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RELATOS DE LA MUERTE DE MAESTROS ZEN, TIBETANOS E HINDÚES Compilado por Sushila Blackman La Liebre de Marzo

DESPEDIDAS ELEGANTES

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RELATOS DE LA MUERTE DE MAESTROS ZEN, TIBETANOS E HINDÚES

Compilado por Sushila Blackman

La Liebre de Marzo

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Título originalGraceful exits: how great beings die

Primera ediciónJunio 2003

© 1997 Joseph K. Blackman

© 2003 para la edición en castellanoLa Liebre de Marzo, S.L.

© De la traducciónFernando Pardo

Diseño gráficoMauro Bianco

Imagen portadaMario R. Barbero

Impresión y encuadernaciónTorres & Associats, S.L.

Impreso en España

Depósito LegalB-35177-2003

ISBN84-87403-67-0

La Liebre de Marzo, S.L.Apartado de Correos 2215 E-08080 Barcelona

Fax. 93 449 80 [email protected]

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Contenido

Introducción7

Despedidas elegantes27

Postfacio145

Maestros y fuentes152

Créditos de fotos161

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A Bhagawan Nityananda, Baba Muktananda

y Gurumayi Chidvilasananda,

la viva encarnación del linaje Siddha.

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INTRODUCCIÓN

En el maravilloso poema épico indio, el Mahabharata, se le pre-gunta al sabio Yudhisthira: «¿De todos los hechos de la vida, cuáles el más sorprendente?» Yudhisthira responde: «Que un hombre,viendo cómo los otros mueren a su alrededor, nunca piense que élva a morir.»

Dos mil años después, las personas siguen eludiendo la realidadde su propia muerte. En un reciente artículo del New York Times,el doctor Jack B. Weissman, especialista en enfermedades conta-giosas, señalaba: «Lo que me sorprende de nuestro sistema es quela mayoría de la gente teme más cómo morirá que el hecho mismode que morirá.» Cuando pensamos en el hecho de morir, a menu-do nos preocupamos más por cómo eludir el dolor y el sufri-miento que puedan acompañar nuestra muerte que por hacerfrente realmente al significado de la muerte y al modo de acer-carnos a ella. Necesitamos modelos, gente que nos enseñe a em-prender de un modo elegante el acto de abandonar este mundo,así como a situar la muerte en su propio contexto. Para ello, esnatural dirigirse a quienes son los más expertos en afrontar lamuerte (y la vida): los maestros espirituales.

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El budismo tibetano, el budismo zen y las tradiciones hindúeso yóguicas que constituyen el núcleo de este libro están profun-damente vinculadas entre sí. Uno de sus vínculos es la importan-cia extraordinaria que dan al acto de morir. Para comprender elporqué, necesitamos ir más allá de los principios del karma y dela reencarnación, que en Oriente han estado intrínsecamenteentrelazadas en el tejido de la vida desde la antigüedad.

Karma y renacimiento

Según la ley del karma, todos los seres experimentan las conse-cuencias de sus actos, tanto mentales como físicos. La miríada dedeseos y miedos de cada vida nos impele a regresar a la vida terre-na para experimentar los frutos de nuestros actos anteriores, yasean dulces o amargos. Del mismo modo que llevamos las impresionesdesde nuestra vida despierta a nuestros sueños, las impresiones resi-duales de nuestros actos en esta vida nos acompañarán en la pró-xima. El tipo de vida al que regresamos está determinado, en granparte, por el modo en que vivimos nuestra vida presente. Losmaestros orientales mantienen que para vivir rectamente, por nohablar de morir bien, debemos actuar sin ningún apego personala nuestras acciones. Para liberarnos del miedo a la muerte y de laseguridad del renacimiento, debemos actuar sin deseo, sin un pro-grama personal y sin apego a los resultados.

Los hindúes sostienen que hasta que el alma individual (jiva) seuna con el Absoluto, el Ser de todas las cosas, continúa renacien-do. Buda también aceptaba el punto de vista tradicional indiosegún el cual los humanos están atrapados en un ciclo infinito devidas, conocido como samsara, caracterizado por dukka o sufri-miento. Según dichas enseñanzas, no existe una huida fácil a este

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destino, puesto que nuestro karma –las consecuencias de nuestrosactos– sobrevive a la muerte del cuerpo para condicionar unaexistencia física nueva. Buda no enseñaba que el individuo es elque renace; insistía en que todas las cosas están sujetas a la ley dela mutabilidad o transitoriedad (conocida en el budismo comoanicca) y que no existe algo así como una identidad personal oalma. Se trata de una doctrina conocida como anatta o «no-ser.»Sin embargo, el karma –que puede entenderse como un paquetede energía que contiene tanto cargas positivas como negativas– estransferible de una vida a la siguiente.

La creencia en la reencarnación y el ciclo del renacimiento no per-tenece sólo a los budistas e hinduistas. Por ejemplo, un fragmento de unantiguo texto hermético egipcio afirma que «el alma pasa de formaa forma y las mansiones de sus peregrinaciones son múltiples.»Existe por lo menos un pasaje en la Biblia que sugiere que Jesúspodría haber creído en la reencarnación. En Mateo 17:13, Cristorevela su forma divina a sus tres discípulos más cercanos, y luegoles dice que su precursor, Juan el Bautista, es en realidad una reen-carnación del profeta Elías. Orígenes, un destacado patriarca dela iglesia cristiana temprana, describe el renacimiento en su DePrincipiis:

El alma no tiene ni principio ni fin… Cada alma llega

a este mundo reforzada por las victorias o debilitada

por las derrotas de su vida anterior. Su lugar en este

mundo, a modo de vasija para el honor o la deshonra,

está determinado por sus anteriores méritos.

Por lo tanto, los primeros cristianos, al igual que su maestro,parecen haber aceptado la reencarnación, pero el concepto se vio

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suprimido por el Concilio de Constantinopla de Justiniano, en elaño 538 d.C. En la tradición mística judía de la Edad Media, lanoción de un alma preexistente evolucionó a lo largo del tiempoen la idea de reencarnación. Según David Chidester, en su libroPatterns of Transcendence, el concepto cabalístico de gilgul(metempsicosis) poseía el significado de un proceso en el que elalma renacía constantemente hasta que –mediante la meditación,la oración y la observancia ritual consciente– se purificaba detodo pecado y, finalmente, revivía en Dios.

Acontecimientos documentados recientemente también apuntanhacia la autenticidad de la reencarnación: niños que regresan a ciu-dades en las que vivían en vidas anteriores e identifican a miembrosde la familia; la selección de tulkus (lamas reencarnados) a partir deuna lista escrita de atributos dejada por la anterior reencarnación;y las experiencias espontáneas de regresión a vidas pasadas demuchos pacientes bajo hipnosis a cargo de médicos, como las queel Dr. Brian Weiss explica en su libro Many Lives, Many Masters.Dichos datos están erosionando las objeciones de los escépticosmás contumaces, llevándonos a modificar nuestra comprensión dequiénes somos. Como Stephen Levine expresa de un modo tanmaravilloso en su libro Who Dies?, ha llegado el momento de per-cibirnos «como seres espirituales con experiencias físicas más quecomo seres físicos con experiencias espirituales.» Éste es el modo enque los grandes seres se perciben a sí mismos y el modo en que,para nuestra gran suerte, nos perciben también a nosotros.

La cúspide de la vida humana

Si hay algo que prosigue en otra vida ¿cuál es su naturaleza? Losmaestros se refieren a este «algo» mediante distintos nombres.

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Los practicantes budistas lo han llamado «substrato psicoespiri-tual» o «un río de existencia-energía,» mientras que los hindúeso seguidores del yoga lo conocen como atman o alma. Sin embar-go, coinciden en un punto crucial: que la meta de la vida de cadamujer y cada hombre es la liberación, sin dejar ningún tipo deimpresión residual.

La liberación del ciclo del nacimiento y de la muerte puedeparecernos un concepto algo abstruso que no nos toca de inme-diato. Pero, en realidad, evadirse del nacimiento y de la muerte esel objetivo final de la vida humana. En el zen se le conoce comoel problema supremo, el más acuciante de los problemas. La cús-pide de la vida humana es morir y no renacer. A este fin tan subli-me y notable se le conoce como autorealización, liberación finalo nirvana (un termino que sugiere la extinción del fuego de laspasiones). Y, en lo que a veces se conoce como el secreto mejorguardado de Oriente, aprendemos que no tenemos que esperar hastamorir para alcanzar esta meta final. Es posible romper ahora ciclodel nacimiento y de la muerte. El nirvana, o autorealización,puede ser alcanzado en el término de esta vida.

Cuando al filósofo taoísta Chuang-tzu se le preguntó por quéel Maestro Wang Tai era tan extraordinario, contestó: «La viday la muerte son reverenciadas como grandes momentos de cam-bio, pero para él no son cambios. El cielo y la tierra pueden que-brarse y colapsarse a su alrededor, pero él permanecerá imperté-rrito. Su mente es pura e intachable, por lo que no comparte elmismo destino que las cosas que le rodean.» Cuando alguienconoce su verdadera naturaleza, la muerte del cuerpo físico setorna algo sin importancia; la muerte deja de ser real. Los maes-tros nos aseguran que este proceso de auto-realización o nirvanano constituye una aniquilación ni algo a lo que haya que temer.

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Comparan la fase final a la unión de una gota de lluvia con el océano;la existencia permanece, pero nuestras limitaciones y nuestra sen-sación de separación se disuelven.

Una vez que alguien ha llegado a esta fase final, la reencarna-ción deja de ser necesaria. Ningún factor de continuidad, que vin-cule una encarnación con otra, permanece. Ello no significa queun ser liberado nunca regrese. Algunos lo hacen, llenos de com-pasión por la humanidad. La tradición hindú habla de reencarna-ción voluntaria, llamada vyutthana, por parte de maestros plena-mente iluminados que regresan a la vida terrenal incluso cuandomaya (la ilusión) y el funcionamiento del karma han cesado deatarlos. De modo semejante, los budistas creen que los bodhisatt-vas –los «seres iluminados» que constituyen la encarnación de lacompasión– retrasan su propia liberación final volviendo paraayudar a todos los seres sensibles en su lucha hacia la realización.

Aunque a la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a vivircorrectamente ahora a causa de las consecuencias –las recompen-sas del cielo, por ejemplo– los maestros nos enseñan que debemostrascender totalmente esta «zanahoria». Los grandes maestros vivenbien no por anticipar logros personales sino por el amor de Dios.Sus vidas están llenas de servicio desinteresado, puesto que com-prenden que todos somos uno.

Buda declaró que todos los hombres podían probar por sí mis-mos esta senda del no-apego. Aunque muchos de nosotros actual-mente contemplamos esta meta, aspiramos a ella e incluso la per-seguimos de un modo activo, en el fondo de nuestros corazonesdudamos de que esté a nuestro alcance. Los maestros de este libronos muestran –con su propio ejemplo– que es así. Algunos deellos alcanzaron la realización en vida; otros alcanzaron el estadofinal al morir. Son nuestros modelos, en la vida y en la muerte.

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Extrayendo su sutil presencia de estos relatos y saboreándola, podre-mos renovar a diario nuestro compromiso con la meta. Sólo necesita-remos detenernos un poco y sumergirnos en el río sin fin de su gracia.

Dejar el cuerpo

«Todo el mundo desea conocer los detalles del morir, aunquepocos están dispuestos a confesarlo.» Así empieza el reciente best-seller de Sherwin Nuland, How We Die. En los últimos años, hedescubierto en mí misma una creciente curiosidad acerca delos detalles de cómo mueren los grandes seres. Dicha curiosidad,sin embargo, tiene más que ver con los aspectos sutiles que conlos físicos. Para mí, las preguntas se refieren más a los temas ocul-tos, los misterios. Por ejemplo, una pregunta que los buscadoresse formulan con frecuencia es: ¿por qué los seres autorealizados,que han trascendido el cuerpo, padecen dolor y sufrimiento?Cuando Ramakrishna, uno de los más grandes santos de India,estaba muriendo de cáncer de garganta, alguien le preguntó cómopodía explicarlo. Respondió que donde hay forma, hay dolor, haysufrimiento. En el caso de estos maestros autorealizados, sin embar-go, comprobamos que aunque su ser externo experimente los estra-gos de una enfermedad, el ser interior –el ser con el que están másprofundamente conectados– permanece en completa paz.

Para un maestro, la muerte no es muerte sino liberación. Segúnel Prashna Upanishad y muchas otras escrituras orientales, laapertura a través de la cual el alma deja el cuerpo es la que indi-ca el curso de su viaje después de la muerte. En términos yógui-cos, uno de los alientos vitales, el udana prana, se desplaza por elprincipal canal sutil nervioso y lleva el alma a su salida adecuada.El alma de alguien que se ha unido a la Consciencia suprema en

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esta vida, o que está totalmente enfocada en dicha dirección demodo que alcanzará este estado después de la muerte, pasa poruna estrecha apertura situada en la coronilla, conocida comobrahmarandhra o vidriti. El Katha Upanishad afirma: «Al ascen-der por ella, uno se convierte en inmortal.» El salir por dichaapertura se ha comparado a intentar pasar un hilo por una agujafinísima; únicamente que una fibra de deseo sobresalga, el hilo seatasca. Para completar esta tarea, nuestra atención debe sintoni-zarse mediante una práctica constante a fin de que tenga una soladirección.

El alma de una persona virtuosa puede salir por cualquier otroorificio de la cabeza: los ojos, la nariz o la boca. Entonces, viajaa lo largo de un camino de luz hasta alcanzar un plano sutil deexistencia como el cielo o el ámbito de los antepasados, donde seinstala para gozar de los frutos de los buenos actos, o karma. Perolas escrituras budistas e hinduistas, junto a algunos escritos grie-gos y egipcios, nos dicen que se trata de ámbitos temporales en losque somos bienvenidos a quedarnos hasta que se agoten nuestrosméritos positivos y llegue el momento de que el alma renazca enla tierra. Aquellos cuyos actos en la tierra han carecido de virtu-des, abandonan el cuerpo a través de las aberturas inferiores yviajan por un camino de oscuridad, para experimentar los frutosde los malos actos, hasta que se inicie el nuevo ciclo. Prácticamentetodas las religiones describen estos planos sutiles del cielo y delinfierno en términos semejantes.

En el Brihadaranyaka Upanishad, el sabio Yajnavalkya nosdice que, cuando nos acostamos, llevamos con nosotros el mate-rial de este mundo y creamos un estado de sueño que se percibemediante nuestro propio «brillo». Se trata de la misma luz de laconsciencia, nos dice, que está presente en la muerte:

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Cuando este ser se vuelve demasiado débil, demasiado

confuso, tal como sucede, entonces el aliento se concen-

tra a su alrededor. Acoge estas partículas de luz y des-

ciende hasta el corazón… El punto de su corazón se ilu-

mina y, a través de esta luz, el ser parte, ya sea por el

ojo, a través de la cabeza u otras aberturas del cuerpo.

¿Qué le sucede al aspirante, al buscador, que se ha puesto en caminoen la senda de la unión pero que no se ha concentrado en un solopunto en el momento de la muerte? En el Bhagavad Gita, Krishnanos asegura que: «Ni en esta vida ni en la posterior existe des-trucción para él, puesto que nadie que haga el bien, queridoamigo, circula nunca por el camino de la aflicción.» Nos estádiciendo que dicho buscador gozará provisionalmente de los fru-tos de un plano celestial, luego renacerá en una familia prósperay pura, o en una familia de yoguis. Ahí, el alma recuperará lasimpresiones mentales que había desarrollado en su vida pasada y,con esto como punto de partida, luchará de nuevo en pos de laperfección.

La importancia de escoger una vida en la que conocerá a unmaestro constituye un punto en el que están de acuerdo las dis-tintas tradiciones. El libro tibetano de los muertos ofrece lassiguientes instrucciones:

Si has de renacer en la tierra, sopesa las posibilidades

y escoge un buen nacimiento: uno que te asegure la con-

tinuidad del progreso espiritual y que te asegure un

encuentro con un Guru que constituya un amigo vir-

tuoso, de modo que puedas alcanzar la liberación.

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En la tradición india, se dice que a los aspirantes que tienen fe y sientendevoción por su maestro, éste les asegura la salvación en el momento de lamuerte. Al penetrar, en la muerte, en un estado de meditación profunda,mantienen una consciencia de lo que está ocurriendo y se liberan del temor.

En el zen, la muerte en posición sentada o de pie es consideradadigna de una persona iluminada. Algunos maestros zen abandonanvoluntariamente la vida; lo que también es cierto en otras tradicio-nes. Sin embargo, es el estado mental del moribundo, más que lahabilidad para controlar el modo de morir, lo que tiene mayor impor-tancia entre las tres tradiciones que estamos examinando.

Pensamientos finales, últimas palabras

La dirección que toma el aliento, udana prana, está determinadapor los pensamientos finales que tiene una persona en el momen-to de morir. Nuestros últimos instantes de pensamiento crean elímpetu y las circunstancias de nuestro renacimiento. Sin embar-go, el pensamiento final no puede ser simplemente el resultado deun acto de voluntad controlado, o de un deseo. Como nos dice elpoeta santo indio del Siglo XII, Jnaneshwar:

Los anhelos que una persona tiene mientras vive,

Que moran fijos en su corazón,

Vienen a la mente en el momento de morir.

Buda comparaba los últimos instantes de pensamiento a unamanada de vacas en un corral. Cuando la puerta del corral seabre, sale primero la voluntad más fuerte. Si ninguna vaca es par-ticularmente fuerte, entonces el líder habitual saldrá el primero.En ausencia de éste, intentarán salir todas de golpe.

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Tal vez, los últimos pensamientos más recordados sean los delgran ser Mahatma Gandhi. Cuando le alcanzó la bala de su ase-sino, Gandhi invocó de inmediato a su querida deidad con laexclamación: «¡Sri Ram, Sri Ram, Sri Ram!»

En el Bhagavad Gita, Krishna le reveló a Arjuna que podíamosliberarnos de renacer concentrándonos completamente, mante-niendo unidas la mente y el corazón, entregándonos profunda-mente al Señor y pronunciando el mantra Om en el momento demorir. Pero, como nos sugieren los relatos de este libro, incluso laprimera de las tareas es imposible si no nos comprometemos conalguna clase de práctica espiritual mientras estamos vivos.

A menudo, las últimas palabras de los grandes maestros tomanla forma de bendiciones, enseñanzas o instrucciones. En la tradi-ción japonesa, los maestros budistas y muchos laicos en el filo dela muerte ofrecen sus últimas palabras en la forma del llamadopoema de muerte o jisei. En dichos poemas, se rompen todas lasnormas convencionales o la educación propias de la vida; ellosimboliza la ruptura de las represiones mundanas. Los poemas demuerte constituyen el núcleo del legado espiritual japonés. Enéstos, la idea de la transitoriedad se expresa a menudo por mediode imágenes de las cambiantes estaciones, con la caída de los péta-los de las flores, por ejemplo, como símbolo de la muerte.

En su fascinante obra Japanese Death Poems, Yoel Hoffmannnos dice que, aunque la noción de salvación individual no ocupamucho lugar en la visión japonesa de la muerte, para el budismozen la solución del enigma de la vida debemos hallarla en nuestrapropia mente. Hoffmann describe acertadamente la postura zen:debemos purificar nuestra consciencia y ver la realidad tal cual es,en su «talidad.» Y la pura realidad, tal como la ve una mente ilu-minada, no admite polaridades como «vida» y «muerte». En la

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tradición zen, la iluminación se identifica con un estado de sim-plicidad natural que se extiende hasta el instante de morir.

Como veremos en las historias y poemas de muerte que vienena continuación, la mayoría de los maestros zen deja este mundocon una indiferencia casual que nosotros, en Occidente, difícil-mente podemos imaginar. Quienes siguen el «Camino de en medio»del budismo, creen que la salvación del mundo de la pena y deldolor no se alcanza pasando de un estado inferior del ser a unosuperior, sino eliminando todo pensamiento dualista y permane-ciendo en este estado de trascendencia de toda dualidad. El quemuere anhelando la vida en este mundo o la salvación en el pró-ximo no está iluminado.

En la tradición zen, morir no es nada especial. En su prefacioa Zen in America, de Helen Tworkov, Natalie Goldberg nos cuen-ta una historia maravillosa, que ejemplifica la actitud serena deun gran maestro zen en el momento de afrontar la inminente con-tingencia de la muerte:

Cuando un ejército rebelde ocupó una ciudad coreana,

todos abandonaron el templo zen excepto el abad. El

general rebelde irrumpió en el templo y se enfureció al

descubrir que el maestro se negaba a salir a su encuen-

tro, y menos aún a recibirlo como conquistador.

«¿No sabes», gritó el general «que estás mirando

a alguien que puede aniquilarte sin pestañear?»

«Y tú,» dijo el abad, «estás mirando a alguien que

puede ser aniquilado sin pestañear.»

La ira del general se transformó en una sonrisa. Se incli-

nó y abandonó el templo.

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Una docena de poemas de muerte están esparcidos a lo largo dellibro para que el lector los contemple y reflexione sobre ellos;pueden encontrarse algunos más en los relatos.

La práctica espiritual después de la muerte

Como muchas de las personas que trabajan en los hospicios pue-den confirmar, la muerte no se produce en un instante temporalpreciso: no se trata de un acontecimiento tan definido, sino másbien de un proceso. En el Tíbet, el arte de abandonar el cuerpo seconoce como phowa, y la muerte se considera simplemente comoun punto en un continuum que señala la transición de una formade consciencia a otra. Según la tradición vajrayana del budismotibetano, es importante que uno prosiga su práctica espiritual en elperiodo de la muerte e inmediatamente después de ésta. Muchoantes de que la muerte esté próxima, los seguidores de esta víaestudian el Bardo Thodol, o Libro tibetano de los muertos, bajo latutela de un maestro, para poder navegar adecuadamente a travésde los distintos bardo, o fases de la muerte, a medida que se vanmanifestando. Cuando la fuerza vital de la persona moribunda se alejadel cuerpo, aparece una intensa luz clara; la luz de la que se infor-ma en tantas experiencias cercanas a la muerte. Los maestros tibe-tanos enseñan que si podemos reconocerla y unirnos a ella, nosliberaremos de una existencia separada. Sin embargo, comohemos mencionado anteriormente al examinar la tradición hindú,sólo quien haya desarrollado la concentración en un solo puntoserá capaz de beneficiarse de este momento crucial. Si se pierdeeste instante, proseguiremos el viaje a través del mundo posterior ala muerte y se nos presentarán otras oportunidades de dirigirnoshacia la liberación, o por lo menos hacia un buen nacimiento.

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El libro tibetano de los muertos traza las experiencias básicasque se tienen en el momento de morir y señala los mojones queconducen a los distintos ámbitos. En el momento de la muerte,como en los sueños, habitamos un mundo compuesto de imáge-nes mentales. Es importantísimo comprender que dichos ámbitosson creaciones de la mente. Aquellos cuyos espíritus han adquiri-do la agilidad del desapasionamiento, son capaces de reconocerdistintas experiencias del estado de muerte como aspectos de supropia consciencia y, por lo tanto, son capaces de navegar ele-gantemente a través de las distintas situaciones a medida que semanifiestan.

En su obra maestra contemporánea, The Tibetan Book ofLiving and Dying, Sogyal Rinpoche nos dice que en el momentode la muerte «la mente ordinaria y sus ilusiones mueren, y en elhueco se revela la naturaleza infinita semejante al cielo de nuestrasmentes. Esta naturaleza esencial de la mente constituye el trasfondodel conjunto de la vida y de la muerte, como el cielo, que abarcaa todo el universo.» Tal como veremos en algunas de las historiasque siguen, las muertes de los maestros tibetanos son a menudoacompañadas por señales milagrosas y portentosos augurios,como arco iris, fragancias o música divina, flores que caen delcielo y terremotos.

Muerte en vida

En la tradición india del yoga, a medida que las impresiones kár-micas arden en el «fuego» interior encendido por el guru, finalmentellega un momento en que experimentamos nuestra propia muertemientras nos hallamos en un estado meditativo. En Does DeathReally Exist? Swami Muktananda escribe:

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Una vez que hayamos tenido esta experiencia, dejamos

de temer a la muerte. Por lo tanto, cuando llegue el

momento de morir en meditación, debemos morir com-

pletamente. En este caso, regresaremos a la vida de tal

modo que nunca volveremos a morir.

En dicha muerte espiritual –morir al ego mientras estamos vivos–superamos el miedo a la muerte física y nos saturamos de una cons-ciencia del «espíritu eterno» que los hindúes llaman moksha. EnMeditation and the Art of Dying, el pandit Arya nos dice que en latradición hindú un guru a veces transmite a unos poquísimos unadiksha-mytyu, o experiencia de la muerte iniciática:

Esta muerte iniciática es un proceso consciente del yoga

en el que una persona fuerte y valiente puede experi-

mentar la muerte por unos instantes. No todo el mundo

puede soportarlo. Pero aquellos pocos que reciben esta

clase de iniciación… nunca vuelven a ser los mismos.

El significado de la vida y de la muerte cambia total-

mente para ellos.

Esta cita nos recuerda las miles de experiencias cercanas a lamuerte que han referido investigadores como el Dr. RaymondMoody. De los muchos grupos espirituales de India que practicanla muerte con anticipación, tal vez el más conocido sea el de losbaules de Bengala. Poetas y místicos, los baules eran bhaktasextáticos (devotos de Vishnu o Krishna) que practicaban la medi-tación en la propia muerte con el fin de entregarse y renacer enDios; muertos al sí mismo personal, pero plenamente vivos.

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El budismo también nos enseña que el mejor modo de prepa-rar la propia muerte es anticipar la experiencia de la muerte envida. Buda apremiaba a sus discípulos a meditar en este misteriosagrado. Según el Mahaparinirvana Sutra, cuando estaba cerca desu propia muerte, Buda dijo:

De todas las huellas

La del elefante es suprema;

De todas las meditaciones atentas

La de la muerte es suprema.

Por lo tanto, cuando al maestro zen del S. XVII Suzuki Shosan sele comunicó que su enfermedad era grave, contestó que no teníaimportancia puesto que ya había muerto (supuestamente en medi-tación) hacía más de treinta años.

¿Qué le pasa al alma de un Maestrotras la muerte?

Seppo le dijo a Gensha: «El monje Shinso me preguntó a dóndehabía ido cierto monje muerto, y yo le contesté que era como el hieloque se convierte en agua.» Gensha dijo: «Está bien, pero yo nohubiera respondido de este modo.» «¿Qué hubieras dicho?» pre-guntó Seppo. Gensha replicó: «Es como agua volviendo al agua.»

En su libro Being Nobody, Going Nowhere, Ayya Khema nospresenta otra deliciosa respuesta a esta pregunta:

En una ocasión, el peregrino Vacchagotta le preguntó

a Buda: «Señor ¿qué le sucederá al Iluminado tras la

muerte? ¿A dónde irá? Buda dijo: «Peregrino, haz un

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fuego con las ramas que hay por el suelo.» Así lo hizo,

y encendió el fuego. Entonces, Buda dijo: «Ahora, écha-

le más ramas.» Lo hizo, y Buda le preguntó: «¿Qué

pasa?» Vacchagotta respondió: «Hay un buen fuego.»

Buda dijo. «Ahora deja de echarle ramas.» Pasado un

rato, el fuego se extinguió. Buda le preguntó: «¿Qué ha

pasado con el fuego?» «El fuego se ha extinguido,

Señor» Buda dijo: «Bien, ¿a dónde ha ido? ¿Hacia

delante? ¿Atrás? ¿A la derecha? ¿A la izquierda? ¿Abajo

o arriba?» El peregrino contestó: «No, simplemente se

ha extinguido.» Buda dijo: «Exacto. Esto es lo que

pasará con el Iluminado tras la muerte.»

Cuando se deja de echar ramas al fuego del deseo apasionado, delanhelo, del afán, el fuego se extingue. Puesto que no existe karmaalguno creado por un maestro de esta clase, nada necesita renacer.

Los maestros espirituales descritos en este libro pertenecen a dis-tintas creencias. Entre los maestros indios, algunos son bhaktas,o amantes de Dios; algunos son jnanis, devotos de la sabiduría;algunos son yoguis karma, habiendo logrado su estatus medianteel servicio altruista; y algunos nacieron como maestros autoreali-zados. En la tradición japonesa y china del budismo zen, estánrepresentados maestros ya sea de la secta Rinzai, la vía que apoyala realización instantánea, que de la secta Soto, la vía de la reali-zación gradual. En el seno de la tradición tibetana, algunos maes-tros son lamas y rinpoches bien conocidos, mientras que otros sonpersonas aparentemente corrientes cuyo estado elevado fue reco-nocido por los demás sólo en los últimos instantes finales.

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Como suele suceder casi siempre con las hagiografías, estas his-torias se han explicado una y otra vez, algunas de ellas durantesiglos. Aunque unas cuantas de ellas poseen la cualidad de unaleyenda, mi interés ha sido presentar experiencias reales de muerte.La lista de maestros presentados no intenta ser exhaustiva, sinomás bien mostrar una sección transversal de estas tres tradiciones.Unos pocos relatos de la muerte de maestros de las tradicio-nes taoístas, islámicas y budistas tempranas se han abierto cami-no de un modo irresistible en el texto. Una selección de relatos demuerte de la tradición judeocristiana, así como de otras tradicio-nes que no están representadas en esta obra, sería una secuela fas-cinante a este libro.

A medida que leamos los relatos, tal vez queramos saborear lassensaciones o actitudes que encarnan estos grandes maestrosmientras mueren. Sentémonos y contemplemos una de las cuali-dades subyacentes –tales como el gozo, el valor, la falta de temor,la humildad o la simplicidad– y reflexionemos en cómo podemosadquirir dicha cualidad en nuestra propia vida. Otra prácticafructífera consiste en mantener a diario la realidad de nuestra pro-pia muerte frente a nosotros. Esto a menudo agrega una perspec-tiva más clara y aguda, y nuestras prioridades se reorganizan a símismas de un modo natural, haciéndonos pasar un tiempo mássatisfactorio y rico en este planeta.

Todos los grandes maestros nos desean una sola cosa: que sea-mos capaces de identificarnos con la parte real de nuestro ser–nuestra esencia, nuestro ser interior, nuestra alma– antes de queabandonemos el cuerpo físico. La muerte es algo natural e inelu-dible. Pero, desde el punto de vista del misticismo oriental, no esreal. Únicamente la unión con el Absoluto, la inmersión en elVacío, es real. Al compilar estos relatos, he penetrado más a fondo

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en mi comprensión de la muerte y borrado muchos miedos aso-ciados a ella. Espero que vosotros, lectores, tengáis una experien-cia similar.

Este libro está escrito para aquellos que se encuentran, o aspi-ran a encontrarse, en la vía espiritual. Está escrito para buscado-res. Este término, tal como lo uso, es muy amplio. Incluye a todosaquellos que consideran lo que no es visible de la vida como suverdadera fuente de alimento, sostén y gozo.

Nota del compilador

Para aquellos que no estén familiarizados con las tres tradicionesrepresentadas en esta obra, los nombres en otras lenguas aparecen enitálica y se traducen. Se exceptúan palabras como guru, lama, ashramy nirvana, que se utilizan normalmente en nuestra lengua, así comodos términos sánscritos que aparecen con frecuencia en esta obray pueden requerir explicaciones: dharma y samadhi.

Tanto en el hinduismo como en el budismo, dharma es un con-cepto básico. En el sentido en que se utiliza aquí, significa «las ense-ñanzas», la comprensión fundamental de la naturaleza de la realidadencarnada en dichas tradiciones religiosas. Samadhi se refiere origi-nalmente a un estado meditativo profundo en el que la dualidadsujeto-objeto desaparece. En la tradición budista, este sentido dela palabra se ha ido manteniendo. Pero en las tradiciones hindú-es o yóguicas, samadhi también significa la salida de este mundollevada a cabo por un maestro realizado (la palabra mahasamadhi,o «gran samadhi» se utiliza también en este sentido), y, por extensión,incluso se convierte en el término para la tumba o el mausoleode un gran maestro. El contexto clarificará al lector qué senti-do tiene.

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La conversión de los nombres asiáticos es problemática a causade los muchos sistemas de romanización en uso; este libro siguelas distintas convenciones empleadas en las fuentes originales.

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DESPEDIDAS ELEGANTES

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Cuando un veterano maestro budista preguntó a un grupo demeditadores: «¿Qué sobrevive cuando muere un ser iluminado?»un miembro del grupo respondió: «Cuando muere un ser ilumi-nado, no queda nada.»

El maestro sonrió y, para sorpresa de los reunidos, dijo: «No.Queda la verdad.»

Cuando estuvo claro que estaba a punto de morir, a MatsuoBasho, el mayor de los poetas haiku, sus amigos le pidieron unpoema de muerte, pero él se negó. Proclamó que, en cierto senti-do, cada poema que había escrito en la década anterior –conmucho, su periodo más productivo y de profundo compromisocon el zen– se había redactado como si fuera un poema de muer-te. Pero, a la mañana siguiente, el poeta convocó a sus amigosjunto a su lecho de muerte y les comentó que por la noche habíatenido un sueño y que, al despertar, se le había ocurrido unpoema. Recitó entonces este conocido poema:

Enfermo, de viaje,

Pero sobre los marchitos campos

Deambulan los sueños.

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Viniendo, todo está claro,

no hay duda.

Marchando, todo está claro,

No hay duda.

Por lo tanto ¿qué es todo?

– Hosshinmonje zen del S.XIII

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Shunryu Suzuki

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Yamaoka Tesshu

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Una fría mañana de noviembre de 1981, Trijan Rinpoche hizo lla-mar junto a su lecho a su secretario, Palden Tsering, que le habíaacompañado durante mucho tiempo. «Después de todo, no haré elviaje a Mundgod,» anunció con profunda y ronca voz. Los ojos dePalden Tsering se llenaron de lagrimas, pero intentó ocultarlas.«¿Debo cancelar, entonces, los billetes de tren?» preguntó. El tutordel Dalai Lama, de ochenta y un años, no contestó enseguida; en sulugar, miró una thangka [pintura budista] que colgaba al otro ladode la habitación y pasó los dedos por el rosario. «Consérvalos,»replicó finalmente. «Tengo una cita allí.» Al día siguiente murió.Los tibetanos creen que su próxima encarnación se descubrirá en elcampamento de refugiados de Mundgod, en el sur de India.

Poco antes de morir, Mahatma Gandhi le dijo a Manubehn, unseguidor muy cercano: «Desearía poder enfrentarme a las balasde mis asesinos reclinado en tu regazo y repitiendo el nombre deRama con una sonrisa en el rostro.» Mientras se desplazaba entre unamuchedumbre a la que tenía que hablar, una mañana de enero de1948, un hombre empujó bruscamente a Manubehn y disparótres veces al Mahatma. «¡Sri Ram! ¡Sri Ram!» exclamó Gandhi,mientras caía al suelo.

Un monje dijo a Tozan:

«Un monje ha muerto; ¿a dónde ha ido?»

Tozan respondió: «Después del fuego, un brote de hierba.»

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