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 117 Zainak. 31, 2009, 117-211 Esta selección de textos trata de acercar al lector a los aspectos más relevantes del pensa- miento y de la obra de Élisée Reclus con respecto a las ciudades y su evolución. A través de artícu- los y/o extractos de sus principales publicaciones, ordenado s cronológicamente, donde se aborda el fenómeno urbano. Palabras Clave: Ciudades. Élisée Reclus. Selección de textos. Evolución. Renovación. Pobla- ción. Municipios. Asociaciones. Nueva Orleans. Testu hautatu hauen bidez, Élisée Reclusen pentsamenduaren eta obraren alderdi garrantzi- tsuenak hurbildu nahi dizkiegu irakurleei, hiriak eta horien garapena aztertzeko. Horretarako, artiku- luen eta argitalpen nagusien zatien bitartez, kronologikoki ordenatuta, hirigintza fenomeno hori  jasoko da. Giltza-Hitzak: Hiriak. Élisée Reclus. Testu hautatuak. Garapena. Berrikuntza. Herrialdea. Udalak. Elkarteak. New Orleans. Cette sélection de textes a pour but de rapprocher le lecteur des aspects les plus remarquables de la pensée et de l’œuvre d’Élisée Reclus concernant les villes et leur évolution, à travers des arti- cles et/ou extraits de ses principales publications, ordonnés chronologiqu ement et abordant la ques- tion du phénomène urbain. Mots Clé : Villes. Élisée Reclus. Sélection de textes. Évolution. Rénovation. Population. Communes. Associations. Nouvelle-Orléans. Evolución y renovación de las ciudades. Selección de t extos de Élisée Reclus (The evolution and renovation of the cities. Selection of Élisée Reclus’s texts) Homobono Martínez, José I. Univ. del País Vasco / Euskal Herriko Unib. Fac. de CC. Sociales y de la Comunicación. Apdo. 644. 48080 Bilbao  [email protected] Recep.: 26.06.2009 BIBLID [1137-439X (2009), 31; 117-211] Acep.: 26.06.2009

Del Sentimiento de la Naturaleza

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Texto de Reclus de 1866

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  • 117Zainak. 31, 2009, 117-211

    Esta seleccin de textos trata de acercar al lector a los aspectos ms relevantes del pensa-miento y de la obra de lise Reclus con respecto a las ciudades y su evolucin. A travs de artcu-los y/o extractos de sus principales publicaciones, ordenados cronolgicamente, donde se aborda elfenmeno urbano.

    Palabras Clave: Ciudades. lise Reclus. Seleccin de textos. Evolucin. Renovacin. Po bla -cin. Municipios. Asociaciones. Nueva Orleans.

    Testu hautatu hauen bidez, lise Reclusen pentsamenduaren eta obraren alderdi garrantzi-tsuenak hurbildu nahi dizkiegu irakurleei, hiriak eta horien garapena aztertzeko. Horretarako, artiku-luen eta argitalpen nagusien zatien bitartez, kronologikoki ordenatuta, hirigintza fenomeno horijasoko da.

    Giltza-Hitzak: Hiriak. lise Reclus. Testu hautatuak. Garapena. Berrikuntza. Herrialdea.Udalak. Elkarteak. New Orleans.

    Cette slection de textes a pour but de rapprocher le lecteur des aspects les plus remarquablesde la pense et de luvre dlise Reclus concernant les villes et leur volution, travers des arti-cles et/ou extraits de ses principales publications, ordonns chronologiquement et abordant la ques-tion du phnomne urbain.

    Mots Cl : Villes. lise Reclus. Slection de textes. volution. Rnovation. Population.Communes. Associations. Nouvelle-Orlans.

    Evolucin y renovacin de las ciudades. Seleccin de textos delise Reclus(The evolution and renovation of the cities. Selectionof lise Recluss texts)

    Homobono Martnez, Jos I.Univ. del Pas Vasco / Euskal Herriko Unib. Fac. de CC. Sociales yde la Comunicacin. Apdo. 644. 48080 [email protected]

    Recep.: 26.06.2009BIBLID [1137-439X (2009), 31; 117-211] Acep.: 26.06.2009

  • Esta seleccin de textos de lise Reclus, referentes a la ciudad y al fen-meno urbano, est ordenada cronolgicamente. Se inicia con un escrito dejuventud: Fragmento de un viaje a Nueva Orlens, 1855 (1860), que conjugasu experiencia vital como viajero y la mirada cientfica que caracterizar su obrade madurez. A partir de aqu, los textos seleccionados se hacen eco nicamen-te de los pasajes de la obra de lise Reclus de tipo ms genrico y holstico, yno de la descripcin y anlisis de ciudades concretas. Tambin, por concesin ala brevedad, se omiten sus interesantes estudios sobre la ciudad antigua ymedieval, cindonos a la contempornea, con la nica excepcin de los muni-cipios libres. Sigue Del sentimiento de la naturaleza en las sociedades moder-nas (1866), artculo seminal donde Reclus propone ideas sobre la relacinentre los medios urbano y rural, naturaleza y sociedad, que se irn desarrollan-do en publicaciones muy posteriores. El captulo El agua en la ciudad, de sulibro El Arroyo (1869) sobre los diversos usos del agua resulta indxico de lasalubridad y la calidad de vida urbanas, pero tambin de la postulada reconcilia-cin entre la ciudad y su entorno.

    De su magna obra en 19 volmenes, la Nouvelle Gographie Universelle(1876-1894) se han seleccionado nicamente tres extractos. Municipios yasociaciones belgas (1887), Poblacin de las ciudades y campos de lasIslas Britnicas (1887) y Poblacin urbana, inmigracin y ciudades nortea-mericanas (1893). El primero de ellos, aparte de su prembulo histrico, esun anlisis global del fenmeno urbano en este pas, con especial nfasis enla vida autnoma de las comunidades locales, reactivada mediante expresio-nes cotidianas de sociabilidad y el puntual recurso a los rituales cvicos y fies-tas populares. Los otros dos constituyen sendas visiones del crecimiento urba-no en dos pases pioneros de la industrializacin y la urbanizacin, siempre aexpensas del mbito rural y, en el caso de Estados Unidos, de la inmigracintransnacional.

    En la fase crepuscular de su vida y obra, la ciudad ocupa un lugar sustanti-vo en el quehacer investigador de Reclus. As nace su artculo The Evolucin ofCities (1895), que inspirar su posterior captulo Distribucin de los hom-bres en El Hombre y la Tierra (1905-1908). El primero de ellos, de talantems acadmico, refleja una visin relativamente optimista del hecho urbano ydesemboca en la idealizada reconciliacin entre la ciudad y el campo. En elsegundo, cuyas dos terceras partes recogen los datos expresados en el prece-dente, se amplan algunas consideraciones sobre el fenmeno de progresivaurbanizacin universal, con consideraciones ms crticas y pesimistas sobre elmodelo de ciudad industrial capitalista, aunque con una valoracin esperanza-da de las primeras experiencias de rehabilitacin urbana y de las ciudades jar-dines. Otros epgrafes de esta segunda obra son, Pueblos atrasados, sobre elorigen de los ncleos protourbanos; Municipios y Fin de los municipios,donde vuelve sobre un tema ya tratado anteriormente para el caso belga, perocon una mayor libertad ideolgica al no estar coartado por las constricciones deuna editorial comercial; y, finalmente, Distribucin de la poblacin america-na, constituye una visin panormica de las principales ciudades norteameri-canas.

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  • Entre ambos textos capitales se interpolan cronolgicamente otros dos detipo menor. La Ciudad del Buen Acuerdo (1895) representa la exaltacin lri-ca de un tipo ideal de ciudad utpica, anticipo de la sociedad libertaria. Por suparte Renouveau dune cit (1896), del que es coautor su hermano lierefleja el conocimiento y la admiracin de ambos por los trabajos de renova-cin urbana emprendidos en Edimburgo por su amigo Patrick Geddes, pionerodel urbanismo contemporneo. Con un breve extracto de Urbanos y rurales(1905), en el que nuestro autor perfila los principales rasgos del crecimientodemogrfico de las ciudades francesas, en un contexto internacional, y sehace breve eco de ese intento de sntesis entre lo rural y lo urbano que fueronlas primeras ciudades jardines, diseadas de acuerdo con el proyecto deHoward.

    En suma, esta seleccin de textos de lise Reclus posibilita al lector unacomprensin directa de los planteamientos pioneros, lcidos y crticos deeste gegrafo libertario sobre el hecho urbano en la modernidad. Cuyo lega-do sera recogido por Lewis Mumford (1895-1990), la figura ms preclara delurbanismo moderno, con cuya obra ya est familiarizado el lector de Zainak1.Y trata de contribuir a un cierto revival de este eminente autor, durante tantotiempo injustamente relegado. Pero reivindicado a partir de la dcada de losnoventa por notorios gegrafos como Paul Claval, Batrice Giblin, YvesLacoste, Philippe Pelletier, Gary Dunbar, Daniel Hiernaux-Nicolas, TeresaVicente Mosquete o Nicols Ortega Cantero, entre otros; adems de por JohnP. Clark y especialistas en reas de conocimiento diversas2. Inters cognitivoque se ha traducido por la reedicin de muchos de sus textos y la publicacinde anlisis sobre su obra. Reavivados por el evento del centenario de sufallecimiento, en 2005, que tambin ha propiciado la celebracin de sendoscongresos o coloquios internacionales en Francia3 e Italia4, conferencias enEspaa5, etc.

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    1. Vase Las culturas de la ciudad (2003), correspondiente a los nmeros monogrficos 23 y24 de esta publicacin, donde se incluy el amplio dossier Lewis Mumford: ciudad, cultura e histo-ria; pp. 175-285.

    2. O la sostenida labor de Jol Cornuault, autor de varios ensayos sobre Reclus, editor de reco-pilaciones de textos del mismo, y sobre todos de los Cahiers lise Reclus.

    3. lise Reclus et nos gographies. Textes et prtextes. Colloque international, Lyon(Universit Lumire Lyon2 et ENS-ISH,), 7-9 septembre 2005 ; Autour de 1905 : Elise Reclus Paul Vidal de la Blache. Le gographe, la cit et le monde, hier et aujourdhui . ColloqueInternational. Montpellier (Universit Paul-Valry-Ville de Pzenas Montpellier III), 4, 5 et 6 juillet2005; Rencontres lise Reclus. Commmoration du centenaire de la mort dElise Reclus. Orthez,9 au 11 dcembre 2005.

    4. Convegno Internazionale Elise Reclus: natura ed educazione; Miln (Universit degli Studidi Milano-Bicocca), 12-13 ottobre 2005.

    5. Ciencia i comproms social. lise Reclus (1830-1905) i la geografia de la llibertat.Conferncies celebrades el novembre de 2005 amb motiu de la commemoraci del centenari de lamort dlise Reclus (Barcelona: Residncia dInvestigadors CSIC-Generalitat de Catalunya i InstitutdEstudis Catalans). Otro ciclo de conferencias tuvo lugar en Madrid.

  • En cuanto a las notas a pie de pgina, algunas son de tipo editorial y hacenreferencia a la publicacin original de la que se ha extractado y/o traducido eltexto correspondiente. La mayor parte de las restantes, si no se advierte lo con-trario, se trata de notas del propio lise Reclus. Pero tambin se incluyen otras,denominadas N. del T.= Nota del traductor. Adems, en el artculo La evolucinde las ciudades se han interpolado, como notas a pie de pgina, frases o pasa-jes incluidos en la versin de este artculo incorporado como parte del posteriorcaptulo sobre Distribucin de los hombres. Precedidos e identificados por laabreviatura N. H. T. = Nota del Hombre y la Tierra.

    1. FRAGMENTO DE UN VIAJE A NUEVA ORLEANS6, 1855 (1860)

    1.1. Delta del Mississippi

    Ya desde hace mucho tiempo habamos reconocido la proximidad de la granciudad por la atmsfera espesa y negra que pesaba sobre el horizonte lejano y

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    6. Fragment dun voyage La Nouvelle-Orlans, 1855. En: Tour du Monde I (prim. sems.1860); pp. 177-192. Traduccin del original, efectuada por Jos Ignacio Homobono. Cotejandonuestra versin con la traduccin de Daniel Hiernaux-Nicolas. Fragmento de un viaje a NuevaOrlens (1855). En: La geografa como metfora de la libertad. Textos de Eliseo Reclus. Mxico D.F.: CIC y Plaza y Valds, 1999; pp. 55-80.

    Monogrfico de la prestigiosarevista geogrfica Hrodote,dedicado a lise Reclus conmotivo de su centenario.

  • por las altas torres vagamente difuminadas entre la bruma, cuando de repente,a la vuelta de un meandro, los edificios de la metrpoli del sur comenzaron aaparecer; revelndose un nuevo detalle a cada vuelta de rueda, campanario trascampanario, casa tras casa, buque tras buque; por fin, cuando el re mol cadornos abandon, la ciudad al completo desplegaba ante nosotros su inmensamedia luna de dos kilmetros de longitud. Sobre el ro se cruzaban en todos lossentidos los enormes vapores de comercio, los pequeos remolcadores engan-chados a grandes barcos hacindoles girar ligeramente, los puentes volantes cir-culando sin cesar entre la ciudad y su suburbio de Argel, los esquifes navegandocomo insectos en medio de todos estos monstruos poderosos. Atados a la orillase mostraban en orden los lugres y las goletas, enseguida los altos barcossemejantes a gigantescos mastodontes en su pesebre, despus los de tres ms-tiles formados a lo largo de la orilla en interminable avenida. Detrs de este vas-to semicrculo de mstiles y de vergas, se divisaban los malecones de maderaatestados de mercancas de toda clase, los coches y los carros saltando sobre elpavimento, y por fin, las casas de ladrillo, de madera, de piedra, los gigantescoscarteles, el vapor de las fbricas, el tumulto de las calles. Un bello sol iluminabaese vasto horizonte de movimiento y de ruido.

    1.2. Nueva Orleans

    El plano de Nueva Orleans es, como el de todas las ciudades norteamerica-nas, de una extrema simplicidad; sin embargo, la inmensa curva del Mississipi,que ha valido a la metrpoli del sur el potico nombre de ciudad de la MediaLuna, ha impedido trazar calles perfectamente rectas de un extremo al otro de laciudad; ha sido necesario disponer los barrios en forma de trapecios, separadosuno del otro por anchos bulevares, con su base ms pequea orientada hacia elro. Por el contrario, los barrios del oeste, Lafayette, Jefferson, Carrolton, cons-truidos sobre una isla semicircular del Mississippi, presentan al ro su base msancha, y los bulevares que los limitan por cada lado convergen sobre el linderodel bosque, en medio del cual se ha construido la ciudad. Gracias a la adjuncinreciente de esos barrios, Nueva Orleans ha adquirido un nuevo aspecto, y lasdos graciosas curvas que el Mississippi describe a lo largo de sus muelles, sobreuna extensin de siete millas aproximadamente, deberan valerle el nombre deDouble-Crescent-City.

    La humedad del suelo de la capital de la Luisiana se ha convertido en pro-verbial, y hasta se lleg a decir que la ciudad entera, con sus edificios, sus alma-cenes de depsito y sus bulevares, reposaba sobre una inmensa balsa formadapor el agua del ro. Hoyos de sondeo excavados hasta 250 metros de profundi-dad han probado suficientemente que esta aseveracin era errnea; pero tam-bin mostraron que el suelo sobre el cual est construida la ciudad se componenicamente de lechos de lodo alternando con capas de arcilla y de los troncosde los rboles que se transforman lentamente en turba, y luego en carbn bajola accin de las fuerzas de la gran fbrica de la naturaleza. Basta con excavaralgunos centmetros, o, durante las estaciones de las grandes sequas, uno odos metros, para encontrar agua fangosa; tambin la mnima lluvia basta para

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  • inundar las calles, y cuando una tromba de agua se abate sobre la ciudad, todaslas avenidas y plazas se transforman en ros y lagunas. Mquinas de vapor fun-cionan casi sin reposo para liberar a Nueva Orleans de sus aguas estancadas yverterlas, por medio de un canal, en el lago Pontchartrain, a cuatro millas al nor-te del ro.

    Se sabe que los bordes del Mississippi, como los de todos los cursos de aguaque riegan las planicies aluviales, estn ms elevados que los campos ribereos.En ningn sitio se puede observar mejor ese hecho que en Nueva Orleans, porquehay una diferencia de cuatro metros entre las partes de la ciudad ms alejadas delro y las que bordean el muelle. Por este lado, las construcciones se defiendencontra las crecidas del Mississippi mediante una elevacin entarimada de cienmetros de anchura; adems, el ro, en sus inun da ciones, acarrea siempre unacantidad de arena y de arcilla que consolida el levantamiento y forma una nuevabatture7, sobre la cual, desde el comienzo del siglo, se han construido variascalles. Los barrios alejados del Mississippi se elevan tan solo algunos centmetrospor encima del nivel del mar, y las moradas de los hombres no estn all separadasde los cenagales de cocodrilos ms que por alcantarillas de agua estancada ysiempre irisada. Sin embargo, un cierto relieve del suelo llamado colline en laregin, que se extiende de forma inapreciable a simple vista, puede tener un metrode altura como mximo. Se puede uno hacer una idea del nivel de la planicie,aprendiendo que en el estiaje las aguas no tienen ms que un declive de diez cen-tmetros aproximadamente sobre un curso total de 180 kilmetros, desde la ciu-dad al Golfo de Mxico.

    El barrio ms antiguo de Nueva Orleans, el que se denomina usualmentebarrio francs es an el ms elegante de la ciudad; pero los franceses son unapequea minora, y sus casas han sido en su mayor parte adquiridas por capita-listas norteamericanos: es ah donde se encuentra el correo, los principales ban-cos, las tiendas de artculos de Pars, la catedral y la Pera. El propio nombre deeste ltimo edificio es una prueba de la desaparicin gradual del elementoextranjero o criollo. Antiguamente, ese teatro no representaba sino obras fran-cesas, comedias o vodeviles; pero para continuar teniendo ingresos, se ha vistoobligado a cambiar sus carteles y su nombre; ahora, es el pblico norteamerica-no el que le otorga su patrocinio. Es cierto que la lengua francesa desapareceprogresivamente. Sobre la poblacin de Nueva Orleans que se eleva, segn lasestaciones, de 120.000 a 200.000 habitantes, no se cuentan ya, mas que deseis a 10.000 franceses, es decir, una vigsima parte, y el mismo nmero decriollos an no completamente norteamericanizados. Pronto el idioma anglosa-jn dominar sin rival al de los indios aborgenes, al de los colonos franceses yal de los espaoles que se haban instalado en la regin mucho antes que losemigrantes de origen ingls; no quedarn ms que los nombres de las calles:Tchoupitoulas, Perdido, Bienville, etc. En el mercado francs (french market),que los extranjeros no dejaban de visitar antao para or ah la confusin de laslenguas, ya no se oyen ms que conversaciones en ingls. Los alemanes, siem-pre avergonzados de su patria, buscan probar que se han convertido en Yanquis

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    7. N. del T.: Costa arenosa baja.

  • mediante juramentos bien articulados y bromas de taberna; los negros, de ina-gotable parloteo, no condescienden a hablar francs sino con una especie deconmiseracin para su interlocutor, y los escasos cazadores indios, orgullosos ytristes como prisioneros, responden a las preguntas con monoslabos en ingls.

    El barrio americano, situado al oeste del barrio francs, del que lo separa laamplia y bella calle del Canal, est habitado principalmente por comerciantes ycorredores; y es tambin el centro de la vida poltica. All se encuentran los hote-les, casi tan bellos como los de Nueva York, los depsitos de algodn, la mayo-ra de las iglesias y de los teatros, la casa principal de la ciudad; all tambin semantiene el gran mercado de esclavos. Una multitud inmensa se apresura siem-pre en el recinto del Banks arcade, alrededor del cual reina un amplio mostra-dor repleto de abundantes copas y de botellas. [...] As, dicen los esclavistas, aslo exigen, segn ellos la causa misma del progreso, las doctrinas de nuestrasanta religin, las leyes ms sagradas de la familia y de la propiedad.

    Durante mucho tiempo, todas las casas de Nueva Orleans fueron construi-das de madera: eran simples barracas, y la ciudad entera, a pesar de su exten-sin, tena el aspecto de un vasto campo de feria; hoy las casas de los dos gran-des barrios estn, en su mayora, construidas de ladrillos y piedras; e incluso sehan atrevido a emplear el granito en la construccin de la nueva aduana.Aunque es cierto que a pesar de los fuertes pilotes de 30 metros de longitudsobre los que reposa, sus murallas ya se han hundido un pie bajo el suelo.

    Pero el principal agente de transformacin de la ciudad, no es el sentidoesttico de los propietarios, sino el fuego. Pronto tuve la oportunidad de con-vencerme, porque llegu a Nueva Orleans en lo ms lgido del ciclo anual deincendios. Segn los poetas, el mes de mayo es la estacin de la renovacin;pero en la metrpoli de Luisiana, es la poca de las conflagraciones. Esto secomprende, se dir, porque es cuando los calores comienzan y el maderamende las casas se reseca bajo los rayos del sol; es tambin la estacin alegredurante la cual se tiene por lo comn la mayor despreocupacin por sus intere-ses. Todo esto es cierto, agregan los maledicientes, pero no hay que olvidar queal mes de mayo le precede inmediatamente el trmino de abril y que el incendiopuede ayudar a ajustar muchas cuentas. El hecho es que durante las dos o tresltimas semanas de mayo, no transcurre una noche sin que el toque de alarmallame a los ciudadanos con su voz lenta y profunda. A menudo los purpreosreflejos de cuatro o cinco incendios colorean al mismo tiempo el cielo, y losbomberos, despertados sobresaltadamente, no saben dnde es ms necesariasu presencia. Se ha calculado que solo en la ciudad de Nueva York, las llamasdevoran cada ao tantos edificios como en toda Francia; en Nueva Orleans, ciu-dad de poblacin cinco a seis veces menor que la de Nueva York, el papel delfuego es relativamente ms fuerte todava, puesto que la prdida total causadapor los incendios equivale a la mitad de la debida a los siniestros de esa mismanaturaleza en toda la extensin del territorio francs. [...]

    Los vigilantes nocturnos son muy poco numerosos como para ser de ver-dadera utilidad en la prevencin de los siniestros. La ciudad, con una longitud

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  • de unas siete millas, sobre una amplitud media de una milla, no tiene msque un total de 240 guardias, de los cuales 120 estn de servicio durante lanoche. Y todava tienen cuidado de advertir a los malhechores de su acerca-miento [...]. Los grandes criminales no se dejan detener ms que cuando,envalentonados por grandes xitos, tienen la audacia de matar en pleno da.Cada ao se cometen varios centenares de crmenes debidamente registradospor los periodistas, pero raramente perseguidos por los jueces. Sin embargo,el desbordamiento de iniquidades es tal, que a pesar de la despreocupacinde la justicia, se realizan entre 25.000 y 30.000 arrestos por ao; bien escierto que sobre este considerable nmero, que supone la dcima parte de lapoblacin, se cuentan de 4.000 a 5.000 negros culpables de haberse pasea-do sin boletos de permiso o bien enviados por sus dueos al verdugo pararecibir 25 latigazos.

    Ms de 2.500 tabernas, siempre llenas de bebedores ofrecen, bajo formade aguardiente y de ron, alimento a las pasiones ms violentas. Se especulatanto sobre el vicio nacional de la embriaguez, que todas las plantas bajas delos grandes hoteles estn libremente a la disposicin del pblico; en su cen-tro, se encuentra una amplia rotonda, especie de bolsa donde los negociantesvienen a leer los peridicos y a debatir sus intereses; al lado, se abre la salade los juegos de azar, donde los pillos dan cita a sus vctimas; en otra parteest la cantina donde se extiende una mesa pblica, muy rica y abundante-mente servida. La comida es completamente gratuita y cualquiera puede sen-tarse a la mesa; slo hay que pagar por el aguardiente o el ron. La pasta (25centavos) que se da por cada pequea copa basta para cubrir con largueza losgastos de estos festines pblicos. Adems, la gran mayora de las personasque entran en la sala no tocan los platos y se contentan con beber; siendo ascomo cientos de bebedores cotizan sin saberlo para pagar un festn a algunospobres famlicos.

    En tiempos de elecciones sobre todo, las tabernas siempre estn llenas. Esnecesario que el candidato se justifique ante todos los que le dan su voto, por-que si no supiera tomar un cocktail con elegancia, perdera toda su popularidady pasara por ser un trnsfuga. Cuando los adversarios polticos se encuentranen una cantina, borrachos o en ayunas, no es raro que las palabras insultantessean seguidas de inmediato de pualadas o de revolvers, y ms de una vez seha visto al vencedor beber sobre el cadver del vencido. Aunque es cierto que laley prohbe que se lleven armas escondidas; tambin, durante las elecciones,los ciudadanos ms presuntuosos eluden la letra del cdigo llenando su cinturacon un verdadero arsenal a la vista de todos y, por lo general, se contenta unocon guardar bajo su vestimenta un pual y una pistola de bolsillo [...].

    Un misntropo podra comparar los vicios de nuestra sociedad europea aun mal oculto que corroe al individuo bajo su vestimenta, mientras que losvicios de la sociedad norteamericana aparecen por fuera en toda su horrorosabrutalidad. El odio ms violento separa a los partidos y a las razas: el esclavis-ta aborrece al abolicionista, el blanco abomina al negro, el nativo detesta alextranjero, el rico plantador desprecia ampliamente al pequeo propietario, y

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  • la rivalidad de lsus intereses establece una barrera infranqueable de descon-fianza aun entre las familias aliadas. No es en una sociedad de esta especiedonde el arte puede ser seriamente cultivado. Adems, las visitas peridicasde la fiebre amarilla de Nueva Orleans, convierten en imposible cualquier pre-ocupacin, adems de la del comercio, y ningn negociante trata de embelle-cer la ciudad que se propone abandonar cuando haya amasado una fortunasuficiente. Bajo pretexto del arte, los ricos particulares se limitan a enjabelgarcon cal los rboles de su jardn: ese lujo tiene la doble ventaja de complacer asus miradas y de ser muy poco costoso. No se ha podido dar el mismo trata-miento a los paseos pblicos, porque no existen: el nico rbol en el interiorde la ciudad es una datilera solitaria, plantada hace sesenta aos por un viejomonje. Por el contrario, la ciudad ha tenido el honor de levantar una estatuade bronce a su salvador Andrew Jackson, pero sta no tiene otro mrito queser colosal y haber costado un milln. [...]. La municipalidad de Nueva Orleansha ordenado al Sr. Mills una estatua de Washington que ser erigida en elbarrio americano.

    En cuanto a los edificios pblicos, en su mayor parte no tienen ningn valorarquitectnico. Las estaciones son innobles cobertizos ennegrecidos por elhumo; los teatros son en su mayora barracas a merced de los incendios; lasiglesias, exceptuando una especie de mezquita construida por los jesuitas, sontodas ellas grandes ruinas presuntuosas. Adems, no hay monumentos mssometidos que las iglesias a las diversas posibilidades de incendio o demolicin.[...] Se trata de una especie de especulacin que puede muy bien asociarse conotras; porque nada impide al ministro del Santo Evangelio ser al mismo tiempobanquero, plantador o mercader de esclavos.

    El norteamericano no tiene nunca una carrera determinada; est sin cesar alacecho de los acontecimientos, esperando que la fortuna le salte en ancas yhacerse conducir al pas de El Dorado. Hombres y cosas, todo cambia, todo sedesplaza en los Estados Unidos con una rapidez inconcebible para nosotros, queestamos acostumbrados a seguir siempre una pauta rutinaria. En Europa, cadapiedra tiene su historia; la iglesia se erige donde se levantaba el dolmen, y des-de hace 30 siglos, es en el mismo lugar consagrado donde van a adorar loshabitantes del pas, galos, francos o franceses; nosotros obedecemos ms biena las tradiciones que a los hombres, y nos dejamos gobernar por los muertosan ms que por los vivos. En Estados Unidos, no sucede nada parecido; ningu-na supersticin ata al pasado ni al suelo natal, y las poblaciones, siempre mvi-les como la superficie de un lago que busca su nivel, se distribuyen bajo la ni-ca influencia de las leyes econmicas; en la joven y creciente repblica, secuentan ya muchas ruinas como en nuestros viejos imperios; la vida presente esdemasiado activa y demasiado fogosa para que las tradiciones del pasado pue-dan dominar a las almas. El amor instintivo de la patria no existe ms en losEstados Unidos en su cndida simplicidad. Para la masa, todos los sentimientosse confunden cada vez ms con el inters pecuniario; para los hombres de cora-zn, tan escasos en Norteamrica como en todos los pases del mundo, no exis-te otra patria que la libertad.

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  • 2. DEL SENTIMIENTO DE LA NATURALEZA EN LAS SOCIEDADES MODERNAS8

    (1866)

    Tanto o ms que se desarrolle y se depure el sentimiento de la naturaleza,importa que la multitud de hombres exiliados de los campos, por la fuerza mis-ma de las cosas, aumente de da en da. Los pesimistas se asustan, ya desdehace mucho tiempo, del incesante crecimiento de las grandes ciudades, y por lotanto no siempre se percatan de la rpida progresin con la que podra operarseen lo sucesivo el desplazamiento de poblacin hacia los centros privilegiados.

    Es cierto, las monstruosas Babilonias de antao haban reunido entre suscentenares de miles o incluso millones de habitantes: los intereses naturales delcomercio, la centralizacin desptica de todos los poderes, la gran pugna porcargos de favor, la pasin por los placeres, haban conferido a estas poderosasciudades la poblacin de provincias completas: pero, siendo las comunicacionesde entonces mucho ms lentas que lo son las de hoy, las crecidas de un ro, laintemperie, el retraso de una caravana, la irrupcin de un ejrcito enemigo, lasublevacin de una tribu, bastaban en ocasiones para retrasar o para interrum-pir los abastecimientos, y la gran ciudad se encontraba, en medio de todos susesplendores, expuesta a morir de hambre. Por otra parte, durante esos tiemposde guerras despiadadas, estas vastas capitales acabaron siempre por convertir-se en el teatro de alguna inmensa matanza, y a veces la destruccin era tancompleta que la ruina de una ciudad implicaba al propio tiempo el fin de un pue-blo. Se ha podido observar an recientemente, por ejemplo en grandes pobla-ciones de China, qu destino estaba reservado para las grandes aglomeracioneshumanas bajo el imperio de antiguas civilizaciones. La poderosa ciudad deNanking se ha convertido en un montn de escombros, mientras que Ouchang,que pareca haber sido, una quincena de aos antes, la ciudad ms populosadel mundo entero, ha perdido ms de las tres cuartas partes de sus habitantes.

    A las causas que hacan afluir antiguamente las poblaciones hacia las grandesciudades y que no han dejado de existir, es preciso aadir otras causas, no menospoderosas, que se asocian al conjunto de los modernos progresos. Las vas decomunicacin, canales, carreteras ordinarias y ferrocarriles, irradian en nmerocada vez ms considerable hacia los centros importantes y los rodean de mallasincesantemente densificadas. Los desplazamientos se efectan con tanta facilidadque de la maana a la noche las vas frreas pueden echar 500.000 personassobre el adoquinado de Londres o de Pars, y en previsin de una simple fiesta, deuna boda, de un entierro, de la visita de un personaje cualquiera, millones de hom-bres han inflado en ocasiones la poblacin flotante de una capital. En cuanto altransporte de aprovisionamiento, se puede obrar con la misma facilidad que en elde viajeros. Desde los campos circundantes, desde todos los extremos del pas,desde todas partes del mundo, los gneros fluyen por tierra y por agua hacia estos

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    8. Du sentiment de la nature dans les socits modernes. En: La Revue des Deux Mondes,tomo 63, 15-V-1866, pp. 354-381 (epgrafe III). Traduccin del original, efectuada por Jos IgnacioHomobono. Existe una reedicin reciente en: lise Reclus (1830-1906). Du sentiment de la natu-re dans les socits modernes, suivi de Michel Rodes. lise Reclus et Franz Schraeder, deux hom-mes face la nature. Orthez: ditions Gascogne, 2005; pp. 62-79.

  • enormes estmagos que no cesan de absorber cada vez ms. En caso de necesi-dad, si los apetitos de Londres lo exigieran, podra hacerse aportar en menos de unao ms de la mitad de las producciones de la tierra.

    Ciertamente esto supone una inmensa ventaja de la que carecan las gran-des ciudades de la Antigedad, y sin embargo la revolucin que los ferrocarrilesy los otros medios de comunicacin han introducido en las costumbres apenasha comenzado. Qu supone verdaderamente una media de dos o tres viajespor ao para cada uno de los habitantes de Francia, cuando una simple excur-sin de un cuarto de hora efectuada en las cercanas de Pars o de cualquierotra gran ciudad es considerada como un viaje por la estadstica? Es cierto quecada ao se acrecentarn en proporciones enormes las multitudes que se des-plazan, y probablemente sern sobrepasadas todas las previsiones sometidas ainforme, como lo han sido desde comienzos de siglo. Es as cmo, solo para laciudad de Londres, el movimiento de viajeros es actualmente tan importante enuna sola semana como el que haba hacia 1830 para la Gran Bretaa enteradurante todo el ao. Gracias a los ferrocarriles, las comarcas se achican sincesar, e incluso se puede establecer matemticamente en qu proporcin seopera este empequeecimiento del territorio, puesto que basta para ello com-parar la velocidad de las locomotoras a la de las diligencias y pataches a los quehan reemplazado. El hombre, por su parte, se desvincula del suelo natal con unafacilidad cada vez ms grande; se hace nmada, no al modo de los antiguospastores, que siempre seguan los senderos acostumbrados y no dejaban nuncade retornar peridicamente a los mismos pastos con sus rebaos, sino de unamanera mucho ms completa, ya que se dirige indistintamente hacia uno u otropunto del horizonte, a cualquier parte donde le conduce el inters o la voluntadarbitraria: un muy pequeo nmero de estos exiliados voluntarios vuelven paramorir a su pas natal. Esta migracin incesantemente creciente de los pueblosse pera ahora por millones y millones, y es precisamente hacia los hormigueroshumanos ms populosos hacia donde se dirige la gran multitud de emigrantes.Las terribles invasiones de los guerreros francos en la Galia romana no tenanquizs, desde el punto de vista etnolgico, tanta importancia como estas inmi-graciones silenciosas de los barrenderos de Luxemburgo y del Palatinado quevienen a incrementar cada ao la poblacin de Pars.

    Para hacerse una idea de aquello en lo que podran convertirse un da lasgrandes ciudades comerciales del mundo, si otras causas actuando en sentidoinverso no deben tarde o temprano equilibrar las causas de crecimiento, bastacon ver qu enorme importancia adquieren las ciudades en las colonias moder-nas en relacin con los pueblos y las casas aisladas. En estas regiones, laspoblaciones desembarazadas de los vnculos de la costumbre y libres para agru-parse a su antojo, sin otro mvil que su propia voluntad, se amontona casi porentero en las ciudades. Incluso en las colonias especialmente agrcolas, talescomo los jvenes Estados americanos del Far-West, las regiones del Plata, elQueens-Land de Australia, la isla septentrional de Nueva Zelanda, el nmerode ciudadanos supera con mucho al de los campesinos: por trmino medio, estres veces superior cuando menos, y no cesa de acrecentarse a medida que elcomercio y la industria se desarrollan. En las colonias como Victoria y California,

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  • donde causas especiales, tales como las minas de oro y las grandes ventajascomerciales, atraen a multitud de especuladores, la aglomeracin de los habi-tantes en las ciudades es an ms considerable. Si Pars era con relacin aFrancia lo que San Francisco es a California, lo que Melbourne es a la AustraliaAfortunada, la gran ciudad verdaderamente digna as pues de su nombre, notendra menos de 9 10 millones de almas. Evidentemente ste es en todosestos nuevos pases el ideal exterior de la sociedad del siglo XIX, ya que ningnobstculo impeda a los recin llegados distribuirse en pequeas agrupacionessobre toda la superficie de la regin, y que ellos han preferido reunirse en vastasciudades.

    El ejemplo de Hungra o de Rusia por contraste con el de California y cual-quier otra colonia moderna puede servir para demostrar qu lapso de siglossepara a los pases cuyas poblaciones estn todava distribuidas como en laEdad Media, y estos donde los fenmenos de afinidad social desarrollados por lacivilizacin moderna tienen libre juego. En las llanuras de Rusia, en la pusztahngara, apenas hay ciudades propiamente dichas, y nicamente pueblos mso menos grandes; las capitales son centros administrativos, creaciones artificia-les cuyos habitantes estaran bien sobrepasados, y que perderan enseguida unanotable parte de su importancia, si el gobierno no mantuviera all una vida ficti-cia a expensas del resto de la nacin. En estos pases, la poblacin trabajadorase compone de agricultores, y las ciudades no existen ms que para los em -pleados y los hombres ociosos. En Australia, o en California, por el contrario, elcampo no es nunca ms que una simple cercana, y los propios campesinos,pastores y labradores, tienen su espritu orientado hacia la ciudad: son especu-ladores que por el inters de sus quehaceres se han alejado momentneamen-te del gran centro comercial, pero que no dejaran de volver al mismo. Tarde otemprano, no se puede dudarlo, los campesinos rusos, hoy tan enraizados en elsuelo natal, aprendern a desligarse de la gleba, a la que ayer an estabansojuzgados; como los ingleses, como los australianos, se convertirn en nma-das y se trasladar hacia las grandes ciudades de donde les reclamarn elcomercio y la industria, hacia donde les empujar su propia ambicin de ver, deconocer, o de mejorar su condicin.

    Los lamentos de quienes gimen por la despoblacin de los campos no pue-den frenar el movimiento; no se conseguir nada, todos los clamores son inti-les. Convertido, merced a un mayor bienestar y al buen mercado relativo de losviajes, posesor de esta libertad primordial de ir y venir, de la que podran a lalarga resultar todas las otras, el cultivador no propietario obedece a un impulsobien natural cuando toma el camino de la populosa ciudad de la que se cuentantantas maravillas. Triste y alegre al propio tiempo, dice adis a la casucha natalpara ir a contemplar los milagros de la industria y de la arquitectura; renuncia alsalario regular con el que poda contar por el trabajo de sus brazos, pero quizsalcanzar el desahogo o la fortuna como tantos otros hijos de su pueblo, y sivuelve un da al pas, ser para hacerse construir una mansin seorial en lugarde la srdida morada donde ha nacido. Bien poco numerosos son los emigran-tes que pueden realizar sus sueos de fortuna, son muchos ms los queencuentran la pobreza, la enfermedad, una muerte prematura en las grandes

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  • ciudades; pero por lo menos los que sobreviven han podido ensanchar el crculode sus ideas, han visto regiones diferentes unas de otras, se han formado por elcontacto con otros hombres, se han convertido en ms inteligentes, ms instrui-dos, y todos estos progresos individuales constituyen una ventaja inestimablepara la sociedad en su conjunto.

    Se sabe con qu rapidez se cumple en Francia este fenmeno de la emigra-cin de los campesinos hacia Pars, Lyon, Toulouse y los grandes puertos marti-mos. Todos los incrementos de poblacin se hacen en beneficio de los centrosde atraccin, y la mayor parte de las pequeas ciudades y pueblos se quedanestancados e incluso declina su cifra de poblacin. Ms de la mitad de losdepartamentos estn cada vez menos poblados, y se puede citar uno, el de losBasses-Alpes, que desde la Edad Media ha perdido con certeza ms de un ter-cio de sus habitantes. Si se tuviesen en cuenta los viajes y las emigracionesestacionales, que necesariamente tienen como resultado incrementar la pobla-cin flotante de las grandes ciudades, los resultados seran mucho ms eviden-tes todava. En los Pirineos de Arige, hay ciertos pueblos en los que todos sushabitantes, hombres y mujeres, los abandonan completamente durante elinvierno para descender hasta las ciudades de la llanura. Por fin la mayor partede los franceses que se ocupan de operaciones comerciales o que viven de susrentas, sin contar multitudes de campesinos y de obreros, no dejan de visitarPars y las principales ciudades de Francia, y est muy lejano el tiempo donde,en las provincias apartadas, se designaba a un obrero viajero por el nombre dela gran ciudad en la que haba habitado. En Inglaterra y en Alemania se cumplenlos mismos fenmenos sociales. Aunque en estas dos regiones el excedente delos nacimientos sobre las defunciones sea mucho ms considerable que enFrancia, sin embargo all tambin los pases agrarios, tales como el ducado deHesse-Cassel y el condado de Cambridge, se despueblan en beneficio de lasgrandes ciudades. Incluso en Amrica del Norte, donde la poblacin se incre-menta con tan extraordinaria rapidez, un gran nmero de distritos agrcolas deNueva Inglaterra han perdido una fuerte proporcin de sus habitantes luego deuna doble emigracin, por una parte hacia las regiones del Far-West, por otrahacia las ciudades comerciales de la costa, Portland, Boston, Nueva York.

    Y sin embargo es un hecho ms que conocido que el aire de las ciudadesest cargado de principios mortferos. Aunque las estadsticas oficiales no siem-pre ofrecen a este respecto la sinceridad deseable, no es menos cierto que entodos los pases de Europa y de Amrica la vida media de los campesinos sobre-pasa en varios aos la de los ciudadanos, y los inmigrantes, dejando el camponatal por la calle estrecha y nauseabunda de una gran ciudad, podran calcularde antemano de forma aproximada cunto tiempo acortan su vida de acuerdocon las leyes de probabilidad. No solamente es el recin llegado quien sufre ensu propia carne y se expone a una muerte anticipada, sino que condena tambina su descendencia. No se ignora que en las grandes ciudades, como Londres oPars, la fuerza vital se agota rpidamente, y que ninguna familia burguesa nocontina ah ms all de la tercera o como mucho de la cuarta generacin. Si elindividuo puede resistir a la influencia mortal del medio que le rodea, la familiaal menos acaba por sucumbir, y sin la continua inmigracin de provincianos y de

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  • extranjeros que marchan alegremente hacia la muerte, las capitales no podranreclutar su enorme poblacin. Las dosis de ciudadanos se afinan, pero el cuer-po flaquea y las fuentes de la vida se agotan. Igualmente, desde el punto de vis-ta intelectual, todas las brillantes facultades que desarrolla la vida social son pri-meramente sobreexcitadas, pero el pensamiento pierde fuerza gradualmente; secansa, despus finalmente se agota con el tiempo. Ciertamente, el golfillo dePars, comparado con el joven patn, es un ser lleno de vivacidad y de bro; pero,no es el hermano de este plido granuja a quien puede comparrsele en lofsico y en lo moral a estas plantas enfermizas vegetando en ciertas cuevas enmedio de las tinieblas?. Es en fin en las ciudades, sobre todo en aquellas queson ms clebres por su opulencia y su civilizacin, donde ciertamente seencuentran los ms degradados de entre los hombres, pobres seres sin que lasuciedad, el hambre, la ignorancia brutal, el desprecio de todos, han puestomuy por debajo del salvaje dichoso que recorre en libertad bosques y montaas.Es al lado del esplendor ms grande donde hay que buscar la abyeccin msnfima; no lejos de estos museos donde se muestra en toda su gloria la bellezadel cuerpo humano, nios raquticos se calientan con la atmsfera impura exha-lada por la boca de las alcantarillas.

    Si el vapor trae a las ciudades multitudes que incesantemente en aumen-to, por otra parte se lleva a los campos a un nmero cada vez ms considera-ble de ciudadanos que por un tiempo van a respirar la atmsfera libre y arefrescar el pensamiento a la vista de las flores y del verdor. Los ricos, dueosde crearse ocios a su capricho, pueden escapar de las ocupaciones o de losplaceres fatigosos de la ciudad durante meses enteros. Puede incluso que resi-dan en el campo, y que no hagan en sus casas de las grandes ciudades msque apariciones furtivas. En cuanto a los trabajadores de todo tipo que no pue-den alejarse durante mucho tiempo a causa de las exigencia de la vida laboral,en su mayor parte arrancan por lo menos el descanso imprescindible a susocupaciones para ir a visitar los campos. Los ms favorecidos se toman sema-nas de asueto que van a pasar lejos de la capital, en las montaas o a la orilladel mar. Quienes estn ms sojuzgados por su trabajo se limitan a huir de vezen cuando durante algunas horas del estrecho horizonte de las calles habitua-les, y se sabe que aprovechan con dicha sus das festivos cuando la tempera-tura es dulce y puro el cielo: entonces cada rbol de los bosques vecinos de lasgrandes ciudades alberga a una alegre familia. Una considerable proporcin denegociantes y de empleados, sobre todo en Inglaterra y en Amrica, instalanvalientemente a sus mujeres e hijos en el campo y se condenan a s mismos aefectuar dos veces por da el trayecto que separa el mostrador del hogardomstico. Gracias a la rapidez de las comunicaciones millones de hombrespueden acumular de esta forma las dos cualidades de ciudadano y de campe-sino, y cada ao no cesa de acrecentarse el nmero de personas que hacen asdos mitades de su vida. Alrededor de Londres, se cuentan por cientos de milesquienes se sumergen cada maana en el torbellino de negocios de la gran ciu-dad y que vuelven cada tarde a su apacible home de las verdeantes cercanas.La Ciudad, el verdadero centro del mundo comercial, se despuebla de residen-tes; por el da, esta es la colmena humana ms activa; por la noche, se con-vierte en un desierto.

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  • Desgraciadamente, este reflujo de las ciudades hacia el exterior no seopera sin afear las campias: no solamente los detritus de todo tipo obstruyenel espacio intermedio en las ciudades y los campos; sino lo que es ms gravean, la especulacin se apodera de todos los lugares encantadores de lavecindad, los divide en lotes rectangulares, los cerca con murallas uniformes,despus construye all casitas pretenciosas por centenares y por miles. Paralos paseantes errabundos por estas supuestas campias, la naturaleza noest representada ms que por los arbustos podados y los macizos de floresque se entrevn a travs de las verjas. Al borde del mar, los acantilados mspintorescos, las playas ms encantadoras tambin son acaparadas enmuchos lugares por celosos propietarios, o por especuladores que aprecianlas bellezas naturales al modo de los cambistas que valoran un lingote de oro.En las regiones montaosas frecuentemente visitadas, se apodera de loshabitantes el mismo furor de apropiacin: los paisajes se fraccionan en parce-las y son vendidos al mejor postor; todas las curiosidades naturales, la pea,la gruta, la cascada, la grieta de un glaciar, hasta el ruido del eco, puede con-vertirse en propiedad privada. Hay empresarios que arriendan las cataratas,que las rodean con vallados de tablas para impedir a los viajeros que nopaguen contemplar las aguas tumultuosas, y que despus, a fuerza de propa-ganda, transforman en monedas contantes y sonantes la luz que juguetea enlas deshechas gotillas y el soplo de viento que despliega en el espacio gasasde vapores.

    Puesto que la naturaleza es profanada por tantos especuladores precisa-mente a causa de su belleza, no resulta extrao que agricultores e industrialesen sus trabajos de explotacin eviten preguntarse si no contribuyen al afeamien-to de la tierra. Es cierto que el rudo labriego se preocupa muy poco del encan-to de los campos y de la armona de los paisajes, con tal que el sol produzcaabundantes cosechas; paseando su hacha al azar por los bosquecillos, abate losrboles que le molestan, mutila indignamente los otros y les da aspecto piado-sos o de escobas. Vastas comarcas que antes eran bonitas a la vista y desea-bles de recorrer estn deshonradas por completo, y se experimenta un senti-miento de verdadera repugnancia al mirarlas. Por otra parte ocurrefrecuentemente que el agricultor, pobre en ciencia tanto como en amor por lanaturaleza, se equivoca en sus clculos y causa su propia ruina por las modifi-caciones que introduce sin saberlo en los climas. As mismo importa poco alindustrial, que explota su mina o su manufactura en pleno campo, ennegrecer laatmsfera con los humos de la hulla y viciarla con vapores pestilentes. Sinhablar de Inglaterra, existe en Europa occidental un gran nmero de vallesmanufactureros cuyo aire espeso es casi irrespirable para los extraos; all lascasas estn ahumadas, incluso las hojas de los rboles estn recubiertas deholln, y cuando se mira al sol, casi siempre muestra su faz amarillenta a travsde una espesa bruma. En cuanto al ingeniero, sus puentes y sus viaductos sonsiempre idnticos, sea en la llanura ms lisa o en los desfiladeros de las monta-as ms abruptas; se preocupa, no de poner sus construcciones en armonacon el paisaje, sino nicamente en sopesar el empuje y la resistencia de losmateriales [...].

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  • 3. EL AGUA EN LA CIUDAD9 (1869)

    En nuestros pases de la Europa civilizada, donde el hombre interviene pordoquier modificando la naturaleza a su antojo, el pequeo curso de agua deja deser libre y se convierte en patrimonio de los ribereos. Estos lo utilizan a su con-veniencia, ya sea para regar las tierras o para moler el trigo; pero con frecuenciano saben sacarle un buen partido y lo aprisionan entre murallas mal construidasque la corriente derriba, desvan las aguas hacia hondonadas donde se estan-can en charcas pestilentes, las enturbian con basuras que debieran servir deabono a los campos, y transforman el alegre arroyo en una inmunda alcantarilla.

    A medida que se aproxima a la gran ciudad industrial, el arroyo se va ensu-ciando cada vez ms. Las aguas residuales de las casas que lo bordean se mez-clan con la corriente; viscosidades de todos los colores alteran su transparencia;desechos impuros recubren sus playas fangosas, y cuando el sol las deseca un

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    9. Leau dans la cit, cap. XVIII de Histoire dun ruisseau. Pars: J. Hetzel et Cie, 1869, pp.283-297. Traduccin realizada del original por Jos Ignacio Homobono. Se ha contrastado con la yaclsica versin espaola 1905 de: El agua en la ciudad, en: El arroyo. Madrid: Media Vaca,2001; pp. 137-142.

    Una moderna edicin espaolade El Arroyo (2001).

  • olor ftido se expande por la atmsfera. Por fin el arroyo, convertido en cloaca,entra en la ciudad, donde su primer afluente es una repugnante alcantarilla, consu enorme boca ovalada cerrada por una reja. Casi sin corriente, por faltarle decli-ve, la masa cenagosa avanza lentamente entre dos hileras de casas cuyas pare-des recubren algas verdosas, con el maderamen medio rodo por la humedad y elrevoque desconchndose. Para estas casas, fbricas malsanas donde trabajanlos curtidores, peleteros, y otros industriales, la corriente fangosa es an unariqueza, y los obreros extraen continuamente un agua nauseabunda. Ya las mr-genes han perdido toda forma natural; ahora son muros perpendiculares en losque a intervalos se han construido algunos escalones; sus orillas estn cubiertascon losas resbaladizas; los meandros han sido reemplazados por bruscos reco-dos; en vez de ramas y follaje, mseras ropas tendidas en cuerdas cuelgan porencima del foso; y barreras hechas con tablones, tendidos entre ambos muellessealan los lmites entre propiedades por encima del negro caudal. Por fin, laoscura masa cenagosa entra por un siniestro tnel. El arroyo que yo haba vistobrincar a la luz del da, tan cristalino y gozoso, a la salida del manantial, no esahora ms que una alcantarilla en la que toda una ciudad vierte sus desechos.

    A unos cuantos kilmetros el contraste es absoluto. All arriba, a campoabierto, el agua centellea al sol y, transparente a pesar de su profundidad, dejaver las piedras blancas, la arena y las hierbas cimbreantes de su lecho; murmu-ra dulcemente entre las caas; los peces surcan el agua como flechas de platay los pjaros la rozan con sus alas. En sus mrgenes surgen macizos de flores;los rboles llenos de savia despliegan su ramaje, y el caminante que sigue la ori-lla puede descansar a sus anchas bajo la sombra, contemplando el deliciosocuadro que se extiende entre los meandros. Qu diferente es el arroyo bajo elruidoso pavimento de las ciudades! El agua es sustancialmente la misma, peronicamente para el qumico; est mezclada con tantas inmundicias que se havuelto viscosa. Ya no hay luz bajo la sombra corriente, ms que cuando de tre-cho en trecho un rayo de sol penetra por entre los barrotes de hierro y se reflejasobre la pared pringosa. La vida se halla ausente de estas tinieblas; y sin embar-go existe: los hongos alimentados por la podredumbre buscan acomodo en losrincones, y las ratas se ocultan en las grietas que dejan las losas resquebraja-das. Los nicos seres humanos que se aventuran en estos tristes parajes son lospoceros encargados de asegurar la marcha de la corriente librndola de la masade fango, y los saqueadores, infelices que inclinados sobre el ftido lodazal loremueven con las manos en busca de alguna pequea moneda o cualquier otroobjeto cado por los sumideros de la calle.

    Por fin la masa infecta, ayudada por el rastrillo de los poceros o por sbitastormentas, llega al ro para verterse en l pesadamente. Negra o violcea, aho-ra avanza a lo largo de los malecones, y se distingue del agua relativamente purade la corriente mediante una lnea sinuosa ntidamente trazada. Podemosseguirla largo tiempo con la mirada, corriendo por un flanco del ro y negndosea mezclarse con l; pero los torbellinos y remolinos, los reflujos de todo tipo cau-sados por los accidentes del fondo y las sinuosidades de las orillas, acaban porconfundir las aguas; la lnea de separacin se va borrando poco a poco, gruesosborbotones transparentes surgen del fondo a travs de la masa cenagosa; los

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  • impuros aluviones, ms pesados que el agua que los transporta, se depositansobre las playas y en las depresiones del lecho. El arroyo se va purificando; peroal mismo tiempo pierde su identidad y se confunde con la poderosa masa del roque lo lleva hacia el ocano. Su corriente se divide en hilos, que se escinden asu vez en gotas y gotitas, y por fin todas las molculas se confunden. La historiadel arroyo acaba aqu, al menos aparentemente.

    Sin embargo, la boca de la cloaca no ha vomitado en el ro toda la masa deagua que corra entre las sombreadas riberas ms arriba de la ciudad y de susfbricas. Mientras que una parte de la corriente sigue el cauce natural, transfor-mado primero en foso y luego en canal subterrneo por la mano del hombre, yse arrastra pesadamente a lo largo de los pretiles, otra parte del arroyo, desvia-da de su curso normal, entra por un amplio acueducto y se dirige hacia la ciudadsiguiendo el flanco de las colinas, y pasando por enormes sifones por debajo delos barrancos. El agua, protegida contra la evaporacin por las paredes de pie-dra o de metal que la rodean, llena a su entrada en la ciudad un vasto depsitode mampostera, especie de lago artificial donde el lquido se aquieta y depura.De all sale para ser distribuida de barrio en barrio, de calle en calle, de casa encasa y de piso en piso, mediante conductos ramificados hasta el infinito por lainmensa superficie habitada. El agua es indispensable en todas partes; es nece-saria para limpiar el pavimento y las viviendas; para dar de beber a todos losseres vivos, desde el hombre y los animales domsticos hasta la modesta florque se abre en la ventana de las buhardillas, y en el csped que riega el vaporirisado de las fuentes. Por esas miradas de bocas y poros que absorben ince-santemente venillas, gotitas o simple humedad derivada del arroyo, la ciudad seconvierte en un inmenso organismo, en un monstruo prodigioso que de un solotrago consume torrentes enteros. Hay ciudades que no se contentan con un ni-co arroyo, y absorven varios a la vez, llegados de todos lados por acueductosconvergentes. Una sola capital si bien nos referimos a Londres, la ciudad mspopulosa del mundo no consume menos de medio milln de metros cbicos deagua al da, suficientes para llenar un lago donde flotaran holgadamente ciennavos de gran tonelaje.

    Despus de ramificarse hasta el infinito por calles y casas, el agua de lasconducciones, ya sucia por el uso y mezclada con impurezas de todo tipo, debeemprender nuevamente su camino para huir de la ciudad en la que de otromodo provocara la peste. Cada desage, como una boca inmunda, vomita lasaguas de uso domstico; cada canal lleva su pequeo torrente nauseabundo; encada esquina de la calle una cascada roja o negruzca se precipita en un sumi-dero. Esta corriente impura, el nico arroyo que el nio de la ciudad puedeobservar, contribuye, ms de lo que se piensa, a hacerle amar la naturaleza.Todava me acuerdo: cuando los fuertes chaparrones limpiaban el lodo de loscanales y llenaban el lecho hasta el borde, construamos presas, canalizbamosla corriente, hacamos que se precipitara en rpidos, y formbamos islas ypennsulas a nuestro albedro. Ya hombres, los pequeos ingenieros que chapo-teaban en el canal con tanto jbilo no pueden sino recordar con placer sus jue-gos infantiles; y a su pesar miran con cierta emocin el turbio hilo de agua quecorre junto a la acera. Desde los aos de nuestra niez, y en el transcurso de

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  • una generacin, cuntos residuos habr arrastrado hasta el mar la corriente vis-cosa! Incluso sangre humana mezclada con este barro!

    Las impurezas procedentes de todos los canales laterales van a parar a lagran cloaca, que con frecuencia es el propio lecho del antiguo arroyo, de modoque la ciudad se parece a esos plipos cuyo nico orificio sirve a la vez para elalimento y la defecacin. Sin embargo, en la mayor parte de las galeras subte-rrneas de nuestras ciudades, se ha procurado establecer cierta separacinentre las dos corrientes. Tubos de hierro yuxtapuestos sirven de lecho a dos ria-chuelos que discurren en sentido inverso: uno es el caudal de agua pura que vaa abastecer las casas; el otro la masa de agua sucia que sale de ellas. As comoen el cuerpo del animal se armonizan arterias y venas, se forma un circuito nointerrumpido entre la corriente que da la vida y la que se lleva la muerte.

    Desgraciadamente, el organismo artificial de las ciudades an est lejos deasemejarse en perfeccin a los rganos naturales de los cuerpos vivos. La san-gre de las venas, bombeada por el corazn a los pulmones, se renueva en estosal contacto con el aire: deshacindose de todos los productos impuros de lacombustin interior y, recibiendo de fuera el alimento de su propia llama, puedeemprender de nuevo su recorrido desde el corazn a las extremidades, llevandoel calor y la vida desde la arteria a los capilares. En nuestras ciudades, por elcontrario, cuerpos informes donde se bosqueja una organizacin, el agua suciacontina corriendo por las alcantarillas y contamina los ros, donde slo se puri-fica muy lentamente, sin ser recuperada por la industria humana para abastecerla ciudad reintroducindola en la circulacin subterrnea. Pero esta depuracin,que el saber humano comete el error de no llevar a efecto, la realizan las fuerzasde la naturaleza trabajando concertadamente con los moradores de las aguas.En todos los desages de las grandes alcantarillas donde no se sumerge el vi-do anzuelo del pescador de caa, multitud de peces, amontonados en conside-rables bancos como los arenques en el mar, se regalan vidamente con los resi-duos del festn arrastrado por el cenagoso torrente; a su vez, el limo de loscanales y las riberas, las hierbas temblorosas del fondo, tambin retienen y asi-milan las molculas del fango que las baa; los residuos ms pesados descien-den y se mezclan con la grava, los restos flotantes son arrojados a la orilla o seincorporan a los bancos de arena; poco a poco el agua se va haciendo ms cla-ra; gracias a su fauna y flora incluso pierde las sustancias disueltas que la des-naturalizaban, y si en su curso no fuera ensuciada de nuevo por otras impurezasprovenientes de las ciudades ribereas, acabara por recobrar su primitiva pure-za antes de alcanzar el ocano.

    En la ciudad futura, seguramente los hombres harn lo que la ciencia lesaconseje. Ya son muchas las ciudades, sobre todo en la inteligente Inglaterra,que tratan de crear un doble sistema arterial y venoso que funcione con regula-ridad perfecta, de modo que se complete un pequeo circuito de las aguas, an-logo al que se produce en la naturaleza entre las montaas y el mar por mediode los manantiales y las nubes. Al salir de la ciudad, las aguas del alcantarilladoaspiradas por mquinas, como lo es la sangre por el juego de los msculos, sedirigirn hacia un ancho depsito cubierto, donde los residuos arrastrados se

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  • mezclan en un lquido fangoso. Otras mquinas se apoderan de la masa ftida yla lanzan a chorro en diversas direcciones por conductos radiales en el subsuelode los campos. Registros dispuestos de trecho en trecho en las tuberas permi-ten verter el exceso en cantidades previamente calculadas sobre aquellas tierrasesquilmadas que sea preciso regenerar con abono. Este fluido fangoso, quesupondra la muerte de la poblacin si permaneciera en las ciudades o se arras-trase por los ros a lo largo de las orillas, se convierte por el contrario en vidapara las naciones, al ser transformado en alimento humano. El suelo menos fr-til y hasta la misma arena pueden dar vida a una esplndida vegetacin si sonregadas por estos lquidos; por otra parte, el agua que serva de vehculo a todaslas porqueras de la cloaca, queda ahora limpia merced a la actuacin qumicade races y raicillas; recogida bajo tierra en los conductos paralelos a las cae -ras de agua sucia, puede volver a la ciudad para su limpiarla y aprovisionamien-to, o bien mezclarse con la lmpida corriente del ro, sin enturbiarla. Mientrasque antiguamente, aguas abajo de la primera ciudad cuyos muelles baaba, elro no era sino un gran canal de inmundicias hasta llegar al ocano, en nuestrosdas recobra la belleza de los tiempos pasados; los edificios de las ciudades y lasarcadas de los puentes, que durante siglos no se han reflejado ms que sobreturbias ondas, empiezan de nuevo a mirarse en un flujo transparente.

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    lise Reclus en 1870, segn fotografa de Nadar.

  • 4. LA CIUDAD EN LA NOUVELLE GOGRAPHIE UNIVERSELLE. LA TERRE ETLES HOMMES10 (1876-1894)

    4.1. Municipios y asociaciones belgas11 (1887)

    En nuestros das, los centros de poblacin se aglomeran en las llanuras deBlgica, en esa estrecha zona donde, en tiempos de la dominacin romana, noexistan ms que dos ciudades propiamente dichas, Turnacum (Tournay) yAtuatuca Tungrorum (Tongres)12, porque Bagacum (Bavai) se encuentra en terri-torio francs. En varios distritos del pas, abundan los grupos urbanos ms quelos pueblos en la mayor parte de las regiones de Europa, y estos grupos ademsestn dotados de una marcada individualidad municipal: fueron ciudades al modode las antiguas de Grecia, de las ciudades republicanas de Italia, o de la Hansagermnica. Tras las luchas de nacionalidades y de clases, cuya huella se ve dis-tintamente en la Roman du Renard13, tan popular antao en Flandes, las ciuda-des del pas, slidamente constituidas en municipios, pudieron conquistar cadauna su vida independiente, su fisonoma original: de igual modo que las ciudadesdel norte de Francia, las de Brabante y Lieja walona, los municipios libres delFlandes belga, que con tanta valenta resistieron a los obispos, a los barones y alos reyes, pueden reivindicar, como Florencia y Venecia, su considerable cuota deinfluencia en el movimiento que ha dado lugar al mundo moderno.

    El origen de los municipios, tanto en Blgica como en Francia, se debi a uncambio de asiento de los intereses. Desde el campo, donde dominaba el seor,el centro de gravedad se traslad hacia la ciudad, donde se reunan los comer-ciantes y trabajaban los gremios de artesanos. Ya en el 779, Carlomagno, pre-sintiendo el peligro que podan suponer las asociaciones de trabajadores para elpoder soberano, prohiba todo acuerdo, toda conjuracin entre siervos delFleandreland, del Mempisque y de otros lugares prximos al mar.

    Que nadie tenga la audacia de prestar esos juramentos mediante los que escostumbre asociarse en las guildas...; que nadie se ligue mediante juramentos decontribucin pecuniaria, para casos de naufragio o de incendio14...

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    10. Nouvelle Gographie Universelle. La Terre et les Hommes. Pars : Hachette et Cie, 1876-1894. Esta seleccin se limita a los aspectos ms genricos del fenmeno urbano, soslayando lasnumerossimas descripciones de grandes urbes contenidas en los 19 volmenes de esta obra enci-clopdica; algunas de ellas tan interesantes como, por ejemplo, las de Pars, Londres, Nueva York,Chicago, Boston, Montreal, Ro de Janeiro, etc.

    11. Extractos del tomo IV: LEurope du Nord-Ouest (Belgique, Hollande, Iles Britanniques),correspondiente a su captulo II: La Belgique y, en concreto, al epgrafe III: Communes belges,pp. 86-96; y al IV: coles, associations de la Belgique, pp. 173-174. Para la traduccin, realizadaex novo por Jos Ignacio Homobono, se ha tenido en cuenta la versin espaola del t. III: Europadel Noroeste. Blgica, Holanda, Islas Britnicas. El Progreso Editorial. Madrid, 1892, captulo I:Blgica, epgrafes III: Comunidades o municipios belgas, pp. 41-49, y IV: Escuelas, asociacio-nes en Blgica, pp. 122-123.

    12. Piet, Patria Belgica, II; - Ernest Desjardins, Gographie de la Gaule.

    13. Willems, Vandevelde, Oetker, etc.

    14. Vandenpeereboom, Patria Belgica, II.

  • A despecho de estas prohibiciones y de las persecuciones, las tan temidas guildas,que encerraban en germen la libertad de los municipios, pudieron mantenerse, for-talecerse y crear poco a poco las industrias de las ciudades. Cuando los munici-pios se significan por vez primera en la historia, a partir del siglo XI, haban media-do guerras, convenios y tratados, que en diversos puntos desempeado un ciertopapel en su nacimiento; pero la causa profunda de esta revolucin fue siempre lacreciente influencia de los oficios y de las asociaciones comerciales.

    Sin embargo, el primitivo municipio - comunidad, constituido contra el feuda-lismo. Fue un verdadero feudo, y los chevins o regidores salan siempre de lasgrandes familias o linajes (geslachten), as bien como en las ciudades im -periales de Alemania se reservaban tales puestos a los geschlechster. Esos perso-najes de alta alcurnia eran los nicos que gobernaban la ciudad, quedando veda-do el acceso al poder, no slo a los obreros, sino tambin a los burgueses, inclusolos ms ricos15. De aqu resultaron continuas disensiones entre los pequeos ylos grandes de cada ciudad, anlogas a las que surgan en Nu renberg y enFlorencia entre los flacos y los gordos. Los gremios de artesanos se levantaronfrecuentemente, y aprovecharon toda guerra civil o exterior para reivindicar susderechos al gobierno de la ciudad. A cada derrota que sufran se los trataba cruel-mente: as, despus de una rebelin sofocada, 1.500 tejedores y otros obreros deYpres fueron enrodados, decapitados o ahorcados sin formacin de juicio; los cro-nistas refieren con cierto orgullo, para glorificar el poder de los seores, que lasciudades de Flandes parecan bosques a veces: tan numerosas eran las horcas enlas calles y plazas pblicas16. A despecho de descalabros y matanzas, las asocia-ciones de los pequeos obligaron a los grandes a dejarles un puesto en elconsejo de las ciudades. En el siglo XIII, y sobre todo en la primera mitad del XIV,vemos constituirse regularmente en casi todas las comunidades un gran conse-jo, donde, al lado de los regidores y de los notables, tomaban asiento las nacio-nes, es decir, los mandatarios, los prohombres de los gremios, y deliberabancomo iguales sobre los asuntos mayores de la ciudad. En Bruselas, Lovaina yotras ciudades de Brabante, las naciones tenan un burgomaestre distinto delde los linajes. En Lieja, la famosa ciudad, cuyos burgueses usaban desde largafecha el ttulo de seores, y habitaban un domicilio inviolable, una casa sagra-da, fue mucho ms completo el triunfo de los pequeos: en virtud de la paz deAngleur, concluida en 1313, se decidi que ningn burgus de Lieja pertenecien-te a la nobleza podra ser burgomaestre ni miembro del consejo, si no formabaparte de una corporacin de los veinticinco oficios17; todos eran electores, lo mis-mo obreros que maestros; hasta los aprendices ejemplo bien raro en la Europade aquella poca tenan el derecho de aclamacin o de sufragio.

    En aquel gran caos del mundo feudal, en que los seores estaban en luchapermanente unos con otros, pero en que no haba tierra sin seor, y en dondese pensaba que toda autoridad vena de arriba por intermedio del Papa, empe-

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    15. Borgnet, Bulletin de lAcademie, 2 serie, t. XXVII.

    16. Vandenpeereboom, Patria Belgica, II.

    17. Michelet, Histoire de France, t. XV.

  • rador o rey, fue una gran victoria para las ciudades belgas el igualarse a los baro-nes, el adquirir una personalidad feudal, el tratar directamente con los sobera-nos. Empezaba un nuevo orden de cosas, toda vez que la independencia de lasciudades arrancaba de abajo, de la masa profunda del pueblo. A juzgar por loselementos dispersos de la nueva sociedad flamenca y valona, tal y como tratde constituirse, y como se la vi especialmente en Gante bajo la direccin deJacob van Artevelle, parece que tenda a formar una gran liga de ciudades aut-nomas, compuestas a su vez de corporaciones libres de artesanos: el gremio ocofrada de cada grupo de trabajadores, tal era la molcula primitiva de la socie-dad. Cada asociacin, fuese de obreros, o bien de burgueses, era un cuerpocompleto que representaba en resumen al conjunto del Estado, teniendo elcarcter mltiple de cofrada religiosa, de tribunal para el juicio de crmenes ydelitos, de sindicato de comercio para la defensa de los intereses comunes eincluso de asociacin recreativa para la celebracin de las fiestas18. Por otra par-te, los oficios imponan a todos sus miembros una disciplina muy severa; el tra-je de guerra, as de guerra como de trabajo, era objeto de estrecha reglamenta-cin: en pocas determinadas se pasaban revistas, para comprobar si loscofrades tenan en buen estado sus armas, sus cotas, sus prendas de vestir. Elindividuo necesitaba contar, para todos los actos de su vida, con el cuerpo delque formaba parte19. An quedan huellas de ese antiguo orden de cosas. Loshabitantes de Gante, por ejemplo, estn regimentados por decurias; llevanatuendos del siglo XVI, con su gola al cuello y su alabarda en el brazo; sondemandados a comparecer en las grandes solemnidades, es decir siempre quese trata de salir de uniforme, sea para festejar el regreso de un compatriotailustre, o sea para celebrar cualquier hazaa de los antepasados20.

    La comunidad, compuesta de las asociaciones burguesas y de los gremios,formaba el grupo superior; y cuando la campana del concejo llamaba a los ciu-dadanos al combate, todas las almas deban fundirse en una sola contra el ene-migo. Frecuentemente ese enemigo era el ejrcito de una ciudad rival; pero elpeligro comn hizo comprender a las ciudades la necesidad de una federacin,ya indicada en 1312 por la carta de Cortenbergh, en que se vi a 18 ciudadesy franquezas (franchises) de Brabante unirse a cierto nmero de vasallos deJuan II, y formar con ellos una especie de Asamblea legislativa. En 1334 loshabitantes de Flandes y los de Brabante concluyeron un tratado de confedera-cin, en el cual se estipulaba que el comercio entre las dos provincias sera libre;que en ambas se hara uso de la misma moneda, y que las grandes ciudadesBruselas, Amberes, Lovaina, Gante, Brujas e Ypres enviaran diputados tresveces al ao a una Asamblea, de la cual formaran parte tambin los represen-tantes del conde de Flandes y del duque de Brabante, y que se reunira sucesi-vamente en Gante, en Bruselas y en Alost. Ya en el siglo precedente las grandescorporaciones de las ciudades flamencas haban formado una guilda internacio-nal, llamada la Hansa o Liga de Londres, donde figuraban asociados los co -

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    18. Cellier, Une commune flamande, Recherches sur les institutions de la ville de Valenciennes.

    19. Henri Hymans, Patria Belgica, III.

    20. Ernest Desjardins, Notes manuscrites.

  • mer ciantes de diecisiete ciudades belgas y de Inglaterra21. Verdad es que losestatutos de esa Hanse eran bien poco democrticos. Los tintoreros, que tiencon sus mismas manos y tienen las uas azules; los caldereros, que hacen loscalderos y van pregonando por las calles, y todos los que vendan al por menorno podan ser miembros de la cofrada comercial22.

    Aunque la forma de la sociedad nueva que se preparaba en las ciudades deBlgica no haya podido realizarse completamente, y aunque la prosperidad delos ciudadanos haya ido acompaada de continuas agitaciones y de incesantespeligros, los progresos de todas clases operados en ese rinconcito del globohicieron de l uno de los centros de civilizacin de la Edad Media. Hasta en algu-nos campos se formaron guildas semejantes a las de las ciudades; y esas aso-ciaciones rurales, orgullosas de sus keures, confirmacin escrita de sus dere-chos, supieron justificar esta conquista con el admirable cultivo de sus tierras.Los aldeanos de Flandes vinieron a ser desde el siglo XII los iniciadores de lasdems poblaciones del Norte de Europa: gracias a colonos industriosos llama-dos por los soberanos mismos, se fundaban pequeas Flandes por doquiera enFrancia, en Inglaterra, en Alemania, en Dinamarca. Los artesanos de las ciuda-des flamencas y brabanzonas, no contentos con adquirir riquezas por los anti-guos procedimientos, trabajaban en crear nuevas industrias, y, a merced de ladiversidad creciente de los productos, iba en continuo aumento el nmero de losgremios. La ciudad de Brujas, que durante un perodo estuvo a la cabeza de laindustria manufacturera de todo el mundo, tuvo en el siglo XV ochenta corpora-ciones de artesanos; Gante posea casi otras tantas, y los tejedores por s solosformaban veintisiete asociaciones, cada una de las cuales se ocupaba de lafabricacin de tejidos diferentes. Bruselas tuvo cincuenta oficios, agrupados ennueve naciones; Tournay, ms de cuarenta; Lieja e Ypres, ms de treinta cadauna. En cuanto a los progresos de las comunidades flamencas en los trabajosdel pensamiento, lo atestiguan la importancia que haba adquirido su lengua enla literatura contempornea, y el gran nmero de sabios que dio Holanda en lapoca de las persecuciones.

    Los grandes edificios municipales de las comunidades flamencas atesti-guan, mejor que nada, su antiguo esplendor. La mayor parte de las iglesiasconstruidas en esa poca han quedado sin concluir; pero los monumentosciviles, sobre ajustarse a un plan ms vasto y ofrecer una decoracin exteriorms rica, estn terminados casi todos, y los arquitectos actuales slo tienenque ocuparse en reparar las partes deterioradas. Cada una de las diversascorporaciones tena su casa de guilda, adornada con verdadero amor, por lomismo que los miembros de la cofrada habitaban en casas del ms pobreaspecto. Las lonjas (halles), sobre todo, con sus imponentes proporciones,atestiguan la slida fortuna de los burgueses que podan costear semejantesnaves de piedra. Las casas municipales tienen un aspecto imponente, pero sedistinguen tambin por el esplendor de su decoracin arquitectnica: median-te esos edificios expresaban los ciudadanos su orgullo de pertenecer a la

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    21. Ernest Van Bruyssel, Patria Belgica, II.

    22. Vandenpeereboom, Patria Belgica, II.

  • comunidad, a la vez que la alegra filial que experimentaban en embellecerla.Cada una de las ciudades se vanagloriaba de construir su palacio municipalcon arreglo a planos particularmente suyos: salvo la analoga general, debidaal estilo de la poca, todo difiere en esos edificios: tal casa consistorial, comola de Lovaina, parece un inmenso estuche de orfebrera; tal otra, como la deBruselas, es digna de admiracin, principalmente por la elegancia de su cala-da torre; otros se distinguen por su aspecto pintoresco o por la noble sencillezde su fachada; y en casi todos esos palacios municipales varan el emplaza-miento y la forma de la tribuna, desde donde los magistrados hablan al pue-blo: aqu es una bretche o almenaje saliente de la fachada; all un balcn;en otra parte una escalinata de mrmol. La torre del concejo, testimonio de laindependencia de la ciudad, ora se halla aislada, como en Gante, ora se alzasobre las lonjas, como en Brujas, o bien domina la casa consistorial, como enAlost, y tan pronto se presenta en un ngulo como en el centro de la fachada;las hay que semejan un torren; las hay que parecen el campanario de unaiglesia: el carcter original de la ciudad se revela principalmente en ese monu-mento, cuyo secreto encerraba las cartas-pueblas del derecho local y dondeestaba la gran campana cuyo toque serva para celebrar las victorias decisivaso conjurar un peligro comn.

    Las plazas que dominan estos monumentos eran principal teatro de las fies-tas populares que los Belgas tanto gustaron celebrar en cualquier tiempo. All sehacan las grandes procesiones que nos representan todava curiosos cuadrosconservados en los museos; all se prestaban los juramentos, y se distribuan lospremios conseguidos por los ballesteros, por los cantantes o los poetas, porquelos municipios flamencos, a semejanza de las antiguas ciudades griegas, tenansus certmenes poticos: acudan las diputaciones de cada ciudad sobre carroso barcos de triunfo, saliendo a recibirles procesiones de ciudadanos. Sin embar-go los certmenes poticos acabaron por degenerar en torneos de retricos yen justas de poetastros. En los tiempos de decadencia, cuando las ciudades yano tuvieron ms sino una sombra de libertad, el esplendor de las fiestas, lafacundia de los discursos, la vanidad resonante de las palabras servan precisa-mente para hacer olvidar a los habitantes que antao haban sido dueos de smismos.

    No tard en seguir la ruina a los das de prosperidad de las ciudades fla-mencas, y eso, en gran parte, por culpa de las mismas comunidades. El peligroextremo les haca comprender la importancia de la federacin, pero con la pazexterior volvan a sus disensiones intestinas. Brujas y Gante, demasiado prxi-mas entre s, estaban siempre prontas a acudir a las armas: divida a las dos ciu-dades una envidiosa rivalidad, que les llevaba a hacerse todo el dao posible porla fuerza o por la astucia. As, en 1739, los ganteses destruyeron a mano arma-da el canal de navegacin martima que abran los de Brujas en direccin aDeynze23. Segn los reglamentos de las cofradas burguesas, los comerciantesde una ciudad que se dirigan en corporacin a otra ciudad vecina deban irarmados siempre, para defender, en caso preciso, el honor de su ciudad y de su

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    23. Annales des travaux publics de la Belgique, 1843.

  • gremio, y el que descuidaba las precauciones requeridas tena que pagar unamulta24. A la menor alarma, todo el mundo se aperciba para la defensa y se tra-baba un combate. Hasta los nios de diez a catorce aos formaban compaasmilitares: dos de estas bandas empearon una batalla en las calles de Brujas elao 1488, y quedaron muertos en el arroyo cinco nios. El rigor de los regla-mentos que aseguraban el monopolio a los diversos gremios de artesanos, y losconvertan en enemigos unos de otros, contribuy tambin en gran parte a lasdesgracias de las ciudades y a la prdida de su energa patritica. En Tournayhaba corporaciones de portadores de manteca, de portadores de carbn,de portadores de mercancas fabricadas, y pobre de aquel a quien se viesecon una carga no hecha para sus hombros!25. A principios de siglo todava exis-ta en Brujas una corporacin de Kraanenkinders o mozos de la espita, nicosque tenan el derecho de sacar el vino: en los das solemnes llevaban an suuniforme tradicional26.

    Los duques de Borgoa, a quienes tentaba la riqueza de las ciudades fla-mencas, se aprovecharon de sus disensiones intestinas, y se hicieron dueosdel pas. La industrias de las ciudades les sirvi para aumentar el esplendor desu corte; pero los ciudadanos quedaron domeados bajo su yugo; el rgimen delos impuestos onerosos, de los derechos protectores y de las ordenanzas reem-plaz a la libre iniciativa de los comunes, y empez la decadencia. Se castigaroncruelmente las rebeliones, y los duques no perdieron ocasin de humillar elorgullo de las ciudades. En 1468 Lieja se vio poco menos que destruida,40.000 habitantes hallaron la muerte, y se quit el smbolo de las libertadesmunicipales; el ao anterior haba arrancado Carlos el Temerario las banderas alos obreros de Gante, y las mand colocar en las bvedas de las iglesias de ciu-dades lejanas, como trofeos de su victoria sobre el pueblo. Un gants, Carlos V,suprimi las libertades de Gante, conden a los ciudadanos ms valerosos alcadalso o al destierro, impuso a los habitantes los reglamentos de obediencia, ehizo bajar de la torre de la villa la gran campana llamada Rolando, la voz mismade la ciudad. Cuando el escritor Jacques Mayer public su Historia de Flandesen 1538, Carlos V no le otorg la autorizacin necesaria sino a condicin deomitir la insercin de los privilegios de algunas ciudades. Las cartas-pueblas oluyster de Brabante quedaron sepultadas en una torre de Bruselas, y no volvie-ron a verlas los ciudadanos hasta que se derrumb el edificio, cuando fue abombardear la ciudad el ejrcito de Luis XIV27.

    Bajo la dominacin de Felipe II vinieron con las guerras religiosas los gran-des desastres, y rein en las ciudades el silencio del terror. Las mismas cma-ras de retrica se hicieron sospechosas; el duque de Alba mand colgar a buennmero de los que haban tomado parte en aquellas justas literarias, y el burgo-maestre Van Stralen, principal organizador de la fiesta celebrada en Amberes el

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    24. L. Cellier, Une commune flamande.

    25. Fiedrich Octker, Belgische Studien.

    26. mile Tandel, Notes manuscrites.

    27. Ch. Potvin, Patria Belgica, III.

  • ao 1561, muri en el patbulo28. Decay la industria; se empobrecieron y des-poblaron las ciudades; hasta campos florecientes quedaron abandonados; msde una zona se convirti en un desierto. Hubo un gran movimiento de emigra-cin hacia las provincias del Norte, hasta el punto de calcularse en 100.000 elnmero de belgas que afluyeron a Holanda29: aquellos expatriados eran precisa-mente los hombres ms enrgicos, a quienes deba la nacin su vida intelectualy su iniciativa; falta de ellos, Blgica quedaba exange, por as decirlo. Tal emi-gracin explica mejor todava que las matanzas y las guerras, el abatimientomoral del pas en los siglos siguientes. Vanderkindere llega a insinuar la hipte-sis, aunque sin insistir en ella demasiado, de que quiz la disminucin de la tallamedia entre los flamencos podra ser una consecuencia indirecta de la emigra-cin, si los habitantes que abandonaron el pas fueron principalmente los deraza sajona30.

    Los municipios belgas han reconquistado una cierta autonoma; pero losayuntamientos son elegidos mediante sufragio universal, y el burgomaestre noes elegido por sus conciudadanos. Los consejos municipales son en realidadpequeas oligarquas burguesas, y la masa del pueblo no ha recobrado sus anti-guas franquicias. Mas, por grande que haya sido el infortunio poltico del pas, elantiguo espritu municipal se ha conservado con notable energa, y se manifies-ta sobre todo con ocasin de las fiestas patronales y de las kermesses. Entonceslas procesiones religiosas, los cortejos militares, las representaciones teatrales,los bailes y regocijos populares se mezclan diversamente como en la EdadMedia, de suerte que el conjunto de las ceremonias conserva un aspecto origi-nal en cada ciudad. En Courtrai y en Furnes, procesiones simblicas conmemo-ran los misterios cristianos; en Chtelet y en otras ciudades de Hainaut, lasmarchas tienen un doble carcter religioso y militar; en Thimon, cerca deGosselies, en el Hainaut, parece que todava existe incluso una procesin dedanzantes31. Finalmente, hay antiguos municipios, como Mons, Ath, Tournay,Malines, Amberes y Gante, que, a semejanza de los del Flandes francs, comopor ejemplo Douai, tienen a gala celebrar cabalgatas, que representan la histo-ria de la ciudad mediante escenas histricas y alegoras [...].

    IV. [...] El espritu de asociacin, infiltrado en la sangre de las poblacionesflamencas, podra constituir una gran ventaja para ellas y facilitar sus progresosen conocimientos de todo tipo. Gracias a ese hbito de agrupacin, las escuelasde adultos que, en caso de dficit, reciben por otra parte subvenciones delEstado, han llegado a ser muy numerosas en Flandes, mucho ms que en lospases valones: en multitud de municipios ms de la dcima parte de los habi-tantes se encuentra agrupada en esas escuelas, aunque es menester advertirque no siempre tienen por nico objeto el estudio. En las ciudades, y en los

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    143Zainak. 31, 2009, 117-211

    28. Stecher, Histoire de la littrature flamande, Patria Belgica, III.

    29. De Smet, Histoire de la Belgique, II, 15; -Gaillard, De linfluence exerce par la Belgiquesur les Provinces-Unies. Mmoires publis par lAcademie de Belgique, tomo IV, 1853.

    30. Recherches sur lEthnologie de la Belgique.

    31. Reinsberg-Duringsfeld, Calendrier belge; Van Bemmel, Patria Belgica, III.

  • grandes pueblos, todos los ciudadanos pertenecen a grupos diversos de parti-dos, de negocios, de utilidad pblica o de recreo; hay muchas personas a quie-nes les costara trabajo enumerar todos los crculos de los que forman parte. Lassociedades no tienen ciertamente la importancia y la solidez que posean en laEdad Media, cuando formaban una ciudad dentro de la ciudad, y sus miembrosdeban sacrificarse al inters comn; pero tienen la ventaja de dejar un juegomucho ms libre al individuo, y de no atarlo con frmulas y prcticas. No hayuna ciudad donde no se cuenten ya varios centenares de asociaciones, de clubspolticos, de crculos cientficos y artsticos, de sociedades colombfilas quefomentan la cra de palomas mensajeras32. Ningn pas del mundo iguala aBlgica por la profusin de sociedades musicales, proporcionalmente a la super-ficie del territorio y a la poblacin; en poca de fiestas hay ciudad que puedeproporcionar por s sola millares de cantores: las calles se ven atestadas por loscortejos de los socios, revestidos de sus insignias.

    Se comprende la gran parte que corresponde al placer en todas estas aso-ciaciones que incesantemente se forman y se reforman en el territorio de Blgica,y principalmente en las provincias occidentales. En previsin de las fiestas y ker-messes, los obreros y obreras de las ciudades industriales se organizan en com-paas de 10 a 20 parejas, a cuya cabeza se encuentra un capitn, director abso-luto de las ceremonias: l es quien elige el local del baile, el que organiza lafiesta, y el que se encarga, si es preciso, de organizar la defensa en caso de dis-putas. Se necesitan meses, cuando no aos de economas, antes de poder cele-brar la fiesta proyectada; y cuntas veces las enfermedades, la paralizacin delos trabajos o las huelgas han venido a reducir a la nada todas esas esperanzasde placer! Pero se fundan nuevas sociedades, y nunca faltan las ocasiones parala alegra y el bullicio33. En ningn pas del mundo se encuentran ms tabernas,ms salones de baile y ms cafs, abren sus puertas brindando entrada a lostransentes. Bruselas y sus arrabales cuentan con cerca de 9.000 despachos debebidas, es decir, uno por cada 40 personas; y, como el tabernero suele ser porlo general el inquilino principal de las casas que ocupan, y, en consecuencia,elector, resulta que los vendedores constituyen la clase mejor representada bajoel punto de vista poltico, porque constituyen una gran parte del cuerpo electoral.El gasto medio de un bebedor no puede estimarse en menos de 180 francosanuales, y los gastos menudos para licores y tabaco doblan siempre la suma arre-batada al hogar. Blgica es, de entre todos los pases de Europa, ste cuyos habi-tantes reducen a humo la mayor cantidad de tabaco: en esto superan incluso asus vecinos de Holanda y Alemania34.

    Homobono, Jos I.: Evolucin y renovacin de las ciudades. Seleccin de textos de lise Reclus

    144 Zainak. 31, 2009, 117-211

    32. Palomas belgas expedidas por ferrocarril a Francia, Italia, etc., en mayo de 1878: 123.000(Bauduin, Notes manuscrites).

    33. Oetker, Belgische Studien, Vereinsleben und Schaubelustigungen.

    34. Consumo de tabaco en 1880:

    Holanda ............ 280 kils. por 100 hab