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1 Asignatura: Atuendo Tradicional Argentino Cátedra: Héctor Aricó Inchauspe, Pedro: Las pilchas gauchas (Dupont Farré, Bs. As., 1947) Acotación preliminar Las pilchas gauchas -la vestimenta y el apero- es un libro de simple vulgarización. De acuer- do con una posición personal que he observado estrictamente en toda mi obra -el deseo de interesar a los más con estos comentarios de nuestra tradición- en este libro se describen, en forma somera, y en lo posible sin tecnicismos que lo alejen del lector común, las prendas de vestir y las del apero o recado, usadas las primeras en su tiempo -tiempo que feneció defini- tivamente en las postrimerías del siglo pasado, época en que desapareció, también definiti- vamente, el gaucho- y en uso todavía las segundas, porque el caballo, como útil de trabajo, sigue siendo hoy en nuestro campo lo que era ayer. características regionales Cada una de las regiones de nuestro país tiene sus costumbres, costumbres que responden, por una ley natural, a las modalidades que impone el medio ambiente. Por eso, es necesario distinguir en el gaucho -paisano o campesino y, en modo especial, el obrero de las tareas ga- naderas en el campo abierto de antaño- cuatro tipos, entre los cuales existieron y existen di- ferencias más o menos pronunciadas: el serrano de la región central, el de la andina, el pai- sano de la pampa y el del litoral o mesopotámica, siendo estos dos últimos los que tienen entre sí mayores puntos de contacto y los que dieron origen al gaucho. Las diferencias men- cionadas se encuentran, más que en el físico, en la manera de hablar, en las voces populares o modismos, en las prendas de vestir y en las del apero o recado, en los elementos de tra- bajo y en la forma cómo se encaran éstos, en los bailes, en los cantos, en las creencias y en muchas otras manifestaciones de las comunidades. En estas diferencias, el factor geográfico tiene una gran importancia y debe ser considerado como el principal de los generadores; el serrano, en muchos casos, deja el caballo por la mula; el isleño reemplaza a uno y a otra con el bote. Es que la tierra, la piedra y el agua imponen sus condiciones, condiciones a las que el hombre no tiene más remedio que someterse. En todos los rincones del mundo la pobla- ción humana, la flora y la fauna están condicionadas a la influencia omnipotente del factor geográfico; y esta influencia tiene que ser -por razones simples- más incontrastable en los pueblos nuevos, los pueblos que se encuentran en los albores de su formación cultural, vale decir, librados a sus propias y escasas fuerzas. Así, el hombre de la llanura le llamó ‘pilchas’ a todas las prendas de vestir y del recado, fue- sen lujosas o no; en cambio, en el mismo caso, el serrano, aunque también usa aquella, pre- fiere la denominación de ‘calchas’, que incluye las ropas de cama, y agrega la de ‘cacharpas’ para las del apero. ¿Por qué? Sencillamente por imposición de la costumbre, la tradición, pero claro está que esa costumbre tiene que tener su origen en factores lógicos y propios de cada lugar. En consecuencia, debemos remitirnos siempre a la anterior clasificación de nuestro hombre de campo, vale decir, a la zona de su actuación; ello nos permitirá ubicarlo más exactamente dentro de sus usos y costumbres, pues del norte al sur y del este al oeste de la República Argentina los modos típicos pueden variar fundamentalmente. Y más aún: en los tiempos pasados, esas diferencias, aunque no tan pronunciadas, eran frecuentes hasta dentro de los límites de una misma región, o sea entre los diversos ‘pagos’ que la formaban.

Atuendo Gaucho

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analisis del atuendo gaucho

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  • 1Asignatura: Atuendo Tradicional ArgentinoCtedra: Hctor Aric

    Inchauspe, Pedro: Las pilchas gauchas (Dupont Farr, Bs. As., 1947)

    Acotacin preliminarLas pilchas gauchas -la vestimenta y el apero- es un libro de simple vulgarizacin. De acuer-do con una posicin personal que he observado estrictamente en toda mi obra -el deseo deinteresar a los ms con estos comentarios de nuestra tradicin- en este libro se describen, enforma somera, y en lo posible sin tecnicismos que lo alejen del lector comn, las prendas devestir y las del apero o recado, usadas las primeras en su tiempo -tiempo que feneci defini-tivamente en las postrimeras del siglo pasado, poca en que desapareci, tambin definiti-vamente, el gaucho- y en uso todava las segundas, porque el caballo, como til de trabajo,sigue siendo hoy en nuestro campo lo que era ayer.

    caractersticas regionalesCada una de las regiones de nuestro pas tiene sus costumbres, costumbres que responden,por una ley natural, a las modalidades que impone el medio ambiente. Por eso, es necesariodistinguir en el gaucho -paisano o campesino y, en modo especial, el obrero de las tareas ga-naderas en el campo abierto de antao- cuatro tipos, entre los cuales existieron y existen di-ferencias ms o menos pronunciadas: el serrano de la regin central, el de la andina, el pai-sano de la pampa y el del litoral o mesopotmica, siendo estos dos ltimos los que tienenentre s mayores puntos de contacto y los que dieron origen al gaucho. Las diferencias men-cionadas se encuentran, ms que en el fsico, en la manera de hablar, en las voces populareso modismos, en las prendas de vestir y en las del apero o recado, en los elementos de tra-bajo y en la forma cmo se encaran stos, en los bailes, en los cantos, en las creencias y enmuchas otras manifestaciones de las comunidades. En estas diferencias, el factor geogrficotiene una gran importancia y debe ser considerado como el principal de los generadores; elserrano, en muchos casos, deja el caballo por la mula; el isleo reemplaza a uno y a otra conel bote. Es que la tierra, la piedra y el agua imponen sus condiciones, condiciones a las queel hombre no tiene ms remedio que someterse. En todos los rincones del mundo la pobla-cin humana, la flora y la fauna estn condicionadas a la influencia omnipotente del factorgeogrfico; y esta influencia tiene que ser -por razones simples- ms incontrastable en lospueblos nuevos, los pueblos que se encuentran en los albores de su formacin cultural, valedecir, librados a sus propias y escasas fuerzas.As, el hombre de la llanura le llam pilchas a todas las prendas de vestir y del recado, fue-sen lujosas o no; en cambio, en el mismo caso, el serrano, aunque tambin usa aquella, pre-fiere la denominacin de calchas, que incluye las ropas de cama, y agrega la de cacharpaspara las del apero. Por qu? Sencillamente por imposicin de la costumbre, la tradicin,pero claro est que esa costumbre tiene que tener su origen en factores lgicos y propios decada lugar.En consecuencia, debemos remitirnos siempre a la anterior clasificacin de nuestro hombrede campo, vale decir, a la zona de su actuacin; ello nos permitir ubicarlo ms exactamentedentro de sus usos y costumbres, pues del norte al sur y del este al oeste de la RepblicaArgentina los modos tpicos pueden variar fundamentalmente. Y ms an: en los tiempospasados, esas diferencias, aunque no tan pronunciadas, eran frecuentes hasta dentro de loslmites de una misma regin, o sea entre los diversos pagos que la formaban.

  • 2la vestimenta gauchaEn general, los hombres de la ciudad estn convencidos de que conocen bien la vestimentagaucha; y lo estn porque el circo, el teatro y el carnaval -y hasta muchos tradicionalistas-les han presentado, con suma frecuencia y dentro de una gama variada, lo que ellos creen,acaso sinceramente, que fue el traje gaucho. Sin embargo, si por uno de esos milagros de lafantasa, pudisemos retrotraernos y asistir a una reunin de gauchos de verdad, nuestroconcepto actual sufrira una enorme decepcin; la realidad nos hara comprender, en el acto,hacia qu punto alcanza nuestro engao. Y es que el circo, el teatro, el carnaval, y tambinlos muchos tradicionalistas, han creado un traje gaucho ms de utilera que real, un trajeque llena los ojos del espectador, pero que atenta contra la verdad y crea un conceptoequivocado del mismo. Yo entiendo que hablar de tradicin o tratar de encarnarla, es pura yexclusivamente hacer historia; la historia de nuestro pasado, tal como fue en realidad. Hedicho y repito: si alguna documentacin fiel nos queda de las viejas pocas, ella es la que serefiere a las prendas de vestir y a las del apero o recado del gaucho. En los museos argen-tinos y en ricas colecciones particulares, existen dibujos y pinturas que reproducen escenasde nuestro pasado, en sus distintos momentos y con sus tipos y costumbres; documentacinpositiva, irrecusable, pues los dibujantes y pintores, tuviesen o no una tcnica depurada, nose dejaban llevar por la imaginacin, no creaban; tenan delante de sus ojos el modelo cabal;reproducan, simplemente, lo que vean, o sea que el ambiente de conjunto, el detalle y elcolor se registraban con entera fidelidad.A travs de esa documentacin, y la de los viajeros escritores, tambin importante, compro-baremos que siempre, y en todas las regiones, los colores vivos fueron caracterstica prin-cipal en el vestido campero de ambos sexos. El negro y toda la escala de tonos oscuros,severos, correspondan ms al traje de lujo -que no estaba al alcance de todos- y al de laspersonas de edad, a los ancianos y a los habitantes de los pueblos.De dnde sali, entonces, ese gaucho que vemos, siempre vestido de negro de pies a cabe-za? Y no es esto slo: a qu antecedente se habrn remitido los que usan chirip y blusacorralera, con abigarramiento de bordados a todo color?Voy a tratar de aclarar, segn lo alcanzo, el origen de los errores, la probable causa denuestra confusin: el circo hizo su aparicin -o se populariz- all por 1880; para entonces,el gaucho, en su verdadera acepcin, haba desaparecido casi totalmente, anulado por lapropiedad, el alambre y las tranqueras que modificaban por completo las condiciones de lacampaa; el hombre del caballo, el lazo, las boleadoras y el cuchillo, verdadero represen-tante de una poca de nuestra formacin social -hombre con muchos defectos, s, perotambin con virtudes indiscutibles- era ya tipo del pasado en sus lneas principales. El circolo revivi o, mejor dicho, crey revivirlo; forj un gaucho para las tablas, un gaucho mora-lista, verdadero pozo de sabidura o experiencia. Unas veces era un viejo patriarcal, que enlargusimas tiradas filosficas dictaba normas de conducta a sus descendientes y allegados,tomando mate a la sombra del omb tpico o del alero del rancho; otras, era el matrero des-graciado, a quien perseguan sin descanso -siempre injustamente- policas prepotentes y cau-dillos sin conciencia. Y para ambos individuos cre tambin la gauchiparla, la verborreagaucha, otra ficcin, ya que el gaucho fue, por excelencia, sentencioso y reticente, o sea quedeca mucho con pocas palabras. De ah los modismos y refranes en que finca su vocabu-lario. Falseado as en sus condiciones intrnsecas... qu importancia poda tener el falsearloen lo exterior?Para el circo, el color negro haca un magnfico contratono con la albura de los calzoncilloscribados y con el blanco del pauelo del cuello; la vincha -que nuestro gaucho us sloaccidentalmente- era prenda efectiva, pues permita al protagonista sacudir con vigor la ca-

  • 3beza, mientras haca frente a la partida policial, sin que se le desacomodase la negra y largamelena. En fin, cuestiones de conveniencia escnica ms que intenciones de deformar laverdad; a lo sumo incomprensin o ignorancia. Pero lo malo es que el espectador creyestar delante de la realidad y cuando quiso encarnar al gaucho, rendirle su sincero homenaje,lo encarn tal como lo haba conocido a travs de la ficcin.Atenindonos a las fuentes de informacin antes citadas, podemos decir que el traje, ms omenos tipo, de un gaucho elegante de mediados del siglo pasado -debe tenerse en cuentaque eran los menos- se compona de: botas de potro -la bota fuerte o de fbrica tambin erafrecuente- calzoncillos cribados, camisa de mangas holgadas, con puos; encima del cal-zoncillo llevaba el chirip -que luego cambi por la bombacha, en razn de su mayor co-modidad- sostenido por el ceidor o la faja; cubriendo esta prenda, el cinto de cuero ochanchero, adornado con monedas, pero no con exceso, y cerrado por delante con unarastra; el chaleco, que no alcanzaba a llegar a la cintura, se prenda con dos o tres boton-citos de metal precioso; la chaqueta -no la corralera que es muy posterior- corta, quedabaabierta en la parte delantera y dejaba ver el chaleco, parte de la camisa y la rastra, infaltablelujo gaucho; un pauelo al cuello y otro para sujetar el cabello, que en un tiempo se llevmuy largo con trenzas y hasta con peinetas, exactamente como en los usos femeninos. Asemejante costumbre se refiere Leopoldo Lugones, en uno de sus magnficos romances, alhablar de dos gauchos que han bajado a Buenos Aires, desde Tucumn, en busca de regalospara sus novias.

    Por ser prendas delicadasque no aguantan las maletas,cada cual ha de traer en su trenza las peinetas.

    Pues el hombre de esos tiemposuna y otra cosa usaba,que el serenero en la nuca bajo el chambergo embolsaba.

    Completaba el equipo un sombrero de alas angostas y copa alta, en forma de cubilete dedados, pero el gaucho consider integrantes de su vestimenta, o imprescindibles, el poncho,el cuchillo, las espuelas y el rebenque, prendas que no abandonaba mientras estaba de pie.La vincha no fue comn en el traje del hombre de la llanura ni en el del serrano, que slo lausaron accidentalmente, en oportunidad de una doma, carreras o en las boleadas de gamas yavestruces. Lo corriente fue el pauelo -llamado serenero por Lugones- que cubra lacabeza, la nuca y parte de la cara, y que se llevaba atado en formas diversas. En resumen,enumeradas por su orden, de los pies a la cabeza, las pilchas o calchas nombradas, son:

    a) Botas de potrob) Calzoncillos cribadosc) Chiripd) Ceidor o fajae) Cinto o chanchero y rastra f) Camisa

    g) Chalecoh) Chaqueta, blusa o sacoi) Pauelo de cuelloj) Serenero k) Sombrero

    Ahora bien: debe tenerse en cuenta que entre las prendas indicadas y todas las dems de usogeneral, hubo, en el transcurso del tiempo, y hasta contemporneamente a cada poca, grancantidad de modelos y estilos, pues el gaucho llev bragas o calzn corto, pantaln y cha-queta ajustados, de tipo espaol, sombrero de paja, de los llamados panam o jipi-japa, otrode forma parecida a los actuales cilindros de felpa, el caracterstico panza de burro, boinacon un borln que caa a un costado, etc., etc. Y as hasta el infinito.

  • 4Por otra parte, existi quien nunca supo lo que era ponerse un sombrero, una chaqueta, uncalzoncillo -con cribos o sin ellos- y alguna otra prenda que la pobreza desterraba.Un pauelo reemplazaba, con xito, al sombrero; el poncho supla la falta de chaqueta osaco -que tambin se us mucho- y el chirip, un poco ms amplio y cado, la del cal-zoncillo. Y este disimulo sobraba cuando el gaucho era un gaucho rotoso o de pata en elsuelo, como se deca para designar al que andaba siempre descalzo, es decir, al haragnrecalcitrante, ya que el material para confeccionar unas botas estaba all, en medio del cam-po, al alcance de todos, y no costaba un centavo siquiera.En cuanto a las mujeres, los vestidos, con profusin de puntillas que se almidonaban al igualque la ropa interior, se caracterizaban por ser amplios, sin escote y con mangas largas, paradefender la piel de las caricias agresivas del sol y del viento unas veces, y otras para con-formarse a las reglas que impona el pudor. La coquetera ha sido la ms constante de lasvirtudes femeninas, en todos los tiempos y pocas, lo mismo en el corazn de las ciudades ypueblos que en medio del desierto. Claro que tambin aqu, caben todas las excepciones queantes se anotaron para los hombres.1 Y repito lo que ya he dicho muchas veces: en ciertascuestiones de la tradicin, especialmente en esta que hemos tratado, no hay que inventarnada. Aqu y all, en libros y ms libros, estn las pilchas gauchas bien descriptas, con suforma, su color y sus adornos.Y aqu y all, en los cuadros pictricos de la poca. La verdad es fcil de encontrar. Pero esnecesario que estemos dispuestos a buscarla y que la busquemos sin pasionismo, con lamisma independencia de criterio y juicio con que el historiador -el verdadero historiador-estudia y anota los hechos que caracterizan a un pueblo o una poca. Como una curiosidad,y al mismo tiempo a modo de confirmacin de lo dicho anteriormente, transcribimos ladescripcin que del traje de don Francisco Candioti -el prncipe de los estancieros de SantaFe- hizo Juan Parish Robertson, ingls que nos visit all por 1810.Sus atavos -dice- a la moda y estilo del pas, eran magnficos. El poncho haba sido hechoen el Per, y adems de ser del material ms rico, estaba soberbiamente bordado en campoblanco. Tena una chaqueta de la ms rica tela de la India, sobre un chaleco de raso blancoque, como el poncho, era bellamente bordado y adornado con botoncitos de oro, pen-dientes de un pequeo eslabn del mismo metal. No usaba corbata, y el cuello y pechera dela camisa ostentaban primorosos bordados paraguayos en fino cambray francs. Su pantalnera de terciopelo negro, abierto en la rodilla y, como el chaleco, adornado con botones deoro, pendientes tambin de pequeos eslabones que, evidentemente, nunca se haban pen-sado usar en los ojales. Debajo de esta parte de su traje se vean las extremidades, con flecosy cribados, de un par de calzoncillos de delicada tela paraguaya. Eran amplios como pan-talones de turcomano, blancos como la nieve, y llegaban a la pantorrilla, lo bastante paradejar ver un par de medias oscuras, hechas en el Per, de la mejor lana de vicua. Las botasde potro del seor Candioti ajustaban los pies y tobillos como un guante francs ajusta lamano, y las caas arrolladas dbanles el aspecto de borcegues. A estas botas estaban adhe-ridas un par de pesadas espuelas de plata, brillantemente bruidas. Para completar su atavo,el principesco gaucho llevaba un gran sombrero de paja del Per, rodeado por una cinta deterciopelo negro, y su cintura ceida con una rica faja de seda punz, destinada al tripleobjeto de cinturn de montar, de tirantes y de cinto para un gran cuchillo con vaina ma-rroqu, de la que sala el mango de plata maciza.

    1 De mi pago y de mi tiempo, de A. J. Althaparro, libro aparecido en 1944, contiene datos interesantes yde gran veracidad sobre vestimenta gaucha; a esa obra deben remitirse los lectores que deseen ampliar susconocimientos sobre el tema.

  • 5Conviene recalcar, para mayor claridad, que ese traje no es un traje de solemnidad o fiesta:es el traje que usa cotidianamente don Pancho Candioti.

    Descripcin y vocabulario

    botas de potroLa bota de potro es, por excelencia, la ms tpica de las prendas gauchas. Su nombre sedebe a que estaban hechas de cuero de potro; podan ser tanto de caballo, como de yegua opotrillo, aunque se daba preferencia a los animales ya desarrollados, pues ese material resul-taba de mayor duracin. Para hacerlas, se sacaba entero el cuero de las patas traseras de unpotro; una vez limpios de todo pellejo y bien sobados, esos tubos de cuero, con la parte delpelo hacia afuera -dejndolo o afeitndolo, a gusto de su dueo- se amoldaban a las piernasy pies del hombre; el ngulo que forma el garrn serva de talonera, y la parte superior, ajus-tada con un tiento o una liga, de caa.Las puntas de la bota de potro se dejaban, a veces, abiertas totalmente o en parte, y por esaabertura salan los dedos del pie, que los jinetes llevaban desnudos para estribar entre losdedos, o sea de acuerdo con las costumbres de aquella poca.Una bota similar a la descripta, menos frecuente, pues slo la usaban los gauchos ricos oelegantes -resultaba cara y poco durable- era la que se confeccionaba con cuero de tigre ogato monts, dejndole el pelo con todo su colorido.calzoncillos cribadosEl calzoncillo, cuyos perniles blancos eran casi tan anchos como una enagua, tena en la par-te inferior, la que sala por debajo del chirip y cubra las piernas hasta los tobillos, flecos yuna serie de bordaditos calados o cribos; estos cribos son los que dieron origen al nombrede calzoncillos cribados.chiripEl chirip, cuyos antecedentes le asignan un probable origen indio, es una especie de man-ta, muy parecida al poncho -que lo reemplazaba, en casos de necesidad- y hasta se afirmaque los primeros chiripaes no fueron otra cosa. Las orillas se ribeteaban con trencilla, y loscolores vivos, a que fueron tan afectos los gauchos, eran frecuentes, ya en un tono uni-forme, ya en franjas o listas longitudinales.Al igual que el poncho, el chirip de vicua -rumiante de la regin cordillerana, que pro-duce una lana de excelente calidad- era expresin de riqueza y buen gusto; lo mismo ocurracon el merino negro.ceidor - fajaEl chirip se sujetaba con el ceidor o la faja. El ceidor, de seda o lana y vivos colores,tena cierta diferencia con la faja; era ms angosto y, una vez ajustado, con una o dos vueltasa la cintura, se anudaba y las dos puntas, terminadas en borlas, caan -atrs, adelante o a uncostado- hasta distancia de una cuarta, ms o menos. En cambio, la faja da mayor nmerode vueltas a la cintura del hombre y sus extremos se introducen en los dobleces de la misma,sin nudo alguno y, a lo sumo, dejando ver los flecos de su terminacin.chanchero y rastraEl chanchero, llamado as por estar hecho de preferencia, en cuero de chancho o cerdo -desuperficie graneada, que contribuye a su mejor aspecto- era un cinto de anchura variable,provisto de dos o tres bolsillos y adornado con monedas de plata -los patacones, reales ymedios, que circulaban antiguamente- y tambin de oro, las onzas o peluconas, bolivianos,cndores y, en modo especial, la libra esterlina inglesa, de curso corriente en nuestra cam-paa.

  • 6Este cinto poda ser de una sola pieza, o de dos y prendido atrs con una o ms hebillas, aefectos de graduarlo, segn la cintura del que los usara.La rastra, que cerraba su parte delantera, es una de las prendas gauchas que subsisten an yquiz la que goza de mayor aceptacin por parte del hombre de campo. Reemplaza a la he-billa, comn en nuestro cinturn, y consiste en una chapa de metal -nquel, plata u oro- dediversas formas; por lo regular, en esa chapa, unas veces grabado y otras calado, con artsti-cos relieves, va el monograma y, en ocasiones hasta el nombre completo de su dueo. Deunas argollitas soldadas en la parte inferior de la chapa, salen repartidas por mitades, a dere-cha e izquierda, cuatro o seis ramales -cadenitas de un grosor variable o trabas articuladasterminados en una especie de botn, que suele ser una moneda de plata o de oro, un es-cudo, una flor, etc.; estos botones se abrochan en los ojales correspondientes en los dos ex-tremos del cinto o chanchero, con lo que ste queda sujeto y cubre el ceidor o la faja. Porlo que respecta al tamao y el peso, hubo rastras de todas las magnitudes imaginables: e-normes, grandes, medianas, chicas, pequeas, muy pesadas, pesadas y livianas, de acuerdocon los gustos del interesado o con el volumen de su cuerpo; igual variedad debe anotarseen lo referente a los motivos decorativos de su labrado.En el museo histrico de Lujn -y en otros muchos lugares- se exhiben interesantes con-juntos de platera gaucha, en los cuales la rastra, las espuelas, el cuchillo o facn, el reben-que, los estribos, las cabeceras de los bastos, la unin del pretal y la frentera de cabezada odel bozal y, a veces, hasta la pontezuela del freno, ostentan idntico monograma e igualesadornos, es decir, hacen juego, pues todas esas piezas han pertenecido al chapeado de unmismo dueo.chaleco - chaquetaEl chaleco usado por los gauchos, muy similar por su forma a los actuales, se diferenciabade stos en que no alcanzaba a llegar a la cintura; de ese modo, se dejaba al descubierto larastra, verdadero lujo campero y la primera pilcha de valor que se adquira en cuanto sedispona de unos pesos.En el chaleco, lo mismo que en otras prendas, el ribete de trencilla sola ser uno de sus prin-cipales adornos; otro, acaso el ms comn, era el reemplazo de los botones por monedas demetal precioso.La chaqueta ha sido, quiz, la prenda que menos variaciones experiment con el correr deltiempo. Poca diferencia puede establecerse, en lo fundamental, entre la chaqueta de origenespaol, corta, de cuello volcado y con delanteros en punta o ngulo recto, y el saco, tam-bin corto, con delanteros redondeados, que no se abrochaba para dejar a la vista el chaleco,parte de la camisa y la rastra.Las blusas -no el tipo llamado corralera, que es muy posterior- tenan forma similar a la delsaco; se confeccionaban con telas livianas, sin forro, pues se usaban preferentemente en elverano.El ribete y otras aplicaciones de trencilla era el nico adorno que sola admitirse en estasprendas.Por otra parte, segn lo comprueban fotografas y referencias de la poca, el saco, ms largoy de uso comn en los pueblos, no estaba desterrado, en absoluto, de la vestimenta gaucha.sereneroEl serenero era un pauelo de igual o mayor tamao que los usados para el cuello; se lleva-ba debajo del sombrero, cubriendo la cabeza, la nuca y parte de la cara; de da era una pro-teccin contra el viento y el sol; de noche, contra el sereno o relente -especie de roco- fres-co y peligroso para quienes estn mucho tiempo expuestos a su accin. De ah su nombrede serenero.

  • 7sombreroDesde el casi cnico sombrero de alas angostas, usado a principios del siglo pasado -y quenunca cay por completo en desuso- hasta el chambergo clsico de fines del mismo, sonmuchos los tipos y formas, las variantes que pueden apreciarse en ese transcurso de menosde cien aos.Entre ellas merecen citarse, como principales, el sombrero de paja, multiforme, segn supas de origen -Per, Panam, etc.- otro de copa armada y algo cilndrica, muy usado en laszonas cercanas a Buenos Aires, y el famoso panza de burro -su nombre se deba a que es-taba hecho con el cuero que cubre el vientre de dicho animal- que fue el sombrero favoritode los montoneros o soldadesca gaucha que segua a los caudillos en el perodo de nuestrasluchas civiles.En cambio, el serrano, especialmente el de las regiones norteas, fue en todo tiempo amigode los sombreros de alas anchas, que necesitaba para defenderse de los fuertes soles de a-quellas zonas.Arsne Isabelle, viajero francs que recorri los pases del Plata de 1830 a 1833, dice, refi-rindose a esta prenda: El gaucho de la Banda Oriental -as se le llamaba entonces a la ac-tual Repblica del Uruguay- se cubre la cabeza con un sombrero redondo de anchas alasplanas, y en Buenos Aires con uno muy pequeo, de copa elevada, de alas estrechas, colo-cado hacia un lado sobre un pauelo doblado en forma triangular, que se anuda bajo la bar-ba. El pauelo a que se hace referencia en ltimo trmino, es el serenero del que ya se ha-bl.ponchoEl poncho fue, sin ningn gnero de dudas, la prenda que mereci, con verdadera justicia, elnombre de caballito de batalla con que se designa a las cosas que sirven para todo y entodos los momentos. Puesto, defenda del fro y de la lluvia; se usaba tambin como pilchadel recado, a fin de hacerlo ms mullido; era excelente cobija cuando cuadraba hacer camacon el apero -muchos gauchos no conocieron otra cobija ni otra cama en toda su vida- yaen las casas, ya durmiendo a campo o sea con el cielo por techo.Otras veces, al llegar los hombres a la pulpera accidentalmente, sin las alforjas o maletas, u-sadas para el transporte a caballo de mercaderas, el poncho las reemplazaba con xito.Pero, adems, tena otra aplicacin, acaso la ms importante de todas, pues donde se apre-ciaban en grado mximo las ventajas del poncho, era en los casos de pelea, frecuentsimosen nuestro campo antiguo.Entonces, el gaucho se lo envolva en el brazo izquierdo y formaba as una especie de cora-za o escudo que le permita parar, sin tanto peligro, los tajos y pualadas del facn enemigo.Si el duelo era a muerte, es decir, motivado por una ofensa grave -arreglo de viejas cuentas,amores, juego- la funcin del poncho se ampliaba; en el calor del combate uno de los due-listas, ms ladino o canchero, dejaba arrastrar por el suelo una de las puntas de su poncho, ysi el contrario no se aperciba de la trampa, su desgracia estaba sellada: en cuanto asentabaun pie encima del poncho, su rival, con un fuerte e inesperado tirn, lo desequilibraba; ycon el desequilibrio, sbita como un relmpago, llegaba tambin la pualada que pona tr-gico fin a la contienda.En muchos lugares de la Repblica Argentina se fabricaban y se fabrican ponchos, tejindo-los antes a mano o en telares ms o menos primitivos; el puyo, el pampa y el calamacoeran ordinarios y usados por los pobres o en el trabajo; los ricos y elegantes lucan el fino yabrigado poncho de vicua, el mejor que se conoca y que, en consecuencia, era y es muycaro. Tambin fueron comunes y gozaron de gran favor los ponchos de fabricacin ex-tranjera, pues los establecimientos textiles ingleses comprendieron pronto la conveniencia

  • 8de su industria y se dedicaron a explotarla. Estos ponchos eran de pao grueso y de doblefaz.El puyo era de reducida longitud -llegaba un poco ms debajo de la cintura, tal como elcalamaco que, a su vez, era tambin cortn- y su trama, gruesa, irregular y con frisa de-nunciaba, bien a las claras su confeccin rudimentaria.El pampa, muy caracterstico, lo mismo que el chirip de igual nombre, tena el ms puroorigen indio -pampa es la denominacin comn de los salvajes que ocupaban el antiguodesierto o Tierra adentro- y un color grisceo uniforme; ese color se deba al de la lana deuna oveja, llamada cari, que criaban en las tolderas; estos indios perfeccionaron despussus tejidos, los tieron con tinturas vegetales y los adornaron con guardas y motivos que sehicieron tpicos e inconfundibles.Los ponchos fabricados en las regiones serranas, especialmente en las andinas, fueron siem-pre los mejores, tanto por la calidad del material empleado, como por la delicada urdimbrede la trama -obtenida a costa de la inigualable paciencia de las tejedoras- y por la firmeza yarmona del colorido de las guardas y dibujos con que se los adornaba. Hoy mismo, aunquela industria haya cado un poco en desuso, nadie podra discutirles la superioridad en eseterreno.

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    Origen de la golilla criolla - por W. Jaime Molins(en La Prensa, Bs. As., 11/10/1958)

    Es indudable que la palabra golilla aplicada a una prenda de vestir en el atuendo campe-sino, arranca de los tiempos ecuestres de la Colonia. Precisamente, se acaban de cumplir dossiglos, -abril y mayo de 1758- en que una disposicin del gobernador don Pedro de Ceballosvulgariza el trmino, imponiendo la prenda en el vestuario protocolar de los capitulares.El diccionario de la Academia, al definir el significado de la palabra, nada dice sobre esteporteismo difundido en ambas mrgenes del Plata y tan slo recoge el vocablo de fuenteboliviana; con esta aplicacin no muy satisfactoria: chalina que usa el gaucho. Me atrevo asostener el origen vernacular de la palabra, en boca de los hombres de campo, porque la im-posicin de Ceballos, pblica y privadamente comentada y resistida por cabildantes y veci-nos, dio origen a minuciosas disquisiciones que, con toda evidencia, provocaron la comidillapopular del vecindario.Qu es la golilla? La golilla, de confeccin castizamente internacional, era un adorno hechode cartn, forrado de tafetn, u otra tela negra, que circundaba el cuello, comnmente a-plicada sobre una valona de gasa u otra tela blanca, engomada o almidonada, la valona, nosiempre complemento de la golilla consista en un cuello grande y vuelto sobre la espalda,hombro y pecho.Simple o adicionada, la golilla fue hasta el siglo XVIII, material representativo y de uso co-rriente en la vestimenta de monarcas, ministros, togados, curiales, tipos de vara alta y otrospersonajes de campanillas, al margen stos de toda potestad oficial. Como indicio, para i-dentificar el uso de la prenda, en diversas formas y aplicaciones, bastara recordar los retra-tos ms difundidos de Juan de Austria, Francisco I de Francia, Enrique duque de Guisa,Francisco de Orange el Taciturno (cuadro de Adrin Van der Benne), Carlos IX, Alonso deBazn, Cervantes, Ruiz de Alarcn, Alonso de Ercilla...

  • 9Es bien conocida la obra multiforme, patritica y enrgica del general Ceballos, exaltado algobierno de la provincia de Buenos Aires el 4 de noviembre de 1756. En vsperas de sucampaa militar contra los portugueses, invasores en tierras cisplatinas, resuelve imponer enlos cabildantes el ritual de las golillas para el ejercicio de ceremonias oficiales, ya civiles, yareligiosas. Y vestir golilla significaba a la vez un complemento en el traje de rigor: calzncorto, medias de seda, zapatos lustrosos, amn de otras zarandajas. El auto, como se su-pone, fue recibido a regaadientes. No estaban todos los capitulares en condiciones deafrontar gastos dispendiosos, representantes de cmo eran de una ciudad pobre -esta no eraLima, ni Potos, ni Mxico...- quiz la cenicienta de la colonia. El primer pinino de rebeldase manifiesta en la sesin del Cabildo del 18 de enero de 1758, con asistencia total delCuerpo: Domingo Antonio de Lajarrota, Jos de Gainza, Gaspar Bustamante, Antonio de laTorre, Miguel Jernimo de Esparza, Antonio Garca de Ziga, Francisco de Espinosa,Jernimo Matorras, Pascual Ibez de Echevarra, Diego Martnez y los Rios, Francisco deZeballos, Domingo Martnez, Antonio de Herrera y Caballero, Pedro Jos Barbel y NicolsBallesteros, actuando como escribano Jos Ferrera Feo. Lajarrota, alcalde de primer voto,inicia la disparidad con el gobernador, exponiendo atinados argumentos. A los ms indi-viduos de esta ciudad -dijo- les repugna entrar a servir los empleos de este Cabildo por losgravmenes que importan. Y subray el abandono de sus tareas habituales en desmedro desus intereses.Esta situacin se agravaba ahora con la imposicin del ropaje de golilla para verano e in-vierno, cuando a muchos no les es fcil este desembolso, pues no todos tienen caudal paraello y se ven obligados a esforzarse por no manifestar sus necesidades, con el poco fruto deque acabados sus empleos, no les sirven para nada sus vestidos. Y no paraban all sus refle-xiones. Hbilmente y por elevacin, derivaba su desacuerdo hacia Su Majestad el Monarca,quien no vera con buenos ojos este gravamen, que no era cosa tan esencial para el decoroy representacin de este Cuerpo; que hay otros Cabildos que no lo usan... y que los virreyesy gobernadores nada pierden con la sencillez en la indumentaria de los capitulares... Yadems -terminaba en su alegato- tambin hace que se mire como cosa extraa y casi irriso-ria el uso de la golilla. Todos estuvieron de acuerdo en abolir la golilla y usar ropa negra enlas ceremonias oficiales, con una divisa que los distinga como tales individuos y regidores.Es decir, una banda con el color correspondiente a las armas reales y el jeroglfico (escudo)de la ciudad.A la sazn, Ceballos, ausente de Buenos Aires, campeaba por los fueros de la corona frentea los portugueses de la Banda Oriental. Se explica as el desplante del Cabildo tan puntillososiempre en su cortesana con los gobernadores pero, como en la fbula de los ratones y elgato -permtase la colacin de esta inofensiva referencia- Quin le pona cascabeles al gato?Menos drstico y protocolar que Ceballos y ms prximo a lo razonable de la demanda, elgobernador interino, coronel Marcos de Larrazbal, apechug con el problema, liberando alAyuntamiento de la enfadosa imposicin de la golilla. La resolucin del sustituto se tom encuenta en la sesin del 25 de enero, fallando la unanimidad de pareceres ante los reparos delos muncipes Juan de la Palma y Bernab Denis, quienes ausentes en la reunin anterior,opinaron que el asunto debera llevarse a los estrados de Su Majestad. En conocimientoCeballos de lo ocurrido, por comunicacin directa del Cabildo, no tard mucho en hacerconocer lo irrevocable de su imposicin, por interposicin del sustituto. Larrazbal gir lanota al Cabildo, haciendo notar que la golilla deba usar interin su excelencia regrese a estaciudad y se averigua si hay alguna ordenanza real sobre ello. Y donde manda capitn... Aslo debieron entender los capitulares de aquel tiempo que haciendo un esguince a las facul-tades insitas de una autonoma con derechos de apelacin, aceptaron, sin ningn requilorio,

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    la decadente y ridcula gorguera. El acta de 24 de abril de 1758 registra este respetuoso a-catamiento: los cabildantes dijeron que obedecan con todo rendimiento lo que su excelen-cia manda y estn prontos a su ejecucin. Si no supiramos, por la referencia histrica, lospuntos que calzaba el gobernante, bastara esta obsecuencia del Cabildo para saber que eramucho personaje este don Pedro de Ceballos. La golilla, con sus aditamentos complementa-rios en el riguroso vestir, fue durante ms de cinco aos prenda significativa en las ceremo-nias palaciegas. Hasta que apareci otro alcalde de primer voto que se atrevi ante Ceballosa postular su abolicin. Deba ser Juan Miguel de Esparza2 el de esta apostura, registrada enel acta de la sesin del 9 de marzo de 1764. Para Esparza, la prenda estaba en desuso en Eu-ropa y en el Nuevo Mundo. Era dispendiosa, y por lo tanto, muchos capitulares se vean o-bligados a no concurrir a las ceremonias oficiales. Que para usarla, con trajes apropiados,haba que gastar trescientos pesos al ao. Y, en una palabra, que era improcedente y hastaridcula. Ceballos debi tomar bien en serio la demanda -y sobre todo, la calidad del opi-nante- cuando dos meses despus, el 14 de mayo, tir un auto suprimiendo la golilla. Nonecesita aguzar el magn el investigador moderno para percatarse de que la resolucin deCeballos, con toda la secuela de protestas, pblicas y privadas, a travs de un lustro debicrear un clima popular de muy diversas conjeturas en el ambiente pueblerino de Buenos Ai-res y su campaa. Y an cuando se careciera de los medios grficos de la publicidad, la partecmica que marginaba el uso de la golilla debi haber dado motivo a pintorescas habladu-ras, quizs a coplas y a otras intriguillas lugareas.El hombre de campo -llammosle gaucho, usando por extensin la palabra, ya que todo elterritorio de la provincia era ecuestre- aprovech la ocasin para poner en juego su suspica-cia y su rebelda, siempre disonante con el urbanismo ciudadano y con la autoridad. Y fuerapor imitacin o por burla, us tambin su golilla. Y llam golilla a la chalina o al ampliopauelo de seda al cuello. As naci la golilla criolla, difundida permanentemente en ambasmrgenes del Plata. Los cronistas modernos que dibujan y detallan la iconografa campestre,describen al unsono esta prenda de vestir en el atuendo del paisano. Para el cuello, a modode golilla, se usaba el pauelo de seda blanco, si se vesta de chirip de merino. De ordina-rio, servan de golilla, los pauelos de algodn de diversos colores y tamaos.3 Pauelos alcuello que usa el paisano. Andar de golilla (andar de florcita).4 La musa criolla de antao muy poco se ha entretenido en tejerle florilegios a la golilla. Msque los versificadores cultos, conocidos en nuestro parnaso por gauchescos, la golilla tuvoen los rapsodas vulgares y payadores ponderable significado como prenda distintiva de unaclase social.

    No por que ande de goliyame va basuriar el jues,que ande quiera yo me planto para echar una de a pie.

    Si el paisano us y usa la golilla como un aditamento expresivo de su vestimenta -quiz unlujo, ya que muchos de esos grandes pauelos se enjoyecen con relieves simblicos y ama-

    2 Funcionario de relevantes condiciones por su carcter, inteligencia y dedicacin a la cosa pblica. Fuetesorero de la Real Caja de la ciudad, alcalde ordinario de primer voto y miembro, por muchos aos, de laHermandad de Caridad. Ejerci el comercio. Una calle de Buenos Aires, modesta en extensin, perpeta sunombre.3 De mi pago y de mi tiempo, por Ambrosio Althaparro.4 Vocabulario y refranero criollo, de Tito Saubidet.

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    tivos, a ratos bordados por la prenda-, no deja de mover nuestra nostalgia retrospectiva elcomprobar que los poetas vernaculares del Ro de la Plata, creadores del clasicismo criollo,no mencionen, ni aun de trnsito, la golilla a partir de Hidalgo. Ni Hernndez, ni Ascasubi,ni Estanislao del Campo, ni Lussich, ni, ya modernamente, el Viejo Pancho registran en suslargos poemas o en composiciones breves referencias sobre el particular. La recordacinms consecutiva y ms variada por su aplicacin temtica dbese a un cantor de nuestrotiempo, un poeta terrgeno que supo recoger de sus campos y de sus cuchillas la herenciaancestral: el uruguayo Elas Regules.5 Es bien conocida la estrofa con que inicia sus dcimasLa tapera:

    Entre los pastos tiradacomo una prenda perdida,en el silencio escondidacomo caricia robada,completamente rodeadapor el cardo y la flechilla,que como larga golillava bajando a la ladera,est una triste tapera descansando en la cuchilla.

    En un cuadrito de vvidos colores, armoniosamente estilizado, donde semblantea la apostu-ra del gaucho en su autenticidad tradicional, se destaca la siguiente seguidilla:

    Cubre el poncho nativosu cuerpo rudo,y un chirip bordadoduerme en sus muslos,mientras la brisadesenvuelve los pliegues de su golilla.

    Pero la golilla no solamente sirve al poeta de motivo pictorial. Le atribuye la validez de unsimbolismo moralmente representativo cuando en sus versos, escritos como expresin degratitud por atenciones recibidas de un amigo, se expresa as:

    No s si en otras regionesdonde la vida es ficticia,la falsedad acariciaa las dbiles pasiones;porque s que los gauchonesvienen de hidalga semilla,y que el tipo cajetilla,con su casta y su saber,tiene mucho que aprender de los hombres de golilla.

    5 Versos criollos, del doctor Elas Regules, editores Claudio Garca y Ca., Montevideo, 1935.

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    En tren de comparaciones entre el hombre de campo y el de la ciudad, pone en boca de unjoven campesino, disciplinado en la cultura y la docencia urbanas y que retorna al predio ru-ral de sus mayores, el siguiente cotejo:

    Poco importa el vocerode cavilosos censores,yo desdeo sus temoresy sus dardos desafo.Por ser hermoso y ser moesto con fe me arrebatay slo idea insensatapodr en cambiarle mancilla,porque valgo con golilla lo que valgo con corbata.

    Y no falt para el bardo oriental el verso patritico de austera remembranza. He aqu lo queuna madre espaola dice a su hijo criollo que se improvisa en legionario por la conquista dela libertad:

    Que sea pendn tu golillay por l triunfes o mueras,son las preces altanerasde una madre de Castilla: que sea pendn tu golilla.

    No nos extraa que el trmino golilla -aplicado tradicionalmente a una prenda criolla, ya enuso- haya tenido tan auspiciosa carta de ciudadana en tierras uruguayas, propiciada porcultos intrpretes en ptima cosecha de recordacin. Cuando apareci la golilla en BuenosAires, incorporada al Cabildo y glosada en su nomenclatura por la sencillez primitiva de loshombres de campo, fue en la poca en que las tierras cisplatinas comenzaban a poblarse conhabitantes de esta capital y de su pampasia. Las viejas actas capitulares estn atiborradas dereferencias sobre el continuado y, a ratos, copioso xodo hacia la orilla opuesta, de familiasde los pagos de Lujn, Arrecifes, las Conchas, la Magdalena, San Fernando, Matanza, SanPedro, los Olivos...Y as como se entreveraron recprocamente las costumbres intraterritoriales del amplio lito-ral, unificado por la jurisdiccin y la raza hasta hacer de ambas mrgenes una sola familia,Montevideo en sus albores y en el dominio de sus onduladas campias recoga la herenciade la golilla gaucha para perpetuarla en el tiempo con el imperio de la tradicin y en la liraviviente de sus nobles cantores.

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    Los postizos camiseros - captulo para una historia de la camisera masculina - porBernardo Gonzlez Arrili(en La Prensa, Bs. As., 1978)

    Las camisas masculinas venan incompletas; era necesario terminarlas agregndoles o aa-dindoles el cuello y los puos. En algunas series de tiras con dibujos festivos el simpticoy engalerado personaje de las historietas apenas vesta un amago de camisoln; aparecasolamente con los puos y el cuello y algunas veces, en las fiestas de alta solemnidad, con lapechera postiza, una tabla blanca que por momentos escapaba de los botones correspon-dientes y se enrollaba sobre la misma cara del usuario.Una camisa de hilo blanca y sus planchados resultaba un lujo caro para los elegantes de es-caso sueldo o muy medidas entradas. Como eran de uso general la camisa y los cuellos apa-recieron los dispuestos a solucionar los problemas de la lavandera y la planchadora. La apa-ricin se produjo en Alemania y en una fbrica de papel. Se lograron cuellos, puos y pe-cheras de una cartulina fina, prensada o gofrada muy livianamente. Los cuellos venan encajas de una docena, altos, bajos, militares, esto es, derechos, y palomitas con las puntasdobladas en tringulo. Los cuellos y puos de Mey! Podan llevarse durante un da y su pre-cio barato solucionaba no slo lo caro de los aadidos verdaderos, sino tambin su presen-cia, cuando haca falta. El usador de camisas se independizaba de la planchadora, tirana a sumanera.-No los pude terminar por la humedad. No se secan. La plancha se agarra y los ensucia.Y como lo que sobra en Buenos Aires es, precisamente, la humedad, nunca estaban conclu-idos de planchar los fastidiosos yuguillos, como los llamaba un paisano de Arrecifes, resig-nado a estar todo el da con el pescuezo ajustado por el hilo y el almidn.Con un peso y centavos se obtenan cuellos Mey para doce das y si la transpiracin no eraexcesiva quedaban para algunos das ms porque era muy fcil estirarlos y llevarlos puestosdos das con sus noches.Los cuellos Mey,6 cuyo reclamo se hallaba en todas las revistas ilustradas, eran, en realidad,cmodos, limpios, de poco precio, asegurando cada jornada la elegancia masculina que notuviera mayores exigencias. Los puos y los cuellos de Mey alcanzaron fama universal. Sa-lan de una fbrica papelera de Leipzig y llegaban aqu facturados para la casa importadorade Curt Berger y Ca. Quedaban desolados los clientes las ocasiones en que, por atraso delbuque o demoras en la Aduana, los negocios de camisera se quedaban sin ellos por uno odos das.Al tiempo, en los Estados Unidos alguien se dispuso a competir con los cuellos alemanes; yaparecieron los cuellos y los puos postizos de celuloide.No era necesario adquirir ms que uno o dos. Al vestirse, cada maana, se pasaba la toallamojada por el cuello, se le secaba y listo. Poda lavrselos con el mismo cepillo de los dien-tes; una pasadita con el cepillo ligeramente jabonado, luego el chorro de agua de la canilla yel cuello quedaba deslumbrante.Sin embargo, no alcanzaron mucho xito, porque desde lejos se les conoca la casta. Brilla-ban demasiado o daban en rajarse por el ojal o en los dobleces o amarilleaban. Podan durarun mes y costaban un peso. No quedaba lugar a queja alguna. Aunque desmereca mucho elinevitable inconveniente de que se les descubriese a varios metros de distancia. Se los fuearrinconando. Al final slo se les vea rodeando el cuello velludo de los porteros y los mo-

    6 La casa especializada en los productos Mey estaba en la calle Esmeralda 184 y se llamaba La EleganciaEconmica.

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    zos de caf de tercera categora. Llevar cuello de celuloide vino a ser lo mismo que usar elbotn de la Legin de Honor, pero a la inversa, de manera que un da dejaron de fabricarseo de traerse.Los vendedores, especialistas de la calle Reconquista, les advertan a sus clientes:-Llvese unos cuantos porque ya no traern ms. Cerraron las fbricas yanquis. Son de ra-ros!Por sobre todos los cuellos novedosos de papel o de celuloide, triunfaron los hechos de te-la de hilo, planchados con abundante almidn y hbiles restregones de plancha.Anduvieron de moda los cuellos llamados militares, los de pajarita, los Eduardo VII,hasta que nuevas innovaciones terminaron con las planchadoras, por muy francesas quefuesen; siguieron los cuellos prendidos a la misma camisa, blandos, con una ballenita paramantenerlos rgidos, sin nada de almidn. Los puos, aquellos tubos tremendos, desapa-recieron. Conocimos a un procurador judicial que haca sus anotaciones con lpiz Fabersobre los puos almidonados. Buscaba el lpiz en un bolsillo del chaleco, le mojaba rpi-damente la punta con la lengua y trazaba sus garabatos. Al otro da volva con los puoslimpios recin lavados y planchados. Con eso el tal procurador adquiri fama de informal yolvidadizo.Las concomitancias de los puos postizos y los fragmentos de captulos para una historiasinttica de las camiseras masculinas a principios de este siglo que seguimos andando.

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    Quitasoles, sombrillas, paraguas, todos harina de un mismo costal - por Marta PosseMolina(en La Prensa, Bs. As., 03/07/1979)

    El paraguas es un objeto, que como todos saben, tiene la finalidad de preservar de la lluvia;aunque las ms de las veces, cuando llueve, no se lo tiene a mano, y cuando se lo lleva, apa-rece como por conjuro un sol radiante. Este adminculo tan conocido y comn, por supues-to tiene su historia, y sus antepasados fueron el quitasol y la sombrilla. El quitasol ya estabaen uso entre los chinos en el siglo XI antes de Cristo y tambin lo usaban los asirios 600 a-os antes de nuestra era.En los bajorrelieves de Ninive, en los frescos de las tumbas y los palacios de Tebas y Men-fis, en los vasos pintados de Etruria y de Grecia, se ven unas especies de paraguas o quitaso-les hechos de hojas de arboles, pieles, caas o telas. Diferan sus dimensiones; fueron bas-tante grandes en China y muy pequeos en Asiria y Babilonia; su altura, en general, excedala de un hombre.Durante mucho tiempo fue un objeto noble, hasta lleg a ser atributo de la divinidad; sim-bolizaba la proteccin de un poder superior, y se extenda sobre la cabeza del dios. En cier-tas fiestas griegas se desplegaba una sombrilla encima de las estatuas de Dionisio (Baco), deDmeter (Ceres) y de Hermes (Mercurio).En las procesiones de la India, las figuras de los dioses desfilaban bajo la proteccin deparasoles.En Etiopa y Marruecos, los soberanos ejercieron siempre sus funciones bajo un quitasol yes probable que proceda del Oriente la costumbre veneciana de adoptar la sombrilla comosmbolo del poder del Dux.

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    Los chinos empleaban ya la sombrilla en el ao 2000 a. de C., y junto con los japonesesfueron los primeros en considerar el dosel porttil como instrumento til.En Grecia se usaba no slo en las ceremonias sagradas y fnebres y en las grandes fiestassino tambin como accesorio de las grandes damas de Atenas, quienes la convirtieron enprenda de su atavo, hacindolo llevar por un esclavo. Las matronas romanas siguieron suejemplo aos despus. El uso del umbraculum (quitasol) se mantuvo en Italia an despusde la cada del Imperio; pero en el resto de Europa se reserv exclusivamente para las cere-monias del culto, en las que cumpla la misin del palio actual. En pocas ms recientes al-gunos papas, al presentarse ante las muchedumbres, se hacan preceder por dos sombrillasque simbolizaban el poder espiritual y el temporal respectivamente.Actualmente en los templos catlicos, arriba de los escudos papales, hay dibujada una som-brilla que simboliza el rango del templo consagrado como baslica.En el antiguo Egipto, en Persia y en la India la sombrilla fue adorno femenino o atributoreal.La introduccin de la sombrilla en Europa es incierta; mientras que en Oriente fue siempreun objeto de uso comn, en Occidente (aunque en la Edad Media se encuentran en algunascortes, como signo de categora y dignidad) desapareci durante largo tiempo y volvi a co-nocer gran auge en Francia.Durante el Renacimiento el paraguas se puso nuevamente de moda, y a menudo su uso es-taba reservado a los caballeros que deban emprender largas marchas a caballo.Las damas de compaa de Catalina de Medici restablecieron el uso del paraguas.En FranciaPars se encarg de refinar paulatinamente la forma del paraguas con la seda ms fina y elencaje ms vaporoso. Se emplearon para embellecer lujosas sombrillas que durante el reina-do de Luis XIV cubran las elegantes cabezas de las damas de la corte.Los cortesanos de Enrique III utilizaron paraguas, pero su uso fue objeto de burla en el si-glo XVI, pues era considerado un accesorio demasiado afeminado.Sin embargo, comenz a extenderse su uso de tal manera, que en el siglo XVIII, con LuisXV, aparece el entout-cas en su doble funcin de sombrilla y paraguas, y tal fue su auge,que Luis XV tuvo que instituir el gremio de fabricantes de paraguas.Con la Revolucin Francesa, la sombrilla cay en desuso, pero bajo la Restauracin volvicoqueta y elegante a ser usada en Francia y en toda Europa.En JapnLas graciosas sombrillas japonesas tenan tambin antiguamente, la doble funcin de som-brilla y de paraguas y estaban hechas con papel resistente de varios colores y diseos.Aunque hoy los japoneses conservan el uso de las sombrillas, tambin fabrican modernosparaguas con muchos colores.En InglaterraEn la lluviosa Inglaterra, ms tradicionalista, el paraguas tard bastante tiempo en tener a-ceptacin, a pesar de su utilidad; pero la obstinacin tiene su medida y las mojaduras tam-bin, y fue luego plenamente adoptado, tanto, que an hoy, todo hombre serio y que se pre-cie de serlo, cuando se dirige a su oficina, no sale jams de su casa, sin colgar antes de subrazo el paraguas rigurosamente enfundado, dispuesto a abrirlo al primer amago de lluvia.Ya en toda EuropaDurante el siglo XIX su uso se extendi rpidamente por toda Europa; a fines de este sigloy comienzos del XX, parece ser que el paraguas encontr su forma definitiva, dentro de lagran variedad de telas, colores, empuaduras, etctera, para los paraguas femeninos y la so-briedad inalterable de los masculinos.

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    En la actualidad se ha popularizado el uso de un tipo de paraguas plegable, cuyo bastncompuesto de tubos de diferentes secciones, permiten reducir el tamao del paraguas paracuando no es necesario su empleo.Smbolo del parasol, sombrilla y paraguasEl simbolismo del paraguas no deja de tener relacin con el parasol, emblema solar de losmonarcas de algunos pueblos. Es un smbolo paternal, da idea de proteccin, como tambinde luto. El parasol, emblema de autoridad y de dignidad es una de las ocho alegoras de labuena suerte del budismo chino, integra las ideas de irradiacin por la proteccin.

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    El abanico - Desde Eva a nuestros das(en La Prensa, Bs. As., 17/07/1979)

    El primer cuidado de nuestra madre Eva, al darse cuenta de su existencia, no fue, comopodra creerse a juzgar por los cuadros de los maestros italianos, trenzarse un cinturn dehojarasca. Procedi como las bellas de Indias; extendi la mano y arranc de una plantaprxima una hoja perfumada y se hizo un abanico. As lo explica, por lo menos, el GrandDictionaire Universel du XIX sicle, de Pedro Larousse, en su edicin del ao 1870.Este ligero utensilio porttil, segn otras versiones, es originario de China, y se emplea, co-mo todos saben, para hacer o hacerse aire con movimiento de vaivn. El ms primitivo con-sista en una hoja de palmito. Posteriormente se confeccionaron variantes de bamb, divi-dido por un extremo en varillas y cubierto de papel. En Oriente han sido siempre conside-rados como smbolo de realeza y autoridad y estn ntimamente ligados a las ceremonias ri-tuales.Tipos de abanicosExisten dos tipos de abanicos: el ms corriente en nuestros das presenta cierto nmero devarillas, sujetas en su parte inferior, de manera que puedan abrirse y cerrarse, y sobre las quese coloca una hoja de papel o tela (llamada pas o paisaje), la que, cuando las varillas se a-bren, se extiende y adquiere la forma de un amplio sector semicircular.El segundo tipo es el flabelo, ms grande que el anterior, colocado en el extremo de unalarga vara y que se us tambin como espantamoscas. Su origen es muy antiguo; en los relie-ves y pinturas del antiguo Oriente, aparecen acompaando a reyes y altos dignatarios.Parecido al flabelo es el abanico de las antiguas representaciones babilnicas, asirias o egip-cias, que aos ms tarde (en el siglo V a. de C.) se difundi por Grecia, pasando despus aRoma.El flabelo tuvo, en la Alta Edad Media, un carcter litrgico que en parte conserv hastanuestros das, pues con el nombre de flabelos se designaba a los dos abanicos de plumasblancas, de avestruz o de pavo real, sostenidas por una vara recubierta de terciopelo, que, enlas grandes ceremonias vaticanas se colocaban a cada lado del pontfice. La liturgia cristianaparece ser que los introdujo en tiempos del papa San Agapito (535-536) y figuraban en elcortejo papal en las funciones solemnes. En 1965 fueron suprimidos por disposicin delSumo Pontfice.En China y JapnEn China y en Japn, los abanicos adoptan numerosas formas. Los ms comnmente usa-dos son de bamb o de sndalo; los que tienen el mango de marfil incrustado se destinan

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    principalmente a la exportacin. Los japoneses sostienen que el abanico plegable fue in-ventado por la viuda del hroe Atsumori, all por el ao 1100. En Japn el abanico es parteintegrante del guardarropa de las geishas debido a que constituye un elemento indispensa-ble para acompaar la danza y el recitado.En el siglo XV el abanico conoci una amplia difusin en toda Europa.En Inglaterra, Italia y FranciaEl abanico comienza a usarse en Inglaterra bajo el reinado de Isabel, como una variante delpenacho de plumas y se introduce en la literatura inglesa gracias a la genial obra de OscarWilde, El abanico de Lady Windermere, escrita a fines del siglo pasado. El uso del abanicoplegable, invencin japonesa, fue llevado a Italia y Francia por Catalina de Medici. La pri-mera forma de abanico plegable que se conoci en Occidente fue la rueda, que se difundihacia mitad del siglo XV. Despus prevaleci la forma en semicrculo, que en los siglosXVII y XVIII fue unnimemente aceptada.En Francia los abanicos tuvieron monturas de diversos tipos, muy a menudo de marfil, decarey, de madera fina, y con el pas de pergamino o de tejido ligero, a veces decorado porclebres pintores o con copias de cuadros famosos.A fines del siglo XVIII el abanico, que hasta entones haba presentado en el pas temas a-morosos e histricos, se convirti en satrico, poltico o cmico, perdiendo calidad artstica.Con la revolucin francesa los abanicos lujosos fueron sustituidos por otros ms sencillos,de madera o de hueso, con el pas de cartulina.Ms tarde, ya en el siglo XIX, los abanicos artsticos fueron escasos; transitoriamente con-sigui un notable xito la tcnica de la decoracin en batik, realizada cubriendo la tela conuna capa de cera.Hacia fines del siglo se imit particularmente el tipo de los japoneses.En EspaaEn Espaa tiene la industria y empleo del abanico larga tradicin. Desde el primer momen-to se arraig con tal fuerza que parece haber nacido en ella. Es un complemento tan tpica-mente espaol como la mantilla, y la mujer espaola es justamente famosa por la gracia quesiempre ha demostrado en su manejo.En Espaa usaron el abanico desde damas de la ms alta condicin hasta mujeres del pue-blo, pues una vez transformado en objeto de uso corriente, perdi su primitiva suntuosidad,ponindose al alcance de todas las afortunadas o desafortunadas.La confeccin de abanicos lleg a constituir una floreciente industria, de la que todava hoyse mantienen centros activos en Valencia, Mlaga y Sevilla.En su forma definitiva, la plegable, aparece el abanico en varios inventarios reales y docu-mentos cincosentistas. Con abanico aparece, retratada por Rubens, Isabel Clara Eugenia, hi-ja de Felipe II. En el siglo XVII los ms ilustres artistas no desdean colaborar en esta gra-ciosa industria.Tal fue el arraigo del abanico en Espaa, que en una zarzuela, Coro de seoras -con librode los conocidos autores Vital Aza y Miguel Ramos Carrin, con msica de Manuel Nito,estrenada en 1886-, lo ms caracterstico de esta obra es la parte que se ocupa del abanico yque constitua una divertida explicacin sobre el lenguaje amoroso de tal instrumento mo-vido por manos de mujer. As dicen sus versos:

    Cuando un muchacho que nos gustaviene a ofrecernos su pasin,dndole un beso al abanico,quiere decirle: S Seor!

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    Un golpecito en la mejilla,dice: Que pcaro es ust!y, si le pongo entre las cejas,quiero decir: Lo pensar!Dando en la palma de la mano,si es atrevido mi galn,quiero decirle... Cuidadito!que nos observa mi mam!Y, si le muevo apresurada,quiero decir en conclusin:Vyase ust con viento fresco! Ay, que demonio de moscn! (Dando un comps de patada en el suelo)

    Y deca el estribillo: No hay chisgarabs

    que se atreva a ms en oyendo Ris o en oyendo Ras.

    Estos ris y ras eran cierres bruscos del abanico. Haciendo con ste en esas y las dems partesdel cantable los movimientos por l indicados, formaban una especie de telegrafa para no-vios.En Buenos AiresLa mujer portea de la poca colonial era coqueta, aunque vesta sencillamente, y el primerdetalle de refinamiento como complemento de su elegancia fue manifestado por el uso delabanico. Segn manifiesta Octavio C. Battolla en su libro La sociedad portea de antao:Haba abanicos de verdadero mrito, con los pases de encaje de Inglaterra, de cabritillablanca pintada, de encajes diversos, de papel pintado, con lentejuelas... Tenan las varillas demarfil y ncar, labradas con incrustaciones de oro, y tambin de plumas riqusimas.El abanico no abandonaba nunca a una dama chic. As lo hacen notar cuntos viajeros yescritores ingleses, franceses y americanos, que se ocuparon de modas porteas en los aosde 1820 a 1855. Merece transcribirse este prrafo de DOrbigny, que refleja, puede decirse,toda una poca: Ya no hay mantillas, ni antiguas burguesas andaluzas. En el da, el cuerpoa lo Mara Estuardo, vestido de raso color de rosa, guarnecido de flores: mangas henchidasen gigots, collar, y el inseparable abanico. El abanico! Especie de cetro que jams aban-dona una portea: talismn cuyo podero tal vez an no sospechen nuestras seoras fran-cesas...Tambin opina Thomas George Love, en su obra Cinco aos en Buenos Aires (1820-1825)por un ingls y dice: Nunca falta un abanico en manos de las damas, sea en el teatro, sea enla calle, en el baile o en el saln; la manera de manejarlo es singular y graciosa. Los abanicosson caros y los franceses envan muchos, provistos de todas esas chucheras que constituyensu especialidad. Muchos de estos abanicos, eran casi joyas, que lucan muy bien en las ma-nos porteas, que eran muy hbiles en su manejo y saban imprimirles elegantes, sutiles y su-gestivos movimientos, no exentos a veces, de cierta picarda, en los que no faltaba, adems,un expresivo lenguaje.

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    El chirip (I) - por Justo P. Senz (h)(en La Nacin, Bs. As., 31/05/1981)

    El narrador y folklorista Justo P. Senz (h) (1892-1970) dej inditas pginas dedicadas alestudio de las prendas gauchas.Comenzamos a publicar las referentes a un atavo tpicamente argentino.

    Prosiguiendo en este ligero estudio de algunas de las prendas que integran la indumentariadel gaucho, que he conocido de vista por referencias; voy a contarles lo que se de este atavotan tpicamente argentino, uruguayo y riograndense, el chirip, que he tenido ocasin de u-sar personalmente, lo mismo que de manera ocasional lo hicieron algunos de mis antepa-sados paternos y en forma casi habitual, por no decir constante, otros de la misma rama, acomienzos y mediados del siglo XIX, en las pampas de Buenos Aires. Me refiero aqu a mistatarabuelos y choznos, los Zamudio y Villamayor, verdaderos seores rurales, varios de e-llos cabildantes o alcaldes de primer voto durante el Virreinato, que desde antes de 1750 po-blaron en los hoy partidos de Las Heras y Navarro, a la sazn Pago de la Matanza, como re-za en sus ttulos de propiedad.Aunque de muy nio me llevaron a la campaa, estancia La Fortuna de don Augusto I-barzbal, en el Patido de Pun, y que estuve en El Tandil y El Vecino en 1899-1900, estan-cias de don Julio Pea y don Pedro Iturralde, respectivamente, adems de haberme halladoen Lobos, estancia El Omb, de Viale del Carril, all por 1904 y 5, no me fue dado observar-por lo menos no recuerdo- dicha prenda hasta 1902, en que viaj con mis padres a la sierrade Crdoba.All vi varios chiripes ordinarios, de algodn, sobre el calzoncillo largo, en vendedores deescobas de palma y peones de ushuta o alpargata. En 1906 7, sola llegar al pueblo deTemperley, donde veranebamos, un hombre viejo, montado en una mula blanca, con re-cado de pronunciados arzones, a cuyos costados pendan unas muy abultadas alforjas. Susombrero era aludo y sus rasgos no eran en absoluto aindiados. Pensando a travs de los a-os, he supuesto que aquel raro personaje deba ser un santiagueo de vida trashumante co-mo tantos de sus comprovincianos. Sin bajarse de la mula conversaba cordialmente con lagente que encontraba en los almacenes, por lo que quiero suponer que vendera algn pro-ducto, tal vez yerbas medicinales. No puedo precisar cul era su calzado, pero s que llevabaun chirip casi blanco o sumamente descolorido.En 1911, en el citado partido de El Vecino, hoy General Guido, vi por tercera vez el chi-rip, portado gallardamente y con altas medias blancas y alpargatas, por don Segundo Ro-cha, un ex arrendatario de mi padre, que diz le pagaba la locacin con slo la venta de loscueros de las nutrias que negreaban por aquellas lagunas y caadones, hoy casi desapareci-das por obra de los canales de desage.A principios del presente siglo no era muy raro en Buenos Aires verlo, no slo en algnvasco lechero o paisano que por algn motivo deba bajar a la ciudad. As recuerdo unhombre alto y morrudo, de pera negra, con semejante cubrepiernas, parado en la puerta deuna fonda de la calle Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen), cuando en 1905 y con mipadre, pasaba frente a ella en una victoria de plaza con rumbo a Constitucin.Una noche que habamos ido al Casino con mi finado amigo Carlos Gmez Romero -seraen 1910- y logrado localidades en las primeras filas, advertimos con no poca sorpresa quepor el pasillo que divide las plateas avanzaba, a la par del acomodador, un caballero de bar-bita blanca, saco y chaleco negro, cuello de palomita con corbata de moo, bajo todo lo cualresplandeca una gran rastra y colgaba un chirip de merino, tambin negro, hasta los to-

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    billos de unas botas que parecan de charol. Brevsimo cuchicheo y girar de cabezas por en-tre la inmediata concurrencia pero nada ms, aunque omos, s, a un vecino de asiento quemencionaba el apellido de Zubiaurre como perteneciente al recin llegado. A propsito deteatros y chiripes, cabra intercalar en este prrafo lo que me cont mi inolvidable amigoRicardo Hogg, quien llev a La Comedia, situada entonces en Artes (hoy Carlos Pellegrini)entre Sarmiento (ex Cuyo) y Cangallo, a un viejo capataz de su estancia en Matanzas. Corra,si no me equivoco, el ao 1895 y en las boleteras se le neg terminantemente la entrada porhallarse el hombre vestido de chirip.Tambin del partido de La Matanza, campo de los Ezcurra, era un criollo que portaba chi-rip de merino negro y lustradas botas fuertes, durante una guitarreada a la que asist. Estareunin se realiz en 1914 15, en el departamento de un amigo cuyo nombre no recuerdo,que quedaba en la calle Lavalle entre las de Talcahuano y Libertad.En abril de 1918, en la estancia Malal-Tuel, de los Pueyrredn, partido de Necochea, mehall de nuevo con el chirip y del mejor merino negro. Lo us la semana entera que dur layerra su capataz de campo, Felipe Ortiz, integrando su indumento, aparte de sus botas decaa blanda, una blusa del tipo que hoy llamamos corralera, cuyos bordes inferiores tapabancasi el tirador, y un criollsimo chambergo negro de copa redonda y ala angosta y ribeteadasostenido por barbijo.Otro paisano que andaba con tropilla y entiendo era invitado a la marcacin, cuyo nombreo apellido era Liberatorio o Liberatori (por supuesto que con Gustavo Pueyrredn prefera-mos llamarlo por el primer apelativo!) tambin andaba de chirip, pero de esos de algodnamarillento a franjas blancas y marrones, imitacin vicua, que denominan de a pala -comoexplicar ms adelante- en Entre Ros, Corrientes y el Uruguay, y chirip largo en la pro-vincia de Buenos Aires. Este paisano iba de alpargatas y tocbase con una boina blanca pro-vista de colgante borla negra y era un excelente jinete como nos lo demostr montando treso cuatro potros que corcovearon fiero no bien se les sent.Pero donde me familiaric con el chirip fue en Entre Ros, provincia que frecuent diezaos entre 1924 y 1934. All, por lo menos en el distrito Yerua, departamento Concordia, elchirip, mucho ms en verano que en invierno, era de uso corriente.Generalmente lo llevaban cortn, hasta la altura de las corvas, aunque no faltaran criollosque lo gastaban casi hasta tocar las espuelas, como Bautista Cabrera, su hijo Ramn, VeneroLeyes, Martn y Cachaza Mndez, Florentino Teliz, Floro Paredes, el viejo Nieto, donJusto Leiva, un tal Galeano, los cinco hermanos Locaso, los Moledo, Jacinto Espndola yque se yo cuantos ms.Tambin chirip negro, bien largo, y botas de potro abiertas en la punta vi en la estancia LaRosita, departamento de Coln, llevado por un muchachn de boina tejida y borla, que nosendilg para las casas de Humait, estancia de don Luis M. Campos Urquiza, a dondebamos. Viajbamos a caballo con mi finado e ntimo amigo Luis M. Correa, y recuerdo queal paisanito ese le saqu dos o tres fotos, que conservo, cuando aquel medioda, en un redo-mn tostado, se apareci en Humait para participar del almuerzo.En la feria de Bertoni, sobre la estacin Ledesma del ex Ferrocarril Nordeste Argentino,llegaban troperos (aqu decimos reseros) en aquellos aos que, en su atuendo y aspecto, pa-recan extrados de antiguos grabados, con sus chiripes negros o a franjas, semicubiertoscon el culero de carpincho o ciervo adosado a la pierna izquierda y los largos flecos rozandoel empeine de la bota de becerro, calzada con espuelas de prolongado pihuelo y rodaja pun-ta de clavo. Sus sombreros eran altos, cnicos como nido de boyero, de copas ex profesohendidas en cuatro concavidades. Por suerte tengo fotografas de muchos de aquellos hom-bres y all grabada indeleble la visin de una poca que ya se fue, corrida por la agricultura,

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    los desmontes, la saca de pedregullo, la subdivisin de la tierra, en fin, por el progreso, quenadie pone en duda es necesario para la economa y cultura del pas aunque el fondo lricode muchos espritus, entre ellos el mo, lo lamenten.

    El chirip (II) - por Justo P. Senz (h)(en La Nacin, Bs. As., 07/06/1981)

    Concluimos la publicacin de estas pginas inditas y pstumas del narrador y folkloristaJusto P. Senz (h) sobre una prenda gaucha ya relegada al pasado.

    En las esquilas floreca por doquier el chirip que era un gusto y siempre de ese gnero dealgodn que, como dije, llaman all de a pala, ignoro por qu, pues eran de indudable pro-cedencia industrial, quiz europea, que se venda en piezas como cualquier pao en una sas-trera. Prevengo aqu que ya en 1845, tiempo de Rosas, se empleaba el vocablo a pala conreferencia a ponchos tejidos sin duda en telar de mano, porque he hallado dicha expresinregistrada en uno o dos sumarios policiales de ese ao, compulsados hace poco en el archi-vo del Juzgado de Paz del partido de General Guido.Durante los embarques de hacienda, muy arisca por lo general y apenas cuarterona, pro-veniente del norte de Entre Ros o de la provincia de Corrientes, que se efectuaban en el roUruguay, jurisdiccin de la estancia Centenario, cuando por bajante de aquel no podan laschatas transponer los pasos de El Hervidero y El Corralito, ocurra que se tena que corrermucho en el monte de tala, espinillo y andubay. A esos efectos, los jinetes, troperos o peo-nes por da, se quitaban las bombachas, prendas de vestir mucho ms costosas que el chiri-p y se colocaban ste sin importrseles lo desgarrasen las espinas en la parte no protegidapor el culero. Como se ve, estos antecedentes que cito contradicen la afirmacin del escritorEnrique Larreta que, en su libro Zogoibi le hace decir a un paisano que el chirip se dejde usar a raz del advenimiento del alambre de pas.Tambin he visto chirips, siempre hasta las corvas y de los bayos o de a pala, en habitualy espontneo uso, en peones de Vialidad, trabajando en el camino a Concordia, a la alturade los Yuqueres, lo mismo que en carreros que transportaban naranjas o lana, a la salida deesa ciudad.Tengo asimismo presentes a unos balseros o individuos encargados de una balsa, de lo msrstica y peligrosa, que atendan el paso de Miraflores, en las nacientes del ro Gualeguay.Era en el verano de 1929 30 y todos, en nmero de cuatro o cinco, estaban de chirip dea pala, corto, descalzos, con los calzoncillos arremangados hasta la rodilla y las piernas pe-goteadas de barro. Se tocaban con chamberguitos negros, redondos, tipo porteo, alicortosy barbijo.Les tom unas fotos con mi Kodak 122, que debo conservar entre mi coleccin, si es queno he perdido los negativos. Fue en ocasin de ir a comprar carneros en un remate generalde haciendas que se efectu en la estancia El rbol Solo, de los Inchausti, creo que dentrodel Departamento de Federacin, muy cerca del arroyo Basualdo, donde se sublevaron lastropas de Urquiza cuando se negaron a concurrir a la guerra del Paraguay.Al llegar desde Concordia al dicho rbol Solo, despus de cinco o seis horas de viaje bas-tante penoso por el calor y los malos caminos de entonces, en un Ford T, dimos con varioshombres de chirip largo y corto, bota fuerte y buenos sombreros regionales, que en su con-dicin de troperos venan en procura de algn viaje.Todos los concurrentes al remate, me refiero a gente compradora de hacienda y empleadosde la casa consignataria de Delor, estaban en mangas de camisa y el ms variado surtido de

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    revlveres y pistolas se ostentaba en sus cintos, amn del correspondiente cuchillo paracomer. Haba automviles del Sauce, Esquina, Federacin, Concordia, La Paz, Sauce de Lu-na, etc., en algunos de los cuales observ, no sin cierta estupefaccin, carabinas Winchester,tendidas a lo largo del asiento delantero, semicubiertas o no, por un ponchito o un perra-mus.En la pulpera de doa Filomena Cetour, oriunda del sur de Francia y venida en 1887, si-tuada en aquel entonces en el vinorito de Nueva Escocia, departamento Concordia, sobre elro Uruguay, he adquirido muchos cortes de chirip para m o con destino a regalos. Costa-ba el metro entre dos pesos cincuenta y cinco pesos y el corte era siempre de 2 de largo(cada) por 1,30 metro de ancho. Se cortaban a tijera, sin accionar sta, de un solo envin, yal llegar con ellos a las casas, no haba ms que hacerles un dobladillo para que no se deshi-lacharan.Los esquiladores llevaban el chirip durante su faena hasta la rodilla (cortes reducidos) siem-pre, claro est, sobre calzoncillos largos, de los llamados de puo, que se ajustaban a lostobillos con botones o por medio de una cinta, de esas conocidas como de hilera.Haciendo calor, el entrerriano se arrollaba o arrolla dichos calzoncillos hasta la rtula, por loque se vean pantorrillas tostadas como las de cualquier veraneante marplatense y por lo ge-neral rayadas por las espinas del monte.Si los esquiladores o los peones que baaban ovejas llevaban sus chiripaces tan acortados,he conocido quienes podra decirse sin exagerar les asignaban funciones de taparrabos, porcierto que siempre colocados sobre calzoncillo largo. Tal ese viejo Fernandez, empleado delMinisterio de Obras Pblicas, a pesar de su analfabetismo, que vigilaba las diversas alturasde las aguas del ro Uruguay, frente al paso del Chapicu, en campo de la familia Navarro.Le ayudaba a anotarlas su nieto, apodado Canga, diestrsimo cazador como su abuelo, contrampa, fija y carabina y excelente remero y nadador.Esa pareja constitua el azote de la ya raleada fauna mamfera comarcana, como el carpin-cho, a la sazn casi desaparecido, y el guazuvir, ya extinto, lo mismo que el gato monts, elonza y la nutria. Quedaba slo algn mao pelada y lobitos de ro.Una maana llegamos con Alberto Giraldes a caballo a lo ms tupido del monte blancode la costa, donde tenan los Fernandez una casilla fiscal de madera y una gran ramada te-chada de mataojo, frente a las enlozadas tablas de marea, plantadas verticalmente entre lossarandes, sobre el barrizal de la orilla. Haban cazado un gran lobo (Ptenura brasil) cuyapiel, incluida la cola, sobrepasaba algunos centmetros en longitud la estatura de Giraldes,ya entonces cotizado dibujante. Recuerdo como le llam la atencin a ste el chirip del vie-jo, acostumbrado sin duda a la larga prenda similar que vesta en San Antonio de Areco donSegundo Sombra. Y no olvido que en diecisiete pesos (precio oficial del Mercado de Frutos,sealado en el Boletn de la misma Institucin que consult Canga al instante, a indicacinde su abuelo), lo adquir para regalrselo a Alberto que, con ese cuero, se hizo cortar un her-moso chaleco al que coloc botonadura de pesos bolivianos de plata ochocientos y debicompletar con pana del mismo color del lobo, la parte de la espalda, pues la dicha piel noalcanzaba a cubrirla ntegramente.Volv a tropezar con el chirip en 1944, cuando viajando con Ernesto Ezquer Zelaya en sucamin para Santo Tom, en Corrientes, se nos descompuso el motor en medio de la es-tancia de los Senz Valiente (22 leguas de campo, monte y abras en la banda Norte del roMocoret). Era de los de a pala, o buyo que he mencionado y lo lucia un paisano que a-rreaba de a pie una tropa de capones, llevando de la rienda a su caballo. Calzaba alpargatas,recuerdo, y las botas colgaban de los tientos de su recado. Su compaero, que marchaba aretaguardia, en un zainito charcn, iba de bombachas y canilleras de loneta. Muy amables,

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    en su media lengua hispano-guaran, los dos correntinos nos indicaron la direccin delpuesto ms prximo por si nos agarraba la noche sin poder poner en marcha el camin,cosa que afortunadamente no ocurri y tanto, que a las 21, frenbamos frente al hotel deMercedes. Si este fue el primer chirip que vi en uso en Corrientes durante esa excursin, elsegundo lo encontr en lo de Ezquer Zelaya, estancia Santa Tecia, en el departamento deItuzaing. Era de una manta oscura, bastante gruesa, tipo frazada y llegaba casi hasta lasespuelas de su portador, puestero -en Corrientes dicen poblador- de Santa Tecia, donFacundo Miranda, hombre alto, de fuerte contextura a pesar de sus 90 aos. Miranda an-daba descalzo, a pesar de hallarnos a fines de junio, la cabeza ceida por un pauelo azul(era liberal de opinin) y sobre ste un lindo sombrero de paja, entiendo que de palma,asegurado con barboquejo. Hablaba con cierta dificultad el castellano y decan que habasido testigo en su infancia, claro est, del cruce del ro Paran, sobre el Paso de la Patria, porel ejrcito aliado, cuando ste invadi el Paraguay.En septiembre de 1950, iba yo en automvil de Formosa hacia Clorinda, con el finado go-bernador de aquel territorio, Sr. Dertelendy, cuando nos cruzamos en el camino con dos ji-netes, uno de los cuales usaba chirip de a pala hasta la mitad de sus botas de becerro.El ltimo chirip que vi en uso fue en el pueblo de Maip, Ferrocarril Roca, en 1956 57.Lo llevaba y lo llev hasta su muerte, ocurrida pocos aos despus, un criollo, Azpitarte deapellido, y era de merino negro de algodn, largo hasta media pantorrilla. Iba bien puesto elhombre, de cabeza atada, chamberguito copa alta y redonda, con barbijo de cinta algo anchaquiz, y bota fuerte. Me cont mi hijo que una ocasin lo vio pasar por la estancia a caballo,con la misma indumentaria pero de alpargatas y las botas a los tientos. Era de los que slousaban -al viejo estilo de la zona- estribo del lado de montar, para no bien subir esconderlobajo el cojinillo.El origen de la palabra chirip es dudoso. Alguien, creo que Leopoldo Lugones, lo derivadel quechua: para el fro, pues chiri, significa en ese idioma, precisamente, fro. Ahora, en unartculo aparecido en La Nacin o La Prensa, en el verano de 1966, su autor, cuyo nombreno recuerdo, asegura que a las bombachas en Persia o Arabia se las denomina shiripa. Estehallazgo filolgico es importante y ha de haber causado gran conmocin entre los etimolo-gistas de nuestra verncula. Me limito a consignar el antecedente y sigo adelante, escribiendoal correr de la pluma, sin buscar bibliografa ni meterme en disquisiciones de parecida espe-cie respecto de este asunto.Eso s, conviene se sepa que en nuestras provincias del Centro, Norte y quizs Oeste, lagente de antes, al nombrar esta prenda, le cambiaba el gnero y la acentuacin. Fue en 1902y en las sierras de Punilla, Crdoba, donde o llamarle la chiripa y recuerdo que en unaoportunidad, har cuarenta aos o ms, el citado e inmortal Leopoldo Lugones, me pre-gunt: -Dgame, Senz... Usted al chirip, no le ha odo en nuestro interior llamarle la chi-ripa? -Efectivamente, don Leopoldo -le repliqu-: siendo un nio de diez aos, en Dolores,Punilla, provincia de Crdoba, he escuchado denominarlo la chiripa, que algunos serranosusaban todava en aquella poca.Otro nombre parecera tener el chirip en Chile y provincias argentinas colindantes con esepas, si nos atenemos a Prez Rosales, famoso escritor y patriota chileno. Tal nombre serael de sabanilla. Sabanillas lacres llamaban por esas regiones a los soldados de Rosas por suschirip colorados de reglamento, segn menciona el citado Prez Rosales en su conocidolibro Recordando el pasado, que se publicara, si no me equivoco, en 1870, y del cual se ti-raran desde esa fecha infinidad de ediciones.Hasta las postrimeras del siglo pasado, fueron diversos los materiales, casi todos impor-tados, que se destinaron a la confeccin de chiripaces. Para invierno, el cheviot, el merino

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    de lana y la bayeta. Los dos primeros en color azul oscuro y negro, la tercera roja para losfederales y azul para el partido contrario. En toda estacin, el estanciero gaucho y de po-sibles, usaba chirip de la mejor lana de vicua, que compraba en las carretas que de Salta,Catamarca, San Juan o La Rioja arribaban a esta capital. Venan hechas las mantas en lasmedidas que he anotado ms arriba o en las de 1,80 metro x 1,50 metro, como variacin. Alocuparme aqu del tamao de los chiripaces dar otras medidas que he podido establecer enla coleccin de stos que posee mi amigo Eduardo Castro Huergo: 2,10 metro x 1,30 me-tro; 1,65 metro x 1,30 metro; 1,70 metro x 1,35 metro, advirtiendo que la primera corres-ponde a uno de merino de gran lujo.En verano, los materiales consistan en coco, llamado tambin grano de oro, los de a palao bayos ya descriptos, de puro algodn y los de poncho ingls, una especie de cretona es-tampada con dibujos estilo pampa sobre fondo negro, azul o crema, listas longitudinales decolores o suertes de guardas griegas. Estos tejidos (poncho ingls) provenan de las fbricasde Manchester Leeds y Birmingham, existiendo copiosa documentacin en diarios y conoci-mientos de Aduana que me abstengo de citar, respecto de su procedencia. Al viejo BautistaCabrera, pen de patio nuestro en Entre Ros, que siempre andaba de chirip, saba regalarleyo todos los aos uno o dos chiripaces de cretona, de rayas simtricas, que le compraba enla casa Harrods de esta capital.De barracn o picote y confeccin casera a telar, tambin se hacan chiripaces en el Centro yNorte del pas, que usaban los campesinos por razones de economa, ya que les eran infini-tamente menos caros que las aludidas telas importadas de Europa. Igualmente gozaron degran favor popular en Tucumn y provincias limtrofes los chiripaces tejidos con la fibra delpalo borracho o samuh. Eran stos por lo comn a franjas blancas y negras y muy fres-cos. Por supuesto que el tejido amarrado estilo araucano o pampa, no estuvo nunca exclu-ido de la confeccin del chirip. Eso s, entiendo que mantas de esa clase, por lo pesado yrgido de su lana de hebra gruesa, deben haber resultado menos cmodas al usuario que lastelas de poncho ingls.Que el chirip o chiripa se llev en toda la Repblica es cosa cierta, an en aquellas pro-vincias donde no ha quedado al presente memoria de su existencia. En Salta lo vistieron losInfernales de Gemes y en un antiguo y conocido grabado de la batalla de Suipacha, libradaen el Alto Per el 7 de noviembre de 1810, los soldados patriotas figuran todos con esaprenda y calzoncillo cribado. Es ms, hace bastantes aos, mi finado amigo Juan AlfonsoCarrizo me mostr copia de un acta del Cabildo de Jujuy en tiempos de la guerra de la In-dependencia, donde se ordenaba a cierto comerciante la elaboracin y entrega a vecinos po-bres de varias docenas de chiripaces.El chirip, es un trozo de gnero de forma rectangular que despus de ceida su parte an-gosta a la cintura se pasaba la larga entre las piernas hasta llegar con la parte angosta opuestanuevamente a la cintura, donde las retena firmemente la faja. Cuando era de color unifor-me, la gente de campo sola a efectos de lucir el calzoncillo y darle a la prenda un aspectoms suelto y elegante, redondearle a tijera los dos ngulos externos de la misma.Ligeramente entreabiertos sus bordes de cada, mostrando entre ellos la albura del calzon-cillo, el chirip penda con gracia de la cintura, casi siempre fina, de los jinetes. El gauchoporteo lo port as casi siempre aunque en su iconografa (Rugendas, Monvoisin, Bacle,Morel, Pallire, etc.) se le vea frecuentemente con sus ngulos o puntas superiores metidostras de la faja o ceidor. As lo he visto usar en la campaa de Entre Ros, completamentecerrado, ya se tratase de un chirip corto (colf, dicen en Corrientes) o largo.Mucho se esmeraron las criollas bordadoras de antao en adornar los chiripaces. Esta orna-mentacin a veces exagerada y de mal gusto, que se extenda a chaquetas, sobrepuestos y

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    sobrecinchas, cuando estos dos ltimos implementos eran de pao o terciopelo, lleg a sucolmo en los disfraces gauchescos de Carnaval o exhibiciones de teatro de picadero.Entre la cincuentena de chiripaces que me fue dado observar en Entre Ros entre 1924 y1934, nunca di con uno que ostentase ms ornamento que las dos iniciales de su dueo enla punta colgante del mismo. Tengo bien presente uno de lujo del citado Floro Paredes,(oriental de nacionalidad), quizs el hombre ms gaucho que he conocido, confeccionadocon excelente merino negro de lana, que se adquira entonces en el Salto uruguayo, en el quebordadas en seda amarilla figuraban una F y una P de no ms de dos centmetros de alto. Eldel viejo Nieto, igualmente negro, luca sus letras del mismo material pero en color rojo.Por supuesto que en aquel entonces la labor de las bordadoras haba cado en desuso, no asel hbito de ribetear dicha prenda con trencillas negras, de uno o dos centmetros de ancho.El estanciero ingls Richard Arthur Seymour, cuyo libro, escrito en 1869, traduje y publiquen 1947, bajo el ttulo de Un poblador de las pampas, quien vivi desde 1865 al 68 en elsur de Crdoba, nos describe chiripaces de pao negro bordeados por cinta o trencilla co-lorada que a su juicio eran muy bonitos y ellos, los ingleses, no vacilaban en usar.Arsene Isabelle, viajero francs -por no citar otros autores que se ocuparon de esa prenda-llegado a la Banda Oriental en 1830, nos los pinta como de color rojo, verde o azul.La ltima ocasin en que se us en nuestro ejrcito y por reglamento oficial el chirip fuecuando la guerra del Paraguay. En casa del general Jos Ignacio Garmendia, calle Paraguay,entre Libertad y Talcahuano, frente al Sur, tuve ocasin de ver, all por 1915, un maniquque l tena en su museo particular. Me dijo que perteneca a un regimiento de caballerareclutado en la provincia de Buenos Aires para ese conflicto, denominado -de esto no estoynada seguro- Voluntarios de la provincia de Buenos Aires. Consista este uniforme en que-pi francs colorado, casaca o chaquetilla azul con botones dorados, chirip de pao tambinazul y botas fuertes. Un atuendo similar gasta el cacique Millamain, de acuerdo con foto-grafa de Carlos Encina, tomadas en 1883, cuando la ocupacin por nuestro ejrcito de losterritorios de Ro Negro y Neuqun.Exista una forma distinta de la ms arriba consignada de llevar el chirip. No se pasaba latela entre las piernas de su portador sino que, ceido siempre a la cintura por la faja, rodea-ba muslos y pantorrillas hasta los tobillos cual una pollera, casi exactamente como ese cubrepiernas que usan o usaban los polinesios y algunas sectas de hindes, llamado sarong. Losindios de Formosa y Chaco tambin lo usaron as.No escapa a mi buena memoria que en 1903 4 aparecieron fugazmente en esta ciudadunos sujetos de turbante a la cabeza y vestidos con cuello, corbata y ricos trajes de pao in-gls que se me dijo vendan alhajas, guardadas en una caja de madera que llevaban siempreconsigo. Entiendo eran de Ceyln y usaban pantaln y botines de la mejor calidad, perocubiertos aquellos con una tela muy liviana, oscura, colocada como pollera, similar al chiripque acabo de describir.El famoso pintor uruguayo Blanes nos ofrece en sus cuadros muchos chiripaces as. Los lla-maban chirip liado, de mortero o a la oriental. En el puerto Madero, de esta capital, solanverse hace ms de sesenta aos estibadores, con el chirip de algodn de a pala, por su-puesto que liado y envolvindole sus calzoncillos largos de bramante o liencillo. Lo mismoocurra entre la peonada, generalmente vasca, de los almacenes mayoristas que existan ennuestra calle Rivadavia, en el trecho comprendido entre Maip y Paran, si no estoy tras-cordado. Eso s, estos eran blancos y de un gnero liviano. Posiblemente de esa guisa ves-tidos, economizaban pantalones que se destrozaran en su frecuente rozamiento con los ca-jones y fardos, que en horas de trabajo suban y bajaban constantemente a los carros y cha-tas alineadas contra las veredas.

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    Se me preguntar: -Cmo haca un hombre de chirip liado para montar a caballo? Y res-pondo: -Ms de medio da anduve una vez a caballo a la par de Aurelio del Pino sealndolerboles para cortar lea en el monte natural que festoneaba aquellos campos de la costa delUruguay, en Entre Ros. Este hombre, de vituperable gorra inglesa, gran cuchillo y buencinto de dos hebillas con monedas de plata, usaba siempre chirip liado, el que recoga so-bre el calzoncillo de puo para cabalgar, no puedo recordar exactamente de qu manera, pe-ro lo cierto es que no le incomodaba ni ofreca escndalo alguno la exhibicin de la prendainterior recin nombrada. Este Aurelio era uruguayo y haba pasado el ro en canoa, huyen-do de la polica de Paysand, por una muerte que hizo en ese departamento, cuyos detallesme refiri en una oportunidad, as como sus penosos vagabundeos, herido de bala en unmuslo, por los montes del ro Queguay, donde otro matrero, ya viejo, lo cur perfectamentecon agua de raz de espinillo.Aurelio, el Oriental, como le decan, haca dos aos (esto ocurri en 1926) que viva enNueva Escocia, en un msero ranchito levantado por l mismo en campo ajeno, al pie de uncerro de pedregullo, rodeado de virars. Se le tema all, tal vez por sus antecedentes y seralgo pendenciero, pero conmigo y dems gente de la estancia fue siempre muy respetuoso,atento y servicial, en todo sentido. Su fin le lleg en 1930-31, cuando en una jugada de mon-te en los arrabales de Concordia, le metieron una bala de 44 en la boca, que le sali por lanuca.Que el chirip fue ideado por los conquistadores espaoles cuando a algunos de stos se lefueron gastando los calzones o bragas (as se le llam antes al pantaln) y les era difcil hacervenir ropa de la Pennsula, es cosa que siempre me ha parecido probable y lgica. Cond-ceme a tal idea ese dibujo que aparece en el conocido libro del padre Paucke Iconografacolonial rioplatense, 1749-1760, donde se observa un soldado espaol de caballera conaludo chambergo emplumado, casaca militar, espada al cinto, calzn corto y botas de potro!Con las que habra reemplazado a las suyas de cuero curtido inutilizadas por el uso. Esto ysiempre que los espaoles no hubieran copiado dicha prenda de los indios pampas, como loaseveran diversos autores. Tobas Garzn, en su Vocabulario, editado en 1910, y el inves-tigador chileno Zobabel Rodrguez, consignan el vocablo araucano chamal como equiva-lente al chirip. Se ve, pues, que posean trmino propio para designarlo, lo que es muysignificativo. El chamal no era otra cosa que el chirip liado, a lo mortero o a la oriental,como se le llam despus, y se haca con las mismas mantas cuadrangulares de tejido pam-pa. A raz de la introduccin del caballo en este continente y la radical modificacin que elmismo trajo a la vida de las tribus errantes de nuestra planicie que lo utilizaron de inme-diato, es muy lgico que el dicho chamal haya evolucionado hasta el actual chirip, es decir,pasndolo entre las piernas para comodidad del jinete, mientras quedaban sujetas por la fajalas cuatro puntas de dicha tela. Mas la suerte del chirip estaba echada haca rato. Se siguiusando sobre el pantaln (lo prueban varias fotografas de 1890-1900) ya advenido a la cam-paa, a mediados del siglo pasado, despus de la cada de Rosas. Pero lo liquid la bomba-cha, aparecida salvo prueba en contrario, en 1855, cuando Hilario Ascasubi, por encargo delGobierno de Buenos Aires, importa cinco mil uniformes franceses sobrantes de la guerra deCrimea que, como se sabe, incluan bombachas tomadas posiblemente