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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 136 Octubre 2003 Precio 7 Octubre 2003 136 RYSZARD KAPUSCINSKI Irak: resurgen los clanes y las tribus ENRIQUE KRAUZE Los demonios del antisemitismo VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ La Universidad española JUAN LUIS CEBRIÁN El idealismo ha muerto Diálogo con SUSAN SONTAG A. PIZZORUSSO Justicia y jueces JOSEPH STIGLITZ El ‘caso Enron’ ´ ´

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º136Octubre 2003

Precio 7 €

Octub

re 200313

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RYSZARD KAPUSCINSKIIrak: resurgen los clanes y las tribus

ENRIQUE KRAUZELos demonios

del antisemitismo

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ La Universidad española

JUAN LUIS CEBRIÁNEl idealismo ha muertoDiálogo con SUSAN SONTAG

A. PIZZORUSSOJusticia y jueces

JOSEPHSTIGLITZ

El ‘caso Enron’

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S U M A R I ON Ú M E R O 136 O C T U B R E 2 0 0 3

JOSEPH STIGLITZ 4 EL ‘CASO ENRON’

IRAK: RESURGEN RYSZARD KAPUSCINSKI 16 LOS CLANES Y LAS TRIBUS

CARÁCTER Y EVOLUCIÓNVÍCTOR PÉREZ-DÍAZ 22 DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

ALESSANDRO PIZZORUSSO 30 JUSTICIA Y JUECES

ENRIQUE KRAUZE 38 LOS DEMONIOS DEL ANTISEMITISMO

FÉLIX OVEJERO 46 LAS MATEMÁTICAS DE LAS ECONOMÍAS

Diálogo El idealismo ha muertoJuan Luis Cebrián 54 Conversación con Susan Sontag

Semblanza Ryszard Kapuscinski:José Garza 58 Viaje al testigo del (tercer) mundo

Ensayo Un pulso arte-antiarte: Víctor Fuentes 66 Buñuel, Lorca

Educación Igualdad y responsabilidad Pilar Fibla 70 en el sistema educativo

NarrativaCésar Leante 74 El espacio real: América Latina

Poesía El sentido del compromiso José Tono 80 de la poesía

Correo electrónico: [email protected]: www.claves.progresa.es

Correspondencia: PROGRESA. FUENCARRAL, 6; 2ª PLANTA. 28004 MADRID.TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª. 28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.

Impresión: VÍA GRÁFICA. ISSN: 1130-3689Depósito Legal: M. 10.162/1990.

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Esta revista es miembro de la Asociación de Revistas de Información

DirecciónJAVIER PRADERAFERNANDO SAVATER

EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA

Director general ALFONSO ESTÉVEZ

Director adjunto JOSÉ MANUEL SOBRINO

Coordinación editorial NURIA CLAVER

Diseño MARICHU BUITRAGO

CaricaturasLOREDANO

ANDRÉS FERNÁNDEZ ALCÁNTARA (Jaén, 1960)

Pintor y escultor, presenta una obra esculpida en

piedra regida por una evidente unidad formal y

conceptual. Ha recibido importantes premios y

participado, desde los años ochenta, en nume-

rosas exhibiciones individuales y colectivas.

Susan Sontag

DE RAZÓN PRÁCTICA

Para petición de suscripcionesy números atrasados dirigirse a:

Progresa. Fuencarral, 6; 4ª planta. 28004Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91

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EL ‘CASO ENRON’

JOSEPH STIGLITZ

nron, la compañía energética quepasó prácticamente de la nada a te-ner unos ingresos anuales oficiales

de 101.000 millones de dólares y mástarde al colapso y la bancarrota, todoello en sólo unos años, se ha convertidoen el emblema de todo lo que iba malen los felices noventa: la codicia empre-sarial, los escándalos contables, el tráfi-co de influencias, los escándalos banca-rios, la liberalización y el mantra del li-bre mercado, todo ello junto1. Susactividades en el exterior son tambiénun ejemplo del lado más oscuro de laglobalización de Estados Unidos, el ca-pitalismo de amiguetes y el mal uso delpoder corporativo de Estados Unidos enel exterior.

Para la mayor parte de los estado-unidenses, Enron parecía ser el modelode la nueva empresa norteamericana: laliberalización había dado paso a nuevasoportunidades y Enron las había apro-vechado. Era un ejemplo de por qué laliberalización era buena; de cómo lasempresas norteamericanas innovadoraspodían ayudar a conformar una econo-mía más productiva si se les daba laoportunidad. Enron actuó como mode-lo en más de un sentido: asumió unafunción activa en la política pública,promoviendo políticas energéticas y deliberalización que fortalecerían a Esta-dos Unidos aunque también fortalecieralos balances de situación de Enron. Ken

Lay, su presidente, actuaba como fidei-comisario de organizaciones sin ánimode lucro, como Resources for the Future[Recursos para el Futuro], quizá la insti-tución de investigación más importantede Estados Unidos que promueve laconservación basada en el mercado delos recursos naturales, así como en unacomisión pública creada por Arthur Le-vitt dedicada a los problemas de la valo-ración en la Nueva Economía. Más ade-lante, Lay habría de ser el principal ase-sor en materia de energía del presidenteGeorge W. Bush.

La muerte de EnronComienzo esta historia por el final, conla muerte de Enron, que fue dramática,con intentos desesperados de última ho-ra por salvar a una empresa que final-mente resultaron fallidos. Enron arras-tró en su caída a una de las firmas deauditoría más respetadas, Arthur An-dersen, y mancilló el nombre de susbancos, J. P. Morgan Chase, Citibank yMerrill Lynch. Como en cualquier bue-na obra dramática, había buenos y ma-los: los primeros eran pocos, entre ellos,el directivo de Enron que desenmascaróla trama, Sherron Watkins, que informóal presidente Ken Lay de muchos de losproblemas clave, como consecuencia delo cual casi pierde su trabajo; entre losmalos se encontraban el jefe del equipode auditoría de Andersen a cargo deEnron, David Duncan, responsable nosólo de la mala contabilidad sino tam-bién de destruir documentos importan-tes; su bufete de abogados, Vinson &Elkins, supuestamente el más prestigio-so de Texas, que creía estar asesorando aEnron sobre cómo evitar la violación dela ley; y el director financiero de Enron,Andrew Fastow, acusado de fraude, blan-queo de dinero y conspiración, así comode enriquecerse a costa de Enron: incluso

para los estándares de Wall Street, losaproximadamente 45 millones de dólaresque recibió parecían una cifra descabe-llada. Hubo también escándalo al reve-larse que los máximos directivos estabanconvirtiendo en efectivo sus participa-ciones al tiempo que instaban a susempleados a mantener sus acciones.Ken Lay vendió acciones por valor de1,8 millones de dólares en más de 100millones; otro alto ejecutivo vendió ac-ciones por un valor superior a 350 mi-llones de dólares; y el importe total delas acciones vendidas por los altos di-rectivos fue de 1.100 millones de dóla-res. Pero los empleados de Enron vieronsus futuros en peligro con la desapari-ción tras la quiebra de más de 1.000millones de dólares en pensiones paraempleados que se habían invertido enacciones de Enron.

Aunque dramático, el f inal fueextraordinariamente simple: cuando lostrucos contables con los que se habíanescondido las deudas y exagerado los in-gresos salieron de repente a la luz, quedóclaro que Enron no era lo que parecía.Casi todas las empresas necesitan présta-mos de los bancos para operar; y losbancos no conceden los préstamos si notienen confianza en la empresa. Se pro-dujo una confluencia de hechos, cadauno de los cuales por sí solo podría ha-ber significado problemas para Enron: elfinal de la crisis de la energía de Califor-nia privó a Enron de algunos de los be-neficios que había ido consiguiendo me-diante la manipulación del mercado. Lacaída del mercado bursátil afectó a to-das las empresas, pero, lógicamente, hi-zo que los bancos y las agencias de clasi-ficación fueran más precavidas. Enronse había transformado a sí misma deuna empresa de gasoductos en una pun-tocom, una compañía para la comercia-lización de energía y servicios básicos en

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1 Loren Fox, Enron: The Rise and Fall (NuevaYork, John Wiley & Sons, 2003) ofrece un análisisdetallado y reflexivo del caso Enron. Sobre la historiadel anterior directivo de Enron que desenmascaró latrama de la organización, Sherron Watkins, véase ellibro de Mimi Swartz (escrito en colaboración conWatkins), Power Failure: The Inside Story of the Co-llapse of Enron (Nueva York: Doubleday, 2003). Véa-se también Brian Cruver, Anatomy of Green: TheUnshredded Truth from an Enron Insider (Nueva York,Carroll & Graf, 2002).

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línea; ése era parte de su orgullo duran-te finales de los noventa, y fue tambiénparte del motivo de su caída. Enron ha-bía proporcionado garantías respalda-das por acciones a algunas «sociedades»de riesgo y empresas; y, al caer el preciode las acciones, Enron quedó cada vezmás expuesta al peligro. Cuando laatención comenzó a centrarse en la em-presa, tanto el mercado como los regu-ladores notaron que algo iba mal y losreguladores empezaron a aproximarse.(Los engaños finalmente llegarían a sermucho más graves de lo que nadie hu-biera pensado). La revocación de la LeyGlass-Steagall hizo que los banquerosaguantaran más tiempo del que hubie-ran esperado en otro caso –todavía con-fiaban en sacar dinero de los múltiplesacuerdos de Enron–, pero, finalmente, alseguir cayendo en picado las acciones, nopudieron continuar con los préstamos.Ante el fracaso de las medidas desespera-das para evitar la quiebra, para conseguiruna inyección de fondos de cualquier si-tio (los engaños que habían contribuidoal boom de Enron hicieron todavía másdifícil obtener fondos en el momento deldescalabro), la quiebra fue inevitable.

Lo que subyacía al final de Enronera el engaño: el engaño que le permitióobtener beneficios manipulando el mer-cado liberalizado de la energía de Cali-fornia, que permitió que los accionistasde Enron se enriquecieran a costa de losconsumidores, productores y contribu-yentes de California, y el engaño me-diante el que sus directivos robaronefectivamente dinero a los accionistasde la compañía para enriquecerse. Noconsistió en un hecho aislado sino enun variado repertorio de prácticas. En-ron y sus auditores a veces se pasaron dela raya, pero la mayoría de lo que hizoEnron fue legal. Aunque algunas perso-nas de inferior rango en la jerarquía han

sido acusadas, en el momento de ir estelibro a la imprenta su presidente aún nolo habia sido: ha negado estar directa-mente implicado o tener conocimientode las actividades ilegales y gran partede sus ganancias procedían de generosasopciones sobre acciones perfectamentelegales.

Enron utilizó muchos trucos conta-bles que estaban haciéndose cada vezmás comunes. Parece que su director fi-nanciero había hecho el mismo descu-brimiento que muchos otros directivosde empresas durante los noventa: losmismos trucos contables que podíanutilizarse para distorsionar la informa-ción y así subir los precios del mercadobursátil podían utilizarse también paraenriquecerse a costa de los accionistas.Al desarrollar estas formas de engaño,Enron tenía una ligera ventaja sobre suscompetidores. El nicho de mercado deEnron era la innovación: la innovaciónfinanciera, nuevas formas de comprar yvender electricidad (u otros productosbásicos) utilizando productos financie-ros sofisticados, como los derivados,que conllevan la separación de las dis-

tintas partes de una corriente de ingre-sos, compartiendo los riesgos entre losdiversos inversores de modos bastantecomplicados. Las corporaciones habíanaprendido hace tiempo cómo utilizartécnicas financieras estrambóticas paramanipular los ingresos, a fin de reducirsu deuda fiscal, y más tarde habían apli-cado dichas técnicas con el mismo vigory entusiasmo para mejorar el aspectodel cash-flow y el balance. Durante losnoventa, esto se hacía con la finalidadde subir los precios del mercado bursá-til… lo que, a través de sus opciones so-bre acciones, servía para enriquecerles;con la desaceleración económica se hizoaún más necesario distorsionar la infor-mación con el fin de evitar que los ba-lances reflejaran la situación tan desfa-vorable en la que en realidad se encon-traban. Enron, que estaba en lavanguardia de la ingeniería financiera,estaba también en la vanguardia de lautilización de estas técnicas. Y así comoen otros aspectos los bancos estadouni-denses trabajaban mano a mano con lascorporaciones y los auditores para me-jorar estas actividades, también lo hicie-ron en el caso de los engaños de Enron.

El problema de las andanzas de En-ron es que se hicieron deliberadamentecomplicadas para que no fuera fácil verlo que había detrás. Pero detrás de unasestructuras financieras complicadasacompañadas de una gran habilidad le-gal, existían algunos engaños clave. Elprimero se refiere a contabilizar hoy lasventas de gas o electricidad que se van aentregar en algún momento futuro. En-ron participaba en muchas actividades(comenzó sobre todo como una empre-sa de gasoductos), pero con la liberaliza-ción, había asumido convertirse en unasociedad mercantil que compraba yvendía electricidad y gas. Se vio a símisma como creadora de un mercado.

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Sin embargo, el mercado que creó nosólo compraba y vendía gas y electrici-dad hoy, sino que lo vendía hoy paraentregarlo una semana o un mes mástarde.

El truco contable de Enron era con-tabilizar hoy el valor de una venta de–por ejemplo– gas que se va a entregarel año que viene como un ingreso ac-tual, pero no lo que tendría que gastarpara comprar el gas. ¡Los ingresos sincoste generan enormes beneficios! Porsupuesto, al final Enron tenía que regis-trar el coste de la compra de la electrici-dad. Uno puede inflar sus ingresos deeste modo mientras está creciendo; cadaaño, las ventas superan a las compras.Éste es el clásico esquema Ponzi, comoel de las cartas en cadena2. Estos esque-mas a veces todavía se dan: gente quegana dinero vendiendo franquicias aotros que a su vez se las venden a otros,y así sucesivamente. Pero todos los es-quemas Ponzi acaban tocando fondo.Especialmente cuando el crecimiento seinterrumpe –como ocurre cuando seproduce una desaceleración económica–y dichos sistemas se derrumban.

La segunda categoría de engaño essólo un poco más complicada. Enron sedio cuenta de que realmente no teníaque vender gas a nadie para sacar parti-do de este ‘‘truco’’. Podía crear una em-presa ficticia, una sociedad instrumen-tal, como se les suele denominar (la lla-maron Raptor), y venderle a ella el gas.Por supuesto, la empresa ficticia noquería el gas pero Enron podía resolvertambién ese problema: se lo volvería acomprar. Al comprometerse a recom-prar el gas, creaba un pasivo pero no loregistraba, como tampoco registraba losgastos en que finalmente tendría queincurrir para comprar el gas.

Con Enron vendiendo hoy gas paraentregarlo a esta compañía ficticia, Rap-tor, y acordando al mismo tiempo com-prárselo otra vez a Raptor al año si-guiente, cabría preguntarse: ¿qué estáhaciendo Raptor, comprando y ven-diendo gas y recibiendo gas de Enronen el mismo momento que se lo devuel-ve? Parecía sospechoso. Y lo era. Si En-ron ‘‘contabiliza’’ la venta hoy, hace quesus ingresos actuales parezcan mayores,

aunque (si los sistemas de auditoría hi-cieran lo que se supone que deben ha-cer, es decir, proporcionar informaciónexacta sobre la situación de la empresa)debería también registrar el ‘‘pasivo’’ co-rrespondiente, la promesa de una entre-ga con sus costes asociados. Por otraparte, dado que Enron controlaba aRaptor, podía argumentarse que las dosdeberían ‘‘consolidarse’’, tratándolas co-mo una sola entidad, en cuyo caso lacompra y la venta no serían más que sis-temas de contabilidad internos. Noexiste una venta real y, por tanto, tam-poco unos ingresos reales.

Con una pequeña ayuda de los ban-cos, la operación podía resultar todavíamás sustanciosa. Supongamos que En-ron necesita pedir prestado algún dine-ro pero todo el mundo –tanto los direc-tivos de Enron como los bancos– se dacuenta de que un fuerte incremento dela deuda no quedaría bien en los librosde la empresa. El banco puede prestarleel dinero a Raptor. Raptor puede utili-zar el dinero para pagar el gas que hacomprado para entregar al año siguien-te. El banco puede sentirse seguro, yaque sabe que Enron tiene un contratopara comprarle de nuevo el gas a Rap-tor. Y si el acuerdo de recompra repre-

senta un precio lo bastante alto, Raptorpuede pagar fácilmente los intereses de-vengados. En efecto, la ‘‘venta por ade-lantado’’ no es sino un préstamo, peroun préstamo que no aparece en el ba-lance de Enron. Y pagándole a Raptorun precio todavía mayor, Enron puedehacer que Raptor sea altamente renta-ble. Si Raptor, que no es otra cosa queuna sociedad instrumental, es propie-dad de algunos de los máximos directi-vos de Enron, esto se convierte en unaforma de sacar el dinero de la sociedady meterlo en los bolsillos de dichos di-rectivos. E incluso podrían sentirse jus-tificados en su perfidia: después de to-do, ocultando el préstamo están consi-guiendo que el balance de situación dela empresa parezca mejor, contribuyen-do al aumento del precio en el mercadobursátil. Y, después de todo, ¿no era ésasu principal responsabilidad?

La burbuja de las puntocom pro-porcionó otros modos de contabilizarfácilmente los ingresos. Supongamosque usted pone en marcha una punto-com que va a comprar y vender electri-cidad liberalizada a través de Internet.El precio de sus acciones se dispara: lacombinación de la euforia por Internety la liberalización resultaban irresistiblesen esta época de exuberancia irracional.Pero Enron no era como otros valoresburbuja, basados en la esperanza de fu-turos beneficios y la realidad de las pér-didas actuales. Enron mostraba grandesbeneficios. Sabía que los estúpidos mer-cados inflarían el precio de sus accionestodavía más si es que era posible inflaraún más sus ingresos y sus beneficios; y,al depender gran parte de su retribu-ción de las opciones sobre acciones, losdirectivos tenían un estímulo especialpara actuar así. Si Enron podía poneren marcha una empresa como ésta, yvenderle las acciones infladas a cambiode una plusvalía importante, podría re-gistrar un enorme beneficio. Para facili-tar más las cosas, podía crear una socie-dad de riesgo, prestarle su stock y avalarcon él un préstamo de un banco; y, conla revocación de la Ley Glass-Steagall, laestrecha relación entre la banca minoris-ta y la banca de inversión implicaba quelos bancos de Enron estaban más quedispuestos a participar en dichas artima-ñas. Si el banco quería un mayor asegu-ramiento, podía proporcionar una ga-rantía; si se necesitaba más dinero toda-vía para comprar el stocksobrevalorado, podía prestarle él mismoel dinero. Era algo así como si Enron

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2 Para una explicación del esquema de Ponzi yotros esquemas similares, véase Charles P. Kindleber-ger, Manias, Panics and Crashes: A History of FinancialCrises, [Manías, pánicos y cracs: historia de las crisisfinancieras, trad. por Blanca Ribera de Madariaga,Barcelona, Ariel, 1991].

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estuviera vendiéndose la empresa a símisma para registrar un beneficio. Pe-ro, desde la perspectiva de los accionis-tas de Enron, era una apuesta a cara ocruz con la moneda trucada. Si el pre-cio de las acciones permanecía alto, to-das las ganancias iban a parar a los di-rectivos de Enron y a sus amigos. Si ca-ía en picado ( lo que ocurrió enrealidad) Enron y sus accionistas eranlos responsables de devolverle el dineroa los bancos.

Si la burbuja hubiera continuado,Enron habría continuado también y losengaños nunca hubieran salido a la luz.Los directivos de Enron habrían ido ca-careando la riqueza que creaban parasus accionistas. Después de todo, ¿quémás daba que se hubieran enriquecido así mismos? Era el justo premio por ha-ber trabajado tan bien para sus accionis-tas. Habrían podido salir a la calle conla cabeza bien alta. Fue la explosión dela burbuja, y el mal comportamiento alque dio lugar, lo que ha suscitado lascríticas. Pero, en mi opinión, la historiade Enron ayuda a sacar a la luz la verda-dera naturaleza de lo que está mal: losaccionistas no tenían la información ne-cesaria para juzgar lo que estaba pasan-do y había unos incentivos para no su-ministrar dicha información sino otradistorsionada. El sistema de mercadohabía proporcionado incentivos median-te los cuales el que a unos les fuera bienno significaba que los demás se benefi-ciaran, sino que sus ganancias se conse-guían a costa de otros a los que se supo-nía que prestaban servicio y a los que seexponía a riesgos que ni siquiera podíanimaginar.

La desregulación de la electricidadEnron fue un producto de la desregula-ción, en todos los sentidos del término.Su primer dinero lo consiguió a travésdel gas natural cuando dicho mercadose liberalizó. Se aprovechó de los incen-tivos perversos derivados de la desregu-lación bancaria. Se vendía a sí mismacomo la empresa que estaba haciendoque la liberalización funcionara. Pero enlo que realmente consiguió hacerse unnombre (y en lo que se hicieron másevidentes las debilidades de la desregu-lación) fue en la energía. Enron afirma-ba mostrar el espíritu creativo que la li-beralización, especialmente la de laenergía, podía generar, pero su éxitoconsistió en servir de ejemplo de lo difí-cil que era desregular bien y las conse-cuencias de una desregulación mal dise-

ñada. Desde el new deal de los años trein-

ta hasta la era Reagan en los ochenta,las partes clave del sector de la energíahabían estado altamente reguladas: losconsumidores compraban su electrici-dad a un monopolio regulado, que erael propietario de los generadores y loscables por los que se transmitía la elec-tricidad. El gas también estaba muy re-gulado, especialmente su transmisión através de gasoductos desde donde seproducía (por ejemplo, Texas) hastadonde se utilizaba. Dicha regulación sebasaba en un claro razonamiento eco-nómico. La transmisión del gas y de laelectricidad se consideraban monopo-lios naturales, sectores en los que era di-fícil que participara más de una empre-sa. Los costes de dos empresas que lleva-ran el cableado eléctrico a cada barrio oa cada casa prácticamente duplicarían elcoste del suministro; e incluso con dosempresas, podría ser que simplementehubieran conspirado para cobrar unprecio monopolístico lo que no habríaasegurado un buen trato a los consumi-dores. Del mismo modo, un gran gaso-ducto desde Texas a California era máseficaz que, por ejemplo, cuatro peque-ños compitiendo entre sí.

Los economistas habían debatidodurante mucho tiempo sobre la mejormanera de gestionar estos monopoliosnaturales. Algunos países prefirieron queel Gobierno gestionara estos monopoliosen pro del interés público; otros prefirie-ron tener mercados privados liberaliza-dos; algunos prefirieron que el sector pri-vado se encargara de la producción peroregular a estas empresas privadas. Euro-pa, en su mayoría, eligió la primera op-ción; Estados Unidos la tercera (casi na-die eligió la segunda, la de los mercadosprivados liberalizados). Muchos argu-mentaban, sin embargo, que los Go-biernos no podían hacer un buen traba-jo en la gestión de empresas económi-cas; y en muchos casos acertaron, peroen otros no. El sistema eléctrico estatalde Francia es más eficiente que el de Es-tados Unidos; la profesionalidad de susresponsables es conocida hace tiempo,así como la calidad de sus ingenieros. Apesar de estos éxitos, la ideología del li-bre mercado ha tenido una influenciapoderosa, de manera que en el últimocuarto de siglo existió un movimiento entodo el mundo hacia el tercer enfoque, elde la producción privada con una regula-ción limitada. Cada vez más, la idea eraque incluso la regulación debería tener

un alcance limitado. Se aducía que po-dríamos beneficiarnos de la competenciaen la generación de la electricidad y de lacompetencia en el marketing. El únicomonopolio natural era el de la transmi-sión, la red eléctrica. El desafío consistíapor tanto en dividir en distintas partes loque habían sido empresas integradas quegeneraban, transmitían y vendían electri-cidad, atraer la entrada hacia las partesen las que se podía competir (la genera-ción y el marketing) y regular la red eléc-trica de forma que se asegurara que todoel sistema funcionaría de manera fluida.California abrió el camino hacia la desre-gulación, iniciada a principios de 1998.

Era tal la confianza en que la desre-gulación funcionaría, en que los preciosal consumo descenderían rápidamente,que las discusiones, tanto dentro (porejemplo, en el Consejo de Asesores Eco-nómicos) como fuera del Gobierno, secentraron en cómo abordar las conse-cuencias de unos precios bajos. Con losnuevos precios bajos, las viejas empresasde electricidad que habían invertido engenerar capacidad no podrían recuperarsus inversiones. La cuestión era: ¿cómoy en qué medida serían compensados porlos cambios de las reglas del juego, porlas inversiones que se habían realizadobajo el supuesto de que obtendrían uníndice de rentabilidad justo y regulado?El término técnico era «costes de transi-ción a la competencia», inversiones irre-cuperables por mor del nuevo sistema.

La desregulación de la energía deCalifornia no funcionó de la maneraque sus defensores pretendían. Se habíavendido mediante el eslogan habitualdel libre mercado: reducir la regulaciónda rienda suelta a las fuerzas de merca-do, las fuerzas de mercado conducen auna mayor rentabilidad, la competenciagarantiza que los beneficios de estasfuerzas de mercado irán a parar a losconsumidores3. En cambio, sólo dosaños después de la desregulación los pre-cios se elevaron drásticamente y los su-ministros se restringieron. Los precios,cuyo promedio había sido 30 dólarespor megavatio/hora desde abril de 1998

JOSEPH ST IGL ITZ

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3 Algunos economistas fueron más lejos: inclusosi sólo existe una empresa dentro de un sector, unmonopolio, no debemos preocuparnos por el ejerciciodel poder de mercado, ya que si cobra un precio muysuperior al mínimo con el que podría sobrevivir, en-trarán nuevos potenciales participantes. Es suficientecon la competencia potencial. Este argumento sebamboleó menos en la desregulación de la electricidadque en la de las aerolíneas (aunque incluso en este ca-so se demostró que era equivocado).

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a junio de 2000; se triplicaron, y poste-riormente cuadriplicaron, con respectoal nivel de junio de 2000, y antes de fi-nalizar el primer semestre de 2001 ya sehabían multiplicado por ocho. Por pri-mera vez, se produjeron interrupcionesde suministro cuyas características eranmás bien propias de los países pobres endesarrollo pero no del centro mundialde la alta tecnología. La compañía eléc-trica más importante de California fuellevada a la quiebra; tenían compromi-sos a largo plazo para suministrar elec-tricidad a precios fijos pero tuvieronque comprarla a precios mucho más al-tos. En un breve lapso de tiempo per-dieron miles de millones4. El experi-mento de la desregulación había resulta-do una debacle. California habíaprotagonizado el experimento de la des-regulación de la electricidad en EstadosUnidos y California tenía que pagar elprecio.

El gobernador de California, GrayDavis, intervino finalmente para salvara su Estado. La escasez de energía no es-taba llevando sólo a unos precios astro-nómicos sino que estaba también perju-dicando a las empresas de alta tecnolo-gía de California; un corte de luz podíacausar un daño sin precedentes al sec-tor. California corría el riesgo de perdersu prestigio como un magnífico lugarpara hacer negocios. Al estado le costómás de 45.000 millones de dólares vol-ver a restablecer el equilibrio5. Despuésde que la Comisión Federal Reguladorade Energía impusiera finalmente unostopes de precios en junio de 2001, losprecios descendieron de un promediode 234 dólares por megavatio/hora aprincipios de año a sólo 59 dólares pormegavatio/hora en julio y agosto.

La pregunta es: ¿cuáles han sido lascausas de los fallos y qué lecciones de-bemos aprender de ellos? Los defensoresde la desregulación dicen que no se rea-lizó perfectamente… pero que nada enel mundo se hace perfectamente. Que-rían que comparáramos una economía

regulada imperfecta con un mercado li-bre idealizado, en lugar de una econo-mía regulada imperfecta con una eco-nomía liberalizada aún más imperfecta.Pero incluso los que se beneficiaron dela desregulación estaban dispuestos aadmitir sus imperfecciones. El presi-dente de Enron llegaría a afirmar que«un mercado imperfecto es mejor queun regulador perfecto»6.

Cuando estalló la crisis, había unnuevo presidente, más comprometidoincluso con la ideología del libre merca-do y marcadamente bajo la influenciade los que se beneficiaron de la desregu-lación. El presidente George W. Bushtenía una relación especialmente estre-cha con el presidente de Enron, KenLay; había recibido importantes sumasde Lay en su campaña electoral y le ha-bía pedido consejo sobre la políticaenergética. Bush se unió a Enron al ar-gumentar que se dejara prevalecer al‘‘mercado’’. Si esto conllevaba la quiebrade empresas que parecían haber sidoeficientes durante el régimen anterior,no pasaba nada; si representaba dificul-tades para las personas que ya no po-dían pagar las facturas astronómicas delos suministros, no pasaba nada. Erauna nueva forma de darwinismo social:la supervivencia de los más aptos. El pe-cado más grave era interferir en los pro-cesos de mercado.

Pero para los que comprendían losprocesos de mercado, el episodio era unmisterio. Si se suponía que la desregula-ción y la competencia bajarían los pre-cios, ¿por qué estaban aumentando? ElNoroeste había experimentado un índi-ce de precipitaciones bajo y esto habíaconducido a que entrara menos energíahidroeléctrica a la red; pero la escasez eneste aspecto no era suficiente para expli-car la subida galopante de los precios.Había algunas pistas sobre cuál era elproblema subyacente. ¿Por qué de re-pente, a medida que aumentaba la esca-sez, había tanta potencia generadoraque no funcionaba y que necesitaba re-paración? ¿No hubiera tenido más sen-tido que todo lo demás esperara y se hi-cieran primero las reparaciones más ur-gentes? ¿Por qué el precio del gasnatural en la Costa Oeste parecía tan al-to cuando en el gasoducto parecía se-guir existiendo capacidad sin utilizar?Los economistas sospecharon lógica-mente de que existiera manipulación y

estos temores fueron pronto manifesta-dos por Paul Krugman, columnista delNew York Times y economista de Prin-ceton. La respuesta de la gente del libremercado fue: ‘‘Tonterías’’7.

En aquel momento no existían prue-bas (ninguna ‘‘pistola humeante’’), nohabía forma de demostrar la manipula-ción del mercado. Los partidarios del li-bre mercado vivían felices, al igual queEnron, mientras los precios siguieron aestos niveles extraordinarios y Enroncontinuó obteniendo extraordinarios be-neficios. En sólo el trimestre comprendi-do entre julio y septiembre de 2000 susventas de productos básicos y su negociode servicios registraron un aumento delos ingresos de 232 millones de dólarescon respecto al año anterior.

En esta coyuntura, los defensores dela desregulación tuvieron que mirar ha-cia otro lado para buscar el fallo y en-contraron una respuesta fácil: el proble-ma no era que la regulación fuera pocasino que era excesiva. La desregulaciónmedioambiental había evitado la cons-trucción de nuevas centrales generado-ras de energía; y, en el proceso de libera-lización de la electricidad, Californiahabía mantenido cierto grado de regula-ción, y éste también era el quid de lasdificultades de California. Una de di-chas regulaciones imponía unos topes alos precios que podían cobrarse a losconsumidores, aunque, al mismo tiem-po, el precio para la compra de electrici-dad por parte de las compañías eléctri-cas siguió siendo flexible. El tope delprecio a los consumidores era una for-ma de tranquilizar a los que eran escép-ticos acerca de la desregulación: despuésde todo, los entusiastas de la liberaliza-ción también creían que bajarían losprecios y que prácticamente no habíaningún riesgo en incluir esta estipula-ción. Si no hubieran estado dispuestos aadmitirla, habrían demostrado falta deconvicción… y ésta sería una admisióncondenatoria que podría haber impedi-do que se llevara a cabo cualquier tipode desregulación.

Una segunda regulación impedía alas empresas de suministros firmar con-tratos a largo plazo para la compra deelectricidad; pero, una vez más, a estanorma subyacía una justificación lógica.Antes, las compañías de electricidad pro-

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7 Véase Paul Krugman, ‘‘Frank Thoughts on theCalifornia Crisis’’, http://www.wws.princeton.edu/~pkrugman/wolak.html>

4 Pacific, Gas & Electric, la empresa de suminis-tro más grande de California, fue a la quiebra el 6 deabril de 2001. Afirmaba que la crisis de la energía ha-bía llevado a contraer unas deudas de 9.000 millonesde dólares.

5 El hecho de que las empresas eléctricas fueran ala quiebra no les borra completamente de la lista desospechosos. Después de todo, podían haber empeza-do pensando que serían capaces de mejorar sus benefi-cios, pero cuando las cosas fueron quedando fuera decontrol, cerraron con pérdidas. Pero esto sugería quehabía otros culpables. 6 Fox, Enron: The Rise and Fall, p. 200.

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ducían, transmitían y vendían la electri-cidad. Con la liberalización, las empresasde energía pasaban a pertenecer al sectorminorista. Compraban electricidad aotros productores y la vendían a susclientes. Dadas las obligaciones a largoplazo (a precios fijos o, al menos, con unosprecios máximos para la electricidad quevendían), habría tenido sentido que loscontratos para la compra de electricidadfueran también a largo plazo. Pero si granparte del mercado se abastecía medianteestos contratos a largo plazo, el mercado alcontado (el mercado de hoy para comer-ciar con la electricidad de hoy) podría ha-ber quedado muy debilitado. (Debido alos cambios meteorológicos, con unaenorme cantidad de la electricidad deCalifornia utilizada para el aire acondi-cionado, existen en efecto grandes varia-ciones en la demanda de electricidad, nosólo durante el día, sino de un día paraotro). Con la mayor parte de la electrici-dad comprada y vendida mediante con-tratos a largo plazo, quedaría un sumi-nistro relativamente escaso.

El peligro de estas situaciones es ob-vio: reteniendo una cantidad relativa-mente escasa de electricidad del merca-do, los proveedores pueden elevar losprecios y los beneficios. Los mercadosdébiles, con dicho suministro limitado,son especialmente vulnerables a la ma-nipulación. La prohibición de los con-tratos a largo plazo fue un intento degarantizar mercados fuertes y competiti-vos. Había otra razón, menos inspiradaen el interés público: los que comercia-ban con la electricidad querían que elcomercio se incrementara; así es comoganaban dinero. Pero existía un riesgoque representaba un inconveniente paradepender de las operaciones al contado.Los mercados al contado pueden sermuy variables. Las variaciones en laoferta y la demanda pueden provocargrandes cambios en los precios, inclusoaunque los mercados sean relativamentefuertes. Las economías domésticas másmodestas y las pequeñas empresas eranespecialmente vulnerables a esta variabi-lidad de los precios. Necesitaban seguri-dad en los precios para planificar suspresupuestos. Éste es un riesgo contra elque no se pueden contratar seguros… yal que no tenían que enfrentarse duran-te el sistema anterior. Los topes a losprecios limitaban este riesgo, pero loderivaban hacia los minoristas, los quecomerciaban con la electricidad. En elproceso de desregulación, la preocupa-ción por el riesgo pasaba a un segundo

plano ante el entusiasmo de que la des-regulación traería consigo precios másbajos. Si el precio de hoy es de 5 centa-vos por kilovatio, ¿quién se va a quejarsi hay una cierta variabilidad, es decir, sia veces el precio está en 4 centavos yotras veces en 2? Cualquiera que fueseel resultado, los consumidores y las em-presas estarían mejor. Pocos –salvo loseconomistas muy versados en los peli-gros de la manipulación del mercado–hubieran imaginado que California, ainstancias de empresas como Enron, ha-bía apostado por el peor de los mundosposibles: un mundo de mayor riesgo ysujeto a la manipulación del mercado.

En respuesta a las críticas de que erala manipulación del mercado la que es-taba agravando, si no causando, los pro-blemas, el Gobierno de Bush inició laofensiva: tomó los altos precios comoexcusa para incidir en áreas medioam-bientales sensibles como el Ártico y re-ducir las regulaciones medioambienta-les. La escasez de energía de California,según afirmaban, no se debía a la mani-pulación sino a restricciones medioam-bientales que limitaban la expansión dela capacidad. En aquel momento, el ar-gumento no pareció muy persuasivo.Después de todo, cuando se produjo laliberalización, no parecía que hubieraescasez de capacidad; lo que preocupa-ba era la capacidad excesiva. Las empre-sas de energía no estaban reclamando laconstrucción de nuevas centrales. Ha-bía otras incoherencias sobre la supues-ta escasez de suministro. También pare-cía existir una escasez de gas natural y,sin embargo, una quinta parte de la ca-pacidad de conducción no se estabautilizando.

Pero, retrospectivamente, el argu-mento de que las restricciones medio-ambientales estaban causando una esca-sez de suministro parece todavía menosconvincente: con la restauración de laregulación, la escasez de energía havuelto a desaparecer. De hecho, pocomás tarde, los analistas comenzaron abajar la calificación de las compañíasenergéticas por la preocupación sobre lacapacidad excesiva, no por la escasez.Había habido escasez, pero era evidenteque había sido consecuencia de la mani-pulación del mercado, incluyendo la delos que querían que se retiraran las regulaciones medioambientales. Los cos-tes medioambientales eran costes reales:la contaminación del aire conduce a unavida más corta y menos saludable; losgases invernadero conducen al calenta-

miento global de la atmósfera. Las ciu-dades de Estados Unidos son más lim-pias, y nuestras vidas más saludables gra-cias a las regulaciones medioambientales(algunas de las más importantes se apro-baron durante la presidencia de Bushpadre). Hacer que las empresas de elec-tricidad paguen estos costes reales es,sencillamente, buena economía.

Ya fuera la crisis motivada por lamanipulación o por una escasez tempo-ral, había maneras mucho mejores deresolverla que la que eligió el Gobiernode Bush hijo8. (Dudo en llamarla políti-ca ‘‘de libre mercado’’ debido a la im-portancia que adquirió en su formula-ción el papel de Enron y de otros quede hecho lo estaban manipulando, noera un mercado verdaderamente libre ycompetitivo). Brasil se enfrentaba a unacrisis de la electricidad más o menos enlas mismas fechas, pero, afortunada-mente, tenía un Gobierno en el que losautores de la manipulación disponíande menos influencia, un Gobierno queera al mismo tiempo menos ideológicoy estaba más comprometido a protegera su ciudadanía y a sus empresas de lapenuria económica. Los líderes de Brasilhicieron lo que la mayoría de loseconomistas habrían recomendado:buscar la manera de aplicar los incenti-vos adecuados y minimizar al mismotiempo las consecuencias de la distribu-ción. Había una solución fácil y están-

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8 La experiencia de California ilustra la dificultadde que la desregulación se haga ‘‘bien’’. Parte del mo-tivo es que, incluso en un Estado grande como el deCalifornia, la competencia en la generación puede serlimitada. Los defensores de la desregulación recono-cían que probablemente no habría competencia en latransmisión, pero asumían que habría una fuertecompetencia en la generación y comercialización; ymuchos infravaloraron los problemas de que un mer-cado competitivo funcionara cuando la pieza clave, latransmisión, era esencialmente un monopolio. Partedel motivo tenía también que ver con la «economíapolítica»: aunque los críticos de la regulación se que-jan de la politización del proceso regulatorio (y tam-bién de la propiedad estatal), no se dan cuenta de queel proceso liberalizador (como el proceso de la privati-zación) está lleno de problemas similares, con conse-cuencias potencialmente mucho peores. Algunos in-terpretan que los errores de California se derivan tan-to de batallas políticas entre las empresas dedistribución y las de generación (y las preocupacionesde los proveedores de electricidad por los costes detransición a la competencia) como del deseo de prote-ger a los consumidores. Algunas iniciativas desregula-doras (Pensilvania, Nueva Jersey) parecen haber teni-do mucho más éxito –hasta el momento– que la deCalifornia. En todo caso, merece la pena destacar queEnron y el resto de empresas que manipulaban losprecios sólo fueron parte del problema; cabe pensarque las empresas de generación, por sí solas, habríancausado prácticamente los mismos problemas sin laayuda de Enron.

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dar. En tanto que los consumidorescompraran una cantidad menor que laque habían comprado el año pasadopagarían un precio fijo (igual o ligera-mente más alto que el del año pasado),mientras que habría un mercado librepara los incrementos del consumo. Estemodo de establecer el precio de la elec-tricidad en dos niveles, o en múltiplestramos, es bastante frecuente desde ha-ce tiempo. Este sistema permite que lasfuerzas del mercado actúen librementesobre los márgenes, pero evita las enor-mes redistribuciones (con los altos cos-tes sociales y económicos que conlle-van, incluidas las quiebras) que los pre-cios astronómicos de la electricidad deotro modo podrían implicar. Brasil su-peró su crisis de la electricidad muchomejor que Estados Unidos.

Nunca estará claro si era ideologíade libre mercado, presión ejercida porparte de Enron o simplemente resul-tado de no contar con unos econo-mistas lo suficientemente reflexivos ycreativos que recomendaran al Go-bierno de Bush que adoptara el mis-mo tipo de enfoque que Brasil. Pero,a medida que se fueron acumulandolos problemas, se hizo finalmente ine-vitable la actuación gubernamental,incluso para los reguladores del libremercado que Bush había nombradoen la Comisión Federal Reguladora deEnergía. Las pruebas podrían no ha-ber sido nunca descubiertas si no hu-biera sido porque la codicia de Enronfinalmente le llevó a la quiebra y losprocesos judiciales consiguientes reve-laron finalmente los documentos don-de se mostraba cómo habían interveni-do los procesos de manipulación demercado: por ejemplo, el envío de elec-tricidad fuera del Estado para aumentarla escasez y que los precios subieranaún más. Se descubrió que Enron noestaba sola; otras compañías eléctricas,cuyo trabajo era hacer que el mercadofuncionara mejor, aprovecharon estaoportunidad para manipular el merca-do y mejorar sus beneficios a costa delEstado de California y sus ciudadanos.Trabajaron juntos siguiendo diversasestrategias a las que pusieron nombresen clave como ‘‘Death Star’’ o ‘‘GetShorty’’. Las conversaciones grabadasdemostraban el inmenso poder de losmanipuladores (que a veces mostrabanincluso un ligero grado de compasión:en uno de los momentos, se escucha auno de los manipuladores decir ‘‘noquiero aplastar demasiado al merca-

do’’)9.El camino de la manipulación del

mercado llevó de la electricidad al gas.La empresa de gasoductos El Paso habíarestringido deliberadamente el flujo degas. Los gasoductos, al igual que la elec-tricidad, se habían considerado un mo-nopolio natural; y, a medida que fueavanzando la liberalización, empezó aexistir cierta preocupación sobre cómodicho monopolio podría abusar de supoder. Una de las preocupaciones, sinembargo, no recibía suficiente atención.El Paso era propietaria del gasoductopero era también la mayor productorade gas. Aun cuando no cobrara un pre-cio excesivo a las otras empresas queutilizaban el gasoducto, su control so-bre el mismo hacía posible que restrin-giera el flujo de gas en su totalidad parapermitir que el precio de mercado su-biera por las nubes. Con la regulación,con un precio fijo del gas, la empresano tenía incentivos para hacerlo. Peroahora sí. Y al tener este incentivo, lo hi-zo. Lo que perdió en ingresos del gasque despachaba fue más que compensa-do por la subida del precio del gas quevendía. Aunque finalmente alcanzó unacuerdo con California por valor de casi2.000 millones de dólares, incluso condichas penalizaciones la manipulaciónhabía resultado rentable, ya que losconsumidores de El Paso habían pagadomás de 3.000 millones de dólares másde lo que habrían pagado si no se hu-biera producido la manipulación. (Lamanipulación del mercado afectó tam-bién a Washington, Nevada y Oregón,todos los cuales recibieron también di-nero del acuerdo).

La criba de los complicados y ocul-tos archivos le llevaría dos años a la Co-misión Federal Reguladora de Energíahasta llegar a un veredicto acerca de loocurrido: su conclusión fue que los es-fuerzos por manipular la electricidad yel gas natural habían sido ‘‘epidémicos’’.Enron fue acusada de manipular no só-lo el mercado de la electricidad sinotambién el del gas natural. Anterior-mente se había pensado que el mercadoera demasiado grande para ser manipu-lado por una sola empresa. Enron habíademostrado lo contrario. Irónicamente,cuando este libro vaya a la imprenta al-gunos de los que se beneficiaron de lamanipulación del mercado que condujoa precios distorsionadamente altos con-

tinuarán defendiendo que sigan cum-pliéndose los contratos a largo plazo fir-mados a esos precios tan altos.

Incursiones en el exteriorEn Estados Unidos, durante los felicesnoventa, Enron se vendió como uno delos modelos de la Nueva Economía, unaempresa innovadora que aprovechabalas nuevas oportunidades facilitadas porla liberalización para hacer que los mer-cados funcionaran mejor. Unos merca-dos mejores significan una vida mejorsupuestamente para todos los estadou-nidenses y para el resto del mundo.

En los noventa Estados Unidos ha-bía abrazado la globalización. Enrontambién se mostró partidaria de la glo-balización, al estilo americano. Predicóla liberalización en el exterior, al igualque lo hacía en casa. Colaboró con losGobiernos –extranjeros y nacional– pa-ra contribuir a crear las condiciones queconducirían a la inversión. En sus in-cursiones en el exterior aplicó las mis-mas prácticas y visión duras del comer-cio moderno que tan buenos resultadosle habían dado en casa e invirtió milesde millones de dólares en el exterior.

Pero así como muchas personas enlos países en desarrollo consideraban laglobalización y la forma en que era ges-tionada por Estados Unidos de formabastante distinta a la de Estados Uni-dos, también los ciudadanos del mundoen desarrollo tenían una visión de En-ron bastante diferente. Mucho antes deque la reputación de Enron se vieramancillada en nuestro país, ya era con-templada con recelo en el exterior. Elproyecto energético de Enron en la In-dia fue una de las inversiones extranje-ras directas más importantes de la histo-ria de ese país; y, tanto en la India comoen los demás países, Enron se convirtióen el símbolo de todo lo que había idomal en la globalización. Nada ejemplifi-ca mejor la historia que su inversión enuna central eléctrica, Dabhol II, en elEstado de Maharashtra, en la India.Aunque toda la operación estuvo mar-cada por una sucia influencia política,es a su aspecto económico al que quieroreferirme en este caso. El Banco Mun-dial, aunque no se puede decir quemantuviera muy malas relaciones conEnron (le había proporcionado más de700 millones para diversos proyectos),criticó duramente el proyecto por consi-derarlo demasiado costoso y concluyóque no era económicamente viable. Ha-bía una manera de hacerlo económica-

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9 Fox, Enron: The Rise and Fall, p. 210.

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mente viable (para Enron, no para laIndia): garantizar unos altos preciosde la electricidad para la empresa.Evidentemente, unos precios altossignificarían que la India, en sulucha por competir en los mercadosglobales, se vería colocada en una po-sición de aún mayor desventaja.

Enron recibió un contrato delos denominados take or pay (es de-cir, con una cuota mínima de de-manda que incluye la obligación depagar lo que no se consume), que de-jó que la empresa se llevara los benefi-cios y la India pagara el precio y so-portara el riesgo. Era el tipo de alian-za pública/privada que el sectorprivado encuentra tan rentable en todoel mundo en desarrollo. De conformi-dad con estos contratos, el Gobiernogarantiza, en efecto, que Enron enviarála cantidad de energía acordada al pre-cio acordado, sean cuales sean las con-diciones económicas o el precio de laelectricidad global. Con ello, el sectorprivado no tenía que correr con ningúnriesgo comercial en relación con la de-manda. El inversor tenía una única res-ponsabilidad: ser capaz de instalar unacentral eléctrica a un coste que le per-mitiera luego suministrar electricidadcon un beneficio. Pero el precio se fijótan alto que prácticamente no suponíariesgo para Enron. Cabría pensar que laesencia de una economía de mercado esque los que realizan la inversión asu-men el riesgo… no la gestión del ries-go. También cabía pensar que si Enronestaba tan convencido de que era unbuen proyecto, habría estado dispuestoa soportar el riesgo. (De hecho, los in-gresos de Enron en 2000 representaron¡más de la quinta parte del PIB de laIndia!). Pero en el esfuerzo por promo-ver la privatización, o, al menos, losbeneficios para las empresas privadasestadounidenses, estos principios se de-jaron a un lado.

También hubiera podido pensarseque, dado que una parte tan grande delriesgo estaba siendo asumido por la In-dia, la rentabilidad sería relativamentebaja, pero no era así: las cláusulas delcontrato estipulaban que Enron teníaque obtener una rentabilidad del 25 %antes de impuestos. Los precios estable-cidos en el contrato dejaron atónitos alos observadores exteriores. Antes deque Enron fuera obligada a echarseatrás, propuso una tarifa de 7-14 centa-vos por kilovatio/hora para la electrici-dad producida en la central de Dabhol

II. Incluso más tarde, cuando el precio seredujo en aproximadamente un 25% (yEnron era todavía capaz de obtener unarentabilidad que superaba los nivelesnormales permitidos por la legislaciónindia), el precio de la electricidad delproyecto fue mucho más alto que el delos productores domésticos, más del do-ble según varias estimaciones. Con las es-tipulaciones de take or pay firmadas porel Gobierno indio –los compromisos quesuperaban los 30 millardos de dólaresdurante la vigencia del contrato (un solocontrato equivalente al 7% del PIB delpaís) y los compromisos firmados porgran parte de los avalistas del Gobiernode Estados Unidos a través de una agen-cia que garantizaba dichos riesgos– ycon otros subsidios adicionales propor-cionados por el Export-Import Bank deEstados Unidos, los números no cuadra-ban. ¿Por qué el Gobierno indio firmóel contrato cuando podía haber conse-guido electricidad en mejores con-diciones en cualquier otro lado? En par-te, la respuesta era: por la presión políti-ca ejercida por Estados Unidos. Losdirectivos de Enron realizaron un viaje

oficial a la India para presionarlaa través del embajador de Estados

Unidos. Aunque Enron continúamanteniendo que se atuvo a la

Foreign Corrupt Practices Act (Leyde Prácticas Corruptas en el Ex-tranjero), que prohíbe los sobornos

a los funcionarios del Gobierno,en la India siguen sin dejarse con-vencer. Y estas sospechas de téc-

nicas torpes, combinadas con la eco-nomía evidentemente adversa (para pa-gar lo que el Gobierno indio habíaprometido tendrían que realizarse recor-tes en las inversiones y los gastos sociales)generaron una ruidosa oposición.

Cuando estallaron los disturbios, lapolicía actuó de forma abusiva, segúnlos posteriores informes de HumanRights Watch. Justificadamente o no, seculpó a Enron, intensificando de estemodo el antagonismo. Cuando la Indiaamenazó con cancelar o alterar el acuer-do, Estados Unidos ejerció toda la pre-sión posible, tanto durante la era deBush como durante la de Clinton. Du-rante el Gobierno de Bush, las llamadas

telefónicas procedían supuestamentedel vicepresidente; durante la deClinton, de un nivel algo más bajo.

El Gobierno se había puesto a sí mismoen una posición desde la que pensabapoder ejercer presión legítimamente ennombre de una determinada corpora-ción estadounidense (que a la sazón re-sultó ser un gran colaborador en lascampañas de ambos partidos): dado queEstados Unidos había avalado parcial-mente los préstamos, el dinero de loscontribuyentes estadounidenses estabaen riesgo. Pero el problema se remontaa más atrás: ¿por qué el Gobierno deEstados Unidos avala un proyecto cuan-do incluso el Banco Mundial lo ha re-chazado por no ser económicamenteviable, un proyecto que haría que la In-dia fuera menos capaz de competir en elmercado global mientras que proporcio-naba a Enron una enorme rentabilidadque no guardaba proporción con losriesgos que asumía? ¿Qué papel desem-peñaba la influencia política?

Enron y el capitalismo de amiguetes al estilo americanoEl comportamiento de Enron y las in-tervenciones políticas relacionadas conél suscitaron, como es lógico, este tipode preguntas. Lamentablemente, la his-toria de Dabhol no fue un hecho aisla-do. También surgieron problemas conlos proyectos de Enron en Argentina,

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Mozambique e Indonesia. Aunque setrataba de una empresa que parecía ba-sarse en la liberalización (quitarse alGobierno de en medio), fue una empre-sa que medró gracias a un Gobiernoque hacía lo que a ella se le antojaba.

En Estados Unidos, Enron había re-alizado una gran inversión en desarrollarrelaciones con funcionarios del Gobier-no… antes de que asumieran el cargo,mientras lo ocupaban, a través de dona-ciones a partidos y después de abando-narlo. El dinero se repartía de formabastante igualitaria: tres quintas partes alos republicanos, dos quintos a los de-mócratas. Este solo hecho debería haberlevantado sospechas. Se puede entenderque se dé dinero para apoyar a los can-didatos que están a favor de la posturaque uno mantiene; y sin duda eran losrepublicanos los que estaban más a fa-vor de la liberalización. Pero parecía queEnron enfocaba el tema del dinero deuna forma mucho más táctica. A cam-bio de una aportación relativamente pe-queña, parecía que algunos congresistasestarían más inclinados a apoyar al me-nos alguna de las posturas de Enron.Pero existía también un componen-te defensivo: si le das bastantedinero a ambos partidos,puedes mantener la in-fluencia, sea cual sea elque esté en el poder, ytambién puedes proteger atus benefactores. Cuandoestalló el escándalo de En-ron, la estrecha relaciónentre los republicanos yEnron, y especialmente entreBush y Ken Lay, su presidente(tan estrecha que en algúnmomento llegó a ser el candi-dato favorito interno paraocupar una cartera ministerial, proba-blemente como secretario de Energía),llevó a muchos a sospechar que los de-mócratas sacarían tajada política del es-cándalo. Pero no lo hicieron, o al me-nos lo hicieron en una medida muchomenor de lo que habría cabido esperarsi no se hubieran beneficiado ellos mis-mos de las tan bien distribuidas ‘‘inver-siones políticas’’ de Enron.

Tanto en el Gobierno de Bush co-mo en el de Clinton, la lista de los quehabían trabajado para Enron o habíanrecibido dinero de esta empresa (ya fue-ra supuestamente por trabajo o poraportaciones a la campaña) era larga. Enella se encontraban, por ejemplo, Ro-bert Zoellick, representante comercial

estadounidense de Bush, y LawrenceLindsey, jefe del Consejo EconómicoNacional, cada uno de los cuales habíarecibido unos 50.000 dólares en con-cepto de contratos de consultoría. Elfiscal general John Ashcroft recibió unaaportación a la campaña de 574.999dólares en 2000. Los lazos se mantuvie-ron después de que algunos abandona-ran el cargo: el embajador estadouni-dense en la India fue nombrado miem-bro del consejo de administración deEnron; Robert Rubin se convirtió enpresidente del Comité Ejecutivo delGrupo Citibank, uno de los bancos quehabía participado en muchas de las ne-fastas actividades de Enron. Un altofuncionario del Gobierno de Bush,Thomas White, secretario del Ejército,había sido vicepresidente de Enron.

Así que existía una red de conexio-nes. Dada la gran rentabilidad obtenidapor Enron de muchas de sus inversio-nes, cabría pensar que estas inversionesen conexiones políticas deben de habercompensado. Y existen abundantespruebas de que es así. Gran parte de

ellas, quizá todas, eran legales, aunque aveces la ley se cambiaba o se esquivaba.(Antes había una restricción de cincoaños para que un funcionario del Go-bierno no pudiera utilizar sus influen-cias derivadas de su cargo público ante-rior; en los últimos meses del Gobiernode Clinton, este periodo se redujo nota-blemente. De no haber sido así, la pre-sión ejercida por un antiguo funciona-rio del Tesoro de Estados Unidos podríahaber constituido una violación de laley.) Pero la cuestión no es si estaba ono dentro de la ley: se suponía que Es-tados Unidos estaba estableciendo unmodelo de economía de mercado quedebería funcionar. La lección que diofue la del ‘‘capitalismo de amiguetes’’.Era algo más que una ironía por partede Ken Lay y el Gobierno de EstadosUnidos: Enron, el supuesto campeón dela economía de libre mercado, y KenLay, un destacado crítico del Gobierno,estaban deseando recibir ayuda del Go-bierno: miles de millones de dólares enpréstamos y garantías. Lay utilizó a susamigos mejor situados para que apoya-ran a su empresa y después hizo todo lo

posible para evitar los impuestos(con notable éxito). Estados Unidos,

especialmente los funcionarios del Te-soro, estaban dando lecciones de ca-pitalismo de amiguetes al este asiáti-co y aparentemente poniéndolas en

práctica ellos mismos. Aunque Enron utilizó la influen-

cia que presuntamente había com-prado para obtener ayuda y financia-

ción del Gobierno (recibió más de3.600 millones de dólares en seguros yfinanciación pública), los directivos dela empresa se dieron cuenta de que po-drían ganar todavía más dinero ayudan-do a conformar las leyes que facilitabanel entorno adecuado (para, por ejemplo,poder beneficiarse legítima o ilegítima-mente de la desregulación) y previnien-do las acciones que pudieran dañarlo.La empresa quería ser capaz de manipu-lar el mercado de la energía y de seguirutilizando trucos contables para exage-rar sus beneficios y aumentar su valorde mercado. Y Enron, a través de su in-fluencia, aunque no obtuvo todo lo quequiso, consiguió bastante. Enron y suslíderes disfrutaban de una altísima posi-ción tanto en las esferas de influenciapúblicas como en las privadas. No fuesorprendente, por tanto, que cuando el

presidente de la SEC, Arthur Levitt,creó una comisión para estudiar la va-

loración de la Nueva Economía en

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2000, Ken Lay fuera uno de sus miem-bros. (Yo fui otro.)

A finales de los noventa, había unapreocupación cada vez mayor por laburbuja; y Levitt (entre otros) temíaque las técnicas y procedimientos de au-ditoría que se habían desarrollado paravalorar, por ejemplo, una empresa delacero, no funcionaran en la Nueva Eco-nomía. En la ‘‘vieja economía’’, las em-presas tenían activos como edificios yequipos; estos activos tenían un periodode vida útil normal y sabíamos cómoamortizar su valor en el tiempo. Lasnormas de auditoría eran imperfectas:no reflejaban perfectamente la disminu-ción del valor de mercado de un activocon el paso del tiempo. Pero estas nor-mas servían como buenas reglas genera-les; y cuando había un sesgo (por ejem-plo, cuando las normas de auditoríaasumían una vida más corta para unedificio de la que tenía en realidad o va-loraban un terreno a su precio de com-pra sin tener en cuenta su revaloriza-ción) los analistas sabían cómo ajustarsus evaluaciones del valor de mercadode la empresa.

En la Nueva Economía, pocas em-presas tenían activos tangibles; alquila-ban las oficinas y los coches, a veces in-cluso los ordenadores y los teléfonos.Sus activos eran programas informáticos(a menudo en proceso de desarrollo) olistas de suscriptores. Entre sus verdade-ros activos estaban sus empleados clave,pero incluso estos eran difíciles de valo-rar: podían dejar la empresa y montaruna empresa rival. E incluso en las em-presas de la vieja economía, el ‘‘fondode comercio’’ (una estimación de la ca-pacidad de la empresa para obtener be-neficios no implícitos en otros activosfísicos) a menudo representaba una par-te sustancial del valor de la empresa.Cuando una empresa compraba otra aun precio significativamente superior alvalor de sus activos físicos, estaba com-prando algo, un activo, y había que de-nominarlo de alguna manera («fondo decomercio») y valorarlo.

La importancia de unas buenas nor-mas de auditoría debería estar clara a es-tas alturas: la información proporciona-ba la base para valorar a la empresa, y,por tanto, era crucial para las decisionesrelacionadas con la cantidad de capitalque se le asignaba. Una mala auditoríaimplicaba una mala información, lo quea su vez implicaba una mala asignaciónde recursos. Ésta, por supuesto, era laperspectiva de un economista. La pers-

pectiva del mercado era algo diferente:unas cifras de altos beneficios implica-ban unos altos valores de mercado e im-portantes ingresos para los directivos delas empresas.

Arthur Levitt era consciente de losincentivos distorsionados a los que seenfrentaba el sector de la auditoría y losdirectivos de las empresas a los queprestaban sus servicios; y era conscientetambién del amplio margen de discre-cionalidad que las normas de auditoríaproporcionaban a las empresas de laNueva Economía para falsear su situa-ción real. Sin embargo, cuando la Co-misión de la SEC se reunió en 2000 losconflictos de perspectiva se pusieron in-mediatamente de relieve. Los economis-tas de la Comisión estaban claramentemás preocupados que los miembrosprocedentes de Silicon Valley, los em-presarios de la Nueva Economía. Los deSilicon Valley confiaban absolutamenteen el mercado; y ¿por qué no iba a serasí? Después de todo, el mercado, consu sabiduría, había reconocido sus enor-mes capacidades y aportaciones, y leshabía recompensado convenientemente.La mentalidad de la liberalización hizode una mayor regulación por parte delGobierno –o incluso la discreta pro-puesta de información de la imagenfiel– un anatema. Lo que preocupabaeran los pleitos con los accionistas, queconsideraban un simple reflejo del vorazapetito de los abogados, y no parte deun sistema de frenos y contrapesos con-tra el voraz apetito de los directivos.

Dentro de la Comisión existíanfuertes divisiones. Dadas estas divisio-nes, el informe definitivo podía hacerpoco más que dirigir la atención a losproblemas de valoración de la NuevaEconomía (lo que en sí ya era un servi-cio importante) teniendo en cuenta losdiferentes puntos de vista sobre cómopodrían resolverse. Yo pertenecía a laminoría que pensaba que deberían em-plearse medidas regulatorias más fuer-tes, como la información de las opcio-nes sobre acciones. Ken Lay estaba en-tre la mayoría que prefería que las cosassiguieran como estaban y se resistía in-cluso a los leves cambios que proponíala SEC. Su lema era la confianza en elmercado; el mercado se encargaría desolucionar el problema. En cierto senti-do, Ken Lay tenía razón, pero no en elsentido que él y los demás miembros dela Comisión imaginaban. Y cuando elmercado «se encargó» de los problemasde la sobrevaloración de Enron –obli-

gándola a ir a la quiebra– salieron a laluz problemas más graves, como la ma-nipulación del mercado a la que nos re-ferimos anteriormente.

Los problemas de la política energé-tica de Estados Unidos, sin embargo,iban más allá de la desregulación y laauditoría. Cuando el Gobierno de Bushdecidió que Estados Unidos necesitabauna nueva política energética, constitu-yó un círculo de asesores, en su mayoríamuy relacionados con la producción depetróleo y gas, a los que por tanto lesagradaba mucho ver que aumentabanlas oportunidades de producción. ElGobierno de Bush esperaba mantenerlos nombres de los miembros de estegrupo asesor en secreto, pero, comoocurre con frecuencia, la informaciónacaba saliendo a la luz de una forma uotra. Al ser productores, al grupo asesorle preocupaba más aumentar la produc-ción (por ejemplo, abriendo el Ártico aun mayor desarrollo, lo que presumible-mente incrementaría sus beneficios) quela conservación. Era una política que po-nía en riesgo la seguridad de EstadosUnidos, dado que implicaba que fuera aparar más dinero a los países productoresde petróleo de Oriente Próximo que fi-nanciaban el terrorismo, y que la subidade los precios del petróleo debilitara laeconomía estadounidense y beneficiaraa las empresas petroleras. La conserva-ción hubiera sido una idea mejor, yaque habría reducido la demanda y elprecio del petróleo, y fortalecido la eco-nomía de Estados Unidos. La ironía, sinduda, es que Bush intentara vender supolítica como una mejora de la seguri-dad de la energía norteamericana, ha-ciéndonos menos dependientes del pe-tróleo extranjero. Pero era una políticamuy estrecha de miras. La gran mayoríade las reservas de petróleo del mundoestán en Oriente Próximo; Estados Uni-dos, con sólo un 7% del suministromundial, no puede ser autosuficiente alargo plazo respecto a la energía… amenos que reduzcamos en gran medidanuestro consumo. Bush y su equipopropugnaban una política con el eslo-gan ‘‘Vaciemos primero América’’, con-sistente en que utilizáramos en ese mo-mento nuestras reservas, lo que signifi-caría que en el futuro dependeríamosaún más de Oriente Próximo.

Había razones sociales más ampliaspara perseguir la estrategia basada en laconservación: el mundo estaba empe-zando a notar los efectos del calenta-miento global, producido por la acu-

JOSEPH ST IGL ITZ

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mulación de gases en la atmósfera, queal parecer estaba aumentando más rápi-damente de lo que se había previsto ha-cía 15 años. Yo formé parte del panel decientíficos internacionales que observa-ron y sopesaron las pruebas científicas ylas consideró abrumadoras. Sin embar-go, al principio Bush sugirió que lacuestión seguía estando en disputa. Sólocuando la Academia Nacional de Cien-cias reafirmó lo que la comunidad cien-tífica ya había manifestado, es decir,que se habían producido aumentos sig-nificativos en la concentración atmosfé-rica de los gases que producen el efectoinvernadero y que éstos iban a dar lugara importantes cambios climáticos, Bushse echó para atrás en el aspecto científicopero no en su política. (Resulta intere-sante que Ken Lay apoyara las restric-ciones sobre la emisión de gases en lamedida que fueran acompañadas por lacomercialización; Enron había creadouna sociedad mercantil: sabían cómocomerciar con la electricidad y podíanganar dinero comerciando también conlas emisiones de carbono. Ésta es unaidea que la mayoría de los economistashabrían apoyado; Bush, sin embargo, larechazó).

La similitud entre las propuestas deBush sobre la energía y lo que Enronquería eran obvias, lo que llevó al vete-rano congresista demócrata por Califor-nia Henry A. Waxman, del Comité parala Reforma del Gobierno, a comentaren una carta a Dick Cheney: ‘‘Las polí-ticas del plan energético de la CasaBlanca no benefician exclusivamente aEnron. Y de alguna manera tienen unmérito independiente. Sin embargo, pa-rece claro que no hay empresa en el paísque haya sacado tanto provecho al plande la Casa Blanca como Enron’’10.

La interrelación entre la esfera pú-blica y la privada que Enron había teji-do con tan gran habilidad, podía con-templarse de dos maneras: o bien Enronprestaba un servicio público, ayudandoal Gobierno a comprender las compleji-dades de la economía de mercado paraque la actuación del Gobierno conduje-ra a una economía rentable; o bien En-ron era un maestro en la codicia empre-sarial, que intentaba utilizar al Gobier-no de todas las formas posibles paraenriquecerse a sí mismo. Poco había deverdad en la primera visión: sólo lo bas-

tante para que los funcionarios públicosque hacían lo que a Enron se le antoja-ba encontraran algún alivio en que loque hacían para Enron quizá tambiénfuera bueno para el país.

Este mismo argumento de la justifi-cación en aras de lo público se utilizópara ayudar a Enron cuando se acercabaa la bancarrota. Un antiguo alto funcio-nario del Tesoro, Robert Rubin –poraquel entonces alto directivo tambiénde Citigroup– requirió al subsecretariodel Tesoro, Peter Fisher, una reduccióninminente de la deuda de Enron. Al ha-cerlo, podía pensar que no sólo estabaayudando a Enron; después de todo,¿quién sabía qué consecuencias podíaacarrear para toda la economía norte-americana el colapso de Enron? (Enaquel momento, muchos no conocían elalcance del riesgo que corría Citibank,en qué medida había ayudado a queEnron participara en sus arteras manio-bras y cuánto dinero le había prestado,dinero que probablemente no se devol-vería íntegramente si Enron iba a laquiebra). Era la misma excusa que sehabía utilizado anteriormente cuando laReserva Federal de Nueva York ayudó aorquestar el rescate del mayor fondo decobertura, Long Term Capital Manage-ment. Era el tipo de razonamiento quese había utilizado repetidamente paralos rescates del FMI. Si los bancos y losinversores occidentales no eran rescata-dos, quién sabe cuáles serían las conse-cuencias. Y era también el mismo argu-mento que se había utilizado para sofo-car el debate público sobre la políticamonetaria: que dicho debate podía irri-tar a los mercados. Al igual que los queabogaban con más fuerza por los merca-dos libres parecían ser los mejor dis-puestos a la hora de utilizar la ayuda ylos subsidios del Gobierno, también pa-recían mostrar muy poca confianza enlos mercados, temerosos de que pudie-ran ser perturbados tan fácilmente.

Enron fue, en aquel momento, laquiebra más importante de la historia.Esto, por sí mismo, ya entrañaba unconsiderable interés. La duplicidad quese descubrió rápidamente (el hecho deque los altos directivos animaran a susempleados a comprar acciones mientrasellos las estaban vendiendo), las penu-rias que se vieron obligados a sufrir losempleados que perdieron sus trabajos ysus pensiones y el contraste con los altosdirectivos que parecían tan bien prote-gidos; la estrecha relación entre Enron ysu presidente con el Gobierno de

Bush… todo ello garantizaba que la his-toria de Enron se convertiría en un éxi-to mediático. Pero en cambio ha sidopoco a poco, según iban transcurriendolos meses, cómo se ha ido descubriendoen qué medida la historia de Enron erala misma que la historia de los noventa:los excesos de la desregulación, las argu-cias contables, la codicia empresarial, lacomplicidad bancaria. Así también, amedida que la globalización abrazaba elmundo, Enron abrazaba la globaliza-ción, y mostraba al mundo su lado másoscuro. Su final, y los problemas quequedaron al descubierto tras el mismo,han fortalecido las críticas a la globali-zación. Desde entonces los hechos handemostrado que si bien los problemasde Enron fueron extremos, no fueronaislados; que, incluso, en algún sentido,permanecen. n

Traducción: Carlos Rodríguez Braun

[Este texto corresponde al capítulo 10 del librode J. Stiglitz Los felices 90. La semilla de la des-trucción, de próxima publicación, Taurus, 2003].

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en2001.

EL ‘CASO ENRON’

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10 http://www.house.gov/reform/mn/pdfspdf_inves/pdf_admin_ enron_jan_16_let@pd

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IRAK: RESURGEN LOS CLANES Y LAS TRIBUS

RYSZARD KAPUSCINSKI

l desarrollo del conflicto de Irakaumenta la preocupación que susci-tan en mí el presente y el futuro del

Tercer Mundo. El fácil triunfo consegui-do sobre el Ejército iraquí y la casi inme-diata desaparición total del Estado de Sa-dam Husein confirman el avance de cier-tos procesos que yo observo desde hacebastante tiempo: la crisis del Estado pos-colonial.

El origen de los Estados poscolonialesPara entender en qué consiste la crisisde hoy hay que retroceder en el tiempomedio siglo, hasta el momento en elque comenzó el gran proceso de desco-lonización de los territorios dependien-tes. Ese proceso dio como resultado laaparición en los mapas del planeta devarias decenas de nuevos Estados for-malmente soberanos. La descoloniza-ción comenzó en Asia, pero muy prontose extendió a otras zonas del planeta y,en particular, a toda África. Para enten-der los fenómenos de hoy debemos te-ner muy en cuenta cómo se produjo ladescolonización. Sus mecanismos y for-mas nos explican muchos de los sucesosque observamos hoy, en el siglo XXI.

La descolonización se desarrolló encasi todas partes de la misma manera.Después de la Segunda Guerra Mun-dial, en muchos territorios colonialesaparecieron fuerzas políticas, movi-mientos de liberación nacional, que exi-gían la independencia. Esas fuerzas seconcentraban, por lo regular, en las ciu-dades, donde vivía la intelectualidad lo-cal, la gente mejor preparada. Los paísescoloniales, uno tras otro, poco a poco,fueron logrando la independencia.Unos la consiguieron por la vía del de-recho internacional; otros, como Arge-lia o Angola, con las armas en la mano.En algunos casos la lucha por la inde-

pendencia pasó por la desintegración delos nuevos Estados emergentes, comosucedió con la India y Pakistán.

El primer gran problema que gene-ró ese proceso de independización delos territorios coloniales se relacionócon las personas que asumían en ellos elpoder. En casi todos los nuevos Estadoslos representantes de los ya citados mo-vimientos de liberación nacional se hi-cieron con el control de las estructurasde la Administración colonial. Asumie-ron asimismo las fronteras trazadas porlos colonizadores y las estructuras socia-les dejadas en herencia por ellos. Hayque tener muy en cuenta que en los te-rritorios coloniales la estructura admi-nistrativa, las fronteras y la composiciónde la sociedad eran parámetros impues-tos por los colonizadores. Lamentable-mente, el nuevo poder asimiló total-mente las viejas estructuras y las hizoplenamente suyas. Eso significó que elnuevo poder empezó mal la andaduraindependiente, circunstancia que seconvertiría, en el futuro, en un graveproblema. Lo advirtió ya hace muchosaños el destacado economista francésRené Dumont. En su libro titulado ElÁfrica Negra empezó mal, hizo hincapiéen que los Estados poscoloniales africa-nos inauguraron mal su experiencia so-berana. Dumont recalcó que la mayordesgracia era que en esos países las es-tructuras coloniales habían sido asumi-das por el nuevo poder sin someterlas alas reformas indispensables.

Lamentablemente, en ningún paísse llevaron a cabo reformas serias. Por elcontrario, en casi todas partes las con-signas de las fuerzas de liberación nacio-nal empezaron a ser aprovechadas parareforzar y petrificar las viejas estructu-ras. Era imposible proponer la rea-lización de reformas o la modernizacióndel Estado y de sus estructuras porque

los autores de semejantes ideas eranacusados inmediatamente de apoyar lasestructuras tribales o de ser unos traido-res. Como consecuencia solían ser en-carcelados o eliminados. Las élites quese hicieron con el poder en los antiguosterritorios coloniales optaron por atrin-cherarse en sus posiciones y en todaspartes empezaron a dominar los siste-mas monopartidistas.

Como consecuencia, la única vía efi-caz que existía para cambiar de Gobiernoera el golpe militar. Por eso, en las déca-das de los años sesenta y setenta se pro-dujeron tantos golpes de Estado en lospaíses de África y Asia, así como enAmérica Latina, aunque allí los Estadosposcoloniales surgieron cien años antes.El Ejército solía hacerse con el poder au-toproclamándose única fuerza capaz desalvar al pueblo. Siempre anunciaba larealización de reformas, pero en definiti-va lo que siempre hacía era consolidar lasestructuras coloniales. Como se ve, el ca-mino de los golpes militares tambiénconduce a un callejón sin salida. Comoconsecuencia, el Estado poscolonial, entanto que modelo, sigue existiendo in-tacto hasta hoy, hasta los comienzos delsiglo XXI, sin haber sido sometido a lasreformas que requiere.

Ahora bien, esa falta de reformas esla causa principal de que el Estado pos-colonial sea un Estado muy débil y, hayque subrayarlo, casi siempre tambiénmuy pobre, incapaz de resolver esosgrandes problemas que son la insufi-ciencia de agua, la falta de empleo, lafalta de instrucción, las enfermedades,con frecuencia el hambre y siempre lapobreza.

La debilidad del Estado poscoloniales estructural y se refleja, por ejemplo,en el aislamiento del poder de la socie-dad. Aquí hay que repetir que el nuevopoder asimiló las estructuras antiguas,

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impuestas a la sociedad colonizada encontra de su voluntad. Esas estructurasson percibidas, en gran medida, comoestructuras hostiles, porque tanto el po-der colonial como luego el nuevo poderposcolonial no inventaron ningún tipode mecanismo o de correa de transmi-sión útil para comunicarse con la socie-dad, por cierto, muy diversificada.

Al principio las sociedades de losnuevos Estados poscoloniales se identi-ficaban con ellos. Su nacimiento des-pertó un gran entusiasmo, una verdade-ra euforia. No se puede olvidar que lassociedades coloniales jamás conocieronantes esa gran experiencia que era la li-bertad. La conquista de la independenciageneró grandes esperanzas, ilusiones yexpectativas. Yo tuve la suerte de presen-ciar en muchos países el fin de la épocacolonial y la proclamación de la inde-pendencia. Viví esa experiencia en Zam-bia, Malaui, Kenia, Uganda, Somalia,Ghana, Benin... Sólo en 1970 proclama-ron su independencia nada menos que17 países africanos. Los habitantes deesos países pensaban que la indepen-dencia les daría el bienestar. Estaban se-guros de que con la independencia vivi-rían mejor. Y sufrieron la primera desi-lusión cuando no fue así, cuando lesllegó la independencia política pero suscondiciones de vida no cambiaron. Porel contrario, en los años setenta se pro-dujeron largas sequías que provocaronla plaga del hambre en muchas partes.Esa circunstancia también aceleró la cri-sis del Estado poscolonial que ya estabaen marcha, como igualmente la impulsóla baja calidad de las élites que se hicie-ron cargo del poder. Las élites se depra-varon y corrompieron muy pronto. Enlos Estados poscoloniales se generaliza-ron fenómenos tan negativos como elcompadrismo y el tribalismo. Para loscargos de responsabilidad eran nombra-

das personas pertenecientes al partidodel poder o a los clanes y a las tribus li-gadas a los gobernantes.

Hay que recordar que la descoloniza-ción puso en marcha el éxodo de la po-blación rural hacia las ciudades. La gentetenía la ilusión de que trasladándose a lasciudades podría vivir mejor. Ese éxodo sevio impulsado en muchas partes por lasequía, por el hambre. Como la ayudainternacional suele llegar ante todo a losmayores centros urbanos, miles y milesde seres pobres y hambrientos, carentesde propiedad alguna, peregrinaban aellos para sobrevivir. Las consecuenciasson de sobra conocidas: se produjo unareducción excesiva de la población quehabitaba las áreas rurales mientras lasciudades, agigantadas por enormes ba-rriadas de chabolas, se transformaron en

monstruos que nadie está en condicionesde administrar. La gente llegada del cam-po se instalaba en las chabolas y sufría lasplagas de siempre: el hambre, la falta detrabajo, las enfermedades. Y esas plagasson otra de las causas de los conflictosque observamos en las ciudades, conflic-tos que, a su vez, son el catalizador demuchos golpes de Estado militares.

Los Estados poscoloniales se desintegranObservamos esos procesos tanto enÁfrica como en Asia. En unos países es-tallaron guerras civiles, como fueron loscasos de Camboya o Vietnam. En la In-dia se produjo un grave conflicto entrela población hindú y la musulmanaque, en definitiva, concluyó con la divi-sión del país en dos nuevos estados, laIndia y Pakistán. Observamos tambiéndramáticas guerras y matanzas en Indo-nesia, Tailandia, Birmania y Malaisia.La población de todos esos países sufrepero las estructuras estatales son incapa-ces de resolver los problemas que sur-gieron juntamente con la conquista dela independencia. La historia de los Es-tados poscoloniales nos confirma quetodos los conflictos y problemas debili-tan sus estructuras. Esos Estados salende cada conflicto más débiles que antes.

La división del mundo en dos blo-ques y la guerra fría que mantenían in-fluían también de manera muy negativasobre los Estados poscoloniales. Lasgrandes superpotencias utilizaban elTercer Mundo como si fuese un campode ejercicios militares. Allí manteníansu pulso, allí se enfrentaban, porque noquerían combatirse en sus propios terri-torios o en Europa. Ese papel de polígo-no de tiro causó al Tercer Mundo gran-des pérdidas, aumentó notablemente lacorrupción de las élites y debilitó seria-mente las estructuras estatales.

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Los Estados poscoloniales salierontan debilitados de la guerra fría que nopudieron aprovechar los beneficios apor-tados por su terminación. Ahora bien,hay que poner de relieve que, aunque laguerra fría era muy negativa en general,obligaba tanto al Este como a Occidentea ayudar económicamente a los paísesposcoloniales. Las dos partes invertían enel Tercer Mundo y financiaban en ellosimportantes proyectos. Lo hacían, natu-ralmente, para fortalecer su influenciaen un determinado país, pero lo hacían.El fin de la guerra fría hizo que, al díasiguiente de haber terminado, los paísesdesarrollados perdieran todo interés porlos Estados que, hasta hacía muy poco,habían sido apoyados para impedir queel adversario los controlase. Disminuyóde manera radical la ayuda para los paí-ses del Tercer Mundo y los contactosmantenidos por los países desarrolladoscon esa parte del mundo. El TercerMundo desaparece de los medios y, porconsiguiente, también desaparecen deellos los problemas que tienen y que nollegan hasta el conocimiento de las éli-tes y del gran público. Para colmo desa-pareció ya la generación de grandes lí-deres, de aquellos que encabezaron lalucha por la liberación nacional, comoNehru en la India o Nyerere en Tanza-nia. En su lugar aparecen figuras deproveniencia militar o burocrática, perosin mayor respaldo, sin acervo y sin ca-risma, es decir, sin algo que tiene enor-me importancia en las sociedades delTercer Mundo.

Por otro lado hay que reconocer quefueron los héroes de la lucha por la libe-ración nacional los que condenaron alos nuevos Estados poscoloniales a ladebilidad, porque fueron ellos quienesde manera consciente y premeditadaoptaron por la asimilación de las estruc-turas coloniales. Esa elección se debió aque, desde el primer momento, las élitesde los movimientos de liberación nacio-nal sentían que eran demasiado débilespara transformar las estructuras del Es-tado poscolonial. Por eso aceptaron larealidad colonial para reformarla en unfuturo indefinido. A esa doctrina resumi-da en la frase “Los cambios luego” fueañadida otra: “Las fronteras son intangi-bles”. Ese último principio fue inclusoplasmado en la Carta de África, aproba-da en 1963 en Addis Abeba. Los firman-tes de la Carta se comprometieron a nopresentar reivindicaciones territorialescontra otros firmantes. Pero el proble-ma de las fronteras siguió vivo porque

fueron delineadas por las potencias co-loniales. Y cuando los Estados poscolo-niales empezaron a desmoronarse, a de-rrumbarse, resultó que la única estruc-tura social sólida que sobrevivía era laestructura de los clanes y tribus, es de-cir, una estructura que nada tiene quever con las fronteras artificiales de losEstados poscoloniales. Y hoy vemos có-mo en todas partes allí donde se hundeel Estado, las estructuras formadas porlos clanes y las tribus recuperan su fuer-za anterior. Esas estructuras lo han resis-tido todo: el periodo precolonial, la eracolonial y la época poscolonial. En mu-chos países poscoloniales esas estructu-ras son las únicas que existen de verdad,las únicas que no han dejado de funcio-nar. Cuando el Estado se derrumba ocuando atraviesa por una grave y pro-funda crisis, ésas son las estructuras queejercen el poder real. Ese fenómeno se

debe a que en los países poscoloniales nosuele haber fuerzas con raíces históricascapaces de reconstruir el Estado en crisis.Las estructuras basadas en los clanes ytribus tampoco están en condiciones derecomponer el Estado hundido, porquepor lo regular el alcance de su influenciasuele ser sólo regional, local. Pero mu-chas veces resulta que se trata de la únicafuerza, de la única estructura auténtica,que no hay ninguna otra fuerza capaz delevantar de nuevo el Estado desintegra-do. En el pasado funcionaban como cen-tro de atracción los partidos de libera-ción nacional, pero ahora ya no existen.Eran las únicas fuerzas de auténtico al-cance nacional. Sin embargo, cuando sedesintegra el Estado esas fuerzas tambiénse desintegran.

Los clanes y tribus no necesitan el EstadoPor otro lado observamos que, en reali-dad, en los Estados poscoloniales que sehan derrumbado no hay fuerzas intere-sadas de verdad en la reconstrucción delas estructuras estatales. Los clanes, lastribus, las fuerzas regionales no tienenel menor interés en reconstruir estruc-turas que estarían por encima de ellas.Ésa es la esencia de la situación en quese encuentra actualmente el TercerMundo. Los Estados poscoloniales sontan débiles que no es necesario atacarloscon grandes Ejércitos para destruirlos.En muchos casos es suficiente un bata-llón de desembarco para que sus Go-biernos desaparezcan. Lo hemos vistonumerosas veces en África, en las Sey-chelles, en Benin, en Sierra Leona. Pero,¿y luego qué? Cuando no hay partidosde liberación nacional capaces de actuarcomo centro de atracción, la única op-ción que existe son las alianzas entre tri-bus, entre etnias, entre fieles de deter-minadas religiones; pero esos pactos sonmuy frágiles, son muy poco duraderos.¿Qué podemos hacer? ¿Rodearemos to-do el planeta con fuerzas de estabiliza-ción? ¿Quién las financiará? ¿Quién lasdirigirá?

Cuando se derrumba el Estado pos-colonial lo que deja detrás de sí es unenorme vacío. Eso equivale a la reapari-ción de las manchas blancas. La explo-ración del Tercer Mundo comenzó porla eliminación de las manchas blancas.Hubo tiempos en los que prevalecíanlas manchas blancas en los mapas. Esasmanchas avisaban a los exploradores deque estaban en territorios inaccesibles.Ahora parece que retornamos a los terri-

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torios inaccesibles, territorios goberna-dos por caciques locales que no respetannada con la excepción de sus propiosintereses y que no tienen el menor inte-rés por la reconstrucción de estructurasadministrativas o sociales mayores, deestructuras estatales.

En las últimas décadas todos nosconcentramos en el análisis de los pro-cesos de la globalización. No nos dimoscuenta de que ese fenómeno está acom-pañado por otro también muy potente,que es la creciente anarquía del mundo,su atomización, el debilitamiento de lasestructuras estatales en muchas partes.En el periodo que nos interesa desapa-recieron totalmente algunas estructurasestatales, como ocurrió en Somalia. Enotras partes esas estructuras siguen exis-tiendo, pero en realidad son artificialesHoy en nuestro planeta existen muchosEstados marionetas. Tienen sus himnos,sus banderas y sus Gobiernos: sólo queesos Gobiernos, en la práctica, no go-biernan nada.

Hace cuatro años estuve en Malí yviajé a Tombuctú con una delegaciónoficial. Los representantes del Gobiernocentral de Malí querían organizar enTombuctú la Administración estatal. Setrataba de crear una estructura de poderestatal para una zona que constituía,más o menos, la tercera parte del terri-torio de Malí. La delegación guberna-mental quería que la población localaceptase sus propuestas. Uno de los ar-gumentos principales a su favor eran va-rios grandes sacos con maíz, es decir, unalimento que planeaban repartir entre lagente. De pronto me di cuenta de quetodo aquello pasaba 40 años después dela conquista de la independencia porMalí. Mi experiencia es un buen ejem-plo de lo débil que es el poder estatal enesos países. Pero más elocuente es aún elejemplo de la República Popular delCongo, donde el Gobierno controlabasolamente varios barrios de la capitalBrazaville. Los demás barrios los con-trolaban otras fuerzas.

Podemos tumbar un Gobierno trasotro pero corremos el peligro de des-truir también los Estados, quién sabe,quizás para siempre, porque podremosencontrarnos con una situación en laque no habrá fuerzas dispuestas o capa-ces de llevar a cabo la reconstrucción.En las sociedades del Tercer Mundo, enlos países poscoloniales, por lo regularno hay fuerzas de alcance nacional, nohay partidos nacionales y eso se debe aque en esos territorios nunca hubo na-

ciones. Ahora tampoco las hay. Tras elsurgimiento del Estado poscolonial nose produjo la revolución social quetransforma las distintas tribus en unanación homogénea. Por eso, en esas so-ciedades lo único que existe de verdadson las estructuras basadas en los clanesy tribus. Por eso los únicos auténticosrepresentantes de esas sociedades son losjefes de los clanes y tribus. Esos lídereslocales pueden estar interesados en lle-gar a acuerdos dentro del territorio delEstado derrumbado pero al día siguien-te pueden desentenderse de lo acordadoy volver cada uno a su tribu. Y en reali-dad esa inseguridad es el rasgo caracte-rístico de las sociedades poscolonialesdonde nada está definido de una vez ypara siempre. Por eso los jefes tribalespueden firmar hoy un acuerdo y maña-na violarlo.

Pero a pesar de todos sus defectos,en el momento en que los territorioscoloniales recuperaban la independen-cia, la única solución razonable era elEstado poscolonial. Las fuerzas que sehicieron con el poder en los Estadosposcoloniales no eran, en su mayoría,fuerzas nacidas de grandes guerras civi-les, como sucedió en China. Eran élitesque habían conseguido con su lucha laindependencia, pero muy poco nume-rosas, muy débiles, incapaces de refor-mar el Estado poscolonial y, aún menos,de modificar sus fronteras. No estabaninteresadas en corregirlas o retocarlasporque, en aquellos tiempos, cualquierintento de modificación de las fronterashubiese sido algo muy peligroso. Esmuy difícil adivinar ahora qué hubiesepasado si se hubiese elegido otro cami-no. En aquellos tiempos nadie sabía quéiba a ocurrir. Todos se encontraban enuna situación histórica totalmente nue-va. Entonces todos pensaban que elaplazamiento de las reformas estructu-rales y el mantenimiento intacto de lasfronteras eran decisiones positivas queno determinaban nada de manera defi-nitiva. Luego, lo que se ideó como unasolución provisional empezó a ser de-fendido como símbolo de la unidad dela nación y de la independencia, encontra de todos los que trataban de in-troducir cambios, de cuestionar la reali-dad en nombre de reformas y transfor-maciones indispensables. Desde el mo-mento en que esos países conquistaronla independencia no han vivido ni unasola transformación importante ni pro-funda. Vivieron muchos golpes de Esta-do, rebeliones militares, periodos de

hambruna y epidemias, pero nunca re-formas profundas del régimen, de las es-tructuras del Estado.

El ocaso del Estado poscolonialHoy tenemos en el mundo cerca deochenta países poscoloniales. En algu-nos el poder estatal está totalmente des-prestigiado, carece de autoridad y nadielo respeta. En esos países el Gobiernoen realidad no tiene poder. Hay, sin em-bargo, otros Estados en los que el Go-bierno, a pesar de todas las debilidadesy defectos de las estructuras, sí tiene po-der. Ése es el caso de la India, Egipto ola República del África del Sur. Esostres países tienen Gobiernos auténticos.Pero hay también muchísimos otros Es-tados poscoloniales muy débiles, comoSanto Tomás o Antigua, que son Esta-dos de opereta.

Junto al grupo de países poscolonia-les que podríamos definir como “nor-males” hay otros dos grupos más. Elprimero está integrado por territorioscomo Somalia, Sierra Leona, Afganistáno el Irak de hoy, en los que el Estado seha desintegrado. En ese tipo de Estadosel Gobierno, en el mejor de los casos,suele controlar solamente la capital ouna región. El segundo grupo de Esta-dos en crisis son los que están desgarra-dos por conflictos internos prolonga-dos, como ocurre en Sudán, donde elGobierno no controla la tercera partedel país, zona dominada por las fuerzasque combaten al poder central. Otrocaso parecido es el Chad, donde el Go-bierno controla solamente la capital,mientras que el resto del territorio delpaís se encuentra en manos de clanes,tribus, movimientos y bandas que cons-tantemente se combaten o alían sobre labase de pactos de muy corta vida.

¿Cuál es el futuro de esos países enla era de la globalización, de ese fenó-meno que los margina en vez de abar-carlos? Las manchas blancas vuelven areaparecer y hoy tenemos cada vez másterritorios que no funcionan, que hansido olvidados, que han sido borrados,territorios en los que, no obstante, viveuna gran parte de la humanidad. Y, la-mentablemente, se trata de un proble-ma que suele ser menospreciado o igno-rado. Sabemos destruir esos Estados,pero no sabemos qué hacer con el vacíoque surge tras su desaparición. Podría-mos dedicarnos a derrocar los regíme-nes malvados y corruptos (que, por cier-to, abundan), y a reemplazarlos con unaAdministración y un sistema artificial;

RYSZARD KAPUSCINSKI

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pero en algún momento tendríamosque entregar el poder a los lugareñospara que ellos continuasen la misión dereformar sus propias vidas, sólo quemuy pronto veríamos cómo todo volve-ría a su antiguo cauce. En muchísimaspartes vemos cómo recuperan su prota-gonismo miles de tribus que existíancomo tales antes de la época colonial.Yo recuerdo cómo se solía acusar a loscolonizadores de haber dividido Áfricaen varias decenas de territorios; pero locierto es que los colonialistas unificaronÁfrica, porque antes de que ellos apare-ciesen en el escenario africano, en elcontinente negro había unos 10.000 te-rritorios más o menos independientes.Lo que no había en África eran los Esta-dos. Sí, es cierto que existían reinos, co-mo el de los fulanos, pero eran estruc-turas de vida muy corta.

Todo parece indicar que hoy esta-mos retornando a la época precolonialo, como dicen algunos, que en el TercerMundo ha comenzado la recoloniza-ción. Otra vez nos encontramos anteuna extraordinaria diversidad de estruc-turas integradas y formadas por los cla-nes y tribus. Cuando alguna organiza-ción internacional quiere llegar a unacuerdo sobre algo con alguien en un te-rritorio en el que el Estado se encuentraen proceso de desaparición, tiene queaceptar como únicos interlocutores váli-dos, auténticos y con poder real, a losrepresentantes de los clanes y de las tri-bus, de decenas de clanes y tribus. Esarealidad nos obliga a reflexionar sobreun nuevo orden en el mundo. ¿Cómohay que funcionar en semejante situa-ción? Tenemos que admitir que mien-tras existe un Gobierno, por débil quesea, al menos el mundo exterior tieneun interlocutor concreto. Pero cuandoel Estado se derrumba, no queda otroremedio que dialogar y pactar con caci-ques o, como se les llama en Nigeria,“big manes”, es decir, personajes queson a la vez el timonel, la vela y el na-vío. Se trata, no obstante, de figuras conpoder real, con súbditos o partidarios,sólo que su poder se circunscribe al lu-gar habitado por su tribu. Más allá co-mienza el poder de otro “big man” conel que hay que pactar por separado.

El clan es la estructura más elementaly suele estar integrado por familiares yparientes. La célula más pequeña estáformada por el padre y la madre, pero lafamilia es algo más que los padres, los hi-jos y, eventualmente, los abuelos, comosucede en Occidente. En los clanes de

los países del Tercer Mundo tienen granvalor los primos de todos los niveles, esdecir, un parentesco que en la culturaoccidental está perdiendo importancia.El vínculo principal en el clan es la san-gre, aunque puede tener como basetambién el territorio, la lengua, una re-ligión común. La persona que nace y seforma en ese mundo es consciente deque es parte de una familia mucho másamplia que aquellas que viven en la cerca-nía más próxima. Esa conciencia de perte-nencia a una familia mucho mayor la tie-nen desde la infancia. Una familia así deamplia o una unión de familias emparen-tadas forman el clan. La tribu está forma-da por clanes afines. A veces las tribuscrean uniones de tribus y en algunasocasiones esas uniones dan origen a lasnaciones. Ése es el caso de los yoruba ylos hausa en Nigeria.

La unión de las tribus se basa en lacomunidad de las creencias, las costum-bres, las tradiciones y los vínculos san-guíneos. Sin embargo, cuando se tratade pueblos como el hausa, que cuentancon 50 millones de seres humanos, yano podemos hablar de uniones de tribusy tenemos que utilizar el término na-ción. Cuando hablamos de África sole-mos pensar en las estructuras tribales,pero el caso de Nigeria es distinto, por-que sus 140 millones de habitantes sedividen en tres naciones de verdad: loshausa, los yoruba y los ibo. Junto a esastres grandes naciones viven en Nigeriamuchas minorías, como los fulbe, lostiw, etcétera, que hablan, en total, másde 250 lenguas. Se trata, pues, de orga-nismos muy complicados; por eso, lacreación de un Estado en un territoriocomo Nigeria, habitado por tantas et-nias distintas, es una misión muy difí-cil, compleja y delicada.

Es muy fácil destruir un Estado así,pero reconstruir luego sus estructuras esalgo prácticamente imposible. Podemosconstatar que allí donde han sido des-truidos los Estados poscoloniales se li-bran guerras interminables, como es elcaso de Sierra Leona, Somalia, Liberia,el Congo…

Hay que tener presente que la colo-nización comenzó en distintas parte delmundo en momentos diferentes y quelos propios colonizadores eran muy di-versos. La conquista de Perú o de Méxi-co por los españoles fue muy sangrien-ta. En otras partes, como en África occi-dental, la colonización se hizo medianteuna penetración económica gradual.Primero se construían puertos y factorí-

as y sólo después se firmaban los acuer-dos con los caciques para la ampliaciónde los territorios dependientes. Cuandocomenzó la conquista de Nigeria en elempalme de los siglos XIX y XX, el co-mandante en jefe de las fuerzas británi-cas, Lord Lugard, tenía bajo sus órdenes11 soldados. Y así, firmando contratosque ampliaban su territorio, llegó a ha-cerse con el control de toda la superficiede Nigeria. El astuto colonialista británi-co hubiese continuado su expansión, pe-ro tuvo que detenerse cuando llegó hastael territorio que estaba controlado porFrancia. Unas veces los colonialistas to-paban con territorios habitados por tri-bus fuertes, pero en más ocasiones en-contraban tribus débiles, azotadas por lasenfermedades, en proceso de desintegra-ción. En esos casos las conquistas eranrápidas y fáciles.

El Tercer Mundo no siente curiosi-dad por otras civilizaciones. Europa es,en ese contexto, una gran excepción,pero hay que señalar que nuestro conti-nente es relativamente pequeño y estádotado, además, de una excelente infra-estructura. El Tercer Mundo es exacta-mente lo contrario: enormes territorioscasi sin infraestructura. En el TercerMundo la gente se desconoce porqueno suele moverse del lugar en que nacey pasa toda su vida. Como resultado, envez de interesarse por la forma de ser ycondiciones de vida de otros pueblos,las civilizaciones del Tercer Mundo sue-len aislarse, suelen encerrarse en su pro-pio mundo y tratan de que nadie pene-tre en él. Un símbolo de esa actitud an-te el mundo exterior es la gran murallachina. Algo parecido se puede decir delas civilizaciones africanas, porque vivenen un continente bañado por todas par-tes por las aguas de océanos y mares,pero jamás construyeron un barco. Sen-cillamente, a la gente de las civilizacio-nes africanas no le interesaba saber quéera lo que había más allá de los mares.La India es otro caso parecido, porqueestá aislada de una parte del mundo porel Himalaya y de la otra por el OcéanoÍndico. Se trata, pues, de un problemacultural. La afición por el conocimientode otros pueblos y realidades es un ras-go característico de la cultura europea.En cierto sentido esa afición de los eu-ropeos es una anomalía, porque la granmayoría de las civilizaciones jamás seinteresaron por otras culturas e, incluso,nunca supieron que existían. Hubootras civilizaciones empeñadas en la ex-pansión, como las civilizaciones del Asia

IRAK: RESURGEN LOS CLANES Y LAS TRIBUS

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central, los mongoles y los turcos, peroles animaba más el deseo de conquistarque el de conocer. La curiosidad por sa-ber cómo vivían otros pueblos no fue loque impulsó a los mongoles y turcos arecorrer medio mundo.

El mundo árabe e Irak Ya se produjeron varios intentos enca-minados a crear una gran nación árabebasada en la lengua común, pero todosfracasaron. Resultó que entre los árabesel patriotismo local es tan fuerte que re-chaza y combate con tesón y eficacia to-do intento de crear un Estado único ouna federación de Estados.

Ahora hay centros que quieren quela religión, el islam en expansión, sirvacomo un factor aglutinante, capaz degenerar estructuras sociales y políticasmayores que las estructuras de los clanesy tribus, pero ocurre que el islam desco-noce las jerarquías, algo que es muy útily necesario para la construcción de unEstado. El islam es una religión sencillay por eso atrae a grandes masas huma-nas. Todos los años el islam consiguenuevos millones de fieles. ¿Quiénes son?Por lo regular es gente que proviene deterritorios pobres y abandonados, gentepobre, descalza, sin un lugar propio enel mundo. Para esa gente ser musulmánsignifica pertenecer a la gran familia delos fieles de Alá, a la gran familia huma-na. Gracias a la religión los musulmanesse sienten personas, tienen su propiadignidad y sienten que forman parte delmundo. En el islam el elemento máspequeño es la umma, es decir, la comu-nidad. Gracias a ella los fieles de Alá sesienten más fuertes, gracias a ella se re-conocen entre sí. Saben que, siendomusulmanes, alguien siempre acudiráen su ayuda, personas concretas o lamezquita. La mezquita es el lugar deoración, pero también es una gran insti-tución. La mezquita alimenta a los po-bres y en la mezquita se pueden oír va-liosos consejos. Es así como un pobrepuede sentirse menos indefenso. Tam-bién tiene importancia el hecho de queel islam, en cierta medida, es una reli-gión “fácil”, porque es fácil aprender susprincipios. Sin embargo, a pesar de to-dos esos aspectos positivos que tiene elislam para sus fieles, pienso que la reli-gión puede ayudar a la reconstruccióndel débil Estado poscolonial solamenteen parte. Se trata de que la religión, ennuestro caso el islam, consigue integrara las personas, pero solamente a un ni-vel social muy primario. Mientras tan-

to, a un nivel superior comienza el jue-go político en el que participan los pa-triotismos locales, los nacionalismos, lasideologías, los intereses económicos,etcétera. Con la excepción de Irán y delYemen del Sur, el islam contemporáneono ha dado Estados teocráticos, Estadosgobernados por el clero. Hay que repe-tir, como circunstancia negativa para lacapacidad del islam de servir de base ge-neradora de estructuras estatales que,con la salvedad de los chiítas, el islampracticado por otros musulmanes, des-conoce la noción “jerarquía” sin la queel poder central no puede funcionar.Por encima de la mezquita no hay nada.El musulmán habla con Dios de maneradirecta. No existe el intermediario, lacasta de sacerdotes. Todo eso hace pen-sar que el Estado teocrático no podráreemplazar al débil Estado poscolonial,porque son pocas las sociedades dis-puestas a someterse al poder de un Esta-do así.

La globalización y la anarquíaEl problema del Estado poscolonialconsiste en que el periodo que siguió ala guerra fría fue proclamado como erade la globalización. El mundo desarro-llado creía que se abrirían los mercados,que todo se uniría y todo sería común.En los años noventa se protestaba másbien por el peligro de una excesiva uni-ficación, de la aplicación en todo demoldes únicos, de una dominación ex-cesiva del capitalismo financiero. Esasinquietudes son auténticas pero se rela-cionan exclusivamente con el mundodesarrollado. Ahora bien, como nosconcentramos en el fenómeno de la glo-balización no nos dimos cuenta de queen grandes espacios de nuestro mundose desarrollan muy fuertes procesos dedesintegración y que no hay fórmulaspreparadas ni proyectos concretos paracontrarrestar esos procesos, para darlessolución. Más aún, esos procesos se de-sarrollan al margen de lo que interesa almundo de la abundancia.

Repetiré una vez más: el derroca-miento del Gobierno represivo de unpaís que está al borde de la anarquía noes la respuesta adecuada para nuestroproblema. La globalización de los paísesdesarrollados y la anarquía del TercerMundo ya tiene dos consecuencias muyserias. En primer lugar, se profundizanaún más las diferencias entre el mundodesarrollado y el mundo subdesarrolla-do. En segundo lugar, la desintegracióny el caos del Tercer Mundo envenenarán

cada vez más la vida del mundo desarro-llado. Es inevitable, porque los procesosnegativos no son abstractos ni se produ-cen en el cosmos sino que los tenemosjunto a nosotros. Todos vivimos en unmismo planeta, para colmo unidos porsistemas de comunicación como nuncaantes existieron. Vemos cómo las plagasse desplazan vertiginosamente. El sida seextendió con cierta lentitud, pero hemossido testigos de cómo el SARS, esa enfer-medad que apareció en una pequeñaprovincia china, causó víctimas mortalesmuy pronto en Canadá. El mundo ricono logrará aislarse del resto. Hoy no po-demos desentendernos de lo que pasa enotras partes del mundo. La situación delos pobres en los territorios de la miseriaafectará, tarde o temprano, a los habitan-tes de los países ricos. La caída del Esta-do de Irak, aunque no es más que unapequeña partícula de la realidad, abrenuestros ojos ante un gran problema. n

Ryszard Kapuscinski es periodista. Autor de Elemperador, El Sha y El Imperio.

RYSZARD KAPUSCINSKI

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CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DELA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

VÍCTOR PÉREZ-DÍAZ

EL CARÁCTER ORIGINAL DE LA UNIVERSIDAD

OCCIDENTAL: UNA UNIVERSIDAD DE ‘INSUMISOS’La razón de ser de la universidad occidentalradica en su vinculación originaria con unorden de libertad (en el que confluyen los le-gados de la cristiandad, del orden grecorro-mano y de los usos germánicos), habiendosurgido en una determinada etapa del proce-so de formación de ese orden y como unamanifestación del mismo1. Por ello, estauniversidad se define como una comunidadde “insumisos” y no como una comunidadde “sumisos”. No como una “comunidad desumisión” a un texto sagrado, a la ley o a laautoridad, sino como una comunidad debuscadores de la verdad que establecen unmodus vivendi con quienes tienen, o se arro-gan, el derecho a hablar en nombre del textosagrado, de la ley o de la autoridad.

A lo largo de la historia de la universi-dad occidental las desviaciones del caminohan hecho que las universidades, con fre-cuencia, hayan perdido el recuerdo de suorigen, y hayan desdibujado sus señas deidentidad originarias, precisamente porquese han sometido al texto, la ley y la autori-dad correspondientes, o se han dejado ir desus tentaciones propias. Pero la referencia aese origen, esa tradición y esas señas de iden-

tidad ha dotado a la historia de la universi-dad, a pesar de todo, de cierta coherencia in-terna. Ello ha permitido que la instituciónevolucionara de modo que siempre ha habi-do ocasiones para que recobrara su identi-dad, antes o después, y permitiera el floreci-miento de múltiples variantes, aun alternan-do con (largas) experiencias de ofuscación,estancamiento o sumisión a los poderes delmomento.

En la historia de la universidad occiden-tal de los últimos siglos cabe diferenciar dossendas históricas (y dos modelos) diferentes:la de las universidades norteamericanas y lade las europeo-continentales. La primera hasido, en general, más fiel al legado de la uni-versidad original, medieval, y, siendo más“tradicional”, ha ido realizando, al tiempo,un tipo de universidad más dinámica y másinteresante para nosotros, aunque no exentade problemas ni de caídas en la tentación in-telectualista y en la alianza non sancta conlos poderes externos.

La razón de ese éxito relativo estriba,primero, en las diferencias en el modo decoordinación y gobierno del sistema univer-sitario. El modelo europeo, estatista y cor-poratista, es inferior al modelo liberal norte-americano porque este último, dando porsentados una dependencia menor respectodel estado y un alto grado de sumisión delas estrategias corporativas universitarias a ladisciplina de múltiples mercados, suponeun grado menor de rigidez institucional yun grado mayor de autonomía responsablepor parte de los agentes del sistema educati-vo, todo lo cual dota al modelo norteameri-cano de un dinamismo y una capacidad deadaptación mucho mayores. La segunda ra-zón, relacionada con la primera, tiene quever con la importancia relativa concedidapor la universidad a la educación liberal.Las universidades europeas han permitido elabrumador predominio de los objetivosprofesional y de investigación, hasta el pun-to de haber descuidado en exceso la educa-

ción liberal, lo cual no ha sido así en el casode (al menos) bastantes universidades norte-americanas.

A continuación voy a analizar la expe-riencia de la universidad española, que es uncaso singular, y una variante, de la universi-dad europea continental. Centraré mi aten-ción en la segunda mitad del siglo XX, aun-que aludiré a la historia anterior. El argu-mento general que subyace a mi análisis,formulado en términos abstractos, es el si-guiente. En general, uno (un agente, un gru-po, una organización, una sociedad) no tie-ne, en último término, lo que no es; y nopuede dar lo que no tiene. Por ello, lo queno es libre, no puede educar para la libertad.Una universidad que no opera como un or-den de libertad (es decir, no está organizadapara maximizar el ejercicio de la libertad desus propios agentes) no puede dar a susmiembros una educación liberal. En la me-dida en la que una universidad se deja con-vertir en un organismo estatal y se deja do-minar por el estado (o una , o un partido, ouna empresa económica), pierde su libertadpropia; y, en esa misma medida, pierde el in-terés y el cuidado por proporcionar una edu-cación liberal a sus estudiantes. El curso dela universidad occidental de tipo europeocontinental, a través de varios siglos de his-toria, y su contraste con el de la universidadnorteamericana sería una ilustración de esterazonamiento; y el caso español, una corro-boración adicional del mismo.

LA SENDA HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

El sistema universitario español es una ilus-tración y una variante del de las universida-des europeas continentales. Su historia esparalela a la de otros países europeos, con ladiferencia de que la crisis europea de losaños treinta y cuarenta (del siglo XX) se re-solvió en la Europa occidental con el triun-fo de la economía de mercado, la democra-cia liberal y una cultura de la tolerancia,mientras que en España abocó, del mismo

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1 Agradezco a la Fundación Blanquerna y a laUniversitat Ramon Llull su invitación a pronunciarla conferencia que sirve de base a este texto el 28 deenero del año 2003, en la festividad de Santo Tomásde Aquino. Para un análisis más amplio de la univer-sidad española (y para el detalle y la fuente de los da-tos incluidos en este ensayo), el lector interesadopuede consultar el libro de Víctor Pérez-Díaz y JuanCarlos Rodríguez, Educación superior y futuro de Espa-ña (Fundación Santillana, Madrid, 2001). Para unadiscusión de los resultados de la experiencia española,sus posibles reformas y el papel de la universidad pri-vada en ella, ver mi estudio ‘Resultados y posibles re-formas de la universidad española actual’ (ASP Re-search Papers, 48(a)/2003). Y para un análisis de lasdiversas experiencias y los diferentes modelos de launiversidad occidental ver mi ensayo ‘Las varianteshistóricas de la universidad y la educación liberal’(ASP Research Papers, 51 (a)/2003).

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modo, a la consagración del capitalismo(matizado por la presencia de un estadomuy intervencionista), pero también altriunfo de un régimen político autoritario yuna iglesia católica de talante muy conser-vador, ambos en estrecha alianza duranteunos veinte años.

A partir de cierto momento, las sendasvuelven a aproximarse, y a la postre el siste-ma universitario español, coordinado por elestado y por una serie de acuerdos tácitos oexplícitos entre políticos, funcionarios y do-centes, reflejará la inclinación europeo conti-nental con alguna intensificación de sus ses-gos típicos. Atiende de manera casi exclusivaal logro de sus objetivos profesionales, enmucha menor medida al de la investigacióncientífica, y su objetivo declarado de propor-cionar una educación liberal suele quedarseen mera invocación retórica.

Mirando atrás, es probable que este én-fasis en la educación profesional y en la di-mensión pragmática y utilitaria de la univer-sidad refleje un sesgo tradicional de la vidacultural española que se afianza en los siglosde la primera modernidad, del XVI al XVIII.Quizá en contraste (relativo) con Inglaterra,e incluso con Francia, el peso combinado dela presión desde arriba y desde abajo2 a favorde la ortodoxia doctrinal y el conformismoen materia de costumbres redujo en la Espa-ña de la época el espacio de la discusión po-lítica o culta, e inhibió el afán de aventuraintelectual. Era más hacedero embarcarse enla conquista de las Indias, o deambular porEuropa con los tercios, o calmar las ansias deriqueza y estatus mediante la obtención decargos y mercedes, unos, y hazañas, otros,que atreverse a disentir en materias de fe ode moral, o entrar en especulaciones sin otra

guía que la propia razón en materias bajocensura y vigilancia.

El hecho es que la cultura científica y fi-losófica española tuvo una segunda mitaddel siglo XVII y un siglo XVIII quizá merito-rios en lo que se refiere a los intentos de al-gunos (los novatores del XVII o los ilustradosdel XVIII, por ejemplo) por estar al tanto delo que se hacía fuera, pero parcos en la canti-dad y medianos en la calidad de sus obras sise comparan con lo que dio de sí la discu-sión filosófica y la actividad científica en In-glaterra, Holanda o Francia. España fuemarginal en la revolución científica del XVII,y una provincia periférica en el mapa de laIlustración del XVIII. En este sentido, es cu-rioso observar cómo la expulsión de los je-suitas en el siglo XVII pudo ser un grave que-branto cultural en España, al desapareceruna masa crítica de maestros capaces y decolegios que proporcionaban una educaciónentre media y superior sumamente útil (con20.000 alumnos y 110 colegios en el mo-mento de la expulsión), mientras que no lofue en Francia, en donde fue posible salvarsin grave solución de continuidad la distan-cia que va de los colegios de jesuitas a los li-ceos decimonónicos, probablemente porqueen Francia había unos recursos sociales yculturales que hacían posible la regeneracióndel tejido educativo, que en España faltaban.

Significativamente, la expulsión de losjesuitas estuvo ligada a la gran estrategia deun tipo singular de funcionarios ilustrados(una estirpe de profundas raíces en el país,hasta la fecha). Estos servidores del estado

estaban obsesionados con una educaciónpragmática y utilitaria que permitiera ponera la población al servicio de proyectos colec-tivos definidos por los monarcas y sus mi-nistros. Éstos percibían a los españoles comocontribuyentes, soldados y súbditos que de-bían mejorar su educación (de profesiones ode oficios diversos), con la vista puesta enrobustecer la base fiscal de la monarquía pa-ra que ésta pudiera acometer sus planes deconquistar, colonizar y defender territoriosdiversos, y acrecentar su gloria en el concier-to mundial, al tiempo que se proveía de sol-dados y marinos a los ejércitos y las armadasreales, y de funcionarios y juristas a la admi-nistración. Para eso se requería un sistemaeducativo bajo el control de la autoridad pú-blica, coordinado por ella, a cargo de funcio-narios leales y serviciales a la corona, y orien-tado precisamente a aquellos fines. Esto eraalgo que, aparentemente, no se podía espe-rar de los jesuitas, sospechosos de servir laestrategia de un poder rival, como podía serel papado o el suyo propio, y además intere-sados en una especie de educación general,de letras y de humanidades, que parecía su-perflua e inútil a los ojos de muchos deaquellos estadistas.

El sistema universitario español de lossiglos XIX y XX recibió del Antiguo Régimenel legado de una universidad que el estadopretendía vigilar y orientar, y a cuyas ense-ñanzas quería dar un sesgo práctico y utilita-rio, profesional. Este legado se afianzó yconsolidó en la universidad de cortenapoleónico del siglo XIX. Como ocurrió enotros países con un régimen político semili-beral semejante, el modo de gobierno y co-ordinación de la universidad fue un híbridode estatismo y de corporatismo, y se apoyóen un acuerdo tácito y una complicidad pro-funda entre políticos, funcionarios y cuerposde profesores que sobrevivió a sus muchastrifulcas, algunas relativamente intensas. Launiversidad se diseñó de modo que se limi-tara la competencia del exterior y se repar-

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2 Digamos que la influencia combinada de la ac-tuación racional, sistemática y de larga duración de laInquisición (por arriba) y de obsesiones populares co-mo la de la limpieza de sangre (por abajo).

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tiera el poder en su interior para acomodarlos intereses de las partes, funcionarios edu-cativos deseosos de hacer reglamentos y pro-fesores interesados en tener autonomía ensu trabajo. Se tendió, así, por un lado, a re-ducir al mínimo la influencia de la Iglesiacatólica en la universidad, y, por otro, a ase-gurar la aplicación (de iure o de facto) delprincipio de libertad de cátedra, ocasional-mente conculcado (por ejemplo respecto alos primeros institucionistas) pero sólo para,a continuación, volverlo a aplicar (como re-conoció el propio Francisco Giner en sumomento). Este marco institucional y estemodo de funcionamiento se han mantenidodurante dos siglos, con los cambios en la se-gunda mitad del siglo XX a los que me refe-riré más adelante.

El medio siglo que incluye el últimocuarto del siglo XIX y el primero del siglo XX

tiene, desde el punto de vista de nuestra his-toria, un interés especial. En él se observaun proceso bifronte. Por un lado, se da undesarrollo notable de la vida cultural en to-dos los órdenes, de las ciencias, las humani-dades y las artes (se trata de la llamada“edad de plata” de la cultura española). Pro-bablemente ello es el resultado indirecto deun régimen de libertad política que se vaampliando progresivamente; del incrementode los intercambios culturales con el restodel mundo; de la propia pérdida, relativa-mente rápida, de las colonias (que libera alpaís de la pesadilla de una guerra de desgas-te, la ruina económica y una polémica estérilsobre la guerra); del trasfondo de un creci-miento económico gradual y la paulatina inte-gración económica del conjunto del país(acompañada de movimientos migratorios im-portantes, y la consiguiente urbanización), y deun proceso de crecimiento de la sociedad civil

en la forma de organizaciones de toda índole ysigno diverso (como por ejemplo, los podero-sos sindicatos anarquistas y los menos podero-sos católicos, el instituto escuela de la Institu-

ción Libre de Enseñanza y los muchoscolegios de la Compañía de Jesús).

Como consecuencia de este climade libertad y de creatividad cultural que

se despliega fuera de la universidad, tienelugar una dinámica positiva en el mundouniversitario. Se introducen instituciones in-teresantes dentro o cerca de la universidad,como la Junta de Ampliación de Estudios.Se cree observar la mejora gradual de la cali-dad de la vida universitaria, como conse-cuencia, en parte, de un proceso de ósmosiscon la vida cultural en torno, en parte, de lamayor apertura al mundo de fuera de Espa-ña, y, en parte, de la consolidación de rela-ciones de magisterio y discipulado en un cli-ma de libertad intelectual.

Por otro lado, la universidad española seresiente de las distorsiones del clima políticoque se observan al final de este periodo de50 años, es decir, en la fase que viene a co-rresponder grosso modo con el periodo de en-treguerras; y algo semejante ocurre, de unamanera paralela e incluso con mayor intensi-dad, en las universidades europeas de la épo-ca. España en su conjunto entra en una espi-ral de estatismo y de corporatismo, connombres diversos. Muchas gentes se inclinanpor posiciones autoritarias, en la derecha yen la izquierda, y cifran en la conquista delestado la clave de la “solución” a los proble-mas del país; este sesgo estatista se observatambién, irónicamente, en quienes, comolos anarco-sindicalistas, sobrevaloran tanto elestado que imaginan que su desaparición esla clave de esa solución. Esta espiral y estasperturbaciones penetran la vida universita-ria. Se asiste a la politización partidista deuna parte de la universidad, que se hace ma-yor conforme se intensifica el ritmo de lacompetición partidista y sindical en el con-junto de la sociedad. Estas luchas políticasinternas no le hacen perder a la universidadestatal, sin embargo, el norte de su interéscorporativo ni debilitan su instinto a prote-gerse de la competencia exterior; de aquí lahostilidad de sus profesores y sus estudiantesa los intentos por establecer o ampliar las ex-periencias de universidades privadas del mo-mento, que son las de la iglesia.

Este proceso de desarrollo de la vidauniversitaria, que había arrojado un saldo(probablemente) positivo hasta los añostreinta, y se somete a las tensiones mencio-nadas en esos años, desemboca y se pierdeen el desastre final de la guerra civil, la cualhabrá de tener efectos muy graves sobre launiversidad de la segunda mitad del siglo.

LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

1. Los agentes principalesPara entender mejor la experiencia de laeducación superior en España a lo largo dela segunda mitad del siglo XX, propongo quecentremos la atención en el carácter y la evo-lución de tres de sus componentes, los pro-fesores, los estudiantes y el modo de coordi-nación y de gobierno de la universidad, y enlos aspectos institucionales y culturales sub-yacentes e implícitos en esos componentes.La referencia a estos aspectos permite ilustrarel mundo de significados que acompañan alos entendimientos y los pactos entre el esta-do, los docentes y los discentes (y sus fami-lias), en los que se basa esta experiencia uni-versitaria singular.

Profesores y estudiantes, por separadoa) Los profesores, un mundo de funcionariosnombrados mediante un procedimiento de se-lección poco competitivo La relación fundamental de la universidad esla relación de enseñanza entre profesores yestudiantes; el resto es, en cierto modo, “pe-riferia y superestructura”. En el análisis deesa relación básica podemos comenzar con laoferta de los educadores. Se puede decir queel elemento estable de la relación son losprofesores. Los estudiantes vienen, se van yno vuelven. Al menos así lo hacen en lasuniversidades españolas, y europeas en gene-ral. Hay que tener en cuenta, sin embargo,que esto no ocurre en (muchas de) las uni-versidades norteamericanas. Allí se estable-cen lazos afectivos importantes entre los es-tudiantes y su universidad, por lo que losestudiantes “no se van del todo”. Mantienenel contacto con la universidad, le hacen do-naciones, sirven en comités y consejos quetratan de ayudarla, y, en general, entiendenque no fueron a la universidad en cuestiónpor unos pocos años, sino “por toda la vida”.Pero ésta es una expresión de sentimientosapenas concebibles para la mayor parte delos funcionarios, los docentes y los estudian-tes y sus familias, en Europa.

Los cambios en el profesorado español alo largo de este medio siglo han sido muyconsiderables, en cantidad y en calidad. Poruna parte, sus efectivos se han multiplicado(por treinta, si se atiende a los profesores delas facultades y las escuelas técnicas superio-res). Por otra, los mecanismos de selecciónse han hecho cada vez menos rigurosos. Elmétodo de las oposiciones de cátedra, con sutribunal de cinco (luego siete) miembros, lamayor parte de ellos elegidos al azar, quefuncionó durante mucho tiempo, antes ydespués de la guerra civil, permitió el juegode las camarillas pero dejó un margen im-

CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

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portante a la lucha abierta y en público, y almérito. Hace veinte años fue sustituido porun sistema de petit comité, dominado por losprofesores locales, que opera ante unaaudiencia restringida. Su funcionamiento hatraído como consecuencia una de las tasas deendogamia local de profesores titulares y ca-tedráticos más elevadas del mundo.

Esto viene acompañado de un mecanis-mo complementario para los profesores notitulares. Se asiste a la consolidación de lapauta de nombramiento arbitrario y discre-cional de estos profesores, que acaban con-solidando sus puestos mediante maniobrascorporatistas en la penumbra y presiones co-lectivas en el espacio público, que se llevan acabo bajo la bandera de derechos supuesta-mente adquiridos en medio de la indiferen-cia general. Este mecanismo de nombra-mientos “a dedo”, seguidos de consolidacio-nes discretísimas o tumultuosas (según loscasos), se ha ido perfeccionando con el tiem-po, con la aquiescencia interesada (intercala-da de débiles resistencias pro forma) de lasautoridades académicas y los políticos deturno (franquistas, centristas, socialistas opopulares, con escasas excepciones).

b) Los estudiantes, y la expansión de una uni-versidad subvencionada, y su reverso, la difu-sión de títulos multiuso para estudiantes des-concertadosLa población estudiantil ha aumentado ex-traordinariamente en las dos últimas genera-ciones, de modo que el número de los estu-diantes de facultades universitarias y de es-cuelas técnicas superiores se multiplica porveinte a lo largo de la segunda mitad del si-glo. Detrás de este aumento hay presionesde oferta y de demanda.

Por el lado de la oferta, el estado y loscuerpos docentes están interesados en abrirlas puertas de la universidad. Mantienen loscostes para las familias a un nivel muy bajo,en torno a una sexta/séptima parte de loscostes reales. Reducen a un mínimo las ba-rreras de ingreso, suprimen los exámenes deestado del pasado, diseñan exámenes de se-lectividad (con nombres diversos) que, a lapostre, aseguran que el 80% de los estudian-tes que se presentan a ellos entren en la uni-versidad.

Por el lado de la demanda, se observa elaumento de las aspiraciones de las clases me-dias y trabajadoras del país. Quieren que sushijos y sus hijas tengan títulos universitarios.Imaginan que ello mejorará sus ingresos fu-turos, aparentemente con razón; y piensanque, en todo caso, mejorará su estatus. Unaminoría quiere títulos profesionales con usosrelativamente precisos (de ingenieros, porejemplo, o de médicos). A otros muchos les

bastan títulos multiuso, en letras y humani-dades, leyes, ciencias sociales y económicas,por ejemplo, que sirven para trabajar en elestado o en las empresas, en tareas adminis-trativas, o de venta, comunicación, propa-ganda o enseñanza, que se pueden adaptar amúltiples circunstancias y condiciones; obien títulos miniuso, es decir, adecuados amaterias de enseñanza transitorias y muy es-pecíficas (como ocurre con una parte de losllamados masters que se han incorporado alos ciclos de tercer grado).

La reducción de los niveles de acceso ala universidad y la ampliación de una de-manda genérica de títulos universitariosconfluyen en el resultado final de un granvolumen de estudiantes con motivaciones yaspiraciones modestas, por el nivel de los es-tudios que quieren alcanzar, y relativamenteconfusas, en cuanto al contenido de aqué-llos. Cabe decir que ése es el punto de equi-librio entre las curvas de la oferta y la de-manda educativa universitaria.

Hay que tener en cuenta que esto suce-de en una universidad que opera dentro deun contexto social que favorece ese puntode equilibrio. Las clases medias y trabajado-ras de las que proceden los estudiantes tie-nen un nivel de educación entre medio ybajo, y el nivel educativo medio de los espa-ñoles ha sido bastante inferior al europeomedio durante mucho tiempo. Con ese ni-vel de educación se pueden tener aspiracio-nes altas, pero es poco probable que se ten-gan criterios exigentes sobre la calidad de laeducación.

A veces hay grupos sociales que sepersuaden a sí mismos de que for-man parte de un gran sujeto his-tórico, una nación orgullosa desí misma, por ejemplo, y ellopuede influir en elevar el ni-vel de sus aspiraciones, in-cluidas sus aspiraciones cul-turales. Pero, por lo que sabemossobre el imaginario colectivo de losespañoles, parece que éstos ven a su paíscon una mirada cargada de modestia. Sesienten un poco ajenos a sus glorias pa-sadas, tan poco congruentes con los cri-terios de lo que es política y moral-mente correcto según los criterios delpresente. Están acostumbrados a ir a la za-ga de los acontecimientos: una generaciónpor detrás en su crecimiento económico, ydos o tres generaciones por detrás en la tran-sición a una democracia liberal, en su ver-sión contemporánea. Por lo demás, no tie-nen la sensación de que su país tenga muchaimportancia en el concierto de las naciones,y en todo caso no han adquirido el hábitode tener una voz propia en ese concierto, o

de ver, al menos, que sus representantes latienen, o incluso que tratan de tenerla (lonormal, salvo honrosa excepción, es que suspolíticos se coloquen discretamente en se-gundo plano, detrás de países europeos queellos creen que tienen más importancia, co-mo Francia o Alemania, por ejemplo).

Si nos colocamos en la perspectiva de lospropios estudiantes, e intentamos entender laevolución del nivel de sus aspiraciones educa-tivas, conviene tener en cuenta las circuns-tancias de cada generación Las generacionesde estudiantes de los años cuarenta y prime-ros cincuenta vivieron un mundo de hori-zontes limitados. Cierto que hay un cambiocon las generaciones de 1956/1968, que vi-ven la experiencia de un incremento sustan-cial del nivel de sus aspiraciones, de compro-miso moral con una tarea de forcejear con larealidad circundante, lo que supone la asun-ción de ciertos riesgos. Pero hay límites en es-ta experiencia. No acaba de traducirse en unincremento de nivel o un cambio cualitativode la demanda educativa (en buena medidaporque los estudiantes viven el clima de “des-concierto”, de autodidactismo y de crisis delas relaciones de magisterio, al que me referi-ré más tarde). Los profesores bajan el nivel deexigencia y los estudiantes no suben el suyo.El punto de encuentro entre ellos es relativa-mente bajo. Hay un compromiso tácito devivir y dejar vivir. El conflicto generacional

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(mitad cierto, mitad aparente) se cierra, eneste sentido, en falso.

En los años setenta y ochenta, el hori-zonte profesional de las nuevas generacionesincluye la nube negra de una tasa de paromuy alta, que no cede fácilmente y se man-tiene alta durante quince o veinte años. Elclima económico, el tenor del discurso políti-co y la cultura moral de la sociedad contie-nen escasas apelaciones a las motivacionespropias de un orden de libertad (responsabi-lidad personal) y de un mundo de grandesambiciones (esfuerzo, exigencia). Y la expe-riencia vivida en la universidad, lo que sepercibe, se siente, y se hace en ella, tiene mu-cho de una experiencia de funcionarios; esdecir, de rutinas, magisterios lejanos, profeso-res funcionarios, alumnos subvencionados.

El encuentro de los profesores y los estudiantesa) Las relaciones de magisterio, en general: loque transmiten los profesores no es sólo niprincipalmente la asignatura que saben sinola vida intelectual que tienenPero hay que dar un paso más y atender altipo de docentes que son estos profesores yal contenido de su oferta y sus orientacio-nes educativas. Es importante comprenderlo que esos docentes son, y no sólo lo quehacen. En una relación de enseñanza, loque los docentes transmiten a los estudian-tes no se limita a sus “asignaturas”, sinoque implica su “vida intelectual”. Notransmiten lo que cuentan en unos libros ounas clases, sino lo que son. Y lo que sonresponde a un carácter intelectual que seforma a través de una larga experiencia.Esta experiencia se lleva a cabo en el marcode unas relaciones sociales e intelectuales

precisas, en el seno de comunidades inte-lectuales.

Las comunidades intelectuales se cons-truyen, a su vez, en el curso de un periodolargo de tiempo, e incluyen generaciones di-ferentes. Son eslabones de una cadena detransmisión de vida intelectual de genera-ción en generación. La vida intelectual quelos profesores tengan depende, en buenaparte, de lo que sucede en esa cadena gene-racional y de las reglas de juego de la comu-nidad intelectual (aunque también depende,en parte, de la relación de esa comunidadcon la comunidad internacional). No bastacon señalar que esas reglas de juego incluyenlas del mercado y las de las redes clientelares,porque éstas no son, en lo que se refiere alcontenido mismo de la enseñanza, las mássignificativas. Subyacentes a ambas están lasreglas relativas a las relaciones de magisterioy discipulado, que son mucho más impor-tantes desde la perspectiva del contenido dela vida intelectual.

Las relaciones de magisterio no son re-laciones a distancia, desencarnadas. Son in-tensamente interpersonales. No se participaen la vida intelectual de los maestros a dis-tancia, sino de cerca (dejando aparte aquí larelación que se realiza con los ausentes a tra-vés de sus libros). No consiste la relación enla recepción de las palabras que utilizan, enla lectura de su obra impresa o en la audi-ción de su clase oral. Se aprende por la imi-tación de sus “gestos intelectuales”, es decir,de sus modos de razonar y de expresarse, suuso de la metáfora, el estilo de su tratamien-to del material empírico, las connotacionesemocionales de su juicio sobre las personas,la generosidad o la mezquindad de su jui-cio, la amplitud o la estrechez de su hori-zonte, su impaciencia o su calma, su disposi-ción a decir sí o no a determinados estímu-los, y su evocación de unas experiencias queel discípulo tiene que reconstruir a través desus palabras o sus silencios. Lo que el discí-pulo tiene que aprender a interpretar no sontanto las referencias explícitas de sus maes-tros cuanto sus alusiones.

Los maestros pueden ser uno o varios, ylas relaciones de magisterio se pueden dar enmuchas modalidades, varios niveles de in-tensidad y distintos grados de reciprocidad.Pero en todo caso, estas relaciones se dan enel marco de una convivencia. Se compar-ten los problemas y los modos de mane-jarlos (instrumentos de experimentacióny análisis, materiales). Se está entre gen-tes con las que discutir y con las que lle-

gar a acuerdos y a desacuerdos. Esta convivencia es interpersonal, no

“colectiva”. Los acuerdos y los desacuerdosson siempre con un individuo particular; pa-

san por la percepción y la volición de unosagentes específicos; la comunicación es siem-pre de persona a persona. De la misma ma-nera que el despertar a la vida intelectual, lallamada o la vocación a una vida de ense-ñanza e investigación, es asunto que tieneque decidir cada uno; que el profesor puededirigirse a una aula repleta de gentes, perosus palabras sólo llegan a cada uno de ellos;y que un autor puede ser conocido de ungran público, pero la lectura de su libro in-volucra en cada caso a un lector único.

Así, de uno en uno, se forman redes deafinidad intelectual, moral y emocional. De lafirmeza de esas redes y de la calidad de lo quese comunica o circula a través de ellas depen-de la continuidad y la calidad de la vida inte-lectual de una comunidad intelectual a lo lar-go del tiempo. Los hábitos del juicio ponde-rado, exigente, objetivo o imparcial requierenconfianza en uno mismo y la serenidad queda saberse parte de una comunidad de gentesque se respetan mutuamente, es decir, requie-ren una comunidad de apoyo para consoli-darse; a falta de lo cual, tales hábitos no llegana formarse nunca, o desaparecen.

b) Los avatares de las redes de magisterio y dis-cipulado en España: de las rupturas de losaños treinta a los equívocos de los años sesentaLas redes de magisterio y discipulado en Es-paña han sufrido diversos avatares, algunosde los cuales han tenido que ver con las cir-cunstancias especiales de la guerra civil y lapostguerra franquista (sobre todo, de la pri-mera época del franquismo, hasta mediadosde los años cincuenta). Estas circunstanciasprovocaron rupturas y distancias, y se enca-denaron después con las de una compleja re-lación entre sucesivas generaciones de maes-tros y discípulos en un contexto de censura ysospecha, repletas de malentendidos y de so-breentendidos, que facilitaron el desarrollodel autodidactismo entre los estudiantes. Yello, a su vez, propició un estado de cosas ca-racterizado por la coexistencia pacífica entreprofesores y estudiantes que se desconocíanmutuamente.

Lo cierto es que, en España, la continui-dad de las redes de afinidad y las relacionesde magisterio que se fue forjando a lo largodel medio siglo a caballo entre los siglos XIX

y XX (al que me he referido antes) se quiebracon la guerra civil. El exilio se lleva consigomuchos profesores. Muchas vocaciones inte-lectuales de quienes se quedan dentro sefrustran, o sobreviven relativamente arrinco-nadas en el paisaje cultural de la época, aun-que no faltan intentos de proteger un mar-gen de disidencia cultural. Las relaciones en-tre maestros y discípulos se rompen odebilitan con frecuencia.

CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

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En los años cuarenta se vuelve a comen-zar no de cero pero sí de poca cosa. Hay is-lotes de civilidad intelectual que sobreviven,y en torno a los cuales se intenta reconstruirredes de magisterio y discipulado. Hay cam-pos de conocimiento relativamente protegi-dos de la influencia del establishment culturalde la época: la ingeniería, en parte las cien-cias, el derecho y la medicina, no tanto lashumanidades. El establishment cultural de laépoca parece dominado por clérigos y católi-cos laicos imbuidos de soberbia contrarrefor-mista, así como por falangistas nostálgicosde la España imperial, con el telón de fondode los militares y funcionarios poderosos quecontrolan el poder político. Los políticos tie-nen escasa cultura, son indiferentes a los ma-tices y los juegos intrincados de la vida inte-lectual, están ahítos de los lugares comunesconservadores y autoritarios que se les que-daron dentro, por un mero proceso de ós-mosis, durante su juventud, y se imaginanque su triunfo en la guerra civil refrenda suestatura de hombres de estado y consagra elmismo estilo ramplón y chapucero del lide-razgo con el que habían llevado adelante suspequeñas guerras coloniales o sus manejosadministrativos de la economía y la sociedadespañolas, semidesarrolladas, del primer ter-cio del siglo XX.

Un handicap adicional es que la vida in-telectual, vigilada, operando en un clima devehemencia y mediocridad intelectual, que-brantados sus vínculos con el pasado próxi-mo, está semiaislada. En los años veinte ytreinta estuvo vinculada a la comunidad in-telectual europea, especialmente, quizá, a laalemana; pero en los cuarenta y los cincuen-ta la conexión es menor. Desde mediados delos cincuenta hasta la transición democráti-ca, sin embargo, se asiste a un cambio; esasredes se van haciendo más tupidas, y co-mienza una relación más continua y extensacon la comunidad exterior (con el resto deEuropa y, cada vez más, con EE UU).

Pero aquí intervienen las turbulenciasdel movimiento estudiantil, que es, a estosefectos, como un arma de doble filo. Por unlado, éste trae consigo un impulso de aper-tura al exterior y de cuestionamiento del pe-queño mundo local. Por otro, pone las basesde un profundo desconcierto.

Probablemente haya que ver el tema delos cambios culturales de la vida universita-ria en esos momentos por campos de cono-cimiento. Por ejemplo, si nos colocamos enel terreno de las humanidades y las cienciassociales, lo que vemos es lo siguiente. Los jó-venes se replantean la relación de magisterioy discipulado. Miran más allá de los maes-tros de aquí, hacia los maestros de fuera; pe-ro los de fuera “están muy lejos”, se llega a

ellos a través de experiencias “de segundamano”, de manuales y breviarios, y se les usacomo “guías para los espíritus perplejos”, alos efectos de obtener recetas rápidas y fáci-les para orientarse en un mundo confuso.Por su parte, los maestros de aquí se sientendesvalorizados e inseguros, tratan de congra-ciarse con los jóvenes, de seguir su juego, yabandonan su responsabilidad de transmitirun contenido cultural.

En esas condiciones, los jóvenes se imi-tan entre sí, y se encaminan por la senda delconsumismo cultural: se consume inmedia-tamente las ideas que se reciben ya hechas,sin la disciplina de la experiencia de la pro-ducción de las ideas a través del trabajo, ladiscusión, el contraste con la realidad. Tam-bién, por la senda del narcisismo: se sientenel centro del mundo, como si hubieran esta-do presentes a la hora de su creación. Por esoson tan propensos a atender a los mensajesque justifiquen su denuncia de un mundoen el que son muy poco pero en el que quie-ren serlo casi todo.

Este autodidactismo lo pagan los estu-diantes con la falta de entrenamiento de suscapacidades de observación y análisis, con suadopción de una cultura derivativa, con el es-caso recorrido de su trabajo intelectual, y conuna deshonestidad intelectualinsidiosa y pro-funda, porque se pretende criticar el mundosin hacer el esfuerzo de entenderlo.

De aquí el éxito del marxismo y del ca-tolicismo progresista, con su fácil moralis-mo, su denuncia simple y sentimental delmundo, y su adulación al narcisismo de losjóvenes bajo la forma (fingida) de una apela-ción a su capacidad de entusiasmo, hacién-doles sentirse como dioses o demiurgos ohéroes, la vanguardia de la historia, capacesde transformar el mundo poco más que pro-nunciando una fórmula mágica (el recitativodel resumen de un resumen de una “filosofíade la historia”, y la aserción de su “buena vo-luntad”, por ejemplo). Todo esto, asumido yrepetido, acaba degradando el nivel de la vi-da intelectual, e incluso puede terminar, enmuchos casos, por hacer imposible que seestablezcan los cimientos sobre los cualespuede construirse un día el edificio de unaobra intelectual razonable.

Hay que comprender ahora, desde laperspectiva de este proceso de distorsión sis-temática de las relaciones de magisterio, loscambios en los procedimientos de seleccióndel profesorado a los que antes he hecho re-ferencia. La designación a dedo de los pro-fesores ayudantes, adjuntos o contratados, ysu ingreso posterior en los rangos del profe-sorado numerario, respondieron, en su pri-mer momento (la primera mitad de los añossetenta), precisamente a ese cambio gradual

en las relaciones de respeto recíproco entreprofesores y estudiantes. Los catedráticos sesentían inseguros para hacer otra cosa queconceder los puestos a estudiantes reconver-tidos en aspirantes a profesores, que no te-nían otro título que el de “estar ahí” peroque estaban ahí de un modo censorio y encierto modo amenazante, porque sugeríanque podían rechazarles y cuestionar su auto-ridad cultural, como si su magisterio fuerainauténtico y se debiera a su aquiescenciacon el régimen político franquista. Los cate-dráticos buscaron, y consiguieron, una co-existencia pacífica con las nuevas generacio-nes. Así se estableció el precedente que losaños siguientes de la universidad durante elperiodo democrático no hicieron otra cosaque consolidar.

Y así se ha ido creando un mundo uni-versitario de gentes que coexisten influyén-dose muy ligeramente; justo en las antípodasde un mundo donde puedan desarrollarselas relaciones de magisterio.

LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

2. Instituciones y cultura

El modo estatista-corporatista de coordinación y de gobierno de las universidades El modo de coordinación y gobierno de launiversidad española, desde su arranque has-ta hoy, ha sido y es estatista-corporatista, condiversas variantes. La clave de su funciona-miento es un pacto entre la Administraciónpública (durante mucho tiempo, la Admi-nistración central, y, en fechas más recientes,cada vez más, las Administraciones regiona-les) y los cuerpos docentes (durante muchotiempo, los cuerpos de catedráticos y, en fe-chas más recientes, diversos equilibrios defuerzas entre varios estamentos de profeso-res), con el telón de fondo de los estudian-tes, como consumidores de los servicios uni-versitarios, y sus familias, como financiado-res parciales de la educación.

Ese pacto supone un forcejeo a la bús-queda de un equilibrio que favorezca a to-dos, y, una vez llegado a él, a la conservacióndel statu quo. El enjeu de las luchas internases estatus, salarios, horarios, espacios, con-trol sobre los procedimientos de selección deestudiantes y profesores, administración in-terna de los recursos. A veces, es el controlde los planes de estudio. Se ha tendido adesplazar el punto de equilibrio en la direc-ción de incrementar el poder de los cuerposdocentes, reduciendo el poder de los admi-nistradores públicos y aumentando de ma-nera levísima la carga financiera de las fami-lias de los estudiantes (a cambio de lo cual se

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ha tendido a facilitar a los estudiantes el ac-ceso a la universidad, a reducir el nivel deexigencia y a multiplicar los títulos universi-tarios multiuso o los títulos miniuso).

A partir de los años cincuenta, esos for-cejeos se dan contra el telón de fondo de laestrategia común, explícita y sistemática, deuna expansión docente y discente. Por tan-to, dado que la expansión docente pasa porfacilitar el acceso a la universidad y reduciro mantener el precio de la matrícula, esa es-trategia implica la obtención de una cifracada vez mayor de fondos públicos. Poreso, las luchas internas entre docentes,autoridades académicas, representantes sin-dicales del personal administrativo o de losestudiantes y autoridades políticas de unnivel u otro (autonómico o central) tienenel referente común de conseguir más dinerodel estado, es decir, en último término, delos contribuyentes.

La cultura subyacente tras ese modo de coordinación y de gobiernoa) Las dos visiones de la educación universi-taria, como un bien público o un bien priva-do: la convergencia (irónica) del “publicis-mo” de la clase política y del “privatismo” delas familiasLa estrategia de financiar la expansión delsistema educativo con cargo a la subven-ción estatal es tanto más factible cuantomayor sea la compatibilidad entre la visiónde la clase política y la sociedad en esta ma-teria. Hay aquí un tema de “intereses”: laclase política y la sociedad están interesadosen aumentar el gasto público en educacióny, al tiempo, en reducir el coste directo dela educación para las familias con hijos enedad de estudiar. Pero hay también un te-ma de valores y de discursos de justifica-ción. Y ocurre que los discursos de la clasepolítica y de la sociedad parecen lejanos,porque la primera habla en términos de bie-nes públicos y la segunda (en tanto que agre-gado de familias, y no en tanto que conjun-to de ciudadanos o de contribuyentes) entérminos de intereses privados cercanos; pe-ro sus estrategias son complementarias yconvergentes.

La visión de la clase política es sencilla.La mayor parte de la clase política (de de-recha o de izquierda) participa de unamentalidad estatista y ve la universidad co-mo un servicio público que proporciona loque esa clase considera ante todo un bienpúblico. Entiende que el gasto público en educación en general, y en la superior enparticular, forma parte de una gran estrate-gia nacional de crecimiento económico y co-hesión social.

Por su parte, la sociedad que aparece en

el debate público es la sociedad de “lasfamilias” (es decir, en realidad, “las familiasque llevan o quieren llevar a sus hijos a launiversidad”), y no la sociedad entendidacomo conjunto de la ciudadanía. Las fami-lias ven la educación como un bien sobretodo privado, con un rendimiento clarísi-mo sobre el nivel de ingresos futuros de sushijos, y, en cambio, por lo mismo, comoun bien por el que ellos quieren pagar lomenos posible (imaginando así que maxi-mizan su beneficio por el procedimiento dereducir sus costes). En cambio, el discursode la ciudadanía en tanto que conjunto decontribuyentes está aquí ausente del debatepúblico.

El estado actúa como si los recursosfueran, directamente, suyos. Las familias,como si no fueran ellas mismas contribu-yentes; o tal vez, como si consideraran,quizá con fundamento, que los contribu-yentes son “los otros”. De este modo, lasociedad en tanto que conjunto de los ciu-dadanos, o de los contribuyentes, quedafuera del juego.

En el juego están el estado y las fami-lias interesadas, a los que se añaden, last butnot least, las propias universidades. Éstas es-tán extremadamente interesadas, como eslógico, en su supervivencia y su expansión.Depender de un mercado de clientes o con-sumidores discriminantes es para ellas unapesadilla. La subvención pública les da se-guridad. Convertidas en “bienes públicos”o “bienes de estado”, y protegidas por la fi-nanciación pública, las universidades seránobjeto, además, del otorgamiento de un es-tatus de autonomía. Una autonomía quees, básicamente, ficticia.

b) Las dos modalidades del ejercicio de la li-bertad, auténtica e inauténticaUn ser humano puede ejercer su libertad dedos maneras. Puede disfrutar de una “liber-tad abstracta” por la que simplemente tomauna decisión entre varias posibles, sin com-prometer sus recursos en ello ni arriesgarsea perderlos. Puede hacerlo así porque otrosle protegen y le evitan que tenga que en-frentarse con las consecuencias de sus equi-vocaciones. En este caso, aunque las deci-siones se repitan en el tiempo, su secuenciano mejora la capacidad del agente paraejercer su libertad, ni le hace “más libre”, nile permite “crecer” y desarrollar el perfil deuna identidad propia, ni conforma en élotro carácter que el carácter (genérico) dealguien “que no está habituado a tomar de-cisiones libres y responsables”.

O bien puede ejercitarse en el ejerciciode una “libertad concreta”, por la cual secompromete en una experiencia de trabajo

y transformación de las cosas, un forcejeocon la resistencia de la realidad, lo que abrela posibilidad de que aprenda tomando pieen los errores que cometa. En este caso, seda la construcción de una identidad y deun carácter, fraguado a golpe de decisionesresponsables. Podemos llamar a la primera,una libertad o una autonomía auténtica; yla segunda, una autonomía inauténtica oespuria.

El tipo de autonomía de la universidad(un compuesto de agentes humanos indivi-duales) es el de una autonomía inauténtica.Los departamentos, las facultades y las uni-versidades se desentienden del efecto quepuedan tener sus errores en materia de daruna enseñanza excelente o mediocre, de ha-cer una investigación relevante o irrelevan-te, de elegir sus miembros en función de sucompetencia o no (de su proximidad ideo-lógica, o de la endogamia local, por ejem-plo), ya que, en último término, saben queno pagarán el precio de un quebranto eco-nómico jamás. Ello es así porque sus recur-sos no dependen de su reputación en unmercado de reputaciones: de donantes defondos, de estudiantes, de antiguos alum-nos. Depende de un fiat administrativo que“viene solo”; y que si no viene, porque al-gunos políticos o algunos funcionarios seresisten, puede ser conseguido forzando lascosas mediante un poco de agitación y unacampaña de opinión pública.

Al operar así, las universidades no ha-cen sino repetir, en el campo de sus actua-ciones administrativas y académicas, lo queocurre a escala individual en el terreno dejuego de los estudiantes y los profesores.Los estudiantes pagan un precio mínimopor acceder a la universidad y por permane-cer en ella, por equivocarse al elegir carrerao por suspender en los exámenes. Los profe-sores no tienen que preocuparse de que susalumnos no elijan sus cursos, ni de que, unavez que se les sientan enfrente, respondancríticamente a sus enseñanzas.

En realidad, habiendo definido comoun peligro y un motivo de preocupación laintervención crítica de los estudiantes (algoque habría debido ser definido como unafeliz oportunidad), muchos profesores seacostumbran a que sus estudiantes asistanpasivamente a sus clases, y acaban prefi-riéndoles así. Con lo cual, al despreocupar-se de lo que habría debido ser, en realidad,su objetivo, es decir, el de poder relacionar-se con agentes libres que les mostraran re-sistencia y pusieran a prueba su propia li-bertad, estos profesores revelan que el nom-bre del juego de la relación de enseñanzano es el de un cruce de libertades, sino elde un cruce de rutinas.

CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA

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c) ... y la deseducación iliberal, como descuidoo como estrategiaNo hay que despreciar las enseñanzas mo-rales y, sobre todo, los supuestos tácitosacerca de cómo funciona el mundo y cómodebe funcionar que se nutren de la expe-riencia que acabo de describir. En semejan-te medio de rutinas entrecruzadas, los estu-diantes se familiarizan con los supuestos tá-citos del mundo de los funcionarios, al quemuchos aspiran, y acaban imaginando quetienen un derecho natural, o un derechosocial, al puesto que ocupan, subvenciona-do por la sociedad. La experiencia, la suya,la de sus profesores y la de la universidadcircundante, les sugiere el ideal del ejerciciode una libertad abstracta para el resto desus días, y les da a entender que la realiza-ción de sus proyectos vitales merece, casicomo cuestión de principio, algún tipo desubvención pública.

Es normal que, en estas circunstancias,las universidades públicas hayan sido tradi-cionalmente tierra nutricia para movimien-tos de expresión de una profunda hostili-dad y resentimiento contra las universida-des privadas. Estos movimientos se hansolido enmascarar con coberturas ideológi-cas diversas, el anticlericalismo en el pasado

y el anticapitalismo en épocas más recien-tes. Pero la raíz de esa hostilidad, y lo queexplica la carga emotiva de quienes la sien-ten, no son las diferencias ideológicas sinoalgo más profundo. Responde al rechazovisceral que un agente que es libre de ma-nera inauténtica siente hacia la mera posi-bilidad de que en el espacio donde estápueda aparecer un agente auténticamentelibre, cuya simple presencia ponga de ma-nifiesto que el primero finge ser libre sinserlo. Esto explica el carácter recurrente delas manifestaciones de hostilidad contra lasuniversidades privadas, llevadas a cabo alalimón por profesores y estudiantes de uni-versidades estatales, de todas las tendenciasideológicas y en todos los regímenes políti-cos a lo largo de cien años: en los añosveinte, en los cincuenta, en los setenta, oen los noventa del siglo pasado.

Claro que a los profesores, estudiantesy autoridades académicas de las universida-des estatales les queda siempre la opción al-ternativa de no embarcarse en una aventuraque revela su miedo a la competencia. Lesbastaría con superar ese miedo. En lugar derechazar la universidad privada, podrían re-definir el campo de juego y aceptar que seaplicaran a la universidad pública el princi-

pio y la lógica de la universidad privada. Eneste caso, se iría hacia un nuevo diseño delsector público universitario, sometido amecanismos de mercado, en el que los estu-diantes y los profesores tendrían que probarsu saber y su motivación continuamente;en el que los recursos fluirían de acuerdocon ofertas educativas y demandas educati-vas muchas, distintas y cambiantes; en elque los aciertos y los errores de todos y ca-da uno tendrían consecuencias; y en el quelas mejores universidades tenderían a pros-perar, y las peores, a desaparecer. n

Víctor Pérez-Díaz es catedrático de Sociología. Au-tor de La primacía de la sociedad civil.

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JUSTICIA Y JUECES

ALESSANDRO PIZZORUSSO

Entre las normas de la Constituciónitaliana invocadas con más frecuencia

en el ámbito de la crisis constitucional lasque, sin duda alguna, han sufrido los ata-ques más violentos han sido los principiosy las reglas relativas al ordenamiento jurí-dico y al derecho procesal. Y si hasta aho-ra no han sufrido modificaciones explíci-tas (a no ser la del artículo 111, que, ade-más, no se contradice con los principiosexpresados por la Constitución, sino quemás bien los desarrolla), las contundentescríticas de esos principios realizadas porlos exponentes más autorizados de la ma-yoría parlamentaria actual hacen pensarque difícilmente podrán ser defendidoshasta el final de la legislatura en curso, so-bre todo cuando se trate de cambiarlos notanto mediante procedimientos de revi-sión como mediante leyes ordinarias osimplemente por vía de hecho.

La Constitución se ocupa de estasmaterias en el título cuarto de la segundaparte, así como en diversas disposicionesdiseminadas en la primera parte, creandode esta forma un conjunto de principios yde reglas mediante las cuales los constitu-yentes se proponían no sólo crear las ba-ses de una radical inversión de tendenciarespecto a la fase anterior en la que el ré-gimen fascista había acentuado más alláde cualquier límite el carácter autoritarioy no liberal del Estado, sino también rea-lizar importantes progresos respecto al ni-vel de aplicación del principio de legali-dad alcanzado en la primera etapa pos-unitaria. El meollo de este conjunto deprincipios es la afirmación de la indepen-dencia de la Magistratura, cuyo eje es latransferencia del ministro de Justicia a unConsejo Superior de la Magistratura delas funciones de gestión del personal judi-cial, funciones que Piero Calamandrei ha-bía indicado como causa principal de losproblemas surgidos en épocas pasadas.

La aplicación de las normas constitu-

cionales en este ámbito encontró una se-rie de dificultades que, a lo largo de lasdécadas transcurridas a partir de la entra-da en vigor de la Constitución hasta losaños 1980, se superaron de forma gra-dual, pero sin llegar a la redacción denuevos textos legislativos con una organi-cidad adecuada. El mismo Código deEnjuiciamiento Penal de 1988, que cons-tituye el texto más ambicioso que se lo-gró adoptar en ese periodo, ha dado lu-gar a no pocas incertidumbres, mientrasque ni siquiera se ha intentado redactaruna nueva ley general sobre el sistema ju-dicial, a pesar de que la Constitución loprescriba de forma explícita en una dis-posición transitoria.

No obstante, a principios de los añosnoventa, el movimiento cultural que rei-vindicaba la plena aplicación de los prin-cipios constitucionales relativos a la inde-pendencia de la Magistratura ya habíaconquistado una posición tal que permi-tía empezar a pensar en un nuevo orde-namiento legislativo que llevase a la justi-cia italiana a un nivel de independenciacomparable al de los célebres modelosanglosajones y a hablar del “modelo ita-liano” de ordenamiento jurídico comodel principal punto de referencia para lasreformas proyectadas en los países deEuropa del Este y de Latinoamérica queacababan de recuperar mayores espaciosde libertad.

El fracaso sustancial de la ofensivadesencadenada en esos años por expo-nentes importantes de la política, tantocontra los magistrados que habían desta-cado por su independencia como contrael Consejo Superior de la Magistraturaque los había defendido, demostró quelos resultados alcanzados ya estaban bas-tante consolidados, a pesar de que a losprogresos logrados a este nivel no corres-pondía una mejora general de la eficien-cia de nuestras instituciones judiciales,

respecto a las cuales las fuerzas políticas ylos órganos legislativos y de gobierno ha-bían tenido casi siempre una actitud desustancial incuria, e incluso de obstruc-cionismo latente, como demostró la falli-da creación de instituciones para la for-mación profesional de los magistrados se-mejantes a las existentes en todos lospaíses con un nivel de desarrollo análogoy el carácter casi exclusivamente demagó-gico de gran parte de las disposicionesque en materia de justicia adoptó el Par-lamento o el Gobierno, casi siempre conel único objetivo de simular que se sabíaresponder a los problemas señalados porlos medios de comunicación y de granimpacto en la opinión pública.

Era natural que, mientras disminuíanlos instrumentos que en el pasado casisiempre habían impedido legal o ilegal-mente la intervención del control judicialsobre los delitos de los poderosos, fueranmás frecuentes las investigaciones sobreeste tipo de actividades, lo que se produ-jo con especial intensidad en 1992. Perosi queremos corregir una opinión cadavez más difundida pero totalmente in-fundada, debemos señalar que incluso enlos años precedentes se habían llevado acabo bastantes instrucciones y condenaspor delitos de este tipo, desde las relativasal asunto del Instituto Nacional para laGestión de los Impuestos de Consumo,que se remonta a los años 1950, a las del“escándalo del petróleo”, que sirvió comopretexto para la introducción de la finan-ciación pública de los partidos en 1974,al caso Lockheed y a muchos otros.

En la década de 1990 aumentaron lasposibilidades de que se produjeran inicia-tivas de este tipo, no sólo por la consoli-dación de las garantías de independenciaderivadas de la progresiva asunción de susfunciones por parte del Consejo Superiorde la Magistratura, sino también por lasexperiencias llevadas a cabo por muchos

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magistrados encargados de la instrucciónde los procesos relativos al crimen organi-zado y al terrorismo, lo que permitió unamejor organización de algunas fiscalías yde algunos órganos de la policía que cola-boraban con ellas. Una contribución im-portante en esta dirección fue también ladel Código de Enjuiciamiento Penal de1988, al hacer más concreta la dependen-cia de la policía judicial de las fiscalías yal eliminar de forma casi completa la je-rarquización de las sedes fiscales que, confrecuencia, habían sido utilizadas en elpasado por el poder político para frenareste tipo de iniciativas.

Conviene además insistir, en contrade lo sostenido por una ruidosa propa-ganda, que, valoradas en su conjunto, lasinvestigaciones judiciales iniciadas en1992 no pueden ser consideradas comouna anomalía pues, hablando con pro-piedad, lo anómalo sería el nivel alcanza-do en nuestro país por la corrupción y elcrimen organizado. Por tanto, si se tieneen cuenta la situación a la que se habíallegado, puesta de manifiesto incluso enun memorable discurso del senador Ag-nelli, no puede sorprender que algunosde los órganos judiciales creados de for-ma específica para la persecución de losdelitos se comprometieran a combatir esasituación, de la misma forma que en añosprecedentes algunas fiscalías se habíancomprometido valerosamente, obtenien-do resultados importantes en la persecu-ción de los delitos de terrorismo y mafio-sos, a pesar del precio tan alto que se pa-gó incluso en vidas humanas.

No es relevante determinar que du-rante dichas investigaciones se cometie-ran errores o excesos, como se puedencometer en cualquier otro procedimientojudicial, o que las decisiones tomadasmerezcan comentarios más o menos fa-vorables que otras; lo que importa es quenada induce a considerar que esas deci-

siones fueran fruto de influencias exter-nas o de tal naturaleza que alterasen elcurso normal de los procedimientos encuestión. Por otra parte, todas las nume-rosísimas denuncias presentadas y todaslas investigaciones dirigidas contra losmagistrados que las llevaron a cabo notuvieron éxito, a pesar del impulso anó-malo que les dieron algunos ministros deJusticia cuya falta de imparcialidad era deuna evidencia clamorosa.

La anomalía más importante que seha producido en este periodo está repre-sentada por la actuación absolutamenteoriginal de la defensa de un imputado es-pecífico, el empresario Silvio Berlusconi,tras ser acusado de una amplia serie dedelitos comunes –subrayo, comunes, nopolíticos– que implicaban muchos episo-dios de corrupción de funcionarios pú-blicos (entre los cuales se cuentan algu-nos magistrados que ocupaban posicio-nes de gran relieve en el sistema judicialitaliano), de delitos societarios y de otrasviolaciones de la ley de diferente carácter.En efecto, no se limitó a contratar aequipos de abogados que garantizasen ladefensa técnica en el ámbito de las dife-rentes instrucciones y de los numerososprocedimientos penales que le afectaban,sino que también llevó a cabo una im-portante serie de actividades extrajudicia-les que terminaron por ejercer un papeldecisivo a la hora de asegurarle absolu-

ciones, declaraciones de improcedenciapara juzgar por prescripción u otros mo-tivos, e incluso la suspensión de los pro-cedimientos sine die.

Estas actividades consistieron princi-palmente en la utilización sistemática delos medios de comunicación de su pro-piedad (y de otros que por diferentes mo-tivos se sumaron a la ejecución de esta ta-rea) para acusar de parcialidad y de “poli-tización” a todos los magistrados que,debiendo ocuparse de él de oficio, adop-taron decisiones no conformes con lasexigencias de la defensa, así como en laorientación de la opinión pública a su fa-vor y en contra de los magistrados y detodo el poder judicial. Además, en 1993,procedió a la constitución de un partidopolítico, gestionado más como una em-presa que como una asociación, peroque, en cualquier caso, era capaz de reco-ger bajo su bandera a una amplia área deentidades que tenían en común unaorientación antipolítica y que, por dife-rentes razones, habían sido marginadasen precedencia, lo que le permitió conse-guir la mayoría parlamentaria y asumir lafunción de guía del Gobierno italiano (yahora incluso de la Unión Europea), delo que se valió con descaro para influir asu favor en los procedimientos en cursomediante disposiciones legislativas y ad-ministrativas, utilizando además unaconstante presión propagandística que lepresentaba como víctima de una organi-zación política enemiga en la que se ha-brían afiliado no sólo gran parte de losmagistrados italianos, sino también ma-gistrados extranjeros y, en general, todoslos que de una forma u otra rechazabanfavorecer sus intereses procesales, comer-ciales o políticos.

Entre las innumerables declaracionesrealizadas por este imputado, baste recor-dar a título de ejemplo que, entrevistadopor los periodistas en su calidad de presi-

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dente del Gobierno italiano a propósitode una ley que su mayoría parlamentariahabía aprobado para declarar nulos desdeel punto de vista procesal algunos docu-mentos que las autoridades italianas ha-bían obtenido de las autoridades judicia-les suizas por comisión rogatoria, no tuvoningún reparo en calificar dichos docu-mentos de “pruebas falsas”, afirmando asíde forma implícita –sin ni siquiera apor-tar algún elemento de prueba para soste-ner esa afirmación– ¡que los magistradossuizos habían falsificado esos documen-tos para perjudicarle! Por lo que concier-ne a los magistrados italianos, baste re-cordar que recientemente ha calificado ala magistratura en su conjunto como un“cáncer” del que el país debería liberarse.Y respecto a “sus” ministros es imposibleno recordar al menos que el titular delMinisterio para las Reformas, al pronun-ciarse contra las propuestas para impulsarla colaboración europea en el campo dela justicia, ha calificado a la Unión Euro-pea como “Horcalandia” y que el minis-tro de Infraestructuras ha definido a laMafia como una realidad con la que esnecesario aprender a convivir, sin que ha-ya sido rebatido.

Estas circunstancias –por muy increí-bles que puedan parecer– han determina-do que nuestro personaje haya podidoevitar hasta ahora cualquier condena de-finitiva, aunque casi nunca haya obteni-do dictámenes que excluyeran que el he-cho ilícito hubiera acaecido realmente.En realidad, generalmente ha sido ab-suelto porque el delito había prescrito(prescripción a la que nunca ha renuncia-do, como permite la ley y como hacenlos que aspiran a obtener el reconoci-miento de su inocencia), o porque se ex-cluyó que hubiera participado personal-mente en la comisión del delito (del quese declararon autores sus colaboradores,que habrían actuado en su beneficio perosin que él lo supiera o en contra de su vo-luntad), o porque el proceso ha sido sus-pendido gracias a una ley promulgada adhoc que le protege mientras ocupe el car-go de presidente del Gobierno (sobre estepunto, además, se ha presentado un re-curso de inconstitucionalidad sobre elque deberá pronunciarse el TribunalConstitucional).

Es indiscutible que esta situacióninaudita representa la violación más cla-ra, en estos últimos años, de los princi-pios establecidos por la Constitución ita-liana y una de las más insólitas que sehan verificado nunca en la historia cons-titucional de todos los pueblos. Para ilus-

trar los problemas que esa violación hagenerado es necesario resumir, aunquesea de forma sintética, los precedentes in-mediatos de la situación actual.

Durante la unificación política deItalia, se aplicó a todo el territorio

nacional el ordenamiento judicial adop-tado algunos años antes en Piamonte yque era el resultado de la adaptación delsistema vigente en Francia, cuyo textoprincipal estaba basado en la ley napoleó-nica de 1810.

Esta ley era la conclusión de una se-rie de reformas tempestuosas iniciadastras la Revolución de 1789, que habíaabolido el sistema judicial existente en elAncien Régime y efectuado diversas refor-mas inspiradas en los principios enuncia-dos en la famosa obra de Montesquieu(como se deduce, entre otras cosas, porla referencia a la separación de los pode-res como elemento fundamental de todoordenamiento conforme a los principiosdel constitucionalismo liberal, recogidaen el célebre artículo 16 de la Declara-ción de los Derechos del Hombre y delCiudadano, adoptada por la AsambleaConstituyente francesa el 26 de agostode 1789), pero que posteriormente ten-dieron a llevar a cabo una total subordi-nación de la actividad judicial al controlpolítico (como demuestra el recurso a lainstitución del référé législatif, en virtuddel cual al juez se le imponía que pidieseal legislador la interpretación de la leycuando ésta fuera controvertida). Conce-bida en función de la caracterización ul-trademocrática del poder político queprevaleció en la fase más extrema de laRevolución, conservó ese espíritu inclusocuando la sistematización de los poderespúblicos asumió una connotación auto-ritaria en el periodo napoleónico y en laépoca de la Restauración.

De esta forma, se había ido consoli-dando un modelo de sistema judicial deacuerdo con el cual la magistratura esta-ba configurada como un cuerpo de fun-cionarios asistidos por algunas garantíasespecíficas pero subordinados al ministrode Justicia para todo lo que concernía ala gestión de su relación profesional y,por lo tanto, dotados de un régimen deindependencia más teórico que real. Parala Fiscalía, en especial, regía una relaciónde dependencia jerárquica propiamentedicha, que confería al ministro la posibi-lidad de impartir órdenes y directivas in-cluso para lo que incumbía a las funcio-nes inherentes al ejercicio de la acciónpenal.

Durante la fase que va de la unifica-ción del país a la llegada del fascismo ysiguiendo ese modelo, el sistema adopta-do por la primera ley de sistema judicial(de 1865) fue criticado por parte de unmovimiento de opinión inspirado no só-lo en el pensamiento original de la Ilus-tración sino también en los ejemplos an-glosajones, en cuyo ámbito la indepen-dencia del juez estaba considerada comoun principio fundamental del ordena-miento constitucional.

Exponentes de relieve de este movi-miento fueron sobre todo LudovicoMortara y Piero Calamandrei: el primeroindicó, en algunos escritos publicadosentre finales del siglo XIX y los primerosaños del XX, las condiciones de depresióncultural y de dependencia de funcionescon que actuaban los magistrados italia-nos; el segundo, en un discurso, pronun-ciado en la inauguración del año acadé-mico de la Universidad de Siena el 13 denoviembre de 1921, ilustró las razonesde la subordinación de los magistradoscon respecto al poder político y a la bu-rocracia, identificándolas principalmentecon la gestión de la carrera de los magis-trados por parte del ministerio. Hay querecordar además la constitución, en1907, de la Asociación Nacional de Ma-gistrados italianos, de acuerdo con unprograma inspirado en presupuestos aná-logos.

A nivel legislativo, las reformas con-seguidas en este periodo por el movi-miento para la independencia de la Ma-gistratura fueron bastante limitadas: lasmás importantes fueron las relativas a laintroducción de la oposición como úni-co modelo de selección inicial, que se re-monta a una ley Zanardelli de 1890, y laprevisión de una serie de órganos deconsulta compuestos por magistradospara ciertas disposiciones relativas a lacarrera de los magistrados mismos, frutode una serie de decretos que culminanen la ley Orlando de 1907, constitutivade un primer Consejo Superior de laMagistratura. Estas reformas, sin embar-go, no repercutieron ni sobre la estructu-ra jerárquica del cuerpo judicial ni sobreel cordón umbilical que lo unía al poderpolítico, debido en especial a la relacióntan estrecha existente entre el Ministeriode Justicia y el Tribunal Supremo, el cuala su vez ejercitaba su hegemonía sobretodo el cuerpo judicial, tanto a través delcontrol de las sentencias como –y sobretodo– a través del control de las oposi-ciones que condicionaban la carrera delos magistrados.

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El hecho de que el régimen fascistano tuviera necesidad de introducir con-trarreformas de especial relieve para ejer-cer los poderes autoritarios de los que sehabía apropiado, prueba todo lo dichoanteriormente; las leyes del sistema judi-cial de 1923 y 1941, que sustituyeron ala de 1865, se limitaron a eliminar algu-nas de las reformas del periodo prece-dente sin necesidad de alterar un sistemaque se adaptaba a las exigencias de ladictadura. La disolución de la Asocia-ción Nacional de Magistrados italianosfue una de estas disposiciones, determi-nada más por el planteamiento represivogeneral del régimen que por finalidadesespecíficamente relativas a los problemasde la justicia.

Al día siguiente de la liberación delpaís del nazi-fascismo, fue posible retomar el camino de las reformas quetendían a lograr la independencia de laMagistratura, cuyas etapas fundamen-tales fueron la ley “sobre las garantías dela Magistratura” de 1946, que eliminó larelación de dependencia jerárquica queunía los órganos de la Fiscalía al ministrode Justicia, y la Constitución de 1947,que adoptó muchas novedades importan-tes, sobre todo la atribución de las funcio-nes relativas al estatuto jurídico de losmagistrados a un órgano independientedel poder político y compuesto en su ma-yoría por magistrados elegidos por el res-to de los magistrados, es decir, a un Con-sejo Superior de la Magistratura renovadoen sus poderes y en su composición.

La aplicación de estos principios en-contró una fuerte resistencia a la que enun primer momento no fueron extrañoslos magistrados más ancianos, cuya for-mación cultural, al menos en muchos ca-sos, estaba inspirada por las orientacionesdominantes durante los regímenes ante-riores. El gradual recambio generacionalcomportó la progresiva difusión de losprincipios constitucionales y una ampliaadhesión de los operadores jurídicos, porlo que la figura del juez (y de la Fiscalía)se fue acercando progresivamente, en suaplicación concreta, a la configurada pordichos principios.

La base de este proceso reformadorfue sobre todo la obra de reflexión teóri-ca desarrollada por un conspicuo númerode juristas, magistrados, abogados y estu-diosos en el ámbito de algunas organiza-ciones culturales, en las universidades yen la misma Asociación Nacional de Ma-gistrados. Esta reflexión teórica llevó a laadopción de nuevas soluciones, tantomediante reformas legislativas como me-

diante la elaboración jurisprudencial o laactuación del Consejo Superior de la Ma-gistratura.

Como resultado de esta maduracióncultural, entre 1960 y 1990 el sistema ju-dicial italiano se fue diferenciando pro-gresivamente del modelo napoleónico yacercándose –en los resultados, si no enlos métodos– a los modelos anglosajones.Sintetizando, se puede decir que, al finalde esta fase, los magistrados italianos–jueces y fiscales– eran conscientes de laposibilidad de ejercer sus funciones deforma independiente, como la Constitu-ción y la ley de 1946 enunciaban a nivelteórico: ponerlo en práctica o no sólo de-pendía de su conciencia. Sin duda algu-na, los resultados alcanzados no eran su-ficientes para llevar a cabo una justiciaeficiente pero representaban una premisaesencial para alcanzar esa meta el día enque el Poder Ejecutivo y el Legislativo secomprometieran a conseguir ese objetivo.

Llegados a este punto, habría sidonecesario concluir la larga fase de

aplicación de los principios constitucio-nales con la elaboración de una legisla-ción ordinaria que integrara y desarrollaradichos principios, pero no fue así. La leysobre sistema judicial demandada por laVII disposición transitoria de la Consti-tución no ha visto nunca la luz, por loque aún siguen vigentes tanto la estructu-ra general de la de 1941 como muchas desus partes, a la que se han aportado mo-dificaciones mediante innumerables dis-posiciones inspiradas con frecuencia enlógicas completamente descoordinadasentre sí. El Consejo Superior de la Magis-tratura se ha esforzado en conseguir queesta acumulación de reglas sea lo menosheterogénea posible mediante delibera-ciones, pero hay que señalar que estas de-liberaciones no pueden superar los límitesde la función que les es propia y que con-siste en sugerir interpretaciones que per-mitan superar las antinomias y colmar laslagunas. El resultado de esta situación esla coexistencia de disposiciones basadasen principios constitucionales con unmarco general inspirado en los cánonesestablecidos por la ley napoleónica de1810. Tampoco es mejor la situación delos códigos de enjuiciamiento, como elpenal, renovado en 1988, y que ya ha su-frido numerosísimas modificaciones ins-piradas en ópticas contradictorias, ni larelativa a la claudicante sistematizacióndel proceso civil, reformado más de unavez para resolver exigencias contingentespero siempre de forma parcial.

Sin embargo, todo el ámbito de la le-gislación jurídica está gravemente altera-do debido a las polémicas surgidas porlas cuestiones antes mencionadas: comola acusación del presidente del Gobiernoy de sus colaboradores a la Magistraturade constituir un “cáncer” del país o lapropuesta de reformas constitucionales olegislativas que tienden a restaurar el or-denamiento existente antes de la Consti-tución. Una primera modificación de es-te tipo ya ha sido adoptada con la ley dereforma del ordenamiento del ConsejoSuperior de la Magistratura aprobada en2002, que ha determinado el número devocales elegidos por el Parlamento cuyapresencia es necesaria para la validez delas sesiones del Consejo, siendo suficien-te que cuatro de ellos se ausenten paraque se determine la invalidez de la sesióny se bloquee, por tanto, el funcionamien-to del mismo. Y dado que una conven-ción parlamentaria asigna a la mayoríacinco de los ocho puestos destinados alos “laicos” y que en el actual sistema departido–empresa subsiste un vínculomuy estrecho entre el líder de la ma-yoría parlamentaria y “sus” miembros delGobierno, la amenaza es mucho más realde lo que fue en el pasado, cuando lospartidos reconocían una cierta autono-mía incluso a los que ellos habían elegidopara el Consejo. Esta modificación ha si-do aprobada con una ley ordinaria, peroes evidente que su capacidad práctica esla de redefinir, y no de forma sutil, lanorma constitucional que atribuye alConsejo sus funciones, subordinando suejercicio a una especie de tácito nulla ostadel líder de la mayoría parlamentaria.Tratándose además de una norma de pro-cedimiento relativa al funcionamiento deun órgano judicial, pero no jurisdiccio-nal, es muy difícil que pueda someterse ala verificación de constitucionalidad, queexige la aplicación jurisdiccional de lanorma que ha de ser sometida al controldel Tribunal Constitucional.

Además, en los últimos meses se hananunciado proyectos incluso más graves.Si llegaran a aprobarse, restablecerían elespíritu de gestión del personal judicialque existía antes de que se empezaran aaplicar los principios constitucionales, re-organizando la carrera de los magistradosde acuerdo con una larga serie de oposi-ciones que estarían controladas por elTribunal Supremo y restituirían a éste lafunción de órgano de conexión con elministerio para asegurar ese control la-tente que realizaba hasta hace poco. Eneste marco general, se instituiría también

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una “Escuela de la Magistratura”, peropara someterla asimismo al control delTribunal Supremo reestructurado en esadirección.

Creo que estas pocas indicaciones–entre las muchísimas que deberíanaportarse para ofrecer un cuadro exhaus-tivo del problema– son suficientes paraque se comprenda en qué situaciónnos encontramos. Baste añadirque parece que el Gobierno y lamayoría parlamentaria consi-deran que modificaciones deesta importancia, que trastocan elmodelo de ordenamiento jurídico adop-tado por la Constitución, pueden seradoptadas con leyes ordinarias, llevandoa cabo de esta forma “modificaciones tá-citas” de la Constitución misma pareci-das a las que sufrió, en su época, el Esta-tuto albertino, que, por otra parte, eraconsiderado una constitución “flexible”,es decir, modificable mediante una leyordinaria, y que no preveía una disposi-ción “agravada” para su revisión. Esta po-sibilidad debería ser considerada inadmi-sible, porque es claramente contraria alderecho vigente, aunque cada vez conmás frecuencia se realicen modificacionestácitas de este tipo, en ésta y en otras ma-

terias.

Si observamos los problemas jurídicosdesde una perspectiva no exclusivamenteitaliana, debemos interrogarnos sobre lasrazones que han llevado a ampliar, en mu-chos países, el papel ejercido por órganosjurisdiccionales o, en cualquier caso, porórganos independientes en esta fase histó-rica, y las reacciones que han suscitado. Pa-ra comprender esta realidad esnecesario reflexionar sobre el modo en quese ha realizado el paso de unas formas degobierno que eran propias de los ordena-mientos estatales en la época del AncienRégime a otras que, por el contrario, hancaracterizado el periodo, todavía en curso,en que los ordenamientos se han inspira-do, con más o menos fidelidad, en losprincipios que corresponden a definicionescomo “Estado democrático”, “Estado dederecho”, “Estado social”, etcétera.

Con este fin se debe mencionar sobretodo el caso de Estados Unidos que, ha-biéndose desvinculado de la relación detipo colonial que le unía con el ReinoUnido, no tenía necesidad de confrontar-se con un Ancien Régime y pudo adoptardesde el principio una sistematizaciónconstitucional inspirada en nuevos prin-cipios. En consecuencia, la Constituciónde 1787 se inspiró en el principio de la

separación de poderes, situando el poderjudicial en el mismo plano que los otrosdos; además, la sentencia del TribunalSupremo Marbury contra Madison intro-dujo desde 1803 el control de constitu-cionalidad de las leyes, sobre cuyo papelfundamental para la reconstrucción de laforma de gobierno estadounidense no esnecesario insistir.

Los casos europeos, aunque presen-tan diferencias relevantes entre ellos, secaracterizan, sin embargo, por el contras-te entre los órganos que eran más sensi-bles a la necesidad de transformar la sis-tematización constitucional del país deacuerdo con la progresiva adaptación deesa estructura a los principios propios delEstado democrático, del Estado de dere-cho, del Estado social, etcétera, y los que,por el contrario, se presentaban comoopuestos a esa evolución, al menos comotendencia.

En algunos países, como por ejemploel Reino Unido, las transformaciones sellevaron a cabo sin fuertes sacudidas; y enotros se produjeron revoluciones más omenos cruentas; pero considerando el fe-nómeno en términos generales puede de-cirse que, en el transcurso de casi dos si-glos, la mayor parte de los ordenamien-tos constitucionales europeos pasaron deuna forma de gobierno calificable comomonarquía absoluta o monarquía consti-tucional a otra calificable como monar-

quía o república parlamentaria, en el ám-bito de la cual el cuerpo electoral era ti-tular de la “soberanía popular” y una omás asambleas electivas actuaban comouna especie de filtro entre los ciudadanosy el Gobierno, titular del poder ejecutivoy, con frecuencia, de las prerrogativasmantenidas del jefe del Estado, ya fueramonárquico o republicano. A pesar de laenunciación del principio de la separa-ción de poderes como condición necesa-ria del “constitucionalismo”, expresadaen el famoso artículo 16, anteriormentecitado, de la Declaración de los DerechosHumanos aprobada en Francia en 1789,el poder judicial seguía en cualquier casosubordinado a la “ley” y, en algunos ca-sos, a las directivas del Ejecutivo, exclu-yéndose, por lo general, el control deconstitucionalidad de las leyes.

Incluso en el caso inglés, en cuyoámbito los precedentes jurídicos eran –yson– reconocidos oficialmente comofuente de derecho al mismo nivel que losstatutes aprobados por el Parlamento ysancionados por el monarca, y a pesar dela posición de gran relieve del poder judi-cial, se habla de parliamentary sovereignityy se niega a los jueces el poder de contro-lar la constitucionalidad de las leyes (laEuropean Communities Act de 1972 y laHuman Rights Act de 1998 han modifica-do esta situación, pero únicamente endeterminados aspectos).

Paralela a esta evolución de la formade gobierno se produjo la ampliación delsufragio electoral, por efecto de la cual, apartir de los últimos años del siglo XIX yla primera mitad del XX, las correspon-dientes funciones dejaron de estar reser-vadas a una élite para convertirse en pro-pias de las masas, de las que formabanparte una mayoría de ciudadanos espe-cialmente sujetos a la influencia de even-tuales campañas propagandísticas basadasen la demagogia. La irrupción de mediostécnicos como la radio y, más tarde, la te-levisión, aumentó obviamente las posibi-lidades de este tipo de influencias.

Esta evolución determinó que, en laprimera mitad del siglo XX, se produjeranuna serie de casos de conquista del poderpor parte de personajes que, tras haberganado batallas electorales, al menos par-cialmente respetuosas con las reglas de lademocracia liberal, modificaron el orde-namiento constitucional del país, dandovida a regímenes de tipo autoritario, algu-nos de los cuales resultaron especialmentepeligrosos para toda la humanidad y, encualquier caso, muy nocivos para sus pue-blos. Estos acontecimientos suscitaron

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una gran preocupación que llevó a buscarsoluciones teóricamente capaces de defen-der la democracia liberal contra este tipode movimientos subversivos.

Fruto de estas experiencias fue laadopción, en las constituciones de la se-gunda posguerra, y sobre todo en los paí-ses que habían sufrido regímenes dicta-toriales, del principio de rigidez de laconstitución y del control de constitucio-nalidad de las leyes, y la revalorización dela independencia del poder judicial, tra-tando de equilibrar de esta forma el prin-cipio democrático con el principio de le-galidad. De todo ello se derivó el reforza-miento del papel de las institucionesjudiciales, a las que sucesivamente se su-maron también algunas autoridades ad-ministrativas independientes, mediantelas cuales se trataba de obtener resultadosanálogos independientemente del recursoa la técnica del proceso.

También en Italia se produjo unaevolución semejante, por lo que la Cons-titución de 1947 fue prevista como unaconstitución rígida, garantizada medianteel control de constitucionalidad de las le-yes, potenciándose la independencia dela Magistratura. Sin embargo, estas medi-das se adecuaron a una organización de laforma de gobierno basada en el empleode la representación proporcional y en lapresencia de partidos de masa a los quelos ciudadanos podían incorporarse deacuerdo con sus tendencias ideológicas.La adopción de sistemas electorales de ti-po mayoritario, llevada a cabo en 1993sin ningún tipo de corrección de las ma-yorías exigidas por las modificacionesconstitucionales, y la evolución de lospartidos políticos, que ha reducido engran medida el carácter democrático desu organización interna, han convertidoen insuficientes las garantías constitucio-nales, facilitando su superación si se con-sideran sobre todo las perspectivas de re-visión de la Constitución y las amenazasde modificación del ordenamiento delTribunal Constitucional, que ya se hanproducido en el pasado y siguen presen-tes en el horizonte.

Las amenazas a la independencia dela Magistratura han tenido una historiaparticular. Son el fruto de una estrategiaprocesal y extraprocesal totalmente atípi-ca llevada a cabo por un imputado quepresenta la particularidad de poderse va-ler del control de los medios de comuni-cación en una medida raramente alcanza-da en un régimen democrático por suje-tos políticos investidos de funciones de

gobierno, y que además puede utilizar ensu propia defensa sumas de dinero prácti-camente ilimitadas. Esta estrategia le hallevado no sólo a asalariar, directa o indi-rectamente, a gran parte de los abogados,de los periodistas y de otros profesionalesdel país, con el fin de someter a los ma-gistrados que debían juzgar los delitosque se le imputaban, sino también amantener un fuego permanente de ex-cepciones procesales para, al menos, re-trasar el curso de los procedimientos pe-nales, y a realizar una sistemática presióna través de todo tipo de acusaciones for-muladas contra todos aquellos magistra-dos que no aceptaran las exigencias desus defensores respecto a la recusacióno al reenvío del proceso a otras sedes, y,fuera del ámbito procesal, a organizarprogramas televisivos y colaboracionesperiodísticas en las cuales se colmaba deinjurias, de comentarios difamatorios yvejaciones de todo tipo a esos mismosmagistrados.

El resultado obtenido por esta cam-paña ha sido el de convencer a una parteno demasiado pequeña de los ciudadanositalianos de que los numerosos magistra-dos, italianos y extranjeros que han lleva-do a cabo instrucciones o procedimientosjudiciales contra nuestro personaje, soncómplices de una conspiración cuya fina-lidad es perjudicarle y que dichas activi-dades han sido realizadas por encargo dealgunos partidos políticos, generalmentecalificados de “comunistas”. Por último,y como ya he recordado, estas mismasacusaciones han sido ampliadas a toda lamagistratura italiana e incluso a las deotros países. Por mucho que estas tesisparezcan ridículas, han sido sostenidaspor políticos, abogados y periodistas, al-gunos de ellos de renombre, presentán-dolas a los lectores de los periódicos, a losoyentes de la radio y a los telespectadorescomo obviedades sobre las que no vale lapena ni siquiera discutir, por lo que nopuede sorprender que hayan obtenidocierto crédito.

A las iniciativas llevadas a cabo porsus abogados, por sus periodistas y porotros colaboradores suyos de diferente ni-vel profesional, se han añadido, cuandoeste imputado ha logrado asumir cargospolíticos, las intervenciones sistemáticasde algunos ministros de Justicia admira-dores suyos que han interferido a su fa-vor en los procesos en curso mediante in-vestigaciones contra las sedes judicialesen las que se desarrollaban o mediantedisposiciones relativas al traslado de ma-gistrados; y, más tarde, cuando –después

de 2001– ha contado incluso con unamayoría parlamentaria compacta, dis-puesta a seguirlo en este terreno, median-te modificaciones de la legislación vigen-te para cambiar, con efecto retroactivo,tanto la configuración de los delitos a élimputados, despenalizándolos o al menosdisminuyendo su sanción penal, comolas normas procesales aplicables, tantopara inutilizar las pruebas recogidas co-mo para hacer posibles modificaciones decompetencia, o imponer nuevos métodosde ejecución procesal que comportaranretrasos o posible causa de nulidad.

No puede sorprender que esta enor-me movilización de fuerzas le haya per-mitido paralizar todo un conjunto deacusaciones fundamentadas de las cualesse habían recogido pruebas importantes yque los procesos que ha sido posible ini-ciar se hayan resuelto casi todos con de-claraciones de prescripción del delito ocon absoluciones (no basadas, por otraparte, en la inexistencia del hecho-delito,sino por su despenalización, porque otrapersona se ha declarado autor exclusivo o

por otras razones semejantes).

Sin abundar más en esta mezquinahistoria, que todos hemos podido seguircotidianamente en los últimos años enlos pocos medios de comunicación im-presos que no estaban controlados pornuestro personaje, me limitaré a concluircon cinco observaciones sugeridas por es-ta situación.

La primera observación concierne alcomportamiento de los innumerablesprofesionales que han prestado su labor aesta campaña. Cabe preguntarse si esconforme con la ética profesional que unabogado, además de desarrollar su laboren defensa de un imputado en el ámbitode los procesos de los que éste es parte,actúe en calidad de parlamentario paraobtener su inmunidad o para que se des-penalice el delito del que está acusado opara que se modifiquen los procedimien-tos penales de forma que se consiga laprescripción del delito. No me parece ne-cesario explayarse más sobre este asuntopara demostrar la confusión de papelesque se deriva de esta actuación, pococompatible con la más rigurosa deontolo-gía profesional forense.

La segunda observación concierne alcomportamiento de todos los que consi-deran que no es legítimo que los ciuda-danos valoren la moral de un personajepolítico de acuerdo con informacionesque presentan un razonable grado de cer-teza, cuando dichas informaciones están

ALESSANDRO P IZZORUSSO

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relacionadas con imputaciones penales,transfiriendo de esta forma la presunciónde inocencia (que por lo que se refiere alproceso penal está establecida por el ar-tículo 27 de la Constitución, como todoel mundo sabe) del proceso penal a cual-quier otra situación que comporte unavaloración de la moralidad de un candi-dato a unas elecciones o de un sujeto cu-ya personalidad deba ser valorada porcualquier otro motivo (incluso por unarazón tan sencilla como la de que unapersona quiera invitar a otra a comer). Siuna imputación no puede ser investigadapor el juez por un simple motivo de tipoprocesal, ¿tampoco será posible tener encuenta las informaciones que la opiniónpública ha obtenido de forma legítimapara juzgar la moralidad de una personacuando es necesario por motivos electo-rales o por cualquier otra circunstancia?Consideraciones análogas sirven para laaceptación de la absolución por prescrip-ción o por amnistía: un ladronzuelo o unestafador de poca monta pueden encon-trar en medidas de este tipo la soluciónpráctica para resolver sus problemas conla justicia. Pero, ¿puede hacerlo un políti-co que debe conquistarse la confianza delos electores?

La tercera observación es relativa a lasacusaciones de politización dirigidas deforma sistemática contra todos los magis-trados que se han ocupado de nuestro per-sonaje y que no han aceptado todas lasexigencias de sus defensores. Estas acusa-ciones han sido formuladas con frecuenciade forma genérica, como si todo magistra-do que se ocupara de un político y noaceptara las peticiones de sus defensoresdebiera automáticamente ser acusado dehacerlo para combatirle políticamente, envez de considerar que no las acepta porquesubsisten presupuestos de hecho y de de-recho, como sucede normalmente. ¿No se-ría conveniente tratar de establecer cuálesson los criterios que permiten hablar de la“politización” de un magistrado? Como yase ha demostrado más de una vez, no esposible ni oportuno que un ciudadano,por el simple hecho de revestir el cargo demagistrado, deje de reflexionar sobre losproblemas de su país y, en general, sobrecualquier problema que pueda constituirobjeto de una valoración calificable comopolítica. Todo lo que se puede exigir esque no se deje influenciar por las propiasideas políticas hasta el punto de adoptardisposiciones infundadas, por ser partidis-tas, y que asuma cierta reserva en el ejerci-cio de sus funciones y fuera de ese ámbito.Pero la gran mayoría de los magistrados a

los que se acusa de politización respetanprofundamente estas condiciones. Haymagistrados que se presentan como candi-datos a cargos políticos, incluso al de pre-sidente del Gobierno, de forma legítima, yque ocupan cargos políticos, sin que esodé lugar a alguna objeción. Es lógico pre-guntarse si no se debería exigir más cohe-rencia.

Una cuarta observación está relacio-nada con la actitud de rechazo a respon-der que nuestro personaje ha tenido antelos jueces que lo interrogaban sobre elorigen de su riqueza. A este respecto, na-die puede poner en duda el derecho delimputado para no responder a preguntasque pueden perjudicar su defensa. Comodice el proverbio latino, nemo tenetur sedetegere, y la 5ª enmienda de la Constitu-ción de Estados Unidos ha ratificado estederecho del imputado. Pero precisamentela historia estadounidense nos demuestraque este derecho no puede ser ejercidopor un político que ha sido acusado defalta de moralidad sin que pierda su pres-tigio ante los electores. También Gorba-chov convirtió la glasnot en uno de lospilares de su política de renovación conimportantes resultados históricos. ¿Esque en Italia tenemos que considerar, porel contrario, que la cualidad de imputadopermanente permite a un político sustra-erse de forma indefinida a las preguntasde los electores?

La última observación que quisieraproponer, se refiere al respeto de la ver-dad, al que los estudiosos son especial-mente sensibles, porque dedican toda suvida precisamente a establecer la consis-tencia exacta de ciertos comportamientoshumanos o acontecimientos naturales.¿Cómo debe valorar un estudioso ciertasafirmaciones según las cuales los magis-trados suizos o los componentes de las di-ferentes Salas del Tribunal Supremo ita-liano complotan contra nuestro personajeporque están subordinados a los comunis-tas resucitados? Me gustaría saber qué im-presión causan este tipo de afirmaciones,lanzadas sin un atisbo de demostración desu fundamento, en quienes han pasadotoda su vida demostrando la verdad o lafalsedad de hechos históricos o la raciona-lidad de determinadas argumentacionespor puro amor a la verdad, sin dejarsecondicionar por otro tipo de finalidades.No hay duda de que ciertas formas de in-clinación a la mentira son propias, porejemplo, de quien se ocupa de publicidadcomercial, porque para los objetivos de lapublicidad no tiene ninguna importanciaque el mensaje propuesto a los telespecta-

dores o a los lectores de prensa sea verda-dero o falso, dado que lo único que cuen-ta es que sirva para imprimir en la memo-ria del consumidor el nombre de un de-terminado producto. Incluso de unpolítico se puede aceptar la promesa dereducir los impuestos, o de asegurar unacasa a todos, porque ya es casi una cos-tumbre. ¿Pero es admisible que un presi-dente del Gobierno de un Estado moder-no diga a los ciudadanos que la magistra-tura de su país es un cáncer que hay queextirpar, aduciendo como única pruebade su afirmación el hecho de que algunosmagistrados se esfuerzan en aplicarle laley de la misma forma que la aplican a to-dos los demás? n

Traducción: Valentina Valverde

Alessandro Pizzorusso es catedrático de Derecho

JUSTICIA Y JUECES

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LOS DEMONIOS DELANTISEMITISMO

ENRIQUE KRAUZE

Debe dejarse el juicio individual en libertad completa.Que entienda cada uno la religión como le plazca y nojuzgue de la impiedad o la piedad de los demás sinopor sus obras.

Spinoza, Tratado teológico-político

México: de la Inquisición a la toleranciaEn el centro histórico de la ciudad de Mé-xico hay una antigua plaza cercana a la ca-tedral y al Palacio de Gobierno. Es un am-plio rectángulo, bordeado por casas detiempos de la Conquista, una hermosaiglesia barroca y un noble edificio, ambosdel siglo XVII. Es la plaza de Santo Domin-go. En los años treinta del siglo pasado, loshijos de los inmigrantes judíos jugaban enella, libres y despreocupados, sin sospecharque, tres siglos atrás, ese mismo espacio ha-bía sido uno de los escenarios del sacrificiode sus remotísimos antepasados, los cripto-judíos de la Nueva España. Y aquel edificiotambién tenía su historia: antes de albergarla Escuela de Medicina, había sido la sedede la Santa Inquisición.

México es una zona arqueológica del ju-daísmo en el Nuevo Mundo, arqueológicaen el doble sentido de la palabra: enterradaen el espacio y perdida en el tiempo. El ramo“Inquisición” del Archivo General de la Na-ción conserva cientos de expedientes sobre lapequeña, pero activa, comunidad judía ori-ginaria de España y más tarde de Portugalque, practicando precariamente su fe, vivióen la capital de Nueva España desde la llega-da misma de los conquistadores hasta el autode fe del 11 de abril de 1649, cuando co-menzó su súbito y definitivo declive. “Her-vía México y la Nueva España de hebreosque, disimulando con una continuada men-tira su perfidia, imitaban en lo exterior lasacciones católicas”, escribió en 1646 el in-quisidor mexicano Estrada y Escovedo.1 Por

algunos años, en efecto, aquellas familias pu-dieron sobrevivir gracias, sobre todo, a laperseverancia de las mujeres, que manteníantenazmente algunos rituales y promovían laendogamia. Hasta la textura más íntima desus vidas estaba regida por el miedo, el secre-to, el engaño y el deseo de venganza. Pero lapersecución terminó por minar, incluso des-de dentro, la cohesión del grupo. Entre 1642y 1649, cerca de doscientos practicantes dela “ley de Moisés” fueron procesados por elSanto Oficio. Algunos se “reconciliaron”,otros fueron condenados al destierro, otrosmás murieron en la hoguera2.

Por un azar de la historia, contamos conuna descripción casi cinematográfica del au-to de fe de 1649, el más notable del que setenga noticia fuera de la península ibérica.La debemos al padre Gregorio Martín deGuijo, clérigo secular del cabildo de la cate-dral y autor de un riquísimo Diario en el quenarra los sucesos. Después de consignar dete-nidamente la presencia de los dignatarios re-ligiosos y las autoridades civiles que acudíanal acto, Martín de Guijo pinta con detalle alos soldados y sus armas, las calles y plazaspor las que pasaba la procesión, y a la doliday curiosa sociedad que se congregaba parapresenciar el acto. En un momento aparecie-ron los penitenciados, “sesenta y seis estatuasde hombres y mujeres que habían muerto enla secta de Moisés, los cuales traían los indioscircunvecinos, y detrás de algunas estatuastraían otros indios cargados los huesos de al-gunos, en sus ataúdes, cerrados con llave,pintadas de color parda y negra [...], luego sesiguieron trece personas vivas que quema-ron, ocho mujeres y cinco hombres”. Entrelos penitenciados, Martín de Guijo destaca-ba a Tomás Temiño de Campos, “muy rebel-de y contumaz”. Tras la lectura de las respec-

tivas causas y la correspondiente excomu-nión (eran, recuérdese, cristianos nuevos), seles remitió al “brazo seglar”, que los senten-ció al fuego junto con las estatuas. “Llevaronlas estatuas y ajusticiados”, continúa Martínde Guijo, “por la calle de San Francisco hastael tianguis de San Diego”, y en el trayectomuchas personas “con particulares lágrimaslos exhortaban al arrepentimiento y a morirconociendo a Dios”. Por fin llegaron al bra-sero que el tribunal de la Santa Inquisiciónhabía dispuesto en el tianguis:

“Subiéronlos, y fuéronlos poniendo en sus made-ros, donde les prendieron los brazos y garganta con susargollas, y pusieron fuego a las estatuas, que por ser decaña prendieron con facilidad, y luego dieron garrote alos demás, y habiendo expirado, les arrimaron el fuego,que prendió con facilidad, por ser vieja la ropa que lle-vaban vestida, y el sambenito y corazón de cartón; ycontinuando en esta ejecución, tuvieron arrimado a supalo al dicho Tomás de Temiño, para ver si con el te-mor del fuego y ver abrasar a los demás, se reducía, aque le animaban los religiosos: estuvo más rebelde quede antes, y considerándolo en tan miserable estado, sedesarrimaron de él, y los indios y muchachos le pusie-ron fuego, que murió quemado vivo con ciertas primi-cias de su condenación, que dejó admirados a los pre-sentes, y lo que más se pondera es que los indios que lellevaban tirando de la bestia en que iba, y el que le te-nía que iba a las ancas, le decía que creyese en Dios Pa-dre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, y otras exhorta-ciones ajustadas al servicio de su divina Majestad, quefue confusión de los españoles: dejó el corregidor guar-da en el dicho brasero, y personas que cuidasen de re-volver los huesos para que se consumiesen; duró todala noche el fuego hasta el lunes a mediodía que llegó elcorregidor, y con gente que llevó, juntando las cenizas,las hizo llevar en unos carretones y que se echasen enuna acequia que pasa por detrás del convento de SanDiego”3.

Haciendo uso de la rica documentacióninquisitorial, varios investigadores mexicanosy extranjeros han estudiado la vida de aque-lla comunidad que, como tal, tenía menos

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1 Jonathan I. Israel, Razas, clases sociales y vidapolítica en el México colonial (1610-1670), México,Fondo de Cultura Económica, 1980, pág. 131.

2 Solange Alberro, Inquisición y sociedad en Méxi-co 1571-1700, México, Fondo de Cultura Económi-ca, 1988, págs. 417-459.

3 Gregorio Martín de Guijo, Diario de sucesos no-tables, México, Imprenta de Juan E. Navarro, 1853,págs. 51-54.

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probabilidades de sobrevivir en Nueva Espa-ña que sus homólogas en España oPortugal4. Con el decreto de expulsión de1492, el judaísmo se había vuelto, como sesabe, una religión prohibida, suprimida.Quedaba la gente, los cristianos nuevos olos marranos (sospechosos de practicar ensecreto su religión). Unos y otros eran vili-pendiados, vistos con permanente descon-fianza y, en el caso de los segundos, abier-tamente perseguidos. Los judíos españoleso portugueses de los siglos XVI, XVII e in-cluso XVIII que, pese a todos los riesgos,profesaban su fe a escondidas, estaban máscerca de las comunidades holandesas, le-vantinas o italianas, y podían alimentar sudoctrina manteniendo contactos subrepti-cios con ellas o, en última instancia, hu-yendo a esos países. En Nueva España,la distancia geográfica volvía imposible

ese contacto. Esa distancia física y doctri-nal, aunada al acoso de la Inquisición, fueminando la voluntad de aquellos criptoju-díos mexicanos que, de una u otra forma,se fueron asimilando al paisaje cultural yreligioso de México. Antes de 1649, variasfamilias o individuos habían partido ya ha-cia las remotas provincias del reino y llega-ron hasta Guatemala, en el sur, y a SantaFe, en la frontera septentrional, donde suantigua filiación y la huella misma de susvidas tiende a desvanecerse.

Pero no del todo. Algunos viejos oaxa-queños recordaban hasta hace poco las apor-

taciones arquitectónicas quedebe su ciudad capital al

portugués Fialho (deprobable origen judío);

el historiador emérito deMonterrey, Israel Cava-

zos, ha comprobado demanera fehaciente la fun-

dación de su ciudadpor judíos. El fenóme-no de supervivenciaes claro también en eloccidente de Méxi-co, donde puedenhallarse a esta fechavestigios de sus se-cretas arquitecturasrituales. El historia-dor Luis González yGonzález ha narradopor escrito o de vivavoz las silenciosaspermanencias de latradición judía entresus antepasados deSan José de Gracia:sus nombres, suscostumbres culina-rias y ciertas remi-niscencias litúrgi-cas. Y hasta nues-tros días ha

llegado la misteriosa comunidad judeomexi-cana de Venta Prieta, en el estado de Hidal-go, compuesta por mestizos que, a través delos siglos, conservaron o recogieron la fe desus predecesores directos o adoptados.

Junto con el judaísmo se disolvió tam-bién, en gran medida, su eterna contraparte,el antisemitismo. Dos océanos (el Atlánticoy el del tiempo) separarían a la postre el ran-cio antisemitismo español –intensamente re-ligioso y de gran arraigo popular– del margi-nal antisemitismo mexicano. El Atlánticoayudó a arrojar por la borda buena parte dela pesada carga del antisemitismo históricoque –como en toda Europa– provenía delmundo medieval. El tiempo hizo el resto.No obstante, en el “imaginario” popularquedó grabado el repudio a la palabra “ju-dío” y a su demoníaca efigie. Anita Brenner,periodista estadounidense nacida en Méxicoen 1905, que escribió al menos dos librosmemorables sobre el país (Idols behind Altarsy The Wind that Swept Mexico), recordabaque, cuando niña, en el rancho de su padreen Aguascalientes, su nana Serapia le relatabacuentos sobre judíos malditos con colas ycuernos, y le advirtió que “cuando el Señorquiere castigar a niños traviesos, manda a unjudío a robarlos en la noche, y el judío se loslleva en un saco y se los come”5. Los hechosnarrados por Brenner debieron de ocurrir al-rededor del estallido de la Revolución de1910, pero correspondían puntualmente aotros acaecidos cien años antes, durante laguerra de Independencia. Las huestes cam-pesinas del cura Hidalgo bajaban los panta-lones de sus víctimas españolas, buscando “elrabo, la marca infamante del judío”. Esaimagen cruzó la historia y llegó hasta plenosiglo XX, junto con otras leyendas. “Escupir”,

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4 Además de las obras pioneras de Vicente RivaPalacio, está Historia del Tribunal del Santo Oficiode la Inquisición en México, de José Toribio Medi-na, prolijo historiador chileno que estudió esos ar-chivos en México a principios del siglo XX. Si-guiendo su huella, los mexicanos Alfonso Toro yJulio Jiménez Rueda escribieron libros apreciablessobre la Inquisición en la Nueva España, en losque trataron la persecución contra los criptojudí-os con cierto romanticismo literario (eco de auto-res del siglo XIX como Vicente Riva Palacio o Jus-to Sierra O’Reilly), pero con auténtica compa-sión moral. Los estadounidenses RichardGreenleaf y Seymour Liebman hicieron aportesesenciales a la historia inquisitorial. Este últimodio un paso más, y en sus libros y bibliografíasse concentró precisamente en esa historia, sobretodo en la de ciertas figuras trágicas, como la deLuis de Carvajal el Mozo, quemado en la ho-guera a fines del siglo XVI. En años más recien-tes, Eva Alejandra Uchmany ha recobrado, es-tudiado y editado con paciencia, profesionalis-mo y detalle notables procesos inquisitoriales,como el caso de la familia Díaz Nieto: La vidajudía entre el judaísmo y el cristianismo en laNueva España, 1580-1606, México, Fondo deCultura Económica, 1992. Por su parte, So-lange Alberro, en la obra ya citada, empleatécnicas modernas de cuantificación y enmar-ca la Inquisición en los contextos políticos ysociales en que nació, floreció y declinó.

5 Brenner, en Corinne Krause, The Jews of Mexi-co. A Social History, 1830-1930, University of Pitts-burgh, 1970. Véase también Susannah Joel Glusker,Anita Brenner: A Mind of her Own, Austin, Universityof Texas Press, 1998.

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se dice aún, “sólo es propio de judíos.” En lafamosa “quema de Judas” de Semana Santa,aparece (al igual que en España) un diablorabudo: el discípulo que traicionó a Cristo yque termina en la hoguera. Pero acaso la máspersistente de todas las mitologías inculpa-doras sea, por supuesto, la del deicidio, pun-to delicadísimo en que, sobre todo a partirde Juan XXIII, la doctrina de la Iglesia hadesmentido ya al prejuicio popular.

Los padres de aquellos niños judíos quejugaban en la plaza de Santo Domingo ha-bían llegado con sus familias a México enlos años veinte, huyendo de la ola crecientedel antisemitismo en Europa Oriental y Ru-sia. Para su inmensa sorpresa –porque se tra-taba de un país católico– advirtieron muypronto el carácter tolerante de esa sociedadque, al menos en sus estratos populares y declase media, no los rechazaba, sino que,más bien, parecía acogerlos. “Haymás mezcla entre gentes de dife-rentes fes y sin fe que en cual-quier ciudad de Estados Uni-dos”, apuntaba con razón elacucioso rabino Martin Zielon-ka, de El Paso, Tejas (en su viajepor México en 1908), dando sinquerer con una clave: la palabra“mezcla”. Desde el siglo XVII, almenos, la mezcla había sido mu-cho mayor que en España: in-dios, negros y “castas” se mezcla-ron con europeos y criollos quetraían sus propios rituales prohibi-dos, y en esa combinación étnicahabía también, en una medida li-mitada, como decía Zielonka, dife-rentes fes. Ya la Inquisición habíatenido que dejar fuera –por ordenreal– a los indios, todos ellos nue-vos conversos. Otros cristianosnuevos, los negros y mulatos, en-sanchaban la gama del cristianis-mo principiante, frente a cuyastorpezas, extravagancias y desvia-ciones en cuanto a creencias y ri-tuales, la propia Inquisición–concentrada en buscar en elNuevo Mundo a sus viejos fantas-mas europeos, brujas, herejes, ju-díos– debía hacer la vista gorda.Era un mundo nuevo, unificadopor una religión obligatoria, queencubría y asimilaba elementos delos pueblos y creencias que habíaincorporado. El otro existía, pe-ro sólo en las leyes, cada vezmenos en los hechos, porquetodos (indios, negros, “castas”,criollos) habían terminado pormezclarse con los otros, volvién-

dose los mismos. Una noción de igualdadnatural flotaba en el ambiente.

Pero un elemento histórico más, decisi-vo, diferenciaba a México de España: enMéxico, el liberalismo había triunfado demanera irreversible sobre el bando conserva-dor y había creado un Estado nacional sobresólidos cimientos laicos. En la letra de laConstitución de 1857, y en los hechos, des-de la restauración de la República (1867),México fue –y lo ha sido a partir de enton-ces– un país de plenas libertades cívicas, in-cluida la libertad de creencias y de culto.

Acogidos a esas antiguas y nuevas liber-tades, en los albores de la era porfiriana, unpuñado de familias judías provenientes prin-cipalmente de Alsacia y de Alemania se habí-an avecindado en México. “Los judíos son

tratados muy liberalmente [...], los mexi-canos sólo expresan simpatía por los

judíos”, apuntó el corresponsaldel Jewish Chronicle de Londreshacia 1896. Sus observacionesse circunscribían a la ciudad deMéxico, a la que siempre ca-racterizó cierta atmósfera cos-

mopolita; pero, a juzgar por laprosperidad de la pequeña colo-nia, el periodista tenía algunarazón. Había banqueros, co-merciantes de diversos ramos,joyeros, un dentista, un editor,un pedagogo. En las últimasdécadas del siglo XIX y primerasdel siglo XX, el país atrajo a uncreciente número de refugiadosde diversas latitudes, que se di-seminaron por el país: sefardíesde habla ladina oriundos deTurquía y Grecia, judíos deAlepo y Damasco, en Siria, yaskenazis de Europa oriental yEstados Unidos. Porfirio Díazhabía alentado personalmenteese flujo, que en 1910 alcanza-ba la cifra aproximada de nue-ve mil inmigrantes6. Si laafluencia no fue mayor no sedebió a alguna directriz políti-ca, prejuicio social o reservareligiosa, sino a la competen-cia de dos tierras prometidas:Argentina y Estados Unidos.El propio Porfirio Díaz llegó

a ver con simpatía la posibi-lidad de que México recibie-ra (en la península de BajaCalifornia) a inmigrantesperseguidos por la Rusia za-

rista. El proyecto contaba con el apoyo devarias organizaciones estadounidenses, cuyosenviados escribieron libros o artículos apolo-géticos en que destacaban la hospitalidad na-tural del mexicano. Y, aunque no fructificó,atrajo a algunos colonos (los Golblaum, Be-renstein) que, casados con mujeres mexica-nas, prosperaron y llevaron esa prosperidad alas regiones en que se asentaron (en particu-lar, Ensenada), y se integraron socialmente,al grado de que alguno de sus hijos llegaría aser teniente coronel de los ejércitos revolu-cionarios7. Hacia 1905, aquella variopintacomunidad celebró sus primeros servicios re-ligiosos formales. Significativamente, comolazo simbólico con el remoto pasado, los pre-sidía un viejo patriarca de barba blanca naci-do en Campeche, descendiente de criptoju-díos: el excéntrico profesor preparatoriano yhebraísta Francisco Rivas Puigcerver. En po-cos años, y a despecho de la violencia revolu-cionaria (1910-1920), las palabras del rabinoZielonka resultarían proféticas: “En Méxicohay un futuro muy generoso para los inmi-grantes que deseen establecerse en el comer-cio y la industria”8.

Colonias enteras de inmigrantes cose-chaban los frutos de la tradición liberal: jóve-nes libaneses que llegaban a México enviadospor sus padres para protegerlos de las guerrasen Levante, judíos perseguidos por el antise-mitismo europeo, españoles republicanos(intelectuales y artistas, familias desposeídas,niños huérfanos), chilenos y argentinos aco-sados por las dictaduras militares. Sólo loschinos, concentrados en el norte y noroestede México, sufrieron una abierta persecu-ción. Pero los chinos eran, de nuevo, la ex-cepción a la regla. Revolucionarios de leyen-da como Trotski y Serge, personajes estrafa-larios como el rey Karol de Rumania y lamisteriosa Madame Lupescu, “gringos” in-dustriosos como los hermanos Sanborn oSpartling (el creador de la platería modernaen Taxco), y una larguísima sucesión de ena-morados de México, se acogieron a aquellatradición de cortesía, no sólo grabada en lasleyes, sino en las costumbres. El pueblo po-día conservar ciertos dichos o hábitos ligadosa la palabra “judío”, pero en su trato con ju-díos de carne y hueso se mostraba perfecta-mente afable, porque los prejuicios –aunqueantiguos– habían sido implantes de muycorta raíz. Curiosamente, si la palabra cam-biaba, cambiaba la actitud: el término “israe-lita” evocaba el Viejo Testamento o leyendas

LOS DEMONIOS DEL ANTISEMITISMO

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6 Corinne Krause, op. cit.

7 Norton B. Stern, Baja California: Jewish Refugeand Homeland, Los Ángeles, Dawson’s Book Shop,1973.

8 Krause, ibíd.

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de hermosas doncellas perseguidas por la In-quisición. (En 1924 la colonia judeomexica-na proveniente de Europa oriental y Rusia,inauguraba su más antigua escuela, el Cole-gio Israelita de México.) Por esa y otras razo-nes, el éxito de la inmigración no pasó inad-vertido a Anita Brenner. De vuelta a su paísnatal, en ese mismo año escribió:

“Consciente o inconsciente, queriendo o no, eljudío en México, ya sea árabe, turco, ruso, inglés, pola-co o alemán, ya sea comerciante, maestro, ambulante oartista, educado o ignorante, se está convirtiendo enun ser tan mexicano como los descendientes del ‘con-quistador’ o el hijo de un indio nativo. Está en el pro-ceso de dar a México, en el futuro, no solamente sutrabajo, su dinero, su cerebro sino, literalmente, dedarse a sí mismo”9.

Precisamente en 1924, Estados Unidosimpuso una rígida cuota a la inmigración (laJohnson Act). Al mismo tiempo, el generalPlutarco Elías Calles –presidente electo–emitió una invitación formal a los judíos quese publicó en Nueva York y superó todo pre-cedente: “El gobierno de México está prepa-rado para acoger calurosamente la inmigra-ción de judíos de Europa oriental para traba-jar en ocupaciones tanto agrícolas comoindustriales [...]. El gobierno de México in-cluso está dispuesto a otorgar terrenos para lacolonización judía”. Arribaron miles y, juntocon sus familias, se incorporaron al comer-cio, a la industria y a las profesiones liberales,vedadas para ellos en la vieja Europa. Noobstante, igual que en el resto de AméricaLatina, no dejaron de sufrir oleadas de dis-criminación, sobre todo en los años treinta.Con el ascenso del nazismo, se formaron or-ganizaciones militares de corte fascista (Co-mité Pro Raza, Acción Revolucionaria Mexi-cana) y bandas de choque llamadas CamisasDoradas, que, por ejemplo, arrasaron lastiendas de los judíos en el mercado de La La-gunilla, impidieron trabajar a los comercian-tes ambulantes y, en ciertos momentos, lle-garon a cometer actos de persecución, comoel que atestiguó desde su tienda de fotografíaun judío en 1931. La ocasión era un desfilede carros alegóricos para festejar el comercioy la industria mexicanas:

“Cuando les tocó el turno a los carros del señorMoshinsky y de Gershenson, porque fueron anun-ciados, se dieron cuenta de que eran judíos y losasaltaron y los hicieron trizas los carros. Yo estaba amedia cuadra de allí, me acerqué y quedé atónito deesta impresión. Y pensé: ‘Yo me fui de la Rusia Za-rista, de los pogroms, luego de los bolcheviques’ yme dije: ‘¿Para eso vine a México, para eso cambié

de vida?’ [...]. Unos se reían, otros estaban conten-tos, decían que los judíos se deben ir de aquí. Un sa-bor amargo me dejó”10.

Estos ataques, sin embargo, no se co-braron vidas ni fueron en modo alguno ge-neralizados. Actuando con firmeza, el go-bierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940) declaró ilegales a estos gruposantisemitas. Adicionalmente, la representa-ción oficial de México en la Sociedad de lasNaciones reprobó la persecución contra losjudíos. La misma simpatía se manifestaba enámbitos sindicales y en círculos intelectualesde izquierda. Antes y durante la SegundaGuerra Mundial, quizá la figura que máscontribuyó, con sus artículos y discursos, acombatir los prejuicios antisemitas y orien-tar al público sobre los horrores de la Ale-mania nazi, fue el líder sindical e intelectualVicente Lombardo Toledano.

En el antisemitismo mexicano, y, en ge-neral, en el americano, había algo que prove-nía del exterior: Borges lo dijo en esos años,con precisión: “Hitler no hace otra cosa queexacerbar un odio preexistente; el antisemi-tismo argentino viene a ser un facsímil ato-londrado que ignora lo étnico y lo histórico”(se refería a los muchos apellidos de “cepa ju-deoportuguesa” que hubo siempre en Argen-tina)11. Con todo, frente a la actitud generalde tolerancia se alzó un amplio sector de laprensa y la opinión pública simpatizantes delEje. Las consabidas publicaciones antisemi-tas (Los protocolos de los sabios de Sión, El ju-dío internacional, Mein Kampf ) circularonprofusamente en México, junto con obras(artículos, caricaturas, carteles, folletos) deautores locales que hablaban de la conspira-ción “judeo-masónica-comunista” (aliadacon Wall Street, por supuesto), libros comoDerrota mundial, de Salvador Borrego, o lafugaz revista Timón, sufragada por los nazis ydirigida por el escritor y filósofo más relevan-te de la primera mitad del siglo XX mexica-no, José Vasconcelos (también “de clara cepajudeoportuguesa”, como diría Borges). Contodo, esa corriente tenía que ver más con elviejo sentimiento antiestadounidense quecon una aversión particular hacia los cuaren-ta mil judíos askenazis y sefardíes, producti-va y pacíficamente avecindados para enton-ces en el país. Al término de la guerra mun-dial, dio inicio un largo periodo detranquilidad, roto apenas por incidentes ais-lados a los que las organizaciones comunita-rias, vinculadas con los sucesivos gobiernos

(invariablemente respetuosos de la tradiciónliberal), pudieron casi siempre poner coto.

A partir de los años setenta, tras variasdécadas de armonía en lo que respecta al te-ma judío (suma de genuina compasión porel exterminio nazi y simpatía por el Estadode Israel, o al menos por su raigambre utópi-ca y socialista), un nuevo tipo de antisemitis-mo comenzó a abrirse paso, sobre todo enlos medios académicos y en zonas de la pren-sa: el antisemitismo de izquierda. Israel fue lamanzana de la discordia, no tanto por suexistencia en sí, como por la ocupación deGaza y Cisjordania. A raíz de la guerra delGolfo Pérsico, las viejas consignas hitlerianasreaparecieron extrañamente adoptadas por laizquierda. Ya en los albores del nuevo mile-nio, la agudización del conflicto en OrienteMedio ha provocado duras críticas contra Is-rael (algunas claramente justificadas) que pormomentos descienden casi hacia el prejuicioantisemita. Todo ello no se ha traducido enactos mayores de antisemitismo abierto.

¿Cómo resumir la historia del antisemi-tismo en México? El antiguo era “facsimilar”y, en todo caso, quedó enterrado en las bóve-das de la Inquisición y en vagas expresiones,leyendas y prejuicios populares. El moderno–ideológico, económico, racista– ha tenidosus vaivenes de la derecha a la izquierda, delcargo contra la “conspiración judeo-masóni-ca-bolchevique” a la “conspiración judeo-im-perialista”, ambas supuestamente diseñadaspara dominar el mundo. Pero el hecho esque en México no hay (casi) graffitis en lasescuelas, las sinagogas ni los cementerios. Ylos judíos han podido vivir “dándose a Méxi-co” –como previó Anita Brenner– con plenalibertad y, quizá, con cierto aprecio por partede la población. Aunque persisten ataquesmenores, velados o abiertos, personales o co-lectivos, contra ellos, el tono general de la vi-da mexicana es de tolerancia y liberalidad.Una cualidad muy arraigada en el talante delpueblo –esa hospitalidad que percibían deinmediato los viajeros e inmigrantes– volvióentrañable el suelo de México. Pero si Méxi-co ha sido un oasis histórico en el siglo queexterminó a seis millones de judíos, es sobretodo por la herencia –en los gobiernos de laRevolución Mexicana y en la opinión públi-ca– de unos personajes que ahora sólo se re-cuerdan por sus estatuas o por el nombre dealgunas calles: los liberales de la Reforma.

España: entre Quevedo y Pérez GaldósEspaña es otra historia, porque España tieneotra historia. Su antisemitismo no es facsimi-lar, sino original. En la península ibérica, eljudío representó la otredad no asimilada, dis-criminada, segregada, rechazada, vilipendia-da, repudiada, expulsada, suprimida, todo

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9 Alicia Gojman de Backal y Gloria Carreño, “Par-te de México”, en Generaciones judías en México. LaKehilá ashkenazí (1922-1992), México, ComunidadAshkenazí de México, 1993, vol. VII, pág. 117.

10 Ibíd., pág. 112.11 Jorge Luis Borges, “Prólogo a Mester de judería

de Carlos M. Grünberg”, en Prólogos, Buenos Aires, To-rres Agüero Editor, 1975. págs. 77-78.

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ello y más..., pero una otredad presente en elsubconsciente colectivo, en la tradición sote-rrada, en la intrahistoria (como diría Una-muno). Presente como un fantasma. Hubojudíos en la Península desde antes de Cristo,y no dejó de haberlos hasta el decreto de ex-pulsión de Isabel la Católica. Su condiciónen la España medieval había sido muchas ve-ces difícil, pero se sentían –y eran, en verdad,como ha insistido recientemente FranciscoMárquez Villanueva, discípulo de AméricoCastro– “españoles autóctonos, sólo que dereligión distinta”12.

En toda la historiografía judía, la épocamedieval se ha consignado siempre como “laEra dorada” en la que Alfonso X el Sabioaparece como una figura venerable. A dife-rencia del resto de los países europeos, los ju-díos estaban integrados a la cultura española:generación tras generación, prohijaron artis-tas, poetas, filósofos, místicos, cabalistas, teó-logos, médicos, estadistas. Ese profundoarraigo explica el trauma cósmico que provo-có en ellos el edicto de expulsión promulga-do en 1492, un cataclismo tan doloroso co-mo el exilio babilónico –que lamentó el pro-feta Jeremías– o el de Jerusalén, del que losjudíos, durante cerca de dos mil años, nuncahallaron consuelo. En el ámbito espiritual, laexpulsión trajo consigo una renovación de laCábala (que buscaba interpretaciones y justi-ficaciones místicas al nuevo éxodo) y figurasfilosóficas de la talla de Spinoza. La vida deSpinoza y su obra –momento fundador de lahistoria de la libertad de conciencia en Occi-dente– no se entienden sin la expulsión desus antepasados de España y Portugal, pormotivos religiosos. Como ocurrió con tantosexilados judíos, Spinoza también añorabaEspaña: su exigua biblioteca incluía autoresespañoles como Quevedo, Saavedra Fajardo,Góngora, Pérez de Montalbán y Gracián.Prefería leer a Calvino en español, al igualque los Diálogos de amor de León Hebreo.En uno de los escasos testimonios biográfi-cos del joven Spinoza –recogido por I. S. Re-vah, estudioso por antonomasia del marra-nismo, y transcrito por Caro Baroja–, el filó-sofo habría dicho a un capitán español enAmsterdam que “el mismo nunca avía vistoa España y tenía deseo de berla”13.

Los que se quedaron tuvieron que optarpor la conversión, no pocas veces sincera, opor la práctica secreta de la fe de sus mayo-res. Aquellos hombres y mujeres –los marra-

nos– quedaron suspendidos entre dos credos,en “fluctuación del alma” (como diría Spino-za). Vivieron (como muchos cristianos nue-vos) una tensión existencial que no sólo pro-venía de sus conciencias, sino del entorno,que desconfiaba de ellos o los rechazaba. Enunos y otros, el proceso de asimilación durócerca de tres siglos, pasó por periodos de ali-vio y de endurecimiento, y fue sancionadosiempre por el tribunal del Santo Oficio dela Inquisición. Al promulgarse en 1812 laConstitución de Cádiz, España podía jactar-se de ser un país sin judíos ni musulmanes,un país de una sola fe, pero –como vieron,entre otros muchos, don Américo Castro yel polígrafo sevillano Rafael Cansinos As-séns– los ríos subterráneos de la cultura y laidentidad dictaban, desde la otredad suprimi-da, otra historia. A ese respecto, se ha publi-cado recientemente un libro extraordinario,no inferior a la obra de León Poliakov yotros clásicos sobre el tema: El antisemitismoen España. La imagen del judío (1812-2002),de Gonzalo Álvarez Chillida. Ya el título essignificativo, porque lo que quedó en Españaprecisamente fue una “imagen”, que durantecasi doscientos años formaría parte del deba-te (característicamente español) sobre el “ser”y la “misión histórica” de España14.

Uno de los aspectos más tristes que con-signa el libro de Álvarez Chillida (emotiva-mente prologado por Juan Goytisolo) es laprofundidad del prejuicio antijudío en lamentalidad popular. El Diccionario de uso delespañol de María Moliner (edición de 1990)define así la palabra “judiada”: “acción malintencionada e injusta, ejecutada contra al-guien”. La palabra “ladino”, que designa alos sefarditas balcánicos y a su idioma de raízcastellana, pasó a significar persona “astuta ytaimada, que obra con listeza y disimulo pa-ra conseguir lo que quiere”. Ambas palabrassiguen utilizándose. Las variaciones de laimagen degradada del judío en el refraneropopular son impresionantes: “Judío, pocavergüenza, poca conciencia y mucha diligen-cia”, “El gato y el judío a cuanto ven dicenmío”, “Fiar de judío es gran desvarío”. Haymuchísimos más. Se trata, claro está, del vie-jo catálogo medieval que estudió, entreotros, Joshua Tratchenberg, pero con un pe-culiar acento literario español. Manchado deorigen, el judío es mezquino, malicioso, ven-gativo, rico, usurero y, en última instancia,diabólico. Su aspecto físico es dual: narigu-dos los hombres, hermosas las mujeres. La

imagen recorre el rico romancero medieval,impregna las canciones y las coplas, los ritos,las leyendas y las costumbres. Son las mismasque, en versión fascimilar, llegaron a México.

En términos políticos e ideológicos, lahistoria moderna de España, desde la Cons-titución de Cádiz en 1812 hasta la muertede Franco en 1975, puede verse como la ba-talla de la conciencia ilustrada y liberal (ensus diversas tonalidades, moderadas o radica-les) contra la sólida montaña de las costum-bres absolutistas e integristas, políticas y reli-giosas. El tema judío ha sido relevante –ex-plica Álvarez Chillida– porque está ligado aepisodios cruciales de la historia española: eldecreto de expulsión de 1492 y sus conse-cuencias en la historia económica del impe-rio, el papel de la Santa Inquisición, el códi-go de “limpieza de sangre” y sus efectos so-ciales, la naturaleza de la Contrarreforma y,por tanto, de la religión católica en la forjade la unidad nacional y la trayectoria inter-nacional de España. Siempre ha habido unaEspaña castiza e integrista que ve en esas raí-ces teológico-políticas la esencia de su “ser” ysu destino providencial entre las naciones.Para ese sector, la imagen del judío fue inva-riablemente negativa, urdidora de conspira-ciones orientadas a subvertir el orden esta-blecido y a alcanzar, desde la penumbra, elpoder mundial. La masonería, la Revoluciónfrancesa y sus avatares, la democracia misma,fueron vistas como creaciones judías. En Es-paña (a excepción de algunas regiones comoCataluña, que resintieron su propia otredady en ocasiones se identificaron con la otre-dad judía) se crearon –sobre todo en ámbitoseclesiásticos– bibliotecas enteras especializa-das en estos temas, se publicaron revistas yperiódicos, se escribieron piezas teatrales, no-velas, tratados, poemas, se impartió infini-dad de cátedras y sermones, se sostuvieronpolémicas que en conjunto integran una au-téntica montaña literaria deudora, de una uotra forma, de ‘La isla de los monopantos’, elinsidioso capítulo de La hora de todos, deFrancisco de Quevedo15.

No es la única ocasión en que Quevedose refiere con maldad a los judíos; entre susamenazas frecuentes está la de untar a al-guien con chorizos, manteca y tocino, oblandir una morcilla de cerdo como espadacontra judíos. Quevedo colgó el epíteto de“judío” a varios de sus enemigos, sin faltarleJuan Ruiz de Alarcón. Pero en ese texto ex-traño, desmesurado, es donde mejor se perfi-

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12 El País, 1 de junio de 2003.13 Citado por Yoseph Kaplan, From Christianity to

Judaism, The Story of Isaaxc Orobio de Castro, Londres,Oxford University Press, 1989, pág. 308. Julio Caro Ba-roja, Los judíos en la España moderna y contemporánea,Madrid, Ediciones Istmo, vol. III, pág. 438.

14 Gonzalo Álvarez Chillida, El antisemitismo enEspaña. La imagen del judío (1812-2002), Madrid, Mar-cial Pons, 2002. Buena parte del contenido de este tex-to, en lo concerniente a España, proviene o se inspira eneste libro.

15 Francisco de Quevedo y Villegas, La hora de to-dos y la fortuna con seso, edición, introducción y notasLuisa López-Grigera, Madrid, Castalia, 1987. ‘La isla delos monopantos’ constituye el capítulo XXXIX.

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la su aversión. Fue escrito explícitamentecontra la “infernal ralea” de los judíos y losconversos (“ratones, enemigos de la luz, ami-gos de las tinieblas, inmundos, hediondos,asquerosos”), a quienes Quevedo imaginareunidos en una isla del Mar Negro para do-minar el mundo. En sus expresiones y su tra-ma, la obra de Quevedo parece precursorade la literatura antijudía de los siglos XIX yXX, aun de Mein Kampf: “El echarlos y ani-quilarlos es el solo remedio, que el castigarlosno lo es [...]. Perezcan, señor, todos y todassus haciendas”.

La comparación es sin duda excesiva. Enlos textos de Quevedo hay una suprema ma-levolencia, pero también algo que los dife-rencia de un libelo como Los protocolos de lossabios de Sión. Ambos hablan de un caso si-milar: una conspiración de sabios judíos per-versos contra el mundo entero. Sin embargo,el autor de Los protocolos cree que verdadera-mente ocurrirá eso o, al menos, quiere hacerpasar su paranoia como si correspondiera auna realidad, mientras que Quevedo no pue-de ser tomado en serio. Y lo dice en la cartade envío de La hora de todos: es una obra co-mo las cosquillas, una risa forzada, infligida aquien no tiene ganas de reír. Es decir, sin du-da siente antipatía por el judío, pero lo queescribe es una sátira. Entre burlas y veras, laverdad asoma: pero es la verdad acerca deQuevedo, no de los judíos, un ánimo opues-to al de Los protocolos16.

Frente a esta España, sin embargo, pocoa poco se abría paso la España liberal. Por-que, si bien España fue el corazón de laContrarreforma, fue también –en 1810, co-mo se sabe– donde por primera vez la pala-bra “liberal” se usó como distintivo de unpartido político. A partir de la Constituciónde Cádiz, y aun antes, en tiempos de la Ilus-tración borbónica, estas corrientes trabaja-ban para modificar las ideas y las costum-bres, las leyes y las instituciones, los prejui-cios y la memoria. Un claro precursor–apunta Álvarez Chillida– fue Goya, en al-

gunos de sus grabados contra la Inquisición(“Por linage de hebreos” y “Zapata, tu gloriaserá eterna”). La palabra “hebreo”, sacada delAntiguo Testamento, la utiliza Goya paraennoblecer el término “judío”, y la posturadel reo –un médico murciano acusado deherejía– es similar al Ecce homo. La liberaliza-ción fue lenta y paulatina. Tras la abolicióndefinitiva de la Inquisición, el gobierno deJuan Álvarez Mendizábal (llamado despecti-vamente el “rabino Juanón”, por su remotoorigen converso) hizo lo propio con los esta-tutos de “limpieza de sangre”. La libertad deculto no fue aprobada hasta 1867.

Un episodio clave en el cambio de sensi-bilidad fue el descubrimiento de los judíosde Tetuán por parte de los ejércitos espa-ñoles de ocupación de Marruecos, co-mandados por Prim y O’Donnell en1860. Allí estaban, intactos, vitoreán-dolos por añadidura y hablando uncastellano arcaico, los descendien-tes directos de aquellos remotosjudíos expulsados de Españacasi cuatro siglos atrás. PérezGaldós recoge admirable-mente el episodio en las pági-nas de su novela Aita Tettauen.Un fugitivo español llamadoSantiuste y apodado Juan elPacífico, herido, descubre depronto a un extraño grupo depersonas (tres mujeres y unenano) en una escena bucólica.“El lenguaje que hablaban le so-nó”:

“¿Quién sodes tú, desdichado?¿Qué es tu demanda? [...] Tírate atrás,que atemorizas. Por el Dios de Israeldinos tus coitas... que bien se cata quehas trocado tu ley para venir ende acá[...] Ya sabemos quién te ha ferido.Oye de mí: so mujer buena, y mi co-razón sabe apiadar de ti mas que seasculposo [...]. Agora veráis que hais to-pado con familia bondadosa. Aflojatu pena. y ven a mi casa, do toparásremedio y paz”17.

Asombrado quedó aquelhombre, apunta Pérez Galdós,ante lo que veía y oía cuando“penetró en la poética Tet-tauen, dulce nombre de ciu-dad, que significa Ojos de Ma-nantiales.” En la novela,

el personaje Juan es un seguidor de Castelar,y no es casual. Aquel tribuno e historiador–que, en palabras de Galdós en la misma no-vela, “tenía adentro un pedazo muy grandede divinidad”– era el campeón de la causa li-beral. En cátedras, discursos y acerbas polé-micas, Castelar encomió el espíritu de tole-rancia de Alfonso X el Sabio, rechazó la teo-ría del deicidio y las leyendas sobre loscrímenes rituales judíos, y lamentó la expul-sión de los judíos en 1492, que provocó pér-dida de hombres de la talla de Spinoza yDisraeli.

El encuentro con las raíces sefardíescoincidió con el apasionado intento de rei-vindicación de un grupo social segregado enla isla de Mallorca, los chuetas, descendien-tes de los judíos expulsados en 1492, pero

católicos desde hacía siglos. Su autor fueun cultísimo presbítero, José Taronjí

(1847-1890), que pertenecía a esa “cla-se”. Cansado de la discriminacióncentenaria que se había traducido enpersecuciones sangrientas, Taronjí es-

cribió el célebre texto Libros malosy cosas peores (1876), en el que

señaló a la Iglesia mallorquina co-mo la principal responsable. (Cu-riosamente, Taronjí negaba quelos chuetas proviniesen de los ju-díos.) La Iglesia respondió a travésdel sacerdote Miguel Maura,quien acusó al “rebelde” Taronjíde olvidar su sacerdocio, promo-ver doctrinas “protestantes”, faltara la caridad y calumniar a la Iglesiatoda. El cargo principal que le im-putaba era haber hecho público elproblema. Aunque aceptaba la“tristísima” verdad sobre la “pre-vención más o menos arraigada yprofunda contra una clase deter-minada”, sugería como único re-curso el paso del tiempo. En sucontrarrespuesta, Taronjí reiterósus cargos a la clerecía mallorquinapor haber mantenido el prejuicio,condenar los matrimonios mixtos ycerrar escuelas y monasterios a losmiembros de “su clase”. Habían es-perado con suma paciencia, y elprejuicio seguía ahí, insostenible deacuerdo con las leyes –naturales y

humanas–, el propio catolicis-mo y la filosofía:

“Toqué cuestiones que nadatienen de profundo y trascendental[...], cuestiones, por otra parte, yaresueltas por el sentido común, porla revelación hecha a Moisés, por la

Filosofía espiritualista de Sócrates,por los legisladores romanos, ‘la doctrina

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16 Por lo demás, Quevedo, que lo leyó todo, fuedeudor secreto de la literatura judía en España. Variaspartes del Heráclito cristiano (“nada me desengaña, elmundo me ha hechizado”) están imbuidas de la lecturade Don Sem Tob de Carrión (“Quiero decir del mun-do...”). En España defendida, Quevedo recurre a la auto-ridad de la Biblia, pero también a varios autores judíos.Yehuda Haleví es uno de ellos. Quevedo lo leyó, peronunca le dio crédito alguno. Y no es imposible que deuna obra casi olvidada de Haleví –el Cuzarí– extrajeraQuevedo la idea de su Isla de monopantos. “Uno de lossucesores del rey Bulán, llamado Obadiah”, escribe Ha-leví, “consolidó el reino y la religión hebrea. Invitó aeruditos hebreos a que se establecieran en sus dominiosfundando sinagogas y escuelas...” Zona del Mar Negro,convención de rabinos..., con sus monopantos, ¿satirizabaQuevedo el Cuzarí de Yehuda Haleví? (Agradezco estacita a Julio Hubard.)

17 Benito Pérez Galdós,Aita Tettauen. Episodios nacio-nales, Madrid, Alianza Edito-rial, 1979, págs. 117-118; yBiblioteca Virtual Miguel deCervantes.

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de Jesucristo’, por todos los filósofos escolásticos, porlos más grandes filósofos modernos, desde Bacon yCampanella hasta Hegel y Schopenhauer, por la legis-lación universal, por los mejores tratadistas de derechoy de teología [...]”.

Estas cuestiones, decía Taronjí, eran de“equidad natural”, correspondían a “la uni-dad de la especie humana” y la justicia. Lapolémica entre los dos sacerdotes, conocidaen Mallorca como la Taronjinada, conmo-vió a los espíritus liberales en España, peroen Mallorca, paradójicamente, contribuyóa reavivar los rencores hasta bien entrado elsiglo XX18.

La corriente liberal, que buscaba la se-paración entre lo sagrado y lo profano,avanzó por otros cauces. En esos mismosaños (posteriores a la Revolución Gloriosa),se publicaron obras pioneras en la historio-grafía, sobre todo la Historia social, políticay religiosa de los judíos de España y Portugal,de José Amador de los Ríos (1875-1876).Aunque muchas de ellas mantenían ciertostópicos raciales o religiosos, todas pretendí-an reincorporar legítimamente a los judíosa la historia española. El rasgo clave delproceso fue su ambivalencia, como lo prue-ban varios pasajes en la obra del mayor eru-dito de la historia española del XIX, donMarcelino Menéndez Pelayo, que, desdeuna posición católica moderada, lo mismoelogia los Monopantos de Quevedo y a laInquisición por detener la “infección judai-ca”, que equipara a Maimónides con santoTomás y rechaza por antievangélico el esta-tuto de “limpieza de sangre”. En la literatu-ra ocurre lo mismo: muchos (Larra, Es-pronceda, Bécquer) escriben variaciones so-bre el viejo tema de Lope de Vega, lostrágicos amores de la bella judía Raquel y elrey Alfonso VIII de Castilla, y al perfilar lasfiguras masculinas no dejan de incurrir enlos tópicos de la avaricia y la crueldad. Pero,en claro contraste, Benito Pérez Galdós es-cribió al menos tres obras (la citada AitaTettauen, Gloria y Misericordia) que son unalegato decisivo en favor de la tolerancia.En ellas –explica Álvarez Chillida– Galdóstrata con plena dignidad a sus personajesjudíos y se compadece sin sentimentalismosde sus desventuras.

Merece la pena detenerse en Gloria. Esuna exploración sutil en torno a la complejarelación de España con su herencia judía.Quizás el argumento (los amores trágicos de

Daniel Morton Espinoza y Gloria Lartiga)resulte nimio para la sensibilidad de hoy, pe-ro el retrato del comportamiento de los luga-reños de Ficóbriga toca el corazón del antise-mitismo en el mundo ibérico. Es sintomáti-co que todos sus personajes –absolutamentetodos, modestos o ricos, ignorantes o ilustra-dos– insistan en que ser judío es algo quepuede curarse: basta con “aceptar la verdad”.No sólo lo rechaza Gloria, su amada (cuandodescubre que Daniel pertenece a esa “sectaabominable”, esa “maldita raza que se impo-sibilitó para la redención”); un pordiosero nosólo le niega a Daniel entidad humana, sinoque no acepta de él una limosna: “Ningúncristiano toma el dinero por que fue vendidoel Señor”. Morton –hombre que no sóloprodiga su generosidad, sino que literalmen-te regala su dinero para que lo acepten so-cialmente– le ruega inútilmente: “Dame tucompañía, tu fraternidad, tu conversación,tu tolerancia, el consuelo de la voz de otrohombre, algo que no sea discordias de reli-gión, ni torpes acusaciones por un hecho deque no soy responsable, ni injurias que indi-can la rabia de una secta”. Con Caifás, el se-pulturero, el drama es aún mayor, porqueDaniel le había salvado la vida. Caifás igno-raba la identidad de Morton y al descubrirlalo maldice y condena, pero la confrontaciónde su prejuicio con la generosidad probadade Daniel, con su persona concreta, le desga-rra. Morton le pregunta si no tiene pruebassuficientes de su bondad, él, “que lo conocíabastante”, y Caifás contesta:

“Yo no sé nada, nada [...]. Usted es un misteriopara mí, Sr. Morton, usted es un ángel y una calami-dad, lo bueno y lo malo juntamente, el rocío y el rayodel cielo... Yo no sé qué pensar, yo no sé qué sentir de-lante de usted... Si le amo, me parece que debo aborre-cerle; si le aborrezco me parece que debo amarle. Us-ted es para mí como demonio disfrazado de santo, ocomo un ángel con traje de Lucifer... No sé nada, nosé nada, señor Morton”19.

Como Caifás –apuntó Pérez Galdós–,España tenía la conciencia “aturdida” en tor-no al problema. Libraba una lucha entre ladoctrina y la realidad. No lograba despojar aljudío de su diabólica imagen y por eso recu-rría a la imagen opuesta, la del ángel. Noimaginaba siquiera que podía verlo, sencilla-mente, como un hombre, una persona quepensaba o creía en Dios, de manera distinta.Ese rechazo ontológico –valga la palabra– dela otredad era el rasgo distintivo del antise-mitismo español. Faltaba mucho tiempo pa-ra que Antonio Machado –por boca de Abel

Martín– postulara la “esencial Heterogenei-dad del ser”.

Mientras Caifás –espejo de la Españapopular y castiza– vivía esos predicamentos,los aires liberales parecían propicios a la pací-fica separación entre la razón y la fe. La rei-vindicación de la herencia judía como parteintegral del “ser histórico” de España tomóvarias rutas, que Álvarez Chillida documentacon detalle: desde los descubrimientos antro-pológicos del doctor Ángel Pulido entre lossefarditas de habla ladina en los Balcaneshasta una declaración del gobierno del libe-ral Sagasta –emitida a raíz de los pogromosdel zarismo, en 1881–, que tuvo pocas con-secuencias prácticas, pero gran peso simbóli-co: “Tanto Su Majestad como el gobiernorecibirán a los judíos procedentes de Rusia,abriéndoles las puertas de lo que fue su anti-gua patria”. Era como si España se hubiesevisto de pronto en el espejo persecutorio deRusia, y le fuera dado desechar esa imagen yliberarse del pasado intolerante. Años mástarde, ante el fin del Imperio español, la Ge-neración del 98 buscó instintivamente la in-tegración de los fragmentos perdidos en elocéano del tiempo, y para ello reivindicóculturalmente –con la creación de cátedras,instituciones, publicaciones– la herencia deSefarad. Esa tendencia prevaleció por largasdécadas en España.

¿Se había reconciliado España con esetronco cultural de su pasado? No del todo.Los círculos adversos nunca bajaron la guar-dia. Influyentes en ámbitos eclesiásticos,educativos y políticos, desde las décadas fina-les del siglo XIX azuzaron la animosidad, aña-diendo al viejo prejuicio religioso nuevas teo-rías conspiratorias y determinismos racialesimportados de Francia y Alemania. La Revo-lución rusa confirmó en muchos (por des-gracia, aun en el propio Alfonso XIII) la ideade que el bolchevismo no era más que juda-ísmo disfrazado. Con todo, desde 1881 has-ta 1931, el tono general fue de un moderadofilosemitismo, al grado de que durante el go-bierno de Azaña un diario israelí proclamabaque “el judío estaba de moda en España”.Por desgracia, la llegada al poder del nazismoreafirmó las teorías conspiratorias y, triste-mente, las legitimó en la obra de grandes es-critores españoles como Ramiro de Maeztu yPío Baroja (y, un poco menos, las de JacintoBenavente y Emilia Pardo Bazán). En lastensiones ideológicas que desembocaron enla guerra civil, las fuerzas enfrentadas volvie-ron, como era de esperar, a la imagen del ju-dío, los republicanos para enaltecerla (porejemplo, en la obra paradigmática de Améri-co Castro, que junto con la herencia árabe ycristiana propone un triángulo cultural deidentidad), los generales para deturparla. To-

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19 Benito Pérez Galdós, Gloria, Madrid, AlianzaEditorial, 1998; y Biblioteca Virtual Miguel de Cer-vantes.

18 José Taronjí, Algo sobre el estado religioso de la is-la de Mallorca. Polémica contra las preocupaciones de clase.Capítulos para la historia del pueblo balear. Libros malos ycosas peores, Palma de Mallorca, Almanaque Balear,1876; y Miguel Maura, Una buena causa mal defendida(folleto), 1877.

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do el mundo recuerda la coda del general jo-sé Millán Astray en aquel discurso al queUnamuno contestó con gallardía, poco antesde morir. Pero pocos retienen las palabrasque, según Álvarez Chillida, precedieron aesa coda: “Los judíos moscovitas querían en-cadenar a España para convertirnos en escla-vos, pero hemos de luchar contra el comu-nismo y el judaísmo. ¡Viva la muerte!”.

Para estupor de Millán Astray, la ambi-valente saga del judaísmo español deparabauna sorpresa mayúscula: el superior de ese yotros generales manifiestamente antisemitas(Carrero Blanco, Mola, Queipo de Llano), elgeneralísimo Franco, no era antisemita. Ha-bía convivido con los judíos sefardíes en Ma-rruecos, y no ignoraba, al parecer, que porsus venas corría sangre de conversos. Entiempos de guerra, Franco dio derecho depaso (no de residencia) a los perseguidos porel nazismo. Así se salvaron miles de judíos.Ramón Serrano Suñer atestiguó alguna vezel modo en que Franco desechó los oficiosque llegaban de Francia pidiendo la repatria-ción de los judíos refugiados en España:“Dígales que su paradero nos es desconoci-do”, le habría ordenado. En este sentido,uno de los agentes diplomáticos de Francomerece mención aparte: era Ángel Sanz Briz,diplomático de treinta y dos años acreditadodesde 1942, quien arriesgó su patrimoniopersonal y su vida para salvar –como su cole-ga, el sueco Raoul Wallenberg– a cerca decinco mil judíos. Mientras Eichmann super-visaba personalmente la deportación de ju-díos húngaros a Auschwitz, Sanz Briz repar-tió visados españoles, y, en Budapest, pusobajo el amparo de la bandera española edifi-cios y casas de refugio, inmuebles de la CruzRoja, hospitales y orfanatos. (Ya en la pos-guerra, el Caudillo resintió la distancia de Is-rael en la ONU con respecto a España, e hi-zo lo posible por censurar la verdad del Ho-locausto frente al público español. Pero laverdad se abrió paso desde principio de losaños sesenta y, mucho más claramente, conla transición democrática.)

Fue la democracia, en realidad, la quepareció desechar el antisemitismo en lo quehabía sido siempre: un arma ideológica entrelas facciones irreconciliables que se disputa-ban –como en la lucha fratricida del cuadrode Goya– el alma y el poder de España.Cuando el ciclo histórico terminó en 1975,las nuevas generaciones entendieron que nohabía que librar una guerra santa por las ideas. Había que ponerlas a competir leal-mente, y para ello no servían las viejas teoríasconspiratorias. Los partidos –el PSOE yAlianza Popular, más tarde PP– sabían quesus diferencias a propósito de muchos temaseran irreconciliables, pero los vinculaba un

mismo contrato de convivencia política. Elideario de la Constitución de Cádiz parecíahaber triunfado: la modesta utopía liberal. Yalgo había cambiado, imperceptiblemente,en el ánimo popular. Aunque –según apun-taba Caro Baroja en 1962– en muchas pro-vincias de España había pueblos enteros se-ñalados con mofa y desprecio por la pobla-ción circundante como judíos (sin serlo,desde hacía siglos)20, el tiempo, paciente-mente, había acabado, al menos en parte,con los milenarios prejuicios. Muchos pue-blos comenzaron a rescatar, desenterrar yembellecer (algunos con propósitos turísti-cos) sus viejos barrios judíos. Quinientosaños después del decreto de expulsión, algu-nos quizá se sentían orgullosos de ese pasa-do. Sefarad comenzaba a ser, cabalmente,parte de España.

Pero la historia, bien se sabe, es una cajade sorpresas. El 2 de marzo de 2002, la Con-ferencia Episcopal anunció que pediría a laSanta Sede la canonización de Isabel la Cató-lica. Y no sólo en el bando ultramontano ha-bría novedades. Por primera vez las hay, ymuy serias, en el campo liberal. A propósitodel conflicto palestino-israelí, y del vínculoentre Israel y Estados Unidos, ha vuelto acircular el rumor de que, desde Washington–moderna “isla de Monopantos”–, se hapuesto en marcha una nueva “conspiraciónjudía para dominar el mundo”. Más allá delas críticas (justificadas) a la política estadou-nidense en Oriente Medio (incluidas las crí-ticas a los funcionarios judíos de la adminis-tración de Bush), y más allá también de losreparos razonables a la derecha israelí frente alos palestinos, hay sectores de la prensa espa-ñola tradicionalmente liberales y progresistasque se han hecho eco, acaso inconsciente, deantiguos reflejos antisemitas: un tratamientodesigual y sesgado en la información, un én-fasis condenatorio, la equiparación de todoel pueblo judío con el israelí y de todo israelícon la derecha israelí, la escandalosa amalga-ma (postulada por Saramago) de los camposde refugiados palestinos con los campos deexterminio de Auschwitz..., ¿no son señalessuficientes de la vuelta al atávico prejuicio?

La tensión histórica sigue. Quizá no re-mita nunca. En las páginas finales de su obramonumental sobre Los judíos en la Españamoderna y contemporánea, Julio Caro Barojahabla de los judíos como “un pueblo de ca-rácter neurótico” y de España como una na-

ción “dominada por el espíritu unitario”.Así, compara “lo que pasó” en la España definales del siglo XV con lo que “ha pasado enla Alemania de la primera mitad del XX”, ysinceramente se pregunta: “¿A quién echar laculpa?”21. En otras palabras, los seis millonesde judíos exterminados por los nazis teníanen parte la culpa de su destino. Por fortuna,como Galdós y Castelar, ha habido siempreotras voces: “Los Reyes Católicos”, sostieneMárquez Villanueva, “se equivocaron. Fue-ron excesivamente optimistas al pensar quela Península podía vivir sin hebreos ni mu-sulmanes. Y se perdió el tren de la moderni-dad que nacía entonces en Europa.22”¿Quién triunfará a la postre en el alma de Es-paña, Quevedo o Pérez Galdós?

Una reflexión del propio Pérez Galdóssobre las tribulaciones de Caifás –el sepultu-rero de Gloria– llega al fondo del problemaque la otredad judía ha planteado desde hacesiglos a la conciencia moral española:

“Jamás se había presentado a una conciencia pro-blema semejante y aquel hombre rudo vio desarrollarseen su espíritu todo el panorama inmenso de los pro-blemas religiosos, sintiéndose turbado y atormentadopor ellos de una manera confusa y mal definida. Vioque en su interior se elevaban fantasmas y oyó esas ate-rradoras preguntas que en lo íntimo del espíritu sonformuladas por misteriosos labios y que rara vez reci-ben contestación. Otro hombre de inteligencia máscultivada habría sacado de la meditación de aquellanoche alguna idea clara, alguna negación terrible qui-zás, algo absoluto, aunque fuera lo absolutamente ne-gro del ateísmo; pero Caifás no sacó nada, ni luz com-pleta ni tinieblas, sino confusión, aturdimiento, el ca-os, el claro-oscuro incierto del alma humana cuando lafe vive arraigada en ella, y la razón, como diablillo in-quieto evocado por la magia, entra haciendo cabriolas,enredando y hurgando aquí y allí.23”

Tinieblas, caos, claroscuro incierto delalma. La salida no era el ateísmo, perotampoco la supresión del otro debido a susopiniones o su fe. La solución existencial ehistórica que Caifás necesitaba, pero nopodía siquiera entrever, se llamaba, sencillay claramente, tolerancia. Sigue siendo, pa-ra España, la salida más noble y generosa,la mejor. n

[Este texto pertenece al libro de E. Krauze Travesíaliberal. Del fin de la historia a la historia sin fin, depróxima publicación, Tusquets, 2003].

Enrique Krauze es doctor en Historia y director deLetras Libres. Autor de Biografía del poder y Siglo decaudillos.

ENRIQUE KRAUZE

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20 Julio Caro Baroja, Los judíos en la España mo-derna y contemporánea, Madrid, Istmo, 1986, v. III,págs. 236-239.

21 Caro Baroja, op. cit., págs. 236-239.22 El País, ibíd.23 Pérez Galdós, ibíd.

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LAS MATEMÁTICAS DELAS ECONOMÍAS

FÉLIX OVEJERO LUCAS

ada pocos años las tranquilas aguasde la comunidad académica de loseconomistas se remueven por algún

manifiesto en el que se muestra la insatis-facción por el estado de la disciplina. Lasquejas no siempre son un ejemplo de pre-cisión y consistencia y ello se deja ver, so-bre todo, en una de las más reiteradas: laexagerada presencia de las matemáticas1.Por lo general, las críticas no mejoran encalidad aquellos desatinos de juventud deMarx cuando, a propósito de la economíaclásica, calificaba a los “promedios” como“injurias contra los individuos reales”2.Por ello siempre han de ser bienvenidaslas miradas equilibradas que reconocen elmucho provecho que la teoría económicapuede extraer de la aplicación de las he-rramientas matemáticas, a la vez que nosprevienen en contra de sus utilizacionesinjustificadas. Esa es la convicción queinspira el texto de ‘Economía y matemáti-cas’ de Julio Segura (Claves de Razón Prác-tica, núm. 131) y que no se puede sinocompartir en las tesis y en el tono. Loscomentarios que siguen, al servicio de la

misma convicción general, tan sólo preten-den matizar algunos de sus pasos. En parti-cular ciertas tesis metodológicas, que le lle-van a descalificar las críticas a la teoría eco-nómica por falta de realismo, y elprotagonismo que otorga a la teoría neo-clásica, tanto en el conjunto de la teoríaeconómica como en el proceso de formali-zación. Creo que las advertencias finales deSegura sobre los abusos de las matemáticasseguramente ganarían en firmeza con unamirada distinta sobre tales asuntos. Empe-zaré por el acuerdo fundamental.

La importancia de las matemáticasResulta difícil exagerar los beneficios quecualquier teoría, y por supuesto la teoríaeconómica, puede obtener de la formali-zación. Segura nos recuerda dos ventajas.La primera atañe al punto de partida: pa-ra poder aplicar una teoría matemáticahemos de hacer explícitos los supuestosde la teoría económica o, lo que es lo mis-mo, hemos de precisar las relaciones y losconceptos presentes en la argumentación.La segunda: el instrumental lógico o ma-temático permite “estar seguros de que lasconclusiones que se obtienen no incluyenfallos de razonamiento”. La importanciade esas funciones no puede desatenderse.Las argumentaciones “narrativas” que tanpersuasivas nos parecen, las que por ejem-plo rigen un artículo de opinión, estánplagadas de conjeturas espontáneas pro-pias del sentido común, de complicidadescon el lector o de relaciones de causalidadsimplemente plausibles, que, por detrásde su aparente naturalidad y realismo, es-camotean un montón de presuncionesque no por no mencionadas no existen.En ese sentido, las “razonables” y realistasargumentaciones de muchos textos deciencias sociales están saturadas de peque-ñas trampas y falacias que escapan inclusoa sus propios gestores: términos que no sedefinen o que se usan de modo diferente

en distintos lugares, léxico común que seutiliza con pretensiones técnicas pero sinreparar en su natural polisemia, pasos ar-gumentales con una apreciable dosis dearbitrariedad, inferencias descontroladas apartir de evidencias limitadas, secuenciascausales que se ignoran y que operan endirección contraria a la que se destaca3.

A las razones anteriores, las mencio-nadas por Segura, se pueden añadir algu-nas otras en favor del uso de las matemá-ticas: incrementa la fuerza expansiva de lateoría, la posibilidad de extraer un am-plio número de consecuencias, resultadode que, una vez se ha producido el ade-cuado proceso de formalización, cabeapoyarse en el potencial inferencial, de-ductivo, de la teoría matemática utiliza-da, siempre más poderosa que las impli-caciones obvias y limitadas concedidas allenguaje ordinario; hace posible manejarteorías complejas, con muchas variables;facilita la comparación entre teorías, al

C

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1 La revuelta en noviembre del 2000 de los estu-diantes franceses “contra una economía alejada de la re-alidad” incluía entre sus motivos de queja “el uso incon-trolado de las matemáticas”. Vale decir que de aquellarevuelta nació un interesante boletín electrónico, de“economía post-autista”, en el que, junto con textos in-sufriblemente posmodernos, se encuentran otros de no-table interés: http://www.paecon.net/

2 Se trata de un comentario del joven Marx(1844) a un elogio de G. Prevost hacia David Ricardo,por trabajar con promedios matemáticos, K. Marx, F.Engels, OME: Obras de Marx y Engels, Crítica, Bar-celona, 1978, Vol. V. pág. 272. En honor a Marx con-viene advertir que, con los años, al desarrollar sus estu-dios de economía corregiría estos delirios e, incluso,llegaría a tener un conocimiento apreciable del análisismatemático, del cálculo diferencial, en cuyo estudioahondaría con la intención sobre todo de ver sus posi-bles aplicaciones, como queda evidenciado en sus casimil páginas de manuscritos matemáticos, incluidos enel vol. 69 de las OME (hay edición italiana: Manos-crittti matematici, a cargo de F. Matarrese y A. Ponzio,Bari: Dedalo Libri, 1975).

3 No me resisto a advertir que lo dicho vale tam-bién para las gráficas tan usadas en la enseñanza. Tam-bién éstas están plagadas de supuestos que no siempre seadvierten, empezando por las curvas de oferta y deman-da que se intersectan y con desplazamientos (cuando ladimensión temporal no cabe representarla en un diagra-ma de dos ejes, que siempre representan un momentoen el tiempo, un hoy) hasta el precio de equilibro. Key-nes nos recordó otro ejemplo clásico más reconociblepor todos: una curva de oferta de trabajo dibujada decierta forma (creciente) quiere decir no sólo que cuandoaumentan los salarios reales es mayor el número de ho-ras de trabajo que los individuos están dispuestos a tra-bajar, lo cual parece razonable, también quiere decir quecuando bajan los salarios reales se reducen se produce locontrario, esto es, que cuando un trabajador ve que, deun día para otro, los precios se han duplicado, deja detrabajar o prefiere trabajar menos. Esto último ya es másduro de tragar. Por supuesto, en los cursos avanzados losprocedimientos son más cautelosos, pero para entoncesla mirada del estudiante ya ha sido (mal) educada. Paraun repaso de aplicación de los diagramas por parte delos economistas y de sus descuidos acerca de lo que sepuede o no hacer: J. Klein, ‘The method of diagramsand the black arts of inductive economics’, en I. Rima(edt.), Measurement, Quantification and EconomicAnalysis, Roudledge: Londres, 1995, págs.98-ss.

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detectar si son reducibles, redundantes,independientes o consistentes; aumentala calidad contrastadora, como conse-cuencia tanto del desarrollo de un am-plio número de contrastaciones comode su mayor precisión (pace ciertas apo-logías de la investigación cualitativa, losadjetivos son finitos, los números, no; és-tos nos permiten enunciados más preci-sos, más informativos y más falsables: porello nos interesa más el enunciado “lamesa mide 130 centímetros” que elenunciado “la mesa es grande”). En su-ma, la introducción de las matemáticassupone un punto y aparte en la madu-ración y desarrollo de una teoría.

Creo que ésa es la tesis fundamentalde Segura y, como decía, mi acuerdo conella es completo. Pero junto a ella añadealgunas consideraciones que resulta másdifícil compartir. Unas se refieren a lasteorías económicas, a su relación entre síy con la economía matemática. Las otrasson más inmediatamente metodológicas,acerca de cómo deben ser las buenas teo-rías. No creo que ninguna de ellas resulteimprescindible para su argumentación eincluso es posible que mi trazo las exage-re. De hecho, estoy seguro que así sucedecon el contraste que realizaré entre la eco-nomía clásica y la neoclásica, destacandola originalidad de ésta. Pero creo que exa-minar con algún detenimiento esa dis-continuidad ayudará a entender qué es loque verdaderamente está en juego en losprocesos de formalización. En cualquiercaso, con independencia de si Segura sus-cribe las tesis tal cual, están presentes enmuchas reflexiones sobre los problemasde la llamada “economía matemática” ysu escrutinio nos permite hacernos unaidea más cabal de la relación entre mate-máticas y economía. Un problema que, ami parecer, debe interesar no sólo a loseconomistas, sino que resulta de interéspara todos los científicos sociales. Espero

que esa circunstancia disculpe el tono unpoco gremial de algún paso en las notasque siguen.

La teoría neoclásica y la teoría económicaSegura dedica una parte importante de suargumentación a la teoría neoclásica, o,más exactamente, a la teoría del equilibriogeneral, que especifica las condiciones ba-jo las que una economía de mercado pre-senta un equilibrio eficiente, una teoríaque, como bien dice, “no es sino la de-mostración rigurosa del teorema de la ma-no invisible formulado literariamente”4.Aunque reconoce algunos hitos en el desa-

rrollo de la economía matemática distin-tos de la teoría neoclásica, lo cierto es quebuena parte su discusión se ciñe a aquellateoría. Su confianza en el potencial de lateoría neoclásica incluso le lleva a sostenerque sus problemas son los mismos queocuparon a los clásicos. De hecho, si se es-tá de acuerdo en que la economía neoclási-ca absorbe a la economía clásica y, tam-bién, se cree en un especial protagonismode la economía neoclásica en el progresivodesarrollo de la formalización en econo-mía, queda muy poquita economía mate-mática fuera de la economía neoclásica.No estoy seguro de que Segura sostenga lasdos tesis tal cual, pero tampoco creo queresulten incompatibles con sus opiniones.En todo caso, creo que vale la pena co-mentarlas brevemente porque se puede ex-traer alguna enseñanza acerca de los proce-sos de formalización de las teorías.

Sólo forzando mucho las cosas –y aello pueden ayudar formalizaciones pocoatentas a las diferencias conceptuales– sepueden equiparar las miradas de los clási-cos y los neoclásicos. Jevons, uno de lospadres fundadores de la economía neoclá-sica, proclamó desde el principio que el“único modo de obtener un verdadero sis-tema de teoría económica es lanzar, deuna vez y para siempre, las absurdas hipó-tesis de la escuela ricardiana”5. Y más re-cientemente, del otro lado, Piero Sraffa, eleditor de las obras de Ricardo y autor dellibro más importante del siglo XX herederode la tradición clásica, prescinde por com-pleto del aparato conceptual de la econo-mía neoclásica con la que proclama su in-satisfacción desde el mismo subtítulo de

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4 Una excelente presentación de la teoría de equili-brio es la de I. Ingrao y G. Israel, The Invisible Hand:economic equilibrium in the history of science, Cambridge:The MIT Press, 1990. Me parece recomendable, entrelas muchas existentes, por su particular sensibilidad ha-cia los procesos de formalización (de hecho, G. Israel esautor de interesante trabajo dedicado precisamente aeso: La mathématisation du réel. Essai sur la modélisationmathématique, París: Editions du Seuil, 1996). Desdeuna preocupación por las estrategias explicativas, en sucontraposición a las estrategias clásicas, también me pa-rece muy interesante: F. Donzelli, Il Concetto di equili-brio nella teoria economica neoclassica, Roma: NIS, 1986.

5 The Theory of Political Economy (1871), Londres:Macmillan, 1957, págs. XLIV-XLV.

6 P. Sraffa, Production of Commodities by Means ofCommoditites: Prelude to a Critique of Economic Theory,Cambridge: Cambridge U. P., 1960 (Hay traduccióncastellana en Oikos-tau).

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su trabajo6. Obviamente, en un sentidogeneral, ambos enfoques han de tener al-gunas inquietudes comunes, aunque sólosea para que podamos decir que formanparte de la misma disciplina científica.Pero, claro, en un sentido general, lomismo les sucede a la física aristotélica ya la relativista. Una cosa son las inquietu-des y otra los problemas. Y resulta difícilpensar que clásicos y neoclásicos se en-frentan a los mismos problemas. Entreotras razones porque los problemas noson independientes de los marcos con-ceptuales que los perfilan. No hay pre-guntas “desde fuera” de las teorías. Gali-leo no se podía interrogar por la relaciónentre la masa y la energía y nosotros nohemos contestado a la pregunta de cuáles la densidad del éter. Las teorías pro-porcionan retos y líneas de respuestaaceptables. Esa vieja enseñanza de la filo-sofía de la ciencia pocas veces es más cier-ta que en el caso del cambio de perspecti-va introducido por la teoría neoclásicaque, no por causalidad, se acostumbra adescribir como “revolución”7.

Las diferencias en las miradas, en losconceptos, en las relaciones básicas relevan-tes y en los retos explicativos entre los clási-cos (y sus continuadores contemporáneos)y los neoclásicos son radicales. Para los neo-clásicos, el punto de partida es el que resu-me Segura. En lo esencial, el escenario eco-nómico se contempla constituido por agen-tes económicos poseedores de una dotaciónde recursos destinados al intercambio yque, a través de éste, al permitir combinareficientemente los distintos recursos, inten-tan maximizar distintas funciones, bien me-diante la producción y venta, bien median-te el consumo: las empresas, sus funcionesde producción, que relacionan inputs y out-puts, y los consumidores, sus funciones deutilidad, que resumen sus preferencias. Lateoría económica trataría de determinar lasconsecuencias del comportamiento optimi-zador de los agentes económicos sometidosa ciertas restricciones (de renta, tecnológi-cas) que se consideran dadas. Muy distinta

es la mirada de los clásicos8. Mientras para los neoclásicos, “el va-

lor depende enteramente de la utilidad”9,para los clásicos, el valor no dependeprioritariamente de las preferencias o laescasez sino del coste de producción.Contemplan la economía atendiendo asus procesos de reproducción, a las indus-trias y procesos productivos que generanflujos de productos y requieren flujos defactores en un proceso marcado por la in-terdependencia tecnológica. Esto les lleva-ba, por ejemplo, a no interesarse por bie-nes no reproducibles y cuyo valor depen-de de la escasez, como pueden ser lasobras de arte. Su atención se concentraba,sobre todo, en bienes susceptibles de pro-ducirse (por lo general, con costos cons-tantes); y pensando siempre en un hori-zonte de largo plazo, en los que resultanirrelevantes la “ley” de la oferta y la de-manda, las preferencias de los consumi-dores o –lo que, por lo general, es lo mis-mo– la indeterminable “utilidad”. En esesentido existe una prioridad explicativa delos métodos de producción y los salarios(“datos”) sobre los precios (“variables”),que no se da en caso de los neoclásicos.Mientras para unos los precios tienen quever con las relaciones de cambio que per-miten la reproducción de las condicionesde producción, para los otros indican lasescaseces relativas en relación con las pre-ferencias. Mientras para unos la distribu-ción depende fundamentalmente de latecnología y de la fuerza de cada gruposocial por imponer sus intereses, para losotros es parte de la teoría del valor y, así, alos factores de producción se les retribuyesegún su productividad marginal: en par-ticular, la tasa de beneficio se relacionaríacon la “productividad” del capital. Losneoclásicos encaraban problemas deudo-res de conceptos que para los clásicos notenían sentido (productividad marginal,utilidad), resultaban irrelevantes (elecciónracional, asignación eficiente) o significa-ban cosas diferentes (equilibrio, precios,“capital”); y todo ello lo hacían desde unaperspectiva propia (el tiempo no jugabaningún papel relevante, contemplaban,por ejemplo, la “producción instantá-nea”). A su vez, asuntos “clásicos” como ladistribución de excedente, el progreso téc-nico, la explicación endógena de los ciclos

económicos (y en general, los aspectos di-námicos del capitalismo) no formabanparte del horizonte neoclásico10.

En breve, cada teoría tiene una lista dis-tinta de problemas, ignora los ajenos, queno son “sus problemas”, interpreta de mododiferente los que comparte o bien les otorgadiferente peso. Ello no impide, por supues-to, que en ocasiones aparezcan terrenos deexplícita confrontación, “experimentos cru-ciales” si queremos utilizar el viejo léxico dela filosofía de la ciencia. En conseguir quetales terrenos de comparación se perfilencon nitidez es de mucha ayuda el que las te-orías hayan conseguido una precisión for-mal. De hecho, así sucedió hace ya unoscuantos años –en otro contexto distinto dela teoría del equilibrio general, la función deproducción “agregada”– con la famosa polé-mica “entre los dos Cambridge” (el de Mas-sachusetts, de afiliación neoclásica; el de In-glaterra, de inspiración clásica) sobre el con-cepto de capital (y relacionadas con ella,sobre el proceso de crecimiento económicoy el cambio técnico) y en la que honesta-mente Samuelson reconoció que la teoríaneoclásica no tenía respuestas para las pre-guntas de los ingleses11. Pero, al final, siem-pre cabrá refugiarse en la réplica de que losproblemas detectados no afectan al núcleode la teoría12. De lo que, por cierto, tampo-co hay que escandalizarse: como nos recor-dó Kuhn, eso forma parte de la historia delas mejores familias, de la historia de la físi-ca, por ejemplo.

Las matemáticas de la teoríaNi la economía neoclásica es la economía

LAS MATEMÁTICAS DE LAS ECONOMÍAS

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7 Cf. Por ejemplo, desde perspectivas contrapues-tas: R. D. Collison Black, A. Coats, C. D. Goodwin,The Marginal revolution in economics, Durham, N. C.:Duke University Press, 1973; R. Meek ‘The MarginalRevolution and its Aftermath’, en E. K. Hunt and J. G.Schwartz (eds.), A Critique of Economic Theory, Londres:Penguin, 1973, págs. 83-98.

8 Para una exposición de los problemas de funda-mentos de la teoría neoclásica: M. Mandler, Dilemmasin Economic Theory. Persisting Foundational Problems ofMicroeconomics, Oxford: Oxford U. P., 1999. Un ma-nual de introducción a la economía sensible a los pro-blemas mencionados, interesante para no economistases Y. Varoufakis, Foundations of Economics, Londres:

Roudledge, 1998. Una exposición sencilla en castellanodel contraste entre clásicos (y otras perspectivas críticas)y neoclásicos, con abundantes referencias y simpatíasclásicas: A. Barceló, Economía política radical, Madrid:Síntesis, 1998.

9 Jevons, op. cit., pág. 1.

10 Incluso, hasta cierto momento, hasta mediadosde los ochenta, las diferencias se dejaban ver en el ins-trumental matemático, que, aunque, dada su naturalezaformal, es relativamente independiente de asuntos yperspectivas, se ajustó en cada caso a las necesidades decada entramado conceptual: la teoría de la optimización(estática y dinámica), el análisis en general, y, más tarde,la teoría de juegos para los neoclásicos; sistemas de ecua-ciones lineales (e inecuaciones), álgebra matricial y, mástarde, análisis dinámico para los clásicos y sus herederos.Esta distinción del instrumental matemático ya no rigeen el presente, pero creo que vale la pena recordarla por-que sirve para ilustrar la prioridad de las teorías sobre susformatos matemáticos sobre la que luego volveré.

11 O se tenía que refugiar en un supuesto imposi-ble que equivalía a hacer uso de un truco utilizado porMarx para que funcionase la teoría del valor-trabajo, pa-ra “salvar” su explicación de los precios: que todas las lí-neas de producción tienen la misma intensidad de capi-tal (en la jerga del alemán, que tienen la misma compo-sición orgánica).

12 Para un repaso de esa polémica: G. Harcourt,Some Cambridge controversies in the Theory of Capital,Cambridge: Cambridge U. P., 1972. Una presentaciónsintética y sencilla, aunque requiere cierto conocimientode las herramientas matemáticas, en H. Jones, Introduc-ción a las modernas teorías del crecimiento económico, Bar-celona: Antoni Bosch, 1975, cap. VI.

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clásica ni la economía neoclásica es la eco-nomía matemática. Sin duda, la introduc-ción del análisis matemático de modo ge-neralizado que realizó Walras, otro de lospadres de la economía neoclásica, supusouna ruptura con el rudimentario instru-mental –álgebra y aritmética, fundamental-mente– utilizado por los “primeros” econo-mistas matemáticos13. No le faltaron pre-decesores, muchos de ellos ingenierossalidos de las escuelas politécnicas queecharon mano de sus conocimientos de fí-sica y de sus herramientas matemáticas ha-bituales (máximos y mínimos, análisis fun-cional) para resolver problemas prácticos oque, sin mayores miramientos, extendíanlos principios de la mecánica y sus métodosformales (sistemas de ecuaciones lineales) alos problemas de la economía. No faltanquienes creen que algo de eso quedó en elnacimiento de la economía neoclásica y locierto es que la idea de equilibrio entreoferta y demanda tiene mucho de analogíamecánica14. Mucho tiempo después, enunos términos bastante parecidos a los queutilizó Poincaré15, el último gran matemá-tico todo terreno contemporáneo de la “re-volución neoclásica”, un economista hete-rodoxo de buena reputación recrearía consarcasmo la operación: “¿La transformaciónde la economía en una ‘ciencia físico-mate-mática’ requiere la medición de la utili-dad?… ¡Pues bien!”, exclama Walras carac-terísticamente, “esta dificultad no es insu-perable. Supongamos que esa medida existey que somos capaces de dar una explicaciónexacta y matemática de la influencia de lautilidad en los precios, etcétera. Desafortu-nadamente, esta actitud constituye un ras-go típico de la economía matemática”16.

Es cierto que, andando el tiempo, losneoclásicos prescindirán de la necesidad demedir la utilidad17 pero no han disipadoplenamente las dudas acerca de si, en mu-chas de sus producciones, los artificiosconstruidos a tal efecto han servido de mu-cho explicativamente; de si, en el fondo, hapersistido la actitud de ahormar laspropiedades del mundo para acomodar elcalzador matemático, de anteponer lascondiciones de la formalización al respetoa las relaciones relevantes. La formalizaciónrequiere ante todo una clarificación de lateoría, una especificación de los conceptos,de sus propiedades y de las relaciones bási-cas. Después se trata de buscar aquel ins-trumental matemático que represente laspropiedades y relaciones que se juzgan im-portantes, un sistema isomórfico con el sis-tema real que queremos explicar. Antes deechar cuentas hemos de conocer cómo esel mundo real que queremos contar18. Porello, cuando juntamos un cuerpo que pesados kilogramos con otro que pesa tres kilo-gramos podemos aplicar la operación sumade la aritmética ordinaria y predecir que elconjunto pesará cinco kilos y, también porello, sabemos que no cabe hacer lo mismoal “sumar” temperaturas, sabemos que sien una habitación la temperatura es de 20grados y en otra contigua de 30 grados, latemperatura de las dos habitaciones, unavez se “unen”, no será de 50 grados. Así su-cedió en el nacimiento de la física moder-na cuando Newton tuvo que “inventar”que desarrollar –con las tosquedades delpionero– las matemáticas (el “cálculo”) quenecesitaba para dar forma a las leyes de lamecánica, para representar las variaciones“infinitesimales” de la trayectoria de uncuerpo como consecuencia de la atracción

gravitacional19. En economía, y en particular en la tra-

dición neoclásica, a veces se tiene la impre-sión de que las cosas han sucedido al re-vés; que, al modo de Procrusto, aquelbandido que cortaba o estiraba las extre-midades que no se ajustaban a la longitudde la cama, se han forzado las propiedadespara introducir el formato matemático20.Si para poder utilizar ciertas funciones conpropiedades matemáticas interesantes ha-bía que asumir que la realidad era de cier-ta manera, se hacía así, sin importar que,por ejemplo, las condiciones de produc-ción exigidas resultaran imposibles. En elmejor de los casos ello conllevaba que loque era un escenario límite, que en nin-gún caso se ajustaba a los procesos econó-micos más comunes o relevantes, se toma-se como la ley21. Que el resultado tuvierala ilusión de precisión es de poco consue-lo. Como nos recordó Keynes: “Es preferi-ble ser aproximadamente acertado a serprecisamente equivocado”.

El problema no es que la abstracciónobligue a desatender ciertas característicasde los procesos reales. Eso sucede siem-pre. Sólo a los cartógrafos de Jorge LuisBorges les puede interesar un mapamundide tamaño natural. El problema es la ma-la abstracción. Ésa es la sensibilidad de nopocos economistas matemáticos, compe-tentes conocedores de la teoría microeco-nómica y críticos acerca de su solvencia22.Tiene razón Segura en que el dilema noes entre economía matemática o no, sinoentre buena y mala teoría o, si se quiere,entre adecuación o no al propósito expli-cativo perseguido. Por eso mismo se pue-de también reconocer que en la tradiciónneoclásica, precisamente por su encela-miento de muchos años en reducir todoslos procesos económicos a un problema deoptimización en la toma de decisiones, se

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13 Una notable historia –sobre todo del periodo re-ciente– de cómo han ido las cosas es la de E. Roy Wein-traub, How Economics Became a Mathematical Science,Durham, NC: Duke U. P., 2002.

14 W. Jaffe, ‘A. N. Isnard, progenitor of the Wal-rasian General Equilibrium Model’, History of PoliticalEconomy, 1970, 1. En general, sobre la extensión de losmodelos mecánicos a la teoría económica, cf. F. Oveje-ro, De la naturaleza a la sociedad, Barcelona: Península,1987, cap. 3.; P. Mirowski, More Heat That Light: Eco-nomics as Social Physiscs, Physics as Nature´s Economics,N. York: Cambrirdge U.P., 1989...

15 Poincaré recordó a Walras que “la satisfacciónno se puede medir”, que no hay ninguna “forma decomparar las satisfacciones experimentadas por dos in-dividuos”, que “debía esforzarse por eliminar las (mu-chas) hipótesis arbitrarias presentes en sus premisas” yque no hay que superar “los justos límites” al construirhipótesis arbitrarias, como sucedía con sus individuos“infiniment clairvoyants”, carta del 30 de septiembrede 1901, en L. Walras, Correspondance and Related Pa-pers, (W. Jaffé, edt.), Amsterdam: North-Holland,1965, vol. III, pág. 339. En esa misma carta sugiere untratamiento ordinal de la utilidad.

16 N. Georgescu-Roegen, The Entropy Law and theEconomic Process, Cambridge: Harvard U. P. 1971, pág. 40.

17 Aunque, eso sí, por lo común nunca se precisala función –no el esquema funcional– que relaciona lautilidad con los precios. Por lo demás, con cierta licen-cia, con frecuencia, se usan indistintamente las fórmulas“maximizar la utilidad” y “maximizar una función deutilidad”. Con el tiempo, la idea de la utilidad comouna sustancia, como una propiedad de las cosas, ha idodesapareciendo, salvo en algunos usos de la filosofía po-lítica, y la utilidad se entiende simplemente como un or-den de preferencias. De todos modos, en el camino sehan perdido algunas cosas lo bastante relevantes comopara que persistan incluso algunos economistas defenso-res de una utilidad “medible”, cardinal: M. Allais, O.Hagen (eds.), Cardinalism, Dordrecht: Kluwer Acade-mic Publishers, 1994.

18 La psicología es un buen ejemplo de pseudome-trizaciones, de números imposibles. Para ejemplos: J.Mitchell, Measurement in Psychology: A Critical Historyof a Methodological Concept, Cambridge: CambridgeU.P., 1999.

19 I. Bernard Cohen, The Newtonian Revolution,New York: Cambridge U. P., 1980. Y, al revés, la au-sencia de herramientas formales con las que representarlos conceptos complica su reconocimiento. Es lo que le

pasó a Galileo con la idea de velocidad instantánea, Cf.M. Clavelin, Conceptual an Technical Aspects of the Gali-lean Geometrization of the Motion of Heavy Bodies, W.Shea (edt.), Nature Mathematized, Dordrecht: Reidel,1983, págs. 23-50.

20 Una interesante excepción es seguramente la te-oría de juegos, nacida desde las necesidades de las cien-cias sociales, F. Ovejero, ‘Teoría, juegos y método’, Re-vista Internacional de Sociología, vol. 5, 1993, págs. 5-33.

21 Señaladamente sucedió con la teoría de la pro-ducción que “vino artificialmente de una ampliación aestos problemas (de la producción) de un conjunto deherramientas analíticas desarrolladas para propósitoscompletamente diferentes”, L. Pasinetti, Cambio estruc-tural y crecimiento económico, Pirámide: Madrid, 1985,pág. 25.

22 Es el caso del matemático, autor de un excelentediccionario de análisis económico, B. Guerrien, La theo-rie neo-clássique. Bilan et perspectives du modele d´equili-bre general, París: Economica, 1986.

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han gestado herramientas interesantes para el análisis de la racionalidad práctica,al menos en bastantes escenarios. En cam-bio, cuando se trata de explicar, la teoríadel equilibrio general, incapaz de encon-trar sistemas reales que satisfagan sus irrea-les supuestos, resulta irrelevante, para de-cirlo parafraseando el título de un clásicoartículo sobre el asunto, artículo que si lamemoria no me engaña el propio Seguracontribuyó a difundir entre nosotros23. Yla irrelevancia, cuando se persiste en ella,es esterilidad y mala teoría. Otra cosa, so-bre la que algo más diré, es que pueda serde interés normativo (que, incluso, puedaservir para justificar –en aras de obtenerlos equilibrios– algún tipo de intervenciónpública o de instituciones coordinadoras).

La arbitrariedad de los supuestosA la vista de lo anterior no es casual la de-riva metodológica frecuente en muchostextos neoclásicos en defensa de diversasformas de irrealismo. No importa, se vienea decir, si los agentes se comportan comoafirman los supuestos; lo importante es lafecundidad de la teoría, su capacidad deestablecer nuevas predicciones. Segura,que recupera esa argumentación, toma unconocido ejemplo de Milton Friedman deljugador de billar capaz de hacer una ca-rambola: el físico modelizaría su compor-tamiento “haciendo la hipótesis de que esun experto en solucionar sistemas de ecua-ciones diferenciales”. Después de todo, seañade, todas las teorías son irreales, todasmanejan supuestos “abstractos”. Confrecuencia, esa argumentación acude adiscusiones nacidas al calor de los indis-cutibles problemas de observación quetienen buena parte de los términos teóri-cos de las teorías físicas, en particular lafísica de altas energías o la mecánicacuántica. Al cabo, nadie ha visto nuncaun neutrino o un quark, pero con su ayu-da explicamos buena parte de las propie-dades y características del mundo en quevivimos. Lo importante, se dice, son lasimplicaciones que se siguen de los supues-tos. Las teorías se han de calibrar exclusi-vamente por sus predicciones empíricas o,en otras formulaciones, por su capacidadpara extenderse a nuevos dominios, a nue-vos sistemas reales.

En principio, desde el punto de vistametodológico, no es ilícita la estrategia deextender el análisis de la utilidad marginal

y de describir cualquier materia económi-ca en términos de asignación optima derecursos dados. De hecho, una teoría po-derosa se caracteriza precisamente porquees capaz de aplicarse a un elevado númerode sistemas reales. La teoría newtonianamostró su vigor al explicar la trayectoriade los planetas, la caída de los cuerpos, laforma esférica de los planetas, las pertur-baciones lunares, el achatamiento de lospolos, las mareas y bastantes cosas más.Ahora bien, una de las razones del éxito deesas predicciones es que, en el camino, nose escamoteaban los aspectos más relevan-tes de los procesos analizados, que las rela-

ciones importantes de los sistemas analiza-dos no se perdían a la hora de lanzar la hipótesis de que tales sistemas constituíanmodelos de la teoría que “los explicaba”.De otro modo, la “extensión” de las teorías no pasaría de ser un proceder for-zado, que no va más allá de un uso vaga-mente metafórico de los conceptos. Es poreso por lo que podemos hacer uso de la te-oría de la selección natural para ayudarnosa entender los procesos evolutivos, pero nial más fanático darwinista –bueno, algunohay– se le ocurriría explicar la evolucióndel sistema solar con dicha teoría. Y éseparece que es el problema de ciertos usosde la teoría neoclásica: que la descripciónse parece muy poco a cómo son las cosas.Hay aquí diversos aspectos implicados queconviene deslindar.

Por lo pronto, hay que precisar la na-

turaleza de la irrealidad de los supuestos.Es cierto que toda teoría es, en algún gra-do, irreal. Pero una cosa es un neutrino yotra un consumidor o un empresario. Nohay dificultad ninguna para observar elcomportamiento de éstos últimos. Los úl-timos premios Nobel se concedieron pre-cisamente por ese tipo de investigaciones.Y lo cierto es que lo que muestran sus re-sultados en nada se parece a lo que dice lateoría24. Una cosa es la irrealidad y otra lafalsedad. El ejemplo del jugador de billarno estoy seguro de que sea el más adecua-do. Hay muchos procesos en la naturalezaque son analizables como un proceso deoptimización y, con cierta manipulación,prácticamente todos. Un galgo cuando

intersecta una liebre anticipando sutrayectoria, una abeja cuando cons-truye un panal, una simple pompade jabón, son procesos describiblescomo soluciones a un problema deoptimización25. No hace falta nin-

gún talento especial, como el del ju-gador. Nosotros mismos, mejor dicho,

ciertas áreas de nuestro cerebro, “reali-zan” complicados cálculos estereométri-

cos y paralácticos (sobre objetos tridi-mensionales, relacionados con diferentesángulos) que permiten percibir comoidénticos los objetos, cálculos que estánmás allá del potencial de cualquier orde-nador. Si queremos podemos hacer el su-puesto de que alguien está “optimizando”algo, pero un elemental criterio de parsi-monia, la vieja navaja de Ockam, nos in-vita a no asumir hipótesis innecesarias26.De hecho, la única hipótesis coherente

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50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

23 N. Kaldor, ‘The irrelevance of EquilibriumEconomics’, Economic Journal, vol. 82, 1972, págs.1237-1255.

24 D. Kahneman; P. Slovic; A. Twersky, Judg-ment under Uncertainly, Cambridge: Cambridge U.P.,1982. En castellano se puede ver: D. Kahneman; A.Twersky, ‘Psicología de las preferencias’, Investigacióny Ciencia, 1982, y en una forma sencilla y divertida,M. Piattelli-Palmarini, Los túneles de la mente, Barce-lona: Crítica, 1995.

25 S. Hildebrandt, A. Tromba, Matemática y for-mas óptimas, Barcelona: Prensa científica, 1990.

26 Lo que no se ha de confundir con la búsquedade mecanismos, de los procesos subyacentes al fenóme-no que intentamos explicar, un requisito de una explica-ción plenamente satisfactoria, cf. P. Hedström, R.Swedberg (edt.), Social Mechanisms, Cambridge: Cam-bridge U. P., 1998. Con independencia de la calidad dela explicación, eso es lo que, de hecho, hacemos cuandodamos cuenta del “fenómeno emergente” de los preciosa partir de las interacciones de los agentes y, en general,cuando adoptamos el individualismo metodológico. Va-le la pena notar que existe cierta incompatibilidad entreel individualismo metodológico y la argumentación quesostiene que lo que importa son las predicciones. Si seasume que, mientras explique, cualquier categoría sirve,se debilita bastante la solidez una estrategia explicativaque arranca con la crítica a las categorías “holistas” (el“espíritu nacional”, el “inconsciente colectivo”, el “siste-ma capitalista”) que, con independencia de si “expli-can/predicen”, no resisten el despiece analítico.

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con esa suposición es la de la vieja teodi-cea, un Dios-arquitecto que diseña“óptimamente” un universo dotado desentido a su obra, el mejor de los mundosposibles27.

Pero el caso de la economía no es co-mo los anteriores. Los supuestos de com-portamiento con los que arranca la teoríaeconómica se refieren a eso exactamente,al comportamiento económico. Estamosexplicando las acciones de los consumido-res o de los empresarios; y nuestros térmi-nos teóricos nada tienen que ver con losque explican o rigen nuestra visión onuestro sentido del equilibrio, no son si-napsis o módulos cognitivos, sino prefe-rencias y elecciones. Estamos incorporan-do supuestos que forman parte de la in-vestigación de la psicología o de lasciencias cognitivas y son tan susceptiblesde control empírico como los supuestosbioquímicos que puede manejar un gene-tista. Y a ningún miembro de este gremiose le ocurriría manejar una noción de áto-mo o de molécula incompatible con loque le cuentan los físicos o los químicos.No estoy sugiriendo que la economía se“reduzca” a la psicología, pero sí que pare-ce razonable exigir a una teoría que estácomprometida fuertemente con supuestosde comportamiento, como es el caso de lateoría neoclásica, que tales supuestos noresulten incompatibles con los resultadosconocidos. ¿Qué diríamos de una teoríaquímica que asumiera supuestos incompa-tibles con las leyes de conservación? Otracosa, importante desde luego, es que porrazones normativas podemos elaborar mo-delos en los que se suponga una capacidadde computación superior a lo que el cere-bro da de sí, incluso un altruismo más alláde santo humano, pero sin ignorar que entales casos no estamos explicando sino di-señando proyectos sociales, explorando

utopías o quizá examinando casos límite,tareas, por lo demás, bien interesantes.

Pero incluso admitiendo cierto gradode irrealidad, hay otra desanalogía entrelas optimizaciones del galgo y de la pompade jabón y las que por lo general se utili-zan en la descripción de los economistas:las primeras se refieren a magnitudes reco-nocibles y susceptibles de ser determina-das con independencia de cómo son lascosas; podemos determinar el resultadoóptimo y ver si es o no el que empírica-mente se da. Cuando ello no sucede, es fá-cil acabar en optimizaciones panglosianasque reescriben cualquier resultado dadocomo solución óptima de un problemacuyos términos se dibujan precisamentepara que ese resultado aparezca como so-lución óptima28. Recuérdese que el perso-naje del Cándido, el “filósofo Pangloss”,sostenía que “pues si todo ha sido hechopara un fin, todo ha sido para el mejorfin: … las narices para llevar gafas, … laspiernas para llevar calzas, … las piedraspara ser talladas y para hacer castillos”. Laactitud panglossiana en biología se traduceen la disposición a explicar cada pieza deun organismo como una respuesta “ópti-ma” a un problema de selección natural.En economía da pie a explicaciones del ti-po: “Una persona decide casarse cuando lautilidad esperada del matrimonio excedela esperada de seguir soltero o de una bús-queda adicional de pareja”29; la rigidez, elcomportamiento tradicional, esto es, el noracional, resulta racional, pues “cuandoexiste genuina incertidumbre, tolerar unamayor flexibilidad a mayor información oadministrar un repertorio más complejode acciones, no mejora la competencia delos agentes”30. Y cuando se va la mano,que es fácil, porque la tentación es fuerte,la cosa puede llegar a ser grotesca31.

El problema ahora no tiene que vercon si los agentes son conscientes de losprocesos que realizan. Después de todo,

no faltan psicólogos –quienes, todo sea di-cho, no siempre evitan las maneras fanta-siosas del personaje de Voltaire– paraquienes los verdaderos protagonistas de lahistoria son los genes y nuestras ideasacerca de la belleza, el amor, la guerra o lareligión constituyen una superstición, unasuerte de ficción con la que nos engaña-mos y sobre la cual podemos especular,hasta la fatiga, incluso con la sofisticaciónde los teólogos, pero sin otro valor cogni-tivo que pasar el rato. Quizá con la utili-dad sucede algo parecido y, del mismomodo que ignoramos nuestra condiciónde máquinas maximizadoras de copias ge-néticas, también seríamos unos incons-cientes maximizadores de funciones deutilidad. Dudo que la fábula de los genessirva para aspectos relevantes de nuestroequipo mental, y, en el caso de la econo-mía, por lo dicho más arriba, por la natu-raleza de los conceptos manejados, me pa-rece que la maniobra no es del todo lícita.Pero, en todo caso, de lo que no tengo du-da es que, si de una ciencia empírica setrata, en algún lugar se tienen que anclarlas conjeturas, en algún lugar ha de existiralgún control factual. Y no parece que ellopueda suceder cuando las explicaciones seconstruyen arrancando desde las observa-ciones, que es aquello que se “está expli-cando”, y a la vez se establece que los su-puestos son inatacables empíricamente.Obviamente, cuando se procede de esemodo, de nada sirve que “se cumpla” elajuste con los datos. Aquí no hay predic-ciones sino retrodicciones, explicaciones atoro pasado: el ajuste está asegurado porconstrucción. Si por arriba, en los supues-tos, no se debe, por razones metodológi-cas, y por abajo no es posible, porque searranca con unos datos previos que se pre-tenden explicar, ¿dónde está el controlempírico? La cosa empeora cuando, ade-más, se reconoce, como hace Segura conmucha razón, que el control práctico, através de las aplicaciones del conocimien-

FÉL IX OVEJERO LUCAS

51Nº 136 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

27 Vale decir que la selección natural capaz de “di-señar” una maquinaria tan sofisticada como el ojo hu-mano puede interpretarse como un sustituto de Dios aestos efectos: creaciones sin creador. De hecho, existenprogramas informáticos que operan al modo de la evo-lución darwiniana –mediante un mecanismo “ciego” demutación-selección-herencia, iterado durante generacio-nes– y son capaces de crear “inventos” complicados: J.Koza, M. Keane, M. Streeter, ‘Invención porevolución’, Investigación y Ciencia, abril, 2003. Por otraparte, desde la teoría de juegos evolutiva también sepuede demostrar la posibilidad de algoritmos capaces desolucionar óptimamente problemas. Por ejemplo, sepuede demostrar que un grupo de agentes que se basanen reglas muy simples de costumbres sociales transmiti-das de generación en generación más un pequeño com-ponente de desviaciones ocasionales y ensayo-error soncapaces de llegar a equilibrios óptimos de familias muygenerales de problemas complejos. En todo caso, queello sea posible no quiere decir que ello haya sido.

28 J. Dupré, The Latest on the Best. Essays on Evolu-tion and Optimality, Cambridge: The MIT Press, 1987.

29 G. Becker, The Economic Approach to HumanBehavoir, Chicago: Chicago U. P., 1976, pág. 6.

30 R. Heiner, ‘The Origins of Predictable Beha-vior’, The American Economic Review, 73, 1983, págs.561-563.

31 Si el lector quiere ver una muestra de la imbeci-lidad irreparable a la que pueden llegar ciertas pseudoex-plicaciones, le recomiendo una novela policiaca –por asídecir– en la que los autores, dos economistas que firmanbajo el seudónimo compartido de Marshall Jevons –losdioses les castiguen por sus irreverencias–, muestran aun supuesto economista de Harvard resolver crímenesen clave de racionalidad económica: Asesinato en el mar-gen, Madrid: Alianza, 1993. El maltrato a la literaturasólo queda superado por el maltrato a la economía.

32 La relación entre conocimiento e intervenciónes más complicada de lo que parece: a) tener conoci-miento teórico es condición necesaria de la mejorpráctica, pero no asegura una buena práctica (de he-cho, nuestras mejores teorías no parecen ser de muchoprovecho práctico de momento: la física de altas ener-gías o la teoría relatividad, por ejemplo); b) la ausenciade conocimiento básico no impide prácticas suficien-temente solventes, como muestra la historia de la me-dicina, al menos hasta hace pocas décadas; c) en cien-cias sociales en particular las intervenciones prácticasrequieren para su correcta basamentación la integra-ción de conocimientos de distintas disciplinas (lo quees distinto de distintas variables) y es improbable queen todos ellos dispongamos de sólido conocimientofundamental, teórico.

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to, no es cosa sencilla32 y el control a tra-vés de la experimentación o de las pre-dicciones es muy limitado en tanto no sepueden manipular las variables33. En talescondiciones, resulta difícil evitar la tenta-ción de no ver en ciertos desarrollos teóri-cos poco más que simples fabulaciones o,en léxico de la filosofía de la ciencia, teorí-as que no encuentran sistemas reales quesean modelos suyos, o, más llanamente,que no nos sirven para entender nada.Precisamente por eso, por las dificultadesde control empírico, creo que no podemosdespachar con ligereza las posibilidades deatacar las teorías por donde se pueda. Escierto que en el caso de los supuestos nosiempre es posible, entre otras razonesporque no siempre se evita la tentación delas formulaciones tautológicas. Pero, cuan-do se puede, ha de procurarse. Así se hahecho, y desde luego, los resultados noson para saltar de alegría34.

Para acabarLos comentarios anteriores se han concen-trado en algunos puntos que, a mi parecer,ayudan a entender la insatisfacción expre-sada por muchos economistas y a precisarla relación entre matemáticas y economía.Me importaba destacar algunos problemasque derivan de ciertos usos de la economíaneoclásica porque creo que los abusos for-males que Segura denuncia no son inde-pendientes de unas estrategias explicativasnada infrecuentes en esa tradición. Tam-poco aquí los lodos de ahora son ajenos alos polvos de ayer. Los excesos seguramen-te empezaron con la disposición a descri-bir el conjunto de los procesos económi-cos con un utillaje (optimización con res-tricciones) que quizá servía para unospocos escenarios (bienes no reproducibles,consumo). El abuso de formalismo no tie-ne que ver con el exceso de matemáticassino con la pobreza de las teorías que seformalizan. La frecuente confusión entreeconomía matemática y economía neoclá-sica “avanzada” es quizá una indicación deun problema antes que un simple error deconceptualización. En rigor, lo que hayson distintas teorías con desiguales gradosde formalización y ésta, que las mejora, no

las sustituye. Sin teoría no hay formaliza-ción; sin conceptos y relaciones que bus-can iluminar un segmento de propieda-des, lo que hay es formalismo, simplesmatemáticas.

Por supuesto, la teoría neoclásica pue-de ser de mucho provecho. Incluso en su“irrealismo”, pero precisamente porque elrealismo es importante. Por ejemplo, en laversión común de la teoría del equilibriogeneral las mercancías vienen especificadaspor sus atributos físicos, su ubicación, lafecha de su entrega y por el estado de na-turaleza (una completa descripción del en-torno que es independiente de las accionesde los agentes) y se supone que cada unade esas mercancías tienen mercados, estoes, tiene un precio. En breve, se suponeque existe hoy un precio para un paraguasque se venderá en Cambridge el día deNavidad del 2010 si llueve. Como diceHahn, de quien tomo el ejemplo: “Desdeluego, no es una hipótesis muyrealista”35. Pero es la hipótesis que nece-sita la teoría que demuestra la eficienciadel mercado. Ésa y otras no menos irrea-les. Desde el punto de vista explicativo,de entender el funcionamiento de la eco-nomía, es como para echarse a llorar. Pe-ro también cabe otra mirada: como elmercado real no se parece en nada a esafábula, la teoría nos demuestra que elmercado real no funciona. Las irrealescondiciones de funcionamiento del mer-cado son una demostración concluyentede la ineficiencia del mercado real. Y deeso sabemos mucho. De hecho, en los úl-timos años, la economía, si de algo sabe,es de las patologías del mercado, en parti-cular de las derivadas de la mala distribu-ción de la información36. Pero precisa-mente para que ese potencial crítico tengaalgún crédito hay que empezar por reco-nocer que la irrealidad de los supuestosimporta. Es justo reconocer que muchasde aquellas investigaciones han surgido delas vetas más renovadoras de la tradiciónneoclásica. Quizá sea el momento de que,en consecuencia con esos quehaceres, revi-se sus declaraciones metodológicas y se to-me en serio las implicaciones de esos re-sultados para sus puntos de partida.

Contemplada desde esta perspectiva,la teoría del equilibrio vendría a actuar co-

mo un ideal regulativo, como una suertede utopía más o menos precisada. Perocautela: esa condición tampoco la inmuni-za frente al control empírico o las exigen-cias de realismo. Si descalificamos un pro-yecto social que asumiera una dotación deconsumo para cada habitante del planetaequivalente a la del estadounidense medioes porque sabemos que es inviable, que losrecursos del planeta no dan para ello; o,desde otro punto de vista, porque sabe-mos que para que los estadounidensespuedan seguir manteniendo sus elevadosniveles de consumo energético es una con-dición necesaria que los demás no puedanhacerlo. En el mismo sentido cabría eva-luar la utopía del mercado –y cualquieraotra– no ya porque las cosas sean del mo-do que son, porque sus supuestos no secorrespondan con lo que son las cosas, si-no porque acaso ni siquiera se correspon-den con como pueden ser, porque sus su-puestos no es tanto que sean falsos, sinoque, a la luz de lo conocido, resultan im-posibles. La versión idealizada de la manoinvisible que nos presenta la teoría delequilibrio general no sería realizable enninguna sociedad humana. En tal caso, lateoría no serviría ni como proyecto nor-mativo. Sería simple ideología en el peorsentido de la fatigada palabra. n

[Estas notas se han beneficiado de los comentariosde Vicente Cunat, Josep González Calvet, MaríaGuadalupe, Javier Rey y Juan Antonio Rivera].

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33 De todos modos, conviene precisar que la mani-pulación no es un requisito para la predicción, como lomuestra la historia entera de la astronomía, y que la ex-perimentación no requiere necesariamente la manipula-ción: las técnicas estadísticas nos permiten manipular lossímbolos, la información sobre los hechos, sin manipu-lar “los hechos”.

34 Para una exposición exhaustiva: J. Hagel,J. Roth (edits.), The Handbook of Experimental Econo-mics, Princeton: Princeton U. P., 1995.

35 F. Hahn, ‘General Equilibrium Theory’,D. Bell, I. Kristol, The Crisis in Economic Theory,N. York: Basic Books, 1981 pág. 124.

36 Una presentación sencilla y crítica con el merca-do es la de A. Schotter, Free Market Economics. A Criti-cal Appraisal, Oxford: Basil Blackwell, 1990 (hay tra-ducción castellana de una edición anterior en Ariel.)

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eproducción de la conversa-ción entre Susan Sontag yJuan Luis Cebrián a raíz dela presentación en Madrid

del último libro de la escritoranorteamericana, En América (Al-faguara). El acto tuvo lugar el 26de noviembre de 2002 en la Casade América de Madrid. La mujer,el capitalismo, Nueva York tras el11 de septiembre, la sociedad nor-teamericana hoy y el pensamientoutópico son algunos de los temasque fueron abordados en ese diá-logo. Susan Sontag ha recibido enel año 2003 el Premio Príncipe deAsturias de las Letras y el Premiode los Libreros Alemanes enFrancfort.

JUAN LUIS CEBRIÁN. Ésta es unanovela sobre América, y tambiénsobre Europa, en la que SusanSontag reflexiona y habla sobremuchas cuestiones: el arte, el tea-tro, la historia, el amor... y desdeluego es un libro sobre las mujeres,no sólo porque su protagonistaprincipal sea una mujer, sino por-que el mundo de la mujer y lacomprensión del mundo por par-te de las mujeres es crucial en todala trama del libro. Está escrito en1999 y, por tanto, todavía se vivíala época del boom económico, dela burbuja de Internet, del triunfodel sueño americano y del neoli-beralismo. No habían sucedido loshechos del 11 de Septiembre y,aunque sea un libro histórico, estambién premonitorio porque an-ticipa algunos de los debates que sesuceden en este momento. Diceuno de los personajes del libro:“En América, y esto es lo únicoque importa, si me comprende us-ted, todo el mundo es libre. Enmi país en cambio no somos li-bres. Lo mismo sucede en todoslos lugares por los que he viajado,

salvo quizás en Inglaterra”. Y lecontesta el otro: “Sí, en Américatodo el mundo es libre, libre paraganar dinero”. Susan, ¿todo elmundo es libre en América ahora?

SUSAN SONTAG. Creo que el li-bro tiene mucha ironía, pero lospersonajes no están siendo iróni-cos; yo lo estoy siendo al poner laspalabras que pongo en sus bocas.La frase que citas la oí una vez enun taxi en Nueva York en dondelos taxistas son generalmente in-migrantes. Era un hombre ruso,al que le pregunté: “¿Qué te pare-ce América?” –piensen ustedes queesto fue antes de la caída de laUnión Soviética–. Y él dijo: “Amé-rica libre, libre en América, librepara hacer dinero”. Y le dije. “¿Esoes la libertad para ti?”. “Sí, librepara hacer dinero”, insistió. Asíque pensé: “Ésa es una idea deAmérica”.

Realmente creo que EstadosUnidos es un país donde la ideamercantil como forma de vida fuedesarrollada por completo bastan-te pronto. Aquí en Europa, en elsiglo XIX se hablaba ya de que estecontinente se estaba americani-zando. Gente muy inteligente co-mo Baudelaire, por ejemplo, enlos cincuenta o sesenta del sigloXIX, ya hablaba de la americaniza-ción de Francia. Por supuesto élno se refería a una influencia di-rectamente americana, se refería aaquello que se asociaba a América,y esto es la llegada de la civilizaciónde los negocios. Mucho antes in-cluso de que llegara la cultura po-pular americana la gente pensabaque la idea de que lo principal enla vida era hacer dinero era unaidea que venía de América. Porcierto, no estoy muy segura de queAmérica sea tan responsable de es-to. Creo que el nacimiento real de

esta idea hay que ir a buscarlo a In-glaterra.

Cuando estaba leyendo paradocumentarme sobre el libro quequería escribir me sorprendió mu-cho descubrir cuántas de las cosasque asociamos al siglo XX comoactitudes y prácticas sociales esta-ban ya presentes en Estados Uni-dos en este período del XIX. LaGuerra Civil era vista como unagran ruptura. América siemprepiensa que todo empieza de nue-vo. Siempre es una nueva América,es una nueva América desde el 11de septiembre. Es una de las gran-des fantasías americanas. Siemprepuede existir una completa ruptu-ra con el pasado. Y entonces iba amoldearse esta nueva América, quemucha gente pensaba que era másbien terrible, no tan democrática,o no tan republicana, demasiadointeresada en el dinero, etcétera.Ésa era la civilización americanade la posguerra civil. Esta civiliza-ción americana es más antigua delo que pensamos.

J. L. C. Estaba pensando que final-mente Europa se ha americaniza-do, aunque no sé si para bien. Hayen la novela otra versión de Amé-rica, la visión de otros personajes.Uno dice: “Un barrio pobre deNueva York no era lo mismo queun barrio pobre de Liverpool, por-que aquí la gente tiene esperanza”.Y otro sugiere: “América significaque uno puede luchar con el des-tino”. Me pregunto cuánta gentepuede decir hoy que todavía enAmérica se puede luchar con eldestino, y que en un barrio pobrede Nueva York hay más esperanzaque en otro de Liverpool.

S. S. Creo que es una actitud muycomún. La gente proyecta muchoen América. La vida es mayorita-

riamente fantasía. La gran luchaen la vida es tener algún contactocon la realidad, porque en generalsólo experimentamos lo que ima-ginamos. Las personas tienen estaidea de que América te brinda al-gún tipo de permiso que no tienesen el lugar de donde vienes, en tulugar de origen. Creo que es unafantasía. La gente proyecta aquellode que en América puedes “ser loque quieras”, puedes “cambiar tuidentidad”, puedes deshacerte detu vieja vida y tener una nueva.Sienten que en América se puedeobtener el permiso para reinven-tarse a sí mismo, que no tienenque ser fieles a su pasado. Los ame-ricanos se mudan mucho, cam-bian de residencia con frecuencia.Y les encanta la idea de volver aempezar.

J. L. C. Una cosa que me llamó laatención en el libro fue que la co-muna de actores que lo protagoni-zan y que no son unos exiliadoscomunes porque son gente quegoza de una posición social relati-vamente acomodada, son unosidealistas del socialismo utópico,digamos una especie de hippies delsiglo XIX. Van primero a NuevaYork y no les gusta, es una ciudadsucia, ruidosa, donde sólo el dine-ro manda, no hay idealismo, y al-guien les dice: “Ustedes lo que tie-nen que hacer es ir a California.Nueva York no es América, en rea-lidad lo que es América es lo queestá fuera de Nueva York, es Cali-fornia”. Ésta es una impresión queseguimos teniendo los europeos,que cuando vamos a Nueva York–y nos encanta– solemos decir:“Pero bueno, es que Nueva Yorkno es América”. Pero no es Améri-ca para lo bueno, es decir, NuevaYork es la capital cultural del mun-do, aparte de la capital económica.

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

D I Á L O G O

EL IDEALISMO HA MUERTOConversación con Susan Sontag

JUAN LUIS CEBRIÁN

R

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Entonces hay esta diferente pers-pectiva de que Nueva York no esAmérica, no lo era para mal en elsiglo XIX, mientras que en el sigloXXI lo que salva a América a losojos de Europa todavía, en granmedida, es Nueva York.

S. S. Estoy totalmente de acuer-do. Nueva York no es América,por eso vivo en Nueva York . Creoque si no pudiera vivir allí no vivi-ría en América. Me hubiera ido aalguna capital europea hace mu-cho. Me gustan las ciudades gran-des, las ciudades mundiales, lasque están llenas de extranjeros.Creo que no podría venirme a vi-vir a Madrid porque no tiene sufi-cientes extranjeros. Tendría que serParís o Londres, o donde sea. Ado-ro a los extranjeros, me gusta serextranjera y me gusta vivir entreextranjeros. Al resto de EstadosUnidos no le gusta mucho NuevaYork, precisamente porque es máscomo una ciudad europea: es pe-queña, la gente va andando, la ma-yoría no tiene coche, viven en elcentro de la ciudad, todo es muyintenso y está lleno de inmigrantespor todas partes. Después del 11de septiembre, por unos meses losamericanos adoraron Nueva York,la ciudad tuvo una gran ola de so-lidaridad. Sin embargo, esto ha de-saparecido, todos han vuelto a sen-tirse intimidados por ella. Creoque piensan que es demasiado de-safiante, demasiado difícil e inten-sa. Por supuesto es por eso por loque a mí me gusta. Hay muchasAméricas, la América que está en-carnada en Nueva York tiene muypoca influencia política. Nuestroslíderes políticos vienen en generaldel Sur. Es una cultura muy dife-rente la que existe en la parte nor-deste del país. He inventado unafrase que creo que es bastante ori-

ginal y que dice uno de mis perso-najes: “California es la América deAmérica”.

J. L. C. En el libro se habla muchode la mujer, la protagonista prin-cipal es una mujer, el mundo dela mujer está presente de formapermanente en la obra de SusanSontag. He seleccionado tres fra-ses que me parecen suficiente-mente provocativas. Una dice:“Sólo en América es posible en-contrar una mujer así, convencidade que las mujeres no se diferen-cian de los hombres y que se pa-sa la vida dando órdenes al próji-mo”. La otra dice: “Una mujersiempre debe declarar que su fa-milia le importa más que su pro-fesión”. Me pregunto yo si no lodebe declarar también esto unhombre. Y por último, la que másme ha llamado la atención escuando un personaje afirma quelas mujeres tienen talento para re-nunciar a la satisfacción sexual.¿Esto qué significa?

S. S. Déjame que le dé la vuelta. Yoestoy impresionada cuando señalas

que mi personaje principal es unamujer y que éste es un libro sobreuna mujer y sobre los problemasde una mujer, así que intento pen-sar que si estuviera hablando con-tigo y hubieras escrito una novelaen la que el personaje principalfuera un hombre te diría: “JuanLuis, has escrito un libro en el queel personaje principal es un hom-bre y trata sobre todo de los pro-blemas de los hombres”.

J. L. C. Pero en este caso es unamujer .

S. S. El caso es que las mujeres sonaún una minoría, hablando cultu-ralmente. Es muy interesante esode que “tu personaje principal esuna mujer”, “trata sobre proble-mas de la mujer”. Nosotras nuncadiríamos esto de un hombre, por-que se da por sentado. Si tu perso-naje principal es un hombre, en-tonces es normal. La condiciónhumana normal es masculina, esser hombre. Y después está esta va-riante a la que se llama ser mujer,que tiene tareas específicas peroque algunas veces se comporta jus-

to como un hombre, ya sabes, tie-ne un trabajo, o una carrera, u opi-niones o lo que sea. Así que esto esuna gran paradoja. Mi personajecentral es una mujer que es muyambiciosa. Creo que actúa porquees una de las pocas carreras abiertaspara una mujer en el siglo XIX, unacarrera respetable. Ella es cons-ciente del hecho de que tiene estagran carrera y este gran talento, yde que es bastante aceptable seruna gran actriz, ser admirada. Pe-ro, ¿cuál es el precio? Ella sienteque su carrera significa, ante todo,renuncia. Las mujeres se ven enmuchas ocasiones obligadas a ele-gir entre la vida privada y algunaforma de trabajo. Obviamente,hay muchas excepciones. Pero esverdad que para las mujeres no estan fácil reconciliar una vida pri-vada y una vida pública profesio-nal como lo es para los hombres,porque se da por sentado que elhombre tiene un gran equipo res-paldándole que le permite salir almundo y hacer su trabajo.

Yo he dicho, más de una vez,que durante mi vida sólo hay dosáreas que puedo decir que hanprogresado realmente. Una de ellases la medicina, y la otra es el esta-tus de la mujer, aunque está lejosde ser bueno; en el mundo mu-sulmán por supuesto empeora. Lopeor del islam fundamentalista esla guerra a las mujeres. Pero en elmundo euroamericano, en los úl-timos 50 años, definitivamente seha progresado en el estatus de lamujer. Hace 50 años en Españauna mujer no podía abrir unacuenta bancaria, no podía obtenerun pasaporte, había muchas cosasque no podía hacer sin el permisode un padre, un marido o un pa-riente varón. Eso es realmente im-presionante. Pensar que las muje-res no podían votar. En Francia

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Susan Sontag

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no lo consiguieron hasta despuésde la Segunda Guerra Mundial. Esdifícil creer que madame Curie nopudiera votar. Allí las mujeres pu-dieron votar en 1946, creo quetambién en Italia fue en ese año.¿Cuándo pudieron votar en Espa-ña las mujeres?

J. L. C. Las mujeres, y los hom-bres, pudieron votar en el año1977. Los hombres no podíamosvotar tampoco, en eso por lo me-nos no hemos sido machistas.

S. S. Está bien, tuvisteis un pe-queño problema llamado Franco,claro. Pero incluso en la época deFranco, había limitaciones espe-cíficas en los derechos civiles delas mujeres no aplicadas a loshombres, tal vez porque era así entodos los países del mundo. Perocontestando a tu pregunta, te digoque yo quería escribir sobre unpersonaje protagonista que fuerauna mujer, era muy importantepara mí.

J. L. C. Sí, pero –y aceptando estepapel de machista oficial que mehas concedido– esta frase del ta-lento para renunciar a la satisfac-ción sexual… No es el sacrificio,no es la humillación, es el talentopara renunciar. Es una afirmaciónque me sigue generando senti-mientos muy contradictorios.

S. S. No estoy diciendo que seasun machista, Juan Luis. Digo queen tu pregunta reflejas el presu-puesto de que las mujeres tienenobjetivamente un estatus de mi-noría. Ahora bien, contestando alo del talento para renunciar a lasatisfacción sexual, en realidad creoque hay mucha renuncia en la vi-da. Hay personas que dicen quecuanto más pensativo, cuanto másreflexivo seas, más al infierno seirá tu vida erótica. No creo quesea tan simple, creo que tenemosmuchas demandas, muchas clasesde pasión. Lo que sí creo es queuna gran implicación con el tra-bajo propio probablemente dismi-nuye la energía erótica. Hay unpasaje del libro en el que Marynadice: “Tal vez no exista eso de unavida feliz, tal vez sólo existan las vi-das heroicas”. La vida es larga, al

contrario de lo que se nos ha dichomuchas veces, y se evoluciona, lasprioridades cambian. Eliges vivirde una manera un tanto difícil ypeligrosa o una más segura y esta-ble. ¿Cuán interesado estás en laseguridad? La mayoría de las per-sonas se interesan bastante por ella,lo que significa que se cierran, cla-ro. Maryna sigue intentando co-rrer riesgos. Eso me gusta muchode ella. También me gusta que seatan crítica consigo misma. Hay unmomento maravilloso en el prin-cipio de la novela, cuando Marynaaún está en Polonia y todavía ac-túa. Su marido, ese marido tanagradable y cariñoso, nada másempezar la ovación del final baja, ymientras a ella le llueven ovacionesél le dice: “Has estado maravillo-sa”, y ella le responde: “No”. Él selo repite, diciéndole: “Pero escú-chales”, es la sexta vez que tieneque salir a saludar, y Maryna dicealgo fantástico: “¡Qué saben ellos!Nunca han visto a nadie mejorque yo”. Me encanta eso de ella,que sabe que siempre hay algo me-jor, en eso sí que creo que hay algode mí misma.

J. L. C. Hay un momento en la no-vela en el que alguien asegura que“Todo matrimonio, toda comuni-dad, es una utopía fracasada”. Escierto que Maryna es muy ambi-ciosa, pero tus protagonistas sonidealistas también. Se van siguien-do a Fourier a crear una comunaagrícola en California. Allí se en-cuentran con que sus vecinos sonunos campesinos iletrados que notienen nada que ver con ese mundoutópico en el que ellos creían, lacomuna acaba siendo un fracaso ylos protagonistas prisioneros de laidea del triunfo americano o deléxito americano. En los años sesen-ta, de alguna manera, años a losque tú y yo pertenecemos cultural-mente, había mucho de utopía enlos jóvenes europeos o americanos,el movimiento hippy o el beatniken gran medida tenían algo de eso.Ahora vemos a los jóvenes de los se-senta instalados en el poder, en labanca, en el poder cultural y políti-co, incluso a Danny el Rojo lo ve-mos en la burocracia del munici-pio de Frankfurt. Yo me preguntosi efectivamente toda comunidad,

o todo idealismo, es una utopía fra-casada, y como dicen los persona-jes de En América la utopía no esun lugar sino un tiempo. ¿Qué pa-pel tiene la utopía, esas utopías cí-clicas que juegan un rol en la defi-nición de la juventud? ¿Qué papeltiene la utopía en estos momentosen América?

S. S. Es un tema complicado.¿Qué es el pensamiento utópico?Es intentar repetidamente crearuna situación ideal, lo que siempreconlleva problemas, imperfeccio-nes, no funciona y lo intentamosotra vez. Pero creo que este esfuer-zo para crear una situación idílicao de medir una situación actual apartir de una aspiración, de unideal, es indispensable, es la base detoda acción moral. No creo que elpensamiento utópico sea sólo algoque hayamos podido sentir por-que no podíamos entender la rea-lidad. No he renunciado a mi ideade ciertas aspiraciones. Pese a todoes cierto que vivimos en una épo-ca en la que las aspiraciones utópi-cas seculares, en nuestra parte delmundo, están totalmente desacre-ditadas. En otras palabras, el capi-talismo mercantil y los ideales de lasociedad de consumo han triunfa-do por completo. Es lo más extra-ordinario que he visto en mi vida,la muerte del idealismo, el hechode que la mayoría de las personasjóvenes –y quiero insistir, perso-nas seculares, no religiosas– nopueden ni siquiera entender el ide-alismo de la generación anterior.Cuando estuve trabajando en Sa-rajevo, entre 1992 y 1995, measombraba la frecuencia con la queme hacían la pregunta de por quélo hacía siendo tan peligroso. Y yoles decía: “¿No puedes imaginartehaciendo algo peligroso, o difícil, oincómodo, por principios, porquecrees que es lo que tienes que ha-cer?”. Y la mayoría de la gente res-pondía: “No, no puedo imaginar-lo”. Es muy interesante que no pu-dieran imaginárselo; no estoydiciendo que todo el mundo debao pueda hacer este tipo de cosas, yasé que estoy un poco loca y tengomás tolerancia al peligro que lamayoría de las personas, pero creoque todo el mundo debería ser ca-paz de entenderlo.

Así que la única fuente de ide-alismo o de pensamiento utópicoque queda activo en este puntoálgido del capitalismo de consu-mo recae en personas que sonmiembros de comunidades reli-giosas, y eso me hace sentir muyincómoda, porque yo soy una per-sona secular y sé lo fácil que les re-sulta a las comunidades religiosasorganizar a las personas en térmi-nos de fanatismo. Y lo que piensosobre esto es que volverá el pensa-miento utópico, en efecto, peroserá religioso. Sé que aquí en Eu-ropa suena remoto, porque Euro-pa es diferente del resto del mun-do en dos aspectos importantes:está verdaderamente pacificada.Europa ha renunciado a la gue-rra. Por ahora, y en el futuro pró-ximo, no habrá grandes guerrasentre países, habrá conflictos ci-viles como el que tenéis aquí enEspaña con algunas personas, pe-ro no tendréis guerras entre países.Creo que eso es bastante extraor-dinario dada la historia europea.Se ha abandonado una clase deviolencia. Y la otra cosa que Eu-ropa ha abandonado es la religión.En Francia, Italia, Inglaterra sóloun 2% o un 3% de la poblaciónva a la iglesia. En Estados Unidosla mayoría de las personas se defi-nen como cristianos y van a misa,y eso les hace muy pretenciosos.Cuando al señor Bush le pregun-taron en su campaña “¿Cuál es sufilósofo favorito?” –pueden ima-ginarse preguntar a Bush por su fi-lósofo favorito–, él, que está muypreparado, respondió: “Mi filóso-fo favorito es Jesucristo”. En Amé-rica, al menos en el 21% del elec-torado que eligió a este hombrehorrible, eso entra muy bien. Si al-guien en un país europeo fueracandidato a presidente y dijeraque su filósofo favorito es Jesu-cristo le llevarían a un manico-mio. Pero tengo miedo de que elpensamiento utópico, que ahoramismo está apagado pero que vol-verá, lo haga renacido en lo reli-gioso, incluso aquí en Europa.

J. L. C. Estaba pensando que si alpresidente del Gobierno español,José María Aznar, le preguntarancuál es su político favorito diríaque el presidente Bush. Lo del fi-

EL IDEALISMO HA MUERTO

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lósofo no lo sé. Pero escuchándote,Susan, pensaba que aquí estamosen una guerra entre dos funda-mentalismos: el fundamentalismoislámico y el fundamentalismocriptocalvinista de la Administra-ción americana, que quiere salvaral mundo del eje del mal. Haymuy pocas referencias a esto en tunovela, pero hay una muy explíci-ta: se trata de una fundamentalis-ta evangélica que llega a echarleuna bronca a Maryna porque estáhaciendo un teatro pornográficoy destructor de la sociedad, y al fi-nal la echa diciendo: “Usted va adestruir América”. ¿Esa idea deAmérica, América will be, la va adestruir el fundamentalismo crip-tocalvinista de la Administraciónamericana?

S. S. Soy bastante pesimista sobreAmérica, no creo que Bush y suequipo –él es estúpido pero a su al-rededor hay personas muy inteli-gentes– quieran salvar el mundo.Estas personas se han embarcadoen una nueva política exterior queesencialmente consiste en crearabiertamente un imperio america-no. En la visión imperialista ame-ricana desarrollada después de laSegunda Guerra Mundial, la exis-tencia de un imperio rival era muyimportante –el imperio del mal,la Unión Soviética, la guerra fría–,hasta que llega 1989 y la UniónSoviética se suicida. Después hay,entre 1989 y 2001, una especie detiempo vacío en el que estas per-sonas que buscan un principio queguíe la política exterior americanano tienen un enemigo. Por untiempo juegan con la idea de queel cartel internacional de las drogaspuede serlo y declaran la guerra alas drogas en Colombia, en Afga-nistán, juegan con esta idea porquenecesitan una guerra internacio-nal, pero el tráfico de drogas siguesiendo un enemigo pequeño.

Sin embargo, llegó el 11 de sep-tiembre y el Gobierno americanorecibió el mejor regalo que le pue-dan haber hecho nunca: un ene-migo internacional real, llamadoterrorismo, que es mucho mejorque el comunismo, porque el co-munismo está conectado con paí-ses pero el terrorismo es una espe-cie de conspiración internacional

virtual, que puede existir en todaspartes. Y ahora tienen su enemigo,y es una guerra que durará parasiempre. Pero no están tan intere-sados en el terrorismo, ni siquieraestán tan interesados en el petró-leo. Están interesados en tomar elpoder, en controlar. “¿Cuál es elárea que podemos tomar? Pode-mos tomar África, pero tienen másproblemas de los que necesitamos;África tiene el sida, sus recursosnaturales no están muy bien desa-rrollados. Está Oriente Próximo yallí hay petróleo. Empecemos en-tonces con Irak”. Y realmente tie-nen este plan. Oí de alguien, de uncargo relativamente alto en el Go-bierno, que hay un plan a 50años, no digo que lo vayan a ha-cer, pero lo están pensando. Pri-mero toman Irak, después tomanIrán, etcétera. En esencia, se tratade rehacer el mapa.

Ahora, este equipo de Bush es-tá pensando que deberíamos hacerun imperio real, que deberíamostener administraciones coloniales.Mi hijo, que es escritor y periodis-ta, estuvo en West Point, la acade-mia militar americana. Los oficialescon rango de mayores y coronelesle dijeron que están empezando atener clases en Administración Co-lonial, que nunca habían existido.Uno de estos coroneles le dijo: “Es-toy enseñando cómo ser alcalde deBasora”. Por cierto, este coronel es-taba completamente en contra.Una de las cosas interesantes de laAdministración Bush es que ungran sector de la élite militar, re-presentados por el general Powell,se opone a ella. Y también muchosen Wall Street. Pero esto es lo quese está proyectando, así que “Amé-rica será”. Déjenme darles la visiónmás pesimista, la de un historia-dor chino del siglo XXIII que ha-blara de lo que pasó a principiosdel siglo XXI en los Estados Unidosde América. Puede que dijera: “Fuecuando terminó la República yempezó el Imperio”. Yo creo queeso puede estar pasando, que este“asesino en serie tejano” como lellamo algunas veces, sea nuestroAugusto, Clinton fue nuestro JulioCésar y éste es nuestro Augusto.

J. L. C. Se me ocurría, cuando ha-blabas de Clinton, que un proble-

ma que tuvo él es que no gozó deltalento femenino para renunciar ala satisfacción sexual y eso le com-plicó todo. Para terminar, hay unafrase de tu protagonista en un mo-mento en que su hijo le quierecambiar el final de una obra y seinventa un final alternativo. Ellase lo plantea y dice: “Me estoy vol-viendo totalmente americana, seríapara mí preferible que esta obratuviera un final feliz”. Después deesta visión tan pesimista que tie-nes, yo te preguntaría, ¿podemosponer un final feliz a esta conver-sación, si nos volvemos un poqui-to americanos ahora?

S. S. A ver, ¿qué podría decir quenos hiciera sentir bien a todos?Bueno, no me retracto de nada delo que he dicho de los EstadosUnidos de América, creo que esun país muy peligroso, y no veoque se pueda parar a estas personasde las que hemos estado hablando.Pero la vida es larga y complicada,y vivimos un tiempo –nosotros losprivilegiados, no la mayoría– enque tenemos enormes posibilida-des de alimentarnos intelectual yespiritualmente, muchos tipos deplacer están a nuestro alcance. Senos ofrece un banquete de placertodos los días, en forma de libros,de música grabada y conciertos,de películas, de oportunidades pa-ra viajar, un placer que posibilitacrecer, profundizar. Tal vez lo queestoy pretendiendo hacer es unadefensa de la literatura. Creo quela ficción educa el corazón y la so-lidaridad. Tiene algo de necesarioy nos acerca a la variedad de la re-alidad del mundo, incluyendo eltipo de cosas con las que no sim-patizas. Las novelas que he leído,las que me importan y releo, mehan educado en el mejor sentido.Siento que soy en gran parte elproducto de los libros importantesque he leído, ellos amplían missimpatías, me enseñan sobre elmundo.

Hay una gran novela alemanaescrita probablemente en 1928 o1929 llamada Berlin Alexander-platz escrita por Alfred Döblin yque Fassbinder convirtió en unagran película, en una obra maestra.El personaje principal es un hom-bre que ha asesinado a su novia, le

entró una especie de ataque cuan-do estaba borracho, no había pla-neado matarla, pero le pega y ellamuere. Sale de la cárcel despuésde cuatro años por homicidio in-voluntario. Luego le pega a otramujer, se convierte en mendigo,pasa por todo tipo de peripecias,pero en realidad es alguien lleno dehumanidad y le tomas mucho ca-riño, te preocupas por él. Por estanovela, que creo que es una de lasgrandes novelas del siglo XX, nun-ca he mirado a un mendigo en lacalle sin preocuparme. Antes pasa-ba y tal vez ponía algo de dineroen la taza del mendigo, pero nopensaba que fuera alguien a quienpodía conocer o con quien me pu-diera comunicar, o cuya vida men-tal pudiera imaginarme. Pero des-de que leí esa novela pienso quepodría ser el protagonista. Esa no-vela amplió mi capacidad paraimaginar la vida de otras personas.La vida en sí misma puede hacereso. He tenido dos experienciasdramáticas de enfermedad, ambasde cáncer. Y si alguien me hubieradicho antes de enfermar qué pen-saba yo de los enfermos, hubieradicho “lo siento mucho”. Pero dehecho no sentía mucho. Haceaños supe de alguien, no muy cer-cano pero conocido, que estaba enel hospital enfermo, y pensé: “Ten-go que ir a visitarle”. Sin embargono fui. Una vez que estuve enfer-ma desarrollé una empatía real porlos que están enfermos y soy mu-cho más atenta y cariñosa conellos. Eso es una experiencia real,pero la literatura es una especie devida paralela, tienes una vida extra,tienes tu propia vida con tus expe-riencias y después tienes las vidasque te llegan a través de los libros.Tienes a tus amigos y personas quequieres y también tienes a Mada-me Bovary, a Don Quijote, a Ras-kolnikov, a todas esas personas queson reales, que te importan. Y cla-ro, ése es mi sueño, hacer un libroque tenga esa clase de necesidad, ypor qué no, tal vez Maryna estéen la lista. n

Juan Luis Cebrián es escritor y nove-lista.

JUAN LUIS CEBR IÁN

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Ryszard Kapuscinski (Polo-nia, 1932) es un profesional

de la información que sugiererutas y destinos para el perio-dismo y para el periodista. Suslibros son memoria, testimonio.Son una ingeniosa y genuina re-construcción de su trabajo pe-riodístico desarrollado durantemás de 40 años (y que ha coro-nado este 2003 con la acepta-ción del premio Príncipe de As-turias de Comunicación y Hu-manidades; laurel que fortalecela relación del autor con Españay sus publicaciones como Clavesde Razón Práctica, a la que hadistinguido con una decena decolaboraciones1). Kapuscinskihace creación misma con esa re-elaboración de sus viajes, de sulabor reporteril, de su pensa-miento y hasta de su vida mis-ma. Los libros de Kapuscinskiestán más allá de una antologíade reportajes o de una selecciónde notas de prensa tal y comolas difundió la agencia polaca ala que sirvió entre 1958 y 1981como corresponsal en el extran-jero. Él, originario de un paíssometido al autoritarismo, viajócomo corresponsal a sitios encondiciones similares de repre-sión: el Tercer Mundo. Kapus-cinski cubrió revoluciones, gol-pes de Estado, movilizaciones y

conflictos en países de AméricaLatina, África, Oriente Medio,Asia y el extinto imperio sovié-tico. Dedicado desde 1981 a laproducción de libros, que pu-blicaba desde sus tiempos comoreportero, Kapuscinski de-muesztra con sus obras que esun tejedor de relaciones entre elperiodismo, la literatura, la his-toria, la política y la filosofía. Elcreador de lo que en una oca-sión él llamó “literatura de co-llage” 2 y los críticos, desconcer-tados, bautizaron como creativenon fiction. Kapuscinski deno-mina también con modestia alo que escribe como “textos”.

“Cuando me preguntan qué es loque escribo, yo les digo que escribotextos (...). El problema de los génerosy las terminologías es que tienen dife-rentes sentidos en diferentes idiomas yculturas. En nuestra tradición literariano tenemos esta distinción que hay enAmérica Latina entre la crónica y elreportaje. Entonces nunca pensé en siquería ser escritor o si quería ser pe-riodista. Cuando me sentaba no pen-saba en que iba a escribir una novela oun reportaje o un ensayo. Yo sólo que-ría escribir bien”3.

Reportero del mundo, testi-go de la humanidad, Kapus-cinski va más allá de una na-rración periodística. Sí describelo que observa, lo que siente yhasta lo que piensa. Plasma suindividualidad y sus ambicio-nes. Tiene los pies en la tierra yen ese sentido se alinea a crite-rios periodísticos, pero no es el

periodista que acepta indife-rente y sin compromiso lo queobserva (las revoluciones, losgolpes de Estado, los conflic-tos) como un escenario naturaly normal de las tensiones de unmundo bipolarizado hasta losaños noventa. Su pertenencia auna nación objeto de autorita-rismo (nació en Pinsk, actual-mente Bielorrusia) le dota deuna intuición fundamental y deuna mirada penetrante, perifé-rica y marginal. Su propia au-tobiografía le sirve de referenciajunto a una profunda docu-mentación y reflexión sobre loshechos y los lugares registrados.Declara sus propios afectos eideas apenas rozando los linde-ros del lirismo y consiguiendohacer historia y filosofía. Y lite-ratura. Su periodismo está entrelas patas de la literatura, vincu-lado a la implicación del repor-tero en los hechos y al valor dela experiencia propia como unade las principales fuentes de in-formación y eje vivo de sus re-latos. Mejor las palabras del es-critor inglés John Berger, cuan-do sostuvo un diálogo con elperiodista contenido en el libroLos cínicos no sirven para esteoficio. Sobre el buen periodismo(Anagrama, 2002) de Kapus-cinski, con edición de MaríaNadotti; para definirlo:

“Ryszard Kapuscinski es un co-rresponsal en el extranjero, un perio-dista, un viajero. No forma parte delos autores de ficción, pero es uno delos grandes narradores de nuestrotiempo. Aparte de su cultura y de sucorazón, es un gran narrador porquese encuentra en el lugar de los hechoscon su cuerpo, y muestra lo que lessucede a otros cuerpos. En sus relatosse encuentran los sabores, el alientoque respira tras las palabras, el miedo,

el cansancio, la vejez, el recuerdo deuna madre. De todo este material físi-co nace una esencia: el sentido del des-tino. A menudo lo expresa con unapregunta que exige ser formulada, apesar de que no pueda encontrar res-

puesta”.

En una de las escenas inicialesde El imperio, en el que se ex-playa autobiográfica y filosófi-camente en torno al nacimien-to y caída de la URSS, Kapus-cinski hace memoria de unsegundo encuentro con elmundo soviético: un viaje denueve días a bordo del ferroca-rril transiberiano. Escribe: “Ca-da vez que nos aproximamos auna frontera, a un límite, nues-tra tensión aumenta y afloranlas emociones”. Kapuscinski te-nía 25 años de edad al realizarese viaje de Pekín a Moscú, en1958, justo en el inicio de suactividad profesional. Lo mo-nótono y lo insoportable que leresultaba la infinita blancura delespacio glacial, con la sensaciónde ir desapareciendo del restodel mundo sin noción del tiem-po, no impidieron que el jovenpolaco observara con agudezaesos paisajes inhóspitos. Paisajesmarcados con barreras de púasque significaban hasta ahí mis-mo, absurdas en medio de undesierto de nieve de dos metrosde altura, la prohibición de la li-bertad.

En un viaje por las obras deKapuscinski podrá encontrarseque este autor polaco es unafrontera sin aduana, un límitesin prejuicios que provoca elaumento de la tensión cuandose le aproxima. Su obra es unterritorio sin alambradas por-que registra la búsqueda, la su-

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S E M B L A N Z A

RYSZARD KAPUSCINSKIViaje al testigo del (tercer) mundo

JOSÉ GARZA

1 Kapuscinski ha publicado nueve co-laboraciones en Claves de Razón Práctica:El siglo XX ya es pasado (núm. 54), El des-bocado tren del Imperio’(66), África: El co-razón de las tinieblas (69), El periodismo enEuropa Central y Oriental (72), La pobre-za y la solidaridad en el mundo (80), Elmundo reflejado en los medios (92), Delmuro de Berlín a las Torres Gemelas (117),Globalización y diversificación (126) y Unmundo en plena transición (130). Todoshan sido traducidos por Jorge Ruiz Lar-dizábal.

2 Pedro Sorela. Un periodista de fondo.Entrevista con Kapuscinski. El País, Ma-drid, 14 de diciembre de 1990.

3 Julio Villanueva Chang. El abc delseñor K. Entrevista con Kapuscinski. LetraInternacional. Núm. 73, Madrid, págs.33-36.

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ya, de hombres y sociedadesque intentan romper las barre-ras y las púas del sometimiento(antes del colonialismo y lasdictaduras, hoy de la globaliza-ción), que luchan por cambiarel rumbo de la Historia y aspi-ran a la libertad, la justicia y ladignidad. Frente aquellos quepiensan que el periodismo essólo un determinador de con-tenidos y datos, Kapuscinskiactúa de manera distinta y do-ta a la profesión de una misiónmoral: dar testimonio del mun-do y mostrar los muchos peli-gros y esperanzas que encierra4.

Claro, el mundo es tan in-menso e infinito que describirloen su totalidad sólo era posiblecuando la gente vivía en un pla-neta tan pequeño como el de lostiempos de Marco Polo. Kapus-cinski siempre ha tenido estacerteza. Cuando publicó origi-nalmente en 1988 su libro Laguerra del fútbol, antología dereportajes sobre África y Améri-ca Latina, dejó por escrito la si-guiente idea: “Antes pasará uncamello por el ojo de una agujaque nosotros podamos conocer,sentir y comprender todo aque-llo que configura nuestra exis-tencia, la existencia de variosmiles de millones de personas”.Al editar 10 años después su li-

bro Ébano reafirma su conclu-sión al explicar que su nueva en-trega no es un volumen sobreÁfrica, porque ese continente–afirma– es todo un cosmos he-terogéneo que en la realidad, ysalvo por una concepción geo-gráfica cómoda y reduccionista,no existe.

El territorio de Kapuscinskitiene acceso libre. Sin púas nibarreras. El tránsito de un ladoa otro de la frontera está per-mitido. En sus obras conviven,como en una sociedad multi-cultural, diversos recursos lite-rarios y de pensamiento. No setrata de una arbitrariedad. Lascircunstancias y el bagaje deKapuscinski así lo exigen. Suparto de escritor fue cuando te-nía 16 años de edad. Entoncespublicó su primer poema enuna revista cultural de Varso-via. Así se lo contó al periodis-ta peruano Julio VillanuevaChang:

“Escribí el poema, lo puse en el co-rreo y una semana después lo vi pu-blicado en esa revista (...) y como mevolví un poeta conocido en Varsovia,me llamaron para escribir en un pe-riódico cuando estaba en secundaria(...). Mi sueño fue siempre ser filósofo.Pero cuando entré en la universidaderan los tiempos del estalinismo y la

Facultad de Filosofía fue cerrada porconsiderarse muy burguesa. Tuve queestudiar historia”5.

Cuando Kapuscinski traba-jó para la agencia de noticiasde su país advirtió que las pala-bras que le pedían no alcanza-ban a describir la realidad tal ycomo la observa. Pero Kapus-cinski no hace ficción. La no-vela nunca le ha interesado. Asíse lo confirmó al periodista es-pañol Arcadi Espada: “La no-vela es una huida. Lo que meha interesado siempre es bus-car una escritura que me sirvie-ra para describir la realidad”6.

Kapuscinski domina la téc-nica. Sus obras corresponden auna dimensión de escultura na-rrativa. Su escritura se desen-vuelve en primera persona, condiferentes registros y con pro-fundidad. Si Truman Capoterecurrió a técnicas periodísticaspara construir sus novelas deno-ficción, Kapuscinski echamano de lo novelístico para ela-borar la memoria y el testimo-nio de sus viajes como reporte-ro. Sin embargo, Capote difí-cilmente soportaría comonovelista los mosquitos que pi-caban implacables y el bochor-no que experimentó Kapus-cinski como reportero cuando

habitó en una balsa conocidacomo Hotel Metropol en uncallejón de Acra, respirando ai-re pegajoso y sofocante comosi fueran bolas de algodón em-papado en agua caliente.

Los periodistas como Ka-puscinski son los más capacita-dos para enfrentar los vertigi-nosos acontecimientos y regis-trarlos con el sentido quetienen sus reportajes y cróni-cas. Para él, el periodismo esuna misión en la que se viajasolo, en condiciones duras, tra-tando de llegar hasta los olvi-dados, para lo cual debe con-tarse con resistencia física y psí-quica; salud, voluntad ycuriosidad. Pero Kapuscinskino es un reportero aventurero,acaso intrépido en el mejor delos términos, en cuanto que es-tá convencido de que no puedeser corresponsal el que tienemiedo de la mosca tsé-tsé y elque desprecia a la gente sobre lacual se escribe7. Los riesgos ylas audacidades reporteriles yestilísticas valen la pena. Los re-proches quedan pequeñoscuando Kapuscinski se defien-de: “Yo he estado allí y voso-tros no”8. Al respecto, la perio-dista italiana María Nadotti haescrito en la introducción dellibro Los cínicos no sirven paraeste oficio, que reúne conversa-ciones con Kapuscinski:

“Formado, como él mismo declara,en la escuela de los Annales franceses,la de Kapu scinski, por tanto, es un

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4 Kapuscinski dictó una conferencia el19 de noviembre de 1998 en Estocolmo,en la entrega de los Premios nacionales deperiodismo en Suecia. En su discurso ha-bló de la acusación a los medios como le-targo y pasividad de la conciencia huma-na. “En los medios”, dijo, “hay gente sen-sible y de gran talento que siente que elplaneta es un lugar apasionante, merece-dor de ser conocido, comprendido y sal-vado”. La revista Claves de Razón Prácti-ca publicó en su número 92 la conferen-cia con traducción de Jorge RuizLardizábal.

5 Julio Villanueva Chang, Op. cit.,pág. 35. 6 El País, 4 de agosto de 2000.

7 En La guerra del fútbol Kapuscinskiexplica en la página 172 cómo se desarrollael trabajo del corresponsal de una agenciade prensa.

8 Arcadi Espada. Entrevista con Ka-puscinski. El País, Madrid, 14 de agosto de2000.

Ryszard Kapuscinski

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historia construida desde abajo. Unahistoria atenta a las pequeñas cosas, alos detalles, a los humores. Nunca bu-rocrática, unilateral, embalsamada,nunca tesis. Fruto, al mismo tiempo,de la observación y de la intuición.Historia/relato centrada en los conte-nidos, pero también en la técnica na-rrativa, en el acto de escritura en símismo”9.

Kapuscinski convence. Laobra de Kapuscinski se lee por-que es el tipo de periodismoque se quiere hacer. Pero encualquier caso conocer su terri-torio se vuelve experiencia. Eltiempo que se le dedica es tiem-po exaltado porque se está to-

cado por una lectura quetransforma.

Con periodistas como Kapus-cinski, la identidad del reporte-ro está reivindicada. Según lasconvenciones, el profesional dela información debe permane-cer anónimo en la narración delos hechos. En los despachos deuna agencia, como en la quetrabajó, la firma no existe. Ka-puscinski se ganó el derecho aexistir, a ser él mismo. Su vo-luntad de estilo es imponente,igual que sus ambiciones de li-bertad profesional. Para él la es-tancia en el extranjero y elcompromiso mismo para conel oficio no es un mero cum-plimiento de un contrato detrabajo. Su corresponsalía enlos países del llamado TercerMundo no correspondió a la deun visitante ocasional. Kapus-cinski viajó tanto (y lo sigue ha-ciendo), y profundizó hasta lasúltimas consecuencias sobre lavida, la historia y la cultura dedonde se encontraba, que llegóa sentirse hasta extranjero y, pe-

or aún, excluido en su propiatierra10.

En El imperio cuenta que acada paso, allende las fronte-ras, está ese recordarte que eresdiferente, incluso un intruso yun problema. Kapuscinski su-peró todos esos escollos. ParaMaría Nadotti11 la regla unode Kapuscinski, cuando viaja,parece ser la de saber mimeti-zarse, renunciar a los discuti-bles y narcisistas beneficios dela hipervisibilidad a favor delas bastante más útiles ventajasdel anonimato. La presencia deKapuscinski en el lugar de loshechos garantizó a Polonia unainformación proporcionadapor alguien de casa. Pero esainformación, la de Kapus-cinski, evitaba tintes naciona-listas o propagandísticos. Ka-puscinski es polaco pero su pa-tria es el periodismo y suideología, el humanismo. Sunación es él mismo: su indivi-dualidad, su actitud, su proce-dimiento, su estilo. Su litera-tura de collage.

En cualquier caso habrá quereconocer que también practi-ca el camuflaje, aceptable paraese cruce de fronteras que le espropio. El sha, sobre la caídade Reza Pahlevi en Irán, y Elemperador, sobre el derroca-miento de Haile Selassie enEtiopía, se promueven comotextos que se han leído en Po-lonia a modo de parábolas so-bre el totalitarismo. Al respec-to, Kapuscinski ha confesadoque escribe “claramente del la-do de los oprimidos” y que ha-bla de éstos como una metáfo-ra de la propia lucha polacapor la democracia. Y así loapunta sin tapujos en El sha:

“Y de la misma manera que nues-tra historia militar está marcada porgrandes batallas –Grunwald, Cecora,Raclawice y Olszynka Grochowska–,la historia del ejército de MohammedReza lo está por grandes masacres desu propio pueblo (Azerbaidján 1946;Teherán 1963, Kurdistán 1967, Irán

entero 1978).”

La diferencia entre objetivi-dad y subjetividad resulta muyestrecha para Kapuscinski. Elperiodista siente, piensa y creeciertas ideas y actúa en funciónde valores y principios. El pe-riodismo está al servicio delbien y de la verdad. Así lo con-firma la obra de Kapuscinski.No se puede ser objetivo fren-te a la injusticia porque de locontrario ocurriría un caso defalsa imparcialidad, una cobar-día disfrazada de objetividad.El ejercicio periodístico en Ka-puscinski tiene aires de libertady de creatividad. El periodis-mo deja de ser institucional ymercantil por su actitud comoreportero y escritor. Una acti-tud plasmada por el cineastapolaco Andrzej Wajda en unapelícula filmada en 1978, Sinanestesia, sobre un periodistaque volvía a casa y no hallabasu lugar. Wajda no hizo unapelícula sobre Kapuscinski pe-ro sí le rindió un homenaje.Wajda explicó:

“Para mí, Kapuscinski es la encar-nación de una persona libre porque sucasa es el mundo entero. Se marcha yregresa, cuenta algunas historias fasci-nantes y desaparece de nuevo. El he-cho de entender perfectamente elmundo le da un sentido de lo que és-te vale, algo que no es accesible a losdemás”12.

Kapuscinski demuestra queel mismo reportero puede sersu propia empresa, y que el tra-bajo puede dejar de ser mer-cancía sujeta al prejuicio de losperiódicos que le han puesto fe-cha de caducidad al reportaje.Con Kapuscinski el reportajerecupera su categoría superiorde posibilidad de reconstruir larealidad, enseñando los hechosen su globalidad, desde el ori-gen mismo hasta sus últimasconsecuencias. Para esta labor,el libro es un aliado: confirmaque es otra forma de publicarperiodismo cuando los medios

reducen espacios y procuran lainformación on line. El ejercicioperiodístico diario recuerda eltrabajo del panadero, dice Ka-puscinski en La guerra del fút-bol: “Sus bollos conservan el sa-bor mientras están calientes yrecién hechos; a los dos días, sevuelven duros como una pie-dra, y a la semana, cuando secubren de moho, ya no sirvensino para ser arrojados a la ba-sura”. Con sus libros, Kapus-cinski recupera esos bollos: losreconstruye y los vuelve inmu-nes a lo efímero. Por las venasde sus libros circula, impulsadapor el corazón del periodismo,la sangre de la memoria, la lite-ratura y la filosofía que lo hace

valioso como un clásico13.

Desde México y Chile Kapus-cinski se movió por toda Amé-rica Latina durante cinco añosen sus faenas de corresponsal.Habla un castellano fluido ycálido, además de otros sieteidiomas. Pero a pesar de la sol-tura con que usa el español,Kapuscinski se empeña en es-cribir en su lengua materna,por lo que en lugar de apuntaroriginalmente “Negros crista-les de la noche”, como titula elcapítulo 17 de Ébano, estampa“Czarne krysztaly nocy” y con-tinúa escribiendo: “Na koncudrogi, ktora jedziemy, widacstaczajaca sie za horyzont kuleslonca”. El texto así un espa-ñol no lo entiende, pero unaprofesora de lengua y literaturarusas de la Universidad Autó-noma de Barcelona, Agata Or-zeszek, se ha encargado de con-vertirlo al castellano. Orzeszekes la traductora habitual de Ka-puscinski. Las traducciones delos libros de Kapuscinski en laeditorial española Anagramason de su autoría, igual otra

RYSZARD KAPUSCINSKI

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12 El periodista Jordi Saladrigas realizóun reportaje sobre Kapuscinski, publicadoel 5 de enero de 2001 en La Vanguardia, deBarcelona, en donde recoge las palabras delrealizador polaco.

13 En su libro Por qué leer los clásicos,Italo Calvino define: “Se llaman clásicos alos libros que constituyen una riqueza pa-ra quien los ha leído y amado, pero queconstituyen una riqueza no menor paraquien se reserva la suerte de leerlo porprimera vez en las mejores condicionespara saborearlos; un libro clásico te sirvepara definirte a ti mismo en relación y encontraste con él”.

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9 Ryszard Kapuscinski. Los cínicos nosirven para este oficio. Sobre el buen periodis-mo. Edición de María Nadotti. Anagrama,2002. Barcelona. Pag. 11.

10 Kapuscinski cuenta en La guerradel fútbol, páginas 175-177, que cuandoregresaba a Polonia de sus viajes le pre-guntaba qué hacía allí. “La vida local seguía su curso habitual sin que yo su-piera qué perseguían”. Por otra parte, Ka-puscinski reconoció en una entrevista a LaVanguardia, en 1987, que si bien publicóen 1962 su primer libro sobre Polonia, supaís como tema nunca más lo volvió a tra-tar porque no es su especialidad; “mi

tema predilecto es el Tercer Mundo comohistoriador y periodista”.

11 Los cínicos no sirven para este oficio.Pág. 10.

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obra más, Lapidarium. Orzes-zek es además traductora deotros autores polacos comoAndrzejewski, célebre por Ce-nizas y diamantes, llevada al ci-ne por Wajda. El proceso detraducción de la obra de Ka-puscinski es largo y trabajosopara Orzeszek porque la prosadel autor polaco es exacta y ri-gurosa, al tiempo que extrema-damente trabajada desde elpunto de vista literario. DiceOrzeszek:

“A él no le basta el dato; la reela-boración literaria es tan o más impor-tante que los hechos descritos”.

Dar con el registro de len-gua exacto es una de las princi-pales dificultades a las que seenfrenta Orzeszek al traducirla obra de Kapuscinski. La do-cumentación hasta la saciedades una de las salidas, igual quela búsqueda de equivalenciasespañolas hasta por debajo delas piedras, cuando existen, oinventarlas cuando el autor lasinventa.

Aunque en español solamen-te están traducidos nueve librosde Kapuscinski, los siete publi-cados por Anagrama y otro másdel que Orzeszek informa sinconocer la editorial14, la fichabibliográfica15 de este autor re-gistra alrededor de la veintenade títulos publicados, traduci-dos algunos hasta en 36 idio-mas. Este mismo año 2003Anagrama publicó LapidariumIV con traducción de Orzeszek.Un libro a medio camino entreel diario y la autobiografía, es-tructurado a través de fragmen-tos de meditaciones, reflexiones

y apuntes breves y profundos.Para Orzeszek resulta compro-metido indicar en qué lenguaestá mejor traducido Kapus-cinski, pero lo que sí revela esque las versiones en inglés, par-ticularmente las ediciones nor-teamericanas, omiten algunosfragmentos, curiosamente aque-llos en los que el autor se refierea la intervención e indigna par-

ticipación estadounidenseen los hechos descritos.

El reconocimiento en el mun-do editorial español le ha lle-gado de manera paulatina aKapuscinski. La traducción deEl emperador tardó 11 años ensalir al mercado, en tanto queEl sha y La guerra del fútbol es-peraron hasta un lustro paraentenderse en la lengua de Cer-vantes. Las versiones de El im-perio y Ébano aparecieron casisimultáneamente a la ediciónoriginal (uno y dos años de di-ferencia, respectivamente).

Kapuscinski considera queno era de los mejores corres-ponsales que a principios de losaños sesenta gastaban suelas porterritorio africano, “se me utili-zaba como ejemplo de cómo nose debía trabajar”16; la obra queha escrito en forma de libro leha merecido elogios como unode los mejores reporteros del si-glo XX. El halo legendario deKapuscinski es solicitado en Es-tocolmo para dictar una confe-rencia en el acto de entrega delos premios nacionales de pe-riodismo. O en la ciudad deMéxico, para impartir un taller

de crónica17 dentro de la pro-gramación de la Fundación pa-ra un Nuevo Periodismo Ibe-roamericano que preside Ga-briel García Márquez. Revistasy periódicos internacionales lesolicitan como articulista y en-sayista de fondo sobre temasde globalización18.

Sin embargo, las críticas ex-traordinarias, unánimes, estánajenas a las leyes del mercadoen español. Las ventas de suslibros fueron discretas hasta lapublicación de Ébano, con elque se ha producido un girosignificativo. Por Ébano, Ka-puscinski ha recibido el Pre-mio Viareggio en Italia y el re-conocimiento al mejor escri-tor del año en Francia porparte de la revista Lire. Loseditores de Kapuscinski19 con-sideran que entre sus lectoresfiguran en primer lugar losprofesionales de los medios decomunicación y también esoque se llama “los lectores cul-tos”. No obstante, menos del1% de los aspirantes a entraren 2001 a la Escuela de Perio-dismo de la Universidad Au-tónoma de Madrid/El País sa-bía quién es Ryszard Kapus-cinski. Pero el director de esemáster, Joaquín Estefanía, esoptimista y al respecto ha es-

crito20: “Es de esperar que apartir de ahora el resto lo co-

nozca, lea su obra y lotenga por un modelo en

el que mirarse”.

Kapuscinski escribe desde lamemoria de su experiencia. Ensus libros se explaya autobio-gráficamente en torno al acon-tecimiento del que es testigo.Por sus procedimientos y acti-tudes, hace periodismo. Por sudocumentación, historia. Porsu reflexión, filosofía. Por suescritura, literatura. Nutrida yfundamentada de este collage,la escritura y la estructura delos libros de Kapuscinski se le-vanta a partir de tres niveles:

1. La autobiografía.2. El viaje y el trabajo repor-

teril, y sus reconstrucciones.3. La reflexión.Dentro de estos tres niveles,

Kapuscinski echa mano de di-versos registros de escritura,confirmando que la forma estáal servicio del fondo: barroco yrebuscado cuando describe el in-terior de un piso burgués sura-mericano; escueto y hasta tele-gráfico cuando los aconteci-mientos descritos se precipitan yquiere dar la impresión de unacrónica; natural y visible al des-cribir el horror de la guerra o labelleza de un paisaje ,y coloquialen los escasos diálogos.

Estos registros son otro co-llage dentro de su literatura decollage. Las fronteras se cruzanunas con otras sin prejuicio. Sedesbordan los límites y compli-can su clasificación hasta a losbibliotecarios de la UniversidadComplutense de Madrid, queubican El imperio como unaautobiografía en las escuelas deGeografía e Historia, El empe-rador como una novela en los

fondos de filología y el res-to como reportajes en laFacultad de Ciencias de la

Información.

Nutrido de su biografía (la es-cena inaugural de El imperioestá ubicada en su ciudad natalde Pinsk, en 1939, cuando te-nía seis años de edad), de un

JOSÉ GARZA

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14 Se trata de La guerra de Angola. Sinembargo la primera traducción al españolque se hizo sobre su obra, en particular desu libro La guerra del fútbol, es una edi-ción publicada en 1980 por la Universi-dad Veracruzana de México con el títulode Las botas.

15 El periodista Joaquín Estefanía pu-blicó en El País (domingo 31 de diciembrede 2000), como nota de apoyo a una en-trevista que sostuvo con Kapuscinski, quedurante el año 2000, en Polonia, aparecie-ron un cuarto volumen de Lapidarium(aforismos y reflexiones), además de un li-bro de Fotoperiodismo en África que com-plementa a Ébano.

16 En La guerra del fútbol, Kapuscinskiescribe sobre las exigencias de un corres-ponsal que él llevó hasta los extremos, tan-to en riesgos reporteriles (en 1961, en elCongo, fue tomado como espía belga y es-tuvo a punto de ser fusilado) como en sucrónica falta de disciplina ortodoxa. “Y mimayor grado de irresponsabilidad lo mos-traba cuando de repente cortaba toda co-municación con Varsovia y me adentrabaen la selva”. Por sus procedimientos, Ka-puscinski solía recibir telegramas del jefede la agencia que le pedía “que de una vezpara siempre deje de meterse en expedicio-nes que puedan terminar en tragedia”.

17 Del 6 al 9 de marzo de 2001, la Fun-dación de Periodismo de García Márquezprogramó un taller con Kapuscinski en elque participan 15 periodistas de América

Latina. El taller tiene como objetivo traba-jar sobre la crónica de los cambios sociales:migraciones campo-ciudad, desplazamien-tos causados por la guerra, conflictos étni-cos, religiosos y sociales. El taller se desa-rrolla en sesiones de discusión abierta yprácticas; Kapuscinski revisa el material ela-borado por los participantes y comparte supropia experiencia.

18 El País publicó en sus páginas deopinión, el domingo 28 de enero de 2001,un amplio artículo de Kapuscinski, El mun-do global en cada aldea. El autor habla delfin de la guerra fría y de la revolución elec-trónica como condiciones para una globa-lización que se ha intensificado a tal gradoque si McLuhan dijo que el mundo se con-vertiría en una aldea global, “nosotros po-demos decir que en cada aldea hay un po-co del mundo global”.

19 Para la realización de este trabajosolicité a la editorial Anagrama informa-ción sobre los niveles de venta de los li-bros de Kapuscinski. De la oficina de Jor-ge Herralde, director de la firma, me en-viaron un correo electrónico con estainformación.

20 El País, 31 de diciembre de 2000.

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abundante bagaje, de estudiosde la historia y la cultura delpaís que aborda, Kapuscinskiviaja y hace de sus habitacio-nes de hotel sus centros de ope-ración. Recorre las calles y con-vive con la gente demostrandoque el periodista es un ser privi-legiado: vive constantemente lasrelaciones humanas. Lo mismoconversa con un político quecon un camarero. Toma notas,revisa los diarios. Todo se vuelvereferencia para las crónicas queenvió a la agencia en su mo-mento y para la reelaboraciónque después ha hecho para sus li-bros. Kapuscinski continúa via-jando y publicando, pero la ma-teria de sus libros fue trabajadacomo corresponsal en tiemposde guerra fría. Las relaciones in-ternacionales estaban congela-das. Kapuscinski vio caer, y re-flexiona sobre ello, las dictadu-ras de Uganda, Filipinas,Chile. Fue testigo de cómo losregímenes militares fueron per-diendo poder en América Lati-na y cómo en África se desmo-ronaban los sistemas de partidoúnico. Por eso asistió con mu-cho entusiasmo, mejor aún,sorprendido por lo que sus ojosveían después de experimentaren carne propia el estalinismo,a la entrada del mundo a unaépoca de grandes cambios, pre-sumiblemente favorables para

la libertad, la democraciay la globalización: la caídadel imperio soviético entre

1989 y 1991.

El interés de Kapuscinski en so-ciedades que claman libertad yque buscan virar el rumbo desus destinos está dotado de unolfato periodístico. Un olfatopara detectar la parte del mun-do donde se escribirá una nue-va página en la Historia. Cuan-do la primavera de 1989, mo-vido por la avalancha deinformaciones que llegaban deMoscú, pensó: “Merecería lapena darse una vuelta por allí”.En otra ocasión, 1969, apoyadopor un colega, después de do-blar un periódico en el que aca-baban de leer una crónica deun partido entre las selecciones

de Honduras y El Salvador, veía venir otro acontecimiento.

–¿Crees que merece la pena ir aHonduras? –le preguntó a Luis Suá-rez, periodista del semanario mexica-no Siempre!

–Creo que sí –le contestó. Seguroque pasará algo.

A la mañana siguienteKapuscinski aterrizó en Te-gucigalpa para cubrir la lla-

mada “guerra del fútbol” entreaquellos países centroamerica-nos.

Mostrar el proceso de trabajo esuna seña de identidad de la obrade Kapuscinski. Los métodos pa-ra conseguir información, el aná-lisis de la documentación, apa-recen en sus reconstrucciones co-mo una categoría. Su voznarrativa es eficaz porque generauna tensión dramática y, sobretodo, explica la historia de unmodo que es casi imposible con-tar con una simple enumeracióndirecta de los hechos. El soportede El sha está en la imagen delnarrador sólo en una desordena-da habitación de hotel, “echandoun vistazo” a los materiales conlos que reconstruye el procesode derrocamiento del dictadoriraní.

En esta misma dimensiónKapuscinski ubica a sus entre-vistados, fuentes informativasy contactos. La columna ver-tebral de El emperador son 47monólogos de quienes habíansido hombres del palacio delmonarca etíope. Por otra parte,la guía, el artista, el artesano, elmúsico y la curandera de laprimera parte de El imperiovuelven a aparecer en el segun-do capítulo del libro, 20 añosdespués, como si estuvierandotados de la ubicuidad que elmismo periodista parece desa-rrollar para recorrer buena par-te del planeta. Kapuscinski ex-plica que El imperio está escri-to “en forma polifónica”, esdecir, que los personajes, luga-res e historias reaparecen variasveces en la reconstrucción desus viajes por el mundo sovié-tico, en diferentes épocas y

contextos.Esta polifonía tiene mayo-

res alcances en Kapuscinski: delibro en libro. Las experienciasen territorio africano rebotanentre La guerra del fútbol yÉbano. El reportaje del HotelMetropol de Acra fue realizadopor Kapuscinski durante suprimer viaje al continente ne-gro en 1958, fecha con la quearranca Ébano. El ambiente so-focante, el aire pesado y losolores nauseabundos que Ka-puscinski sintió en aquella mi-serable balsa son retomados alinicio de la monumental re-construcción que de su expe-riencia africana hace el autoren las 340 páginas de Ébano. Silos reportajes que sobre Áfricaestán incluidos en La guerra defútbol, publicado en 1988, sonla semilla referencial para lapublicación de Ébano 10 añosdespués, la sospecha de un pró-ximo libro de Kapuscinski enel que profundice su experien-cia en América Latina o Asia,representada en algunos mate-

riales que al respecto están enLa guerra del fútbol, puede re-sultar válida a la luz de estascoincidencias21.

Aquí valdría la pena aclararun aspecto de La guerra del fút-bol. Es el libro con un menorgrado de reconstrucción litera-ria de Kapuscinski. El más pe-riodístico en cuanto a que re-coge reportajes independientesunos de otros, con la fecha desu realización. Aunque los tex-tos registran como eje la propiaexperiencia del periodista, en-riquecidos con el uso de diver-sos registros (el trabajo que datítulo al libro incluye fragmen-tos de los telegramas y notasque el polaco envió a su agen-cia), el libro no se escapa de lasreferencias autobiográficas delperiodista, elaboradas a la dis-tancia de los acontecimientosreportajeados. Estas referen-cias, distinguibles por una ti-pografía distinta (cursivas) y eluso de tiempos verbales en pre-sente y pasado permiten al au-tor explicar y enriquecer elcontexto en el que realizó tal ocual reportaje, así como las his-torias por escribir; de igual mo-do cuenta, con una profunda

carga didáctica, a mane-ra de manual, las exi-gencias del ejercicio re-porteril: cómo debe de-

RYSZARD KAPUSCINSKI

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

21 Joaquín Estefanía, en el material quesobre Kapuscinski publicó en El País, 31 dediciembre de 2000, informa que el escritorpolaco prepara dos libros que conforma-rán con Ébano una trilogía titulada Mapa-mundi. Esos dos libros faltantes se referirána América Latina y Asia.

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sarrollar su trabajo un corres-ponsal de agencia de prensa,por ejemplo.

En la carrera atlética por el de-sarrollo, África está rezagada.Al fondo. Abajo. En el abismo.África es hambre, niños-esque-letos, tierra seca que se resque-braja, chabolas llenando ciuda-des, matanzas, sida, muche-dumbres de refugiados sintecho, sin ropa, sin medicinas,sin pan ni agua. Desde el Me-diterráneo, desde el otro ladodel Atlántico, desde cualquierposición cómoda, África escontemplada como un territo-rio de acción de colonizadores,mercaderes, misioneros, etnó-grafos y organizaciones no gu-bernamentales. Bien, muybien. Para Ryszard Kapuscinskiestas imágenes de África, estaforma de contemplarla, es in-justa. Lo dice en Ébano. Publi-cada originalmente en 1998,esta obra es una suma de granaliento de sus estímulos y ex-periencias vinculadas a la laborque desarrolló como corres-ponsal en el continente negrodurante 40 años.

En Ébano, Kapuscinski abor-da la vida cotidiana africanadesconocida. Cuenta cómo elafricano es un hombre de fa-milia, de grupo, que se estruc-tura a través de la forma de cla-nes que rompen los esquemasindividualistas occidentales.Cuenta también lo fantásticoy lo exótico que resulta el uni-verso de la brujería, que hacedesaparecer en medio de la no-che al chofer que en una oca-sión le llevaba hacia el Congo.En Ébano, Kapuscinski registralos hitos y las grandes historiascontemporáneas de África quecreemos conocer. Lo ignora-mos todo. El genocidio per-petuado en Ruanda es analiza-do por Kapuscinski de maneraaguda, lejos de la banalizaciónque tiende a afirmar que lasmatanzas de los años noventaobedecieron a una antigua lu-cha entre etnias. Si El sha y Elemperador son leídas en Polo-nia como una parábola del to-talitarismo, el capítulo sobre

Ruanda de Ébano debe leersecomo una parábola de los sis-temas hitleriano y estalinianode tortura y muerte. Con unregistro de escritura a manerade gran discurso, como unaconferencia, Kapuscinski opi-na profundamente sobre esaextraña nación montañosa enla llanura africana, sobre su his-toria y sobre el drama entre losdesgraciados tutsis que críanganado y los autoritarios hutusque cultivan la tierra.

El saldo de los enfrenta-mientos, entre 500 mil y unmillón de muertos, resulta trá-gico para Kapuscinski. Lo ate-rrador en todo caso es tambiénel hecho de que unos hombresinocentes han dado muerte aotros hombres inocentes, ha-ciéndolo además sin motivo al-guno, sin ninguna necesidadaparente. Sin embargo Kapus-cinski tiene argumentos parapensar que los enfrentamien-tos en Ruanda están más alláde sus raíces puramente étni-cas. Como en Alemania y elimperio soviético, la explosióndel odio estuvo preparada porun movimiento intelectual. Laofensiva de 1990 y la masacrede abril de 1994 tuvieron susideólogos; afirma Kapuscinski:

“Intelectuales y científicos, profe-sores de los departamentos de Histo-ria y de Filosofía de la Universidadde Butare: Ferdinand Nihimana, Ca-simir Bizimungu, León Mugesira yvarios más. Son ellos quienes formu-lan los principios de una ideología quejustificará el genocidio como la únicasalida, como el único medio de supropia supervivencia”.

Para estos ideólogos, los tut-si pertenecen a una raza extra-ña, diferente, que conquistó yexplotó a los hutus. Se buscabaentonces eliminar al enemigode una vez para siempre perono se utilizaría ninguna artille-ría ni carros blindados, sinomachetes, martillos, lanzas ypalos. Dice Kapuscinski:

“En Ruanda lo importante era quetodo el mundo cometiese asesinatos,que el crimen fuese producto de unaacción de masas, en cierto modo po-pular y hasta espontánea, en la cualparticiparían todos; que no existiesen

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manos que no se hubieran manchadocon la sangre de aquellos que el régi-men consideraba enemigos, surgiendoasí un sentimiento de culpa unifica-dor”.

El tono y la estructura deÉbano son los propios de unanovela con escenas que se sus-citan cronológicamente, aun-que cada una de las escenas esen sí misma una sola pieza. Ladistancia con respecto a losacontecimientos, la madurezque con el tiempo ha adquiri-do como escritor, le han per-mitido a Kapuscinski una ree-laboración de su experiencia yde su escritura plenamente li-teraria. Por este nivel alcanza-do, por la fuerza de su expe-riencia personal como eje deeste gran relato en torno a Áfri-ca, algunos críticos22 afirmanque Ébano, más allá de los estí-mulos e informaciones que re-gistra vinculados a la labor delautor como corresponsal deprensa, está colocado en la es-tela de un género que se culti-varía hasta bien entrado el sigloXIX y en el que destacarían au-tores como León el Africano,Ali Bey o Richard Burton.

Con propósitos distintos,intenciones diferentes y enotros contextos, África es tam-bién motivo fundamental enescritores como Ernest He-mingway, el lado opuesto deKapuscinski. El escritor norte-americano es como el héroeque viaja al territorio africano

para cazar leones. Ka-puscinski es como el mi-sionero que viaja tierra

adentro, sin nevera ni aireacondicionado, para descubrirque África es extremadamentediversa y cambiante.

El imperio es el libro de Kapus-cinski más oportuno desde elpunto de vista periodístico. Esigualmente inmune a lo efíme-ro, como el resto, pero su pu-blicación ocurrió dos años des-pués del fin de desmorona-

miento del mundo soviético,en 1993, en el arranque de unproceso de transición que seextiende hasta hoy lento y con-flictivo.

El imperio presenta una or-ganización a partir de los tresniveles característicos de Ka-puscinski. Una primera parteautobiográfica. Un segundo ca-pítulo en el que registra el tes-timonio personal del viaje quehizo a aquel proceso de glás-nost y perestroika. Y una refle-xión final sobre lo que repre-senta, en la historia contempo-ránea, esa zona del planeta.Una zona que empezó el sigloXX en Rusia con una revolu-ción y lo concluyó ahí mismocon el desmoronamiento de laUnión Soviética en que se ha-bía convertido.

Autobiográficamente, El im-perio es una pieza en la que Ka-puscinski hace un derroche dememoria prodigiosa. La di-mensión narrativa aparece na-tural y potente. Kapuscinskidescribe con palabras efectivasy muestra los hechos, sus re-cuerdos, por medio de la ac-ción. Kapuscinski consigue unavisibilidad profundamente lite-raria, tanto que conviene aquícitar a García Márquez cuandoha explicado la forma en queescribe sus memorias, Vivir pa-ra contarla: “La vida no es loque sucedió, sino lo que unorecuerda y cómo lo recuerda”.

Kapuscinski inicia el viaje deEl imperio desde su infancia deniño pionero con camisa blan-ca y pañuelo rojo en su pueblonatal, ocupado por las fuerzasrusas que a aquel pequeño leparecían tan furiosas porqueno entendía cómo “nada másentrar en la ciudad, antes detomarse un respiro, antes depasearse por las calles paraorientarse, antes de comer algoy de echar unas bocanadas dehumo, habían colocado un ca-ñón en la plaza y se habíanpuesto a disparar contra la igle-sia”. Y continúa el viaje hastasu juventud, en la que comien-za su aventura de reportero tro-tamundos precisamente enaquel trayecto de nueve días

entre Pekín y Moscú, montadoen el ferrocarril transiberiano.

Kapuscinski realizaría otrosviajes por el interior del imperioen 1967. Y no regresaría a éstehasta ver su derrumbe 20 añosdespués. En ese lapso, inclusodesde 10 años antes, Kapus-cinski vivió inmerso en los pro-blemas del Tercer Mundo, dedi-cado de manera casi exclusiva aAsia, África y América Latina.De modo que su conocimientoreal de la URSS, así lo consignaen el libro, lo consideraba esca-so, fragmentario y superficial.Pero la autobiografía y el bagajecultural colocaban nuevamentea Kapuscinski en una posiciónprivilegiada para observar y en-tender los avatares de la peres-troika de Gorbachov y el proce-so de la caída de un imperio que

en su interior presentabasignos propios del llama-do Tercer Mundo: sub-

desarrollo, pobreza extrema yuna población (más de la mi-tad) no rusa agotada del podercolonial que se ejercía desde elcentro de la Unión.

Un pequeño féretro con losrestos del emperador de Etio-pía, Haile Selassie, muerto ha-ce 25 años, recorrió el domin-go 5 de noviembre de 2000 lascalles de Addis-Abeba. Lo lle-vaban en procesión, seguidapor unos miles de personas, deltemplo de Ba’ata Mariam Ge-da, donde se hallaba el cuerpode quien les gobernó con manode hierro durante 45 años, has-ta la catedral de la Trinidad, enla céntrica plaza de Meskal.Cerca del pequeño ataúd, re-cubierto con los colores rojo,amarillo y verde, los de la ban-dera nacional, un grupo de vie-jos guerreros coronados conmelenas de león formó unaguardia de honor. Cerca del fé-retro, con los restos de quienfuera “rey de reyes”, tambiénestaban colocados los símbolosdel poder: en un extremo, una

imagen de san Jorge, patronode Etiopía; en el otro, una fo-tografía del León de Judá, co-mo también se le conocía al exemperador. El espectáculo fu-nerario parecía arrancado deotra época23 o del libro El em-perador, de Kapuscinski, en elque narra con detalle las inte-rioridades de aquella corte me-dieval y el trabajo de alguno desus servidores: el encargado decambiar el cojín debajo de lospies de Selassie, el maestro deceremonias que le advertía conun leve movimiento el final dela audiencia de nombramien-tos y destituciones, el...

Kapuscinski inaugura la na-rración de El emperador con-tando cómo realizaba las entre-vistas en forma clandestina,por las noches, en medio de laguerra civil que terminó porderrocar al monarca en 1974.Sus informantes le solicitan elanonimato, aunque sus propiaspalabras revelan sus labores yhasta sus identidades. Entreentrevista y entrevista, escritascomo monólogos o leccionesde historia oral, Kapuscinskiinserta acotaciones, diferencia-das tipográficamente, en lasque explica el contexto en quellevó al cabo su labor, apoyadopor un guía que había sido unode los jefes del Ministerio deInformación. Asimismo intro-duce datos históricos, informa-ciones y reflexiones sobre la au-toritaria y cruel monarquía ylas causas de su derrocamiento,y opina del personaje, de Se-lassie, que en una ocasión leinvitó a desayunar junto a ungrupo de corresponsales ex-tranjeros que recibieron de él,como regalo, un medallón deplata con el escudo imperial.

Por su estructura, El empe-rador recuerda a La noche deTlatelolco, el libro emblemáticode Elena Poniatowska, perio-dista y escritora mexicana de

origen polaco, en el querecoge el testimonio dedecenas de voces anóni-

mas e identificadas en torno ala matanza de estudiantes en laplaza de las Tres Culturas de laciudad de México, el 2 de oc-

RYSZARD KAPUSCINSKI

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

1323 Consignado por un despacho de

Reuters, publicado en El País, el 6 de no-viembre de 2000.

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22 José María Ridao publicó en el su-plemento “Babelia” de El País, (sábado 11de noviembre de 2000) una amplia reseñasobre Ébano, titulado “El itinerario de la de-vastación según Ryszard Kapuscinski”.

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tubre de 1968.

Si en El emperador Kapuscinskireconstruye a partir del collagede entrevistas, en El sha reela-bora desde la descripción delcollage de la documentación so-bre la monarquía en Irán y suclausura en 1978. El sha estáconstruido en los tres nivelespropios de Kapuscinski: la me-moria personal, la reconstruc-ción del trabajo reporteril (ladocumentación) y una profun-da meditación final. La voz enprimera persona y el tiempoverbal, en presente, otorganuna sensación de proximidade inmediatez con los aconteci-mientos.

Kapuscinski registra la caídade Mohammed Reza Pahlevien 1978. Una caída que con-juntó durante 15 años los erro-res y excesos del monarca enun reinado déspota y sin el re-conocimiento popular. La in-tervención nunca aceptada deEstados Unidos a través de laCIA, interesado en el controldel petróleo, resultó otro fac-tor. Y una revolución iniciadapor un ministro, Mossadegh,impulsada por el ayatolá Jo-meini y llevada al cabo sobretodo, como dice el autor, porlos que estaban al lado de la sa-biduría, la conciencia, el ho-nor, la honestidad y el patrio-tismo: los obreros, los escrito-res, los estudiantes y loscientíficos que, antes que na-die, morían en las cárceles delnefasto cuerpo policial impe-rial, la Savak. En un ambientedevastador, lejos de los aires dela Gran Civilización que el shaproyectaba construir sobre lamiseria de la sociedad iraní,Kapuscinski se mantiene en piede guerra desde un hotel aban-donado. Es el único huésped.En el vestíbulo convive concuatro personas del servicio derecepción con las que adviertelas dificultades de comunica-

ción. Esa zona del planeta seresiste a entenderse con elmundo en inglés, francés o encualquier otra lengua europea.Dice Kapuscinski:

“La gente teme ser absorbida, des-pojada, que se le homogeneice el paso, lacara, la mirada y el habla; que se le en-señe a pensar y reaccionar de una mismamanera, que se le obligue a derramar lasangre por causas ajenas y, finalmente,que se le destruya. De ahí su inconfor-mismo y rebeldía, su lucha por la propiaexistencia y, en consecuencia, por la len-gua (en Irán, el farsí)”24.

Kapuscinski toma té con elpersonal del hotel y mira el te-levisor. En la pantalla apareceJomeini convocando a la uni-dad. Es el duodécimo imán pa-ra los fanáticos. El Esperadoque había desaparecido en elsiglo IX y que, entonces, cuan-do han pasado más de milaños, había vuelto para salvar ala nación de la miseria y de laspersecuciones. Esta posibilidadresulta bastante paradójica pa-ra Kapuscinski:

“No tengo ninguna fotografía deJomeini de años anteriores. En mi co-lección Jomeini aparece ya como unanciano, como si fuese un hombreque no hubiera vivido ni la juventudni la madurez. El hecho de que Jo-meini aparezca en las fotografías casisiempre como un anciano podría con-firmar esa creencia ilusoria”25.

Las fotografías, libretas denotas, grabaciones, periódicos ylibros son el hilo conductor dela historia de Kapuscinski sobreel fin del dictador de la antiguaPersia. La descripción, la docu-mentación y la reflexión en tor-no a estas fuentes de informa-ción permiten a Kapuscinski re-construir la historia y elcontexto de la monarquía enIrán y la biografía de Reza Pah-levi, consecuente con los empe-radores que acaban de maneralamentable e ignominiosa sim-ple y sencillamente porque con-siguen el trono por la fuerza.

La experiencia en Irán arro-ja conclusiones en Kapuscinski.Se explaya con tintes ensayísti-

cos sobre las causas de una re-volución. Causas que puedenencontrarse en la miseria gene-ralizada, la opresión y los abu-sos escandalosos. Escribe al fi-nal de El sha:

“Toda revolución viene precedidapor un estado de agotamiento generaly se desarrolla en un marco de agresi-vidad exasperada. El poder no sopor-

ta al pueblo que lo irrita y elpueblo no aguanta al poder alque detesta. El poder ha per-dido ya toda la confianza y

tiene las manos vacías; el pueblo haperdido los restos de su paciencia yaprieta los puños. Reina un clima detensión y agobio, cada vez más inso-portables. Empezamos a dejarnos do-minar por una psicosis del terror. Ladescarga se acerca. La notamos26”.

Kapuscinski hace del periodis-mo un instrumento de solida-ridad con los hombres. Él así loreconoce en la conversaciónque sostuvo con Joaquín Este-fanía:

“Soy un idealista que trata de ha-cer las cosas de la mejor manera posi-ble; creo en un futuro multicultural,aunque conlleva peligros como los na-cionalismos. Entramos en el nuevo si-glo con medios de comunicación glo-bales, todos se podrán vincular contodos, por tanto, la ideología del sigloXXI debería ser la del humanismo glo-bal”.

La atención de Kapuscinskiestá en las rebeliones contra lasinjusticias. Las sociedades quebuscan formas de gobiernosconsecuentes con los tiemposmodernos, despojados de ana-cronismos coloniales, tambiénestán en su mira. Tiene unafascinación por la historia queestá en marcha. Le sorprendecómo los pueblos consideradosdébiles logran despojarse delmiedo que les provoca la tira-nía para salir del abismo. Pararevolucionar el rumbo de susvidas hacia destinos benignos.Destinos que no siempre supe-ran la miseria en la que los de-jó la dictadura y el dictador.Dictador tan cínico que, unavez destronado, continuará cre-

yéndose soberano, como ocu-rrió con Selassie.

El mundo continúa en mo-vimiento. Los tiempos de gue-rra fría, de bipolaridad del pla-neta, habrán terminado con laglobalización. Surgen viejas ynuevas circunstancias como losnacionalismos exacerbados, losfundamentalismos religiosos,las migraciones masivas y lapobreza extrema. Kapuscinskidemuestra inteligencia paraatrapar y entender la realidad.Realidad pasada por los filtrosdel periodismo, la literatura, lahistoria y la filosofía.

La mirada kapuscinskinatambién busca la luz al finaldel túnel. Observa la riqueza yla fantasía de la vida ahí dondelos otros apenas ven pasar lascosas. Kapuscinski entendióque la humanidad, representa-da en cada pedazo del planetapor el que ha viajado, busca lalibertad para expresarse a símisma, desatando una alfom-bra persa o simple y sencilla-mente contemplando, sumidoen el silencio, la aproximacióndel momento más maravillosode África: el amanecer. n

LIBROS DE RYSZARD KAPUSCINSKI PUBLICADOS EN CASTELLANO:

Editorial Anagrama:El Sha o la desmesura del poder , 1987La guerra del fútbol, 1992El emperador, 1989El imperio, 1994Los cínicos no sirven para este oficio,2002Ébano, 2000Lapidarium IV, 2003

Otras editorialesDesde África, Edicola-62, SL, 2001,2002Ébano (Parte de la obra completa)Salvat Editores, 2002

JOSÉ GARZA

65Nº 136 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

24 Kapuscinski, Ryszard. El sha o la des-mesura del poder. Traducción de Agata Or-zeszaek. Barcelona, Anagrama, 1987, págs.15-16. 25 Ibídem. pág. 33. 26 Ibídem. pág. 136.

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e ha escrito profusamente so-bre la gran amistad que unió aLorca, a Dalí y a Buñuel den-

tro del grupo de la Residencia deEstudiantes (Rafael Santos Torroe-lla, Antonina Rodrigo, Agustín Sán-chez Vidal, Ian Gibson, etcétera).Sin embargo, mucho de lo escritocarga las tintas sobre un momentode tensión de dicha amistad: cuan-do Dalí gravita de Lorca, junto aquien había colaborado (1927) enel decorado y la dirección artísticade Mariana Pineda, hacia el surrea-lismo y Buñuel y escribe con éste(1929) el guión de Un perro anda-luz, mediante el automatismo psí-quico, procedimiento capital de laescritura surrealista1. Las diferen-cias quedaría selladas con la entradade Buñuel y Dalí al grupo surrealis-ta parisino, dentro del cual aparecenya como firmantes del SegundoManifiesto del surrealismo, en19302.

No me interesa dilucidar, unavez más, sobre los motivos per-sonales de aquel distanciamientoestético y mucho menos hurgar,como hacen tantos de los que haescritos sobre el tema, en la “epa-tante” afirmación –en su tiempo–daliniana de que Lorca le intentósodomizar. Quede eso para los rea-lity shows y no para la crítica litera-ria o del arte.

Poéticas opuestas Las diferencias entre Buñuel y Lor-ca, con Dalí oscilando del uno alotro, en el periodo comprendido

entre 1926 y 1929, las considerocomo parte de las enriquecedoraspolémicas del campo literario y ar-tístico español de los años veinte,lleno de ellas; pero que las historiasy manuales literarios nos lo han ve-nido presentado como un homo-géneo y apacible vergel, dominadopor el grupito de poetas de la lla-mada generación del 27, que ya poraquellas fechas quería constituirse(autopromocionado por los poetas-profesores Guillén, Salinas y Dá-maso Alonso, quien en los añoscuarenta canonizaría a tal “genera-ción del 27”) como la tendencia do-minante de la literatura española.Un claro indicio de esto lo encon-tramos en unas palabras de GarcíaLorca en carta a Guillén, precisa-mente en el año 27:

Notarás que todo el mundo nos siguecitando juntos. Guillén y Lorca. Esto / meproduce verdadero regocijo. A pesar de losenvidiosos arietes que nos / golpean, noso-tros seguimos y seguiremos manteniendonuestros puestos / de CAPITANES de lanueva poesía española. (Obras, 1592).

Pues bien, varios de dichos arie-tes, cargados con el explosivo delshock surrealista, los lanza Buñuel,instalado en París, también en car-tas a sus amigos, entre 1926 y 1928.En una ocasión escribe a Pepín Be-llo respecto a Federico: “Es su terri-ble esteticismo lo que le ha aparta-do de nosotros” (septiembre de1927); afirmación que me sirve depreámbulo al tema del presente en-sayo: el pulso que echa Buñuel, consu pieza teatral Hamlet, al GarcíaLorca de Mariana Pineda, en aquelaño de 1927. El aragonés, desde la

posición radical, de ruptura, delvanguardismo dadaísta-surrealista,negador del sujeto creador, de la au-tonomía de la obra artística, y delarte (o del funcionamiento de lainstitución arte3 dentro de la socie-dad burguesa) frente a una posiciónestilizante, si no esteticista, de vuel-ta al clasicismo, donde podemosinscribir el vanguardismo del Lorcade Mariana Pineda.

Ambas piezas se estrenan en ju-lio de 1927: la de Lorca en el teatrocomercial Goya de Barcelona, aus-piciada por Eduardo Marquina (uncabeza de serie de los cultivadoresdel teatro histórico en verso, tan po-pular en aquel entonces, al cual elgranadino venía a sumarse), e in-terpretada por Margarita Xirgu, “lagran actriz” a la que, con ese epíte-to, se dedica la obra, tuvo gran éxi-to entre el público habitual de losteatros y de la crítica de la instituciónteatro. El Hamlet de Buñuel, enabierta trasgresión frente a dichainstitución, se representó, tan sólouna vez, en el Café Select de Mont-parnasse, de no “muy buena repu-tación”, representada no por actoresprofesiones, sino por amigos, escri-tores y artistas españoles en París, locual acentúa esa otra finalidad delvanguardismo radical: romper lasbarreras entre el arte y la praxis de lavida. De ahí la irónica arremetidade Buñuel contra Lorca y el “éxito”de su pieza teatral, en carta a PepínBello de noviembre de 1927:

“El pobre Federico ha debido llorar.Las adhesiones al / banquete, repugnantes

como Margarita Xirgu, Natalio / Rivas, Be-navente, ministro del Paraguay, Dalí, etc. /Le está bien y yo me alegro infinito. Laobra ha sido / un fracaso. Fernández Arda-vín y Villaespesa son los únicos / que pue-den envidiarle. Pero le han dado 12 000 ptas. (Buñuel, Lorca, Dalí, 167)

La carta termina con la frase:“¡¡Paciencia y aguantemos nuestrasganas de Marianapinedear!!” (en elduplicado uso de las exclamacio-nes podría verse una burla a la pie-za lorquiana, tan llena de ellas). Ycon estas ganas aguantadas, él debióescribir su Hamlet que, como pasoa ver, tiene mucho de antídoto tea-tral, dadaísta-surrealista, contraMariana Pineda.

El título, Hamlet, apunta a loque verifica el texto: la parodia delos textos “sagrados” de la institu-ción arte, la misma actitud irreve-rente, anti-arte, de Buñuel frente aHamlet que la de Picabia pintandoa la Mona Lisa con bigote. Aunquecomo sabemos la parodia tiene mu-cho de homenaje; ya en el primerManifiesto Surrealista se nos decíaque Shakespeare, en sus mejoresmomentos, podría pasar por surre-alista (Manifestes, 38).

Aunque Buñuel dejó muy pron-to el teatro, se inició en él antes queen el cine (muchas de las perspecti-vas y temas de sus experimentacio-nes teatrales fructificarán en sus pe-lículas a lo largo de su cinemato-grafía)4. Su Hamlet lleva una

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66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

ENSAYO

UN PULSO ARTE-ANTIARTE: BUÑUEL, LORCAMariana Pineda y el Hamlet buñueliano

VÍCTOR FUENTES

1 En diciembre de 1927, Dalí publica enLa Gaceta Literaria el ensayo ‘Film-arte Fil-antiartístico’, impugnando al primero y abra-zando el segundo. El ensayo va dedicado “ALuis Buñuel, cineasta” y está inspirado, comoéste declarara, en los ensayos sobre cine queBuñuel había venido escribiendo en Cahiersd´art y en la misma La Gaceta Literaria.

2 Sobre la aportación hispánica de ambos

al surrealismo, Breton escribió: “... pero loque hizo inestimable su común aportaciónfue que, sin duda, por sus orígenes ultrapire-naicos, introdujeron entre nosotros un fre-nesí nuevo” (‘Desesperada’, 35).

3 Utilizo este término siguiendo la defi-nición de Peter Bürger: “Con el concepto deinstitución arte me refiero aquí tanto al apa-rato de producción y distribución del arte co-mo a las ideas que sobre el arte dominan enuna época dada y que determinan esencial-mente la recepción de las obras” (Teoría de lavanguardia, 62).

4 Por poner un solo ejemplo de los mu-chos: el impresionante momento de la danzagrotesca del Leproso en la bacanal de los men-digos de Viridiana, cuando le vemos sacar desu seno las plumas de una gallina que arrojasusurrando, “¡Palomita del sur... ¡¡Palomita!”,tiene su antecedente en la acción y palabrasdel verdugo que, según nos cuenta el Con-tertulio en Hamlet, echaba de comer a las pa-lomas, junto su pico con el de ellas, “susu-rrando líricamente”: “Palomas, palomitas, pa-lomitinas, palomitinas” (Obra literaria, 125).

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práctica teatral anterior: lasfunciones del Don Juan Tenorio enla Residencia de Estudiantes y larepresentación en Amsterdan, enabril de 1926, del musical El retablode maese Pedro, con el mismo gru-po de amigos que actuarían enHamlet. Uno de sus primeros textosliterarios se titula ‘Tragedias inad-vertidas como temas de un teatronovísimo’, que podríamos conside-rar como un “Manifiesto” de suconcepción del teatro: un teatro enlo que lo inanimado cobraba vida;teatro dadaísta de los objetos –quetanto protagonismo tendrán en sucine– y que anima en sus propiosexperimentos teatrales.

Se utilizaban ya en aquellas re-presentaciones de Don Juan en laResidencia de Estudiantes tres ele-mentos fundamentales del teatrodadaísta: el humor, la sorpresa y lapulverización del idioma; elemen-tos que Buñuel vuelve a usar enHamlet, lanzándolos ahora tambiéncontra Mariana Pineda: la cual, leída a la luz de dichos elementos-arietes (e independientemente desus propios méritos teatrales), re-sulta bastante anacrónica y hastarisible. Veamos esto:

¿Hamlet, una parodia de Mariana Pineda?En el “Reparto” de Hamlet, en elcual Buñuel se ajusta a las normasdel de Shakespeare, nómina de los“Personajes” más una breve descrip-ción de ellos, leemos –y sólo trascri-bo cuatro personajes y la Nota:

Hamlet: Amante de la parte superiorde Leticia.

Agrifonte: Rival de Hamlet, amante delpunto interesante de Leticia.

El padre de Hamlet: Espectro dócil ybien educado.

Leticia: Nominativo de Leticia, ae.Nota: Al final se presentirán los cam-

pesinos.

Contrastada con esta lista, la dela pieza lorquiana (donde se añadela lista de “Actores”, todos de re-nombre, encabezados por Marga-rita Xirgu), con su Doña Angustiasy don Pedro de Sotomayor, susmonjas y sus conspiradores, del 1 al4, deja escapar un anacrónico tufi-llo decimonónico. Ya en la primeraacotación de ambas piezas parecehaber, en la del aragonés, la inten-ción de poner una zancadilla dada-ísta a la de Lorca (Presumo que co-nocía el texto de la pieza lorquianadel cual existían distintas variantesantes de ser llevado a la escena). Enla de Mariana Pineda, leemos, “Alfondo las niñas cantarán un ro-mance popular” y en la de Buñuel:“Por el horizonte un niño loco de-clina musa, musae”.

Es sabido el rechazo de Buñuel,en pleno fervor demoledor dadaísta,a los romances lorquianos, contralos cuales arremete en alguna carta.De aquí que si en Mariana Pineda,‘Romance popular en tres estam-pas’, hay varias canciones, romancesy romancillos (¡Hasta los personajeshablan en romance!, y el lenguajepasional de la protagonista, damaburguesa, suena con ecos anticipa-dos del de Soledad Montoya del Ro-mancero gitano), en Hamlet sóloaparece una canción, usada, en suprimera parte, para demoler el len-guaje de la canción (y, por supuesto,el teatro en verso usado en Mariana

Pineda), y en la segunda,para reducirlo al absurdo.

Canta Margarita, “Mora enamo-rada” (¿Será este nombre una iróni-ca alusión al de Margarita Xirguque protagoniza a Mariana?), en elprado, pero no el romance de lastres morillas, que tanto le gustaba aLorca, sino:

Cridia estroche eka per crilo / Idrios ce-lín tankar / Alora e cor per atores / Non pli-via credoyar

(Después de columpiarse en la catedral–de Rouen– prosigue:)

Así es la vida ingente / Mucho tatarare-ar / Mucha aritmética / Y poca gente (Obraliteraria, 122).

Se da en Hamlet una ruptura to-tal con el discurso coherente, lógico-racional; se trata –en consonanciacon los supuestos dadaístas-surrea-listas– de expropiar un lenguaje, depor sí ya expropiado por la razón yla lógica dominantes. Tal discursocalza muy bien con lo que escribie-ra Walter Benjamín respecto a losdadaístas:

“...Sus poesías son ensaladas de pala-bras, incluyen giros obscenos y todos losdesperdicios del lenguaje que podamosconsiderar... Lo que alcanzan por talesmedios es una brutal destrucción del au-ra de sus producciones, que por medio dela producción reciben el estigma de la re-producción” (citado en Teoría de la van-guardia, 73).

En la reproducción del Hamletbuñueliano hay una deliberada in-tención (elevada al cubo en la esce-na del corte del ojo de Un perro an-daluz) de cargarse el aura de la obraartística y crear un efecto de shocken el espectador, en el grado en queéste pertenezca a una sociedad –co-mo dirá Buñuel en sus ‘Notas sobreUn perro andaluz’– contra la cual elsurrealismo está en guerra.

Mientras, por el contrario, Lorca

en Mariana Pineda aspira a exaltarsu aura artística y se mostraría en-cantado con la exitosa recepción quetuvo su estreno. Según evocara Mar-garita Xirgu en el exilio argentino,para probar el éxito de la obra la dioen un día de abono “a cargo de unade esas instituciones tradicionalesque tenían fama de reunir a la gen-te más rancia de la población”, ygustó tanto que Federico, a la ter-minación de todos los actos, salió arecibir los aplausos y mientras salu-daba al público, apretándole la ma-no a la actriz, le decía por lo bajo:“¡Hasta las viejas aplauden...! ¡Hastalas viejas aplauden!” (Cita recogidapor Antonina Rodrigo, 12).

La palabra que se repite en susacotaciones es exquisita o exquisita-mente y los decorados y vestidos co-loridos de Dalí buscan el mismoefecto, realzado por el empedradoneogongorista de sus imágenes ymetáforas. Se puede afirmar queLorca, con Mariana Pineda, aspiróllevar a la institución teatro de la épo-ca “la estética granadina” expuestaen su ‘Homenaje a Soto’, de 1926(Obras, 1531-1537), y también en-gastado en alusiones a la poesía deGóngora y otros clásicos como elpropio Pedro Soto de Rojas, FrayLuis y Lope de Vega, cuya normateatral anima, en un sentido lato,Mariana Pineda.

Buñuel, en Hamlet, hace galade anti-esteticismo: aspira a liberarel lenguaje, a que las palabras en li-bertad, su incoherencia, sus jue-gos, su abandono al automatismoverbal, vuelva a su coherencia pri-mitiva, a su unidad absurda, a suestado salvaje. Recordemos que enotra ocasión, y también en una du-ra arremetida contra la poética deGóngora y de Lorca (“Góngora esla bestia más inmunda que ha pa-rido madre... Federico quiere hacercosas surrealistas, pero falsas, he-

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Buñuel y Lorca

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chas con inteligencia, que es inca-paz de hallar lo que halla el instin-to”)5, nos dice que el surrealismo estan vital porque está cerca de lasfuentes primeras de la vida del sal-vaje y del niño.

La infancia aparece tanto enMariana Pineda como en Hamlet.Aquella está basada en el recuerdode la emoción que le causara a suautor oír los romances popularessobre el trágico destino de la heroí-na granadina cantados por los ni-ños. La obra, como una sinfoníaunitaria, se abre y se cierra con uncoro de niñas, al comienzo, y ni-ños, al final, cantando el romance:“¡Oh, que día tan triste en Grana-da...”; aunque los niños, el hijo ehija de Mariana, tienen un papelmínimo: aparecen para corear elromancillo del duque de Lucena ypara ilustrar un tema muy trasgre-sor de la obra, pero no desarrolla-do: que la madre, “loca de amor”por el hombre amado, tiene a loshijos olvidados: “Y este corazón,¿adónde me lleva, / que hasta demis hijos me estoy olvidando”, ex-clama la propia Mariana (MarianaPineda, 21).

En Hamlet, la niñez está ligadaa la identidad y al desarrollo, haciaatrás, de los personajes. Los prota-gonistas masculinos, Hamlet yAgrifonte, al principio de la obra,aparecen emulando el primer en-cuentro entre Hamlet y Horacio:discuten sobre el amor y posesión

de Margarita (con su eco de Ofe-lia), sus sombras (¿homenaje a lasombra del padre de Hamlet?) pe-lean con la de su otro rival, Mitri-dates, y terminan con estas pala-bras: “Ahora lo comprendo todoHamlet –dice Agrifonte, amena-zador– se lo voy a contar todo a tumamá”. “Pues cuéntaselo. Pero,mientras, me quedo con el barrococaballito de cartón”, contestaHamlet y Agrifonte se va “jugandocon el aro” (Obra literaria, 121-122). En el transcurso de la escenase han diluido las fronteras entre elser corporal y sus sombras, entre eladulto y el niño. El “To be or not tobe” no opera ya en este Hamlet,donde se ha dado un tajo al prin-cipio de la contradicción y el deidentidad se escamotea continua-mente.

Se ajusta el diálogo de Hamlet aldiálogo –anticipador del que oiría-mos en el teatro del absurdo–, ba-sado en estados patológicos de lamente que, según André Bretón, esel que mejor se ajusta al lenguajesurrealista y el cual ejemplariza enel primer Manifiesto surrealistacon este breve diálogo entre alie-nado y alienista (Traduzco delfrancés) :

¿Qué edad tiene usted? –Usted.¿Cómo se llama Ud? –Cuarenta y cin-

co casas (Manifestes, 48).

En Hamlet los diálogos son deeste tipo (Don Lupo: Os podemosjurar que ignorábamos... Hamlet:Haber o tener, la podredumbre esesa), jalonado con exclamacioneso interjecciones que parodian elteatro romántico que la pieza deLorca actualizaba: “Margarita:Amadme, señor amadme. Quemás da. De lo otro ya hablaremosel lunes... Agrifonte: ¡cielos! ¡Ay demí! ¡Desventurado! Entonces el ne-fando acueducto...”, por dar sólodos ejemplos.

En la pieza de Buñuel se paro-dia el sentimentalismo y el folklo-rismo (Don Lupo, al ser trituradopor un “delfín numismático”, lan-za un “¡ay! folklórico”), de los queestá tan lleno Mariana Pineda. Pa-rece haber en este “ay” de don Lu-po una burla de, por ejemplo, los“ayes” que canta Mariana en la es-cena en que Pedrosa llega a visi-tarla interrumpiendo la reunión de

los conspiradores. Un tanto inve-rosímil y melodramática resulta di-cha canción en tal momento, que,por aquello de la razón de la sinra-zón que preside la pieza de Buñuel,hubiera sonado muy verosímil enboca de Hamlet cuando se quedacon su barroco caballito de cartón:

...¡Ay! ¡Ay! / ¡Ay muchachos! ¡Ay mu-chachas! / ¿Quién me compra el hilo negro?/ Mi caballo está rendido / ¡y yo me mue-ro de sueño! / ¡Ay! / ¡Ay! Que la ronda yaviene / y se empezó el tiroteo / ¡Ay! ¡Ay! Ca-ballito mío / caballo mío careto. / ¡Ay! /¡Ay! Caballo, ve ligero. / ¡Ay! Caballo queme muero. / ¡Ay! (Mariana Pineda, 45).

En varias acotaciones el propioLorca trata de evitar que su obracaiga en el peligro que la amenaza:que el sentimiento desemboque endesaforado sentimentalismo, quela exquisitez, tan buscada, se tro-que en cursilería. “Escena delica-dísima de matizar, procurando nocaer en exageraciones que perju-diquen su emoción” (Mariana Pi-neda, 46), nos dice del primer en-cuentro entre Mariana y Pedrosa.La llamada de atención de Buñueles, precisamente, contra la exqui-sitez: “El buen gusto” de la estéti-ca burguesa (frente al cual el pri-mer Manifiesto Surrealista pro-clamaba el “mal gusto”), dentrode la cual cabe Mariana Pineda,debe ser subvertido por una esté-tica de lo abyecto y hasta del asco,una vertiente artística que ha re-surgido con fuerza en nuestras fe-chas, vinculada a “ese lanzarse alvacío” al que invitaba Dalí a Lor-ca, en su carta de 1928.

Aunque Buñuel huye del fol-klorismo y del neopopulismo, síhay en Hamlet, como en su cineposterior, elementos del humor yde la poesía popular. Ya AgustínSánchez Vidal destacó (Obra lite-raria, 2626) el continuo uso enHamlet del disparate, tan propiode la poesía popular y de las can-ciones y juegos infantiles7, dicién-

donos que muchos de sus parla-mentos recuerdan aquella retahílainfantil:

“Por el mar corren las liebres / por elmonte las sardinas. / Me encontré con unciruelo / cargadito de manzanas. / Empe-cé a tirarle piedras / y cayeron avellanas...”.

La estructura o composición deambas piezas es diametralmenteopuesta. Siguiendo la división quePeter Bürger establece entre obraorgánica, clasicista e inorgánicavanguardista, Mariana Pineda en-cajaría en la primera y Hamlet enla segunda. La pieza lorquiana, de-finida por la crítica de “sinfoníatotal”, se ajusta a las tres partes dela obra clásica: planteamiento, nu-do y desenlace y se basa en la uni-dad de las partes con el todo. Porel contrario, la de Buñuel, lejos depresentarse como un todo orgáni-co, está montada sobre fragmen-tos, queda abolida la coordinaciónde los diversos componentes delespectáculo teatral: actor y escena,palabra y gesto, espectador y el au-tomatismo de sus respuestas. Serompe de una manera extremacon las reglas de las tres unidadesdel teatro clásico y neoclásico, alas cuales se atiene bastante Ma-riana Pineda.

En Hamlet, a pesar de la breve-dad del texto, la acción salta, y deun modo disparatado, de lugar alugar (de un prado a un usado ca-labozo, a las afueras de Amsterdan,a un cementerio, “cimenteri, en ca-talán”, al mar, que también, evo-cando el verso de Jorge Manrique,es “el morir”) y de acción en ac-ción, y de inesperada sorpresa ensorpresa. En Mariana Pineda hayunidad de acción, y sólo un saltode lugar (de la casa de Mariana alconvento-prisión, en la tercera Es-tampa). Los relojes marcan, con sutic-tac cronológico, el drama trági-co que protagoniza Mariana,mientras que en Hamlet, en un so-lo parlamento, con el intercaladode “Pasa el tiempo”, las niñas aquien se dirige se convierten endoncellas, mujeres y llegan a “vie-jas”, mientras que el propio Ham-

UN PULSO ARTE-ANTIARTE: BUÑUEL, LORCA

68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

5 En carta del 1 de octubre de 1928,(Luis Buñuel. Biografía, 60) poco antes decolaborar con Dalí en el guión de Un perroandaluz, ya de pleno identificado con elsurrealismo. Irónicamente, el propio Lorcaparece confirmar lo que Buñuel le atribuye,cuando en su conferencia “Imaginación, ins-piración, evasión”, nos dice que la imagina-ción poética está “dentro de nuestra lógicahumana, controlada por la razón, de la queno puede desprenderse”. (Obras, 1544). Laandanada de Dalí en carta a Lorca, en sep-tiembre de 1928, preludia en detalle el cargode la de Buñuel; termina con un rechazo to-tal de la “poesía pura”: “... el día que pierdasel miedo te cagues en los Salinas, abandonesla Rima –en fin el Arte tal como se entiendeentre los puercos– harás cosas divertidas, ho-rripilantes... crispadas poéticas como ningúnpoeta a realizado” (Buñuel, Lorca, Dalí, 177).Sabemos el impacto que tuvo esta carta, pro-fética, en cierto modo, en la evolución pos-terior de Lorca. Parece ser, a juzgar por Poe-ta en Nueva York y sus Comedias imposibles delos años treinta que hizo suya la invitacióncursada por Dalí en esta carta: “Este inviernote invito a lanzarnos en el vacío”.

6 Este crítico ha sido quien primero hi-ciera una exégesis crítica de esta olvidada pie-za teatral, en su también primera edición de laObra literaria de Buñuel (259-264).

7 En cambio, en la pieza de Lorca, másque poesía infantil, y como vemos en la esce-na I de la Estampa Segunda, los niños cantanromances y canciones tradicionales y/o lor-

quianas, que oímos también en boca de losmayores. NIÑO. “Adiós, niña bonita, / espi-gada y juncal, / me voy para Sevilla, / dondesoy capitán” (Mariana Pineda, 31).

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let, que comenzaba hablando conbigote y barba, se quita los postizosy reaparece “juvenil y eterno”(Obra literaria, 128).

Afinidades electivasPodría extenderme más sobre lasdiferencias entre estas dos obras,consideradas como orgánica, launa, e inorgánica, la otra. Pero pa-ra no alargar este ensayo destaco,como parte final, algún aspectoque vincula a las dos, a pesar de susgrandes diferencias: al hablar deLorca y Buñuel, en última instan-cia, siempre aparecen afinidades.Aquí, se trata, como indicaba el tí-tulo de este ensayo, de un pulso; yhay momentos en que los dos seigualan o que el pulso se inclinafavorablemente a Lorca. Veamos:

Si la pieza de Buñuel separa elmaterial de su contexto (de entra-da éste ya era un material litera-rio), lo aísla, lo fragmenta, convir-tiéndolo en una serie de signos va-cíos, Lorca, en Mariana Pineda,maneja su material como algo vi-vo, portador de significados8. Aun-que no contiene una transgresiónde la institución teatro, si la sub-vierte: renueva la forma canoniza-da, esclerosada, del teatro en versode tema histórico, tanto en la for-ma como en el contenido. En laforma, con sus imágenes y metáfo-ras de la “nueva poesía9” y en elcontenido, dando al teatro históri-co de tema tradicional y conserva-dor una temática progresista y po-tenciando el destino de la leyen-da, poético, de Mariana Pinedasobre el histórico.

Mariana avanza hacia su muer-te exclamando: “¡Amor, amor,amor...”. Hamlet también se acer-ca a la suya, exclamando “¡Oh

amor!” (en lo que podría verse co-mo parodia del grito de Mariana yde todo el teatro romántico que lanutre), abrazado a Leticia, para, en-seguida, lanzar “un terrible ¡ay! in-cestuoso” y caer mutilado por la cu-bierta (el cronotopo romántico delbarco que aparece también en Ma-riana Pineda es objeto de parodia enHamlet, donde hay una burla de la“Canción del pirata” de Espronce-da: si en aquella se hablaba de un“velero bergantín” y un “bajel pira-ta”, en el final de Hamlet aparecenun “modesto bergantín” y “un bajelpor ataúd”)10. Acto seguido hay unsuspense, extendido por la preguntade la acotación, “¿Qué ha sucedi-do?” y leemos: “Leticia, la deseada,Leticia, la de los aseados senos no esotra que Hamlet mismo, él, idénticoHamlet que alumbró su madre)(Obra literaria, 130).

Con este final, la pieza se cargacon las pulsiones de la sensualidadpolimorfa, perversa (dentro de unaiconografía tan valorada por lossurrealistas), abriéndose al fondo delinconsciente, cuyo teatro de lacrueldad pasará, ya directamente, ala pantalla con el drama fílmico quesigue a Hamlet: Un perro andaluz.

Bajo su manto romántico, la pie-za lorquiana también apunta a losdominios de las pulsiones incons-cientes. Las dos piezas concluyencon el abrazo de Eros y Tánatos:“¡Amor, amor, amor y eternas sole-dades!”, son las últimas palabras deMariana. A la luz de la crítica delos estudios culturales, que tantaimportancia da a la cuestión de gé-nero, Mariana Pineda cobra nuevaactualidad. El gran logro de la revi-sitación lorquiana del teatro ro-mántico, y ya desde su título –puesno se trata de un Don Juan o unDon Álvaro, sino de una MarianaPineda, así a secas– es que sea lamujer, y no el hombre, el sujeto dela pasión amorosa, y que por tal pa-sión desafíe todos los obstáculos ytabúes que se la oponen, que en elcaso de la mujer eran –¿son?– tanasfixiantes.

En la obra de Lorca, su Mariana

Pineda, más que como heroína li-beral, según la considera la histo-ria, se nos manifiesta como heroínadel feminismo: una de las primerasreivindicaciones literarias de estemodelo de mujer que se harán en elsiglo XX. En este terreno, y compa-rado con ella la Margarita, “Moraenamorada”, y Leticia ,“Nominati-vo de Leticia, ae”, se nos presentancomo objetos del deseo masculinoen Hamlet, aunque, por el humorcorrosivo de la pieza, y como en to-do el cine de Buñuel, este deseo es-té también cuestionado.

Se sustenta Mariana Pineda enlos dos grandes temas que van delromanticismo al surrealismo: la li-bertad, y el amor. Y si, por un lado,el fuerte sentimiento, la pasiónamorosa de Mariana tienen el peli-gro de desbordar en un sentimen-talismo melodramático (sobre elcual, como ya señalé, alerta el pro-pio autor en las acotaciones), por elotro extremo, abocada al delirio deamor y aun a la locura, podríamosdecir que Mariana Pineda encarnael modelo de la belleza surrealista:la belleza convulsiva. “La bellezaserá CONVULSIVA o no será”,escribe Breton como final de Nad-ja11, y Mariana, en tales momentosde arrebato (que suponemos la granactriz Margarita Xirgu colmaría detoda su intensidad), es ya un iconode tal belleza12. Las acotaciones queen la tercera Estampa indican losgestos y emociones de Mariana ex-presan su convulsión íntima: “ra-diante”, “apasionada”, “angustiada”,“soñadora”, “llorando”, “desespera-da”, “exaltada”, “delirante”, “loca”,“gritando”. Una de las acotacionesde su última entrevista con Pedro-sa, podría resumir su convulsión:“Mariana tendrá un delirio delica-dísimo, que estallará al final” (Ma-riana Pineda, 59).

La exaltación del amor, con el

que acaba la pieza, es lo que pro-pondrán Lorca y Buñuel, en susobras de los años 3013, en un mun-do abocado al odio y la destrucción(en nuestro caso, a la guerra civil).Como los habíamos visto juntos,en los años veinte, montados enmotos y aviones de fotos de verbe-na, los volvemos a ver unidos envarias fotos entre los años 1934 y1936. En este trágico año, ambosestaban en el bando republicano,en el que sitúan los mejores escrito-res y artistas españoles: en contradel fascismo y “en defensa de las li-bertades y de la cultura”. Por ello,uno pagó con su vida y otro con elexilio, pero ambos viven en el arte yen la cultura española y universalen el siglo XXI.n

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BRETON, André: Nadja. Gallimard, París,1928. –– L´amour fou. Gallimard, Paris, 1976–– Manifestes du surrealisme. Gallimard, Pa-rís, 1965–– ‘Desesperada y apasionada’, ¿Buñuel! Lamirada del siglo. Ed. Yasha David, MuseoNacional Centro de Arte Reina Sofía, Ma-drid, 1996, págs 35-37.

BUÑUEL, Luis: Obra literaria. Ed. AgustínSánchez Vidal, Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1982.–– Hamlet. Obra literaria (págs. 118-130).

BÜRGER, Peter: Teoría de la vanguardia.Ediciones Península, Barcelona, 1987.

DALI, Salvador: ‘Film-Arte Fil-antiartísti-co’, ¡Buñuel! La mirada del siglo, págs 31-33.

GARCIA LORCA, Federico: Mariana Pine-da. Romance popular en tres estampas. LaFarsa, Madrid, 1928 (cito de la reproduc-ción facsímil de 1983, Granada, Herederosde Federico García Lorca).–– Obras completas. Aguilar, Madrid, 1960.

RODRIGO, Antonina: ‘Mariana Pineda, ma-drigal de libertad’. Mariana Pineda. Barce-lona, Aymá Editora, 1975, págs 33-50.

SÁNCHEZ VIDAL, Agustín: Buñuel, Lorca,Dalí: El enigma sin fin. Planeta, Barcelona,1988.

VÍctor Fuentes es profesor en la Uni-versidad de California, Santa Bárbara.Autor de Los mundos de Buñuel.

V ÍCTOR FUENTES

69Nº 136 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

8 Hasta aquí sigo la distinción que hacePeter Bürger en el uso del material en la obraorgánica, clasicista y en la inorgánica o van-guardista (Teoría de la vanguardia, 132-133).

9 En muy raras ocasiones hay anticipos desus posteriores imágenes cercanas al surrealis-mo, en cuanto acercan realidades distantes ypunzan en los “oscuros dominios” de lo oní-rico y las pulsiones. Hay varias de estas imá-genes en la escena final cuando Mariana entraen su delirio de amor-muerte. Por ejemplo:“Mira que siento muy cerca / dedos de hue-so y de musgo / acariciar mi cabeza” (58), o“Este silencio me pesa / mágicamente. Seagranda / como un techo de violetas / y otrasveces finge en mí / una larga cabellera” (55).

10 En un banco del convento-cárcel, Ma-riana canta una copla popular andaluza con eltema de ‘La canción del pirata’. Ella se iden-tifica con la “fragatita, real corsaria... Que unviejo bergantín / te ha puesto la punteria”.

11 En L´amour fou, vuelve sobre esta defi-nición ampliándola: “La beauté convulsive se-rá érotique-voileé, explosant-fixe, magique-cir-cunstancielle ou ne sera pas” (L’amourfou, 26).

12 A través de la pieza, podemos ver enMariana las tres actitudes que Breton atribu-ye a esta belleza: “velada-erótica”, “fija-explo-tando”, “circunstancial-mágica”.

13 Y lo mismo hará André Breton,quien, en 1937, publica L´amour fou, don-de destaca La edad de oro como el prototipodel amor total, tal como lo entendía Bretonen aquellos años.

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La LOGSE y la igualdadEs una característica de la men-te humana, parece que común aalgún otro primate, interpretarla sucesión de acontecimientoscomo una relación de causa-efecto. Quizá este mecanismomental ha contribuido a la opi-nión, muy extendida entre losdocentes, de que la Ley Orgáni-ca de Ordenación General delSistema Educativo (LOGSE) esla responsable de los males queamenazan a la educación secun-daria, especialmente a la que esde titularidad pública. Es ciertoque la LOGSE alteró la plácidaexistencia de los institutos deenseñanza secundaria e introdu-jo en el profesorado del antiguoBachillerato Unificado Poliva-lente (BUP) cambios parecidosa una reconversión laboral, perootros factores han ejercido tam-bién una influencia decisiva enlas tranformaciones experimen-tadas por la enseñanza secunda-ria. Entre otros: la evolución de-mográfica; una creciente des-confianza hacia los serviciospúblicos, coincidente con laconsolidación de la doble red decentros, de gestión pública y pri-vada; el aumento de la exigenciaen la preparación profesional,paradójicamente combinadacon un cierto desengaño sobrelas expectativas de promociónsocial que ofrece la Universi-dad1; y, en general, algunas for-mas de vida de las sociedades

desarrolladas2 sobre las cualespueden decirse muchas cosas.Por otro lado, si se pretendebuscar culpables, la LOGSE esun factor fácil de identificar enla medida que tiene un sujetodefinido, que es el Gobierno so-cialista de Felipe González res-ponsable de esta ley.

En consecuencia, la LOGSEha cargado con culpabilidadesque realmente no le correspon-den. Las reformas legislativas actuales muestran esta tendenciaa subrayar la efectividad de lasleyes y ello favorece polémicas,sin remedio, partidistas. Sin em-bargo, la legitimidad del com-bate político no debe de ser im-pedimento para voces que pro-vienen de ámbitos donde lareflexión tiene ritmos derivadosde otras experiencias.

Tema principal del diseñoeducativo construido por laLOGSE es la igualdad, cuestiónen la cual se centra este escrito,que deja aparte otros problemasigualmente importantes. Refor-zar la igualdad social ha sido una noble finalidad de la ense-ñanza por lo menos desde laIlustración. Una continuada yvenerable tradición (Condorcet,Rousseau y más tarde Deweydestacan como especialmentesignificativos) nos ha enseñado apensar que la educación es unpotente medio para fomentaruna sociedad de iguales, condi-

ción de democracia. La igual-dad forma parte de los idealeséticos y políticos que han confi-gurado las sociedades modernas.No obstante, aquí empiezan losproblemas. Cuando es necesa-rio pasar de la esfera ideal a la es-tructuración social, se requierendeterminaciones de significado.Ya observó Aristóteles3, y secomprueba en la práctica políti-ca, que la igualdad es uno deesos términos necesitados de de-terminación. De inmediato hayque preguntarse: ¿Igualdad res-pecto a qué? En el sistema edu-cativo esa precisión semánticatambién es necesaria.Y por tan-to, la exigencia ética de igual-dad requiere la contrastacióncon las estructuras sociales.

En el lenguaje –con fre-cuencia artificialmente tecnifi-cado–, de la pedagogía, laigualdad se ha traducido encomprensividad. La LOGSE te-nía como objetivo principalpromover la comprensividad,frente al sistema anterior, con-denado por selectivo. La ense-ñanza comprensiva es una for-ma de organización que pre-tende proporcionar al conjuntode los alumnos las mismas ex-pectativas básicas de aprendi-zaje. Para conseguir este obje-tivo, combina los contenidosacadémicos tradicionales y loscontenidos técnico-profesiona-les, además de reducir al míni-mo la separación de los alum-nos en ramas educativas dife-renciadas según las exigenciasde estudios posteriores. Con laLOGSE se introducía una en-señanza altamente comprensi-va, es decir, un sistema de en-

señanza muy igualitario desdeun punto de vista legislativo4.

La fuerte comprensividad hamotivado que esta ley haya sidocalificada de doctrinaria o, conun adjetivo más benevolente, deutópica. Los impulsos renovado-res del Gobierno socialista, enbuena parte condicionados porla exigencia de superar el autori-tarismo que la dictadura habíaimpuesto en la enseñanza, condi-cionaron la creencia en la conve-niencia del nuevo sistema. Porotro lado, se confiaba en una seriede orientaciones pedagógicas, queal ser introducidas en la prácticadocente, habían de renovar el sis-tema educativo y hacer fecunda lacomprensividad: diversificar loscurrículos según las característi-cas de los alumnos5; grupos inte-grados por alumnos con diferen-tes niveles (heterogéneos) frente alos grupos de un solo nivel (ho-mogéneos); concepción de la cla-se como una unidad colectiva deaprendizaje en la que los más ade-lantados actúan como aprendicesde maestros para los más retrasa-dos; diversificar las tareas realiza-das en la clase, que debían ser conmucha práctica y poca teoría;subrayar los aspectos lúdicos de laenseñanza; mayor intervención

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136

E D U C A C I Ó N

IGUALDAD Y RESPONSABILIDADEN EL SISTEMA EDUCATIVO

PILAR FIBLA

1 El número de alumnos matricula-dos en las facultades universitarias tradi-cionales, científicas o humanísticas es enmuchas facultades reducido y este datono parece explicable sólo por razones de-mográficas; probablemente esta evoluciónes un síntoma de fenómenos que afectana la estructura de la Universidad, tam-bién necesitada de reformas.

2 Juan Delval, El parto de los montes enla educación, en CLAVES DE RAZÓN PRÁC-TICA, núm. 121. En este artículo se hacereferencia a los cambios en la situación delos jovenes i a la influencia de los mediosde comunicación en la formación de losvalores, además de señalar que en el ám-bito educativo de los países del entornoaparecen problemas semejantes a losnuestros. 3 Aristóteles, Política, 1282 b– 1283 a.

4 Álvaro Marchesi, Controversias en laeducación española, Alianza Editorial, Ma-drid, 2000; cap. 2, pág. 49.

5 Rafael Sánchez Ferlosio, Borriquitoscon chandal, dentro de La hija de la guerray la madre de la patria, ed. Destino, Barce-lona, 2002. Con incisiva ironía el autorcompara las adaptaciones curriculares conel eslogan “Especialistas en ti” del Corte In-glés (p.30), en el marco de una crítica a ladistinción entre enseñanza pública y ense-ñanza privada. Señala que la enseñanza,por su propia naturaleza, es pública y exi-ge la superación de lo familiar y privadopara adaptarse al marco despersonalizadode los conocimientos.

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de psicólogos y pedagogos paralos alumnos con problemas de adaptación; mayor valoraciónde la tutoría. Todo ello comoinstrumento para eliminar lasllamadas clases magistrales, con-sideradas como paradigma deltipo de práctica docente que lanueva ley había de desterrar. Ypara conjurar los efectos de dis-criminación producidos por elsistema educativo. La bondad deestas prácticas estaba además jus-tificada por sus coincidenciascon las tradiciones de renovaciónpedagógica anteriores a la guerracivil, las cuales se habían experi-mentado solamente en sectoresminoritarios.

Sería injusto negar que la di-fusión de estas prácticas, prin-cipalmente en los cursos de for-mación del profesorado, hacontribuido a renovar la prácti-ca docente y a mejorar la aten-ción a los alumnos como per-sonas. No obstante, la crítica alas clases llamadas magistralespresenta un cierto carácter deargumento mágico que sirvepara conjurar todos los malesy, aplicada a la enseñanza se-cundaria, tiende al anacronis-mo. El buen sentido del profe-sorado ha descubierto sin de-masiado esfuerzo que elalumno no debe ser oyente pa-sivo sino agente en la construc-ción de su aprendizaje. Estaidea, que ya estaba en la ma-yéutica socrática, se descubrepor sentido común y no re-quiere aleccionamientos dema-siado tecnificados. Lo mismosucede con la mayoría de lasorientaciones pedagógicas queacompañaron la introducciónde la comprensividad. Se anun-cian con un cierto aire de pa-naceas, pero en el ejercicio co-

tidiano de la docencia y la or-ganización de los centros ya sepractican, en la medida que lascircunstancias lo hacen posible,como resultado del diagnósticosobre el aprendizaje. En la ense-ñanza, como en la medicina, nohay recetas universales; y el mé-dico, como el profesor, debe de-cidir lo que puede hacerse antelas situaciones que se presentan.En todo caso, la intensificaciónde este tipo de prácticas depen-de del número de alumnos a losque un profesor debe atender yde la disponibilidad de materia-les adecuados.

Los límites dela comprensividadY entre el mar de circunstan-cias que dibujan el horizontede lo posible, hay una estre-chamente relacionada con laigualdad. La puesta en prácticade la comprensividad para elconjunto de la enseñanza se-cundaria obligatoria ha puestode relieve sus límites. El abani-co de diferencias, en parte yaconsolidadas, que se observa enlos alumnos de 12 a 16 añoses demasiado amplio para sersometido a un tratamientoigualitario del tipo que implicala comprensividad estricta. Nosiempre, pero sí muchas veces,la obstinación en la defensa dela comprensividad produce re-sultados contrarios a los que sequerían corregir6. Los aspectosutópicos de la igualdad im-

puesta por la ley son corregidosineludiblemente por la socie-dad a través de caminos indi-rectos. Una vieja sentencia afir-ma que, cuando conviene, laley se acata, pero no se cumple.

A pesar de la comprensivi-dad todavía vigente, hay cen-tros que se comprometen a ga-rantizar una enseñanza selecti-va, libre de los servilismosderivados de integrar alumnosque se consideran a priori pro-blemáticos. Muchas familias noaceptan que sus hijos compar-tan la vida escolar con otrosmuchachos de etnias o situa-ciones sociales diferentes. Y así,la desigualdad que se queríadesterrar se reproduce tozuda-mente al nivel de los centros.No ya las familias, sino los mis-mos alumnos se plantean obje-tivos diferentes y tienen capaci-dades diversas para alcanzarlos.Retrasar hasta los 16 años eltratamiento de estas diferenciasperjudica la efectividad de laenseñanza y favorece que seponga el acento en una desdi-bujada medianía de conoci-mientos, que siguen siendo enbuena parte teóricos y que nosatisface las necesidades ni deunos ni de otros7. Es necesarioreconocer que las patologíaspsíquicas no son desgraciada-mente patrimonio de los adul-tos, sino que se dan en la in-fancia y pueden reforzarse en laadolescencia como consecuen-cia de los retos derivados de la

socialización. El sistema educa-tivo es un medio para neutrali-zar estas tendencias, especial-mente si el entorno familiar osocial es favorable, pero a veceses impotente para resolver es-tos problemas8. También es ne-cesario reconocer, aunque mo-ralmente sea inaceptable, que lamarginación social forma partede nuestra sociedad y que la ca-pacidad del sistema educativo pa-ra contribuir a paliar sus efectosdepende de esa misma sociedad.

Las dificultades de aplicaciónde la comprensividad han sidoun factor, aunque no el único,que ha contribuido al malestardel profesorado en los institu-tos de enseñanza secundaria9 ycorregirla es una pretensión delos nuevos cambios legislativos.Ante esta situación cabe la acti-tud de seguir defendiendo lacomprensividad e insistir en losfactores ajenos a ella que influ-yen en las dificultades de la en-señanza secundaria: problemasde financiación, intenciones an-tiigualitarias de un Gobiernoconservador, resistencias de losprofesores del antiguo BUP. Ladiversidad de condiciones queinfluyen en el sistema educativo,algunas señaladas en el inicio deeste escrito, permiten elaborar

71Nº 136 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

6 Alain Minc, La máquina igualitaria,ed. Planeta, Barcelona 1989. En el librohay múltiples referencias (por ejemplo enpágs. 26, 72 o 242) a los efectos de desi-gualdad y marginación producidos por unsistema educativo con finalidades iguali-tarias utópicas.

7 Esta observación no comporta nin-guna consideración crítica hacia la defini-ción de un nivel mínimo de conocimien-tos, exigibles en la enseñanza secundaria–las llamadas competencias básicas–, defi-nición necesaria para la evaluación de loscentros.

8 Adolf Tobeña, Anatomía de la agresi-vidad humana, ed. Galaxia Gutenberg, Bar-celona 2001; este libro ofrece un docu-mentado estudio de las raíces de la violen-cia y critica la ingenua creencia, defendidapor Rousseau (pág. 192 y sigs.), de que lasociedad pervierte al hombre. La mismaidea puede aplicarse al sistema educativo.

9 El malestar del profesorado es am-pliamente reconocido. A modo de testi-monio puede consultarse Repensar la pe-dagogia avui, Eumo editorial, Vic, 2001.Son especialmente significativos los artícu-los de Josep Alsinet i Caballeria y Pilar Be-nejam.

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un discurso de este tipo. Lasgrandes esperanzas despertadaspor la reforma educativa de laLOGSE entre algún sector mi-noritario del profesorado o en-tre muchos teóricos de la peda-gogía pueden haber ocasionadodesengaño y una cierta nostalgia.Con frecuencia ambos senti-mientos se compensan insistien-do en la coyuntura política y conla búsqueda de responsables delfracaso. Pero una actitud de estetipo está amenazada por el riesgode negarse a pensar los proble-mas de la comprensividad mismay de cerrar los ojos ante las reali-dades descubiertas al materiali-zar este proyecto organizativo enlos centros de enseñanza. En lamedida que las realidades socialesse resisten a dejarse moldear, pa-rece conveniente no encerrarseen la teoría y abrir la mente a larevisión crítica. El objetivo deesta revisión no debería ser lavuelta, por otro lado más quedifícil a la situación anterior ala LOGSE y que ni siquiera lanueva ley propone, sino prestaratención a las dificultades quese han puesto de relieve. Ello su-pone suspender momentánea-mente la equiparación entrecomprensividad e igualdad –al-go así como ponerla entre pa-réntesis– para volverse a pre-guntar qué significa la igualdaden la enseñanza, esta vez conmás experiencia de contrasta-ción social y con la finalidad dereconstruir el discurso pedagó-gico y político.

Para una reconstruccióndel discurso sobre la igualdaden el sistema educativo.A manera de ensayo para una re-visión crítica más precisa y com-pleja es bueno recordar algunasideas. El concepto de igualdadhace referencia a un valor, en es-te caso a un valor ético y políti-co. Los valores son entidadesideales que orientan y dan moti-vos para la acción pero cuya rea-lización práctica es problemática.En una utilización libre de la ter-minología kantiana, podría de-cirse que son ideas regulativasque construye la razón humanacomo fines a los que no puede

renunciar pero tampoco realizarplenamente. En los valores éticosy políticos la determinación másinmediata es de carácter jurídico.Esa mediación jurídica convier-te la igualdad en un derecho pa-ra todos los miembros de la co-munidad política. Y así se consi-dera en la legalidad vigente. Laexigencia ética y jurídica deigualdad significa en el campode la enseñanza el derecho a laeducación y, dentro de ella, elderecho a la igualdad de oportu-nidades para todos las personasque están en edad escolar, la cualestá definida por la LOGSE. To-das las personas hasta los 16 añostienen el derecho a estar integra-dos en los centros de enseñanzasecundaria y la única condiciónlegal que limita sus posibilida-des de acceso a cualquier nivel deestudios viene dada por sus po-sibilidades personales. El nivelde igualdad derivado de esta re-gulación del sistema educativono es en absoluto despreciable;en este aspecto la LOGSE intro-dujo un gran avance social, quesus críticos con frecuencia se ol-vidan de valorar.

Aunque sea una obviedad,también vale la pena recordarque a partir de aquí el ámbitode la desigualdad crece. A pesarde que el sistema educativo sedebe al noble objetivo de fo-mentar la igualdad en la socie-dad, es consubstancial a la prác-tica de la enseñanza potenciardesigualdad de conocimientosy aptitudes, que pueden tenery, en según que aspecto, debentener valoraciones y por tantoexigencias sociales diferentes.En la medida que existe la en-señanza, hay diversidad en elaprovechamiento. Cuando plan-teamos esta cuestión, cierta-mente espinosa, se diversificanlas responsabilidades de la ense-ñanza secundaria: fomentar losprocesos de socialización y laigualdad social, proporcionarlas capacidades que debe tenerun ciudadano medio y atenderlas necesidades de formación delos que pueden acceder a los ni-veles superiores de capacitaciónprofesional o de aquellos queno quieren seguir este camino.

Y de ahí las obligaciones eva-luativas que, a pesar de las másatrevidas reformas, se mantie-nen necesariamente en el siste-ma educativo.

La comprensividad amplia yestricta que establece la LOG-SE resuelve de manera excesiva-mente unilateral esta paradojadel sistema educativo. Es de jus-ticia reconocer que la compren-sividad de la LOGSE era unarespuesta a problemas bien iden-tificados, como, por ejemplo, elelevado índice de fracasos quese daban en el BUP. Aun así, elequilibrio entre la diversidad deresponsabilidades del sistemaeducativo se descompensa a fa-vor de la igualdad, motivada porla preocupación, moralmentedigna, de causar discriminación.Con una orientación que enocasiones tiene un punto de jus-ticiera, se insiste en todo aquelloque parece promover la igual-dad y se trata de pasada lo quehace referencia a la preparaciónprofesional, humanística y cien-tífica. Una revisión crítica de lacomprensividad debería recom-poner el equilibrio.

Las iniciativas para esta co-rrección son competencia de loslegisladores y de los administra-dores del sistema educativo. Séa-me permitido, sin embargo, in-dicar algunas sugerencias, aun-que sea apresuradamente, sinjustificaciones teóricas y de ma-nera descriptiva. A medida quelos alumnos tienen más edad, esmenos conveniente manteneruna enseñanza homogénea por-que aumentan las diferencias enlas necesidades del aprendizaje.La convivencia en la clase a me-nudo supone para los alumnoscon dificultades la vivencia rei-terada de fracaso, que es espe-cialmente desmotivadora, com-binada con la constatación deque el fracaso no importa pues-to que no tiene consecuenciasinmediatas. El curso pasa y losfracasos se acumulan. Ademásmuchas veces las dificultades dela escuela son continuación deuna situación problemática queconfirma las experiencias que seviven fuera de la escuela, de talmanera que se forma un con-

glomerado de circunstancias ad-versas que pueden abocar a unasituación de renuncia e inclusodesastre. En la práctica cotidianade los centros debe pensarse enintervenciones que favorezcanlas experiencias positivas de losalumnos con dificultades y debeevitarse que la escuela sea unaconfirmación de las vivenciasnegativas. La utilización de re-cursos –profesores, atención psi-cológica, materiales especiales–para este fin, en una especie delo que en el lenguaje de la polí-tica se llama discriminación po-sitiva, corresponde a las funcio-nes del sistema educativo, yaque fomentar la socialización su-pone ofrecer la posibilidad devivencias gratificantes en estasprimeras formas de vida socialque son los centros de enseñan-za. La homogeneidad con fre-cuencia equivale a la no inter-vención, que pasivamente con-siente la acumulación de losproblemas, de manera que al fi-nal sólo quedan las medidas dis-ciplinarias y el fracaso.

Por otro lado, los alumnosque siguen el Bachillerato sequejan de la enseñanza recibidaen la ESO por su bajo nivel deexigencia y reclaman una ense-ñanza más gradual. Pasan loscuatro cursos de la secundariaobligatoria adquiriendo fácil-mente los niveles exigidos y seacostumbran al mínimo esfuer-zo; cuando llegan al bachilleratolas exigencias se complican degolpe y aceleradamente, dadoque nuevos retos aparecen en lavuelta de la esquina. Retrasarhasta los 16 años la enseñanzadestinada a la formación de losalumnos que quieren seguir es-tudios posobligatorios, profesio-nales o universitarios dificulta laadquisición de hábitos de estu-dio y de capacidades procedi-mentales, ya que ambas cosas re-sultan de una práctica conti-nuada a lo largo del tiempo.Además, corresponde a la ense-ñanza secundaria poner las basesde esa admiración por los sabe-res profesionales, científicos ohumanísticos que luego alimen-tará el esfuerzo y la disciplinanecesarios para cultivarlos. Todo

IGUALDAD Y RESPONSABILIDAD EN EL SISTEMA EDUCATIVO

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ello requiere una enseñanza dealgún modo selectiva, aunqueen la enseñanza secundaria, de-bido a las características de laadolescencia, la selección debeestar abierta a opciones de supe-ración y cambio de orientación,y ofrecer perspectivas para queno sea definitiva10.

Es un tanto arriesgado plan-tear estos problemas con la simple base de opiniones forzo-samente subjetivas y con fre-cuencia engañosas porque seconstruyen sobre un horizontemuy limitado de experiencias.La realización de pruebas objeti-vas, gestionadas por profesiona-les independientes, proporcio-naría conocimientos más objeti-vos sobre estas cuestiones y porello la evaluación de los centrosparece claramente aconsejable.Otra cosa es el diseño y la reali-zación de estas pruebas o el usoque de ellas se haga. Pero mien-tras no se disponga de datos ob-jetivos sobre estos temas no haymás remedio que basarse en estasimpresiones subjetivas, que, porotro lado, difícilmente podránser superadas totalmente.

Y las experiencias acumula-das en los últimos años apun-tan a señalar la significación dela responsabilidad en la prácticade la docencia, que no es consi-derada suficientemente cuandose aplica una comprensividadamplia. Desde siempre se haconsiderado que la responsabili-dad es un elemento esencial dela práctica docente porque esuno de los aprendizajes que ca-racteriza la formación del carác-ter y la autonomía personal. Pero en una sociedad que ha asi-milado rápidamente los dere-chos individuales, el ejercicio dela autonomía tiene mayor nece-sidad del aprendizaje de la res-ponsabilidad. De lo contrario,se enfatizan los derechos y se

olvidan los deberes; y con ello sefomenta un modelo de ciuda-dano que entiende la democra-cia, de manera simplista y unila-teral, sólo como recepción de be-neficios. Y algo de esto haocurrido últimamente. Por ello,no es inútil recordar que fami-lias, alumnos y profesores sonresponsables de compaginar elrespeto a los derechos individua-les con el trabajo y el orden delinstituto. Y en la medida que es-ta responsabilidad es gestionadapor la dirección del centro, es ne-cesario un marco legal que per-mita ejercer la autoridad, con to-das las precauciones que la pru-dencia aconseja, para prevenir yresolver los conflictos que se pre-sentan en este ámbito, inclusocuando todas las medidas peda-gógicas hayan sido agotadas.

Igualdad y responsabilidadEl conjunto de estas sugerenciasapunta a corregir la comprensi-vidad y puede, por ello, ser cua-lificado de conservador11, untérmino equívoco, principal-mente cuando se aplica fuera dela política, por sus matices des-cualificadores. Aun así, todasellas están orientadas a clarificarel contenido de la responsabili-dad, una finalidad que me pare-ce fundamental en esa recons-trucción del discurso sobre laigualdad que anteriomente su-gería, porque la responsabilidadtiene un valor ético-político desubstancia complementaria a laigualdad. Al ser más iguales, so-mos más responsables.

Si en momentos anterioreshabía que insistir en la igualdad,ahora, en un movimiento pen-dular, toca subrayar la respon-sabilidad. La LOGSE ha su-puesto un progreso en la igual-dad. El sistema educativogarantiza el derecho a la ense-ñanza hasta los 16 años, preten-de la convivencia en un mismocentro de sectores sociales y et-nias diferentes, y ofrece la igual-dad jurídica de oportunidades.Por lo que hace referencia al sis-tema educativo, a partir de aquí

empieza la responsabilidad, quequiere decir rendir cuentas delas obligaciones que se contraencon la propias acciones. Losalumnos deben dar cuenta delos aprendizajes adquiridos; lasfamilias, del cuidado y educa-ción de sus hijos, y el profesora-do, del ejercicio de su oficio.Dar un contenido significativo ynormativo a estas responsabili-dades es una tarea para los le-gisladores y los administradoresde la enseñanza.

Y puestos a plantear consig-nas, la responsabilidad es más ri-ca que las dos que ahora circu-lan. Una de ellas es la enseñanzade calidad y la otra es la culturadel esfuerzo. Pido disculpas por elatrevimiento del comentario, pe-ro la primera plantea el proble-ma de qué calidad se busca y pa-ra quién. Por ello, la simple refe-rencia a la calidad provoca elalejamiento de este objetivo enrelación directamente propor-cional al grado de dificultadespara la integración en el sistemaeducativo. Y la segunda evoca eltrabajo de manera un tanto pu-ritana y con acentos de tristeza, apesar de que en la enseñanza haymuchos elementos de goce, loscuales deben ser potenciados, co-mo aconseja la fábula del panalde miel. Al contrario, la respon-sabilidad nace del ejercicio de laautonomía individual en una so-ciedad que aspira a la igualdad ya la libertad. n

Pilar Fibla es catedrática de instituto.

P ILAR F IBLA

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10 En el citado artículo de Juan Delvalse ofrece una crítica a las principales ini-ciativas propuestas en el nuevo proyecto le-gislativo. Respecto a los itinerarios, señalaque es totalmente necesario que no com-porten una decisión irreversible justamen-te para preservar las posibilidades de cam-bios de orientación profesional y de supe-ración en la etapa de los 14 a los 16 años. 11 Álvaro Marchesi, op.cit. cap. 2, pág.54.

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DE RAZÓN PRÁCTICA

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‘‘Pertenecer como escritor a su tiem-po significa ser receptivo a las corrientesestéticas imperantes (...) dar en la obralos contenidos de todo orden, en modoalguno exclusivamente los de orden po-lítico, sobre todo de la vertiente marxis-ta, que ha usurpado el sentido del com-promiso’’.

Arturo Uslar Pietri

‘‘Soy de los pocos escritores que aúncreen en el compromiso... no marxista’’.

Mario Vargas Llosa

a irresponsabilidad, esa Ce-lestina de la literatura quesegún Sartre ha tentadosiempre a los escritores y

que «desde hace un siglo consti-tuye una tradición en la carrerade las letras» (¿Qué es la literatu-ra?, 1950), guiña de nuevo el ojoa los escritores latinoamericanos(y no sólo a ellos, muy posible-mente). Si hacia 1950, y enFrancia, la causa de esa tentaciónhabía que buscarla en la desubi-cación del escritor, en el descon-cierto que experimentaba al inte-rrogarse sobre su función en lasociedad, creando en él una con-ciencia intranquila que lo llevaba«a no saber a ciencia cierta si es-cribir era admirable o grotesco»(Sartre), hoy la seducción partede dos vertientes: una, el rechazodel escritor a admitir nexo algu-no entre la tarea literaria y los de-beres sociales; la línea de demar-cación entre una actividad y otraestá perfectamente definida: laesfera de acción de la literatura esuna y el compromiso otra. Noson excluyentes, pero tampoco seproduce simbiosis entre ellas;marchan paralelamente, sin ro-zarse o rozándose tan sólo ensegmentos periféricos. Se puedetener una posición política deter-minada (particularmente de iz-quierda), incluso firme desde el

punto de vista del que la susten-ta, y no comprometer por ello elacto creador literario, cuyas leyesson distintas y no coincidentescon aquéllas a que por lo comúnobliga el ejercicio sociopolítico.

La otra vertiente es la seguri-dad que tiene de haber halladopor fin, después de una minucio-sa, ardua y perseverante búsque-da, los valores inmanentes del ar-te, aquellos que le son intransfe-ribles, enteramente autónomos,y por los cuales se define primor-dialmente. De estas dos premi-sas nace el germen de este vérti-go de irresponsabilidad que lofascina; irresponsabilidad queno es tal para él, sino libertadabsoluta, ya que le permite des-plazarse en el mundo circular dela creación sin trabas de ningúntipo, recrearlo, descomponerlo,flotar en él como en un espaciocósmico donde la gravedad te-rrestre no existe. Hechizanteperspectiva, sin duda alguna.Mas este viaje espacial tiene suhistoria y remitiéndonos a ella talvez se podría esclarecer. Intenté-moslo al menos.

Revolución de, por y para la literaturaEn América el triunfo de la revo-lución cubana impulsó al escritorlatinoamericano, sobre todo ensus primeros años, a situarse enpuntos de máxima tensión: o seestaba con ella, es decir, con elmovimiento de emancipaciónque supuestamente representaba,o se estaba contra ella: no habíatérminos medios, zonas de con-ciliación. Sin duda, la mayoríade los escritores aceptaron deci-didamente la primera opción; locual acarreaba, otra vez supuesta-mente, su compromiso con sutiempo y con su circunstancia. El

escritor de la América que hablaespañol halló su puesto y por elmomento se sintió a gusto en él.Podía ser doblemente útil comohombre y como creador, dualis-mo que no sólo no era incompa-tible sino que se conjugaba. Lagratuidad del arte desaparecía.La conducta asumida entronca-ba a los escritores del 60 con suspredecesores de la década del 30,especialmente con los llamadosnarradores nativistas, de la tierra.Si algún reproche le hacía a estosúltimos era de índole estética,puramente literaria, no social: lalabor de denuncia emprendidapor ellos era valedera. Las discre-pancias se dirigían a su retórica,a sus desmesuras –verbales y grá-ficas–, al tinte de patetismo ro-mántico con que estaban teñidassus narraciones, a cierto costum-brismo ramplón que las limita-ba. Mas, tras el brote de ilusio-nismo que se levantó con la re-volución cubana en más de uncerebro, empezaron las bajas.Fue un abandono paulatino,lento y no siempre descubiertode las actitudes sociopolíticasadoptadas originalmente. Parale-lo a esta retirada hubo igual-mente un repliegue en las con-cepciones ético-literarias mante-nidas hasta entonces. La palabracompromiso dejó de ser paráme-tro para enjuiciar la conducta yla obra de un escritor; poco apoco se fue arrinconando hastaque se olvidó por completo, yhoy apenas figura en algún textocrítico. Pero había que buscar unsucedáneo; y así surgió la tesissalvadora de la revolución en li-teratura, de la revolución litera-ria. Revolución de, por y para laliteratura. El ascenso de la nove-lística latinoamericana, el presti-gio de que repentinamente co-

menzó a gozar en el mundo, larepercusión que logró, parecióavalar el feliz hallazgo.

Y en parte efectivamente seprodujo, si no una revolución,por lo menos una renovación delas letras americanas, señalada-mente de su narrativa; renova-ción que en la novela abarcó atoda su estructura: de sus incita-ciones a los procedimientos delrelato, todo en ella fue alterado;pero la innovación más ostensi-ble parecía centrarse en el len-guaje. Entre la expresión altiso-nante por el tono oratorio que lalastraba o por el contrario mos-trenca debido al abuso de una le-xicología local y giros sintácticosregionales que imponía la inser-ción de un glosario de voces al fi-nal del libro [ahora estoy deacuerdo con voces locales y glo-sarios, pues son enriquecedoresdel idioma español] y el empleode un español mayor pero indis-tintamente latinoamericano me-diaba una distancia considerable.Sin duda alguna el lenguaje na-rrativo se había enriquecido y elescritor supo sacar de él cuantosbeneficios le brindaba. En esteaspecto de la literatura, la brechahabía sido abierta por Alejo Car-pentier al publicar sucesivamen-te, a partir de 1949, novelas co-mo El reino de este mundo, Lospasos perdidos, El siglo de las luces.Era el iniciador, y por esa grietase filtraron los novelistas quecompusieron el nominado boomliterario latinoamericano –que,dicho sea de paso, sólo lateral-mente aceptó a Carpentier. Peroa pesar de todo, los puentes entreesta generación y la representati-va del nativismo no se cortaroncompletamente; la continuidadse mantuvo. No sé si contra suvoluntad, pero el parricidio no se

L

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N A R R A T I V A

EL ESPACIO REAL: AMÉRICA LATINA

CÉSAR LEANTE

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consumó del todo; pues a excep-ción de Rayuela (que por otraparte tiene una innegable pater-nidad en la literatura argentinaurbana y más concretamente enla rioplatense Adán Buenosayresde Leopoldo Marechal), la filia-ción entre obras como Pedro Pá-ramo o La casa verde y Don Se-gundo sombra o La vorágine esevidente. Filiación temática, deutilización de un escenario ruralsemejante, de acuerdo; pero detodas maneras filiación.

Es decir, que el desprendi-miento no fue íntegro: la sombratradicional de América Latina es-taba a sus espaldas. ¿Dónde sí laseparación era tajante? Aparte deen el lenguaje –al que nos referi-remos después– en la totalidadde los elementos compositivos deuna novela: personajes, espacio,tiempo, recursos estructurales. Elpersonaje-autor sustituye al per-sonaje-objetivo; el tiempo ya noes una dimensión sino una cate-goría o una valoración de la con-ciencia que el autor aplica no deuna forma lineal, cronológica, si-no reversible; el espacio ha deja-do de ser un marco –paisaje oambiente– para devenir unaperspectiva, y los procedimientosnarrativos conceden la más am-plia flexibilidad estructural. Sinduda, desde un punto de vistatécnico –y más allá de él tam-

bién– fueron ganancias aprecia-bles de la narración proporciona-das, desde luego, por un emprés-tito hecho a no escasas obras dela literatura universal, comenzan-do por el Ulyses de James Joyce.

La «tiranía del tema»Hasta aquí la experimentación ola innovación ha desempeñadoun papel de provecho para la na-rrativa porque –y hablo de laobra de los escritores más desta-cados de América Latina– no hasuplantado los valores medularesde la creación artística, no hasustituido al hombre ni usurpa-do sus conflictos; al contrario, havenido en su ayuda. Donde em-pieza a mostrar un declive peli-groso es en la promoción epigo-nal que aflora luego en Américay en el énfasis que determinadacrítica pone en exaltar los méri-tos cerradamente formales de lanarración. En ambos se va recta-mente a la experimentación porla experimentación: la primerapracticándola, la segunda inci-tándola. Expresiones tan hetero-géneas –y al mismo tiempo tanimbricadas– como «espacio ima-ginario», «tiranía del tema», «ca-tegoría fantástica», pululan endiversos ensayos que aparecieronsobre la literatura latinoamerica-na. Tomemos una de estas expre-siones, «tiranía del tema», por

ejemplo. ¿Qué significa? Senci-llamente, el contenido social queofrecen la mayoría de las novelasdel período nativista. Para unaparte de la crítica latinoamerica-na, la denuncia que hay en Lavorágine o en Canaima de la ex-plotación de los peones extracto-res del caucho en las selvas ama-zónicas que en Doña Bárbara,con la hacienda “El Miedo”, sedesdobla alegóricamente en laVenezuela pateada y ofendidapor Juan Vicente Gómez, que eldespojo ejercido contra las co-munidades indígenas –los aillus–sea preocupación central de CiroAlegría en El mundo es ancho yajeno, constituyen una tiranía te-mática, tiranía que, según ellos,oprimió a más de una genera-ción y de una expresión.

Ante todo, no existió tal tira-nía ni para los novelistas que ini-ciaron esta corriente literaria(que por otro lado tiene fuentesremotas, como lo prueba la lite-ratura antiesclavista del siglo XIX)ni para quienes la continuaron;fue, por el contrario, una elec-ción. Nadie le impuso a sus cul-tivadores –Mariano Azuela, Ri-cardo Güiraldes, los Arguedas ytantos otros– los asuntos que re-gistran sus libros, sino que éstosfueron resultado de una asun-ción propia.

América no estaba en sus ciu-

dades (excepto Buenos Aires), si-no en sus campos; América–aunque empecinadamente nose quisiera reconocer– estaba ensus bosques, en sus cordilleras,en sus plantaciones de azúcar obananas, en sus inmensos hatosde ganado; América estaba en elindio, en el campesino, en el ne-gro de las Antillas. Ésa era la realidad americana, su justo per-fil; y si se quería producir una li-teratura que la mostrara comoera en verdad, no quedaba otroremedio que copiar esos rasgos.Pero no se trataba solamente dereflejar la vida de América sino,en lo posible, en las reducidasfuerzas de la literatura, de ayudara cambiarla, de modificar eserostro tan lamentable. No leconcedo a la literatura virtudesde acción social laxativa, no creoque promueva revueltas ni que sela pueda equiparar a la acción ci-vil; pero sí pienso que no es bal-día y que por muy limitados quesean sus alcances, algo aporta a latransformación colectiva delhombre. El solo hecho de reve-lar, desentrañar, señalar, es unamanera de actuar. La cabaña deltío Tom no habrá promovido laguerra de secesión en EstadosUnidos, ni Cecilia Valdés habrásido causa directa de la aboliciónde la esclavitud en Cuba, pero alayudar a tomar conciencia de loaborrecible de esa institución enalgo contribuyeron a su extin-ción. Los factores morales nopueden ser desechados en nom-bre de un estrecho economicis-mo o determinismo histórico.

Reconocimiento de AméricaAsí pues, no hubo tiranía temáti-ca sino admisión de una circuns-tancia. Y en el plano estricta-mente literario, a mi modo de

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Borges y Carpentier

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ver hubo también sagacidad: si larealidad de América era telúrica,eminentemente rural, transferiresos términos a la novela, apo-yarse en ellos para la creación ar-tística, era dar con el manantialque mejor podía alimentarla.Que el lenguaje no fue el másapropiado, que fue desmesurado,retórico; que hubo exaltación ro-mántica de sus héroes; que losprocedimientos del relato peca-ron de elementalidad, de esque-matismo; que en muchos casosel paisaje reemplazó al hombre yeste constituyó un objeto pinto-resco o digno de piedad, sinhondura, con rasgos alterados in-tencionadamente, aceptado; masello no anula los valores raigalesde la narración social-nativista,no invalida el gran paso que sig-nificó en la búsqueda de una le-gítima expresión americana y enel enorme esfuerzo que hizo portrazar con precisión la faz de estecontinente a los ojos del mundoy de sí mismo. No en vano Amé-rica Latina empezó a ser recono-cida –dentro y fuera de ella– apartir de escritores como Quiro-ga, Güiraldes, Rivera, Gallegos,Ciro Alegría y bastantes más, lla-mando la atención no sólo sobresu circunstancia humana y geo-política, sino también sobre suproyección literaria.

No estoy haciendo la apologíadel nativismo ni pretendo queninguna expresión americana,sobre todo de ficción, repita suspasos; simplemente busco ponerde manifiesto sus logros mástransparentes y perdurables –es-pecíficamente en lo que tienende nuestros y de eficaces– paracontrastarlos con el experimenta-lismo –tan desenfrenado como elsociologismo– a que se han abo-cado las letras continentales másde una vez. No creo que la reali-dad americana haya cambiadointrínsecamente de los años 30 aesta parte, no obstante la prospe-ridad de ciudades como BuenosAires (¡ay!), Río de Janeiro, Mé-xico. La realidad de nuestro sue-lo sigue siendo, mayoritariamen-te, agreste. En países como Boli-via, Colombia, Ecuador, latotalidad de los Estados centroa-mericanos, las condiciones de vi-

da de sus habitantes no distanmucho de las anotadas por susescritores dos o tres décadasatrás. La misma mediocridadpreside la vida de la mayoría delas repúblicas americanas. El es-plendor de urbes como las men-cionadas es artificial, se ha conse-guido a expensas del campo y nocomporta en modo alguno ca-racterísticas generales de las na-ciones donde se asientan.

Literalmente el predominiorural es verificable en el hecho deque obras como El gran sertón:veredas, Los pasos perdidos, Cienaños de soledad, La casa verde sonpara cualquier lector más genui-namente americanas que, diga-mos, Rayuela. En las cuatro pri-meras está, de un modo global,el continente; en la última, superiferia. Buenos Aires no esAmérica por mucho que de Bor-ges a Cortázar toda una legiónde escritores argentinos haya in-tentado proponérselo. Entiendoque para ellos, ceñidos al períme-tro de una ciudad que con susocho millones de pobladores escasi un país en sí misma, ésa seasu realidad y en consecuencia laporción de América que les tocainvestigar. Pero en comparacióncon el resto del subcontinente estierra aledaña. No es culpa denadie, en todo caso del ritmo de-sigual que ha marcado el desa-rrollo de las naciones americanasy dentro de cada nación de lamacrocefalia de sus capitales enrelación con el raquitismo de suscuerpos selváticos.

A su vez, esto ha determinadola pugna que desde hace más detreinta años sostienen las letraslatinoamericanas. Por razonesobvias, Argentina ha sido uno delos actores protagónicos en lacontienda. Se puede decir queBuenos Aires y la expresión nati-vista en el resto de América hanocupado los extremos del con-flicto. Originariamente se libró aescala local, dentro de la propiaBuenos Aires, entre los grupos deFlorida y Boedo; luego se irradióa América toda. Aproximada-mente de 1930 en adelante, conla fundación de la revista Sur y elgrupo intelectual que adoptó sunombre, la penetración hacia el

norte de Latinoamérica adquirióun paso sólido y constante. EnArgentina, primeramente, logra-ron acallar por espacio de variosaños a una voz tan singular y vi-gorosa como la de Horacio Qui-roga. En las otras naciones conti-nentales (Venezuela, Perú, Ecua-dor, Colombia), en las Antillas,en México, en Guatemala, los es-pectros de Güiraldes y Rivera, lapresencia física de Rómulo Ga-llegos, el prestigio de la novelísti-ca de Mariano Azuela, la irrup-ción de nuevas obras de corte in-digenista de incuestionable valorcomo El mundo es ancho y ajenoy Huasipungo, o que calaban enla América Latina secular conuna visión literaria novedosa co-mo El señor presidente, obstaculi-zaban el avance del intelectualis-mo sureño.

Borges soloDe todas formas, la pugna pare-ce haberse resuelto a su favor. Lafigura de Jorge Luis Borges hasido, por supuesto, decisiva en elencuentro. Sin él es posible queel balance del enfrentamientohubiera sido otro. Pero no cabela menor duda de que aun desdela publicación de Inquisiciones(1925), Historia universal de la infamia (1935), Historia de laeternidad (1936), sin contar lassorprendentes narraciohes queiba entregando periódicamente,nadie en América podía yaescribir como si él no existiera,ignorando su obra. Borges ilu-mina el cuadro de las letras his-panoamericanas con una luzvertiginosa y subyugante. Los te-mas que aborda, sus indagacio-nes espacio-temporales, sus ob-sesiones, su onirismo, su explo-ración semántica, acarrean unaperspectiva insólita para la litera-tura, y en el marco ajustadamen-te estilístico la precisión de suvoz, el rigor de su adjetivación,el empleo prácticamente fabulo-so de la metáfora entrañan todauna nueva forma de escribir enAmérica que echa por la bordahasta el último vestigio de retó-rica. Éstos son merecimientosirrefutables de la visión y losmodos literarios de Borges. Aho-ra bien, ¿a cambio de qué? A mi

ver, a cambio del destierro pro-gresivo de ciertas instancias verí-dicas de esta porción del plane-ta. Tal vez para él –y en su con-junto para el equipo prohijadopor Victoria Ocampo– no seadestierro, pues Buenos Aires po-co tiene que ver con la pampa ymuchísimo menos con la cuencadel Orinoco, la cordillera andinao las plantaciones de azúcar cari-beñas. Sin embargo, para esaAmérica residual –y mayorita-ria–, sí lo es: un desarraigo.

Lógicamente, las sucesivas ge-neraciones de escritores latinoa-mericanos –me refiero, claro es-tá, a sus mayores, mas no sólo aellos– son deudores de Borges(como lo son, por otra parte, delos novelistas que buscaron consus obras socavar el suelo ameri-cano. De nuevo Vargas Llosa yGarcía Márquez, en primer tér-mino). No han escrito –no po-dían hacerlo– desestimando elpeso que él tiene en nuestras le-tras. Pero tampoco se han adhe-rido a un crimen innecesario yestéril. No había por qué ejecutarel destierro y ellos no lo han pro-piciado. Con fluctuaciones, conmiradas diversas, utilizando elmás variado arsenal de expedien-tes, lo elemental, y por lo tantosustancial, de América sigue nu-triendo sus creaciones. Subya-cente, como esa almendra purade que hablaba Neruda refirién-dose a Martí, la América profun-da está en lo más profundo de suquehacer y de su ser.

Mitificación del lenguajeEl peligro ha radicado en el mar-cado empeño de alguna críticalatinoamericana por presentar losaspectos formales como los úni-cos a considerar en literatura.Respaldándose unas veces en li-bros de incuestionable valor y amenudo en textos abiertamenteepigonales y de muy azarososméritos, alentando esos textos,elogiándolos hiperbólicamente,ha parecido estimular el surgi-miento de una corriente literariafrancamente esteticista (tal el hi-perbolismo lezamiano que últi-mamente se padece y que curiosao paradójicamente brota de laruinosa Cuba castrista). Su co-

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lumna vertebral es el lenguaje.Para tales críticos lo más impor-tante de la narrativa de hoy enAmérica Latina es la preponde-rancia de su lenguaje. Todo lo re-miten a él. La obra literaria es unobjeto de lenguaje (no lingüísti-ca, pues esta palabra es demasia-do académica, universitaria), y laliteratura en sí misma, lenguaje.

Para algunos, como Rodrí-guez Monegal, lenguaje va másallá del uso del idioma e implicauna cosmovisión de la realidad,una manera totalizadora de apre-hender ésta. En ese sentido equi-vale quizá a expresión. Pero aunasí aísla y destaca a tal punto esteelemento de la literatura queidentifica a uno con otro –valedecir, literatura es lenguaje–, y,aunque implícitamente admite elcontenido, que él llama «realida-des extraliterarias», su desborda-da pasión idiomática lo lleva aconcluir que «su mensaje (el dela obra literaria) está en su len-guaje». Para los demás críticos deesta tendencia (al menos los queyo conozco), lenguaje no tieneuna acepción tan abarcadora si-no que se conserva dentro de lasfronteras que usualmente se lehan señalado. Es, no obstante, elnúcleo configurativo o constitu-tivo de la literatura, particular-mente de la narración. El descu-brimiento los ha deslumbrado yhay en la exaltación con que loostentan incluso un ingenuo or-gullo regional: he aquí lo queAmérica Latina aporta a la lite-ratura universal; es la única (porlo menos en la novela) que expe-rimenta en estos momentos; ellegado de Joyce, de Proust, deBroch lo recogemos nosotros,pero en una dimensión original.Si las letras hispanoamericanasvivieron poéticamente su instan-te de mayor esplendor con elModernismo, la novelística ac-tual del continente rescata me-diante el lenguaje el antiguoprodigio.

La apetencia es legítima yningún latinoamericano podríahonestamente negarle su concur-so. Pero lo que resulta inacepta-ble es que se quiera centrar laadultez de nuestra narrativa dehoy en una especie de deifica-

ción del lenguaje, que se oscurez-can todos sus otros valores paraque la luz caiga exclusivamentesobre el manejo de las palabras.Esto, a mi entender, es formalis-mo rampante y lejos de engran-decer la literatura la disminuye.Apreciar en El siglo de las luces oCien años de soledad privativa-mente el lenguaje, relegando auna esquina la riquísima visiónque nos ofrecen en sus diferentesámbitos del mundo americano,es hacerle un servicio muy flacoa estas obras.

Nombrar las cosasAparte de que el signo que se leadjudica al lenguaje en la valo-ración narrativa es falsa y quede prosperar puede conducir ala castración de la literatura. Nila narración ni ningún otro gé-nero literario es sólo lenguaje:éste es una parte –capital, con-forme, pero una parte– de la li-teratura, no el todo. Por más ca-briolas dialécticas que se ejecu-ten, el lenguaje ha sido, es y serámedio de comunicación y detrásde él estará siempre, significán-dolo, lo que se quiere decir. Nohay que autoengañarse ni dejarseencandilar por trampas: nombrarlas cosas no es crearlas, sino a losumo expresarlas (pues, está demás decirlo, el hombre expresalas cosas no únicamente median-te palabras); en el principio fue elverbo, sí, pero nada más que pa-ra el hombre, no para la natura-leza; que el hombre haya logradoforjar el lenguaje y elaborarlo co-mo un hecho literario hasta elpunto de permitirle proclamarfieramente que él es lenguaje, nolo hace ni remotamente creadorde la naturaleza: sigue siendouna partícula de ella. Si he recu-rrido a toda esta terminología esporque en la nominada inma-nencia de la literatura que postu-la cierta crítica latinoamericanase observa una seudofilosofía: através de la literatura-lenguaje elescritor deviene una suerte dedemiurgo que construye unanueva categoría de la realidad: sudominio de los recursos imagina-rios lo faculta para ello.

La obsesión no es nueva, ya laensayaron los románticos, con

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la diferencia de que, más modes-tamente, ellos reconocieron aDios y el parangón se fijó a tra-vés de un vínculo espiritual, deuna dependencia, mientras quehoy y aquí esa función le es asig-nada al escritor por el crítico engracia al poderío verbal queaquél despliega, en nombre detoda una alambicada mitologíadel lenguaje. Claro está que estoatañe rigurosamente a la crítica,a su espejismo verbal, a su deli-rante apología del léxico, ya quea ningún genuino escritor le hapasado por la mente ni por aso-mo el recorrer las cuatrocientasmillas de desierto que vencióAlejandro para consultar al orá-culo de Amón Ra en demandade su origen divino.

La trampa del BarrocoPero se puede –y se debe– anali-zar la significación del lenguajedesde otro ángulo: el histórico.Si es verdad que «el lenguaje es el mensaje de la literatura»(MacLuhan), que «la obra (lite-raria) no es sino palabras», que«el objeto de la literatura es ellenguaje», debe serlo no restrin-gidamente ahora, sino asimismohistóricamente. En ese caso deLa Odisea a La montaña mágicatoda la literatura occidental –y sitomásemos otros ejemplos la delplaneta en su totalidad– tieneque ser fundamentalmente unarte que se define por la palabra.¿Es así? Veamos: ¿La Odisea noes sino palabras? ¿Es el verso ho-mérico lo más relevante y signi-ficativo de esta epopeya? ¿O loes conjuntamente, el mundogriego que rescata, los personajes–reales unos, fantásticos losotros– que lo pueblan, los mitosque relaciona, la historia que in-corpora y aun la simbólica peri-pecia de Ulises por retornar aÍtaca, tan plena de honda nostal-gia humana? El amor que elmundo occidental sintió por laliteratura griega no se dirigió niúnica ni primordialmente a sumagisterio verbal: parejamentevio en ella, entre otras cosas, lacapacidad imaginativa del pue-blo heleno, la agudeza de supensamiento, la revelación de laspasiones humanas con una pro-

fundidad y vigor no superadosaún hoy día. ¿Que todo esto estádicho con palabras, que la trans-misión de ese mundo se efectuómediante un proceso verbal y espor lo tanto ese proceso verbal elque ha llegado a nosotros y elque nos subyuga?

En primer lugar, hay quepartir de que el idioma existe yde que es el medio comunicativopor excelencia de un pueblo, su-perior a cualquier otro. Dada es-ta condición sine qua non (yaque de rechazarla se caería enuna polémica bizantina, algo asícomo la perogrullesca discusiónen torno al huevo y la gallina),queda por elucidar el peso espe-cífico de los diversos componen-tes de una obra literaria. ¿Resultamayor el del lenguaje? No nece-sariamente. El mismo valor esadjudicable a un tema como a laforma que lo desarrolla. Pero lapregunta podría formularse deotro modo: ¿están, de hecho, to-dos los otros integrantes de la li-teratura insertos en el lenguaje?De una manera global, ¿no losexpresa éste a todos? Sí y no. Loestán y es cierto que el lenguajelos expresa a todos; pero esto noniega la existencia independientede cada uno de ellos; en últimotérmino lo que el lenguaje hacees organizarlos, configurarlos: loque no puede es omitirlos ni su-plantarlos. Y como esos otroselementos –independientes, convida propia– son preponderante-mente reales y más preponderan-temente relativos al hombre y susactos, la literatura está incapaci-tada para ser una mera estructurapalabresca, aún más: para despla-zarse gozosamente en una esfera,espacio o dimensión meramenteimaginario también. El Quijote,como La Odisea, no es «sólo pa-labras», no obstante ser uno delos libros fundadores de la lenguaespañola, y tras él están los sue-ños, las ilusiones, las incertidum-bres y las desesperanzas de Cer-vantes, en síntesis, su pensamien-to, a más de sus percances vitalesy el declinante medioevo espa-ñol; como detrás de La montañamágica –y no detrás sino en pri-merísimo plano– está la confron-tación ideológica entre el extem-

poráneo humanismo de Settem-brini y el brioso asalto fascista deNaphta, el jesuita.

Hay un metódico engaño enla crítica de Latinoamérica res-pecto al lenguaje, y si no enga-ño, cuando menos confusión. Sele ha sobrevalorado, se le ha ce-dido un ministerio dentro de laliteratura que rebasa largamentesu ejecutoria y su demarcación.El engaño parte de una admira-ción desorbitada, de un deslum-bramiento, y el originador de es-te pasmo es Carpentier. DesdeEl reino de este mundo, el brillan-te idioma que trae a la novelísti-ca latinoamericana ocasiona unimpacto inquietante. Se le defi-ne como barroco. Progresivasobras del novelista cubano con-solidan el término y a la vueltade diez años se legaliza en Amé-rica. A mi entender, Carpentiersucumbe a una tentación alaceptar el sello de barroquismocon que se acuñan sus libros ytodavía más al declarar él mismoque la realidad americana es ba-rroca, pues con ello tolera que seconfunda el imperio de su pala-bra y la prolijidad del paisajeamericano con ornamentación.No es éste el sentido que origi-nalmente Carpentier dio al adje-tivo –y con el cual lo hizo pros-perar en América– como sitio deriqueza, complejidad histórico-telúrica, grandiosidad incluso;pero sufrió el desvío hacia logratuito. Todo en América co-mienza entonces a ser barroco,de su flora a sus edificaciones,pasando por la prosa de sus es-critores y las manifestaciones desus artistas plásticos, y se exhibecomo un timbre de singulari-dad. Es otra grieta que permitela infiltración de lo hiperbólico.

Si el barroquismo es en AlejoCarpentier gran dominio de laprosa, encuentro entre la poesíade la palabra y la poesía del acto,mirada plena sobre una realidadque es casi mágica por la vaste-dad de elementos imprevisibles yfulgurantes que encierra, y muyraras veces labor de orfebre (ex-cepto en ciertos pasajes prescin-dibles de sus novelas o en el re-godeo inventarial que pone endeterminadas descripciones), en

su descendencia no muy legítimay en la crítica secuaz que la cobi-ja, se volvió glorificacion de losuperfluo, de lo puramente oro-pélico con inconcebibles y abe-rrantes nexos homosexuales. Deesta forma un novelista y ensayis-ta –notable sin duda en ambosgéneros– puede escribir desenfa-dadamente (o certeramente): «Elespacio barroco es el de la supe-rabundancia y el desperdicio.Contrariamente al lenguaje co-municativo, económico, austero,reducido a su funcionalidad–servir de vehículo a una infor-mación–, el lenguaje barroco secomplace en el suplemento, en lademasía y en la pérdida parcialde su objeto». Y párrafos des-pués, en el epígrafe de un artícu-lo sobre el barroco que no des-cuidadamente titula «Erotismo»,prosigue: «En el erotismo, la arti-ficialidad, lo cultural, se mani-fiesta en el juego con el objetoperdido, juego cuya finalidad es-tá en sí mismo y cuyo propósitono es la conducción de un men-saje –el de los elementos repro-ductores en este caso–, sino sudesperdicio en función del pla-cer». Esto es, homosexualidad ybarroquismo son sinónimos –yno lo estoy interpretando sinoprácticamente citando–, porqueambos han desvirtuado su pro-pósito: el acto homosexual, lafunción reproductora, y la expre-sión barroca ser medio de trans-misión de un contenido. El sus-tituto para los dos es la experi-mentación del placer puro.

En fin, prefiero el espacio realque da gusto y reproduce o per-petúa. n

César Leante es escritor cubano. Su úl-tima novela es Muelle de caballería.

EL ESPACIO REAL: AMÉRICA LATINA

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e ha dicho en ocasiones quela poesía, en cuanto conteni-do, y su sentido, en cuanto

acercamiento, están más cerca delsentimiento religioso, del hechode fe, que de cualquier otra formade conocimiento de la realidad,que de cualquier otro mecanismode aprehensión y diferenciacióndel mundo sensible. La poesía ven-dría entonces a ser una suerte deverdad revelada, injustificada, dig-na y eminentemente retórica, y so-bre su presencia y su razón de ser,el punto de decantación o de coc-ción y desborde sobre las manosdel poeta, nada podríamos decirnosotros, puesto que el propio po-eta, convertido en médium, ape-nas sería sino un cauce, un ve-hículo, para que aquella, quienfuese, musa o muso, trasgo oduende, desbordase su fulgor, elardor poético. La calidad del men-saje recibido dependería del talen-to de este médium para sintonizarcon la voz primigenia y de su ca-pacidad de estar preparado pararecibir los mensajes e interpretar-los. El compromiso del poeta consu trabajo consistiría aquí en sudisponibilidad. El poeta, a modode sismógrafo, debería aprender apercibir los movimientos ocultosdel magma ígneo de modo que laboca de su pluma estuviera siem-pre expedita para recibir la vaha-rada de voces impresionables sobreel papel del límpido cielo, o el flu-jo cristalizable sobre la negra tierra.Hablar de poesía sería entonceshablar de pasión interior, de furororacular, también fecundante, ypor tanto, de sentimientos indes-cifrables, encontrados.

Recordemos que para Aristóte-les y para los antiguos griegos, engeneral, la virtud era una disposi-ción adquirida, aquilatada y entre-nada mediante la razón, cuyo efec-

to más característico sobre la ac-ción humana era el de la tem-planza, el de la contención. Por elcontrario, las pasiones pertenecíanal dominio de la pura acción hu-mana, ilimitada, entregada al do-lor o al placer, haciendo de noso-tros individuos pacientes, conmo-vidos, sometidos, afectados, alantojo de sus efluvios, para seguircon la metáfora volcánica. La po-esía, entendida como pasión, ven-dría a usarnos, a abusar de noso-tros, sin distingo de edad o con-dición. El poeta, en cuanto brazoejecutor de los designios ocultosde la musa, en cuanto poseso,aquiescente, rebelde o resignado,que este es otro asunto, estaríamás cerca del orate y del salvajeque del virtuoso y del comedido.

Virtud y pasiónLa poesía como virtud o la poesíacomo pasión: dos extremos de unamisma cuerda que en cualquier ca-so igual suena y hace música; doscaminos para acceder a un tipo deconocimiento distinto al conoci-miento que sometemos al rigor dela prueba. Federico Nietzsche, eseindividualista estetizante que pre-fería los apriscos y los bosques a lasciudades, justificaba nuestra exis-tencia toda como un servicio quedebíamos rendir al arte, al margende cualquier otra consideración.Para el poeta auténtico, la metáfo-ra poética no sería una figura retó-rica sino una imagen sucedáneaque flotaría ante su rostro, en lugarde un concepto. El doble haznietzscheano, aquel trágico golpeque combinaría el sueño armónicode lo apolíneo con la placenteraembriedad dionisiaca, sólo hallaríacabal sentido cuando el hacha bi-fronte viniera a estar blandida porla verdadera fuerza original, por lafuria que representaba el sufriente

Dionisos. Pero nosotros, seres pa-cíficos, seducidos por el sueño delparaíso en la tierra, por el sueño dela libertad efectiva, del amor su-blime y múltiple en este único ho-gar que conocemos, mucho debe-mos temer de este golpe cuando lojusto o lo injusto quedan al mar-gen o fuera de su horizonte de ac-ción, como quería el Zaratustra, yaún sabiendo y reconociendo ladificultad que tiene convocar a la justicia delante de la musa.

En abril de 2003, participé enunas jornadas sobre “Literatura yCompromiso” que organizaba laFundación Fernando Quiñones enChiclana de la Frontera, en Cádiz.Compartí jornada con los escrito-res cubanos Eliseo Alberto e Ivánde la Nuez, y con el gallego Susode Toro. Y luego pude conversarcon el poeta Antonio Orihuela. Enprimer lugar, llama la atención queeste viejo tema del compromisohaya vuelto a ponerse sobre el ta-pete de la mesa del debate, asuntoque se nos antojaba algo antiguo,con sabor años cincuenta y conolor a café húmedo parisino y ter-tulias de Sartre o Camus. Pero lasurgencias de un tiempo que apenashace diez años se quería presentarcomo “acabado” históricamente,durante el primer mandato ino-cente de la administración Clin-ton, han vuelto a revolucionar elcurso de una historia que de nuevose presenta paridora de aconteci-mientos sin anestesia, a la viejausanza. Y así, el compromiso delintelectual, y del poeta como inte-lectual más débil, vuelve a ser re-querido, urgido por la sociedad dela que se había separado y, en granmedida, liberado. La toma de pos-turas, la firma de manifiestos, lasasistencia a manifestaciones, y has-ta la presencia en unas u otras co-midas de agravios o desagravios

vuelven ser minuciosamente ob-servadas por un atento público, ypor el resto de los colegas, para ave-riguar dónde está uno, para cono-cer el sentido de nuestro compro-miso, en cualquiera de los muchosfrentes de batalla abiertos y san-grantes, del Prestige a la falta de li-bertad en el País Vasco, pasandopor la invasión de Irak, el desastrede Argentina, la experiencia de Lu-la en Brasil, la deuda externa delTercer Mundo, las lapidaciones enAfrica, la igualdad de derechos degays y lesbianas, los crímenes deCastro en Cuba, la pena de muer-te en Estados Unidos, la opresiónen Tíbet, y tantas otras urgencias ydebates cuya sola enumeración cu-briría por entero un ensayo de mu-chas páginas, y que como tal enu-meración, sin comentario alguno,encadenada en columna, consti-tuiría en sí un largo poema al esti-lo de los cantos de Walt Whitman,en este caso para cantar las desgra-cias del mundo, lo que sin dudaprovocaría en el lector un comen-tario tal malvado como el que lededicó Ralph Waldo Emerson alautor de Canto a mí mismo: “yo ledije que cantase a América, perono que hiciese su inventario”.

Volvamos al primer argumento.Y al poeta. Éste es la cuerda que vi-bra, cada cabo de la cuerda vienetensado por una clavija que hemosllamado pasión y virtud, el vientoque mueve esa cuerda lo llamamospoesía en origen, el magma igneode lo telúrico que decíamos arriba,lo dionisíaco como primordial, y el resultado, lo que sentimos y oímos en cuanto espectadores, lamelodía, la lava incandescente, eslo que llamamos poesía acabada,poesía para un fin. Antes de seguirya estoy por tanto aclarando miposición. Poesía sin duda será toda,pero la poesía completa, la poesía

S

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P O E S Í A

EL SENTIDO DEL COMPROMISO DE LA POESÍA

JOSÉ TONO MARTÍNEZ

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reina, será aquella en la que el po-eta mantenga una tensión equipo-tente entre la clavija de la virtud yla clavija de la pasión de modo quetal tensión permita que la músicaoída, el contenido, aúne al menospor igual ingredientes sonoros pro-cedentes de ambos contrapuestosregistros. Una cosa más digo a pro-pósito de esto. Ninguna gran obraliteraria perdurará en la memoria,ni será en verdad grande ni aspira-rá a la gloria, de no combinar enperfecta armonía los extremos quehe mencionado. De no ser así sudurabilidad será del todo anecdó-tica y siempre dependerá de la bue-na voluntad, mientras esta dure,del conservador de la biblioteca deturno, o de los recursos aportadospor Estados ricos y satisfechos desus rarezas para que dichas obrasno sean pasto de gusanos, y aca-ben, por el contrario, entretenien-do los ociosos quehaceres de loscríticos y los profesores del mundo,que también ellos tiene que comery justificar su existencia. Las gran-des obras combinan la pasión y lavirtud, nos muestran sus límites,sus aspiraciones, y por ello fueronconservadas y memorizadas por lagente incluso en los tiempos en losque la trasmisión oral era el únicomodo de hacer esto. Es así comollegaron hasta nosotros las sagasnórdicas, los cíclos artúricos, el Po-pol Vuh, las guerras de los Baratas,las hazañas homéricas, los cantosde la Biblia o nuestro romancero.

Compromiso y disponibilidadPero, ¿cuál es el compromiso delpoeta con la obra, si es que tiene al-guno? ¿cuál es el compromiso delpoeta con los demás, con el mun-do que está fuera de su cuerpo, desu instrumento? El primero ya lohemos mencionado de pasada,siendo como es el primero en im-

portancia y el que permite la exis-tencia de los otros compromisos o,ya diré, deberes. El primer com-promiso del poeta respecto de suobra es la disponibilidad. El poetadebe estar siempre disponible,atento, hemos dicho, como un sis-mógrafo pegado a su volcán, celo-so de cualquier signo o clave queanticipe la llegada del rumor terre-nal, la llegada del viento incandes-cente o el espolvoreo del frío, si-lencioso, blanco. Naturalmente, elpoeta también tiene otras preocu-paciones propias, se casa, duerme,se emborracha, tiene que cambiarpañales o trabajar de sereno dondelos haya o de profesor, donde ledejen, en fin, todo eso que es la vi-da. Y por supuesto, no le podemosexigir al poeta una disponibilidadabsoluta, una disponibilidad he-róica. Pero el poeta sabe esto. Nohace falta que se lo digamos noso-tros. El poeta sabe que sólo unadisponibilidad heroica estaría a laaltura del empeño buscado y an-helado, y que todo lo demás, conser placentero o necesario, no sonsino distracciones de ese empeño.Así, a mayor disponibilidad, y másvirtuosa obra. El verdadero poetano sólo tendría que estar detrás dela pancarta, sino arroparse con ellacomo único traje.

Una pregunta de orden prácticose infiere de esto que digo. ¿Debe-rían las ciudades, los gobiernos, be-car a los poetas? ¿Incluirles en larenta pública, como se hace, conlos de nombradía, por ejemplo, enla República Argentina? ¿O agasa-jarles con cuantiosos y trucadospremios, como se estila en España?Dejemos la respuesta para más ade-lante porque el asunto no es fácil.Pero como anticipo, debemos con-venir en que la disponibilidad delpoeta no puede ser decretada, nopuede ser forzosa, así, como si tu-

viéramos un canario o un loro en lapercha y le pudiésemos decir: comey canta o habla. Sin duda, los en-sayos que se han hecho en este sen-tido no han progresado, ni sus re-sultado estéticos nos parecen rele-vantes. El poeta, sí, tiene que estardisponible, pero su disponibilidadha ser ganada, trabajada en la vida,por la vía del desprendimiento y larenuncia, y tantas veces, en nuestromundo, por la de la prisión, el en-cierro o el destierro interior, víasde rancio abolengo en nuestro pa-ís, comenzadas por nuestro padreCervantes, que a este, hay que de-cirlo, eran las “cervantas” con lasque vivía las que seguramente lesacaban de apuros al final de su vi-da, por cualquiera de los sinuososcaminos de ésta, que cualquiera va-lía y servía, con tal que don Miguelestuviera disponible para lo suyo. Yellas, las “cervantas”, a otra cosaque no diremos.

El poeta, hemos convenido, tie-ne que estar disponible, en gradosumo. Este es su primer compro-miso. Pero ya va siendo hora dellamar al compromiso por su nom-bre. Cuando el compromiso conla poesía se asume libremente, sinmediar otro objetivo que el de ser-vir a la causa de la poesía y no aninguna otra, sin pensar en hono-res ni recompensas, ni en adula-ciones innecesarias para con los po-derosos, entonces el compromisoadquiere la categoría de deber. Elpoeta comprometido se imponesus propios deberes y los cumplepor el beneficio del deber mismo.Cuanto más puro sea este deber,cuanto más exento se halle de pol-vo y paja, de escoria y mundani-dad, mejor vibrará la cuerda delpoeta. Su disponibilidad saldrá re-forzada. Pero además de disponi-ble, en lo que atañe a su tiempo, elpoeta debe estar preparado, debe

estar listo, en un perfecto estadode vigilancia que combine el en-trenamiento y la paciencia, como sisu cuerpo, mediante los ejerciciosde la lectura y la propia vigilia, pu-diera convertirse en un látigo ágil yatrevido. Denis Diderot nos decíaesto mismo hablando del actor deteatro pero en parábola aplicable atodo artista, y sin duda al poeta, elmás sublime entre los cultivadoresde eso que antes llamábamos, porentendernos, el espíritu, esto es, eldestilado del paso del tiempo, lacondición de temporalidad, allídonde la muerte y la historia reci-bida y proyectada confluyen, perosignificada y proyectada en cadauno de nosotros. En fin, comopuede verse, tal vez sea mejor se-guir diciendo espíritu, esto es, ensu primitiva y verdadera acepción,soplo de aire, aliento, brisa, ema-nación, pues ¿no es un viento, de-cíamos, acaso, el que hace mover latensa cuerda del poeta para que to-dos la oigamos?

Diderot descreía de la improvi-sación, de la fogosidad, de la retó-rica del deslumbramiento de lo su-blime, y a cambio prefería un con-junto de cualidades que aquí yo hereunido en un ramillete llamadola virtud del poeta. Para Diderot, elactor, nuestro poeta, debía mani-festar su compromiso con la obramediante el riguroso entrenamien-to, mediante la experiencia aquila-tada y la repetición de los gestos.Su virtuoso deber estaría en el so-metimiento de una excesiva sensi-bilidad, brillante y sorprendentesin duda, en ocasiones, pero irre-gular e imperfecta las más de lasveces. Entre el duende y el artificio,entre la pasión y la virtud del poe-ta, Diderot se queda con la segun-da clavija de nuestro arco musical.Incluso en los momentos más dra-máticos. Pues, ¿quién nos ofrecerá

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una más bella muerte? En la hipó-tesis del circo romano, sin duda, elmejor gladiador será el más entre-nado comediante, un atleta acade-mizado que controlará su dolor enel momento de la muerte y que in-cluso al dar el último suspiro prac-ticará las lecciones aprendidas en lagimnástica. Y frente a esa lecciónsuprema de contención estará lamuerte lacrimógena y sensiblera dequien, con toda razón, ha perdidolos nervios porque sabe que se dis-pone a morir. Demasiado tensanos parece esta cuerda, tanto, queno vibra. La virtud desmesurada,sin un atisbo de pasión, es como elhielo, insensible e incapaz de reac-cionar ante el suceso de la vida, yante el soplo del viento poético.Demasiado lejos ha ido este poetaen su entrenamiento. Porque en-trenado, sí, debe estar, pero no uni-formizado, unilateralizado. La ver-dadera paradoja del comedianteconsiste en dar la vida sobre la es-cena pero como si la estuvieraguardando.

La leyenda de TatuanaTal vez vaya siendo hora de quedigamos, por aproximación, algode ese viento que mueve la cuerdacuyo resultado material es la melo-día, el poema completo, compro-metido. En las Leyendas de Guate-mala que Miguel Angel Asturias recogía o soñaba, pues “historias-sueños-poemas” las nombró PaulValery, resplandece sobre otras lade la hermosa Tatuana. Cuéntasepor la viejas tierras de los mayasque el señor de la barba rosada enprimavera, el maestro Almendro,decidió darse una vuelta por nues-tro mundo dejando el suyo, el de laabundancia, en barbecho. Sucedióhace unos trescientos años, entiempos de la primera capital, laluego destruida y entonces flore-ciente Santiago de los Caballerosde Guatemala. Ya hecho hombreentre nosotros, vestido de túnicaverde, no hace falta decir que pron-to hizo fama entre la indiada el co-nocimiento que atesoraba el maes-tro Almendro. Como los antiguos,sabía hacer hablar a la obsidiana, lapiedra negra y transparente que losviejos dioses habían empleado pa-ra comunicarse con nosotros. Ha-cia arriba, superando las cumbres

de los volcanes Agua y Fuego, en-tre los lagos profundos y grises, co-rrió la voz entre los indios de queun matz o sabio de los de antes ha-bía regresado. De los caminos es-carpados que conducían a la ciu-dad entre volcanes, bajaban en se-creto muchos a mostrarle al matzlas vasijas y los fragmentos de los li-bros de hoja de cortezas y palmasque los más arriesgados había guar-dado. En los mercados de colores,huipiles y abalorios, a la tarde, elmaestro Almendro entretenía susocios mostrando los secretos cura-tivos de las plantas y, a la noche,descifrando los complicados dibu-jos que trazaban estrellas y conste-laciones, no menos complicadosque los de las derribadas estelas quese hundían poco a poco en la hú-meda selva.

Una noche de luna del mes bú-ho-pescador el maestro Almendrorepartió su alma fecundando cua-tro caminos que se dispersaron porcielo y tierra. Uno de ellos, el ca-mino negro, cometió un desliz, lle-gó a la ciudad y vendió su partede alma a un comerciante. Entera-do el maestro Almendro, se pre-sentó ante el comerciante ofre-ciéndole todo tipo de joyas y teso-ros a cambio de su parte de alma.El comerciante se negó. Emplearíaese tesoro para comprar a la escla-va más bella de cuantas había en latierra. Mientras, el maestro Al-mendro se quedó a vivir en la ciu-dad, desolado, vagabundeando en-tre las calles. El comerciante, luegode un largo viaje, regresó con lamaravillosa esclava, la más hermo-sa mujer que nunca se hubiera vis-to, cubierta apenas con su larga ca-bellera, de nombre Tatuana. Peroantes de llegar a la ciudad, una te-rrible tormenta se desató, disper-sando las cabalgaduras y el cortejoal tiempo que un rayo fulminaba alcomerciante. Tatuana quedó sola,hasta que el maestro Almendroconsiguió hablar con ella y recupe-rar el alma que esta representaba yconquistar su amor.

Pero la extraña pareja provocó lasospecha de los funcionarios delRey y de los inquisidores. Apresa-dos, fueron condenados a la ho-guera, ella por endemoniada, él porbrujo, y a fe que lo era. La vísperadel auto de fe una multitud se con-

gregó en los alrededores de la Pla-za Mayor. Estando en celdas con-tiguas, el maestro Almendro so-bornó con oro y joyas a uno de losguardianes que permitió la unión de la pareja. Con una uña, el maestro tatuó un barquito sobreuno de los brazos de Tatuana. Mi voluntad es que seas libre como li-bre e invisible es mi pensamiento,le dijo. Siempre que quieras trazaun barquito como este sobre la tie-rra, cierra los ojos, y escapa dentrode él. Y así lo hizo de inmediatoTatuana. El maestro se escabullóde igual modo dejando en su celdauna ramita de almendro.

Mi idea de la poesía compro-metida es la siguiente. El maestroAlmendro representa en este rela-to la fuerza de la poesía, su sentidotransformador y activo que conec-ta al ser humano con la naturaleza,superando la diatriba platónica yconservadora y estetizante de lasdualidades; nuestro protagonistaes en efecto un árbol que cura. Ensegundo lugar, el maestro Almen-dro nos sitúa en un contexto másamplio, al entender y explicar eljuego de las constelaciones de lasque formamos parte el maestronos dota de un sentido de perte-nencia excesivo y cósmico y en elque nuestra singularidad se di-suelve o, al menos, se hace intras-cendente. Por último, el maestroAlmendro sabe hacer hablar a laspiedras: de lo inanimado en apa-riencia brota la palabra, el conju-ro, la poesía. El verbo, una vezmás, adquiere todo su significadoentero, simbólico, para nosotros.Este es un registro común en mul-titud de lenguas pero en las másantiguas, o en las menos evolucio-nadas, se hace del todo evidenteconservándose aquel significado.

En definitiva, la poesía en esta-do puro es aquel elixir, conjuro otatuaje que nos hace eludir lamuerte en el sentido de enfrentar-la sin temor, con la conciencia deldeber cumplido. Es la fuerza de lavida concentrada en la mano delser humano, porque es un recursonuestro el saber entender la natu-raleza de esta fuerza con la que creamos la historia, la humana yla divina, que son las que nos com-peten. Por eso bien decía Juan Ra-món Jiménez, nuestro abuelo, al

comienzo del primer fragmento desu poema Espacio,

“los dioses no tuvieron más sustancia

que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos,

la sustancia de todo lo vivido y de todo lo

porvivir”.

La poesía, nos dice este animalde fondo, deseado y deseante, esesa capacidad para remontarnoshacia la idea de lo más alto y reu-nir lo que estaba disperso, para re-ligarnos con lo remoto, releyendoun conjuro, trazando un barquitocon el pensamiento y escapandoen él. Pero en el relato que hemosrevisado, la poesía representadapor el maestro Almendro da unpaso más allá. Si su sustancia essimplemente un misterio, el poeta,nuestro maestro Almendro tieneque recurrir al compromiso efecti-vo con la realidad, con el mundo,con Tatuana, la bella esclava, dis-ponible hasta el punto de darseentera de cuerpo pero también rá-pida en el aprendizaje de la vida yen el de los conjuros salvadores.Es en esta unión del misterio purocon el compromiso de la carne, ycon el sufrimiento y escarnio dela cárcel, donde se realiza la verda-dera y completa poesía. La poesíacomprometida, la poesía queobliga. Y ahora, manos a la obra,que vengan pancartas y causas,que versos no han de faltar, perocon la tinta mojada en la sima delmisterio que Juan Ramón, al finalde su vida, describe en Ríos que sevan (1951-54):

“El misterio se acercó tanto a mi pro-pio misterio, / que yo sentí que me ardíanlos bordes mismos del sueño.

Se me acercó tanto, tanto, que saltóchispas mi cuerpo, / Y las chispas mealumbraron el misterio y mi misterio”. n

José Tono Martínez es escritor.

EL SENTIDO DEL COMPROMISO DE LA POESÍA

82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 136