Deconstruir La Memoria El Entenado

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Ensayo sobre Saer

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    Deconstruir la memoria, deconstruir la historia. Una aproximacin a "El entenado" de Juan Jos Saer Author(s): Mariela Blanco Source: Confluencia, Vol. 22, No. 2 (Spring 2007), pp. 15-28Published by: University of Northern ColoradoStable URL: http://www.jstor.org/stable/27923221Accessed: 30-09-2015 19:46 UTC

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  • Deconstruir la memoria, deconstruir la historia.

    Una aproximaci?n a El entenado de Juan Jos? Saer

    Morula a Universidad Nacional de Mar del Plata

    Una narraci?n podr?a estructurarse mediante una simple

    yuxtaposici?n de recuerdos. Har?an falta para eso lectores

    sin ilusi?n. Lectores que, de tanto leer narraciones

    realistas que les cuentan una historia del principio al fin

    como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de

    la existencia, aspirasen a un poco m?s de realidad.

    Juan Jos? Saer. "Recuerdos."

    Historia y ficci?n: cuestionamiento de una dicotom?a

    Abordar la novela El entenado de Juan Jos? Saer desde el an?lisis de una relaci?n tan

    compleja como la que se establece entre los conceptos de historia y ficci?n, para luego

    poner en cuesti?n que el texto pueda ser catalogado como novela hist?rica, podr?a parecer una paradoja; pero el intento supera esta aparente contradicci?n,

    se diluye a la luz del juego dial?ctico que instaura la misma novela: partir de un hecho hist?rico verificable?la

    excursi?n de Juan D?az de Sol?s referida el?pticamente a trav?s de la alusi?n al bautismo de

    R?o de la Plata como "mar dulce"- para luego denegar las mismas posibilidades del relato?

    cualquier relato- de responder a una verdad. ?Qu? perspectiva asumir para asediar un texto

    que parece afirmar y denegar al mismo tiempo un parentesco gen?rico? ?Con qu? herramientas cr?ticas enfrentar este dinamismo de una escritura que llega a negarse a s?

    misma al explorar sus propios l?mites? En El balc?n barroco No? Jitrik define la novela hist?rica como resultante de una

    ecuaci?n "muy equilibrada" entre dos cualidades: "la de veracidad de un documento y la

    de reinterpretaci?n de una ret?rica o de ciertas reglas de una pr?ctica" (64). Lo interesante

    de esta apreciaci?n es que inmediatamente se relativiza al rever las posibilidades de ese

    equilibrio en textos entre los que el cr?tico incluye El entenado, debido a que "el inseguro

    pero seductor camino de los 'posibles' aristot?licos" se impuso a la historia "hasta lograr el

    milagro de hacerla olvidar" (65). ?C?mo se produce ese olvido que culmina en disoluci?n

    en esta novela? Desde esta perspectiva, la hip?tesis de este trabajo es que el modo en que

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  • se imbrican subjetividad/memoria y relato en esta novela atenta contra los fundamentos de la historia como reconstrucci?n del pasado en tanto se ponen en juego una serie de

    operatorias que tienden a denegar las posibilidades de concretar esa pr?ctica. Hay un primer movimiento de inserci?n del relato dentro de los acontecimientos

    hist?ricos y luego?tal como observa Mart?n Kohan- se produce una "fuga" con respecto a "la materia hist?rica de la que la novela parte" (255) porque la escritura "autobiogr?fica" pasa a cumplir otra funci?n, la de ganarle la batalla al olvido. Estamos en la etapa del recuerdo. Pero hay una tercera fase que deconstruye nuevamente la anterior, la de la narraci?n de la derrota, la impotencia de la subjetividad por aprehender lo real, por referir los acontecimientos del mundo. Y si la linealidad del relato impone una din?mica de avance, la sucesi?n?que es superposici?n s?lo deslindada con fines explicativos- de estos

    interrogantes nos retrotrae en un movimiento inverso hacia preguntas cada vez m?s metaf?sicas en cuanto llegan a incumbir al hombre y su capacidad de conocimiento; de este

    modo, ?es posible referir la historia?, se convierte luego en el interrogante sobre las

    posibilidades de referir lo real, que conduce, a su vez, al cuestionamiento de las

    posibilidades de conocer el mundo. De este modo, el referente hist?rico se evapora, resulta deglutido por los sucesivos

    interrogantes que van corroyendo sus posibilidades de vincularse y referir a un hecho real

    legitimado por un saber apegado a la objetividad y la b?squeda de la verdad.1

    Memoria y subjetividad El relato est? narrado exclusivamente a partir de una primera persona, pero si bien esa voz de la enunciaci?n es un personaje de los hechos narrados, el punto de vista desde el que cuenta los hechos es externo. El registro mima al de un etn?logo que como observador

    participante se involucra con los protagonistas de la historia, pero sin "contaminar" la escena. El narrador s?lo se aparta de ese tono para introducir algunas digresiones que despliegan una mirada introspectiva del enunciador sobre s? mismo en el momento de la enunciaci?n?sesenta a?os despu?s de ocurridos los hechos y tambi?n desde una lejan?a espacial, ya de vuelta en el viejo continente-. Son precisamente estas interrupciones las que escanden el relato y permiten cuestionar la posibilidad de delimitar entre el espacio de lo real y de lo imaginado. Pero lo que me interesa destacar es que el cuestionamiento no se

    dirige al discurso de la historia como silenciadora de ciertas zonas de lo real en el sentido de una voz monol?gica ligada al poder, deudor de la tesis foucaultiana que la cr?tica reconoce en varias novelas argentinas de la d?cada del '80 en adelante, sino que se trata de una puesta en duda m?s profunda en tanto ata?e a las posibilidades del sujeto de percibir lo real.2

    El relato construye y las intervenciones del narrador desde el presente deconstruyen, conmociona las certezas que el mismo inscribe al poner en duda las coordenadas que sustentan la narraci?n: la fiabilidad de la evocaci?n, los l?mites del espacio y la concepci?n temporal.

    Comencemos por el punto de vista, el lugar desde donde se despliega la mirada como sustento de la posterior puesta en funcionamiento de la enunciaci?n mediada por la evocaci?n. En este sentido, ya ha sido se?alado por la cr?tica el alto contenido descriptivo

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  • de la narraci?n saeriana; esta novela no es la excepci?n, lo cual es esperable de acuerdo al

    registro de la observaci?n que ya mencion?. Si bien desde los estudios narratol?gicos ya se

    sabe que el uso de la primera persona conlleva un recorte significativo de la perspectiva, este recurso resulta exasperado en El entenado ya que la mirada del narrador no se posa en las cosas desde los lugares convencionales, sino que en numerosas ocasiones, los objetos son

    descritos a partir de la sombra que irradian; es decir que la descripci?n est? supeditada a la din?mica de la luz y la oscuridad.3 En este mismo sentido funciona el movimiento entre el d?a y la noche, no ya como marca del paso del tiempo, sino como un cambio escenogr?fico que se constituye en una variante m?s que irradia sobre la pupila del observador. Este rodeo

    explicativo tiene como objetivo ir hilvanando una de las tesis que subyacen en este relato de la conquista: el ser de los objetos s?lo se revela por medio del sujeto que los dota de existencia. Esta es la revelaci?n que suscita el encuentro con las "nuevas" tierras: "Nuestro entendimiento y esa tierra eran una y la misma cosa; resultaba imposible imaginar uno sin la otra, o viceversa" (28).4 De este modo, el espacio externo carece de realidad sin el sujeto cognoscente y ?ste, a su vez, se va moldeando en el proceso de conocimiento, que se perfila sinuoso y no exento de condicionantes; entre ellos, la fiabilidad de la percepci?n dado que los sentidos son f?ciles de enga?ar: "En mi recuerdo, alcanzamos la costa alrededor de

    mediod?a?sol a pique sobre los barcos y el agua, inmovilidad total en la luz ardua,

    presencia cruda y problem?tica de las cosas en el espacio cegador" (29). Estas preguntas sobre el conocimiento nos remontan indefectiblemente a uno de los

    momentos nodales de la filosof?a occidental que halla en Kant a uno de los faros (y la met?fora sale de su confinamiento ret?rico si pensamos en el Iluminismo como giro epist?mico) en cuanto logr? conjugar y crear una s?ntesis entre dos teor?as que se ven?an desarrollando con vigor desde siglos anteriores; en efecto, tanto el racionalismo cartesiano como el empirismo apadrinado por Hume se ven?an desplegando como dos paralelas irreconciliables en torno a un mismo problema, el del conocimiento. Los l?mites de este

    trabajo me impiden profundizar una teor?a de semejante envergadura, pero baste se?alar al menos algunas huella del idealismo trascendental kanteano en la novela. En primer t?rmino, como ya mencionamos, el sujeto moldea la realidad en ese encuentro del hombre con el mundo a trav?s de ciertas estructuras inherentes al sujeto perceptor; sin embargo, al

    mismo tiempo, esta certidumbre resulta problematizada porque las cosas parecen tener una

    entidad objetiva m?s all? del sujeto: "en ese estado de somnolencia alucinada que nos daba la monoton?a del viaje, comprob?bamos que el espacio del que nos cre?amos fundadores hab?a estado siempre ah?..." (26), con lo que se cuestiona la misma idea de "descubrimiento" que ya la reciente historiograf?a se ha encargado de poner en el banquillo como encubridora de la visi?n euroc?ntrica de los acontecimientos.

    M?s all? de la paradoja, creo que el texto ofrece una s?ntesis a esta polarizaci?n entre

    sujeto y objeto porque?tal como propone el idealismo trascendental- en el proceso de conocimiento intervienen tanto las impresiones que proporcionan los sentidos como los

    conceptos que les imprime el sujeto cognoscente (Carpio 221).5 Si bien se proponen

    lugares inusuales para indagar a los objetos (y de ah? el mote de objetivista con que un

    sector de la cr?tica rotula este programa de escritura), el sujeto, salvo raras excepciones, no

    puede despojarse de ciertos condicionamientos o filtros que operan en el acto de conocimiento.6 De uno de estos momentos ef?meros de excepci?n da cuenta este pasaje:

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  • En la luz tenue y uniforme, que se adelgazaba todav?a m?s contra el follaje amarillo, bajo un cielo celeste, incluso blanquecino, entre el pasto descolorido y la arena blanqueada, seca y sedosa, cuando el sol, recalent?ndome la cabeza,

    parec?a derretir el molde limitador de la costumbre, cuando ni afecto, ni

    memoria, ni siquiera extra?eza, le daban un orden y un sentido a mi vida, el mundo entero, al que ahora llamo, en este estadio, el oto?o, sub?a n?tido, desde su reverso negro, ante mis sentidos, y se mostraba parte de m? o todo que me

    abarcaba, tan irrefutable y natural que nada como no fuese la pertenencia mutua nos ligaba, sin esos obst?culos que pueden llegar a ser la emoci?n, el pavor, la raz?n o la locura. (86)

    Las barreras han sido abolidas en este momento ?nico de comuni?n del hombre y el mundo. Y en esta descripci?n, ?c?mo evitar que resuenen como ecos, reformulaciones

    quiz?s, las intuiciones y categor?as a priori kanteanas propias de la sensibilidad, el entendimiento y la raz?n del sujeto? Sin pretender encasillar la po?tica saeriana, sino s?lo

    explorar alguno de los haces lum?nicos que irradian ciertos n?cleos significativos que intento se?alar, no se puede pasar por alto la impronta idealista en cuanto a lo que esta teor?a aporta en la consideraci?n de la realidad como una construcci?n del sujeto.7 Por eso

    para el entenado todas las ma?anas recomienza el proceso de construcci?n de la realidad, como en la descripci?n de esta acumulaci?n de impresiones:

    De ese d?a me vuelve siempre, a pesar de los a?os, un gusto a madrugada: voces todav?a un poco roncas por el sue?o, ruidos primeros creando, en la oscuridad, un espacio sonoro, y el propio ser que emerge a duras penas de lo hondo,

    reconstruyendo el d?a inminente cuando una mano ya despabilada, en el alba inocente, lo sacude. (27).

    M?s all? de esta genealog?a, la escritura saeriana est? atravesada por otros hitos del

    pensamiento occidental, como la teor?a de la relatividad y la formulaci?n del principio de incertidumbre, cuyo impacto en el campo human?stico se evidencia en el nivel de la relaci?n entre sujeto y objeto; por eso las certezas sobre el mundo exterior se ven fuertemente minadas a partir del ataque a uno de los cimientos que articulan el

    pensamiento occidental, el principio de causalidad, y sus categor?as dependientes, la de

    tiempo y espacio.8 Para exasperar a?n m?s los vaivenes de esta conflictiva relaci?n entre observador y

    mundo, la novela expone el choque de dos imaginarios entre los que el narrador oficia de intermediario. Disociado entre dos mundos, dos formas de entendimiento, el entenado,

    signado por la orfandad, no termina de pertenecer a ninguno de ellos; en efecto, a poco de haber compartido un tiempo entre los indios colastin?, confiesa la dificultad para internarse en la "selva de su lengua"; del mismo modo, cuando se reencuentra con coterr?neos luego de diez a?os, vuelve a experimentar ese mismo extra?amiento ante la

    lengua materna. Dos sistemas ling??sticos que se enfrentan poniendo de manifiesto que el

    lenguaje tambi?n est? condicionado por las categor?as a priori y que es un molde para clasificar el mundo.9 Y es precisamente de la contraposici?n que emerge la exasperaci?n

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  • porque el imaginario ind?gena representa la contracara de las teor?as realistas u objetivistas, al punto de que al morir a manos de los conquistadores:

    .. .al mismo tiempo que ca?an, arrastraban con ellos a los que los exterminaban. Como ellos eran el ?nico sost?n de lo exterior, lo exterior desaparec?a con ellos, arrumbado, por la destrucci?n de lo que lo conceb?a, en la inexistencia. Lo que los soldados que los asesinaban nunca podr?an llegar a entender era que, al mismo

    tiempo que sus v?ctimas, tambi?n ellos abandonaban este mundo. Puede decirse

    que, desde que los indios fueron destruidos, el mundo entero se ha quedado derivando en la nada. Si ese universo tan poco seguro ten?a, para existir, alg?n fundamento, ese fundamento eran, justamente, los indios, que, entre tanta

    incertidumbre, eran los que se asemejaban m?s a lo cierto. Llamarlos salvajes era

    prueba de ignorancia; no se puede llamar salvajes a seres que soportan tal

    responsabilidad. La lucecita tenue que llevaban adentro, y que lograban mantener

    encendida a duras penas, iluminaba, a pesar de su fragilidad, con sus reflejos cambiantes, ese c?rculo incierto y oscuro que era lo externo y que empezaba ya en sus propios cuerpos. (151-2)

    La larga cita tiene como objetivo se?alar el ataque contra toda teor?a totalizante al evidenciar la arbitrariedad de sus fundamentos, en el sentido de una comunidad?como toda que se imagina a s? misma, como propone Benedict Anderson en Comunidades

    imaginadas- que se imagina como centro del mundo. Cabe aclarar que se desliza un tono ir?nico que denuncia el artificio de esta operaci?n imaginaria al catalogarlos de "seres que soportan tal responsabilidad"; de hecho, no es que el sujeto de la enunciaci?n les prodigue una simpat?a manifiesta, sino que el proceso de escritura, m?s que configurarse como una

    reconstrucci?n de los hechos, se erige como intento de comprensi?n del mundo colastin?

    y de su rol dentro del mismo a partir de los diez a?os de convivencia. Cifra del concepto de naci?n, esta tribu antrop?faga se piensa a s? misma a partir de

    la idea de l?mite, ya que como sostiene Anderson, "Ninguna naci?n se imagina con las dimensiones de la humanidad" (24), ya que necesita al "otro" para existir:

    Si tra?an, sin omitirlo una sola vez, a esos hu?spedes, en los d?as en que com?an carne humana, era tambi?n para mostrar, para que fuese evidente, que ellos se

    hab?an arrancado, meritorios, del amasijo original y que, aprendiendo a

    distinguir entre lo interno y lo exterior, entre lo que se hab?a erigido en el aire luminoso y lo que hab?a quedado chapaleando en la oscuridad, el mundo vasto y borroso supiese que en ellos se apoyaba, arduo, lo real, y que ellos eran los hombres verdaderos. (163)

    Y es ese "otro," diferenciado, el que dota a la comunidad de existencia, especialmente el entenado a trav?s de su relato. Esta problematizaci?n de la idea de espacio es caracter?stica de la narrativa de Saer, como reconoce Gramuglio en los innumerables trabajos sobre la

    producci?n de este autor, y resulta paradigm?ticamente expuesta en "Discusi?n sobre el t?rmino zona." En ese cuento, a partir del futuro viaje que emprender? Pich?n Garay hacia

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  • Europa, su amigo Lalo Lescano despliega una argumentaci?n que pretende demostrar la arbitrariedad de los l?mites geogr?ficos; en s?ntesis, otra forma de reflexionar sobre lo

    imaginario como sustento del sentimiento de comunidad. En la novela, el procedimiento consiste en llevar al l?mite una idea, demostrar por medio del absurdo?al mejor estilo

    borgeano - que una tribu ind?gena que habitaba a orillas del Paran? y que parad?jicamente

    la historia apenas recuerda, es el par?metro que permite dotar de existencia al mundo. Por otro lado, la relativizaci?n alcanza a la representaci?n porque -como afirma

    Gramuglio- "el problema gnoseologico deviene problema literario" debido a que el

    lenguaje funciona como mediador entre el sujeto y el objeto cuando penetra en los objetos y los acosa "hasta la desintegraci?n para tratar de arrancarles su sentido" ("El lugar de Saer"

    295-6). A partir de la presentaci?n de otro sistema ling??stico como portador de otra forma de ver el mundo se evidencia lo que el "giro ling??stico" se encarg? de demostrar a

    partir de la imposibilidad de disociar entre lenguaje y pensamiento y la consiguiente puesta en crisis de la representaci?n por este medio; o, como advierte Roberto Ferro, que "el

    lenguaje es la condici?n de posibilidad del modo en que nos aparecen los referentes y, por lo tanto, la instancia constitutiva del marco categorial fundante de todo lo que se enuncia acerca de un mundo abierto ling??sticamente" (61). La cr?tica al lenguaje como simple instrumento designativo no es algo que el texto deja de lado; por el contrario, el lenguaje es una instancia m?s problem?tica, tanto para el personaje que se debate entre las para ?l

    ambig?edades propias de los t?rminos de la lengua colastin?, como para las propias posibilidades del relato que llegan as? a ser cuestionadas.

    Como era en los primeros a?os, y como las palabras significaban, para ellos, tantas cosas a la vez, no estoy seguro de lo que el indio dijo haya sido exactamente eso, y todo lo que creo saber sobre ellos me viene de indicios inciertos, de recuerdos dudosos, de interpretaciones, as? que, en cierto sentido, tambi?n mi relato puede significar muchas cosas a la vez, sin que ninguna, viniendo de fuentes tan poco claras, sea necesariamente cierta. (150?1).

    Esto nos permite observar que m?s all? de la duda sobre los datos que proporcionan los sentidos, el lenguaje tambi?n constituye un condicionamiento m?s de la subjetividad que se convierte en uno de esos "indicios inciertos" que conforman la experiencia del personaje. Este pasaje comprueba las principales implicancias que el citado "giro ling??stico" registr? epistemol?gicamente:

    Ya no hay posibilidad de garantizar tal objetividad de la experiencia por no poder dar cuenta de la unidad del mundo objetivo al que los usuarios del lenguaje se refieren. La inconmensurabilidad de las aperturas ling??sticas del mundo convierten a la referencia y a la verdad en magnitudes relativas, dependientes de una constituci?n del sentido previa, que las hace posibles en cada caso. (Ferro 60)

    A partir del cuestionamiento de la objetividad de "mi relato" se multiplica el n?mero de verdades que ?ste puede llegar a contener, as? como metonimicamente, cualquier otro relato. Retomando mi problem?tica inicial de la relaci?n con la historia, ?qu? cimientos le

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  • pueden quedar a esta pr?ctica y, por consiguiente, a los relatos que la conforman, luego de este ataque contra sus principales atributos?

    El entenado no es s?lo hu?rfano porque sus padres lo abandonaron o porque muri? esa comunidad de la que tampoco nunca se sinti? un miembro; m?s all? de ser un

    observador, este narrador se interroga sobre lo que vio y su modo de referirlo, pero las

    palabras tambi?n lo han dejado abandonado porque han perdido su v?nculo con las cosas, se muestran incapaces de referir. En su b?squeda por restablecer alguna relaci?n, los avatares lo conducen a la experiencia teatral por medio de la que pone en escena su

    experiencia, acto y met?fora al mismo tiempo de la representaci?n, pero nuevamente las certezas se evaporan de sus manos: "ante una muchedumbre de sombras adormecidas, ve?a a mis compa?eros y a m? mismo repetir gestos y palabras de las que estaba ausente lo verdadero" (152). El t?pico barroco del te?trum mundi es otra forma de dar cuenta de que este enga?oso mundo es tambi?n una representaci?n.

    De este modo, el cuestionamiento de la relaci?n entre realidad y discurso es una

    posici?n epistemol?gica que opera como otro factor disruptivo que contribuye a la conmoci?n de las certezas.

    Memoria e inmensidad

    Volviendo a las "realidades" que la mirada recorta, importa tomar en cuenta que esos

    materiales constituyen la base del recuerdo por medio de los cuales se escribe la

    autobiograf?a; es a partir de la puesta en primer plano de este proceso que la historia resulta cuestionada. Nadie duda de la renovaci?n que introdujeron dentro de la historiograf?a ciertas escuelas que ejercieron una cr?tica renovadora sobre la pr?ctica, entre las que la de los Anales constituye un ejemplo paradigm?tico; sin embargo, si bien en los ?ltimos a?os se ha ampliado el criterio de selecci?n de materiales, ninguna de estas corrientes se atrever?a a negar lo que constituye la esencia de esta disciplina, la reconstrucci?n del pasado.10 Esto es precisamente lo que se propone esta novela, es decir, cuestionar esa posibilidad reconstructiva (y es por eso que deliberadamente evitamos acompa?arla del adjetivo "hist?rica") al derruir la l?gica del recuerdo.

    Uno de las operatorias se perfila como una parodia de los discursos hist?ricos, ya que los lugares en donde se posa la mirada resultan irrisorios en comparaci?n con los grandes acontecimientos que dotan de espesor a la historia. As?, mientras se ponen en duda la

    propia posibilidad del recuerdo, hay certezas irrefutables:

    Han pasado, m?s o menos, sesenta a?os desde aquella ma?ana y puedo decir, sin

    exagerar en lo m?s m?nimo, que el car?cter ?nico de ese suspiro, en cuanto a

    profundidad y duraci?n se refiere, ha dejado en m? una impresi?n definitiva, que me acompa?ar? hasta la muerte .(23)

    Tal como Elisa Calabrese advierte con respecto al borgeano "Poema conjetural," el

    trabajo con materiales hist?ricos est? puesto al servicio de parodiar los intentos de reconstrucci?n del pasado; por eso resultan claves los recortes de la mirada que efect?a el cronista-observador en ambos casos. Basta recordar el ac?pite con que el sujeto de la

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  • enunciaci?n presenta los hechos que referir? en el poema: "El doctor Francisco Laprida, asesinado el 22 de septiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir." As?, el recorte de este historiador ap?crifo expone la imposibilidad reconstructiva

    porque "se propone inscribir en su narraci?n lo que ninguno de sus colegas osar?a articular: la trama secreta de la subjetividad, la m?tica figuraci?n del sentido final de una vida desplegada en la conciencia de su protagonista" (109). El mismo efecto par?dico con

    respecto a la pretendida objetividad del discurso hist?rico genera el procedimiento saeriano de registrar las impresiones subjetivas del narrador-personaje, a partir de lo cual el referente hist?rico de "descubrimiento" de nuevas tierras -inexploradas desde la

    perspectiva de los expedicionarios-, resulta opacado por la impronta que deja en el narrador el suspiro del capit?n.

    La segunda operatoria que voy a describir consiste en la abolici?n de la idea de

    pasado a partir de la instauraci?n de un tiempo c?clico desde el que la memoria se diluye. Nuevamente el choque de imaginarios o?en palabras de Anderson- los modos que las comunidades tienen de imaginarse; la forma de evocar los acontecimientos por parte del narrador, a partir del juego entre pasado y presente de enunciaci?n que fractura la linealidad del relato, que se contrapone adem?s a la concepci?n del tiempo ind?gena. Esto se advierte cuando al a?o de ser capturado y de presenciar el ritual antrop?fago contra sus

    compa?eros de viaje, el entenado advierte la repetici?n del acto implicando para ?l s?lo un cambio de perspectiva; por el contrario, al interrogar a los "hombres verdaderos" sobre la reiteraci?n de esta org?a sexual y alimenticia, concluye: "Era como si hubiesen perdido la

    memoria y no supiesen a qu? me estaba refiriendo. No hab?a ni evasiva ni hipocres?a en sus

    respuestas: no, se trataba de olvido o de ignorancia" (99). El reclamo de memoria?o la denuncia del olvido, que es lo mismo- dan cuenta de la configuraci?n temporal de este

    int?rprete que, aunque mediador entre culturas, demuestra la unidireccionalidad de la traducci?n; en efecto, por m?s que advierta la circularidad consustancial al modus vivendi colastin?, la misma idea de repetici?n a trav?s de la cual registra esa experiencia se muestra inherente a la de sucesi?n. Por eso, lo que para ?l significa un revivir los acontecimientos, para los americanos representa un nuevo comienzo que prescinde y, por lo tanto, aniquila el concepto de identidad.11 De este modo, la memoria se presenta como una construcci?n inherente a un modo de concebir el tiempo tan convencional como arbitrario.12 Y en esta indisociabilidad entre tiempo y recuerdo se advierte la huella proustiana, pero, como se?ala

    Gramuglio, a trav?s de la parodia y el rechazo de su modelo ya que la escritura de Saer

    "niega la ilusi?n de recuperar el mundo" ("Juan Jos? Saer" 8), con la consiguiente cr?tica a la est?tica realista, a la que por razones de espacio no puedo m?s que aludir.

    Luego entonces de deconstruir la concepci?n temporal que sustenta las posibilidades de proyectar la conciencia hacia el pasado, se asesta el golpe definitivo a lo que hemos denominado la instancia de evocaci?n. Esta operatoria contribuye m?s directamente que las otras a la diluci?n de los l?mites entre historia y ficci?n al otorgar al recuerdo la misma entidad que al sue?o: "Recuerdos y sue?os est?n hechos de la misma materia. Y, bien

    mirado, todo es recuerdo. Pero el mundo puede darles edad y espesor." Ambos est?n conformados por masas informes de im?genes, aquellas que ingresan a la conciencia por

    medio de la percepci?n y a las que se dota de las categor?as de tiempo y espacio, entre otras; por lo tanto, su fiabilidad resulta tambi?n puesta en duda.

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  • Para la doxa, lo que distingue precisamente los recuerdos de los sue?os es su

    veracidad, pero este relato viene precisamente a replantear la constante din?mica entre consciente e inconsciente, o memoria y olvido, sin la cual?como le ocurre a "Funes el memorioso"- no podr?amos generalizar y, por lo tanto, pensar, sino que ser?amos m?quinas perceptuales incapaces de conceptualizar. Y las operaciones que resuelven esa ecuaci?n entre lo que se confina al inconsciente o resulta m?s f?cilmente recuperable se evidencian tan arbitrarias que resulta imposible que dos hombres tengan el mismo recuerdo:

    En eso se revelan iguales muerte y recuerdos: en que son, para cada hombre, ?nicos, y los hombres que creen tener, por haberlo vivido en la proximidad de la

    experiencia, un recuerdo com?n, no saben que tienen recuerdos diferentes y que est?n condenados a la soledad de esos recuerdos como a los de la propia

    muerte. (178)

    Este argumento rebate el punto de partida de la pretendida objetividad hist?rica. Aun para Henri Marrou que reconoce la intervenci?n de la subjetividad en el proceso de

    conocimiento, la objetividad no resulta problematizada profundamente:

    Dejando de lado a los dalt?nicos, todos los hombres perciben los rayos luminosos del mismo modo. Aunque la coincidencia es m?s dif?cil de obtener cuando se trata de datos de la experiencia hist?rica (valores, significaci?n, o bien

    mentalidad, car?cter, personalidad), no por ello es imposible. (163).

    A las certezas del saber historiogr?fia), la novela opone una relativizaci?n tal que la

    propia existencia de la conciencia evocadora deviene enga?o acuciado por visiones de las

    que no puede discriminar su estatuto: "Que para los indios ser se dijese parecer no era,

    despu?s de todo, una distorsi?n descabellada" (180). Si la conciencia, mediadora entre el relato y el mundo duda de la propia experiencia, ?c?mo hacer intervenir la noci?n de verdad o la pretendida realidad de los acontecimientos de los que la historiograf?a no se

    permite dudar desde que Arist?teles le impuso ese imperativo? "La autoridad de la narrativa hist?rica es la autoridad de la propia realidad; el relato hist?rico dota a esta realidad de una forma y por lo tanto la hace deseable en virtud de la imposici?n sobre sus

    procesos de la coherencia formal que s?lo poseen las historias," sostiene Hayden White

    (34?5). Una de las consecuencias de esta apreciaci?n es que la historia tiene el poder de instituir realidades a trav?s de relatos, pero esta novela persigue el objetivo inverso, exponer en el relato mismo la imposibilidad de referir lo real; es por eso que sostuve al comienzo de este trabajo que el ataque es contra las posibilidades de existencia del g?nero novela

    hist?rica, en tanto el pasado es una construcci?n sesgada de una subjetividad que ni

    siquiera parece tener el poder de controlar el modo y el momento en que las im?genes que conforman su experiencia se actualizan y entrelazan en un presente.13

    La elecci?n del tipo discursivo constituye otra estrategia deconstructiva a trav?s de la parodia. Walter Mignolo analiza a la cr?nica como un g?nero ligado desde sus or?genes la historia, a tal punto que en el caso de las cr?nicas indianas estas pr?cticas tienden a

    fundirse (59). Otra caracter?stica que distingue a ?stas es que exponen una causalidad

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  • concreta y generalmente expl?cita como motor de la escritura. Sirva esta frase que analiza

    Mignolo del padre Las Casas como justificaci?n y sost?n del g?nero: "Resta pues afirmar, con verdad solamente moverme a dictar este libro la grand?sima y ?ltima necesidad que por

    muchos a?os a toda Espa?a, de verdadera noticia y de lumbre de verdad en todos los estados della cerca deste Indiano Orbe, padecer he visto" (77). Frente a este testigo ocular develado por referir la verdad ?cu?les son los motivos que impelen al narrador a escribir su

    experiencia? Si una de los fines del acto de referir es "contar lo que sus propios ojos vieron"

    (Mignolo 77), el espacio del g?nero no se perfila como apto para indagar sobre las

    posibilidades de referencia de la palabra como instrumento y, mucho menos, de poner en

    duda la capacidad del sujeto de conocer el mundo. Si no es la b?squeda de la verdad el

    objetivo del discurso, ?cu?l es la meta que reemplaza este tan elevado fin? Por un lado, como el sujeto se encarga de ir develando?a medida que a ?l mismo se le va revelando la causa- uno de los m?viles est? dado por la misi?n que le han encomendado los indios de dar a conocer su mundo, de dotarlos de inmortalidad a trav?s de la palabra, al mejor estilo de un cantor ?pico que refiere las proezas de sus h?roes y sus pueblos. El distanciamiento

    par?dico con respecto a la noble misi?n ?pica se origina a partir de que ni el propio narrador puede distinguir a los individuos de la comunidad entre s? y que no encuentra y por ende no se detiene a narrar ning?n acontecimiento extraordinario que los distinga, m?s all? del pintoresco ritual carnicero anual, por su puesto. A partir de esta cr?tica a las

    posibilidades de referir la verdad por medio de un relato, se prodiga un duro golpe contra

    el relato realista como deudor del discurso de la historia, a partir principalmente del viraje que imprime el cambio de funci?n de la descripci?n que se interroga constantemente sobre sus posibilidades de referir lo real, en contraposici?n a su imperativo de connotarlo

    (Barthes 95-101).14 Por otro lado, como se deduce del anterior, el objetivo de la escritura tambi?n

    consiste en indagar sobre el significado de esa experiencia y su funci?n en la misma; m?s

    concretamente, en dotar de sentido la ca?tica estampida de im?genes del pasado que acosan a esa conciencia narradora, con lo cual se advierte la cualidad del discurso como

    ordenador de la experiencia, con la consiguiente relativizaci?n que recae entonces sobre toda pr?ctica que pretende narrar acontecimientos pasados, como advierte Hayden White con respecto a la historia, en cuanto involucra a un sujeto y un lenguaje, es decir, una forma arbitraria de entablar v?nculos con el mundo.

    El infinito es lo indecible.

    ?Qu? certeza sobre lo que constituye el punto de partida de la narraci?n, el hecho hist?rico de la llegada de la expedici?n de Sol?s a orillas del Paran?, es capaz de sobrellevar estos

    embates? La ficci?n se libera de "la prisi?n del acontecer" (Saer, El concepto 4) a trav?s de estos recursos al punto que?como advierte Gramuglio- el relato amenaza con su

    disoluci?n ("El lugar de Saer" 291). El referido como construcci?n que hace uso de los materiales hist?ricos va haciendo perder espesor al referente como hecho hist?rico o

    documento desde el que parte (Jitrik 53) diluyendo progresivamente la ilusi?n referenci?i a trav?s de la indagaci?n sobre las condiciones de posibilidad de los objetos y de las

    posibilidades de verdad de lo que reconstruye la propia experiencia, con lo que el relato

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  • autobiogr?fico expone su irreverencia para con sus propios l?mites, es decir, se jacta de su car?cter de ficci?n.

    Otra forma de conmocionar las certezas con respecto al referente consiste en exponer la precariedad del acto de recordar. Por un lado, toda percepci?n es fragmentaria y ca?tica

    y s?lo la subjetividad es capaz de inscribirle un orden, pero tambi?n puede ser al rev?s, ya que son inconcebibles las certezas sobre un proceso que implica una operaci?n m?s

    compleja, la de conferirle a esas dudosas im?genes el orden del relato, arbitrario como toda

    cronolog?a y configuraci?n espacial. Y quiz?s lo m?s inquietante, como sagazmente observa

    Giordano, es que "la conciencia es menos el agente que el espectador" de ese acto de evocar

    (20). Caprichosos como los sue?os, los recuerdos que componen este relato autobiogr?fico son sometidos a una indagaci?n tan profunda que pierde sentido la dicotom?a sobre la

    materia ver?dica o la inventada interviniente en su conformaci?n. Michel De Certeau sostiene que "Si la historia deja su lugar propio?el l?mite que

    ella establece y ella recibe-, se descompone para no ser m?s que ficci?n (la narraci?n de lo

    que pas?) o reflexi?n epistemol?gica (la elucidaci?n de sus reglas de trabajo)" (60). Esto es

    precisamente lo que le ocurre al discurso hist?rico en la novela, ya que los materiales resultan deglutidos por el poder de la ficci?n, sumergiendo al relato en esa "turbulencia de sentido" que Saer reclama en "El concepto de ficci?n," generando, de este modo, otro

    espacio, con otras leyes, desde el cual una sociedad se narra a s? misma. Creo que el trabajo con los materiales hist?ricos que hace Saer en esta novela rebasa

    las categor?as que A?nsa o Perilli asignan a la novel?stica hispanoamericana en los 80; me

    refiero a los modos en que la ficci?n ha reelaborado la historia para estos cr?ticos. "Las narraciones literarias se han hecho cargo de los silencios de la historia oficial latinoamericana planteando una verdadera resistencia al olvido obligatorio al que son

    sometidos nuestros pueblos," sostiene Carmen Perilli (29). Fernando A?nsa es a?n m?s

    categ?rico en jerarquizar la ficci?n por sobre la historia en lo que significa una renovaci?n de la novela hist?rica consistente en "una relectura desmitificadora del pasado a trav?s de su reescritura" ("La reescritura": mimeo). Sin intentar cuestionar la pertinencia de estas

    observaciones, simplemente me interesa exponer el desplazamiento que representa la

    propuesta saeriana en El entenado con respecto a las po?ticas dominantes de la literatura subcontinental al?borgeanamente- demostrar por el absurdo la imposibilidad del intento reconstructivo de la historiograf?a, demoliendo todo l?mite convencional que pueda erigirse entre los discursos a partir de criterios como el de verdad, por ejemplo.

    La letra (inscripci?n en el papel) del narrador representa la lucha de las im?genes por diferenciarse de la inmensidad del entorno, de otras im?genes almacenadas en el inconscientes como las del sue?o, las visiones borrosas que asaltan al sujeto haci?ndolo dudar de su propia experiencia y hasta de las representaciones de representaciones como son los recuerdos de la puesta en escena teatral. La escritura se convierte en una forma de inscribir el l?mite, de construir un discurso que organice ese torrente imaginario que acosa

    al sujeto, como un resabio de esos "hombres verdaderos" que sab?an que esa masa informe externa a la que llamamos mundo no proporciona ninguna certeza y que los cercos que les

    ponemos son arbitrarios. Por eso la negrura, el mundo sin sujeto, el absoluto como puro

    objeto arrollador, el espacio infinito, deglute a la luna en la escena final del eclipse, ese astro

    que es un puente entre el hombre y la inmensidad indecible, en una lucha que erige

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  • tambi?n como vencedora a una ficci?n que paulatinamente fiie borrando los contornos de su referente: "Capas densas de sombra se iban superponiendo unas a otras, verticales,

    surgiendo cada vez m?s r?pidas del mismo borde y ganando poco a poco la superficie entera" (188).

    Por eso, no hay enfrentamiento entre historia y ficci?n, ni siquiera uso de aqu?lla por esta, sino una puesta en contraste que termina en disoluci?n de las barreras, o, en

    palabras del entenado, "un encuentro casual entre las estrellas."

    Notas 1 Aun posturas que se pretenden renovadoras dentro de la historiograf?a en cuanto integran diversos aportes a la disciplina, como la de Henri Marrou, siguen postulando estas condiciones como inherentes a la pr?ctica hist?rica; tal es as? que su famoso libro Del conocimiento hist?rico est? atravesado por la pregunta sobre la

    existencia de una verdad en Historia para concluir inclin?ndose por una respuesta afirmativa no s?lo como

    un objetivo deseable, sino como una atributo esencial que la distingue de otras pr?cticas que utilizan

    materiales hist?ricos, como la utop?a, la historia imaginaria, la novela hist?rica o el mito, entre otras (18). Si bien se distancia de las extremas exigencias positivistas de objetividad al reconocer la intervenci?n del

    sujeto en el proceso de conocimiento, la propone como una b?squeda del saber hist?rico en tanto los sujetos somos capaces de percibir lo mismo, al menos desde las condiciones f?sicas (algo que Saer se encarga de

    desmontar en esta novela) (159-163). Por ?ltimo, -siguiendo con la lectura que me propongo realizar

    importa destacar que en relaci?n con la realidad, afirma que es una condici?n del conocimiento hist?rico

    sobre la que "nadie, salvo el imaginativo solipsista" puede dudar (166). 2 Como ejemplo de esa mirada cr?tica de raigambre foucaultiana, cito Las ratas en la Torre de Babel, de

    Carmen Perilli; "Escribir la historia y escribir las historias," de Nuria Fibla; "La reescritura de la historia en

    la nueva narrativa latinoamericana" y "Novela Hist?rica y relativizaci?n del saber historiogr?fico," de

    Fernando A?nsa.

    3 Esta din?mica de concentraci?n de la percepci?n en materias ef?meras le permite a Sarlo hablar de una

    "nueva sensorialidad" en la escritura saeriana que le posibilita desafiar y reformular al mismo tiempo las

    condiciones de la narraci?n (31).

    4Las citas de la novela corresponden a la edici?n de Seix Barrai de 2004.

    5Miguel Dalmaroni y Margarita Merbilha? se?alan que la percepci?n en los textos de Saer emerge como

    una paradoja porque "por un lado, constituye el modo en que el sujeto establece v?nculos y aprehende lo

    exterior, a trav?s de huellas materiales dadas por sus sentidos pero, a la vez, lleva consigo la pregunta en

    torno al car?cter, o de la ?ndole de lo percibido: una interrogaci?n respecto de su identidad y por lo tanto

    de su fiabilidad" (322). Pienso que m?s all? de la acertada observaci?n sobre el proceso de "exploraci?n," en la escritura emergen respuestas, distintos ensayos de s?ntesis, como puede observarse en esta novela y en

    muchos de sus cuentos?especialmente los de La mayor-, que aunque provisorias, constituyen propuestas,

    que integran una teor?a contenida en su abarcadora po?tica. No digo que su escritura cierre sentidos, sino

    por el contrario, los irradia trazando algunas l?neas que constituyen formas de abordar esos interrogantes. 6 Cfr. Freidemberg, Daniel. "Para contribuir a la confusi?n general." Diario de Poes?a 26 (Oto?o de 1993): 11-12.

    7 As? resume Adolfo Carpio la s?ntesis del pensamiento del fil?sofo alem?n: "Kant concibe, pues, la relaci?n

    de conocimiento a la inversa de c?mo hasta entonces se la hab?a pensado, porque mientras que el realismo

    sosten?a que el sujeto se limitaba a copiar las cosas {res) que ya estar?an listas, constituidas y organizadas

    independientemente de ?l, para Kant la actividad del conocimiento consiste, en su fundamento, en

    construir, en construir los objetos" (222). Esta l?nea de reflexi?n tan fuerte en la novela que hace hincapi? en la importancia del sujeto en el proceso de conocimiento impide emparentar esta exploraci?n de la

    percepci?n con la fenomenolog?a, por m?s que por momentos resulte tentador. Al definir esta corriente y su m?todo, uno de sus exponentes destacados, Mauricel Merleau-Ponty se?ala: "Lo real hay que describirlo,

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  • y no construirlo o constituirlo" (VIH). Asimismo, se encarga de remarcar las diferencias entre el

    pensamiento de Husserl y el de Kant al sostener que el m?todo fenomenologico se propone acceder a un

    mundo anterior al conocimiento ya que es una "filosof?a para la cual el mundo est? siempre vya ah?", antes

    de la reflexi?n" (V). Para Husserl, tanto como para Heidegger, resulta insoslayable la consideraci?n de que el hombre es en el mundo y por eso la diferencia con el pensamiento kantiano es tan contundente: "El

    mundo no es un objeto del cual posea la ley de su constituci?n por intermedio de mi yo, es el medio natural

    y el campo de todos mis pensamientos y de todas mis percepciones expl?citas (IX). 8 En su intento por definir la ficci?n m?s all? de los preconceptos que arrastra la noci?n hist?ricamente,

    Roberto Ferro recorre las modulaciones de estos principios y categor?as en relaci?n con la narraci?n. Para

    descubrir la falacia que subyace tras los discursos que pretenden erigirse sobre los valores de verdad en

    detrimento de los Acci?nales, alude a estos dos hitos de la historia de la ciencia que evidencian la

    imposibilidad de concebir la absoluta objetividad en el conocimiento: "El modelo de universo exterior en

    el que hay hechos aut?nomos que nosotros observamos, deja de ser pertinente, no existe el acontecimiento

    por una parte y su observador por la otra, ambos forman una unidad marcada por la inestabilidad del

    principio de incertidumbre" (79). 9 Para profundizar este aspecto en la novela, cfr. Berg, Edgardo. "La problematizaci?n de la lengua en El

    entenado de Juan Jos? Saer." CELEHIS. Revista del Centro de letras hispanoamericana 1.1 (1991): 17-23. 10 Aun para los historiadores que reconocen la importancia de lo discursivo en relaci?n con la pr?ctica

    hist?rica, como Michel de Certeau en La escritura de h historia, al relacionar la historiograf?a con una

    "interrogaci?n sobre lo real" (51), ya que si bien acepta que hay un alto componente de construcci?n

    contenido en la misma expresi?n que rige el acto "hacer historia," no por eso cuestiona la existencia de ese

    real.

    11 No se puede dejar de advertir la relaci?n de esta aguda indagaci?n sobre los tiempos posibles con la

    reflexi?n deleuziana en Diferencia y repetici?n en donde el objetivo es justamente desmontar los modos de

    concebir la temporalidad propios de la metaf?sica tradicional.

    12 En ese tratado sobre la memoria que constituye el relato "Recuerdos" que integra la secci?n "Argumentos" de La mayor, la voz del enunciado se refiere a la cronolog?a como una categor?a m?s con la que "nuestra

    conciencia los viste de sentimientos": "La c?rcel filos?fica que nos tiene a todos adentro, ha tomado por asalto hasta nuestros recuerdos, decretando para ellos la ficci?n de la cronolog?a" {Cuentos completos 200). 13 En un art?culo cr?tico anterior a esta novela, dedicado a Zama de Antonio Di Benedetto, Saer enuncia

    te?ricamente la denegaci?n del g?nero: "Se ha pretendido, a veces, que Zama es una novela hist?rica. En

    realidad, lejos de ser semejante cosa, Zama es, por el contrario, la refutaci?n deliberada de ese g?nero. No

    hay, en rigor de verdad, novelas hist?ricas, tal como se entiende la novela cuya acci?n transcurre en el pasado y que intenta reconstruir una ?poca determinada. Esa reconstrucci?n del pasado no pasa de ser simple proyecto. No se reconstruye ning?n pasado sino que simplemente se construye una visi?n del pasado, cierta

    imagen o idea del pasado que es propia del observador y que no corresponde a ning?n hecho hist?rico

    preciso" ("Zama," en l?nea). Tambi?n en el relato "Paramnesia" explora los l?mites de la capacidad de

    rememorar en un presente tan acuciante que se transforma en la ?nica realidad concebible para el capit?n, en un fuerte parad?jicamente llamado "El real," asediado por el hambre y la soledad; en este caso, los

    acontecimientos pasados son s?lo concebibles como una ficci?n para el personaje. 14 Por este efecto constante de indagaci?n en la escritura saeriana, Giordano caracteriza su concepci?n de

    la literatura a partir de la "incertidumbre y la interrogaci?n." "Escribir, en el sentido literario del t?rmino, es volver a formular preguntas que exigen no se detenga el movimiento de preguntar." (11-12)

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    Article Contentsp. 15p. 16p. 17p. 18p. 19p. 20p. 21p. 22p. 23p. 24p. 25p. 26p. 27p. 28

    Issue Table of ContentsConfluencia, Vol. 22, No. 2 (Spring 2007) pp. i-vi, 1-194Front MatterEstudios y confluenciasEntre Europa y Amrica: vidas entre dos mundos, descritas por Alfonso Reyes [pp. 2-14]Deconstruir la memoria, deconstruir la historia. Una aproximacin a "El entenado" de Juan Jos Saer [pp. 15-28]"No me llames cario" de Isabel Franc: la novela detectivesca lesbiana en Espaa [pp. 29-41]Las mujeres subversivas de Sonia Rivera-Valds [pp. 42-49]La frontera difusa: el cuerpo desterrado y el cuerpo deseado en la poesa de Pat Mora [pp. 50-61]Del cuerpo femenino al cuerpo social en "Informe bajo llave" de Marta Lynch [pp. 62-75]"De foedo corpore": Escatologa del cuerpo y tratamientos de lo excremental en la novelstica de Miguel Mndez [pp. 76-88]Ecoliterature and Dystopia: Gardens and Topos in Modern Latin American Poetry [pp. 89-104]Palimpsestic and Self-referential Narrative in Lpez Mozo's D. J. [pp. 105-116]Tirso's "El celoso prudente" and the Problematical Ending of Caldern's "El mdico de su honra" [pp. 117-124]La mujer como estrategia retrica: Sawda bint Umra ante el califa Muwiya en El collar extraordinario de lbn Abd Rabbihi [pp. 125-136]

    EntrevistasVeintisiete aos despus de la revolucin sandinista: entrevista con Gioconda Belli [pp. 138-144]"El verdadero lugar para un escritor es aquel desde donde escribe"Entrevista con la escritora argentina Reina Roff [pp. 145-153]

    Lecturas y ReseasLos recuerdos pueden ms que la memoria [pp. 156-158]Robar el fuego [pp. 159-161]"Orientalismo argentino": hacia la apertura de un canon monoltico [pp. 162-165]A Bilingual Edition of Early Twentieth-Century Puerto Rican Feminist and Workers'Rights Advocate Luisa Capetillo's Hybrid Essay "Mi opinin" (1911) [pp. 166-168]"A contraluz": una muestra crtico-potica de la literatura mexicana joven [pp. 169-171]La dulzura de la miel a travs de las palabras [pp. 172-173]

    Dimensin CreativaPoemasEl toro blanco (homenaje a E. Hemingway) [pp. 176-176]El camino del bolgrafo [pp. 177-177]

    Tinta Fresca: antologa de la literatura dominicana de hoy [pp. 178-186]PoemasRuptura [pp. 187-187]Divagacin [pp. 187-188]Volver al espiral [pp. 188-189]

    PoemasPoems [pp. 190-194]

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