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LA INDUMENTARIA PURÉPECHA 1 Carlos García Mora E videncias históricas en la indumentaria purépecha

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Carlos García Mora

Evidencias históricas en

la indumentaria purépecha

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Carlos García MoraI n s t i t u t o N a c i o n a l d e A n t r o p o l o g í a e H i s t o r i a

TS I M A R H UEstudio de etnólogos

D i r e c c i ó n d e E t n o h i s t o r i a

Ev idenci a s histór ic a s en

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García Mora, Carlos:Evidencias históricas en la indumentaria purépecha, ed. electrónica, México, Tsimarhu Estudio de Etnólogos, 2013, fascículo en for-mato pedéefe de 24 pp. con fts. (Col. Sendas).

Portada:Fragmento de una pintura plasmada en una batea michoacana, conservada enel Museo de Artes e Industrias Populares de Pátzcuaro, en la cual aparece una

mujer con el característico “rollo” o falda plegada de lana negra.

Frontispicio:Mujer de Charapan, Mich., portando uno de los rebozos purépechas típicos de

la Sierra de Michoacán (junio de 2010)

Fotos: Carlos García Mora

El contenido de este fascículo forma parte del libro El baluarte purépecha, (cuarta parte, cap. 16: “La indumentaria: identidad corporativa”), en el cual pue-den consultarse las fichas completas de las referencias bibliográficas aquí citadas:

http://carlosgarciamoraetnologo.blogspot.mx/2012/05/baluarte-piurepecha.html

Escrito con resultados de investigación llevada a cabo en laDirección de Etnohistoria del

Instituto Nacional de Antropología e Historia

La indumentaria purépecha: identidad corporativa por Carlos García Mora se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://carlosgarciamoraetnologo.blogspot.mx/.

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Presentación——————————————i——————————————

Este fascículo de etnología histórica versa acerca de las referencias históricas implicadas en el atuendo purépecha. La más importante observación que, al respecto, se desprende es la identificación del vestido con una determinada unidad corporativa, que adscribía al portador o la portadora a una república de naturales. Aunque aquí se tiene presente, en particular, al poblado de San Antonio Charápani asentado en la Sierra de Michoacán, el tema se aborda de una manera

general.

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Fig.  1. Personas purépechas sin identificar, quizá fotografiadas en Uruapan, vestidas con su in-dumentaria cotidiana durante el porfiriato, quienes o eran oriundas de un mismo poblado o de varios. Las dos mujeres llevan rebozos de estilo diferente, tanto entre ellas como entre los que se observan en las siguientes figuras. Obsérvese la gran batea decorada que lleva una de ellas. La fotografía fue to-mada en una habitación cuyo piso estaba cubierto con una alfombra, por lo que es de presumirse que se trata de un estudio fotográfico. Ambas mujeres llevan falda larga que llega al piso y la de la derecha, que pareciera ir descalza, lleva arracadas. La de la izquierda ll-eva anillo. Sus rebozos tienen una apariencia diferente a las que se

usaron en el siguiente siglo.

D e no muy buena gana, dos mujeres y un hombre purépechas se colocaron en fila frente a un muro, para ser fotografiados por cier-

to naturista y explorador noruego en el año de 1898. Da la impresión que lo hicieron atendiendo una orden, tal como se estilaba en los años

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del porfiriato. Aquí arriba se muestra la imagen que resultó de la im-pertinencia del viajero europeo. Pueden apreciarse sus rostros y cómo vestían. Como en cualquier otra parte del mundo, la indumentaria tenía una historia detrás, en la medida en que aún identificaba a los hombres y a las mujeres que descendían de conjuntos sociales con cierto modo de vivir; ya que el vestido también da testimonio del pasado de donde procede.

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La antigua ropa tarasca era rudimentaria entre las clases bajas, cuyas mujeres sólo portaban un sencillo faldón y los hombres taparrabo como en Tirípetio.Fig. 2. A la izquierda: Mujer tarasca llevando su falda con franjas de colores intercalados, ceñida a la cintura, como única indu-mentaria (otras usaban una saya a cuadros). A la derecha: La hija de Chánxori, futura esposa de Tarhíakuri; vistiendo una falda parecida pero con franjas de otros colores, asimismo lleva una prenda superior de la misma tela semejante a un rebozo corto. Ambas llevan un to-cado del cual cae un “adorno” que cubre sus oídos. Tal como quedó averiguado en el siglo xvi:

El traje de su antigüedad [entre los hombres] era, lo ordinar-io, andar en cueros. Y para tapar el miembro se fajaban o revolvían una mantilla de algodón como de vara y media cuadrada, y dábanse dos vueltas con ella de manera que se viniese [a] anudar y las puntas que sobraban de los nudos lo cubrían (no muy honestamente porque con cualquier ocasión hacía palacio). Algunas veces se ponían una cuera —como jubón sin mangas— de algodón [y] la hilaza gorda; no era ropa que hacía estorbo al huir ni al alcanzar, ni muy honrosa pues no arrastraba ni le cubría lo más necesario, pues no pasaba de los cuadriles dejándo[le] lo demás al aire que lo cubriese.1

Hombres y mujeres andaban descalzos y sin cubrirse la cabeza; sólo señores principales se ceñían la frente.2 Las mujeres se acomoda-ban su larga cabellera agarrada con algún cordón trenzado o cinta que, a la vez, les servía de tocado y adorno en la cabeza. Las principales se cubrían los hombros.Fig. 2. A la izquierda: Mujer tarasca llevando su falda con franjas de colores intercalados, ceñida a la cintura, como única in-dumentaria (otras usaban una saya a cuadros). A la derecha: La hija de Chánxori, futura esposa de Tarhíakuri; vistiendo una falda parecida pero con franjas de otros colores, asimismo lleva una prenda superior de la misma tela semejante a un rebozo corto. Ambas llevan un to-cado del cual cae un “adorno” que cubre sus oídos. Pese al clima frío,

Fig. 2. A lA izquierdA: Mujer tarasca llevando su falda con franjas de colores intercala-dos, ceñida a la cintura, como única indumentaria (otras usa-ban una saya a cuadros). A lA derechA: La hija de Chánxori, futura esposa de Tarhíakuri; vistiendo una falda parecida pero con franjas de otros colo-res, asimismo lleva una prenda superior de la misma tela seme-jante a un rebozo corto. Ambas llevan un tocado del cual cae un “adorno” que cubre sus oídos.

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la indumentaria era ligera pero, a veces, los hombres se cubrían con una manta o una especie de túnica sin ceñir.3

El ropaje de señores, funcionarios, sacerdotes y jefes militares fue más elaborado: se cubrían torso y muslos con una túnica, se ceñían la cabeza con una cinta y los últimos calzaban un tipo de huarache.4 Sólo algunos de ellos se dejaban crecer el cabello arreglado en una trenza, usual también entre los guerreros al entrar en combate: «Traían el cabello largo, negro y trenzado que hacia cola bien larga».5 Otros usaban diademas y pintura facial y corporal, en particular sacerdotes y guerreros. Los señores principales se incrustaban bezotes.6

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Al caer el wakúsï iréchekwa en el siglo xvi, los hombres y las mujeres adoptaron prendas que los cubrían más. Los primeros se ciñeron angos-tos calzones de manta blanca —al menos desde la época de la república purépecha hasta la primera mitad del siglo xx— y usaron sombreros de palma cuya forma evolucionó con el tiempo.7 En general, la indu-mentaria se fue adaptando a las tendencias de cada época.

Tanto los principales como los tributarios eran de piel morena, pero los primeros solían identificarse porque se engalanaban más; los segundos por su sencilla vestimenta de manta blanca. Entre las mu-jeres de una república y otra se distinguían en algunos detalles de mayor o menor importancia, tales como faldas o delantales distintivos. Asi-

mismo, variaron los sombreros de los hombres de un poblado y los de otros.

La ropa y el arreglo del cabello, que susti-tuyó lo antiguo, sufrió varias transformaciones con posterioridad. Pero a fines del xix, algunos rasgos acaso provinieron todavía de la era tarasca: por ejemplo, los señores principales o acaudalados usa-ban trenzas como signo de distinción. En Charapan, a fines del porfiriato: «Pedro Galván y Juan Antonio [Martínez] traiban trenzas, eran los más ricos».8 En 1973, Flavio Caballero, de 86 años, declaró que to-davía le tocó ver así al dicho Juan Antonio Martínez y a otros, así como algunos que sólo se dejaban el cabello largo.9

Los hombres vestían con sencillez camisa y calzón, ambos de manta blanca o “hechizo”. En horas y tiempos fríos se embrocaban un gabán. Sólo en las fiestas los danzantes usaban trajes vistosos y coloridos con calzones labrados, decorados entre la

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Fig. 3. El charapanense †Aris-teo Galván Leonardo con gabán embrocado.

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pantorrilla y la valenciana.10 En cambio, el traje femenino evolucionó y requirió mucha tela.Figs. 1 y 3-6

De ordinario, las mujeres se ponían wanénkwa, una especie de gabancito o camisa de algodón bordada con mangas cortas; y “rollo”, una falda elaborada con una larga, ancha y pesada tira de tela de lana negra, plegada alrededor de la cintura; y sostenida con una faja que solía hacerse en telar de cintura; y sobre los hombros, el arraigado rebozo negro con rallas azules.Figs. 4-6 Las niñas usaban “cuirisa”, una especie de saquito de lana hecho con sobras de la ropa de sus madres; con probabilidad, de sus kwirísiicha, ‘rebozos de lana hechos en telar de cintura’. A los niños, que se llevaban a bau-

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Fig. 4. Arreglo y traje purépe-cha decimonónico con algunos rasgos que aún permanecerían en el siglo xx. Obsérvese el cabello peinado con raya en medio y recogi-do en dos trenzas. Las mujeres llevan arracadas en las orejas, al pa-recer con forma de media luna (como las fabricadas hoy en día en Cherán). Alrededor del cuello portan collares de dos o tres hilos que recuerdan los de cuentas de coral. Como blusa traen wanénkwa blanca bor-dado en el filo del cuello en ve y de los hombros a las orillas de las mangas. De la cenefa del bordado salen motivos tal vez florales. A manera de falda llevan “rollo” sostenido por una faja con brocado. Sobre sus hombros, un rebozo oscuro a rayas marcadas por dos franjas paralelas de color mostrando sus puntas tejidas. Aunque muy característico, este traje es sólo una versión de varias usadas en

el país purépecha.

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tizar, se los vestía con remiendos de ropa —para hacer una especie de gabancito—, un pedazo de rebozo y un delantal. Por lo común, las mujeres andaban con los pies descalzos, con mayor frecuencia que los hombres.11

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Dos características generales cabe recordar: el radical cambio entre el vestido tarasco y el purépecha, y la uniformidad del segundo entre los va-rones del común de una república. Sustitución y homegeneización que

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Fig. 5. Muchacha purépecha inidentificada del municipio de Acuitzio, engalanada a la manera del país en 1892. Ob-sérvese el “rollo” negro y cómo, en lugar de la wanénkwa, lle-va una camisa de corte europeo.

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Fig. 6. Indumentaria femenina en el poblado serrano de Cherán (1940). Incluye el “rollo” cu-bierto al frente con delantal y la enagua y la blusa bordadas. El rebozo era usual usarlo so-bre los hombros o cubriendo la cabeza. Obsérvese que la falda se acortó un poco para facilitar

los movimientos.

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fueron rasgos propios de otros aspectos de su cultura, aunque en grados diferentes.

Lo primero —el cambio total— fue resultado de la adopción de otro modo de pensar y de conducirse. Fue el-ocuente el contraste entre las mujeres de la antigüedad —con los pies desnudos y una faldilla corta como única prenda de vestir— y las purépechas de igual forma descalzas, pero por-tando un elaborado vestido que cubría todo su cuerpo. En efecto, el traje regional de hombres y mujeres fue la indu-mentaria propia de familias regidas por una moral cristiana, que imponía el recato en ambos. Tanto que, en lo que a las se-gundas se refiere, es posible comparar cómo se conducían las mujeres árabes y cómo las purépechas se cubrían la cabeza, se ocultaban la mitad del rostro con el rebozo y se mostraban reservadas afuera de su casa.

Lo segundo —la uniformidad del aspecto entre el común— fue resultado de la adopción de un atavío acorde con lo que la sociedad novohispana consideró apro-piado para los naturales purépechas y para la clase baja. La presión institucional y la social tendió a igualar la aparien-cia entre los hombres y entre las mujeres con un atuendo que identificase a cada quien como miembro de una etnia, de un segmento social y de un poblado.12

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En el siglo xx, la otrora similitud de la ropa se fue perdiendo y refle-jando la cada vez mayor desintegración comunitaria. En la década de los años cuarenta, el cura párroco pugnó en Charapan por desterrar el uso del calzón de manta blanca entre los hombres y la falda de rollo entre las mujeres; tuvo más éxito con los primeros.13 En aquellos días, la indumentaria masculina consistía de camisa, calzón de manta o pan-talón, faja o cinturón, huaraches y sombrero.14 Sólo perduró el uso del karámukukata o calzón que usaban los danzantes charapanenses en el trascurso de las fiestas.

La muda se fue produciendo pese a que las prendas locales tenían la ventaja de ser elaboradas por las mujeres de la familia y por ello eran más económicas, ya que las estaban hechas con colorantes artificiales tenían que ser compradas.Figs. 7-10 A principios del siglo xx, Julio Gutiérrez empezó a usar camisa de color en medio de las críticas de todos. Luego se introdujeron camisas con bordados y, más adelante, suéteres y zapatos en vez de huaraches. Aun cuando las mujeres fue-ron abandonando el rollo, mantuvieron el uso de la falda larga porque

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)Fig. 7. Simón Velásquez, chara-panense fotografiado alrededor del año 1945, vistiendo cami-sa y pantalón de fábrica y calzando zapatos. Carga una “cocucha”, vasija con el esti-lo propio del vecino Cocucho. Atrás había quedado el calzón y la camisa de manta blanca, la faja y los huaraches. Estaba casado con una mujer puré-pecha y él mismo parece haber tenido piel morena; sin em-bargo, cabe la hipótesis que su indumentaria fuera más propia del campesino descendiente de españoles criollos amestizados

y arraigados.

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Fig. 8. Hermenegildo Domín-guez, su esposa Luisa Jerónimo y sus hijos, en el barrio cha-rapanense de San Bartolomé. Obsérvese la transformutación de la indumentaria, en par-ticular la adopción masculina del overol entre los niños, que luego desaparecería a su vez. Obsérvese que la mujer y las niñas van descalzas, mien-tras el hombre y el niño mayor van calzados (el primero con huaraches y el segundo parece llevar zapatos). Constátese el uso general del rebozo de tipos diferentes entre las mujeres ni-ñas y adulta y del gabán en el

jefe de familia.

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Fig. 9. Mujer tejiendo tela de algodón con un telar de cin-tura, para hacer delantales en

Charapan (ca. 1946).

«cuando se la alzaban tantito, les decían [o preguntaban otras mujeres:] si no tenían vergüenza».15

En cambio, al paso de la década de los años setenta del siglo xx, incluso eso había cambiado pues la falda femenina se fue acortando y sólo las ancianas la seguían usando larga. El traje regional convencio-nal y un tanto estereotipado apenas se vestía en ciertas celebraciones.

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La variedad en la indumentaria se había impuesto a la igualdad de antaño.Figs. 10-12

No obstante, todavía quedaba en la memoria de la gente la vestimenta de sus abuelos. Teniéndolo consciente o no, la asociaban a otra época y a otro modo de vida. Más aún, sabían que había sido nor-mada por “el costumbre”.

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Con mucha expresividad, el atuendo registró el origen del pueblo que lo portó. Su homogeneidad fue algo más que una muestra de identidad, que sin duda lo fue: era un acuerdo comunitario acordado con las autoridades novohispanas. Nada raro era que éstas expidieran disposiciones de la forma en que los na-turales debían vestirse o de prohibirles el uso de una u otra prenda. Todavía en el porfiriato, algo de eso llegó a ocurrir. Así que, aparte de los gustos y deseos individuales, que pudieron darse sobre todo entre los principales, en los poblados regía una norma interna y familiar,

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Fig. 10.Una mujer anciana llevaba en 1973 una falda que había sustituido el “rollo” ne-gro, pero mantenía el largo de

aquel.

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como otra externa, que presionaron el uso de un cierto tipo de vestido que ubicaba a cada quien étnica, social y localmente.

Por tanto, si tuviéramos esa información sabríamos de qué poblado o poblados son las personas de la fotografía al principio de este capítulo, si son de tal o cual poblado de Michoacán y qué posición social tenían; más allá de percatarnos de lo evidente: que el hombre es de la clase más baja. Es por eso que aquí es posible afirmar que las pinturas y las fotografías, que hayan plasmado a personajes purépechas, registraron tanto rostros e indumentarias como su inte-gración en un tipo específico de unidad social. Al mirar el ropaje, el tocado y el calzado de mujeres y hombres —aun a principios del siglo xix— se veía nada menos que la propia de quienes se identific-aban como integrantes o descendientes de una república de naturales cristianos.

Con certeza, esa especie de uniforme varió con el tiempo y las familias principales lo compartían o no buscando diferenciarse con la calidad, el adorno y la variedad de sus prendas. Lo que permaneció fue el modo básico de vestir entre el común, el cual reflejó la pertenencia

Fig. 11. (Página de en-frente). El último de los reductos del viejo traje purépe-cha: su variante convencional, aquí vestido por un grupo de muchachas charapanenses acompañadas de su instruc-tora, al finalizar una una celebración escolar en 1973. Aparecen arriba de izquierda a derecha Teresa Chuela Galván, Rosario Bonaparte Isidro, An-gelina Aguilar Acha, Carmen Morales Díaz, Adelaida Ro-sas Melgarejo y Esperanza Hernández Rosas; debajo en el miso orden Carmen Álvarez Acha y María de la Paz Leo-

nardo Aguilar.

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Fig. 12. Adelaida Rosas Mel-garejo, una de las muchachas charapanenses del anterior grupo, con el traje regional convencional de gala sólo usa-do en ciertas ocasiones. El joven que la acompañaba mostraba una indumentaria sin rastro alguno de la purépecha, que aún se vestía a principios del

siglo xx.

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de cada mujer y de cada hombre a su familia, a su barrio y a su corpo-ración purépecha.

La indumentaria característica en el siglo xviii fue, en parte, heredada y en algo conservada en los siglos xix y xx. Durante éstos fue variando hasta incluso desaparecer. Sin embargo, aún pudo perci-

birse como indicio de un tipo de integración histórica.

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Notas

1 Versión modernizada de la trans. ed. por Montes de Oca (1987: 344).2 Véase Alcalá (1541 y 2001: f. 133 r., lám. 138), reprod. en Alcalá (1977:

155, lám. xxiv).3 Véase Alcalá (1541 y 2001: f. 108 v., lám. 31), reprod. en Alcalá (1977:

106, lám. xiv).4 Véase Alcalá (1541 y 2001: f. 61 r., lám. 19), reprod. en Alcalá (1977: 11,

lám. ii). Véanse en gral. las láms. de Alcalá (1541: passim), reprod. en Alcalá (2001).5 Montes de Oca (1987: 343-4. Véase Alcalá (1541 y 2001: ff. 101 r., lám. 29;

118 r., lám. 31; 121 r., lám. 32 y 126 v., lám. 35), reprod. en Alcalá (1977: 91, 125, 131 y 142, láms. xii, xvii, xviii y xxi respectivamente).

6 Véase Alcalá (1541 y 2001: ff. 9 r., 15 v. y 133 r., láms. 4, 6 y 38 re-spectivamente), reprod. en Alcalá (1977: 179, 190 y 155, láms. xxx, xxxii y xxiv respectivamente).

7 Montes de Oca (1987: 344).8 Entrev. a naná Amalia Vallejo, Charapan, 26 de agosto de 1973 (en acr-cgm

1973-4, lbta. 3: f. 5 v.).9 Entrev. a Flavio Caballero, Charapan, 28 de agosto de 1973 (en acrl-cgm

1973-4, lbta. 3: f. 14 r.).10 Velásquez Gallardo (1978: 62, 1ª col.).11 Entrev. a naná Amalia Vallejo Galván, Charapan, 25 de agosto de 1973 (en

acrl-cgm 1973, lbta. 3: f. 4 r. y v. Véanse figs. 5 y 7). Véase indumentaria purépecha de la primera mitad del siglo xx, en fotografías conservadas en la Fonoteca del inah (http://fototeca.inah.gob.mx/fototeca/), núms. de inventario 428088, 430766, 451786 y 5144964.

12 Esto se trató con mayor detalle en el cap. 10.13 Palacios López (1950: 144).14 Cf. Velásquez Gallardo (1949: 45). Véase fig. 7.15 Entrev. a Amalia Vallejo Galván, Charapan, 25 de agosto de 1973 (en acrl-

cgm 1973-4, lbta. 3: f. 4 v.).

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El fascículoEvidencias históricas en la indumentaria purépecha

se terminó de editar y formar el viernes 20 de septiembre de 2013 en el estudio del autor, sito en las inmediaciones del pueblo de Tlal-

pan en la cuenca de México.

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