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“CLAVES DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA PARA TIEMPOS DE SUFRIMIENTO” 1 Darío Mollà Llàcer

“CLAVES DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA · 2019. 4. 30. · general, de “una espiritualidad”; en el título que propongo ahora es “una espiritualidad cristiana”. Hay muchas

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“CLAVES

DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

PARA TIEMPOS DE SUFRIMIENTO”1

Darío Mollà Llàcer

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INDICE 1 “SITUANDO” MI REFLEXIÓN… ¿POR QUÉ ESTE TÍTULO?

2 CUIDAR NUESTRA CONTEMPLACIÓN 2.1. ANTE LA SOSPECHA, UN CONCEPTO Y UNA PREGUNTA 2.2. DEL CORAZÓN DEL PADRE BROTA LA DIGNIDAD DE TODAS Y CADA

UNA DE LAS PERSONAS 2.3. EL “MODO DE PROCEDER” DE JESÚS 2.4. “LA JUSTICIA ES INSEPARABLE DE LA CARIDAD, INTRÍNSECA A ELLA”

(BENEDICTO XVI)

3. MANTENER ACTIVO NUESTRO DISCERNIMIENTO 3.1. SENTIDOS DE LA PALABRA DISCERNIMIENTO EN ESTA REFLEXIÓN 3.2. TEMAS QUE PIDEN DISCERNIMIENTO Y EXAMEN EN NUESTRA

SITUACIÓN ACTUAL 3.3. DISCERNIMIENTO: COMO DECIDIR DESDE EL EVANGELIO

4. AGRADECER Y COMPARTIR LA ESPERANZA

4.1. LA ESPERANZA COMO DON 4.2. AUTÉNTICA ESPERANZA Y ESPERANZA BAJO SOSPECHA 4.3. ESPERANZA COMO PARADOJA Y TENSIÓN

1 CUADERNOS DE ESPIRITUALIDAD Y COMPROMISO – Nº 15 - Pastoral Obrera / Delegación Caridad y Justicia- Obispado de Bilbao. - Ponencia impartida por Darío Mollà Llàcer el 4 de febrero de 2014

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1 “SITUANDO” MI REFLEXIÓN… ¿POR QUÉ ESTE TÍTULO?

Debo comenzar explicando por qué he cambiado el título de la conferencia. Creo que sigo siendo fiel a la demanda que se me hizo, pero entiendo que el cambio de título es significativo porque así nos sitúa en el contexto de lo que voy a decir y en el punto en que me voy a situar. En primer lugar, voy a comentaros cada uno de los tres cambios que he realizado. 1.1. EL PRIMERO es que, en la propuesta que se me hizo se hablaba, de modo

general, de “una espiritualidad”; en el título que propongo ahora es “una espiritualidad cristiana”. Hay muchas espiritualidades pero yo voy a hablar de la que conozco e intento vivir y, añado más, con un toque ignaciano.

1.2. EL SEGUNDO CAMBIO es quizás el más significativo: “tiempos difíciles” por

“tiempos de sufrimiento”. Para mí la primera expresión es excesivamente abstracta, general. Dificultades hay muchas y muy variadas; son más o menos importantes según quien hable; cada uno lo hace de las suyas. Y según qué dificultades se subrayen, van a más o a menos; según qué dificultades se subrayen estamos saliendo de la crisis, estamos saliendo de los tiempos difíciles, o todavía permanecemos en ellos.

Por tanto, para mí, hablar de “tiempos difíciles o de dificultad” me resultaba muy abstracto, no llegaba a situarme. Sin embargo, la expresión “tiempos de sufrimiento” me pone delante rostros de personas y familias que sufren como consecuencia de la crisis social y económica que estamos viviendo, situaciones muy concretas que suponen una fuerte interpelación. Situado delante de estas personas y familias que están sufriendo, llega el momento de la pregunta que subyace a todo lo que voy a decir:

¿Qué espiritualidad nos ayuda a situarnos ante esas personas y qué espiritualidad nos puede llevar a nosotros también a ayudar a esas personas que están en situaciones de sufrimiento?

Una de las cosas básicas de la vida de Jesús es cómo el sufrimiento –causado por distintas razones- de las personas que él se encuentra en el camino de su vida, determina su palabra, sus acciones, su comportamiento, sus actitudes. La persona de Jesús es una persona afectada radicalmente en sus palabras, en sus compromisos por el sufrimiento humano, y especialmente por el sufrimiento de los más débiles y de los pobres. Y, no puede ser otra una espiritualidad que desea seguirle. Por tanto, una espiritualidad cristiana es una espiritualidad condicionada, afectada, por el sufrimiento de la gente con quienes nos encontramos, una espiritualidad muy afectada y muy urgida por tanto sufrimiento como estamos viendo y padeciendo. Una espiritualidad de solidaridad y justicia.

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1.3. FINALMENTE, UN TERCER CAMBIO es que he añadido la palabra “claves”. Si

hablamos de “una espiritualidad para tiempos difíciles” podría haber un malentendido, como pensar que hay una espiritualidad para tiempos fáciles y otra para tiempos difíciles, como hay prendas de vestir para invierno y prendas de vestir para verano. Evidentemente, hay una espiritualidad que tiene distintas claves para momentos más complejos, más difíciles y para momentos no tan complejos; siguiendo la terminología de San Ignacio: en tiempos de consolación hay que subrayar unas actitudes y en tiempos de desolación o dificultad, hay que subrayar otras. No voy a hacer un largo elenco de “claves” con la pretensión, que casi siempre resulta frustrada, de decirlo todo y de que esté todo, sino que voy a subrayar tres que me parecen decisivas, fundamentales y plenamente vigentes para este momento concreto que estamos viviendo. No son tres claves escogidas por sorteo, sino intencionadamente; evidentemente, la elección de esas tres claves es subjetiva y parcial y, por lo tanto, puede ser limitada; pero tiene la ventaja de ser una elección consciente y comprometida. Una vez explicado el porqué de los cambios en el título, vamos a adentrarnos en “Claves de espiritualidad para tiempos de sufrimiento”.

2 CUIDAR NUESTRA CONTEMPLACIÓN

Imagino que, para muchas personas, el que cite el “cuidar la contemplación” como primera clave de espiritualidad para tiempos de sufrimiento puede resultar sorprendente, desconcertante e incluso sospechoso. 2.1. ANTE LA SOSPECHA, UN CONCEPTO Y UNA PREGUNTA

Antes de emitir un juicio, quiero que clarifiquemos este concepto y nos respondamos a una pregunta, para después ir sacando conclusiones. El concepto a clarificar es el concepto mismo de contemplación en la espiritualidad cristiana. Contemplación no es mirar a las musarañas, a las nubes o al vacío; eso no es contemplación, es una caricatura de contemplación. Contemplación tampoco es apartar los ojos de la realidad y mirar para otro lado; eso no es contemplación, eso es evasión. Tampoco utilizo el término contemplación en el sentido de contemplar la belleza de la Naturaleza o de las bellezas creadas por la persona humana Lo específico de la contemplación cristiana, el sentido en el que yo uso esta Palabra, es contemplar a la persona de Jesús, sus acciones y sus palabras, tal como la presenta el Evangelio. Evidentemente la contemplación de la belleza natural o de la creada por la persona humana, es una contemplación buena, enriquecedora, que humaniza a quien la práctica y que compartimos con muchas personas que tienen sensibilidad humana, sean creyentes o no. Pero la contemplación específicamente cristiana, en la que me voy a situar esta tarde, y la

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contemplación como primera clave de espiritualidad, es la contemplación de la persona de Jesús de Nazaret. Aclarado el concepto, hagámonos la pregunta: Cuando uno contempla a Jesús en el Evangelio, evidentemente, salta a la vista su implicación con las personas que sufren, con los más pobres, con los más vulnerables, con aquellos que en su sociedad son excluidos o menospreciados Pensemos por un momento ¿de dónde le viene a ese Jesús que contemplamos el amor preferente por los pobres, la sensibilidad en la manera de tratarles, la profundidad del mensaje que les dirige, la fuerza para actuar sobre sus miserias, el coraje para defenderles? ¿Cuál es la fuente de esa implicación? ¿Qué es lo que mueve a Jesús a ponerse de una manera tan contundente, tan radical y tan determinante a favor de los que sufren y de los pequeños? ¿Cuál es el fundamento? Ciertamente, lo que mueve a Jesús no es una ideología: Jesús no perteneció a ninguno de los grupos más ideologizados de su tiempo, como eran -en sentido opuesto- por una parte, los zelotas y por otra los saduceos; Jesús no es ni zelote ni saduceo; por tanto, no es la ideología lo que sitúa a Jesús de esa manera ante las personas que sufren. Tampoco es el cumplimiento de la Ley. Jesús no se sitúa ante esas personas simplemente por cumplimiento de la Ley. Jesús no pertenece a los grupos que, en su sociedad, se caracterizan por el conocimiento y cumplimiento estricto, incluso escrupuloso de la ley, como eran los escribas o los fariseos.

Si no son la ideología ni la ley la fuente de la valoración y de la preferencia de Jesús por los pobres, ¿qué es lo que le hace situarse de ese modo? Es su contemplación del Padre y captar en ella el cariño preferente y especial del Padre por los más pequeños y los más débiles de sus hijos. En esa contemplación Jesús descubre cómo los pobres y los pequeños están en el corazón del Padre. Ese descubrimiento contemplativo de Jesús, ese darse cuenta de que, contra lo que se decía y vivía en aquel tiempo, los pobres, los pecadores, las prostitutas, los publicanos… estaban en el centro del corazón del Padre. Es lo que a Jesús le hace situarse de esa manera, es lo que convierte su propio corazón a los pobres. Y el modo de actuar de Jesús con los

pobres no pretende ser otra cosa que continuidad con la misma acción del Padre que saborea en su contemplación. Os pondré solamente un ejemplo, la frase que Juan pone en boca de Jesús después del milagro del ciego de nacimiento, cuya ceguera era considerada en aquel tiempo un castigo por el pecado, suyo o de sus padres. Cuando Jesús cura al ciego y además lo hace en sábado, da una explicación: “El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que aquél hace lo hace

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igualmente el Hijo” (Juan 5, 19). Es la contemplación del Padre lo que ilumina, motiva, fundamenta, la actuación del Hijo. Nosotros no podemos contemplar directamente al Padre, pero sí que podemos contemplar a Jesús, que es el que, con sus hechos y palabras, nos manifiesta al Padre. Y en esa contemplación podemos ser transformados, conformados, hechos como el Hijo e ir adquiriendo las actitudes y los sentimientos de Jesús, su modo de ver la vida, sus preferencias, sus actitudes. Creo que muchos coincidiréis conmigo en que también a nosotros, a la hora de la verdad y sobre todo en los tiempos de dificultad, ni las ideologías ni las leyes, nos sitúan y nos hacen permanecer con los pobres. Es la contemplación y la convivencia con Jesús y sus amigos los pobres la que alimenta y nos sostiene en nuestra solidaridad y nuestro compromiso, la que nos mueve hacia ellos de un modo imparable.

Recuerdo en este momento una frase de Simone Weil, quien dice que “la naturaleza humana tiende a escapar del dolor, tiende a alejarse del sufrimiento, porque le quema; es la gracia la que le acerca a los que sufren.” La vida nos dice que cuando nos ponemos de parte de los que sufren, de parte de los pequeños, cuando permanecemos ahí a pesar de las dificultades, no lo hacemos ni por ideología ni por ley, sino por esa contemplación de Jesús que nos motiva en nuestro compromiso con los que más sufren.

Más allá de nuestra propia experiencia personal, podemos acudir para comprobarlo a la biografía de cualquiera de los testigos del Evangelio que sobresalen en su compromiso con los pobres…. desde Francisco de Asís a Teresa de Calcuta, desde Vicente de Paúl a Carlos de Foucauld, desde Pedro Arrupe a Oscar Romero… En todas estas personas encontramos una fuerte experiencia de contemplación de Jesús. Sinceramente, pienso que la contemplación atenta, amante, sostenida, de la persona de Jesús es el fundamento de una espiritualidad cristiana comprometida con el sufrimiento humano y, especialmente, con el sufrimiento de los pobres. Pero no sólo eso. No es solo que la contemplación de Jesús nos sitúe de una manera decidida y radical junto a los que sufren; hay algo más. En la contemplación de Jesús descubrimos también, y podemos hacer nuestro, el modo propio y particular de acercarnos a las personas que sufren. Ese modo evangélico, cristiano, de situarnos ante los que sufren, nos lo da la contemplación del Evangelio de Jesús. Y de ese modo quiero subrayar tres características que me parecen especialmente importantes en nuestro tiempo y circunstancias.

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2.2. DEL CORAZÓN DEL PADRE BROTA LA DIGNIDAD DE TODAS Y CADA UNA DE LAS PERSONAS

El cariño de Dios por sus criaturas, sea cual sea su condición humana, les concede a todas, la dignidad de hijos de Dios. Una dignidad inviolable, indiscutible y fuente de los derechos de toda persona humana. Esa dignidad da su auténtico valor a todas y a cada una de las personas. Todas son importantes para Dios, ninguna se puede perder, la salvación de una sola de ellas es motivo de alegría para Dios. El Evangelio está lleno de frases que indican que para Dios, para el Padre, una persona, por pequeña que sea y aunque solo sea una, es importante. “Ni una sola de las que me dio el Padre se perderá”. Eso es lo que Jesús expresa cuando habla de un pastor que por evitar que se pierda una sola oveja, deja a otras noventa y nueve, o de que en el cielo hay más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lucas 15, 3-7). Por desconcertante que resulte este mensaje evangélico para nuestra mentalidad cuantitativa, la contemplación de Jesús nos remite una y otra vez a él. La contemplación nos enseña que la dignidad humana no es cuestión de estadísticas o porcentajes. Cada persona es digna por sí misma, y no por formar parte de un grupo más o menos numeroso o influyente, más o menos poderoso o peligroso. Aún solitaria, desprovista de poder o influencia, débil hasta la impotencia… toda persona es digna. Aún sin historia, sin familia, sin techo, sin cultura, sin higiene, sin salud… toda persona es digna. El dolor o la muerte de cada persona, de una sola persona, es el dolor de Dios y debe ser el dolor cristiano, aunque sólo represente un porcentaje ínfimo de la realidad. Un solo joven que se suicide por desesperación personal ante la desesperante e inútil búsqueda de oportunidades profesionales y personales, un solo anciano que viva con menos salud por no poder co-pagar sus medicamentos necesarios con una pensión cada vez con menos valor adquisitivo, un solo inmigrante de muerte oscura entre los centenares que pasan por cualquiera de los CIES son el dolor de Dios y merecen todo nuestro compromiso. Repito, la contemplación nos enseña que la dignidad humana no es cuestión de estadísticas o porcentajes.

2.3. EL “MODO DE PROCEDER” DE JESÚS

Es la segunda característica que me gustaría destacar. Contemplemos ahora en el evangelio el modo cómo Jesús trata a los pobres que se acercan a él, o a quienes él se acerca. Es un trato lleno de delicadeza, de respeto, de sensibilidad. Un trato que promueve el diálogo interpersonal y hace que la otra persona sea capaz de reencontrarse consigo misma y con sus valores y

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posibilidades, con su dignidad quizá acallada u olvidada. En suma, un trato que ayuda, pero nunca humilla al otro. Hay una breve frase, repetida una y otra vez en el Evangelio que resume este modo de situarse y de tratar al pobre y al que sufre sin humillarle: “Hija, tu fe te ha sanado. Veteen paz y sigue sana de tu dolencia” (Mc 5, 34). Jesús nunca se pone por encima de aquel al que libera, al que sana; Jesús siempre valora lo que aporta aquella persona, su fe, su buena voluntad, su acercamiento, su coraje de acercarse… El Jesús que libera no pide a cambio ni gratitud ni esclavitud; no se atribuye el milagro, sino que lo vincula a la fe de las personas liberadas; Jesús siempre pone la mirada en lo positivo del otro, siempre parte de ahí, porque no hay nadie tan indigente que no tenga nada que aportar como persona. Y somos invitados a partir de aquello que la otra persona tiene y aporta. Pienso que también es importante contemplar y subrayar ese „liberar y ayudar propio del evangelio como manera de acercarse a los que sufren‟, en estos tiempos nuestros en que desgraciadamente parece que vuelve una beneficencia –que no es caridad- lastimera y efímera; un modo de beneficencia, quizá de mucho impacto mediático -que da mucho juego también a programas de TV- pero que humilla a las personas, y contra la que, evangelio en mano, tendríamos que ser muy críticos. Los cristianos no podemos llamar caridad a cualquier cosa porque, con todos mis respetos, dejar en un Supermercado dos kilos de arroz o una caja de galletas… no digo que esté mal, pero solo eso no es caridad cristiana. Cuando vemos un helicóptero que pasa tirando los alimentos a las personas… igual hay que hacerlo así, pero yo digo que eso tampoco es caridad cristiana; es otra cosa. Caridad cristiana es ayudar sin humillar, ayudar partiendo de aquello que el otro nos ofrece, ayudar mirando a la cara del otro. Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es Amor”, al definir la caridad cristiana, el modo de amor evangélico a los pobres, nos dice lo siguiente:

“… La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en darme a mí mismo; para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona. Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo –la cruz- y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente…” (núm. 34 y 35)

2.4. “LA JUSTICIA ES INSEPARABLE DE LA CARIDAD, INTRÍNSECA A ELLA”

(BENEDICTO XVI)

Hay un tercer elemento que también me parece significativo en este tiempo: la contemplación de Jesús en el evangelio nos pone de manifiesto y nos recuerda que Jesús, no sólo ayuda personalmente a los pobres, a los que sufren, a los excluidos que se encuentra por la calle, sino que combate con un vigor, una

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radicalidad y una claridad extraordinaria el sistema que genera toda esa exclusión y que hace sufrir a las personas, el sistema que genera la injusticia y que la legítima en nombre de Dios. Y por eso le mataron; a Jesús no le mataron por hacer milagros, sino por actuar y denunciar el sistema que, en nombre de Dios, legitimaba el sufrimiento y la exclusión de la gente. ¿Cómo traducimos esto en este tiempo? De una manera muy sencilla pero que también conviene recordar porque parece que hoy día las cosas se olvidan enseguida: No hay caridad sin justicia. Ni solidaridad sin lucha por la justicia. Lo recuerdan, una vez más, las palabras de Benedicto XVI en su Encíclica “La caridad en la verdad”:

“La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo mío al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es suyo, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es inseparable de la caridad, intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad…” (núm. 6)

La sociedad de Jesús era una sociedad teocrática, era el Dios manipulado de la Ley el que justificaba esa exclusión, ese sufrimiento, y contra ese Dios y sus adoradores predicó y luchó Jesús desde su contemplación de Dios como Padre. En la sociedad de hoy son otros los dioses y otras las maneras de legitimar, de explicar e incluso de justificar la necesidad de tanto sufrimiento. Sus nombres los conocemos todos. Alguien ha dicho que la tarea de los cristianos hoy no es tanto afirmar a Dios ante los ateos, sino también –y a veces más importante o más urgente- defender a Dios de los idólatras. Solidaridad y justicia se necesitan para ser ambas verdaderas: la justicia hace auténtica a la solidaridad cristiana; y la solidaridad da corazón y rostro humano a la justicia. Hasta aquí, la primera clave: contemplar. Contemplar como lo que nos pone en movimiento y como lo que nos da una serie de claves de cómo podemos situarnos.

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3 MANTENER ACTIVO NUESTRO DISCERNIMIENTO

La palabra “discernimiento” tiene varios significados y abarca diversas actividades espirituales. 3.1. SENTIDOS DE LA PALABRA DISCERNIMIENTO EN ESTA REFLEXIÓN

En el contexto y en el espacio posible de esta reflexión, me fijaré sólo en dos de ellas: 1. El discernimiento como examen, como valoración y criba entre lo que es

auténtico y lo que no lo es, siguiendo la indicación del apóstol San Juan: “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, antes comprobad que los espíritus proceden de Dios; pues muchos falsos profetas han venido al mundo” (1ª Juan 4, 1). Discernimiento es examen, verificación, valoración de la verdad de las cosas que se nos dicen.

2. El discernimiento evangélico como

toma de decisiones en clave de Evangelio. Es decir, movidos por la contemplación a favor de los que sufren, el discernimiento nos permite dos cosas importantes: En primer lugar, ser lúcidos en nuestro análisis de lo que sucede, de lo que nos dicen, de sus causas… Y, en segundo lugar, el discernimiento nos permite también ser lúcidos y evangélicos en las decisiones que tomemos y que nuestra solidaridad con los que sufren nos pida; es decir, tomar las decisiones evangélicamente. Voy a comentar estos dos aspectos.

Los tiempos difíciles y de sufrimiento, los tiempos actuales, son también tiempos de confusión, de discursos más o menos interesados y falaces, de mentiras y de verdades a medias, de ocultamientos y enmascaramiento. A lo largo de la historia, siempre ha sido así. Injusticia y mentira suelen ir unidas; San Pablo en la Carta a los Romanos (1,18) habla de aquellos que con su injusticia ocultan la verdad. Cuando la injusticia es socialmente insoportable, trata de ser justificada con discursos mentirosos y engañosos que la oculten, la disminuyan, la justifiquen o la hagan soportable. También hoy las injusticias se intentan disimular con mentiras, con medias verdades o con verdades a medias… Las mentiras más peligrosas son, precisamente, aquellas que parecen verdad; por eso es clave hoy cuidar la actitud de discernimiento, para descubrir esas mentiras que quieren justificar tanta injusticia y tanto sufrimiento.

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De ahí el que los cristianos tengamos que ser lúcidos; es la condición para ser activos contra la injusticia y en favor de los que sufren. El discernimiento ignaciano nos recuerda que la gran habilidad del “padre de la mentira” es aparecer como “ángel de luz”. Las mentiras más peligrosas y dañinas, porque son las más difíciles de detectar, son aquellas que, en principio, suenan a verdad. Quiero señalar tres aspectos concretos de este necesario discernimiento para mantenernos lúcidos y activos en la proclamación de los valores del evangelio en el aquí y ahora de nuestra sociedad, es decir, en la situación que estamos viviendo.

3.2. TEMAS QUE PIDEN DISCERNIMIENTO Y EXAMEN EN NUESTRA

SITUACIÓN ACTUAL

1. En este momento, discernir significa ser lúcidos para descubrir cuáles son las auténticas prioridades del evangelio, de las naciones, de las políticas, de los modos de actuar… El discernimiento reafirma cuáles han de ser los valores prioritarios que deben condicionar las decisiones o las políticas que se toman en el día a día. Para los cristianos, las auténticas prioridades tienen que ver siempre con la dignidad de las personas, con sus derechos y con la justicia. No podemos aceptar, sin más, criterios que se adoptan desde instancias económicas, sociales o políticas y pasan por encima de estos criterios básicos. Ciertamente las realidades son complejas y los problemas son difíciles, complejos, y no tienen fácil solución en una línea o en otra. Pero hay unas prioridades y una jerarquía en los criterios de decisión. Son criterios que hemos de tener claros y exigir, pues, aunque suelen estar reconocidos en nuestras leyes básicas, se olvidan en las prácticas concretas.

2. El segundo campo de discernimiento tiene que ver con los lenguajes

que se utilizan socialmente, que se nos quieren imponer a través de poderosos medios y que, sin embargo, no podemos asimilar y hacer nuestros sin más, porque no hay lenguajes inocentes. Por eso, el lenguaje es materia de discernimiento. Voy a poner dos ejemplos bien concretos: uno muy llamativo, muy espectacular, y otro más sibilino, aparentemente bueno.

El ejemplo llamativo de ese lenguaje perverso es llamar “concertinas” a las vallas con cuchillas o a las cuchillas de las vallas de Melilla. Casi nadie sabíamos qué era eso de las “concertinas”; si uno mira el diccionario, se encuentra con que “concertina” es un determinado tipo de acordeón. Hablar de concertinas, hacernos utilizar esa palabra desconocida e inocua, es la manera de ocultar y enmascarar palabras que son socialmente problemáticas como “valla” y “cuchillas”. Indudablemente no es lo mismo decir “cuchillas” que decir “concertinas”.

Un caso más sibilino es el famoso y reiterado discurso sobre los “emprendedores”, una palabra que está de moda. Es un discurso que, a primera vista, suena incluso bien; es una palabra que no se les cae de la boca ni a políticos, empresarios de éxito, ni a la publicidad de algunos

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Bancos. Me limito a leeros un párrafo de la lúcida reflexión de un cristiano competente en la materia, Josep Mª Lozano, profesor de economía, sobre esta palabra:

“… Me parece que ciertos elogios del emprendedor… no son en absoluto inocentes. Y menos aún en boca de según quién. Responden a una tendencia ideológica que consiste en convertir los problemas sociales en problemas personales o en déficits de capacidades. Tengo la sensación de que se está imponiendo lentamente una nueva definición de parado: dícese de alguien que no tiene espíritu emprendedor… Me parece que cierta retórica forma parte de una operación ideológica para convertir las desigualdades sociales en culpas personales…”1

3. El tercer terreno de discernimiento es el de las afirmaciones a medias,

porque sólo consideran una parte del problema o sólo se dicen desde una perspectiva, lo que no impide que nos preguntemos por la segunda parte. Por ejemplo:

“Disminuye el paro o aumentan las contrataciones”: ¿pero qué tipo de contrataciones? Hay comunidades y Ayuntamientos que están haciendo contratos un día a la semana, o de una hora cada día… Evidentemente, eso aumenta la estadística de contratación, pero… ¿qué contrataciones?

“España está ya de vuelta”, dice J.P. Morgan: ¿pero qué ciudadanos/as de España están ya de vuelta? ¿Los que no se han ido o los que se han ido y tienen que volver…?

“El PIB aumenta el 0,3% en el cuarto trimestre, ya no hay recesión”: ¿y eso cómo repercute en las políticas sociales y en las condiciones de vida de los más pobres?... ¿Supone que se acaban los recortes…?

No se trata, en absoluto, de ser agoreros ni profetas de calamidades; sin duda, hay que alegrarse si disminuye el paro o mejora el PIB; pero no a costa de dejar de ser lúcidos y de seguir haciendo las preguntas que no se plantean o no se contestan porque con incómodas.

3.3. DISCERNIMIENTO: COMO DECIDIR DESDE EL EVANGELIO

1 “Que se reinventen ellos”, publicado en el Blog de Cristianisme i Justicia el 21 de mayo de 2013.

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Decíamos también, al comienzo de este apartado, que el discernimiento evangélico es necesario para que tomemos nuestras decisiones desde criterios evangélicos; las que nosotros, como personas, comunidades e instituciones, tomamos cada día en esta situación. Porque, si nos quedamos simplemente en culpar de la crisis o de los sufrimientos a banqueros, políticos y demás círculos de poder, sin mirarnos a nosotros mismos también, nos quedamos a medias. Como San Ignacio propone en los Ejercicios, mirando a los crucificados de hoy también nosotros hemos de preguntarnos con honestidad: ¿hay algo que hemos hecho mal nosotros en esta situación?, ¿cómo estamos actuando ahora?, ¿estamos haciendo lo que es posible hacer?, ¿hay algo más qué deberíamos y podríamos hacer? Ese es también nuestro discernimiento y nuestra responsabilidad. Y esas preguntas que tenemos que hacernos: ¿Qué hemos hecho mal?, ¿Qué estamos haciendo?, ¿Qué podíamos hacer?, contestarlas con discernimiento evangélico. En este sentido quiero dejar sobre la mesa dos cuestiones que afectan, de modo particular, a nuestro discernimiento como cristianos y como Iglesia. Discernir es decidir desde el evangelio y mirando a los que sufren. Lo que importa en un discernimiento evangélico, es “desde dónde decidimos y con qué perspectiva decidimos”. ¿Cuál es el criterio último de nuestras decisiones? ¿Para qué o para quién decidimos? ¿Cuál es el horizonte en el que queremos decidir…?

Alguien ha dicho, con cierta ironía que, muchas veces, „lo único que diferencia las reuniones de los superiores y superioras de Instituciones religiosas de las de los Consejos de Administración es que, al principio se reza el Padre Nuestro y al final se tiene una misa… Todo lo demás es igual. Eso no es discernimiento evangélico, porque no basta con rezar al comienzo y decir una misa al final.

No se trata sólo de decidir de una manera razonable y sensata; eso está bien, es necesario porque el discernimiento

incluye razonabilidad y sensatez: pero solo eso no es discernimiento evangélico. Además, puede no ser lo mismo lo razonable y sensato desde mí o en la salvaguarda de mis intereses o de mi seguridad, que lo razonable y sensato desde los que sufren. ¿Desde dónde decido y para quién decido? Por eso dice San Ignacio que uno se pregunta y decide “Imaginando a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en cruz…” (EE nº 53). Finalmente, apuntar que, en este tema de un discernimiento evangélico activo, hemos insistido mucho en la Iglesia -y es necesario hacerlo- sobre el discernimiento individual, que es la base de todo discernimiento. Hemos insistido menos, aunque también bastante, en el discernimiento comunitario, del que somos más teóricos que practicantes. También eso está bien, y estaría aún mejor si lo practicáramos más y mejor.

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Pero hay una carencia que se deja notar mucho en estos tiempos de crisis y sufrimiento, donde nos jugamos mucho, tenemos menos recursos personales y económicos, y las urgencias sociales son, sin embargo, mucho mayores: hemos insistido mucho menos y hemos practicado muy poco el discernimiento institucional: el “desde dónde y para quién” ponemos en juego nuestros recursos personales, económicos e institucionales. Y, si nuestras decisiones institucionales no se toman en ese “desde dónde” y en ese “para quién” del discernimiento tenemos mucho peligro de que la distancia entre nuestros documentos y nuestras prácticas pueda llegar a ser insoportable.

4 AGRADECER Y COMPARTIR LA ESPERANZA

Finalmente, hay que hablar de la esperanza, como actitud clave para sostenernos en la apuesta y la solidaridad por los pobres y por los que sufren, apuesta que no es nunca fácil, sino que, muchas veces, es costosa y no reconocida. 4.1. LA ESPERANZA COMO DON

Hablando de esperanza, se impone, antes que nada, agradecerla porque la esperanza es un don. Un precioso don de Dios. Un don de Dios unido y en interacción con los otros grandes dones que Él nos da que son la fe y el amor. La fe sostiene la esperanza. Y la esperanza ayuda a que la fe se concrete, aterrice en la realidad cotidiana. La esperanza proyecta la fe sobre las situaciones de nuestra vida concreta, sobre nuestro aquí y ahora. La esperanza sostiene la caridad en los momentos difíciles y complicados. La esperanza nos sostiene en el día a día del amor, de un amor que es entrega en luz y en oscuridad, en agradecimiento y en incomprensión; porque el amor, y especialmente el amor a los pobres y a los pequeños fortalece la esperanza. Quiero hacer hincapié en esta última afirmación: la cercanía y la entrega a los pobres y a los que sufren fortalece la esperanza. A esto Jon Sobrino lo llama “el escandaloso milagro de la esperanza”2. Junto a los pobres y pequeños, cuando uno se acerca y se implica de verdad en el servicio y la entrega a los más vulnerables, y pese a tocar muy de cerca las heridas del mundo, o precisamente por ello, milagrosa y sorprendentemente, nuestra esperanza crece y se fortalece. Es un milagro imposible para escépticos y distantes, pero constatable en la experiencia de una convivencia sostenida, y no siempre fácil, con ellos. Porque con ellos y en ellos se descubre y se aprenden las mil formas y los mil rostros de la auténtica esperanza. Benjamín González Buelta lo ha expresado de un modo tan vivencial como poético, a partir de su propia experiencia personal:

2 Jon Sobrino: “Liberación con espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad”, Sal Terrae, Santander, 1985, p. 153.

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“En la cultura popular encontramos una solidaridad que enfrenta las emergencias de cada día y que permite sobrevivir. Nadie sabe cómo circula la ayuda discreta que respeta la dignidad herida del que no consigue para la comida o la medicina. Aquí encontramos muchos rostros que han salvado su bondad y su ternura de los golpes recibidos. La capacidad festiva sorprende en vidas enteras asaltadas. El humor rompe en muchas ocasiones las situaciones extremas. Los golpes de la codicia o de la naturaleza arrasan con todo en unos minutos, pero desde las raíces brota la resistencia y la capacidad de recomenzar de nuevo. Por la mañana un ciclón arrasa un cultivo. Por la tarde se puede empezar a preparar la siembra de nuevo”3

Agradecidos por la esperanza que Dios nos da, y enriquecida ésta en la cercanía a los pobres y a los que sufren, se trata de compartirla. No es fácil en estos tiempos de sufrimiento hablar y suscitar esperanza a nuestro alrededor, pero es necesario hacerlo. Ahora bien, hablamos de una esperanza auténtica, no de una esperanza barata o superficial. Como decía el Papa Francisco en su entrevista a las revistas de la Compañía de Jesús en septiembre pasado, no conviene confundir esperanza con un mero optimismo humano.

4.2. AUTÉNTICA ESPERANZA Y ESPERANZA BAJO SOSPECHA

La esperanza auténtica se funda en la promesa de Dios, y en la fe en un Dios que es siempre fiel a sus promesas. Una tentación en este momento puede ser hacer discursos facilones y superficiales sobre la esperanza, discursos muy facilones y sospechosos que, muchas veces, son propios de gente que no tiene problemas, de gente que tiene la vida resuelta y que, desde esa seguridad, se permite dar consejos de esperanza a los que están sufriendo y decirles lo que tienen que hacer y esperar. En concreto, hay dos discursos sobre la esperanza que me suelen resultar sospechosos de vaciedad:

3 B. González Buelta: “Formar según San Ignacio en la escuela del pobre”. AA.VV. “Tradición ignaciana y solidaridad

con los pobres”. Eds. Mensajero-SalTerrae, Bilbao-Santander, 1984, pp. 148-149.

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Uno, el discurso de una esperanza “indolora”, propio de personas que no sufren, que no se acercan al sufrimiento. Es una esperanza que no parte vitalmente de conocer y compartir de algún modo los sufrimientos de tanta gente; es esa una esperanza innecesaria o superflua, porque quien todo lo tiene no necesita esperar nada.

Otro, el discurso de una esperanza que no sueña alternativas, que se limita a subrayar lo aspectos positivos del presente, que los hay, y que es bueno detectar y agradecer, pero que no impiden desear un futuro más pleno de humanidad y justicia. Es ésta una esperanza muy plana, muy sin alma y sin pasión.

Ambos pueden ser discursos formalmente correctos, discursos de una esperanza predicada porque toca o porque queda bien -como ocurre, por ejemplo, en Navidad-, pero no son discursos de una esperanza que se abre paso con dolor entre los sufrimientos del presente, que se abre paso como punto de luz entre la oscuridad. Esa esperanza fácil es una esperanza quizá tan sensata y razonable que, en la práctica, no necesita mucho de la fe en la promesa de Dios.

4.3. ESPERANZA COMO PARADOJA Y TENSIÓN

La esperanza que agradecemos y compartimos, que se vive como anhelo de quien sufre o comparte el dolor de los que sufren, es una esperanza que se vive, como tantas cosas en la vida cristiana, en paradoja y tensión:

Es, a un tiempo, impaciente y paciente. Impaciente porque un corazón sensible a los sufrimientos de tantas personas no puede descansar y desea que las cosas cambien y se solucionen cuanto antes. Pero también paciente porque sabe que ni es fácil, ni va a ser cuestión de pocos días transformar la actual “globalización de la indiferencia” en una “globalización de la solidaridad”; porque sabe que los procesos son largos…

Es, a un tiempo, tarea y deseo. Tarea y compromiso con el presente –y no indiferencia, desdén o desencanto- porque la esperanza no permite estar inactivos. Pero también deseo de un futuro distinto, el que soñamos y creemos, quizá para otros, porque seguramente no será el nuestro…

Es, finalmente, y a un tiempo, debilidad y fortaleza. Porque nuestra esperanza se siente débil y flaquea muchas veces ante tanta amenaza, escepticismo y desconfianza como nos encontramos, y ante los propios fracasos o impotencias. Sin embargo, experimenta que de todo ello sale fortalecida y más afirmada en su auténtico fundamento que no es nuestro poder, sino la fuerza de Dios.

Esta es la esperanza que agradezco a Dios y a quienes me han acompañado y acompañan en ella, la esperanza desde la que hoy me he presentado ante vosotros y he dicho lo que he dicho, y la esperanza que me gustaría y me alegraría haber compartido con vosotros.