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2009
Tesis presentada con el fin de cumplimentar con los requisitos finales para la obtención del título Licenciatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias Antropológicas.
Arte, estética e identidad étnica. Una lectura antropológica de la pintura figurativa ishir (Gran Chaco)
Morano, Luisina
Spadafora, Ana María
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L;rA y
17 DIC 2009 :
Tesis de licenciatura en Ciencias Antropológicas -
(Orientación socIocJjuJa1LL
01
• "Arte, Estética e Identidad Étnica.
Una lectura antropológicade la pintura figurativa ishir
(Gran Chaco)".
4.OD:DJ c Ç\(Ç
•! V f I1TÁ.
Tesista: Luisina Morano
Directora: Dra. Ana Maríá Spadafora
Carrera: Ciencias antropológicas
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
Año 2009
1
INDICE
AGRADECIMIENTOS.
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
1.1 Un viaje, un desafío, una búsqueda.
1.2 Demanda, espacialización, agencia y cultura.
CAPÍTULO II
2.1 Producciones estéticas y cambio social entre los ishir.
2.2 La práctica etnográfica como rescate de la tradición.
2.3 Ogwa, la emergencia de la pintura figurativa y la relación entre nativos
y etnógrafos.
2.4 De Claudelino a Basébüke o sobre cómo reinventarse una identidad.
CAPÍTULO III
3.1 Arte indígena: delos abordajes etnográficos clásicos a los principales
enfoques contemporáneos.
3.2 Estética como categoría transcultural.
3.3 Del arte y la estética a la identidad étnica.
REFLEXIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA
2
Para Juan Manuel
3
AGRADECIMIENTOS
Esta tesis está dedicada especialmente a Basébuké, juntos comenzamos
a imaginar nuevos caminos durante el tiempo que compartimos en Buenos
Aires. También dedico esta tesis a la memoria de su padre Ogwa, el cariño y
respeto que le tienen todas las personas que lo conocieron en profundidad
demuestra la grandeza de su persona.
Gracias a mis padres, por su amor infinito, por el apoyo incondicional, por
alentar esta tesis y todos mis proyectos, siempre.
Una mención especial para mi amiga Camila Cerra, por haberme
escuchado muchas horas hablando sobre este trabajo de campo y darme
fuerzas para continuar en los momentos difíciles.
Agradezco también a la Lic. Ana María Cousillas, directorá del Museo de
Arte Popular José Hernández, quien abrió las puertas de la institución para que
Basebuke y yo pudiéramos trabajar libremente y contáramos con todas las
facilidades del museo para consumar la muestra.
Gracias a la Dra. Lidia Blanco quien fuera hasta el año 2007 directora del
Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), dependiente de la
Agencia Española de Cooperación Internacional para el desarrollo (AECID),
institución que financió la estadía de Basébuké en Buenos Aires.
Quiero destacar también que éste escrito se desarrolló gracias a mi
participación como adscripta en la "Cátedra Sistemas' Socioculturales de
América r de la FF y L- UBA, la cual m'e permitió adentrarme en las principales
problemáticas actuales de los pueblos indígenas.
4
También quiero agradecer especialmente al Dr. Rubens Bayardo quien
durante el transcurso del 2008-9 fue tutor de mi beca "Estímulo" otorgada por la
SECyT (UBA) en el marco del Proyecto UBACyT 'Cultura y Territorio" dirigido
por la Dra. Mónica Lacarrieu.
Finalmente, quiero agradecer el apoyo económico para realizar trabajo de
campo brindado por el proyecto UBACyT "Antropología de los paradigmas
estéticos" a su director: Dr. Miguel Ángel García y a sus integrantes, porque los
debates que mantuvimos me aportaron para pensar esta tesis.
El agradecimiento que más quiero destacar es para mí directora de tesis,
Dra. Ana María Spadafora por el esfuerzo enorme y la dedicación especial que
puso en este trabajo. Por animarse a innovar y crear nuevos espacios en la
antropología y hacerme partícipes de ellos. La beca de Basebuké no hubiera
sido posible sin su tenacidad para llevarla a cabo. Gracias, por enseñarme a
"ver" a las personas más allá de la teoría.
FU
INTRODUCCIÓN
En esta tesis me propongo abordar etnográficamente la reflexión en torno
a las pinturas de Basebüke Claudelino Balbuena, un pintor indígena de 24 años
de edad perteneciente a la etnia ishir, también conocida como chamacoco.
Tradicionalmente este grupo se ubicaba en el Alto Paraguay en las localidades
de Puerto Diana y Fuerte Olimpo, en lo que hoy constituye la triple frontera
entre Paraguay, Brasil y Bolivia. A partir de la década de 1990 los ishir o
chamacoco han sufrido procesos de re localización debido a la presión de las
industrias madereras, situación que obligó a muchos de ellos a migrar hacia la
periferia de Asunción (Paraguay). Tal es el caso de Basebüke, quien se
estableció a los siete años de edad, junto a su familia, en un terreno privado
ubicado en la localidad de Luque, situada a unos 15 kms de Asunción. Como
tantos otros indígenas de su generación, Basébuke vivió apenas unos pocos
años la vida en el monte. Su crianza, estuvo más anclada en la interacción con
los paraguayos mestizos que en la relación con su propio grupo étnico. Fuera
de su familia, no tuvo mayor intercambio con otros indígenas. Estas
circunstancias, lo enfrentaron a la necesidad de encontrar un nuevo camino
para comprender y re-significar su condición, debatida entre el pasado de sus
padres y el presente cultural de las nuévas géneraciones.
Esta tesis trata sobre esa búsqueda y desafío, sopesando como éstos
operan en el plano estético a través de la elaboración y cambio que el joven
indígena y pintor comenzó a generar en su identidad y en sus pinturas.
Mi trabajo de campo, por lo tanto, conUeva una serie de particularidades.
La primera es concentrarse en su trayectoria de vida en vinculación con su
trayectoria estética. La segunda es el hecho de que ese ánálisis proviene de
una experiencia de campo poco usual desarrollada en el marco de una beca
que le fue otorgada a mi interlocuto en la Ciudad de Buenos Aires. Esta
estancia —que duró cuatro meses- fue fortalecida con dos trabajos de campo en
Asunción del Paraguay. El primero realizado en el año 2007 y el segundo en el
año 2009. Las tres experiencias, me permitieron desarrollar esta reflexión.
11
Entiendo que el hecho de centrarme en un sólo interlocutor y llevar a cabo
esta labor en un espacio que, mayormente, subvierte las ideas clásicas del
trabajo de campo (donde es el antropólogo quien se desplaza hacia los nativos
y no a la inversa);constituyen un desafío. Desafío que resulta de vital interés
para transitar otros senderos etnográficos que permitan comprender más
adecuadamente la situación actual de las jóvenes generaciones indígenas.
Este objetivo conlleva a cuestionar ciertos presupuestos epistemológicos
de la disciplina y ensayar nuevas propuestas. En primer lugar, se torna
necesaria la búsqueda de herramientas interpretativas fértiles para abordar la
producción estética de autoría indígena en el contexto intercultural. Lo cual
constituye un obstáculo debido al poco desarrollo de la temática en el campo
científico local y, a las distancias que se plantean entre los contextos locales y
la bibliografía internacional disponible: Mayormente, ésta se basa en analizar
situaciones socio-históricas muy disímiles a las que aquí expongo.
Tomando en cuenta esta situación contextual, realizo un recorrido por los
principales abordajes clásicos y contemporáneos sobre el arte indígena. Con
ello, intento sopesar las potencialidades y limitaciones de estos enfoques para
analizar las transformaciones que fueron acaeciendo en los discursos y
pinturas de Basébüke. Mi interés radica en examinar sus obras y sus
reflexiones como dos caras de• una misma moneda, debido a que su
producción estética constituye un vehículo de significado a través de la cual se
expresa su posicionamiento identitario. O sea, mi abordaje implica considerar
la dimensión estética, no como mera "producción de objetos" sino,
principalmente, como "artefactos étnicos" entendidos como - conductos que
canalizan posicionamientos subjetivos y sociales (Fabian, 2004; Gallois,
2007).
Desde estas coordenadas, exSloro los procesos de cambio en el
posicionamiento étnico-político de mi interlocutor y, consecuentemente, en su
producción estética. Esta última, me permite reflexionar sobre la forma en que,
a través de su trayectoria, se conjugan, se sintetizan y se resignifican diversas
instrucciones estéticas. Instrucciones que provienen, tanto de los cánones
establecidos por el campo artístico, como de las ideas y modos de ver la vida
de su propio contexto cultural y social.
7
En el Capítulo 1 presento algunas coordenadas que describen la forma en
que se fue gestando mi trabajo de campo, las condiciones en que fue realizado
y una breve presentación del grupo étnico ishir. Subrayo la particular influencia
de Ogwa Flores Balbuena, primer pintor figurativo de la etnia, en la trayectoria
de su hijo Basebuk. Esta referencia es de vital importancia dado que permite
contextualizar la obra del joven pintor y redimensionar las variaciones que
éste fue generando en torno a cómo pensar sus pinturas y su condición
indígena. A continuación, retomo las complejidades y desafíos ligados a la
necesidad de reposicionarse como artista indígena en el complejo escenario
intercultural en que se desenvuelve. En ese contexto me interesa problematizar
la forma en que se construyen las relaciones entre etnógrafos y nativos, la
espacialización del trabajo de campo, la noción de sujeto y el concepto de
cultura que juegan en el modo de analizar y comprender el caso.
En el Capítulo II realizo una exposición y análisis de las formas en que
ha sido abordada la dimensión estética de los ishir. Para ello, retomo las
principales producciones etnográficas de los últimos sesenta años enfatizando
la emergencia de la pintura figurativa de la cual es responsable el padre de mi
interlocutor. Para ello, desarrollo el papel vertebral que tuvo Ogwa Flores
Balbuena, en ese proceso ligado, directamente, a su relación con diversos
etnógrafos. Paralelamente, exploro la fórma en que las relaciones entre nativos
y antropólogos han moldeado las producciones pictóricas de padre e hijo,
sopesando las diferencias entre distintas generaciones ishir y diferentes
generaciones de antropólogos. Finalinente, introduzco algunas coordenadas
claves referentes a las primeras relaciÓnes entre Basebüke ylos antropólogos
para comenzar a pensar sobre mi propia experiencia de campo junto a él en
Buenos Aires. Para ello retomo sus primeras reflexiones entorno al cambio de
su nombre español por su nombre indígena y las implicancias de este cambio
en sus obras (fundamentalmente en la serie de pinturas que realizó en Buenos
Aires denominada "La saga de Basybüky') y en su identidad.
En el Capítulo lii abordo los principales desarrollos antropológicos
contemporáneos en tomo a las prodücciones estéticas de autoría indígena.
Especialmente, me centro en dos conceptos —estética y arte- que,
frecuentemente, aparecen entendidos como sinónimos o utilizados
8
indistintamente en las etnografías. Con intenciones de esclarecer estas
diferencias, realizo un recorrido por las dos obras antropológicas mas destacas
respecto al arte en general y, al arte primitivo en particular. Me refiero
especialmente a los aportes de Franz Boas sobre el arte kwakiutl (Costa
Noroccidental de Norteamérica) y a las contribuciones de Claude Lévi Strauss
sobre las diferencias entre el arte occidental y el arte primitivo, basadas en los
aportes de Franz Boas y en su propia experiencia etnográfica. El énfasis en
ambos autores constituye un puente necesario para comprender los nuevos
enfoques antropológicos que intentan abordar las producciones simbólicas y
materiales contemporáneas de autoría indígena. Estos enfoques apuntan a
evadir las categorías dicotómicas y genéricas de arte occidental y de arte
primitivo, subrayando los desafíos teóricos que imponen las obras realizadas
por jóvenes artistas indígenas urbanos o periurbanos en un escenario
intercultural. En esta línea de interés, la idea de artefacto étnico a la que referí,
hecha luz sobre los deseos, reflexiones y miradas sobre el mundo que los
productores indígenas ponen en juego a través de sus obras. Estos
posicionamientos e intenciones subjetivas que se encaman en las obras, no se
encuentran al margen de las constricciones impuestas por relaciones
interculturales asimétricas, pero tampoco constituyen meras imposiciones
externas. Cuestión que discuto, apuntando a sopesar los matices y complejos
entramados de la producción pictórica indígena en una situación intercultural.
Finalmente, en las reflexiones finales retomo los conceptos y
presupuestos analíticos más relevantes de este escrito, desarrollando las
principales limitaciones y potencialidades para explicar las particularidades del
caso expuesto y de mis propios intereses aquí explicitados.
Sin pretender arribar a conclusiones definitivas, entiendo que el examen
de la producción pictórica de Basébüke y de las particulares circunstancias e
intereses que se jugaron a partir de mi experiencia de campo, contribuirá a
redimensionar varias cuestiones. En primer lugar, la necesidad de generar
nuevas formas de ver y comprender las producciones estéticas indígenas,
sobre todo aquellas realizadas por las jóvenes generaciones, cuyas
experiencias de vida y contextos de prducción no son ni pueden ser, iguales a
las de sus padres:
9
En segundo lugar, los problemas vinculados al rol del etnógrafo en el
trabajo de campo y su conflictiva situación atravesada por la artificiosa
dicotomía entre producción académica y gestión. Estimo que un intento por ir
más allá de ésta oposición, sería de vital importancia en pos de construir una
antropología más sensible a las problemáticas que atraviesan las jóvenes
generaciones indígenas.
10
CAPITULO 1
1.1 UN VIAJE, UN DESAFÍO, UNA BÚSQUEDA.
La etnia ishir1 a ¡a que pertenece Basébüke, también conocida como
chamacoco 2, se localiza actualmente en el Departamento del Alto Paraguay
(Paraguay), sobre la orilla occidental del río Paraguay y frente a las costas de
Brasil. Este grupo étnico ha llevado un modo de vida trashumante centrado en
la pesca, la caza y la recolección hasta hace unos sesenta años. El
advenimiento de las industrias tanineras en la década de 1950, sumado al
creciente arrinconamiento territorial operado por parte del Estado paraguayo,
modificaron su modo de vida y de producción. Estas transformaciones forzaron
a los ishir a alternar cada vez más, las actividades productivas de antaño con la
dependencia del trabajo asalariado y la realización de changas, la
sedentarización y finalmente, la migración forzada hacia la capital del país
(Spadafora, 2006: 126-127).
En efecto, a principios de la década de 1990, como consecuencia del
deterioro ambiental ocasionado por las industrias extractivas y la privatización
creciente de la tierra, muchas familias ishir se vieron obligadas a migrar hacia
la periferia de Asunción. La familia de Basebüke fue una de las tantas. Su
padre y su madre, Ogwa Flores Balbuena y su esposa Westa, viajaron y se
instalaron en el pueblo de Luque, luego de que las reiteradas inundaciones
terminaran con las esperanzas de persistir en sus tierras. No obstante, algunos
de los hijos y la mayor parte de sus parientes, continúan viviendo en la
1 Ishir es un etnónimo que significa "verdaderos hombres"- y junto con sus vecinos, los ayoreo, pertenecen a la familia lingüística zamuco. (Cordeu, mímeo).
2 Según las investigaciones del antropólogo argentino Edgardo Cordeu se desconoce el origen y significado de la denominación, exógena otorgada a los lshir, sin embargo sugiere que el gentilicio Xamacocos o Xamicocos posiblemente derive de Chamóc o Zamúc, una etnia de dicha familia registrada en el siglo XVIII (Cordeu, mimeo).
11
localidad de Puerto Diana, una zona de acceso principalmente fluvial ubicada
a mas dé 800 kms de Asunción.
Poco tiempo después de la migración Ogwa comenzó a dedicarse en
forma creciente al dibujo y la pintura, profesión que ejerció hasta su muerte en
el año 2008 cuando contaba, aproximadamente, unos 75 años. Su interés por
el dibujo se originó en su particular trayectoria de vida. Cuando promediaba los
doce años, se desenvolvió como informante calificado de la Dra. Branislava
Susnik, una antropóloga eslóvena que se aventuró hacia las tierras indígenas.
La interacción con esta etnógrafa y su perspicacia respecto a las habilidades
del niño, lo llevaron a desarrollar una profusa producción pictórica a lo largo de
los años. Ésta se centró en graficar los motivos mitológicos y rituales de su
pueblo, intereses que surgieron de su relación con la citada etnógrafa y con los
antropólogos con quienes trabajó posteriormente.
La concentración en la pintura y en las temáticas referidas, le permitieron
encontrar un oficio de vida y profundizar su interés por la identidad e historia
ishir. Sus conocimientos y perspectiva fueron transmitidos a sus hijos, quienes
instalados en Luque, adoptaron el mandato de su padre de "continuar con la
pintura". De allí surgió la motivación artística de Basebuké, quien junto a sus
hermanos y sobrinos, continúa viviendo en Luque hasta el día de hoy.
En ese mismo lugar transcurrió la mayor parte de su crianza, su infancia
y adolescencia. Desde niño presentó reiteradas dificultades para integrarse a
la sociedad mestiza paraguaya debido a "su carácter y cerrazón", según
argumentaba su padre. Esta situación lo llevó a "quedarse junto a su madre,
temerosa de que los paraguayos lo lastimaran, no concurrir ala escuela y no
integrarse hasta que ella falleció a losdeberes correspondientes a un joven de
su edad"3 .
En verdad, el hijo pintor de Ogwa, mayor que Claudelino, fue muerto unos años antes por un grupo de "paraguayos borrachos" en la cercanía. de su casa. Según su padre, la muerte de ese hijo retuvo a Claudelino junto a su madre, quien temía Ja misma suerte para este. Una vez fallecida la madre, Ogwa instó a Claudelino a dejar la protección del hogar y encontrar una profésión en la pintura, sucediendo a su hermano fallecido. El motivo que impulsó a Ogwa a promocionar a Claudelino fue que él "ya estaba viejo" y consideraba que debía dejar un sucesor en la pintura. Comunicación personal con Ana María Spadafora, según su relevo de la historia de vida de Ogwa.
12
El mandato paterno, que lo identificaba como sucesor del oficio pictórico,
derivaba del hecho de que tanto Claudelino como su padre pensaban que éste
último ya no tenía edad para "salir a vender las pinturas, ni vista para pintarlas".
Por eso, a medida que se agravaba su deteriorada salud, Ogwa se interesó por
dejarle a su hijo la pintura como legado. Para ello, mostró un agudo interés por
promoverlo en el circuito porteño, relacionarlo con sus pocas amistades y
propiciar que el joven pudiera hacer de la pintura un oficio. En ese ánimo, en el
año 2006, Ogwa lo trajo consigo para presentarlo públicamente en una muestra
que realizaría en Buenos Aires, denominada "El regreso de los Axnábsero" 4 .
Gracias a ese primer viaje, en marzo del 2007 Basebuké retornó con una
beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo
(AECID) que le fue otorgada con el objetivo de expandir sus horizontes
artísticos, promover y promocionar sus pinturas5. Hasta este momento, sus
perspectivas como pintor eran escasas. Aunque eventualmente acompañaba a
su padre en la venta de sus "dibujos" y en las exposiciones que éste realizaba
En noviembre del 2002 Ogwa llegó por primera vez a Buenos Aires para exponer en la III Exposición y Feria Artesanal Cultural de los Pueblos Originarios en el Museo de Arte Popular José Hernández con el apoyo de la antropóloga Mercedes Avellaneda. Las posteriores muestras, fueron promovidas por las mismas personas que hicieron posible la estadía de Basébuke en Buenos Aires (ver nota 5), sumadas a la participación de la pintora y esposa del antropólogo Edgardo Cordeu, Dra. Ema lIlia. Ogwa presentó tres muestras, en los años 2002, 2003 y 2006, además de volver en otras oportunidades a Buenos Aires para vender sus cuadros o, simplemente, visitar a sus interlocutores, amigos y gestores. En la muestra del 2006 fue la primera vez que viajó acompañado de su hijo Basébüke.
La moción del viaje y los recursos que posibilitaron esta innovadora experiencia fueron gestionados a través de las relaciónes que Ogwa había for)ado con el Dr. Edgardo Cordeu, la Dra. Ana María Spadafora y el Dr. Rubens Bayardo García en Buenos Aires y con el arquitecto Víctor Achucarro, director del Fondo de Cultura de Paraguay (FONDEC) en Asunción. La concordancia entre las personas e instituciones mencionadas, permitió que Basébüke desarrollara una estadía cuatrimestral en la Ciudad de Buenos Aires entre los meses de marzo y junio del 2007 financiada por el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) dependiente de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), para ese entonces dirigido por la Dra. Lidia Blanco. La beca tuvo como espacio institucional de recepción el Museo de Arte Popular José Hernández (MAPJH) dirigido por la Lic. Ana María Cousillas. Además y considerando que la beca no suplía el alojamiento, fue de vital importancia la participación de la Dra. Ana María Spadafora y el Dr. Rubens Bayardo, quienes hospedaron a Basébüke en su csa, auspiciando esta última como directora de la beca.
13
en Asunción, no había desarrollado la, habilidad, ni el interés necesario para
gestionar y comercializar las obras. Tareas que exigían cierta discursiva acerca
de la condición indígena y de "la cultUra tradicional" que su padre manejaba
hábilmente pero que él, no podía aprehender, ni reproducir debido a su propia
experiencia de vida, transcurrida lejos del monte, de la mitología y el ritual.
Teniendo en cuenta el contexto, la rutina y la dependencia paterna a las
que el joven pintor estaba habituado, la beca que obtuvo en Buenos Aires, se le
presentó como un desafío. Por primera vez, se vio forzado a desenvolverse en
museos e inauguraciones de muestras en galerías de arte y presentarse
adecuadamente en coktails o vernissages de claro tinte burgués, organizados
por instituciones culturales como la Embajada de España o la Fundación
lmago. Este intercambio lo obligó a bucear en su condición identitaria, a
mirarse y pensarse a sí mismo en un. mundo en que actores e instituciones
"blancas" lo compelían a responder a un ideario de lo que debería ser un
artista indígena".
En ese contexto, mi participación consistió en acompañar a Basebüke en
sus salidas diarias a diferentes espacios relacionados con el medio artístico de
la ciudad de Buenos Aires, ayudarlo a elaborar la muestra individual que
oficiaría como cierre de su estancia en Buenos Aires y acompañarlo durante su
estadía en la casa en la que estaba alojado. Experiencias que —junto a mis dos
viajes a Asunción- me permitieron desarrollar la necesaria cotidianeidad para
realizar mi trabajo de campo y elaborar esta tesis.
Como señalé, esta era la primeravez que Basébüke emprendía un viaje
al exterior y que, salía de su casa para desarrollar sus aptitudes artísticas sin la
compañía de su padre. El retorno a Buenos Aires del joven pintor como becario
de una institución europea y por un período de cuatro meses, marcó un antes y
un después en su trayectoria de vida, tal como él mismo refiere al rememorar la
experiencia. No sólo se trataba de un lrgo viaje, sino que en éste viaje y sin la
compañía de su padre debía encontrar un nuevo posicionamiento que le
permitiera promoverse a sí mismo y a su obra desde los estándares esperados
por las instituciones culturales y la sociedad. Frente a ello, el principal escollo y
desafío consistía en delinear su propia performance corno pintor ante una
audiencia blanca. Pese a que Basbüke contaba con el modelo y ejemplo de
14
su padre al que había visto reiteradamente manejar provechosamente esas
situaciones, rápidamente se percató de las grandes diferencias que había entre
el modelo de "artista indígena" que evocaba Ogwa y el que él mismo debía
construir. Tanto en la presentación desu muestra de pintura individual, como
en las diferentes entrevistas que sostuvo con artistas, antropólogos y agentes
de instituciones culturales, Basébuké se enfrentó a la necesidad de construir un
discurso propio acerca de sus pinturas y de sí mismo.
Ogwa había transitado anteriormente por estos mismos escenarios, la
ciudad de Buenos Aires, las entrevistas con antropólogos y la realización de
muestras de pintura, todas realizadas en el Museo de Arte Popular José
Hernández. Sin embargo, y debido a su experiencia de vida, estas situaciones
eran sólo una escalada más en su trayectoria de bróker con la sociedad blanca
y el mundo del arte. Ogwa —a diferencia de su hijo- sabía perfectamente cómo
escenificar su condición de "pintor indígena" ante un público no - indígena,
ansioso por encontrar en "sus dibujitos" el reservorio de exotismo y de pureza
esperado. Había aprendido a construir y desarrollar una exitosa performance
como pintor signada por lo que era el "antiguo modo de vida ishir". En suma,
Ogwa se presentaba como el depositario de saberes tradicionales codificados
ligados a los mitos, los rituales y el chamanismo, que satisfacía plenamente las
expectativas de los blancos, tanto en el medio cultural paraguayo como en el
medio cultural local.
Su hijo, sin embargo, no podía posicionarse desde idénticas coordenadas.
La mayor parte de su vida transcúrrió en la periferia urbana, recuerda
vagamente el monte, jamás cazó animales salvajes y, los únicos conocimientos
que tiene de los mitos y el ritual, fueron aprendidos fragmentariamente
escuchando los relatos de su padre (Spadafora y Morano, 2008). Sus modos
de narrar la mitología y los rituales indígenas eran "pobres", según juzgaba su
padre, y además no manejaba los cantós que dichas narraciones conllevaban y
que iban de la mano de los relatos.
15
Durante los cuatro meses que trabajamos juntos, la ambigüedad de su
identidad y condición frente a la de su antecesor —quieñ se presentaba a sí
mismo como un prototipo de "la cultura ishir"- afloraba permanentemente.
Tensionado entre los mandatos del supuesto modo en que habrían sido y
deberían ser los ishir y su propia experiencia —alimentada por la vinculación
marginal al mundo mestizo de la periferia urbana-, encontrar un discurso y un
sentido a su condición, se volvieron algo tan necesario como los acrílicos y
telas que utilizaba para pintar los cuadros.
En Buenos Aires Basébüke se enfrentó, por primera vez, a la necesidad
de construir un nuevo discurso que le permitiera sintetizar esa infancia e
historia por las que había atravesado, con las exigencias de su padre y los
requisitos, estereotipos y constricciones impuestos por las instituciones
16
culturales y la sociedad porteña. Ese desafío, por lo tanto, fue también una
crisis de Identidad. Y en esa crisis de identidad, el diálogo conmigo, fue
generando giros significativos. Esos cambios estuvieron atravesados
paulatinamente con su familiarización con la sociedad porteña y,
especialmente, con las salidas culturales y las "conversaciones ocasionales e
informales" que mantuvimos a lo largo de su estancia en la casa donde se
alojaba. Este espacio -que tomó el color de un verdadero contexto doméstico,
de un lugar antropológico en el sentido más contundente del término- promovió
el diálogo diario con él y con sus anfitriones, mi directora de tesis y su esposo.
Allí, nuestras conversaciones sobre qué significa ser indígena, cuáles son las
formas posibles de ser ishir, cómo pintar sobre estos temas y cómo pensar su
pintura, se fusionaban con almuerzos, tardes aletargadas én el jardín y largas
sobremesas de las cenas. También allí tenía montado "su atelier", donde
realizaba las pinturas que serían finalmente exhibidas cómo corolario de su
estancia. Cada obra que comenzaba a producir contaba con los comentarios
de las personas que transitábamos por su lugar de trabajo, aportando
opiniones -casi siempre divergentes- que influyeron en las decisiones que iba
tomando a medida que avanzaba en su reflexión y producción. Paralelamente,
cada semana ambos asistíamos al museo para trabajar en conjunto con los
diseñadores de gráfica, los encargados del montaje • y los curadores,
intercambiando en esas visitas puntos de vista respecto de cómo poner en
escena sus pinturas en la muestra individual que realizaría.
El viaje y, especialmente, la travesía interna que implicó su estancia en
Buenos Aires y los diálogos que compartimos a lo largo dé ésta, promovieron
innovaciones estéticas en sus cuadros que ya no eran, ni pretendían ser,
similares a los de su padre Pasó de realizar dibujos con crayones, lapiceras y
lápices de color a pintar cuadros con ácrílicos y óleos. Cambió el soporte de
papeles y cartones por bastidores de tela profesionales. Abandonó la escena
autónoma de un cuadro y comenzó a diseñar series pictóricas. También fue
cambiando su modo de firmar los cuadros, de construirlos estéticamente y de
pensar las temáticas que, en su perspectiva, sintetizaban mejor su experiencia
de vida que la mitología y el ritual.
17
Estos cambios, desarrollados en los capítulos subsiguientes, concluyeron
con una obra que sintetiza el modo en que la cultura y la identidad se entraman
con la producción estética del pintor. Dicho entramado, sin embargo, no es
independiente de las constricciones impuestas por la sociedad y,
particularmente, por las instituciones culturales. Un hecho que queda
constatado en el modo en que el museo, la prensa y la sociedad porteña
recepcionaron su muestra. Sus obras fueron catalogadas bajo el mote de arte
étnico", una denominación cargada de sentidos que, si bien reconoce las
producciones pictóricas de Basebüke como "arte" las adjetiva marcando una
especificidad. Diferencia que enfatiza la condición étnica del productor, antes
que las características de su obra o su condición de artista.
En ese campo social, identificárse como "artista indígena" implicaba, para
Basebüke, como para cualquier otro pintor en las mismas condiciones,
comprender y manipular ciertos cánones de autenticidad preestablecidos.
Cánones que delimitan las fronteras entre lo "auténticamente indígena" y
aquello que, debido a no cumplir, con los estereotipos estipulados, es
considerado espurio (Jackson, 1995; Conklin y Graham, 1995; Briones 1998)
cuando no una ejemplificación acabada de lo que algunos denominaría en el
medio local como "indio trucho". Vestido con jeans y zapatillas, neófito en los
saberes chamánicos, con un magro recuerdo de la vida del monte y usuario del
teléfono celular, generaba cierta perplejidad en una audiencia blanca atrapada
en el desfasaje entre el indio hiperreal 6 que esperaban y la persona que
estaban viendo.
Estas imágenes prototípicas de lo indígena a las 1 que Basebuké se
confrontó en el medio cultural y social porteños, van de la mano de la idea de
que la cultura no es más que un paquete. de rasgos ó diacríticos que se
mantienen fijos a través del tiempo y las generaciones (Barth, 1976). Sobre
estos presupuestos se erigen idearios folklorizados sobre lo que los indígenas y
6 El indio hiperreal es un producto de la imaginación occidental. Alcida Ramos (1994) propone esta noción para analizar críticamente las prácticas y discursos de las ONG's indigenistas en Brasil. El indio hiperreal deviene el estereotipo de todo lo deseable a ojos occidentales, se convierte en el "holograma ético" de estas instituciones, son un tipo ideal que no admite contradicciones. En contraste con este prototipo, los indios reales que negocian, hacen política, tiene intereses contradictorios y ambigüedades, aparecen como una versión desviada, decadente o falsa de la verdadera indianidad.
18
sus producciones "deben o deberían ser", formatos predeterminados que
coartan la posibilidad de innovación y cambio a sus productores. Acorde a
estas premisas, en el próximo ítem analizo una serie de cuestiones claves que
permiten discutir los prejuicios en torno a la producción estética indígena
contextualizando mi propia perspectiva sobre el trabajo de campo y sus
implicancias en la relación entre etnágrafa y nativo.
1.2 DEMANDA, ESPACIALIZACIÓN, AGENCIA Y CULTURA.
A través de la descripción de la forma en que se fue gestando mi trabajo
de campo junto a Basebüke en Buenos Aires, se pueden entrever algunas
particularidades teórico-metodológicas que permiten repensar y cuestionar
algunos presupuestos clásicos de nuestra disciplina, presupuestos que están
ligados a los cuatro conceptos claves que rigen este ítem: demanda,
espacialización, agencia y cultura.
• En primer lugar, el problema de la demanda nos remite a repensar la
forma en que se construyen y conciben las relaciones entre antropólogos y
nativos. Retomo este tópico como un aspecto significativo, porque asumo la
labor etnográfica como un espacio de negociación bilateral de intereses que no
necesariamente están impuestos unidireccionalmente por el investigador. De
hecho, al momento de iniciar mi experiencia de trabajo con Basebuké mis
objetivos de investigación no estaban preestablecidos. Más bien, me
encontraba en un proceso de búsqueda de preguntas que'fui clarificando a lo
largo de la experiencia. Para ello al principio, dejé fluir las conversaciones sin
rumbo certero y, a medida que la relación se fue afianzando, pude abrir nuevas
preguntas que iban más allá de los objetivos de la becá de mi interlocutor.
Desde ese lugar, pude profundizar en los intereses de Basébüke y las
problemáticas que, al margen de la gestión y venta de sus cuadros, le
•interesaban discutir y reflexionar conmigo.
Esta elección metodológica, presupone considerar la negociación de
intereses entre antropólogo y nativo en los términos de lo que Joanne
Rappaport (2007) denomina "antropólogía en colaboración". Circunspección
19
que apunta a concebir la investigacióh como un proceso de construcción de
conocimiento.
Esta noción es radicalmente diferente a la idea de que la labor etnográfica
consiste en una recolección neutral de información por parte de un investigador
aséptico. La propuesta de la antropología en colaboración, resulta fértil al
pensar los rumbos de la labor etnográfica actual con iueblos indígenas que
exige nuevas dinámicas de relación. Al respecto, por ejemplo, Rita Segato
(2003) sostiene que el modelo clásico de vinculación entre etnógrafo y nativo
ya no es posible de sostener. Si bien tradicionalmente era el antropólogo quien
salía en busca del nativo, hoy son los nativos quienes, comprometidos en un
proceso de politización creciente, demandan la "escucha etnográfica".
Retomando su experiencia en la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) de
Brasil, señala que fueron las mujeres indígenas quienes comenzaron a exigirle
la articulación de su trabajo en una política pública destinada a ellas. Esta
demanda demuestra, según la autora, hasta qué punto han cambiado, se han
invertido y redimensionado las clásicas relaciones entre antropólogos y nativos
(Segato, 2003).
En este escenario, la demanda e intereses de mi propio trabajo de campo
y la iniciativa que dio cauce al mismo, se fueron construyendo de manera
conjunta y acorde a los principios u objetivos que enmarcaban la estancia de mi
interlocutor en Buenos Aires. Por mi parte, me interesaba realizar una primera
experiencia de trabajo de campo ligada a las problemáticas de los pueblos
indígenas actuales y sobre todo analizar esa situación desde la intersección
entre arte y antropología. "
Unida a esta consideración, ura segunda cuestión a abordar es el
problema de la espacialización del trabajo de campo. Entiendo que el viaje de
Basebüke a Buenos Aires y mi labor sobre esa experiencia, pone en tela de
juicio la noción clásica del trabajo de campo entendido como un espacio físico
distante y temporalmente lejano de la 'sociedad en la que 'vive el antropólogo.
Tal como señala Johannes Fabian (1983), tradicionalmente el trabajo de campo
suponía un desplazamiento geográfico en que el antropólogo se movilizaba
hacia tierras' nativas. La expresión "trabajo sobre el terreno" que se ha
mantenido en el léxico secular como sinónimo de trabajo de campo, resume el
20
presupuesto territorializado sobre el que se ha construido nuestra disciplina y el
impacto que ello supone en la producción etnográfica.
La artificiosa circunscripción del campo a un terreno exótico y
temporalmente distante, reifica a las sociedades indígenas, relegándolas a lo
que se denomina "presente etnográfico". Dicha noción pone de relieve que, la
espacialización exótica y la negación de la contemporaneidad, no hacen más
que fijar la existencia de los pueblos originarios en un pasado prístino. Esta
construcción ideológica trae aparejada, como consecuencia, la negación de la
conflictiva relación entre los indígenas y la sociedad envolvente.
En contrapunto, mi eje directnz puso en juego como premisa la situación
de interculturalidad, la inversión del espacio de trabajo y la articulación entre la
producción indígena y la sociedad occidental. En este sentido, entiendo que el
trabajo de campo en Buenos Aires y el desplazamiento de Basebuké,
constituyen un "lugar antropológico" en sentido lato. Dado que ésta noción
pondera las prácticas realizadas, por sobre la espacialización . física o el
desplazamiento geográfico.. Sin duda, el "desplazamiento" sigue siendo una
práctica etnográfica central, pero no refiere a un movimiento físico del
investigador hacia tierras lejanas, sino a un ejercicio reflexivo de
desnaturalización de las propias rutinas de audición y observación (García,
2007). Es a través de ésta práctica y de los, procesos, de acercamiento y
distanciamiento que forman parte del ejercicio reflexivo del investigador que los
"espacios" se transforman en "lugaresy "diferentes tipos de prácticas generan
clases diferenciales de lugares" (Wright, 2008: 47-48).
Esos múltiples escenarios que trnsitamos durante los cuatro meses que
Basebüke permaneció en Buenos Aire se convirtieron, por lo tanto, en lugares
antropológicos. Los sitios destinados a la promoción y exhibición de obras
artísticas de diversas orientaciones estéticas e ideológicas, lasconversaciones
"casuales" mantenidas en sobremesas o en largos viajes de colectivo, las
visitas a lugares turísticos, al Jardín Zoológico, a los estadios de fútbol de los
clubes Boca Juniors y River Plate, los estudios televisivos en los que se
graban con audiencia en vivo programas de cumbia, constituían espacios de
negociación e intercambio que generaron y contribuyeron a mi auto-reflexión
21
como etnógrafa y a la auto-reflexión de mi interlocutor sobre su condición
indígena y artística7 .
A medida que se sentía más cómodo en Buenos Aires y se afianzaba
nuestra 'relación, Basebuke comenzó a poner en juego sus preferencias.
Empezó a ponderar las visitas a espacios ligados con la fotografía o museos en
donde pudiera ver pinturas "parecidas a la realidad". Este interés (que nunca
excluyó su pasión por el fútbol .y la cumbia), comenzó a desarrollarse cada vez
más y a mostrar sus efectos en sus "pinturas" —como suele llamarlas- y en la
forma de pensar-se a sí mismo en tanto joven, indígena y pintor.
Los espacios que transitamos juntos, dan cuenta de la diversidad de
contextos que franqueamos y de la variedad de modos de comunicarnos que
tales contextos generaron, maneras de interacción que profundizaron su
mirada sobre "el arte de los otros" y su propia producción. Dos cuestiones que
sintetizan este proceso fueron las visitas al Museo de Arte Popular José
Hernández para preparar su muestra individual y la concurrencia a una
conferencia dictada por el líder indígena mapuche, Mauro Millán, en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
En el museo, intercambiamos puntos de vista respecto de diferentes
temas que manifestaban las divergencias culturales entre los distintos
interlocutores. En estos intercambios participábamos Basebuke y yo, pero
también los encargados de realizar 'el montaje, la diseñadora gráfica del
museo, la antropóloga encargada del área de investigacióh, la directora de la
institución y las personas dedicadas a la realización de visitas guiadas. Estos
diálogos eran verdaderas negociaciones en torno a problemas puntuales. Por
ejemplo, qué decir en 'un texto de' sala, cómo diseñar espacialmente la
distribución de los cuadros, qué fotografías seleccionar para las invitaciones y
folletos. Las tensiones, divergencias y concordancias de miradas entre diversos
Entre los sitios destacados se encuentran el Museo Nacional de Bellas Artes, el Centro Cultural Recoleta, la apertura de la muestra colectiva: "Pampa ciudad y Suburbio" en el espacio cultural Imago de la Fundación OSDE, la apertura de la muestra individual de fotografía: "Visibles Invisibles" de Lena Szankay en el Centro Cultural de la Cooperación, el Cementerio, de la Recoleta, el Shopping Buenos Aires Design, ferias en diferentes espacios (Plaza Francia, Plaza Belgrano, el Tigre), y espacios de recreación como el Jardín Zoológico de Buenos Aires, el Jardín Botánico, el Shopping Abasto, Shopping Alto Palermo, diversos cines, etc.
22
actores (representantes de instituciones culturales, artistas y antropólogos)
fueron el eje de nuestra labor. Las discrepancias entre diferentes miradas
surgían al tratar de construir discursos que dieran cuenta de la identidad de
Basbuké, del sentido y características de su obra y de cómo incluirlo dentro de
la categoría "artista indígena" . Estas discordancias, llaman a reflexionar sobre
los presupuestos subyacentes que se encuentran en tensión en la negociación
intercultural. Relación que pone en juego formas culturalmente moldeadas y
diferentes de "ver" las pinturas e interpretar qué es el arte (Berger, 2000),
problemática que retomo más adelante.
23
En la conferencia a la que asistimos, esas confrontaciones interculturales
se desplazaron hacia un imaginario colectivo de confraternidad indígena con
otras personas que, en su perspectiva, compartían los mismos problemas
Sacudido por la discursiva étnico política del líder mapuche, encontró puentes
significativos entre su condición de joven indígena y del líder en cuestión. La
identificación étnica —que intentó luego asociar con un parentesco lingüístico
entre el mapuche y el ishir-, le permitió reconocerse en una condición genérica
de indianidad y en problemáticas específicas de los "pueblos y naciones
aborígenes" en el contexto de la ciudadanía estatal nacional. Ambas instancias,
por lo tanto, fueron ejemplos significativos del inter-juego reflexivo que
desarrolló entre su condición étnica y sus pinturas. En definitiva, de la relación
entre la producción pictórica y la condición cultural. Reflexividad que fue de la
mano de mi propia perspectiva sobre el rol del antropólogo y la labor
etnográfica.
Siguiendo esa perspectiva, una tercera cuestión significativa remite a la
focalización de esta tesis en la trayectoria de vida de una persona. Esta forma
de abordar el trabajo etnográfico trae a discusión ciertos cánones disciplinares
persistentes vinculados al recorte de la unidad analítica. Me refiero a la
pérseverante intención de la antropología de dar cuenta de una "totalidad
cultural" utilizando, para ello, apelativos genéricos como "los ishir". En otras
palabras, me interesa cuestionar el salto inductivo 5 que tiende a invisibilizarse
en los escritos etnográficos. Debido a que, frecuentemente, los etnógrafos
interactuamos con unas pocas personas pertenecientes a una etnia y luego,
por una especie de pasaje mágico, tendemos a exteñder esas ideas y
perspectivas como si fueran representativas de toda una sociedad, sin matices
ni distinciones de género, de edad o de trayectoria histórica. Además de que
esta forma de producir conocimiento suprime la heterogeneidad de género,
generacional y social de cada cultura, no considera que la historia reciente de
los pueblos, indígenas, ha removido la certeza acerca de qué significa
pertenecer a un pueblo o nación indígena (Comell, 1988). Si hoy día "ser ishW'
8 El método de la inducción supone la formulación de leyes generales a partir de una regularidad en las observaciones de casos particulares. Según Karl Popper (1977) el salto inductivo que pretende generalizar a partir de lo particular ; no tiene fundamento lógico debido a que "la ley de la uniformidad de la naturaleza" que justifica la inducción, se encuentra por fuera del campo de verificación.
24
es una condición en disputa vinculada a esa condición de interculturalidad,
concentrar la investigación etnográfica en uno o varios 'informantes calificados"
presuponiendo que estos condensan los principios vertebrales de una cultura,
sería, por lo menos, ¡nocente.
Concomitantemente, este presupuesto parte de una noción equívoca de
sujeto que considera a las personas como meros títeres de una cultura,
limitados a reproducir y condensar los principios de una sociedad. En contraste,
retomo aquellas concepciones de sujeto que ponen en relieve que son las
personas quienes construyen, alimentan y modifican la cultura. O sea, quienes
a través de su condición de agentes ponen en juego su propia intencionalidad.
Como señala Alfred GelI (1998), en relación con la producción estética, las
personas son agentes dado que no se limitan a reproducir las estructuras
sociales. Subrayar la agencia de las personas supone que, a través de sus
producciones estéticas o de cualquier tipo, los sujetos ponen en juego sus
deseos y su propia perspectiva sobre la vida "haciendo que las cosas sucedan"
(Gell, 1998: 18). Esos deseos e intenciones se exteriorizan en sus actos, en
sus discursos y también en sus producciones estéticas.
Asumir las ideas de sujeto y agencia elaboradas por Alfred Ge11 9 (ibíd.), no
significa negar el peso de las estructuras sociales. Tal como he venido
señalando, en el caso que aquí analizo, esas limitacione:s se vinculan a las
constricciones impuestas por el campo artístico, íntimamente ligado a su vez,
con el mercado (Bourdieu, 1995). También son condicionantes los estereotipos
socialmente impuestos acerca de lo que se espera de una obra de "arte
indígena". En efecto, la audiencia que concurrió a la müestra de Basébüke
esperaba que sus discursos y sus obras plasmaran un ideario determinado de
lo indígena. Lo esperable era un indio que representara "la cultura nativa"
asumida como un repertorio de rasgos vinculados al modo de vestir y a cierto
modo de pensar —signado por una cosmovisión diferenciada y basada en el
pensamiento mítico y ritual-. La expectativa estaba cifrada en un ideal de
Retomo deliberadamente las acepciones que Alfred GelI (1998) otorga al concepto de agencia, debido a la proximidad entre sus incumbencias (este autor dedicó la mayor parte de su obra a construir una mirada antropológica sobre el arte) y mi propio campo de interés desarrollado en esta tesis.
25
indígena que evocara un paraíso utópico, radicalmente opuesto (o exento) de
la vorágine capitalistay del "desencantamiento del mundo occidental".
Este estereotipo tenía y tiene consecuencias críticas. sobre Basébüke y
su pintura dado que sus obras, en varias oportunidades, fueron apenas
catalogadas por la audiencia como "lindos dibujitos del indiecito" a quien debía
ayudarse "comprándole" porque sus pinturas eran "puras como las de los
chicos". Estos estereotipos, resistentes a la experiencia, impedían ver sus
obras como verdaderas producciones interculturales. O sea, como "artefactos
étnicos" (Fabian, 2004), vehículos de significados directamente ligados al modo
en que, a través de esas producciones, se plasman ideas sobre su condición
identitaria. Dicha condición se dirime en un contexto social y escenario de
interacción que no condice con la supuesta condición prístina, idílica y
desgajada de la historia de interlocución con el mundo blanco. De ahí que la
consideración de la dimensión estética como un espacio escindido de la
construcción de identidad étnica, sea más que artificiosa y, de ahí, que ambas
nociones —sujeto y agencia- evoquen nuestra idea sobre qué es la cultura. Éste
concepto vertebral de la antropología presupone el dinamismo, la capacidad de
reinvención, negociación y cambio social. Por ende, lejos de aquel ideario
cosificado con que se la pretende asociar, se despliega como un espacio fluido,
atravesado por relaciones asimétricas y conflictivas y por la negociación de
sentidos con diversos actores.
La incomprensión de Basebuké respecto a desde dónde y cómo asir "la
cultura ishW' de forma tal de sentirsé representado y, al mismo tiempo, no
"traicionar" el ideario de las generaciones antecesoras, se 'precipitó cuando se
vio confrontado al imaginario sociaí. porteño. Este imaginario, ambiguo y
contradictorio, oscilaba entre el estereotipo del buen salvaje y el prototipo de
inmigrante paraguayo, asociado presuntamente a la delincuencia y a la mano
de obra barata en el rubro de la construcción.
Por eso, más allá de las retóricas benévolas sobre el indiecito y sus
dibujos, tanto él como yo nos topamos con la cara más desoladora e impotente
de la condición indígena. Esto es, la negativa a aceptarlo como un ciudadano
en paridad de derechos y la predisposición a asociarlo con un presunto
criminal por parte de los guardias de seguridad y la policía de museos y
26
espacios públicos. Situación a la que mi interlocutor estaba mucho más
penosamente acostumbrado que yo. Por ejemplo, cada vez que ingresábamos
a un museo o una galería de arte, los guardias de seguridad se dirigían a mí
para preguntarme si Basébüke "me estaba molestando". Probablemente, si
hubiera intentado ingresar sólo a esos mismos lugares, el acceso le habría sido
denegado debido a su apariencia.
Estas situaciones injustas y complejas hicieron más difícil la puesta en
práctica de una metodología de trabajo de campo no asistencialista. No
obstante, en los márgenes de lo posible, intenté no solucionar todos los
problemas emergentes y dejar espacio a que él comenzará a construir sus
propias herramientas para relacionarse y sortear por sí mismo las situaciones
que se le presentaban.
Frecuentemente discutíamos sobre cuestiones supuestamente triviales.
Yo quería que Basébüke aprendiera a manejar el dinero y a solicitar
información a los diferentes interlocutores. Más de una vez nos quedamos en
un café o en una estación de subterráneo varados y discutiendo arduamente
porque yo me negaba a accionar por él y él —en parte por su conciencia sobre
los prejuicios y la discriminación- esperaba mi asistencia.
Desde esas circunstancias, aceptarse como indígena constituía un
desafío interno necesario para, como el Ave Fénix, renacer de las cenizas. O
sea, encontrar el modo de conciliar su condición indígena con su estigma
internalizado de ser apenas un joven que -como él mismo decía- "si no hubiera
venido a Buenos Aires, ahora sería ayudante en un supermercado o un
borracho".
En este sentido, Basébuke tuvo —como señala Dominique Gallois (2001)
respecto de los jóvenes waiapí- que "aprender a ser indio". Dado que los
jóvenes indígenas que atravesaron experiencias diferentes a las de sus padres,
"quieren las cosas que aprendieron a conocer en las ciudades, y quieren lo
mismo que los demás. (Porque) ellos se piensan como humanos y no como
indios. Aprender a ser indio es realmnte un contrasentido lógico, además de
muy poco atrayente, porque se ven privados de una serié de cosas" (Gallois,
2001:106).
27
Finalménte, el punto de convergencia entre las ideas y conceptos aquí
vertidos —demanda, espacialización, sujeto, agencia y cultura- pone en relieve
que la producción estética de Basébuké constituye un espacio de reflexión y de
redefinición de su historia y su identidad indígena y que la metodología de
trabajo etnográfica es, ante todo, una labor con uno mismo:(Guber, 1991 ). Dos
caras de una misma moneda que, deliberadamente, defiendo como principio
articulador de este escrito.
28
CAPITULO II.
2.1. PRODUCCIONES ESTÉTICAS Y CAMBIO SOCIAL ENTRE LOS ISHIR
Para comprender las transformaciones que se dieron en el
posicionamiento identitario de Basébüke y su producción estética, es necesario
contextualizar los procesos de cambio que han surgido en las últimas seis
décadas en el plano de la producción estética ishir. En estas mutaciones han
tenido un papel fundamental las relaciones interculturales, sobre todo aquellas
entabladas entre etnógrafos y nativos. Teniendo en cuenta estas premisas,
retomo una serie de trabajos sobre la etnia realizados por antropólogos que
estuvieron directamente ligados a las transformaciones en la pintura ishir de las
cuales, Basebüke es heredero.
En particular, me refiero a la trayectoria emblemática de su padre —Ogwa
Flores Balbuena- quien trabajara inicialmente junto a la antropóloga eslovena
Branislava Susnik, posteriormente con los antropólogos Edgardo Cordeu y
Ticio Escobar y, finalmente con Ana María Spadafora y Rubens Bayardo. Con
excepción de estos últimos antropólogos cuya labor, como señalé, se
concentró en la gestión de la obra de padre e hijo en el ámbito porteño, los
otros etnógrafos mencionados realizaron trabajo sobre el terreno en las
comunidades ishir de Puerto Diana y Fuerte Olimpo entre la década de 1950 y
1980.
La producción más relevante en torno a los ishir cormesponde a los
escritos de Edgardo Cordeu, quien dedicara más de 30 años al trabajo sobre
esta etnia, publicando una variedad significativa de textos y libros vinculados a
la mitología, los rituales y la historia de este pueblo (Cordeu, 1989, 2003 y
2007). En segundo lugar, cabe menciónar la labor de Ticio Escobar quien ha
publicado una serie de escritos vinculados a las artes populares y la producción
estética indígena en el Paraguay (1993, página web del Museo del Barro).
Finalmente, Ana María Spadafora y Rubens Bayardo, han elaborado trabajos
vinculados al surgimiento de la pintura figurativa y la relación de ésta con los
cambios recientes en la historia étnica (Bayardo y Spadafora 2003; Bayardo
29
2007; Spadafora, 2005, 2006). La cuestión de la emergencia de la pintura
figurativa y la relación de Ogwa con ello, también ha sido abordada por
Edgardo Cordeu en un reciente libro titulado: "El Origen de la Pintura:
Mitología, Memoria Étnica y Autobiografía de Ogwa, un Pintor Ebidóso"
(Cordeu, 2007), donde explora algunas cuestiones acerca de la historia de vida
del pintor pero se explaya, principalmente, sobre la mitología étnica.
Delinear esta trayectoria etnográfica vinculada al padre de mi interlocutor
resulta vital debido a que, como ya señalé, la producción estética de Basebüke
y los cambios que se fueron produciendo en su obra y su reflexión sobre la
identidad indígena, están profundamente ligados a la relación de su padre con
los antropólogos mencionados. En efecto, el surgimiento del arte figurativo
entre los ishir (Bayardo y Spadafora, 2003; Spadafora, 2005 y 2006; Cordeu,
2007), es producto de la relación que Ogwa estableció con la antropóloga
Branislava Susnik, la antropóloga eslovena que mencioné anteriormente y que
lo impulsó a pintar cuando era todavía un niño.
En esta línea de interés y, acorde a mis objetivos iniciales, me concentro
en analizar los efectos que la práctica etnográfica de los profesionales
mencionados, incluida mi propia labor, produjeron en Ogwa y su hijo,
concibiendo a antropólogos y nativos como sujetos activos de la investigación.
A fin de facilitar la exposición de mis argumentos sobre esa trayectoria, me
detengo en tres ejes analíticos: a) Las opciones teóricas que la disciplina ha
ido desarrollando para comprender o interpretar las producciones "artísticas" o
"estéticas" indígenas; denominación que fluctúa según los intereses
intelectuales de diferentes épocas e investigadores; b) Los modos de entablar e
interpretar las relaciones entre antropólogos e indígenas (signados por los
paradigmas científicos en boga ei cada momento histórico) y; c) Las
transformaciones acaecidas en la producción estética ishir desde el punto de
vista técnico y desde el punto de vista conceptual, retomando para ello las
reflexiones e interacciones surgidas dé nuestro trabajo.
30
2.2. LA PRÁCTICA ETNOGRÁFICA COMO RESCATE DE LA TRADICIÓN.
La preocupación en torno al arte de las sociedades.indígenas tiene una
larga genealogía y constituye, de hecho, uno de los campos de reflexión
ineludibles en las obras de los "padres míticos" de la antropología. Tanto Franz
Boas (1927) como Cláude Lévi Strauss (1958, 1968), se abocaron al examen
de este tópico, legitimándolo como un espacio de discusión pertinente dentro
de esta disciplina. Me interesa señalar brevemente las propuestas
metodológicas de Lévi Strauss para abordar el campo del arte en las
"sociedades primitivas". Esta reseña es significativa porque su mirada ha
influenciado la perspectiva de los investigadores abocados a trabajar en
relación a la etnia ishir, sobre todo durante las décadas de 1970 y 1980. Estos
etnógrafos y sus trabajos, a su vez, formaron parte integral de los procesos de
cambio en la forma de producción estética de los pintores mencionados.
El antropólogo francés, afirma que el arte constituye, en el grado más alto,
la toma de posesión de la naturaleza por la cultura constituyendo, por ende,
parte de los intereses de la etnología (Lévi Strauss,1968). En efecto, afirma
Cláude Lévi Strauss que el arte ha sido considerado como parte de los
componentes de la cultura desdela célebre obra de Edward. B. Tylor (1871).
Remarcando su carácter fuertemente cultural, el autor sostiene que el "arte
primitivo" constituye un "sistema de signos, o un conjunto de sistemas
significativos" que no puede -ni debe- ser analizado al margen de la estructura
social en la que se desarrolla (Lévi St'rauss, 1968: 221). Siguiendo estos ejes,
por ejemplo, compara el desdoblamiento de la representación en el arte
monumental de los postes totémicos, kwakiutl de la Costa Noroccidental de
Norteamérica y las pinturas faciales caduveo de la Amazonia Brasileña,
sugiriendo que, en ambos casos, la producción artística se encuentra
íntimamente ligada a la organización social.
En este caso, motivos y temas, aunque diferenciados, sirven para
expresar las distancias de rangos y las diferencias de prestigio, características
estructuralmente compatibles a todá sociedad jerarquizada. Este ejemplo,
permite comprender que, para el antropólogo francés, el arte constituye una
31
forma de traducción del sistema estructural, que en este caso era jerárquico.
En sus palabras, "ambas sociedades estaban igualmente jerarquizadas y su
arte decorativo servía para traducir y afirmar los grados de jerarquía" (Lévi
Strauss, 1968: 232).
En la misma sintonía analítica —que subraya el potencial limitante de las
estructuras sociales por sobre los acontecimientos o diacronía- en "La vía de
las Mascaras" (Lévi Strauss, 1981), sostiene que el arte primitivo constituye un
ejemplo acabado del modo en que se plasma el paso de la naturaleza a la
cultura. En otras palabras, su énfasis recae en analizar la manera en que, a
través de las distintas producciones sociales (entre las cuales se incluye el
arte), se expresan la independencia y ruptura del dominio cultural sobre el
dominio natural. Indagando sobre las máscaras salish de los nativos de la
Costa Noroccidental de Norte América, sostiene que éstas están digitadas por
la estructura mítica, por eso cuando ésta última se modifica y las producciones
estéticas no reflejan esos cambios, el autor interpreta que ha ocurrido un
"desfasaje" entre estructura y cambio social, entre sincronía y diacronía.
Siguiendo el influyente aporte del estructuralismo de Claude Lévi Strauss
en la antropología de las tierras bajas americanas durante la década de 1970
(Viveiros de Castro, 1996), buena parte de la producción etnológica de Edgardo
Cordeu, se centra en reconstruir secuencias míticas y rituales de la cosmología
ishir. Su interés fundamental consiste en analizar la ligazón entre dichas
secuencias y las estructuras sociales subyacentes. En sus trabajos, el abordaje
de la producción ornamental dentro de la cual sobresalía él arte plumaria y la
pintura corporal, son vinculados al carácter dual de la orgañización social y a la
relación de esa organización dual con los esquemas míticas y simbólicos de la
sociedad. En forma paralela al análisis levistrossiano, el autor enfatiza que los
ishir poseían una organización social basada en dos mitades exágamas -los
ebytoso y tomaraxo- subdivididas eñ clanes segmentados entre los que se
intercambiaban bienes y mujeres. Sostiene, finalmente, que esas dicotomías
complementarias se expresaban cromáticamente en dos principios
articuladores de la sociedad ishir, la oposición entre la vida y la muerte,
asociada la primera al color rojo y la segunda al calar negro (Cordeu, 1989:
565).
32
En sintonía con el análisis realizado por Edgardo Cordeu, la labor de Ticio
Escobar, profundizó aún más en la producción estética de la etnia ¡shir
siguiendo el mismo eje interpretativo. Sus trabajos, por ejemplo, apuntan a
destacar que los motivos y las representaciones de la pintura corporal, fueron
principalmente de carácter no figurativo. Entiende a los diseños como
metáforas que refieren a "abstractos esquemas tribales ligados a la concepción
del poder y del espacio, del tiempo y el mito" (Escobar, 1993: 66).
Desde esta óptica analítica, que focaliza en analizar las producciones
estéticas de las sociedades indígenas en relación con la estructura mítica
subyacente, se ha sugerido que la sociedad ishir se hallaba estructurada sobre
dualidades entre la muerte y la vida, asociadas respectivamente a lo fuerte y lo
débil, entendidas como fases complementarias de un mismo ciclo. Ambos
polos, respondiendo a las antiguas - confrontaciones rituales entre mitades,
clanes o bandas, eran expresados en todos los terrenos de la vida social:
desde la espacialización de la aldea circular hasta la segmentación del cuerpo
humano pasando por los deportes etnográficos que oponían a uno y otro clan.
Guardaban, a su vez, correspondencia con la serie izquierda asociada a la
sequía, la esterilidad, la impureza y la muerte, y la derecha, asociada a la
humedad, la renovación, la pureza y la vida (Cordeu: 1989).
Ticio Escobar (1993: 122), siguiendo a Edgardo Cordeu (1989: 35),
señala que el carácter socio-simbólico de la ornamentación chamacoco llega a
tal punto que, si se tiene en cuenta que los ejes cosmovisionales de la cultura
se centran en la oposición complementaria entre los ciclos de la vida y de la
muerte representados respectivamene por el rojo y el negro, ambos colores
constituían los vehículos privilegiados del acontecer de la vida nativa, metáfora
de una sociedad levantada sobre un sistema de oposiciones entre segmentos.
diferentes que se manifestaba en todos los planos de la vida social y que, en el
plano estético, se expresaba en la pintura corporal, las imágenes de dualismos
y las asimetrías contrapesadas (Cordeu, 1989: 35; Escobar, 1993: 122). Ticio
Escobar continúa su análisis afirmando que en un ritual denominado Debylyby -
que involucra tanto la realización de ritos de iniciación de los hombres como los
rituales de luto, juegos de inicio de la primavera y ceremonias shamánicas-, se
escenifican los mitos de origen. Mitos que actualizan el retorno de los
33
Axnábsero, "terribles dioses de los cazadores, que terminan siendo cazados
por estos" (Escobar, 1993: 11). En esas representaciones rituales, continúa el
autor, los hombres que protagonizan a esos dioses, cubren sus caras con
máscaras, se pintan el torso los brazos y las piernas, se visten con trajes de
fibra de caraguatá y se colocan bellos adornos plumarios con la intención de
representar las características específicas de cada dios que, singularizado por
motivos abstractos diferenciados, ocupan el centro de la ceremonia ritual.
En síntesis, ambos atores realizaron un análisis de la sociedad y la
producción material ishir desde una óptica influenciada por el enfoque
estructuralista. Por ende, y desde esa perspectiva destacaron la importancia de
la mitología, la tradición chamánica y los rituales religiosos como expresiones
centrales de la cosmología indígena y, de forma más general, como los
aspectos más relevantes de la cultura ishir. Estos trabajos fueron producidos
entre las décadas de 1960 y 1970 a la par de un intenso proceso de cambio
social, contexto que motivó a estos etnógrafos a centrar sus esfuerzos en la
recopilación exhaustiva de ese tipo de materiales, considerados como
expresiones culturales que, poco a poco, merced al contacto sistemático con el
hombre blanco, tendrían a desaparecer. Pero en ninguno de los dos casos, se
preguntaron por los cambios que dichos mitos y rituales venían sufriendo
merced a la propia dinámica histórica.
Si en las décadas de 1960 y 1970 era posible abordar la producción
estética desde una perspectiva que enfatizaba las relaciones de las mismas
con la vida ritual y chamánica -relegando a un plano secundario u omitiendo las
transformaciones que dichas producciones sufrían a través del contacto
intercultural-, en la actualidad este tipo de enfoque resultaría limitado, al menos
para analizar mi caso. Este constreñimiento se agudiza especialmente si el
interés etnográfico apunta a dar cuenta de la situación actual de las nuevas
generaciones ishir, cuya experiencia de vida no puede ser pensada al margen
de la relación intercultural. La historia de esta etnia y en particular de mi
interlocutor, está signada por un quiebre entre el modo de vida nómada y el
modo de vida, sedentario y, fundamentalmente, por el trauma que significó la
friigración forzada desde el monte hacia la capital.
•1
34
Estas fracturas promovieron un aguzado espíritu crítico y cierta
melancolía en personas como Ogwa y los antropólogos con quienes trabajó
que añoraban "aquel mundo que se iba, para no volver». En Ogwa esa
añoranza tomó la forma de una interesante creación pictórica, vinculada a la
mitología y las costumbres de su pueblo. Fue desarrollando poco a poco una
gran capacidad reflexiva sobre "su cultura" que estaba directamente vinculada
al incentivo inicial que le diera Branislava Susnik y a su posterior trabajo con
Edgardo Cordeu, Ticio EscObar y, desde la década de 1990, con Ana María
Spadafora y Rubens Bayardo. Muchos de sus dibujos, por ejemplo, fueron
utilizados como modos de ejemplificar los rituales en las publicaciones de
Edgardo Cordeu y Ticio Escobar (Bayardo y Spadafora, 2003). Algunos de sus
cuadros fueron analizados acorde a su experiencia de vida y a los efectos que
la interacción con estos antropólogos tuvieron en sus ilustraciones pictóricas
(Bayardo y Spadafora, 2003; Spadafora, 2005; 2006), temática que desarrollo a
continuación.
2.3. OGwA, LA EMERGENCIA DE LA PINTURA FIGURATIVA Y LA RELACIÓN ENTRE
NATIVOS Y ETNÓGRAFOS.
Uno de los momentos claves en la historia de las producciones estéticas
ishir, está directamente ligado con el advenimiento de la pintura figurativa que
surge a partir del incentivo que Ogwa, padre de Basebüke, recibiera de
Branislava Susnik.
En trabajos recientes Ana María Spadafora (2005; 2006) y Rubens
Bayardo (Bayardo y Spadafora 2003, Bayardo, 2006), han analizado los
orígenes de su innovación estética, poniendo el' acento én la trayectoria del
pintor y la red de relaciones que éste estableció a lo largo de su vida con
Branislava Susnik, Edgardo Cordeu y Ticio Escobar. Estos trabajos desplazan
el interés desde la dimensión mítico-ritual al análisis de la pintura de Ogwa y
sus reflexiones en tomo al sentido de su arte, su condición identitaria, el
pasado y el presente cultural de su pueblo y su propia perspectiva sobre los
antropólogos. Los intereses de estos áutores están orientados hacia las formas
en que el pintor redefine las narrativas míticas, así camá al modo en que, a
35
través de sus pinturas apunta a revalorizár su ideario cultural. Reconstruyendo
parte de su biografía, destacan que Ogwa nació aproximadamente en 1936-37,
como resultado de un encuentro furtivo entre un soldado paraguayo -que
luchaba en la guerra entre Paraguay y Bolivia- y una mujer ishir. La condición
de mestizo le permitió adiestrarse como mediador con el mundo no - indígena.
Fue pastor evangélico, líder comunitario e "informante calificado" para los
etnógrafos que se adentraban en la región. Así, por ejemplo, trabajó entre 1959
y 1969 como traductor de la Biblia para la Misión Evangélica Nuevas Tribus
adquiriendo de esta manera un manejo fluido del español (Bayardo y
Spadafora, 2003; Bayardo, 2007).
La amplia experiencia intercultural que Ogwa fue adquiriendo, se
desarrolló en un contexto en que las relaciones entre los ishir y la sociedad
blanca eran cada vez más fluidas. Hasta principios del siglo XX los contactos
entre los ishir y el hombre blanco se habían llevado a cabo en circunstancias
puntuales. Los hitos más traumáticos del cambio de vida estuvieron
relacionados con la irrupción de la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia
(1932-35) y la instalación, a partir de la década de 1950, de industrias
tanineras. Sin desarrollar los pormenores de esa historia, basta señalar que
ambas situaciones tuvieron consecuencias bontundentes para los ishir tales
corno el traslado a asentamientos permanentes (sedentarización), el aumento
de la dependencia de la sociedad blanca y la migración forzada, como efecto
de la privatización y constreñimiento territorial, hacia la capital. En ese
contexto, por ejemplo, "no sólo comenaron a declinar las especies disponibles
para la cacería y la pesca sino que también se operó un rápido arrinconamiento
territorial, anexándose casi la totalidad 'del territorio étnico al estado paraguayo"
(Spadafora, 2006: 120).
Paralelamente a estos procesos de acelerado cambio social que los ishir
atravesaban para la década de 1950, los antropólogos de ese período se
propusieron la tarea de testimoniar y documentar la situación en la que se
encontraban los pueblos de la región. Bajo la clave de una etnografía "del
rescate", los esfuerzos antropológicos se dedicaron a recompilar la mayor
cantidad de información posible de estos pueblos indígenas para los cuales se
36
auguraba una rápida e inevitable "extinción". En ese contexto se enmarcan las
primeras relaciones entre los etnógrafos mencionados y Ogwa.
Su relación con Branislava Susnik, según el relevo de Ana María
Spadafora sobre la historia de vida de Ogwa, consistió en trabajar junto a ella
para "registrar la cultura". El decía que la etnógrafa eslovena lo seducía desde
la ribera con caramelos y víveres para que se acercara sin miedo, algo que no
era tan fácil con los adultos mayores escondidos en el monte. Esta etnógrafa
fue quien le proporcionó por primera vez papel y. lápiz —elementos
desconocidos hasta ese momento por los ishir-, con la intención de que el niño
graficara las escenas rituales que le iba relatando o ambos presenciaban
(Spadafora, 2006: 122). La relación de Ogwa con Branislava Susnik promovió
el interés de él en la pintura, habilidad que fue desarrollando a lo largo de su
vida. Ya de viejo solía repetidamente mencionar que su vocación se debía al
mérito y al espíritu visionario de "la doctora" 10 .
Por ejemplo, en un video filmado con apoyo de la Embajada Francesa de
Paraguay, con quien Ogwa mantenía fluidas relaciones, sostuvo que Branislava
Susnik le decía que la pintura le "iba a servir para el futuro, aún cuando en esos
tiempos, él "no sabía lo que era el futuro" 11 . De adulto -y luego de la
experiencia inicial con Susnik-, Ogwa trabajó con Ticio Escobar y Edgardo
Cordeu. Como señalé ambos recopilaron sus relatos sobre la mitología y
editaron en sus respectivas publicaciones, sus dibujos y narrativas míticas
alusivas. Estas imágenes, incluidas en las publicaciones etnográficas en
carácter de testimonios o ilustraciones, fueron tomando fuerza en su obra y su
persona, fueron modelando su propio discurso sobre "la cultjra".
La interpretación de las pinturas y dibujos de Ogwa como testimonios de
una cultura en vías de extinción o de "des- estructuración étnica" (Cordeu,
1989) tiene sus limitaciones. Es, por ejemplo, subsidiaria de "un axioma
epistemológico donde la mitología o las narrativas míticas pueden ser
examinadas sin dar cuenta de las fuerzas históricas qué han constituido la
subjetividad de los informantes" (Gordillo, 2007: 250).
10 Comunicación personal con Ana María Spadafora.
11 Ogwa: Memoria de un pueblo. Corto realizado por Ricardo Álvarez y Silvana Nuovo y filmado con apoyo de la Embajada de Francia en Paraguay y el FONDEC - Paraguay, 2003.
37
Coherente a esta idea de cultura —identificada con la mitología y, de modo
más general, con las estructuras simbólicas- esta generación de etnógrafos
fomentó el uso de la técnica de grafos concibiéndola como una herramienta de
trabajo transparente y sin mayores consecuencias metodológicas en la relación
entre etnógrafo y nativo. Su mayor potencial, a ojos de éstos etnógrafos,
consistía en permitirles "réconstruir la secuencia ritual intentando atenuar las
distancias con los sucesos concretos y sus aspectos simbólicos para elaborar
un diagrama lógico de las secuencias expositivas, otorgando consistencia al
discurso indígena y facilitando de ese modo la comprensión oral" (Cordeu;
2003 en Bayardo y Spadafora, 2003:4).
En esa tarea, los aspectos teóricos - metodológicos de relevo de
información, buscaban liberar al etnólogo de su propia intervención: "recortar
las reiteraciones de frases, así como los silencios, las incongruencias, etc."
(Cordeu, 2006:18), con el objetivo de realizar "la recolección fono magnética
del patrimonio oral aborigen, en especial del referente al mito y lo sagrado; o
sea, sus nociones de poder, las andanzas y las acciones de los héroes
mitológicos y las consecuencias cosmológicas y sociales de éstas" (Cordeu,
2006:18).
Sin embargo, las ideas y temáticas que motivaban la labor etnográfica de
los, antropólogos con quienes trabajó Ogwa, fueron promoviendo en él un
proceso de reflexión y objetivación consciente del valor de su "cultura" y de la
"mitología" para la nueva circunstancia y situación. Por ello, la interpretación de
la pintura de Ogwa como testimonio de una cultura en vías de extinción no solo
no es la única posible, también adolece de no considerar lá distancia entre la
labor etnográfica —alimentada por generar modelos para pensar la realidad- y el
sentido de esa labor para los nativos —que mediante ese diálogo buscan
modelos para actuar la realidad- (Guber, 1991).
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Foto 2: "Los nativos suben el árbol sagrado que entra en el cielo".
Lápices de colores, tinta china y,acuarela sobre papel. Ogwa, 2006
39
Siguiendo esta última consideración, estimo que las producciones
pictóricas de Ogwa y Basebuke, pueden ser interpretadas desde otra
perspectiva. Una perspectiva que apunte a subrayar la condición de sujetos y
agentes de padre e hijo. Que destaque que esa producción no es meramente
una forma de expresión de la realidad reproducida por el nativo sino,
principalmente, una nueva narrativa sobre la cultura y la historia de su pueblo.
En esa línea de interés, Ana María Spadafora y Rubens Bayardo destacaron
que la obra de Ogwa está lejos de ceñirse a "la recuperación de un pasado
cultural idílico". Se trata, en todo caso, de "una mirada actual de Ja historia de
los ishir, que se nutre del dinamismo y de la complejidad de las relación
intercultural" (Bayardo; 2007:5). Acorde a este modo de encarar el problema,
Ana María Spadafora (2005: 78) demostró que pinturas emblemáticas del
autor, como "El Bosque Vuela", lejos de reproducir la mitología tradicional,
adicionaba elementos y reflexiones innovadoras que vinculaban los mitos con
la historia reciente de los ishir. Desde esa particular lectura, el pintor
vehiculizaba su versión crítica respecto de los efectos del "deterioro ambiental",
asociándolo con el avance de las industrias madereras en la región. Y esa
asociación se ligaba y nutría de imágenes fotográficas que la autora le
mostraba sobre la deforestación en Amazonia y que permitían ver los efectos
devastadores sobre las poblaciones indígenas allí localizadas.
La degradación ambiental no casualmente fue un tema central de su
reflexión y su pincel. En sus relatos sobre estos temas, su trayectoria de vida
irrumpía en todas y cada una de las "narrativas míticas" que formaban parte de
las entrevistas sostenidas con Spadaforal2. En ellas resaltaba cómo, a partir de
1990, las inundaciones en Puerto Diana, el estrangulamiento territorial y la falta
de acceso a los recursos del monte, forzaron su migración a Asunción. Un
eterno deambular lo llevó a instalarse primero en la Asociación de
Parcialidades Indígenas (API). Posteriormente Ogwa y su familia pudieron re-
localizarse, merced a la ayuda de diversas instituciones vinculadas a la causa
12 Comunicación personal con Ana María Spadafora quien realizara sucesivas entrevistas con Ogwa. Dichas interacciones se generaban en Buenos Aires, en casa de la antropóloga en donde Ogwa tenía acceso a las mencionadas fotografías que retrataban el deterioro ambiental en Amazonia y el impacto de estas transformaciones sobre las poblaciones indígenas que allí habitan.
40
indígena, en un pequeño terreno cercano a la ciudad de Luque. En los últimos
treinta años su vida, él vivió allí dedicándose exclusivamente a la pintura. Sus
hijos y parientes se sumaron a la iniciativa artística de Ogwa, ayudándolo con
sus cuadros, dedicándose a la producción de esculturas en madera, canastos
de palma y diversos objetos artesanales.
La singularidad estética de los cuadros de Ogwa, junto con historia,
creatividad y tenacidad, fueron cimentando un inusual interés por pintar "la
cultura" y "la mitología". Este interés satisfacía el ideario exotista de la "alta
sociedad local, excéntrica, adinerada y ansiosa de sumar a sus colecciones los
dibujos de un autor cuyas elocuentes capacidades para la retórica satisfacían
plenamente a una audiencia blanca fascinada con el estereotipo romántico del
buen salvaje" (Spadafora, 2005: 80; Spadafora y Morano, 2008).
Con los años Ogwa fue buceando en modos diversos de representar "la
cultura", a medida que sus horizontes de relaciones e intercambios con otros
actores se iban ampliando y a medida que su reflexión atravesaba nuevos
umbrales. Sus pinturas no sólo hacían referencia a lo que la sociedad blanca
esperaba de un pintor indígena, a saber: relatos sobre el chamanismo y la
mitología. Más bien, constituían performances que el pintor desplegaba en sus
presentaciones públicas y que reforzaban el estereotipo que de él se esperaba.
En todas aquellas oportunidades en que realizó muestras en Buenos
Aires, apoyado por los antropólogos Ana María Spadafora, Rubens Bayardo,
Edgardo Cordeu y el Museo de Arte Popular José Hernández, no dudaba en
destacar su procedencia «indígena y salvaje". En el corto mencionado
anteriormente, así como en conferencias públicas ofrcidas en ámbitos
universitarios que fueron organizadas por Ana María Spadafora y Rubens
Bayardo, este ideario exotista que ponía en juego frente a las audiencias no -
indígenas de la capital porteña, lo resúmía afirmando que" la Dra. Susnik" lo
había sacado del monte, civilizado y puesto perfume.
Estas discursivas, en las que Ogwa capturaba con sensibilidad los
intereses de su audiencia, constituyen un eje emblemático de mi análisis sobre
las obras de su hijo. Porque su ideario sobre "la cultura" como "mitología" y de
la condición indígena como portadora de un saber calificado se legitimaban, en
buena medida, por su experiencia de vida en el monte y su familiarización con
41
la "cosmología indígena". Esta experiencia y saber, multiplicados por su labor
con los antropólogos, influyó profundamente en la auto-reflexión y,
consecuentemente en la producción estética, de Basebuke quien no podía
acudir a la legitimidad otorgada por el exotismo que tan bien lograba escenificar
su padre.
Las diferencias generacionales, por lo tanto, jugaron una doble partida
entre antropólogos y nativos. Y así como Ogwa encontró enel discurso de los
antropólógos un espacio para pensarse y reinventarse a sí mismo, su hijo debió
buscar nuevos caminos —más allá del mandato paterno y generacional-,
identitarios y estéticos. Veamos el modo en que fue construyendo esos
senderos.
2.4. DE CLAUDELINO A BASEBÜKE O SOBRE CÓMO REINVENTARSE UNA
IDENTIDAD.
Basebüke, el nombre ishir del joven pintor, fue elegido por sus padres en
honor a un guerrero heroico de la misma etnia que peleó contra los caduveo en
las guerras ínter- tribales. La historia de este guerrero conforma uno de los
relatos claves dentro de lo que Edgardo Cordeu denomina como "corpus
cosmovisional de esta etnia" y ha sido compilada en dos versiones por este
autor bajo el nombre de "La saga de Basbuké". y "La saga del hijo de
Basébuke" (Cordeu: 2007, 223-239).
Me interesa resaltar la carga vakwativa del nombre Bsebüke en la trama
significativa de la cultura lshir y, especialmente, el modo en que esa carga
valorativa cobró impacto en el joven pintor. Sin duda, la elección del nombre no
ha sido un acto azaroso. Remite directamente a la historia de un personaje
crucial para la formación de la etnia, ya que los ishir interpretan que de no
haber sido por la destreza bélica del ántiguo guerrero Basebüke y su hijo, los
ishir no habrían podido sobrevivir a la amenaza bélica de sus vecinos, los
caduveo, juzgados por los propios ishir' como "feroces guerreros".
42
A pesar de que su padre fue uno, de los principales informantes utilizados
por Edgardo Cordeu para recopilar la historia del citado guerrero, el sentido y
uso de ese nombre permaneció en la oscuridad para Claudelino hasta su paso
por Buenos Aires en el año 2006. En esa oportunidad, y en una conferencia
ofrecida por los tres antropólogos mencionados que precedía a la muestra de
pinturas de Ogwa "El regreso de los Axnábsero", Ogwa aprovechó para
presentar públicamente a su hijo, que permanecía con la cabeza gacha
mientras su padre remarcaba que había venido a Buenos Aires con él porque
también pintaba. Pero, que a diferencia de él, no "sabía demasiado sobre, la
cultura" ni sobre "cosas y comidas de blanco". Esta presentación pública, algo
controvertida porque el padre remarcaba las falencias del hijo antes que sus
potencialidades, fue resuelta con suspicacia por Edgardo Cordeu. Este último
recordó que, a pesar de esas limitaciones, su nombre chamacoco aludía al
famoso guerrero étnico, intentando subrayar sus cualidades de valentía y
coraje para enfrentar a los caduveo (Spadafora y Morano, 2008: 41-42).'
Esa escena detonó en el joven pintor un proceso reflexivo sobre su
nombre indígena y su nombre blanco. Siempre se presentaba como Claudelino
y no hacía mención a Basebuké. Su padre lo había hostigado en público y en
los días siguientes a la conferencia, su padre solía decirle que era apenas un
mita í (niño de pecho en guaraní). La disputa, que bien podría interpretarse
como la colisión entre modos generacionalmente disímiles de asumir qué
significaba ser un verdadero ishir y cuál era el verdadero locus de autenticidad
de la costumbre y la tradición, tomó nuevos rumbos cuando persuadidos por
Ana María Spadafora rememoraron juntos (padre, hijo y antropóloga) la historia
de Basébüke a partir de los artículos publicados por Edgardo Cordeu sobre la
saga. Mientras Ana María Spadafora relataba, Ogwa hacía comentarios ad hoc
referidos a que él había sido el principal informante de Edgardo Cordeu para la
reconstrucción de la historia y acotaciones que estimaba que Claudelino debía
aprender de una buena vez. Contrariado por padre y antropólog en los días
subsiguientes comenzó a revalorizar su nombre ishir y a firmar sus cuadros con
ese nombre. Este proceso de reflexión evidenciado en el cambio de su firma, le
permitió reposicionarse positivamente frente a su condición indígena, hasta ese
momento subsumida por su identidad paraguaya y sus prdpias contradicciones
43
internas. Descubrió que utilizar su nombre indígena, no tenía por qué ser un
factor limitante, por el contrario podía ser un recurso positivo para
reposicionarse como joven y como pintor.
El transcurso de búsqueda en torno a su identidad comenzó a plasmarse
en su desarrollo pictórico. Además de firmar con su nombre indígena,
seleccionó como motivo central de su muestra de pintura en Buenos Aires, una
serie de obras sobre la vida del legendario Basébuke. Esta serie denominada
"La saga de Basybüky" narra la epopeya del líder guerrero ishir, pero vehiculiza
simultáneamente los procesos de transformación a nivel técnico y reflexivo de
Basébuké, el joven pintor.
En ese derrotero, y tal como he intentado demostrar a través de la historia
de Ogwa y los antropólogos con los cuales interactuó, las relaciones
etnográficas tuvieron -y tienen- un fuerte peso en las historias de vida de estos
dos pintores ishir. En el caso de Basebuké, fueron decisivos los lazos que
entabló con Ana María Spadafora y conmigo en Buenos Aires. Tal como
precisé en el capitulo anterior, entiendo que a través de nuestras
conversaciones, entrevistas y realización conjunta de la muestra de pintura, se
generaron intercambios que influyeron en la transformación de la mirada de
Basebuké sobre sí mismo y sobre su arte.
Los cuadros realizados constituyen una serie de cuatro escenas
sucesivas que, bajo el título "La saga de Basybüky: pintura y relato del pueblo
ishir" fueron expuestas, inauguración mediante, el 24 de mayo de 2007 en el
Museo José Hernández de la Ciudad de Buenos Aires. Para la ocasión,
seleccionamos juntos la forma de presentarse discursivamnte ante un público
blanco, el modo que debía exhibirse frente a la cámara de televisión que iba a
entrevistarlo e incluso la vestimenta adecuada que debía llevar para el evento.
En su presentación pública, a diferencia de su padre, Basebüke prefirió ir
más allá de la importancia de la mitología como, expresión acabada de la
cultura ishir, explayándose sobre su condición indígena en términos de las
problemáticas actuales de "su pueblo". Expresó —en cierta contradicción con lo
que efectivamente exponía- que sus intereses estéticos radicaban en "pintar la
pobreza que los ishir sufren hoy en el Chaco, (para) que la gente sepa que los
If 44
indígenas ya no tienen el monte, que las tierras están alambradas y los
indígenas ya no pueden vivir de ellas".
Estas inquietudes no eran casuales y anudaban la herencia paterna a una
nueva discursiva sobre la identidad y la cultura. Esta nueva discursiva, como
subrayé en el primer capítulo, estuvo ligada al impacto que le causara la
narrativa política del líder mapuche Mauro Millán. Esta conferencia del joven
mapuche giró en torno a las sucesivas experiencias de destierros y la
confrontación sistemática en la lucha por sus reclamos frente al Estado
argentino. Haciendo un uso político de los principales emblemas indigenistas y
antropológicos del medio local, la performance política de Millán le permitió
asociar su condición a la de un "otro indígena". "Descubrió" allí que los
"mapuches eran indígenas que sufrían los mismos problemas que los ishir" y
se preguntó sobre las posibles formas de "hacer política" buceando en si tal
modo de abordar la cuestión debía necesariamente encabalgarse al discurso
del líder mapuche. En sus palabras, si hacer política suponía "hacer como los
mapuches" y si existía un modo de "hacer política a través del arte".
A pesar de las distancias entre la discursiva política del líder indígena y
los horizontes culturales e identitarios de Basebüke, el evento operó como
corolario a un proceso de reflexión e intercambio. En ese proceso, sus nuevas
motivaciones, incertidumbres y preguntas, no pueden pensarse al margen de
las interacciones que mantuvo con los antropólogos que interactuó y, en
especial, con los profusos diálogos que mantuvimos a lo largo de su estadía y
durante mis dos viajes a Asunción;• Me resulta especialmente significativo
retomar una de las entrevistas que tuvimos luego de asistir a una función de
cine, unos días antes de la inauguración de su muestra, que sirven para
enmarcar el redimensionamiento que él realizó de la guerra inter-étnica y,
finalmente, de la propia saga.
Basebüke nunca había concurrido al cine. Fuimos a ver un film
norteamericano denominado "300" que era la adaptación de la novela gráfica
de Frank Miller sobre la Batalla de las Termófilas. En el film 300 guerreros
espartanos resisten contra el multitudinario ejército pérsa que pretendía
subordinarlos. La nueva versión holywoodense de la epopeya épica es
novedosa desde el punto de vista estético ya que enfatiza -a través de los
45
efectos especiales- tas acciones bélicas. De hecho, la mayor parte del film se
concentra en narrar cinematográficamente los enfrentamientos entre guerreros,
poniendo especial énfasis en las luchas cuerpo a cuerpo, las heridas
provocadas, la sangre derramada. En definitiva, y tal como he mencionado al
referirme a la fotografía o las pinturas que captaron la atención de Basébüke,
también en el cine la representación realista e hiperrealista se convirtieron en
opciones de su predilección.
La versión original de la película —a la cual asistimos- es anglófona y
subtitulada al español. Por ende, Basébüke no podía comprender los diálogos y
se limitaba a seguir la trama a través de las imágenes. Esta concentración en
las imágenes, a mi juicio, le dieron más libertad a la libre interpretación del film
y, finalmente, a su propia lectura de la guerra étnica asociándola a la película.
Quedó absorto y fascinado con la función cinematográfica. No sólo, lo había
encantado la tecnología del cine y sus efectos especiales, sino que también
aprobó con creces lo que había interpretado como el eje central de la película: CC mostrar bien como es la guerra".
Su agrado por el film estaba vinculado a que la guerra aparecía en su
discurso como un tema central y cargado de una valoración sumamente
positiva. Y, por lo tanto, encausaba rnuy bien en sus objetivos estéticos, que
pretendían expresar la guerra inter-tribal entre ishir y caduveo tal como había
sido. Poco a poco, y a medida que exploraba nuevos horizontes políticos y
estéticos, éstos enfrentamientos comenzaron a ser resignificados como "una
guerra entre indios" y, luego de la conferencia del mapuche Mauro Millán, como
"una guerra entre hermanos".
Un poco por mi condición de etnógrafa principiante, otro poco por el
agotamiento de las largas jornadas que pasábamos juntós, no pude percibir
este pasaje significativo hasta luego de un largo tiempo. Por el contrario, luego
de la película y un tanto indignada por lo que yo juzgaba como una basura
enlatada norteamericana, me explayé frente a él con una crítica al film
diciéndole que para mí, la guerra constituía una "acción sin sentido que
enfrenta hasta la muerte a ser seres himanos que ni siquiera luchan en base a
fines propios sino que representan los deseos de sus superiores (... )".
EN
No obstante, esta diferencia de perspectivas, nos modificó a ambos y fue
provechosa. Basebüke comenzó a plantearse la existencia de otras formas
posibles de valorar los enfrentamientos bélipos y, de modo más general, las
relaciones con "otros indígenas". Por mi parte, puse en consideración mi
etnocentrismo estético y mi propia cerrazón para mirar y escuchar (Cardoso de
Oliveira, 1998) aquello que para mi interlocutor podía ser fuente de reflexión.
Finalmente, entiendo que esta sumatoria de experiencias, atravesadas
por su, interacción conmigo y con los demás interlocutores que he venido
mencionando, llevó a Basébuke por nuevos senderos. Esos caminos fueron
identificarse con la experiencia de otras personas en igual condición y descubrir
que ser indígena bien podía constituir un nuevo posicionamiento social e
identitario. Esa nueva posición, además de conciliarlo con su historia, podía
otorgarle grandes beneficios en su profesionalización como pintor. "Ver" desde
su "realidad" sin por ello traicionar él mandato cultural condensado en las
demandas de su padre y en su objetiva condición de minoría. Conciliar la
guerra étnica con la hermandad aborigen. Su nombre indígena con su
ciudadanía paraguaya.
La serie de la "Saga de Basébüke" y sus discursos públicos en la
presentación de la muestra daban cuenta de las transformaciones señaladas.
Estos cambios, sintéticamente, son la firma con su nombre indígena, el
paulatino desplazamiento de la leyenda que figuraba al pie de los cuadros de
su padre a modo de explicación de la escena, y el pasaje de una imagen que
condensaba una narración mítica en un sólo cuadro, hacia el desarrollo de una
serie pictórica. Esta serie está constituida por cuatro escens denominadas "El
enfrentamiento entre los ishir y los caduveo" (foto 3); "Preparando la
emboscada" (foto 4); "La gran trampa sagrada" (foto 5) y, finalmente, "La paz
entre los indígenas" que escenifica la reconciliación entre los ishir y los
caduveo. Es interesante remarcar que no conservo imagen de este cuadro
debido a cuestiones vinculadas con el momento de su producción. Más allá de
las circunstancias en que fueron tomadas las fotografías (realizadas con cierta
• antelación a la muestra), esta pintura no estaba prevista inicialmente por el
autor. Elaboró este último cuadro apenas dos días antés de la exposición,
inmediatez que reafirma su proceso de pasaje hacia un ideal de cánfraternidad
47
indígena que fue incorporando paulatinamente. Ese ideal, presionado por las
circunstancias de la inauguración, no se correspondía en absoluto con la
guerra inter-étnica "tradicional", tal como la narraban su padre y Edgardo
Cordeu.
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Acrílico sobre tela, 70 x 50 cm Año 2007. Foto: Lena Szankay
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Acrílico sobre tela, 7050 cm, Año 2007. Foto: Lena Szankay
50
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En síntesis, al final de su estancia en Buenos Aires era llamativo el
desplazamiento de su discurso desde el interés de la cultura como mitología a
la cultura como expresión política de las nuevas circunstancias de vida. Una de
las últimas conversaciones que tuvimos previas a su regreso fue, a
mi entender, particularmente concisa, cuando señaló "papá pinta algo no tan
iguaiito de lo que yo pinto porque el pinta la cultura verdadera, los mitos de los
más antiguos. Yo pinto la historia de Basebüke que está más acá" intentando
ligar al padre con el 'tiempo mítica" y a sí mismo con el "tiempo histórico". Que
para él se vinculaba con la migración del Chaco hacia Asunción, con la pobreza
y el sufrimiento de sus familiares en el Alto Paraguay. Recuerdos personales
que tomaban una nueva dimensión a partir de su estancia y del recurso
estilístico que encontró en el discursode Mauro Millán para anudar su historia
diciendo que en el "Chaco ya no podemos cazar, como decía el mapuche. Te
acercas a la tierra y te matan... te matan. Yo nunca cacé pero me contaron. Me
contaron que antes cazaban por todito el Chaco. Ahora no es mas como antes
porque las tierras están toditas de los blancos y si te acercas a Brasil o por ahí,
te matan. Lo que quiero pintar es una cultura nueva, una cultura ishir pero
nueva. Porque yo siempre quise hacer algo por los indígenas del Chaco. Y
para que sepan como sufren y todo el sufrimiento y el hambre que hay allá,
pero eso es de ahora, de los ishir de ahora".
Este elocuente discurso da cuenta del proceso de transformación que
Basebüke fue cimentando y continúa construyendo entre su propia historia y su
condición artística. Dos años después de su estadía en Buenos Aires, volvimos
a encontrarnos en Asunción del Paraguay. En una de las tahtas entrevistas que
mantuvimos en esa ocasión el pintor habló sobre la pintura de la "nueva
generación ishir". Esta denominación demuestra, a mí entehder, un elaboración
mas profunda de los horizontes que comenzó a indagar en Buenos Aires
respecto de su propia obra, del sentido de sus pinturas y de su condición
indígena. Elaboración que, sin embargo, no se produce en un vacío, ni se
desarrolla a la medida de lo que uno quiere y considerá. Confrontado a las
constricciones del ideario indígena y de la impronta de ese ideario de la cultura
ishir en la obra de su padre, la demanda del mercado lo llevó a contrariarse.
Esa contrariedad deriva de las demandas de un mercado que lo rechaza por
52
"producir obras igualitas a las de su padre" y, al mismo tiempo, lo inhabilita para
vender aquellas pinturas que no respondan estrictamente a motivos mitológicos
porque "los blancos esperan que los indios pintemos siempre las mismas
cosas; mitos, chamanes y seres sobrenaturales de la cultura".
53
CAPITULO III
3.1 ARTE INDÍGENA: DE LOS ABORDAJES ETNOGRÁFICOS CLÁSICOS A LOS
PRINCIPALES ENFOQUES CONTEMPORÁNEOS.
En el Capítulo II delinee las formas en que ha sido abordado el problema
de las producciones estéticas ishir desde diferentes presupuestos teóricos y a
través de diversos escenarios históricos. Subrayé que las producciones
pictóricas figurativas de padre e hijo han sido analizadas fundamentalmente,
como parte de un repertorio cultural tradicional. Desde esta óptica han sido
consideradas como ¡lustraciones de las secuencias míticas y rituales o como
"reflejos" de los principios estructurales de las sociedades nativas. Finalmente,
señalé que, trabajos más recientes impulsaron una lectura históricamente
contextualizada de la pintura figurativa ishir, destacando su carácter
intercultural y entendiéndola simultáneamente como una narración actual sobre
la cultura y la identidad.
Siguiendo esta línea de pensamiento, en este capítulo me interesa discutir
más exhaustivamente las formas en que se encuentran vinculados los
presupuestos teórico- metodológicos y el recorte de la unidad analítica ya sea
en términos de "arte primitivo" o "arte indígena" (Myers, 1994, 2006).
Como he señalado, las etnografías clásicas de Franz Boas (1927) y
Claude Lévi Strauss (1958, 1968) han delimitado la problemática de la
producción indígena en términos de "arte primitivo" marcando-el rumbo de los
debates posteriores. Dentro de esa noción, los autores inscribían una gran
variedad de producciones tales como máscaras ritualés, pintura corporal,
tatuajes, cestería o diseños textiles.
En "Primitive Arr', Franz Boas (1927) realiza una descripción minuciosa y
detallada de las producciones artísticas de los pobladores nativos de la Costa
Noroccidental de Norte América. En ese escrito, el autor sostiene que el arte
constituye una "facultad inherentemente humana" existente en todas las
culturas. Dicho postulado entra en contradicción con la perspectiva histórico
particularista característica del enfoque boasiano (Myers, 2005). Analizando las
54
producciones indígenas aludidas, no duda en afirmar que el abordaje que se ha
dado al arte primitivo está basado en dos principios vigentes en cualquier tipo
de sociedad: la igualdad (equivalencia de los mismos procesos mentales en
todos los integrantes de todas las razas y todas la formas de cultura
contemporáneas) y la influencia de los procesos históricos (Boas, 1927:1).
En síntesis, su etnografía y análisis, subrayan la virtuosidad técnica de los
nativos de la Costa Noroccidental enfatizando que la materialidad de los
cuerpos de los productores y sus productos, constituyen una característica
definitoria del arte, no sólo occidental sino también primitivo.
Retomando las producciones de Franz Boas, Claude Lévi-Strauss
desarrolla una forma particular de entender el "arte occidental" y el "arte
primitivo" (Lévi-Strauss, 1959, 1968, 1981). En "Arte lenguaje y etnografía"
(Lévi Strauss; 1968), sostiene que las principales características que
diferencian al arte primitivo del arte occidental son: (1) La relación entre
producción individual y producción colectiva; (2) La oposición entre un arte que
apunta a la significación (primitivo) y otro que tiende a ser cada vez más
representativo y menos significativo y; (3) la tendencia, consciente y
sistemática, de la actividad estética occidental a cerrarse sobre sí misma. O
sea, a situarse no en relación a los objetos sino en vinculación a una
determinada tradición estética. Esta tendencia, que denom ma "academicismo",
no es pertinente para el análisis de la producción artística primitiva debido a
que en las sociedades etnográficas "la tradición está, en gran medida,
asegurada" (Lévi Strauss, 1968; 61- 62).
En síntesis, distanciándose del universalismo de Franz Boas, Cláude Lévi
Strauss subraya las diferencias infranqueables entre el arte primitivo y el arte
occidental asociando, este último al individualismo, el representacionismo y el
academicismo. Su abordaje, por lo tanto, limita la capacidad de ver de qué
modo juega la situación de interculturalidad de la que emergen las
producciones nativas contemporáneas y es equívoco al afirmar que la tradición
se encuentra asegurada en un contexto intercultural que ha hecho de la
tradición y la cultura un proceso de objetivación política y negociación
intercultural.
55
En efecto, desde principios de la década de 1980, algunos autores
comenzarán a cuestionar y a re-contextualizar el debate en torno al arte nativo.
La irrupción de los "pueblos" y "naciones" originarios en el escenario político
internacional, sus demandas y reclamos tanto territoriales como culturales,
promovieron reformas jurídicas sustantivas a nivel de los Estados Nación y,
paralelamente, replanteos en tomo al valor de la identidad étnica y cultural.
En ese contexto, la pugna por encontrar nuevos caminos para interpretar
el sentido de las producciones estéticas de autoría indígena fue y es
significativo. La importancia de este campo de reflexión deviene de que, tanto
las producciones "tradicionales" como las piezas u objetos guardados en los
museos metropolitanos como testimonio de esos mundos en desaparición,
comenzaron a transformarse en un campo de disputa y negociación política. Un
espacio que sintetiza las tensiones entre narrativas occidentales promovidas
por los estados nación y narrativas indígenas que, en virtud de su condición de
minorías negadas.por esas formaciones socio políticas, comenzaron a discutir
sentidos e historicidades vinculados a las colecciones u "objetos etnográficos"
depositados en los museos. (Masco, 1996; Myers, 1991, 1994, 2004).
Retomando ciertas premisas del marxismo, autores como Raymond
Williams (1977) contribuyeron a redefinir la categoría de arte situándola como
una noción vinculada a un dominio cultural occidental y moderno, que no
necesariamente, ha de ser extensible o similar en toda sociedad y momento
histórico. Pierre Bourdieu, en su libro "Las reglas del arte" (1995), sostuvo que
el arte constituye un campo social propio de la modernidad occidental. Este
campo se rige por una lógica específica basada en un "econornicismo invertido"
o "interés por el desinterés". Además está compuesto por un conjunto de
elementos particulares: circuitos de exhibición y comercialización, agentes
institucionales, artistas, marchands, audiencias especializadas, etc. Estos
factores marcan su especificidad pero no obstante, el campo artístico mantiene
una relativa autonomía respecto de otras esferas de lo social como por ejemplo
el mercado.
Su fructífero aporte permite circUnscribir las condiciones históricas que
rodean a la categoría de arte y, parálelamente, no excluir la posibilidad de
indagar sobre las formas en que las producciones de autoría indígena son
56
incluidas o recepcionadas dentro del campo artístico. Asimismo, su análisis
permite comprender por qué la producción estética indígena sólo es pasible de
ser incorporada en museos y exhibiciones bajo el mote de "arte étnico" o "arte
indígena", con todas las implicancias que ello supone.
Las influencias de las interpretaciones clásicas y de los nuevos aportes
sobre el arte indígena promovieron, sumariamente, dos grandes orientaciones
en torno al tema. Por un lado, aquellas posturas que, herederas del marxismo,
ponen el acento en reflexiónar sobre la producción estética indígena actual
ponderando el peso del contexto intercultural para explicarlas (Myers, 1991,
2004, 2006; Price, 1989; Masco, 1996). Por otro lado, aquellas vertientes que,
derivadas de Franz Boas y, especialmente de la relectura de éste por parte de
Cláude Lévi Strauss, optan por analizar la producción indígena al margen de
los procesos de interculturalidad y cambio social, privilegiando el análisis
sincrónico, las estructuras mítico - religiosas que sostienen a la producción
indígena y el valor de uso de los objetós en el contexto etnográfico.
En esta última línea, son significativos los trabajos de autores como Peter
Gow (1996) y Joanna Ovemig (1996) sobre los piro y los piaroa de la región
Amazónica. Estos autores analizan la cuestión de la producción estética
destacando que el interés central de la labor etnográfica consiste en
reconstruir, a través de la memoria oral, los sentidos que las diversas
producciones indígenas poseen al interior del grupo.
Analizando la imposibilidad de acceder a ese entramado teniendo como
presupuesto la noción occidental de arte, Peter Gow señala que Ias preguntas
centrales de la antropología han sido'establecidas en base ala agenda de la
tradición estética con la cual muchos 'antropólogos han crecido, - a saber- la
tradición occidental en sus fases clásicas y modernas" (Gow, 1999).
Para este .autor, la influencia de "la tradición estética vinculada al campo
del arte ha constreñido a los etnógrafós a realizar las mismas preguntas que se
formulan para los sistemas estéticos occidentales a otros sistemas estéticos
visuales no occidentales. Según su postura, formulando las mismas preguntas,
se obtienen siempre las mismas respuestas o resultados directamente nulos.
Las consecuencias de la traspolación forzada de la categoría de arte a otras
sociedades, se evidencian en el hecho de que los etnógrafos, aún estando
57
plenamente advertidos respecto de que dichos, sistemas estéticos son muy
diferentes del occidental, continúan 'realizando las mismas preguntas que
harían si estuvieran en una galería de arte occidental confrontados con una
obra de arte: ¿quién la hizo?; ¿cómo se llama?; ¿cómo, luce?; ¿cómo es?;
¿qué sentido tiene o que quiere decir? Estas son algunas de las inferencias o
sentidos comunes que, a su entender, perduran en el trabajo etnográfico sobre
la producción estética indígena.
En síntesis, según Peter Gow estos interrogantes, constituyen lo que
Rosana Guber (1991) denomina como "preguntas auto-respondidas",
interrogantes que nos indican el modo en que los antropólogos continuamos
abrevando en los presupuestos del arte occidental y la, manera en que esa
influencia colapsa la aplicabilidad universal de la categoría de arte (Gow,
1999). El análisis de Joanna Ovenng sobre la producción piaroa, que
retomaré en el ítem siguiente, se erige sobre las mismas premisas.
Ambos autores, por lo tanto, insisten en dos limitaciones que demuestran
la inutilidad del concepto de arte para el análisis de la producción indígena. En
primer lugar, la acepción otorgada al arte es similar a la que propusieran Pierre
Bourdieu (1995) o Raymond Williams (1977). A saber, el arte es concebido
como un dominio occidental y moderno. La segunda cuestión -relevante desde
mi perspectiva y caso de análisis-, es la relación entre la aplicabilidad o
inaplicabilidad de este concepto. Hecho que, a mi juicio, está vinculado al
recorte de la unidad analítica. Para Peter Gow, por ejemplo, las "sociedades
etnográficas" constituyen un sinónimó 'de la noción de "campo etnográfico", lo
cual implica concebir a la unidad de análisis o al recorte analítico como un dato
de la realidad. Un campo no problemático que independiente de los intereses y
selecciones del investigador. Al no cuéstionar esta premisa, reafirma la idea de
que estas sociedades constituyen sistemas cerrados sobre sí mismos, pasibles
de explicarse y analizarse al margen de la sociedad circundante. Y,
concomitantemente, que la labor etnográfica no posee consecuencias en la
subjetividad y reflexividad de los productores.
Sin desmerecer la licitud de un recorte analítico sincrónico destinado a
reconstruir la trama de significados ligados al diseño indígena, mi intención va
más allá del intérés que anima su análisis. Quiero sopesar el carácter
I1
intercultural y diacrónico de la producción pictórica de Basébuké y el carácter
intersubjetivo de la labor etnográfica. Tal como desarrollé en los capítulos
anteriores, estas mutuas influencias no fueron ajenas a la emergencia y
proceso de redefinición de la pintura figurativa ishir. Influencias que desandan
la idea de que los «lugares antropológicos" constituyen algo dado y que esos
diálogos pueden pensarse al margen de los sentidos vehiculizados en las
producciones pictóricas. De ahí que considero que la producción estética de mi
colaborador, no es independiente del contexto en que desarrollamos este
trabajo. Como tampoco lo es de las constricciones impuestas por los espacios
institucionales y sociales que recepcionan su obra desde el mote de "arte
étnico".
Aceptar estas constricciones, si bien limita el uso y aplicabilidad de la
categoría arte, no necesariamente impide analizar esas producciones como
creaciones exentas de los sistemas que las contienen. Sistemas que pretendo
circunscribir en términos de entramados culturales estrechamente vinculados a
la vida social. Un postulado propuesto por Franz Boas (1927) y retomado por
Clifford Geertz (1983), que apunta a definir el arte como un sistema cultural
particular dentro del sistema cultural más general que lo contiene. Por, lo que
toda teoría del arte es, al mismo tiempo, una teoría de la cultura (Geertz; 1983:
133). Puntualmente, respecto de la pintura, subraya que "la capacidad tan
variable entre los pueblos como entre los individuos para percibir el significado
de las pinturas es, como todas las restantes capacidades humanas, un
producto de la experiencia colectiva que la trasciende ampliamente y donde lo
verdaderamente extraño seria concebirla como si fuese previa a esa
experiencia" (Geertz, 1983: 133) y debido a que "el arte y las aptitudes para
comprenderlo se confeccionan en un mismo taller" (Geertz, 1983, 143). Desde
esas consideraciones, el autor sostiene que "el sentido de la belleza" constituye
un "artefacto cultural" más dentro de un sistema cultural (Geertz, 1983: 143).
Su análisis provee un marco adecuado para sopesar la trama de
significados puestos en juego en la producción nativa tomando los recaudos del
etnocentrismo sugeridos por Peter Gow, evitando al mismo tiempo recaer en
un relativismo inerte. Además, permite ir más allá de. la diçotomía estéril entre
"arte primitivo" y "árte occidental".
59
3.2. ESTÉTICA COMO CATEGORÍA TRANSCULTURAL.
En el debate compilado por James Weiner (1996) en torno a la pregunta:
'Es la estética una categoría transcultural?', se plantean dos posturas; la
primera a favor de una redefinición de dicha categoría para poder aplicarla en
contextos etnográficos no occidentales. Tal es el caso de Jeremmy Coote y
Howard Morphy (1996). En contra de la utilización universal de la categóría
estética se encuentran los trabajos presentados por Joanna Overing (1996) y
Peter Gow (1996) cuya perspectiva analítica ya adelanté en el apartado
anterior.
En favor de la transculturalidad del concepto de estética, Jeremmy Coote
y Howard Morphy (1996) acuerdan en considerar que, si bien no se trata de
entender a la estética como un conjunto de valores occidentales que sirven
universalmente para juzgar otras culturas, una redefinición de la categoría
aumentaría su potencial metodológico. Presuponiendo a la antropología como
una traducción, como un puente entre culturas, los autores consideran que
ciertos conceptos como el de "estética" tendrían validez como categorías
analíticas comparativas. La redefinición propuesta apunta a desligar la estética
de su acepción kantiana, redimensionándola como una capacidad humana
universal subrayando el hecho de que todos "los seres• humanos tienen la
capacidad de respuesta estética en cualquier cultura" (Morphy, 1996). Los
autores ponen énfasis en señalar que la variación estaría al nivel de la
socialización, es decir, a través de socializaciones diferenciales que modelan
los sentidos o la sensibilidad para responder a los estímulos estéticos y que, al
hacerlo, lo hacen de un modo culturalmente particular y diferenciado.
En síntesis, desde esta perspectiva analítica, la estética es abordada
como un proceso cognitivo y, por lo tanto, universal que modela sentidos,
sensibilidades y estímulos en forma diferente para cada contexto cultural. De
ahí que para ambos autores, la "experiencia estética" constituya un aspecto
permeable a todas las esferas de lo social. Y de ahí también que la experiencia
estética no se circunscriba —como ocurre en el arte- a un momento
secularizado al acto ritual o a la contemplación de un objeto extraordi n ario.
E
60
Retomando etnografías africañas donde la categoría estética tiene
correlatos similares en la lengua nativa, Jeremmy Coote (1992) pone de relieve
que la estética opera como una herramienta útil para concebir los puentes entre
diversos tipos de producciones y promover, de ese: modo, el espíritu
comparativo sobre la opción relativista de nuestra disciplina derivada de los
recaudos etnocéntricos que presuponen la aplicación de la categoría de arte a
otros contextos culturales. En la misma línea, Jaques Maquet (1999) se refiere
a lo que denomina como focus estético, concibiéndolo como un espacio
universal que toma diversas formas y dimensiones según cada contexto
cultural.
En otras palabras, para los autores mencionados, la relación entre las
categorías de arte y estética no sería necesariamente excluyente como no lo
sería el potencial explicativo de ambas nociones para las etnografías, debido
al carácter universal de la aptitud cognitiva qué será moldeada,
diferencialmente, en cada situación o contexto cultural.
En disidencia con este abordaje universalista y tal como desarrollé en el
apartado anterior, Joanna Overing (1996) y Peter Gow (1996, 1999), subrayan
la imposibilidad de aplicar la categoría de estética a otros contextos culturales
debido a su necesaria vinculación con la categoría de arte. La potencialidad
explicativa de la experiencia estética quedaría aquí sepultada por el hecho de
que abordar las producciones indígenas en términos estéticos conllevaría la
extensión de una serie de juicios de valor asociados al campo del arte
occidental. Retomando a lnmannuel Kant, por ejemplo, la autora (Overing,
1996) afirma que "la estética, tal como la entendemos en occidente moderno,
son esos juicios valorativos radicalmente diferentes de los juicios morales o
académicos que remiten a una consciencia estética sobre el arte" (Overing,
1996). Por lo cual, el arte en el occidente moderno estaría, según su
perspectiva, radicalmente separado del carácter único del objeto producido, de
la experiencia cotidiana y sacralizada y de la indefectible vinculación entre la
forma y la función de las piezas producidas por las sociedades etnográficas. En
contraposición, el arte occidental se definiría por su carácter elitista, moderno y
burgués.
61
Sus argumentos se basan en el hecho de que éntre los piaroa de
Amazonia, los objetos considerados "bellos" son de uso cotidiano y el "artista" y
su "obra" no están escindidos de un modo de ver el mundo que no disocia entre
lo material y el ideario cosmológico animista atribuido a los "objetos".
Aunque elocuente, su análisis hace a un lado la relación entre los piaroa
y la sociedad blanca, especialmente las influencias y cambios que, a partir del
contacto sistemático con el hombre blanco, fueron aconteciendo en la
significación y sentido de la producción piaroa. El problema de la
mercantilización y la comercial izaci ó n así como de tas redefiniciones simbólicas
producidas a partir de estos nuevos escenarios, no encuentran sentido o modo
de ser explicados en su análisis. En la misma línea, el análisis de Peter Gow
(1996) enfatiza, como hemos visto argumentos semejantes.
Como he subrayado, el recorte analítico de ambos resulta limitado a la
hora de explicar casos como el que aquí expongo, caso que presupone un
campo de interculturalidad que no necesariamente llevaría a desmerecer los
sentidos o significados nativos de determinadas producciones y prácticas
culturales13 .
En síntesis, mi perspectiva apunta a subrayar que las polarizaciones en
torno a la aplicabilidad o no de la categoría de estética y de arte,. resultan poco
fructíferas y demasiado genéricas para comprender las actuales situaciones y
problemáticas a las que nos enfrentamos los antropólogos al analizar
producciones actuales de autoría indígena.
En segundo lugar, destaco que la utilización de estas categorías en
labores como la que aquí expongo, no son disociablés de aquello que
delimitamos como unidad de análisis.
En tercer lugar, estimo que en mi caso de análisis, tanto la categoría de
arte como la de estética, resultan potencialmente promisorias para analizar
producciones pictóricas que se encuentran vinculadas al campo de relaciones
13 Por ejemplo Peter Gow (1999) ha realizado una etnografía en la que considerando la pintura corporal con diseños entre las mujeres piro como "acciones con sentido". En ese trabajo, reconstruye la relación que tradicionalmente existía entre esas prácticas y las formas de construir la feminidad entre los piro (Gow, 1999) En este caso la dimensión temporal seleccionada parte el análisis es explícitamente un corte sincrónico, un "presente etnográfico" (ver capítulo 1).
62
con tas diversas instituciones culturales y con la sociedad circundante.
Correspondencias que son iridisociables de los sentidos puestos en juego en
la producción del artista plástico y en su propia perspectiva acerca del arte y la
condición indígena. Tal como he remarcado en los capítulos anteriores, una
noción que amplía las posibilidades de análisis dejando atrás la discusión
circular en tomo a las categorías de arte y estética, es la idea de artefacto
étnico. Esta noción resume, a mí' entender, el complejo entramado de
instrucciones estéticas y disposiciones provenientes del campo artístico que
constituyen una parte sustancial del escenario de relaciones interculturales
que conforman el contexto en que los pintores indígenas producen sus obras.
Siguiendo estas líneas analíticas, en el próximo apartado ensayo una
aproximación a mi propio caso etnográfico retomando la hipótesis central de
éstas páginas. Es decir, la idea de que las producciones indígenas y, en
particular, de mi propio interlocutor, se encuentran simultáneamente
atravesadas por diversos repertorios culturales. En ellos, convergen cuando no
antagonizan, diferentes instrucciones estéticas forjando una especie de
biografía de percepción personal vinculada a las motivaciones afectivas y
posicionamientos ideológicos de las personas (García y Spadafora; 2008).
Perspectiva que permite explorar el proceso de redimensionamiento de la
pintura figurativa en su relación con la identidad y la cultura. O sea, ponderar
como las expresiones , pictóricas de Basebuke no son independientes de los
horizontes interculturales en que se desarrollan.
3.3. DEL ARTE Y LA ESTÉTICA A LA IDENTIDAD ÉTNICA.
• A. lo largo de los dos ítems anteriores, he destacado las limitaciones y
potencialidades vinculadas a las categorías de arte y estética. He subrayado
que las polarizaciones tanto entre arte y estética como entre arte primitivo y
arte occidental impiden ver la trama de sentidos puestos en juego en la
producción pictórica de Basébuke y su padre. Retomando el recorrido del caso
en estudio, en los Capítulos 1 y II he defendido la tabor etnográfica se encuentra
atravesada tanto por la subjetividad del investigador, como por el contexto
63
histórico en que se desenvuelve y que, dicha tarea tiene impactos en las
personas con quienes trabajamos, en sus formas de pensarse a sí mismos y,
en este caso, en la producción estética indígena.
Siguiendo estas ideas vertebrales, afirmé que la estadía de Basebuke en
Buenos Aires, le permitió relacionarse con ciertos cánones estéticos para él
desconocidos, con nuevas técnicas artísticas y con nuevas formas de entender
su producción y la ajena. A medida que pasaban los días, su relación cada vez
más fluida con el mundo porteño y de las instituciones artísticas, le permitió
hacerse de nuevas técnicas de pintura, nuevos soportes, usos del color, de las
líneas y de los temas.
Estos cambios estéticos, no fueron independientes de su redefinición
respecto de su condición indígena. A medida que recorríamos diversas
instituciones culturales de la Ciudad de Buenos Aires y nuestro diálogo se
afianzaba, se fue distanciado de los estándares estéticos de su padre e
incorporando otros modos de expresar y explorar su condición. Dicha
condición debía ser redimensionada dado que su perfil -de "joven indígena" sin
experiencia en la "verdadera cultura", sin memoria del monte y con escasos
conocimientos de la mitología, el ritual y la historia étnica- no le permitía
pensarse desde las mismas coordenadas que sus antecesores.
Los cambios estéticos más emblemáticos fueron la utilización de su
nombre indígena para firmar sus cuadros, el desplazamiento de los motivos
mitológicos, el abandono de las leyendas explicativas en la parte inferior de los
cuadros y la realización de secuencias de pinturas en las que vehiculiza su
versión sobre la historia del joven guerrero Basébuké, \y
simultáneamente
sobre sí mismo.
Sin embargo, la incorporación de nuevas consignas estéticas no remplazó
enteramente a los cánones estéticos heredados de su padre, sino que ambos
horizontes se sintetizaron en su obra. Acción que demuestra de que manera la
obra del hijo, al igual que la del padre, se encuentra atravesada por diferentes
instrucciones estéticas que amalgaman estilos, temas y motivos del pasado y
del presente indígena otorgándole un nuevo sentido.
Por ello, a pesar de las innovaciones, Basebüke mantuvo la paleta del
padre utilizando el color rojo y negro como referentes centrales asociados a la
• 64
oposición entre la vida y la muerte, un opuesto complementario vertebral del
modo de pensar indígena. Asimismo, continuó pintando y. discurriendo sobre "la
cultura" y "la mitología". Sin embargo, estas obras estuvieron lejos de
reproducir estética y discursivamente el legado paterno; herencia que disputó y
resignificó acorde a su trayectoria de vida.
En ese proceso, la paulatina valorización de su nombre indígena fue
crucial dado que, a mi modo de ver, a través de esta puesta en valor fue
contorneando un nuevo discurso sobre su identidad y también sobre cómo
articular el pasado y el presente de su etnia. En fin, una forma de procesar el
drama de las jóvenes generaciones atravesadas por el trauma de los cambios
sociales y culturales desatados por las migraciones forzadas hacia contextos
peri urbanos.
Aunque la temática de la guerra étnica fue -y continúa siendo- un tema
central de sus piñturas y discurso, los sentidos y valoraciones en tomo a cómo
evaluarla éticamente y cómo representarla pictóricamente fueron
transformándose con el correr del tiempo. Su redimensionamiento del valor de
la guerra desde un acto glorioso en contra de otro étnico hacia la concepción
de una identidad genérica de confraternidad indígena, constituye un ejemplo
acabado de los cambios de concepción acaecidos en Buenos Aires.
Uno de los cambios estéticos más significativos fue la realización de
pinturas secuenciales sobre la saga. Serie que conformó el concepto central de
su muestra de pintura individual llevada a cabo sóbre el fin de su estadía en el
Museo de Arte Popular José Hernández.
El cambio hacia la pintura secuencial, estuvo motivado, por la
familiarización con el género comics, en particular con historietas japonesas
donde se narran visualmente los sucesos de Hiroshima y Nagasaki. Estos
dibujos le permitieron encontrar un puente entre la 'guerra occidental" y la
"guerra étnica", un espacio intercultural. Estas ideas, que rondaron en su
cabeza a lo !argo de toda su estancia en Buenos Aires, se repitieron una y otra
vez en los distintos espacios que recorrimos.
En el Museo Nacional de Bellas Artes capturó su atención la pintura
realista y, en particular, el cuadro "La vuelta del malón". Un famoso óleo sobre
tela de 192 x 13 cm. realizado por Ángel Della Valle en 1892. Esta pintura
65
escenifica un malón de indios guerreros con el torso desnudo, armados con
lanzas y flechas que atraviesan los campos montados a caballo. En ella se
aprecia la captura de una mujer blanca semidesnuda cargada en brazos de uno
de los indígenas. La temática de este cuadro y su magnitud causaron un fuerte
impacto en Basébüke. Al punto de querer adquirir la reproducción de la obra y
ensayar, con lápiz y papel, la representación realista de los rostros humanos
que allí se expresaban.
La valoración positiva del realismo, hiperrealismo y naturalismo en las
artes plásticas, aunada al hecho de que el famoso cuadro sintetizaba su interés
por la guerra, fue uno de los cambios más notorios en el plano de su biografía
y expresión estética. Mientras que la pintura de Ogwa se distingue por su
carácter figurativo, la pintura de Basebuke estuvo influenciada por su interés
por el realismo. Estilo donde la intención del productor consiste en tratar de
"imitar la realidad", tal como "el ojo humano las captura" y que Basébuke
sintetizaba como desarrollar "formas de pintar que son lo más parecidas a lo
que se puede ver con los ojos".
No casualmente la fotografía se convirtió en uno de sus destinos
predilectos debido a que consideraba que lo que la cámara captura con el ojo
es la realidad transparente expresada en la impresión fotográfica. En ocasión
de la muestra artística "Pampa, ciudad y suburbio" realizada en la Fundación
OSDE Imago, donde se exponían diversos tipos de obras pictóricas de
diferentes orientaciones y movimientos artísticos, la exposición fotográfica fue
su interés predilecto. Las fotografías expuestas, creadas en base a la técnica
de plotteo que permite ampliar las imágenes e imprimirlas en alta calidad
generando un efecto visual realista o hiperrealista, llamaron su atención en
sobremanera, refiriéndose a ellas como "bellas".
Su interés por la "realidad", las temáticas que comenzó a pintar en
Buenos Aires y los giros que adquirió su narrativa sobre La saga de
Basbüke", no estaban desligados de su propia concepción sobre lo "real".
Perspectiva estrechamente vinculada a su trayectoria de vida y a lo que
resumía como "la realidad que viven los indígenas hoy".
De este modo, la "Saga de Basybüky' condensa las transformaçiones
estéticas y discursivas de mi interlocutor. Cambios que nos remiten al carácter
político de las producciones estéticas indígenas y al hecho de que —como
señalara Johannes Fabian (2004)- éstos constituyen, ante todo, "artefactos
étnicos", o sea, producciones interculturales que no se erigen en un vacío
social e histórico, sino que dependen de situaciones interétnicas precisas.
Frente a la impotencia y la melancolía de los etnólogos frente a un mundo
que se fue, las pinturas realizadas por Basebuké demuestran que la producción
estética indígena, está lejos de constituir meros objetos inertes e impermeables
a la historia y la identidad. Constituyen, ante todo, vehículos portadores de
relaciones, canales desde los cuales se plasman las condiciones de posibilidad
de ser indígena en el mundo urbano. Un modo de ser que no es reductible al
deseo de los actores, ni a las estructuras en las cuales dichos actores se ven
compelidos a actuar. En fin, un diálogo de posiciones que impiden disociar la
estética de la política, la identidad de la condición étnica, etaria y social. Un
ejemplo acabado del laberíntico nudó de la identidad étnica, de las fronteras
que constriñen la valorización del arte indígena y de los desafíos a los que
éstos se enfrentan en la lucha por establecer sus propios modos de existir y
pensar.
67
REFLEXIONES FINALES
La intención central de esta tesis consiste en reflexionar
etnográficamente sobre las producciones pictóricas de autoría indígena,
problematizado este campo de estudios y proponiendo; a su vez, nuevas
perspectivas analíticas. Esta propuesta surge de mi trabajo de campo junto a
Basebüke, un joven pintor de la etnia ishir. Mi experiencia de campo se destaca
por una serie de particularidades. La primera, es el hecho de centrarse en un
sólo interlocutor. La segunda, es la que refiere al lugar y al modo en que llevé a
cabo mi trabajo etnográfico. Como señalé anteriormente, aunque realicé dos
estadías en Asunción durante los años 2007 y 2009, la máyor parte del tiempo
compartido con Basebuké tuvo lugar en Buenos Aires en el marco de una beca
que le fuera otorgada al joven pintor por la Agencia Española de Cooperación
Internacional para el Desarróllo (AECID).
Estas particularidades motivaron una serie de reflexiones en torno al
trabajo de campo antropológico y a la forma de concebir y construir las
relaciones entre etnógrafos y nativos. En esa línea de interés, he tratado de
llevar a la práctica la propuesta de la "antropología en colaboración". Una
plataforma epistemológica que supone al conocimiento etnográfico como el
resultado de un proceso conjunto y negociado entre antropólogo y nativo. Esta
concepción inicial me condujo a repensar la forma en que se construyen las
demandas en el trabajo etnográfico actual que, a diferencia de tiempo
anteriores se desenvuelve en medio de conflictivos escenarios políticos en que
las voces indígenas comienzan a hacerse oír, reclamando, entre otras cosas,
una antropología más cercana a sus intereses y problemáticas. Por estos
motivos, Basebüke y yo, hemos tratado de conjugar incumbencias, que
oscilaron entre mi interés por acercarme al mundo indígena y elaborar esta
tesis, y su necesidad de cumplir con los objetivos de su beca y afianzar sus
relaciones en el ámbito artístico porteño.
En segundo lugar, he tratado de repensar la espacialización del trabajo
de campo, considerando que la presencia de Basébüke en Buenos Aires
invierte en buena medida la nocIón clásica de campo antropológico, concebido
como un espacio física, y temporalmente distante de la sociedad en la que vive
el antropólogo. La idea de "lugares antropológicos" intenta cuestionar este
supuesto territo ri al izado enfatizando• las prácticas realizadas por sobre la
espacialización física, como características distintivas del "campo". A través de
nuestras entrevistas, charlas y discusiones fuimos construyendo diversos
lugares antropológicos" en espacios físicos tan variados como museos,
muestras de arte, destinos turísticos, centros comerciales, e incluso en el
contexto doméstico de la casa en que se alojaba mi Interlocutor. Esta cuestión
se encuentra a su vez, ligada al replanteo sobre la forma en que es concebida
y delimitada la unidad de análisis.
He tratado de demostrar las falencias de la perseverante intención de la
antropología de dar cuenta de una "totalidad cultural" utilizando, para ello,
apelativos genéricos como "los ishir". Estas generalizaciones se basan, desde
mi punto de vista, en un salto inductivo que tiende a invisibilizarse en los
escritos etnográficos. Esta forma de producir conocimiento suprime la
heterogeneidad de género, generacional y social de cada cultura y además
omite el hecho de que en la historia reciente de los pueblos indígenas, se ha
removido la certeza acerca de qué significa pertenecer a un pueblo o nación
indígena. (Comell, 1988). Por ende, he tratado de demostrar a través de los
múltiples procesos de re posicionamiento identitario que atravesó (y atraviesa
Basebuke) que la condición indígena, y específicamente ishir, se encuentra
permanentemente en disputa y redefinición. Su búsqueda personal atravesada
por su clivaje generacional y por las relaciones con múltiples actores de la
sociedad blanca, sobre todo antropólogos, pone de relieve que, las
denominaciones genéricas, no sólo encubren la heterogeneidad de situaciones
generacionales y de género al interior de un grupo, sino cue también rearman
la idea de que las sociedades etnográficas conforman todos compactos
cerrados sobre sí mismos. Afirmación que resulta falaz a la luz de la creciente •
interacción entre pueblos originarios y sociedades dominantes y sobre todo a la
luz de mi trabajo de campo.
Además y repensado la clásica dicotomía entre agencia y estructura, he
intentado poner de relieve que, en el caso aquí analizado, se genera un doble
juego entre la posibilidad de agencia o de "hacer que las cosas sucedan" y las
limitaciones estructurales que constriñen el abanico de, lo factible. En las
pinturas de Basébüke, entendidas como artefactos étnicos se encarnan y
sintetizan ambas facetas; tanto sus reflexiones, deseos y creaciones, como las
limitaciones que el mercado, el medio artístico -y de forma más general los
imaginarios occidentales- imponen. Estas restricciones se consuman a través
de los cánones socialmente preestablecidos respecto de lo que un indígena y
su "arte" deben ser.
En sintonía con estas propuestas he retomado y tratado de demostrar a
través del caso de Basebüke que, la condición indígena y también la cultura
lejos de aquel ideario cosificado con que se la pretende asociar, se despliega
como un espacio dinámico, atravesado por relaciones asimétricas y conflictivas
y por la negociación de sentidos con diversos actores. En el caso de mi
interlocutor, ese complejo proceso reflexivo en torno a su posicionamiento
como joven, indígena y pintor, comenzó a profundizarse a partir de su
experiencia en Buenos Aires. No obstante para comprender las
transformaciones que se dieron en el posicionamiento identitario de Basbüke
y su producción estética en ese período, he considerado necesario
contextualizar los procesos de cambio que han surgido en las últimas seis
décadas en el plano de la producción estética ishir.
He tratado de demostrar que, en esas mutaciones han tenido un papel
fundamental las relaciones interculturales, sobre todo aquellas entabladas entre
etnógrafos y nativos. Considerando estas premisas, he retomado una serie de
trabajos sobre la etnia realizados por antropólogos que estuvieron directamente
ligados a las transformaciones en la pintura ishir. Tal es el caso de Edgardo
Cordeu y Ticio Escobar. Sus trabajos de campo y producciones etnográficas,
desarrolladas mayormente entre las décadas de 1960 y 1980 se abocaron a
recopilar información sobre la mitología, el chamañismo y el ritual,
considerados como pilares centrales de la cosmología nativa. He tratado de
demostrar las influencias de la concepción levistraussianá en estos enfoques
dentro de tos cuales ornamentaciones rituales, adornos plumarios y pintura
corporal, son analizados en estrecha dependencia con los principios
estructurales de la sociedad ishir. Estas etnografías pioneras, fueron
generadas a la par de un intenso proceso de cambio social, contexto que
70
motivó a los etnógrafos a centrar sus esfuerzos en la recopilación exhaustiva
de las expresiones culturales que concebían como paradigmáticas de la cultura
ishir. Según su perspectiva relatos míticas, secuencias rituales y saberes
chamánicos corrían riesgo de desaparición debido al acelerado cambio social
que implicaba el contacto sistemático con el hombre blanco.
Desde mi punto de vista, la sobre valoración que estos etnógrafos
otorgaron a la preservación o "rescate" de lo que consideraban una cultura en
vías extinción, obturó la pregunta por'los cambios que dichos mitós y rituales
venían sufriendo merced a la propia dinámica histórica. Mi trabajo de campo
me ha exigido repensar estos abordajes, ya que las relaciones interculturales
son un núcleo central de la biografía de mi interlocutor y del contexto en que
produce sus obras pictóricas.
Por estos motivos he recurrido, a la exploración de nuevas vertientes
interpretativas que apuntan a dar cuenta de la forma en que las relaciones
interculturales y, específicamente las relaciones entre nativos y antropólogos,
han influido en las perspectiyas nativas sobre la cultura y la pintura ishir.
Analicé particularmente la trayectoria de Ogwa Flores Balbuena, precursor de
la pintura figurativa de esta etnia, a trávés de las perspectivas propuestas por
Ana María Spadafora y Rubens Bayardo. Estos autores reconstruyen la trama
de relaciones interculturales que conformaron la extensa trayectoria de vida de
Ogwa, resaltando especialmente sus relaciones con distintos etnógrafos y las
consecuencias que para el pintor tuvieron esos intercambios. Fue Branislava
Susnik, una antropóloga eslovena que trabajó junto a Ogwa cuando éste era
apenas un niño, quien le proporcionó por primera vez papel, lápiz y el incentivo
inicial para comenzar a dibujar. Más tarde, sus relaciones con Edgardo Cordeu
y Ticio Escobar continuaron moldeando su interés por el dibujo y su reflexión
respecto de cómo entender y representar la "cultura". No casualmente la
acepción que el pintor otorgaba a este concepto era similar a la de los
etnógrafos con quienes había trabajado. Para Ogwa, al igual que para Edgardo
Cordeu o Ticio.Escobar la "cultura" era, en gran medida, sinónimo de mitología,
chamanismo y ritual. Sobre estos pilares había construido su performance
pública como pintor indígena, presen1ándose a sí mismo como portador de un
saber calificado relacionado con la mitología, el chamanismo y el ritual que se
71
legitimaban, en buena medida, por su experiencia de vida en el monte y su
familiarización con la "cosmología indígena".
Estas discursivas, en las que Ogwa cápturaba con sensibilidad los
intereses de su audiencia, constituyen un eje emblemático para mi análisis
sobre las obras de su hijo. He tratado de poner de relieve el desfasaje entre el
modelo referente del padre de Basebuké y su propia experiencia de vida que
ha transcurrido lejos del monte, en la periferia urbana y por lo tanto no puede
responder al exotismo que, a ojos occidentales, legitima a un artista indígena
como tal.
Por estos motivos he tratado 'de enfatizar las implicancias de las
diferencias generacionales tanto entre padre e hijo, como entre diferentes
generaciones de antropólogos y nativos, proponiendo que las formas de
construir tanto las pinturas y los posicionamientos identitarios como las
etnografías y escritos antropológicos,' están en gran medida influenciados por
las historias de vida de sus productores y los contextos históricos en que éstas
se desenvuelven. Así como Qgwa encontró en el discurso de los antropólogos
un espacio para pensarse y reinventarse a sí mismo (aunque este hecho
estuviera muy lejos de ser sopesado conscientemente por los investigadores),
su hijo comenzó a generar nuevos caminos identitarios y estéticos a través de
la relación con los antropólogos que conoció en Buenos Aires. El viaje y,
especialmente, la travesía interna que implicó su estancia en esa ciudad y los
diálogos que compartimos a lo largo de ésta, promovieron innovaciones en sus
cuadros y en sus discursos.
La serie de la "Saga de Basébüke" y sus discursos públicos en la
presentación de la muestra daban cuenta de las transformaciones señaladas.
Estos cambios, sintéticamente son: cmenzar a utilizar y firmar sus cuadros
con su nombre indígena, cuyo sentido cultural desçubrió precisamente en
Buenos Aires y en diálogo con una antropóloga, el paulatino desplazamiento de
la leyenda que figuraba al pie de los cuadros de su padre a modo de
explicación de la escena, y el pasaje de una imagen que condensaba una
narración mítica en un sólo cuadro, hacia el desarrollo de una serie pictórica.
Además comenzó a explorar temáticas ligadas a la situación de los pueblos
indígenas en la actualidad, reflexión riotivada en parte por la conferencia del
72
líder mapuche a la que asistimos, las conversaciones con diferentes
antropólogos y su propia necesidad de conjugar su condición indígena con su
vida cotidiana en la periferia de Asunción. En la serie de Basebuke constituida
por cuatro escenas denominadas "El enfrentamiento entre los ishir y los
caduveo"; "Preparando la emboscada"; "La gran trampa sagrada" y, finalmente,
"La paz entre los indígenas" se encaman los desplazamientos del joven pintor,
desde la concepción de la cultura como mitología a la cultura como expresión
política de las nuevas circunstancias de vida.
Finalmente en. el Capítulo III, he intentado una lectura crítica de las
opciones teóricas contemporáneas para realizar un abordaje etnográfico de la
producción simbólica y material indígena. Para comprender estas propuestas
consideré necesario un breve recorrido previo por dos obras fundacionales de
esta disciplina, me refiero a los trabajos de Franz Boas y Cláude Lévi Strauss.
Sus formas de considerar el "arte primitivo" y el "arte occidental" moldearon en
gran medida el campo de debate actual. Éste último está atravesado por
discusiones en torno a las potencialidades y limitaciones de aplicar conceptos
corno estética y arte para producciones de autoría indígena. A través de la
lectura crítica de estas discusiones, he delineado mi perspectiva respecto de
las cuestiones en debate, perspectiva moldeada en gran medida por el trabajo
de campo junto a Basebuké. Mi propuesta apunta a subrayar que las
polarizaciones en tomo a la aplicabilidad o no de la categoría de estética y de
arte, resultan poco fructíferas y demasiado genéricas para comprender las
actuales situaciones y problemáticas a las que nos enfrentamos los
antropólogos al analizar producciones actuales de autoría irdígena.
En segundo lugar he destacado que la utilización de estas categorías en
trabajos de campo como el que aquí expongo, no son disociables de aquello
que delimitamos como unidad de análisis. En tercer lugar, estimo que en mi
caso etnográfico, tanto la categoría de arte como la de estética, resultan
potencialmente promisorias para analizar producciones pictóricas que se
encuentran vinculadas al campo de relaciones con las diversas instituciones
culturales y con la sociedad circundante. Correspondencias que son
indisociables de los sentidos puestos en juego en la producción de Basebuké y
en su propia perspectiva acerca del arte y la condición indígena. Tal como he
73
remarcado a lo largo de esta tesis, uná noción que amplía las posibilidades de
análisis dejando atrás la discusión circular en tomo a las categorías de arte y
estética, es la idea de artefacto étnico. Esta noción resume, a mi entender, el
complejo entramado de instrucciones estéticas y disposiciones provenientes
del campo artístico que constituyen una parte sustancial del escenario de
relaciones interculturales que conforman el contexto en que los pintores
indígenas producen sus obras.
En síntesis, en esta tesis he intentado redimensionar el enfoque sobre las
producciones estéticas de autoría indígena tratando de evitar la cosificación de
las obras pictóricas o, lo que algunos autores han denominado, la apología del
objeto. Estas perspectivas, limitadas al análisis formal de las producciones
estéticas o la consideración de las mismas como ilustraciones de principios
estructurales de la cosmología nativa, impiden ver a los sujetos detrás de sus
obras. Personas que, a través de sus producciones transmiten o vehiculizan
sentidos, intenciones y perspectivas acerca de sí mismos y del mundo que los
rodea.
Entiendo que centrar la atención en el producto terminado, desgajado de
su contexto de producción, niega o encubre el conflictivo contexto en que los
artistas indígenas llevan a cabo sus producciones. Tal como propone John
Berger (2000), es necesario superar el "fetichismo de la obra de arte",
indagando en los contextos de producción, en los procesos reflexivos y
trayectorias de vida de las personas que las realizaron.
A diferencia de otras obras artísticas o producciones estéticas, el
contexto en el que se realizan las obras de autoría indígeria, está signado por
una relación intercultural, por una historia interétnica particularizada.
Constituye, por lo tanto, una historia de negociación, donde se plasman los
conflictos y las asimetrías entre los indígenas y la sociedad dominante. Los
artistas nativos no producen sus obras al margen de estas circunstancias y
tampoco lo hacen escindidos de su trayectoria de vida y de su biografía
personal. Estos contextos interculturales, historias y biografías se entrelazan,
se sintetizan y se encarnan en las pinturas de autoría indígena. Por estos
motivos he considerado la idea de artefacto étnico, que al incluir todos estos
aspectos, se presenta como un concepto fértil y con amplia potencialidad para
expandir los horizontes analíticos e interpretativos de los etnógrafos.
En mi tesis las producciones estéticas de Basébüke son consideradas
en estrecha ligazón tanto con su trayectoria de vida, como con el contexto
intercultural en el que han sido producidas. En esa trama confluyen una serie
de cuestiones muy significativas. La relación con su padre quien fuera el primer .
pintor figurativo de la etnia y quien lo impulsara a dedicarse a la pintura, las
relaciones que Ogwa ha mantenido con diferentes etnógrafos y las formas en
que esas relaciones ayudaron a moldear su forma de entender la condición
indígena, el sentido de ser ishir, su concepción sobre qué es la cultura y cómo
representarla a través de la pintura. La influencia de Ogwa sobre Basebuké y
los nuevos senderos que éste recorrió y recorre, son decisivos al momento de
pensar la historia de las producciones pictóricas figurativas de la etnia.
En el caso que he analizado, son muy significativas las características
generacionales de mi interlocutor, lo cual lleva a repensar una problemática
más ampliaque atraviesa a todos los indígenas de su generación. Jóvenes, en
su mayoría peri urbanos que se enfrentan con la necesidad de construirse a sí
mismos como indígenas y -en este caso como artista indígena-, desde un
horizonte de experiencia muy distante del que vivieron sus padres y
antecesores, y muy lejano también del ideario exotista impuesto por la
sociedad blanca.
He tratado de demostrar que, en el caso de Basbüke los procesos
reflexivos en torno a su identidad indígena y también en torno a cómo concebir
y representar la cultura ishir, no se generaron en un vacío' social, sino que se
fueron forjando y moldeando a través de la interacción con diferentes personas
e instituciones del contexto porteño. Principalmente a través de las relaciones
que estableció con diferentes antropólogos, entre los cuales me incluyo.
Finalmente, esta tesis abre nuevos interrogantes y desafíos. El
desarrollo en paralelo del trabajo de campo y actividades de gestión en el
ámbito artístico, vitales para cumplircon los objetivos yexpectativas de mi
interlocutor, llaman a repensar la artificiosa dicotomía entre investigación y
gestión. Estimo que sería necesario un replanteo de esta arbitraria división a
fines de comenzar a construir una antropología más sensible a los intereses y
75
demandas de las personas con las que trabajarnos. Justamente, una de las
preocupaciones centrales en las nuevas generaciones de estudiantes y
antropólogos locales tiene que ver con la necesidad de «sacar a la antropología
de la biblioteca" y comenzar a ensayar formas de articulación entre el
conocimiento que producimos y las actividades de gestión en diversas
instituciones y espacios culturales. Esta rearticulación de instancias seria
fructífera para hacer socialmente visibles nuestras perspectivas profesionales
sobre los problemas que investigarnos y para comenzar a cuestionar e
intervenir más decisivamente en la segregación y exclusión a la cual están
sometidas las minorías indígenas.
Otro sendero que queda abierto para ser explorado en futuras
investigaciones, es el análisis más exhaustivo de la situación actual de las
jóvenes generaciones indígenas que, tal como he tratado de demostrar,
afrontan a una serie de situaciones controversiales. En esta línea seria
particularmente prometedor el trabajo etnográfico junto a jóvenes indígenas
periurbanos, enfrentados a la necesidad de construir una identidad étnica en el
nuevo contexto socio político, que ya no puede cifrarse desde la imagen del
indio exótico y prístino pretendido por el imaginario de la sociedad occidental.
76
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