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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 114 Julio / Agosto 2001 Precio 900 Pta. 5,41 Julio / Agosto 2001 114 XOSÉ C. ARIAS/ANTÓN COSTAS El eslabón perdido de la descentralización FRANCISCO LAPORTA Inmigración y respeto GIANNI VATTIMO Diálogo con Santiago Zabala UGO PIPITONE Berlusconi El gobierno de la riqueza TIMOTHY GARTON ASH La orquesta europea FERNANDO VALLESPÍN Habermas en doce mil palabras

Claves 114

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º114Julio /Agosto 2001

Precio 900 Pta. 5,41 €

Julio/A

gosto 200111

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XOSÉ C. ARIAS /ANTÓN COSTASEl eslabón perdido de la descentralización

FRANCISCO LAPORTAInmigración y respeto

GIANNI VATTIMODiálogo con Santiago Zabala

UGO PIPITONEBerlusconi

El gobierno de la riqueza

TIMOTHYGARTON ASH

La orquesta europea

FERNANDO VALLESPÍNHabermas en doce mil palabras

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S U M A R I ON Ú M E R O 114 J U L I O / A G O S T O 2 0 0 1

TIMOTHY GARTON ASH 4 LA ORQUESTA EUROPEA

ROBERTO GARGARELLA 14 NI POLÍTICA NI JUSTICIA

MUNDO GLOBAL,ROBERTO TOSCANO 22 IDENTIDAD DE GRUPO

ESTADOS, NACIONES RICARD ZAPATA-BARRERO 32 Y CIUDADANOS

XOSÉ CARLOS ARIAS EL ESLABÓN PERDIDO ANTÓN COSTA 38 DE LA DESCENTRALIZACIÓN

Entrevista Diálogo con Gianni VattimoSantiago Zabala 44 Cómo hacer justicia del Derecho

FilosofíaFernando Vallespín 53 Habermas en doce mil palabras

EnsayoFrancisco Laporta 64 Inmigración y respeto

Política BerlusconiUgo Pipitone 69 El gobierno de la riqueza

Galería de músicosJaime de Ojeda 74 Palestrina

Cine Lars von Trier Alberto Úbeda Portugués 80 La conquista de la mirada

Correo electrónico: [email protected]: www.progresa.es/claves

Correspondencia: PROGRESA. FUENCARRAL, 6; 2ª PLANTA. 28004 MADRID.TELÉFONO 915 38 61 04. FAX 915 22 22 91.

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32; 7ª. 28013 MADRID. TELÉFONO 915 36 55 00.

Impresión: MATEU CROMO. ISSN: 1130-3689Depósito Legal: M. 10.162/1990.

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Esta revista es miembro de la Asociación de Revistas de Información

DirecciónJAVIER PRADERAFERNANDO SAVATER

EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA

Director general IGNACIO QUINTANA

Coordinación editorial NURIA CLAVER

Maquetación ANTONIO OTIÑANO, INMA GARCÍA

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

DOLORES GÁLVEZ (Pontevedra, 1954)La obra de esta pintora, licenciada enBellas Artes por la Universidad de Vigoque ha realizado interesantes incursionesen el grabado, está marcada por la per-fecta simbiosis entre el entramado de latela y el movimiento ondulante de laslíneas, que se confunden con el lienzo enun armonioso juego de luces y sombras.

Gianni Vattimo

DE RAZÓN PRÁCTICA

Para petición de suscripcionesy números atrasados dirigirse a:

Progresa. Fuencarral, 6; 4ª planta. 28004Madrid. Tel. 915 38 61 04 Fax 915 22 22 91

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LA ORQUESTA EUROPEA

TIMOTHY GARTON ASH

Es posible que Europa nunca llegue aser Europa porque se está convirtien-do en Europa? Para la mayoría de los

hablantes, esta frase puede parecer una ton-tería o, en el mejor de los casos, un ejemplodeliberadamente absurdo en un manual defilosofía lingüística. Sin embargo, para losiniciados pertenecientes al sancta sanctorumdel llamado “debate europeo” no sólo resul-ta comprensible, sino vitalmente importan-te. Lo único que hace falta es introducircuatro sentidos distintos de la palabra “Eu-ropa”. La pregunta, entonces, es la siguien-te: ¿es posible que la Unión Europea actual,de 15 Estados (Europa, primer sentido), noalcance nunca la tan soñada condición defi-nitiva de unidad política coherente (Euro-pa, segundo sentido) porque ahora está de-dicada a incluir a la mayoría de los demásEstados del continente geográfico europeo(Europa, tercer sentido)? Aunque entre losteólogos del templo hay una escuela quepropone una exégesis alternativa, en la quela última parte dice, con más pesimismo,“porque está volviendo a las viejas y malasmaneras de la rivalidad entre las nacionesEstados de la Europa anterior a 1945”(cuarto sentido).

Hacia las tres de la mañana del lunes11 de diciembre de 2000, en el interiordel vasto espacio de hormigón que es elcentro de conferencias Acrópolis de Niza,en el que los exhaustos dirigentes de laUnión Europea intentaban concluir susnegociaciones sobre los resultados de laúltima “conferencia intergubernamental”de la Unión, el primer ministro belga in-sistía en conseguir más votos para Ruma-nia. ¿Por qué? Pues porque sí, en una fu-tura UE ampliada, el viejo rival de Bélgi-

ca, Holanda, iba a tener más “votos pon-derados” que dicho país en el Consejo deMinistros europeo –porque está más po-blado–, entonces Rumania (que tiene 23millones de habitantes, frente a los 16 mi-llones de holandeses), sin duda, debía dis-poner de más votos que los Países Bajos.Para los observadores veteranos de la UE,no fue ninguna sorpresa que los presuntosadultos que dirigen 15 de las democraciasmás prósperas del mundo se comportarancomo un puñado de colegiales en plenapelea por una partida de un juego de me-sa como Diplomacy. Al fin y al cabo, eraEuropa (en el primer sentido)1. Lo asom-broso era que se peleasen por los votosconcedidos a Rumania. Ya Lituania. Y aChipre, Bulgaria, Estonia y Eslovenia.

Semanas después, cuando los astutosdiplomáticos habían conseguido, por fin,acordar lo que sus jefes de Gobierno yministros de Exteriores deberían haberaprobado en aquellas primeras horas dellunes 11 de diciembre, pudimos descar-garnos, de la página web de la Unión Eu-ropea, un texto legal que se conocería co-mo el Tratado de Niza2. Entre otras cosas,especifica exactamente cuántos “votosponderados” en el Consejo de Ministros,cuántos comisionarios en la ComisiónEuropea, cuántos miembros en el Parla-mento Europeo y cuántos jueces en elTribunal Europeo de Justicia podrá tenercada Estado en una futura Unión Euro-pea de 27 Estados miembros.

Caótica, poco digna y mal dirigidapor el presidente francés, Jacques Chirac,la Cumbre de Niza fue, pese a todo, un

avance simbólico y psicológico en el acer-camiento de los antiguos países comunis-tas de la “otra Europa” a la Unión Euro-pea. Once años después de las revolucio-nes de terciopelo de 1989, la UE parecióentender, por fin, lo que significó aquelaño. Normalmente no se me ocurriría re-lacionar la palabra “conmovedor” con unacumbre europea, pero fue conmovedorver al ministro de Exteriores de Polonia,Wladyslaw Bartoszewski –veterano resis-tente, superviviente de Auschwitz y lascárceles estalinistas– rodeado en Niza porun enjambre de cámaras de televisión yperiodistas, mientras su país se dispone aocupar su puesto en la orquesta europea.

El objetivo declarado de la UE, en laactualidad, es incorporar a los primeros paí-ses poscomunistas candidatos antes de laspróximas elecciones al Parlamento Europeo,en 2004. Por supuesto, todavía pueden ocu-rrir muchas cosas que retrasen el plazo. Elresultado del reciente referéndum irlandés,en el que una coalición de votantes muy di-versa rechazó el Tratado de Niza, en uncontexto de muy baja participación electo-ral, demuestra con qué facilidad puede des-carrilar el proceso. Aunque un segundo refe-réndum, posterior a la negociación de lascondiciones de entrada de Irlanda, asegurasela aprobación popular, seguiría habiendo unenorme debate sobre si los agricultores pola-cos pueden beneficiarse de los subsidios dela Política Agraria Común, una de las venta-jas tradicionales de pertenecer a la Unión.Según el sondeo de la opinión pública euro-pea hecho por el Eurobarómetro en el oto-ño de 2000, el 50% de los entrevistados enFrancia y Austria se oponían a la amplia-ción, así como el 43% en Alemania3. (Los

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1 Con anterioridad, España había intentado obte-ner dos votos más que Polonia, que tiene la mismapoblación, casi exacta, para lograr la paridad con Ale-mania, Francia, Gran Bretaña e Italia, es decir, laaceptación entre los “grandes”

2 Véase www.europa.eu.int/eur-lex/en/treat-ies/dat/nice_treaty_en.pdf.

El diario El País publicó, el 8-6-2001, una ver-sión resumida de la segunda sección de este en-sayo, actualizado y puesto al día para esta revis-ta después del referéndum de Irlanda.

3 El Eurobarómetro es un sondeo periódico ycomparativo de la opinión pública en los Estadosmiembros de la Unión, elaborado para la UE y dispo-nible en Internet en www.europa.eu.int/comm/dg10/epo/eb.html.

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austriacos y alemanes temen que la entradade mano de obra barata de Europa del Esteles deje sin empleo; los alemanes creen queles tocará hacerse cargo de la factura de laampliación y a los franceses les preocupauna nueva pérdida de influencia de su paísen la UE). Aun así, es lógico pensar que, pa-ra el año 2005, tendremos una Unión Eu-ropea de al menos 20 Estados miembros, ypara 2010, de 25; es posible que Bulgaria yRumania entren un poco rezagados, hastacompletar la previsión de Niza, de 27 Esta-dos y casi 500 millones de habitantes.

No se acaba aquí. Con una osadía sinprecedentes, la UE ha aceptado formal-mente a Turquía (66 millones de habitan-tes, en su mayoría musulmanes, y funda-mentalmente en Asia) como candidatonúmero 28. (Si bien no se le asignaron es-caños ni “votos ponderados” en Niza, nicomenzarán las negociaciones sobre la in-corporación a la UE hasta que no cumplalos requisitos políticos previos para ello,que incluyen el respeto a los derechos hu-manos y a las minorías). Es posible quetres países indudablemente europeos, Sui-

za, Noruega e Islandia, acaben decidiendoque quedarse fuera del club es más incó-modo que estar dentro de él. Albania, laSerbia pos-Milosevic y todas las demáspartes que constituían la antigua Yugosla-via se inclinan hacia la adhesión, por loque la cuenta total sería de 36, o 38 siKosovo y Montenegro se convirtieran enEstados independientes. En tal caso, Mol-davia sería el número 39.

Casi todos los países de Europa de-sean estar en la UE, por diversos motivos.Creen que su mercado único, con su am-plia demanda de bienes y servicios, lesaportará grandes beneficios económicos alargo plazo, como ha ocurrido con losmiembros actuales. Basándose en la expe-riencia de países que se incorporaron a laUE en los años setenta y ochenta, comoIrlanda, Portugal y Grecia, pueden tenerla esperanza de recibir subsidios directosdel presupuesto de la Unión; es decir, enla práctica, de los países más ricos de Eu-ropa. Sin embargo, además de todo esto,existe un profundo deseo de ser reconoci-dos como miembros de pleno derecho de

la familia europea. Si bien en cuestionesde pura seguridad militar acuden a la otragran organización transeuropea, laOTAN, al mismo tiempo creen que la per-tenencia a esta comunidad de derecho eu-ropeo común y solidaridad institucionali-zada servirá para mejorar su propia segu-ridad, frente a Rusia, sus vecinos y, talvez, ellos mismos.

Si todo va bien, algún día, quizá deaquí a 15 o 20 años, es posible que laUnión Europea tenga que examinar lassolicitudes del triángulo pos-soviético deUcrania, Bielorrusia y –el caso más difí-cil– Rusia. Con ello se crearía una Uniónputativa de 40 o 42 Estados, y se duplica-ría la actual población de la UE, de 375millones. A mucha gente, en Europa occi-dental, le gustaría decir “jamás” a estostres últimos países. En una conversaciónque tuve recientemente en Bruselas conun comisario europeo, él calificaba lafrontera entre Polonia y Ucrania de “fron-tera definitiva” de la Unión. Pero la preo-cupación oriental de Europa no va a des-vanecerse, sobre todo cuando Polonia sea

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LA ORQUESTA EUROPEA

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ya miembro de la UE. Ni siquiera un“no” definitivo de la UE actual podría sernunca, en realidad, tan definitivo. Y, porsupuesto, hay que pensar que Rutenia–cuando haya logrado la independenciade Ucrania– será el número 434.

En mi opinión, la pregunta “¿podríaser Rutenia el miembro número 43 de laUnión Europea?”, por fantástica que pa-rezca, es una de las que los europeos de-ben abordar. Si hemos aceptado a 27,¿por qué no 35 o 43? Pero no es una pre-gunta demasiado práctica para los próxi-mos 10 años, y lo que está incluido en untratado solemne5 ya es suficientementeincreíble. El historiador Jacques Le Goffcomentó en una ocasión que Europa tie-ne un nombre desde hace 25 siglos, perotodavía está en fase de diseño. Ahora, porprimera vez en la historia europea, casitodos los Estados del continente se hancomprometido libremente a diseñar, me-diante el consenso, un orden no hegemó-nico para la mayor parte de Europa.

Queda un pequeño problema: ¿cómo?¿Cómo conseguimos algo que no ha logra-do jamás Europa ni tampoco una coaliciónde Estados comparable en ningún otrocontinente? ¿Cómo puede funcionar estacosa con 27 Estados miembros, si apenas lohace con 15? Porque lo que está en juegoen lo que los franceses llaman, llenos deelegancia, l’après Nice –como si estuvieranhablando del après-ski–, no es sólo la am-pliación. Es también la eficacia cada vezmenor y la frágil legitimidad de la UE ac-tual. “¡No podemos seguir así!”, exclamó elprimer ministro británico, Tony Blair, en elamanecer de la quinta jornada de una cum-bre que debía haber durado sólo dos días ymedio. “¡Están enfermos! ¡Enfermos! ¡En-fermos!”, me decía un alto funcionario dela UE en Bruselas, en referencia a las tresgrandes instituciones políticas de la UE: laComisión, el Consejo y el Parlamento.

La legitimidad de la UE ha sido unapreocupación creciente desde que el tratadoaprobado en la Cumbre de Maastricht, en

1991 –el que decidió la moneda única eu-ropea–, fue rechazado por referéndum enDinamarca, casi rechazado en el Parlamen-to británico y aprobado por una mayoríade sólo el 51,05% en Francia, el país quemás considera Europa como una cosa suya.La participación media en las elecciones alParlamento Europeo descendió de más del60% en 1979 a menos del 50% en 1999, yesta cifra sólo se alcanzó porque el voto esobligatorio en cuatro Estados miembros.En Gran Bretaña hubo menos votantes enlas elecciones europeas que en el espectácu-lo voyeurístico y televisivo del Gran Herma-no (en el que los espectadores tenían queelegir a qué concursante expulsaban). El úl-timo Eurobarómetro indica que sólo el48% de los alemanes y los franceses pien-san hoy que pertenecer a la UE es “bueno”para su país. Los críticos populistas censu-ran a la Unión por ser un proyecto remotoe incomprensible, de élites tecnocráticas(los “eurócratas de Bruselas”), que interfieresin cesar en la vida diaria y le dice a la gente

qué manzanas debe comprar, qué tamañodeben tener las señales de tráfico y que losplátanos deben ser rectos. En el sancta sanc-torum de los funcionarios y los expertos sehabla con nerviosismo de falta de “transpa-rencia” y “déficit democrático”.

En respuesta a este triple desafío –am-pliación, eficacia y legitimidad–, políticoseuropeos como Joschka Fischer, ministroalemán de Exteriores, Jacques Chirac, TonyBlair y los primeros ministros belga y fin-landés empezaron, ya antes de Niza, a pro-mover sus ideas sobre el futuro de Europa6.Ahora, en una declaración anexa al Tratadode Niza, los dirigentes de la UE exigen for-malmente “un debate más amplio y pro-fundo sobre el futuro de la Unión Europea”en el que participen “todos los que reflejan

4 Véase ‘Larga vida a Rutenia’, en mi Historia delpresente: Ensayos, retratos y crónicas de la Europa de los90 (Tusquets, 2000). Otros posibles candidatos po-drían ser una Escocia independiente, el País Vasco,Cataluña y el enclave ruso de Kaliningrado. En unaentrevista reciente para el periódico alemán Bild amSonntag, el presidente de Israel sugería que Israel de-bería incorporarse a la Unión Europea. Marruecos lle-gó a presentar su solicitud en 1987, pero fue cortés-mente rechazado con la explicación de que no es unEstado europeo. Sin embargo, el rey marroquí volvióanimosamente a plantear la idea durante una visita deEstado a Francia el año pasado.

5 Pero adviértase que el Tratado de Niza todavíadebe ser ratificado por 15 parlamentos nacionales.

6 Muchos de los discursos están recogidos afortu-nadamente en The Future Shape of Europe, editadopor Mark Leonard (Foreign Policy Centre, Londres,2000).

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la opinión pública, en concreto los círculospolíticos, económicos y universitarios, losrepresentantes de la sociedad civil, etcéte-ra”. Está previsto que el proceso culmine enotra conferencia intergubernamental en2004, que dará pie a otro tratado.

Aunque en esa declaración no se men-ciona la palabra “constitución”, casi todoslos afectados aceptan que estamos ante undebate constitucional. Existe una propuestaseria de reunir, bajo los auspicios de laUnión, una especie de versión europea dela Convención de Filadelfia de 17877. Entodas las ocasiones anteriores en las que laUE ha hecho introspección, se suponía quela integración europea era una marcha deduración indeterminada hacia una “unióncada vez más estrecha”, mencionada, perono definida, en el Tratado de Roma de1957. Era un viaje hacia un destino desco-nocido. Ahora, muchos dirigentes europeos–aunque no todos– sienten que ha llegadoel momento de intentar definir ese destinoy dar forma a lo que los franceses llaman lafinalité européenne. En pocas palabras, seconvoca a Europa a su Filadelfia.

La ex secretaria de Estado norteameri-cana, Madeleine Albright, dijo en una oca-sión, al parecer, que para entender la UniónEuropea hay que ser un genio o francés.Sin embargo, incluso un genio francés –unartículo del que las instituciones europeas,tradicionalmente, han estado bien pro-vistas– tiene dificultades para explicarhoy la UE.

Los países que solicitan la adhesión seencuentran con unas 80.000 páginas –lalongitud exacta depende del idioma– delllamado acquis communautaire [el acervocomunitario], que Timothy Bainbridge,especialista británico en asuntos de laUnión, define como “toda la serie deprincipios, políticas, leyes, prácticas, obli-gaciones y objetivos que se han aprobadoo se han desarrollado dentro de la UniónEuropea”, y que incluyen los tratadosaprobados a lo largo de 50 años, con to-das sus sucesivas revisiones, reordenacio-nes y desarrollos legales y burocráticos8.Los documentos de la UE están llenos desiglas y términos en abreviatura, y muchasveces hacen referencia al agradable lugar

de reunión en el que los diplomáticos lle-garon a un determinado acuerdo: “Reu-niones de Gymnich” y “Tareas de Peters-berg” (por unos castillos de Alemania),“Procedimiento de Villa Marlia” (por unavilla en Italia), etcétera. Cualquier intentode trazar una división clara entre el PoderEjecutivo, el Legislativo y el Judicial, co-mo en el modelo estadounidense, estácondenado al fracaso. Por ejemplo, lastres instituciones centrales de la Comuni-dad Económica Europea original (la Co-misión Europea, cuyos miembros son de-signados por los Gobiernos de la Unión yconfirmados por el Parlamento Europeo;el Consejo de Ministros, que reúne a losrepresentantes políticos y diplomáticos delos Estados miembros, y el ParlamentoEuropeo, escogido por sufragio directo)son partes esenciales del complejo procesopor el que la UE elabora unas leyes euro-peas que tienen prioridad sobre la legisla-ción nacional. En este sentido, todos esosorganismos son la legislatura europea.

De igual modo, cualquier intento decaracterizar un solo “método de laUnión” se ve frustrado por el hecho deque, desde el Tratado de Maastricht, laUnión Europea (nombre que adoptó en-tonces) ha dispuesto de otros dos “pila-res”, además del “primer pilar” de la vie-ja comunidad económica. El segundo pi-lar, el de una política exterior y deseguridad común, y el tercero, el de jus-ticia e interior, utilizan métodos muy di-ferentes y, en general, se basan en unacooperación más directa entre los Go-biernos nacionales: el “interguberna-mentalismo”, en la jerga.

Se suponía que el símil de los “pila-res” debía conjurar la imagen de un tem-plo griego clásico. Sin embargo, cuandouno advierte que los pilares no son igua-les y se da cuenta de todos los demásedificios y anexos –la Unión Económicay Monetaria (responsable de la eurodivi-sa; formalmente, dentro del primer pilar,pero con su propio Banco Central Euro-peo Independiente, en Francfort), el Co-mité Económico y Social en Bruselas, elTribunal de Cuentas y el Banco Europeode Inversiones en Luxemburgo, pornombrar sólo unos cuantos–, el resulta-do parece más bien un castillo estrambó-tico situado en lo alto de la colina, alque se han ido añadiendo elementos conarreglo al estilo de cada generación suce-siva: aquí un muro medieval, ahí una to-rre barroca, aquí una pequeña locura gó-tica. Tal vez Europa era la única capaz deproducir una cosa tan compleja en sólo50 años.

La forma tradicional de entrar en“el debate europeo” es proponeruna serie de modificaciones en la

“arquitectura” de este intrincado castillo ycoronar el nuevo diseño con algún térmi-no o lema pegadizo. Así, Joschka Fischerpropone una “Federación Europea”, Jac-ques Chirac dice que necesitamos “nounos Estados Unidos de Europa, sino unaEuropa Unida de Estados”, y el lema deTony Blair es “una superpotencia, no unsuperestado”. Habrá muchas más aporta-ciones como éstas de aquí al año 2004.

Yo, por el contrario, voy a hacer 10observaciones en busca de un argumento.

1. La cuestión de la lengua es, al mismotiempo, la más técnica y la más funda-mental. Hoy, la UE tiene 11 lenguas ofi-ciales. La fórmula para determinar el nú-mero total de combinaciones de idiomaspara la interpretación es n2-n, por lo quela cifra actual es 110. El Parlamento Eu-ropeo se parece ya mucho a Babel. Inclu-so las salas de comisiones cuentan con undespliegue impresionante de cabinas deintérpretes. Alrededor de la cuarta partedel personal del Parlamento pertenece alos servicios lingüísticos, que incluyen latraducción de todos los documentos. En1999 se calculaba que un día entero deinterpretación en el Consejo costaba640.000 euros (más de 100 millones depesetas).

Si suponemos, con optimismo, que laRepública Checa y Eslovaquia estuviesende acuerdo en que no es necesario tradu-cir el checo al eslovaco ni viceversa, unaUE de 27 Estados miembros tendría 22idiomas, lo cual, con el cálculo de n2-n,produce una combinación total de 462.Si se ofreciera interpretación entre todosellos, los costes, sólo en el Consejo, seríanaproximadamente de un millón de dóla-res diarios; y habría que contar con otromillón para el Parlamento. Con 35 idio-mas, habría 1.090 permutaciones.

La solución más clara es hacer que elinglés –que habla en la actualidad, al me-nos, el 55% de los ciudadanos de la UE–sea la lengua de trabajo de la Unión, co-mo lo era el latín en la Europa medieval.Pero tiene algún inconveniente; el prime-ro es que resulta que los ingleses (con unaabsoluta falta de consideración) hablaninglés. El latín medieval era la lengua detodos y de nadie, pero aquí la UE estaríaotorgando un privilegio especial a la len-gua viva y materna de uno de sus Estadosmiembros más grandes y más enfrenta-dos. Digo “los ingleses” de forma cons-ciente. Los escoceses, galeses e irlandeses,

T IMOTHY GARTON ASH

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7 Filadelfia y, en general, la comparación con Esta-dos Unidos son el punto de partida del libro de LarrySledentop Democracy in Europe (Columbia UniversityPress, 2000). La edición británica, publicada la prima-vera pasada por Penguin, ha tenido enorme influenciaen el “debate europeo”.

8 Véase la excelente guía de la Unión Europea deTimothy Bainbridge (Penguin, segunda edición,1998).

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que también hablan inglés, pero son me-nos numerosos y menos euroescépticos,no representarían el mismo problema.

El segundo inconveniente es que, detodas formas, los franceses dirían “non”,los alemanes insisten en que el suyo es elidioma materno del grupo más grandedentro de la Unión, y otros países europe-os también defienden sus lenguas. Esteproteccionismo lingüístico tiene una ra-zón poco apropiada, que es la defensa delprestigio nacional. Y otra razón válida: esverdad que resulta difícil decir exacta-mente lo que se quiere en otro idioma.Como observó Friedrich Schleiermacher,“cada lengua constituye un modo de pen-samiento concierto, y lo que se piensa enuna nunca puede repetirse en otra”.

Más importante todavía es saber si sepuede administrar una democracia parti-cipativa en un idioma extranjero y en 22idiomas distintos. John Stuart Mill pensa-ba que no. Países como Suráfrica e Indialo están intentando. Si la UE no fueramás que una organización internacional,podríamos llegar al acuerdo de emplear,por ejemplo, seis lenguas de trabajo, co-mo en Naciones Unidas. Contamos conque los diplomáticos puedan trabajar enotros idiomas. ¿Pero unos políticos elegi-dos? ¿Los ciudadanos corrientes? La polí-tica democrática no es como los negocioso la diplomacia. Necesita palabras con lasque la gente se sienta cómoda.

2. Mientras tanto, ¿qué es “el debate eu-ropeo”? Es una discusión entre un peque-ño grupo entresacado de las clases diri-gentes nacionales. No existe un demos eu-ropeo, un “nosotros, el pueblo”. Noexisten verdaderos partidos políticos euro-peos. Los intentos de periódicos, revistaso canales de televisión transeuropeos tie-nen escasa resonancia. Si quiero llegar alpúblico intelectual europeo con la mayoramplitud posible, la mejor forma es escri-bir un ensayo para The New York Reviewof Books. En el caso de un artículo máscorto, The International Herald Tribune,Financial Times o la laboriosa tarea de co-locar una pieza en 20 periódicos naciona-les distintos; en televisión, probablemen-te, CNN o BBC World, y no cadenasconscientes europeas como Euronews oArte.

El llamado debate europeo asume for-mas distintas en diferentes países, aunqueun debate nacional puede influir en otro.Por ejemplo, a los euroescépticos danesesles preocupa que la UE reduzca sus gene-rosas disposiciones en materia de bienes-tar social, mientras que los euroescépticos

británicos temen que la UE les impongadisposiciones como las danesas a una eco-nomía británica liberalizada. No obstante,los euroescépticos británicos ayudaron afinanciar la campaña danesa del “no” aleuro, en el referéndum celebrado el pasa-do otoño, y se alegraron de su triunfo.

Los iniciados del sancta sanctorumeuropeo se reúnen en conferencias, se le-en mutuamente en libros y artículos,mantienen correspondencia tradicional oelectrónica, pero ese grupo de “nosotros”europeos es una parte minúscula inclusoen relación con las clases dirigentes na-cionales. Los funcionarios que están ela-borando el Libro Blanco del Gobiernoeuropeo para la Comisión Europea in-tentan utilizar Internet con el fin de ge-nerar un debate más amplio sobre laspropuestas para la reforma de la UE: unaFiladelfia virtual. Algunos confían en quela introducción de los billetes y monedasde euro en toda la zona de la monedaúnica, a partir de enero de 2002, sea ungran estímulo para la conciencia paneu-ropea. Ya veremos. Por ahora, se trata dever si, por lo menos, podemos lograr undebate auténticamente transeuropeo delas clases dirigentes.

3. Bruselas –sinónimo de la UE y capitalautodesignada de Europa– ilustra a laperfección el abismo entre las clases diri-gentes y la vida “por debajo, donde está lagente”, como expresó de forma memora-ble en una ocasión el papa Juan Pablo II.

Bruselas es un lugar en el que hom-bres y mujeres enormemente preparados,políglotas y procedentes de los ambientesmás variados (un tecnócrata francés, unex gobernador de Hong Kong, alguienque, de estudiante, luchó contra Franco)intentan conciliar intereses nacionales yformas de pensar nacionales con la bús-queda de un interés más amplio y co-mún. Es asimismo la capital de un paísque casi se ha desintegrado en el conflictoentre sus zonas de habla francesa y de ha-bla flamenca (es decir, neerlandesa), Valo-nia y Flandes. Las escuelas y universida-des de unos y otros están totalmente se-paradas. Los francófonos que viven enFlandes no tienen derecho a una educa-ción en francés ni a tratar con la Admi-nistración local en su lengua materna. Mecontaron de una ocasión en la que a unautobús escolar que llevaba a niños francó-fonos a la escuela al otro lado del límite, enValonia, no se le permitió ni siquiera dete-nerse en el pueblo flamenco en el que vi-vían. A los países del este de Europa quesolicitan la adhesión a la UE se les critica-

ría severamente por semejante despreciohacia los derechos de las minorías y –se-gún les dirían– los valores europeos.

Al lanzar el “gran debate” sobre el fu-turo de la Unión Europea en Bruselas, elpasado mes de marzo, el presidente de laComisión Europea, Romano Podri, dijoque Bélgica “podía considerarse un mode-lo para Europa”9. Seguro.

4. Sean cuales sean los elementos transeu-ropeos en este debate, la naturaleza del tra-tado “constitucional” que surja de la confe-rencia intergubernamental de 2004 depen-derá del equilibrio de fuerzas entre losGobiernos nacionales en ese momento. Se-rá un reflejo de todo, desde las conviccio-nes personales de los dirigentes naturales ylas relaciones bilaterales hasta los cálculoselectorales de cada país, los grupos de pre-sión, los pactos entre bastidores y la com-petencia o incompetencia de sus funciona-rios. Igual el Tratado de Niza, igual que to-dos los tratados anteriores en la historia dela UE, el nuevo pacto será una instantáneadel equilibrio que haya entre las partes ri-vales la noche del acuerdo definitivo.

Tradicionalmente, el concierto entreFrancia y Alemania ha inclinado siempre ladiscusión. Ahora, el eje franco-alemán, esa“pareja” está debilitado: un hecho confir-mado de forma concluyente por la frecuen-cia con la que los líderes franceses y alema-nes aseguran que no lo está. Reconocer losacontecimientos de 1989 incluye aceptarque la Alemania unida es más grande y másrica que cualquier otro Estado miembro.En Niza, Francia logró conservar una pari-dad formal con Alemania en “votos ponde-rados” dentro del Consejo, a pesar de queAlemania tiene 82 millones de habitantes yFrancia 59 millones. Pero esa diferencia depoblación se refleja en otra parte de la com-pleja fórmula de votación10, y Alemania

LA ORQUESTA EUROPEA

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9 ‘Le gran débat sur l’avenir de l’Union européen-ne a été lancé à Bruxelles’, Le Monde, 9 de marzo de2001.

10 Estos “votos ponderados” afectan a las áreas po-líticas (ampliadas todavía más en Niza) en las que lasdecisiones se toman, en el Consejo de Ministros, me-diante una votación de mayoría cualificada; lo cualsignifica que un Estado concreto puede perder unavotación. Después de Niza, la compleja fórmula con-siste en que para tomar una decisión se necesitan 169votos ponderados (de los que Alemania, ahora, tiene29, como Francia, Gran Bretaña e Italia), dos terciosde los Estados miembros y el 62% de la población dela UE, un porcentaje mayor, a petición de Alemania,que el 58% anterior. El cálculo crucial es el de la “mi-noría de bloqueo”. Alemania, por sí sola tiene más dela mitad de la minoría de bloqueo necesaria, un 38%de la población actual de la Unión, aunque esa pro-porción, desde luego, irá disminuyendo a medida quela Unión se amplíe.

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T IMOTHY GARTON ASH

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tiene más escaños que los demás en el Par-lamento. Se suele decir que la incorpora-ción a la UE de los vecinos orientales deAlemania, los países de Europa Central ydel Este, fortalecerá todavía más la posi-ción alemana. Desde luego, los estrechoslazos económicos y las relaciones políticasque la República Federal se ha esforzadoen desarrollar con los países del Esteapuntan en esa dirección. Pero las nacio-nes con recuerdos dolorosos del dominioalemán también buscarán otros sociospara servir de contrapeso a dicho país.En todo caso, hoy, Alemania es ya primusinter pares.

El dato político más importante en laUE actual es que el canciller socialdemó-crata y el ministro verde de Exteriores dela República Federal (Bundesrepublik) deAlemania defienden una Europa federal.Proponen que se especifiquen con clari-dad, en una constitución europea, los dis-tintos poderes correspondientes a las ins-tancias europeas, nacionales y regionales(o de Estados federales, como en el casode los Länder alemanes), con especial én-fasis en la descentralización; los Länderpresionan también en este sentido. Delmismo modo que otros “conciben Euro-pa” desde una perspectiva típicamenteholandesa, o española, o italiana, los líde-res alemanes tienden –como ha observadoel primer ministro italiano, GiulianoAmato– “a ver el futuro de Europa comouna especie de gran Bundesrepublik”11.

Francia no sabe qué pensar y, de to-dos modos, está paralizada por la cohabi-tación entre el presidente gaullista Chiracy el primer ministro socialista, Lionel Jos-pin, que seguramente se presentará contraél a las elecciones presidenciales del próxi-mo año. Sólo entonces se aclarará la pos-tura francesa… tal vez. Con el reelegidoTony Blair este mes de junio, Gran Breta-ña tendrá que decidir si quiere unirse a laZona Euro y, por consiguiente, desempe-ñar un papel más importante en el debateconstitucional. No sabemos qué Gobier-nos habrá en Italia y España en 2004.

Por ahora, la mayoría de los Estadosmiembros de tamaño medio y pequeñosuelen preferir los métodos tradicionalesde la vieja Comunidad Económica Euro-pea, arreglárselas con el triángulo de laComisión, el Consejo y el Parlamento.Sospechan que el “intergubernamentalis-mo” que defienden en la actualidad GranBretaña, Francia y España es una formade que los grandes lleguen a acuerdos aespaldas de ellos. (En una manifestación“por una constitución federal para Euro-pa”, con ocasión de la Cumbre de Niza,vi a gente que llevaba unas figuras rudi-mentarias de madera, parecidas al perso-naje que se quema en la hoguera en lafiesta inglesa de Guy Fawkes. En este ca-so, las odiadas figuras tenían unos letrerosque decían Intergouvermentalismo e Inter-gouvernementalismus). Curiosamente, elmayor país, Alemania, sobresale comoprotector de los más pequeños.

Está además el interrogante de quécomportamiento tendrá la primera oleadade nuevos miembros, sobre todo Polonia,

que tiene el tamaño de España. Recién re-cobrada su soberanía, tras décadas de su-bordinación a la Unión Soviética, ¿semostrarán recelosos –como esperan loseuroescépticos ingleses– de cederla a laUnión Europea? O, por el contrario,¿tendrán el entusiasmo europeísta del ne-ófito, con la convicción –como los irlan-deses– de que una mayor integración eu-ropea no amenaza su independencia, sinoque la refuerza? Tengo el presentimientode que, a pesar de los esfuerzos de esemodelo de thatcherismo checo que es Va-clav Klaus, Europa Central será más irlan-desas que inglesa.

No obstante, tiene poco sentido in-tentar adivinar en 2001 cómo será esecomplejo equilibrio internacional en2004. Lo que sí podemos hacer es esbo-zar una gama de resultados posibles yprobables.

5. “La paz imposible, la guerra improba-ble”: con estas famosas palabras resumíaRaymond Aron la guerra fría. Al hablarde la Unión Europea a principios del sigloXXI, yo diría: “La unidad imposible, elfracaso improbable”. Por supuesto, “uni-dad” significa cosas distintas en diversaslenguas europeas. Pero casi nadie habla deunos “Estados Unidos de Europa” comohace 10 años. El aumento y la diversidadcreciente de Estados miembros hacen ca-da vez más improbable un acuerdo de esetipo. El presupuesto anual de la UE debesuponer un gasto inferior al 1,27% delPIB total de la Unión hasta 2006, y losEstados miembros parecen poco inclina-dos a cederle más. ¡Vaya federación!

Normalmente, la unidad surge fren-te a una amenaza externa o gracias agrandes estímulos de fuera. Sobre losgrandes “padres fundadores” occidenta-les de la Comunidad Europea en losaños cincuenta –Jean Monnet, KonradAdenauer, Alcide de Gasperi– se cerníala sombra de una trinidad aún mayor:Hitler, Stalin y Truman. El espantosorecuerdo de la II Guerra Mundial, laamenaza soviética inmediata y el estí-mulo directo de los norteamericanos sir-vieron para catalizar la unidad de Euro-pa. Ahora, el recuerdo de la guerra se hadesvanecido. Las amenazas de los Esta-dos irresponsables, el terrorismo interna-cional o (presuntamente) el “mundo is-lámico” no pueden compararse con elantiguo peligro soviético. Y, como noshan mostrado las reacciones norteameri-canas ante la propuesta de la Fuerza deReacción Rápida europea, Estados Uni-dos es ambivalente.

11 Citado en The Future Shape of Europe, editadopor Mark Leonard.

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El “fracaso improbable” es una afir-mación más arriesgada. Al fin y al cabo,todos los intentos previos de alianza, coa-lición, entente, imperio, comunidad ounión monetaria de Estados europeos hanfracasado tarde o temprano. La UE es di-ferente debido a su estrecho engranaje decooperación habitual y sus numerososmecanismos permanentes e institucionali-zados para resolver los conflictos. No esya un concierto europeo que se reúne devez en cuando en un Congreso de Vienao de Berlín, sino una orquesta de Europaestable, que se reúne y toca unida todo eltiempo. Además, la mayoría de las estruc-turas anteriores fracasaron porque un Es-tado europeo intentaba dominar a los de-más, ser hegemónico. La UE, en cambio,es un orden sistemáticamente no hegemó-nico de Estados europeos. Alemania es lamayor potencia, pero no es hegemónica.

6. Entre la unidad imposible y el fracasoimprobable se encuentra todo lo que tie-ne probabilidades de suceder de aquí acinco o diez años. La UE no logrará tenernada parecido a la Constitución de Esta-dos Unidos. Según la constelación queexista en 2004, podría llegar a un docu-mento casi constitucional que especifique–en un lenguaje que no exija tener undoctorado en Estudios Europeos paracomprenderlo– quién hace cada cosa ypor qué. (Una sugerencia es que el pa-limpsesto actual de tratados se divida endos: la parte fundamental, “constitucio-nal”, y el resto). La alternativa es una con-tinuación del pragmatismo evolutivo, enun proceso que añada cada vez más frag-mentos al edificio estrambótico, a peti-ción de distintos Estados miembros o di-versas instituciones europeas y escudán-dose tras una bandera de coherenciameramente declarativa.

El Tratado de Niza expresa las condi-ciones para que pueda establecerse for-malmente una “cooperación más estre-cha” entre grupos más reducidos de Esta-dos, tal como se ha hecho en la prácticadurante años, en determinadas áreas quevan desde la abolición de los controlesfronterizos a la unión monetaria. Un se-gundo abanico de posibilidades, por tan-to, consiste en qué Estados concretos vana intervenir en cada actividad de la UE.En un extremo de dicho abanico está unmodelo imaginario, que aún defiendenalgunos autores franceses y alemanes, de“círculos concéntricos”. En el “núcleo” es-tá un círculo de Estados, encabezados porFrancia y Alemania, que participan en to-das las actividades de la Unión, desde la

moneda común hasta la defensa común.Los círculos externos comprenden Esta-dos, como Gran Bretaña, Finlandia o Po-lonia, que sólo participan en algunas. Enel otro extremo de la gama estaría un mo-delo amplio y policéntrico de numerososgrupos distintos de Estados que se agru-pan en una “cooperación más estrecha”para diversos fines –defensa, cooperaciónambiental, unión monetaria–, pero sinningún círculo central claro. El primermodelo tiene el riesgo de fracasar por laclásica reacción europea contra una po-tencia o una alianza que intenta ser domi-nante; el segundo modelo es el fracaso.

La solución más probable estará amedio camino entre ambos extremos. To-dos los Estados miembros, viejos y nue-vos, se comprometerán a realizar ciertasactividades fundamentales, sobre todo lasque antes correspondían a la ComunidadEconómica Europea: el mercado único,que pretende garantizar la libre circula-ción de bienes, personas, servicios y capi-tal en todos los países miembros (las “cua-tro libertades” de la UE); la política decompetencia, que pretende lograr un “te-rreno equitativo” en ese mercado único;las negociaciones comerciales en nombrede los Estados miembros con EstadosUnidos y el resto del mundo; y así sucesi-vamente. Sin embargo, habrá otros círcu-los de “cooperación más estrecha” que sesuperpondrán con el núcleo central. Porejemplo, Gran Bretaña podría estar en elcírculo de la defensa pero no en el deabolición de fronteras, basado en el acuer-do de Schengen de 1985. Austria o Fin-landia podrían estar en este último perono en el anterior. La pregunta más difíciles si, a largo plazo, el círculo de la mone-da única podrá ser distinto del núcleoeconómico. Si no es así, es preciso empe-zar a prever una unión monetaria de másde veinte naciones-Estados diferentes.¿Podrá funcionar?

7. Se ha sugerido que, para que haya máslegitimidad, es necesaria más “transparen-cia” en las instituciones europeas. O másdemocracia. O que la UE se dedique visi-blemente a hacer más cosas cercanas a laexperiencia de la gente de la calle: quecontribuya a tener playas más limpias,mejores carreteras, etcétera. O que im-ponga menos normativas de las que inter-fieren en la vida cotidiana e irritan a la gen-te en toda Europa. (Hace un par de años,oí quejarse a un profesor italiano de que losexcesos normativos de la UE habían estro-peado los vinos y quesos italianos tradicio-nales, porque exigían normas de higiene

innecesariamente estrictas para su fabrica-ción. Dicho profesor italiano es en la ac-tualidad presidente de la Comisión Euro-pea, el órgano al que suelen achacarse –amenudo, sin razón– tales injerencias bu-rocráticas).

Sospecho que la clave fundamentalpara incrementar la legitimidad y lograrque la UE siga funcionando con tantos ytan distintos miembros es que haga me-nos cosas pero las haga mejor. Por desgra-cia, no existe ninguna institución impor-tante dentro de la Unión que esté intere-sada en lograr que haga menos. Toda lahistoria de las instituciones de la UE haconsistido en ir añadiendo tareas, comi-tés, puestos de supervisión, áreas de parti-cipación; todo ello, justificado por los ob-jetivos de lograr “una unión cada vez másestrecha” y “hacer más por los ciudada-nos”, y aprobado por los Estados miem-bros con arreglo al principio de que “si túaceptas mi añadido, yo aceptaré el tuyo”.El Tratado de Niza, por ejemplo, crea unComité de Protección Social encargadode “vigilar la situación social” en los Esta-dos miembros. ¿Una tarea concreta yesencial?

En una versión europea de la ley deParkinson, la Comisión, el Consejo y elParlamento crean todo el tiempo más tra-bajo para sí mismos. En algún lugar deesas 80.000 páginas de Acquis commu-nautaire hay siempre un artículo de untratado o una resolución de una cumbreque justifican un nuevo proyecto. Pero losGobiernos nacionales no son mucho me-jores. Los seis meses de cada presidencianacional de la UE suelen lanzar un nuevotema: la Europa de la cultura, del depor-te, de la nueva economía, de lo que sea.(El año 2001 es “el año europeo de losidiomas”). Las reuniones bilaterales entredirigentes nacionales, cada vez más fre-cuentes, producen lo que el comisario eu-ropeo Nel Kinnock llama el “surtido defin de semana” de iniciativas europeas bi-laterales. Y, por último, pero no menosimportante, está la mala costumbre habi-tual de que los Gobiernos nacionales obli-guen a la UE a introducir medidas queconsideran necesarias pero saben que van aser impopulares en su país: por ejemplo,costosas normas para luchar contra la con-taminación. Entonces pueden darse lavuelta y echar la culpa a “Bruselas”.

Un remedio puede ser la existencia deun Senado Europeo, una segunda cámaradel Parlamento, compuesta, bien por se-nadores directamente elegidos, bien porparlamentarios nacionales, y que sólo sereúna unas cuantas semanas al año. Ten-

LA ORQUESTA EUROPEA

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dría que hacer respetar el cacareado prin-cipio de “subsidiaridad”: que las decisio-nes hay que tomarlas en el nivel más bajoposible, siempre que sea compatible conuna acción eficaz. Después de examinaralguna cosa que haya hecho la UE conarreglo a un “catálogo de competencias”constitucional o casi constitucional (en elámbito europeo, nacional, estatal o regio-nal), podría decir, por ejemplo: “La UEno debe involucrarse en este asunto deenseñanza secundaria, pero sí debe hacermás en ese problema ambiental”. A dife-rencia de un tribunal supremo europeo,esta segunda cámara contaría con una le-gitimidad democrática directa. Ahorabien, crear una institución más es una ex-traña forma de empezar a racionalizarse:sumar para restar. ¿No acabaría siendopresa también del europarkinsonismo?

8. Vista de cerca, Bruselas posee su propiodrama particular y callado: personas dedistintas nacionalidades, históricamenteenfrentadas, que luchan a diario para su-perar los intereses nacionales y los modosde pensar nacionales, reforzados con lasarmas lingüísticas; es decir, que se esfuer-zan para lograr esa cosa tan misteriosa quees ser europeos. Pero no proporciona nin-guna emoción pública. Lo más cercano aun teatro político son las cumbres impor-tantes como la de Niza, pero se conside-ran, en general, combates de esgrima di-plomáticos. Larry Sledentop, autor de laestimulante Democracy in Europe, recuerdaque el pasado otoño, cuando asistía a unaconferencia sobre el futuro de la UE, ad-virtió que lo único de lo que querían ha-blar todos en la pausa para el café eran laselecciones presidenciales de Estados Uni-dos, y que todos estaban apasionadamentependientes de las perforaciones de Florida.

Toda política nacional tiene su com-ponente de espectáculo público, y Esta-dos Unidos tiene más que la mayoría. Eu-ropa no lo tiene. Aunque algunos euro-peos muestren la bandera de la Unión enlas matrículas de su coche, hay pocas hue-llas más que denoten inspiración, simbo-lismo, mística o lo que Walter Bagehot, alescribir sobre la constitución británica,denominaba simplemente “magia”.

Para la mayoría de los europeos, la UEes aburrida. Y ese gran aburrimiento espeligroso para el proyecto global, y puedelimitar sus posibilidades. Es posible que elpróximo año haya algún entusiasmo porparte de los consumidores europeos con laintroducción de los billetes de euro y laoportunidad de comparar precios fácil-mente de un país a otro. Pero la combina-

ción de una complejidad institucional in-concebible y la falta de una esfera públicatranseuropea hace que sea poco probablela existencia de espectáculo ni mística entorno a las instituciones europeas en unfuturo próximo. Europa tendrá que arre-glárselas para salir adelante sin ellos.

9. Algunos europeos esperan –y algunosnorteamericanos temen– que la Unión Eu-ropea se convierta en una superpotencia.Una opinión, todavía generalizada enFrancia, es que Europa debe ser una super-potencia que rivalice con Estados Unidos.Otra, más extendida en Alemania y GranBretaña, es que debe ser un socio poderosode Estados Unidos. Sobre el papel, una UEampliada será todavía mayor y más fuerte.Pero Europa no será una superpotencia.En un futuro inmediato, no tendrá capaci-dad de centrar la voluntad política, respal-dada por el poder económico y militar, pa-ra proyectar su poder de forma concentra-da más allá de sus fronteras.

Por ahora, parece que a los Estadosmiembros de la UE les resulta difícil in-cluso lograr el modesto objetivo de contarcon 60.000 soldados bien equipados, en-trenados y dispuestos al despliegue para laFuerza Europea de Reacción Rápida. Setrata de una fuerza que, llegado el caso,podría sacar a unos europeos de un paísafricano en situación complicada, o paraotras tareas menores en otros lugares. Noes probable que pueda hacer más cosaspor sí sola. Es posible que, en las viejasnegociaciones comerciales, la UE sea unapotencia tan importante como EstadosUnidos. Pero eso no es lo que caracterizaa una superpotencia. Cuando se trata dela política exterior, la respuesta a la famo-sa pregunta que, según algunos, hizoHenry Kissinger –“me habla usted de Eu-ropa, pero ¿me puede decir a qué númerotengo que llamar?”– está clara. Europa si-gue siendo una llamada a larga distancia.

10. Una Europa que tenga la esperanzade ser una superpotencia unitaria será co-mo la sirenita que quería ser una mujer,en el cuento de Hans Christian Andersen:los pies le dolían todo el tiempo porque,en realidad, debían ser aletas. Pero no tie-ne por qué ser desgraciada. Sólo tiene quesaber quién es.

Europa es una formidable comunidadeconómica. Es, cada vez más, una comu-nidad de derecho europeo común. Puedeque la UE no sepa proyectar poder o se-guridad, pero en este último sentido esuna comunidad, un grupo de Estados alos que les resulta impensable resolver sus

diferencias por medios que no sean pacífi-cos. Y la mayoría de los demás países delcontinente desean entrar en ella. Además,si bien está muy lejos de ser una democra-cia directa, o de tener probabilidades dellegar a serlo, es una comunidad de de-mocracias. Dichas democracias, aunquesea de forma imperfecta, controlan y, portanto, legitiman su funcionamiento. Encomparación con el pasado europeo –y elpresente de los Balcanes–, hay muchas ra-zones para sentirse satisfechos.

Si buscamos una estructura coheren-te, racional, transparente y democrática,la Europa de 15 Estados nos decepciona-rá, y la de 27 lo hará todavía más, segura-mente. En cambio, no será así si la consi-deramos un proceso en vez de una estruc-tura, un método en vez de una obraarquitectónica. Y podemos ser muchomás optimistas sobre la posibilidad deque una Europa de 27 o 37 siga funcio-nando. Parafraseando la famosa frase deChurchill sobre la democracia: ésta es lapeor Europa posible, a excepción de todaslas demás Europas que se han intentadoen diversas ocasiones.

Estos comentarios no constituyen unargumento global, ni mucho menos un di-seño para Europa. No obstante, sí sugierenuna respuesta a la pregunta que planteabaal principio. Europa, en realidad, nunca se-rá Europa, porque se está convirtiendo enEuropa. Pero eso no significa que tengaque volver a ser de nuevo Europa. n

[Estoy muy agradecido a Kalypso Nicolaidis, Joa-chim Fritz-Vannahme, Michael Mertes, HelenWallace y William Wallace por sus comentariossobre el primer borrador de este ensayo].

© NYREV, Inc. 2001. Publicado con la autoriza-ción de The New York Review of Books.

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Timothy Garton Ash es periodista e historiadorbritánico. Autor de Historia del presente.

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NI POLÍTICA NI JUSTICIASobre los déficit del sistema democrático

ROBERTO GARGARELLA

l sistema político representativo1 pa-dece graves problemas estructurales,que ayudan a explicar el creciente de-

sencanto que (según asumiremos) actual-mente expresa la ciudadanía en relacióncon las autoridades políticas y judiciales.En nuestra opinión, las causas que explicandicho desencanto son variadas, pero tresde ellas merecen destacarse muy especial-mente. Nos referimos a la sociología polí-tica, los presupuestos epistémicos, y la con-cepción de la democracia que informan anuestro sistema institucional. A continua-ción, nos detendremos en el análisis de ca-da uno de los factores mencionados.

1. La sociología política del sistema representativoEn los orígenes del constitucionalismo, fuecomún que se describiera a la sociedad comodividida en pocos y bien definidos gruposcon intereses claramente divergentes entre síy una composición interna homogénea. Estaforma de pensar la sociedad tuvo un particu-lar impacto en la llamada “Constitución mix-ta” inglesa, que procuraba situar dentro deun mismo ordenamiento político a los dis-tintos órdenes de la sociedad. Con la preten-sión efectiva de dar cabida institucional a “to-da” la sociedad, se pensó entonces en reservarun lugar especial para cada una de las partesde la misma. Se hizo un esfuerzo especial, en-tonces, para que la realeza, la aristocracia y elpueblo contaran con un espacio institucionalformal, de modo tal que representantes detales sectores se encargaran, directamente, del

cuidado de sus propios intereses. Esta postu-ra, enormemente influyente desde entonces,presumía que ninguno de tales grupos cum-pliría una tarea adecuada custodiando los in-tereses de los demás grupos; y además, que losrepresentantes de cada uno de tales grupos‚actuando de un modo egoísta, sabrían cuidarde los intereses de todos los demás sujetospertenecientes al mismo grupo: protegiéndo-se a sí mismos –se asumía– dichos individuosprotegían los intereses de todos sus pares. Lavisión social dominante entre los sectores pri-vilegiados era, así, la de una sociedad exage-radamente simple (en cuanto a sus divisioneselementales) y fundamentalmente homogé-nea (dada la radical uniformidad que se asu-mía al interior de cada uno de estos grupos).A partir de esta simplificada sociología polí-tica, el sistema representativo elaborado re-sultaba de algún modo atractivo, ya que pro-metía dar cabida a “toda” la sociedad, a partirde la selección de unos pocos miembros decada uno de los pocos grupos en que se con-sideraba dividida la sociedad. El sistema re-presentativo auguraba, entonces, un hori-zonte de “plena” representación.

En los orígenes de Estados Unidos co-mo nación independiente, la sola mencióndel ejemplo de la “Constitución mixta” in-glesa causaba escalofríos, como todo lo quetuviera que ver con aquel país, del cual sehabía dependido políticamente duranteaños. Casi todos los convencionales consti-tuyentes norteamericanos se cuidaron mu-cho de cualquier mención del caso inglés,aun en las sesiones secretas de la conven-ción. Sin embargo, y a pesar de ello, el ejem-plo de la “Constitución mixta” inglesa apa-recía muy frecuentemente en la imagina-ción de los constituyentes. De allí que, másallá de las abiertas críticas que se dirigierancontra el mismo, el modelo constitucionalbritánico terminó imprimiendo su huellaen la Constitución de Estados Unidos.

Partiendo de supuestos similares a los desus colegas ingleses, James Madison y Ale-

xander Hamilton, entre tantos otros, hicie-ron explícita, cada vez que pudieron, su cer-teza de que la sociedad norteamericana era,también, una sociedad fundamentalmentehomogénea y “quebrada” (en este caso) endos secciones principales: el grupo de lospropietarios y el de los no-propietarios. Ma-dison se refirió a tales sectores de distintasmaneras. Habló entonces de los “acreedo-res” y los “deudores”, de los “ricos” y los “po-bres”, de los “mercaderes” y los “granjeros”;de la “mayoría” y la “minoría”2. Una buenaConstitución, en su opinión, debía ocuparsede dar cabida a ambas facciones, de modo talque impidiese que alguna de ellas, actuandopor sí misma, oprimiera a la que resultasedesplazada. Puestos en el Gobierno, los pro-pietarios sabrían cuidar de sus intereses, y lomismo sabrían hacer los no propietarios, des-de el lugar institucional que se les reservaba.

Nuevamente, entonces, nos encontra-mos con que, detrás de una influyente pro-puesta acerca de cómo organizar el un sis-tema representativo, latía una peculiar lec-tura –una lectura simplificada– de lasociedad. No nos importa, en este mo-mento, si esta pobre sociología política era,para los parámetros de su época, aceptableo no. Sabemos, sí, que ella no era afirmadauniversalmente, siquiera dentro de la clasedirigente entonces dominante3. De todosmodos, lo que nos interesa señalar, por aho-

E

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1 Cuando hablemos del sistema representativo esta-remos haciendo referencia al sistema político distingui-do por rasgos tales como la división del poder, el bica-meralismo, los poderes de veto del Ejecutivo, el controljudicial de constitucionalidad. Muy habitualmente to-maremos como “caso test” el ejemplo de Estados Uni-dos, y las discusiones constitucionales llevadas adelanteen dicho contexto en el siglo XVIII (discusiones enor-memente influyentes en el desarrollo institucional de lospaíses latinoamericanos).

2 Así, en todos sus trabajos importantes, desde elfundamental escrito Federalista, núm. 10, hasta en suprincipal antecedente (Vicios del sistema político), y mu-chos de sus principales discursos como constituyente.Ver, por ejemplo, M. Farrand (1937): The Records of theFederal Convention of 1787 (New Haven, Connecti-cut: Yale University Press).

3 Típicamente, los opositores a la Constitución nor-teamericana objetaban a esta última su sesgo “aristo-crático”. Criticaban, así, el poder que se le daba a losmás ricos, en desmedro de otros sectores sociales; o im-pugnaban el reducido número de representantes que sepreveía para los órganos de composición popular, asu-miendo que, de este modo, se le quitaba representacióna otros sectores de la sociedad.

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ra, es que instituciones como las adoptadasentonces (instituciones, en buena medida,todavía vigentes) se basaron en una imagende la sociedad muy diferente de la que hoytenemos acerca de las nuestras. En efecto (ymás allá de las significativas diferencias queseparan, contemporáneamente, a las socie-dades más ricas de las más pobres), lo cier-to es que hoy todos tenderíamos a describira nuestras sociedades de un modo opuestoal arriba descrito: hoy describiríamos la co-munidad en la que vivimos como marcadapor (lo que J. Rawls llamaría) el “hechodel pluralismo” –una multiplicidad de gru-pos diferentes con concepciones de vidadiferentes–. Hacemos referencia, entonces,a sociedades complejas, compuestas poruna diversidad de grupos fundamental-mente heterogéneos. Para estas sociedades

plurales, el esquema representativo ideadoa fines del siglo XVIII resulta demasiado es-trecho, un “corsé” incapaz de abarcar la tre-menda diversidad social existente. En estesentido, podría decirse, el sistema institu-cional aparece como “estructuralmente in-capaz de dar cabida a ‘toda’ la sociedad”, talcomo se lo pretendió en un momento. Es-to quiere decir que, aun si tuviéramos re-presentantes honestos y motivados por unafuerte “empatía” hacia los múltiples gru-pos sociales existentes, aun así resultaríabásicamente imposible “incorporar” y, fi-nalmente, representar a “toda” la sociedad,satisfaciendo la promesa original de los “pa-dres” del constitucionalismo. Afirmar es-to, por supuesto, no supone acordar con laplausibilidad de aquella promesa. Sólo pre-tendemos decir que el sistema representa-

tivo nació prometiéndonos algo que hoyno se encuentra en condiciones de cumplir.Si asumimos –como aquellos “padres fun-dadores” parecían asumir– que no hay mejordefensor de los intereses de un cierto grupoque los mismos integrantes de ese grupo ac-tuando desde el poder, entonces, debemosconcluir que nuestro esquema institucio-nal ha sido simplemente desbordado porla creciente complejidad propia de las so-ciedades modernas. Se ha alimentadonuestra ilusión de una “representaciónplena”, pero se han erosionado las basesque alguna vez (y conforme a una miradaoptimista o ingenua) pudieron hacerlarealidad. Reconociendo estos hechos en-contramos, entonces, una primera expli-cación de los déficit actuales del sistemarepresentativo.

Una vez advertidas las implicacionespolíticas que se derivarían de la adopciónde una sociología política diferente, con-viene analizar el impacto que tendría talcambio en relación con la esfera judicial. Alrespecto, conviene destacar lo siguiente:para muchos de los que pensaron, el siste-ma representativo en paralelo con la com-posición social de comunidad, la rama ju-dicial venía a cumplir una tarea clave: la degarantizar la protección de los derechos mi-noritarios (o, más bien, como veremos, losderechos de una cierta minoría social). Unacondición fundamental para el cumpli-miento de ese ideal se vinculaba con lacomposición misma de los órganos judi-ciales. El Poder Judicial –se asumía– estaríaen buena medida compuesto por represen-tantes de una peculiar minoría social(¿quiénes sino los representantes de unapequeñísima minoría podrían acceder a uncargo que requería de largos estudios uni-versitarios, además del éxito en una elec-ción en la que normalmente el pueblo nointervenía?). Este solo hecho hacía posiblepensar en la concreción del objetivo enun-ciado: se entendía que finalmente, y dada

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su composición, el Poder Judicial se cons-tituiría en una sólida barrera protectiva delos derechos minoritarios. Resultaba claro:si los jueces –en su enorme mayoría– for-maban parte de una significativa minoríasocial (la minoría de los rich and well bornde la que hablaban los constituyentes nor-teamericanos), luego, era dable esperar quelos intereses de la minoría (de los rich andwell born) resultasen protegidas a partir delas decisiones judiciales. Esta ecuación, ab-solutamente evidente para muchos de losque primero reflexionaron sobre la organi-zación y objetivos del Poder Judicial, re-sulta, a nuestros ojos, ininteligible. Hoy sa-bemos que, aunque los jueces siguen sien-do reclutados en su mayoría en las clasesmás acomodadas de la sociedad, hay unamultitud de otros jueces que surgen, tam-bién, de sectores de menores recursos. Delmismo modo, cuando hablamos de “mino-rías”, hoy no hablamos (como Hamilton oMadison solían hacerlo) de un único gruposocial (el grupo económicamente más fa-vorecido de la sociedad), sino que, másbien, utilizamos la idea de “minorías” paraabarcar a grupos absolutamente disímiles yademás (en general) socialmente poco fa-vorecidos (los inmigrantes, las minorías re-ligiosas, los homosexuales). El resultado deeste cambio de perspectivas es muy curioso:hoy son muchos, todavía, los juristas quesiguen viendo al Poder Judicial como elpoder protector de los derechos minorita-rios. Esta certeza –que pudo tener, en algúnmomento, visos de realidad– resulta hoyincomprensible. Mantenemos, así, una es-peranza por completo infundada, no por-que no pueda haber jueces dedicados a laprotección de los más desaventajados, sino

porque hoy no existe la apoyatura socialque le daba alguna verosimilitud a dichoideal. El sistema institucional es obvia-mente incapaz de garantizar la protecciónjudicial del sector minoritario que en unmomento aparentemente aseguraba.

Conforme a lo examinado hasta aquí,podríamos decir que nuestro sistema insti-tucional nació con la promesa de represen-tar a “toda” la comunidad y la promesa adi-cional de asegurar una protección especialpara los grupos más débiles. Sin embargo,hoy por hoy, se muestra incapaz de dar unarespuesta satisfactoria a cualquiera de talescompromisos.

2. Los presupuestos epistémicos del sistema representativoEn la sección anterior sostuvimos que, auncontando con el mejor elenco de represen-tantes, el sistema institucional adoptado enuna multiplicidad de democracias modernasharía muy difícil la representación de las dis-tintas demandas presentes en la sociedad:muchas de tales demandas no tendrían unaoportunidad adecuada de ser reconocidas yprocesadas por el sistema institucional. Laprincipal razón de este esperable resultadoera, según dijéramos, la incapacidad estruc-tural de nuestras instituciones para dar cabi-da –tal como se pretendía– a los diversos in-tereses sociales existentes. Este déficit se ori-ginaba en una descripción simplificada de lacomposición de la sociedad. Examinaremosahora otros factores que nos ayudarán a en-tender mejor las dificultades que actualmen-te encontramos para acceder a nuestros re-presentantes, para presentarles nuestras de-mandas y exigirles rectificaciones sobre laorientación de sus decisiones.

En primer lugar, cabe señalar que ladistancia que hoy suele caracterizar la rela-ción representantes-representados es me-nos un resultado casual debido a una ma-la camada de políticos que un productobuscado por los creadores del sistema re-presentativo. Afirmar esto no implica, enabsoluto, suscribir alguna tesis conspirati-va. Lo que se quiere resaltar es que hechostales como la significativa independenciade la clase dirigente tienen que ver con unaopción política consciente, basada en la cer-teza de que sólo de ese modo podrían obte-nerse decisiones políticas adecuadas, final-mente imparciales.

Las razones que pretendían apoyar di-cha opción institucional eran diversas, pe-ro aquí destacaremos dos de ellas. En pri-mer lugar, se sostenía habitualmente quecuanto mayores fueran los vínculos entrerepresentantes y representados, mayores se-rían los riesgos de que los últimos actuasenmovidos por “meros intereses locales”. Es-to es, si los votantes tenían un alto grado decontrol sobre sus representantes, era espe-rable que aquellos le reclamasen a estos úl-timos por la satisfacción de sus interesesparticulares, aun a costa del sacrificio delos intereses del conjunto. Éste es el tipo deargumentos que presentó, célebremente,Edmund Burke, en su famoso discurso deBristol, en 1776, con el fin de rechazar lasdemandas de su opositor, el radical Cruger,que demandaba por el derecho de los ciu-dadanos a “instruir” estrictamente a sus re-presentantes. Para Burke, este tipo de ini-ciativas eran inaceptables en la medida enque llevaban a los representantes a actuar deun modo ciego en favor de los interesesparciales de sus electores, despreocupándo-

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se de los intereses del conjunto, o los inte-reses nacionales, en general. De forma másrelevante, tanto Burke como muchos desus seguidores, parecieron asumir que elactivismo mayoritario era negativo por otrotipo de razones, más profundas. Las mayo-rías, se pensaba, tendían a actuar apresura-da y apasionadamente. En los cuerpos ma-yoritarios –diría Madison– el “cetro de la ra-zón” era habitualmente arrebatado por lamera pasión. En El Federalista número 58,Madison pareció convertir este criterio, di-rectamente, en una ley de la política: “cuan-to más numerosa es una asamblea”, sostu-vo, “cualquiera que sea el modo en que ellaesté compuesta, mayor tiende a ser la as-cendencia de la pasión sobre la razón”. Laidea de las asambleas guiadas por la pasiónocupó el primer lugar en las explicacionesdadas por los convencionales norteameri-canos a la hora de justificar los “recortes”que imponían a la relación entre electores yelegidos. El mismo tipo de presupuestosque en Inglaterra habían fundado el paula-tino alargamiento de los mandatos (a travésde las llamadas “triennial law” y “septeniallaw”), eran retomados en Estados Unidospara suprimir las (en algún momento co-munes) “asambleas comunales” o “townmeetings” para romper el principio de laselecciones anuales; para evitar la incorpo-ración constitucional del derecho de dictar“instrucciones” y el de “revocar” los man-datos de los representantes. En Latinoamé-rica se llegaría más lejos todavía: si en Es-tados Unidos, al menos, un sector de los re-presentantes había combatido por elfortalecimiento de los lazos de los ciudada-nos y los representantes4, en Latinoaméri-ca ese sector pareció inexistente. Liberales yconservadores (los dos grupos que en laenorme mayoría de los países de la regiónestuvieron a cargo de la redacción de losprimeros documentos constitucionales)coincidían en la necesidad de recortar lospoderes de la ciudadanía y reafirmar la ca-pacidad de los representantes para actuar apartir de su sola voluntad. Como resultadode dicha actitud, fue muy habitual que lasprimeras Constituciones adoptadas en laregión (Constituciones en muchos casostodavía vigentes) copiaran fielmente el modelo norteamericano, pero fortaleciendode un modo extraordinario los poderes del Ejecutivo para actuar más o menos dis-crecionalmente en tiempos de crisis polí-tica5.

Los ejemplos citados dejan entrever loque podríamos llamar los “presupuestos epis-témicos” del sistema representativo. Confor-me a tales presupuestos –que nos refieren aun “elitismo epistémico” que hoy resultaría,por lo menos, muy difícil de defender pú-blicamente– la imparcialidad política reque-ría alejar el proceso de toma de decisiones delcontrol mayoritario para depositarlo en lasmanos de unos pocos funcionarios bien ele-gidos y, en el mejor de los casos, técnica-mente bien formados. Para lograr dicho ob-jetivo se proponía impedir que los represen-tantes quedasen sujetos a las demandas de lossectores sociales mayoritarios (limitando, porejemplo, herramientas de control tales co-mo la revocatoria de mandatos); reducir elpeso de las asambleas populares; limitar a sumínima expresión el número de los miem-bros de los cuerpos representativos.

El sistema representativo apareció, así,como un esquema deseable –una primera yvaliosa opción– y no, tal como muchos ten-dían a verlo, como un mero “segundo me-jor”, un “mal necesario” exigido por la im-posibilidad de consagrar el Gobierno “delpueblo y por el pueblo”. Dentro de este es-quema, que reservaba el poder decisorio de lacomunidad a un grupo pequeño y relativa-mente aislado de representantes, ningunainstitución resultó más emblemática que elPoder Judicial. En Estados Unidos (tal comose dio inmediatamente luego en casi todos lospaíses de Latinoamérica y como comenzó aocurrir, bastante después, en los países euro-peos), dicho poder pasaba a tener la “últimapalabra” institucional a partir de su capacidadpara controlar la constitucionalidad de lasleyes elaboradas por los representantes. De es-te modo, se concretaba la máxima aspira-ción del conservadurismo político: se expro-piaba de los órganos representativos el poderde decisión “final” y se depositaba éste en

un órgano fuertemente aislado de la ciuda-danía (dado que sus miembros no eran ele-gidos ni removidos popularmente, sobre to-do en las instancias judiciales superiores),compuesto por miembros “ilustrados” (bienformados técnicamente), y capaces de decidirsin el riesgo de la mínima sanción popular(un riesgo que, aunque sea muy periódica-mente, seguía “limitando” los márgenes demaniobra de los representantes políticos). Laposibilidad de hacer real el ideal del “gobier-no del pueblo, por el pueblo” parecía disol-verse entonces de un modo irreparable: aho-ra se tornaba posible un escenario en dondela enorme mayoría (Parlamentaria y extra-parlamentaria) reclamaba la obtención de undeterminado objetivo y un cuerpo ajeno a talmayoría, libre del control de la misma y concarácter definitivo, final, era capaz de negardicha demanda, retirándolo del tablero delas decisiones políticas posibles.

Por supuesto, muchos de nosotros po-dríamos sentirnos inclinados a favoreceraun un resultado como el descrito (el defi-nitivo predominio judicial) cuando lo quese encuentra en juego es, por tomar unejemplo extremo, la exigencia de una ma-yoría racista en contra de los derechos de al-guna minoría sin poder. Sin embargo, estadramática posibilidad no debe hacernosperder de vista cuáles son las herramientasque escogemos para hacer frente a dichosmales. La herramienta del control judicial,tal como hoy la conocemos, sirve, entreotras cosas, para quitar de las manos de lamayoría el poder de decisión que ésta tienelegítimamente sobre una diversidad decuestiones públicas. El precio que se nosexige pagar, entonces, en favor de la pro-tección de ciertos derechos individuales,resulta exageradamente alto. Ello, muchomás, cuando tampoco tenemos garantíasde que un Poder Judicial así organizado(un Poder Judicial, al decir de AlexanderBickel, “contra-mayoritario”) constituya enuna efectiva barrera (siquiera, tan obvia-mente, la mejor barrera) en contra del po-tencial despotismo mayoritario y en defen-sa de los grupos débiles de la sociedad6.

3. Concepción de la democracia y “frenos y contrapesos”En la sección anterior hemos hecho refe-rencia a la (buscada) distancia que hoy dis-tingue la relación entre representantes yrepresentados y que lleva a que muchos

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4 Nos referimos a un sector de los (así llamados) “an-tifederalistas”, el grupo de los opositores a la Constitu-ción.

6 Ver, por ejemplo, Mark Tushnet (1999): Takingthe Constitution away from the Courts (New Jersey: Prin-ceton University Press).

5 Es difícil pensar que una mayoría de países euro-peos (aún los que siguieron lo que podríamos llamar latradición revolucionaria francesa) son ajenos a resulta-dos institucionales como los descritos (que implican unfuerte distanciamiento entre representantes y represen-tados). Si bien en países como Francia el presupuestoque guió los primeros debates constitucionales moder-nos fue el opuesto al que guió los debates norteameri-canos (asumiéndose, entonces, la infalible racionalidadde las decisiones mayoritarias), es dable pensar que di-cho principio sufrió, al poco tiempo, un rápido dete-rioro. Es posible seguir este paulatino deterioro a travésdel análisis del cada vez más creciente poder de la rama ju-dicial. El examen del poder que se delega en esta rama nosproporciona un buen “barómetro” con el que medir laconfianza en los organismos mayoritarios. Y si en un pri-mer momento, en países como Francia, el poder de larama judicial era insignificante (el Poder Judicial comomera “boca” de la ley), en la actualidad, el poder de lamisma resulta cada vez más fundamental. De todosmodos, éstas son sólo intuiciones que no buscaremosapoyar en este escrito.

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consideren que la misma se encuentra en“crisis” o simple y directamente “rota”. Enlo que sigue, concentraremos nuestra aten-ción en un nuevo y muy serio problemaque afecta al sistema representativo y quecontribuye a debilitar aún más la confian-za ciudadana en la calidad del sistema po-lítico. El problema en cuestión se vinculacon lo que podríamos denominar el “mo-tor” principal de muchos de los sistemasrepresentativos actualmente conocidos: elesquema de “equilibrio de poderes” o –co-mo se lo denominó en Estados Unidos– de“frenos y contrapesos”. Conforme a la pro-puesta de los “frenos y contrapesos” lasdistintas ramas del poder no deben estar rí-gidamente separadas entre sí. Por el con-trario, deben estar vinculadas, unas conotras, y sus funciones parcialmente super-puestas. La idea que anima a esta propues-ta es la de impedir los excesos o abusos deun poder sobre el otro, garantizando a ca-da uno de ellos un “poder defensivo” queles permita poner límite a los posibles (yprevisibles) “avances” de los restantes ór-ganos de poder. Con tales objetivos enmente se creó, por ejemplo, la institucióndel “veto presidencial”; se le facilitó alCongreso una capacidad de “insistencia”sobre los vetos del Ejecutivo; se dividió alPoder Legislativo en dos (otorgándosele acada Cámara la facultad de “resistir” lasiniciativas de su par); se les dio a los juecesla facultad de controlar la constitucionali-dad de las leyes; y se previeron mecanismoscruzados de “juicio político”.

El sistema de los “mutuos controles”acompañaba al presupuesto examinado másarriba según el cual el sistema político “in-corporaba” a toda la sociedad. Cuandocombinamos ambos elementos podemosconocer el propósito básico de esta maqui-naria institucional. La idea era la siguiente:dado que los sectores “mayoritario” y “mi-noritario” de la sociedad tenían aseguradoun lugar institucional propio7, facilitandolos “mutuos controles” se forzaba a cadagrupo a negociar sus iniciativas con el gru-po opuesto. El sistema de “equilibrios depoder” contribuía así al “equilibrio” social.

Ningún grupo quedaba entonces con laposibilidad de imponer, simplemente, suvoluntad sobre el contrario. La lógica de es-te modo de pensar fue abiertamente de-fendida por Alexander Hamilton. En suopinión, si las nuevas instituciones permi-tían que la “mayoría” quedase en controldel poder político, entonces la mayoríaoprimiría irremediablemente a la “mino-ría”; pero –del mismo modo– si las institu-ciones facilitaban las riendas del poder algrupo minoritario, entonces éste también,inevitablemente, oprimiría al grupo oposi-tor. La conclusión a la que llegaba Hamil-ton, a partir de tales criterios, parecía obvia:a partir de previsiones como las señaladas,se tornaba necesario darle poder institu-cional a ambos sectores sociales (y no sóloa uno de ellos) para así evitar este riesgo delas opresiones mutuas8.

Iniciativas como la examinada resul-tan, a primera vista, muy atractivas. Semuestra allí una especialísima preocupa-ción por evitar la opresión (el riesgo de la“tiranía” de una parte de la sociedad sobrela otra); se busca forzar a los distintos sec-tores sociales a acordar entre sí; se otorganfuertes incentivos institucionales para ase-gurar que cada ley sea el producto final de“toda” la sociedad. El resultado parece irre-prochable a menos que nos tomemos enserio la pregunta acerca de qué concep-ción de la democracia anima a propuestascomo la citada. Es ahí cuando advertimosque modelos como el de la “Constituciónmixta” o (a pesar de sus diferencias) el delos “frenos y contrapesos”, responden auna postura que puede calificarse comomuy poco atractiva desde el punto de vis-ta de la teoría democrática.

En efecto, apenas examinamos los pre-supuestos de posturas como las anterioresadvertimos que dependen de asumir unaconcepción de la democracia empobrecidaen donde, ante todo, el objetivo de la de-mocracia se reduce al de evitar las mutuasopresiones. La democracia tiene un sentidomás defensivo que creativo, menos ligadocon ideales genuinamente igualitarios y másbasado en el mero “terror” a (lo que se con-cibe como) la dinámica social natural. Másseriamente aún, una postura como la ante-rior distorsiona gravemente lo que más nosinteresa de la democracia: ella busca que“mayorías” y “minorías” cuenten con unpoder institucional prácticamente idénti-co, que obligue a cada grupo a negociarsus pretensiones con el de enfrente. La de-mocracia, sin embargo, tiene muy poco

que ver con este ideal, en donde se procu-ra igualar el poder político efectivo de losdistintos grupos en que se encuentra frag-mentada la sociedad. La democracia, encualquier sentido interesante que se le quie-ra dar al término, apela fundamentalmen-te al poder de las mayorías como forma deimpedir una desigualdad inaceptable: la de-sigualdad que surge del hecho de que elgrupo minoritario de la sociedad tenga tan-to o más poder que el sector mayoritario dela misma.

Por supuesto, señalar que la democraciaes y debe ser, ante todo, el gobierno de la ma-yoría, no significa afirmar que un régimendemocrático adecuado debe ignorar los de-rechos de la minoría. Sin embargo, la preo-cupación por los derechos minoritarios debeser compatible con nuestro compromiso an-terior. El respeto a las minorías no puede ha-cerse al costo de disolver el principio mayo-ritario; el resguardo de los derechos debe sercompatible con el respeto más amplio posi-ble a la voluntad ciudadana. En cambio, lasolución incorporada en la “Constituciónmixta” inglesa y defendida por Hamilton enEstados Unidos se decide por la operación in-versa: se sostiene que la única forma de ase-gurar el respeto de los sectores minoritariosrequiere aniquilar el compromiso mayorita-rio, dotando de igual poder institucional amayorías y minorías. El precio que se le ha-ce pagar a la mayoría para proteger los inte-reses básicos de finalmente sólo un sector so-cial (el sector minoritario) es altísimo. Lamayoría pierde, así, su capacidad para tomardecisiones conforme a su voluntad; la de-mocracia se vacía de contenido efectivo ypierde su principal razón de ser.

3.1. “Frenos y contrapesos”: A favorPor lo dicho hasta aquí, puede afirmarse queun esquema como el de los “frenos y contra-pesos”, habitualmente venerado como la grancreación del constitucionalismo moderno, seasienta sobre una concepción de la democra-cia muy pobre. Ahora bien, algunoscontemporáneos podrían objetar lo dichohasta aquí, con cierta razón, diciendo algocomo lo siguiente: Puede ser verdad que el sis-tema de los “mutuos equilibrios” se haya cre-ado a partir de una idea de la democracia quehoy rechazaríamos. Sin embargo, tal vez nohaya buenas razones para que nos preocupe-mos por lo que los “padres fundadores” delconstitucionalismo tenían en mente cuandoescribieron la Constitución. Lo que nos inte-resa, en definitiva, es que la estructura insti-tucional armada por ellos “funcione” y pro-duzca resultados atractivos. Hoy, por ejemplo,es difícil asociar a las distintas ramas del podercon algún sector social particular y así es difí-

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7 Para “asegurarle” a cada sector un lugar de predo-minio, se concibieron distintas alternativas. Desde la po-sibilidad de reservarle a tales grupos ciertos lugares ex-clusivos (una “Cámara de los Lores” y otra para los“Comunes”) hasta el inducir al predominio de algúngrupo sobre otro a través de mecanismos tales como laselecciones directas o indirectas (las primeras, se pensa-ba con algo de razón, favorecían la elección de repre-sentantes “populares”, mientras que las segundas ayu-daban a la selección más cuidadosa, que quedaba habi-tualmente en manos de personas “selectas”, más bienalejadas del clamor mayoritario) 8 Ver Farrand: op. cit., vol. 1, pág. 288.

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cil esperar la concreción del tipo de equilibriosocial que los “padres fundadores” deseaban.Sin embargo, aunque no podamos asegurarresultados como el citado, ello no obsta paraque el esquema de “frenos y contrapesos” nossiga resultando un esquema atractivo. Másaún, hoy podemos celebrar el hecho de quedicho entramado institucional haya tomadovida propia y nos permita asegurar, todavía,ciertos objetivos fundamentales.

Para reseñar brevemente cuáles podríanser los principales méritos del esquema de“frenos y contrapesos” en la actualidad, po-dríamos hacer referencia a puntos como lossiguientes. En primer lugar, dicho esquemaayuda a moderar el proceso de toma de de-cisiones. Este objetivo, cabe decirlo, estabaclaramente en la cabeza de sus proponentes,tal como se desprende de una ya célebre dis-cusión entre George Washington frente aun escéptico Thomas Jefferson. Washing-ton habría hablado entonces de la necesidadde “enfriar” el sistema institucional, impi-diendo que algún grupo convirtiera en leyessus meros “impulsos” o pasiones momentá-neas (obviamente, Washington pensaba só-lo en los excesos del grupo mayoritario, pe-ro esto no invalida su afirmación). La ideaenunciada por Washington era la de quecualquier proyecto legal, antes de tomarfuerza de ley, debía ser obligado a “descan-sar”, algo que parece constituir un objetivoinstitucional irreprochable: parece muy im-portante que nuestros representantes se veanobligados a “pensar dos veces” sus iniciativas,que sepan que sus enojos momentáneos osus arranques impulsivos no van a poderconvertirse en ley de un momento a otro–.En El Federalista número 51 Madison refle-xionaba sobre el significado práctico de estapropuesta. En su opinión, resultaba necesa-rio asumir que el Gobierno estaría en manosde gente autointeresada (si los hombres fue-ran ángeles –señalaba– el Gobierno no seríanecesario), y era frente a esta realidad por loque el esquema de “frenos y contrapesos”resultaba imprescindible: contraponiendo la“ambición” de parte de los representantescon la “ambición” de otros funcionarios pú-blicos (que ocupan otras ramas del poder) seaseguraba que, en definitiva, todos se con-trolasen mutuamente, a la vez que se torna-ba casi imposible que una parte del Gobier-no impusiera su mera voluntad frente a losdemás. El sistema institucional, de este mo-do, aprovechaba los peores impulsos de losrepresentantes para obtener de allí beneficiospara toda la comunidad.

Más allá de lo dicho, el mecanismo de“idas y vueltas” que es propio de ese sistemainstitucional (el hecho de que una norma,antes de convertirse en ley efectiva, deba

pasar por dos cámaras, sortear el veto eje-cutivo, quedar libre del control judicial)parece valioso en la medida en que obliga aque varios “ojos” miren el mismo proyecto,abriendo la oportunidad de corregir errorese impedir abusos. La vieja idea de que “cua-tro ojos ven más que dos” parece aplicarsecon éxito en este caso: son varias, en reali-dad, las miradas que van a converger en elmismo objeto y varias, así, las oportunida-des de mejorarlo. Otras personas puedendetectar los errores de mi propuesta y ponerme al tanto de consideraciones que,por alguna razón, yo no había tomado encuenta.

Por otra parte, y como diría StephenHolmes, debemos destacar la potencia cre-ativa del sistema de “frenos y contrapesos”9.

Esto es, debemos llamar la atención sobre lacapacidad del mismo para enriquecer elproceso de toma de decisiones. Los distin-tos actores del sistema, en efecto, se venobligados a anticipar las posibles objecionesde los demás jugadores modificando de an-temano sus propuestas iniciales, introdu-ciendo variables destinadas a contemplarlos restantes intereses en juego. Cada uno seencuentra forzado a pensar en los demás, aencontrar en sus iniciativas aspectos quepuedan servir al resto de la sociedad. Ade-más, y lo que parece más importante, elsistema de “frenos y contrapesos” favorecela deliberación social y, así, un proceso co-lectivo de creación normativa. Por ejem-plo, cuando el Poder Ejecutivo veta unaley, o cuando la Corte Suprema declara in-constitucional una cierta norma, suele ac-tivarse un saludable proceso de discusiónpública que, en definitiva, sirve a todos losmiembros de la sociedad: la multiplicidadde frenos institucionales existente favorece

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9 S. Holmes (1995): Passions & Constraint. On theTheory of Liberal Democracy (Chicago: The Universityof Chicago Press).

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el diálogo colectivo, la reflexión común so-bre los problemas compartidos.

3.2. “Frenos y contrapesos”: En contraTodas las razones señaladas en los párrafosanteriores vienen a sugerir el mantenimien-to del esquema de “frenos y contrapesos”con independencia de sus propósitos origi-nales y en consideración de los buenos efec-tos que todavía es capaz de asegurar. De to-dos modos, la enunciación de tales ventajasno son suficientes para cerrar la discusiónsobre el tema. Más bien, y por el contrario,diremos aquí que los problemas y los malosincentivos que genera el sistema de “frenosy contrapesos” son tales que se torna difícilcomprender por qué tal arreglo institucionalsigue conservando algún apoyo teórico.

Para detectar las fallas propias del sistemaen cuestión no se requiere de mayores es-fuerzos. En primer lugar, cabría decir que laidea de Madison según la cual el sistema de“frenos y contrapesos” servía para transfor-mar en beneficios comunes los impulsos ego-ístas de los representantes era exageradamente

optimista, si no directamente errónea. Enefecto, Madison venía a decirnos que de lasuma de dos males (contraponer a la “ambi-ción” más “ambición”) se obtendría un biencolectivo (el control del poder), cuando enrealidad lo esperable era que de dicha sumade males surgiera “un mal compuesto”. La re-alidad de muchas de nuestras democraciasparece reafirmar esta sospecha; por ejemplo,cuando vemos que distintas ramas del Go-bierno se ligan entre sí para incrementar lospropios beneficios. Esto es, en lugar de pen-sar –como Madison– que estos funcionariosautointeresados, persiguiendo su propio in-terés, van a terminar favoreciendo al restode la sociedad, es más fácil esperar que estoslleven adelante sus propósitos autointeresa-dos, uniendo sus impulsos egoístas para ob-tener beneficios (privados) todavía mayores.Una idea extendida en el imaginario colecti-vo, según la cual “la clase política sólo traba-ja para sí misma, en perjuicio de toda la ciu-dadanía”, reflejaría lo que aquí se predice.

Por otro lado, si las diferencias entre losintegrantes de las distintas ramas del Go-

bierno fueran irreductibles, de modo tal quesus miembros decidieran no cooperar entresí (no unirse con los integrantes de las ramasde poder opuestas), entonces las consecuen-cias no serían en absoluto mejores. NathalielChipman, a comienzos del siglo XIX, exa-minó esta posibilidad y alertó acerca de unestado de permanente tensión entre distintosintereses como primer producto esperablede la aplicación del sistema de “frenos y con-trapesos”. En su opinión, la situación que eradable esperar, a partir de la puesta en marchade dicho esquema institucional, era una de

“guerra perpetua entre [un interés] en contra delotro o, en el mejor de los casos, una guerra armada,mantenida a partir de negociaciones constantes, ycambiantes combinaciones, destinadas a prevenir ladestrucción mutua; cada partido uniéndose, a suturno, con su enemigo, en contra de algún enemigotodavía más fuerte”10.

Las previsiones de Chipman no eran exa-geradas sino que, más bien, constituían unadeducción razonable a partir de premisasidénticas a aquellas que Madison tomaba encuenta. Para muchos contemporáneos deMadison este tipo de resultados representa-ban el esperable (e inaceptable) precio a pa-gar a partir del tipo de opciones institucio-nales escogidas por los “padres fundadores”:ellos, por temor a la ciudadanía, habían re-ducido a un extremo los controles populares(o exógenos) sobre la clase política, y activa-do casi exclusivamente los controles inter-nos (como el sistema de “frenos y contrape-sos”). Luego, y como resultado previsible deeste tipo de decisiones, los controles sobre laclase política se reducían, a la vez que losriesgos de que actuasen de forma autointere-sada se potenciaban enormemente. SamuelWilliams, de Vermont, criticaba el sistema de“frenos y contrapesos” exactamente en estostérminos. En su opinión,

“la seguridad del pueblo no se deriva la bonitaaplicación de los frenos y contrapesos, no de poderesmecánicos entre las distintas partes del Gobierno, si-no de la responsabilidad y dependencia de cada par-te del gobierno en la ciudadanía”11.

Contemporáneamente, esta línea de crí-tica parece reafirmada por la práctica políti-ca. Sabemos (especial, pero no únicamenteen los regímenes presidencialistas) que cuan-do una de las cámaras del Congreso es de uncierto color político, diferente de la otra Cá-

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10 N. Chipman (1833): Principles of Government. ATreatise on Free Institutions (Burlington), pág. 171.

11 Citado en M. Vile: The Separation of Powers,pág. 678, incluido en J. Greene y J. Pole, eds. (1991),The Blackwell Encyclopedia of the American Revolution(Colridge, Mass.: Basil Blackwell).

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mara; o cuando el Congreso es de un ciertocolor y el Ejecutivo de otro; o cuando el po-der político es, digamos, predominantemen-te progresista mientras que la cúpula judiciales de tendencia conservadora, lo más proba-ble es que se produzcan gravísimas tensionesentre las distintas ramas del poder. En talescasos, por ejemplo, podemos esperar el sur-gimiento de situaciones de “guerra armada”como las que anticipaba Chipman; u otras de“congelamiento” institucional a partir de los“mutuos bloqueos” que se produzcan entrelos distintos poderes. Madison podría repli-carnos que la inacción o el enfrentamientopermanente no conviene a ninguna de laspartes, por lo que todas ellas van a verse in-centivadas a activar el proceso de toma de de-cisiones. Sin embargo, esta réplica resulta ob-viamente errónea. Por un lado, el inmovilis-mo o el enfrentamiento constante puedefavorecer de modo especial a quien se en-cuentra fuera del poder, constituyéndose enuna “estrategia” ganadora en el largo plazo: siel objetivo final de la fuerza opositora, comoes dable esperar, es el de reemplazar al grupoen el poder, posiblemente nada le resulte másconveniente que el desgaste del partido en elGobierno: un desgaste derivado, por ejem-plo, de la incapacidad para llevar adelante laspolíticas que prefiere.

Las expectativas debieran ser todavíapeores en el caso en que el grupo en el podertenga una necesidad urgente de promoveralguna o varias iniciativas, superando el blo-queo que le promete la fuerza opositora(fuerza que ocupa también puestos públicosclave y que está dispuesta a hacer difícil el ca-mino del oficialismo). En dicho caso, lo es-perable es que se activen mecanismos extor-sionistas: un grupo, previsiblemente, contri-buirá a la aprobación de una cierta ley si ysólo si se le da “algo” a cambio (otra ley, algúncargo, alguna otra ventaja lícita o no). En talsentido, “la aprobación de normas puede co-menzar a depender cada vez menos de lasbuenas razones que hay en favor de ellas, ycada vez más de los beneficios privados o fa-vores que se distribuyan a cambio de su apro-bación”. Así, la existencia de múltiples fuen-tes de control institucional se convierte enuna pesadilla tan gravosa como la opuesta (laausencia total de controles): ahora, cada nue-va agencia de control amenaza con conver-tirse en un nuevo centro extorsionista. Cadaoficina por la que debe transitar la ley paraganar fuerza y aplicación efectiva amenazacon constituirse en una nueva fuente de “pe-ajes”, una nueva exigencia de beneficios in-debidos sobre el poder público. Este temibleresultado institucional parece más fácilmen-te deducible del escenario retratado por Ma-dison (un mundo de políticos autointeresa-

dos) que la alternativa optimista finalmentesugerida por el pesimista Madison.

Por supuesto, la situación tampoco me-jora, en absoluto, cuando las distintas ramasdel poder no responden a grupos enfrenta-dos entre sí, sino que pertenecen mayorita-riamente a un mismo grupo. En dicho caso,la difícil promesa de los múltiples controlessimplemente tiende a disolverse. Así, si elEjecutivo y la mayoría de los miembros delCongreso provienen de un mismo partidopolítico, puede ocurrir que uno u otro po-der (habitualmente el Congreso) comiencea perder fuerza hasta convertirse en un me-ro apéndice del otro. Del mismo modo, siambas cámaras responden a un mismo gru-po, entonces los prometidos beneficios delbicameralismo también resultan anulados.Por lo dicho, el sistema de “frenos y con-trapesos” está lejos de asegurarnos los bene-ficios que proclama, tanto para el caso deque las distintas ramas del poder sean ocu-padas por fuerzas políticas diferentes comopara aquellas otras situaciones en donde losdistintos poderes se encuentren en manosde fuerzas de un mismo color.

Finalmente, cabe revisar críticamente,también, el argumento según el cual resultabeneficioso para todos el hecho de que seanmuchas las “manos” que intervienen sobreuna misma decisión, antes de que ésta ganeen fuerza de aplicación efectiva. Aún en unescenario de actores que obran de buena fe,no resulta nada claro que la intervención deuna multiplicidad de funcionarios sirva para“pulir” o “perfeccionar” una ley, limando susposibles errores, o salvando sus imprecisiones.Dicha sobrecarga de funcionarios actuandosobre una misma norma promete, más bien,resultados poco atractivos. Para entender elporqué de esta afirmación conviene, en pri-mer lugar, reflexionar sobre los distintos ele-mentos que suelen estar presentes en situa-ciones de este tipo. Fundamentalmente, esesperable que los distintos funcionarios in-tervinientes en este proceso de análisis legaltengan una legitimidad de origen muy di-versa (por ejemplo, legisladores de origen po-pular, jueces escogidos por su capacidad téc-nica); deriven su origen, en todo caso, demayorías diferentes, agrupadas en tiemposmuy diferentes (jueces procedentes de unacoalición predominante muchos años y aúnalguna década atrás, legisladores recién elegi-dos, otros políticos nombrados varios añosatrás), y provengan de espacios geográfica-mente muy distantes (senadores de distintasprovincias, diputados tal vez mayoritaria-mente de algún centro urbano superpoblado,un presidente votado a lo largo de todo el país). Esta tremenda complejidad nos da unaimagen más fiel de lo que realmente signifi-

ca el hecho de que sean muchas las “manos”que intervienen sobre la ley. En la descripciónidealizada de este proceso se hacía referenciaa una situación interesante, distinguida porun “diálogo continuo” que involucraba, fi-nalmente, a toda la sociedad. En la descrip-ción más cruda de este proceso, en cambio,nos encontramos con que la ley resulta másbien “manoseada” por una pluralidad de or-ganismos y funcionarios poco conectadosentre sí (en su legitimidad, en el tiempo, enel espacio físico). Dentro de un contexto se-mejante, es dable esperar que la ley, más quebeneficiarse con un paulatino “pulido”, re-sulte afectada por la multiplicidad de “reta-zos” que se le agregan o quitan en cada ins-tancia de control y que amenazan con hacerleperder su sentido original.

ConclusionesSegún hemos examinado en las páginas an-teriores, el sistema institucional americanofue fundado a partir de presupuestos muydiscutibles: una sociología política inadecua-da, que generó la ilusión de que el sistemainstitucional podría “dar cabida” a toda lasociedad asegurando, a la vez, una protecciónespecial para sus miembros más débiles; dis-cutibles presupuestos epistémicos que vinie-ron a justificar una drástica separación entrerepresentantes y representados, así como elotorgamiento de una autoridad decisoria es-pecial al Poder Judicial, y una poco atractivaconcepción de la democracia, que no sólotendía a dejar de lado toda preocupación se-ria sobre el papel de la voluntad mayoritaria,sino que además daba pie para la creación deuna muy objetable estructura de incentivosinstitucionales. Proceder a la crítica o al cam-bio, más o menos profunda, de cualquiera delas partes de este sistema institucional re-quiere tener conciencia de la estructura ge-neral del mismo, y de las razones por las cua-les se lo ha organizado del modo en que hoylo conocemos. Este trabajo pretendió haceruna modesta contribución a la posibilidad dedicha crítica o cambio. n

ROBERTO GARGARELLA

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Roberto Gargarella es profesor en la UniversidadPompeu Fabra (Barcelona) y en la UniversidadTorcuato Di Tella (Buenos Aires)

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MUNDO GLOBAL,IDENTIDAD DE GRUPO

Diversidad y convivencia entre ética y política

ROBERTO TOSCANO

stoy seguro de que, al examinar eltema de este artículo, más de unopodría preguntarse en qué medida

un profesional de las relaciones internacio-nales puede contribuir al debate sobre eltema de la convivencia multicultural enel seno de una misma comunidad.

Creo, por tanto, que es necesario em-pezar con un breve preámbulo. De modosintético, quisiera afirmar que la natura-leza de la globalización –o mundializa-ción– es la que justifica la combinaciónde dimensión interna y dimensión inter-nacional, tanto a nivel de análisis comode acción política. Es más, exige la supe-ración, mediante una visión integradora,de esa subdivisión que, cuando se man-tiene, pone en peligro el control de losgrandes fenómenos de nuestro tiempo.La diplomacia “clásica” tenía bien clara ladistinción entre dimensión interna y di-mensión internacional, sobre todo por-que se atenía –debía atenerse– a un ag-nosticismo total respecto a las realidadesinternas de cada uno de los sujetos delsistema internacional: los Estados. Lacultura del diplomático comprendía, sinduda alguna, el conocimiento de la histo-ria y de la realidad (política, social, cultu-ral) de los países en los que, y con losque, estaba llamado a actuar. Pero se tra-taba de una base, de una premisa útilpara identificar intereses de fondo, rela-ciones de fuerza, particularidades políti-cas, que podían influir en la forma con laque actuaba cada uno de los países en elescenario internacional.

En la actualidad, aunque los Estadossigan siendo los sujetos principales de lasrelaciones internacionales, nos encontra-mos ante fenómenos que superan elmarco clásico de la diplomacia. Las mi-graciones, en primer lugar. Sin duda algu-na, no es un fenómeno nuevo en símismo (y creo que como italianos seríaabsurdo que lo olvidáramos), pero es

nuevo porque en los grandes desplaza-mientos de poblaciones se entremezclanfactores –algunas veces imposibles de se-parar– como la motivación de la búsque-da de trabajo con la búsqueda de un refu-gio frente a la persecución o la salvaciónante un conflicto. Y nuevo también por-que hoy se produce cada vez más unacontradicción entre un mundo cada vezmás integrado en el sistema económico-financiero pero todavía con profundas di-ferencias en lo que concierne a libertad ydemocracia, niveles de renta, índices deempleo, protección de las exigencias so-ciales. A pesar de que nunca como hastahoy los vasos representados por cada unade las comunidades nacionales habíansido tan comunicantes, los desniveles si-guen siendo profundos y por esta razónno debemos sorprendernos si el sistemaestá sometido a presiones incontenibles ycon frecuencia difícilmente sosteniblespara los países destinatarios de los flujosmigratorios.

Parar la inmigración:una tarea imposible y absurdaCreo que actualmente la política interna-cional está tratando de tomar conciencia,no sin dificultades, de esta contradicción,y de actuar para controlarla, para guiarla,evitando rupturas, desequilibrios, conflic-tos. Lo que seguramente ya no podemoshacer es cerrar esas comunicaciones,atrincherarnos dentro de poderosas “mu-rallas chinas” capaces de preservar una in-tegridad tanto socioeconómica como cul-tural. Está claro que sobre este puntopueden existir opciones políticas de dife-rente naturaleza, pero quien observe la re-alidad internacional contemporáneapuede afirmar, sin temor de ser contradi-cho, que el cierre de las fronteras no es niposible ni útil. Que no sea posible lo de-muestra el ejemplo de Estados Unidos,ejemplo que tomamos con frecuencia

como modelo del Estado con mayor ca-pacidad de proteger su propia seguridad apartir del control de sus fronteras: puesbien, son decenas y decenas de millareslos clandestinos que (a pesar de la utiliza-ción de una policía fronteriza nada “in-dulgente”) todos los años entran, sobretodo desde México, en el territorio esta-dounidense. Pero el cierre a los flujos deinmigración no tendría sentido ni siquie-ra respecto a los intereses de cada una delas economías, de cada una de las socieda-des. Los flujos que se activan en el senodel sistema de los vasos comunicantes alos que antes hacía alusión son todomenos irracionales: las desigualdades quelos ponen en movimiento son también denaturaleza económica y demográfica.Como se afirma cada vez con mayor clari-dad, hasta en el caso de la inmigración es-tamos por lo general ante un encuentroentre oferta y demanda.

Contra flujos incontrolados y manejadospor la criminalidad organizadaSi esto es verdad, en vez de exclusión tene-mos que hablar de regulación, de controlde un fenómeno que, cuando está incon-trolado, configura una patología con seriasrepercusiones en términos sociales y de se-guridad y, cuando está regulado, puedeconstituir un beneficio para todos. Asípues, aunque la tarea principal es de natu-raleza interna, al mismo tiempo la diplo-macia está llamada a intervenir, compro-metiéndose en la negociación y la conclu-sión de acuerdos con los países de origende los flujos migratorios, tanto para con-certar flujos que respondan a las exigen-cias de nuestra economía como para obte-ner la readmisión de los inmigrantes ilega-les a los que sea imposible regularizar.

Sin embargo, ésta no es la novedadmás significativa. Seguimos todavía en elterreno clásico de la diplomacia, en el ám-bito de las relaciones entre los Estados

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cuyo objeto son individuos o grupos deciudadanos. La novedad es otra, y merecela pena analizarla con detenimiento. Lanovedad consiste en el hecho de que ladiplomacia de nuestro tiempo, la diplo-macia de la globalización, debe afrontarlas situaciones internas de cada uno de lospaíses, debe ocuparse –en relación con elfenómeno de las migraciones– del origende esos flujos masivos, incontrolables yproducidos con frecuencia por múltiplescausas.

Enfrentarse con las raíces del problema:la diplomacia de la cooperaciónEn primer lugar, existe la que se puededefinir como diplomacia de la cooperación.Sin duda alguna, es utópico imaginar unmundo “nivelado” económicamente, unmundo en el que sea posible para todos,en cualquier parte del mundo, vivir unavida digna, productiva y culturalmenteavanzada sin abandonar el propio lugarde origen. Utópico y (permítaseme que

añada de forma incidental) quizá inclusono deseable, ya que los movimientos vo-luntarios son un instrumento de dinamis-mo, de conocimiento recíproco, de plura-lismo cultural y de ideas que de otraforma podría ser sustituido por una sordacerrazón autárquica. Pero nadie puedesostener hoy que esa nivelación sea un pe-ligro real, en un mundo en el que las desi-gualdades –de acuerdo con todas las esta-dísticas de las que disponemos– están au-mentando, a pesar de las dinámicas realesde desarrollo global. En un mundo en elque todavía miles de millones de personasviven por debajo de lo que puede consi-derarse un nivel mínimo de subsistenciano estrictamente biológico y millones deellas son víctimas de calamidades reales,empezando por el sida.

De todo esto surge esa coincidenciaentre impulso moral e intereses naciona-les que (y lo afirmo basándome en la ex-periencia de 30 años como diplomáticoitaliano) caracteriza nuestra política exte-

rior. En efecto, sería un error negar o mi-nusvalorar uno de estos dos elementos,tanto por lo que concierne a la coopera-ción para el desarrollo como a otros as-pectos de nuestra política. La apertura dela sociedad italiana con respecto a la afli-gida humanidad del Sur del mundo es unfenómeno amplio e importante que setraduce en el compromiso de las organi-zaciones no gubernamentales y de los vo-luntarios particulares que dan un elevadotestimonio, en los lugares más desfavore-cidos de la tierra, de una opción de soli-daridad. Se trata de un impulso moralque constituye un mandato preciso paralos Gobiernos y para todos los que actúanen el ámbito de la política exterior. Pero,al mismo tiempo, también es verdad queal actuar para contribuir a reducir desi-gualdades económicas macroscópicas,para crear sociedades justas desde elpunto de vista económico y social, espera-mos incidir en esas situaciones que son elgermen de movimientos incontrolados, y

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con frecuencia incontrolables, de pobla-ciones. En resumen, nos protegemos anteflujos migratorios que no responden anuestra capacidad de absorción tantoeconómica como social. Y lo hacemos ensus orígenes, para no encontrarnos antelos terribles dilemas que se crean cuandoel problema se presenta bajo la forma dedesembarcos clandestinos de dolientescargas humanas, objeto con frecuencia deun despiadado comercio por parte delcrimen organizado.

Más allá de la economía: migraciones yviolación de derechos humanosEn el fondo, si se pudiera atribuir el fe-nómeno de las migraciones en unmundo globalizado sólo a las desigualda-des socioeconómicas, el problema seríaen cierto modo mucho más fácil deafrontar, e incluso las novedades para ladiplomacia serían menos radicales. Perono es así. Para explicar por qué hombres,mujeres y niños se ponen en marcha porlos peligrosos caminos de la emigraciónclandestina, por qué afrontan la incógni-ta de un futuro en tierras lejanas y desco-nocidas, no basta la economía, y tampo-co es suficiente recurrir a los diferentesniveles de bienestar. Con frecuencia, la“no habitabilidad” de tantas, de demasia-das zonas del mundo, tiene más que vercon la política que con la economía. Porun lado, tiene que ver con los conflictosinternos (denominados “étnicos”) y, porotro, con el modo con el que ciertos Go-biernos, ciertos regímenes, tratan a suspropios ciudadanos. En síntesis, tieneque ver con la falta de respeto de los de-rechos humanos.

En esto radica la profunda novedad.Y es este aspecto el que produce latransformación más radical de las rela-ciones internacionales contemporáneas.El derecho internacional clásico asumía,de acuerdo con la relación entre el Esta-do y los propios ciudadanos (o súbdi-tos), la misma actitud del derecho ro-mano antiguo con respecto a la relaciónentre el paterfamilias y sus hijos: les re-conocía el jus vitae ac necis, el derechode disponer de la vida y la muerte. Aun-que se produzca de forma confusa, con-trovertida y frecuentemente contradic-toria, hoy ya no es así. Gracias a unaevolución en el terreno de los valores, auna concepción diferente de la dignidadde las personas, hoy se empieza –repito,sólo se empieza– a rebatir una concep-ción absoluta de la soberanía de los Es-tados bajo cuya protección se puedencometer los peores delitos, en una gama

que comprende desde la negación de lalibertad de expresión al genocidio. Estaevolución, de tipo político-cultural, nose ha detenido en una mera fase de afir-mación de principios, de aspiracionesideales (y para algunos simplemente ide-alistas), sino que se ha traducido, y setraduce cada día más, en un cuerpo nosólo de declaraciones (a partir de la De-claración Universal de los Derechos Hu-manos de 1948), sino también de con-venciones propiamente dichas con ca-rácter vinculante (estamos pensando enlas que se refieren al genocidio o a latortura).

Para elaborar esa normativa, y paravigilar su puesta en práctica, se ha desa-

rrollado una diplomacia de los derechoshumanos que está llamada a actuar en unterreno de extrema complejidad y cuyadificultad principal está constituida porel nudo de la soberanía. Un principioque, sin duda alguna, no puede ser su-primido dada su función de garantíaante el predominio incontrolado de losEstados más fuertes; pero también unprincipio que, cuando se reivindica deforma absoluta, con idolatría, amenazacon anular cualquier posibilidad de opo-nerse incluso a las violaciones más gravesde los derechos humanos. La cuestión dela soberanía, como demuestran las dosbatallas en las que la diplomacia italianase ha comprometido en primer plano (la

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de la pena de muerte y la de la institu-ción de un Tribunal Penal Internacio-nal), sigue siendo el eje del debate inter-nacional; y nosotros mismos, que inclu-so hemos creído y creemos en el valor dela causa que esas batallas persiguen, nosomos insensibles a las preocupacionesde tantos países, especialmente los quepertenecen al mundo menos desarrolla-do, que se aferran a la soberanía comoúnico elemento de igualdad en unmundo profundamente desigual. Perono es tan difícil distinguir entre la legíti-ma tutela de la soberanía y su utilizacióninstrumental y justifi-cativa. En primerlugar, no es aceptableque se contraponga lasoberanía a la comu-nidad internacionalcuando se trata de laaplicación de normasinternacionales vigen-tes (de las convencio-nes de Ginebra a lasrelativas al genoci-dio). No es aceptablecontraponer la sobe-ranía cuando deter-minadas situacionescreadas en el seno deun país y relacionadascon la violación dederechos humanostienen repercusionesinternacionales, tantopor lo que se refiere ala posible internacio-nalización de un con-flicto interno como ala creación de flujosde refugiados. Comosucede con los temasde protección delmedio ambiente, nopuede haber ninguna soberanía allídonde los acontecimientos que se produ-cen en un determinado país “contami-nan” el espacio internacional. No sepuede afrontar Chernóbil en clave de so-beranía nacional, así como tampocopueden serlo los numerosos “Chernóbilhumanos” causados por la violación delos derechos humanos por parte de de-masiados regímenes. La comunidad in-ternacional tiene el derecho de proteger-se, un derecho que no puede ser obsta-culizado por la arbitraria pretensión deuna soberanía que, en analogía con loque la Constitución italiana declara apropósito de la propiedad privada, es underecho fundamental, pero que también

debe ser considerada desde el punto devista de una función social propia.

Por un concepto no asocial ni idolátricode la soberaníaY es precisamente esta situación la que seestá verificando en la actualidad. Allídonde la soberanía se traduce en apart-heid, limpieza étnica o genocidio, la co-munidad internacional cesa de reconocer-la, ya que considera que contradice esa“función social” (de estabilidad interna-cional, de tutela de los individuos) que laafirma como fundamento de las relacio-

nes internacionales. Pero lo que hace difí-cil la diplomacia de los derechos humanosno es sólo la cuestión de la soberanía. Estambién la existencia de una fuerte diver-gencia en el terreno ético-cultural, en elterreno de los valores. Merece la penaanalizar con detenimiento la problemáti-ca del “relativismo contra universalismo”porque creo que incluso tiene profundasrepercusiones en la convivencia multicul-tural en el seno de una misma comunidadnacional. ¿Los valores que constituyen labase esencial de la enunciación y de laprotección de los derechos humanos sonuniversales o, por el contrario, son especí-ficos de una determinada tradición ético-cultural, religiosa? Es interesante notar

cómo esta pregunta ha sido planteada deforma polémica sólo en una época relati-vamente reciente. Incluso en el momentode la contraposición político-ideológicamás radical entre Este y Oeste no seponía en discusión la universalidad de losderechos. Es suficiente con examinar lasdiferentes constituciones de la URSS, enlas que la proclamación de los derechosresulta “impecable” incluso para quienestá formado en una tradición liberal.Derechos que, como sabemos, eran igno-rados y fuertemente conculcados en elefectivo funcionamiento del sistema, por

lo que no se nos esca-pa la naturaleza “or-welliana” (en el senti-do de Rebelión en lagranja) de esos enun-ciados. Hay que recor-dar que en la negocia-ción que condujo en1975 al Acta Final deHelsinki los soviéticosno pusieron muchasdificultades respecto ala proclamación abs-tracta de los princi-pios y de los derechos;más bien trataron de“impermeabilizar” elpropio sistema contrainfluencias externasque habrían podidoamenazar su manteni-miento.

Sin embargo, eldesafío al universalis-mo de los derechoshumanos, la afirma-ción según la cualexistirían otros modosde afrontar la cuestiónque no tienen que vercon el derivado de la

tradición occidental (y vendido por losoccidentales como universal), es reciente,y tiene como protagonistas a países quepertenecen al continente asiático y almundo islámico. En Asia, el éxito de unpoderoso impulso hacia la modernizaciónha estimulado una orgullosa reivindica-ción de tradiciones propias incluso en elterreno moral, basadas más en el respeto ala autoridad que en un pluralismo liberalvisto como elemento de debilidad y desu-nión; en las prerrogativas del grupo(desde la familia hasta el Estado) contra-puestas a las exigencias individuales con-sideradas como secundarias y, en cual-quier caso, dignas de ser sacrificadas a lasprimeras en caso de contradicción entre

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ellas. En los países musulmanes, el hechode que el islam centre su mensaje en unconjunto de preceptos morales en vez deen dogmas teológicos ha provocado que,en el momento en que surge un “islampolítico” (radical o no, integrista o no), elterreno de autoafirmación e incluso delucha se identifique con un enfrentamien-to con Occidente, al que se desafía en elterreno de las premisas éticas, y sobretodo en el ámbito de los derechos huma-nos (del derecho penal a la condición dela mujer, y en algunos casos también en lalibertad de practicar una religión diferen-te al islam). Más en general, lo que carac-teriza la reivindicación de diversidad entema de derechos humanos por parte delmundo islámico es la posibilidad mismade reconocer, en la sociedad, esferas autó-nomas con respecto a los preceptos reli-giosos, y en especial la distinción entrederecho, religión y moral.

Pero si nosotros aceptáramos la pre-misa de que esos valores no son concilia-bles, así como los derechos a los que esosvalores se refieren, ¿cómo podríamos pen-sar en llevar a cabo sin abusos y arbitrarie-dad esa diplomacia de los derechos huma-nos que consideramos indispensables parala estabilidad mundial y para la protec-ción de cada una de las personas en todaslas partes del mundo? Ésta es la cuestiónfundamental que debemos afrontar tantodesde el punto de vista teórico comodesde el de la praxis diplomática.

“Choque de civilizaciones”: una lectura críticaLa tesis de la diversidad, de una diversi-dad inconciliable, de las culturas (y de losvalores sobre los que se asientan) no esdefendida sólo por los asiáticos o por losislamistas. En Occidente, ha sido desarro-llada en especial por Samuel Huntington,en un artículo de 1993 transformado pos-teriormente en un libro, con su tesis del“choque de las civilizaciones”. SegúnHuntington, tras el final de las ideologías(y en particular de la contraposición ideo-lógica entre el Este y el Oeste) las relacio-nes internacionales están caracterizadaspor un enfrentamiento entre algunasgrandes “civilizaciones” (nosotros preferi-mos hablar de culturas) portadoras de va-lores profundamente diversos e inconci-liables. Y es en las zonas de contacto entreesas grandes culturas (zonas en las que seconfigura una especie de “falla” sísmica)en donde se producen tensiones, enfren-tamientos, guerras.

Si el profesor de Harvard se limitaraa un cuadro descriptivo de las diferencias

entre culturas, y de los problemas y ten-siones que pueden derivarse de esta di-versidad, no habría motivo para refutarsus tesis. Los antropólogos, antes que lospolitólogos, ya han afrontado estostemas, extrayendo análisis y dando indi-caciones de gran interés. Pero Hunting-ton hace algo más y diferente: de la des-cripción pasa a la definición de constan-tes; de la diversidad de valoresempíricamente demostrables pasa a laafirmación estática de la imposibilidad deuna coexistencia y de una verdadera co-municación entre diversidades.

Se pueden contraponer cuatro obje-ciones diferentes a esta tesis. En primerlugar, cuando Huntington afirma que losvalores son específicos de cada una de lasculturas, la pregunta que se le puedeplantear es: “Sí, ¿pero dónde?”. Como haobservado Amartya Sen, es sencillamentegrotesco hablar de “valores asiáticos” yaque se está hablando de un continente nosólo amplísimo, sino también caracteriza-do por tradiciones tan diferentes como elconfucianismo, el islam y el budismo. Yun continente, además, en el que en elseno de cada uno de los países coexisten“civilizaciones” (utilizando la terminolo-gía de Huntington) profundamente dife-rentes: basta con citar Indonesia, por nohablar de la India.

La segunda pregunta es: “Sí, ¿peroquién define los valores?”. Además de indi-car una inquietante complicidad con regí-menes represivos, parece absurdo aceptarque los valores de un país no estén defini-dos por sus habitantes en la libre manifes-tación de las propias preferencias e incli-naciones, sino más bien por sus dirigentesno democráticos y por los ideólogos de ré-gimen. En realidad, no es paradójico sos-tener que allí donde resulta imposible ma-nifestar una adhesión sincera a los propiosvalores que no comporte riesgos persona-les por falta de pluralismo y democracia,es igualmente imposible encontrar cuálesson los valores dominantes. Según los diri-gentes de la URSS, ateísmo y colectivismodebían constituir dos de las premisas fun-damentales del sistema soviético en el te-rreno de los valores: hoy podemos verifi-car que se trataba de una afirmación arbi-traria. ¿Por qué deberíamos aceptar lasafirmaciones de los dirigentes de ciertospaíses de Asia sobre el antiindividualismoy el autoritarismo como “valores asiáti-cos”? Si fuera posible, quizá sería mejorpedir la opinión a los directamente intere-sados, a los habitantes de esos países.

Pero hay una tercera pregunta: “Sí,¿pero cuándo?”. Quizá la arbitrariedad más

grave contenida en la tesis de Huntingtonreside en la pretensión de congelar, enuna especie de instantánea, unas realida-des socio-políticas y culturales que, por elcontrario, deberían ser observadas conuna cámara cinematográfica. Si queremosser empíricos y no ideológicos sólo pode-mos constatar el hecho de que la realidadde las culturas está caracterizada por elcambio y no por una inmovilidad senci-llamente caricaturesca. Son cambios quepor lo general se producen lentamente,aunque en algunas ocasiones se aceleranpor coincidir con eventos históricos (unaguerra, un cambio de régimen). Valga esteejemplo: quien visitara la España de losaños sesenta habría podido explayarse enuna descripción detallada, aparentementeconvincente, de los “valores españoles”basados en la tradición, la conservación,la autoridad. Pocos años después, con laapertura y la plena democracia, nos en-contramos con la España de la movida yde su ingreso, no sólo económico, en Eu-ropa. ¿Dónde han ido a parar esos “valo-res españoles”? Emerge con claridad elhecho de que quien detenta de forma au-toritaria el poder (que es siempre tambiénpoder de definir la ideología) no sólo pre-tende el monopolio de la definición delos valores, sino que trata de que no cam-bien, de evitar esas evoluciones que sonnaturales y que deben reflejar la libre elec-ción de los ciudadanos.

Una última y radical objeción. Hun-tington no sólo describe un cuadro abs-tracto de culturas encerradas en un espaciogeopolítico preciso y caracterizadas por lahierática fijeza de un mosaico bizantino,sino que niega la irrefutable realidad de laconstante mezcla entre ellas. En un mundoen el que historiadores y arqueólogos estu-dian las relaciones entre el Egipto de los fa-raones y las tribus de Israel, cuando somostotalmente conscientes de la profunda in-fluencia islámica en la recuperación ytransmisión a todo el Mediterráneo de esacultura clásica que se convirtió en la basedel Humanismo y del Renacimiento:¿cómo podemos pensar, sobre todo noso-tros los italianos, en poder separar las cul-turas, en negar las influencias recíprocas?En un determinado momento, Hunting-ton afirma que democracia, derechos hu-manos, Estado de derecho, son ideas euro-peas y no asiáticas ni medioorientales, “ano ser por adopción”. Se le podría respon-der con afirmaciones análogas e igualmen-te absurdas del tipo: “El cristianismo no esamericano a no ser por adopción, dadoque se trata de una religión de origen me-diooriental que ha incorporado la filosofía

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griega y el derecho romano”. ¿Y qué decirdel marxismo (creación de un judío ale-mán) en China o Rusia?

Las razones de la identidad, el derechoa la diferenciaPor tanto, además de ser necesario, es po-sible rechazar la ideología del relativismoen el campo de los derechos humanos.Pero no podemos detenernos aquí. No essólo el problema del arbitrio de dirigentesno democráticos aferrados a la legitima-ción de una posición que garantiza supoder. La polémica antiuniversalista con-tiene también exigencias legítimas que de-beríamos ser capaces de escuchar y acep-tar. En primer lugar, la exigencia de ser es-cuchados, una exigencia imperiosa sobretodo por parte de quien se siente margina-do por el mundo globalizado tanto a niveleconómico como político. Es verdad quelas aspiraciones humanas que se reflejanen el debate sobre los derechos son univer-sales: vida, libertad política y religiosa,bienestar para uno mismo y para la propiafamilia, espacios para afirmar y vivir unaidentidad cultural propia. Pero pueden va-riar los acentos, los lenguajes, las institu-ciones capaces de llevar a la práctica esosderechos, el ritmo de su realización. Ypuede variar el fundamento, en clave reli-giosa o ético-espiritual, que cada una delas culturas otorga a la cuestión de los de-rechos. Deberíamos ser más modestos alrespecto, más pacientes, menos etnocén-tricos. El desafío, tanto ético como políti-co (e incluyo la política internacional) esprecisamente éste: afirmar el universalis-mo de los derechos contra cualquier relati-vismo exculpatorio, y al mismo tiemporespetar las diferencias, las identidades, ese“paso humano” que asume ritmos diversosde acuerdo con las diferencias de cultura yde experiencia histórica. Son dos polos deuna tensión irresoluble.

Creo haber llegado así a uno de lospuntos fundamentales, en mi opinión, deesta discusión: la cuestión de la identidad.Sin duda alguna, el problema no esnuevo, es más, representa uno de los as-pectos fundamentales del acaecer huma-no. Pero también es verdad que ahora senos replantea de forma más apremiante,más problemática, más conflictiva. Comohe mencionado antes, globalización quie-re decir proximidad, contacto cada vezmás directo, entre individuos y gruposprofundamente diferentes. ¿Qué hacer,por tanto, para evitar el conflicto y garan-tizar la convivencia? Ante una realidadmultiétnica, como la que caracteriza cadavez más incluso a países que antes se dis-

tinguían por un alto grado de homoge-neidad, existe la opción del rechazo: unrechazo que en algunos casos (piénsese enRuanda en 1994) puede llegar hasta elhorrible extremo del genocidio o, comoha sucedido repetidamente en los Balca-nes en los últimos años, puede concretar-se en la expulsión de los diferentes, lleva-da a cabo mediante la así denominadalimpieza étnica, otro crimen contra la hu-manidad. Existe además una tercera op-ción de signo negativo, una tercera opciónque consideramos inaceptable: la del man-tenimiento de grupos diversos por origeny cultura en una condición de someti-miento, privándoles de los plenos dere-chos políticos y creando una especie decasta de “ciudadanos de segunda clase”destinados a las tareas más humildes. Merefiero a formas de apartheid. Desde Surá-frica a Kosovo, la comunidad internacio-nal ha demostrado no estar dispuesta aaceptar estos modos de afrontar la com-plejidad étnico-cultural; y es una ver-güenza colectiva el hecho de que en elcaso más extremo, el del genocidio enRuanda, y con la connivencia de todos losprotagonistas, haya demostrado ser inca-paz de prevenir o frenar la masacre. Inclu-so en este caso se trataba tanto de valores

como de intereses: incapaz de testimoniarde forma activa la propia adhesión a unvalor fundamental (que es también undeber fundamental), el de oponerse al ge-nocidio, la comunidad internacional hapermitido que esa herida atroz produjera,con efectos concatenados que todavía hoysiguen activos en África central, un peli-groso desequilibrio con graves consecuen-cias geopolíticas y económicas.

La prevención de los conflictos:una misión no imposibleSi queremos defender nuestros valores ynuestros intereses, la diplomacia deberátener como eje central de su misión “lacapacidad de influir en la gestión de la di-versidad en la época de la globalización”.La tarea principal y más urgente es la deprevenir los conflictos, conflictos que hedefinido antes como “denominados étni-cos”. Es necesaria una primera premisa: larealidad de los grupos es siempre de natu-raleza político-cultural, y casi nunca tieneuna verdadera base antropológica, racial.Basta con leer lo que la ciencia más avan-zada (me refiero en especial a los estudiosde Cavalli Sforza) tiene que decir sobrelas razas; y, por lo que se refiere a los Bal-canes, es suficiente con pensar en los mu-

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sulmanes bosnios, también ellos eslavos, ydifícilmente clasificables como “etnia” di-ferente.

Quisiera afrontar ahora de modomuy claro, y no me preocupa parecer ca-tegórico en este punto, una tesis que, pordesgracia, encuentra una cierta difusiónentre los menos expertos: la de los “odiosatávicos”. Se trata de una tesis profunda-mente racista –aunque algunas veces seainconsciente– ya que atribuye a ciertosgrupos, a ciertos pueblos, una falta de hu-manidad, una preferencia por la crueldad,una obstinación agresiva. No se trata denegar que individuos y grupos humanosdemuestren incluso con mucha frecuenciacrueldad, obstinación, cerrazón debido auna visión sorda de los valores e interesesde los demás. Bien es verdad que en laraíz de los conflictos hay una carenciaética, en el sentido de una fallida inclu-sión del Otro, del diferente, en una esferade humanidad común en cuyo ámbito,cualesquiera que sean las divergencias ylos contrastes, se aplica un código moralque impone límites a la violencia y favo-rece la disposición al diálogo. El proble-ma de una “parcialidad” que niega la éticaes real, y va del individualismo (la prime-ra y más importante parcialidad) a la fa-milia como clan, del tribalismo al nacio-nalismo, del racismo al integrismo religio-so, del clasismo al sectarismo político.Tantos “ismos” que, aunque identificanesferas de reconocimiento moral diferen-tes y de diversa amplitud, están todos ca-racterizados por la débil o nula identifica-ción con una pertenencia más amplia a lahumanidad, por la negación del debermoral de reconocer incluso a quien estáfuera de esa esfera de identificación.

Y, sin embargo, el conflicto no es más“natural” que la convivencia. Incluso enlas zonas donde se han producido losconflictos más duros e irreconciliables, lahistoria nos demuestra que los periodosde convivencia han sido mucho más du-raderos que los de conflicto. Y si la sepa-ración fuera más natural que la conviven-cia, habría que preguntarse por qué –pen-samos sobre todo en los Balcanes– se hancreado situaciones de total mezcla (terri-torial y familiar), y por qué para separar aesos “diversos” es necesario utilizar unnivel de violencia tan alto.

Las diferencias culturales, étnicas, re-ligiosas, son en realidad un dato que depor sí no es necesaria e inevitablementeconflictivo. Lo puede llegar a ser, pero acausa de una acción político-ideológicaconsciente, determinada, sistemática. Noslo demuestra el drama balcánico, por des-

gracia todavía activo, a pesar de los másrecientes y positivos acontecimientos.Quienquiera que analice este problemasin prejuicios debe llegar a la conclusiónde que los “odios atávicos” son una falsaexplicación (útil, quizá, para quien deseejustificar la propia incapacidad de preve-nir esos horrores), aunque hay que reco-nocer que en el paso de la coexistencia alconflicto –cualquiera que haya sido laafligida historia de esas tierras– se en-cuentran en primer plano unos autoresconscientes, que han trabajado de formasistemática con el material suministradopor la historia, que lo han, por así decir,actualizado, y, sobre todo, que han aviva-do victimismos agresivos y miedos paraencontrar nuevas legitimaciones de unpoder vacilante y desprestigiado e incluso,es necesario decirlo, la protección de unosintereses privados tanto personales comode los respectivos clanes mafiosos-tribales.

Es por esto por lo que el debate sobrela impunidad, que tiene su expresión másinnovadora en el Tratado de Roma que haaprobado el estatuto de un tribunal penalinternacional, ha adquirido una impor-tancia extrema. Identificar las responsabi-lidades de los individuos, además de seruna exigencia moral, significa redimir alos pueblos y a los grupos de una injustamancha colectiva (los que cometieron elgenocidio de 1994 no fueron “los hutus”,sino esos hutus, aunque fueran muy nu-merosos; los que han llevado a cabo lalimpieza étnica, en Kosovo no han sido“los serbios”, sino esos serbios y por ordende ese régimen). Si Italia se ha comprome-tido en primera fila a crear las condicio-nes para que ya no sea posible la impuni-dad para esos tipos de crímenes es porquecree en la exigencia de establecer un po-tente freno contra los crímenes que ofen-den a la humanidad y desestabilizan el es-cenario internacional.

Si creemos que el conflicto debe ser elprimer objetivo de nuestra política deprevención, no es suficiente considerarsólo el problema de los dirigentes no de-mocráticos, de su frecuente actuación cri-minal para generar violencia y someti-miento. Si la óptica que adoptamos en-globa las causas de fondo de losconflictos, la prevención debe ser de “am-plio espectro”, debe considerar aspectospolíticos, económicos y culturales. Paraque los grupos (ya sean étnicos, religiososo culturales) sean víctimas de la demago-gia belicosa de dirigentes no democráticoses necesario que exista un terreno propi-cio para esa demagogia. Y es precisamenteen este terreno en el que la comunidad

internacional puede y debe tratar de ac-tuar antes de que se desaten ciertos meca-nismos infernales.

Apoyar al estado democráticoEn el plano político, la cuestión funda-mental es la de la democracia. Una demo-cracia que se basa en elecciones free andfair (a cuyo correcto desarrollo contribui-mos con el envío de observadores), peroque, al mismo tiempo, exige que exista,antes de la competición electoral, un plu-ralismo efectivo en el que haya una “posi-bilidad política” incluso para las fuerzasde la oposición, que exista libertad de in-formación. Incluso en este ámbito pode-mos influir –y lo estamos haciendo (pordesgracia más en relación con la recons-trucción que con la prevención)– con ini-ciativas de apoyo a la sociedad civil. Pero,exceptuando los casos más extremos ygraves de Gobiernos no democráticos, laacción que podemos llevar a cabo a favorde la democracia debe estar dirigida nosólo a una articulación de la sociedad civilsino también al aparato mismo del Esta-do. Las carencias en términos de goberna-bilidad no están producidas solamentepor la mala voluntad o por el cariz autori-tario de los Gobiernos, sino también porun retraso generalizado de la maquinariadel Estado. Al situar, como estamos ha-ciendo, el fortalecimiento de la capacidadde gobierno entre las prioridades de nues-tra ayuda y apoyo a países frágiles, en rea-lidad estamos llevando a cabo una acciónde apoyo tanto a los derechos humanoscomo a la democracia. Si nos comprome-temos con nuestros expertos a reforzar enun determinado país (Italia lo está hacien-do en Albania) su sistema aduanero y decontrol de fronteras, si desarrollamos ini-ciativas de formación de jueces y aboga-dos, si promovemos cursos de derechoshumanos para las fuerzas de seguridad depaíses en los que existen situaciones detensión potencial entre grupos, estamoscontribuyendo tanto a proteger los dere-chos de las personas como a afianzar unaparato estatal cuyo poder excesivo es laantítesis de la democracia, pero cuya de-bilidad (como se puede percibir en variaszonas del mundo) se traduce en anarquíay poder absoluto del crimen, con conse-cuencias devastadoras para los derechoshumanos y desestabilizadoras desde elpunto de vista geopolítico.

Asimismo, es muy importante lo quepodemos hacer (lo que debemos hacer)en el terreno económico: desde las inver-siones en los países en vías de desarrollo(instrumentos de beneficios legítimos

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para quien invierte, pero también de in-clusión y de justa devolución para quienrecibe las inversiones) hasta un sistemacomercial internacional que conceda másespacio a las necesidades de esos países,necesidades que si no son satisfechas seconvierten en el germen de muchos pro-blemas internos capaces de crear el “caldode cultivo” de los conflictos.

El desarrollo: más allá de los indicadores económicosTambién es esencial el instrumento de lacooperación para el desarrollo. Es intere-sante observar cómo “diplomacia del de-sarrollo” y “diplomacia de los derechoshumanos” no sólo no son conceptos alter-nativos o contrapuestos, sino que resultanconvergentes. En efecto, la concepción delos derechos humanos que prevalece en la

actualidad (del sistema ONU a la Cartade Derechos Fundamentales de la UniónEuropea) es amplia, y no se limita a rea-firmar los derechos civiles y políticos, sinoque incluye también los derechos econó-micos, sociales y culturales. El desarrolloes también un desarrollo de la titularidadcada vez más concreta del derecho de par-ticipación de todos los sectores, de todoslos grupos, en la vida no sólo política,sino también económico-social y cultural.El desarrollo se puede medir no sólo entérminos de indicadores económicos, sinotambién de “calidad de vida” (recuerdo aeste respecto el índice de desarrollo hu-mano del PNUD), y, por tanto, de dere-chos. Más que la pobreza en términos ab-solutos, el desequilibrio y la desigualdadson los factores que crean el terreno pro-picio para los conflictos entre grupos, los

que hacen problemática su convivencia.Debemos tener esto muy presente ennuestra acción de apoyo al desarrollo.Sería fatal, por ejemplo, si no nos diéra-mos cuenta del hecho de que una inter-vención externa (se trate de una carreterao de un programa de desarrollo en unazona determinada o para impulsar unacierta actividad económica) puede resul-tar desestabilizadora si produce un meca-nismo de inclusión/exclusión que no estécompensado, sobre todo si concierne agrupos étnicos diferentes.

Diversidad y asimilaciónPero volvamos al tema de la identidad,tan importante, tan vital para el debatesobre diversidad y globalización. Hemosvisto que el rechazo de la diversidadpuede tomar formas que van de la lim-pieza étnica al genocidio, con la alterna-tiva de una estratificación social rígidacombinada con la negación de los dere-chos al grupo minoritario o, en cual-quier caso, “perdedor”. Pero puede haberotra forma de rechazo de la diversidad.Una forma que no suscita repulsión, esmás, que puede ser interpretada en clavepositiva como hospitalidad y apertura.Me refiero a la asimilación. Aquí el pro-blema se vuelve más complejo, tanto po-lítica como culturalmente. Aparente-mente no hay ningún motivo para con-denar moralmente una actitud quetiende a la plena integración del diferen-te, a la superación de las diferencias en elámbito de una posición común de ciu-dadano, al reconocimiento de una hu-manidad común. Y, sin embargo, losproblemas persisten. Por un lado, por-que tras esa aparente apertura se corre elriesgo de camuflar la voluntad de univer-salizar, e imponer de hecho, un propio yparticular “modo de ser humano”. Porotro, porque resulta difícil negar que lavoluntad de asimilación no es más queotro modo de rechazar la diversidad. Esen este punto en el que se manifiesta ladiferencia entre tolerancia y pluralismo:la tolerancia acepta la diversidad, casi lasufre, como un mal menor respecto a laviolencia de una homogeneidad impues-ta, esperando que esa diversidad sea su-perada, absorbida; el pluralismo recono-ce la diversidad como valor.

Pues bien, deberíamos ser por lomenos tolerantes, pero creo que estamosjustificados si sostenemos que el pluralis-mo es un valor superior, menos negativo,más fecundo en términos de crecimientohumano y enriquecimiento. Pero precisa-mente porque es absurdo atribuir roles

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fijos a los individuos o a los grupos, ex-cluir o impedir las evoluciones, no pode-mos predeterminar cuáles serán en unadeterminada sociedad los resultados de labipolaridad diversidad/asimilación. Elmismo fenómeno (el fin de la esclavitudafricana y la presencia de millones depersonas de color) ha producido enEE UU y en Brasil sociedades que desdeel punto de vista cultural tienen caracte-rísticas profundamente diversas por loque concierne a la bipolaridad. Es difícil,por tanto, prever si a largo plazo, en con-

diciones de convivencia entre una plura-lidad de culturas, en un determinadopaís la diversidad podrá resistir a un im-pulso de asimilación que puede ser total-mente natural y fisiológico. Lo que sí po-demos decir es que algunos principiosdeberían ser reconocidos y promovidosen todas partes y por todos (sobre todo siqueremos que la coexistencia prevalezcasobre el conflicto): la asimilación nopuede ser forzada, sino que debe surgirde elecciones individuales indiscutibles;se deben crear cauces para que los indivi-

duos y los grupos puedan mantener supropia diversidad cultural y religiosa, unadiversidad que no debería vivirse comoprovocación o rechazo de la identidadprevaleciente en el país de acogida, sinocomo enriquecimiento recíproco y comoestímulo para el diálogo. La única condi-ción debe ser el respeto de una legalidadque no admite excepciones respecto a laprotección de las personas, personas queno pueden ser abandonadas a la mercedde violencias o prepotencias de grupo, ya las que no se puede imponer una perte-nencia no aceptada libremente.

Multiplicar las identidades:una receta para la convivenciaEl debate sobre la identidad es muy com-plejo y, a diferencia de lo que sucede enel caso de los intereses concretos, no sepresta a compromisos y mediaciones.Tiene que ver más con símbolos que conrealidades, con exigencias psicológicasmás que con necesidades materiales, porlo que tiende a ser considerado como un“juego a suma cero” en el que perder noes perder algo, sino a sí mismos. Inclusoen este terreno, no es secundario el papeldesempeñado por unos ideólogos y jefesde clan de diferente grado, obstinados–obstinación que por desgracia triunfa enla mayoría de los casos– en hacer creerque identidad significa ser ídem, es decir,inmunes a cualquier transformación (unavisión irreal y mortífera) en vez de ipse, esdecir, mantener una propia coherencia,un propio “hilo conductor” de personali-dad y proyecto, incluso más allá de losinevitables cambios. En este punto, esnecesario introducir otro debate impor-tante, el que se refiere a la pluralidad deidentidades. El dramatismo con el que sepuede vivir el problema de la identidaddepende en algunos casos de la negaciónde una identidad (pensamos en un nacio-nalismo frustrado, en una religión perse-guida), pero también del hecho que, sí esverdad que los individuos en condicionesnormales tienden a identificarse respectoa una pluralidad de pertenencias (fami-liares, locales, nacionales, políticas, reli-giosas), en algunos casos sólo una deéstas es la que asume una importanciavital, que aplasta o arrincona a las demás,empezando así a ser vivida de formatotal, exasperada. En este sentido, pareceque la convivencia exige, no la negaciónde la identidad (fenómeno injusto, arbi-trario e incluso peligroso por las inevita-bles tensiones que provoca), sino supleno y libre despliegue en clave plural.Conviene observar que es precisamente

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éste uno de los principales nexos entredemocracia y convivencia.

En cualquier caso, el problema es deextrema complejidad. Pero, sin embargo,no es utópico el objetivo de hacer posibleuna convivencia en la pluralidad de cultu-ras. Exigirá sin duda alguna un compro-miso constante, tanto en el terreno políti-co como moral, tanto a nivel internocomo a nivel internacional. Un compro-miso incluso de naturaleza moral, puestoque el elemento clave de esta compatibili-dad entre identidades diferentes y convi-vencia está constituido por la aceptacióndel Otro, por el reconocimiento –comodice el filósofo Emmanuel Levinas– delrostro del Otro, un rostro que nos invitano sólo a la tolerancia, sino a la acepta-ción y a la responsabilidad moral respectoa él. Pero, ¿por qué para hacer posible lanegación del Otro y la violencia se borraese rostro? A diferencia de la violencia in-dividual, que es frecuentemente personal,la violencia de grupo es anónima. El veci-no puede convertirse en asesino –nos lodemuestra los Balcanes– sólo en el mo-mento en que ya no ve a la persona con-creta con la que ha convivido durantelargo tiempo, sino al integrante de ungrupo del que percibe una amenaza yhacia el que ha desarrollado una animad-versión total e impersonal1. Pero, ¿cómose puede reconstruir ese rostro? ¿Cómo seregresa de lo abstracto a lo concreto?

Hemos hablado de política, de eco-nomía, de derechos humanos. Pero elterreno en el que está en juego la convi-vencia es también, y quizá sobre todo,de naturaleza cultural. Comencemospor la historia, que se enseña con dema-siada frecuencia (del Medio Oriente alos Balcanes) de forma distorsionada ycaricaturesca. El otro, el diferente, tienecon frecuencia una personificación inva-riablemente perversa y peligrosa: opre-sor, agresor, atrasado, primitivo. La me-moria histórica, en manos de propagan-distas y divulgadores, sufre una doblepatología: por una parte, hipertrofia res-pecto a las propias glorias y a las propiasconquistas; por otra, olvido del valor delos otros, de la dignidad de los otros, desu contribución a la civilización. Por nohablar del victimismo, un instrumentode una eficacia explosiva para desenca-denar espíritu de revancha y “agresionespreventivas”.

Sin embargo, no hay motivo para re-signarse ante un fenómeno presuntamen-te inevitable. Bastaría comparar los textosde historia adoptados hoy en las escuelasalemanas y francesas con los utilizados

sólo hace algunas décadas para ver que esposible, respetando la verdad y sin exclu-siones, escribir y enseñar la historia sincaricaturizar el rostro del Otro, sin con-vertirlo en una máscara grotesca y amena-zadora. He aludido a Alemania y a Fran-cia a propósito para subrayar que, comoha dicho recientemente el secretario gene-ral de la ONU, Kofi Annan, la integra-ción europea constituye el ejemplo másimportante de prevención de conflictosregistrado en la historia contemporánea.

Más allá de los resultados económicos,de la apertura de las fronteras a las cosas ya las personas, nuestra Europa, cada vezmás unida, significa al mismo tiempo unatutela de las diferencias y una convivenciaque va más allá de la simple colaboración,para configurar una comunidad de objeti-vos e instituciones. Se habla con frecuen-cia, y justamente, del peligro de que losconflictos se extiendan, contagiando nosólo a las zonas limítrofes, como una gan-grena, sino también al sistema internacio-nal mismo, como una septicemia. Perodeberíamos considerar motivo de consue-lo y esperanza el hecho de que incluso lapaz y la convivencia pueden ejercer uncontagio benéfico, sobre todo cuando setraducen, como en Europa, en una comu-nidad, y en una unión, que garantiza la li-bertad y el bienestar. Creo que en los Bal-canes –y me refiero a acontecimientos re-cientes, entre Zagreb y Belgrado– esto yaestá sucediendo.

Humanizar la globalizaciónQuisiera, por tanto, concluir con unanota de esperanza. Aún no negando lasdificultades (y sin duda alguna no podríahacerlo quien en los últimos 30 años haestado en contacto con los problemas y,algunas veces, con los dramas de numero-sos países), debemos sostener con firmezaque, en contra de lo que sostienen ciertasteorías catastrofistas, es posible controlarla globalización de forma que se eviten losconflictos y se preserven las diferenciasque son la sal de la tierra. Es éste el verda-dero desafío de la globalización, un fenó-meno rico en posibilidades creativas y po-sitivas, al que, sin duda alguna, no con-viene demonizar de forma superficial,aunque pueda convertirse –sin una ges-tión activa de los nuevos problemas queeso conlleva– en desequilibrios acentua-dos, en costes humanos difícilmenteaceptables, en recrudecimiento de unaperversa dialéctica de exclusión/inclusión.Una gestión activa que no podrá ser sola-mente de naturaleza técnico-económica opolítica, sino que deberá ampliarse a una

“globalización de la ética”. En efecto, re-sulta cada vez más absurdo y peligrosopretender frenar en las fronteras naciona-les (fronteras que son cada vez más irrele-vantes para la economía, los flujos finan-cieros, la protección del medio ambiente)el reconocimiento del Otro como sujetoéticamente relevante para nosotros, y nocomo un extraño inservible, sacrificable,para la consecución de nuestros objetivosindividuales o de grupo. En otras pala-bras, el problema de la globalización resi-de en su inconclusión, en su coherenciasólo parcial.

Se trata de un compromiso difícilpero al mismo tiempo apasionante, en elque espero que los jóvenes puedan encon-trar una fuente de entusiasmo y un estí-mulo para actuar. Porque nos concierne atodos: a los que actúan, como quien oshabla, en el campo de las relaciones inter-nacionales, pero también a aquellos queestán implicados en una economía queprescinde cada vez más de las fronteras o,por último, a los que deben afrontar anivel local los problemas complejos de laacogida, de la integración, de la legalidad,de la demanda de espacios de identidaden una sociedad cada vez más multicultu-ral. Estoy convencido de que, aún másque la gestión de la economía o de las in-novaciones técnico-científicas, es precisa-mente éste el desafío fundamental denuestro tiempo. n

ROBERTO TOSCANO

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Roberto Toscano es responsable de la Unidadde Análisis y Planificación del Ministerio de Asun-tos Exteriores de Italia.

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ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANOS

RICARD ZAPATA-BARRERO

l debate actual en torno a la ciudada-nía y la nacionalidad adopta dos pers-pectivas opuestas: por un lado, una vía

tradicionalista y ortodoxa, que defiende elcarácter indivisible, incluso sagrado, de larelación entre la ciudadanía y la nacionali-dad; por otro lado, una vía multicultural, lacual problematiza la conexión tradicional(R. Brubaker, ed., 1989). El presente artí-culo se sitúa en esta segunda perspectiva.Partimos de la constatación de que uno delos temas recurrentes de discusión en prác-ticamente todas las sociedades occidentalesestá directamente conectado con el procesode revisión de los fundamentos de legitimi-dad y de identidad política y nacional delos Estados1.

Los grandes arquitectos políticos mo-dernos, simplemente, no previeron estosnuevos fenómenos. Esto implica que lasestructuras políticas, procedentes de nues-tra tradición moderna, tienen serias difi-cultades de gestionar los nuevos fenóme-nos de multiculturalismo sin modificarseellas mismas. Frente a esta dinámica his-tórica irreversible, la práctica política conservadora de algunos Estados sóloconsigue retrasar las tensiones, no las re-suelve. El objetivo de este breve artículoes identificar los principales fenómenoscontemporáneos ligados al multicultura-lismo que contribuyen a crear serios pro-blemas de legitimación al vínculo tradi-cional (nuestra Santísima Trinidad) entreEstado, nación y ciudadanía. Abordare-mos tres dimensiones: la relación entre laciudadanía y la inmigración; la relación

entre la ciudadanía y el pluralismo deidentidades nacionales; y, por último, pe-ro no menos importante, la relación entrela ciudadanía y la globalización2.

Ciudadanía e inmigración: problema estructural para los Estados de-mocráticos y liberales3

El inmigrante no es sólo un actor económi-co, sino político. Su presencia tiene un im-pacto sobre las estructuras institucionalesde nuestro sistema liberal y democrático. Alabordar esta cuestión existen en general dosposibles enfoques que deben interrelacio-narse: el institucional y el normativo.l La perspectiva institucional se concentrasobre todo en la estructura de nuestro sis-tema político y analiza cómo está obligadaa modificarse para hacer frente a las ten-siones que genera la presencia de inmi-grantes. Parte de la convicción de que elprimer contacto que tiene el inmigrantecon nuestra sociedad es con sus institucio-nes. Esta relación es lo que propiamente sedenomina como esfera pública. En estesentido, esta perspectiva se interesa por laforma en que está estructurada dicha esfe-ra pública: quién decide, cómo y por qué,sus límites y contenido. Parte de la premi-sa de que la esfera pública tiene una in-fluencia directa sobre un tipo de actitud,de conducta y de práctica que en numero-sas ocasiones entran en tensión con la delos inmigrantes. De ahí que se asuma quesus límites y su contenido deban variar.l La perspectiva normativa comparte lospuntos de partida anteriores, pero se con-centra más en el cambio de sistema de va-

lores. Casi toda la literatura politológicaexistente asume que la presencia crecientede inmigrantes tiene un “efecto espejo” so-bre nuestra tradición cultural. La inmigra-ción es materia de reflexión porque impli-ca formas de coerción que pensábamos ha-bíamos solventado en nuestra tradiciónliberal y democrática. Creo que la mejorforma de introducirse en lo que sin lugar adudas puede denominarse como “la épocade la inmigración” (por parafrasear el acer-tado título de la obra de S. Castles y M. J.Miller, 1993), es citando un párrafo enterode J. Carens, quien traza de una forma cla-ra el momento histórico que presenciamos:

“Considera el caso de la libertad de movi-miento teniendo en cuenta la crítica liberal a lasbases feudales que determinaban las expectativas devida de las personas sobre la base de su nacimiento.La ciudadanía en el mundo moderno es algo asícomo estatus feudal en el mundo medieval. Seasigna por nacimiento; en la mayoría de los casosno puede variar según la voluntad y los esfuerzosde la persona; y tiene un gran impacto sobre las ex-pectativas de vida de la misma persona. Haber na-cido ciudadano de un país acomodado como elCanadá es una forma de proteger el privilegio delnacimiento. Los liberales han criticado la forma enque el feudalismo restringía la libertad, incluso lalibertad de movimiento de un lugar a otro en bus-ca de una vida mejor. Pero las prácticas modernasde la ciudadanía y el control estatal sobre las fron-teras vincula eficazmente las personas al lugar de sunacimiento. Si las prácticas feudales eran erróneas,¿qué puede justificar las prácticas modernas?” (Ca-rens, 1992; 26-27. Traducción del autor).

Asimismo, al tratar de la inmigraciónse suelen diferenciar dos niveles: el nivel deacceso y el nivel de coexistencia, una vez losinmigrantes han sido admitidos. Se sueleadmitir que las políticas que se efectúan enambos niveles tienen una influencia mutuadirecta. En general, se asume que el éxitode las políticas de integración depende di-rectamente de cómo se controla la entradade inmigrantes (D. Schnapper 1992; 33).Para poder seguir con más claridad mi ra-zonamiento, sostendré que es en el nivel de

E

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1 Aquí entran un extensísimo número de traba-jos, entre los que destacan, Ch. Taylor (ed. 1992), D.Schnapper (1992, 1994), Ch. Kukathas (ed. 1993), E.Frankel Paul et al. (eds. 1994), W. Kymlicka (ed.1995, 1995), J. Tully (1995), E. Lamo de Espinosa(ed. 1995), I. Shapiro y W. Kymlicka (eds. 1997), N.Glazer (1997), M. Martiniello (1997), B. Parekh(2000), W. Kymlicka y W. Norman (eds. 2000), J.Carens (2000).

2 Para una relación más amplia de lo que aquí seexpone de forma resumida, véase el monográfico de larevista Anthropos (R. Zapata, coord., 2001).

3 En este apartado sintetizo algunas ideas de misrecientes trabajos, como, entre otros, R. Zapata-Barre-ro (1999, 2000 a-f).

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acceso (donde básicamente se decide elcúantos y el quiénes entran) donde mayorescontradicciones presentan las teorías libe-rales, y es en el nivel de coexistencia (don-de se decide el cómo se gestiona el espaciopúblico) donde las teorías democráticasson objeto directo de revisión.

Bajo la óptica de las políticas de ad-misión se parte de la constatación de queexiste una incoherencia entre el derechode toda persona a emigrar, pero no detodo Estado de aceptar inmigrantes. Estaasimetría recibe, además, una atenciónespecial en cuanto que existe tambiénuna diferencia sustancial entre la libertadde movimiento de mercancías, dinero yservicios, y la de las personas (B. Barry yR. Goodin, ed. 1992). La tendencia ge-neralizada de la mayoría de los estudiosque se centran en esta cuestión exami-nan los fundamentos éticos y las fuentesde legitimación de las políticas de admi-sión. Se parte de la premisa de que histó-ricamente estas políticas han estado vin-culadas a la soberanía de los Estados, yque el único criterio que se ha contem-plado para planificar acciones de controlha sido el del interés nacional. Para lamayoría de los autores, este criterio polí-tico no es moralmente aceptable, ademásde ser incongruente con los pilares bási-cos de la democracia y del liberalismo3.En síntesis, en el debate actual existendos extremos: los que argumentan que elcontrol de fronteras es una cuestión polí-tica en el sentido realista del término(por ejemplo, L. B. Sohn y T. Buergent-hal eds., 1992; M. Weiner, 1995) y losque se alinean a la posición que pesanmás las cuestiones morales para abrir lasfronteras (por ejemplo, M. Gibney, ed.,1988; V. Bader, ed., 1997).

Entremos ahora en el interior de unEstado, habiendo pasado el filtro de laspolíticas de acceso. En esta etapa, aun-que las bases liberales también son discu-

tibles, la literatura suele centrarse en losdesafíos democráticos que genera la coe-xistencia de personas con diferentes sis-temas de derechos y de deberes por elsimple hecho de la nacionalidad4. La ló-gica que se sigue en este nivel no es la di-cotomía entre fronteras abiertas o cerra-das, como en el caso anterior, sino la di-cotomía entre inclusión y exclusión de lacomunidad política donde el inmigranteestá instalado. El argumento es, diría, desentido común para todo aquel quepiense que la democracia es algo másque un simple procedimiento de eleccio-nes. Frente a los inmigrantes residentespermanentes, frente a las segundas y de-más generaciones, ¿qué argumentos po-demos darles para justificar la diferenciade derechos (y por lo tanto límites de ac-

ción legal) que tienen para actuar en laesfera pública?: ¡ninguno!

Ciudadanía y pluralismo de identidadesnacionales: ciudadanía monocultural fren-te a la descentralización política del EstadoLa estructura descentralizada que re-quiere un Estado plurinacional mani-fiesta el siguiente problema: si admiti-mos que la ciudadanía, aparte de dere-chos, expresa una identidad culturalespecífica, la de la nación, ¿necesita ladescentralización política del Estadouna identidad cultural común o no? Larespuesta a esta pregunta es polémicaporque plantea problemas prácticoscuando nos situamos desde el punto devista de la tradición liberal5.

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4 Veánse, entre otros, A. Dummett y A. Nicol(1990), E. Balibar y I. Wallerstein (1991), M. Bald-win-Edwards y M. A. Schain (eds. 1994), Y. Soysal(1994), R. Bauböck, A. Heller y R. Aristide (eds.1998).

5 En este nivel destacan los trabajos de W. R.Brubaker (ed. 1989, 1992), de T. Hammar (1990),de Z. Layton-Henry (ed. 1990), así como E. Balibar(1992). J. de Lucas (1994, 1996), entre otros.

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El principal problema que tiene el libe-ralismo para incorporar la lógica que sigueel nacionalismo no-estatal se debe, funda-mentalmente, a que la lógica liberal ha esta-do pensada siempre desde la perspectiva es-tatal destinada a personas individuales. Latensión se produce porque ambas lógicastienen una concepción diferente de la de-mocracia. Para los liberales, el nacionalismoes incompatible con la democracia, mien-tras que para los nacionalistas no estatales,sin un reconocimiento de sus identidadesnacionales, un sistema no puede ser consi-derado como democrático.

Este cleavage tiene su explicación en elhecho de que el liberalismo siempre se haconcebido como una teoría del Estado ca-paz de garantizar la protección de ciertosderechos de los ciudadanos. Para ello, hapromocionado la creación de dos esferas, laprivada y la pública. En la esfera pública esdonde actúa la identidad de la persona es-trictamente política, denominada ciudada-nía; y sólo es en el ámbito privado donde elliberalismo acepta el pluralismo, la diferen-ciación de identidades culturales entre per-sonas. En lo público también se incorporanlos valores de la nación que sustentan el Es-tado. Toda otra idea de nacionalidad queentre en tensión con la concepción estable-cida estatal es considerada como pertene-

ciente a lo privado. De ahí que para un li-beral cualquier reivindicación nacionalistano estatal sea percibida de entrada comoun intento de quebrantar el orden estable-cido en lo público.

Pero éstas son las bases teóricas del li-beralismo. En realidad, la literatura reco-noce que el Estado liberal “no es cultural-mente neutro” como lo proclama. Ademásde reconocer derechos de ciudadanía, lasinstituciones liberales introducen una seriede valores hegemónicos de carácter lin-güístico y cultural en la esfera pública queconforman lo que ellos llaman la “identi-dad nacional-estatal”, la cual tiene comoconsecuencia un efecto directo sobre losderechos individuales, sobre todo aquelloque no se reconoce en la identidad públicaestablecida. Con esta estructura, en un Es-tado plurinacional (compuesto de variasnaciones) algunos grupos se pueden aco-modar y otros tienen más dificultad, pues-to que deben pagar un precio más alto entérminos de su propia identidad cultural.Las diferencias de identidad nacional sonsimplemente discriminadas. Para ser ciu-dadano, algunos grupos nacionales debenpagar el precio de perder su identidad cul-tural para “asimilarse”.

Esta tensión se produce porque las re-glas de juego de la lógica liberal constituyen

los fundamentos mínimos normativos queapoyan y limitan la esfera pública, dentrode la cual actúan los ciudadanos. Esto sedebe a que la concepción de la ciudadaníaque ha tenido el liberalismo es como unconjunto de derechos y no como pertenen-cia e identidad pública. Es decir, que almismo tiempo que circunscribió la ciuda-danía a través de derechos, implícitamenteincorporó unos valores nacionales estatalesque en los actuales contextos plurinaciona-les crea tensión directamente en la ciudada-nía, concebida esta vez como identidad cul-tural pública.

Lo que se cuestiona actualmente no es,pues, el status de ciudadanía (como conjun-to de derechos y de deberes), sino la inclu-sión de la ciudadanía como identidad cul-turalmente diferente. Para que esto sea po-sible se debe incluir el pluralismo culturalcomo un valor perteneciente a la esfera pú-blica y no sólo privada. Una revisión delconcepto de ciudadanía que esté en sinto-nía con la defensa del pluralismo cultural,considerado como valor que debe proteger-se, implica, pues, que este pluralismo seareconocido institucionalmente en la estruc-tura organizativa del Estado. Esto suponeque debe superarse el estatismo uniforma-dor de la visión liberal, constitucionalizan-do una pluralidad de maneras diferentes depertenecer y de participar en el gobierno.El debate, como vemos, está abierto (F. Re-quejo, 2001).

Ciudadanía y globalización: ciudadaníaestatal contra ciudadanía cosmopolita yciudadanía localUna forma corriente de abordar la relaciónentre la ciudadanía y la globalización es laque se centra en examinar los efectos queproduce la globalización en los gobiernosenmarcados en el Estado-nación. Esta for-ma de análisis nos lleva a plantearnos cuáles el futuro del Estado-nación en esta nue-va era de la globalización. Para seguir pro-fundizando es preciso detenernos en quésignifica globalización6.

Globalización significa interconexiónplanetaria entre personas, lugares, capital,bienes y servicios. Es un proceso que tiene,al menos, tres niveles vinculados entre sí: sudimensión económica, cultural y política.

La globalización económica significa lainstitucionalización del capital y del comer-cio globales, con sus redes globales de fi-nanciación y de producción. Esto implica

ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANOS

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

6 Seguiré la literatura básica sobre este tema. Entreotros, a D. Elazar (1987), y los trabajos de F. Requejo(1998, ed. 1999), y E. Fossas y F. Requejo (1999).

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que el marco de la economía ya no es el Es-tado-nación7. Para mantener la competiti-vidad económica se desarrolla paralelamen-te, y como consecuencia, la tecnología (lospaíses que no “estén al día” con Internet,por ejemplo, parten en desventaja) y las in-fraestructuras requeridas para la informa-ción, con la creación de una red cada vezmás global de comunicación. Además, elcontrol de estas tecnologías es de suma im-portancia, puesto que esta producción im-plica control del acceso para otros países.En este sentido, puede afirmarse que la cre-ación de nuevas estructuras de desigualdady dependencia en el sistema económicoglobal está sostenido por el control de losmedios de comunicación en general.

Con este desarrollo de la información yde las comunicaciones, estas tecnologíashan creado las condiciones para un sistemaglobal de interacción e intercambios sim-bólicos. Utilizadas a escala global, permitenla transferencia de imágenes mentales, ex-poniéndolas en formas estandarizadas depensar y de actuar. En otras palabras, tie-nen un efecto directo sobre nuestras cultu-ras nacionales e identidades. Están en elorigen de una cultura global o McWordCulture, como sostiene Benjamin Barber(1995). Esta revolución en las telecomuni-caciones y de la información permite la en-trada de lo que se está llamando “ideologíacultural” del consumo de ideas, valores,productos, con ayuda de los medios de pu-blicidad, cada vez más importantes comomediadores. Aquí entran los programas detelevisión, el cine, la moda, los big y losmac, la pepsi y la coca-cola. Todo esto con-tribuye a crear una cultura virtual o meta-cultura basada en la imagen, la homogenei-dad, una identidad colectiva global, conpautas compartidas de consumo. Consta-tando esta dinámica cultural, surge la se-gunda dimensión.

Podemos plantearnos si este proceso deglobalización cultural afecta directamente alas identidades nacionales. Este proceso espara muchos una nueva versión del impe-rialismo, no económico, sino cultural. Lalógica que hay detrás de esta globalizacióncultural, como proceso dependiente deleconómico pero paralelo ahora, es tambiénel de la homogeneización (o lo que me in-clino a denominar como “cultura clónica”).Teniendo en cuenta este marco, el debateno reside sólo en discutir si las identidades

culturales y nacionales están o no influen-ciadas por los medios de comunicación ycómo, sino también en enfatizar que losgrupos y colectivos que son recipientes deestos mensajes culturales también tienencapacidad de interpretar con criterios pro-cedentes de sus identidades particulares. In-terpretan, pues, localmente estos mensajesglobales. Las identidades culturales tradi-cionales (de clase, religión, género…) ase-guran al menos la heterogeneidad de las in-terpretaciones. Este proceso inicia una dia-léctica entre la homogeneidad y laheterogeneidad, lo global y lo local, lo uni-versal y lo particular.

Ante esta situación, podemos pregun-tarnos, y aquí nos adentramos en la terceradimensión, la de la globalización política, enqué sentido afecta todo este proceso a lapolítica. Una respuesta posible es, en tantoreafirma preocupaciones acerca de las iden-tidades colectivas, la principal, de la cual, laidentidad política por excelencia: la identi-dad que expresa la ciudadanía.

En este sentido, podemos afirmar queotro de los retos importantes que planteael proceso de globalización es el hecho deque tanto la soberanía popular como laestatal tienen dificultades para legitimar-se. Por ejemplo, la formación de una eco-nomía global desafía la posibilidad decontrol en un único Estado. Las corpora-ciones transnacionales o multinacionalesafectan en sus decisiones directamente alos Estados, sus economías domésticas yel bienestar de los ciudadanos. Asimismo,los Estados cada vez tienen menos instru-mentos para controlar la comunicaciónglobal y los procesos de información. Enotras palabras, fuerzas extraterritorialesglobales “invaden” el espacio político delEstado-nación, sin que el propio Estadotenga mecanismos para controlarlo. Estas“fuerzas globales” desafían directamentela forma de gobierno democrático.

Uno de los principales efectos de estadialéctica entre los Estados-naciones y elproceso de globalización es el incrementode formaciones de identidades grupalesdentro de la sociedad, cada una de ellas de-fendiendo estilos de vida diferentes. Esteproceso de fragmentación cultural puedeentenderse como la creación de “espacios”para la formación de la pluralidad de colec-tividades, como los nuevos movimientossociales que se están convirtiendo en prin-cipales canalizadores de esta “política de ladiferencia” (basados, por ejemplo, en lasidentidades sexuales o de género) (I. M.Young, 1990, 2000; A. Phillips, 1993).Aquí es donde entra la demanda de un re-conocimiento institucional de los “derechos

de grupo” para conservar estilos de vida di-ferentes (W. Kymlicka, ed. 1995). Los Es-tados se ven, pues, enfrentados a un dile-ma: o bien reconocen estos grupos o biensucumben al proceso de globalización. Vea-mos más de cerca esta demanda de derechode grupo para terminar.

La demanda es simple teóricamente: sereivindica que dentro de las estructuras ins-titucionales estatales ciertas comunidadespuedan tener un espacio de autonomía pa-ra gobernarse a sí mismas y diferenciarse eneste proceso de uniformación. El multicul-turalismo se convierte en este sentido enideología y contribuye, al tomar una expre-sión política reivindicativa, a romper los lí-mites de la uniformación del proceso deglobalización. Pero también en este nivel sepiensa que la acción debe ser en la escenaglobal. En esta orientación planetaria de laacción se está produciendo la creación deuna “sociedad civil global”, a través de me-diadores como las ONG8. En este nivel, larelación entre globalización y ciudadaníademocrática es tema de discusión, en tantoque estos movimientos sociales que actúanglobalmente necesitan un espacio públicoglobal para deliberar y coordinar sus activi-dades. Aunque dicho espacio no se ha insti-tucionalizado todavía, lo cierto es que lasnuevas tecnologías de información y comu-nicación proporcionan una infraestructurade vital importancia.

En este espacio tiene también cabida eldebate sobre la formación de una ciudada-nía cosmopolita. La persona, en tanto queactúa orientada por una acción global, diri-ge sus reivindicaciones a todos los Estadossin excepción. En este proceso debe, igual-mente, situarse el debate sobre derechos hu-manos como aquellos derechos que confor-man y limitan la acción de la ciudadaníacosmopolita. Dichos derechos tienen unabase centrada en una noción de una huma-nidad común, es decir, un conjunto de de-rechos y de deberes que tienen las personaspor el hecho de ser miembros de una hu-manidad compartida (S. Shute y S. Hurley,eds. 1998). Esto supone que existe una co-munidad moral mundial que actúa contra

R ICARD ZAPATA-BARRERO

35Nº 114 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

7 Intentaré sintetizar algunas ideas de M. Castells(1998), R. Axtmann (1996), D. Held (1998 y, et.al.1999), M. C. Nussbaum et. al. (1999), y G. Jáuregui(2000).

8 Aparecen, así, instituciones internacionales queintentan regular este proceso como, entre otras, los G-7 (Grupo de los siete Estados más ricos del mundo,que en el encuentro de este año en Praga se han con-vertido en G-10), el FIM (Fondo Monetario Interna-cional), el Banco Mundial, el GATT (General Agree-ment on Tariffs and Trade), el WTO (World TradeOrganisation), la OCDE (Organización para la coo-peración y desarrollo económico). Estas organizacio-nes constituyen un sistema de gobierno económicoglobal, junto con las fusiones, las corporaciones trans-nacionales y las multinacionales.

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aquellos que la vulneran (tengamos enmente, por ejemplo, los juicios contra Pi-nochet, o a los antiguos nazis en los proce-sos de Núremberg, y el debate para fortale-cer la actividad del Tribunal Internacionalde La Haya).

En síntesis, estos tres procesos de glo-balización (el económico, el cultural y elpolítico) nos obligan a reconceptuar la vi-sión tradicional del mundo que teníamos.No porque las identidades locales corran elpeligro de desaparecer, sino porque la iden-tidad de la ciudadanía como identidad na-cional-estatal corre el peligro de desvincu-larse por dos fuerzas contrarias: por un la-do, el proceso de globalización que hemosdescrito; por otro, el proceso inverso de lo-calismo. Por lo tanto, el gran logro de lossiglos XIX y XX de conectar Estado, nación yciudadanía se está desmarcando. Éste esuno de los aspectos que caracteriza esta fasede globalización: las sociedades políticas seven obligadas a repensar sus mismas baseslegitimadoras para ubicarse dentro de esteorden global. n

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ESTADOS, NACIONES Y CIUDADANOS

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

Ricard Zapata-Barrero es profesor titular deCiencia Política en la Universitat Pompeu Fabra.

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EL ESLABÓN PERDIDODE LA DESCENTRALIZACIÓN

Argumentos en favor de los gobiernos locales

XOSÉ CARLOS ARIAS Y ANTÓN COSTAS

esde la entrada en vigor de laConstitución de 1978 se ha pro-ducido en España una intensa des-

centralización política que ha tenido co-mo absoluto protagonista a las comuni-dades autónomas. Esta esfera de gobiernoha pasado de no existir a una situaciónen que los nuevos gobiernos autonómi-cos gozan de amplias competencias y ges-tionan en torno a un tercio del gasto pú-blico total. Por el contrario, los gobiernoslocales, que deberían haber constituido elsegundo eslabón de la descentralización,han quedado en el total olvido. En efec-to, medido a través de su participaciónen la asignación del gasto público, el po-der local representa hoy, más o menos, lomismo que en 1980, en torno al 12%para el año 1996. Para comprender laanomalía que representa la situación es-pañola basta comparar esa cifra con laque observamos en la mayoría de los paí-ses avanzados. La participación de los go-biernos locales en los países con estructu-ra federal se movía, en 1996, en torno al25% en Estados Unidos, y entre el 17%y el 20% en Alemania, Austria o Canadá.En los países sin nivel intermedio (auto-nómico) de gobierno, el gasto local supe-raba en 1996 el 54% en Dinamarca, el27% en el Reino Unido, el 23% en Italiay el 18% en Francia.

¿Por qué han quedado en el olvidolos gobiernos locales? ¿Se puede afirmarque la descentralización española consti-tuye un proceso inacabado y que cabeesperar que, una vez consolidados losgobiernos autonómicos, se ponga enmarcha una segunda descentralización?En todo caso, ¿qué fuerzas empujan ladescentralización local?

Comencemos por la primera cues-tión. A la hora de abordar la nueva confi-guración del Estado posfranquista, laConstitución de 1978 dio prioridad abso-

luta al diseño de un nuevo nivel de go-bierno: las comunidades autónomas. Esaprioridad buscó dar salida a uno de losproblemas no resueltos –o mal resueltos–desde la constitución del Estado liberal enEspaña: el anteriormente llamado “pro-blema regional”. En esa dirección presio-naron fuerzas políticas y culturales identi-ficadas con las tendencias identitariasexistentes en las comunidades históricas.

Pero la preeminencia de estas fuerzasen el caso de la España de finales de losaños setenta no debería llevarnos a desco-nocer que el impulso descentralizador es-tuvo movido también por tendencias eco-nómicas y políticas de fondo y de ámbitomás general, aun cuando quedaran ocul-tas por la prioridad que aquí adquirió elproblema regional. La existencia de esas

corrientes de fondo a favor de la descen-tralización se pone de manifiesto al obser-var que por las mismas fechas se produjotambién un proceso de descentralizaciónen la mayor parte de los países del mun-do1 que, en la mayoría de los casos, favo-reció a los gobiernos locales.

Una vez que la configuración del nue-vo Estado autonómico ha encontrado suencaje definitivo (aun cuando continuarásiendo un proceso dinámico y, en ciertogrado, abierto a cambios), parece lógicoesperar que esas corrientes descentraliza-doras de fondo emerjan haciendo que lasenergías sociales y políticas se encaucenahora hacia la esfera local. En este senti-do, hay algunos signos que anuncian una

D

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1 Ver Banco Mundial, 1999.

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mayor presencia de esta cuestión en el de-bate político en España y en la UniónEuropea. Uno es el nuevo énfasis con queha sido tratado el tema local en la declara-ción de intenciones del nuevo líder delPSOE, José Luis Rodríguez Zapatero.Otro es la decisión adoptada en la cum-bre europea de Niza de diciembre de2000 de convocar una conferencia inter-gubernamental en 2004 para abordar lacuestión de la redistribución de compe-tencias entre los diferentes niveles de go-bierno en la UE, atendiendo al principiode subsidiaridad. Interesa, por tanto,plantearse la cuestión de si existen eviden-cia empírica y argumentos para justificaruna segunda descentralización en España,ahora en favor de los gobiernos locales.

Descentralización, participación ciudadana, capital social y calidad de las políticasLa búsqueda de una mejor asignación delos recursos públicos y la provisión de bie-nes y servicios a la población en las econo-mías desarrolladas ha venido acompañadade la descentralización hacia los gobiernoslocales. Aun cuando con significativas ex-cepciones, se observa que el grado de de-sarrollo económico y la descentralizaciónpolítica tienden a ir de la mano2. Las ten-dencias a la integración y a la globaliza-ción, más que frenar, parecen intensificaresa fuerza centrífuga que empuja hacia losgobiernos locales. Como ya señalara Da-niel Bell, los gobiernos nacionales son de-masiado pequeños para responder a losretos de la globalización pero demasiadograndes para atender a las demandas di-versificadas de los ciudadanos relaciona-das con las cuestiones que influencian sunivel de vida en los entornos locales enque se mueven.

Los economistas utilizan desde hacetiempo la llamada “teoría del federalismofiscal” para justificar la conveniencia deuna doble descentralización, “hacia arri-ba” y “hacia abajo”, para alcanzar de for-ma eficiente los distintos objetivos quepersiguen las políticas públicas. Desde es-te enfoque, la provisión de los llamadosbienes públicos locales es tarea de los go-biernos locales, mientras que la distribu-ción de la renta y la estabilidad deben serasignados a gobiernos nacionales o supra-nacionales. En las páginas que siguen, sinembargo, no utilizaremos este tipo de argu-mentación. Resaltaremos una línea ar-gumental que hasta hace poco apenas sehabía tomado en consideración: la existen-cia de una relación de causalidad entre des-centralización, participación ciudadana, ca-lidad de las políticas y crecimiento econó-mico local. La variable clave de estenuevo enfoque del desarrollo es la nociónde “capital social”.

¿A través de qué vías la descentraliza-ción tiende a mejorar la calidad de las polí-ticas y la prestación de servicios públicos?Existen dos mecanismos sociales que tien-den a producir ese efecto. El primero seapoya en el hecho de que en las decisioneslocales existe mayor probabilidad de que seproduzca un mejor ajuste entre las deman-das ciudadanas y la oferta de políticas. Elsegundo tiene que ver con el hecho de que

en el ámbito local se amplían considerable-mente los márgenes para la innovación depolíticas. Ambos mecanismos se apoyan enel hecho de que la proximidad hace que lasrelaciones entre Administración y adminis-trados sean más participativas.

La participación de los ciudadanosen la formación y control de las políti-cas emerge, de esta forma, como la va-riable clave de este nuevo enfoque. Unacreciente literatura teórica y empíricaapunta en esta dirección. Denis Youngha utilizado el marco de análisis basadoen los mecanismos de “salida” y “voz”,desarrollado por Albert O. Hirschman,para identificar las formas óptimas deorganización de los servicios públicoslocales. Señala que la descentralizaciónopera como una forma de intensifica-ción de la “voz”. Su análisis sugiere ladescentralización de las escuelas públi-cas y los servicios públicos como un me-canismo para facilitar y activar la parti-cipación ciudadana y mejorar la eficien-cia de estos servicios3.

El interés por conocer los canales através de los cuales la participación me-jora la calidad de las políticas ha llevadoa definir un nuevo concepto: el “capitalsocial” de una comunidad. Este concep-

39Nº 114 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

2 Ver Banco Mundial, 1999. 3 Denis Young 1, 1974.

Cuadro 1. Grado de desarrollo y capital social en diferentes regiones del mundo (media 1990-1993)

Grupo de países Capital social/confianza Grado de participación

Países desarrollados 44,5 11,4Economías en transición 29,3 3,4Países en desarrollo 24,2 5,9Media mundial 35,3 6,9

Fuente: Frey (1999); World Values Survey (1994).

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to incluye un conjunto de pautas y nor-mas de conducta ciudadana que tiende apermanecer en el tiempo y que incorpo-ra las tradiciones de cultura cívica, ten-dencias al asociacionismo y la voluntadde involucrarse en proyectos colectivosque existe en cada comunidad local. Laconclusión que está surgiendo de los es-tudios es que a mayor capital social, ma-yor participación y más calidad de laspolíticas.

En su crucial investigación sobre eldesigual desarrollo regional italiano, Ro-bert Putnam ha demostrado que la do-tación relativa de capital social ha sidodeterminante para que, a lo largo del si-glo XX, algunas zonas del centro y nortede Italia se hayan incorporado al núcleode la expansión económica europea,mientras el Mezzogiorno se adentraba enun creciente retraso4. Posteriormente,una literatura cada vez más rigurosa haido estableciendo en el plano interna-cional una sólida relación entre partici-pación ciudadana, grado de confianzaen las políticas y crecimiento econó-mico5. El resultado de estas investiga-ciones ha situado el concepto de capitalsocial en el centro de una nueva teoríadel desarrollo.

La simple observación del cuadro 1nos ofrece evidencia de esta relación6.Cuanto mayor es la dotación de capitalsocial en una comunidad mayor serátambién la confianza de los ciudadanosen el proceso político y la reputación delas políticas. En la medida en que laconfianza entre los diferentes actores deljuego de la política se extiende, la tomade decisiones se apoyará más en el com-promiso y en el acuerdo y se amplían lasposibilidades de diseñar políticas inno-vadoras para hacer frente a problemasnuevos o persistentes. La toma en consi-deración de este tipo de argumentos porparte de la literatura sobre políticas pú-blicas y crecimiento económico ha favo-recido que en los últimos años se hayaido construyendo un creciente consensoen torno a la idea de que sólo cuando seda una tendencia espontánea de los in-

dividuos a la cooperación en la soluciónde problemas colectivos puede aspiraruna comunidad a maximizar su creci-miento económico y el bienestar social.

La participación importaSi la participación importa, no parece difí-cil probar entonces que los incentivos paraestimular esa participación ciudadana enla búsqueda de soluciones cooperativasson más intensos en el caso de gobiernoslocales. La proximidad entre oferentes ydemandantes de servicios públicos es pro-bable que favorezca dos mecanismos queinfluyen, a su vez, en la eficiencia del pro-ceso político. El primero está relacionadocon la información entre ciudadanos y po-líticos. El segundo, con la transparenciadel proceso de formación de políticas.

En la medida en que la proximidadreduce su coste, la información tiende aser más fluida en el ámbito local. De es-te modo, las ineficiencias que se derivande los llamados “problemas de agencia”que caracterizan la interacción entre elelectorado y los grandes decisores políti-cos nacionales (Parlamento, Gobiernocentral, etcétera), problemas que estánrelacionados con la capacidad de controlque los ciudadanos tienen sobre los po-líticos cuando éstos actúan como “agen-tes” en los que los ciudadanos, a travésdel voto, han delegado su capacidad dedecisión, se reducen en la esfera local.Además, la proximidad permite, enprincipio, mejorar las condiciones detransparencia y control de las decisionespúblicas7.

Se podría incluso manejar un argu-mento adicional relacionado con la mayoreficiencia de determinadas formas localesde propiedad colectiva para resolver ciertosproblemas relacionados con los bienes co-munales. El régimen de propiedad colecti-va ha probado su eficiencia en distintoscontextos, resolviendo problemas de in-centivos de un modo que resultaría impen-sable para otros ámbitos de decisión políti-ca8. En relación con esta cuestión, JosephSiglitz, en un ensayo donde indaga sobrelas posibilidades de un socialismo de mer-cado, llega a afirmar que “en situacionesmuy diversas, las comunidades locales hanevitado la tragedia de los (bienes) co-munes, en relación con una variedad depolíticas regulatorias”9.

Existen, por tanto, argumentos apriori muy poderosos a favor de la máxi-ma descentralización posible en la provi-sión de servicios públicos urbanos y deservicios sociales.

Riesgos de la descentralizaciónLos efectos positivos esperados de la des-centralización no son, sin embargo, auto-máticos. De hecho, existe evidencia, sobretodo en países en desarrollo, que apunta aque la descentralización puede originarmás problemas que los que contribuye aresolver10. Esto ha ocurrido con más fre-cuencia cuando la descentralización se li-mita a los elementos administrativos y ge-renciales de las políticas; es decir, cuandoadolece de la visión política acerca de sunaturaleza, determinantes y función. Asíha ocurrido, por ejemplo, en muchos paí-ses latinoamericanos, donde las experien-cias de descentralización de servicios pú-blicos sanitarios, educativos o de redesviarias sólo proporcionaron mejoras allídonde la descentralización invistió deautoridad política a los municipios11. Noes posible, por tanto, ignorar la existenciade riesgos.

Uno de ellos guarda relación con ladistinta dotación de capital social existen-te en las distintas comunidades locales. Aeste factor hay que añadir la distinta capa-cidad técnica de los gobiernos locales paradiseñar y gestionar políticas. La descen-tralización puede agravar las diferenciasen renta y calidad de vida entre territo-rios, y, por tanto, también entre indivi-duos de diferentes municipios.

Pero estas diferentes dotaciones de ca-pital social y capacidades técnicas de ges-tión no deberían utilizarse como excusapara frenar la descentralización. En pri-mer lugar, la gestión local de servicios nodebe ser una obligación legal sino una po-sibilidad abierta a aquellos municipiosque la reclamen. En segundo lugar, cabepensar que la cooperación entre munici-pios, la imitación de las “buenas prácti-cas” de otros gobiernos locales y la ayudatécnica de diputaciones y autonomíaspermitirán a los pequeños y medianosmunicipios aprovechar las posibilidadesque ofrece la descentralización para mejo-rar la calidad de las políticas. En tercer lu-gar, es posible que surjan mecanismoscompensadores que actúen a través de lacompetencia e imitación de políticas.

EL ESLABÓN PERDIDO DE LA DESCENTRALIZACIÓN

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

4 Ver R. Putnam, 1993.5 Ver, por ejemplo, Knack y Keefer, 1997; B.

Frey, 1999.6 Permanecen sin resolver numerosos problemas

metodológicos relacionados con la construcción de ín-dices de capital social. Esto hace que se produzca unaacusada dispersión en los resultados obtenidos por losdiferentes autores. Con todo, la rapidez con la que enlos últimos años se suceden relevantes aportacionestécnicas hace pensar que en breve se contará con re-sultados menos sometidos a controversia.

7 Sobre esta línea de argumentación, ver De Me-llo, 2000.

8 Ver E. Ostrom, 1990.9 Joseph Stiglitz, 1994, 13.

10 Véase Bruno y Pleskovic, eds., 1996; A. Cos-tas,1998.

11 Ver Burki, Perry y Dillinger, 1998.

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XOSÉ CARLOS ARIAS Y ANTÓN COSTAS

41Nº 114 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Algunos analistas de políticas señalanque la descentralización introduce un tipode competencia entre gobiernos localesque puede conducir a la mejora de la efi-ciencia en la provisión de servicios en elconjunto de ellos12. Este efecto virtuosode la competencia no actúa tanto a travésdel incentivo que crea el llamado “votocon los pies”, ejercido cuando los indivi-duos se desplazan de un municipio a otrobuscando mejores servicios, sino de losefectos de innovación y emulación de po-líticas (las best practices). De hecho, esteefecto puede ser observado ya entre co-munidades autónomas. En cualquier ca-so, es posible que, inicialmente, sean losterritorios en los que el stock de capital so-cial sea más elevado los que pueden apro-vechar mejor las posibilidades de la des-centralización13.

Un segundo tipo de riesgo está rela-cionado con el hecho de que los “cicloselectorales” parecen producirse con másfrecuencia e intensidad en los niveles degobierno más descentralizados. De sercierto, las decisiones de inversión y gastode los gobiernos locales se adoptaríanmás en función de la maximización delapoyo político a corto plazo que en fun-ción de las necesidades colectivas. Aun-que no es concluyente, existe cierta evi-dencia de este tipo de comportamientopara el caso de algunos municipios espa-ñoles14. Si la teoría del ciclo electoral lo-cal se viera efectivamente confirmadaconstituiría un factor de distorsión bas-tante serio para la descentralización15.Este problema se podría ver agravadopor el hecho de que las haciendas localesse mueven hoy en un entorno que con-tiene elementos de riesgo moral, que pue-de llevar a las políticas locales a forzarsus niveles de endeudamiento sin tenerque pagar los costes políticos de su ac-tuación, al considerar que ese riesgo aca-

bará siendo cubierto por la haciendacentral. De hecho, no son infrecuenteslas operaciones de rescate de este tipo enel área de la OCDE16.

Otro riesgo que no se puede olvidares que la cercanía del ciudadano a la polí-tica tiene también su lado oscuro. En au-sencia de elementos suficientes y efectivosde transparencia, control y rendición decuentas, la captura del decisor local porintereses privados es, más que un riesgo,una posibilidad cierta17. Este riesgo es es-pecialmente probable cuando, como su-cede en España, no existe a nivel munici-pal ningún tipo de incompatibilidad en-tre el desempeño del poder local y elejercicio de intereses privados en activida-des relacionadas con la regulación del sue-lo y el urbanismo.

Reformas para evitar los riesgos e incentivar los beneficios de la descentralizaciónEstamos ante riesgos importantes que deno ponerles remedio podrían llevar a quela descentralización local acabase en fias-co. No se trata ahora de describir un catá-

logo de medidas, pero sí cabe mencionar,al menos, dos tipos de criterios para el di-seño de las reformas que, favoreciendo losbeneficios, eviten los riesgos.

En primer lugar, la descentralizacióndebe ir orientada a consolidar las corpora-ciones locales como verdaderos sujetos depoder político democrático. Se trata de re-politizar los gobiernos locales, y no sólode dotarlos de mayor capacidad de ges-tión. No se trata sólo de mejorar la efi-ciencia en la provisión de servicios públi-cos, sino de incentivar la participación en,y el control democrático de, las decisionespúblicas locales. Por eso son necesarias, almenos, dos tipos de medidas. Por un la-do, introducir mecanismos que incenti-ven la participación ciudadana en las de-cisiones locales. Por otro, mecanismosque regulen el conflicto de intereses e in-troduzcan mayores exigencias de respon-sabilidad, transparencia y rendición decuentas. Una medida esencial, en estesentido, es la introducción de un régimenefectivo de incompatibilidades para los al-caldes y concejales que regule el conflictode intereses entre el ejercicio de funcionespúblicas y los intereses privados, especial-mente en actividades relacionadas con laregulación del suelo y el urbanismo.

De modo complementario, se debería

12 Ver A. Costas, 1999.13 Los escasos estudios empíricos realizados hasta

ahora sobre la dotación de capital social en las comu-nidades autónomas españolas muestran que las posibi-lidades de ese segundo eslabón de la descentralizaciónson mayores en los casos de Cataluña, Baleares, Ara-gón, Madrid, Comunidad Valenciana, Navarra y elPaís Vasco, todas ellas con índices positivos de capitalsocial. Mucho menores serían las posibilidades enCantabria, Extremadura, Canarias, Murcia, Castilla yLeón, Asturias, Castilla-La Mancha, Galicia y Andalu-cía, para los cuales el índice elaborado por Mota y Su-birats presenta valores negativos. Véase Mota y Subi-rats, 2000.

14 Por ejemplo, en el caso de los municipios ga-llegos está bien documentada esta relación entre cicloelectoral y gasto de los ayuntamientos; ver ÁlvarezCorbacho, 1995.

15 Véase V. Tanzi, 2000.

16 En Von Hagen et al., 2000, se analizan esasoperaciones de bail-out en varios países de la OCDE.

17 Véase Prud’home, 1994.

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favorecer la efectiva estabilidad y lideraz-go político de los gobiernos locales. Unavía podría ser la fórmula del gobierno pre-sidencial. Para ello se podría progresar através de la vía italiana, consistente en laelección directa de los alcaldes, al margende la del resto de los miembros de la cor-poración.

Un segundo criterio que debe orien-tar las reformas que deben acompañar a ladescentralización local es la introducciónde mecanismos de evaluación e intercam-bio de información sobre las mejoras po-líticas y de cooperación entre municipios.La descentralización, como hemos visto,es susceptible de generar competencia poremulación, y ésta, a su vez, poner en mar-cha conductas de imitación de las mejoresprácticas. Pero estos efectos sólo son posi-bles si existe obligación de evaluar las po-líticas y mecanismos para poner en co-mún las experiencias innovadoras y susresultados18. Internet es aquí un aliadonuevo y poderoso. Asimismo, la descen-tralización, a la vez que aumenta la auto-nomía y la responsabilidad política de losmunicipios, debe fortalecer el apoyo téc-nico de las diputaciones a los pequeñosmunicipios y facilitar la cooperación entreellos para obtener economías de escala yde red en la provisión de servicios, evitan-do así que los pequeños municipios sequeden rezagados.

Recuperar el eslabón perdidoEl camino hacia un mayor peso político yun mayor papel de los gobiernos localesen la provisión de servicios públicos a lapoblación no está exento de riesgos. Sinembargo, sería un error que el temor aesas dificultades bloqueara la segundadescentralización a favor de los munici-pios. La nueva teoría del crecimiento y losestudios de casos señalan claramente quela descentralización es un buen instru-mento para buscar formas óptimas de or-ganización y provisión de los servicios pú-blicos locales y los servicios sociales.

¿Quién puede oponerse a este proce-so? Es probable que encuentre resistenciasen el Gobierno central, pero también esposible que, hoy por hoy, las mayores re-sistencias al fortalecimiento del municipa-lismo vengan de las fuerzas políticas quese han visto favorecidas por las autono-mías, interesadas ahora en retener los re-cursos y la gestión y provisión de serviciospúblicos y sociales en el ámbito de los Go-biernos autonómicos. De ahí que el muni-

cipalismo aparezca hoy, en algunos aspec-tos, enfrentado a las autonomías. Mientrasque el municipalismo es una respuestafuncional a las necesidades de los ciudada-nos, el autonomismo actúa en muchossentidos como la nueva estructura ideoló-gica y política de intereses ruralistas y pro-vincialistas, que en el viejo régimen cano-vista-primoriverista-franquista incidió des-de las diputaciones y desde el Gobiernocentral. Ruralismo frente a ciudad. Unaespecie de renovada tensión entre el poderbasado en el territorio y la libertad de lasciudades.

Ahora, cuando la primera descentrali-zación se acerca a sus límites, al menos entérminos de competencias de los Gobier-nos autónomos y de distribución compara-da del gasto público, puede ser el momen-to adecuado para recuperar el eslabón per-dido de la descentralización. Es posibleque en un primer momento las dificulta-des de la descentralización local sean másvisibles que los beneficios, debido a que és-tos tardan más tiempo en manifestarse. Pe-ro a medida que los procesos de aprendiza-je e imitación de las mejores prácticas loca-les se pongan en marcha, los beneficiosserán mayores que los costes. n

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EL ESLABÓN PERDIDO DE LA DESCENTRALIZACIÓN

42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

18 Ver A. Costas, 1999.

Xosé Carlos Arias es catedrático de PolíticaEconómica en la Universidad de Vigo.

Antón Costas es catedrático de Política Econó-mica en la Universidad de Barcelona.

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ianni Vattimo enseña fi-losofía teorética en laUniversidad de Turín.

Autor de numerosos estudios so-bre la filosofía alemana del sigloXIX y del siglo XX, colabora enprestigiosas revistas y es editoria-lista de La Stampa. Reciente-mente fue elegido diputado enel Parlamento Europeo. Entresus obras recordamos: Le avven-ture della differenza (1980), Lasaventuras de la diferencia (1986);Al di là del soggetto (1981), Másallá del sujeto (1989); La fine de-lla modernità (1985), El fin de lamodernidad (1986); La societàtrasparente (1989), La sociedadtransparente (1990); Etica dell’in-terpretazione (1989), Ética de lainterpretación (1991); Filosofia alpresente (1990); Oltre l’interpre-tazione (1994), Más allá de lainterpretación (1995); Credere dicredere (1996), Creer que se cree(1996); Tecnica ed esistenza(1997) y Vocazione e responsa-bilità del filosofo (2000).

El título de esta entrevista seorigina en el título similar de unensayo de Vattimo, “Fare giustiziadel diritto” (“Hacer justicia delderecho”), presentado en el An-nuario Filosofico Europeo de 1998,Diritto, Giustizia e Interpretazio-ne, número dirigido por él mismoy por Jacques Derrida. La entre-vista tiene el propósito de analizary profundizar las tesis que Vatti-mo propone en ese ensayo. Tuvolugar en Heidelberg, el 7 de di-ciembre de 2000.

¿Cómo hacer justicia del dere-cho? es una pregunta válida nosólo para los juristas, sino tam-bién para los filósofos. Juristas yfilósofos dan respuestas diversasa esta pregunta, y esto dependejustamente de la diversidad entreciencia y filosofía. De una ciencia,

como dice Heidegger, es posibleignorar completamente la historiay conservar solamente las carac-terísticas sistemáticas, mientrasque de la filosofía, que no tieneuna historia parangonable a la delas ciencias, no es posible ignorarla historia sin ignorar al mismotiempo su aspecto sistemático.Esta entrevista es una entrevistafilosófica; en otras palabras, semueve en el ámbito de la historiade la verdad del ser. Dentro deesta historia, existe también la his-toria de la ciencia.

La metafísica es el pensamien-to que ha sustituido la preguntapor el ser por la pregunta por elente. Esta sustitución ha caracte-rizado todo el pensamiento occi-dental, porque al identificar el sercon el ente se ha perdido la dife-rencia ontológica. Entre los filó-sofos, Vattimo es el que tal vezmás que cualquier otro ha pensa-do a partir de la diferencia onto-lógica, es decir, más allá de la me-tafísica. Pensar más allá de la me-tafísica significa renunciar a lapretensión de poder dar un fun-damento único y último a cual-quier teoría y, en el ámbito delderecho, a la ley. Si después deNietzsche, Heidegger y Gadamerse ha vuelto imposible decir laverdad en términos objetivos, en-tonces la verdad sólo puede serdicha en términos hermenéuti-cos, es decir, nihilistas. El nihilis-mo es la vicisitud de la filosofíaoccidental, el recorrido de pro-gresivo aligeramiento-vaciamien-to de las categorías ontológicastradicionales, el progresivo debi-litamiento de la idea aristotélico-platónica del Ser, es decir, el ha-cerse débil el pensamiento. Va-ttimo también es el teórico del“pensamiento débil”, en otras pa-labras, de la metafísica seculari-

zada, del pensamiento que pien-sa la verdad como fidelidad a unser que es sobre todo evento y aun sujeto que es sobre todo diá-logo y participación.

Como puede verse, esta entre-vista presupone que la filosofíaoccidental es, en su tendenciaprincipal, interpretación. Ello sig-nifica que la hermenéutica, co-mo filosofía de la interpretación,sólo puede proponer una filosofíadel derecho de carácter nihilista.

SANTIAGO ZABALA. ProfesorVattimo, antes de entrar en el temaconcreto de esta entrevista quisierareferirme a las cuestiones relativas ala metafísica y su superación. En elúltimo párrafo de Ser y tiempo,Heidegger escribe: “Algo tan evi-dente como la diferencia entre el serdel “ser ahí” existente y el ser de losentes que no tienen la forma de serdel “ser ahí” (la “realidad”, porejemplo) sólo es el ‘punto de parti-da’ de los problemas de la ontología,no nada en que la filosofía puedareposar”. ¿Qué significa para elpensamiento esta diferencia?GIANNI VATTIMO. Sobre todome parece fundamental tomar es-ta afirmación en su sentido espe-cífico, que es el de distinguir des-de el origen una filosofía comoesfuerzo por describir al ser co-mo es de una filosofía como es-fuerzo por proyectar, proyectarsemas allá del cómo se es. Todoproviene de la definición hei-deggeriana de existencia comotrascendencia hacia otra cosa,como proyectividad. Heideg-ger, como sabemos, define elser ahí como “proyecto-arroja-do”. Ahora bien, que sea un pro-yecto es de por sí algo funda-mental, y esta proyectividad noes algo simplemente comprendi-do, sino algo que está concreta-

mente e históricamente calificadopor el hecho mismo de que elproyecto es un proyecto arroja-do. Sabemos muy bien que nonos gusta dejar las cosas como es-tán; estamos guiados por necesi-dades vitales, necesidades cultu-rales y de comunicación. En dospalabras, estamos interesados.

S. Z. ¿Alude a la precomprensión?G. V. Precomprendemos el mun-do, pero precomprender no quie-re decir saber ya cómo es más omenos el mundo. Sobre todo sa-bemos ya cómo querríamos máso menos que fuera, cómo deberíaser… Y en relación con esto or-ganizamos el conocimiento delmundo desde el punto de vistafáctico. Pensemos en un filósofocomo Habermas, que habla delactuar estratégico a propósito delas ciencias, es decir, a propósitode cómo se conocen las cosas talcomo están. Es un actuar que to-ma un conocimiento “objetivo”de las cosas como son, siempre ysolamente con miras a algún pro-pósito. Es decir, no se trata deun conocimiento especular neu-tral. Siempre estamos en el mun-do como proyectos arrojados, y elestado de yecto (gettatezza) es fun-damental, porque de otro modosería un proyecto vacío. Pero, sinel proyecto, ni siquiera se daría elestado de yecto, en el sentido deque ni siquiera nos daríamoscuenta de dónde estamos, de loque significa estar en una deter-minada situación.

S. Z. ¿Implica ello un concepto deverdad no como reflejo, como ade-cuación, sino como apertura?G. V. Obviamente. Nos encon-tramos frente a una enseñanzafundamental de Heidegger: laverdad es la elaboración coheren-

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E N T R E V I S T A

DIÁLOGO CON GIANNI VATTIMOCómo hacer justicia del derecho

SANTIAGO ZABALA

G

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te del proyecto, no el reflejo neu-tro de la situación tal cual es. Laelaboración coherente, conse-cuente, cabe decir incluso la ela-boración razonable del proyecto,significa que no toda apertura alfuturo puede definirse como ver-dad, sino que se llama verdad auna articulación de la precom-prensión, como diría Heidegger,es decir, a una interpretación quese mantiene en pie. Una inter-pretación que se mantiene en piesiempre se da en relación con la

situación en la cual se está arroja-do y con el proyecto que se desearealizar. Algunas novedades no sereconocen ni siquiera como no-vedades porque no guardan nin-guna relación con aquello que yaexistía, y por tanto pretenden es-tar fuera, ser ajenas al estado deyecto. Pero, por otra parte, no sepuede llamar verdad simple-mente a la descripción de lascosas tal como están, porquelas cosas tal como están no es-tán de ninguna manera si no

existe ninguna intención proyec-tiva que las organice… En suma,se da un mundo solamente por-que existe un proyecto, de lo con-trario sólo habría caos.

S. Z. ¿Nos remite esto a Luigi Pa-reyson, cuando afirma que “elhombre no tiene verdad, sino que esverdad, es decir, confiere sentidoa un mundo que de todos modoses un mundo presupuesto”?G. V. Sí, “confiere sentido a unmundo que de todos modos es

un mundo presupuesto”. Imaginoque es el mundo lo que se presu-pone; por consiguiente, convieneevitar leer esta frase en términosdemasiado fácilmente kantianos.No es verdad que el ser sea per-cepción, como dice Berkeley, pe-ro lo cierto es que las cosas lleganal ser solamente en el proyectoarrojado que es el hombre. Antes,¿qué son? Pero, en realidad, ¿sepuede hablar de un “antes”? Seríacasi como imaginar lo que sería elmundo sin las formas a priori deKant. Sabemos que hay externali-dades respecto a nosotros, obvia-mente: no decido yo si quiero sen-tir calor o frío, etcétera. Sin em-bargo, todo esto se llama mundoporque es ya un entrecruzamien-to precomprendido de precom-prensiones y comprensionestambién de los demás. Cuandoheredo un lenguaje heredo unmundo, y heredo un mundono como un conjunto de obje-tos fuera de mí, sino como unconjunto de objetualidades que sehan ido constituyendo a lo largode una historia de humanidadesprecedentes, de las que he here-dado mi lenguaje. Por tanto, notiene sentido afirmar que el mun-do nace cada vez en mi compren-sión, pero tampoco tiene sentidopensar que el mundo se da decualquier forma, al margen de lahistoria de la comprensión hu-mana, de la historia del lenguaje,que en cierto modo es la historiadel ser.

S. Z. En su último libro, Vocazio-ne e responsabilitá del filósofo,usted afirma que “la filosofía es másun discurso edificante que un dis-curso demostrativo, está orientadamás hacia la edificación de la hu-manidad que al desarrollo del sabery al progreso del conocimiento” y

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Gianni Vattimo

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que “la tarea del filósofo hoy estáinvertida respecto del programaplatónico: el filósofo no remite losseres humanos al ser eterno, sino ala historicidad”. ¿Es éste el signifi-cado y la dirección del pensamien-to débil?G. V. Diría que el pensamientodébil podría definirse en térmi-nos más precisos. Es también es-to, por cierto, pero no sólo. Sucontenido es una especie de on-tología del debilitamiento, másque una forma de debilidad delpensamiento como tal, un pensa-miento que ya no es demostrati-vo sino edificante, y por tantomás débil en este sentido.

S. Z. ¿Es posible pensar en una teoría fuerte de la debilidad?G. V. En eso creo: en una teoríafuerte de la debilidad, es decir,en un esfuerzo por interpretar,digamos, el Geschick, en nuestrocompito, que nos hace partir node cómo está el mundo, sino deaquello en lo que el mundo seha convertido en la historia dela interpretación, en la historiade la cultura humana. Es un es-fuerzo por interpretarlo comoorientado hacia lo que yo definoel debilitamiento, es decir, haciauna reducción del peso de las es-tructuras objetivas, es decir, haciauna reducción de la identifica-ción del ser con el ente. Un mun-do fundado principalmente enun conocimiento científico de ti-po moderno, es decir, necesitante,newtoniano; una tecnología detipo industrial, protomoderna(pienso en la organización de lasmáquinas)… Este mundo toda-vía es un mundo metafísico, en elsentido de que es un mundo derigideces exteriores. Tanto queKant podía imaginar la alternati-va entre el mundo de la naturale-za y el mundo de la libertad co-mo una alternativa radical. Loque equivale a decir: o eres unagente dentro del mecanismo oeres libre, y entonces misteriosa-mente introduces en el mundouna causalidad distinta. Ésta esuna imagen metafísica, fuerte. Eldebilitamiento consiste en la ero-sión de los márgenes de estos dosmundos kantianos. Pero en estasituación la filosofía no puede se-

guir considerándose ni como elconocimiento de las estructuraseternas y universales del ser ni,mucho menos, como el conoci-miento de las estructuras univer-sales y eternas del episteme, es de-cir, del saber kantiano. Porque to-do esto ya forma parte delcontenido de la teoría del debili-tamiento; es decir, después de lacrítica de la ideología, después dela crítica nietzscheana de la pre-tensión de captar las cosas comoson…

S. Z. ¿Después de Freud?G. V. Después de Freud. Ya nopodemos pensar que el ser co-mo tal se nos dé en una especiede evidencia incontrovertible.Diría que a partir de Marx, deNietzsche y de Freud, aunquede Nietzsche de una forma másradical, nos vemos llevados a sos-pechar precisamente de aquellascosas que se nos presentan comomás evidentes. Hoy podemosdecir que nos parece más evi-dente lo que nos ha dicho la te-levisión, lo que nos ha sugeridola publicidad, es decir, “la vozdel rebaño”, como diría Nietzs-che. Y esto es un resultado delpensamiento nietzscheano, pe-ro sobre todo del pensamientoheideggeriano, cuando Heideg-ger vincula la verdad a la inter-pretación, a la apertura, al serahí como proyecto arrojado, et-cétera. En esta situación, la fi-losofía no demuestra absoluta-mente nada, sino que se dirigea los proyectos proyectantes in-tentando, grosso modo, construirconsenso o llamar la atenciónsobre aquello que no funciona.La filosofía no construye nece-sariamente consenso, sino queconstruye la idea de verdad co-mo consenso. Por otra parte, enuna situación en la que la ver-dad, por ejemplo, se imponecomo verdad objetiva de unaautoridad, sea el Papa, el em-perador, los entes públicos o laprensa, en ese caso, la filosofíahace exactamente lo contrario,es decir, la desconstruye, mues-tra que la verdad no es la obje-tividad sino el diálogo inter-personal. Y luego a través deldiálogo se pueden proponer no

tanto objetividades, sino “prefe-ribilidades”, proponiendo unainterpretación específica de lahistoria de la modernidad, pen-sada de una cierta manera másque de otra…

S. Z. Sería éste el sentido de anun-cio, y no de descripción, que tiene laafirmación de Nietzsche “Dios hamuerto”.G. V. “Dios ha muerto” es unanuncio no en el sentido de queDios no existe, sino en el sentidode que nuestra experiencia se hatransformado de un modo talque ya no nos permite hablar deobjetividades últimas, sino sola-mente responder a llamadas.Cuando Nietzsche escribe quedeseamos que existan muchosdioses, eso puede traducirse enel politeísmo weberiano de losvalores. No se trata de la idea deque nuestra sociedad sea una so-ciedad sin valores, más bien esuna sociedad sin valores supre-mos. Pero hay visiones del mun-do que dialogan entre sí, que in-cluso luchan entre sí… Habríaque ver hasta qué punto una lu-cha violenta entre visiones delmundo no entraña también cier-to dogmatismo. Cuando Hitlerextermina seis millones de judíos,es difícil que lo haga llevado sólopor lo que considera una opi-nión. Si así fuese no llegaría amatar más que a dos o tres. Dehecho, él creía hacerlo sobre labase de una verdad objetiva, esdecir, científicamente, y es en es-te punto en que la lucha entrelas visiones del mundo se con-vierte en dogmatismo, que debeser criticado por el pensamientodébil.

S. Z. Cuando Heidegger afirmaque “la ciencia no piensa”, ¿produ-ce pensamiento débil?G. V. Considero que Heideg-ger afirmó esto consciente delo provocativa que era esta afir-mación suya. Pero es claro quesi, aunque sólo kantianamente,distinguimos el pensar del co-nocer, distinción que, porejemplo, se encuentra tambiénen Hanna Arendt, el pensa-miento es aquello que piensa elnoúmeno, la cosa en sí, que en

Kant se piensa y no se conoce,porque solamente los fenóme-nos se conocen. Si quisiéramospodríamos efectuar ulteriorestransformaciones afirmandoque pensamiento son las trescríticas de Kant; que, por ejem-plo, es la reflexión trascenden-tal sobre los modos de conocer.Sin embargo, luego nos damoscuenta de que el conocimientono se aplica a estos modos co-mo objetos; Dios no es conoci-do, a lo sumo es pensado… Silo leemos así, decimos que laciencia no se plantea el proble-ma de las aperturas histórico-destinales de la verdad, sinoque trabaja dentro de cadaapertura, porque su naturalezaconsiste, de hecho, en probar oinvalidar proposiciones sobre labase de criterios que ella mismano inventa, sino que perfeccio-na, transforma. En definitiva,los paradigmas de ThomasKuhn…

S. Z. Todo esto nos lleva a lo quedice Schleiermacher en su Dialéc-tica:“Cada hombre tiene su propiolugar en la totalidad del ser y supensamiento representa el ser, perono separado de ese lugar”. Es decir,¿nosotros estamos dentro del ser?G. V. ¡Pero no sólo en Schleier-macher! Esta frase se puede leertambién en alguna página de Jas-pers o de Heidegger, aunque Hei-degger no llamaría al ser un lugar,porque es demasiado espaciali-zante. Si pensamos en toda laproblemática existencial del Um-greifend de Jaspers, de lo “omnia-brazante”, evidentemente se pue-de leer muy bien esta frase deSchleiermacher en estos térmi-nos. También cuando Heideggerdice que el pensamiento es elpensamiento del ser, lo afirma talvez en este doble significado: espensamiento que piensa el ser, yes pensamiento que el ser pien-sa, es decir, en el sentido delgenitivo subjetivo y del genitivoobjetivo. Y ello es posible sola-mente porque estamos de algúnmodo arrojados. El problema es:¿arrojados en el ser o arrojadospor el ser? Heidegger dice tam-bién que quien arroja en el pro-yecto arrojado es el ser. Quizá, si

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no dice que estamos arrojados enel ser, es también porque en estesentido debería usar una metáfo-ra todavía demasiado local paradecir que estamos en el ser. Esta-mos en el ser quiere decir que elser es grande, nos incluye, y no-sotros por consiguiente lo cono-cemos desde aquí, lo pensamos,pero en realidad estamos dentro.Es como estar sobre la Tierra y di-bujar un mapamundi…, y sinembargo no estamos en la Lu-na… Todo esto podría crear pa-radojas sobre el empleo de estametáfora espacial. A mi entender,Heidegger jamás hubiera acepta-do una tal formulación, perotampoco hubiera podido pensarque el ser ahí es un ahí que no es-tá comprendido en algún modoen el ser. No soy un sujeto quemira la totalidad de los entes co-mo a un objeto que tengo delan-te, porque también soy ente enmedio del ser.

S. Z. Pero todo el discurso que ustedha hecho hasta aquí, ¿es una con-secuencia de la diferencia ontoló-gica?G. V. Es una consecuencia de ladiferencia ontológica, en el senti-do de que es una forma de llegara la diferencia ontológica a travésde la analítica existencial. Hemoscomenzado sacando a la luz el he-cho de que el ser ahí tiene mundoy tiene cosas solamente en cuan-to que tiene instrumentos. Se tra-ta de un análisis incluso prag-mático de la experiencia, quees proyecto, que es un proyectoarrojado. Aún no hemos llega-do a afirmar que quien arroja enel proyecto es el ser, porque hastaaquí, con la analítica existencial,sólo se puede afirmar que el serahí es proyecto, que el proyecto esun proyecto arrojado, que elmundo solamente se da en el pro-yecto arrojado que el ser ahí es,que hay verdad y hay mundo só-lo en tanto hay ser ahí, o en lamedida en que hay ser ahí. Que,en fin, quien arroja en el proyec-to arrojado es el ser, Heidegger lodice literalmente en la Carta sobreel humanismo. ¿Es una novedadradical en su pensamiento o no?Es, por cierto, la sustancia de la“vuelta”, de la Kehre, pero al mis-

mo tiempo no me parece un sal-to respecto a la analítica existen-cial, porque si las cosas llegan alser en el proyecto arrojado, el pro-yecto arrojado tiene desde sus orí-genes mismos una relación conel ser y es, naturalmente, en resu-midas cuentas, arrojado por el seren el ser para el ser. Porque elhombre está en el mundo paraabrir el mundo, para decir la ver-dad, y es esto lo que hace desde elprincipio. Pero la idea de quequien arroja en el proyecto es elser no puede ser interpretada co-mo si el ser fuese y luego decidie-se arrojar, como en una perspec-tiva creacionista, tomada al piede la letra. En realidad, quienarroja en el proyecto arrojado es elser. Esto significa solamente queel llegar de las cosas al ser a travésde mi proyecto no es mi propiaobra, sino que yo ya estoy dentro.El círculo hermenéutico aquícuenta desde el punto de vistaontológico; mi precomprensiónes mi modo de ser, las cosas lleganal ser en mi proyecto, que estáabierto por una precomprensiónconstitutiva de mi ser ahí, y estoquiere decir que mi proyecto noes originario, no soy yo quien endeterminado momento decidoque ya estoy arrojado por el ser enel ser, etcétera.

S. Z. ¿Esto quiere decir que la in-terpretación pone siempre en juegotambién al intérprete? ¿Es algo en loque, utilizando una expresión hei-deggeriana, “va de mí”?G. V. Dado que el ser ahí, por de-finición, se plantea el problemadel ser, éste es su modo de serarrojado por el ser. Ser arrojadopor el ser quiere decir que desde elprincipio, en cualquier situación,el ser ahí ya es siempre ontológico,apertura ontológica. Éste es el he-cho al que Heidegger se refiere enla Carta sobre el humanismo: en elproyecto arrojado quien arroja esel ser, no el proyecto mismo. Hei-degger ha dicho esto en contra-posición a la frase de Sartre “esta-mos en un plano en el que hay so-lamente hombres”. Heideggerobjeta esto porque si el proyectono fuese así arrojado, no podría nisiquiera ser proyecto. Cuando Sar-tre afirma que el hombre es el

proyecto fallido de ser Dios, es-te proyecto no puede más quefracasar porque es tan incondi-cionado, está planteado tan abs-tractamente, en el sentido de pro-yectar todo o nada, que solamen-te puede conducir a una suerte decontinuo autoaniquilamiento.¿Proyecto ser Dios? Es obvio queno puedo, porque estoy pro-yectando ser un proyecto en esta-do puro, ser un proyecto no arro-jado. Por tanto, es verdad que enel proyecto va de mí. Va de míen mi relación con el ser, que sinembargo siempre se comprendeun poco en términos metafísicos.De otro modo, ¿qué querría decirva de mí? Dicho brutalmente po-dría significar: o me salvo o mecondeno, y esto, sin duda, no es loque quiere decir Heidegger: va demí quiere decir que estoy yo mis-mo involucrado aun antes de pro-yectar. No significa que todo estéen mis manos, sino que estoy in-volucrado en un evento que porcierto yo codetermino, por tantodebo prestar atención a aquelloque decido. Creo que una de lasrazones de la popularidad de Ser ytiempo reside también en su am-bigüedad. Muchas de sus propo-siciones podían ser leídas en tér-minos existencialistas literales, unpoco elementales, va de mí, mepierdo, me salvo… Cuando Hei-degger subrayaba que no teníapropósitos éticos, quería evitarque esta terminología evocase in-mediatamente una filosofía de-masiado edificante, aunque edifi-cante era verdaderamente.

S. Z. ¿Estaría de acuerdo en consi-derar que detrás de la diferenciaontológica en realidad hay razoneséticas? En el sentido de que la dife-rencia ontológica abre sobre todoposibilidades éticas de prescindir dela metafísica violenta…G. V. Si Heidegger estuviese enmi lugar, tal vez no aceptaría laformulación de esta pregunta. Porcierto, la diferencia ontológica es-tá motivada principalmente porla experiencia de la existencia co-mo trascendencia, como proyec-to. El no querer identificar al sercon el ente no puede estar moti-vado sólo por razones cognosciti-vas. Si fuese así, la diferencia on-

tológica llegaría a describir al seren términos objetivos, es decir,como un ente, pero en forma dis-tinta de la forma en que lo hadescrito la metafísica. Dicho esto,la diferencia ontológica puede es-tar motivada sólo en términos éti-cos y no cognoscitivos. En estocreo profundamente. No hay tan-tos elementos justificantes enHeidegger, pero es preciso recor-dar que ya en Ser y tiempo el con-cepto de verdad como correspon-dencia es refutado. Heidegger serebela contra la identificación delser con el ente, no porque consi-dere que el concepto del ser debaser corregido desde un punto devista teorético, objetivo, descrip-tivo. Existe alguna otra razón. Siinvestigamos su pensamiento su-cesivo, la polémica contra la so-ciedad tecnológica, nivelante, lapérdida del Boden, del terreno,no podemos dejar de descubrir elrastro de aquellas razones éticasque ya habían inspirado a las van-guardias de la primera parte delsiglo XX, y no en último lugar alBloch de Espíritu de la utopía. Eneste sentido, la diferencia onto-lógica corresponde a la frase deBrecht: “No consideréis normalaquello que sucede siempre”. Si elúnico orden posible del ente eséste, el ser se identifica con el en-te tal como se da. En cuanto alas consecuencias sobre el modode concebir la libertad individual,evidentemente las habrá. Si el serverdadero es la objetividad, la ver-dad de mi ser como ser ahí serásiempre solamente la pertenenciaa un sistema de objetividades pre-visibles, calculables, manipula-bles, utilizables… ¡todo aquelloque Heidegger deseaba evitar!

S. Z. En su ensayo Fare giustiziadel diritto usted esboza una filoso-fía del derecho de carácter nihilista,que a través de la interpretación,como aplicación que sirve para de-bilitar la violencia del origen, “ha-ce justicia del derecho”. ¿Podría ex-plicar cómo la filosofía del derechodel pensamiento débil ve a la filoso-fía de la pena? En otras palabras,¿qué relación hay entre derecho ypena en una sociedad posmoderna?G. V. “Hacer justicia del dere-cho” es una expresión utilizada

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en ese ensayo con el propósito detransmitir el doble sentido de esaexpresión en italiano: hacer que elderecho sea justo, hacer que seajusticia; pero también, aunquesólo de un modo vago, ajusti-ciarlo, en cierto modo desem-barazándose de sus pretensionesde sacralidad, definitividad, fun-damento. Y de esa forma tam-bién, quizá, haciéndole justicia.Pero en el fondo de todo esto es-taba el esfuerzo por pensar el de-recho y la justicia ya no en elcuadro de una visión metafísicaque piensa, por ejemplo, la pe-na como restablecimiento deuna condición inicial “justa”,que habría sido turbada por eldelito; o bien que piensa en ge-neral el derecho como formula-ción de un conjunto de precep-tos fundados en alguna estruc-tura esencial, por ejemplo, elderecho natural. Naturalmente,al señalar las implicaciones me-tafísicas, en el sentido heideg-geriano, de estas pretendidasfundamentaciones, se hace jus-ticia del derecho sobre todo enel sentido negativo, se le despo-ja de su sacralidad; pero se libe-ra también el terreno para unaconsideración más humana delas leyes y de las sentencias de lostribunales. La empresa de in-tentar la construcción de unavisión positiva del derecho, nofundada metafísicamente, meparece una de las tareas princi-pales que esperan a quien sepropone, en el marco de unaontología hermenéutica, y portanto también francamentenihilista, aprender a pensar res-pondiendo a la llamada del seren este preciso momento de suhistoria. Por lo demás, es ver-dad que la ontología herme-néutica de origen heideggerianoha desarrollado sobre todo susaspectos críticos: por ejemplo,en la desconstrucción derridia-na. En el plano ético, aun antesque en el jurídico, me pareceurgente salir de esta condiciónde pura epoché, de simple sus-pensión del asentimiento, queen el desconstruccionismo creoque proviene sobre todo de unainfluencia residual de la feno-menología (pura y simple epo-

ché me parece la filosofía deMerleau Ponty, por ejemplo),pero que sí alude a una tareaque, por ahora, sigue en granmedida por realizar.

S. Z. Si la ontología de la actuali-dad o el nihilismo es la vicisitud dela historia, como dice Heidegger ensu Nietzsche, donde “del ser comotal no hay (más) nada”, entonces,¿qué pasa con la idea de justicia o,respecto a la tradición jurídica, conla idea del derecho natural? ¿Cómose debe interpretar la justicia en elhorizonte de un pensamiento nihi-lista, es decir, de un pensamientoque se haya despedido de la meta-física y del objetivismo que la ca-racteriza?G. V. Sobre este punto no ha-blaré en términos de filosofía delderecho porque soy menos ver-sado en estas cosas. Pero si de-biera referirme a algún términofilosófico-jurídico, tal vez habla-ría de “procesalismo”, es decir,de una forma de secularización,y, por consiguiente, de conser-vación-superación de la idea dejusticia, algo que, en términosmenos metafísicos, quiere decir“a cada uno lo suyo”. Aquelloque se pierde en la disolución dela metafísica es la idea de queexista por naturaleza lo justo ylo injusto. Digámoslo así: por loque a mí se refiere tengo algúnprincipio supremo, pero, si me-dito sobre la disolución de lametafísica, me parece que el úni-co principio supremo que toda-vía se puede postular, tanto enética como en derecho, es el de lareducción de la violencia. SegúnHeidegger, la metafísica no hade refutarse por la sola razón deque produce una estructura to-talitaria y racionalista de la so-ciedad, en la que el hombre, elser ahí, ya no encuentra el espa-cio de su libertad (todas aque-llas cosas que también impor-taban mucho a las vanguardiasfilosóficas y artísticas de los pri-meros años del siglo XX), sinotambién porque la idea mismade Grund, de fundamento últi-mo, es una idea autoritaria. Estaidea de la evidencia primera yúltima, del eureka, implica siem-pre un momento en el que yo

considero que se ha llegado alpunto definitivo, en el que ya nose pregunta más. Y este no pre-guntar más no es el punto extre-mo de la violencia, sino el pun-to de partida de la violencia.

S. Z. ¿Es ésta su definición de vio-lencia?G. V. Diría que sí. Desde un pun-to de vista filosófico, la violenciasólo puede ser definida como si-lenciamiento de la pregunta. Es-to puede suceder tanto en unaforma brutal (“¡Cállate, no pre-guntes más!”) como en formas fi-losóficas, siempre que se presu-ma que se ha arribado al puntoprimero, a la ultimidad fundantede todo, por ejemplo, al “yo pien-so”, de Descartes. Ahora bien, esallí donde fácilmente se originanlas estructuras autoritarias. To-memos como ejemplo el discursode Hitler que extermina a los ju-díos: lo hace basado en el con-vencimiento de haber llegado auna certeza absolutamente indis-cutible respecto del hecho de quepara mejorar la humanidad es ne-cesario eliminar a todas las perso-nas de determinada raza, prove-niencia étnica, etcétera. Natural-mente, la metafísica no siempreha sido un principio de violen-cia, esto no, pero las grandes vio-lencias de la historia siempre sedieron justificaciones metafísicascuando se organizaban. Defini-mos como violencia metafísica laviolencia motivada por preten-siones: quemar a los herejes erauna forma de violencia motivadametafísicamente por una religiónque se pensaba metafísicamentecomo verdad última. También enla modernidad las teorías del de-recho natural fueron revolucio-narias, lo que excluye un vínculonecesario entre metafísica y vio-lencia; pero históricamente esevínculo es frecuente. Concep-tualmente, el vínculo existe. Si losiusnaturalistas no reconocen queel único derecho natural auténti-co es el de ser interpelados, con-sultados sobre aquello que nosconcierne, si no reconocen estoy si definen los derechos naturalesen términos más articulados y ob-jetivos, se exponen siempre alriesgo de la violencia. Afirmamos

que vivir en una sociedad demo-crática es un derecho natural; ¿pe-ro defenderíamos el derecho na-tural bombardeando a los paísestotalitarios? También a mí me pa-rece un derecho natural viviren una sociedad democrática,pero el único verdadero dere-cho por el cual lucharía es el deno ser silenciado cuando deseodialogar. Sin embargo, se tratasiempre de un derecho por el quedebo velar yo, porque si me diri-jo a alguien que está profunda-mente convencido de que se vivemuy bien en una sociedad totali-taria y lo obligo a convertirse endemocrático, tal vez con chanta-jes económicos, estoy ejerciendosobre él una violencia; debo in-tentar persuadirlo, por ejemplo,arrojando volantes desde el cielo,pero si voy mucho más allá deesto es probable que no le haganingún gran favor. En pocaspalabras, el derecho natural tie-ne innegables implicacionesmetafísicas, que no se puedennegar. Repito, en algunas épo-cas, el derecho natural parece serun principio revolucionario, queme interesa como ciudadano librey que puedo también aceptaraplicar, utilizar como principioabsoluto en determinadas situa-ciones. Pero no lo convertiría enel contenido de la filosofía, por-que de otra manera caería en lascontradicciones del pensamientoviolento, etcétera.

En consecuencia, ¿cómoimaginar la idea de justicia? Es-toy convencido de que el uni-cuique suum sea una buena ideade justicia distributiva, que esaquella que grosso modo rige siem-pre en el derecho codificado. Noestoy tan convencido en cambiode que exista un suum natural,porque si perteneciese a alguienun suum natural tendría que re-ferirme de nuevo a una nociónde naturaleza humana que, co-mo decía antes, podría convertir-se en fuente de violencia. Es elejemplo italiano del muchachoatado en el chiquero para que nose drogase. Una vez muerto, dije-ron que era por su bien. Es unevento extremo, cierto, pero bas-tante significativo. Por tanto, elsuum de cada uno, me parece, es

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solamente su libertad, es decir, sucapacidad de autodeterminarsesobre la base de una argumenta-ción razonable. El loco es un pro-blema, el feto que aún no ha na-cido es un problema, el embriónes un problema… Pero son to-dos problemas que podemos in-tentar resolver sobre la base deformas de tutela naturales en lasociedad. Me explico: en generalse considera que un niño, antesde ser mayor de edad, debe se-guir los consejos de sus padres.Luego nos damos cuenta de queel límite de la mayoría de edadcambia: en una época eran los 21años, ahora son los 18, en el fu-turo serán los 16… Esto nos en-seña que no es tan simple esta-blecer quién debe ser sometido, yhasta cuándo, a la tutela de otro.Existen formas socialmente trans-formables, que no son exacta-mente formas de interpelacióndel individuo involucrado, peroque de todos modos representanel máximo que se logra prescribir.Si luego, en lugar de un tirano,quien decide es la mayoría, me-diante votación, evidentementeserá mucho mejor.

S. Z. ¿Menos riesgo de que sea vio-lento?G. V. Cierto, pero encerrar a al-guien en una prisión es una for-ma de violencia, que, sin embar-go, en algunos casos se justificacon razones práctico-procesalesde vida colectiva. En suma, el de-recho y la justicia no siemprecoinciden totalmente. Si justiciaes dar a cada uno lo suyo, debe-mos admitir que el suyo de cadauno es mucho más histórico quenatural. En otras palabras, estámucho más vinculado a condi-ciones históricas y tradiciones, apartir del hecho de que si uno haheredado cinco castillos es justoque se lo reconozca como pro-pietario, pero tal vez esto sola-mente ha ocurrido porque sus an-tepasados eran piratas más fuertesque los míos. Por consiguiente,este suum tiene poco sentido, y esfundamental tener presente, enprimer lugar, que el suum tienecondiciones históricas; en segun-do lugar, que es siempre una for-ma de ajuste pragmático regido

por la idea de reducir la violencialo más posible. Es menos violen-ta una sociedad donde hay penade muerte, pero regulada a tra-vés de leyes muy precisas, coninstancias de juicio que permi-ten rever las sentencias, con tri-bunales, etcétera, que una socie-dad en la que se mata por decre-to… Naturalmente, es menosviolenta aún una sociedad dondeno hay pena de muerte. En elsentido de que la reducción de laviolencia siempre concierne tantoal aspecto del contenido cuanto alaspecto de la forma. Consideromás justa una sociedad donde noexiste en absoluto la pena demuerte, porque respeta más laidea de que el otro tiene el dere-cho de autodeterminarse. Si nopido su consentimiento para ma-tarlo es una cosa, si no lo pido pa-ra condenarlo a 20 años de cárcel,ya es menos grave, en el sentidode que le dejo todavía la posibili-dad de interrogarse ulteriormentesobre sí mismo, de “arrepentirse”.Significa que se le deja todavía lalibertad extrema de analizar supropia vida, y decidir si la vidabuena era precisamente ésa u otra.La reducción de la violencia queinstaura más justicia consiste en laaplicación siempre más vasta delprincipio del consenso, de la reci-procidad, de la interpelación…

S. Z. Si consideramos imposible laperfecta aplicación de la verdad porparte del sujeto, dado que, comodice Luigi Pareyson, “de la ver-dad no hay sino interpretación y[…] no hay interpretación sinode la verdad”, también resultaimposible exigir a un juez que seaabsolutamente imparcial, que apli-que con perfecta objetividad la leyescrita. Entonces, ¿la existencia deleyes injustas no hace más que con-firmar el hecho de que el derecho esincapaz de contener la justicia?G. V. En cierto sentido puedotambién aceptar esta formula-ción. En primer lugar, el juez ob-viamente no es Dios. Ello explicala multiplicidad de instancias dejuicio, que algunas veces son de-masiadas respecto a la finali-dad, que es regular las anoma-lías de los juicios precedentes.Uno de los defectos que tiene la

justicia italiana, lo reconocen to-dos, es que las causas civiles, esdecir, no penales, pueden durarde cinco a quince años. Nos en-contramos ante el caso de un sis-tema de garantías que contradiceuna exigencia elemental: la de ob-tener un juicio. Sería necesarioque la cantidad de garantías, deinstancias, fuese más proporcio-nada al peso que las causas civilestienen en la vida de cada uno, loque, a mi parecer, no sucede confrecuencia…

S. Z. Tomemos el caso de las elec-ciones americanas: apelar ante unacorte denominada “suprema” im-plica buscar la verdad de Dios…¿No lo cree?G. V. O, por lo menos, quererllegar a la verdad absoluta. Peroen este caso me preguntaría antetodo si se han respetado todoslos procedimientos legales. Laverdadera justicia es el respeto delderecho canonizado, del derechoescrito, positivo. Si cruzo la callecuando el semáforo está rojo,¿violo el orden natural? No, vio-lo las leyes de tránsito. Yo tiendoun poco a considerar todas las le-yes como leyes de tránsito. Éstasse fundan sobre el principio deque es mejor evitar que la gentese mate en el cruce. Sin embargo,si en una ciudad desierta, en va-caciones, atravieso todos los se-máforos cuando están rojos por-que no hay ningún automóvil(aunque un agente pueda poner-me una multa), en realidad me lopermito en nombre de una justi-cia superior, en nombre del he-cho de que entiendo por qué ra-zón se legisla en materia de trán-sito. En Nueva York, hasta hacemuy poco, los peatones pasabancuando no había automóviles a lavista. Y punto. Ahora parece quehan comenzado a aplicarles mul-tas porque dicen que precisa-mente en esas circunstancias co-mienza el respeto por las formas.Se trata de una justicia que reco-noce su propio carácter procesal,es decir, de puesta en orden denuestra vida colectiva con el finde contrastar el caos de las elec-ciones individuales: yo sé quecon el semáforo rojo no se pasa;si cada vez tuviese que valorar si

verdaderamente el automóvil es-tá lo suficientemente lejos comopara permitirme pasar, me vol-vería loco. Son ajustes, válidostambién en el caso del juicio delos jueces. Por ejemplo, ¿se puedeverdaderamente evitar que losjueces estén políticamente con-dicionados? Se puede, aumen-tando el número de personas lla-madas a decidir: habrá jueces deizquierda y jueces de derecha; ha-brá formas de autogobierno dela magistratura democráticamen-te elegida; habrá diversas instan-cias de juicio…

S. Z. Pero siempre será un juicio“humano demasiado humano”.G. V. Pero “demasiado”, en estecaso, no es nunca demasiado.Hay diversas instancias que apli-can formas de justicia, ¡pero cier-tamente no pueden medirse sobrela base de su correspondenciacon la verdad objetiva! Esta ver-dad objetiva no se sabe nuncacuál es. Incluso, en un caso dehomicidio, no lo sabemos por-que no podemos reconstruir loshechos desde el punto de vistadel muerto, sino sólo desde elpunto de vista del asesino. Portanto, ¿cuál será la verdad objeti-va de ese hecho? Reconstruimossimplemente un equilibrio acep-table para los familiares del muer-to, para la sociedad, que dice quesi no castigamos a los asesinos au-menta el riesgo, pero son todosre-ajustes. Hacer justicia es, so-bre todo, un modo de ajustar lascosas…

S. Z. ¿De reducir?G. V. Sí, quiere decir reducir, con-ciliar, resolver una cosa, regularuna situación de modo que nodespierte demasiadas recrimina-ciones de ninguna de las partesinvolucradas, de forma tal que to-dos, de alguna manera, la acep-ten. No siempre es fácil realizaresto; se necesita el control de untercero, del juez, pero también dela comunidad, que ha delegadoen los jueces la facultad de juzgar.

S. Z. Querría leerle un párrafo queusted conoce muy bien; el aforismo24 del segundo volumen de Hu-mano, demasiado humano, don-

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de Nietzsche escribe: “Cuando eldefensor de un criminal conoce su-ficientemente el caso y su génesis,las circunstancias atenuantes quele presente, unas tras otras, termi-narán necesariamente por borrartodo el delito. O, para expresarlomás exactamente aún: el defensoratenuará gradualmente este asom-bro que quiere condenar y atribuirla pena, e incluso acabará por su-primirla completamente, obligandoa todos los oyentes honrados a con-fesarse en su fuero interno: ‘Tuvoque obrar de la manera que obró;al castigar, castigaremos la eternafatalidad”.G. V. Esta frase naturalmentecorresponde a un determinismometafísico que no comparto conNietzsche; es un discurso kan-tiano. Si estudiamos las cosasdesde el punto de vista de lacausalidad puramente natural,es claro que aquello que sigueproviene necesariamente deaquello que precede. Pero Kanthabía sostenido también quepodemos iniciar cadenas de cau-salidad. Ahora bien, ésta es unatípica sentencia del Nietzschepositivista, es decir, del Nietzs-che que no atribuye culpas, sinoque las disuelve circunstancial-mente. Debo decir que no meescandaliza tanto, porque nocreo en una necesidad naturalde los actos, en que todo lo quehago está predeterminado, por-que esto comporta una idea me-tafísica de orden necesario, spi-nozista. En este caso, la únicacosa que se podría hacer seríaresignarse a aquello que sucede.Debo admitir también que lainterrupción de las circunstan-cias atenuantes es algo humano.Por otra parte, yo no estoy jamásdefinitivamente seguro de sen-tirme libre, porque en realidadno conozco todo lo que precede.¡Ni de sentirme libre porque soylibre! Estas dos alternativas noson razonablemente explorablessino dando un salto metafísicocon la idea de que, dado que to-do tiene una causa, todo está de-terminado. Pero esto forma par-te de esa pretensión de ser Dios,que yo no comparto. No pre-tendo ser Dios, y justamente poreso soy consciente de que la jus-

ticia humana es siempre un ajus-te, un ajuste siempre relativo a laaceptabilidad de ciertas situa-ciones. Es por esto por lo queimportan los procedimientos.Éstos ayudan a las personas aponerse de acuerdo entre sí. Escomo decir: una vez que hemosrespetado esto, no hacemos máspreguntas, no pedimos nadamás, estamos tranquilos. Deacuerdo, es una forma de justi-cia intersubjetiva limitada, peroválida, en el sentido de que esun modo de resolver un proble-ma. Si debo comprar una cha-queta verde o azul, me pruebovarias, y en determinado mo-mento decido. Sé muy bien que,desde el punto de vista de la eter-nidad, tal vez no he hecho laelección justa, pero también por-que no hay pautas eternas res-pecto de chaquetas verdes oazules, no está escrito en nin-guna parte que yo debería teneruna chaqueta azul en lugar de unaverde…

S. Z. Pero en los tribunales está es-crito “la ley es igual para todos”…G. V. La ley es precisamente elprocedimiento que es igual paratodos. La igualdad consiste en elhecho de que todos sean trata-dos de la misma manera sobre labase de ciertas normas que seaplican a todos. ¿Correspondenestas normas a la verdad eternadel hombre? No lo creo. No creoque haya una verdad eterna de lohumano.

S. Z. Podríamos afirmar entoncesque hacer justicia del derecho sig-nifica, como usted mismo escribe, losiguiente: “Interpretar aplicando lasleyes a situaciones concretas de mo-do que sean reguladas sin violencia–sin imposición de una fuerza no‘negociada’– no significa ni des-velar la violencia del origen niencubrirla con ajustes ‘ad hoc’, si-no reducirla progresivamente”. ¿Esésta la idea de justicia en una so-ciedad posmetafísica?G. V. Cuando digo que no sig-nifica desvelar el origen violen-to de la justicia, aludo sobre to-do al ensayo de Derrida, Derechoa la justicia. La desconstrucciónderridiana da lugar a una especie

de suspensión, de epoché de lacreencia en la ley. Ésta siempretiene un momento originario dearbitrariedad, lo que filosófica-mente me parece indiscutible.En el origen hay un rey que seha apropiado del poder… perosegún la lógica de la seculariza-ción creo que es muy impor-tante reconocer esta violenciaoriginaria, porque de tal modome doy cuenta de que muchosde los pasos sucesivos contribu-yen a disolver este vacío origi-nario. En la desconstrucción,pero también en mucha refle-xión crítica –pienso también enFoucault–, esta violencia origi-naria de la justicia siempre seha evocado más bien como sifuese importante reconocerlapara rebelarse o para no dejarsedominar. La epoché contienesiempre en sí misma algo deanárquico, que funciona, comoel derecho natural, en los mo-mentos de extrema necesidadde convicciones para la rebe-lión. En el plano práctico, talactitud deja a la humanidad sinninguna indicación. En el planoteórico, corre el riesgo de idea-lizar una situación pura de jus-ticia que no se ha realizado. Enpocas palabras, el origen de losEstados siempre es violento. Es-to no significa, naturalmente,que para construir un Estadosea necesario emplear la violen-cia… Me viene a la mente elproblema de la Constitucióneuropea. Hay objeciones degrupos que consideran que laforma en que nace esta CartaEuropea de los Derechos es ina-decuada, y que sólo puede darlugar a ajustes entre poderesfuertes. Incluso Bossi, un hom-bre de derecha y no, por cierto,de izquierda, dice que son sola-mente los poderes, los bancos,las industrias y los partidos losque eligen, y ya no el pueblo.Un italiano que partía hacia Ni-za para manifestarse contra laaprobación de esta Carta haafirmado que “las constitucio-nes no nacen en los Parlamen-tos ni en los salones de los Go-biernos, nacen sobre todo en loscallejones de las rebeliones”.Traducido a la realidad, ¿quería

decir que una Constitución eu-ropea debería nacer de algunaguerra sangrienta? Todos estosdesvelamientos del origen vio-lento de las leyes siempre tie-nen un alcance ambiguo; pormi parte tendería naturalmentea rechazar la idea de que la vio-lencia sea la mejor de las solu-ciones; es evidentemente prefe-rible un procedimiento de re-ducción de la violencia. Lareducción de la violencia prevétambién que se puedan imagi-nar formas de transformaciónde las leyes que no necesaria-mente impliquen los “callejo-nes de las rebeliones”: tal es lademocracia representativa, conformas de consulta popular re-guladas por normas. Esto, unavez más, es importante desdeel punto de vista de la diferen-cia ontológica, porque, si ha-cemos funcionar la diferenciaontológica solamente comosuspensión de la validez deaquello que es, producimos te-ología negativa, producimos laanarquía más radical, que corresponde a aquello que enreligión constituye el misticis-mo más total, es decir, la ideade que hay una forma de con-tacto con el principio primero.En el plano de la consideraciónde las leyes, esto significa unasuspensión de la validez de to-das las leyes, porque, si haysiempre una forma de violen-cia, entonces sólo puedo opo-nerme a ella o retirarme del to-do, pero entonces me hagomonje, místico. O bien, puedooponerme con la violencia a lasnormas escritas, porque no co-rresponden ya a la vida existen-te. En cambio, es importanteque haya también normas parala transformación de las nor-mas… Las constituciones prevénun sinnúmero de cosas, pero nosu propia transformación total.

S. Z. Pero esta transformación total,¿no es imposible?G. V. Tomemos el caso de las re-formas constitucionales en Italia.¿Es imaginable la modificacióndel artículo primero: “Italia esuna república democrática fun-dada en el trabajo”? La Cons-

DIÁLOGO CON GIANNI VATTIMO

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titución no prevé la posibilidadde repetir el referéndum sobremonarquía/república. Quiero de-cir que hay algo así como corto-circuitos en el origen de todo,que no son fácilmente justifica-bles desde el punto de vista de laformalización. Esto no quiere de-cir que si las leyes están fundadasde esta forma habrá siempre algoque no funciona; en realidad,siempre hay algo que se puedeperfeccionar.

S. Z. Todo esto alude a la imposi-bilidad de superar la metafísicaporque, en realidad, es sólo objetode una posible Verwindung. Co-mo dice Freud, el paciente no re-solverá completamente sus proble-mas, más bien llegará, mediante elanálisis, a convivir consigo mismo.G. V. Ciertamente, se tranquiliza-rá. Del resto, las “construccionesen análisis” significan justamenteesto, pero son también exacta-mente lo contrario de la idea dedesvelamiento total, radical. Sontodos modos de aceptar que el seres evento, y no estructura origi-naria dada de una vez para siem-pre. Esto vale tanto para la políti-ca cuanto para la psicología.

S. Z. En su ensayo usted cita aNietzsche, cuando escribe que “conel progresivo conocimiento del ori-gen aumenta la insignificancia delorigen”. En otras palabras, inclu-so conociendo la insignificanciadel origen, su violencia, no pode-mos sustraernos completamente ala violencia, es decir, no podemossustraernos completamente a lametafísica.G. V. Es cierto, nunca elimina-mos del todo el hecho de queel origen sea violento, porquepara eliminarlo deberíamos eli-minar nuestra finitud. Pode-mos al máximo secularizarlo,consumarlo progresivamente.Es como la idea de que el sen-tido de la historia sea el debili-tamiento. Por cierto, yo nopensaría jamás llegar a un pun-to en el que no haya nada más;pienso, en cambio, que el sen-tido de la historia sea siempreel de reducir la perentoriedadde lo real, transformándolo dealgún modo en imágenes com-

partidas, en discurso. Obvia-mente, no creo que el cometi-do termine aquí.

S. Z. Usted hace referencia a lapregunta fundamental de la me-tafísica: “¿Por qué en general elser y no más bien la nada?”. ¿Noconsidera que esta pregunta,además de ser una pregunta es-pecíficamente metafísica, seatambién una pregunta que noslleva más allá de la metafísica,implicando la imposibilidad deencontrar una respuesta defini-tiva?G. V. No hay nunca una solarespuesta posible, en el sentidode que la pregunta metafísicaes, sí, la pregunta de la metafí-sica, pero es también una pre-gunta sobre la metafísica. Lapregunta de la metafísica tien-de a saber por qué hay el ser yno más bien la nada. Dado queno hay una respuesta definiti-va, esta pregunta vale comodesmentido de la posibilidadde dar una respuesta metafísi-ca, o sea, como suspensión dela metafísica. En algún mo-mento interpreté esta preguntaen términos débiles, en la me-dida en que dije: esta preguntasignifica ¿pero por qué, en elfondo, el ser y no más bien lanada? En el sentido de que pre-cisamente el ser no tiene razónde ser, no hay razón suficientepara explicar por qué el ser es.Descubrir esto es debilitar lapregunta, debilitar la metafísicay debilitar el ser mismo. Si elser tuviese una razón fuerte pa-ra ser, entonces la metafísicatendría sentido, el ser sería un serfuerte, pero en cambio este ser que no permite jamás res-ponder a esta pregunta es unser casual, histórico, sobreveni-do, advenido.

S. Z. ¿Pero no estaría de acuerdocon la idea de Derrida de dejartranquilo al ser? ¿De no hablar másde él?G. V. No, absolutamente no.

S. Z. ¿Porque sería como recaer enla metafísica?G. V. Ciertamente. Sería darlo co-mo obvio, dar una respuesta

como obvia o incluso declararque la pregunta metafísica no tie-ne sentido, y esto representaríauna forma de disolución metafí-sica del problema.

S. Z. Pasemos al problema de laculpabilidad del imputado, de su posibilidad de arrepentirse, de su responsabilidad… ¿Quésignifica todo esto?G. V. Hegel, en alguna partede la Filosofía del derecho, di-ce que es un derecho del culpableque se le dé muerte cuando hasido condenado a muerte. Estoes algo de cuya justicia nadielogrará convencerme nunca,porque me parece que corres-ponde solamente a una idea ra-cionalista de la justicia, de ununicuique suum que cree que elsuum se ha establecido de unavez para siempre, en modo na-tural o racional. Por una parte,está mi oposición personal a lapena de muerte; por otra, unrazonamiento en virtud delcual, en mi opinión, tampoco20 años de prisión constituyenun derecho reivindicable por elcondenado, sino solamenteuna pena. La pena es algo pe-noso, precisamente en el senti-do de que no la acepto, salvoque no me arrepienta desde elpunto de vista religioso y, porello, reaccione de otra manera.Hay todo un mecanismo que,por ejemplo, lleva a preguntar-se hasta qué punto el proceso,la absolución o la condenaafectan efectivamente a la cul-pabilidad o la inocencia delimputado. En general, los jue-ces son conscientes del hechode que se reconoce la culpabi-lidad de alguien sólo sobre labase de pruebas concretas; siluego el imputado resultarainocente, sólo nos quedaría de-cir que fue desafortunado. Almismo tiempo, no podemoscondenar a nadie sin pruebas,solamente porque estemos con-vencidos de su culpabilidad.Esto es lo que sucede en losprocesos de la mafia. Es curio-so, en Sicilia a veces se sabequién es el capo-mafia de éste ode aquel pueblo… En algunoscasos la justicia lo condena, pe-

ro como la mafia es lo sufi-cientemente hábil como parahacer desaparecer las pruebas,sucede que el capo-mafia es ab-suelto en la apelación. En cam-bio, con el delito Calabresi1

eso no sucedió. Se puede in-tuir una cierta verosimilitud delas pruebas de la acusación, pe-ro en todo caso no se encon-traron pruebas convincentes.De hecho, la condena de Sofri,Pietrostefani y Bompressi seconvirtió en cosa juzgada. Mu-chos consideran que los juecesse han equivocado. Hay meca-nismos de este tipo que exigenun respeto absoluto por las for-mas, porque de otro modo to-do queda librado a la intui-ción, y así sucesivamente. Peroel problema que me planteo esmás profundo: ¿existe una cul-pabilidad auténtica que la jus-ticia formal pueda reconocer ycondenar? Yo tendría mis du-das… Tomemos el tema de lajusticia fiscal: el juego del ciu-dadano consiste en conservarla mayor cantidad de dineroposible sin violar ninguna nor-ma escrita, de forma que nopueda ser condenado. ¿Deboverdaderamente convertir lajusticia fiscal en un deber mo-ral mío propio? ¿Por qué? ¿De-bería verdaderamente estar entodo de acuerdo, como en elcaso de la hermosa eticidadgriega, con las leyes de la ciu-dad? Y, sin embargo, sé muybien que algunas leyes estánmal hechas, y que otras estánhechas de forma tal que favo-recen sólo a algunos. Por con-siguiente, cabe decir que yorespeto las normas fiscales parano tener problemas. Sigue sien-do totalmente ético, de mi par-

SANTIAGO ZABALA

51Nº 114 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

1 Gianni Vattimo se refiere al ho-micidio de un comisario del Departa-mento de Policía de Milán, Luigi Cala-bressi, del que fueron acusados dirigen-tes de Lotta Continua (grupo de laizquierda extraparlamentaria italiana).El homicidio tuvo lugar el 17 de mayode 1972, pero los acusados, AdrianoSofri, Giorgio Pietrostefani y OvidioBompressi, fueron detenidos en 1988.Desde entonces hasta el año 2000 huboocho procesos sobre este caso.

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te, aprovechar todas las posibi-lidades que tengo para pagar lamenor cantidad de impuestosposible. Esta actitud funcionaen tanto que no infrinjo clara-mente la norma; en ese casonacería un contencioso fiscal.Como en el caso de los aboga-dos de O. J. Simpson, Gore oBush: quien tiene dinero parapagarse abogados competentí-simos logrará tal vez hacer loque más le conviene sin serconsiderado como un infractorde la ley.

S. Z. Entonces, ¿la pena dependede la habilidad del abogado?G. V. Hay también muchas si-tuaciones límite. No me consi-deraría un asesino en el caso deque alguien entrase en mi casa yyo, teniendo en mis manos unapistola, y por efecto del miedo,creyendo que el intruso a su vezempuña un arma… En caso deque el intruso recibiera un tirono me sentiría culpable, aunquede hecho lo fuera, al menos enla medida en que la ley prevé elhomicidio preterintencional. Pe-ro en aquel momento, para mí,matar era la opción menos gra-ve, porque tenía que defender-me. La pregunta que me planteoconstantemente es la siguiente:¿el mal no será acaso solamentela culpa, es decir, el sentimientode culpa?

S. Z. La idea de Schleiermacher,para quien cada uno debería escri-bir su propia Biblia, que en estecontexto significaría que la ley fue-se reescrita cada vez, ¿podría talvez resolver algún problema? ¿Seríaimposible volver a escribir cada veztoda la ley?G. V. Es imposible, evidente-mente, y es eso lo que establecela justicia social. Somos incapa-ces de vivir solos. El hombre lo-gon echon es también el que po-see el discurso, no la razón. Estojustifica una cantidad de lími-tes respecto a la justicia del de-recho en el que vivimos. Meadecuo a las leyes no porque lasapruebe incondicionalmente, si-no porque prefiero vivir en estasociedad más que en otra, tal vezprimitiva. Y, luego, aquí tengo a

mis amigos, mis cosas, etcétera.Pero esto es del todo contingen-te, guarda relación con mi per-tenencia histórica, que yo no to-mo como algo absoluto: ¿morirpor la patria?, ¿en serio? Puedoaceptar combatir por defenderun orden histórico-social, en elsentido de que si se quisiera ex-terminar a todos los italófonossinceramente preferiría que no,porque es mi lengua natural ydeseo seguir hablándola; y asítambién si se amenazase destruirel sistema democrático italiano.Pero si con el objetivo de hacerfuncionar mejor las cosas Italiadebiera convertirse en el quin-cuagésimo segundo estado ame-ricano, con todo el respeto quetengo por mi tradición y mi len-gua, podría incluso aceptarlo.Con frecuencia digo que mesiento italiano sólo cuando jue-ga el equipo nacional de fútbolo cuando me siento a la mesa,porque son esas cosas un pocotradicionales…

S. Z. ¿Esto que dice ya es una con-secuencia del multiculturalismo?G. V. Pero pienso también en launidad europea, en la que creobastante. Igualmente confío enel mantenimiento de los idio-mas y de las tradiciones locales,pero no tomaría las armas paraque el dialecto piamontés seconvirtiera en la única lenguade Italia. Me disgustaría que nose hablase más, me dolería quela cocina piamontesa fuese des-plazada por el fast food… Peroen un Estado supranacional,mucho más cohesionado decuanto lo es hoy la Unión Euro-pea, los dialectos y las tradicio-nes locales podrían sobrevivirbien; también los idiomas na-cionales y las tradiciones de losdiversos países podrían conver-tirse en tradiciones regionales, ysobrevivir como tales…

S. Z. ¿Cuanta más cohesión existamás flexibilidad hay?G. V. Para ser en serio pluralista,una sociedad democrática debedejar espacio incluso a aquellosque no quieren entrar en el diá-logo social. En el tratamientomoderno de la locura, en los

manicomios donde se encierraa los locos, Foucault ve una for-ma de actitud represiva; en suopinión estaban mejor antes,cuando salían de la aldea y semantenían en la periferia. Porcierto, aquella sociedad era dis-tinta, pero una sociedad verda-deramente democrática debe to-lerar también a muchos que nocomparten sus principios. Porejemplo, los squatters. Una ver-dadera democracia debería es-forzarse por encontrar espaciosviables para ellos, siempre queno violen gravemente la tran-quilidad de los demás. Si lossquatters desean vivir de la li-mosna, se la daremos mientrastengamos. De ahí en adelanteestarán obligados a cambiar devida, pero, mientras tanto, ¿porqué obligarlos a vivir con las co-modidades, la televisión, el as-censor, si les gusta tanto vivircomo marginales?

S. Z. Es un poco aquello que Nietzs-che había predicado en términos denihilismo. ¿Se puede afirmar queésta sea ya una sociedad nihilista?G. V. Se puede. El hecho es queuna sociedad nihilista no es talsólo porque haya perdido suspropias creencias, sino porquedeja surgir también muchasotras. Cuando Nietzsche diceque Dios ha muerto y desea-mos que vivan muchos dioses,no lo dice solamente en el sen-tido de que no hay más un va-lor supremo, que los valores su-premos se han desvalorizado, si-no porque se han multiplicadolas producciones de valores, demodos de vida. Creo que estoes muy importante. La verdade-ra razón por la que sigo hablan-do de posmodernidad se re-monta a la imagen de una mo-dernidad convencida de unacierta línea unitaria: los derechosciviles, el eurocentrismo, la ideade civilización de los pueblosprimitivos… Todo ello ha traídoaparejado cierto tipo de mono-culturalismo humano, racional,es cierto, pero siempre “mono”.Ahora ha surgido el convenci-miento de que al instalar estacultura humana, universal, vio-lentamos otros pueblos y otras

culturas. Sirve una humanidadcapaz de dejar vivir muchos dio-ses, y, desde el punto de vistadel derecho, resulta esencial re-conocer la estructura necesaria-mente procesal del derecho, másque su correspondencia sustan-cial a leyes naturales. Todavía sepuede utilizar el concepto de leynatural como un concepto defi-nidor –indicador– de aquel con-junto de normas de conviven-cia que nos parecen indiscuti-bles, que son históricamentenaturales. Encuentro natural ha-cer regalos en Navidad, pero siviviese en una sociedad dondela Navidad se festejara en el fe-riado de la Asunción de la Vir-gen, en agosto, probablementeharía mis regalos en agosto, y loencontraría sin duda natural. Laley natural es aquello que unasociedad encuentra normal ytambién deseable según sus há-bitos. Obviamente se la puedecriticar, y, si procede, reconside-rarla… Pero esto es válido tam-bién para la idea de realidad: és-ta no es indiscutible, sino quees aquello que todavía no se hadiscutido. Son los discursos dePopper. Todo aquello que no esvacío, sino real, es invalidable;muchas veces no se invalida por-que no hay buenas razones parahacerlo. De cualquier modo, di-ría que también éste es un con-cepto débil de realidad y de jus-ticia, de derecho natural en estecaso concreto. Es natural aque-llo que se da por supuesto;cuando comienza a no darsemás por supuesto, es necesarioencontrar razones para modifi-carlo o para confirmarlo… n

[Traducción de Santiago Zabala].

DIÁLOGO CON GIANNI VATTIMO

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Santiago Zabala está realizando su tesissobre la filosofía de Ernst Tugendhat ba-jo la dirección del profesor Gianni Vatti-mo en la Universidad de Turín.

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ürgen Habermas (Düssel-dorf, 1929) es uno de losmás grandes e influyentes

pensadores contemporáneos.Desde siempre supo combinar suprofunda labor teórica en el cam-po de la filosofía y la teoría socialcon constantes pronunciamien-tos críticos sobre la vida social ypolítica de su propio país u otrosacontecimientos de repercusióninternacional. A su condición deprestigioso profesor une así su ca-rácter de polémico y activo inte-lectual. Y gran parte de su obradebe interpretarse como la plas-mación teórico-académica de to-do un conjunto de inquietudessuscitadas por el devenir de lassociedades occidentales desarro-lladas. En pocos autores contem-poráneos nos encontramos conesa extraordinaria capacidad paraestar siempre presente en el de-bate intelectual y para dejarse vera la vez en el espacio público co-mo verdadera “conciencia mo-ral” de nuestra sociedad.

Otro de sus rasgos caracterís-ticos es su “multifuncionalidad”.La variedad de sus intereses teó-ricos impide que pueda ser en-marcado dentro de un área de es-pecialidad. En la tradición de susmaestros de la Escuela de Franc-fort se ha visto siempre a sí mis-mo como un “filósofo social”.Pero sus magníficas aportacionesa ámbitos más especializados dediversas disciplinas (Teoría Mo-ral, Filosofía del Derecho, TeoríaSociológica, Ciencia Política, et-cétera) hacen que su nombre seauna referencia ineludible en ladiscusión contemporánea dentrode todas y cada una de ellas. Aello hay que añadir su increíblecapacidad para incorporar suge-rencias provenientes de diversos

enfoques teóricos que luego sabeensamblar limpiamente a su pro-pia teoría. Todo esto hace quesea extraordinariamente difícilofrecer una síntesis de su obra.En lo que sigue lo intentaremosfijándonos sobre todo en su con-tribución a la teoría política.

1. El intento por superar las aporías de la Escuela de FrancfortComo buena parte de su genera-ción, Habermas accedió a la filo-sofía a partir del estudio de lagran tradición del idealismo ale-mán (Kant, Fichte, Hegel) y através del tortuoso enfrentamien-to con Heidegger. Tras constatarlos tintes nazis que anidaban en laobra de este último autor, Ha-bermas comienza a ser plena-mente consciente de la imposibi-lidad de separar la filosofía de laintencionalidad política. Estaconciencia y su confesado interéspor Marx le aproximan cada vezmás a la Escuela de Francfort,hasta que, tras una invitación for-mal de Adorno, acaba incorpo-rándose como investigador al Ins-tituto para la Investigación Socialque en dicha ciudad regentabaHorkheimer. Dentro de este gru-po consiguió dar rienda suelta asu constante preocupación porvincular la filosofía a la investiga-ción sociológica y a hacer fructi-ficar la integración de diferentescorrientes teóricas. Si los repre-sentantes de la teoría crítica loconsiguieron fundamentalmentea través de la conexión entreFreud y Marx, el joven Haber-mas pronto ampliará esta laborsincrética a otros autores y tradi-ciones, en particular a la filosofíaanalítica y del lenguaje y a la teo-ría política democrática y liberal.

Además de simpatizar con su

síntesis entre teoría social y filo-sofía, Habermas comparte la crí-tica y la desconfianza de los“francfortianos” por la cienciasocial positivista, que, con supretensión por emprender unanálisis de la sociedad neutro yavalorativo, acaba revirtiendo alfinal en una aceptación implí-cita del statu quo. Coincide tam-bién con ellos en mantener vivoel proyecto marxiano de aspirara una ciencia social “emancipa-dora”, quizá el único elementode la obra de Marx explícita-mente conservado tras el retor-no de aquellos a la ciudad delMeno desde su exilio estadouni-dense. Habermas muestra, sinembargo, importantes discre-pancias respecto a su pesimistaenjuiciamiento del proceso deracionalización moderno. Y esen este punto, precisamente,donde se apoyará para desple-gar una teoría con señas propias.

Ya desde la publicación del li-bro Dialéctica de la Ilustración(1947)1, el centro de interés teó-rico de Adorno y Horkheimer vaa girar en torno a las “patologíasde la modernidad”, el proceso apartir del cual la pretensión de laIlustración por liberar a las rela-ciones humanas de las hipotecasde la tradición y fundarlas sobrepautas racionales ha devenido ensu contrario: en una nueva formade poder anónimo e inaprensi-ble. Estas consecuencias de la ra-cionalización se manifestarían pordoquier, en todos los ámbitos.Así, el intento por superar lasfuerzas de la naturaleza que nos

había prometido el conocimientocientífico nos ha enfrentado, porel contrario, a una creciente ero-sión de las mismas condicionesde vida natural del hombre; elproyecto humanista de ilustra-ción teórica se enfrenta ahora aun desarrollo científico impulsa-do por imperativos instrumenta-les y comerciales y a una podero-sa cultura de masas manipulado-ra; la supuesta meta liberal de laautonomía individual se ha con-cretado en una autonomía del Yorepresiva (Marcuse) en la que lalibertad subjetiva se confundecon la “internalización” de finesexternos. Influenciados sin dudapor los dramáticos acontecimien-tos del totalitarismo del siglo XX,acaban levantando acta de un fra-caso civilizatorio. Frente al opti-mismo historicista del siglo XIX,elevan la imagen de una realiza-ción deformada de la razón en lahistoria. Y hacen gala de un pesi-mismo aún más extremo que elde Max Weber, para quien el pro-ceso de racionalización modernodesembocaría en una “jaula dehierro”, en el sometimiento a unaparato jerárquico y burocratiza-do. Para estos autores sólo se per-cibiría ya la huella de una “regre-sión universal”, y únicamente ca-bía el refugio en un “pensamientofragmentario”, en una “dialécticanegativa” que en muchos casosaparece casi como una teologíanegativa secularizada.

En un giro que marcará to-da su obra posterior, Habermas vaa reaccionar frente a sus maestros apartir de una revisión de muchosde estos presupuestos. Para ello sefijará en los aspectos siguientes:

1. El primero y más impor-tante es la necesidad de accedera criterios normativos a partir de

F I L O S O F Í A

HABERMAS EN DOCE MIL PALABRAS

FERNANDO VALLESPÍN

1 Max Horkheimer y Theodor W.Adorno: Dialektik der Aufklärung, citadoaquí por la edición introducida por Ha-bermas, Francfort, Fischer, 1986.

J

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HABERMAS EN DOCE MIL PALABRAS

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

los cuales poder fundamentaruna teoría social crítica. Es in-dudable que el juicio negativoque informaba las reflexiones dela Escuela de Francfort se hacíadesde algunos valores que sesienten traicionados, desde laañoranza de una serie de pro-mesas incumplidas. Su impulsolo extraían del intento por com-prender “por qué la humanidad,en lugar de entrar en un estadoverdaderamente humano, de-sembocó en un nuevo génerode barbarie” (Adorno/Horkhei-mer, 1969: 1). Pero esto no esmás que una petición de prin-cipio que enseguida suscita lanecesidad de responder a otrascuestiones: ¿qué hemos de en-tender por un “estado verdade-ramente humano”?; ¿cuál es elproyecto moral que ha revertidoen su contrario?; y, sobre todo,¿desde qué concepción de racionalidad elevamos nuestra crítica? ¿Acaso podemos denun-ciar las distorsiones intro-ducidas por el proceso de racio-nalización moderno, restringidoa la dimensión instrumental dela razón, sin contar con un con-cepto de racionalidad más am-plio? ¿Puede la razón, tan frac-cionada, aspirar a su unidad?¿Acaso no elevamos nuestro la-mento en nombre de un con-cepto de razón que aspira a sig-nificación y valor universal?

Tratar de ofrecer una respues-ta a dichas cuestiones le obligaráa Habermas a bucear permanen-temente en la teoría de la racio-nalidad y sus múltiples dimen-siones hasta acabar de dar formaal concepto de razón comunicati-va. Mantener la necesidad defundamentar la crítica no signifi-ca para él, sin embargo, que hayaque renunciar a reivindicar unimpulso emancipador. Más bienocurriría al contrario: sin contarcon esa instancia no sería posibleacceder a verdaderos criterios deorientación para una praxis polí-tica liberadora. Una forma de te-oría como praxis debe partir,pues, de la insistencia en un in-terés de conocimiento emanci-patorio. El impulso básico de laEscuela de Francfort permanecevivo, aunque ahora vinculado a

un proyecto que en vez de pro-ceder en sentido “negativo”, re-plegado sobre una crítica derro-tista y sin salidas, trata de re-construir, en “positivo”, lasposibilidades de fundamentaciónde la razón. Para ello no bastacon apoyarse exclusivamente enla tradición de la filosofía y losanálisis sociales marxistas o neo-marxistas; es preciso alimentarsetambién de las contribuciones delos diferentes ámbitos del saberespecializado. Habermas tuvobien presente desde el principioque no es posible acceder a unateoría de la racionalidad sin con-tar con la cooperación de todaslas ciencias sociales.

2. Curiosamente, el resulta-do de este empeño acaba con-fluyendo en una evaluación dela modernidad opuesta a la desus maestros. Si para aquéllosel “mundo totalmente adminis-trado” y las nuevas formas dealienación y barbarie deben en-tenderse como el producto delproceso de racionalización mo-derno o de la “dialéctica de laIlustración”, para Habermas,por el contrario, no serían sinola realización defectuosa o in-consecuente del mismo. Elmundo no padece un “excesode razón”, sino más bien su dé-ficit. Las patologías de la mo-dernidad no son imputables ala razón en sí misma; son másbien la consecuencia de su“abandono” o del predominiode algunas dimensiones de lamisma sobre aquella que sub-yace al ideal de la comunica-ción, ínsito en el uso del len-guaje dirigido al entendimien-to. La búsqueda de una“sociedad libre de dominación”permanece como el horizonteutópico de la acción humanaemancipatoria, esto es lo “au-ténticamente racional”. La mo-dernidad es evaluada así comoun “proyecto inacabado”, nocomo la culminación deforma-da de un proceso montado so-bre un gran engaño. Aun es-tando atento a sus distorsiones,Habermas se destapará ense-guida como el gran defensordel proyecto ilustrado, incluso

tras la espectacular aparición dela filosofía posestructuralistafrancesa y del neoescepticismode autores a lo Rorty.

3. Desde el comienzo de suaventura intelectual, Habermasno ha dejado de insistir en lanecesidad de proceder a una re-apropiación crítica de la teoríay filosofía de la democracia li-beral. Esta tradición fue gene-ralmente desdeñada por partede la vieja generación de la es-cuela, pero en ella encontraránuestro autor enseguida algu-nos de los instrumentos nece-sarios para realizar su empeño.La reconstrucción de los pre-supuestos institucionales y nor-mativos necesarios que subya-cen en la dimensión pública dela razón, tal y como fuera for-mulada inicialmente por Kant,constituirá el primer paso quele abrirá el camino hacia su te-oría de la acción comunicativa.Con ello Habermas no cree es-tar “traicionando” la tradicióna la que implícitamente se ads-cribe, la teoría crítica, sino de-sarrollándola desde presupues-tos que aún no habían sido ex-plorados por ella. En suma, elpropio Marx habría sustenta-do implícitamente su crítica delas instituciones burguesas ennombre de los valores y princi-pios universalistas de la Ilus-tración. Y, al menos en su pri-mera obra –en la Crítica de lafilosofía del derecho en Hegel,por ejemplo–, su objetivo fun-damental residiría en contras-tar estos mismos ideales con elmundo real. Éste va ser tam-bién el camino que, de modoexplícito esta vez, elegirá Ha-bermas.

2. Los primeros pilares de la teoría

a) La revisión del marxismo y la“crisis de legitimación”Sería demasiado prolijo exponerlas diversas fases en las que evolu-ciona este proyecto, que va ha-ciéndose más ambicioso cada vezy provisionalmente culmina en suTeoría de la acción comunicativa(1981). En dos de sus primeros li-

bros, Strukturwandel der Öffen-tlichkeit (1962)2 –traducido al es-pañol como Teoría y crítica de laopinión pública– y en Teoría y Pra-xis (1963), su preocupación fun-damental se limita todavía a ofre-cer una “crítica ideológica” de lafilosofía burguesa desde un ágilanálisis marxista. Pero en ellos secontiene ya también esa aludidaapropiación crítica por parte deHabermas de algunos elementos einstituciones de la tradición li-beral, así como un cierto distan-ciamiento de la tradición mar-xista en algunos puntos funda-mentales. La tesis principal esque gran parte de sus presupues-tos teóricos no se adecuan ya a lasociedad del “capitalismo tar-dío”3. El intervencionismo delEstado en la sociedad disuelve laautonomía de la economía y nopermite contemplarla, en la lí-nea de la tradición liberal con-vencional, como una esfera se-parada del Estado; pero tampococomo auténtica infraestructuracondicionante del resto de losprocesos sociales. La ampliacióndel bienestar a amplias capas dela sociedad ha diluido también laposibilidad de seguir pensandoen el proletariado como sujetode la revolución, y no parece queel conflicto de clase constituyala fuente única y exclusiva de lascontradicciones sociales4. En lalínea de Marcuse, denuncia tam-bién el marxismo “oficial” como“ideología de Estado” de un ré-gimen autoritario; su impulsoemancipador queda así desacti-vado detrás de una nueva forma

2 En este libro se recoge su tesis de ha-bilitación. Ante las reticencias de Hork-heimer en Francfort, fue presentada al fi-nal en Marburgo en 1961 y está dedicadaal politólogo Wolfgang Abendroth. Unade las peculiaridades de la actividad inte-lectual de Habermas es que en edicionesposteriores ha revisado o ampliado mu-chos de los contenidos iniciales. Las refe-rencias a las traducciones al castellano fi-guran al final en la bibliografía.

3 A este respecto, vid. Habermas,1963.

4 Véase su pequeño trabajo Über ei-nige Bedingungen der Revolutionierungspätkapitalistischer Gesellschaften, en Ha-bermas, 1973-b), págs. 70-86.

5 Para un desarrollo más amplio de es-tas críticas, véase también J. Habermas,1971; en particular, págs. 84 y sigs.

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de dominación5.Con todo, esto no significa

que la sociedad liberal capita-lista hubiera conseguido disol-ver sus contradicciones. Haber-mas es un magnífico observa-dor de su tiempo y no puededejar de analizar el descontentoque subyace a los movimientosestudiantiles de finales de losaños sesenta. Frente a la inge-nuidad de Marcuse, que creyóencontrar en este grupo al nue-vo sujeto de la revolución, nues-tro autor analiza su revuelta co-mo una reacción movida por laindignidad moral frente a la con-tinua erosión de formas de vidasolidarias y de los valores uni-versalistas. Como ya dijera enla introducción a Student undPolitik (1961), es imposible di-sociar las instituciones reales dela democracia de los ideales queimplícitamente les sirven de

guía. A pesar de la condena deHabermas a la violencia juvenildel momento, que en una ex-presión polémica llegó a califi-car de “fascismo de izquierdas”,no deja de reconocer que engran parte estaba guiada por lapercepción de dicha oposiciónentre los ideales de la libertad yla solidaridad, por un lado, y lapervivencia del conflicto de cla-se y una esclerótica política de-mocrática formal, por otro. Latensión entre el ser y el deber seracabarán alimentando así las ba-ses del conflicto de la nueva so-ciedad de este “capitalismo ma-duro”, un conflicto que en sustrabajos posteriores se presenta-rá bajo la palabra clave de “cri-sis de legitimación”.

De hecho, en sus estudios delos años sesenta, que culminanen la obra Crisis de legitimacióndel capitalismo tardío (1973-a),

las dificultades del Estado neoca-pitalista para dotarse de legiti-mación son vistas como el mayorproblema sistémico al que éstedebe hacer frente. La tesis quepoco a poco va cobrando forma yacabará constituyendo el núcleodel libro mencionado es que exis-te una contradicción insuperableentre la lógica del capital, dirigi-da a la obtención del beneficio“privado” y las necesidades dejustificación “pública” que sub-yacen al ideal democrático. El Es-tado intervencionista se encon-traría en una incómoda y ambi-gua situación ya que, por unaparte, no puede interferir en lalógica del beneficio del capital,pero, por otra, se ve impelido ainvolucrarse constantemente enla sociedad y la economía paraevitar las disfunciones del siste-ma. Aun siendo un claro y pode-roso aliado del capital, debe com-

pensar esta situación “compran-do” la lealtad de las masas me-diante una continua acción ad-ministrativa. El problema, apartede las complicaciones derivadasdel mismo aumento de la com-plejidad en la gestión, es que nocabe una “producción adminis-trativa de sentido”. La políticatecnocrática, que elude una am-plia participación de la pobla-ción, estaría reñida con las posi-bilidades de justificar comunica-tiva y democráticamente estapermanente interferencia del sis-tema administrativo.

El propio Habermas habría derevisar este diagnóstico más ade-lante al fracasar su predicción. Lassociedades neocapitalistas no sólono parecieron sucumbir a dicha“contradicción”, sino que sus re-cursos legitimadores resultaronser mucho más eficaces de lo pre-visto. En todo caso, en esta pri-mera fase de su obra, Habermasno duda en valerse del marxismocomo instrumento de análisis dela sociedad, pero sin priorizar losaspectos económicos o la dimen-sión del trabajo. Por decirlo dealguna manera, deja de tomar co-mo punto de referencia funda-mental el paradigma productivopara concentrarse en el paradig-ma comunicativo. Esto confluirádespués, por seguir con su rela-ción con el marxismo, en un re-chazo a los análisis de filosofía dela historia marxista apoyados ex-clusivamente sobre el punto dereferencia de los condicionanteseconómicos y el desarrollo cientí-fico técnico. Además de la cate-goría trabajo habría que conjugary prestar atención a la categoríainteracción6, que abarca esas di-mensiones de la realidad socialdirigidas hacia la creación de un“sentido” a las relaciones sociales.Mientras el trabajo se somete aun interés técnico y de “control”de la naturaleza, la interacciónnos predispone, por el contrario,a aplicar un tipo de racionalidadque aspira a la comunicación in-

FERNANDO VALLESP ÍN

55Nº 114 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

Jürgen Habermas

6 Esta distinción aparece ya clara-mente en Habermas, 1971, y, salvandolos matices, anticipa su posterior dis-tinción entre “sistema” y “mundo de lavida”.

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tersubjetiva y nos permite eva-luar, comprender y modificar lasnormas e instituciones que nosrigen7. El problema de la eman-cipación marxiana debe ser reen-cauzado así hacia el estudio de laevolución de estas esferas de inte-racción social. Ya en sus primeroslibros la conclusión provisional ala que llega es que sólo se conse-guirá establecer una conexión ra-cional entre el progreso técnico yla vida social si aprovechamos elpotencial que nos brindan estosespacios de comunicación socialesapoyados sobre discusiones pú-blicas y libres de dominación.

b) El “espacio público” (‘Öffen-tlichkeit’)En Strukturwandel der Öffen-tlichkeit (1962) nos encontramosel primer desarrollo de esta idea,que se va fraguando al hilo de unaindagación sistemática e históri-co-teórica de las distintas dimen-siones del concepto de “lo públi-co” (Öffentlichkeit). Aquí es don-de se introduce por vez primera lacategoría de “espacio público”,que habrá de tener una impor-tancia fundamental para la obraposterior de nuestro autor8. El es-tudio ofrece un interesante ras-treo histórico de la génesis de esteconcepto en la sociedad burguesay su posterior evolución y “defor-mación” en el siglo XX. Las reu-niones informales en “salones”,clubes y cafés de un selecto grupode la burguesía y la extensión delos primeros periódicos van a fa-cilitar la aparición de una esfera dediscusión y debate que poco a po-co cumple la función de ir trans-

mitiendo las inquietudes y nece-sidades privadas a los poderes pú-blicos. Opera, en un primer mo-mento, como instancia crítica delabsolutismo, pero pronto, a partirde las revoluciones burguesas definales del siglo XVIII, esta opiniónconstituirá el sustrato necesarioque permitirá el paso del bourgeoisal citoyen. El grado de desarrollode este espacio público se midepor la conexión de los debatesparlamentarios a la opinión y porel grado de interacción entre pren-sa y Estado, algo que el Estado li-beral de derecho acabará por ins-titucionalizar de modo más o me-nos eficaz9.

El “cambio estructural” del es-pacio público se produce con laaparición de los nuevos medios,muchos de ellos, en particular lasgrandes agencias de noticias, enmanos o bajo una importante in-fluencia del Estado. El espaciopúblico deja de estar ocupado asípor ciudadanos razonantes y sesomete a una cultura integradoray de mero consumo de noticias yentretenimiento; se reestructuracon fines puramente “demostra-tivos y manipulativos”. Por de-cirlo en sus mismas palabras,

“la red de comunicaciones de los medioselectrónicos de comunicación de masas,tejida de una forma cada vez más espesa,está hoy día organizada de tal modo que,a pesar de que técnicamente representaun potencial de liberación, sirve más pa-ra controlar la lealtad de una poblacióndespolitizada que para someter los con-troles estatales y sociales (…) a una for-mación discursiva y descentralizada dela voluntad”10.

Sea como fuere, lo más im-portante aquí es percibir cómoHabermas dotará a este elemen-to de la “publicidad” de un valornormativo: el poder sólo puede

legitimarse, racionalizarse, me-diante discusiones públicas en elmarco de prácticas deliberativaslibres. El ciudadano no se limitaa ser un sujeto de derechos; debeconstituir y desarrollar su identi-dad política a través de relacionesintersubjetivas y buscar a travésde ellas su reconocimiento y pro-tagonismo político. Éste es elprincipio regulativo que debe in-formar toda política democrática.Sin embargo, el problema –parael que todavía no tiene una res-puesta convincente– es qué hacerpara revitalizar ese tejido comu-nicativo que él mismo nos pre-senta profundamente erosiona-do por la burocratización y cre-ciente racionalización social.

c) El interés de conocimientoemancipatorioSi en el libro anterior nos en-contramos con el esqueleto de loque luego será uno de los fun-damentos normativos de la teo-ría habermasiana de la demo-cracia, en Conocimiento e interésasistimos al primer esbozo seriode su tesis de que la competen-cia lingüística y comunicativaconstituye el apoyo necesario detoda teoría social guiada por unimpulso emancipatorio. Con-tiene una crítica frontal al posi-tivismo y puede considerarse co-mo la obra que consiguió dar eldefinitivo espaldarazo interna-cional a nuestro autor. A gran-des rasgos, puede afirmarse quedesarrolla y amplía –dentro deuna impresionante historia y crí-tica del conocimiento desdeKant– las ideas que ya anidabanen su lección inaugural11 de lacátedra de Filosofía y Sociolo-gía de la Universidad de Franc-fort, a la que accedió en 1965 yque, curiosamente, “heredó” deHorkheimer.

Es difícil ofrecer una síntesisde tan ambicioso proyecto, y paraello nos valdremos de un pequeñorodeo. El objetivo fundamentalde esta obra, aunque puede queno constara así explícitamente re-señado, consiste en definir los

contornos de lo que debe enten-derse por una teoría crítica y cuá-les son sus diferencias fundamen-tales con respecto a las tradicionesfilosóficas anteriores. Pero tam-bién se trata de marcar distanciascon respecto a los enfoques posi-tivista –empírico-analítico– y her-menéutico. Para ello parte de unaintuición de Nietzsche: que no esposible imaginar ningún tipo deconocimiento que no se funde enalgún interés, que las normas queinforman el conocimiento no sonen principio independientes de lasnormas que regulan la acción12.Imaginar una teoría pura, neutra yobjetiva, como pretende el positi-vismo al adoptar el método cien-tífico para el estudio de los fenó-menos sociales, es, por tanto, unailusión. No hay algo así como unmundo ahí fuera al que podamosacceder representándolo fielmen-te mediante “adecuados” instru-mentos de análisis. Nuestro acce-so cognitivo al mundo respondemás bien a condicionamientos an-tropológicos y a pautas impues-tas a través de un complejo pro-ceso evolutivo de la especie. En elcentro de esta actividad está nues-tra necesidad de adaptarnos a lanaturaleza e interactuar con ella.Muy simplificadamente, diríamosentonces que “conocer” respondea nuestra necesidad de apropiar-nos de la naturaleza y se apoya enun impulso técnico, instrumen-tal, dirigido a controlarla; trata deconseguir el mayor éxito de la ac-ción mediante la introducción deuna mínima cantidad de medios.La forma en la que nos apropia-mos de la naturaleza es también,desde luego, una actividad social y,como tal, necesariamente debedar cuenta de un “sentido” trans-mitido a través del lenguaje, exige“interpretaciones” del mundo so-cial circundante y de las pautas y

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7 El enfrentamiento entre esto quehemos venido calificando como “para-digma productivo” y “paradigma comu-nicativo” lo aborda Habermas en una cla-ra y explícita revisión del materialismohistórico marxista, en ibídem, 1976. Aquíse deja sentir también la influencia deKohlberg y sus etapas de evolución de laconciencia moral sobre la teoría haber-masiana de la evolución social.

8 No existe en nuestra lengua un tér-mino que integre todos los matices se-mánticos del término alemán Öffentlich-keit. “Publicidad” es el que más se le apro-xima, aunque sólo si es capaz de acoger laexistencia de un “espacio” donde algo se“publicita” y puede dar lugar a eso quehabitualmente calificamos como “opiniónpública”.

9 A decir de Habermas, en Inglaterrapuede hablarse ya de un espacio y opiniónpúblicas como principio de organizaciónpolítica a partir de 1834. Éste es el mo-mento en el que se presenta al público elmanifiesto Tamworth de Peels, la prime-ra vez en la que el público puede pro-nunciarse sobre un “programa electoral” yno sobre la mera elección de representan-tes (vid. 1962: 86).

10 Introducción a la segunda ediciónde Teoría y praxis, 1974, pág. 12 (citadopor la edición española, págs. 15 y 16).

11 Erkenntnis und Interesse, en Haber-mas, 1968-a, págs. 146-169.

12 A este respecto, véase el último ca-pítulo en Habermas, 1968-b), y ZuNietzsches Erkenntnistheorie, en Haber-mas, 1973-b), págs. 239-264. Se diferen-cia claramente de él, sin embargo, en queno pretende sustituir la razón por una te-oría del poder –para Nietzsche detrás detodo conocimiento se esconde una “vo-luntad de poder”– que acaba conducien-do al nihilismo y a una ilimitada cantidadde “interpretaciones” de la realidad.

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normas que lo rigen.Las dos formas fundamentales

de la acción –la instrumental y lacomunicativa– constituyen asíuna especie de “marco trascen-dental” en cuyo interior organi-zamos la experiencia a priori detoda realidad. En consecuencia,según el ámbito en el que opere-mos estaremos guiados por undiferente interés de conocimiento.En el ámbito de la acción técni-ca, funcional o instrumental–que recordemos que Habermasgustaba incorporar en la catego-ría de “trabajo”– “realizamos ex-periencias con cosas, sucesos yestados que son esencialmentesusceptibles de manipulación”.Aquí existe una “apropiación”que sigue la lógica de la accióninstrumental, medios-fines. Porel contrario, en la esfera de la “in-teracción” –es decir, cuando nosreferimos a sujetos hablantes yactuantes– “realizamos experien-cias con personas, exteriorizacio-nes y estados que están estructu-rados y son comprensibles demanera esencialmente simbóli-ca”. Los “imperativos de repro-ducción”, propios de la accióntécnica, nos imponen, por así de-cir, una lógica que no coincidecon la que procede de nuestros“imperativos de socialización”.

Estos dos intereses de conoci-miento fundamentales volvemosa encontrarlos en la estructura delsaber científico y social, ya queestán inmanentemente ligados–de modo cuasi trascendental– anuestra capacidad para dar cuen-ta de la realidad. Y, según el en-foque adoptado, incorporaremosun interés de conocimiento uotro. El enfoque de las cienciasempírico-analíticas sigue un in-terés de conocimiento técnico,mientras que el de las cienciashistórico-hermenéuticas, que tra-tan de desvelar el significado de laexperiencia humana, se sujeta aun interés práctico. Una teoría crí-tica, como aquella inaugurada so-bre todo por Marx y Freud y se-guida después por la Escuela deFrancfort, seguiría en cambio uninterés emancipatorio. Por sinteti-zar: las ciencias de la naturaleza y,siguiendo su modelo, la cienciasocial positivista, persiguen ex-

clusivamente la obtención de sa-beres e informaciones que nospermiten ejercer un dominio ycontrol sobre la naturaleza o sobrela realidad social, “abren la reali-dad bajo la guía del interés por laposible seguridad informativa yampliación de la acción de éxitocontrolado”13. Las histórico-her-menéuticas deben vérselas, por suparte, con un mundo estructura-do simbólicamente, y en su laborse apoyan en la búsqueda de lacomprensión del mundo, en me-dios que permiten que éste puedaabrirse a un significado compar-tido intersubjetivamente.

¿En qué consiste entonces elinterés de conocimiento eman-cipatorio? Sencillamente, en laposibilidad de cobrar concienciamediante la autorreflexión sobrela realidad de la dominación y lasdistorsiones y deformaciones in-troducidas en nuestra compren-sión del mundo. Es un interésque no se constituye en el medioo elemento del trabajo o la inte-racción, sino en el de la domi-nación. La categoría del saberque imperaría aquí es el análisis,que “emancipa a la concienciarespecto de fuerzas hipostasia-das”14. El interés emancipatoriotiene algo de terapéutico, y no escasualidad que Habermas se re-fiera a Freud como uno de suspracticantes. En definitiva, a tra-vés del psicoanálisis se trata deque lleguen a coincidir “conoci-miento y emancipación respectode dependencias opacas”15. Laautonomía16 y la libertad respec-to a la irracionalidad individual ya la injusticia social es el objeti-vo de todo conocimiento sinto-nizado con respecto a este inte-rés. Y el instrumento en el quese arraiga es el lenguaje. En él sedan las condiciones de posibili-dad de la razón; de una razón li-

berada, además, como enseguidaveremos, de todas las hipotecasde la metafísica y capaz de in-troducir un orden en la comuni-cación sistemáticamente distor-sionada y en las mistificacionesideológicas.

3. La teoría de la acción comunicativaNo es posible seguir en un tra-bajo de estas características todaslas estaciones intermedias quevan desde los textos ya citadoshasta su gran obra, La teoría dela acción comunicativa (1981).Tampoco podemos dar cuentafehaciente de su constante aper-tura a nuevas influencias teóri-cas. Como ya hemos dicho, Ha-bermas es un autor que desdesiempre ha estado abierto a in-corporar en su teoría elementosde otras tradiciones que fueranaprovechables para dotarla deun mayor rigor y capacidad ar-gumentativa. En este caso sepercibe claramente la influenciade la filosofía lingüística anglo-sajona y el pragmatismo ameri-cano, que trata de combinar a sufondo de interlocutores habi-tuales: los clásicos de la teoríafilosófica y sociológica. El librofue elaborado a lo largo de suestancia (de 1971-1980) en elInstituto Max-Planck de Starn-berg para la investigación de lascondiciones de vida del mundotécnico-científico, donde tuvosu acogida laboral hasta su rein-tegración en la Universidad deFrancfort en 1983, universidaden la que se jubilaría en 1994.

Los temas principales aquíabordados pueden esquematizar-se en los siguientes puntos: a) enun primer momento se trata deofrecer una teoría general de laracionalidad, con el objetivo ex-plícito de diferenciar dentro deella las señas de identidad pro-pias de la racionalidad comuni-cativa; b) una presentación crítica de la dialéctica de la ra-cionalización social como pautafundamental de la evolución so-cial moderna; c) un concepto desociedad construido a partir de laintegración de un enfoque de te-oría de la acción y otro sistémico,y d) un diagnóstico de la socie-

dad actual desde la afirmaciónde una situación supuestamente“patológica”: el imparable proce-so de “colonialización del mundode la vida por el sistema”. Aquísólo podremos abordar específi-camente el punto a), los otrostres –b), c) y d)– los incorporare-mos en un único subepígrafe.

El objetivo último de este es-fuerzo teórico habermasiano esofrecer una teoría general de lasociedad que mantenga el im-pulso emancipatorio de la Es-cuela de Francfort, pero que–como observábamos arriba– hi-ciera explícita la perspectiva des-de la cual se emprende la crítica.Este mismo “punto arquimédi-co” se utiliza también como ar-ma teórica frente al nuevo relati-vismo neonietzscheano de la fi-losofía posmoderna, así comocontra los excesos “social-tecno-lógicos” de la teoría de sistemas,en particular la de Niklas Luh-mann17. Con ello Habermas ac-cede al fin, tras más de mil in-tensas y difíciles páginas, a unateoría con señas propias. Veá-mosla en sus rasgos generales.

a) La acción comunicativaPor su obra anterior sabemosya que para Habermas sólo esposible una teoría crítica si pro-cedemos a algo así como a unaespecie de “terapia psicológica”aplicada al ámbito social, quefuera capaz de “denunciar ra-cionalmente” las distorsionesideológicas que se introducenen nuestras “comprensiones he-redadas”, así como establecerlos límites de la ciencia socialpositivista, exclusivamente guiadapor un interés técnico-instru-mental. La descripción de la evo-lución social, que desde la pers-pectiva weberiana y de la Es-cuela de Francfort se presentacomo un aumento progresivode la racionalidad técnica yfuncional, no agota, sin embar-go, todas las dimensiones de laracionalidad. Habermas detec-

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13 J. Habermas: 1969-a: 156.14 Ibid., pág. 162.15 J. Habermas: 1969-b: 120 y sigs.16 El término que utiliza es Mündig-

keit, “mayoría de edad”, que puede equi-valer a nuestra “emancipación”. He man-tenido, sin embargo, el término “autono-mía” porque así es como figura en latraducción española de Jiménez Redondoy porque se ajusta a algunos de los senti-dos del término alemán mencionado.

17 Un enfrentamiento explícito contodas las corrientes posmodernas y conel propio Luhmann lo emprenderá nues-tro autor en Habermas, 1985.

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ta también en esa evolución unparalelo despliegue de la razóncomunicativa, que sería esa di-mensión de la razón que estápresupuesta en el entendimien-to lingüístico y se arraiga en to-das las estructuras comunicati-vas de nuestra vida cotidiana,en el mundo de la vida (Lebens-welt). La idea intuitiva sería en-tonces, primero, que existe unaindudable relación entre razóny realidad; segundo, que la rea-lidad se construye en gran me-dida en la interacción, a travésde la comunicación; y tercero,que la razón debe estar estruc-turada también de forma co-municativa. El problema resi-de, sin embargo, en ver cómopodemos extraer los rasgos pro-pios de este tipo de racionali-dad para a partir de ahí poderargumentar –“aportar razones”–en contra de ideas o visionesdel mundo preconcebidas o de-nunciar esquemas de comuni-cación “sistemáticamente dis-torsionados”. Para ello habríaque comenzar por un estudiodel lenguaje; en él se hallan con-densadas todas las interaccio-nes sociales y es el medio natu-ral de la comunicación y el en-tendimiento; pero también,como observaba Nietzsche, dela ocultación y el engaño y losintereses del poder. La pregun-ta clave que podemos suscitaraquí sería: ¿en qué consiste unacomunicación “verdadera”, “ra-cional”, no distorsionada, aque-lla que apunta hacia el entendi-miento y la “verdad”?

La respuesta a esta cuestiónla resuelve Habermas recu-rriendo a un análisis de nues-tras prácticas comunicativascotidianas. Aquí elevamos con-tinuamente pretensiones devalidez sobre hechos, normas,vivencias, que tratamos de jus-tificar o validar acudiendo a ar-gumentos que sometemos a lainteracción de otros; es unproceso “intersubjetivo”, exigeal menos otra persona comoreceptora de la comunicacióny está dirigido al entendimien-to mutuo. Toda persona quehace uso del lenguaje elevaríaimplícita o explícitamente las

siguientes pretensiones de va-lidez: comprensibilidad (que loque se dice se vale de las reglassintácticas y semánticas nece-sarias para que los otros sepanqué significa, que sea com-prensible para ellos); verdad(que se dan de hecho los pre-supuestos existenciales delcontenido proposicional); rec-titud (que el acto lingüísticose ajusta a un determinadocontexto normativo –es “jus-to” o aceptable según los crite-rios imperantes de rectitudmoral–; veracidad (que la in-tención manifiesta se expresade la misma forma en que esexteriorizada). Fuera de lacomprensibilidad, que hay quepresuponerla en toda comuni-cación lingüística para quepuedan tener sentido las otrasdimensiones, al otro –u otros–partícipes en la conversacióncompete comprobar si se danestas pretensiones de validez:la vinculación a la realidad, larectitud normativa y la veraci-dad subjetiva18. Para que estetipo de acción comunicativapueda tener lugar es necesarioque los participantes compar-tan algo así como un mismotrasfondo de experiencias y vi-vencias “prerreflexivas” a partirdel cual poder dotar de sentidoy significado a todo cuanto sedice; y permite captar tambiénel “efecto ilocucionario” de undeterminado aserto lingüístico–lo que “se hace” cuando se di-

ce algo en un determinadocontexto–19. Muy simplifica-damente, esto es lo que Ha-bermas denomina “mundo dela vida”, el “lugar” donde seproduce el conjunto de inter-pretaciones intersubjetivas queconstituyen un núcleo comúnde conocimientos implícitos,contribuyen a dotar de sentidoa la existencia y constituyen elhorizonte de cualquier enten-dimiento cognitivo y práctico.

Todo aserto lingüístico puedesometerse así a la fuerza de la ar-gumentación, a una dilucidacióndiscursiva. Es decir, a una com-probación racional, que consiste,en definitiva, en que los otroscompartan la pretensión de vali-dez sobre la realidad, la rectitud ola veracidad de cualquier asertodespués de la comunicación in-tersubjetiva celebrada bajo deter-minadas condiciones. Estamosante una teoría consensual de laverdad –una proposición será ver-dadera si toda persona que even-tualmente entra en el diálogo leadscribiera el mismo predicado–.En línea con lo que antes men-cionábamos, es preciso, sin em-bargo, que podamos ser capacesde distinguir entre un consensoforzado, producto de la manipu-lación, el engaño o la ideología, yun consenso racional. La defini-ción de consenso racional la haceHabermas en términos pura-mente formales, procedimentalesy valiéndose de una construcciónheurística, contrafáctica, la situa-ción ideal de diálogo. Ésta se defi-ne a partir de las ideas de perfec-ta simetría o igualdad, libertad yautonomía entre las partes20. Las

condiciones de esta situación sir-ven como anticipación de una“forma de vida” perfectamente ra-cional, que de hecho no sueledarse en la práctica salvo en si-tuaciones excepcionales. Pero lasituación ideal de diálogo sirve derasero al menos para que en todomomento podamos enjuiciar lascuestiones que reclaman para síuna presunción de racionalidado para emprender la crítica decuestiones dadas por supuestas oque erróneamente se presentanapoyadas en argumentos. Descri-be las condiciones de posibilidadde la racionalidad en un mundoaparentemente irracional y sirvende sustento para una praxisemancipadora.

Sintetizando todo lo anterior,podemos afirmar entonces quepara Habermas “la utilizacióndel lenguaje dirigido al enten-dimiento constituye el modooriginal de utilización del len-guaje respecto del cual (…) lasutilizaciones instrumentales sonparasitarias” (1981: 388). Su re-construcción de los rasgos for-males y supuestamente univer-sales del uso del lenguaje va di-rigida precisamente a este fin:demostrar el carácter performa-tivo intrínseco a todo acto delhabla, la necesidad de que todadilucidación discursiva de laspretensiones de validez incorpo-re los presupuestos ineludiblesde la acción comunicativa. Ade-más, nuestro sometimiento a es-tos presupuestos no es algo quepodamos decidir, algo por loque podamos “optar”, pues es-tamos inescapablemente inmer-sos en una forma de vida comu-nicativa: el mundo de la vida,que constituye “un conceptocomplementario al de la accióncomunicativa” (1981: II: 182).

b) La dialéctica de la racionaliza-ción: sistema y mundo de la vidaAunque Habermas es plenamen-te consciente de que dichos pre-supuestos generales y necesariosde la argumentación están pre-

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58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

18 Habermas pone un ejemplo clarifi-cador en el que se desafían todas estas pre-tensiones de validez en cada una de estasdimensiones. Supongamos que un estu-diante que participa en un seminario deberesponder a la siguiente petición del pro-fesor: “Por favor, tráigame un vaso deagua” –siempre entendida no como unaorden sino como una actitud orientada alentendimiento–. El estudiante puede co-menzar negando la “rectitud normativa”de la proposición –“no, no puede tratarmecomo a alguno de sus subordinados”–; opuede negar su “veracidad subjetiva” –“no,realmente sólo desea ponerme en un mallugar ante los otros participantes del semi-nario”–; o puede cuestionar que existendeterminados presupuestos existencialesdados por supuestos en el aserto –“no, ellugar más próximo donde puedo conse-guir agua está tan lejos que para cuandohaya vuelto ya habrá acabado el seminario”(1981: I, 411-2).

19 Habermas integra en su teoría tam-bién la “teoría de los actos del habla”, ela-borada sobre todo por J. Austin y Searl,que ya estaba incipientemente desarrolla-da en el último Wittgenstein. En el ejem-plo anterior, el mundo de la vida permi-te que en ese contexto el estudiante pue-da, verbigracia, cuestionar la buena fe delprofesor al pedirle algo que puede ser in-terpretado como humillante. Lo que eneste caso estaría haciendo el profesor aldecir lo que le dijo es “humillarle”.

20 Por ejemplo, se reconoce a todoslos participantes la distribución simétricade oportunidades de hablar y sacar temas,la libertad para iniciar y mantener unadiscusión crítica y evaluar argumentati-

vamente todas las posturas; pero tambiénpara poner en cuestión el marco concep-tual originalmente aceptado.

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sentes en toda forma de vida so-cio-cultural, no ignora que la ge-neralización de una práctica so-cial dirigida a dejarse guiar porellos es el resultado de un largoproceso evolutivo. Ya desde antesde este libro, dicho proceso lohabía explicado a través de latraslación a la evolución social dela tipología de la evolución de laconciencia moral del niño deKohlberg21. El paso al estadio ola fase posconvencional del desa-rrollo de la conciencia moral–que a grandes rasgos, y siemprevinculado al ámbito social– vienea coincidir con la modernidad,significa también el tránsito haciala posibilidad de dilucidacióndiscursiva y consensual de nece-sidades y pretensiones de valideznormativas que comienzan a serproblemáticas. Ahora nos ofreceuna explicación similar, peroapoyándose sobre todo en el mo-delo weberiano de racionaliza-ción social. El proceso de racio-nalización moderno, con la co-rrespondiente separación entrelas esferas de la ciencia, la moral,el derecho o el arte, contribuye afavorecer estos procesos de desa-rrollo y aprendizaje social. Encierto sentido podríamos decirentonces que la competencia co-municativa (el sujetarnos a unasolución argumentativa de pre-tensiones de validez en conflicto)habría que entenderla como laexpresión ontogenética de unadeterminada evolución social.Éste es uno de los sentidos en losque se habría producido una “ra-cionalización” del mundo quedesemboca en, por ejemplo, laimplantación de sistemas univer-salistas en la moral y el derecho yla democracia en la política (vid.,1981: II 229 y sigs.). Weber, queinsiste predominantemente enuna descripción de este procesodesde la perspectiva casi unilate-ral del predominio de la racio-nalidad instrumental, habría sidoincapaz de percibir esta otra po-tenciación de la racionalización

práctico-comunicativa22.Habermas distingue, sin em-

bargo, entre “mundos de la vidaracionalizados” que se reprodu-cen mediante la acción comuni-cativa y un “sistema” o “sistemas”que operan a través de mediosde coordinación, como puedenser el poder y el dinero. La inte-gración social general se consi-gue, por tanto, tanto social co-mo sistémicamente. Esta últimase refiere a la efectividad de las re-laciones, regularidades y leyesfuncionales que aseguran la re-producción social; hace referen-cia, pues, a las leyes funcionalesque, en principio, al menos, sepresentan como independientesde la voluntad de los que en ellasparticipan –las leyes del mercado,por ejemplo–. La integración“social”, por su parte, presuponeun comportamiento mediadosubjetivamente y se mantiene através del seguimiento de reglasnormativas (derecho, moral); esdecir, de aquello que se conside-ra como “justo”, “verdadero” o“bueno”. Si el “sistema” social (laadministración y la economía) sesujetan a imperativos guiados porla racionalidad instrumental, losespacios en los que se extiende elmundo de la vida se coordinaríana través de la racionalidad comu-nicativa. Con esta descripciónHabermas trata de dar cabida auna explicación de la realidadsocial, tanto a partir de una “teoría de la acción” como deun enfoque “sistémico”. O, loque es lo mismo, que las rela-ciones sociales son coordinadastanto por acciones individualescomo por “procesos” o “lógicassistémicas”. En cierto modo,pues, nuestro autor incorporauna parte de la descripción de laevolución social del sociólogoNiklas Luhmann, aunque ésteprescindiera totalmente de unateoría de la acción y acentuara elcarácter exclusivamente sistémi-co de la organización social. Laspautas evolutivas estarían paraél sujetas a un proceso de dife-renciación social creciente ensistemas expertos, cada uno consu lógica propia.

Sistema y mundo de la vidaaluden así a dos formas distintas

de integración social, pero tam-bién a la extensión de dos pautasde racionalización diferenciadas.El problema que Habermas ob-serva en las sociedades contem-poráneas es que ambos modosde socialización están lo suficien-temente imbricados como paragenerar “contradicciones” o “cri-sis”. Esto está particularmentepresente en el análisis de lo quedenomina “la colonización delmundo de la vida por el siste-ma”; es decir, la invasión por par-te de la racionalidad económico-administrativa de aquellos secto-res (política, moral, etcétera) quedebían estar sujetos a la raciona-lidad comunicativa. La amenazade la juridificación, monetariza-ción y burocratización constituyela principal fuente de reificacióndel mundo de la vida y hace pe-ligrar las instancias encargadas dela reproducción simbólica: latransmisión cultural, la integra-ción social y la socialización. Enuno de sus momentos más pesi-mistas señala incluso que la pro-gresiva penetración del “sistema”en el mundo de la vida hace que“los discursos prácticos se pa-rezcan a las islas amenazadas deinundación por el mar de unapraxis en la que no domina enabsoluto el modelo de la resolu-ción consensual de los conflictosde la acción” (1983: 116). Conposterioridad abandonará par-cialmente este diagnóstico tanpesimista de la realidad social23 yvolverá a recuperar la idea de queestas manifestaciones de una ra-cionalización unilateral bajo elsigno de la racionalidad instru-mental no conseguirían inmu-nizar a las sociedades frente a lasdemandas racionales de legiti-midad.

4. La teoría políticaComo decíamos al comienzo,Habermas es un autor inquietoque no ha dejado de estar pre-sente en el espacio público co-mo intelectual engagé. Prueba deello son sus constantes interven-ciones en la prensa u otros me-

dios, así como las diversas edi-ciones de sus Pequeños escritospolíticos, que recogen pronun-ciamientos puntuales del Ha-bermas “intelectual”, más quedel filósofo o sociólogo, sobreuna gran variedad de temas.Hay que esperar, sin embargo, asu obra de madurez para encon-trarnos con un enfrentamientomás sistemático con los proble-mas centrales de la teoría o filo-sofía política. A este respecto sulibro Facticidad y validez (1992)abre un nuevo campo en que lasreflexiones de teoría del derechoy de la democracia pasan ya alprimer plano. Dos libros poste-riores, La incorporación del otro(1996) y La constelación posna-cional (2000), abundan tambiénen su interés y ocupación direc-ta con temas de teoría y sociolo-gía política contemporánea. Enlo que sigue recogeremos el con-tenido de estas y otras obrasdentro de una cierta sistemática.

a) La justificación filosófica delEstado de derechoEl núcleo del libro Facticidad yvalidez consiste en ofrecer unateoría normativa del Estado dederecho apoyada sobre las pre-misas básicas del principio deldiscurso que en obras anterioreshabía diseñado como criterio dejustificación de la racionalidadmoral24. Con ello se trata detrasladar el mismo criterio de le-gitimidad procedimental queopera respecto de las cuestiones“morales” a las decisiones “jurí-dicas” y “políticas” fundamen-tales y también se hace extensivoa una justificación de la demo-cracia deliberativa. De ahí lostérminos con los que el propioHabermas gusta calificar a estateoría: republicanismo kantiano.Consiste, en suma, en intentaruna reconstrucción discursiva dela noción kantiana de la perso-nalidad moral, con todas sus im-plicaciones universalistas, y a lavez en subrayar las consecuen-cias democrático-participativas

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21 A este respecto, véase Habermas1976: 63 y sigs.

22 Esto mismo ocurriría con las teorí-as de los miembros de la Escuela deFrancfort.

23 En Habermas, 1992, se percibe yaclaramente un cambio de perspectiva.

24 Recordemos también que el princi-pio del discurso encaja dentro de la catego-ría más general de la acción comunicativa.

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de la dimensión pública de laautonomía. La fundamentaciónde este proyecto se apoya sobrelas siguientes consideraciones:

l En un primer momento setrata de justificar la necesariainstitucionalización del princi-pio del discurso. O, lo que eslo mismo, que las condicionesde elaboración y creación denormas jurídicas se sometan alos imperativos dictados porun proceso de deliberaciónprocedimental sujeto a una se-rie de reglas formales. A gran-des rasgos, estas reglas se ajus-tan a los presupuestos que yahabíamos visto respecto de laracionalidad comunicativa. Se-gún su presentación más gene-ral, el principio del discursoimpone que “sólo son válidasaquellas normas en las que to-dos los afectados puedan con-sentir como participantes enun discurso racional”25. La le-gitimidad de las decisiones po-líticas se retrotrae así a estascondiciones formales (impar-cialidad, igualdad, apertura atodos, ausencia de coerción yunanimidad) que constituyenla expresión de la imparciali-dad de los juicios prácticos yque, a la postre, remiten a unareformulación discursiva y pro-cedimental del concepto de au-tonomía kantiano. El principiodel discurso equivale al “puntode vista moral”, es la expresiónde lo moralmente correcto; po-see una naturaleza epistémicaque trata de emanciparse de lasconfusiones de la teoría de lacorrespondencia de la “verdad”moral y se vincula a un tipo devalidez conectado al proceso dedilucidación discursiva. Enotras palabras, el resultado delproceso de deliberación no es

considerado racional porquecoincida con una supuesta ver-dad moral objetiva, sino por-que incorpora toda a una seriede condiciones formales, loque permite afirmar que, cual-quiera que sea dicho resultado,posee ya una “presunción deracionalidad”. Al final, la ra-cionalidad de los procedi-mientos se traslada a las condi-ciones bajo las cuales tienenlugar las discusiones. Es elmismo procedimiento y lascondiciones sustantivas de lasque se imbuye el que constitu-ye el fundamento de la justifi-cación de las normas morales.Los elementos o contenidosfundamentales del procedi-miento discursivo equivalen auna moral del respeto mutuo yde la responsabilidad solidariapor toda persona; pueden en-tenderse como una lectura teó-rico-discursiva del imperativocategórico kantiano; o, a secas,como la adopción del “puntode vista moral”, que es la ex-presión que prefiere en sus úl-timos escritos, y requiere queentremos en la dinámica deuna progresiva ampliación delhorizonte propio y nos acer-quemos a otro susceptible deser compartido por los demás.Adoptarlo equivale a “salir fue-ra” de las concepciones o visio-nes del mundo que tenga cadacual para “aproximarse a unaperspectiva moral común quebajo las condiciones simétricasdel discurso (y del aprendizajemutuo) exige un cada vez ma-yor descentramiento de las dis-tintas perspectivas” (1992:316). Es lo que George H. Me-ad calificó como la “adopciónideal de papeles” o la “apela-ción a una comunidad cadavez más extensa”.

l Habermas restringe el ámbi-to de la moralidad única y ex-clusivamente a las condiciones ypresupuestos de la deliberacióndemocrática. Bajo estas restric-ciones procedimentales se de-sarrollarían ya los procesos dediscusión pública, cualquieraque fuese su naturaleza. Losprocesos de deliberación de-

mocrática por él propugnadosresponden a la convicción deque en la política se combinany entrelazan las tres dimensio-nes de la razón práctica: la di-mensión moral, preocupadapor la resolución equitativa eimparcial de conflictos inter-personales, que aspira a un re-conocimiento universal de loprescrito; la ética, ocupada dela interpretación de valores cul-turales y de identidades, y portanto condicionada en su fuer-za prescriptiva por una evalua-ción contextual; y la pragmáti-ca, dirigida a la satisfaccióninstrumental de fines y gene-ralmente marcada por la nego-ciación y el compromiso, sien-do aquí la eficacia su principiorector. Sobre el trasfondo de lascondiciones procedimentalesadecuadas, en la mayoría de lasdiscusiones políticas importan-tes (de política económica ysocial, por ejemplo) la discu-sión y deliberación está guiadapor estos tres tipos de discur-sos. Discursos en los que losmeros intereses materiales seentremezclan con considera-ciones sobre la vida buena osobre la justicia y equidad.

l Habermas busca adaptar esteprincipio del discurso a lascondiciones propias de las so-ciedades modernas, caracteriza-das no sólo por la pérdida deun referente normativo unita-rio26 capaz de vincular a todossus miembros, sino tambiénpor el creciente aumento de laautonomía de los sistemas eco-nómico y administrativo, queamenazan con “ahogar” las ló-gicas comunicativas del mundode la vida. La única forma via-ble de trasladar su principio delegitimidad apoyado en elprincipio del discurso a la so-ciedad como un todo es me-diante la legalidad, a través delderecho. Sólo así puede incor-porarse la experiencia del reco-

nocimiento mutuo y la igual-dad propios de las “relacionescara a cara” a una sociedad in-tegrada por personas que se re-lacionan “anónimamente, co-mo extraños”. Y únicamente através del medio jurídico pue-den arraigarse en el tiempo losdiscursos y los resultados de losdiscursos. La mediación insti-tucional se convierte en el pre-supuesto necesario para mante-ner y reproducir los procesoscomunicativos y velar por laintegración normativa de la so-ciedad. Resulta así que el dere-cho cobra autonomía comodiscurso práctico instituciona-lizado, pero esto no le liberasin más de su sometimiento alas demandas de justificaciónimplícitas en todo discurso denaturaleza práctica. Esta doblecara del derecho como meca-nismo encargado, por un lado,de velar por la efectividad de laaplicación y seguimiento de lasnormas mediante la amenaza yla ejecución de sanciones, y, deotro, como vehículo del mediomás plural e indeterminado delas exigencias de legitimaciónes lo que Habermas entiendecomo la tensión entre “factici-dad y validez”.

l ¿Cuál es el espacio respectivoque Habermas atribuye a laautonomía pública y privada?Recordemos que en el modeloliberal la autonomía privada(la “libertad de los moder-nos”), arraigada en el sistemade los derechos individuales,tiene prioridad sobre la di-mensión pública de la autono-mía (la “libertad de los anti-guos”). Lo contrario ocurrehabitualmente en las teoríasrepublicanas. Aquí Habermastrata de ubicarse, curiosamen-te, en un punto medio: ambasdimensiones se fundirían si-métricamente en un mismoconcepto, que por un ladopermite blindar los derechosbásicos frente a injerencias so-ciales, pero por otro se abre ala pluralidad social, al permitirun casi ilimitado acceso a laesfera pública y a las decisionessociales a todos los ciudadanos

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25 Habermas, 1992: 140. En su apli-cación al derecho, el único ámbito quepermite asegurar su eficacia, este presu-puesto se encarnaría en la siguiente fór-mula: “Sólo pueden reclamar validezaquellas normas jurídicas que puedan en-contrar el asentimiento de todos losmiembros de la comunidad jurídica enun proceso discursivo de creación del de-recho que, a su vez, ha sido constituido le-galmente” (ibíd., 141).

26 Debido a la inexorable existencia deuna inconmensurable pluralidad de valo-res, concepciones del bien o formas devida.

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y grupos sociales. Ambas di-mensiones serían complemen-tarias, igual de importantes yasentadas en un origen co-mún. El ciudadano no podríahacer un uso de su autonomíapública si no poseyera la inde-pendencia necesaria garantiza-da por la autonomía privada;y, a la inversa, no podría ase-gurarse una regulación consen-suada de esta última si no pue-de hacer un uso adecuado desu autonomía pública. El obje-tivo es que se restrinjan simé-tricamente, de forma que seencuentren en una situaciónde equilibrio mutuo. Los pre-supuestos democráticos de lainstitucionalización del discur-so hacen que tanto el derechoobjetivo como los derechossurjan de la misma fuente y se-an “co-originales”. Todo el sis-tema de los derechos funda-mentales se deriva de la natu-raleza discursiva de la creacióndel derecho, pero aquéllosconstituyen la condición deposibilidad para que ciudada-nos libres e iguales puedanejercer su función de partíci-pes en la regulación jurídica dela vida social.

b) La democracia deliberativaDe las consideraciones anterio-res se deriva ya claramente unparticular concepto de demo-cracia participativa, que ha cris-talizado bajo la denominación“democracia deliberativa”. Con-siste, en suma, en vincular la re-solución racional de conflictospolíticos a prácticas argumenta-tivas o discursivas en diferentesespacios públicos. El principiode legitimidad, como acabamosde ver, se hace depender de laconsecución de consensos sobrenormas o decisiones políticas lomás amplios posible. Para ser“racionales”, los discursos pro-pios de la política no exigen sinembargo la “unanimidad”, aquíimpera el principio de la mayo-ría, aunque las decisiones ma-yoritarias puedan ser siempre re-vocables. Para el funcionamien-to de la democracia deliberativano recurre ya el Habermas ma-duro a condiciones tan drásti-

cas como las que presentaba ensus primeros escritos: el marcoinstitucional del Estado de de-recho democrático tal y comohoy lo conocemos permaneceprácticamente inalterado; semantiene el principio de repre-sentación parlamentaria, parti-dos políticos, etcétera. Como enobras anteriores, donde pone elacento sigue siendo en la esferapública, asentada sobre la socie-dad civil, que son aquellos espa-cios libres de interferencia esta-tal y dejados a la espontaneidadsocial no regulada por el mer-cado ni por los poderosos me-dios de comunicación. De aquíbrotaría la opinión pública in-formal, las organizaciones cívi-cas y, en general, aquello quedesde fuera influencia, evalúa ycritica la política. De las inte-racciones de cada una de estasinstancias surge el proceso deinstitucionalización política quecabría calificar como legítimodesde la perspectiva de la teoríadel discurso.

El problema sigue siendo ladificultad de compatibilizar lospresupuestos normativos delmodelo al funcionamiento efec-tivo de las “democracias reales”.Si ya es difícil que se cumplanen el discurso moral, en el polí-tico se enfrentan a escollos casiinsuperables. Sólo cabe pensaren la condición de la simetría, laapertura a todo tipo de temas,la trasparencia hacia dentro y ha-cia fuera, la “comunicación ili-mitada” que no se deja ordenarni domesticar, etcétera. Haber-mas es plenamente conscientede estas dificultades y las tienebien en cuenta. De ahí deriva sunuevo interés por el derecho,que actuaría entre lo fáctico y lonormativo, entre la realidad em-pírica de una sociedad domina-da por los medios poder y dine-ro y las demandas normativasde la racionalidad práctica, quesoldarían esta fractura vincu-lando la creación y elaboracióndel derecho a los dichos requi-sitos de la democracia delibera-tiva. Para resolver el contrasteentre las restrictivas demandasde legitimación y sus posibili-dades de realización efectiva nos

ofrece un curioso modelo de es-clusas aplicable al sistema polí-tico (1992: 424 y sigs.).

Consistiría fundamentalmen-te en la distinción entre un cen-tro y una periferia dentro delmismo. El centro estaría com-puesto por lo que cabría calificarcomo la política “institucional”,que abarcaría el Gobierno y laAdministración, los tribunalesde justicia y el sistema represen-tativo y electoral (las cámarasparlamentarias, las eleccionespolíticas, la competencia inter-partidista, etcétera), el procesa-miento de las decisiones funcio-naría aquí siguiendo inercias,“rutinas” y, en general, movi-mientos pautados que, sin em-bargo, obligan a que sus opera-ciones y procesos pasen por losestrechos canales de todo un sis-tema de esclusas, que se interpo-nen en las relaciones entre losdiferentes órganos e institucio-nes. La periferia estaría consti-tuida por la acción de una “esfe-ra pública” integrada por todotipo de grupos y organizacionessociales, capaces de conformar,alterar o impulsar la opinión delpúblico y que a su vez ejerce in-fluencia y condiciona decisiva-mente las operaciones del “cen-tro”. Desde luego, las diferen-cias entre una y otra dimensiónsaltan a la vista: en el centro nosencontramos con la auténticacapacidad de tomar decisionespolíticas vinculantes, y dondecada uno de sus órganos tienesus prerrogativas y relacionesclaramente tipificadas; en la pe-riferia impera, por el contrario,un sujeto público descentrado,informal y descompuesto enuna serie de redes organizativasque a lo más que puede aspirares a intentar imponer su in-fluencia. Aun así, su acción fun-damental estriba en intentarcondicionar la acción del cen-tro del sistema político; en evitarque éste pueda funcionar a es-paldas de los flujos de comuni-cación provenientes de la esferapública y la sociedad civil.

Como puede observarse, de loque se trata, a la postre, es de al-canzar un “hermanamiento entrepoder comunicativo y la creación

del derecho legítimo” (1992:185). Este hermanamiento se ex-presa en el papel central dotado alos procesos de creación de vo-luntad colectiva, al principio de-mocrático. El obstáculo que a es-te respecto significa la fragmen-tación social creciente y laineludible presencia de la com-plejidad haría inevitable la pre-sencia de las instituciones del Es-tado de derecho democrático taly como hoy las conocemos. Esosí, propiciando, por ejemplo, elcultivo de espacios públicos au-tónomos, ampliando las posibili-dades de participación de losciudadanos, domando el poderde los medios de comunica-ción, potenciando la funciónmediadora de partidos políti-cos no estatalizados, etcétera27.Lo fundamental es que el poderadministrativo o político no co-bre autonomía respecto de lospertinentes controles comuni-cativo-democráticos.

c) La integración del pluralismo:el “patriotismo constitucional”En consonancia con el debatecontemporáneo en teoría políti-ca, nuestro autor se ha visto im-plicado también en la discusiónsobre las dificultades de integra-ción del pluralismo y los proble-mas derivados de la acomoda-ción identitaria en las socieda-des complejas. Habermas afirmaademás que en su teoría ofreceun satisfactorio encaje a los pro-blemas derivados del multicultu-ralismo, los conflictos étnicos o,en general, la integración de las“diferencias”. Para ello ha de mar-car las distancias tanto respectode las teorías liberales a lo Rawlscuanto respecto de otras, comolas comunitaristas, contrarias ala argumentación en términosde “neutralidad moral”. Al finalacabará sosteniendo que su teo-ría escapa con más facilidad a lascríticas comunitaristas de unCharles Taylor28, por ejemplo,de lo que es capaz de hacerlo la

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27 Véase, 1992: 532 y sigs.; 228 y sigs.28 Para su crítica a Taylor, vid. Kampf

um Anerkennung im demokratischenRechtsstaat, en Habermas, 1995; págs.237-276.

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teoría rawlsiana.La tesis básica de Taylor es que

el liberalismo habría emprendidoya desde sus orígenes una falsa ru-ta teórica a la hora de plantearse elproblema de las diferencias entrepersonas y grupos sociales. Su ma-yor defecto consistiría en partir deuna visión del hombre “autóno-mo” desprovista de toda referenciaa los elementos empíricos que loconstituyen como tal: raza, sexo,credos, orígenes nacionales, etcé-tera. La organización política li-beral se constituye así a partir deaquellos rasgos que toda personatiene en común, lo que es com-partido universalmente; a saber, suigual “dignidad” y respeto moral,que exigen una correlativa protec-ción estatal mediante el sistemade los derechos individuales e im-ponen al Estado una exquisitaneutralidad respecto de las cues-tiones de la vida buena o la liber-tad que cada cual posee para llevara cabo sus planes vitales. Para Tay-lor, sin embargo, esta “política deluniversalismo”, puramente pro-cedimental, ignoraría la vitalidadde los diferentes contextos cultu-rales a la hora de conferir identi-dad a las personas. La igualdadabstracta del liberalismo sería cie-ga ante la indesligable conexiónentre identidad individual y par-ticularismo cultural (étnico o ra-cial, nacional o de preferencia se-xual), que son los elementos quedotan de sentido a amplias capasde la población, sobre todo en lassociedades multiculturales. Unapolítica multicultural debe exigirel reconocimiento explícito de estasideas sustantivas sobre la vida bue-na propia de los diferentes gru-pos sociales y debe articularse ex-plícitamente como una “políticade la diferencia”. Sustentada so-bre las peculiaridades culturalesde los diferentes grupos sociales,reniega de soluciones individua-listas apoyadas en la supuesta au-tonomía de las personas. Lo quedistingue al individuo y lo separade los otros no se consigue abs-trayéndose de sus particularida-des, sino más bien al contrario:afirmándolas. Como atestigua elmovimiento feminista o el de losgrupos de color en Estados Uni-dos, su equiparación al resto de

los grupos equivalía en la prácticaa la “renuncia” de muchas de susseñas de identidad propias, a suautenticidad. Frente a la neutrali-dad e inhibición del liberalismo“individualista”, Taylor propugnaentonces un liberalismo “social”que fuera “más hospitalario” condichas señas de identidad me-diante su promoción activa porparte de los poderes públicos.

Habermas niega el presu-puesto fundamental de Taylorrecurriendo a una reformulaciónde las bases sobre las que seasienta el principio de igualdadformal del liberalismo. La estra-tegia empleada es el resultado depequeñas alteraciones que ha ve-nido introduciendo en su teoríaa lo largo de los últimos años.La clave para ello residía en en-contrar un mecanismo idóneode relación entre la dimensiónética y la dimensión moral. Laconstante acusación comunita-rista acentuaba el carácter “éti-co”, es decir, contextual, de losdiferentes contenidos “morales”.Combatía, pues, las bases de di-cha distinción. Organizarse po-líticamente bajo los presupuestosde la autonomía moral de laspersonas sería uno de los atribu-tos de nuestra forma de vida, unode los aspectos de nuestra iden-tidad, pero no una derivacióninexorable de la racionalidadmoral aplicada al campo de lamoralidad. Y mantener esta dis-tinción, como hemos visto quedenunciaba Taylor, equivaldríaa ignorar los factores contextua-les de la identidad humana im-poniendo una falsa neutralidad.

No es ésta la opinión de Ha-bermas, que si bien no ignora laconstitución social de la subjeti-vidad, no por ello considera ne-cesario renunciar a dicha distin-ción. Es más, bajo las actualescondiciones del pluralismo cul-tural y de formas de vida, gozarde un sistema de derechos indivi-duales encarnados en el sistemajurídico-político parece conver-tirse casi en una necesidad irre-nunciable. De hecho, toda pre-tensión por ver reconocidas señasde identidad supuestamente sub-vertidas se hace en nombre deuna dignidad moral “no realiza-

da”, y no se puede negar ese mis-mo derecho a otras que no coin-cidan con ella. La interpretación“individualista”, en términos deautonomía o de derechos, se haceimprescindible. Otra cosa es queésta no permita una reinterpreta-ción intersubjetiva, capaz de aco-ger las reivindicaciones justas delos grupos que se sienten amena-zados en la realización de su iden-tidad. Para ello se hace necesariosumar a la dimensión “privada”de la autonomía su dimensión“pública”: la capacidad de parti-cipar activamente en la confor-mación de la voluntad políticaefectiva, que permite un acceso ala esfera pública a todos aquellosgrupos que se consideran margi-nados, oprimidos o lesionados ensu respeto o dignidad propios. Elámbito “moral” se restringe a losmecanismos procedimentales quehacen posible este doble movi-miento, pero no a las decisionesque en cada caso resulten de lasdistintas deliberaciones, compro-misos o acuerdos, a sus distintos“contenidos”.

El carácter universalista delsistema de los derechos indivi-duales y de los principios del sis-tema constitucional les identifi-ca a la moral, pero nada obstapara que otros principios inte-grados en la constitución o, porsupuesto, la legislación mismano estén imbuidos de compo-nentes éticos que aluden a formasde vida concretas, o que éstas seintroduzcan a lo hora de ser in-terpretados. Habermas mismopone como ejemplo el reconoci-miento constitucional alemán deciertos privilegios otorgados a lasiglesias cristianas del país o la de-fensa de la unión familiar tradi-cional frente a otras fórmulas al-ternativas. El problema no residetanto en que estas disposicionesexistan o no cuanto en permitir laposibilidad por parte de ciertosgrupos o personas de rechazar unadeterminada concepción del biendominante a partir de razones de-fendibles (el reconocimiento delas parejas de hecho homosexua-les, por ejemplo). La apertura dela esfera pública debe permitir es-tas “luchas culturales en las queminorías no respetadas se defien-

den frente a una cultura mayori-taria insensible”. Y qué duda cabeque, bajo las condiciones del plu-ralismo actual, la integración nor-mativa podrá ser alcanzada de unamanera más exitosa cuanto ma-yor sea la neutralidad estatal res-pecto de las distintas conviccio-nes éticas, pero también cuantomás capacidad de acceso tengan ala instancia de decisión públicaaquellos grupos que no encuen-tran satisfechas sus identidadespor una determinada lectura “ins-titucional” o “comunitaria” de al-gunos de los derechos esenciales(la crítica feminista al principiode igualdad, por ejemplo).

Todas estas reflexiones acabandesembocando en su conceptode patriotismo constitucional, queHabermas diseña en un primermomento pensando sobre todoen el caso alemán y, por deriva-ción, en todas aquellas concep-ciones de la nación que se basanen el paradigma del nacionalis-mo cultural. Habermas favore-ce claramente un tipo de inte-gración política de las diferen-cias que distingue entre, de unlado, las identidades colectivasproducto de la historia, cultura,raza y lenguaje comunes y, deotro, una integración políticaabstracta apoyada en el ideal dela ciudadanía democrática. Latensión entre el universalismo deuna comunidad legal igualitariay el particularismo de una co-munidad cultural unida por elorigen y destino histórico la re-suelve a favor de la primera. Elpatriotismo constitucional pro-pugnado por Habermas abogapor una identificación de los ciu-dadanos con principios abstrac-tos universalizables; es decir, poraquellos en los que “todos” losque habitan la comunidad pue-den reconocerse como partícipesde un destino “político” común.

La insoslayable y persistente di-versidad que caracteriza a la ciu-dadanía de nuestras sociedadesapenas puede ser unificada si no esen torno a principios generalesque permitan modelar la libre ydemocrática comunicación y en-frentamiento entre modos de viday concepciones del mundo diver-gentes. Pero esto no significa que

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nuestro autor carezca de sensibili-dad hacia aquellos grupos nacio-nales que no han visto reconoci-das sus señas de identidad dentrode estos Estados. Lo que no exis-ten son soluciones generalizables atodos ellos: algunos podrán en-contrar un mejor acomodo recu-rriendo a esquemas de tipo federalo de autonomía política cuandosu asentamiento territorial así lopermita; otros podrán ver satisfe-chas sus necesidades recompo-niendo las pautas del sistema edu-cativo o, incluso, en casos extre-mos, como el kurdo, recurrir a lasecesión; cada caso es diferente.Lo que sí se desprende con clari-dad es su desconfianza hacia laproliferación de nuevas fronteras,que acaban reconduciendo el mis-mo problema de las antiguas haciasu interior.

Por sintetizar, reconocimientode los particularismos, sí, perodentro de un proyecto en el queprime la opinión política y laconformación de voluntades delos ciudadanos, y no meras argu-mentaciones prepolíticas apoya-das en interpretaciones etnocén-tricas. El gran desafío consiste enreconocer las diferencias entre in-dividuos y grupos sin “externali-zarlos” como “enemigos” ni asi-milarlos a lo propio. Habermasdesconfía del “valor” de la pre-servación de comunidades étni-cas específicas como si esto fueraun bien en sí mismo que habríaque aceptar dogmáticamente, al-go que Taylor claramente favore-ce. Significaría algo así como unatraslación del discurso ecologistade la “supervivencia de las espe-cies” al ámbito socio-político, “lapreservación de las especies por lavía administrativa”. Toda cultura,toda forma de vida se encuentrapermanentemente inmersa enprocesos de cambio social y deconstante cuestionamiento de suherencia. Mantener una deter-minada forma de vida y querertransmitirla a generaciones futu-ras es algo perfectamente razo-nable, pero tiene que compati-bilizarse con su apertura a nuevosdesafíos y a la presión de nuevasreivindicaciones. En este contex-to introduce Habermas las des-viaciones que en países como

Alemania introduce la inmigra-ción masiva en las concepcionesnacionales estandarizadas y laobligación moral de atender lasdemandas de asilo a pesar de suspotenciales consecuencias eco-nómicas y culturales.

4. La constelación posnacionalEn sus últimos escritos nuestroautor dirige su interés sobreuno de los fenómenos de ma-yor actualidad: la mundializa-ción y su correspondiente pues-ta en cuestión de la políticacentrada en el Estado-nación29.El hecho de que un gran nú-mero de problemas que afectanal Estado-nación no puedan serresueltos directamente en esteámbito requiere la creación deuna nueva “conciencia cosmo-polita de solidaridad obligato-ria” y un replanteamiento nue-vo de la democracia. Es biensabido que la política democrá-tica sólo ha podido fructificarhasta ahora dentro del Estado-nación tradicional. ¿Hay algunaesperanza para su extensión aámbitos más extensos, aunquesea en el nivel regional? ¿Es po-sible pensar en una mundiali-zación distinta de la estricta-mente económica apoyada so-bre la ideología neoliberal odebemos abandonar la esperan-za en una recuperación de lapolítica después de su secues-tro por parte de la economía?Éstas y otras cuestiones las en-garza Habermas prestando unaimportante atención al procesode unificación europea. Y aquíla tesis es similar a las posturasque defiende para la propia po-lítica “nacional”. El proceso deunificación europea se veríaenormemente favorecido si seapoyara en las tradiciones cons-titucionales y en los valores co-munes de todos los pueblos deEuropa; o, lo que es lo mismo,la traslación del “patriotismoconstitucional” a la integracióneuropea. Lo que Habermas no

puede dejar de detectar es elgran desfase entre la poderosapresencia de un “sistema” eco-nómico y administrativo en elámbito europeo y la manifiestaausencia del correspondiente“mundo de la vida”, en el quelas distintas culturas naciona-les pudieran encontrarse en unespacio público paneuropeo es-trictamente político. Si la inte-gración sistémica opera al niveleuropeo, ¿cómo puede restrin-girse la participación política alámbito estrictamente estatal?Sólo un fortalecimiento de lasestructuras de un espacio deciudadanía compartida puedenconseguir, por un lado, un de-bilitamiento de los sentimien-tos nacionales excluyentes enlos países de Europa, y, de otro,el disciplinamiento de las lógi-cas autónomas de un sistemaeconómico y administrativoconsiderado, con razón, comoalgo ajeno.

Como en otros lugares, Ha-bermas defiende aquí tambiénla necesaria cooperación entrenuevos diseños institucionalesde global governance y la apari-ción de una nueva concienciapopular capaz de presionar a lasélites políticas en la direcciónde una mayor solidaridad in-ternacional. Esto significaríaque, de un lado, “los Estadosdeben entrelazarse, de formaperceptible en términos de polí-tica interna, en los procesos decooperación vinculantes de unacomunidad de Estados cosmo-polita” (1998: 77). Pero, deotro, y para que esto sea facti-ble, es necesario que las élitespolíticas se vean presionadas“desde abajo” por un “transfor-mado clima político interior”(2000: 145), siempre atento aintegrar a la política interna-cional como “política interior”.Sólo fomentando una sociali-zación y concienciación cre-ciente sobre las nuevas interde-pendencias podrá alcanzarse esa“política mundial interna”(Weltinnenpolitik), imprescin-dible para una auténtica “ges-tión política” de estos nuevosprocesos que amenazan con re-ducir la política a un mero ri-

tual. nBIBLIOGRAFíA

GÓMEZ SÁNCHEZ, Carlos: ‘La Escuelade Francfort: Jürgen Habermas’, en F.Vallespín, ed., Historia de la Teoría Po-lítica, vol. VI, págs. 218-258. Alianza,Madrid, 1995.

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MCCARTHY, Thomas: La teoría críticade Jürgen Habermas. Tecnos, Madrid,1987.

FERNANDO VALLESP ÍN

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29 Sobre todo en La constelación pos-nacional y el futuro de la democracia, enHabermas, 2000, págs. 81-146; tambiénen 1996.

Fernando Vallespín es catedráticode Ciencia Política de la UniversidadAutónoma de Madrid. Autor de Lacomparación en las ciencias sociales.

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La sociedad multiétnica. Pluralismo,multiculturalismo y extranjeros. Giovanni SartoriEd. Tecnos, Madrid, 2001.Traducción de M. A. Ruiz de Azúa.

a dicho Giovanni Sartoriestos días en Madrid queahora escribe panfletos,

que está hecho un panfletista. Ypor lo que tienen de polémico susrecientes escritos no se puede du-dar de ello. Lo que ocurre es queel género panfletario, al lado de suinnegable y rápido impacto, tienetambién sus aspectos problemáti-cos. Porque el riesgo es que talesescritos acaben por ser demasiadoefímeros o sean leídos con prisas yse tome de ellos nada más que loexterior, acaso sólo lo ruidoso eirritante, o que sean demasiadosumarios y discutibles debido asu brevedad y premura. Inclusopuede suceder con ellos que cadalector aproveche lo que más leconviene y disimule lo que le in-comoda. Para evitar todas esas de-rivas indeseables hay que tenermuy en cuenta que Sartori no esdesde luego un panfletista cual-quiera, y seguramente por ello lomás visible de sus panfletos, loque más estrépito produce, es se-guramente lo que menos impor-ta, lo más irrelevante y liviano.Mientras que en la superficie deellos parece predominar el juiciotemerario y la opinión insolente,por debajo, muy por debajo, hayun armazón de ideas y reflexionesque viene de muy lejos, de un lar-go compromiso teórico y perso-nal. Y a mí me parece que antesde ponerse a polemizar sobre unafrase cualquiera hay que girar unabreve visita a los cimientos de es-te pequeño edificio panfletario.

Por las impresiones que hepodido captar, este nuevo libro

del maestro italiano puede teneren España una recepción un tan-to paradójica. Algunas personasde ideas altruistas y liberales di-cen que tienden a estar de acuer-do con los argumentos pero nocon las conclusiones. Cosa insó-lita, desde luego, si el razona-miento es coherente y limpio.Pero también he visto que ha si-do invocado por algún conser-vador como un espaldarazo in-directo a sus posiciones respectoa la cuestión de la extranjería.Temo que en este caso las cosashayan funcionado al revés: al-guien se ha apuntado a las apa-rentes conclusiones sin moles-tarse en pasar por las premisas.Lo que me ha impulsado a es-cribir estas líneas es que me en-cuentro yo mismo en una situa-ción todavía más curiosa e incó-moda: he procurado hacer unavisita por los planos y galeríasdel escrito, y me ha sucedidoque creo estar de acuerdo con elsentido general, pero no meconvencen del todo ni las pre-misas ni las conclusiones. Laspáginas que siguen sólo quierenser la expresión de esa extrañamezcla de acuerdo y desacuerdo.Para transmitirla voy a presentarprimero el argumento de Sar-tori.

Respuestas a la inmigraciónSi no consideramos el fenómenode la inmigración como unacontecimiento inevitable e in-controlable, es decir, si no pen-samos en él como un suceso ine-luctable que se va a imponer sincondiciones sobre nosotros, co-mo una suerte de catástrofe quese cierne sobre la sociedad euro-pea con la naturaleza de unevento fatal, una marea humanaimparable que nos va a anegar

hagamos lo que hagamos, en-tonces lo más adecuado es quetratemos de preguntarnos porlos criterios con que hemos deafrontar, regular y modular esefenómeno. Pues bien, es impor-tante empezar por subrayar queeso es lo que intenta hacer, oprovocar, el libro de Sartori. Setrata en él de reflexionar sobrealgunas pautas para ordenar yracionalizar la inmigración y elstatus jurídico y político de losextranjeros que alcanzan nues-tras fronteras. Situaciones eco-nómicas y sociales como las quese viven en gran parte del conti-nente africano, muchas nacio-nes de la América hispana y nopocos de los llamados países deleste de Europa determinan unafortísima presión migratoria.Nadie pone en duda que esas si-tuaciones son pavorosas. Y, des-de luego, todos los días hacenbrotar en nosotros actitudes es-pontáneas de compasión y soli-daridad que son una llamadaprofunda a nuestro arsenal per-sonal y colectivo de exigenciasmorales, pero que pueden tam-bién empujarnos a teñir nues-tros argumentos de pasión. “Amí lo que me da más miedo esla pasión”, decía Sartori el otrodía. Y, desde luego, la condicióndesgraciada y trágica de quienespugnan desesperadamente porencontrar un resquicio para en-trar nos golpea emocionalmentede un modo difícil de evitar.

Las cosas son, pues, difíci-les, y nos interpelan cotidiana-mente. ¿Hay respuesta paraellas? Para empezar, hay dos res-puestas que pocos parecen ani-mados a dar: la primera es lade abrir de par en par las fron-teras de nuestros países paraque inmigre todo aquel que lo

desee sin obstáculo ni limita-ción alguna; la segunda esatrancar esas puertas por dentropara que no entre nadie, cual-quiera que sea su situación.Aunque esto tenga todo el as-pecto de una obviedad, es im-portante recordarlo porque nossitúa precisamente en el núcleodel problema. Y ello porquecualquier respuesta que preten-da estar entre esas dos tiene quebasarse en una selección y enunos criterios para hacerla, esdecir, en una panoplia de reglasy mecanismos para permitir oimpedir la entrada, aceptar oexpulsar a quien ha ingresadoclandestinamente, vigilar lasfronteras, conceder o no con-ceder papeles, etcétera.

Por supuesto que al lado delproblema de la inmigración ensentido estricto hay otro proble-ma que no quiero dejar de men-cionar y que exige una respues-ta coordinada. Me refiero a lacuestión de la ayuda exterior, esdecir, a la cuestión de qué he-mos de hacer desde dentro delos países privilegiados para pa-liar las condiciones que deter-minan en aquellas áreas la in-tensidad del impulso migrato-rio. Sartori no se ocupa de él yyo tampoco lo voy a hacer aquí,pero creo necesario advertir queese problema y sus posibles so-luciones va unido íntimamenteal otro. Hasta el punto de que lapolítica de poner condicionesmás o menos rígidas para la in-migración sólo puede justificar-se plenamente cuando se en-marca en una argumentaciónético-política general que inclu-ye también una respuesta a eseotro problema. Es, desde luego,un asunto de extraordinaria im-portancia y complejidad, pero,

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E N S A Y O

INMIGRACIÓN Y RESPETO

FRANCISCO J. LAPORTA

H

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una vez hecha la advertencia, esmejor dejarlo para otra ocasión.

Pluralismo, individualismo ycomunidadLa argumentación de Sartoridescansa en la idea de que paraencontrar los criterios adecua-dos para acometer esa difíciloperación de determinar qué in-migración aceptamos es necesa-rio tomar como base lo que lla-ma el código genético de nuestrassociedades abiertas. Ese código–según él– es el pluralismo. Y esdefinido en el libro recurriendoa un conjunto coherente de ide-as y exigencias: la tolerancia, lacreencia en el valor de la diver-

sidad, el dinamismo culturalque genera el respeto por la dis-crepancia, la necesidad de un re-conocimiento recíproco de losintegrantes y la existencia de unaestructura social de asociacionesvoluntarias, abiertas a afiliacio-nes múltiples. Hasta aquí sepuede estar de acuerdo con Sar-tori: ésas, en efecto, son caracte-rísticas muy sustanciales y defi-nitorias de la sociedad abiertaen que vivimos. Sin embargo,hay un rasgo básico que las per-mea a todas ellas y que Sartori,sorprendentemente, no mencio-na, y temo que no menciona de-liberadamente. Es el siguiente:esas sociedades son estructural-

mente individualistas. La verdades que a medida que iba leyendoel desarrollo de la noción depluralismo que hace Sartori enel libro esperaba que acabara pordefinirlo como una idea cuyabase de sustentación es el indi-vidualismo político y ético, esdecir, como una concepción deledificio institucional de nuestrassociedades a partir del valor quese atribuye a los individuos co-mo unidades básicas. Lo que esoexcluye es una cierta forma deholismo, y en concreto la queconsiste en atribuir un predo-minante valor ético o político aentidades sociales supraindivi-duales. De forma que el corola-rio natural de su argumento hu-biera sido –en mi opinión– afir-mar que nuestras sociedades sesustentan en la atribución a losindividuos de un elenco de dere-chos básicos, lo que constituyesu fundamento y textura pri-mordial, su auténtico código ge-nético. Desde ahí resultaría bas-tante sencillo justificar todo lodemás: la tolerancia (el derechoque tienen los demás a emitirsus opiniones y a “cultivar cre-encias equivocadas”), la discre-pancia y la diversidad, el reco-nocimiento recíproco de los in-dividuos como portadores dederechos, el asociacionismomúltiple y transversal basado enel libre ejercicio individual deesos derechos, la separación dela Iglesia y el Estado, etcétera;es decir, desde ahí es sencillo jus-tificar el pluralismo en cuantotal como un producto de la atri-bución generalizada de derechosa los individuos. Ese pluralismono sería tanto la base de nuestrassociedades como un corolarionecesario a partir del axioma deque nuestras sociedades descan-

san institucionalmente en los in-dividuos como portadores dederechos inviolables.

Pero Sartori, sorprendente-mente, no da ese paso al que leempujaba la lógica de su propiaargumentación, sino que parececomo si tratara de eludir la afir-mación individualista y girara re-pentinamente hacia una especiede particular reinvención de lacomunidad. Cito textualmente:

“Mi discurso debe llegar, para sercompleto, a la noción de comunidad,porque ya no podemos dar por des-contado que la unidad política por ex-celencia sea el Estado-nación. Lo quenos obliga a repensar el problema. Y,para repensarlo, hay que volver a aque-lla unidad primaria de todas las cons-trucciones sociopolíticas que es, preci-samente, la comunidad” (págs. 43-44).

De acuerdo con ese inespe-rado giro de su pensamiento,“cuanto más se debilita la ‘co-munidad nacional’ tanto másdebemos buscar o reencontraruna comunidad” (pág. 45). Y esprecisamente en este paso dondeempiezan los problemas para laargumentación de Sartori, por-que para definir esa comunidadreencontrada ya no se mencionasólo el pluralismo, sino que seapela además a un “vínculo quesentimos”… “un identificador,un sentir común en el que nosidentificamos y que nos identi-fica”… “un sentido de perte-nencia…”, etcétera. Y es eseconjunto de sentimientos y dis-posiciones que se añade al plu-ralismo y sus ingredientes lo queconstituye a nuestras sociedadesabiertas como comunidades am-plias.

Lo peor es que me parece ad-vertir que en ese giro se preten-de fundar el razonamiento cru-cial de Sartori, porque desde esa

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Giovanni Sartori.

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concepción renovada de la co-munidad amplia es desde la quetrata de mantener sus ideas so-bre el fenómeno de la inmigra-ción. La noción de pugna inter-comunidades y de reciprocidadjuegan ahora el papel decisivo:quien entra recibe de nuestra co-munidad beneficios y recursos, yha de corresponder asumiendo,desde las disposiciones y los sen-timientos, aquello que constitu-ye el entramado identificador denuestra comunidad. Por eso, lavisión del mundo islámica es in-compatible con la comunidadliberal. Quienes pretenden se-guir siendo extraños, ajenos anuestros lazos comunitarios, nopueden encajar en nuestras so-ciedades ni son adecuados co-mo inmigrantes. Pueden, si esel caso, permanecer en una suer-te de status de preciudadanía,con algunos derechos elementa-les reconocidos, pero no puedenacceder plenamente a la condi-ción de miembros de nuestracomunidad.

El problema que se ha busca-do Sartori al dar ese paso es quedesde esa perspectiva es muchomás difícil argumentar contra elmulticulturalismo, que es, al finy al cabo, lo que trata de hacer–y con razón– en su libro. ¿Porqué? Pues, sencillamente, por-que con ese giro hacia la nuevaidea de comunidad como iden-tificador emocional se postula laexistencia de una cultura delpluralismo que nos identificacomo ciudadanos, y con ello sesitúa uno en una posición muycercana a la que dibujan las ide-as de Taylor, enajenándose así,como veremos, las razones quese podrían haber tenido para ne-gar la solidez de la llamada “po-lítica del reconocimiento”.

Multiculturalismo e inmigraciónLa intuición de Sartori al des-confiar del llamado “multicultu-ralismo” en general, y del multi-culturalismo en la versión deTaylor sobre la política del reco-nocimiento en particular, es, sinembargo, acertada. Dejando aun lado alguna opinión contro-vertible (como que el multicul-

turalismo tiene sus orígenes en elmarxismo y en Foucault1), tienerazón Sartori cuando mantieneque no acaba de encajar con loque él ha llamado antes “plura-lismo”. Conferir igual valor a to-da cultura y proponer que searespetada igualmente no es plu-ralismo; por el contrario, para élsupone embarcarse en una mul-tiplicación y fabricación de dife-rencias que nos harían olvidar elprincipio liberal básico de igual-dad de todos ante la ley y la ideade la neutralidad o ceguera anteciertas peculiaridades individua-les. Este tipo de multiculturalis-mo no tiene que ver tampococon las llamadas políticas de ac-ción afirmativa orientadas a re-mediar pasadas injusticias y a bo-rrar las consecuentes diferenciasque se han producido histórica-mente por esas injusticias. La lla-mada discriminación inversa opositiva es aceptable precisa-mente porque tiende a restable-cer la igualdad y, en consecuen-cia, la ceguera ante las diferen-cias, y con ella el pluralismo.Además, se trata de acciones protempore. La idea multiculturaldel reconocimiento es otra cosa.Otra cosa, por cierto, que noacaba Sartori de explicar bien,quizá por las premuras que leimpone el estilo panfletista. Poreso quisiera yo demorarme unpoco más en ello.

Aunque sea engorroso des-cender a algunas presuposicio-nes antropológicas de la discu-sión, conviene hacerlo porqueahí abajo es donde se resuelve lapugna suscitada por él. Taylorafronta la idea de “respeto a laspersonas” desde la perspectiva

de su identidad moral y cultu-ral2. Para Taylor, la identidadmoral de las personas no surgeaisladamente, atomísticamente,a partir de uno mismo, sino enun diálogo permanente con losdemás y con el entorno socialen que vivimos. En especial, laconcepción que cada uno tengade la vida buena tiene para élbásicamente un aspecto dialógi-co, se construye en interaccióncon los otros. Y de ese diálogosurge, por tanto, nuestra propiaidentidad como algo que “de-pende, en forma crucial, de misrelaciones con los demás” (pág.55). Es decir, que nuestra iden-tidad no puede ser –de acuerdocon Taylor– algo propiamentemío o que nace sólo en mí, sinouna suerte de círculo más am-plio, un trasfondo que da senti-do a mis aspiraciones y del queforman parte, por ejemplo, laspersonas que amamos, la lenguaque utilizamos para establecerese diálogo y las pautas cultura-les en que nos formamos. Estosignifica que la identidad indi-vidual pende del todo de cone-xiones personales y culturales enque se inserta, y por ello puedeconcluirse que la concepciónque tiene Taylor de esa identi-dad es una concepción holista.De acuerdo con ella, la llamada“política del reconocimiento” se-ría aquella que no ignorara, sinoprecisamente que reconociera esadiferencia personal esencial quesupone para cada uno su mun-do en torno y su cultura. La po-lítica liberal, al optar desde elindividualismo por la neutrali-dad ante las concepciones de lavida buena y ser ciega a esas di-ferencias, ignora –o, según Tay-lor, no “reconoce”– una partesustancial de la identidad, in-cluida la identidad moral, de laspersonas. Contra esto precisa-mente se rebela el multicultura-lismo, y su corolario básico esque para respetar igualmente alos seres humanos hay que res-

petar igualmente las culturasque les prestan su más radicalidentidad. Ése es el reconoci-miento, y sólo ese reconoci-miento vale como respeto iguala cada uno. Desde el punto devista político, la conclusión esclara: no vale sólo con reconocera cada uno como ente abstractoun ramillete de derechos bási-cos; es preciso también recono-cer diferenciadamente todasaquellas pautas contextuales quele prestan su identidad moral.En otro caso no hay respeto.

Podría discutirse si la posi-ción de Taylor tiene algunaplausibilidad cuando, con esapolítica o con el conjunto de di-rectrices políticas inspiradas enella, de lo que se trata es de re-conocer una realidad culturalpreexistente en una determinadasociedad en la que conviven his-tóricamente pueblos o etnias di-versas, como seguramente es elcaso de Canadá. Pero lo que esindudable es que no podemosaplicarla alegremente al proble-ma de la inmigración sin en-contrarnos inmediatamente conaporías insalvables. Aquí es don-de se pone de manifiesto la cer-tera intuición del librito de Sar-tori. Veámoslo.

Si hemos de respetar a la per-sona del inmigrante y tal respe-to sólo se produce mediante elsentido especial de “reconoci-miento” de su identidad queformula Taylor, entonces, pararespetarle, no sólo tendremosque atribuirle unos derechos ci-viles, políticos y sociales en abs-tracto, sino que tendremos tam-bién que incorporar de algúnmodo a nuestro medio ambien-te los rasgos, o al menos los ras-gos más importantes, de aquelcontexto o trasfondo con el queel inmigrante establecía su diá-logo para perfilar su identidad.No bastaría, pues, que le aco-giésemos sólo como ser indivi-dualizado, sino que tendríamostambién que importar, por asídecirlo, segmentos básicos delentorno con el que ha construi-do su identidad. El reconoci-miento tayloriano sería así la im-portación o la elaboración en elseno de nuestra sociedad de

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1 La confusión del multiculturalismocon el posmodernismo no debe cometer-se. Aunque en ambos casos se tope unocon algunas coincidencias, como la in-cógnita del relativismo ético o la valora-ción igual de todas las culturas, e inclusocon algunas coincidencias externas, co-mo el hecho de que aportaciones funda-mentales de ambas cosas se hayan produ-cido en Canadá, no cabe confundirlas. Eldesdichado librito de Lyotard sobre lacondición posmoderna no tiene nada quever con las teorías de Taylor, y muchomenos con la construcción de Kymlica. Aeste último le daría la risa si se le llamaraposmoderno.

2 El lector español tiene traducido elensayo de Taylor sobre el que se centraSartori, con el título de El multicultura-lismo y la ‘política del reconocimiento’. Fon-do de Cultura Económica, México, 1993.

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pautas y contextos culturales su-ficientes para que él establecierasu diálogo identificador. Sólo asíle habríamos respetado y reco-nocido. Pero esto es algo decidi-damente insólito cuando se estáhablando de inmigración, puessignifica que hemos de importarcon cada inmigrante un retazode cultura externa y aceptarlopara poder respetar a quienesviajan con ella. Creo advertirque esto es lo que intuitivamen-te rechaza Sartori cuando afir-ma que el multiculturalismo fa-brica diferencias, y seguramentees también lo que le lleva a esta-blecer ese giro en su argumenta-ción, que supone que hemos depercibirnos a nosotros mismoscomo una comunidad cultural ala que pertenecemos y que re-sulta ser incompatible con algu-nas de las otras culturas que elmulticulturalismo sugiere queimportemos. Así se explica queinsista en el conflicto que ellosupone apelando, por ejemplo, aHuntington y a su muy confusaidea del clash entre civilizacio-nes. Pues, efectivamente, se tra-taría a primera vista que nuestracomunidad cultural admitieraen su seno, no individuos, sinocuñas culturales incompatiblescon ella. Es a esto a lo que seniega Sartori con razón, y, creo,es esto lo que le lleva a hacer lasafirmaciones provocativas de laúltima parte de su libro (porejemplo, que hay inmigrantesque no pueden ser integradosporque su substrato cultural lohace imposible: los musulma-nes, etcétera).

Sin embargo, como he dichoal principio, Sartori enfoca estetema de un modo no del todoconvincente, porque parece que-rer enfrentar una comunidadcultural pluralista, alimentada apartir de un cierto sentimientode pertenencia, con otras comu-nidades culturales y otros senti-mientos de pertenencia, y lo queparece exigir de los inmigrantesde otras culturas es que se inte-gren en el sentido de que parti-cipen de ese sentimiento de per-tenencia mediante un acto dereciprocidad. Pero esto, claro, esimposible de pensar, porque

cuando el problema se estableceen términos de común sentir en-tonces es algo que no podemosprovocar con razonamientos ypara lo que no disponemos deninguna medida que haga con-mensurables las actitudes deunos y otros; y, desde luego, nopodemos alegar ningún argu-mento –ninguna razón– en fa-vor de nuestra comunidad, salvoque es la nuestra, que es exacta-mente lo que hacen los demáscuando hablan y defienden lasuya.

Por eso me parece que el iti-nerario que sigue Sartori esequivocado. Si dejamos a un la-do la idea de comunidad y supretendida traslación de senti-mientos, las cosas se tornan mu-cho más claras y sus conclusio-nes pueden ser defendidas conmayor rigor y claridad. Esto eslo que voy a intentar ahora, pe-ro antes de hacerlo será necesa-rio que indaguemos un pocopor algunos malentendidos queprovoca con frecuencia la ideade “respeto”, de “respetar a losdemás”, porque algunos de losequívocos más palmarios deldiscurso multiculturalista, co-munitarista y de la tan traída yllevada “política del reconoci-miento” se originan aquí.

El respeto en la sociedadabiertaCuando un ser humano tieneunas convicciones o creenciascualesquiera, pueden distinguir-se en ese hecho tan cotidiano yuniversal al menos tres cosas di-ferenciadas: el individuo que lastiene, el hecho psicológico de quelas tenga y el contenido proposi-cional de esas creencias o con-vicciones. Y si se nos pide querespetemos eso, se nos puede,por tanto, estar pidiendo querespetemos al individuo que tie-ne las creencias, que respetemosel hecho de que las tenga o querespetemos el contenido de esascreencias. Pues bien, yo manten-go que respetar a alguien es sobretodo respetarle como individuocapaz de tener unas creencias yde diseñar un proyecto vital pa-ra sí mismo a partir de ellas.También puedo aceptar que de-

bemos respetar el hecho psicoló-gico de que tenga esas creenciasdeterminadas: no debemos su-poner, por ejemplo, que ese he-cho es producto de la mera ig-norancia, de un prejuicio, deuna estrategia, de un defectocognitivo o de una falla psicoló-gica, ni deberíamos, por tanto,despreciar ese hecho, reírnos deél, ignorarlo, etcétera. Pero noestoy dispuesto a aceptar que res-petar a otro sea respetar el conte-nido de sus convicciones o cre-encias, porque aceptar semejan-te cosa choca directamente contodos los presupuestos episte-mológicos de los que tenemosque partir para desarrollar nues-tra racionalidad, nuestro conoci-miento y nuestra ética. Las cre-encias no tienen por qué respe-tarse; más bien han de someterseconstantemente a pruebas de va-lidez y control para determinarsu grado de fundamento. Y ésteme parece el principal problemade la política del reconocimiento ydel enfoque comunitarista y ho-lista de nuestro tema y de mu-chos otros temas. Tales enfoquestienden a forzarnos a aceptar yrespetar convicciones que, aunsiendo quizá erróneas, dispara-tadas, anticientíficas, inmorales oinfundadas, han venido, sin em-bargo, a configurar el famosotrasfondo de algún grupo o indi-viduo humano. Y ello comoconsecuencia de esa confusiónque propagan sobre la idea derespeto a los demás. Creo, portanto, que hay que tener muyclaro que se respeta perfecta-mente a los demás aunque senieguen, se cuestionen, se criti-quen y se rechacen las creencias yconvicciones que portan consi-go. Una cosa es respetar a unapersona y otra respetar aquelloque esa persona piensa. Esto úl-timo no hace ninguna falta, y,sin embargo, es algo a lo que nosempuja incomprensiblemente laposición multiculturalista.

La ética en que se fundan lassociedades abiertas consiste enadscribir a cada uno de los in-dividuos que las integran unconjunto de derechos funda-mentales y establecer como reglabásica del juego que tales dere-

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chos son inviolables, tanto porel poder como por los particula-res. Esos derechos configuran alciudadano como un ser autóno-mo, igual a los demás, capaz dedirigir su conducta y ordenar suspreferencias hacia lo que consi-dera como ideal de vida buena.Siempre que la sociedad confie-re esos derechos está atribuyen-do a su titular lo que en el len-guaje moral se llama dignidadhumana, y por tanto está ha-ciendo a ese individuo objetodel máximo respeto. Pero es evi-dente que si el ideal de vida bue-na de ese individuo incluye ig-norar activamente los derechosde los demás o transmitir con-vicciones o prácticas dirigidas amantener a otros por debajo deaquel nivel de dignidad, enton-ces, por muy identificado quese halle por esas convicciones ycreencias, religiosas o de cual-quier tipo que sean, ese indivi-duo sólo puede tener cabida enla sociedad abierta si renuncia atransmitir esas convicciones y avivir esas prácticas. No puedepor ello pensarse, como segura-mente sería el caso del multicul-turalismo, en que los principioséticos que articulan la sociedadabierta (como comunidad o co-mo asociación, que eso no im-porta gran cosa para este tema)pueden excepcionarse para unterritorio o un grupo simple-mente porque las pautas cultu-rales de ese territorio o grupo,por peregrinas que sean, se pre-tenda que contribuyan a la iden-tidad de las personas que lo in-tegran. De lo contrario, el resul-tado sería, y a la intuición sabiade Sartori no se le escapa esto,no una sociedad homogénea, si-no una suerte de mosaico for-mado por fragmentos o piezasde vida y cultura heterogéneas eincompatibles cuyos habitantesno pueden comunicarse entre síni se respetan como titulares dederechos. Y hace bien Sartori endecirnos entonces que en un pa-norama como ese no caben co-sas tan elementales para noso-tros como la igualdad ante la leyy la igual consideración y respe-to que demanda la sociedadabierta.

El caso de los inmigrantes is-lámicos es traído a colación co-mo un supuesto de esa presuntaincompatibilidad. Sartori afir-ma crudamente que no puedenser “integrados”. Pero es ahídonde se equivoca. Si nos en-contramos –dice– en su culturacon un rasgo como la no sepa-ración entre Iglesia y Estado,ello va en contra de uno de losrasgos básicos de la sociedadpluralista, y entonces sería in-compatible con ella. El multi-culturalista se sentiría aquí ten-tado de abrir un espacio socialpara que aquellos que se sientanprofundamente identificadoscon ese rasgo pudieran vivir enun contexto semejante. Confie-so que no se me ocurre cómopuede ser hecha tal cosa. Su-pongo que a Sartori le pasa lomismo, y por eso seguramenteconcluye que los individuos quepertenecen a una cultura conrasgos como esos son imposiblesde integrar. Pero aquí me pareceque da un salto innecesario conel que acaba por contradecirse así mismo. Es evidente que lacultura islámica, concebida así,es incompatible con la culturapluralista. Cultura frente a cul-tura no hay solución. Pero si nose trata de integrar culturas enculturas, sino de integrar indivi-

duos en espacios públicos defi-nidos desde los derechos indivi-duales, las cosas son distintas.La cultura islámica puede tenerrasgos incompatibles con la so-ciedad abierta, pero de ahí nose sigue necesariamente que esosrasgos culturales identifiquen alos individuos que participan enella. También la cultura católicatiene en ese sentido rasgos in-compatibles con la sociedadabierta: la no confesionalidaddel Estado, que Sartori mencio-na, es un postulado declaradoformalmente herético por el re-cién beatificado Pío IX. Y enmuchos países la jerarquía cató-lica sigue apostando por esaconfesionalidad del Estado (enEspaña, sin ir mas lejos, la Co-misión Episcopal emitió una so-nada protesta nada menos que el26 de noviembre de1977, cuan-do se filtró el borrador de Cons-titución que optaba con clari-dad por la separación Iglesia-Es-tado). Y lo propio sucede conmuchos otros de esos rasgos, enesa religión y en muchas otras,en esa cultura y en muchasotras. Ahora bien, esto sólo sig-nifica que acciones individualesinspiradas en ellas e incompati-bles con los postulados pluralis-tas e individualistas han de estarprohibidas y que la sociedadabierta no puede fomentar –ymenos financiar– la implanta-ción, la enseñanza o el desarrollode culturas, convicciones o tras-fondos que ignoren esos aspec-tos de los derechos individualesde todos. Pero no significa quelos individuos de una determi-nada etnia o cultura hayan deser identificados forzosamente através de las prácticas de su cul-tura. Su cultura es una cosa yellos otra. Simplemente debenasumir con toda claridad que lapuesta en práctica de ciertos ex-tremos de sus convicciones mo-rales o religiosas viola exigenciasbásicas de la sociedad abierta.No van a poder enseñar oficial-mente esas cosas ni imponer anadie por la fuerza su credo reli-gioso. No van a predeterminarel rol social que vayan a jugar,por ejemplo, sus hijas, ignoran-do sus derechos, ni van a poder

estructurar la sociedad de acuer-do con pautas de esa naturaleza.Pero nada más que eso. Si Sar-tori da un paso más allá y cerce-na la peripecia de los inmigran-tes individuales basado en suspautas étnicas, cae de lleno enuno de los extremos que critica:el de suponer que la identidadindividual es una función delcaldo cultural en que se vive.Pues si eso es así ha perdido porel camino todos los argumentosque tenía para mantener unaposición contundente frente almulticulturalismo que rechaza.Y se está aproximando a esos ca-tólicos que afirman que tene-mos que privilegiar la inmigra-ción cristiana porque es la másacorde con nuestras tradiciones.Nuestra principal tradición éticason los derechos individuales,que han sido secularmente des-conocidos tanto por los unoscomo por los otros. n

INMIGRACIÓN Y RESPETO

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Francisco J. Laporta es catedráticode Filosofía del Derecho en la Univer-sidad Autónoma de Madrid.

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1. Una victoria esperada-inesperadaGuardando proporciones y con-textos, es más o menos como siWilliam Randolph Hearst hu-biera inaugurado el siglo pasadocon su llegada a la Casa Blanca.Acercándonos en el tiempo,aquello que no ocurrió en Esta-dos Unidos con Ross Perot en1992 y 1996 ocurre ahora enItalia con Silvio Berlusconi: unmagnate al poder. Y de prontoresulta inevitable recordar loque decía Christopher Lasch:cuando la riqueza habla, todoel mundo está obligado a escu-char, y de ahí nace la necesidaddemocrática de controlar su po-der. Entregárselo por completoparecería estar lejos, en cual-quier latitud, de ser lo más sen-sato que un pueblo pueda ha-cer. La riqueza al poder suponeponer a prueba la solidez de-mocrática de un país. ¿No esbastante preponderante el pesode la riqueza en la vida cotidia-na en estos tiempos de compe-tencia global? Italia tiene el ho-nor, no del todo claro, de anti-cipar los tiempos o de restaurarun pasado lejano. Los signosson confusos y no resulta simpleentender si estamos ante elanuncio de un futuro posible oante el persistente residuo detiempos que no terminan de ir-se. ¿Razón de orgullo o de ver-güenza? Tratemos de entender.

Berlusconi y clases mediasque a veces confunden los im-puestos con el Anticristo, pos yneofascistas, separatistas encu-biertos, católicos nostálgicos dela antigua Democrazia Cristianay modernizadores ultraliberalesde varia denominación (queconsideran América, o sea, Es-tados Unidos como evangelio

del único camino posible) ga-naron las elecciones. Y en lacresta de una ola conservador-modernizadora que recorre dis-tintas piezas de ese traje de arle-quín que es Italia, un magnatetelevisivo se convierte en primerministro de una de las grandeseconomías mundiales. Se cierrauna historia y comienza otra.Ha ocurrido en el país (y quienno le vea no ve algo importante)una fractura en el tiempo quepodrá producir efectos positi-vos o desastrosos, pero que cier-tamente no repetirá el pasado.Por lo menos, no el reciente.Uno de esos momentos carga-dos de lo nuevo; aunque no ne-cesariamente de lo bueno o lonecesario.

Queda la tarea de entender.Tarea esencial para evitar queuna victoria electoral esté tenta-da de convertirse en remedomoderno de un segundo impe-rio inevitablemente encabezadopor otro pequeño Napoleón.Otra alianza de capitalistas deasalto, bodegueros nacionalistasy especuladores cosmopolitas,para la cual ya no dispondría-mos de la pluma de Marx pararevelar triquiñuelas, egos infla-dos, miserias colectivas y priva-das. Para que sea posible la al-ternancia futura, la izquierdanecesita “re-leer” el país (su ana-tomía y fisiología cambiantes) ylos posibles futuros que puedenvislumbrarse a partir de un pre-sente complejo. A final de cuen-tas, hacer política supone buscarlo mejor posible: ni lo mejor (enabstracto) que condena a la mar-ginalidad virtuosa, ni lo posible(en concreto) que amarra a unrealismo asfixiante.

Buscando sentidos a la his-toria (que si los tiene los en-

vuelve para nuestro desconciertoen ropajes tornadizos), tal vez eraéste el costo necesario que Italiatenía que pagar para que su cul-tura laica y progresista acelerarasu renovación cultural, sus for-mas partidarias y encontraramejores ideas para gobernar elcambio. Cambio que, por cier-to, en Europa o será europeo, sime es permitida una perogru-llada que tal vez no lo sea, o im-plicará el retorno al bien abo-nado camino de los nacionalis-mos. Y, entonces, las insaniaselectorales de este o aquel paíspodrían volver a ser tan fre-cuentes como en ese pasado queEuropa, colectivamente, quiereahora superar.

2. Italia: la anomalía persistenteAntes, una unificación nacionaltardía; después, el fascismo se-guido por medio siglo de go-biernos democristianos (con unaduración media inferior al año),y más tarde “manos limpias”: encuyo oleaje judiciario desapare-cen Democracia Cristiana y Par-tido Socialista. Y ahora un mag-nate televisivo al Gobierno. Yantes de eso –para no olvidar na-da importante– el principal par-tido comunista de Occidente,que supo dar algún espacio a losintelectuales y alimentó un deba-te interno ciertamente más vivoque monsergas y rituales soviéti-cos. Viene la tentación de pensarque así como se habla de ex-cepcionalismo (desde Tocquevillehasta Seymour Martin Lipset)para describir la historia políticade Estados Unidos, tal vez no se-ría del todo descabellado hablarde execpcionalismo italiano en elcontexto de Europa occidental.Una proclividad a la anomalíaque, en distintas formas, persiste

en el tiempo. Massimo D’Ale-ma (el político ciertamente másnotable de la izquierda italiana)algunos años atrás titulaba un li-bro suyo con una aspiración: Unpaese normale.

Digamos también que la ano-malía italiana no es sólo la des-viación frente a algún canon vir-tuoso; es también un factor decreación: de realidades y enig-mas. Si miramos al pasado, laanormalidad propone temas deno fácil comprensión. ¿Cómofue posible que en casi mediosiglo de inestabilidad política(que no institucional) el país ha-ya experimentado las tasas decrecimiento que lo han conver-tido en una gran economíamundial? Recorriendo un atlashistórico moderno no es fácil to-parse con casos similares. Bus-cando arquetipos, habría que re-gresar hasta esa baja Edad Mediaen que –entre Amalfi, Génova,Florencia, Pisa, Venecia, Milán,Brescia, Como, etcétera– naceel capitalismo, el comercio delarga distancia y las autonomíasmunicipales en medio de un ca-si permanente caos político. Y,sin embargo, al interior de lasmurallas urbanas, entre conflic-tos interminables, la moderni-dad da sus primeros pasos.

Igualmente es difícil enten-der cómo haya sido posible laconservación de una sociedaddemocrática con institucionescuyas esquirlas enloquecidas (y eladjetivo podría ser objeto decontroversia) trabajaron poraños al interior de una strategiadella tensione con variados y san-grientos ejemplos de terrorismode Estado. A lo que hay queañadir una questione meridiona-le que lleva siglo y medio sin en-contrar una respuesta satisfacto-

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BERLUSCONIEL GOBIERNO DE LA RIQUEZA

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ria de parte de los gobiernosunitarios. Acercándonos en eltiempo, nos encontramos conuna delincuencia organizada(mafia, cosa nostra, ndrangheta,camorra, etcétera) cuyo peso eco-nómico y complicidades políti-cas no tienen parangón en nin-gún país democrático. Y, en últi-mas fechas, los niveles dedesempleo más altos y persis-tentes de Europa occidental. Porel lado de las anomalías positivas,el asombroso dinamismo de pe-queñas y medianas empresasque desde hace un par de déca-das, sobre todo en el norte ynordeste del país, crean empleosy operan con eficacia y capaci-dad innovativa en el mar revuel-to de la globalización.

Todo país, como una identi-dad múltiple en construcción,es, casi por definición, una in-cógnita. Un continuo crear ydestruir equilibrios entre con-senso y conflicto. Pero Italia pa-rece en ocasiones la madre detodas las incógnitas, el rompe-cabezas más complejo: un lu-gar donde los equilibrios sonmás frágiles, donde el peso delpasado (de las tareas irresueltasque provienen del pasado) esmayor y donde el futuro es, porconsiguiente, menos deduciblea partir del presente. De ahí esaimpresión de sucesivos nuevoscomienzos, de frustraciones co-lectivas que periódicamentecrean las condiciones de nue-vas iluminaciones para una cua-dratura del círculo que, sin em-bargo, sigue esperando en al-gún lugar escondido. Una“cuadratura” que supone en Ita-lia dos dificultades enormes:una social-territorial y la otrapolítica. De una parte, repitá-moslo, una cuestión meridio-nal irresuelta que alimenta atra-so, delincuencia, desempleo einstituciones plegadizas a la co-rrupción y a los vientos loca-les, a veces económicos, a vecescriminales, y a veces las dos co-sas juntas. De la otra, una polí-tica cuya fragmentación parti-daria obliga a equilibrios siem-pre precarios que no terminande cuajar bases firmes de go-bernabilidad.

Italia tiene que enfrentar to-dos los retos del resto de Europacargando, sin embargo, proble-mas históricamente irresueltos.Un país, entonces, que necesitahacer un esfuerzo mayor que susvecinos simplemente para noperder el contacto con ellos. Yahora le toca el turno a Berlus-coni, un magnate televisivo cu-ya fortuna sigue perdiéndose enlas nieblas de la corrupción po-lítica italiana, con una culturade manuales de superación per-sonal, psicología de promotorde ventas y una monstruosa ca-pacidad organizativa detrás deuna sonrisa inoxidable. ¿Podráese nuevo duque Valentino demaquiavélica memoria, en ver-sión de tycoon mediático, cica-trizar las heridas de la questionemeridionale y de un Estado re-corrido por la inestabilidad po-lítica y por episodios no infre-cuentes de uso privado (personalo partidario) de los recursos pú-blicos? Y, además, ¿podrá acer-carse a alguna solución de estosproblemas históricos mante-niendo vínculos estrechos conla Unión Europea?

Es difícil olvidar lo que decíaBraudel: hay momentos en queel barco está atascado y por bri-llante que sea el capitán quedapoco por hacer. Y hay momen-tos en que, con los vientos so-plando en la justa dirección, elbarco navega ligero incluso conun capitán bisoño. Banalicemos:hay momentos en que, inde-pendientemente de las fronte-ras, los vientos (llamémoslos pu-dorosamente condiciones exter-nas) son más importantes queideas y proyectos de los gober-nantes nacionales. Dicho de otramanera: todo puede suceder, in-cluso que el tránsito de Berlus-coni por la vida italiana no pro-duzca desastres y enfrentamien-tos ruinosos y, por el contrario,contribuya a reanimar potencia-lidades económicas y sociales es-condidas o adormiladas. Tam-bién es posible que la historia serepita: progreso en medio deagudos conflictos sociales. Co-mo quiera que el futuro se defi-na a sí mismo, no parece del to-do fuera de lugar cierta trepida-

ción frente a las perspectivas delviaje quinquenal que Italia seapresta a emprender. Lo que esapenas un persistente instintode autodefensa: recordatorio te-naz de que lo peor es siempreposible. Sobre todo cuando seanuncia con tanto estrépito.

3. Los “secretos” de una victoriaLa historia es como Epimeteo:una forma para entender des-pués. Cuando, en general, ya só-lo queda el conocimiento comoconsuelo de la derrota. Las elec-ciones italianas acaban de reali-zarse y es temprano para enten-der con detalle lo que ha ocurri-do. Aún tratando de evitarformas laicas de misticismo, es-tamos forzados a reconocer quelos pueblos somos nuestros pro-pios dioses: caprichosos en oca-siones y casi siempre incom-prensibles. Digamos “secretos”,no en el sentido de que este es-cribiente los conozca, sino en elsentido de la embarazosa mez-colanza de datos sociológicos, máso menos conocidos, y de humo-res colectivos que lo son muchomenos. ¿Cuáles peldaños termi-naron por formar esa escaleraque lleva a un magnate mediáti-co al Gobierno de Italia? Pene-tremos en ese territorio de se-ñales ambiguas e intentemos hacerlo con cierta dosis dehumildad: pocas veces las cosasson tan claras como parecen. Losfactores son muchos y los pesosson variables: ninguna sociedades una maquinaria compuestapor piezas cuyos comportamien-tos sean siempre racionalmentededucibles.

Primer peldaño. Probablementesea la novedad. O sea, el propioCavaliere. Alguien que decide en-trar a la política (scendere in poli-tica) en edad madura y con algu-nos miles de millones de dólaresde respaldo. En un momento decrisis del sistema de partidos(que, a comienzo de los noventa,destruye en pocos meses la viejaDC, un partido socialista que lle-vaba un siglo de vida y variospartidos y partiditos menores)Berlusconi se convierte en polode atención de una cultura con-

servadora que ve caer a su alre-dedor a sus referentes partidariostradicionales. En los momentosen que el antiguo Partido Co-munista Italiano se convierte enPartido dei Democratici di Sinis-tra, el riesgo es que los ex comu-nistas se consoliden como elprincipal partido político italia-no. Berlusconi scende in politicacreando su propio partido, ForzaItalia: el grito de aliento de los ti-fosi a su equipo nacional de fút-bol. Testimonio lingüístico deuna nueva cultura que mira mása la eficacia mercadotécnica que alas raíces culturales. Tenemosaquí antiguos reflejos de antico-munismo más o menos caverna-rio santificados por la caída delmuro de Berlín; una desconfian-za arraigada hacia el Estado y unrechazo de los políticos tradicio-nales que (como se descubre conmani pulite) estaban recorridospor bandas de forajidos en trajeArmani. Berlusconi es lo nuevo,aquello que promete una mar-cha acelerada hacia el futuro sinel estorbo de los equilibrismospartidarios del pasado. La nuevaforza del destino. El hombre sinataduras, salvo, naturalmente, susmillones. Que, sin embargo, másque un impedimento, parecenuna promesa de trickle down,además de ser confirmación devirtud personal.

Segundo peldaño. La trivializa-ción de la política. De pronto, laligereza sentenciosa de los dis-cursos políticos de taberna es su-blimada en un lenguaje mesiá-nico-ideológico. Una sinergiainmejorable: una trama lingüís-tica que reduce la complejidad auna insubstancialidad grandilo-cuente de seguro efecto emoti-vo. Progreso significa reducirimpuestos, privatizar funcionespúblicas (en la sanidad, en la es-cuela, etcétera), liberar energíascongeladas en asfixiantes víncu-los de solidaridad social, abrirespacios a un espíritu empresa-rial redentor de una política co-rrupta e ineficiente. Es todo tansencillo que nadie entiende có-mo no se les había ocurrido an-tes a los italianos. Y debajo de laideología, el tono constructor de

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quien considera la política un malnecesario: encanto de un nuncasuperado positivismo en que pro-greso es sinónimo de mucha ad-ministración y poca política.Déjenme trabajar y ya verán losresultados.

Tercer peldaño. Es el encanto deuna propuesta sencilla en quela sociedad italiana es reducida auna empresa que requiere or-den y disciplina como cualquierempresa que se respete. Si-guiendo inconscientemente lascorrientes del pensamiento eco-nómico contemporáneo, paraBerlusconi lo macro es un mi-cro grandote. No hay nada (ocasi) en la sociedad que no seaextensión de la lógica que do-mina la organización de unaempresa particular. Aquí y alláes lo mismo; con la diferencia

de que aquí, en la empresa, to-do funciona bien (si no fuerapor el Estado que…), mientrasallá, en la sociedad, es una te-rrible confusión que sólo el es-píritu empresarial puede redi-mir. Discurso exitoso en una so-ciedad vapuleada por crisis de lospartidos tradicionales, desempleode larga duración, delincuencia,inseguridad ciudadana, inmigra-ción e impuestos ciertamenteno bajos. Gracias a Berlusconi ya sus aliados, lo complejo sevuelve simple: con regular másestrictamente los flujos migra-torios (una especie de xenofobiasoft), endurecer las penas contralos delitos, reducir los impues-tos, liberalizar el mercado deltrabajo y mandar a la reserva lospolíticos profesionales (que pa-ra Berlusconi son los de centro-izquierda; los que lo apoyan,

obviamente, no tienen pasadoni culpa), todo terminará porarreglarse.

Cuarto peldaño. Llamémoslaenajenación televisiva. La televi-sión como evangelio de una mo-dernidad construida entre tele-novelas, concursos de premios y,obviamente, montañas de fútboly soft-porno entre otras infinitasdelicias mediáticas. Me permiti-ría aquí una hipótesis que nopuedo demostrar pero que meparece plausible: que los electo-res de derecha sean más teleadic-tos que los de izquierda. Obvia-mente, si la televisión es una en-fermedad es una enfermedadtransideológica (ese modernoasesino de Cristo, dice NormanMailer), pero hay en la derechaitaliana una mayor convergenciaentre el individualismo ramplón-

televisivo y una política en quelos individuos son (casi) todo ylas colectividades no mucho másque un estorbo a la marcha delprogreso. Pueblo se vuelve pala-bra impronunciablemente jaco-bina; espectador o público (parano decir audience) es lo moder-no. Anuncio de un progreso sinconflictos. El mensaje es obvio:no molestar al conductor.

4. Italia: un problema europeoInútil decir que el antecedentede un magnate al poder es in-quietante. Y las razones de preo-cupación europea son (o deberí-an ser) varias. Mencionemos al-gunas.

Primera: que llegue al gobiernode una de las mayores economí-as de la región alguien que arras-tra un largo contencioso judi-cial (de la evasión de impuestosal maquillaje de Estados finan-cieros, de la corrupción de jue-ces al posible lavado de dinero)difícilmente puede considerarseuna aportación italiana a laconstrucción de institucioneseuropeas transparentes.

Segunda: el problema del con-flicto de intereses entre un go-bernante y un hombre de nego-cios con empresas que van de laeditorial a la televisión, de los se-guros al fútbol y a las empresasinmobiliarias. Mientras el propiointeresado no resuelva a fondo elconflicto entre negocios y Go-bierno fusionados en una solapersona (que deberá tomar deci-siones políticas capaces de afectarsus propios intereses económi-cos) se establecerá un peligrosoantecedente a escala europea.

Tercera: el tono de cruzada ideo-lógica contra la izquierda italiana,vista como amenaza comunista,retrotrae el debate político a lostiempos más oscuros de la guerrafría, abriendo riesgos potencialesde un antagonismo capaz de po-ner en estado de tensión la soli-dez de las instituciones.

Cuarta: el problema regional.Berlusconi es aliado de una LegaNord cuyo autonomismo pada-

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no (si bien desdibujado a últi-mas fechas para volver electoral-mente presentable a UmbertoBossi, líder de acero de la Lega)constituye una seria amenaza a lasolidaridad fiscal entre regionesricas y regiones pobres del país,para no hablar de las posibles de-rivas en clave de autonomismosparaétnicos que podrían amena-zar la solidez y cohesión de lasinstituciones nacionales.

Quinta: el problema fiscal queanuncia la posible incompatibi-lidad entre reducciones de lacarga tributaria y grandes obraspúblicas anunciadas en la cam-paña electoral del Polo delle Libertà. Frente a un centro-iz-quierda que en los últimos añosemprendió el saneamiento de lasfinanzas públicas, redujo la in-flación y llevó Italia a la monedaúnica, está un centro-derechaque podría experimentar tenta-ciones populistas.

¿Cómo garantizar la respetabi-lidad regional de un gobernanteque carga con esta cantidad deproblemas? Es evidente que en supropia construcción Europa norequiere ni el retorno de tonos deguerra fría, ni gobernantes conlargas colas judiciales, ni magnatestelevisivos convertidos en hom-bres de la providencia. Pocos díasantes de las elecciones del 13 demayo, importantes publicacionesconservadoras europeas (The Eco-nomist y El mundo, entre otras)mostraron señales de desconciertofrente a la posible victoria de Ber-lusconi. Y sería escatimar méritosdejar de señalar que la pieza pe-riodística de The Economist me-rece un lugar en la memoria comoejemplo de acucioso periodismode investigación que deja los he-chos hablar por sí solos. Aunqueel editorial del mismo número (28de abril de 2001) llegara a unaconclusión contundente:

“Como nuestras propias investiga-ciones dejan claro, Berlusconi no estácapacitado para gobernar país alguno,menos aún una de las democracias másricas del mundo”.

El evidente embarazo en mu-chos ambientes de la Unión

Europea frente al primer minis-tro Berlusconi parece sugerir lasiguiente hipótesis: The Econo-mist hizo explícito lo que, en unau otra forma, está en la cabeza detodos. Y no pudiendo la dere-cha italiana acusar a la prestigio-sa revista inglesa de simpatías co-munistas, algunos de sus porta-voces desempolvaron lo peor desu bagaje ideológico: la evoca-ción de fantasmas nacionalistasagraviados; alguien en Europanos quiere débiles. Poco faltó pa-ra resucitar la a “perfida Albione”de mussoliniana memoria. Loque nos obliga a recordar la ideade Savater acerca del nacionalis-mo: ese nosotros convertido en“hinchazón retórica” de un yoagresivo y rapaz. Lo que, huelgadecir, resulta por lo menos in-quietante en el momento histó-rico en que la Unión Europea seproyecta al mundo como su pri-mera posibilidad de democraciaposnacional, como nos recuerdaJürgen Habermas.

La riqueza que hace política espeligrosa siempre (la historia deEstados Unidos entre fines del si-glo XIX y comienzo del XX tieneaquí, con la figura de TheodoreRoosevelt, un valor emblemáti-co), y, obviamente, más cuandosu formación está salpicada de co-rrupción, evasión de impuestos ydemás florilegios de dudoso espí-ritu ciudadano. El otro riesgo esmás sutil: un poder-rico supone laposibilidad de eclosión de un es-píritu neorrenacentista en que laseducción cortesana podría pre-valecer sobre la función pública. ¿Cómo olvidar el Palacio deOriente descrito por Benito PérezGaldós en La de Bringas? Ese uni-verso, con rasgos de corte de losmilagros, en que funcionarios pú-blicos y servidores privados con-vivían en una cercanía física queera confusión de funciones. Y nimencionemos las referencias másantiguas, como el papel desastro-so de los eunucos (servidores pri-vados convertidos en funcionariosimperiales) durante la dinastíaMing.

5. Tareas complejasSi la democracia es un festín, elconvidado Italia llega tarde e,

inevitablemente, mal: cargandocon una administración públicade calidad desigual, un sistemapolítico fragmentado en unamultiplicidad de capillas atadasa sus exclusivas tradiciones cul-turales, inestabilidad de los Go-biernos, una corrupción políticamás o menos endémica y tenta-ciones latentes (hasta ayer con-troladas) a convertir al gober-nante en hombre fuerte. Es conesta carga con la que Italia estáobligada a enfrentar los proble-mas comunes al resto de los paí-ses europeos: ¿qué nuevos equili-brios entre eficiencia productiva ysolidaridad?, ¿cómo combatir eldesempleo?, ¿cómo metabolizarlas diferencias étnico-culturalesderivadas del aporte migratorioextracomunitario?, ¿qué nuevasarquitecturas institucionales pa-ra vincular entre sí administra-ciones locales, gobiernos nacio-nales y gobierno regional euro-peo? Ninguna respuesta a estaspreguntas nos remite a un rece-tario conocido. Construir Euro-pa significa vivir al filo de unacontinua invención que poneen estado de tensión estructuraspolíticas y formas culturales es-tablecidas.

Frente a las dimensiones (ine-vitablemente) epocales de estosretos, es dudoso que el fervorideológico de Berlusconi puedaconstituir un aporte positivo.De cualquier manera, el futurolo dirá. Pero una cosa es eviden-te: la victoria del Polo delle Li-bertà pone la cultura laica y pro-gresista italiana en la necesidadde revisar críticamente su propiopasado, encontrar nuevas for-mas sociales de hacer política yrenovar su patrimonio de ideas.Y en este terreno hay por lo me-nos dos puntos críticos, aunquesean de naturaleza muy distinta.Rifondazione comunista y el“problema” sindical.

En la izquierda italiana sepresenta una difícil batalla cul-tural contra una persistencia decomunismo cuyo peso electoral(aunque debilitado) constituyeun factor de fragilidad de la iz-quierda misma. La (¿neurótica?)afirmación de la propia indivi-dualidad política de parte de los

nostálgicos del comunismo queno fue ha significado en las elec-ciones del 13 de mayo que estepartido obtuviera cuatro sena-dores al costo de varias decenasque una izquierda menos frag-mentada habría obtenido. Teníarazón Nanni Moretti en Can-nes, declarando que no entendíapor qué Berlusconi agradecíatanto a los italianos su victoriaelectoral cuando bien podríaconcentrar sus agradecimientosen una sola persona: Fausto Ber-tinotti, líder de Rifondazione Co-munista. Un partido cuya cul-tura política está dominada porla idea de un poscapitalismo ca-si a portada de mano. O sea, laincapacidad ideológica de leerun presente histórico domina-do por interdependencias glo-bales que obligan a la tarea deregular los espíritus animales delcapitalismo más que a anticiparen frío una nueva forma de organización social. La des-vinculación respecto al presentesignifica, en este caso, un razo-namiento persistentemente an-clado a una lógica de suma ceroy a reivindicaciones que se pare-cen, volvamos a Pérez Galdós,a la Tristana que, en su entu-siasmo juvenil, declara: “… noquiero sino cosas infinitas, enté-rate…, todo infinito, infinitísi-mo, o nada”. A la izquierda ita-liana le espera una dura con-frontación entre sus diferentesalmas para ser un fuerte factorde democracia y solidaridad yuna propuesta alternativa de go-bierno al que ahora se estrena.

El problema sindical tieneotras características. Estamosaquí frente a una gigantesca ma-sa de desempleo juvenil (con-centrada primordialmente en elsur del país) y al desarrollo denuevas formas de trabajo inde-pendiente, part-time, etcétera,que, inevitablemente, ponen enestado de tensión estructuras ycultura sindical vinculadas a unacentralidad obrera que en las úl-timas décadas se ha desdibujadofrente al nacimiento de nuevasfiguras profesionales y a unanueva, más compleja y variada,fisiología del mundo del trabajo.En este contexto, el sindicato

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corre el riesgo de quedar cir-cunscrito a un universo obrero-industrial introduciendo ele-mentos de rigidez que, en la de-fensa de intereses sacrosantos,refuerzan sin embargo las dis-tancias entre un mundo del tra-bajo tutelado por el Estado y ununiverso en expansión de for-mas de trabajo que quedan almargen de la tutela tanto sindi-cal como institucional. Los te-mas aquí son complejos y ar-duos y anuncian decisiones difí-ciles. Como el Polo delle Libertàha insistido durante la campañaelectoral, Italia es el menor re-ceptor de inversión extranjeradirecta entre las mayores econo-mías europeas. Y es altamenteprobable que esta circunstanciaesté vinculada también a nor-mas laborales y prácticas sindi-cales que corresponden a un ci-clo histórico diferente. Tresejemplos: las normas sobre des-pidos, los altos costos de seguri-dad social aparejados a la crea-ción de un puesto de trabajo ycontratos de trabajo que esta-blecen la homologación de lossalarios independientemente delas diferentes condiciones entreel sur y el norte del país. Paraevitar que la acción sindical ter-mine por convertirse en un obs-táculo a la generación de em-pleos, resulta inevitable la aper-tura de un debate político quebusque puntos más altos de equi-librio entre la necesidad de de-fender los derechos de los traba-jadores empleados con la nece-sidad, igualmente importante,de no obstaculizar los procesosde creación de nuevos empleos.Lo único que Italia no necesitaes una guerra entre pobres. Lacuadratura del circulo, aquítambién, está muy lejos de sersencilla.

Brujas y Gante en el siglo XV

y Venecia en el siglo XVI teníancorporaciones profesionales en-tre las más aguerridas de Euro-pa. Y, en parte por ello, enfren-taban costos tan elevados queterminaron por acelerar sus res-pectivas decadencias en el marcode una competencia inglesa yholandesa con rasgos no muydistintos de la que proviene en

la actualidad de Estados Unidosy Asia oriental. La defensa deintereses legítimos no puede nidebe encerrarse en una lógicaque podría volverse corporativay, desde ahí, indefendible en uncontexto de crecientes interde-pendencias globales. El sindica-lismo y, en general, la izquierdaitaliana se enfrentan a opcionesdifíciles que consisten en en-contrar nuevas fórmulas de soli-daridad en un contexto de glo-balización que, en nombre de laproductividad, tiende a barrertodo espacio de derechos colec-tivos adquiridos. La defensa delos derechos del trabajo requierenuevos esquemas de acción sin-dical y nuevas formas de do utdes (que rompan una lógica desuma cero) entre el universo deltrabajo y el de empresas que re-quieren competir para generarmás empleos y conservar losexistentes. La defensa de los de-rechos laborales no puede con-ducirse de la misma manera entiempos históricos distintos.John Maynard Keynes decía:cuando los hechos cambian, yocambio de opinión. Dos cosasdeberían ser evidentes: la pri-mera es que el desempleo y lasnuevas formas de trabajo re-quieren una acción sindical dis-tinta respecto a los tiempos nolejanos de un fordismo con mer-cados nacionales menos abier-tos que en la actualidad y conuna cultura de un trabajo de porvida. La segunda es que seríauna forma grave de autolesio-nismo dejar a la derecha italianala capacidad de representar lasexigencias del mundo de los tra-bajadores sin trabajo. Con posi-bilidades de un populismo con-servador en clave antisindical.

6. Una conclusión exogámicaQue el punto de partida sea elcomplejo de Edipo de freudianamemoria (los hermanos quedespués de asesinar al patriarcarenuncian a las relaciones se-xuales con las mujeres de la tri-bu) o que sea la necesidad deromper el aislamiento y fortale-cer las posibilidades de supervi-vencia colectiva (como diría Les-lie White), el resultado es el mis-

mo: la exogamia como una es-pecie de Big Bang –que a vecesse adormila y otras se acelera–que empuja la humanidad aprocesar (y convivir con) dife-rencias mayores respecto a latranquilizadora y tibia homoge-neidad comunitaria. Después deuna larga edad moderna en queel Estado nacional fue nuestrolímite exogámico (en el interiordel cual éramos capaces, condistintos grado de eficacia, deprocesar diferencias), Europa seencuentra ahora frente a unnuevo salto exogámico. Un nue-vo impulso hacia identidadescolectivas de mayor amplitud.

¿Qué significa esto? Significaalgo sencillo: la obligación decada país europeo de llevar a laconstrucción regional lo mejorde sí mismo: aquello que puedacontribuir a la construcción dela primera democracia posna-cional del mundo. Me permitodudar que Berlusconi represen-te hoy lo mejor de aquello conque Italia pueda contribuir a laconstrucción europea. Aunque,hay que reconocer, probable-mente no sea lo peor. Pero ni laxenofobia light que persiste en elfondo del discurso conservadoritaliano ni la fascinación ideo-lógica hacia Estados Unidosconstituyen aportes en la direc-ción correcta.

Cualquier cosa que sea la Eu-ropa del futuro, no será América.Que Berlusconi y sus aliadostengan dificultades para enten-derlo es sólo una de las expre-siones de un europeísmo vaci-lante que no termina de enten-der lo esencial: la construcciónde una Europa posnacional su-pone una empresa histórica-mente original en la búsquedade una nueva síntesis entre ca-pacidad competitiva y solidari-dad social. Si la empresa europease contentara con imitar las fór-mulas políticas y económicasamericanas, trasvasándolas delterreno nacional al terreno re-gional, las motivaciones idealesde la propia construcción euro-pea se perderían en el camino.Europa no necesita ni los tonosde cruzada ideológica de Berlus-coni, ni un descamino empre-

sarial de la política, ni magnatestelevisivos que tienden a consi-derar a los ciudadanos como“público”, ni ideologías que con-vierten el mercado en una espe-cie de Deus ex machina de pro-greso y bienestar.

Sólo nos queda esperar quelos actuales vientos conservado-res de la política italiana no ha-gan demasiado daño a Europa y(de paso) a Italia. El problemaitaliano no consiste en que losconservadores hayan llegado alpoder, sino que un magnate te-levisivo con una larga cola judi-cial lo haya hecho. Por desgra-cia, no todos los conservadoreseuropeos son como HelmutKohl. Para tener una idea de lagravedad de la situación italiana,será suficiente decir que hubovarios momentos en los últimosaños en que incluso GianfrancoFini (líder de los posfascistas ita-lianos) parecía tener rasgos dehombre de Estado frente a unBerlusconi con aires de predica-dor televisivo.

Una nota positiva: no obs-tante sus promesas de new be-ginning, ni Reagan en EstadosUnidos ni la señora Thatcher enGran Bretaña pudieron des-montar las, más o menos fuer-tes, redes del Estado social desus países. Así que cabe la posi-bilidad que Berlusconi haga me-nos daño de lo que su campañaelectoral anuncia. De cualquiermanera, por las dudas, que Diosnos agarre confesados. n

UGO P IP ITONE

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Ugo Pipitone es profesor del CIDE(México). Autor de Las veinte y unanoches, diálogos en Granada

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n nuestra época aprecia-mos la música dentro delestrecho marco de la tra-

dición diatónica de la músicamoderna y de su característicojuego de desarrollo y resolucióntonal. Más allá del barroco, deBach, Händel y Telleman, nues-tro oído pierde su orientación.La música gregoriana nos gustaporque suena como el mar: unmurmullo constante y siemprevariante, que inspira un reposomístico, panteísta; pero Palestri-na, Victoria, Lasso, Tallis y Byrdno nos son directamente inteli-gibles; son generalmente consi-derados como músicos “de igle-sia”, música “antigua”, prece-dente interesante pero crudo yelemental de la música de nues-tro tiempo. Y, sin embargo,aquella música dispone de unsistema tan organizado como elmoderno, y el problema de sucomprensión está en que se nosescapa su clave. No somos cons-cientes de que representa un hi-to en la historia de la música nomenos categórico que Bach, yque la música polifónica medie-val culminó en Palestrina con elmismo significado concluyente,cristalizando en un clásico a todala época anterior.

Es cierto que la música dePalestrina es difícil de separarde su contexto religioso: su fa-ma reposa exclusivamente en suobra religiosa. Él mismo pro-testaba que en sus pocas com-posiciones seglares había su-cumbido al culto de las pasio-nes, al igual que “un grannúmero de músicos, corrupto-res de la juventud… que flore-cen en el loar de su arte en lamisma medida que ofenden alos hombres de buena y seria

virtud con el depravado gustode sus obras”1. Es posible quePalestrina escribiera esto a Gre-gorio XIII en 1584 en un es-fuerzo por ganar la direccióndel coro papal (el de la famosacapilla Sixtina), un nombra-miento que paradójicamentenunca consiguió, pero el hechoes que se consideraba realmen-te como un músico consagra-do a la religión.

Sin embargo, su influenciasobre toda la música de su tiem-po fue tan grande como la famaque gozó en vida, y después noha habido compositor que nohaya rendido un sentido home-naje al más grande músico delrenacimiento. Tomás Luis deVictoria fue su más aventajadoseguidor. Bach transcribió susobras y recogió de él los temasgregorianos de sus preludios yfugas. Es famosa la manera enque el imberbe Mozart pudo re-cordar todo el Stabat Mater ce-losamente preservado por la ca-pilla papal en Roma. Beethovenpausó durante la composiciónde su Missa Solemnis para en-contrar en Palestrina las raícesde su expresión religiosa. Wag-ner oyó a Palestrina por primeravez en Dresden, en 1842, y que-dó prendado de su “sublimidad,

riqueza e indescriptible profun-didad de expresión”2. Transcri-bió románticamente el StabatMater y estudió intensamentesus obras: algunos creen que sufamoso sistema de leitmotivs lefue inspirado por los temas representativos que Palestrinaempleó en su Missa Aeterna Christi munera. Es evidente queintentó evocar el estilo de Pa-lestrina en Parsifal. Mendels-sohn oyó a Palestrina duranteuna Semana Santa en Roma ex-clamando “¡esta música suenacomo si viniera directamentedesde el cielo!”3.En su biografíade Debussy, Léon Vallas cuentacómo salió de la iglesia de SaintGervais, en París, después de ha-ber oído a Palestrina: “Con unaluz en los ojos, que no habíapercibido nunca antes, vino ha-cia mí exclamando ‘Eso sí que esmúsica”. Luego tocaría al pianosus motetes y misas a cuatro ma-nos con Paul Dukas4. En susRequiems, Liszt, Berlioz y Saint-Saëns incorporaron su Dies Irae,igual que Rachmaninoff en suIsla de los muertos y en Rapsodiasobre un tema de Paganini.

BiografíaGiovanni Pierluigi nació en1525 o 1526, en Palestrina, pe-queña ciudad catedralicia situa-da a unos treinta kilómetros deRoma, en los montes sabinos, elmayor de cuatro hijos de una fa-milia relativamente bien aco-

modada. Su musicalidad destacócuando de niño comenzó a can-tar en el coro de la catedral, y deahí pasó, en 1537, al de SantaMaría Maggiore, en Roma, has-ta que se le quebró la voz. Volvióentonces a Palestrina como or-ganista y profesor de canto dela catedral. En 1547 se casó conLucrezia Gori; su hijo Rodolfonació en 1549 y Angelo en1551. Ese mismo año tuvo lasuerte de que el obispo de Pa-lestrina, el cardenal GiovanniMaria del Monte, fuese elegidopapa. Julio III lo llevó consigo aRoma a la capilla Giulia. Pales-trina compuso entonces la misaEcce sacerdos magnus en su ho-nor, publicada en 1554, lo quele valió al año siguiente un pues-to en la coral de la capilla Sixti-na por nombramiento papal, su-perando las protestas de susmiembros, que siempre habíantenido el privilegio de nombrara sus componentes. Su fama cre-ció con la composición de otrasmisas y una colección de madri-gales sobre versos de Petrarca.Pablo IV, que sucedió al cortopapado de Marcelo, excluyó aPalestrina de la Sixtina, por suestado matrimonial, al decretarque los miembros de la capillapapal habían de ser célibes, aun-que le acordó una generosa pen-sión. Palestrina fue nombradomaestro di capella en San JuanLaterano, en 1555, puesto en elque sucedió a Orlando Lasso.Allí continuó hasta que dimitió,en 1560, por no estar de acuer-do con los reducidos fondos quea la capilla dotaban las autori-dades de la basílica. En 1561volvió de maestro a Santa MaríaMaggiore, donde continuó du-rante los seis años siguientes. Eratal su fama para entonces que

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G A L E R Í A D E M Ú S I C O S

PALESTRINA

JAIME DE OJEDA

1 Por ser tan gracioso, todas las bio-grafías de Palestrina citan este texto. Cf.Gustave Reese: Music in the Renaissance.WW. Norton, Nueva York, 1954; EthelKing: Palestrina, Prince of Music. TheoGaus, Nueva York, 1965; Zoë KendrickPyne: Giovanni Perluigi da Palestrina.Westeport, Conn., 1922; P. Henry Coa-tes: Palestrina. J. M. Dent, Londres,1938; Jerome Roche: Palestrina. OxfordUniversity Press, Nueva York, 1971; Ro-bert Stevenson: Music Before the ClassicEra. Greenwood, Westport, Conn.,1958; James Thompson: Music Throughthe Renaissance. William C. Brown, 1968.

2 Henry T. Finck: Wagner and hisWorks, pág. I-309. Greenwood Press,Nueva York, 1968.

3 Manfred F. Bukofzer: Studies in Me-dieval and Renaissance Music, págs.171 ysigs. WW. Norton, Nueva York, 1950.

4 Léon Vallas: Claude Debussy: his li-fe and works, pág. 131-133.

E

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fue ardientemente solicitado pa-ra dirigir la música en la Villad’Este del cardenal Hipólito II,en el monte Tívoli, un puestobien pagado y de más cómododesempeño. La familia D’Estereinaba en Ferrara, y su notableafición musical había atraído amúsicos y estilos de otras partesde Europa. Palestrina se benefi-ció de su influencia.

De la misma manera queMozart nunca quiso dejar Vie-na, a pesar de las tentadorasofertas que le hicieron desdeLondres y Praga, Palestrina noquiso aceptar el prestigiosopuesto de dirección de la capillade la corte en Viena, poniendocomo pretexto un altísimo sala-rio, que pareció desorbitado a lacorte imperial; pero tampoco

aceptó el que le ofrecía la cortede Mantua, en su famosa cate-dral de Santa Bárbara, cuna deun movimiento musical extra-ordinario. En 1571, en cambio,sucedió en Roma a Animucciaen la capilla Giulia, donde per-maneció el resto de su vida. Enlos nueve años siguientes la tra-gedia asoló a su familia: una epi-demia se llevó a su mujer, a suhermano y a sus dos hijos ma-yores. Sobrevivió un tercero, Igi-nio, nacido en 1557. Pensó en-tonces en la ordenación sacer-dotal, pero cuando sólo faltabanunos meses para ese paso decisi-vo conoció a la encantadora Vir-ginia Dormoli, viuda de un ricopeletero, con la que contrajomatrimonio en 1581. Palestri-na demostró entonces no sólo

su extraordinario talento musi-cal, sino un buen instinto mer-cantil, pues llevó con éxito elpingüe negocio de su mujer,junto con un antiguo socio, has-ta su muerte. El comercio de laspieles se había convertido enuno de los principales productosdel intercambio comercial ita-liano con el mundo islámico.No obstante, no disminuyó, si-no que más bien aumentó, sucomposición de misas, motetes,madrigales y otras obras religio-sas. Su sólida fortuna le permitiópublicar a sus expensas buenaparte de su obra, lo que contri-buyó decisivamente a la enormefama que gozó en vida.

La singularidad de OccidenteSe discute mucho hoy día la

singularidad de Occidente. Y,sin embargo, tanto su concep-ción política como su culturase extienden hoy por el mundoentero, entrando en fértilessimbiosis con otras, pero pre-dominando en no incierta ma-nera. Éste es, por supuesto, elcaso de la música. Sólo en Eu-ropa se desarrolló tanto la ar-monía diatónica como el con-trapunto polifónico, con esastensiones dialécticas que sontan características del espírituoccidental. Llama la atenciónen nuestros días que desdeGrecia y Roma, y hasta bienentrado el siglo XI, la músicafuese sólo homofónica, es decir,que constaba tan sólo de unalínea melódica, a lo más desa-rrollada en paralelo en octavasy en quintas y cuartas; los in-tervalos puros, que son los ar-mónicos más directos y ele-mentales, los que de manerainstintiva recoge el oído cuan-do quiere acompañar a otravoz, como ocurre en la músicafolclórica en el mundo entero;pero el comenzar a cantar con-juntamente con voces inde-pendientes que se contraponenen contrapunto es un fenómenocaracterísticamente europeo.La razón quizá sea que el oídoeuropeo estaba ya buscando la“tiranía de la tónica”, esa án-cora musical que pronto evo-lucionaría hacia la escala diató-nica y el sistema tonal, en elque se ha encerrado la músicamoderna.

El hecho es que en el nortede Francia y en Flandes comen-zó a desarrollarse desde el si-glo IX una composición poli-fónica. Sobre la base de la antifonal litúrgica, dos coros re-plicándose el uno al otro, com-

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Palestrina

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positores como Perotino y Leo-nino5, en Notre Dame de París,comenzaron a concebir en el si-glo XII una segunda voz que ela-borase lo que la primera canta-ba: sobre un canto gregorianobien establecido, el cantus fir-mus, otra voz cantaba otra me-lodía más libre y complicada,con un texto muchas veces pro-fano. De ahí a pasar a varias vo-ces no fue más que un paso. Lapolifonía medieval, sin embar-go, avanzaba en forma de sóli-dos acordes, formaciones verti-cales que avanzaban como uncaleidoscopio armónico cuya di-rección el oído moderno no per-cibe. Tanto la llamada de la mú-sica popular, que como el cantehondo surgía de la misma raízoriental que el canto litúrgico,como la misma inspiración decompositores seglares del mun-do galante del siglo XIV, intro-dujo una fuerte evolución haciauna polifonía horizontal, es de-cir, que siguiese un progreso ar-mónico inteligible, parecido alde una canción, con su comien-zo, su desarrollo y su termina-ción, naturalmente dominadapor la tónica. En los siglos XV yXVI la música galante, no me-nos que la popular, manifiestaesta clara tendencia, el triunfode la polifonía homófona; es de-cir, cuando todas las partesavanzan, en consonancia no yasólo las unas con las otras, sinocon unas reglas armónicas querigen al conjunto, sin perjuiciode su independencia. En la épo-ca anterior, por ejemplo, no seanotaba una composición comoun conjunto, sino separada-mente para cada voz; ahora, encambio, cuando el conjunto co-bra su propia entidad, comien-zan a anotarse todas las voces enuna única página. Composicio-nes puramente seglares comen-zaron pronto a seguir este estilo.Es curioso que ese paso se dasingularmente sobre una can-ción referente a España. En esosbalbuceos de la polifonía seglar

era frecuente emplear una can-ción conocida por toda Europacomo base para el desarrollo delas demás voces. En este caso, setrata de las basses dances que secentran sobre todo en la melo-día conocida como Il Re diSpagna o Basse dance du Roid’Espagne o Castille la Nouvelle.Aparecen en todas las coleccio-nes de bailes de corte e inclusoen algunas misas. En la mismaEspaña, en el Cancionero musi-cal, de Francisco de la Torre, yen el Libro de música de vihuela,de Pisador (1552). Más tarde,en el Tratado de glosas, de DiegoOrtiz (1553), y en el Libro de ci-fra nueva por tecla, de Luys Ve-negas de Henestrosa (1557), enla que aparece una versión deAntonio de Cabezón6.

Un músico conservadorEn esa evolución, Palestrina re-presenta una reacción. Por unlado, sus 94 misas, casi quinien-tos motetes y un número deotras obras de carácter litúrgicoo semilitúrgico representan lafloración final del arte polifóni-co medieval, de la misma ma-nera que Beethoven perfeccio-nó la sinfonía, el cuarteto y lassonatas de Haydn y Mozart, y aligual que Wagner perfeccionó eldrama musical de Monteverdi,Händel y Gluck. Por otro lado,sin embargo, Palestrina reaccio-nó contra las innovaciones de lamúsica franco-flamenca, que es-taba comenzando a introducirlos manierismos, la elaboraciónornamental y estilística que ten-dían a la música del barroco. In-sistió deliberadamente en man-tenerse dentro de la tradicióndel canto llano, reviviendo susideas temáticas y desarrollandosu contrapunto en un estilo lomás estrechamente ligado alcanto llano, hasta el punto deseguir el ritmo de su prosodia.Sólo 10 años más tarde ya se oi-rían los experimentos armóni-cos de Monteverdi, y otros 10años después las tocatas y fugas

cromáticas de Frescobaldi, toca-das al órgano en la misma basí-lica de San Pedro. En su mismaépoca, tanto Orlando Lasso(1530-1594) como Tomás Luisde Victoria (1535-1611) testi-monian esta tendencia. Antoniode Cabezón (1510-1566) en Es-paña y William Byrd (1543-1623) en Inglaterra estaban in-tentando lo mismo en la músicainstrumental. Y no es que Pa-lestrina estuviese atrasado: ensus madrigales seglares se ve queconocía esta tendencia hacia unanueva libertad armónica logradagracias al uso de disonancias eintervalos cromáticos ajenos alcanto llano; pero igual que to-dos los compositores que hancristalizado la evolución musi-cal de su época en un modeloclásico, Palestrina es, ante todo,un conservador. De la mismamanera que Juan Sebastián Bachcompuso un auténtico compen-dio del barroco, cuando en sumisma época había surgido unnuevo estilo musical, Palestrinarecogió la tradición que su épo-ca había heredado, depurándolaen un clasicismo no menos mo-numental. Es maravilloso vercómo lo fue realizando desde susprimeras composiciones, de es-tilo franco-flamenco, hasta susúltimos devaneos homófonos. Yde la misma manera que Bachprodujo un equilibrio musicalentre la tradición católica y lareforma protestante, Palestrinalogró salvar el pasado católicoencarnando musicalmente el es-píritu de la contrarreforma. Enla tradición franco-flamenca pri-maba la polifonía, grandes cons-trucciones arquitectónicas queavanzan en formaciones vertica-les, en las que se pierde el senti-do del texto, que sólo la homo-fonía puede captar. La MusicaNova se liberaba de esa tradicióncon una gran libertad armónicay una dirección melódica hori-zontal. Palestrina logró combi-nar lo que el oído de su épocareclamaba, es decir, un sentidotonal homófono con una mag-nífica construcción polifónicapropia de la era musical que ter-minaba; de la misma maneraque haría Juan Sebastián Bach

mucho tiempo después, cuandoel estilo del bel canto italianizabaa todo el mundo musical de sutiempo. Dando un paso atráspara capturar el presente, Bachintrodujo definitivamente el cla-ve bien templado, es decir, la ar-monía diatónica moderna que,entre otros muchos de su tiem-po, Händel se resistía en aceptar,dentro de una monumentalconstrucción polifónica, en laque culminó todo el barroco. Elque ejecuta el contrapunto desus fugas, por ejemplo, puedeapreciarlo en toda su grandezapolifónica, pero el oyente, quesólo con estudio y práctica pue-de distinguirlo, no necesita se-guirlo para apreciar el sentidohorizontal, el curso tonal, queBach les imprime.

Reforma y contrarreformaLa vida de Palestrina coincideprácticamente con el apogeo delRenacimiento. Nació dos añosantes del saco de Roma, bajo elreinado de Carlos V, y murió enel de Felipe II. Bruneleschi(1377-1446) había construidola insuperable cúpula de Floren-cia, Miguel Ángel (1475-1564)estaba terminando de pintar lacapilla Sixtina. Las principalesobras de Erasmo (1469-1537)circulaban por toda Europa enel creciente espíritu de la refor-ma y Lutero (1483-1546) ya ha-bía clavado, en 1517, sus 95 te-sis en la puerta de la iglesia delcastillo de Wittenberg y recha-zado, en 1521, toda reconcilia-ción en la Dieta de Worms. Pie-rre Ronsard (1524-1585), Mon-taigne (1533-1592) y Camoens(1524-1580) fueron sus con-temporáneos. Holbein, el joven(1497-1528), y Albrecht Dürer(1471-1528) acababan de ter-minar su obra. La música no po-día ser ajena a toda esta conmo-ción cultural y Palestrina es fielreflejo de su época. La reformase hacía sentir en Roma no me-nos que en la Europa del Norte.La música sacra formaba partede su meta. Zwinglio (1484-1531) y Calvino (1509-64) ha-bían prohibido en Suiza la mú-sica polifónica por considerarlaidentificada con la liturgia de

PALESTRINA

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5 Son diminutivos cariñosos de Pie-rre y Léon, como si dijéramos Pedrolo yLeoncico.

6 Cf. Ronald Stenvenson: WesternMusic, págs. 35-67. St. Martins Press,Nueva York, 1971.

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Roma; pero fomentaban, encambio, como parte del impul-so educativo de su reforma, quela congregación cantase textosbíblicos, como salmos y cánti-cos, en traducciones al francésen versiones métricas que Cle-ment Marot y Calvino compu-sieron en su mayor parte. EnAlemania, en cambio, la in-fluencia de Lutero aseguró unatendencia más liberal, pues sutradicionalismo le impulsaba aconservar cuanto pudiera de laliturgia romana, en particular elcanto llano y la polifonía reli-giosa, siempre que se ajustara ala doctrina de la reforma. Lute-ro consideraba la música como“un regalo hermoso y preciosode Dios” que podía “expulsar aldiablo y dar gozo al pueblo”. Enconsecuencia, ofreció a su con-gregación en Wittenberg unaamplia colección de himnos enalemán, las corales, forma queluego Bach hizo famosa, y untexto alemán de la misa, textosque se publicaron como Deuts-che Messe und Ordnung Gottes-dienst en Wittenberg en 1526.Se atribuye a Lutero la compo-sición de la magnífica coral Unafortaleza es mi Señor7.

En Roma, Marcelo II, suce-sor del protector de Palestrina,Julio III, ordenó en 1555 a lacapilla papal que se atuviera a lapureza a la que tenía que volverla música sacra. Para satisfaceresta demanda, Palestrina com-puso la Missa Papae Marcelli, cu-yo estilo tuvo tanta influenciaen esa purificación de la músicalitúrgica. La leyenda quiere queel concilio de Trento se inclina-ba por la prohibición de todamúsica en las iglesias, y que Pa-lestrina compuso tres misas cuyaperfección litúrgica les hizocambiar de opinión; en realidad,lo que intentaban los adustoscardenales era purificarla elimi-nando ciertos abusos, como elempleo de melodías popularesasociadas con temas poco edifi-

cantes, como por ejemplo deBocaccio, y un exceso ornamen-tal que oscurecía la claridad deltexto sagrado. El concilio deTrento (convocado en 1543, nose reunió hasta 1545-1547) rea-nudó sus sesiones en 1551 bajola presidencia de Julio III, elmismo que hubo traído a Romaa Palestrina. La sesión final fueen 1562, bajo la presidencia dePío IV, cuyo secretario de Esta-do era su sobrino, Carlos Bo-rromeo (1538-1584). Granamigo de Felipe Neri (1515-1595) y del Oratorio del que ha-bría de salir el drama musical deHändel, conocía cómo Luterocautivaba a sus conversos conlos himnos que componía, es-pecialmente el famoso y magní-fico Ein festes Sturm. El papel dela música siempre ha sido dis-cutido en todas las reformas dela liturgia por ser un arte “pro-fano”. Ya Gregorio el Magno re-formó el canto llano litúrgico alcodificar, a fines del siglo VI, losmodos griegos que Ambrosiohabía reunido en Milán dos si-glos antes en torno a los salmosy otros cantos hebreos de losprimeros cristianos. Desde en-tonces, al ir creciendo la músicaseglar, que hasta el siglo X no sediferenciaba de la sacra más queen sus ritmos y textos, la liturgiamusical había sufrido escanda-losas corrupciones, no muy dife-rentes a un organista de puebloque hace años oí tocando airososritmos de Aída durante lo mássagrado de la misa.

También el concilio Vatica-no II procuró purificar en nues-tros días la música de la iglesiaprohibiendo, por ejemplo, lamarcha nupcial de Mendels-sohn. El espíritu de la Reformaya se había hecho sentir en Ro-ma cuando el papa Marcello II,durante las breves semanas desu pontificado, exigía en 1555claridad al coro papal, “audiriatque percipi”. También sabe-mos que Pío IV consideraba lascomposiciones de Palestrina co-mo su mejor modelo. Ahora Bo-rromeo argüía que la música te-nía un importante papel en laliturgia, siempre que fuera apro-piada a su alto fin. ¿Compuso

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PENSAR, NARRAR, ENSEÑAR LA HISTORIA

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO. El ángel de la historia/ MANUEL PÉREZ LE-DESMA. Ese artículo de lujo seriamente odioso/ JUSTO SERNA. El histo-riador como educador/ PAUL RICOEUR. De la fenomenología al conoci-miento práctico. Paisaje intelectual de mi vida/ PIERRE BOURDIEU,ROGER CHARTIER y ROBERT DARNTON. Diálogo a propósito de la his-toria cultural/ FERNANDO BOUZA. Escritura de historia/ JOSÉ MARÍARIDAO. El retorno de la historia/ ROBERT CASTEL. Presente y genealo-gía del presente. Pensar el cambio de una forma no evolucionista/ AL-BERTO ADSUARA VEHÍ. Libelo: de la Historia Cultural a los EstudiosCulturales/ CARLO GINZBURG. El ojo del extranjero/ Entrevista aCARLO GINZBURG.

SOFTWARE LIBRE: HACIA UN MODELO DE COOPERACIÓN SOCIAL LIBERADA

RICHARD STALLMAN. Por qué el software no debe tener propietarios/ PEDRODE LAS HERAS QUIRÓS y JESÚS M. GONZÁLEZ BARAHONA. Y lainformación será libre... ¿o no?/ LAURENT MOINEAU y ARISPAPATHÉODOROU. Cooperación y producción inmaterial en el software libre.

Nº 45

¿IZQUIERDAS? MATERIALES PARA UNA REFLEXIÓN

JEAN-PIERRE FAYE. Nietzsche y la transformación. La danza de Salomé/JEAN-LUC NANCY. “Dei paralysis progresiva”/ FÉLIX DUQUE. ¿No es para ma-tarlo? Dios y la muerte de Nietzsche/ GILLES DELEUZE. Prefacio a la traduccióninglesa de Nietzsche y la filosofía/ RENÉ SCHÉRER. Construir una casa en lla-mas. Jean Wahl por el camino de Nietzsche/ MANUEL BARRIOS CASARES. Elmás inquietante de todos nuestros cómplices/ CARLO SINI. Las profecías deNietzsche/ FERNANDO SAVATER. Un intelectual de segunda generación/JORDI TERRÉ. Epilepsia y transfiguración/ JULIO QUESADA MARTÍN. La “críti-ca” de la metafísica (“Dios ha muerto”) y el problema no resuelto de la “Interpreta-ción”/ FRIEDRICH NIETZSCHE. Fragmentos póstumos sobre el nacionalismo y elantisemitismo (1885-1888).

Nº 42

LA AMBIGUA TENSIÓN DE LA TRAGEDIA

PIERRE VIDAL-NAQUET. Tragedia griega y Política/ CARLOS GARCÍA GUAL.Sobre la muerte y lo trágico en el teatro griego/ JORGE PÉREZ DE TUDELA VE-LASCO. Amenaza y escena: de la temporalidad/ AGUSTÍN GARCÍA CALVO. Larotura del sujeto. Acerca de la Tragedia/ SERGIO GIVONE. La noción de la culpa/ARTURO LEYTE. Hölderlin y la imposibilidad de la tragedia/ JULIÁN JIMÉNEZHEFFERNAN. Puntos suspensivos: reiteraciones trágicas en Beckett/ JOSÉ M.CUESTA ABAD. La tradición del destino.

DESMANTELAMIENTO Y DESECHOS: FÉLIX DUQUE Y LA PASIÓN DE LA FILOSOFÍA

Una conversación de JUAN ANTONIO RODRÍGUEZ TOUS con FÉLIX DUQUE. Des-mantelando la filosofía/ VOLKER RÜHLE. El desafío filosófico a través del pasado: lahistoria “de la era crítica” de Félix Duque/ JAIME XIBILLÉ Muntaner. Naturalezas y Si-mulacros: expansiones tecnoestéticas de la cultura contemporánea/ VINCENZO VI-TIELLO. Félix Duque: con Hegel más allá/ JUAN BARJA. A la luz de constelacionesmuertas/ FÉLIX DUQUE. Hay uno que anda escribiendo algo sobre mí.

7 Cf. Paul Nettl: Luther and Music.Filadelfia, 1948.

Friedrich Blume: Protestant ChurchMusic: a History. London, 1974.

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Palestrina la misa del papa Mar-celo a petición de Borromeo pa-ra demostrar a la comisión car-denalicia un modelo litúrgico?No parece que la realidad fuesetan precisa como la leyenda: lacomisión de ocho cardenales en-cargada de ejecutar esta reco-mendación convocó a varioscantores papales para escucharcómo interpretaban su reperto-rio litúrgico, y el hecho es quetambién llevaban consigo las tresmisas que Palestrina había com-puesto, entre ellas la famosaMissa Papae Marcelli. El 17 deseptiembre de 1562 la sesión delconcilio tridentino recomenda-ba: Ab ecclesiis vero musicas eas,ubi sive organum, sive cantumlascivum aut impurum aliquidmiscetur, item saeculares omnesactiones, vana atque adeo profanacolloquia, arceant ut domus Deovere domus orationis esse videa-tur ac dici possit (Ciertamentedeberá purificarse la música delas iglesias, tanto al órgano co-mo en el canto, eliminando deella toda mezcla con otros temaslascivos e impuros, no menosque acciones seglares y diálogosvanos y profanos, de forma quela casa de Dios aparezca, tantocomo pueda decirse, como laverdadera casa de la oración).Así pues, el concilio aceptó elpapel de la música y recomendóla que cantaba la capilla Sixti-na, la capilla papal, entre cuyascolecciones figuraban las misasde Palestrina. Lo que sí es ver-dad es que desde aquella épocala música de Palestrina se con-virtió en el modelo litúrgico ypolifónico que han seguido to-dos los compositores hasta nues-tros días.

Objetividad musicalEn vano se busca en la músicade Palestrina y sus contempo-ráneos polifónicos elementos deexpresión romántica. Saint-Sa-ens se quejaba de no sentir nin-guna “súplica” en sus Kyries, enlos que no veía más que “for-ma”. Mendelssohn también la-mentaba que Palestrina hubiese“gastado” prolongados pasajesde sus obras sin aparente senti-do. Berlioz aceptaba que el

“pausado progreso de esos acor-des… produce una agradablesensación”, pero no veía en ellomás que “ciencia, no el geniode un compositor”8. Hay queperdonarles la ceguera de su in-candescencia romántica. El grancrítico musical de la época mo-derna sir Donald Tovey (1875-1940) describe la obra de Pales-trina como “la más pura proce-sión nebulosa que recorre elmundo de la armonía, en el queni siquiera un revolotear de pá-jaros pueda demostrar la escalade su inmensa perspectiva”9.Por su parte, Debussy señalaba“el arabesco musical o más bienese principio ornamental… quelos primitivos, Palestrina, Or-lando, Lassus y otros, emplea-ban: habían descubierto el prin-cipio del canto gregoriano y re-forzaban sus delicados trazoscon un fuerte contrapunto… aveces la curvatura de la melo-día recuerda las decoraciones deun viejo misal”10.

En efecto, Palestrina compo-nía siguiendo los modos litúrgi-cos, no la escala diatónica a laque estamos acostumbrados; esdecir, operaba dentro de unmarco mucho más limitado,por un lado, pero por otro mu-cho más amplio, más libre delas restricciones de una armo-nía diatónica, y en este sentidomás vecino a la música atonaldel siglo XX. Pero, además, esque no perseguía una expresiónmusical del texto cantado (quees lo que buscamos en la músi-ca de nuestra época), sino queprocuraba destilar del canto lla-no sus elementos claves para hi-larlos en una polifonía sin mássentido que el ir y venir de lasvoces en armónica combina-ción, como el rumor del marentrando en una cala entre lasrocas y la playa, siempre igual ysiempre diferente. La músicacontemporánea plantea el pro-blema de su subjetividad; la de

Palestrina plantea el de su obje-tividad, no sólo por la ausenciacasi total de su personalidad, sussentimientos, sus emociones, si-no porque la misma música notiene las referencias tonales de lamúsica moderna.

Por esta razón, su música nonecesita ser escrita con atencióna su ritmo: no le hace falta sepa-rar los compases con barras detiempo, sino que se suceden sinmás ritmo que el de la prosodiade su texto. Por ello es funda-mental seguir la letra para com-prender realmente el sentido desu expresión musical. Su músicaavanza paso a paso, distendién-dose a veces en suspensiones rá-pidamente resueltas, en interva-los raramente superiores a unacuarta, y cuando se permite hacerlo retrocede rápidamentepara compensarlos con el con-trapunto adecuado. La única ex-presividad que se permite Pa-lestrina es la intensificación osimplificación de su ornamen-tación polifónica, consiguiendoasí ciertos elementos pictóricos.A veces juega con disonanciasque preludian el estilo diatóni-co. En otras, sólo emplea la re-petición del mismo tema poruna alternancia de voces, que seaprietan o se separan según lorequiera la idea del texto. En elcanto llano había percibido te-mas “representativos”, leitmotivs,que Palestrina desarrolló en unaclave propia, por ejemplo, atri-buyendo uno a cada una de laspersonas de la Trinidad en lastres secciones del Kyrie, un temaalusivo a la loa en los Glorias y ala ascensión en los Credos. Ensu misa Iste Confessor, por ejem-plo, el himno principal aparecedividido en siete motivs. Confrecuencia, la voz del tenor pre-domina cuando el texto alude aNuestro Señor.

Las misasLa misa en la época de Palestri-na era la forma musical por ex-celencia y ocupó el mismo lugarque las sinfonías en una épocaposterior. La misa entendida co-mo un ciclo musical fue el pun-to focal de todas las aspiracionesmusicales y logros técnicos de

los compositores del Renaci-miento. En la música medievallas diversas partes de la misa secantaban con independencia, se-paradas, como están, por loscantos y oraciones de la liturgia.Pero pronto los compositores sedieron cuenta de que el Gloria yel Credo, con su estilo declama-torio, están escritos en líneas al-ternas al estilo de una salmodia,mientras que el Kirie, el Sanctusy el Agnus tienen una estructuratripartita. Palestrina encontrabaen la sucesión de sus momentosel mismo recurso de contrastesque luego se buscaría entre losmovimientos de una sinfonía osonata. Puede decirse que susmisas fueron “sinfonías vocales”.Su suprema maestría en el ma-nejo de las voces, en el conoci-miento de su efecto coral, semanifiesta en el colorido carac-terístico que imprime a cadaparte de las misas: un sonidoalegre y brioso en la primeraparte del Credo, por ejemplo, se-guido de un efecto tierno y sua-ve en el Incarnatus, y aún másdelicado en el Benedictus y en elAgnus Dei, para terminar con unbrillante y diáfano Sanctus.

En este sentido, lo que llamamás la atención es la variedadque, a pesar de las limitaciones desu estilo, consigue establecer en-tre sus más de noventa misas, ca-da una con sus característicaspropias. Sus misas pasan por tresperiodos: el primero, el de su ju-ventud, manifiesta la influenciade la escuela polifónica franco-flamenca, en la que se formó; enespecial Ecce Sacerdos magnus yla misa hexacorde; algunas com-puestas sobre temas populares dela época, como L´homme armé,siguiendo la escandalosa costum-bre de la época. El segundo, el dela Missa Papae Marcelli, el severoy estilizado del concilio de Tren-to, pero con una polifonía menosangulosa, menos vertical que laanterior, con una clara tenden-cia horizontal que culminó en lasmisas Aeterna Cristi munera, yMissa Brevis,. El tercero, el de sumadurez, de una mayor flexibili-dad polifónica, a veces en un es-tilo que evoca un estilo homófonomoderno, y de monumental

PALESTRINA

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8 Hector Berlioz: Memoirs, pág. 155.Knopf, Nueva York, 1932. Cf. Buchof-zer: op. cit., págs.158-166.

9 Citado por Julian Bodden, en Ver-di, págs. 87. Vintage Books, 1952.

10 Léon Vallas: op. cit., pág. 183.

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construcción arquitectónica, co-mo en Ave Regina coelorum, y es-pecialmente Assumpta est Maria,que algunos consideran la mejorde sus obras. Las misas de Pales-trina son en realidad auténticasóperas sacras. Tienen ya el senti-do dramático que luego Monte-verdi y sus coetáneos pusieron enel drama musical. Ahora bien, asícomo la lectura del texto es im-portante para sentir la música dePalestrina, sus composiciones co-rales no se oyen bien fuera de losinmensos espacios pétreos de ba-sílicas y catedrales, pues su eco yresonancia es fundamental paradar unión a sus masas armóni-cas, de la misma manera que enel piano romántico el pedal enla-za elementos que de otra formasonarían secos y deshilvanados.Así suena el canto llano y toda lamúsica coral del Renacimientocuando es reproducida en teatrosy salas de concierto.

Música sacra y música seglarEl clasicismo de Palestrina con-trasta con la evolución musicalque le rodeaba. Músicos italianosy franceses habían comenzado yaa componer canciones, frottolas,virolés, villanescas… cuyo objetoera cantar poemas, subordinan-do la música al texto, en clara re-belión contra la compleja polifo-nía que era de rigor en la músicacortesana. Esta tendencia se viofuertemente asistida por la nuevatécnica de la impresión con tiposmovibles, como los de Guten-berg. Ottaviano de Petrucci, enFossombrone, y Pierre Attaig-nant, en París, inventaron un sis-tema de impresión que, con al-gunas modificaciones, es el mis-mo que se ha empleado hastanuestros días. De esta manera laimpresión de las canciones parisi-nas y venecianas se difundieronpor toda Europa. Después de esaschanssons, el madrigal, una de lasformas más populares y más em-pleadas en la historia de la músi-ca, contemporáneo de Dante yde Petrarca, desplazó a otras for-mas precedentes. Equivalente aun soneto musical, es una hábilcombinación de ambos estilos, elpolifónico de los coros y el ho-mófono de la canción, con una

mayor libertad en la forma, contemas seglares dedicados al amory otros sentimientos nobles; otrasveces a acciones concretas, seanamorosas o bélicas, y empleandocon gusto la lengua vernácula envez del latín. En 1530 apareciópublicado por primera vez unmadrigal, que se convirtió prontoen toda Europa en la manera mástípica de dar expresión musical aun texto poético. Siguiendo latradición flamenca, todas las vo-ces guardaban la misma impor-tancia; pero el estilo de la nuevaépoca imponía que el conjuntotuviese la viveza o la tristeza querequiriese el texto. Hay que teneren cuenta que los instrumentosno se habían desarrollado apenasen esta época. El laúd, la cítara yel guitarrón; la flauta, el oboe, lacorneta, la trompeta y el trom-bón, aunque primitivos, estabanbien establecidos, pero los instru-mentos de cuerda estaban aún ensu infancia. Luis Milán, con lavihuela, y Antonio de Cabezón,al órgano, fueron los primerosque a mediados del XVI comenza-ron a componer música instru-mental. Palestrina probaba elefecto de sus composiciones conel laúd. De ahí la importancia de-cisiva de las voces y los coros, ypor la misma razón nunca ha ha-bido conjuntos corales tan mag-níficos como los que entonces so-bresalían en Roma, Madrid, Lon-dres, París y México.

Palestrina compuso durantesu juventud una buena cantidadde madrigales que en su tiempoconstituían aún una novedad ar-tística. Berlioz no los apreciaba;dice en sus Memorias: “Las pala-bras más frívolas y galantes sonajustadas exactamente a la mis-ma música que las de la Biblia…la verdad es que no sabía com-poner otra clase de música”11.Es verdad que el mismo Palestri-na, después de publicar un cen-tenar de madrigales, se apartódeliberadamente de este estilo,que condenó en 1584 como unacorrupción que no podía con-ducir más que a la perdición, loque no le impidió publicar otra

colección de madrigales tres añosdespués. No obstante, en su épo-ca la diferencia entre música sa-cra y seglar no estaba aún bienestablecida, y si la primera em-pleaba textos de la segunda, laseglar casi siempre tomaba pres-tadas melodías del canto llano.Como corresponde a la juven-tud de todo compositor, sus ma-drigales manifiestan una consi-derable variedad de estilo: unostienen ciertamente el carácter deun motete, como señalaba acer-bamente Berlioz; otros tiene unalínea melódica que no guardagran relación con el texto, perolos demás tienen una gracia y unencanto especiales que los apartano sólo de su música sacra, sinodel mismo género de otros com-positores. Más aún que en susmotetes se esboza una libertadcromática y disonante que pre-ludia una época posterior, y, na-turalmente, Palestrina hace granuso de su imaginación pictóri-ca. Incluso sus madrigales espi-rituales, con temas religiosos, co-bran las alas de su genio seglar.

Cantar de los cantaresAl mismo tiempo que estabacomponiendo sus madrigales es-pirituales, Palestrina compuso elCantar de los cantares. Al publi-carlos los calificó de motetes, in-dudablemente para apaciguar ala curia al poner música al textomás poéticamente erótico de laBiblia, pero se trata en realidadde un bellísimo madrigal. La Igle-sia interpretaba estos efluviosamorosos como el amor entreCristo y su esposa, la misma Igle-sia. Son 29 movimientos cortos;la selección de los textos cuidaguardar un equilibrio entre la va-riedad y el contraste y la cohe-rencia del todo. El estilo es parti-cularmente especial: es cierto que,como el resto de su obra, todofluye con el mismo estilo imper-

sonal, la concentración en subra-yar el significado del texto, sinninguna concesión a su dramati-zación ni identificación caracte-rológica de los protagonistas, eneste caso el amante y la amada.Pero los elementos pictóricos sonmás vivos y las variaciones rítmi-cas más sutiles. Algunos de losmovimientos tienen característi-cas especiales: ternura, en Dilectusmeus mihi; sugerencia de músicaoriental, en el canto de la sulami-ta, Nigra Sum; evocación lírica dela Virgen al llegar a las palabraspulchra ut luna, en Quae est ista;alternando con una súbita alegríaal llegar a electa ut sol, y con un vi-gor espléndido en castrorum aciesordinata. Igualmente, Laeva eiuses prácticamente una canción decuna. Vox dilecti evoca la llegadadel amante “saltando sobre lasmontañas, rozando las colinas”.Es difícil no oír la dulzura de Ve-ni dilecte mi, en el que las palabrasquia amore langueo están tratadasen frases realísticamente sensua-les, y que algunos consideran elmejor movimiento de toda laobra.

Verdi declaraba: “Para mí, lamúsica de Palestrina parece co-mo una traducción al canto de lavasta poesía de Miguel Ángel, yme inclino a pensar que estos dosmaestros se clarifican e ilustranmutuamente el uno al otro. Lamúsica y la pintura se entremez-clan mutuamente y forman unaunidad tan perfecta y sublimeque parece como si el todo fuerauna doble expresión del mismopensamiento, la doble voz delmismo himno”12. Es cierto quePalestrina es el Miguel Ángel de lamúsica. Su música tiene la cuali-dad de una bóveda barroca, en laque la arquitectura intenta daruna impresión de espacio celestialy los frescos la de una escena di-vina en esa infinita dimensión.Las composiciones de Palestrinaabren una ventana al cielo de lamisma manera que Miguel Ángelabría el techo de la capilla Sixtinacon sus colosales frescos. n

JAIME DE OJEDA

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11 Berlioz: op. cit., pág. 156.

12 Julian Bodden: Verdi, pág. 87. Vin-tage Books, Nueva York, 1952. Más de-claraciones de Verdi sobre Palestrina comopadre de la música italiana, en págs.150,336 y 343. Cf. Manfred F. Bukofzer: Stu-dies in Medieval and Renaissance. Music,pág. 204. Norton & Co. Nueva York,1950.

Jaime de Ojeda es profesor en laUniversidad del Shenandoah, en Win-chester, Virginia.

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esde que en 1984 pre-sentara en el Festival de Cannes una película fas-

cinantemente lúgubre, El ele-mento del crimen, confundidapor error con la estética posmo-derna que dominaba aquellosaños, pero que escondía unatristeza anclada en fosas profun-das y, por tanto, alejada de cual-quier diletantismo à la page,Lars von Trier no se ha separadode las torres de alta tensión ycontinúa provocando sacudidas,cada vez de mayor voltaje, a to-do aquel que se atreve a acercar-se a sus intempestivos filmes.Ver cualquiera de las obras deeste danés nacido en 1956 su-pone abrir una grieta en el blin-daje supuestamente herméticodel propio discurso y airear conviolencia sus contradicciones.Puede ser que el impacto que enlos últimos años han tenido pe-lículas como Europa, Rompiendolas olas, Los idiotas o Bailar en laoscuridad haya hecho más pe-rentoria la necesidad de analizarlas imágenes que Trier proponeperiódicamente al sufrido e iner-me espectador del cambio de si-glo. Porque lo que pretende esdarle una oportunidad de reco-brar la inocencia o, cuando me-nos, de ayudarle a encontrar loscontornos de la verdadera tra-gedia de nuestro tiempo, quedesde luego nada tienen que vercon los dramas ridículos queofrecen los mass media.

Es una reeducación que a al-gunos puede parecer integrista(se siguen oyendo las voces dealarma que ha ocasionado lairrupción de Dogma 95, el mo-vimiento que encabeza Trier,por lo que tiene de expurgatoriode tantas vetas visuales secas),

pero que es consecuente con eldiagnóstico meditado de laspropuestas audiovisuales quemandan en el mercado y quehacen ver que es muy probableque estemos llegando a un lími-te en la absorción de mensajes, yque además también es muyprobable que se esté llegando aun límite en la absoluta falta deescrúpulos morales o ideológi-cos de esos mensajes. Imbuidode esas ideas, Lars von Trier haido desarrollando un cine pen-sante y crítico con los grandesintereses industriales, que estánmucho más de acuerdo con laconsolidación de espectáculoshuecos, costosos y publicitada-mente taquilleros.

Sobre un frágil andamiaje dethriller, El elemento del crimendaba más importancia a la den-sidad ambiental del filme que alos sucesivos asesinatos que seiban produciendo y al modo enque se buscaba al asesino. Trierse detenía en describir una seriede personajes a medio caminoentre el desastre emocional y elsocial que podían ser o no esen-ciales para la resolución del enig-ma, pero que siempre lograbancrear en la audiencia una sensa-ción ambigua de desasosiego,incrementada por el cambioinesperado de los planos desombra a los brutales fogonazosde luz. Poco llegábamos a saberdel whodunit*, tan caro en laspelículas y novelas de intriga,pero recibíamos un curso com-pleto de asunción de culpabili-

dad, de la comprensión del te-rror de las víctimas y de la for-mación de gotas de sudor cuan-do nos quitan el resuello.

La fuerza plástica de El ele-mento del crimen puso en el es-caparate a Lars von Trier al ladodel Ridley Scott de Blade Run-ner (1982); del hermano de Rid-ley, Tony Scott, de El ansia(1983); del David Lynch deDune (1984) o del Luc Bessonde Subway (1985); aunque elhorror vacui que impregnaba susimágenes le emparentaba mu-cho mejor con las fábulas mori-bundas y sublimemente poéti-cas de Andrei Tarkovsky. El si-guiente proyecto de Trierincidió en el modelo apuntadocon El elemento del crimen. Por-que Epidemic (1987) era una pe-lícula si cabe aún más tenebrista.Aún menos complaciente y me-nos dotada de un sentido evi-dente para los que sobre tododesean navegar por aguas narra-tivamente tranquilas y conoci-das; para los que, viendo el fil-me, se preguntaban si la enfer-medad que Trier –director,guionista y actor– creaba y seextendía por todo el mundo erauna metáfora exclusiva paramarcianos daneses o reflejabasinceramente, y sin echar manode pirotecnias intelectuales, laíntima y secreta postura de cadauno con su miedo ante el caos yla muerte. Con Epidemic, Triernos ponía al corriente de las úl-timas tendencias en el desalien-to, que desde luego, y tomandocomo referencia su macilentaatalaya, no compartía su visióncatastrofista con la realidad ofi-cial de la sociedad de Occidente,inmersa en la construcción deuna conciencia juvenil cuyo in-terés prioritario fuera el apren-

dizaje profesionalizado de lasnormas de tráfico del liberalis-mo económico. Quedaban, portanto, muy a trasmano preocu-paciones existenciales sobre epi-demias morales, metafóricas oterrenalmente físicas. Era unasunto que sólo debía incumbira los marginados voluntarios o alos descarriados forzosos, cadavez en mayor número desde losaños ochenta.

El animal cinematográficopor excelencia que es Trier hadejado a menudo espacio parallevar a cabo tareas que excedenlos parámetros por los que se ri-gen los canales de distribucióncinematográfica. Eso pasó consu adaptación para televisión deMedea (1988), la obra de Eurí-pides sobre la que Carl Th. Dre-yer (el cineasta de obras maes-tras del dolor como La pasiónde Juana de Arco –1927– o DiesIrae –1943–) escribió un guiónque nunca llegó a rodar y queTrier convertía en un oratoriode voces amargas, sensuales eimpregnadas de fatalidad. Artejadeante y vivo que intentabaser respetuoso con la idea dreye-riana de la tragedia y que supu-so un paso adelante en la carre-ra de Trier, como lo fue su tra-bajo en El reino (1994 y 1997),tétrica miniserie en la que pro-longaba sus posiciones estéticasampliamente desarrolladas enEpidemic, El elemento del crimeny en su mediometraje Imágenesde liberación (1982), que tocabael siempre perturbador y en rea-lidad imposible de digerir geno-cidio que constituyó la II Gue-rra Mundial. Pero la obra defi-nitiva sobre la gran guerra y laculminación de esta etapa artís-tica fue Europa (1991), el puntode encuentro entre las pesadillas

80 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

C I N E

LARS VON TRIERLa conquista de la mirada

ALBERTO ÚBEDA-PORTUGUÉS

* Término que se utiliza para referir-se a la persona que comete un delito, ge-neralmente un asesinato. El whodunit(¿Quién lo hizo?) es el elemento esencialen las novelas y otras obras de AgathaChristie.

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expresionistas que inspiran granparte de la memoria cinemato-gráfica mundial y la necesidadde poetizar una realidad casi su-rrealista por su vesánica lealtad ala destrucción. A través de unahistoria de amor y traición, Larsvon Trier entraba en Alemaniacuando la derrota se ha consu-mado. Desde el tren, desde laseguridad de un transporte quepermitía visitar la ruina sin queel horror de la miseria pertur-bara nuestro delicado olfato, ha-bía una reflexión fundamentalacerca de la práctica del aniqui-lamiento y de la venganza des-piadada. La guerra en el frente,es cierto, ha terminado, pero enla retaguardia de los indefensosse siguen ajustando las cuentas y

las pistolas no descansan. Ino-pinadamente, y al contrario quesus anteriores filmes, el efectoque producía la contemplaciónde tanta devastación se podríaresumir en una sensación muypoco adecuada: ensoñación.

Nos deslumbraba la superposi-ción de maquetas y trenes autén-ticos, decorados e imágenes do-cumentales de vagones y compar-timentos secretos, locomotoras atoda velocidad que atraviesan elexterminio y máquinas llegadasde ese infierno que amenazan, a lamanera primigenia de Lumière,con arrasar el patio de butacas.Preguntaba Trier por nuestro de-seo de iniciar un viaje, que tienepuntuales regresos narrativos, porlas distancias que marcan los raíles

del tren y el cruce con otras vías yotros destinos que quizá lleven a lafelicidad o al matadero. Todo eraposible en el cúmulo de montajes,claroscuros y magistrales trave-llings que, como pedía Godard,eran opciones morales y tambiénexaltaciones al lenguaje del cine.El sentido último de “viaje”, declausura de unas directrices quedominan el periodo de juventudde Lars von Trier, lo da el hundi-miento del tren protagonista(pues es en verdad el factótum quepresenta, reclama y despide a lospersonajes) en un río en el que, li-teralmente, se ahogan las imáge-nes de guerra y espanto que Eu-ropa llevaba dentro.

Se imponía, ahora, pensar laimagen en sí, tener cerca su me-

dida, su identidad. Hurgar enlos pliegues de su composición yanalizar una textura fílmica que,en Dinamarca, podía llevarle asentir como su padre putativo,Dreyer, y su ligero sayo de re-partir bendiciones en los foto-gramas de un corpus redentor, oa encallar en alguna ensenadaadversa de la península de Ju-tlandia. Para una y otra cosa sepreparó Lars von Trier, dejandoinoperantes y vacías de conteni-do sus mejores excusas y no aco-meter lo que le pedía el cora-zón. De esa encrucijada parteRompiendo las olas (1996), ma-terial inflamable y no apto paratodos los públicos que iba al en-cuentro de la desconocida fe enla divinidad, cuestión para laque siempre están dispuestos aopinar ex cátedra los médicos delprotestantismo o el catolicismoo de cualquier culto en el quesea imperioso vigilar el númerode adeptos a su negociado. Triertenía el objetivo de producir unnuevo concepto de plegaria quefuera un templo secreto para laespiritualidad más completa, unaltar para los deseos más pro-fundos y para las preguntas so-bre la esencia de nuestro ser. Sepodría, efectivamente, llamarDios a todo esto, pero Trier pre-fiere otras denominaciones másmodestas y asépticas al explicarlos actos de Bess (Emily Wat-son) por amor al inválido Jan(Stellan Skarsgard): sinceridad,inocencia, redención, entrega…

De todo ello se va tejiendouna oración en las casi tres horasde metraje que desembocan enla plasmación de un milagro.Un hito que hacía revisar La pa-labra (1954), de Dreyer, y queponía a prueba más que nuncanuestra voluntad de aceptar lo

ALBERTO UBEDA-PORTUGUÉS

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Lars Von Trier

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que, nostalgias kitsch aparte, noshabía parecido ridículo en fil-mes hollywoodienses como Losdiez mandamientos (Cecil B.DeMille, 1956) o Rey de reyes(Nicholas Ray, 1961). El sacrifi-cio de Bess y el restablecimientode Jan quizá no tengan tantaimportancia de suyo como elplano final de la película, en elque unas campanas celestialesvoltean en loor del cambio enla desgracia y que, por razonesinextricables, sólo podemos oírdesde el arrebato. Hay alguien,ha venido diciendo el cineastadanés con sus líricas tomas dela escarpada costa, que se estáestrellando contra las rocas im-pulsado por las olas y hay al-guien más, el lugar del especta-dor, que está observando desdeel borde del acantilado, en don-de, con cámara nerviosa y hete-rodoxa, Lars von Trier ha go-bernado su película.

Pese a ser un filme tan vivo,tan poético, tan transgresor delo que, en rigor, pocos se atrevena plantear, ¿no pedía demasiadoel director de Rompiendo las olaspara respaldar las circunstanciasdel milagro? ¿No debería teneren cuenta el nivel de sorderafuncional que, como una in-mensa joroba de Notre Dame,se va extendiendo por todas laslatitudes hasta la incapacidadpara escuchar los campanazos decualquier libertad aunque, porcontra, vaya creciendo la sensi-bilidad a los sordos bocinazosde un 4x4 en doble fila? ¿No se-ría preferible refugiarse en el ci-ne de género, en el de capa y es-pada a lo mejor, y, entre man-doble y mandoble, difundir lasnobles causas mosqueteriles aúnno desacreditadas del rey, la pa-tria y la justicia?

El DogmaHay un punto de sublevación yrencor gremial en las manifes-taciones desordenadas de quie-nes han despotricado visceral-mente contra el Dogma 95, nu-meración que hace referencia alaño de su fundación por Larsvon Trier y Thomas Vinterberg.Muchos de los que aman porencima de todo el cine clásico

no tuvieron más remedio quereconocer, en su momento, lalibertad insegura de la NouvelleVague y sus llamadas artísticas ala revolución. También muchosfueron los que se alegraron delfracaso de sus tesis. Ocurre algoparecido con el Dogma, aunquepoco se puede aventurar de unmovimiento tan joven que sepresume de muy largo alcance yque, eso sí, tiene una oposiciónmucho más rotunda que la quetuvo en su origen la NouvelleVague. Con Los idiotas, de Trier(más Celebración, de Vinter-berg), se puso en marcha unamanera de hacer cine que, apriori, incidía más en los aspec-tos técnicos que en los narrati-vos. Enseguida se daba unocuenta, ciñéndonos a los prime-ros filmes del Dogma (los men-cionados y Mifune, de SørenKragh-Jacobsen, 1998), que nohabía ninguna intención funda-mentalista y sí un sano interésen denunciar la excesiva com-partimentación de las películassegún sus contenidos, que esotra forma mucho más sutil yeficaz de censura que la oficial,abolida en la mayoría de los pa-íses occidentales en los años se-senta. “Las películas de génerono son válidas”, enuncia una delas reglas del Dogma. Lo queambicionan Trier y sus acólitoses nada menos que reinventar lavida cotidiana, reescribir ennombre del cine las páginas ar-tificiales que se refieren al sexo,la violencia y la risa, y eso porencima de características más omenos peregrinas del Dogma,como que los filmes deben seren color y que el formato ideales el de 35 mm. En Los idiotas,Trier, valiéndose de la experien-cia neocomunera de un grupode jóvenes daneses, dicta un po-ema minimalista a favor de laexacerbación de los sentimientosy las acciones, sabiendo de ante-mano que la sociedad bienpen-sante no los va a aceptar. Fuemuy reveladora la confusión quehubo entre el filme de Trier yLa cena de los idiotas (FrancisWeber, 1998), película estrena-da en España en las mismas fe-chas. En la última se invitaba al

público a responder con carca-jadas previstas a las bobadas tó-picas y prototípicas de un hom-bre de la clase media. Los idiotasindagaba, encarnando su identi-dad, en el rol social del subnor-mal para evidenciar su rechazo aun mundo que, de la mismamanera que se hace con el cine,quiere clasificar, ordenar, orga-nizar, mantener unas estructu-ras de poder a las que los idiotasse niegan. Pero negarse no es ga-nar, y su propuesta antiautorita-ria termina, como todas las uto-pías, en el fondo del barranco.

Una y otra vez, firmementeconvencido de la tragedia concalmantes que es el pan nuestrode cada día, Lars von Trier re-hace su último drama, la últimalágrima, y levanta otro soplo–inmerso en el Dogma o cons-truyendo las alas de una nuevarespuesta– de cine de élites: elque no glorifica la mentira, que,dicho sea de paso, es otro de lospropósitos del Dogma. De estaestirpe es Bailar en la oscuridad(2000), la consagración defini-tiva de Trier, en la que ha lo-grado extraer la locura un tantopintoresca pero llena de pasióndel musical clásico de Hollywo-od y lo ha llevado a las orillasdel estercolero; concediendonuevos papeles a la coreografía yla dirección artística en lo quehistóricamente ha sido cine mu-sical. Se trata de un himno ver-tiginoso a la lucha sin cuartel ysin esperanza. Es el retrato deun ser, Selma (la cantanteBjörk), que ha vivido para reci-bir patadas y volver a levantarse;llegar a la cima de la felicidad ycaer por un tobogán hasta lahondura máxima de la desgra-cia; convertir los insultos que leprofieren en canciones y en ga-nas de bailar; tener todo lo queposee en la palma de la mano y,sin embargo, conocer que seríasuficiente una mirada de afectoy un poco de generosidad parasentir que, como Fred Astaire yGinger Rogers en Sombrero decopa (Mark Sandrich, 1935),“está en el cielo”.

Punto y aparte definitivo.Lars von Trier continúa alen-tando las ideas del Dogma y tie-

ne la suerte de estar en plenamadurez artística. La tarea es, sise quiere comenzar este nuevosiglo sin deudas adicionales quesatisfacer, revisar en una filmo-teca propicia todas las películasde Trier y dejarse guiar por ellatigazo eléctrico de un cine quereverencia el mundo de los hu-millados y ofendidos y le dejalisto para oír las campanas de laliberación. Con Dogma o sin él.Pero liberado. n

LARS VON TRIER: LA CONQUISTA DE LA MIRADA

82 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 114

Alberto Úbeda-Portugués es críti-co cinematográfico. Autor de Contraviento y marea: El cine de RicardoFranco, 1949-1998