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1 Bibliotecas, formación de lectores y participación Claudia Rodríguez R. Dice Anthony Giddens que la globalización es la intensificación de las relaciones sociales de todo el mundo porque se enlazan lugares lejanos, de tal manera que los acontecimientos locales están configurados por acontecimientos que ocurren a muchos kilómetros de distancia o viceversa. (Giddens). Vinculada a la comunicación, la globalización se da como una oportunidad para transformar la idea de mundo y la experiencia de las colectividades, ya que sus sensibilidades y formas de conocimiento se perfilan en el flujo de mensajes de la radio, la televisión, el cine, las nuevas tecnologías y naturalmente, los libros. Una oportunidad que permite poner en perspectiva las propias especificidades y generar procesos de identidad en los que convergen los signos de un pasado común con aquellos que proceden de contextos y tiempos diversos. En el caso de América Latina, Nelly Arenas observa que “Sometida a la manera global, la región se ha visto obligada a repensar y reforzar sus esquemas tradicionales de integración... o a dar a luz nuevos instrumentos en ese sentido. Simultáneamente, asoman aquí caminos que intentan, desde los espacios más íntimos, los espacios locales, insertarse en el mundo global. Este hecho integracionista que puede asimilarse de una vez como una dimensión más de las transacciones económicas, sin embargo tiene implicaciones culturales porque envuelve maneras de pensar, asumirse, ver los otros, que se insertan en nuestras representaciones sociales”. En este proceso de integración, determinado por la comunicación incesante, está precisamente la base de un nuevo sentido de identidad, más abierto y dinámico, en el que se combinan múltiples expresiones culturales: ecos que la música recoge cuando mezcla el tango con el flamenco y el jazz, o la ranchera con el pop, por ejemplo. Si bien se achaca a la globalización el resquebrajamiento de la experiencia de la identidad, en virtud de la velocidad con que mutan las imágenes y los mensajes en los medios audiovisuales y en relación con la homogenización que impone el mercado, es un hecho también, que pone a la orden del día aquella verdad propuesta por los filósofos –de Hegel a Ricoeur-, acerca de que la identidad del individuo y de la comunidad siempre se forjan en relación con la alteridad, en medio de intercambios comunicativos, simbólicos que rompen los límites entre lo propio y lo ajeno. Intercambios fortalecidos por las acciones culturales con su oferta de estéticas, lenguajes, ideas, conocimientos y opciones de encuentros colectivos. En este sentido, se diría que la globalización favorece la reflexión de los grupos sociales sobre sí mismos, en contextos que a su vez van cambiando por esta misma reflexión, de modo que ese entorno cercano, lo local, se reconoce gracias a la diferenciación y la relación con otras culturas, con las que inevitablemente se establece un diálogo que reafirma la imposición de modelos de identidad o dibuja el mapa de una identidad libremente elegida como destino. La concreción de una u otra opción depende, a su vez, de la conciencia que puedan

Bibliotecas, formación de lectores y participación

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Ponencia presentada en el II Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil.

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Bibliotecas, formación de lectores y participación Claudia Rodríguez R.

Dice Anthony Giddens que la globalización es la intensificación de las relaciones sociales de todo el mundo porque se enlazan lugares lejanos, de tal manera que los acontecimientos locales están configurados por acontecimientos que ocurren a muchos kilómetros de distancia o viceversa. (Giddens). Vinculada a la comunicación, la globalización se da como una oportunidad para transformar la idea de mundo y la experiencia de las colectividades, ya que sus sensibilidades y formas de conocimiento se perfilan en el flujo de mensajes de la radio, la televisión, el cine, las nuevas tecnologías y naturalmente, los libros. Una oportunidad que permite poner en perspectiva las propias especificidades y generar procesos de identidad en los que convergen los signos de un pasado común con aquellos que proceden de contextos y tiempos diversos. En el caso de América Latina, Nelly Arenas observa que “Sometida a la manera global, la región se ha visto obligada a repensar y reforzar sus esquemas tradicionales de integración... o a dar a luz nuevos instrumentos en ese sentido. Simultáneamente, asoman aquí caminos que intentan, desde los espacios más íntimos, los espacios locales, insertarse en el mundo global. Este hecho integracionista que puede asimilarse de una vez como una dimensión más de las transacciones económicas, sin embargo tiene implicaciones culturales porque envuelve maneras de pensar, asumirse, ver los otros, que se insertan en nuestras representaciones sociales”. En este proceso de integración, determinado por la comunicación incesante, está precisamente la base de un nuevo sentido de identidad, más abierto y dinámico, en el que se combinan múltiples expresiones culturales: ecos que la música recoge cuando mezcla el tango con el flamenco y el jazz, o la ranchera con el pop, por ejemplo.

Si bien se achaca a la globalización el resquebrajamiento de la experiencia de la identidad, en virtud de la velocidad con que mutan las imágenes y los mensajes en los medios audiovisuales y en relación con la homogenización que impone el mercado, es un hecho también, que pone a la orden del día aquella verdad propuesta por los filósofos –de Hegel a Ricoeur-, acerca de que la identidad del individuo y de la comunidad siempre se forjan en relación con la alteridad, en medio de intercambios comunicativos, simbólicos que rompen los límites entre lo propio y lo ajeno. Intercambios fortalecidos por las acciones culturales con su oferta de estéticas, lenguajes, ideas, conocimientos y opciones de encuentros colectivos. En este sentido, se diría que la globalización favorece la reflexión de los grupos sociales sobre sí mismos, en contextos que a su vez van cambiando por esta misma reflexión, de modo que ese entorno cercano, lo local, se reconoce gracias a la diferenciación y la relación con otras culturas, con las que inevitablemente se establece un diálogo que reafirma la imposición de modelos de identidad o dibuja el mapa de una identidad libremente elegida como destino. La concreción de una u otra opción depende, a su vez, de la conciencia que puedan

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desarrollar individuos y comunidades sobre las formas de organizarse en torno a intereses que se comparten socialmente (Álvarez). Es aquí donde la biblioteca aparece como una alternativa educativa que favorece la comunicación a través de la lectura y el intercambio de información, pero sobre todo a través de la conversación con un público que busca respuestas a su vida cotidiana, además de las respuestas a sus necesidades de conocimiento sobre algún saber, es decir, con ese grupo humano que se teje desde ella misma.

En esta línea, la gestión de la biblioteca comenzaría con la puesta en circulación de las narraciones, costumbres y signos con los que las personas interpretan y reconstruyen su contexto vital y espiritual. De este modo, la gestión desdibuja la línea que separa el saber común del conocimiento formal, “la experiencia social de los conocimientos especializados” y da lugar a una práctica del conocimiento como estrategia para identificar, mediar y solucionar problemas. En palabras de Joaquín Brunner “Parece haber llegado el momento en que el conocimiento deja de ser el dominio exclusivo de los intelectuales y sus herederos más especializados -investigadores y tecnócratas- para convertirse en un medio común a través del cual las sociedades se organizan y cambian” (Brunner).

En medio de estas ideas la presencia de un bibliotecario abierto, con aptitud y formación para captar las señales que llegan continuamente de la comunidad, como sugiere Luis Milanesi, es indispensable; un bibliotecario capaz de observar el modo en que las personas utilizan sus representaciones, para desarrollar a través del acervo, los servicios y el diseño de programas de lectura, la conciencia sobre las oportunidades de participación que todos tienen.

Observar, aquí, implica conversar de uno a uno, levantar un mapeo, hacer un diagnóstico, en busca de aquellos indicios que puedan servir de punto de partida para ayudar a las personas a desarrollar sus estrategias de acción, de manera exitosa. Sin embargo, aunque compartimos estos y otros presupuestos alrededor de la gestión de la biblioteca pública y su función pedagógica, al detenernos en ellos encontramos que se ajustan muy bien al ideal de las bibliotecas de las ciudades, donde las instalaciones físicas, recursos económicos, conexiones en red y un equipo de bibliotecólogos y gestores sociales la hacen posible. ¿Pero, qué ocurre cuando todo este deber ser se lleva a las comunidades rurales?, ¿en qué quedan convertidas las teorías, los discursos sobre la biblioteca pública en el marco de una geografía intrincada, con poblaciones que sobreviven en medio de la escasez s y el desplazamiento continuo y entre colecciones de libros y materiales audiovisuales que colonizan los municipios, al lado de bibliotecarios, la mayor parte de las veces, principiantes en el oficio y sin formación?, ¿bibliotecas y bibliotecarios cuyas redes de comunicación, en general, se afianzan en los encuentros de las fiestas populares y las juntas de acción comunal, los paseos de domingo o la misa, la radio y la televisión, porque si llega a haber en la biblioteca un computador el bibliotecario apenas si logra consultar el Siabuc, por no hablar de aquellos lugares que aún carecen de conexiones a internet?. Las páginas de ponencias y discursos, los talleres y encuentros, mesas redondas y experiencias palidecen un poco. Sí, es necesario imaginar en palabras la

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realidad que luego será una acción concreta, pero quizás a fuerza de inventar un mundo hecho de palabras con el genuino convencimiento de producir algunos cambios en la concepción y las tareas de las bibliotecas, la teoría esté obviando contrastes, ritmos, fracturas, modos de asociación que se dan en los pueblos y que determinan también modos de organización que escapan a los conceptos, aún aquellos que insisten en las ilusiones de la democratización y la participación ciudadana.

Aquí vale la pena observar de cerca algunos de los movimientos que ha generado la llegada de las bibliotecas con las que el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, de Colombia, ha beneficiado a cerca de 1080 municipios, con el fin de tomar el pulso a las respuestas de la gente. Es quizás, una forma certera de sopesar las diversas relaciones, representaciones sociales e identidades que se han descubierto y conjugado alrededor de las bibliotecas municipales, con objeto de reconocer en ellas los principios de un nuevo discurso sobre la función social y cultural de las bibliotecas en medios locales en donde los asuntos de la comunidad aún no son materia de comunicación. Entornos en donde la globalización es una experiencia indiferenciada, a mitad de camino entre los mensajes de la radio y la televisión –como expresiones culturales modernas- con oralidades e imaginarios de tiempos remotos, sin acceso, aún, a los hipertextos de las nuevas tecnologías y sin opciones de discusión sobre los propios problemas.

El nuevo discurso del que hablamos puede edificarse, en parte, sobre la voz y el trabajo de las personas involucradas con el Grupo de Amigos de la Biblioteca (GAB), que hizo parte del modelo de gestión propuesto por Fundalectura para asentar y dinamizar las bibliotecas municipales, y en el que se propone al bibliotecario invitar a docentes, líderes comunitarios, jóvenes y lectores en general a formar un equipo de apoyo para proyectar la biblioteca.

Tomemos el caso de la biblioteca pública de Guanacas, una vereda de 50 familias (doscientos cincuenta personas) que pertenecen al municipio de Inzá en el departamento del Cauca. Los nativos de esta vereda, separada apenas de un Cabildo Indígena Páez por el río Guáitara, no se consideran descendientes de indígenas. Aunque la arquitectura de sus casas, los materiales de construcción que emplean en ellas, su arraigada conciencia del trabajo comunitario y la manera como se reúnen para tratar los temas de interés para la comunidad, entre otras dinámicas sociales, indican que son muy semejantes a aquellos, los guanaqueños se denominan a sí mismos “campesinos”, en un intento deliberado por diferenciarse de otras comunidades de la zona.

La identidad, que esta definida por el territorio, la historia, la cultura, entre otros factores, en este caso demuestra su movilidad, pues al tiempo que los guanaqueños insisten en resaltar sus particularidades frente a sus coterráneos, comparten con ellos patriarcas que aún persisten en la memoria colectiva y marcan un derrotero dentro de su comportamiento y maneras de socializar. También cifran su diferencia a partir de una frontera geográfica: el río Guátira. Como buscaban zafarse del estigma de indígenas, que los ponía en riesgo frente a los grupos armados, cruzaron la frontera simbólica como mecanismo de supervivencia, consolidando de este modo la transformación de su

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identidad. Desde entonces, en toda la zona los descendientes de familias indígenas decidieron asumirse como labriegos y campesinos para escapar a la violencia. Cuando durante el gobierno de Belisario Betancur, se creó un sistema de subsidios para los cabildos y resguardos indígenas, muchas comunidades retomaron su condición de tales para acogerse a este beneficio. Los guanaqueños, en cambio, se reafirmaron en su condición de campesinos.

Una vez replegada, esta comunidad comenzó a pensar sobre sus propias necesidades. Hace más de una década, el deseo de contar con un espacio en el cual pudieran deliberar sobre sus asuntos, los movieron a construir “La casa del pueblo”. Querían cuatro paredes y un techo para almacenar algunos libros que tenían como públicos y para poder hablar y establecer los acuerdos que los caracterizan como grupo cohesionado. Luego de muchas vueltas y de que el proyecto creciera, precisamente debido a la deliberación permanente sobre la mejor manera de llevarlo a cabo, la comunidad construyó, en un trabajo común del que fueron albañiles, picapedreros, obreros y arquitectos, una biblioteca que superó todas expectativas hasta llegar a ser reconocida con el Premio Nacional de Arquitectura 2004. “La casa del pueblo” sirvió para mucho más que almacenar libros y sostener reuniones comunitarias. Actualmente es el orgullo de la vereda y es casi un lugar sagrado dado el respeto y el afecto que le rinden los guanaqueños. En ella, cada uno de los patriarcas tiene un nicho en el que se reproduce su imagen, en otro espacio simbólico desde el que presiden las reuniones del pueblo.

El proceso comunitario para gestionar los recursos con los cuales levantar la obra incluyó la presentación de un proyecto al gobierno de Japón; la permanencia de dos años en la vereda, de un arquitecto bogotano cuya estadía allí facilitaron las familias; la adecuación del terreno, que requirió cerca de siete años de trabajo de los miembros de la comunidad y la edificación de la biblioteca, en la que también participaron todos. Este año, los guanaqueños entraron en la tercera fase del Plan, organizaron un GAB con más de 25 miembros activos, un bibliobus en el que desarrollan actividades de lectura para niños y jóvenes, una tertulia con adultos que funciona como actividad permanente en la biblioteca, y conexión a Internet. La biblioteca recibe al público permanentemente, circula colección en la vereda y en la cabecera municipal y es el lugar en el que se toman las decisiones más importantes para todos, frente a una mesa oval de grandes dimensiones en la que las personas están en pie de igualdad.

Hoy, “La casa del pueblo” recibe público del cabildo indígena que está más allá del río, con lo que el radio de su influencia se ha ampliado y los miembros de las 50 familias han entrado en un proceso de intercambio cultural con otras comunidades de la zona. Podría esperarse que se abra paulatinamente a las comunidades que están más allá del río y promueva el intercambio de nuevos relatos, sobre los que aflore una nueva identidad.

Ahora bien, si se analizan los factores que han incidido en la agrupación de los guanaqueños y en la gestión de su biblioteca, la oralidad aparece en el centro, articulando las expresiones de los individuos que hablan de sí mismos y de los otros en medio de la contrastación de sus afectos e ideas. Como una experiencia cultual básica,

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la oralidad es una estrategia de organización de la realidad sobre la que se fundan relaciones entrañables y proyectos de vida. Considerando estas ideas tendremos que decir que en el momento mismo en que los miembros del GAB y los habitantes de los municipios se reúnen para leer y conversar o para discutir temas de gestión de la biblioteca, comienzan el ingreso a la comunicación global, entendida como escenario multicultural donde circulan diferentes relatos que sirven de referentes para constituir las identidades concebir acciones de organización social. Anterior a la cultura letrada, la oralidad traspasa la escritura y la complementa. En la descripción de un hecho que afecta a todos, como en la interpretación de un relato literario, expone al sujeto que habla, lo abre a la lectura de los otros y le ofrece un lugar dentro del grupo. Porque una cosa es reunirse en torno a la celebración y nostalgia del pasado y otra congregarse en torno a la conversación sobre el territorio que se habita y sobre la manera de habitarlo para comprender aquello que los diferencia, reconocer fragilidades, faltantes, opciones, que de todas maneras atraviesan la memoria acumulada. Como apunta Jesús Martín Barbero: “la identidad ya no es por tanto concebible ni en su afirmación como separación o repliegue excluyente, en su negación por integración en la fatalidad de la homogenización. Ahora es percibida y pensada en forma nueva: como una construcción que se relata” (Barbero- Gautier).

No queda duda que el caso de Guanacas arroja luces sobre las relaciones que se tejen entre la identidad, la gestión local y los procesos de comunicación que, en una escala incipiente, se articulan con los fenómenos de la globalización. En este marco es que hablamos de globalización como una oportunidad.

Veamos ahora el caso de Barranco de Loba, al sur de Bolívar. La bibliotecaria de ese municipio, al igual que casi la totalidad de los bibliotecarios públicos municipales del país, llegó por accidente a su cargo. No era lectora, no tenía ni idea de cómo organizar los libros en la estantería, no reconocía los títulos y asumió que la biblioteca debía limitarse a atender las necesidades de los escolares del municipio. A partir de la primera visita y del primer encuentro de bibliotecarios establecidos por el PNLB, Flor Marina despegó, y con ella la biblioteca. Comenzó por explotar la colección junto a su amiga Edelsy Ortega, madre cabeza de familia y la encargada de administrar un puesto de salud en el municipio. Edelsy fue la primera integrante del GAB y juntas convencieron al alcalde para que las enviara al primer encuentro de bibliotecarios de la zona. Siguiendo el modelo de gestión planteado por Fundalectura, convocaron a diferentes personas de la comunidad e iniciaron encuentros de lectura en voz alta y conversación dentro de la biblioteca, dos veces por mes. En una de esas reuniones, un concejal del municipio descubrió El Manual de la gestión municipal, presente en la colección. A partir de la lectura de ese libro logro abrir un debate dentro del concejo municipal sobre la necesidad de asignar un presupuesto anual a la biblioteca. Aunque el presupuesto no fue asignado inmediatamente, el tema, que nunca se había pensado ni planteado en Barranco de Loba, consiguió calar en un foro por fuera de la biblioteca. Hacia el final de nuestro acompañamiento el GAB de Barranco de Loba había crecido hasta contar con cerca de ocho integrantes que a lo largo de ocho reuniones, además, habían comenzado a identificar debilidades y oportunidades relacionadas con la biblioteca y su incidencia en la

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comunidad. Flor Marina dominaba los títulos y los contenidos de la colección infantil y el servicio que prestaba a los escolares iba más allá de su trabajo inicial, cuando identificaba para ellos los libros en los cuales podían encontrar la información para sus deberes. Ahora recomendaba libros ilustrados y libros de cuentos según su conocimiento de esos materiales y del público infantil.

La labor realizada por el equipo en Barranco de Loba, arrojó un resultado tangible: el GAB organizó una inauguración de la biblioteca con recursos otorgados por la administración pública y gestionado por el equipo. Al final de la jornada inaugural una multitud de adultos y jóvenes pudieron identificar la casa de cultura donde tenía sede la biblioteca y escucharon la lectura del reglamento y de los servicios que esta ofrecía.

En Guanacas y en Barranco de Loba se revelan dos de las posibles formas de organización social desde y alrededor de la biblioteca pública. Como apuesta que arranca colectivamente, en el primer caso, y como iniciativa individual que va adhiriendo poco a poco al grupo, en el segundo. De cualquier modo, uno y otro corroboran que biblioteca, oralidad, lectura y alianzas en pequeña escala producen un nuevo sistema de comunicación imbuido por “aprendizajes, coproducción y/o disputas alrededor de diversas representaciones sociales”; sobre ellas se erigen las problemáticas que habrán de convertirse en asuntos de política pública, en una dinámica que convierte lo local en un nuevo foco de atención, en donde las comunidades adquieren mayor fuerza para mirarse y configurar una nueva identidad en función de los regional, lo nacional y lo mundial.

Bibliografía

Nelly Arenas. “Globalización, integración e identidad: América Latina en las nuevas perspectivas”, Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura, 1999, Vol, 5 No. 1, enero-jun

Jesús Martín Barbero. La educación desde la comunicación. Editorial Norma: Bogotá, 2003

Jesús Martín Barbero. “Jóvenes: comunicación e identidad” en Pensar Iberoamérica. Revista de Cultura No. 0, febrero 2002

Didier Álvarez. “Perspectiva cultural, educativa y política de la biblioteca pública”. Sin fuente.