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314 Capítulo 65 La primera intención de Blancanieves cuando bajó había sido echar una mano a los seis hombrecillos en la preparación del desayuno; sin embargo, viendo el caos que formaban en la cocina, prefirió quedarse aparte y no estorbar. Ellos prepararon té caliente, leche templada, panecillos al horno, mantequilla y mermelada y unas gachas. A la joven le pareció curioso lo bien que se desenvolvían en la cocina. Todos por igual. Y en la casa en general, ya que esta estaba limpia y ordenada. Y le pareció curioso porque al trabajar juntos pare- cían un desastroso torbellino, pero nada más lejos de la reali- dad. Cuando la mesa estuvo servida, Berilo la invitó a sentarse en la silla que pertenecía a Ámbar. Topacio soltó un gruñido y recibió una mirada severa por parte de Obsidiana, así que se abstuvo de soltar comentario alguno. Blancanieves tuvo reparos en ocupar aquel lugar, pero los hombrecillos asintieron con la cabeza en una silenciosa invita- ción, apoyando la de Ber.

Capítulo 65

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Capítulo 65

La primera intención de Blancanieves cuando bajó había sido echar una mano a los seis hombrecillos en la preparación del desayuno; sin embargo, viendo el caos que formaban en la cocina, prefirió quedarse aparte y no estorbar.

Ellos prepararon té caliente, leche templada, panecillos al horno, mantequilla y mermelada y unas gachas. A la joven le pareció curioso lo bien que se desenvolvían en la cocina. Todos por igual. Y en la casa en general, ya que esta estaba limpia y ordenada. Y le pareció curioso porque al trabajar juntos pare-cían un desastroso torbellino, pero nada más lejos de la reali-dad.

Cuando la mesa estuvo servida, Berilo la invitó a sentarse en la silla que pertenecía a Ámbar. Topacio soltó un gruñido y recibió una mirada severa por parte de Obsidiana, así que se abstuvo de soltar comentario alguno.

Blancanieves tuvo reparos en ocupar aquel lugar, pero los hombrecillos asintieron con la cabeza en una silenciosa invita-ción, apoyando la de Ber.

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El espíritu del espejo

Zaf se encargó de servir un poco de todo a la joven, que no salía de su asombro. También había varias piezas de frutas frescas.

—¿Puedo haceros una pregunta?Se miraron.—En realidad, ya la has hecho —comentó Zaf.Varios soltaron risillas y Topacio puso los ojos en blanco.—Adelante —le pidió Zirc, interesado.—¿Qué hacen seis hermanos viviendo en una cabaña apar-

tada en el interior de este bosque?Intercambiaron miradas, pero al final todas se dirigieron

a Obsidiana, y la princesa también le miró. Esperaba que le es-petara algo como que no le importaba, pero él se limitó a lim-piarse la boca y respondió:

—Vivimos aquí desde pequeños. Padre trabajaba en la mina. Tenía un talento especial para encontrar diamantes. —Se hizo un breve silencio en el que Blancanieves apreció el luto en los ojos de los seis hermanos—. Nuestros padres vivían en el pueblo, pero a padre le suponía un trayecto demasiado largo cada día, por lo que decidieron comprar esta cabaña que había pertenecido a un cazador. Nosotros nacimos aquí —comentó con nostalgia—. Padre pasaba las mañanas y parte de las tar-des en la mina, y madre preparaba joyas con los diamantes para venderlas en el pueblo. Nosotros aprendimos a cuidar del huerto para ayudar a nuestros padres, que se deslomaban por darnos una buena vida. Madre siempre volvía del pueblo con algún regalo gracias al dinero que ganaba, aparte de ropa y comida. No solía vender mucho; la mayor parte de la nobleza vive en la ciudad, por lo que poco podían pagarle los puebleri-nos por las escasas joyas que lograba crear. Pero nos bastaba para vivir. —Los hermanos miraron hacia el resto de la casa y

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Erya

Blancanieves pudo respirar su melancolía—. Un día, padre dijo haber hecho un increíble descubrimiento que podría permitir-nos una vida más lujosa en otro lugar. Empezamos a soñar con viajar por grandes ciudades y codearnos con la nobleza. Asistir a esos bailes tan lujosos y lejanos a nosotros.

»Padre empezó a llegar más tarde cada día. Madre siem-pre le esperaba despierta, aunque su llegada fuera en mitad de la noche. Los oímos discutir alguna vez. Ella le decía que estaba obsesionado y que nos descuidaba. Pero él sostenía que todo era por nosotros. Ámbar se ilusionó tanto que empezó a ayudarle con su proyecto. Y, una noche, simplemente, no re-gresaron. —Suspiró e hizo una pausa para beber un sorbo de su té, ya templado. Blancanieves sintió cómo se le encogía el corazón—. Madre los buscó durante días en la mina. No había rastro de ellos. No había huellas que indicaran que alguien les había hecho algo. Desaparecieron sin dejar rastro. Y nunca más supimos de ellos.

Silencio.La princesa no estaba segura de qué decir. La tristeza do-

minaba el semblante de cada uno de los hombrecillos y sabía que sus palabras no servirían de nada.

Ella también había perdido a su padre.Sabía lo que era.—Madre tuvo que buscar trabajo en el pueblo para sacar-

nos adelante —continuó Obsidiana—. A veces lavaba ropa, otras cargaba muebles de un lado a otro o mercancías de los comerciantes. Llegaba destrozada, triste y vacía. Nosotros de-cidimos repartirnos todas las tareas del hogar para que ella no tuviera que hacer nada más que descansar cuando llegara aquí. Topacio se encargaba de cocinar; Zaf limpiaba el suelo; Zirc limpiaba el polvo; Ber cazaba, aunque no siempre con éxito, y

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Ónix y yo trabajábamos en el huerto y lo ampliamos para que nunca nos faltara de nada.

»Pasado un tiempo, y viendo cómo la salud de nuestra ma-dre empeoraba por el trabajo que se veía obligada a realizar, le propusimos trabajar en la mina, como padre. Se enfadó ante la idea. Mucho. Nos dijo que no estaba dispuesta a perdernos y que no se nos ocurriera poner un pie en aquel lugar. —Volvió a beber hasta terminarse la taza—. Durante un tiempo tratamos de convencerla, sin éxito. Especialmente cuando llegaron ru-mores de que un lobo feroz acechaba por el bosque. Ella reco-rría sola el bosque a diario. Nos decía que no nos preocupára-mos, que mientras no abandonara el camino, ella estaría bien. También nos dio instrucciones de no abrir la puerta a nadie más que a ella. Al parecer ese lobo era muy astuto y engañaba a los niños con facilidad.

»Con nosotros también lo intentó, por supuesto. Llamaba a la puerta, ponía voces haciéndose pasar por nuestra madre, pero mirábamos por la ventana y descubríamos su mentira. —Varios suspiros—. Y llegó ese día. —Algunos se cogieron de las manos. Sus ojos se empañaron y Blancanieves quiso decir que no hacía falta que le siguieran contando la historia, pero Obsi-diana habló antes de que ella pudiera hacerlo—. Llamaron a la puerta. La voz era de ella. Los golpes suaves también. Incluso la ropa con la que se había marchado aquella mañana. Zirc co-rrió a abrir, emocionado, pero me interpuse a tiempo. Pataleó y trató de zafarse de mí mientras nuestros hermanos me pre-guntaban que qué estaba haciendo. Grité a quien estaba al otro lado que si se había acordado de traer azúcar para preparar un pastel para cuando padre volviera de la mina. La fina voz de madre me respondió que sí y que la dejara entrar para que

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pudiéramos cocinar juntos el postre cuanto antes, así cuando llegara padre lo encontraría recién hecho.

Zirc hundió la cabeza entre las manos y Obsidiana le pasó el brazo por los hombros. Miró al resto de sus hermanos y clavó los ojos oscuros en Blancanieves.

—Encontraron el cuerpo de madre cerca del camino, com-pletamente… —Su voz se quebró.

La barbilla de Blancanieves tembló. Parpadeó varias veces para contener las lágrimas.

Tras un largo silencio, Berilo habló:—Así que aquí estamos. Volvimos a trabajar en la mina

para sobrevivir. Creamos herramientas y complementos que vendemos en el pueblo. No queremos otra vida. Queremos la que nuestros padres nos enseñaron.