de un espantapájaros, recogen emocionantes ejemplos de esto. Al final, como en tantas cosas, la respuesta está en el amor.Diálogos del almaLa trampa del apegoPor Sergio Sinay  | Para LA NACIONSeñor Sinay: ¿Cómo manejamos el desapego (actitud de mirar al futuro) con el compromiso (actitud tan poco vista en esta sociedad light)?Diana DIdiRE:Un discípulo angustiado acudió a su maestro y mentor espiritual con una pregunta desesperada: "¿Cómo puedo liberarme, maestro, de todo lo que me retiene?" La respuesta fue: "Amigo mío, ¿quién te ata además de tu mente?" Este relato, que Ramiro Calle, orientalista y guía de meditación, recoge en Cuentos espirituales de Oriente, denuncia en dónde se encuentra el origen del apego. La mente crea, dice Calle, las cadenas que nos atan a aquello que creemos indispensable y sin lo cual nos sentimos incapaces de vivir. Puede tratarse de bienes materiales, de hábitos, de actividades o de personas. Una de esas trampas mentales consiste en la creencia de que algo que obtuvimos o sentimos en un determinado momento sólo existe si proviene de la fuente que lo proveyó, y que apartados de esa fuente nunca más sentiremos o viviremos aquella experiencia. El apego conlleva la pretensión de detener el tiempo y los cambios, de congelar un momento y una imagen. Como dice nuestra amiga Diana, cancela el futuro e incluso le teme, porque teme que la ligazón desaparezca en cualquier tiempo que no sea el presente. La separación de aquello a lo que estamos apegados se vive entonces como una pérdida.David Brazier, psicoterapeuta y monje budista, autor de Terapia Zen, un muy interesante trabajo que integra ambas miradas, señala que una de las enseñanzas fundamentales de Buda dice que todo lo que está unido se separa más temprano o más tarde. Reconocer esto, saber despedirse, agradecer por lo experimentado y lo incorporado a través del encuentro o la vivencia es, en definitiva, como bien recuerda Brazier, comprometerse con la vida. Toda la vida se compone de ciclos de retiro y de contacto. La respiración (inhalar-exhalar), el ritmo cardíaco (sístole-diástole), la jornada (día-noche), nuestro hacer (actividad-descanso), las estaciones (frío-calor), todo fluye en esos dos movimientos. El apego es el intento por detener tal danza. El compromiso, en cambio, no se queda con lo aparente, con la exterioridad de aquello que valoramos, sino que capta su esencia y puede respetarla y honrarla según las modos en que ésta se manifieste. Compromiso y libertad pueden ir juntos, pero donde

hay apego no hay libertad. .

Diálogos del alma

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A cada quien con su equipajePor Sergio Sinay  | Para LA NACIONMail: [email protected]        Pareciera que nada alcanza, somos inquilinos de la queja. Debatimos en interminables charlas de café con nuestra suerte el motivo por el cual vino hoy a molestar más que antes y, por supuesto, nunca menos que mañana. Estamos convencidos de nuestro reproche. El tránsito carece de horizontes si sólo caminamos en el bosque. Así y todo, creeremos que la gota sudada siempre será mayor que la merecida. Mamerto Menapace, cura viejo y entendido en la materia de vivir, dijo una vez: "Cada uno carga con la cruz que puede soportar". Ni más ni menos peso. Si aprendiéramos a disfrutar del viaje, ¿llegaríamos mejor a destino?Juan Ignacio BuosiRE: Quizá buena parte de la queja extendida y cotidiana que respiramos, y que poluciona nuestra mente y nuestro corazón, parta de un malentendido original. Según éste, tendríamos un destino asegurado. Queremos encontrarnos en él sin viajar y reclamamos si hay que hacer el tránsito. Pero todo el secreto está en el viaje, en sus incidentes, en sus riesgos y en cada uno de sus albures. Si se pudiera llegar sin viajar, nada habría para contar. Estaríamos privados de la experiencia. No sólo se quejan quienes encuentran obstáculos durante la travesía, sino también quienes llegan por un atajo. Tienen lo deseado, pero no los abandona la ansiedad, ni el desasosiego ni la sensación de vacío. No venimos al mundo con un destino asegurado bajo el brazo, ni con una garantía de que lo alcanzaremos ni con un seguro para el caso de que no fuere así. Si algo marca cada vida, es un interrogante congénito: ¿cuál es el sentido de esa vida? De ahí en más, se trata de responder, no de pedir cuentas. Y la respuesta está en el viaje y su peripecia, no en la llegada. Traemos el bagaje esencial para el periplo y suele suceder que quienes se quejan de un exceso de peso en su equipaje busquen al culpable en el entorno sin preguntarse si no han sido ellos mismos quienes la crearon con sus elecciones, decisiones y conductas. No sólo se disfruta de un viaje cuando es plácido, sino también cuando, a pesar de las dificultades, no nos apartamos del camino. Los obstáculos suelen ser la forma en que la vida nos pregunta acerca de nuestras convicciones, vocación, afectos y valores. Finalmente llega mejor quien

responde mientras viaja. .

Un espejo social de 140 caracteresPor Sergio Sinay  | Para LA NACIONMail: [email protected]         Entre los cuestionamientos que se pueden hacer a las redes sociales hay uno que no les cuadra: el alto voltaje discriminatorio, la agresividad desmedida, la intolerancia serial que suelen asomar en esos espacios virtuales, especialmente en Twitter, no son producidos por ellas.En todo caso allí se exhibe algo que ya existía. El anonimato, la ausencia física del otro, la convicción de que no se deberá responder por la consecuencia de lo que se diga y por cómo se lo diga quitan la última traba que frenaba a quienes salen a vaciar su resentimiento y su fanatismo en 140 caracteres (la pobreza de lenguaje y de ideas de muchos de esos mensajes suelen hacer que esos caracteres sobren).La red social provoca de ese modo un efecto testimonial. En algún momento, si lo efímero de la virtualidad no borra toda huella, los antropólogos tendrán un rico material para detectar la sombra de una sociedad. Sombra tal como la consideraba Carl Jung: todo aquello que una persona, un grupo o una sociedad niegan, rechazan u ocultan de sí y proyectan en otro, dándose así excusas para la intolerancia, la discriminación, la difamación y, en casos graves, para exterminios y tragedias. Pero antes de esperar a que sea la historia la que estudie este fenómeno, su sola manifestación podría ser escuchada como un llamado de atención.

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En el caso de la Argentina se da un significativo contraste entre una activa promulgación de leyes antidiscriminatorias y una virulenta e igualmente incesante descalificación de personas en las redes a partir de sus ideas, su sexo, su edad, su filiación política o deportiva y sus opiniones. La mayoría de las veces escudándose en alias, como si se admitiera la bajeza de la acción pero no se pudiera resistir a cometerla. Quizá también aquí está presente la sombra, para decir que no es tan importante lo que una sociedad muestra hacia afuera, sino cómo convive adentro. Y en esto el testimonio de las redes sociales (otra vez, Twitter en especial) puede ser

impiadoso e insobornable. .

Domingo 06 de mayo de 2012 Diálogos del almaAmores cósmicosPor Sergio Sinay | Para LA NACIONEl dharma es, en el pensamiento hindú, un concepto que incluye prácticamente a todos los conceptos. Se trata, junto con el karma, de una de las dos nociones esenciales de ese pensamiento. Un sistema filosófico tan complejo como antiguo, que difícilmente podría ser resumido en un par de párrafos. Aun así se puede señalar que el dharma comprende la armonía entre el orden cósmico y el orden moral, o sea, el comportamiento ético de las personas. Así lo explica Purusottama Bilimoria en Compendio de ética, una extraordinaria compilación de ensayos debida al filósofo australiano Peter Singer. El karma, o principio de acción y consecuencia, es la idea de que todo acto consciente y voluntario tiene un efecto profundo que va más allá de lo aparente. Dado que los hindúes creen en la reencarnación, esa consecuencia puede extenderse a las siguientes vidas del actor.Hay un diálogo, o una danza, entre dharma y karma. En efecto, las acciones kármicas pueden alterar el orden dhármico si van contra lo que se acepta como correcto y bueno. Esa relación entre ambas ideas tiene, si se lo piensa, un profundo contenido moral. Obliga a pensar en los otros y en el mundo antes de actuar. En cierto modo, recuerda a las nociones griegas de cosmos (el orden universal basado en las leyes naturales) y caos (todo aquello que subvierte aquel orden y va contra esas leyes). En el caso del pensamiento griego a la hybris, que es el exceso capaz de provocar el caos, le sobreviene la némesis, el escarmiento que los dioses destinan al provocador.¿Qué sería, entonces, un amor dhármico? Quizá se trate, en definitiva, de un amor que fluye con la armonía del universo y que no la altera. Un amor moral sostenido en los valores que perpetúan esa armonía, un amor en el que las personas se reciben y se respetan como partes necesarias del todo que les da entidad. No es necesario adherir a la filosofía o religión hindú para comprometerse a amar de este modo. Hay actitudes amorosas y nociones morales que son universales..

Bailar de a dosPor Sergio Sinay | Para LA NACION

(…) El encuentro real entre las personas es una experiencia compleja y maravillosa para la que no basta sólo el deseo de una de ellas. Esa distancia inicial se cubre desde ambos márgenes, todo vínculo es una construcción compartida. Y donde uno no quiere, dos no pueden. Como dice Fritz Perls (1893-1970), creador de la psicoterapia gestáltica, en su Oración: No he venido a este mundo a cumplir tus expectativas/ No has venido a este mundo a cumplir mis expectativas/ Soy yo/ Eres tú/Hago lo que hago/ Haces lo que haces/ Si nos encontramos/ puede ser maravilloso/ Si no, no tiene remedio.No es el apego, nos recuerda Perls, lo que no unirá, sino el encastre de nuestras diferencias complementarias. No nos convertimos en espejos instantáneos del otro ni

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él de nosotros. Que deseemos vincularnos con alguien no significa que el deseo sea recíproco. Y la falta de reciprocidad no es necesariamente rechazo, aunque nos frustre. Un encuentro genuino conlleva riesgos, recuerda el terapeuta existencial Rollo May en El dilema del hombre. Remueve las bases de nuestra seguridad. ¿Llegaremos al otro, existirá un lazo entre nosotros? No lo sabemos, los vínculos humanos tienen una gran cuota de misterio. No estamos obligados a relacionarnos con todo el mundo, el afecto es producto de un proceso, de una siembra hecha de experiencias compartidas. A lo que sí estamos obligados es al mutuo respeto, aunque no nos vinculemos. Alguien que es distante con nosotros, puede ser muy cercano a otros, del mismo modo en que la intimidad que creamos con una persona no necesariamente la reproduciremos con otras. Si los vínculos que prenden son sanadores, es porque nacen de un mutuo, delicado y paciente artesanado afectivo..

Sábado 23 de junio de 2012 Los tres corazones de la pasiónPor Sergio Sinay | Para LA NACIONLos hinchas vienen en tres categorías (simpatizantes, fanáticos y amantes). Sus corazones también.El simpatizante sigue de lejos los dolores del equipo y se suma a los goces de un modo casual y liviano. Este fin de semana estará interesado, pero no sufrirá mayormente. Su corazón está a salvo. El amante espera con emoción cada cita semanal, sueña con ella, integra las tristezas y alegrías futboleras a su vida sin detenerla; tiene compromiso con su equipo, una memoria fiel y agradecida, y ese amor enriquece su vida, no la degrada.Según cómo le vaya hoy o mañana a la camiseta querida, el amante generará endorfinas (ese neurotransmisor llamado "droga de la felicidad"), renovará los votos amorosos, se sumergirá con alegría en proyectos laborales, familiares, sociales o existenciales con afán y creatividad. O vivirá algunos días teñidos por una pátina de melancolía y suave depresión de la que saldrá con el amor intacto.El amor protegerá a su corazón, no del dolor, pero sí de sustos mayores. Y lo digo como amante de River; es decir que soy de los que tienen un corazón que transitará este fin de semana por todos estos estímulos.En cambio, el organismo del fanático no conoce la endorfina. Sólo produce adrenalina, es puro estrés en la derrota o en la victoria. Su club es obsesión y la suerte que corra en el campo de juego suscita emociones más que fuertes.Familia, amigos, pareja, trabajo, etcétera son un telón de fondo, perturbaciones que lo apartan de su punto fijo. Y ni hablar de los hinchas contrarios. Le resultan anomalías insoportables que tendrá que aguantar más allá de los 90 minutos que dura el partido.Simpatizantes y amantes tienen vida fuera de la tribuna, de la tabla de promedios o de los shows deportivos de la tele. Al fanático fuera de eso le espera la angustia, el vacío existencial: y lo tapa con la bandera del equipo.No entiende a quien no vive así, su reloj biológico tiene forma de pelota. Si algún fanático sobrevive a este fin de semana (en la derrota o en la victoria), será quien, además de fanático, sea cardiólogo. Porque, a juzgar por lo que se viene, no habrá corazón (propio o ajeno) que los aguante..Domingo 17 de junio de 2012 | Hay misterios, no secretosPor Sergio Sinay | Para LA NACION

(..)En la película Kung Fu Panda I. La trama lleva a Po, el protagonista, a buscar el secreto del pergamino del Dragón y encuentra, con la ayuda de su padre y de su maestro Shifu, que el pergamino no tenía nada escrito. El secreto era que no había secreto, que todo está en nuestro interior y en la intención con que lo hacemos.

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La pereza mental, la desidia espiritual, la búsqueda del atajo, el afán de conseguir resultados sin atravesar los procesos que llevan a ellos, la creencia de que se puede pasteurizar la vida despojándola mágicamente de sus aspectos dificultosos y dolorosos (esos que suelen ser fuente de aprendizaje) son factores que llevan a creer que hay un secreto cuya develación permitirá encontrar la felicidad a medida y para siempre. Cuando esta creencia se hace moda o epidemia, surgen lucrativas oportunidades para gurúes y manipuladores que ofrecen eso: el secreto que permita simular que se vive la vida, aunque sin experimentarla.Pero el secreto (…), es que la vida se conoce a través de las experiencias propias e intransferibles. En un bello y profundo diálogo, donde el biólogo Rupert Sheldrake y el ex sacerdote y filósofo Matthew Fox recorren temas esenciales (está en el libro Ciencia y espiritualidad), ambos insisten en que el mundo está ahí, abierto a nosotros, con sus misterios, y que tenemos la gracia de nuestros dones para explorarlos. No se aprende sobre las estrellas en los libros, dice Sheldrake, si no se sale a la noche a mirar el cielo.Los secretos se develan y los problemas se resuelven. Los misterios, en cambio, permanecen. Con ellos se convive. El 99 % del universo es materia oscura, desconocida, recuerda el biólogo. Solo conocemos el 1% del cosmos en el que vivimos. Nos rodea el misterio. Y perdemos su profundidad en el intento fatuo de revelar secretos..

Nuestros mejores testigosPor Sergio Sinay | Para LA NACIONuntarnos varios años más tarde con quienes hemos compartido un ciclo esencial de la vida, el abandono de la infancia, las turbulencias y sueños adolescentes, el inevitable anuncio de la adultez temprana, conlleva dos tensos interrogantes: ¿con quiénes me encontraré?; ¿cómo me encontrarán? Y también la ilusión de retrotraer el tiempo, de borrar años y cicatrices (sobre todo del alma), de volver a un paraíso perdido, que acaso nunca existió, pero que, imaginado como real, permite contar(nos) nuestra propia historia con un toque legendario.A veces estos reencuentros permiten cerrar formas que quedaron abiertas. Traen respuestas a preguntas que nos acompañaron durante largo tiempo, y con esas respuestas (que pueden llegar a doler, divertir o sorprender) se limpian zonas oscuras del recuerdo, se despiden molestos prejuicios, se airean, recomponen o refundan vínculos. Otras veces espera la decepción. El que soy hoy ha llegado a este punto por caminos que están muy alejados de los que mis compañeros transitaron. Y, sin embargo, al tenerlos ante mí se despliega un misterio frente al que sólo puedo rendirme. El de la evolución de cada uno de nosotros, de los que allá y entonces creímos que seríamos para siempre iguales a los que éramos.Pero luego empezamos a ser los que somos hoy y entramos en una atmósfera rara, con algo de onírico. Somos y no somos. Lo idéntico a entonces y lo absolutamente nuevo y diferente inician una danza intensa y silenciosa. Con algunos bailamos mejor que con otros. Y es posible que hoy seamos emocional e intelectualmente más afines a alguien con quien entonces nos descompasábamos. El gran desafío es aceptarnos en nuestras versiones actuales, no pedirnos los unos a los otros el imposible de retroceder ni de congelar el tiempo. Mientras tanto, el reencuentro nos permite agradecernos mutuamente haber sido parte, testigo, memoria cada uno en la vida del otro. Es bueno tener una vida para contar y seres queridos que la confirmen. Pero es un inútil ejercicio de melancolía pretender encallar en esa etapa. Lo mejor que nos puede pasar es descubrir que hay alguien con quien podemos caminar juntos..

El prójimo en míPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

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Aunque resulte paradójico, esas personas que tanto abundan y que ponen el eje del mundo en su ombligo mientras se desentienden de los demás, son finalmente las que menos se conocen a sí mismas. Es que, como advertía el divulgador científico Daniel Goleman en su clásico La inteligencia emocional, la empatía nace del conocimiento de uno mismo. Quien puede registrar y comprender sus propias emociones, necesidades y sentimientos está capacitado para reconocerlos en otros. Y no sólo reconocerlos, sino además entender de qué se trata, cómo se siente esa persona, qué necesita. Allí nace esa habilidad para la comunicación compasiva y activa llamada empatía. Esto último es esencial. Cuando simpatizamos con alguien, nuestro registro y comprensión son datos superficiales. Cuando empatizamos pasamos a la acción, la emoción del otro; su necesidad o su dolor nos mueven a hacer por él lo que, en su lugar, necesitaríamos que otro hiciera por nosotros.No se puede generalizar sobre las causas por las cuales hay personas discapacitadas para reconocer la emoción ajena, conmoverse y actuar con ella. Aunque hay algunas evidencias de que quienes se criaron en ambientes empáticos, en los que se prestaba atención a sus emociones y se les ayudaba a comprender de qué manera sus actos afectaban a otros, tienen más desarrollada esa habilidad enriquecedora del vínculo humano. En cuanto a si se puede modificar la conducta egoísta, hay que recordar que los seres humanos contamos con la conciencia, poderosa herramienta para explorarnos, comprender el alcance de nuestras acciones y modificar actitudes. Donde

empieza la conciencia mueren las excusas. .

mingo 04 de marzo de 2012 | Publicado en edición impresa¿Divertidos o felices?Por Sergio Sinay | Para LA NACIONLa búsqueda del placer como fin en sí mismo es, efectivamente, una marcada tendencia en la cultura de lo instantáneo. La palabra divertido en todas sus formas y deformaciones copa el lenguaje y guía las conductas. Todo debe ser divertido: lo que hacemos, lo que nos contamos, los trabajos, los estudios, las conversaciones, la ropa, la comida y hasta las terapias. Se penaliza al amargo, al que no se pliega a la fiesta continua, al que prefiere otros ritmos y otras búsquedas. Hay adicción a la adrenalina (entre otras adicciones glamorosas). El filósofo Alan Watts (1915-1973) lo advertía al describir, en Vivir el presente, un mundo obsesionado por ser todos buenos, todos alegres, todos felices y por ganar sin perder, sin matices, como si habitáramos un Hollywood universal. Una suerte de Truman show, mundo artificial que sigue un guión sin dramatismo.Diversión, en su origen latino, significa desviar. ¿Desviarse de qué? ¿Evitar encontrarse con qué? Tal como lo escribió en El hombre doliente y lo ejemplificó en numerosos textos y conferencias, Viktor Frankl pensaba que cuando el placer (al igual que el poder) se convierten en objetivos de las acciones humanas, es porque se ha frustrado o perdido la voluntad de sentido, de significado existencial, en la propia vida. Como fin último y permanente el placer, decía, es un móvil neurótico. Y muchos fines neuróticos suelen justificar los medios, cualesquiera sean.Otra cosa es la felicidad. En su expresión más plena ella es la consecuencia de un modo de vivir, nace de logros plasmados. Decía Frankl que el ser humano no busca la felicidad, sino razones para ser feliz. Esto es tareas, vínculos, modos de vivir sus afectos y valores que, como huella de su andar, lo hagan sentir en plenitud existencial. El placer es efímero (no por eso deja de haber placeres entrañables), necesita renovarse, a menudo compulsivamente. Quizá quienes piensan que primero (….), está la responsabilidad y después el placer, optan por buscar razones para ser felices..Domingo 22 de abril de 2012 | Publicado en edición impresa

Prisioneros de un pensamiento atávico

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Por Sergio Sinay  | Para LA NACION Desde que, a mediados del siglo XX, se empezaron a cuestionar con intensidad creciente los modelos femenino y masculino tradicionales, y al tiempo que las mujeres comenzaron a recuperar su derecho a desear, la autonomía sobre su cuerpo, la posibilidad de incursionar en áreas sociales, políticas, económicas, sexuales, profesionales y públicas que les habían sido vedadas, también se promovió la demanda de transformaciones en los hombres. Que salieran del rígido y estrecho molde del productor y proveedor económico, del competidor infalible, del conquistador implacable, del administrador del mundo público, del acorazado emocional, que se atrevieran al intercambio afectivo explícito, a las acciones intuitivas, a explorar el universo de su propia encapsulada sensibilidad.Un mayor protagonismo amoroso expresado en acciones y en palabras, una mayor presencia en las rutinas cotidianas, un más intenso compromiso en las cuestiones vinculadas a la salud, la educación, la alimentación y la agenda diaria de los hijos, fueron, en el plano de la paternidad, parte importante de ese reclamo a los varones. Justo reclamo, que no sólo respondía (y responde) a necesidades de las mujeres, sino, primordialmente, de los hijos. Aunque no hubo un verdadero movimiento colectivo masculino en esa dirección, muchos hombres (sobre todo los más jóvenes) adoptaron ese modelo de paternidad presente, atenta, afectivamente nutricia, amorosa y proveedora, en fin, de un modelo masculino más rico y enriquecedor.Como suele ocurrir, las instituciones políticas y sociales quedan a menudo empantanadas en paradigmas rígidos y arcaicos, no registran las transformaciones de la sociedad en la que actúan y, haciendo más de lo mismo que venían haciendo, no sólo se aíslan de las personas y de los procesos reales sino que van en su contra. Además de no solucionar problemas, los crean o se convierten ellas mismas en problemas. A la luz de numerosas decisiones judiciales en casos de divorcio se ve hoy que, en la práctica, muchos hombres sufren por haberse salido del rígido modelo masculino tradicional. Se les impide ser padres presentes, se les prohíbe el ejercicio cercano y amoroso de su paternidad, se los condena a la condición de meros proveedores económicos. Una justicia que sigue creyendo, atávicamente, que los hijos son más de la madre que del padre, que el papel de éste se agota en el aporte de simiente, apellido y sostén material, que desconfía (a través de sus fallos) de la capacidad masculina para la crianza, para el cuidado y para el amor, es, hay que decirlo con todas las letras, una justicia machista. Condena a las mujeres a parir y a los hombres a proveer. Y, lo peor, aunque diga actuar en función de lo más conveniente para "el menor", no ve en el hijo a una persona, lo ignora como tal, lo despoja de una fuente de amor necesaria y lo convierte en mera pieza inerte de un mecanismo jurídico.En el largo camino que queda por recorrer para forjar puntos de encuentro profundo entre hombres y mujeres a partir del reconocimiento y respeto de las diferencias, todo

esto ayuda muy poco. O nada. .

Domingo 10 de junio de 2012 | Al padre lo que es del padrePor Sergio Sinay  |  Ariel Vázquez con Milo, de 7 meses.Todos crecimos con hambre de padre. Al mismo tiempo que recibíamos leche del cuerpo de nuestra madre, había cierta leche invisible del padre que emanaba de su ser. Todos sentimos algo inefable cuando estábamos físicamente cerca de nuestro padre y lo extrañábamos cuando se iba. No importaba tanto lo que hiciéramos en nuestro tiempo juntos. La leche de nuestro padre parecía fluir en nuestro interior y

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alimentarnos con su cercanía." Autor de Los príncipes que no son azules, libro emblemático del despertar de una más profunda conciencia masculina a comienzos de los años 90, así definía el psicoterapeuta Aaron Kipnis un fenómeno que los años quizá modificaron en la forma, pero no en el fondo.El hambre de padre deriva de una vieja creencia cultural. Según ella, los hijos serían un poco más de la madre que del padre, por el hecho de que ella los llevó en el vientre, los amamanta y, en definitiva., porque es mujer. Varones y mujeres aceptaron esto durante siglos, sin cuestionarlo. Pero llevar al hijo en el vientre no es fruto de una elección. Las parejas no acuerdan quién pondrá su cuerpo para la gestación. Si un hombre quisiera ser el portador, no podría. Extraer de allí la conclusión de que la madre es más apta para la crianza es injusto para ambos. Para el varón, porque lo desacredita sin pruebas, y para la mujer, porque a menudo le duplica la carga. Si en la práctica las madres terminan demostrándose más aptas, es por una cuestión de experiencia y de práctica, no de naturaleza. Culturalmente designadas (a través de mandatos explícitos e implícitos) para liderar la crianza, es decir las cuestiones nutricias, educacionales, de salud y emocionales de los hijos, terminan forzosamente por conocer más acerca de ellos que los padres.¿Pero qué pasaría si el padre se levantara cada vez que el bebe llora de noche, si fuera el que va (sí o sí) a las reuniones escolares, si llevara a los hijos a todas las actividades diarias, si fuesen los papás los que poblaran las salas de espera de los pediatras, si se encargaran de organizar y preparar las comidas de sus hijos y si se sentaran con ellos para hablar de cómo les va en la escuela, o con sus amiguitos o con sus noviecitas y noviecitos reales o imaginarios? ¿Qué pasaría si esos mismos papás, después de dejar a los chicos en el colegio, se dieran unos minutos para tomar un café con otros papás y hablar de sus hijos e intercambiar comentarios acerca de la tarea paterna cotidiana? Posiblemente terminarían siendo tan expertos como las madres. La palabra experto deviene de experiencia y experiencia es algo que se vive, que no se recoge de oídas, de lecturas o de prácticas ajenas.

Diálogos del alma

Juntos, pero no aún.

Por Sergio Sinay  | Para LA NACION 

    

Es bueno continuar con una relación en la que el amor de la otra persona no está profundamente arraigado en la pareja? 

Con rotunda brevedad, nuestro amigo Leonardo plantea cuestiones de peso. ¿Qué significa que el amor del otro esté profundamente arraigado? Acaso lo esté, pero no como lo deseamos o necesitamos. Quizá no a nuestra manera, sino a la de ella, o él. En La sabiduría del amor, el filósofo francés Alain Finkielkraut apunta algo tan cierto como inquietante: quienes se aman están juntos, pero no todavía. ¿Qué significa esto? Que como todo encuentro amoroso real es un encuentro entre seres diferentes, siempre anidará el anacronismo en la relación. Se

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trata de aprender a acompasar ritmos, deseos, posibilidades y tiempos. No todavía quiere decir que siempre faltará algo para llegar a la anhelada completitud; si ésta se produjera, habría una suerte de petrificación del vínculo. Eso que falta llama a seguir. En tanto seres vivos, dos que se aman crean un organismo (la pareja) que, como todo lo viviente, está en un proceso permanente de transformación. No hay una imagen congelada de la pareja; ésta alterna los ciclos de retiro y de contacto, de cercanía y de distancia. Dos instancias inherentes a la vida, como el inhalar y exhalar de la respiración.

Si la dualidad se convierte en unidad, dice Finkielkraut, ya no hay diálogo amoroso, sino monólogo, no hay diversidad ni espacio, no hay perspectiva desde la cual mirarse y descubrirse o reconocerse mutuamente. Sólo los miembros de la pareja perciben si el distanciamiento es un momento natural de la relación o si es ausencia. Mientras tanto, cada quien debe saber cómo necesita ser amado y cuál es la necesidad amorosa del otro. Si cada uno puede proveer y recibir eso que necesita, la respiración del vínculo alcanzará su cadencia propia, no habrá angustia en el momento transitorio del retiro y habrá profundo gozo en el contacto. Quizá antes de preguntarse por el arraigo del otro haya que inquirir sobre la propia necesidad y los propios tiempos. Para esa tarea son necesarios tanto el corazón como la mente. .

Amar de igual a igual

Por Sergio Sinay  | Para LA NACION

¿Te amo porque te necesito o te necesito porque te amo? Esta pregunta que alguna vez planteó Erich Fromm, viene al caso. En La paradoja del amor, el filósofo francés Pascal Bruckner imagina a la pareja como una conversación gozosa que gira alrededor de proyectos y propósitos comunes, de diferencias que se integran sin desaparecer, como un diálogo que apunta a una cronología larga antes que al "breve resplandor del deseo". Todo esto será posible en la medida en que haya paridad entre los amantes y se hará imposible si el vínculo sienta sus bases en las debilidades de uno y las fortalezas del otro. Allí se incuba el síndrome del rescatador, que afecta a aquellas personas que al compadecerse de otras se instalan a sí mismas como quien posibilitó la supervivencia de las otras.

Desde el momento en que el amor es una vía de doble mano, la paridad es un requisito básico. Esto no se da cuando, de movida, uno es el rescatador y otro el rescatado. El rescatado se ama más a sí mismo que al otro. El otro es la excusa que le permite decirse: "¡Qué bueno soy!, ¡qué capacidad de amor tengo!" Esta relación será entre un acreedor (que siempre encontrará una manera, por muy sutil que fuere, de pasar la factura) y un deudor que jamás terminará de saldar lo que debe.

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Por otra parte, ¿qué debilidades propias esconde el rescatador detrás de su actitud? ¿Qué fortalezas debe demostrar para tales flaquezas? Si el desprotegido es el otro, no lo soy yo. Si se establecen relaciones de paridad estarán a la vista las potencialidades pero también las carencias de ambos. Y acaso el protector-rescatador desconfía de poder demostrar las primeras ante un igual. Entonces buscará a un débil y lo amará. Sólo que no se tratará de amor sino de una transacción. Te necesito débil para sentirme fuerte. ¿Se puede cambiar? Este mismo texto contiene la respuesta. ß .

Domingo 24 de junio de 2012 | Publicado en edición impresaAtajos hacia el cieloPor Sergio Sinay | Para LA NACIONUna pregunta acompaña nuestros sueños, proyectos, encrucijadas, crisis y experiencias de todo tipo: ¿cómo va a terminar esto? Confiamos, tememos, nos entusiasmamos, dudamos, pero no podemos adelantar la respuesta. Hay que esperar hasta el final. Cuando las cosas terminan bien solemos decir ¡yo sabía! ¿Pero de veras lo sabíamos? Nunca se sabe. ¿Por qué nos preocupa conocer el final? Porque sabemos cómo termina la vida: con nuestra muerte. Y esta certeza nos impulsa a

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buscar garantías para el mientras tanto. Que nos digan que reencarnaremos como reyes o reinas, que nos espera el paraíso, que hay otra vida y es eterna, o que se descubrió la droga de la inmortalidad. Pedir y soñar no cuesta nada, pero en el fondo sabemos que ese final no cambiará.¿Qué hacer, entonces? Cambiemos los finales que podemos. Contémonos historias con finales felices. Dejemos el postre para lo último, compremos lo que sea en 60 cuotas, prometámonos amor eterno y creámosle a quien nos vende felicidad sin esfuerzo y bajo cualquier forma, líquida o sólida, tangible o virtual. Mientras haya cuotas por pagar nuestros acreedores no nos dejarán morir; mientras nos espere el postre podemos prolongar la comida; si el amor es para siempre, vencerá a la muerte; si logramos quitar de nuestro cuerpo y de nuestra piel las huellas del tiempo, habremos engañado a Cronos; si creemos en los gurúes de turno, ellos nos darán la receta para cocinar perdices y ser felices hasta nunca.La garantía de un final feliz nos arrebata del presente, que es donde las cosas ocurren y piden participación, compromiso, esfuerzo, responsabilidad, definición y nos transporta a un futuro venturoso. Pero no nos alcanza un final feliz. Necesitamos muchos, porque después de cada uno la vida, empecinada, vuelve a plantearnos sus preguntas a través de las experiencias cotidianas. ¿Cuál es el sentido de tu existencia? ¿Qué huella estás dejando? ¿Para qué hacés lo que hacés? ¿Cómo vivís tus valores? ¿Qué aprendés de tus frustraciones e imposibilidades? ¿Para qué te ocurre lo que te ocurre? Y suponiendo que hayas concluido que nada tiene sentido (y por lo tanto te vas a sumergir en el final feliz imaginario que más te guste), ¿harás algo para darle sentido al sinsentido? Si la respuesta es afirmativa, lo que fuere debe hacerse en el presente absoluto.No tengo nada contra los finales felices de la ficción, he disfrutado y disfruto de muchos. Como dice Woody Allen en Hannah y sus hermanas, está bueno después de todo dejar por un momento de hacerse preguntas que uno no puede responder y está bueno disfrutar lo disfrutable mientras dure. Un final feliz dura lo que dura. Después se encienden las luces de la sala, o se apaga el televisor, o se cierra el libro. Y la vida continúa. Y nos pide que construyamos nuestra historia de cada día, con sus más y sus menos, con dolores y alegrías reales, con acciones y consecuencias. No se puede ir al cielo sin morir, decía el psicoterapeuta Sheldon Kopp en Al encuentro de una vida propia. Los finales felices ofrecen un atajo. Pero no nos liberan de hacer nuestro propio camino..

 Domingo 27 de mayo de 2012 Diálogos del almaResponsables sin excepciónPor Sergio Sinay   Señor Sinay: ¿Qué se puede hacer con el individuo que decide ser delincuente; qué se puede hacer por él y por la sociedad? Isaac PlotkinEmmanuel Lévinas (1906-1995), filósofo lituano luego nacionalizado francés, pasó toda la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración alemán de Hannover, mientras su familia era aniquilada por los nazis. De esa horrenda experiencia, Lévinas sacó una conclusión. No basta con existir con las características que nos son propias para ser humanos. La condición de humanidad se plasma y la misma existencia de la especie se hace posible cuando se respeta al otro, a ese que no somos, a la diferencia, a la alteridad. Uno de sus títulos es claro al respecto: Humanismo del otro hombre. La delincuencia visible y emergente (el robo, el asesinato) es una forma evidente de la ausencia de ese respeto. Pero hay otras: la corrupción, el autoritarismo, la indiferencia ante el hambre y la miseria, el incumplimiento de la ley y la transgresión a las normas de convivencia.

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Si ampliamos la lógica y legítima inquietud de nuestro amigo Isaac, podríamos preguntar: ¿qué hacemos ante las formas más brutales y evidentes de la delincuencia y también ante las más sutiles y maquilladas de la inmoralidad? Son todas ellas, manifestándose de manera distinta, las que ensombrecen y denigran nuestra condición y la posibilidad de convivir a partir de ésta. La responsabilidad por las propias acciones, y sus consecuencias, es siempre individual, indelegable y sin excepciones. No depende de niveles económicos, culturales y de conocimiento, puesto que las consecuencias no se detienen ante esos factores. ¿Qué hacemos, entonces? Quizá se trate de construir un entramado social de respeto por el otro (que es el respeto por la humanidad y su existencia), que se exprese en la firme y no negociable imposición de las consecuencias. Cuando una sociedad empieza a justificar a los victimarios, abandona a las víctimas, abandona al otro por segunda vez y acaso para siempre. La ética, decía Lévinas, empieza en lo más pequeño, en un pase usted ante una puerta o al sentarnos a la mesa. La respuesta a la inquietud de

Isaac no es complicada, pero requiere voluntad moral. .

Quejarnos

¿De qué nos quejamos? De que estamos cansados, enfermos, doloridos. De que las cosas nos van mal: no tenemos éxito en el amor o no conseguimos trabajo. De lo mal que está el mundo, de como los otros se matan, de como yo no puedo tolerar a quien tengo al lado. ¿En qué momento aparece la queja? Cuando creemos que hay algo que no podemos resolver, cuando sentimos algún tipo de malestar. En general, la queja es por causa de algo externo: "mi madre es muy absorvente,depende mucho de mí", "mi novio no hace lo que le pido", "esta enfermedad que tengo no me deja llevar una vida normal". Es cierto que el dolor atormenta y el miedo paraliza. Sufrir es parte de nuestra humanidad. Pero, ¿qué estamos haciendo realmente cuando nos quejamos? ¿Estamos resolviendo algo? ¿Podemos pensar a la queja como un motor que genere un cambio? Cuando reniego por alguna situación, le estoy dando vida y trascendencia a ese hecho. De pronto, mi queja toma parte de mi vida, se convierte en mi problema, con ese problema me identifico, forjo mi personalidad. Soy mi insoportable relación con mi esposa, soy el gran sacrificio que me lleva llegar a fin de mes o lo sola y deprimida que me siento. Comienzo a organizar mi vida entera en torno a ese malestar, le doy forma, lo hago carne. Hagamos el ejercicio de escuchar profundamente nuestras quejas y las quejas de las personas que nos rodean. Escuchemos sin juzgar, sin valorar, no importa el contenido de la queja, intentemos escuchar ese descargo como si fuera una música: el tono de voz, el timbre, el ritmo, la cadencia... Pareciera que ese sonido funciona como un disco rayado: suena, suena, siempre igual, se repite, es denso, pesado, es aburrido, genera cansancio, finalmente malestar, bronca... ¡Necesitamos silencio! La vibración de esa horrible música genera en nuestra psique y en nuestro organismo enfermedad y apatía. Pensemos a la queja como energía que no se canaliza, queda estancada y se pudre. Esta energía turbia se

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regocija sobre sí misma haciéndose una bola de nieve imparable, que se autoalimenta y engorda. ¿Qué pasaría si pudiéramos aprovechar esa tremenda energía a nuestro favor? Quizá podamos dedicar el mismo caudal de energía en hacer algo para modificar, aunque sea mínimamente, aquello que nos aqueja. Tal vez podamos hacer un movimiento usando esa fuerza que nos aproxime a la salida... ¿O será que no queremos salir? ¿Será que quejarnos es tan cómodo y conocido que preferimos esa seguridad, en lugar de la experiencia de lo nuevo, de lo que nos puede traer felicidad? Es importante que podamos cuidar de nosotros y de los demás eligiendo las palabras que vamos a usar. La queja es un modo de violencia. Quejándome me arraigo en el dolor, lo rectifico, lo asevero, impidiendo que algo pueda modificarse. Todos tenemos la capacidad de salir de los lugares (vínculos, espacios físicos, situaciones) que nos hacen mal. Permanecer allí es un acto de violencia y desamor.Publicado por espacio semilla.

"¿Por qué me interesa tanto la política? Si pudiera responder de una forma muy sencilla, diría lo siguiente: ¿por qué no debería interesarme? Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos.

De modo que no puedo responder a la pregunta acerca de por qué me interesa; sólo podría responder mediante la pregunta respecto de cómo podría no interesarme (...) No estar interesado por la política es lo que constituye un problema. De modo que, en lugar de preguntarme a mí, debería preguntarle a alguien que no esté interesado por la política y entonces su pregunta tendría un fundamento sólido, y usted tendría todo el derecho de gritar enfurecido ¿Por qué no te interesa la política?"

Michel Foucault

Envasados al vacíoPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

El temor a enfrentar los riesgos de la vida y una sumisión ciega e irreflexiva a las novedades tecnológicas sólo por ser novedades, dio pie a un fenómeno silencioso e innegable: la suplantación de las experiencias reales por sucedáneos. A medida que nuestras vivencias se hacen más pobres y son reemplazadas por los sustitutos de la vida que ofrecen las pantallas de televisión, computadoras y otros juguetes tecnológicos, empezamos a creer que la realidad es una imitación de lo que aparece en aquellas pantallas. Se nos estimula a creer que es más verdadero lo que vemos en HD o en 3D que los paisajes transitados de cuerpo presente o las situaciones reales vividas en tiempo y forma. ¿Para qué vivir la vida con la incertidumbre, los conflictos, las frustraciones, el aprendizaje, la maduración o la autoevaluación que eso acarrea, si podemos cambiarlo por un perfecto simulacro que nos relevará de esfuerzos y riesgos, sin necesidad de abandonar nuestro sillón, de interactuar con los semejantes o de tomar decisiones, hacer elecciones y afrontar consecuencias?

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Como en Un mundo feliz, la novela que Aldous Huxley imaginó en 1931, se nos propone ser zombis satisfechos, comprar vivencias artificiales y ajenas (envasadas al vacío, en este caso al vacío existencial) en lugar de afrontar experiencias propias e intransferibles. A cambio de eso se nos ofrece una ilusoria seguridad. La de pasar por la vida sin peligro, lejos de los misterios que la conforman. Contemplando flores artificiales, comiendo sustancias químicas con sabor de algo que en realidad nunca experimentaremos, viajando a lugares que nunca pisaremos, excitándonos con vivencias que jamás nos rozarán la piel. La opción es entre una vida ficticia o una vida real. Entre una flor verdadera (con todo el trabajo de cultivarla) o una artificial. Entre dejar una huella en la vida y ser marcados por ella o pasar como fantasmas. Cada quien elige sus flores. .

La elección del amor

Por Sergio Sinay  | Para LA NACION     "Dos lobos luchan en el corazón de cada persona. El amor y el odio. ¿Cuál gana? El que alimentes mejor". ¿Cómo reconoceríamos el día sin la noche (y viceversa)? ¿Y cómo lo llamaríamos? ¿Cómo, al calor sin el frío? ¿Cómo, a lo áspero sin lo suave? ¿Cómo, al varón sin la mujer? Decía Carl Jung, padre la psicología arquetípica, que todo lo que puede ser nombrado lo es porque existe su opuesto. Pero no es sólo una cuestión de nombre, sino de entidad. Sin Polo Norte no hay Polo Sur; esa denominación nada querría decir. Lo mismo que no hay yo sin tú. Vivimos en un mundo de polaridades, que no es sinónimo de adversidades. Los polos son opuestos y complementarios, no adversarios. Si fueran adversarios hablaríamos de dualidad, habría que decantarse por una cosa o por la otra, sin espacio para integrarlas.

El amor y el odio nos constituyen, son parte indisociable de nuestra vida emocional, como el coraje y el miedo, la audacia y la vergüenza, la debilidad y la fortaleza, la lucidez y la estupidez. Pero que nos constituyan no significa que nos determinan. Somos humanos porque contamos con la conciencia (a la que Viktor Frankl llamaba órgano de sentido). Ella nos hace libres en el verdadero sentido de la libertad: es decir, capaces de elegir, responsables de la elección, capacitados (y moralmente obligados) a responder a sus consecuencias. Sería imposible eliminar al odio para que prevalezca el amor. Seríamos seres sin elección, predeterminados. Vale el amor porque el odio existe. Construimos el amor con acciones y elecciones responsables. Ni el amor es mágico ni el odio es un demonio que nos gobierna. Somos responsables de nuestro amor, de cómo lo alimentamos y con qué. Del mismo modo en que alimentamos el odio. También de él somos responsables. Más allá de nuestra vida vegetativa, está nuestra vida elegida. Cuando el odio ruge quizá lo hace para que recordemos que el amor requiere que elijamos y respondamos a sus leyes. .

El presente es presencia17

Por Sergio Sinay  | Para LA NACIONMail: [email protected]    |   Ver perfil

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Señor Sinay: Escuché a un amigo decir que no disfruta de los viajes porque antes de que comiencen piensa que terminarán. ¿Hasta qué punto el sabor agridulce de la certeza de un final nos impide disfrutar del presente? Feli Oliden

 RE:Es significativo el caso del amigo de nuestra amiga Feli. Su tristeza anticipada por la conclusión de una experiencia que imagina dichosa, le impide disfrutarla. Con eso, la experiencia propiamente dicha queda eliminada, reemplazada por el final imaginario de lo que no ha comenzado. Si prestamos atención, observamos que todo ocurre en la mente de esta persona (tanto la supuesta felicidad del viaje como la posterior tristeza porque éste ha terminado). Pero las vivencias reales transcurren en el presente y nos atraviesan en cuerpo y alma. Lo explican muy bien Erving y Miriam Polster, acreditado matrimonio de psicoterapeutas, en Terapia gestáltica, un jugoso tratado sobre esta disciplina fundada por Fritz Perls, en la que el presente juega un rol esencial. Pasado y futuro remiten a lo que fue o lo que será, dicen los Polster, y marcan la frontera psíquica para la experiencia presente. Agregan que tanto el recordar como el planear suelen interferir en el presente desviando nuestro foco y nuestras energías. Vivir en el presente, añaden, es un antídoto contra la neurosis ya que ésta es básicamente anacrónica, como un ancla que quedó fondeada en una vivencia que no es del hoy y que lo obstruye.

Así, quien se prepara para la melancolía, empieza por añorar algo que no ha ocurrido y terminará triste por algo que reconstruirá de un modo forzado (para que se ajuste a esa tristeza predeterminada). Lo cierto es que mientras la experiencia transcurra, su presencia será apenas nominal. No estará de veras allí, habrá fugado hacia la futura melancolía. Y no hay presente sin presencia. Para vivir una experiencia hay que estar inmerso en ella. De todos modos, puestos a anticipar una vivencia, ¿por qué no disfrutar previamente de lo bueno que ella puede dejar en nuestras vidas? Si se trata de conjeturar, ¿por qué no suponer que nos aguarda la alegría y el deseo de repetir? .

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Por cuenta propiaPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

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Señor Sinay: ¿Por qué muchas personas son de un partido político o de alguna religión sólo porque sus padres se lo inculcaron? Elda Aravena

RE :Lo que viene con nosotros, aunque algunas corrientes deterministas tanto en lo biológico como en lo psicológico o lo político tengan sobre esto una mirada diferente, es la libertad de elegir, la posibilidad de pensar y discriminar (me refiero al sentido positivo de la palabra), y la conciencia. Con esos atributos cada uno es responsable de sus elecciones, de sus consecuencias y de la vida que va tejiendo decisión tras decisión.

Muchas personas rehúyen a esta responsabilidad, escapan de ella a través de dos vías, como advirtió Viktor Frankl (1905-1997), médico, psiquiatra y filosofo que creó la logoterapia (a la que llamó pastoral médica y que se basa en la búsqueda del sentido existencial). Una de esas vías es seguir la corriente, hacer lo que todos hacen, no desentonar con lo que dictan las modas, las tendencias, las mayorías (independientemente de la calidad moral de esos dictados). La otra consiste en entregarse a la adoración de un líder (político, religioso, etcétera), identificarse con un ídolo, hacerse fanático de una idea, de un dogma, de los mandamientos de una organización, un partido, una secta, un grupo o un gurú. Ambos atajos coinciden en su propósito: el deseo de ser incluido, anular el incómodo pensamiento crítico y creerse a salvo de los riesgos de la vida.

Mimetizándose en la multitud y en el pensamiento o la creencia ajena, esas personas buscan diluir su responsabilidad (que, por lo demás, es siempre individual e intransferible). Decía Frankl: "El ser humano se halla sometido a ciertas condiciones biológicas, psicológicas y sociales, pero dependerá de cada persona el dejarse determinar por las circunstancias o enfrentarse a ellas". Resignar el pensamiento propio (y desertar del trabajo de fundamentarlo), así como dejar la gestión de la propia vida en manos o mentes ajenas, suele ser un analgésico que calma por un tiempo el dolor de la angustia existencial. Pero no elimina su causa, la que sólo se ahonda. .

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La carrera del hámsterPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

El estrés de fin de año suele predominar sobre el regocijo por el inminente nuevo ciclo. La angustia por lo que concluye se impone a la esperanza por lo que asoma. A menudo celebramos que "por fin terminó", más que haberlo vivido. En cada diciembre pareciera que se anuncia el fin del mundo y no el comienzo de un nuevo año. Ante el fin del mundo no hay alternativa, se acaba todo. ¿Para qué correr si de todos modos no habrá mañana? El comienzo de un nuevo año ratifica, en cambio, la continuidad perenne de los ciclos vitales. ¿Para qué correr, entonces, si nos espera un mañana?

Como los hámsteres que se afanan en una rueda hasta caer agotados sin haber llegado a algún lugar, parecemos atrapados en el circuito de una cultura productivista y exitista, en la que valen más los resultados que los procesos. Calculamos qué porcentaje de nuestros proyectos se cumplieron, sintetizamos el año en éxitos y fracasos, nos prometemos superar marcas personales y nos culpamos (a nosotros o a otros) por lo inconcluso, lo trunco, lo inacabado. Nos cuesta contemplar nuestra vida como un río que fluye, embotellamos las aguas de ese río en envases que llamamos años. Fragmentamos la totalidad de nuestra existencia y así nos condenamos a finales abruptos y artificiales, cuya proximidad nos angustia. Hacemos balances, como si la vida fuera un negocio o un campeonato.

Consultado acerca de qué haría si supiera que moriría en un mes, Michael Lerner, que investigó durante más de tres décadas la relación cuerpo-mente, dijo: "Pasaría tiempo con la gente que valoro, leería, escucharía música, no perdería tiempo con viejas obligaciones y mandatos, me libraría de ellos decorosamente, intentaría aceptar el dolor y la pena y buscaría la belleza, la sabiduría y la alegría. Viviría a mi manera". A su vez, Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido, señaló que no es necesario esperar un cataclismo para vivir una vida con sentido.

Al afrontar el final del año como un cataclismo, se hace difícil adoptar la actitud de Lerner, cuya propuesta es aún más valiosa si deviene en conducta existencial permanente y no como un plan de fuga para fin de año. El 1º de enero el mundo seguirá girando y nos dará una nueva oportunidad. Dentro de un año habremos respondido, ya sea como hámsteres o como dueños de una vida elegida. .

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Domingo 09 de diciembre de 2012 

Diálogos del alma

El empacho solitarioPor Sergio Sinay  | Para LA NACION     El egoísmo es el motor del utilitarismo. Cuando se lo padece se ve a las personas como objetos y se las valúa en función de su utilidad. Me sirve o no me sirve. Si sirve se convierte en instrumento de mi interés. Si no me sirve, es descartable o, peor, es un obstáculo. El egoísta, contra lo que muchos de ellos dicen, no es alguien que se ama a sí mismo. Para eso debería tener capacidad de amar. Esa capacidad va ligada a la empatía y no hay empatía si no hay un otro. En el espacio del egoísta no cabe el otro; sólo él, como la imagen de Narciso reflejada en el agua.El egoísmo no es un virus que ataca de pronto. Es una actitud latente en la naturaleza humana que, como dice el filósofo André Comte-Sponville, se supera con esfuerzo o con amor, por virtud o por gracia. También, en mi opinión, por vía de la responsabilidad entendida como la acción de responder a las consecuencias de nuestras acciones. Que el egoísmo está en la naturaleza humana significa que acecha la oportunidad de manifestarse. Acaso las personas que miramos con extrañeza muestran ahora su egoísmo porque antes no podían, pero lo portaban siempre. Quien no tiene no es egoísta. Lo es cuando posee. Así niega al semejante. Al contrario del altruista.

Es posible que en la negación del prójimo se oculte una baja autoestima. El egoísta necesita tenerlo todo porque no está seguro de su propia valía. Cree que vale lo que tiene, no lo que es. Quien se respeta y respeta al otro no teme, suelta. Es posible también que el egoísmo en la madurez sea una mirada desenfocada sobre la finitud de la vida. Porque sabe que ésta no es eterna, el egoísta tardío no quiere irse sin darse un atracón, así sea comiendo también la porción del prójimo. Pero si algo calma de veras la angustia existencial (hija de la noción de finitud) no es el empacho solitario, sino la mesa compartida. .

Felicidad sin condena

Por Sergio Sinay  | Para LA NACION

¿Por qué ser felices o sentirnos momentáneamente plenos nos genera culpa? Gonzalo Larrosa

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 RE:Felicidad y culpa difícilmente puedan convivir. Como bien señala el psicólogo y escritor uruguayo Alejandro De Barbieri en su trabajo Economía y felicidad: "La felicidad que se nos presenta hoy en día es angelical, alegre, divertida y liviana. Una felicidad de promesa fácil. Pero detrás de la felicidad hay sufrimiento, lucha, cansancio, enojo, depresión, tensión: hay demonios". Más que el encuentro con un placer efímero, con la diversión superficial, la felicidad es la consecuencia de una manera de vivir, la suma de una serie de decisiones cuyas consecuencias se han afrontado. La felicidad es el descanso de un alma que hizo su trabajo, que cumplió su derrotero.

La culpa, nos recuerda el médico y psicoterapeuta Norberto Levy en La sabiduría de las emociones, es, a su vez, la voz interna que nos acusa de haber incumplido una norma. Las normas que generan culpa suelen no estar muy claras, dice Levy, de modo que deberíamos preguntarnos si son funcionales y fundamentadas: quizá lo fueron en un momento pero ya no, y no se revisaron ni adecuaron. Quizá en algún momento aprendimos que el deber está antes que el placer y que donde prevalece la insatisfacción de otros no debería existir nuestro bienestar. ¿Pero qué pasa cuando hemos sido consecuentes con nuestros deberes y cuando la insatisfacción de otros es producto de sus elecciones y no de nuestras acciones? Si nuestra felicidad ha sido fruto de un trabajo responsable y no se alcanzó a costa del sufrimiento o la privación de otros, ¿cuál sería la norma transgredida?

Las personas que se sienten felices generalmente han puesto en el mundo sus mejores recursos, lo han mejorado un poco respecto de cómo lo encontraron, han vivido con los otros y no de espaldas ni contra ellos. Marco Tulio Cicerón, filósofo, poeta, orador y político de la Roma precristiana, decía que estar libre de culpa procura un gran descanso. La felicidad auténtica hace eso al cabo de la tarea que llevó hasta ella. ß .

Persona ó posesión.Hay acciones e instrumentos que benefician a las personas y contribuyen con su vida buena. Y hay acciones y actitudes que hacen de las personas simples instrumentos. Se trata de dos visiones acerca del utilitarismo. La primera se corresponde con las ideas del gran pensador John Stuart Mill (1806-1873), que puso las bases de un liberalismo

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profundamente humanista. Para Mill las acciones debían medirse por su efecto, las consideraba morales cuando procuraban felicidad a la mayor cantidad de personas. Sobre estas cuestiones se extendió en obras como Sobre la libertad, El utilitarismo o La esclavitud femenina.

La otra forma de utilitarismo, lejos de observar a las personas como fines, las evalúa como medios. Mientras la primera tiene parentesco con el altruismo, la segunda enraíza en el egoísmo ético más rampante. Una relación de amistad puede ser un vinculo de convivencia, y luego se desenmascara cuando las circunstancias permiten a una persona convertir a la otra en una suerte de posesión. Dinero, poder o fama no modifican a las personas, sino que ponen de manifiesto algo que estaba en ellas y que sin dinero, fama o poder no podía ejecutarse. Cuando unas personas ven a los demás como medios para sus fines, encaran relaciones utilitarias que conservarán mientras les sean útiles y descartarán cuando renueven el instrumental o los objetivos.

Sin embargo, debido a que los seres humanos no somos instrumentos sino que estamos dotados de conciencia y, a partir de ella, de la libertad última (la de elegir qué actitud asumir aun en las más extremas de las condiciones), podemos optar por salir del lugar de meros objetos en que otros nos colocan. Eso tiene costos y, como seres libres y responsables, debemos afrontarlos. Aunque nunca esos costos serán tan altos como el de sentir avasallada la propia dignidad por la actitud de quien no nos ve como semejantes sino como posesiones adaptables a sus intereses o deseos. .

Con los ojos abiertos

Por Sergio Sinay  | Para LA NACION

La necesidad del otro es un factor fundamental de la condición humana. Pero no de cualquier otro ni a cualquier precio. Toda relación entre personas es una construcción que se consolida, enriquece y trasciende a través de situaciones y experiencias compartidas, en las cuales nos ponemos en evidencia ante ese prójimo en la medida en que lo conocemos en su esencia. Conocer, en este plano, significa acceder a las luces y las sombras del otro, el prójimo real y no el deseado o idealizado. A menudo la desilusión que una persona nos produce proviene de no haber visto en ella lo obvio.

No creo que haya atracciones mágicas que se materialicen por el simple hecho de haber sido invocadas o deseadas. Todo vínculo, hay que insistir en esto, es una construcción posible y real entre seres reales. Por eso a veces lo que consideramos una traición del otro es el fin de una ilusión propia. El otro no ha

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cambiado, siempre estuvo ahí, pero apegados a él o dependientes de lo que creíamos que sólo esa persona nos podía brindar, no advertimos ninguna señal o las fuimos negando.

Confiar en que ciertas leyes mágicas nos llevarán al encuentro de un alma gemela puede significar el abandono de la propia responsabilidad en la cimentación del vínculo. Eso nos pone a merced de quienes ven en los otros a meros objetos que pueden ser moldeados o manipulados para la conveniencia propia. Es entonces cuando aquello que depositamos en sus oídos (es decir, nuestro precioso capital emocional) puede ser desvirtuado y operado contra nosotros. A veces alcanza con retirarse en cuanto esto se produce. En otras oportunidades, cuando la profundidad e historia del vínculo lo amerita, denunciar la manipulación puede ser una manera de confrontar al otro con su responsabilidad, o también de empezar a trabajar juntos para reparar el vínculo; hacerlo más real y menos ideal. .

Diálogos del alma

Vaivenes del perdónPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

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Señor Sinay: Juzgamos con rapidez y liviandad las conductas ajenas. ¿Hay lugar para el perdón, la compasión, la piedad? Nora Romero

 RE:Decía Teresa de Calcuta que el perdón es una decisión y no un sentimiento. La aclaración es pertinente. Hay gente que se vanagloria de perdonarlo todo, aunque eso pueda parecerse más a la soberbia que a la humildad, como si se dijera: "Nada de lo que alguien me haga me llega, estoy por encima de eso". En verdad, no todo es perdonable, y quien lastima u ofende debe saberlo, para comprender que quizás deba convivir por siempre con la consecuencia de su acción. Por otra parte, hay quienes afirman que nunca perdonan, y acaban pareciéndose a los primeros. Es otra forma de la soberbia: "Le advierto al mundo que soy intocable y que quien me ofenda padecerá por siempre mi santa furia".

La cuestión del perdón es menos simple de lo que parece. Resulta muy difícil perdonar sin olvidar. Como señala la escritora y psicoterapeuta Elisabeth Lukas, quien perdona y olvida en realidad olvida lo que

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perdona y queda expuesto a vivir otra vez el mismo dolor por las mismas razones. Quizás el punto más alto del perdón sea aquel en el cual, una vez otorgado, tanto el ofendido como el ofensor recuerdan lo que ocurrió y hacen de ello un impulso para una simultánea transformación.

No siempre alcanza con pedir perdón; es necesaria una reparación. Esto requiere humildad. También debe tenerla el ofendido para no hacer de su perdón una extorsión; no pedir reparaciones imposibles ni revanchistas. A veces, repitámoslo, no hay reparación posible y también de ello se puede aprender, siempre que el amor y la compasión pueden hallar un lugar entre ofensor y ofendido.

En definitiva, sólo puede perdonar quien a su vez ha lastimado y ha necesitado de perdón. Y sólo puede pedir perdón quien ha sido herido y sabe que las heridas no se borran pero cicatrizan. De un lado y del otro es necesaria la empatía, madre de la compasión. Cuando ella desaparece, dejamos de vernos el uno al otro. Y no hay perdón posible. .

Una simple pregunta

Por Sergio Sinay  | Para LA NACIÓN    

¿Cómo alguien puede pensar que su vida no tiene consecuencias en las de los demás? No me cabe la idea de que alguien involucione lo suficiente como para hacerle mal a todos a su alrededor y aun así verle el lado divertido. ¿Cómo vive esa gente consigo misma, con su conciencia?(…).Elizabeth Costello es un extraordinario personaje de ficción (tan extraordinario que no parece ficción) creado por el sudafricano J. M. Coetzee, merecido ganador del Nobel de Literatura en 2003. En el libro que lleva ese nombre (Elizabeth Costello), ella, que es también escritora, viaja dando conferencias, y el tema de cada exposición da lugar a movilizadoras, conmovedoras y necesarias reflexiones. Durante una de ellas, Elizabeth piensa: "Hay gente que tiene la capacidad de imaginarse como otra persona y hay gente que no la tiene, y cuando esa carencia es extrema los llamamos psicópatas. Y hay gente que tiene esa capacidad pero decide no ponerla en práctica". Personalmente, he leído pocas definiciones más breves y potentes acerca de la empatía.Es difícil entender que todas nuestras acciones afectan a otras vidas, mientras no comprendamos dos cosas. Que somos partes de un todo y no unidades autosuficientes. Y que quienes nos rodean son seres vivientes y sensibles (incluyo a los animales) y no objetos a nuestra disposición. El modo en que somos tratados mientras construimos nuestra identidad ayuda a desarrollar la empatía. Y aún en el posible maltrato recibido, el dolor padecido puede llevar a que se

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tome contacto con ella. Los seres empáticos son naturalmente responsables. Esto significa que responden por las consecuencias de sus actos y que lo hacen con presencia y con acciones. No sólo porque es un deber moral, sino porque es una virtud emocional. Tienen, como dice Elizabeth Costello, la capacidad de preguntarse: "¿Que sentiría yo si esto que hago a otro me lo hicieran?". La irresponsabilidad, la ausencia de empatía y la psicopatía anulan la posibilidad de esta pregunta. Pero quienes se la hacen, actúan luego como agentes morales. No huyen de sus conciencias, porque éstas son sus mejores consejeras. .

Reportaje a Hugo Marietan"Con los psicópatas existe un vacío legal"Reportaje de Yésica de Santo, Foto de Mariano Martino:

17.02.2013 | HUGO MARIETÁN, PSIQUIATRA DE LA UBA E INVESTIGADOR DE LA PSICOPATÍA"Con los psicópatas existe un vacío legal"El especialista analiza el polémico caso de la joven que se casó con el asesino de su hermana y sostiene que en la justicia existe "una ignorancia criminal sobre la psicopatía". Califica como "macabra" la boda Cingolani-Casas y opina que "existe la posibilidad de que la mate" como a su gemela.

Por: Yésica De Santo

Hugo Marietán es médico y psiquiatra de la UBA, durante más de 20 años trabajó en los hospitales psiquiátricos Moyano, Estéves y Borda, y desde hace más de 18 se dedica a la investigación de la psicopatía. Fue así como descubrió el vínculo entre el psicópata y la persona con la que convive, el complementario. El autor del libro Mujeres ancladas en psicópatas, analiza la relación entre Víctor Cingolani y Edith Casas. La pareja se casó el último jueves en la ciudad santacruceña de Pico Truncado. A la puerta del registro civil, el pueblo que fue a esperarlos no llevó el arroz de la abundancia, sino piedras y huevos en rechazo a la unión de la gemela y el hombre condenado por el asesinato de su hermana.–¿Qué es un psicópata?–La psicopatía o personalidad psicopática es una manera de ser en el mundo que se distingue del grueso de la población por tener necesidades especiales, como matar, comer carne humana, robar, violar, y cosificar a las otras personas. Todo psicópata tiene necesidades especiales. En este caso, Cingolani podría estar queriendo repercusión mediática para que su caso sea revisto. Además, el casamiento le es útil para construir una imagen de persona confiable a la que la mismísima hermana de la asesinada aceptó para casarse. En todos los reportajes que se les realiza se habla de su inocencia. El se asume inocente, y ella dice que él lo es.La estadística internacional sobre psicópatas, varía. La más lograda, estima un 3% de psicópatas en cada país. En la Argentina somos 40 millones de personas o sea que hay 1,2 millones de psicópatas, de los cuales 900 mil son hombres y 300 mil son mujeres.–¿En qué consiste la relación psicópata- complementaria que plantea?–Es una relación compleja en la que el psicópata forma pareja con una persona "complementaria" que se ajusta a las necesidades especiales que él tiene. Si bien hombres y mujeres pueden cumplir uno u otro rol, comúnmente la psicopatía se

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presenta en hombres y la complementariedad en mujeres. En el caso de Cingolani-Casas, el presunto asesino, Víctor, posee un perfil de psicópata que pudo manipular a Edith, y convertirla en una esclava.–¿Cómo interpreta el cuadro de situación en el que una chica se casa con quien es en primera instancia el asesino de su hermana?–Es algo que desde el principio causa resquemor, algo que no condice con los valores morales y éticos. El hecho de casarse con el ex novio de su hermana es extraño, y eso sumado a que la hermana era su gemela. Pero lo que lo hace macabro es que aquella hermana fue asesinada y el responsable legal de la muerte es el hombre con el que ella se casó.–¿Qué papel pudo haber jugado que se tratara de gemelas?–Las gemelas pueden tener dos tipos de relación, simbiótica, es decir que les guste hacer lo mismo, que compartan todo, o de competencia en el afán de querer diferenciarse y adquirir una personalidad distinta, en este caso pueden ser confrontativas. Pero no resulta extraño que el patrón de atracción sexual pueda ser el mismo.–¿Qué características tiene un psicópata?–El psicópata es un ser distinto. Tiene otra cabeza, otra mentalidad, otra psiquis, la lógica es diferente, como también la forma de ver el mundo y sus sentimientos. Los seres humanos que no son psicópatas tienen una gama enorme de emociones y maneras de sentir al mundo, ternura, solidaridad, amor, congoja. Ellos no. Ellos tienen dos emociones básicas. El entusiasmo y la ira. El entusiasmo no como alegría sino como persistencia obsesiva a lograr sus objetivos, incluso pueden pasar de 15 a 20 horas trabajando para conseguirlo. Tienen un amor propio muy grande y absoluto control de sus emociones, brindan una imagen de tranquilidad y seguridad, y suelen mentir mirando a los ojos. El psicópata es un depredador nato. Como el tigre, estudia a la presa y hasta no saciarse no para; es así como desde chicos estudian a las personas y hacen patrones. Así es también como elige a una complementaria, a la persona que puede vivir con él. En ella puede ver puntos vulnerables para darse cuenta si será receptiva a la psicopatía o no. Suelen estar asociados al poder, y muchos son líderes. Sin embargo, esto no quiere decir que todos los líderes sean psicópatas. El líder común consensúa, en cambio, el psicópata no construye el poder, sino que le es innato. Es por eso que para él los otros son objetos para su utilidad. Sin embargo, estos rasgos no son notorios porque también son muy buenos actores, incluso pueden resultar agradables, simpáticos, seductores y carismáticos. Su fuerte está en el discurso, con él envuelven, y convencen. Por ejemplo, Edith dice que Víctor es inocente porque él se lo dijo. No toleran la frustración. En el caso de Cingolani, Johana lo había dejado. Algunos ejemplos son las triangulaciones, como el caso de Adalberto Cuello, acusado de matar a Thomas Santillán, en venganza a su ex pareja y madre del niño. O el caso de Adriana Cruz, la brasileña que mató a su hijo en la bañera por igual motivo. Todos fueron actos psicopáticos por frustración.–¿Cuáles son los rasgos de persona “complementaria” que usted ve en Edith?–Una alta vulnerabilidad. Por ejemplo, Edith contó que Víctor la había violado en reiteradas oportunidades, lo escribió en una carta, pero luego dijo que había sido obligada por su padre. Sin embargo, en ambos casos se identifica la vulnerabilidad en un caso porque si la violó y ella lo niega justificando al psicópata, y en otro caso, si no fue violada y el padre la obligó, también implica una sumisión especial. No cualquier mujer denuncia algo que no pasó. El psicópata hace sentir a la mujer como especial. Al segundo día, puede decirle te amo, y a la semana querer ir a vivir con ella. Las mujeres complementarias, buscan hombres distintos. Cuando son adolescentes les gustan los tipos destacables, y se aburren con los hombres “comunes”. Los psicópatas se acercan y las fascinan, les brindan adrenalina.–¿Se puede reconocer a un psicópata?–No. Se está en estado de indefensión. 

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–¿Y a un complementario?–Sí. Se los ve cuando son captados por el psicópata. Comienzan a actuar de formas extrañas, y comúnmente trastocan valores previos de esa persona. 

Marietán atiende a mujeres que conviven con psicópatas en su consultorio del barrio de Recoleta. En sus años de trabajo dice haber visto a mujeres hacer cosas impensadas para seguir a un psicópata, como separarse de sus hijos. 

–Las mujeres suelen decirme "mi marido tiene una amante pero ella lo buscó porque él me lo dijo". Ellas suelen interpretar el discurso del psicópata y no registran sus actos. En este caso, Edith abandonó a sus seres queridos y se fue a vivir con la familia de Víctor. Ellas van adquiriendo los valores del psicópata, y van justificándose a través del discurso que absorben de él. La complementaria sirve para la fachada de la familia, lo primero que puede hacer un psicópata es querer tener un hijo. Fue Cingolani quien en una entrevista aseguró que ahora quisieran tener un hijo.–Las personas que funcionan como “complementarias” ¿pueden ser conscientes de que lo son?–No. Sólo en el momento en que se hartan. Al principio, es como una luna de miel, luego el trabajo de captación aumenta y la convierte en su esclava. –¿Cómo llega usted a atender a una complementaria?–Si yo me acercara a Edith ahora, no querría hablar conmigo porque creería que me manda su familia. La complementaria llega al especialista cuando se harta. Al consultorio no llegan mujeres, sino estropajos, restos de lo que el psicópata dejó de esa mujer. En muchas oportunidades, las mujeres reciben información sobre el tema gracias a algún amigo y deciden consultar con un especialista porque se sienten identificadas. De todas formas, es muy difícil dar con ellas porque el vínculo con el psicópata es muy fuerte. –Algunos elucubran que todo podría tratarse de un plan de Edith para vengar la muerte de su hermana…–Es una conclusión un poco naif que surge de no poder entender la situación a partir del sentido común y se intenta dar respuestas racionales como que ella está con él para vengar a su hermana, o que en realidad la psicópata es ella y él el complementario, o que ella la mandó a matar a su hermana por competencia. Yo opino que son buenas líneas para una obra de Edgar Allan Poe, pero no se condice con lo que podría estar ocurriendo.–La madre de Edith y Johana solicitó que se le realizaran pericias psicológicas a Edith antes de que se casara con Víctor. ¿En esos estudios no pudo identificarse este tipo de personalidad “complementaria”?–A los abogados les interesa saber si la persona está lúcida. Si comprueban que entiende, memoriza y se ubica en tiempo y espacio, entonces es responsable de sus acciones. Nunca se llega a pensar qué podría llegar a pasar luego, porque la justicia no juzga por presunciones, sino por hechos. El razonamiento: mató a su hermana, entonces si es psicópata puede reincidir y matar a Edith, no tiene lugar para la justicia. Para hablar de psicópatas, tienen que saber de psicopatía y muchos no saben. Existe un vacío legal, una ignorancia criminal sobre la psicopatía en la justicia. Lo vemos en los casos de los violadores a los que dejan libres, y reinciden en el delito. La justicia debe dar lugar a la modificación del Código Penal para que se entienda que la psicopatía debe estar legislada, los profesionales de la justicia deben conocerla y actuar en consecuencia.–¿Si hubiese realizado la entrevista psicológica a Edith, hubiera dejado que se casara?–Jamás. Fue una aberración e implica un peligro porque los psicópatas repiten las acciones en pos de su necesidad. Existe la posibilidad de que la mate. Domingo 17 de febrero de 2013. (2 fotos)

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Los buenos nidosPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

 

    

Hay nidos acogedores, hay nidos atestados y hay vuelos fatales. Esto dice el terapeuta familiar Frank S. Pitman en Momentos decisivos, un sensible estudio sobre los temas esenciales de la vida familiar. Un nido acogedor es aquel hogar del cual el hijo no se va aunque sea adulto, pero eso no molesta a los padres. Del nido atestado el hijo en edad de emanciparse no se va y los padres están incómodos. Y los vuelos fatales son los del hijo adulto que se va y fracasa en su vida, aunque no regresa. A estas situaciones críticas hay que agregarle una, deseable, en la que el nido funcionó perfectamente como tal: los hijos se van y vuelan con autonomía hacia sus propios objetivos. Han recibido en el nido lo que necesitaban para crecer y desarrollar sus recursos, surcan sus cielos, construyen sus nidos.

Es entonces el momento, para padres e hijos, de recrear el vínculo, de actualizarlo trayéndolo al presente, ya no es la relación entre aquellos niños pequeños y frágiles y los padres protectores, ahora es el lazo entre adultos, que serán siempre padres e hijos, pero que podrán celebrar lo que transitaron y construyeron juntos. Cuando los hijos se van en estas condiciones no hay pérdida. Ellos ganan aquello para lo que se los preparó: su libertad, su capacidad de elegir y hacerse responsables de sus vidas. Los padres ganan la paz espiritual de saber que han cumplido su misión: acompañar a una vida guiándola hacia su autonomía. Criamos a nuestros hijos para soltarlos, no para retenerlos. Nuestra tarea ha sido bien cumplida cuando dejan de necesitarnos y cuando nuestros encuentros (se den como se den) son festejos del amor y no renovaciones de pactos de dependencia (ellos de nosotros, porque no maduraron, nosotros de ellos, porque olvidamos que, aun siendo padres, tenemos itinerarios propios para explorar en nuestras vidas). Los nidos no vienen hechos. Los construimos. Y podemos transformarlos. .

Diálogos del almaPor Sergio Sinay  

    

Señor Sinay: me interesaría su opinión respecto de las relaciones en espacios virtuales como Facebook, que exponen la intimidad de las personas. Andrea Vila

RE:Habrá que decir una y mil veces que las herramientas tecnológicas son eso: herramientas. Como tales, pueden ser usadas de manera funcional

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o disfuncional. Con un martillo se puede construir una mesa o romperle la cabeza a alguien. El martillo no es bueno en un caso y malo en el otro. Se trata del uso, y éste es responsabilidad de quien lo porta. Las redes sociales son instrumentos que pueden resultar útiles a la hora de transmitir ciertas informaciones, estimular algunos reencuentros, convocar a determinados espacios colectivos en los que se protegen y honran valores de la vida ciudadana. Y pueden socavar las redes vinculares reales y empobrecer la vida de los individuos cuando se las pretende como sucedáneos de las relaciones interpersonales reales y trascendentes (amistad, pareja) que crecen, se profundizan y se enriquecen al calor de tiempo y experiencias compartidas, de vivencias atravesadas en mutua compañía, de conversaciones, silencios, esperanzas y dolores que se viven cuerpo a cuerpo y jamás pueden ser remplazados por un relato o una imagen.

La investigadora argentina Paula Sibilia estudia en profundidad, en La intimidad como espectáculo, el fenómeno por el cual hoy aparece una obsesión por la visibilidad en cualquier tipo de pantalla, por cualquier tipo de motivo y por la razón o tiempo que fuere, como si muchas personas no estuvieran seguras de su propia existencia y carecieran de identidad a menos que esta se verifique en el mundo virtual. "Un camino del interior al exterior -dice Sibilia-, del alma a la piel, del cuarto propio a las pantallas de vidrio." Cuando las personas están inmersas en proyectos y vínculos significativos en los que vislumbran un sentido existencial, las relaciones virtuales son sólo un condimento, algo tangencial, parte de vivir en este tiempo, una herramienta circunstancial y útil. Pero si las vidas flotan en el vacío aparece el riesgo de confundir a estas herramientas con una tabla de salvación, para terminar ahogándose en ellas. .

Diálogos del alma

No es el dineroPor Sergio Sinay  | Para LA NACION 

    

Señor Sinay: ¿por qué una persona que en su juventud fue correcta y en la edad adulta es premiada con un padre con dinero y poder, deviene un ser agresivo, manipulador? Andrea Vila

Re:

Con un martillo se puede construir una mesa sobre la cual compartir comidas y veladas, escribir o leer, y alrededor de la cual jueguen y celebren los chicos. Y con el mismo martillo es posible partirle la cabeza a una persona. ¿Es bueno el martillo en un caso y malo en el otro? No.

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Se trata de un instrumento y su funcionalidad o disfuncionalidad dependerá de quién lo use y para qué. También el poder o el dinero son instrumentos y como tales no transforman a las personas. Cuando ellas cuentan con estos instrumentos expresan a veces tendencias, conductas o cosmovisiones que permanecían postergadas u ocultas porque no había una herramienta para materializarlas.

Si alguien tiene propósitos, intenciones e ideas que mejorarán el mundo y harán que más personas vivan dignamente, es preferible que cuente con medios para llevar adelante su visión; es decir que tenga poder y dinero, porque lo conducirán a su fin. Víktor Frankl, el gran médico y pensador vienés autor de El hombre en busca de sentido entre otras obras, distinguía entre el poder "para" y el poder "sobre". El primero es una herramienta transformadora: se trata del poder para hacer algo, para llevar adelante un proyecto, un sueño. El segundo es el que somete a los otros, el escudo impenetrable y atemorizante tras el cual las personalidades temerosas, inseguras y acomplejadas suelen encubrir su vulnerabilidad. Suele ser imposible ayudar a quien no cree que necesite cambiar algo de sí. Quizás en casos como este pueda ser útil no demostrar temor ante un poder caprichoso y arbitrario, seguir adelante con la propia vida y dejar que la soledad sea la compañera del poderoso. Dice Thomas Moore (terapeuta y escritor, autor de El cuidado del alma) que el poder del alma es mucho más fuerte que el del dinero. Mientras uno crea campos de cooperación y amor, el otro siembra obsecuencia y temor. .

Diálogos del alma

Todo es políticaPor Sergio Sinay  | Para LA NACION

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La ligazón automática entre política, corrupción, manipulación y degradación de la vida social conviene a las intenciones de los políticos corruptos y manipuladores que estafan las expectativas y necesidades comunitarias. Mientras más personas crean que estos representan a la política, serán menos las que desearán participar activamente en los temas comunes y dejarán el campo abierto a quienes hacen de la política un negocio espurio y un simple asalto al poder. Pero una cosa son estos políticos y otra la política. "La labor de la política es reconciliar los intereses divergentes de los diferentes elementos sociales proponiendo a unos y a otros compromisos razonables", recuerda el pensador búlgaro-francés Tzvetan Todorov en Los enemigos íntimos de la democracia. Si unimos esta idea a la del filósofo Jean Jacques Rousseau (1712-1778), según la cual la vocación humana es vivir en sociedad y nos convertimos en brutos cuando nada recibimos del otro y

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nada le damos, podemos advertir que todo es política en las interacciones humanas.

La diversidad, la variedad, la multiplicidad, la pluralidad están en la esencia de lo humano, por lo tanto la política es el arte y la ciencia de administrar, gestionar y armonizar esa profusión de intereses y necesidades, sin avasallar lo derechos individuales y sin postergar los comunes (que exigen de cada quien un aporte y una limitación). Toda convivencia (aun la familiar) es política porque apunta a concertar los intereses del conjunto. Así surgen, en diversos órdenes, acuerdos, leyes, programas, proyectos. Gracias a que todo es política, no todo es guerra, destrucción, sumisión o eliminación. Todos hacemos política en distintas áreas de nuestra vida, aunque no lo llamemos así. Al admitirlo podríamos devolver a esta palabra la dignidad y la trascendencia que le sustrajeron quienes la invocan pero la deshonran. .

Diálogos del alma

Asperezas de la pielPor Sergio Sinay |  Para LA NACION

De una manera sencilla e irrefutable, José Ingenieros (1877-1925) definió a los prejuicios como creencias previas a la observación. Filósofo, médico y psiquiatra, el autor de Las fuerzas morales intentó romper en su propia experiencia ese molde limitante. Aunque inscrito en el positivismo, no dejó de cotejar otras ideas e incluso varió y adaptó las propias con argumentos y sensibilidad a lo largo de su vida. La cuestión de piel, como la describe nuestro amigo Joaquín, es una forma del prejuicio que se quiere mostrar a sí misma como glamorosa o como una prueba del poder de la intuición. Basta con invocarla para negarse, en su nombre, a conocer personas, confrontar ideas, admitir culturas, nacionalidades o tradiciones. Por "cuestiones de piel" ha habido matanzas étnicas, genocidios, persecuciones religiosas e injusticias tanto en el orden público como en el privado. Y también se frustraron encuentros y relaciones, de todo tipo, que hubieran sido muy enriquecedores.

La cuestión de piel es una excusa para eximirse de pensar, para no esforzarse en escuchar, en salir de la trinchera de lo seguro y conocido. Una trinchera en la que se habita sólo con los que se consideran iguales.. Desde esta perspectiva se trata de una forma de pensamiento perezoso y restringido que, en definitiva, no ayuda a convivir. Sólo crea complicidades con las cuales sobrevivir.

Además de ser una manifestación de temor al otro, la cuestión de piel es, también, un modo de proyectar en aquel a quien se rechaza a un portador de características que el rechazador no admite como propias y se resiste a ver en sí mismo. Nadie está a salvo de sentir esa cuestión de piel, pero todo tenemos las herramientas para ir más allá de ella y averiguar por qué se produce, que es aquello del otro (u otros) que

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resuena en nosotros. Es una oportunidad de conocer a los demás y conocernos a nosotros mismos. Es decir, de no quedar encerrados en un mundo epidérmico. ß

Diálogos del alma

Sentimientos en fugaPor Sergio Sinay |  Para LA NACION

    

Señor Sinay: ¿Cómo viven las personas a las que parece no importarles nada? ¿Cómo se puede vivir como si la vida no nos tocara?Estefanía Servian

RE:A comienzos de los años 70 del siglo pasado, el psiquiatra griego Peter Sifneos (1920-2008), radicado en los Estados Unidos tras haber huido del nazismo, aportó el término alexitimia para definir a las personas incapaces de reconocer, expresar y nombrar sus sentimientos. Etimológicamente significa "sin palabras para las emociones". Sifneos, autoridad en el campo de las terapias breves, veía ante todo un origen psicosomático en la alexitimia, aunque estudios posteriores la encontraron también en quienes padecían patologías mentales e incluso entre la población "rasa". Esto podría dar una respuesta de tinte científico a la inquietud de nuestra amiga Estefanía. Pero hay otras, como la que propone el filósofo Sam Keen en su trabajo El lenguaje de las emociones.

Keen advierte que nuestra época está teñida por una epidemia de hastío existencial, aunque en una cultura exitista, productivista y utilitarista el hastío es mala palabra. Nada de perder tiempo en introspección o en preguntarse por el estado del alma en un tipo de vida donde el otro es excluido cuando no resulta rentable en términos materiales o emocionales. En lugar de iniciar el necesario viaje interior que nos permita indagar en el sentido de nuestra vida, dice Keen, ponemos nuestra inventiva en crear formas de fugar hacia adelante para evitar el vacío. Keen cita a Satchel Paige (1906-1982), primer beisbolista negro aceptado en el Hall de la Fama, quien decía: "Corre sin darte vuelta, algo podría alcanzarte".

En esa carrera para huir de las preguntas y cuestiones esenciales de la vida, se trata de no ser alcanzado por los sentimientos, los afectos y, básicamente, por el prójimo, quien con su presencia, necesidades, emociones y preguntas podría poner al prófugo de cara a temas postergados. Si se lo sabe aceptar, apunta Keen, el hastío es una señal amable que, al detenernos, nos permite corregir el rumbo. Al encender la luz de la conciencia de nuestro mundo interno, agrega, podemos ver si

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estamos cerca o lejos de ese misterio que será siempre el significado de la vida. .

Amor sin deudas

Por Sergio Sinay  |  Para LA NACION

“Mientras los demás vínculos humanos se establecen entre personas que ya existen y andan por la vida hasta el momento en que se encuentran, la relación entre padres e hijos sólo es posible si los primeros crean a los segundos (ya sea biológicamente o por adopción). Esto convierte a LOS PADRES EN LOS RESPONSABLES DE UN VÍNCULO QUE NO ES DE PARES. Y como tales, deben responder (de eso se trata la responsabilidad) a la pregunta que, con su sola presencia, los hijos formulan: ¿Para qué me creaste? Esa es la única y verdadera deuda y no se salda ni materialmente ni con dinero (plástico o de papel), como pretende la incitación publicitaria.

Esta deuda sólo se puede honrar con presencia, con amor traducido en actitudes y acciones, con RESPETO POR LA INDIVIDUALIDAD INTRANSFERIBLE DEL HIJO, CON TRANSMISIÓN DE VALORES A TRAVÉS DE HECHOS Y CONDUCTAS, CON ACOMPAÑAMIENTO EN LOS TRANCES DOLOROSOS Y RIESGOSOS DEL CRECIMIENTO, ASÍ COMO EN LOS GOZOSOS (TODOS INELUDIBLES). Se trata de crear y sostener las condiciones para que cada hijo se convierta en el árbol que está en la semilla. El deber es liderar con suavidad y firmeza el proceso por el cual la planta echará raíces firmes, desarrollará un tronco sólido y se abrirá en una fronda amplia que, a su vez, dará sombra protectora a los retoños que le sigan. Esto significa estar presente en momentos buenos y difíciles, poner límites orientadores e imprescindibles con la AUTORIDAD DE UN RESPETO BIEN GANADO (se lo gana haciendo todo lo anterior) y NO CON UN AUTORITARISMO INTIMIDATORIO Y ESTERILIZADOR. Es un trabajo cotidiano, una labor necesaria e indelegable que no se evita ni se remplaza convirtiéndose en Papá Noel por un día por obra de incitaciones consumistas.

Cuando la rueda del tiempo anuncia que la tarea ha terminado, lo que queda es la sensación de que, sólo por haberse abocado a ella, la vida tiene sentido. No hay deudas. Ninguna relación de amor puede ser reducida a una simple transacción. Y el de padres e hijos es un vínculo de amor. O debería serlo.” .

Yo agregaría, no hay deuda siempre y cuando, como progenitores hayamos cumplido con los deberes que el autor refiere y que son los que permiten tener credibilidad y autoridad ante los hijos, ganada a través del respeto, y no pretender ejercer un autoritarismo intimidatorio sin sustento, solo por el simple placer de

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ejercer poder. De todas formas si hay deuda, siempre es primero afectiva y emocional, y en último caso material.

Amar a largo plazo. Sergio Sinay

No sólo las personas, tampoco las instituciones y los países demuestran hoy capacidad para

hacer planes a largo plazo, como apunta sagazmente el filósofo madrileño José Luis Pardo,

autor de Esto no es música (introducción al malestar en la cultura de masas) y Estética de lo

peor , entre otras obras. Hemos entrado de lleno en el imperio del corto plazo. Ya no importa lo

nuevo por lo que pueda enseñar, sumar o transformar, sino simplemente porque es nuevo. La

dictadura de lo novedoso se extiende a las relaciones humanas. Elimina la progresión en el

tiempo (bajo la ilusión de eliminar el tiempo), la noción de proceso, de construcción, de logro y

de sentido. Como lo viene advirtiendo desde hace tiempo el sociólogo polaco Zygmunt

Bauman, nada se consolida, nada adquiere estructura, la vida misma se torna líquida.

Fiel a la categoría creada por él, Bauman lo bautizó amor líquido , aunque desde mi

perspectiva sobra la palabra amor. Si es amor, no es líquido, no se va por las alcantarillas, no

se escapa entre los dedos, echa raíces, muestra un tronco, despliega una fronda. Y si es

líquido, no es amor, no toma forma, no fragua, no trasciende en experiencias, caminos y

proyectos compartidos. Hay cada vez más vacío, y por horror a ese vacío ( el horror vacui ) se

intenta llenar las horas, los días, los segundos, los encuentros con una continuidad

indiferenciada de contenidos que ahondan lo que intentan paliar. Esto genera un impreciso y

persistente malestar emocional y espiritual del que sólo se puede regresar reconociendo la

existencia del otro, recorriendo la totalidad de las experiencias, volviendo al presente, único

tiempo cierto (que se alimenta del pasado para proyectarse al futuro) y habitándolo. Lo

contrario es vivir en la fugacidad sin raíces y sin futuro del instante. Relaciones instantáneas

que instantáneamente mueren, dejando más vacío, más ansiedad, más necesidad de placebos.

No es necesario volver al hasta que la muerte nos separe. Alcanza con que el presente (real y habitado) nos una. .

VIVIR ES ESCULPIRNOS.

Sergio Sinay para La Nación

Según un viejo aforismo anónimo, envejecer es inevitable, pero madurar es opcional. No somos responsables, por lo tanto, de nuestra edad cronológica. Esto es algo que harían bien en recordar quienes se creen a salvo de ella y se mofan de los viejos o los miran despectivamente. Pero sí somos responsables de nuestra edad emocional, intelectual y espiritual. Es curioso que sólo se acepte como patológica una edad mental retrasada cuando ésta es producto de disfunciones orgánicas, cognitivas o neurológicas, (consecuencia en el 99 % de los casos, de cuestiones sociales, esto es un agregado mío) pero que no se cuestione la salud de quienes, sin ninguna de esas disfunciones, se comportan como eternos adolescentes en fuga de responsabilidades y en huida permanente de los deberes y actitudes que van apareciendo en los distintas etapas del ciclo evolutivo.

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Sólo muestran afuera lo que les ocurre adentro quienes acompañan el paso del tiempo evolucionando al compás del mismo, aceptándolo, actualizando sus necesidades y su mapa existencial y explorando nuevas respuestas para nuevas preguntas (la vida tiene interrogantes renovados para cada etapa y todos apuntan al descubrimiento del sentido de la propia existencia). Son personas que, despreocupadas de una absurda e inútil batalla contra las naturales huellas del tiempo, exhiben integridad. Esto es armonía y coherencia entre sus ideas y sus conductas, entre su edad y sus actitudes. No se limitan a acumular experiencias, las transforman en aprendizaje, en alimento para sus ideas, enriquecen con ellas su visión del mundo. Son, aunque no se lo propongan, referentes válidos para quienes vienen detrás, lideran por simple presencia y consecuencia la marcha de las generaciones.

Madurar es, en efecto, un proceso que requiere conciencia y actitud. Es hacer de la edad que se tiene una vida vivida y no una vida negada. Requiere comprender que estamos instalados en lo que la médica suiza Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) llamaba la rueda de la vida (así se titula, precisamente, su conmovedora autobiografía, en la que narra su dedicación a acompañar a las personas en sus tramos finales). Cuatro etapas signan a esa rueda: 1) la del ratón, juguetón y escurridizo, es la infancia; 2) la del oso, cómodo e hibernante, la primera adultez; 3) la del búfalo, que recorre pausadamente la pradera, es la madurez, y 4) la del águila, que sobrevuela el mundo y anima a la gente a mirar a lo alto, es la vejez. Cuando cada animal se empeña en ser otro y en abandonar sus funciones, se producen los desfasajes. El resultado de estos no es la paralización del tiempo, sino la instalación de la angustia que, más allá de lo que parezca, suele acompañar a quienes se disocian de esa manera.(…) La realidad, imperturbable, siempre nos recordará en qué tramo de la vida nos encontramos.

Quien no quiere tener la edad que tiene posiblemente estará incómodo en todas. Exiliado de su tiempo verdadero, se verá irremediablemente disfuncional y extraño en los territorios cronológicos ajenos. Decía Erich Fromm que toda persona es, a un tiempo, el escultor y el mármol de una obra que es su vida. Si el escultor se ausenta, la obra queda inconclusa. Vivir es esculpirnos..

SINDRÓME DEL RESCATADORSergio Sinay

Aunque no es mucho lo que se sabe de la vida de Pitágoras (569-475 a.C.) y no dejó escritos, los discípulos de este filósofo y matemático griego se encargaron de rememorar y legar a generaciones siguientes sus ideas, muchas de las cuales fundamentaron líneas centrales de la matemática, la geometría y la filosofía. Entre los pensamientos que sus seguidores le atribuían se cuenta: "Ayuda a tus semejantes a levantar su carga, pero no te consideres obligado a llevársela". Esta propuesta quizá contradiga a muchas de las que estimulan la ayuda a los demás

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como una manera de ayudarse a uno mismo. Hay quienes hacen de esto último un lema. Es cierto que ayudar ayuda, pero también es importante que esa ayuda sea funcional.

Ciertas personas padecen síndrome del rescatador. Intentan ayudar a todos todo el tiempo y quienes, como contrapartida, se victimizan a cada paso encuentran en ellas quien tome su carga y les aliviane la marcha. Una ayuda instrumentadora comienza por preguntar al receptor qué necesita y cómo lo necesita. No hace por él, sino para él. A veces consiste, simplemente, en no intervenir. Y esto tiene un inconveniente: el que ayuda pasará inadvertido, quedará en el anonimato. Es que no faltan quienes, al no discriminar la verdadera necesidad del otro, lo toman como un medio para la satisfacción de su propia autoestima. Suele ocurrir que se practique la ayuda sustitutiva, aquella que remplaza al ayudado en su propio quehacer y, a pesar de las buenas intenciones, lo discapacita para capear tormentas. El ayudador, satisfecho de sí, suele no percibir esta contradicción.

La relación entre quienes se victimizan para encontrar cargadores de su equipaje y quienes no pueden dejar de levantar pesos ajenos puede crear círculos tóxicos. Unos no terminan de responsabilizarse por sus actos, los otros postergan en nombre de la vocación solidaria los temas de sí mismos que los reclaman. La salida no es la indiferencia ni el egoísmo, sino un acercamiento atento a la necesidad del otro, que permita verlo y escucharlo, sin desoír los requerimientos propios. .

Esos faros necesarios.

La maduración cognitiva (vinculada a mecanismos mentales del aprendizaje, el pensamiento, la

inteligencia y la memoria) y la emocional no van necesariamente juntas ni parejas. La primera

responde a ciclos evolutivos que los seres humanos cumplimos a determinadas edades y que

no varían significativamente con la historia. En ese aspecto, los adolescentes de hoy y los de

antes son igualmente avispados o pavotes, más allá de habilidades tecnológicas más efectistas

que esenciales. A su vez, la maduración emocional (y me atrevo a incluir también la moral)

tiene que ver con la capacidad de reconocer y expresar emociones, que en el adolescente

suelen ser confusas y torrenciales, de desarrollar la empatía, de comunicarse afectivamente, de

reconocer valores y aprender a vivir con ellos, poniéndolos en juego en sus relaciones, en sus

elecciones, en la construcción de su identidad.

Aunque se pueda contribuir con ciertas técnicas de entrenamiento (sin apurar ni saturar), lo

cognitivo sigue tiempos y cursos naturales. No es tanto lo que se espera allí de los padres y los

adultos. Pero sí tienen responsabilidad esencial e intransferible en la maduración emocional y

en el desarrollo moral. El modelo de vínculos que los padres establezcan entre ellos, con el

mundo y con sus hijos, la forma en que vivan los valores que proclaman, el patrón existencial

que sus hijos vean en ellos (vidas materialistas, fines que justifican medios, o vidas

comprometidas con fines valiosos), contribuirán decisivamente a la maduración y a que elijan

de modo que terminen por construir vidas con sentido. Para ello necesitan padres que lideren el

vínculo, que asuman su función de guías emocionales no a través del discurso sino de

presencia y actitudes cotidianas, en pequeños actos, en conversaciones casuales, en lo que se

ve y se comparte. Ni ausencia ni complicidad, ni imposición arbitraria ni clientelismo afectivo.

Padres adultos que actúan como tales resultan faros confiables y necesarios para hijos que navegan en el ancho y turbulento mar de la adolescencia. .

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Diálogos del alma- Sergio Sinay

Pollera, pantalón y prejuicios.

Las generalizaciones estimulan la pereza mental. Con una frase, un adjetivo o una categoría el generalizador se dispensa a sí mismo de la obligación de mirar a quien tiene frente a sí, de reflexionar, de asociar, de hacerse preguntas y procurarse respuestas. La generalización actúa como un reflejo condicionado, nace de prejuicios no contrastados con la realidad, es instantánea y automática y deja en estado de hibernación a la capacidad humana de pensar, intuir, inquirir, recapacitar. Si las generalizaciones son peligrosas porque de ellas nacen los prejuicios y la discriminación negativa, las de género suelen empezar por el chiste y terminar en la violencia. Y hay que remarcar que son de género y no de sexo.

Varones y mujeres tenemos diferencias sexuales que incluyen lo anatómico y lo fisiológico. Son ciertas, innegables e inmodificables, lo cual no es una anomalía, sino un dato de la naturaleza. Los problemas comienzan con las diferencias culturalmente establecidas que luego se conciben como naturales. Varón y mujer es lo natural. Masculino y femenino es lo cultural. Así como lo natural viene de origen y escapa a la elección, lo cultural es producto de la interacción humana, de la dinámica social, de las épocas y transiciones y de numerosos factores. Heredamos el sexo, construimos el género. Se puede decir que los varones son más peludos que las mujeres, pero no que son más miedosos. Se puede decir que las mujeres son más bajas que los varones, pero no menos inteligentes. Y así con cada una de las generalizaciones construidas alrededor de los sexos.

Todas las emociones están en ambos sexos, de manera que no viene al caso atribuirles género. Con eso sólo se consigue crear estereotipos de lo masculino y de lo femenino que lejos de llevar a la integración de las diferencias crispan los enfrentamientos y desencuentros. Sí hay modos diferentes de expresar las mismas emociones y eso debería respetarse antes que descalificarse. La fuerza en las mujeres, la ternura en los hombres, la intuición en ellos, la decisión en ellas se expresan distinto. Pero son emociones humanas. Como hombre, en fin, me dan miedo los prejuicios de género..

Las nubes del amor.

Siete mil millones de seres humanos pueblan hoy el planeta. No hay dos iguales. Nunca los

hubo. Todo vínculo entre personas es una relación entre individuos diferentes. Y el gran

desafío en esa construcción consiste en integrar las diferencias sin perder la singularidad

intransferible de cada uno. Ni la imposición autoritaria ni el sometimiento condescendiente son

buenos caminos para abordar las diferencias. Cualquiera de los dos lleva a la ilusoria creencia

de que se ha eliminado la discordancia. Es el famoso fueron felices y comieron perdices, que

pone punto final a la historia en donde ésta comienza, y no deja ver qué hay detrás de las

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perdices. Así se crea el mito de que en el amor todo es armonía, acuerdos telepáticos y música

de violines como fondo.

Se puede pelear como enemigos, lo cual significa que ceder es perder. La pelea es, entonces,

a muerte. Se puede discrepar como socios que apuntan a un mismo fin, y no lo pierden de

vista, aunque proponen diferentes medios. Se puede discutir largamente y con la esperanza de

un acuerdo, siempre que no estén en juego cuestiones de valores. Pero es muy raro que dos

que se aman no riñan. Hacerlo es también un modo de conocerse mutuamente. Y el amor es

conocimiento. Se ama a quien se ha aprendido a conocer y a aceptar aun en sus aspectos

menos glamorosos. Lo contrario es ilusión, enamoramiento, idealización. Lo que el amor no

admite es la mala fe, la manipulación o el ocultamiento como instrumentos de la discusión.

Tampoco la necedad, el intento de torcer la dignidad y la individualidad del otro para rendirlo

ante los argumentos propios.

Todo organismo sano sufre ocasionalmente una fiebre o una descompostura. Eso no invalida

su salud, el sistema inmunológico la restaura. Pero no es señal de salud vivir con fiebre o

descomposturas crónicas. Tampoco es cierto que las riñas son signos de amor. En todo caso

no están al margen de la construcción amorosa, pero el amor no se afirma en la pelea sino en

la armonización de las diferencias, aunque lleve tiempo y trabajo.

Nuevos recuerdos que remiten al presentePor Sergio Sinay  |  Para LA NACION

El presente es el punto del tiempo donde se integran el pasado (lo que hemos vivido) y el futuro (lo que viviremos). Como el tronco de un árbol que se sostiene en sus raíces y se eleva en su fronda. Sin el tronco las raíces son estériles y el follaje se desvanece. Quienes están presentes en su presente suelen tener menos nostalgias del pasado y menos miedo al futuro. Ven su vida como lo que es: un gerundio (según la feliz definición del médico y terapeuta argentino Gerónimo Acevedo). Están siendo, en una continua y rica transformación.

Pueden sentir nostalgia, pero no melancolía. La nostalgia es, en cierto modo, el reconocimiento de un pasado vivido y valorado. La melancolía, en cambio, es una trampa que atrapa a la persona en un punto anterior de su vida, punto no siempre feliz, del que no puede salir. En un presente real y encarnado, la nostalgia no hiere, roza suavemente y pasa. Pero en el caso contrario, la melancolía se extiende como una mancha espesa.

Vivimos tiempos líquidos, según el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Todo es fugaz, veloz, fragmentario, múltiple. Nada se consolida, no hay tiempo ni paciencia para ello, corremos hacia adelante con temor a quedar afuera de algo que no sabemos qué es, pero corremos. Todo dura muy poco (proyectos, sueños, logros, vínculos), se licua sin consolidarse. Lo descartable (que incluye recuerdos, personas y artefactos) se impone a lo perdurable. Los adultos conservamos testimonios de experiencias vividas: cartas, postales, cuadernos, libros, alguna prenda querida, y cuando los tenemos en nuestras manos certificamos que hemos vivido. Con ese contacto regresan emociones (tristezas, alegrías, temores, ilusiones). Certezas de nuestra vida. De los primeros escritos humanos quedan papiros y tablillas. El primer telegrama (enviado desde Washington a Baltimore el 24 de agosto de 1844 por

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Samuel Morse con la frase "¿Qué ha traído Dios hoy?") aún se conserva. Pero no hay rastros del primer mensaje de correo electrónico.

En la era de las tecnologías de conexión (no de comunicación, porque la comunicación real es un fenómeno complejo, ni serial ni tecnológico, que involucra emoción, pensamiento, palabra, mirada, escucha y una buena dosis de factores no verbales) el instante suprime al momento. El instante no tiene raíces ni fronda, es efímero y no deja huella. Apremiados por novedades tecnológicas que mueren al nacer para dejar paso a la siguiente sin que hayamos comprendido la anterior, no echamos raíces.

Nos urgen a correr detrás de lo nuevo sólo porque es nuevo, las vivencias se van entre los dedos sin cuajar. Nos invade algo más cercano a la melancolía que a la nostalgia. La añoranza por un pasado que no alcanzó a ser presente. Quizá sea tiempo de parar, de que las tecnologías sigan a nuestras necesidades y nuestros ritmos y que no seamos nosotros quienes debamos correr detrás de ellas. Así tendremos recuerdos reales y no añoranzas de lo que se fugó sin ser.

MÁS QUE GANARSE LA VIDA

 Sergio Sinay

Los seres humanos somos transformadores por naturaleza, de allí que aun cuando digamos que trabajamos para ganarnos la vida, no podamos estar inactivos a pesar de habérnosla ganado económicamente. A través del trabajo expresamos emociones, valores, cosmovisiones, dones. En él podemos vislumbrar momentos de sentido existencial o asomarnos al vacío y la angustia, más allá del éxito, poder o dinero que pueda proveernos. Y nadie, aunque lo diga y se lo proponga, es una persona en el trabajo y otra afuera. Dedicamos muchas horas y energía a lo que hacemos como para sostener semejante disociación. Nuestro trabajo puede mejorar el mundo y alimentar el sentido de nuestra vida o puede empeorarlo y empobrecernos espiritualmente. Y esto no tiene que ver sólo con lo que hacemos, sino con cómo lo hacemos. Nuestra actitud ante la tarea y ante los otros en ella y a través de ella, es responsabilidad propia e intransferible.

"Parece que la evolución del mundo del trabajo estuviera destinada a reducir la felicidad que uno encuentra en él", advierte el economista francés Daniel Cohen, en Homo economicus: el profeta extraviado de los nuevos tiempos, una brillante reflexión sobre lo que la economía hace de nuestras vidas y de nuestras relaciones cuando se antepone a la moral. Se advierte un creciente malestar en el mundo laboral, más allá de entrenamientos, capacitaciones e incentivos que las organizaciones proponen. Pero en definitiva las personas son personas y ese malestar se refleja en la globalidad de sus vidas. Es en los afectos, los vínculos importantes y los valores morales y personales en donde urge recostarse ante un mundo laboral en el que, como señala Cohen, la competencia prevalece sobre la cooperación y donde el beneficio económico y la rentabilidad son más importantes que el servicio y la realización. Se trata de integrar el trabajo a nuestra vida y no al revés. Hacerlo, obliga a menudo a tomar decisiones para preservar lo más valioso. Ganarse la vida, sí: ¿pero qué tipo de vida? .

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Por Sergio Sinay |  Para LA NACION

JUZGAR O NO JUZGAREl juicio ligero puede resultar tan letal e irreparable en el orden moral como lo es el gatillo fácil en el orden físico. Se suele decir que no hay que juzgar; hay quienes no emiten juicio amparándose en la pregunta ¿quién soy yo para juzgar? Se sostiene que no se puede opinar si no se ha vivido exactamente la situación sobre la cual alguien se expide. En una primera aproximación se trata de expresiones que lucen sensatas y ecuánimes. ¿Pero hasta qué punto quienes las sostienen son totalmente coherentes con ellas? ¿Y cuántas veces quienes se esfuerzan por evitar un juicio terminan carcomidos por la culpa debido a que, en su fuero interno, no dejaron de juzgar y condenar?

Elaborar juicios sobre situaciones y personas es una de las funciones del pensamiento. Como bien lo dice la filósofa Hanna Arendt en Responsabilidad y juicio, quien piensa juzga. Y no por maldad, sino porque es humano. Proponerse no juzgar equivale a plantearse no pensar. Ante los hechos, las circunstancias y las personas tenemos sensaciones, percepciones, intuiciones, suposiciones, conocimientos, interpretaciones. Juzgamos. Y lo hacemos a partir de nuestros valores y nuestros sentimientos. El no-juicio, sostiene Arendt, es muchas veces una coartada para evadir un atributo humano fundamental: la responsabilidad. No soy quién para juzgarequivale a negar la propia identidad y los propios pensamientos. No haber estado allí propone crear un mundo de silencio, puesto que no hemos estado en la mayoría de las situaciones vividas por miles de millones de personas, de manera que no tendríamos opinión sobre el mundo en que vivimos. Acaso sea más sincero y moralmente más honesto emitir nuestros juicios y asumir la responsabilidad por ellos. Esto nos ayudaría a pensar, y sobre todo a ejercitar el pensamiento crítico, esa herramienta esencial y hoy en desuso, sustituida a menudo por el escrache y el linchamiento verbal irresponsable y, sobre todo, hipócrita. Por lo demás, juzgar con responsabilidad es, a su vez, aceptar ser juzgado del mismo modo. .

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