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UN OCASO DE DOMINGO EN LA PLACITA DE FLÓREZ Cae la tarde del domingo en esos límites entre Boston y el Centro, ahí antes de buscar salida para Buenos Aires y el resto de la comuna centroriental. Una tarde de música al costado occidental de la Placita de Flórez, más precisamente en el Bar El Borrachito, un tradicional punto de encuentro entre los diversos públicos que visitan esta plaza de mercado de Medellín. De camino hacia esta visita me topo con una cotidiana, pero no por ello menos incómoda, escena de orden público en el centro de la ciudad: es la del ladrón de poca monta y en mala tarde, el cual es arrinconado por una suerte de patrulla ciudadana espontánea que le dificulta el escape. Que también tendría de paradójico por cometer el acto a solo 100 metros del CAI de Bostón (en la cara siguiente del Teatro Pablo Tobón Uribe), pero es que ahora no extraña que te roben en la propia acera del servicio de Policía más cercano. Tuvo que correr hasta el CAI un ciudadano inmerso en los hechos y que atinó en solicitar ayuda a la fuerza pública (que por otro lado para eso está). Y fue así como medio empujado bajo el petizo agente Suarez a enfrentar la situación que para ese momento ya involucraba algunos violentos representantes de “la mancha amarilla”, quienes machete en mano, alardearon de su poder como colectivo . Más torno a mi ruta circundante de “la placita”, pues esa fue mi labor en este trabajo académico (la relación con el entorno y la ciudad), y ubico en la carrera 40 con calle 50, nuevamente un bar, pero esta vez el Bar El Borrachito, donde la “salonera” Nelly me contó que mayoría de sus clientes son de la placita y de Santa Elena; hablaba fuerte mientras la noche se imponía al día y las libaciones y su consecuente bullicio hacían lo mismo con el tranquilo referente del domingo de quienes habitan este sector, pues es el día de menor congestión vehicular y la placita funciona solo hasta las 2:00p.m. Aun con alta y diversa contaminación acústica, Milena Londoño, vecina de la placita, se acuesta tranquila ya que prefiere sentirse segura a sosegada: “El que haya gente desde tan temprano en la calle, me da la sensación de seguridad”. Es inquietante ver la mezcla de los usos del suelo en esta manzana y trasegar por la amplia acera de la I.E. Héctor Abad Gómez viendo en el costado de las artesanías en la placita (tan abigarrada de productos en horario diurno), la cara más profiláctica de

Crónica Placita de Floréz

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Page 1: Crónica Placita de Floréz

UN OCASO DE DOMINGO EN LA PLACITA DE FLÓREZ

Cae la tarde del domingo en esos límites entre Boston y el Centro, ahí antes de buscar salida para Buenos Aires y el resto de la comuna centroriental. Una tarde de música al costado occidental de la Placita de Flórez, más precisamente en el Bar El Borrachito, un tradicional punto de encuentro entre los diversos públicos que visitan esta plaza de mercado de Medellín.

De camino hacia esta visita me topo con una cotidiana, pero no por ello menos incómoda, escena de orden público en el centro de la ciudad: es la del ladrón de poca monta y en mala tarde, el cual es arrinconado por una suerte de patrulla ciudadana espontánea que le dificulta el escape. Que también tendría de paradójico por cometer el acto a solo 100 metros del CAI de Bostón (en la cara siguiente del Teatro Pablo Tobón Uribe), pero es que ahora no extraña que te roben en la propia acera del servicio de Policía más cercano.

Tuvo que correr hasta el CAI un ciudadano inmerso en los hechos y que atinó en solicitar ayuda a la fuerza pública (que por otro lado para eso está). Y fue así como medio empujado bajo el petizo agente Suarez a enfrentar la situación que para ese momento ya involucraba algunos violentos representantes de “la mancha amarilla”, quienes machete en mano, alardearon de su poder como colectivo .

Más torno a mi ruta circundante de “la placita”, pues esa fue mi labor en este trabajo académico (la relación con el entorno y la ciudad), y ubico en la carrera 40 con calle 50, nuevamente un bar, pero esta vez el Bar El Borrachito, donde la “salonera” Nelly me contó que mayoría de sus clientes son de la placita y de Santa Elena; hablaba fuerte mientras la noche se imponía al día y las libaciones y su consecuente bullicio hacían lo mismo con el tranquilo referente del domingo de quienes habitan este sector, pues es el día de menor congestión vehicular y la placita funciona solo hasta las 2:00p.m. Aun con alta y diversa contaminación acústica, Milena Londoño, vecina de la placita, se acuesta tranquila ya que prefiere sentirse segura a sosegada: “El que haya gente desde tan temprano en la calle, me da la sensación de seguridad”.

Es inquietante ver la mezcla de los usos del suelo en esta manzana y trasegar por la amplia acera de la I.E. Héctor Abad Gómez viendo en el costado de las artesanías en la placita (tan abigarrada de productos en horario diurno), la cara más profiláctica de la placita como referente urbano; se ve plana y bien barrida, junto a la amplia calle Colombia que en otrora desviaba su tráfico para adelantar allí los más entretenidos cotejos de microfútbol dominguero, amparados en la iluminación de ese lado de la placita.

Sobre la carrera 39 Giraldo, en el frente en que se ubica el diminuto parqueadero de la plaza, se regocijaba un vigilante con su mujer y su hija, departían en las escalas principales de acceso; su moto era la única en parqueo y apenas salía un lánguido haz de luz desde el portón de esa entrada. Hasta la frágil chaza de tintos y resguardo de madrugada (trasnochadora de lunes a sábado) se hallaba cerrada bajo la contemplación de la virgen que exhibe la cara principal de la placita (que por otra parte no identifico si es la del Carmen o María Auxiliadora).

“Ya hasta mañana temprano amigo que abran” dice a mi paso y sin moverse de las escalas el hombre de la seguridad. Le doy las gracias por la información y sigo rondando la silenciosa placita. Esta de noche parece más una fábrica en desuso, que el ícono de la bulla y el ambiente campeche que habita el centro de la ciudad. Viene a mí el recuerdo que esa misma tarde la madrugadora doña Rosalvina, sentenciaba que “si no fuera por la placita esto sería muerto”. Y así yacía esta plaza, en un entorno muerto con ella y todo.

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Pasaban las 9 de la noche al encaminarme a la anónima calle 50ª (otro costado de mi área de reconocimiento), me percato que eliminaron las puertas del cajero electrónico de la 39 y volteo a mirar el cajero ubicado en la calle 50ª, esa pequeña calle, donde en la terraza se puede ver pasear los oscuros guardias de la placita; este cajero ya tiene un nuevo acceso en forma de rampa ¿para discapacitados o para los mercados? ¿Quizá para ambos? El hecho es que esta es una callejuela sin continuación en ambas esquinas, donde conviven negocios congelados de pollo, ventas huevos, desechables, algunas flores (por supuesto) y 2 medianos supermercados; y la que a estas alturas del paseo destacaba por un teléfono público en su esquina de la carrera 40 y unas pocas viviendas que en el tropel de la actividad de la semana se tornarían imperceptibles. Fue en esa calle donde, pasado el meridiano, conversaba en medio del calor con la vendedora de Masgloplas, Heisi Andrea Cárdenas; una alegra chica que reconocía una buena relación con sus vecinos de la placita: “la voy con todos los compañeros de los alrededores y las carnicerías”.

Valga señalar que los tiempos de visita dan diferente panorama sobre la Placita de Flórez, que tiene diversas voces al calor de su actividad comercial y los tiempos de la misma, que son también diversos sus vecinos según el día y la hora; que lográs trabar conversa amena o reservada con sus vecinos un domingo de verano, y que en la noche despejada de ese mismo día (silente, estática y contemplativa), es posible que la “placita” te converse y hasta cuente historias de quienes la habitan o la ronda; porque la ciudad y sus referentes urbanos también tienen voz y pueden (para quién sepa leerlos) contar su historia y la de la ciudad.