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¿"DELINCUENCIA JUVENIL”?.
TRATAMIENTO DE MENORES EN CONFLICTO CON LA LEY PENAL
Varela, Osvaldo; Álvarez, Héctor R.; Sarmiento, Alfredo J.;
Pull, Stella Maris; Regueira, Beatriz N.; Izcurria, María de los Ángeles.
Desarrollo
Se trata de uno de los temas más interesantes que aborda la especialidad que nos
convoca, no solamente por el interés científico que despierta el fenómeno, sino además por
las repercusiones sociales que produce, y los sentimientos encontrados que fomenta.
Vivimos en una sociedad que se organiza sobre la base de normas, y éstas funcionan sobre
la base de amenazas y castigos. Así, pues, sabemos que dentro del modelo productivo
tenemos metas o fines socialmente valorados, y el arribo a ellas debe producirse por caminos
previamente demarcados, que a su vez son generadores de beneficios para el propio
productor y para la sociedad misma donde está inmerso. El apartarse de estas normas y
buscar la satisfacción del logro de metas por caminos desviados o transgresores
automáticamente colocan al actor en la marginalidad, y como tal, primeramente lo segrega
apartándolo de la comunidad en que está inserto mediante el castigo del encierro (privación
de libertad), provocando indirectamente con ello el castigo; paralelamente se produce con
esto la "amenaza social” en el entorno, es decir que a todos los sujetos que actúen en contra
de las normas establecidas les va a ocurrir lo mismo, y seguidamente se comienza con la
aplicación del famoso y nunca bien comprendido “proceso de rehabilitación social”.
Todo éste proceso que acabamos de precisar en forma rápida está legitimado por un
contexto social que lo aprueba, es decir que aquel que atenta contra la sociedad merece un
castigo, y acepta que se aplique sobre él la famosa “venganza social", concepto que muchos
autores en la actualidad tratan de disfrazar y aggiornar, pero que no deja de ser otra cosa
que un castigo ejemplificador que vindica el derecho social. Si alguien lo duda, veamos que
todas las sociedades tienen sistemas de castigos, todas tienen instituciones carcelarias, en
todas ellas el sistema es represivo (en cuanto limita la libertad del sujeto), y en todas ellas
se reafirma y sostiene su sentido a través de la rehabilitación, aunque también en todas ellas
este sistema de rehabilitación esté cuestionado, y puesta en duda su efectividad.
Pero si hay un subtema que crea desconcierto en esta sociedad que creía tener todo
organizado, controlado, vigilado y protegido, es el de los niños y jóvenes que cometen
conductas asociales. Si bien el daño que producen muestra una magnitud tan o más
importante que la que suscita un adulto, en el caso del joven, la sociedad se muestra más
permisiva y tolerante, permeable a darle "una nueva oportunidad", y esto se manifiesta de
tal manera que lo releva del cumplimiento del castigo por la acción disvaliosa cometida, y se
cree pasar de forma directa al proceso de rehabilitación. Aquí vemos la primera
contradicción, pues de ser efectivo este proceso para los menores, ¿por qué no lo sería para
los adultos? Es decir, habría que relevar la respuesta punitiva sobre el autor, y recurrir de
forma directa a su “tratamiento” (entendiendo por tal el abordaje técnico-científico de la
problemática), imaginemos el disconformismo generalizado que se produciría en la sociedad
si tomáramos al delincuente como el producto de una sociedad que lo victimiza, y como tal,
por ser víctima de un .sistema agresor, su actuación marginal fuera leída por el Estado como
una señal de alarma, tomándolo automáticamente bajo su protección y proporcionándole los
suministros básicos de los que carece, y por los cuales actúa en transgresión. Pues esto es
lo que el Estado dice hacer cuando detecta a un joven que produce un hecho que la ley
califica como delito
Al parecer el derecho, contrariamente a lo que sucede cuando un adulto atenta contra
la paz social y por tal aplica su fuerza contra el infractor, cuando los mismos episodios son
producidos por menores, tiene poco que decir, e intenta apelar a otras ciencias, pero sin
perder el poder de su discurso. Intenta asimilar el discurso de otras ciencias que acuden en
su auxilio (por ejemplo, la medicina legal, la sociología criminal y recientemente la psicología
jurídica), es decir que en lugar de transferir el problema Inicia quienes muestran
características de idoneidad, lo que hace es delegar el conflicto, pero manteniendo sobre él
su poder del decir y actuar jurídicos.
A nuestro modesto entender, lograr la transferencia del conflicto para que éste sea
abordado directamente por la ciencia que puede modificar la problemática, sería un paso
importante en el logro del manejo terapéutico y el resultado final. Tampoco son ajenos a
nuestra comprensión los serios problemas que ocasionaría un enfrentamiento entre la
ciencia y el derecho por el control de la franja de sujetos adolescentes. Es verdad que
muchos colegas se encuentran insertos en el sistema judicial, pero su inserción está
condicionada y reglada por el discurso del derecho, a tal punto que el propio discurso
psicológico aparece subsumido y profundamente influenciado por el discurso jurídico.
Es por esto que, a modo de propuesta, sería interesante tomar distancia del discurso
jurídico, entendiendo por tal delectar el conflicto a partir de la alarma social que produce en
el entorno, pero enfocar la problemática desde los aspectos psicológicos propiamente
dichos. Por ejemplo, reconocer que los menores que cometen delitos, en realidad ensayan
conductas de adaptación social, y deben ser leídos como trastornos de conducta, en algunos
casos más comprometidos que otros, y por ende deben recibir el tratamiento
psicoterapéutico adecuado, sin tener que condicionarlo a normativas jurídicas preexistentes.
En todo caso, las normativas jurídicas acompañan los objetivos de modificación dé conducta
final. No pocas veces nos hemos encontrado con resistencias poderosas que si bien no
podían justificar su oposición a delegar estas cuestiones, sostenían sus posiciones
erigiéndose en los defensores de los derechos y las libertades de las personas. Pero esto
es falaz y engañoso, pues sólo deben ser defendidos cuando primero son atacados, y
sabemos que nunca la ciencia psicológica ha sido acusada de atacar, limitar u ofender el
derecho de los sujetos que asiste.
Es por esto que lomaremos el lema desde la óptica jurídica que lo detona, constituida
por la edad, y básicamente por la acción que lesiona a la sociedad en su conjunto; y al
particular damnificado, pero esto debe ser leído solamente como el detonante que pone en
movimiento una estructura defensiva social que manifiesta su acción en la protección del
sujeto infractor.
A partir de allí, el problema debe ser asumido por las ciencias sociales, poniendo el
acento up en la manifestación conductual, que sólo debe ser leída como la "señal de alarma",
sino en las características psicosociales y sociodinámicas del sujeto, pues sólo mediante la
modificación de estas características vamos a lograr modificaciones en el actuar de los
sujetos asistidos. Es decir que si tratáramos las manifestaciones antisociales, en realidad lo
que estaríamos haciendo es irritar el síntoma y no las causas; por lo tanto, lo único que
conseguiríamos es que el síntoma mutara en otro, y ya la señal de alarma a la que aludíamos
no sería detectada por el discurso jurídico, sino por otro discurso.
Aquí quisiéramos hacer una advertencia a los colegas que trabajen con esta
problemática: no es factible hacer ningún tipo de intervención preventiva a partir de la
detección de las características a las que aludimos sin que se produzca el episodio asocial,
pues esto sí sería violatorio de los derechos y las libertades de los sujetos, pues lodo
tratamiento debe actuar limitado en un primer momento por el espacio físico institucional que
es lo que impide el acting-out del sujeto, y facilita la internalización de conductas.
De esta manera, debemos primeramente conocer las características psicosociales las
cuales separaremos solamente a fines de estudio, pues nunca aparecen puras, sino
mixturadas entre sí.
Citaremos para empozar la compulsión a la acción, definiéndola como el pasaje del
impulso a la acción directa, sin la intervención del pensamiento como instancia
mediatizadora. El sujeto tiende a actuar la necesidad como un impulso incontrolable, sin
medir las consecuencias y sin tener en cuenta a los otros, comprometiéndose en situaciones
de riesgo individual y social. No puede dar cuenta verbal de la necesidad; la define como
algo irresistible que lo obliga a "hacer" sin "pensar". Es común escuchar en entrevistas
posteriores: "...no sé por qué lo hice, no pensé", y en contrapartida, cuando se limita su
actuar por el espacio físico, es corriente escuchar: "...aquí puedo pensar”. Esta actuación
nos remite al escaso nivel de tolerancia a la frustración que muestran estos jóvenes, para
los cuales todo debe ser realizado en el aquí y ahora: cualquier dilación de tiempo es
inaceptable porque, en realidad, lo que se trata de satisfacer es la necesidad inmediata, no
el producido de la actuación. Debemos tener en cuenta, además, que la tolerancia a la
frustración proviene de dos fuentes, una innata, dependiendo su nivel de las condiciones
que se producen durante el nacimiento del sujeto, momento en el cual, paradójicamente el
nivel de energía tanática alcanza su máximo nivel; y, por el contrario, el impulso erótico se
encuentra en su mínima expresión, siendo la voluntad de vivir del sujeto lo que va revirtiendo
la situación, provocando el incremento erótico de vida y disminuyendo el lunático de muerte.
Y otra adquirida durante el primer año de vida, siendo éste el período en donde el sujeto
aprende a partir de su contacto con el mundo, que pasa por su relación con la madre. Es
decir, el quantum energético que consiguió durante el nacimiento se va a incrementar o
disminuir de acuerdo a las gratificaciones o frustraciones que vaya teniendo durante este
primer año, y que luego teñirán su vida futura.
Esto nos remitirá a una vivencia del tiempo presente como absoluto. Hura explicar esto
es necesario remitirnos a conceptos de la ciencia física. Mediante ésta, podemos definir al
pasado personal como el cúmulo de experiencias vividas con autorreferencia que pueden
ser evocadas, y al futuro como el cúmulo de proyectos y planes que el sujeto elabora para
su logro y satisfacción, dejando la definición de presente como una transición entre el pasado
y el futuro, ya que antes de poder evocar el presente ya es futuro, e inmediatamente luego
de citarlo se convierte en pasado. Pero cuando el sujeto no puede encontrar en su pasado
vivencias valiosas que le den sentido a la evocación, ni puede proyectar en el futuro su
esperanza sólo le queda el presente para vivirlo de forma constante. Es aquí donde el
presenté modifica su concepción física para el sujeto, y se transforma en el sentido de su
vida. En esta necesidad cobra fuerza otro aspecto que conforma su personalidad: la
cosificación del mundo, la utilización de los otros y del propio cuerpo como objetos. Todo su
entorno existe y cobra sentido para ser utilizado en la satisfacción de su necesidad, en su
provecho. Incluso la dimensión del dolor físico, mostrando una suerte de "anestesia",
tolerando fuertes dolores y laceraciones con el solo objetivo de satisfacer la necesidad a
través del impulso en la acción. Aquí se produce un fenómeno digno de ser detallado: es él
nivel de pensamiento concreto que adquieren sus evaluaciones. Se aprecia una suerte de
detención en el proceso evolutivo del pensamiento, por lo que no tiene acceso a los procesos
superiores de abstracción, quedándose "anclado" a estadios concretos. En general estos
jóvenes muestran muchas dificultades en el aprendizaje educativo escolar, son repetidores,
lo cual, sumado a su dificultad de adaptación a los entornos sociales, los convierte en
conflictivos y problemáticos, por lo cual las instituciones educativas los expulsan, y así sólo
pueden buscar refugio en sus grupos de pares.
Todas estas características conforman una personalidad deficitaria, con pobres
estructuras yoicas defensivas, y componentes superyoicos lacunares. Sus relaciones
vinculares son francamente defectuosas: el joven no logra ligar emociones duraderas, y
todos sus contactos están teñidos por las características de personalidad ya explicadas.
Ahora daremos paso a las características socio-dinámicas, en íntima relación con las
psicosociales ya expuestas, en las cuales hicimos hincapié en el sujeto. También
profundizaremos en su entorno, primero familiar, y luego social, a través de los grupos de
pares, de continencia y convivencia.
De tal manera, y como hemos explicado, la relación con su madre es fundamental y
básica para el logro de sus capacidades personales, pero aquí podemos ver, ya desde antes
de su nacimiento, que se trata de una criatura no querida, o por lo menos no esperada,
concebida sin deseo ni afectos sólidos entre los progenitores, lo cual excede los niveles
sociales y económicos, y rompe con el imaginario de pensar que estos jóvenes sólo
provienen de hogares carenciados y de un escaso nivel socioeconómico y uno educativo
deficitario. Son madres que viven el embarazo como un estorbo, como una dificultad que les
impide hacer sus cosas, salir y movilizarse libremente. La figura del padre no reviste valor, y
sólo aparece como el compañero de la madre, pudiendo ser sustituido en este período.
Volviendo a la figura materna, podemos decir que cría a su hijo como si fuera un "pulpo”: lo
mantiene firmemente tomado por un ‘'tentáculo", pero a la vez no lo deja acercarse, y lo
sostiene distante; no muestra compromisos afectivos con él, ya que ella misma es un ser
con las mismas falencias y por ende las mismas necesidades. En todo el proceso que
produjo en el sujeto la incorporación de las características individuales enunciadas, tuvo un
rol fundamental la relación del joven con la madre, y en todos los casos las características
vinculantes carentes de ella fueron un factor fundamental para su defectuosa estructuración;
y digo defectuosa, pues si dijera mala, la realidad hubiera sido que el niño hubiese muerto.
A modo de ejemplo, citaremos los estudios de Spitz sobre las muertes prematuras y
marasmo durante el primer año de vida. No olvidemos que el ser humano es tal vez la
criatura de la creación que nace en estado de mayor indefensión, y que si no es ayudado
por su progenitora o sustituía, no puede mantenerse con vida. Según estudios hospitalarios,
el 80% de los bebés que nacen en las condiciones descriptas muere durante el nacimiento
o en el primer año de vida; y transformado el 20% restante en un 100%, soto sobrevive a los
18 años el 50%, lo cual nos permite apreciar cuán perjudicial es el proceso de socialización
deficitario. Por supuesto que, a medida que el joven crece y se desarrolla comienzan a
integrarse a su historia y proceso madurativo otros actores significativos, pues el proceso
tiende a seguir los canales normales de toda evolución. Así, pues, tras los sucesivos
abandonos que sufre en los primeros años, comienza a deambular socialmente en total
soledad, y sólo busca unirse a otros en situaciones de uso; el compromiso afectivo-
emocional no aparece, y sólo se muestra el utilitario. Va conformando un grupo de pares que
le puedan ayudar a satisfacer sus propios fines, y lo que encuentra son figuras que poseen
similares características de carencia, por lo cual su unión no mejora el proceso, sino que,
contrariamente, lo alimenta y enriquece en la negativa. Durante su adolescencia, no puede
recrear en estos grupos de pares los padres de la infancia (ni los padres fueron dadores, ni
el grupo puede representar la contención afectiva necesaria). La única característica que
aparece es la falta, como carencia estructurante del fenómeno, que se muestra socialmente
como la agresión al medio, con una violencia que el medio rechaza y castiga.
Esta forma de manifestar su carencia produce un resultado en el medio que es leído
como una agresión, y ante ella el entorno se defiende recurriendo primeramente al aparato
jurídico-penal; pero al reconocer lo novel del sujeto que atrapó, este aparato aplica sobre él
una tolerancia, una moratoria, que se traducen en la derivación de la intervención al trabajo
terapéutico, con vistas a lograr, a través de él, la compensación del déficit en la
Conformación personalística. Pero como el cuadro reviste una "peligrosidad social”, y ésta,
a su vez, justifica que el aparato represivo del Estado mantenga su control sobre el individúo,
se recurre primeramente a la internación en establecimientos de seguridad adecuados para
la contención física del sujeto. Paralelamente se implementa sobre él un tratamiento
psicoterapéutico tendiente a reconstruir sus estructuras deficitarias, proponiendo
primeramente el establecimiento transferencial de una confianza básica entre analista y
analizado, a través del cual el terapeuta obrará corno yo auxiliar del sujeto, guiándolo y
enseñándole las referencias positivas sociales, decodificando y devolviendo los mensajes
de ayuda y cooperación que demande su asistido; incluso operara como “filtro" sobre los
mensajes disvaliosos que le proporcionen miembros de su familia y el entorno. Si la atención
es constante y se ha logrado el establecimiento de un buen rapport, se estima en un tiempo
de ocho meses a un año el cumplimiento de esta primera etapa, que propicia el paso a la
segunda etapa, que denominaremos de separación masiva, en la cual el sujeto debe
manifestar condiciones de independencia y toma de pequeñas decisiones, en principio no
relevantes, pura ir progresando y ganando confianza en sí mismo, incorporando el sistema
defensivo del yo externo o “auxiliar” a su propia estructura. Si la evolución es electiva, esta
segunda etapa debe cumplirse en un tiempo de seis a ocho meses. Luego de esto, el sujeto
estaría en condiciones de egresar del sistema de seguridad a un entorno protegido, con
referentes que lo continúen apoyando en su proceso de individuación social.
Tratarnos de mostrar, a través de esta breve exposición, la situación jurídica y social de
los menores transgresores, con algunos puntos de vista y propuestas terapéuticas que se
aplican en nuestro país, los cuales consideramos pueden ser de utilidad para implementar
en cualquier grupo de jóvenes en riesgo. Tratamos en todo momento de fijar una posición
científica, sin influencia de políticas parciales de Estado ni intereses de sectores.
Circuito legal
— Transgresión: agresión social que produce una “señal de alarma".
— Se detona el aparato defensivo-represivo operado por el Estado a través de la ley.
— Se aplica sobre el joven una respuesta socio-legal a través del aparato jurídico
(función de control del Estado).
— Se lleva a cabo un recurso asistencial a través de tratamientos aplicados por las
ciencias auxiliares (médica, psicológica, psiquiátrica, social, familiar, educativa, laboral).
— El resultado es evaluado por la ciencia del derecho, basado en una interpretación
legal que produce como consecuencia la prolongación de la internación en el régimen de
seguridad o su externación a regímenes alternativos (el discurso jurídico delimita las
alternativas y continúa manteniendo el control sobre ellas).
Aspectos psicosociales (características)
— Compulsión a la acción directa.
— Baja tolerancia a la frustración y a la espera.
— Vivencia de tiempo presente como absoluto.
— Cosificación del mundo, los otros y su propio cuerpo como objetos para ser
utilizados.
— Nivel concreto de pensamiento, escasa posibilidad de simbolización.
— Visión tergiversada de la realidad.
Aspectos sociodinámicos (características)
— Fallas en los vínculos.
— Alteraciones emotivo-afectivas.
— Funcionamiento ambivalente materno (relación oscilante: apego-, desapego).
— Figuras paternas sustitutivas (“compañero de la madre").
— Grupos de-pares carentes en sus relaciones básicas y de pertenencia falentes de
relaciones afectivas.
— Imposibilidad de recrear en los grupos los "padres de la infancia".
— Escasas posibilidades de ensayar identificaciones con ídolos y figuras
representativas.
— No logran internalizar normas y valores sociales que faciliten su integración.
Abordaje terapéutico
Fase I: Resistencia y desconfianza básica
— No existe conciencia de enfermedad.
— No reclama asistencia psicoterapéutica.
— El terapeuta se debe constituir en algo próximo y confiable.
— Éste debe brindarle permanente seguridad.
— La comunicación se da a nivel de acciones y no de palabras.
— La meta de esta etapa es lograr la confianza en el terapeuta.
Fase II: Acercamiento masivo (etapa simbiótica)
— Necesidad de contactos masivos por carencias masivas.
— El paciente necesita constantes suministros.
— Afloran comportamientos regresivos que deben ser permitidos.
— A través de relaciones significativas comienza la autoestima.
— La meta en esta etapa: el paciente se debe sentir gratificado y querido.
Fase III : Elaboración (principio de la individualización)
— Aparecen características de depresión.
— El joven comienza a controlar sus conductas.
— Se reduce la actuación.
— Es progresivamente capaz de conciencia de relación entre sentimientos y
comportamientos.
— Comienza a poder verbalizar sus conflictos.
— Comienza la verdadera relación terapéutica.
— Comienza a individualizarse.
— El yo comienza a manifestarse como .instancia reguladora.
— Se introduce lo verbal en la psicoterapia.
— La meta en esta etapa: que aparezca como un ser autónomo capaz de
reconocimiento de sí mismo.
Fase IV: Elaboración de la problemática de fondo (tratamiento psicoterapéutico verbal
tradicional)
— Se trabaja sobre la separación del joven de su internación y su reinserción al
medio.
— Se debe complementar con la terapia de revinculación familiar.
— El tratamiento debe continuar extramuros.
— El tratamiento debe tender a brindar al paciente la posibilidad fie reflexionar
antes de actuar.
— Se permite la incorporación de los señalamientos y las interpretaciones.
La meta de esta etapa es la aparición y el establecimiento de un yo operativo con
posibilidad de coordinación del complejo personalístico.
LA PROBLEMÁTICA MINORIL
Varela, Osvaldo; Alvarez, Héctor R.; Sarmiento, Alfredo J.;
Pull, Stella Maris; Regueira, Beatriz N.; Izcurria, María de los Ángeles
El tema de la minoridad, especialmente la indigente, ha ocupado mucho espacio
político. Por ejemplo, todavía resuena aquello de "los niños pobres que tienen hambre", de
los cuales ya nadie se ocupa, y a los que actualmente no sólo se les ha incrementado el
hambre, sino que se les ha restringido la libertad.
Si realmente queremos hablar del tema de la minoridad, tenemos que tomar un espacio
amplio, o sea, toda la dinámica de la estructura social; especialmente si los menores que
nos ocupan están internados en instituciones cerradas, que fueron creadas (desde una
óptica ideal) para reinsertar al menor en la sociedad.
Ahora bien, en primer lugar, lodo indica que los términos reinserción social o
socialización están mal empleados, pues esto supone que en algún momento estuvieron
dentro de la sociedad. Este supuesto es una falacia utilizada por el cuerpo social para poder
separar a los “buenos” de los “malos". De esta forma, los últimos se hacen cargo de los
disvalores y por lo tanto quedan fuera de la sociedad, culminando con la internación en los
institutos-encargados de la re-educación. Si bien las instituciones se crearon con este fin, en
la realidad la propuesta es utópica, ya que persiguen precisamente lo contrario, o sea que
nada se modifique para que el resto de la sociedad pueda continuar manteniendo los
supuestos, valores éticos y morales a costa de la institucionalización rígida estigmatizante y
de mal trillo hacia lodos aquellos que la sociedad separó de su seno en forma forzada.
Cuando la sociedad trata de silenciar la culpa que esto genera, aparecen acciones
vindicatorias, que lo único que logran es aumentar la estigmatización a la que someten a sus
víctimas: los menores.
El tema del estigma social se asocia a otro término: la marginación; pero ¿qué es la
marginación? ¿Existe sólo un tipo de marginación?
Podemos empezar una aproximación si pensamos en el origen de la palabra, que para el
siglo XVII se la asocia con el verbo "marcar", que designaba a quienes se encontraban por
las acciones que habían elegido realizar, fuera de los cánones que manejaba el resto de la
sociedad. Es a partir de esto que se empieza a elaborar un sofisma: ya que si continuamos
con este razonamiento, pareciera que una persona elige estar fuera de la sociedad, estar
fuera de la ley y ser un marginado.
Pero, a poco de andar y profundizar dentro del contexto donde la palabra toma
cuerpo, podemos entrever que hay más de un tipo de marginación, o. mejor dicho, que
hay una marginación que se divide en tres etapas perfectamente diferenciadas.
La primera parle no pasa por la transgresión, sino por lo social, ya que si continuamos
pensando que todos los individuos tienen las mismas posibilidades de desarrollo en una
estructura social, es solo una manifestación de deseos, ya que hay una porción que no
tiene movilidad para cambiar de estrato, y por ende el acceso a los conocimientos va a
estar relativizado por sus posibilidades económicas. De esta forma, la sociedad comienza
a señalar a los que tienen la “función social" de aportar la mano de obra no especializada,
que en los países periféricos como el nuestro se traduce en un 80% de los casos en "mano
de obra barata"; y no es casual que los institutos de minoridad del país estén poblados por
niños que provienen de estos estratos sociales y que en realidad son los sobrevivientes de
paupérrimas condiciones de vida, poco o nula atención sanitaria y una evidente
subalimentación.
Una vez cumplida esta primera etapa, el sujeto que se encuentra inmerso en ella
comienza, por una parte, a ser estimulado para el consumo. Por la otra, la sociedad quiere
que desempeñe el rol de marginado que le impuso. Así comienza a cometer distintos tipos
de transgresiones, hasta que es detenido para ser “re-educado". Pero la realidad de fondo
es otra; es aquí donde el cuerpo social pone en funcionamiento el segundo tramo de la
marginación, y el más importante, ya que aquí comienza el “estigma".
El acto instituyente, que es siempre un acto colectivo, se transforma en profiláctico, y
es este sentido profiláctico el que separa y divide: lo malo y pernicioso está siempre
encarnado en el interno, sus conductas, sean las que fueren, están siempre equivocadas,
y la posibilidad de enmendar los errores está siempre coartada por la violencia que, si bien
no es física, apunta a que el interno comience a hacerse cargo de su identidad de marginal.
Así los muros que sirven de contención están revestidos de una característica muy
particular, ya que, por un lado, cuidan a la sociedad de la maldad de esos “inadaptados",
y, por el otro, sirven para que la sociedad proyecte y deposite tras ellos la angustia que le
provoca una realidad implacable, y con el beneficio de que ese quantum de angustia queda
contenida por una periferia de cemento. De esta manera, la sociedad puede crear
realidades artificiales, y tratar de solucionarlas, apareciendo los internos, desde un
imaginario social, como enfermos, inadaptados, psicópatas y otra gran cantidad de
apelativos que lo único que hacen es tapar una realidad. Así cuando el interno egresa del
instituto, comienza la tercera etapa de la marginación ya que lo único que le queda es
reincidir, pues ya tuvo el sello de delincuente, por lo tanto su acceso al trabajo está
imposibilitado por sus antecedentes: de esta forma, su lugar en la sociedad es sólo uno;
el de marginado. Así se cierra un circuito de retroalimentación que le permite a la sociedad
a través de pares antitéticos esgrimirse como buena, moral y respetuosa del marco legal
en el cual se desenvuelve, y creer que el que no se integra es porque “no quiere" o porque
es “diferente”.
La "reeducación” debe comenzar por los que están -a cargo de los institutos, para que
éstos puedan ver que lo grave no son los problemas políticos acarreados por un motín, sino
sus causas. La reeducación debe apuntar a las causas de fondo, permitiendo visualizar esa
parte, que se quiere ocultar. Los encargados deberían tener un cabal conocimiento de la
minoridad, y no saber de menores porque tienen hijos. Que se comience a desenmascarar
la complicidad social para poder afrontar posteriormente la realidad individual.
Asimismo, es necesaria la reeducación para los que están a cargo de la custodia, para
que su función no comience y finalice con la vigilancia, manteniendo omnipresente el espíritu
benthamiano, perpetuando la perversión existente. Es imprescindible que los profesionales
no se limiten a la confección de un legajo, sino que apunten a un tratamiento integral, donde
se encuentren involucradas todas las partes del grupo familiar y dándole un lugar al cuerpo
social para que se comprometa cabalmente en la cuestión.
O sea, parafraseando a Basaglia o aceptamos una complicidad recíproca o
comenzamos una recíproca responsabilización.
Adaptación-inadaptación, una problemática social
Cuando tratamos el lema de la minoridad, generalmente se intenta dar una explicación
a partir del funcionamiento de los institutos de menores y de los programas que en ellos se
llevan a cabo, marcando especialmente cuáles son las anomalías que estos programas
revisten.
Ahora bien, en realidad esto es sólo parte del problema y no el problema en sí. Hay que
comenzar a buscar las causas fuera de la institución, en una problemática social que en los
países latinoamericanos tiene similares características.
"...La Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe
(CEPAL), resume la situación de la siguiente manera: desde 1981 la mayoría de los países
de América Latina y el Caribe están sufriendo la más aguda y extensa crisis económica de
los últimos 50 años. Efectivamente, han perdido tanto terreno que desde el punto de vista
del desarrollo... el ingreso per cápita resulta ser substancialmente más bajo en la década del
'90 que lo que fue la del '80.
"En estos países, la deuda externa de cada uno de ellos incide directamente sobre la
inversión estancándola. Simultáneamente, la política de ajustes adaptada afecta
principalmente al sector social: salud, vivienda, educación, por consiguiente el deterioro de
los niveles de vida de la población, especialmente la catalogada como pobreza extrema,
envía muchos niños a la calle y sufre un incremento de la dislocación familiar y del
abandono...”
El sistema que rige prácticamente a toda América Latina en concepto de institutos se
reduce al aislamiento del menor, forma utópica si se quiere lograr la reinserción a la
sociedad, ya que se lo separa de sus afectos, de su familia y de su grupo de pertenencia y
de referencia.
Dentro de estos parámetros, lo que se logra es que el niño que sale de los institutos
tenga potencializados sus comportamientos taliónicos, producidos por el resentimiento que
fue acumulando durante su internación. Así la continuidad de las conductas antisociales
terminarán por conducirlo, ya de adulto, al sistema carcelario, logrando lo que el cuerpo
social realmente deseaba: la separación del indeseable de la sociedad.
Aspecto jurídico
La justicia, en materia de menores, está en una profunda duda, por un lado, desde la
letra de la ley, tiene que proteger al menor ante todo, y, por el otro lado, el planteamiento
jurídico no estudia el análisis de la conducta, sino la peligrosidad que dicha conducta tiene
para la sociedad. Esta fractura en que está inmersa la problemática de la minoridad no
encuentra salida, ya que la intervención de la justicia de menores se realiza una vez que el
sistema policial la puso en marcha, y no antes.
"...Es decir, no interviene cuando el niño está en peligro (política preventiva), sino cuando es
un peligro (política de defensa social)..."
De tal forma, la ley tutelar del menor es tan tutelar, tan paternalista, que termina siendo
totalitaria, absurda e incoherente, dado que profundiza la contradicción inicial. La
intervención de la ley, entonces, estigmatiza al menor (segunda etapa de la marginación
antes señalada). Así, aquel niño que comenzó siendo una víctima de condiciones sociales
determinadas por circunstancias estructurales de la misma sociedad, ya sea por lo
económico, educativo o problemas de subalimentación, termina siendo el victimario.
De esta manera, la legislación del sistema judicial de menores les hace tomar
conciencia de su rol dentro de la sociedad: el de “delincuentes".
"...Por ello la justicia de menores avanza con paso dubitativo, porque no se define si ha
de ser socializadora, rehabilitadora o protectora de quien entiende. Por eso ‘cabecea’ de
vapor a estribor, de la línea paternalista y tutelar a la garantista de los derechos que la
Constitución desarrolla.
"Por esta duda permanente, es fiel reflejo de la dicotomía social, y ese posicionamiento
fariseo de los ‘pobrecillos’ cuando la referencia es genérica y el que lo encierren cuando el
bien dañado es propio..."
A nivel institucional, se han desarrollado diferentes encuentros que plantearon el dilema
de la justicia de menores, como por ejemplo el celebrado en el Consejo de Europa en 1979
en Estrasburgo, o como las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración
de la Justicia de Menores (Reglas de Beijin) en 1985, o la Recomendación 20/87 del Comité
de Ministros de Europa, relativa a las reacciones sociales ante la delincuencia juvenil, o la
Convención de las Naciones Unidas relativa a los derechos del niño, aprobada por Asamblea
General en 1989.
Se ha considerado la letra, se ha modificado la idea, pero el espíritu sancionador
continúa imperturbable.
Aspecto sociológico
Desde la sociología se han desarrollado y elaborado diferentes teorías acerca de las
conductas llamadas antisociales, anormales o desviadas.
Se define al menor incurso en actos antisociales, como el hombre o mujer, entre los 14
y 20 años de edad aproximadamente, que realiza actos reñidos con las normas sociales. Por
lo general, los estratos sociales que nos proporcionan estos menores son las clases bajas o
marginales, pero éste no es el factor determinante de su conducta, pues también los
encontramos en las clases altas y, en menor medida, en las clases medias. Tampoco se
puede englobar a todos los menores carentes de recursos económicos; entonces, esto
puede ser verdad sólo en apariencia, por lo que buscaremos las causas en el perfil
psicosocial.
En primer lugar, hay que evaluar el término antisocial, ya que lleva implícito una
valoración, que traspasa lo social y se estaciona en lo particular, pues con este término se
llega a realizar una evaluación en términos de normalidad-anormalidad, ya sea desde lo
jurídico, desde lo estadístico o desde lo psicológico.
En líneas generales, lo antisocial marca una diferencia que hay que explicar desdé
algún lugar para poder tranquilizar la conciencia colectiva.
Si tomamos el concepto de normalidad estadística, podemos arribar rápidamente a la
conclusión de que son normales todos aquellos valores que se encuentran comprendidos
entre el primer desvío estándar negativo y el primer desvío estándar positivo, o sea, todo
aquello que circunda la media aritmética, o el modo; así, son valores si se habla desde la
media aritmética o cualidades si se habla desde el modo.
Estos datos son extraídos de muestras de lo que se considera normal, pero este
concepto de normalidad está siempre dado por el grupo normativo; por lo tanto, es una
visión parcial que el método estadístico generaliza. Además, es con un criterio cuantitativo
(ya que la distribución de una curva de frecuencias se realiza siempre con datos
numéricos).
"...Por lo tanto el criterio estadístico es exclusivamente cuantitativo, cuando el
sistema social es indiferente ante los valores que adopte con un determinado rasgo.
"Pero cuando este rasgo de alguna manera compromete o afecta a determinados
valores, normas, etc., importantes para el sistema social, entonces este criterio
cuantitativo, se convierte en cualitativo, para salir en defensa de las costumbres y normas
vigentes, y se convierte en leyes e incluso en teorías científicas..."
Por otra parte, la normalidad jurídica se apoya con exclusividad en la teoría de la
defensa social; por lo tanto, lo normal estará mencionado en forma directamente
proporcional a la peligrosidad.
El criterio psicológico de la normalidad se apoya en lo que se dio en llamar la psicología
de las características o de los rasgos, rasgos o características que se dedujeron no por el
análisis individual, sino por el grupal, o sea que esta disciplina se apoyó tanto en el criterio
jurídico como en el estadístico para poder, a partir de aquí, elaborar sendas teorías
psicopatológicas, que en definitiva sólo lograron el etiquetamiento o el estigma qué
anteriormente se mencionó como perteneciente a la segunda etapa de la marginación.
3 Valverde Molina. Jesús, El proceso de inadaptación social. Popular. Madrid, 1988.
4 Urra Portillo, Javier, "Justicia üe menores, notas al margen”, Anuario de Psicología Jurídica, Colegio Oficial de Psicólogos de
España, Madrid, 1992.
Además, se dice que si bien por un lado los estratos que proporcionan los menores con
problemas de conducta son los más bajos, también existe este problema en los estratos
altos y en menor medida en los medios.
Ésta es una verdad a medias, ya que las conductas antisociales de las clases medias
y altas no se miden con la misma vara, pues los tipos de intervención son diferentes, puesto
que rara vez podemos encontrar a un menor institucionalizado que provenga de cualquiera
de estas dos clases sociales, porque al pertenecer al grupo normativo, o al estar próximo a
él, se le brindan otras alternativas que no están al alcance de los estratos inferiores de la
estructura social (primera etapa de la marginación).
A este respecto, P. Heintz, en su trabajo Los prejuicios sociales, es categórico cuando
afirma que se sanciona con mayor dureza a los integrantes de los grupos sociales más
desfavorecidos.
Por lo tanto, afirmar que la cuestión de los estratos sociales no es determinante a la
hora de la sanción no es más que una excusa para poder desarrollar una teoría psicológica
individual, basada exclusivamente en una apreciación subjetiva-valorativa, que permite por
medio de las características individuales llegar a desarrollar un estigma social disfrazado de
teoría cientificista, que termina afirmando que en el acto antisocial de un menor existe una
patología definida, con una explicación que puede sintetizarse de la siguiente manera:
Observando la situación desde una óptica psicológico-criminológica, podemos afirmar
que la conducta delincuencial dada en el acto de un adolescente es un Ilamado de atención,
un alerta, que indicaría que en el desarrollo individual de ese adolescente “algo" ha ocurrido,
cuya manifestación surge a través de un hecho de características asociales.
Sabemos qué el desarrollo de la personalidad puede describirse como una “sucesión
de fases diferenciadas”, que presentan cualidades y modalidades esto se realiza desde un
marco teórico preestablecido, o sea, desde !o normativo, que está dictado por el grupo de
poder, y es desde esa óptica que se observará la realidad.
Para la sociología, el comportamiento desviado surge por los factores etiológicos, las
disposiciones individuales y las presiones del medio.
E. Durkheim
Para este autor el proceso anémico se produce como resultado del sistema de valores
dominante. Sería como la pérdida de valores de la conducta: para ello se necesita un
regulador externo que actúa por medio de la estandarización de las categorías pautadas
culturalmente (el orden social).
De tal forma, cuando un sujeto, por contradicciones sociales, aspira a una superación
de su calidad de vida por encima de sus posibilidades, concretas, la realizará por medio de
conductas desviadas.
R. K. Merton
(Este autor refiere que el comportamiento desviado no es un problema psicopatológico
individual, sino un fenómeno que se va estructurando en el contexto social. De modo que el
comportamiento desviado es un presupuesto de la estructura social.
Para que no aparezca la conducta desviada se hace necesario que las metas estén
bien definidas, y que todos los integrantes de la sociedad tengan las mismas posibilidades
de acceder por los medios legítimos, las metas propuestas. Pero cuando una sociedad
carece de esta integración entre los medios y las metas, se producirá un desajuste que dará
paso a la conducta de anemia.
A. K. Cohén
Este autor sostiene que cualquier conducta de un sujeto es siempre un recurso para
adaptarse. Así, si un sujeto se desarrolla en un medio social que es percibido como seguro
y gratificante, el individuo se comportará con seguridad.
Si por el contrario, se desarrolla en un medio vivenciado como, hostil, su conducta
adaptativa será siempre de defensa.
Por lo tanto, la conducta delincuente surgirá de algunos jóvenes que pertenezcan a las
clases sociales más desfavorecidas, pues esos niños no han sido preparados ni
económica ni culturalmente para lograr las nietas valoradas por la estructura social. Y, sin
embargo, son estimulados para que lleguen a dichas metas, aunque no tengan los medios
legitimados polla estructura social.
Así, el comportamiento delincuente arranca de la incapacidad del individuo para
alcanzar los símbolos de triunfo característicos de los valores sustentados por el grupo de
poder.
E. Sutherland
Refiere que el proceso de aprendizaje del comportamiento delincuente incluye los
mecanismos que componen cualquier aprendizaje. O sea que el comportamiento
delincuente no está restringido a los procesos de imitación, sino que el sujeto llega a
identificarse con determinados modelos que le son más cercanos (la familia, el grupo de
pares y el reformatorio).
R. A. Cloward y L. E. Ohlin
El origen de las conductas delincuentes es la frustración que sienten los jóvenes de las
clases sociales más bajas al fracasar en su-intento de mejorar su status social, y al atribuir
este fracaso al sistema social más que a sí mismos.
Así se genera la subcultura del delincuente, quien para llegar a ser de un grupo tiene
que desarrollar un mínimo de conductas delictivas. Es decir que este tipo de grupos afirma
sus propias normas, diferentes de las que rigen la estructura social.
Aspectos psicológicos
Desde el positivismo se modifica radicalmente el sistema de castigos; así se pasa de la
pena-castigo a la pena-tratamiento, toda vez que el problema delincuencial se centra en el
sujeto.
Con referencia a esto, la psicología no ha podido evitar la tentación de comenzar a
desarrollar cuadros nosográficos o de tratar lo patológico a partir de ciertas y determinadas
características o rasgos.
De tal forma, a partir de algunas características que aparecen con cierta frecuencia en
los jóvenes alojados en institutos de menores, se desarrolla una explicación teórica que
define una supuesta patología. De suerte que encontramos, por ejemplo, una clásica
explicación:
Impostergable de resolverlas, lodo debe ser en el acto, “aquí y ahora”, a través Je cualquier
método; el sujeto siente que es "ahora o nunca”. De ahí que gran parte de la acción
delictiva significa una salida que le permite al joven evadirse de una situación insostenible.
Visión distorsionada de la realidad
La realidad es algo que se le impone por su propiedad, se cambia y se vive de
acuerdo a aquello que se precisa.
Noción del tiempo como présenle absoluto
Todo debe ser "ahora”; al no tener tolerancia a la frustración lo único .que cuenta es
el presente; la experiencia no tiene sentido, pues si bien es conocida no ha sido
capitalizada, no ha sido internalizada, y el futuro como proyecto no existe, pues no hay
nada por esperar ni tolerar.
Imposibilidad de acceder a la abstracción
No hay acceso a lo simbólico, lodo su accionar se mantiene en un nivel concreto de
pensamiento; la acción sustituye constante y permanentemente la elaboración; el símbolo,
el gesto y la palabra, son reemplazados por el acto.
Utilización del propio cuerpo y de los "otros" como objetos
El mundo es vivido como "cosificado"; está compuesto de "cosas", y esas "cosas” son
pasibles de ser utilizadas como objetos, incluido el propio cuerpo, que pertenece a la
categoría de una cosa que sirve en cuanto le permite satisfacer sus necesidades.
Cuando aparece una categorización tan rotunda, hay que hacer algunas reflexiones
al respecto, para poder diferenciar los síntomas que producen una perturbación patológica
de un simple trabajo reduccionista.
Se hace necesario hacer una aclaración: en realidad, las características señaladas
por la psicología de los rasgos son evidentes ante una simple observación, lo que no
significa que dichas características definan una patología determinada.
Desde la posición de las características se dice:
"...Notamos en estos jóvenes... características personales que se mantienen
constantes..., por lo que hace que esta desorganización de la personalidad tenga un
carácter especial...; por lo tanto se realiza una clasificación...”.
Clasificar: es el método más conocido cuando se quiere hacer notar las diferencias entre
los individuos, separando a aquellos que no son iguales, o reaccionan de una manera
diferente al grueso de la estructura social, y éste es el principio del positivismo, que parifica
al hombre por el solo hecho de vivir en sociedad, y separa aquello que se aparta de la media.
Por lo demás, también es una tarea reduccionista, ya que si aceptamos sin más la
validez pura y absoluta de los rasgos o características de la personalidad antes señalado,
olvidamos una parte fundamental en el desarrollo de cualquier sujeto, que es la interacción
social, en dónde el niño irá adquiriendo sus conductas adaptativas, para manejarse dentro
de ese medio social.
"...Al menor, durante un primer período, el conflicto no se le plantea a nivel individual,
sino grupal... El individuo que nace y se socializa en un entorno social desfavorecido, en los
que están presentes todos los entornos de la marginación socioeconómica y cultural, y en el
que se hallan estructuralmente separados de las metas propuestas como adaptativas por el
sistema social y de los medios considerados legítimos para acceder a ellos (situación de
anomia) puede desarrollar un comportamiento desadaptado con respecto a las normas y
leyes, en virtud de ser los medios ilegítimos los más asequibles para alcanzar esas metas
adaptativas... Por lo tanto el comportamiento desadaptado, al menos en esta primera etapa,
no tiene por qué suponer ningún tipo de alteración de la personalidad ni tampoco una
estructura de personalidad peculiar”
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos comenzar a pensar en que ciertos
rasgos como las conducías de ficción, la escasa tolerancia a la frustración, la visión
distorsionada de la realidad, la noción de tiempo como presente absoluto y la utilización del
cuerpo, dejan de ser en sí mismos características que indican una patología determinada.
"...Para que el desarrollo se produzca, tiene que haber una acción individual sobre un
grupo humano y una respuesta del grupo a la acción individual.
"Ello implica que la presencia pasiva del niño ante los demás... no es necesariamente
un soporte para la coordinación de sus acciones mentales... La interacción social
considerada como un desarrollo, supone un grupo humano en que cada individuo constituye
al funcionamiento del grupo como un todo... Tul sistema de relaciones humanas viene a ser
una réplica de las propiedades de las acciones mentales, cualidades diferentes entre sí:
estos momentos de transición se caracterizan por trastornos en todas las áreas, con
predominio de la intelectual y afectiva, si consideramos a la adolescencia como un período
de crisis en el cual el sujeto se encuentra perteneciendo todavía al fondo infantil en algunos
aspectos de su desarrollo, y al mismo tiempo inmerso en algunas esferas del mundo adulto.
Concluiremos que la lucha por ubicarse definitivamente en el mundo adulto puede llevar
al menor a conductas de desajuste o a comportamientos antisociales de diversa índole y
modalidad, Es en este período donde el individuo se encuentra abocado al logro de su
identidad. Teniendo en cuenta estos conceptos, el acto delictivo de un adolescente puede
revelar una perturbación de la personalidad, perturbación que indica una patología definida.
Nada mejor que un sofisma para asegurarse que nada cambie, es más con ello se
acentúa cl control social por medio de la "verdad científica'' de ese "saber infinito y
omnipotente” del “orden psicológico’’, que en realidad no es otra cosa que la teoría
lombrosiana más rebosada y sutil para reafirmar el orden establecido.
5 Valverde Molina, Jesús, El proceso..., cit.
Claro que la psicología de las características o de los rasgos hace una aclaración: Si
bien las características de la personalidad del joven comprometido en este tipo de hechos
se desarrollarán más adelante, en términos generales podemos afirmar que estamos ante
una patología cuando los factores incidentes "pueden modificar o influenciar la conducta en
un sentido desviante, sin que ésta tenga poder sobre esta orientación que se le impone".
Hablamos de factores y no de causas, porque se entiende que no existen causas en el
Sentido de un elemento o más que den corno resultado una personalidad desajustada
socialmente, sino toda una configuración que de acuerdo a como se den los factores que la
componen en su interrelación, podrá detonar la conducta marginal.
Podemos decir que este proceso llega a definirse como la perturbación aparecida
tempranamente, se mantiene, e impide al sujeto vivir experiencias correctoras. Entonces sí
hablamos de una personalidad patológica: el trastorno se manifiesta como corolario de
grandes perturbaciones en los primeros años, y de una consecutiva acumulación de
dificultades que ha acentuado la evolución en un sentido desviado.
Soberana contradicción, cuando se acepta, por un lado (como no puede ser de otra
manera), que la personalidad se desarrollará más adelante. y se sentencia, por el otro, que
hay una patología definida, patología que a la vez es irreversible, pues como afirma la
psicología de los rasgos los factores que han intervenido para que aparezca la anormalidad
impiden al sujeto vivir experiencias correctoras.
Como se puede apreciar esta teoría es sólo un barniz, desplegado con el pincel
positivista, herencia de J. M. Drago, Ramos Mejía. Piñero, etc., que, a partir de una
observación fenoménica de un acontecimiento, concluye en forma determinante y
determinista en una patología individual, tocando sólo tangencialmente las implicancias
sociales, como la desnutrición, la carencia de recursos que le permitan al menor alcanzarlas
herramientas para desarrollarse socialmente, el abandono afectivo, material, etcétera.
En otras palabras, si todos los integrantes de una estructura social no se manejan de
la misma forma ante situaciones determinadas, es por razones personales; así ese "algo"
que se manifiesta termina siendo una enfermedad, una patología individual.
Rasgos característicos de la personalidad antisocial
La psicología de los rasgos o de las características refiere que en la observación de los
jóvenes comprometidos en hechos delictivos existe una serie de características que se
mantienen constantes en todos ellos. Esto hace que este tipo de desorganización de la
personalidad tenga un carácter especial, y por ello da una clasificación operacional de los
mismos que es la siguiente:
Conductas de acción
La secuencia normal de la realización de los actos va desde el impulso al deseo, del
deseo al propósito, del propósito a la acción, y de ésta al acto. La compulsión se caracteriza
por pasar directamente a la acción a partir del impulso, sin la operación de una instancia
mediatizadora que sería el pensamiento; estos impulsos tienen la característica de ser
irreversibles e incontrolables; el sujeto se siente compelido hacia la acción directa y
constante, enfrentando permanentemente los conflictos a través de lo antisocial; esta
actuación simboliza una solución de conflictos y gratificaciones inconscientes.
Escasa tolerancia a la frustración
La intolerancia estaría marcada hacia todo tipo de frustración y postergación de las
necesidades; existe una permanente urgencia impostergable.
"Permite que el niño se convierta en una acción dentro de un sistema coordinado de
acciones... La contribución de la interacción social al desarrollo de la inteligencia es
continua, y Piaget subraya sus efectos incluso en el estadio adolescente.
"Los grupos de acción, los grupos de discusión y las sociedades adolescentes
presentan situaciones en las que deben ejercitarse y ajustarse las operaciones formales, del
mismo modo que las actividades del grupo coadyuvan al desarrollo operacional en los
primeros años;.."
Por lo que se puede apreciar que el medio social en el cual el sujeto naco y se desarrolla
tiene capital importancia para el comportamiento futuro en la estructura social; así, al
enfrentar las diferentes situaciones que pueden aparecer, puede reaccionar con conductas
que en otro medio social se considerarían desadaptadas, pero que no lo son en el contexto
social en el cual ese niño se desarrolló.
“...Sin embargo una conducta objetivamente desadaptada provoca inevitablemente las
intervenciones de las instituciones de control social tendientes a conseguir un control
extremo del comportamiento cuando el proceso de socialización no garantiza el control
interno, y esa intervención no se centra sobre el entorno, sino sobre el individuo concreto.
“Así se va produciendo una progresiva personalización del conflicto, de manera que el
individuo, al sentir sobre sí mismo la presión marginadora de las instituciones de control
social, va considerándose a sí mismo cada vez como un inadaptado y, asumiendo una
etiqueta, tendrá que alejarse progresivamente de las normas convencionales de conducta y
desarrollara unas pautas de comportamiento acordes con su dinámica conflictiva en que se
ve envuelto... La pobreza ambiental, la dualidad de las normas y la inadecuación e
incorporación de las respuestas sociales harán el resto..."
Otra de las características señaladas es que no hay acceso a la abstracción ni a la
simbólica, y en este lema hay que ser más precisos y específicos, ya que desde una primera
lectura se puede suponer que hubo un detenimiento en el desarrollo de los procesos
mentales, lo cual dista mucho de la realidad.
Todo proceso mental tiene directa relación con el medio, dado que la estimulación que
provenga del mundo externo al sujeto le permitirá un ejercicio mental que le posibilite en
mayor o menor medida desarrollar sus posibilidades y potencialidades.
De tal forma que el medio social vuelve a tener una importancia fundamental en el
desarrollo del niño.
El pensamiento simbólico se origina a partir del pensamiento sensorio-motriz, o sea de
la representación infantil con diferentes objetos.
"...El niño va constituyendo gradualmente modelos de acción interna con los objetos
que lo rodean, en virtud de las acciones verificadas sirviéndose de ellas.
"Gracias a esto reconoce objetos. Este modelo interno de sus acciones le permitirá
llevar a cabo experimentos mentales con los objetos que puede manipular físicamente, el
resultado de realizar tales acciones utilizando este modelo interno es el pensamiento
simbólico, es decir la acción internalizada..."8.
Ahora bien, para pasar del pensamiento sensorio-motriz al simbólico, el niño tiene que
utilizar las representaciones sensorio-motrices en contextos diferentes de aquellos en que
fueron adquiridos.
Detengámonos en este punto, y recordemos lo que anteriormente se mencionó, acerca
de que los niños de ciertas clases sociales que no pueden adquirir ciertas necesidades por
los medios lícitos, lo realizan por medios ilícitos (anomia).
El menor se desarrolla dentro de este contexto, donde primero tiene una relación muy
particular de amor-odio (ambivalencia) con su madre y su grupo de pertenencia, que luego
traslada al grupo de referencia, y estos grupos son diferentes al resto de la estructura social
(grupo dominante), pero es este último el que impone las reglas por medio de las cuales
tiene que manejarse el resto de la sociedad.
6 Richmond. P G.. Introducción Piaget. 4 oil.. Fundamentos. Madrid. 1974.
7 Vai.vf.Roi-: Molina. Jesús. El procesa.... cit
Por lo tanto la pertenencia a un grupo social que está determinado por necesidades
afectivas y materiales insatisfechas formará en el niño una imagen distinta a la del grupo de
poder; así, la cuestión social incide en forma preponderante en el desarrollo del
pensamiento.
“...Conceptos tales como "normalidad", 'adaptación', etc., que son utilizados por las
ciencias humanas de manera excluyente axiomática, en virtud de lo cual son diagnosticados
o ‘etiquetados’ como ‘anormales’, ‘desviados’ o ‘delincuentes’ aquellos individuos que
manifiestan un comportamiento discrepante con el concepto de normalidad o adaptación...
De hecho, el que un comportamiento sea considerado como normal y adaptado (o al menos
como permisible), o bien anormal e inadaptado depende no sólo del comportamiento en sí...
sino también de:
”1) En qué contexto social se dé.
”2) Quién sea el individuo que manifiesta el comportamiento.
”3) Quién sea el encargado de evaluarlo.
”4) Cuál sea la distancia entre el contexto social de ambos.
”5) Cuál sea la consecuencia de su comportamiento.
”6) A quién o a qué afecte” 9
Retornando el desarrollo del pensamiento, se puede afirmar que el pensamiento
simbólico se desarrolla a partir del pensamiento sensorio- motriz, imitando internamente las
actividades externas.
"...Al final del pensamiento sensorio motriz, el niño puede recrear tales imitaciones y
producir así una imagen mental...” 10.
Piaget considera la evocación de una actividad pasada como una "imitación diferida" y
son estas imitaciones diferidas las que producen imágenes mentales, y éstas son símbolos
que permiten el desarrollo posterior del pensamiento.
“...El pensamiento sensorio-motriz se diferencia del pensamiento simbólico en que en
el primero de ellos, la imitación interna, se produce como resultado de una actividad externa,
mientras que, en el segundo, las imitaciones diferidas o imágenes se producen en primer
lugar, para después a partir de ellas, seguir una actividad externa... (o sea que) el
pensamiento sensorio-motriz permite al niño utilizar representaciones sensorio-motrices en
contextos distintos de aquellos en que fueron adquiridas, utilizar objetos sustitutivos en el
medio para asistir a su manipulación mental simbólica. Divorcian la representación de su
conducta de su propio cuerpo, y aplicándolo fuera de sí...”
En relación con la ausencia de culpa, no se puede ser tan categórico refiriendo que no
existe, que un sujeto no tiene culpa por la acción que realiza.
Siendo tan categórico se corre el riesgo de caer en aspectos reduccionistas, que pueden
llegar a ser impactantes para la sociedad, pero que no tienen nada que ver con la realidad
psíquica de, un sujeto o de varios sujetos determinados (cabe aclarar que no se puede
generalizar); pero hay que tomar en consideración que puede existir culpa inconsciente, y
ésta no estará referida al hecho en sí, o sea al accionar ilícito. De tal suerte que el hecho
transgresor no es otra cosa que la manifestación concreta de una culpa; por eso, no tendrá
culpa por ese hecho, ya que esto remite a una culpa inconsciente anterior, que seguramente
se encuentra en el sujeto desde sus primeras experiencias, y que depende de cómo intentó
la resolución del complejo de Edipo.
Cabe señalar que esto no implica una patología determinada ni mucho menos; se refiere
a cómo un sujeto puede dirimir sus primeras relaciones, y mucho de su accionar futuro estará
determinado por esa resolución, o intento de resolución.
Así caemos en la cuenta de que todo el andamiaje sobre el que se edificó la idea de que
ciertos delincuentes carecen de sentimiento de culpabilidad y por lo tanto son peores para
la sociedad, carece de rigor científico, y sólo está a la orden de intereses que apuntan a
incrementar el control social (seguridad social), pero que dejan en inferioridad de condiciones
a una cantidad importante de individuos, ya que, se dice, como ellos carecen de consciencia
moral, social o como quiera que se la llame, tampoco se les puede tratar de acercar algún
tipo de tratamiento; así, sólo queda el encierro, y por cuanto más tiempo mejor.
Con esta teoría lo que se logra es simplificar la problemática de la delincuencia,
poniendo sólo el acento en el sujeto que la realizó, olvidando que es parte de un entorno que
en mayor o menor medida tuvo influencia sobre ese individuo. Pero claro, hacerse cargo de
ello implicaría hacerse cargo también de una culpa colectiva, o mejor dicho de una deuda de
la sociedad para con algunos sujetos que la componen, lo que traería aparejado implementar
ciertos y determinados tratamientos, no ya para hablar en términos de curación, sino para
hablar en términos de que el sujeto tome conciencia de su situación, y quizás a partir de ello
se pueda conseguir una forma de atusar en este individuo diferente al que lo llevó a una
situación de castigado por ser irrecuperable.
9 Valyerde Molina, Jesús, El proceso...
10 cit. !n Richmond, P. G., Introducción..., cit.
11 Richmond, P. G., Introducción..., cit.
* VALVEK DE MOLINA, Jesús, El proceso..., cit.
* RICMMOND M. P. G.. Introducción.... cit.