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Por Luz María Carvallo de Borches

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Luz María Carvallo de Borches

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Agradecimientos

Quiero expresar mi agradecimiento a todos mis colegas y amigos que leyeron mis apuntes y borradores, que me estimularon a continuar en la tarea, en especial a Martita Lirussi y las profesoras de historia Ana María Quaranta de Errecaborde y Lidia Amarilla.

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Conocer la historia de nuestros pueblos, sus costumbres, sus leyendas y sus mitos, siempre me apasionó.

Guardo un muy profundo y doloroso sentimiento, que me conmovió muchísimo cuando trataba de conocer algo de la incomprensible y tremenda guerra que enfrentó por más de cinco años a tres países con el hermano Paraguay.

Cuando después de tanta sangre derramada, el ejército de Francisco Solano López se batía en retirada perseguido por el ejército brasileño, el Comandante brasileño Luis Alvez de Lima e Silva, Duque de Caxías, sugirió que la guerra ya estaba militarmente finalizada, pero el Emperador Pedro II exigió la rendición de Solano López.

Como el General paraguayo decidió combatir hasta la muerte, el Comandante del ejército brasileño dejó su lugar al yerno del Emperador del Brasil.

Este hombre era un príncipe francés llamado Luis Felipe Gastâo de Orleans, Conde de D´Eu*, ya conocido por su tre-menda crueldad. Desde que tomó el mando del ejército asoló a todos los pueblos que lo resistían defendiendo su tierra. Ma-taba, degollaba e incendiaba todo a su paso.

* Luis Felipe Gastâo de Orleans, Conde D´Eu, yerno del Emperador Pedro II, co-mandante del Ejército del Brasil

Prólogo con aclaraciones

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La batalla de Acosta Ñú, fue uno de los enfrentamientos ocurridos cuando ya casi finalizaba la guerra el 16 de Agosto de 1869, donde el ejército brasileño de 20.000 hombres, se enfrentó a fuerzas paraguayas constituidas por 500 veteranos y 3.500 niños que resistieron por más de un día.

Dice el historiador brasileño Julio José Chiavenatto, en una descripción que hace de la batalla:

…Los niños de 6 a 8 años, en el fragor de la batalla, des-pavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasile-ños llorando que no los matasen. Eran degollados en el acto.

Escondidas en la selva próxima algunas madres que observa-ban la lucha, agarraron lanzas y llegaron a comandar a los niños en la resistencia. Finalmente después de un día de lucha los paraguayos fueron derrotados.

El Conde de D´Eu, después de la insólita batalla ya ter-minada, al caer la tarde cuando las madres salieron a resca-tar los cadáveres de sus hijos y socorrer a sobrevivientes, mandó incendiar la maleza, quemando a niños y madres… No se co-noce en la historia de América del Sur por lo menos, ningún crimen de guerra más hediondo que ese.

Después de conocer estos hechos, por mucho tiempo en mi subconsciente, tal vez se fueron hilvanando historias peque-ñas que se encadenaron con otros hechos de la historia del Brasil, que también siempre me impresionaron, por ejemplo: que fue el último país americano que eliminó la esclavitud, que mis abuelos brasileños participaron de muchas revuel-tas y hasta debieron emigrar a nuestras costas…

No es posible explicar como fui enlazando horror de bata-llas, tiempos dispares, sociedades distintas con fronteras bo-rrosas y caminos intransitables, con un gran amor. Como fui

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mezclando todo para que surgieran Honorio, Claudette y Don Manuel González Da Silva.

Creo que podría haber aprovechado mucho más a mis per-sonajes para contar historias pueblerinas, muchas que conoz-co, que son muy interesantes y que revelan la identidad de nuestra comunidad lugareña, pero esta vez no pude seguir.

Tal vez más adelante vuelva a intentarlo.

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Amor de Guerra

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Acosta Ñu - La batalla

Pasa el tiempo, a veces lento y cansado, a veces veloz, car-gado de recuerdos y siempre se detiene en imágenes cada vez más claras, cada vez más terribles, de una realidad lejana y tremenda de la que mi memoria no puede escapar. Vivo de los recuerdos que siempre comienzan a deslizarse partiendo de ese momento que marcó mi vida con horror y sangre y fue el comienzo de un futuro difícil pero lleno de amor que sigue ahora ayudándome a vivir.

Vivo en el recuerdo…

Todo era horror y estruendos, el ejército avanzaba sin de-tenerse pisoteando cuerpos sangrientos y destrozados. El dolor caliente y desgarrante que aún percibo en la pierna, me tum-ba y me hace caer sobre un cuerpo que siento pequeño. Debía clavarle la bayoneta que llevaba en alto cuando asombrado veo que era una niña rubia. La sorpresa y el mareo que sentía detuvieron mi mano, inconciente cubrí su cuerpo con el mío.

Siguió la batalla infausta destrozando con fuego y balas un pueblo de niños y viejos sin defensa que con coraje entrega-ban sus vidas defendiendo su terruño.

Cuanto estuvimos uno sobre otro, yo inconciente y ella casi muerta por el miedo, nunca lo supimos. Cuando el fragor de la batalla terminó y la noche con su frialdad me volvió a la rea-lidad, su temblor y su llanto en el silencio, me sobresaltaron.

Las sombras nos rodeaban… sorprendido trato de calmar su llanto acariciando sus cabellos cubiertos de tierra y sangre.

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Parece comprender que trato de salvar nuestras vidas.A lo lejos se escucha de a ratos tronar de cañones. El ejérci-

to continúa su marcha devastadora hacia las sierras de la Cor-dillera de Amambay.

El temor y el dolor de la herida me impiden pensar con claridad. Sé que debo salir de allí pero no conozco la comar-ca. Las primeras claridades del alba me ayudan a distinguir sombras cercanas que me detienen. Ella debe saber donde es-tamos… trato de preguntar, mi voz suena ronca y rara, entre sollozos responde con palabras que no comprendo. ¿En que idioma habla? No es español, tampoco parece ser guaraní…

Incorporándose lentamente señala a las sombras y trata de indicar que debemos ir hacia allá.

Diviso las sombras, son árboles ¡un monte pequeño!... Arrastrándonos lentamente avanzamos hasta llegar al capao* y nos ocultamos.

Ella comienza a moverse con cuidado pero demostrando que conoce el lugar, señala que debo seguirla. Me cuesta ponerme de pie, la pierna herida comienza a sangrar. Comprende que debe ayudarme, lo hace con confianza y me arrastra hasta un pequeño ojo de agua. Rasga un pedazo de su falda que no esta sucia de sangre y comienza a limpiar la herida en silencio. La bala entró y salió por el lado derecho del muslo, desgarró solo carne, sin lastimar las venas principales. Tuve suerte.

Con un pedazo de mi camisa improvisamos un vendaje para la herida que poco a poco fue dejando de sangrar.

Mientras ella limpiaba la herida, la miraba… parecía una niña, muy blanca y rubia sus cabellos algo ondulados estaban sucios pero se notaba que eran hermosos… no entendía que

* Monte Pequeño

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hacía esta niña en un campo de batalla…Hablando con len-titud se lo pregunté, pensaba que no me entendería. Me sorprendió cuando me contestó en castellano :- ¡Defendía mi tierra y mi hogar!

Rompió en llanto, traté de calmarla: - No te haré daño, te lo prometo.-

Ella parecía comprender mi portugués : - ¿ Eu so Honorio y tu?-

Entre sollozos respondió: - Claudette…-

El día después

Algunas mujeres comenzaron a aparecer de entre los árbo-les, con niños en los brazos. Sus gestos no eran amistosos; entonces Claudette se dirigió a ellas y les dijo que yo era su salvador. Se tranquilizaron pero en sus miradas había descon-fianza.

Traté de acercarme y explicar, pero mi idioma asustó más aún. Entregué mi arma a Claudette como señal de que era un amigo. Quizá este gesto convenció y comenzamos a dialogar sobre lo que sería conveniente que hiciéramos.

Habían pasado muchas horas, teníamos hambre. Me sentía muy débil por la pérdida de sangre y también porque en reali-dad hacía mucho tiempo que venía cansado por el esfuerzo de la guerra y por la falta de buena comida.

La situación se presentaba muy difícil, el incendio había arrasado el paraje, además no sabíamos si el ejército se había

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alejado lo suficiente para darnos tranquilidad.Una de las mujeres dijo que ella saldría para observar, que la

esperáramos.Al cabo de un rato volvió a buscarnos contando que en el

poblado no quedaba nada en pie, pero que ya no había fuego ni soldados por las cercanías.

Después de hablar entre ellas, Claudette y las mujeres decidieron salir del monte y marchar al poblado o a lo que quedara de él.

Era muy evidente que las mujeres aún siendo muy mayo-res, respetaban a Claudette a pesar de sus escasos años. Todo me sorprendía.

Caminar hasta el rancherío quemado me resultó difícil y doloroso por la herida, pero sabía que caminaba hacia una nueva vida.

El ejército me dejó por muerto, pero sería un desertor todo el tiempo que me quedara por vivir.

Un poco más allá del rancherío quemado estaba la casa de Claudette, también quemada y con señales de haber sido asal-tada antes del incendio. Tenía el aspecto, aún en ruinas, de haber sido una gran mansión. En algunos lugares, donde el fuego no causó tanto daño, se notaba una buena mamposte-ría, pero ventanas y puertas estaban totalmente quemadas. Restos de vidrios por todas partes hacían difícil nuestro acerca-miento. Con mucho cuidado, lentamente llegamos a lo que había sido la entrada.

Las mujeres y sus hijos quedaron revolviendo los restos tra-tando de encontrar algo que sirviera.

Al llegar a lo que quedaba de lo que había sido su hogar, Claudette comenzó a llorar inconsolable. Yo intenté calmar-la acariciándola y besándola dulcemente, poco a poco lo fui

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logrando. Ya más tranquila me dijo que debíamos revisar si era posible encontrar la puerta del sótano antes de que se fuera la luz del día.

Despacio y como pudimos, fuimos retirando escombros en un lugar que Claudette señaló que podría estar la puerta que buscábamos. Cuando la encontramos ella se detuvo, es-taba muy alterada.

Con voz quebrada me dijo en voz baja: – Mi madre que-dó escondida aquí - sorprendido me apresuré a tratar de le-vantar la tapa llena de tierra y cenizas… cuando logramos levantarla ya las sombras del atardecer nos rodeaban, con cui-dado bajé colgándome de uno de los bordes, estaba todo muy oscuro pero parecía que no había nada en el sótano.

Ayudé a Claudette a bajar. Como conocía el espacio lo reco-rrió lentamente tocando con las manos las paredes. Entonces su desesperación estalló…

¿Qué ocurrió con su mamá?, lloraba y la llamaba con angus-tia, volví a tratar de consolarla con caricias y besos que ella no rechazaba.

Pensaba a la vez que debíamos salir de allí, que era peligro-so permanecer en el sótano. Por suerte no tenía mucha altura, reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, de un salto lo-gré prenderme de uno de los bordes y pude salir.

Acostado en el suelo estiré los brazos para levantar a Clau-dette. Era pequeña y delgada, pude sacarla fácilmente y cuan-do la tuve en mis brazos ya no me fue posible dejar de abra-zarla…caminamos algo hasta hallar un espacio para nuestros cuerpos y con la complicidad de la noche que llegaba entre caricias y besos, con la emoción en la piel, la pasión se desper-tó dulcemente pero con tanta fuerza que el placer dominó y olvidamos todo el dolor y la angustia que estábamos pasando.

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Pasó la noche en la que no sentimos ni el frío ni el viento, solo los cuerpos unidos hasta que el sueño nos ganó…

Cuando el alba llegó, con las primeras luces, nos vimos el uno al otro, había tantas preguntas y tantas cosas para ha-blar… pero los besos y las caricias eran tan dulces…que los idiomas y las palabras sobraban, es muy claro el idioma de la pasión y el amor…

El destino nos había unido…

La desolación y las ruinas

Con las luces del sol reaccionamos. La realidad que nos ro-deaba era terrible y el hambre se hacía sentir en nuestros estó-magos vacíos.

El ejército del Conde de D´Eu fue muy cuidadoso al llevarse todas las provisiones que hallaron en la casa. Solo quedaron paredes rajadas, puertas y ventanas quemadas. Lo único que aún se mantenía en pie era una parte del fogón de la cocina que parecía haber sido amplia y grande.

Claudette recordó que habían escondido en el montecito del fondo de la casa algo de comida.

Fuimos allá, el lugar mostraba también los estragos del in-cendio. Dos mujeres con palos estaban desenterrando algo. Reconocieron a Claudette y corrieron a abrazarla, lloraron juntas un rato y luego contaron que los soldados se llevaron a La Madame.

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Desesperada corrió a mis brazos ante la mirada sorprendida de las mujeres que volvieron a la tarea. Cuando logró calmar-se, conversando con las otras resolvió que iríamos a cocinar las mandiocas que estaban escondidas y a comer con ellas.

Tuve que soportar la desconfianza de las miradas que me dirigían, pero el hambre era mucha y marchamos juntos atra-vesando el montecito quemado, hacia el refugio en el que se ocultaban.

Un guiso de mandioca con algo de carne que parecía ser de pollitos o tal vez pájaros cazados a hondazos, mitigó los dolores de nuestros estómagos.

La herida de la pierna comenzó a molestar, Claudette re-solvió que debíamos encontrar agua buena, de un arroyito cercano para curarla. Las mujeres tenían algo en los cántaros escondidos, ayudaron en la cura y sentí que el dolor disminuía.

Fueron muy difíciles los primeros días, pero las noches nos daban fuerzas para seguir viviendo. Tuve que enseñarle los se-cretos del amor, fue buena y dócil para aprender. Dábamos gra-cias a Dios porque nos había reunido y enseñado a querernos.

Improvisamos un refugio entre las paredes y el fogón de la cocina, con restos de maderas y con todo lo que pudimos rescatar de las ruinas del incendio.

Por suerte era un agosto templado y seco que nos ayudó a sobrevivir a las penurias pasadas. Comíamos lo que encon-trábamos en el monte y del arroyo que pasaba cercano a los fondos de la finca, traíamos el agua en mi cantimplora y con tarros que pudimos rescatar de las ruinas.

Y en esas recorridas, donde hallábamos un pequeño es-pacio nos amábamos. Era tan fuerte nuestra pasión que no podíamos esperar las sombras de la noche…solo deseábamos llegar a nuestro refugio para gozar de nuestros cuerpos jó-

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venes sin que nada nos detuviera…En los descansos surgían preguntas, preguntas que trata-

ban de descubrir como éramos y poco a poco fuimos sabiendo uno del otro. Los recuerdos de nuestras vidas fueron surgiendo permitiendo que nos conociéramos más allá de nuestros cuer-pos y nuestra pasión.

La herida mejoraba día a día…

Recordando...

En una fazenda de Río Grande do Sul, en el hogar humilde de uno de los muchos esclavos, nacía un niño. Corría el año 1845. El Patrón había prometido que si fuera varón sería libre.

La madre aún jadeante lo mira y se sorprende: - ¡es casi blan-co! –Es gordito y grande…piensa que lo llamará Honorio. Y el patrón deberá cumplir su promesa… Ella se encargará de que lo haga. No quiere que su pequeño tenga la misma vida de esclavos que ellos llevan. Es cierto que el patrón es bueno, que no les falta nada, trabajan en la casa y los protege, pero quiere lo mejor para su hijo. Quiere que sea un hombre libre. Su ma-rido dice que la libertad ahora es peligrosa: - Para que la quieres si no te falta nada. Siempre estás en casa grande, no sabes lo que es el campo y el sol, tampoco sabes lo que es pasar frío.

– Es cierto, el patrón es bueno y nos protege pero, ¿que pa-

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sará cuando él ya no esté?Quiere que su niño sepa leer y escribir como las niñas de la

casa grande, se ocupará de que eso ocurra. A la Señora le gustan los niños, ella la ayudará.-

Así soñando, Eudora imaginaba un futuro libre para su niño.

Se escuchaban rumores de alzamiento de los esclavos de las fazendas y cada vez eran más las conversaciones que escucha-ba cuando servía la mesa en los días que habían visitas.

El Patrón la trajo a la casa grande cuando tenía 15 años, era bonita y diferente por su manera de andar. Allí la man-tuvo en una pieza pequeña y medio separada de las demás. Había mucho trabajo en la casa grande, pero a ella le corres-pondía atender a la Señora y servir la mesa.

La señora era muy buena con ella, su trabajo no era pe-sado, además entretenido sobre todo cuando llegaban visitas.

Cuando terminaba de atender sus trabajos iba pronto a la pieza porque el patrón la esperaba. Era joven y muy buen mozo el Patrón. También era muy bueno y amable.

Así pasaron unos años hasta que tuvo que contarle al pa-trón que estaba embarazada. Entonces él pensó que debía darle un esposo.

Eligió para ella al peón que atendía sus caballos, preparó el casamiento y una pequeña choza cerca de la casa grande, don-de fue a vivir con su marido. Era bueno el Serafín, bastante joven, tendría unos treinta años, fuerte y atento con ella.

Ella sabía que no era la única con ese destino, muchos comentarios escuchaba de los patrones de las fazendas veci-nas y sabía que allí también habían otras chozas pequeñas

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como la suya.¡Destino de negras!...Pero ella sabría aprovechar que el Dio-

sito le premió con un varón, porque el patrón no tenía here-dero y sería lo que iba a permitir que su destino fuera distinto al de las otras.

Se repuso pronto y llevó el Honorio a la Señora. Lo puso en su regazo y le pidió que fuera su madrina. Encantada la Señora Eliane con el mulatito que casi era blanco, aceptó.

Así fue que el Honorio creció jugando con las niñas en la casa grande mucho tiempo más que en su choza pequeña.

Pero también cuando tuvo edad, el Serafín se lo llevaba para enseñarle a tratar a los caballos. Creció fuerte y sano el muchacho.

Las niñas se encargaron de enseñarle a leer y escribir. El Pa-trón de vez en cuando regañaba algo a su mujer y a las niñas, por ocuparse tanto del Honorio.

Pero en su voz se notaba que le gustaba la presencia de su bastardo cerca de él, todo quedaba como una broma porque después de hacerlo se admiraba de la manera que el niño aprendía y lo fuerte y robusto que crecía.

¿La Señora sabe quién es el Honorio? ¡Nunca podré saber!El Honorio ya crecidito pasó a conducir la carroza del Pa-

trón, iba con él siempre que salía a recorrer la finca o de paseo a la ciudad. A veces llevaba también a la familia cuando salían de compras. Siempre fue tratado por las niñas y la Señora, con mucho cariño y confianza.

Un día el Patrón comentó en la mesa que había decidido que iba a ingresar al Honorio en el Ejército Ríograndense.

Las niñas se casaron muy jóvenes y cada una partió a sus nuevas fazendas.

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La gran guerra

En 1865 comenzó la Gran Guerra o Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay.

Honorio había nacido en 1845, año en el que fue disuelta la República Ríograndense*, pero el nuevo Estado brasileño de Río Grande del Sur conservó su Ejército.

Los dueños de las estancias del Estado veían al ejército es-tadual con orgullo y era importante para ellos que sus descen-dientes pudieran integrarlos.

Honorio era inteligente, sabía leer y escribir correctamente, además fuerte, audaz y decidido. Pronto se ganó la confianza de los Jefes de comandos y en menos de dos años ya era cabo del ejército.

Con casi veinte años, era alto, fuerte y una estampa gallar-da que lo hacía muy parecido a su padre. Sabía quién era su padre biológico, su madre le había contado de la promesa de hacerlo un hombre libre. Llevarlo al ejército con su apellido era casi un reconocimiento, ¿entonces por qué no le dio liber-tad? Seguía aún interrogándose…

En el ejército tenía a su cargo un batallón de jóvenes a los que adiestraba. Muchos hombres bajo su mando, pero seguía siendo esclavo

Recibió órdenes de integrarse al Cuerpo de Infantería del Ejército que comandaba el Conde de Porto Alegre, que ya ha-bía desalojado a los paraguayos de Uruguayana. Con los re-fuerzos que llegaban se aprestaba el Comandante del Ejército

* La República Riograndense, surgida después de la Revolución de los Farrapos, en Río Grande do Sul (Brasil), fue disuelta en 1845, después que el ejército Imperial derrotara al ejército insurgente.

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Brasileño, a marchar al encuentro del Ejército Argentino.Juntos, los ejércitos debían expulsar a los Paraguayos de Mi-

siones y Corrientes, para que la guerra se desarrollara en te-rritorio del Paraguay.

Tremenda la marcha de la guerra, las penurias de los comba-tes, la falta de uniformes y de elementos para cubrirse del frío y de las lluvias, pero sobre todo el hambre que muchas veces debían pasar porque no llegaban los proveedores del ejército.

Cuando avanzaban, el calor, las lluvias, las moscas y los mosquitos por las noches, las alimañas en los montes, hacían insoportable la travesía.

Al llegar el invierno, el frío, el barro y el hambre. Sobre todo el hambre que volvía a los soldados desalentados y agre-sivos. Larga la guerra, llena de horrores. Los hombres mo-rían de enfermedades causadas por el agua, que casi siempre era contaminada, las diarreas eran frecuentes y los contagios no podían ser evitados.

Muchas luchas, muchas caminatas. Avanzar constantemente tras el ejército paraguayo que iba siendo desmantelado en cada refriega, en batallas como Riachuelo, Boquerón, Tuyutí y la te-rrible de la fortaleza de Humaitá, que soportó el bombardeo de las naves brasileñas durante más de tres días.

El Conde de D’Eu, que reemplazó en el Comando del Ejército al Duque de Caxías, arrojaba la caballería sobre los pequeños caseríos que encontraba en el camino persiguien-do los restos del ejército de Solano López que no quería ren-dirse, masacraba lo que encontraba y luego hacía incendiar lo que quedaba. Su crueldad era terrible

Por las noches, Honorio rezaba pidiendo que terminara este calvario. Ya habían pasado más de cuatro años en esa guerra atroz.

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El horror de la lucha había acabado, pero comenzaban los tiempos de luchar por la libertad. No olvidaba que se-guía siendo esclavo y además desertor del ejército.

¿Cómo podría cuidar el amor que el destino le brindó? ¿Qué mas le tendría reservado?

Lucharía con todas sus fuerzas para defender el amor y la libertad…

La niña rubia

En el barco en el que regresaba a Paraguay Francisco So-lano López con Madame Lynch, venía una pareja de fran-ceses jóvenes. Él era un marino contratado, experto en ar-tillería, formaba parte de la tripulación del barco de guerra que López había comprado. Ella, en la otra nave que traía a Madame, como dama de compañía.

Con el tiempo de servicio a los patrones, que fueron los go-bernantes del próspero país, consiguieron llegar a obtener unos terrenos fértiles, a unas cincuenta leguas de Asunción. En 1853 construyeron su casa, amplia y señorial, donde fueron muy feli-ces. Los campos eran excelentes, la gente del lugar muy buena, trabajaban con entusiasmo y todo prosperó rápidamente.

Allí, al año siguiente nació Claudette. Pequeña y rubia.. Creció jugando con los niños de los peones de la estancia,

en los campos y en los arroyos del paraje de Acosta Ñu.Con sus padres aprendió a hablar en francés, con los niños

de la estancia aprendió guaraní que era el idioma del pueblo

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del Paraguay…Cuando comenzó la escuela tuvo que aprender castella-

no*… a los niños les resulta fácil aprender cuando lo hacen jugando y viviendo el día a día…Así pasó su infancia y sus años de adolescente.

Antes de la guerra eran frecuentes los viajes de paseo a la ciu-dad de Asunción, donde su papá tenía el asiento del Escua-drón del Ejército, para comprar ropa, que era lo que a ella más le gustaba.

Asunción era una hermosa ciudad, con mucho movimien-to comercial. En esa época todo era fácil y alegre.

En Acosta Ñu todos los respetaban, era como un feudo su casa. Tenían muchos sirvientes a los que la mamá los trataba con mucho cariño que ellos devolvían con atenciones. Tenían también muchos peones que trabajaban la tierra a los que el ejército fue llevando hasta que solo quedaron los niños.

-Con la guerra todo cambió, papá no volvió a casa, mamá siempre estaba triste y nerviosa, casi no hablaba… Tanto tiempo sin noticias… muy larga la guerra…mamá comenzó a guar-dar alimentos en el sótano, y cada día se la veía empeorar, parecía enferma…-

La ausencia y las noticias de la guerra fueron terribles para ella pero no perdió el valor y su presencia alentaba a todos los que vivían en su propiedad y a los vecinos del poblado, quie-nes siguiendo sus consejos fueron reuniendo alimentos y ocultando reservas en lugares seguros previendo los malos momentos que pudieran llegar… y ahora, dónde estaría…

El dolor de no saber cual fue el destino de su madre y el de su papá, la desesperaba… solo le quedaba el refugio de su

* Durante su gobierno, Francisco Solano López realizo una gran obra de extensión de la educación, creando cientos de escuelas primarias en el Paraguay.

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amor que la aturdía y alejaba sus recuerdos…

Pensar el futuro

Yo sabía que tendría que resolver la situación en la que vi-víamos. La dificultad para conseguir alimentos, la inseguridad por la falta de noticias del movimiento de los ejércitos y la ene-mistad que sentía provocaba mi presencia entre las mujeres del lugar, me hacían pensar que debíamos tratar de huir a la costa Argentina.

Pero desconocía los caminos que pudieran llevarnos y tampo-co tenía seguridad de la distancia que había que recorrer hasta la costa del Paraná.

Era un enemigo para todas las mujeres, que me veían con los restos del uniforme del ejército invasor y destructor. A la vez sentía el peso de mi condición de desertor. La contrapartida de esa situación, era que me sentía libre, que era dueño de mi vida, ya no me sentía esclavo. ¡Vivir la libertad junto al amor que había encontrado, era lo más bello que me había ocurrido!

En uno de los bolsillos del uniforme encontré un rollito de billetes de la última paga del ejército. Pero ¿a quién le interesaría un poco de dinero brasileño? De todas formas sería bueno averiguar si alguna de las mujeres, que conociera la zona hacia las orillas del Paraná quisiera orientarnos o bien acompañarnos en la huida hacia la Argentina.

¡Solo habían mujeres y niños pequeños en la comarca!Debo conversar muy claro con Claudette, no puedo solo

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suponer que ella estará de acuerdo en abandonar su tierra que tanto ama, sin saber nada de la suerte de su madre.

Por la noche hablamos largamente de lo que estaba pasan-do. Traté de explicarle lo que estaba planeando. Ella me dio la razón. Pero sus temores ante lo desconocido y la angustia que provocaba la idea de dejar su hogar, aunque estuviera en ruinas, eran sentimientos muy fuertes que comprendía y compartía.

No quise insistir…traté de calmarla de la mejor manera que podía hacerlo… Tal vez al día siguiente veríamos con más claridad nuestro futuro.

No me fue fácil conciliar el sueño… tantas preguntas… tantas dudas…

Con el ejército habíamos estado acampando en las colinas cerca de Trinchera de San José* a las orillas del Río Paraná…hacia allá deberíamos ir. ¿A que distancia estaríamos? ¿Cuántos días de marcha? ¿Podría Claudette soportar tanto esfuerzo?

Si el destino nos reunió, Dios vendría en ayuda…Por la mañana, Claudette estaba muy atareada tratando de

poner en condiciones algunas ropas recuperadas aquí y allá. Había pasado más de un mes, los últimos días de setiembre comenzaban a ser más cálidos.

Tuve que dejar las pesadas botas y aprender a caminar des-calzo como toda la gente de la zona. La herida estaba bien, ya casi no me molestaba.

Claudette conversó con las mujeres que siempre se acerca-ban y les preguntó si sabían de alguna persona que supiera cómo se podía llegar a la costa del gran Río como llamaban al Paraná, para diferenciarlo de los muchos arroyos cercanos, algunos bastante importantes.

* También llamada Trinchera de los Paraguayos. Hoy Posadas.

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Una de ellas le informó que del otro lado del monte, vivía un hombre ya mayor que había sido en su juventud em-barcadizo y baqueano del Río, que por su edad y por estar enfermo no había sido llevado al ejército, pero no sabía si se-guía con vida.

Esa fue una información muy importante y con Claudet-te resolvimos pedirle a la mujer que nos llevara a ese lugar. Debíamos apresurar los preparativos, pues los calores comen-zaban a aumentar y como decían nuestras vecinas, - a veces Caraý Octubre viene muy lluvioso –

Era cierto, el calor y las lluvias serían un problema serio para nuestro proyecto.

Según María, la mujer que nos guiaría, el lugar donde vi-vía el viejo era cerca. Entonces salimos hacia allá de inme-diato, la ansiedad comenzó a dominarme.

Pensaba que por lo menos podríamos obtener alguna infor-mación que nos ayudara a organizar la partida. Por la forma en que Claudette tomó la situación, una gran esperanza surgió en mi corazón. ¿Había decidido acompañarme? O solo pen-saba colaborar para solucionar mis problemas… esperaría el regreso a nuestro refugio y la noche para preguntárselo, pero me sentía cada vez más nervioso.

Llegar y encontrar que el hombre estaba en su rancho, cal-mó algo de mi ansiedad. Dejé que Claudette se encargara de iniciar las relaciones, ella sabía muy bien como hacerlo. Co-menzó hablando en guaraní con María y el viejo. Daba la impresión de que se hubieran conocido de siempre por lo ameno y relajado del tono de la conversación, a pesar de que no entendía lo que decían.

Al cabo de un momento Claudette se dirigió a mí y me pre-

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sentó como su marido. Mi corazón dio un fuerte latido y res-pirando hondo tendí la mano para saludar. Grande fue la sor-presa, el hombre me contestó el saludo hablando en español.

Ya entendía perfectamente pero me costaba expresar mis ideas, mezclaba el portugués sin darme cuenta. Por suerte el hombre comprendió mis preguntas, no hizo falta que Clau-dette hiciera de traductora.

Nos dijo que estaríamos a más de ciento cincuenta leguas de la costa del Paraná y que el podía guiarnos hasta Encar-nación que está casi frente a Trinchera, que llamó de los paraguayos.

Dijo también que atravesando los campos se podría acor-tar algo el camino pero era más peligroso.

Me sentía tan feliz de haber hallado a esa persona, que ya los detalles no me importaron mucho, ya estaba pensando en todo lo que necesitaríamos para la marcha, que sería bas-tante difícil, sobre todo para ella, si decidía acompañarme.

El viejo, Don Andrés, se mostró entusiasmado con la tarea de acompañarnos como guía en nuestro viaje y nos dijo que era conveniente salir cuanto antes para aprovechar el buen tiempo. Estuvimos de acuerdo.

Nos informó que disponía de un caballo que ya estaba algo viejo pero que podría transportar los bultos necesarios y tam-bién serviría para el descanso de la señora Claudette. Ella dio un respingo al escuchar lo que decía Don Andrés, pero quedó callada, las dudas volvieron a atormentarme.

Cerramos trato con el viejo, fijamos fecha para el tres o el cuatro de octubre. Dijo que iría un día antes a casa de Clau-dette, que conocía el lugar, de allí partiríamos. Tendríamos que desandar parte del camino que había recorrido con el ejército antes de la batalla, hasta encontrar el camino anti-

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guo de las carretas y de las diligencias del correo.Estuvimos de acuerdo y Don Andrés que había prepara-

do un reviro para su almuerzo, lo compartió con nosotros.Apreciamos su bondad y atención, repartió lo que habría

sido su comida del día.Al regresar fuimos juntando los frutos que el monte nos

brindaba, la María quedó en su lugar y cuando estuvimos so-los, al poco de andar no puede contenerme y pregunté apre-suradamente a Claudette si había decidido viajar conmigo. Con los ojos llenos de lágrimas apenas pudo decir sí… Nos abrazamos con emoción pero guardamos nuestras ansias has-ta llegar a nuestro refugio.

Las primeras sombras del atardecer se presentaban cuan-do llegamos. Después del amor, nos costó conciliar el sueño. Estábamos muy preocupados y nerviosos por todo lo signifi-caba para nosotros ir en pos de la seguridad y la libertad que debíamos defender por nuestro futuro.

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La partida hacia el gran río

Comenzamos los preparativos del viaje. Estábamos de acuerdo en que debíamos llevar solo lo indispensable. El mejor avío de alimentos que soportara el trajín de la cami-nata bajo el sol.

De ropa en realidad no teníamos casi nada más que lo pues-to y algo que fue posible recuperar y arreglar. Claudette había preparado dos mantas con pedazos de telas que sacó del campo de batalla que lavó y limpió como le fue posible. Las usába-mos para cubrirnos del aire fresco. Serían de utilidad en el camino para pasar las noches.

No podía dejar de admirar la guapeza de Claudette para soportar el tremendo cambio de su vida, la voluntad que po-nía para solucionar los problemas, las necesidades diarias y la falta de todo.

Limpió y habilitó ollas y jarros quemados para cocinar frutos y verduras que podíamos conseguir, como también los animalitos que yo podía cazar en el monte y a veces algunas tarariras que conseguía pescar en el arroyo cercano.

Su empeño, buena disposición y habilidades eran sorpren-dentes para mí, que la imaginaba como había sido cuidada y mi-mada, cuando vivía con sus padres. Colaboraba con ella en todo y me agradecía con su hermosa sonrisa y con dulces caricias.

¡Era tan suave, tan bella y a la vez parecía tan frágil! Pero su fortaleza, enorme…

¡Tan grande era el amor y la admiración que sentía por ese ángel que Dios me había regalado! No dejaba de agradecer…

Muy rápido llegó el día en que Don Andrés se presentó por la tarde, para pasar con nosotros la noche y partir tem-

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pranísimo al día siguiente como habíamos acordado.Ambos estábamos muy nerviosos, tratábamos de tranqui-

lizarnos uno al otro, pero todo nos parecía inseguro y peli-groso…Llegaron unas cuantas de las mujeres con sus niños a despedirnos y desearnos buen viaje, cada una nos trajo algo de comida, lo que mucho agradecimos porque sabíamos bien el esfuerzo que habrían hecho para conseguirla. Muchas lá-grimas, muchos abrazos y deseos de buena suerte.

Por primera vez noté que me miraban con cierto cariño cuando me recomendaban que cuidara mucho a Claudette. Habían comprendido que ella me eligió como su hombre.

Pasamos la noche con sueño agitado y nervioso. Con las pri-meras claridades partimos… miramos hacia atrás para despedir-nos de nuestro primer nido de amor. Claudette con la angustia de abandonar lo que era suyo, donde dejaba todo su pasado…

Caminamos hasta el mediodía haciendo pequeños descan-sos cuando encontrábamos alguna buena sombra. Acampa-mos para almorzar. Comimos lo que nos pareció que no du-raría mucho tiempo en buen estado por los calores, a la vez cuidábamos el agua. Don Andrés quiso reanudar pronto la marcha para llegar al camino de carretas antes de la noche.

Claudette había ideado envolverse los pies con tiras de te-las y trapos, lo que venía resultando muy práctico y saludable. Si una tira se gastaba y rompía la podía reemplazar. Traía consigo unas cuantas.

Con buen ritmo llegamos al atardecer al lugar donde nuestro guía dijo que pasaríamos la noche. Buscamos un lu-gar algo protegido y nos preparamos a descansar las fatigas del primer día de camino que para mí - acostumbrado a las largas caminatas con el ejército - no fue pesado pero para Claudette fue casi una hazaña.

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En el camino

Pasamos una noche muy tranquila, nos turnamos con Don Andrés para hacer guardia y dejamos dormir a Claudette has-ta que la luz del día la despertó. Comimos algo de fruta y reanudamos el camino.

Resultaba más fácil caminar en la ruta que habían marca-do las carretas, nuestra marcha se hizo más ligera. También fue una gran ayuda que el día se puso nublado, pero comen-zamos a rezar para que no lloviera.

Así seguimos, juntando lo que se nos ofrecía a la vera del ca-mino. Nuestro guía conocía muy bien la vegetación de la zona y lo que se podía aprovechar de ella, sabía donde podía haber un ojo de agua para calmar la sed y volver a cargar las alforjas que llevábamos.

Don Andrés que parecía tan viejo, en realidad no lo era tanto, los trajines de la vida en el río, las necesidades y las enfermedades que tuvo que pasar lo habían avejentado. Tenía sesenta y un años. Todavía se sentía capaz, de realizar unos cuantos viajes más por el río Paraná. Esa intención lo había decidido a aceptar nuestra propuesta.

En los descansos, el siempre tenía una anécdota de su vida de embarcadizo para contarnos, lo que nos ayudaba a distraernos del cansancio del camino.

Las leguas iban pasando, Claudette sentía el cansancio de un esfuerzo al que su cuerpo nunca había sido sometido, su piel se estropreaba por el sol. Don Andrés dijo que buscaría una planta que tenía un jugo espeso y refrescante que le ayu-daría con ese problema. Cuando la halló, reconocí la herva babosa que usaba mi madre para curar las quemaduras y otro

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montón de problemas de la piel. Realmente Andrés fue para nosotros como enviado por Dios.

Ansiosos a veces preguntábamos a nuestro guía si podía cal-cular cuántos días de marcha nos faltaba, Andrés paciente nos decía que era difícil calcular pero íbamos muy bien y con suer-te porque no habíamos tenido percances y ningún encuentro peligroso. Nos dijo, que en los ejércitos hubo muchos deserto-res que trataban de volver a sus países. Sería peligroso encon-trarnos con ellos, o tal vez no, pero era mejor que no sucediera.

Era muy claro que Claudette iba deteriorándose con el es-fuerzo de caminar bajo el sol y de algunas lloviznas que to-mamos, que en realidad por momentos nos aliviaba del calor pero la humedad posterior nos cansaba aún más. Resolvimos con Andrés, a pesar de sus protestas que yo llevaría los bultos que transportaba el caballo y que ella debería ir montada para preservarla de mayores problemas.

Acondicionamos con las mantas una improvisada montura para que pudiera ir lo más cómoda posible. La levantamos, pudo reclinarse y descansar. Cargué la mochila de los ali-mentos y las pocas ropas, Andrés se hizo cargo de las cantim-ploras y reservas de agua.

Nos dio la impresión de que el animal se sentía mucho mejor con su nueva carga porque de inmediato y suavemente comenzó a caminar. Nos ubicamos uno a cada lado del ani-mal para proteger a Claudette de una posible caída. De ver-dad iba mejor el animal con tan liviana carga. Ella estaba tan delgada, por el esfuerzo y por la comida escasa, que comencé a temer por su salud. Don Andrés opinó que debíamos con-seguir que bebiera más agua. Tuvimos que obligarla a beber a tragos en forma continua, lo que fue muy bueno porque comenzó a reaccionar con rapidez.

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No nos habíamos dado cuenta que ella por cuidar el agua, sin experiencia en la marcha, solo mojaba los labios o hacía que tomaba para engañarnos, sin darse cuenta de lo que se estaba perjudicando. Por suerte tomamos a tiempo la deci-sión de cuidarla un poco más.

Por eso Andrés dijo que debía tomar el jugo del aloé que íbamos recogiendo en el camino. Claudette lo hizo una vez y se resistió a seguir tomando porque era muy amargo, nuestro guía con mucha paciencia comenzó a explicarle en guaraní las bondades del jugo de la planta. Ella reconoció sus razo-nes y dijo que había sentido un gran alivio en sus labios. Poco a poco lo fue aceptando.

Comentamos que por suerte habíamos actuado a tiem-po para evitar que se deshidratara. Encontramos un arroyo pequeño que vadeamos fácilmente y lo aprovechamos para ha-cer un alto, así pudimos descansar después de darnos un baño refrescante. Claudette se sintió más animada, lo que me tran-quilizó mucho.

El buen tiempo seguía ayudándonos, nuestra marcha no era muy rápida pero sí acompasada y continua. Los descansos con Claudette montada, eran breves, solo cuando encontrábamos buena sombra, para comer y por las noches hasta el alba.

A la tarde del sexto día Andrés dijo que ya nos quedaba poco para recorrer, que estaba reconociendo partes del terreno - Creo que estamos por llegar al río Tacuarí que está muy cerca de Encarnación.-

Para nosotros fue la mejor noticia que esperábamos.El pequeño río que debíamos vadear corría cristalino en su

cauce pedregoso. Aprovechamos nuevamente para calmar la sed, higienizarnos y descansar, bajo la sombra de los árboles de la orilla. Algunos de ellos muy frondosos, otros por la épo-

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ca estaban llenos de hermosas flores. Era evidente que por ese lugar no había pasado la guerra.

En la costa

A media tarde del día séptimo llegamos a Encarnación de Itapuá. Era un puerto natural, con algunos ranchos disemina-dos y muchas canoas ancladas en la costa. Andrés se ocupó de buscar un lugar donde pudiéramos ubicarnos por el tiempo necesario antes de cruzar el río hacia nuestro destino.

Tenía gente conocida y nos albergó con una señora dueña de una pequeña fonda de comidas. La dueña fue muy amable y atenta, sobre todo con Claudette que denotaba en su cuer-po el cansancio y el desgaste del viaje. Tuvimos un pequeño cuarto con un colchón de chalas para pasar la noche. Abra-zados luego de tantos días de marcha dormimos profunda-mente hasta entrada la mañana.

Cuando Andrés vino a buscarnos, ya había conseguido quién podría llevarnos en bote al otro lado del río. Eran tiempos de guerra, toda la gente tenía dudas y recelaban del peligro que cualquier recién llegado les podía causar.

Gracias a que nuestro guía contaba todavía con amigos y viejos compañeros de viajes por el río, pudo conseguir ese servicio. Este era el momento en el que mis dineros brasileros podían ayudar.

Al llegar a la orilla del río, Claudette quedó fascinada. Por primera vez veía al Paraná. Estaba maravillada viendo como el sol formaba escamas doradas en el lomo del río, que corría

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suavemente. Se veía tan inmenso, tanta cantidad de agua deslizándose, era verdaderamente “como un camino que anda”, como decía su padre…A lo lejos las costas llenas de ár-boles, a la distancia parecían azules…

Una canoa con dos hombres ubicados con sus remos nos esperaban.

El día era muy bueno y el río estaba manso, el cruce fue tranquilo, aunque al promediar la marcha comenzaron a le-vantarse pequeñas olas y parecía que la enorme cantidad de agua se hinchaba como se fuera un animal que se despertaba desperezándose. Claudette estaba muy emocionada contem-plando tanta belleza.

Cuando nos acercábamos a la costa pudimos ver que el río hacía una curva y adentrándose en la costa formaba una gran laguna, hacia la derecha al cerrar la vuelta, es-taba el puerto.

Según opinó Andrés, la travesía fue rápida. El venía con nosotros a Trinchera y seguiría siendo nuestro sostén en este nuevo lugar que el destino nos brindaba. A media mañana ya desembarcamos en Argentina y estábamos en el puerto de la Trinchera de San José.

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La tierra nueva (Verano de 1870)

Trinchera se veía como un puñado de casitas desparrama-das sobre la barranca. Muchas canoas y botes amarrados en la costa donde atracamos, frente a una gran piedra puntiaguda*. Algo más adelante una jangada sobre la que varios hombres trabajaban.

Un camino bastante empinado de tierra colorada esperaba nuestro tránsito.

Me sorprendió la cantidad de gente que subía y bajada la calle que como una gran herida roja, se abría entre el verde de la abundante vegetación del cerro.

Andrés seguiría con nosotros. Aún debía pagar sus buenos servicios. Ya solo quedaba la mitad de mi paga del ejército y pensaba que era muy poco para recompensar todo lo que había hecho por nosotros.

Por suerte el tomó la iniciativa y dijo que no me preocu-para, que aquí conseguiríamos trabajo bien pagado.

Cuando terminamos de trepar la calle, vimos que en el lu-gar reinaba un frenético movimiento de hombres y mujeres de a pie y otros a caballo.

Las casas eran bajas, como ranchos hechos con tacuara y barro, con techo de paja, pintadas de blanco y alineadas a ambos costados de la calle.

Toda la gente trabajaba afanosamente acarreando bultos, que parecían de alimentos.

Dos grandes carretas estaban detenidas y desde ellas se efec-tuaba el traslado hacia las casas vecinas. Al finalizar la cuesta

* Itapuá

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del cerro se veía una vieja carroza llena de polvo de caminos, parecía recién llegada.

Con seguridad conseguiríamos trabajo, pero primero de-bíamos alojarnos. Eso parecía un poco más difícil. Andrés se dispuso a comenzar la búsqueda. Entraba en cada una de las casitas que íbamos pasando, hasta que salió muy sonriente de la última que entrara, diciendo que había conseguido una habitación para nosotros. El se arreglaría para pasar la noche de alguna manera.

Acomodamos a Claudette para que descansara y resolvimos salir a tratar de conseguir un trabajo.

Fue fácil, en el lugar todo estaba en construcción.

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Los primeros tiempos

Había mucho movimiento de carretas que traían alimentos para las fuerzas que combatían. También muchos comentarios sobre la marcha de la guerra, se decía que ya estaba finalizan-do porque tanto Brasil como Argentina habían comenzado a repatriar algunos batallones.

Prestaba atención a todas las noticias que llegaban, porque no deseaba ser sorprendido por algún miembro del ejército brasileño. No tenía intenciones de volver.

En Brasil seguiría siendo esclavo. Ya sabía lo que significa-ba la libertad.

Tal vez algún día se darían las condiciones para que pudie-ra regresar. Ahora debía pensar en dar a Claudette la mejor vida posible. Debía tratar de construir una pequeña casa. Ha-bía muchos lugares en los que tal vez pudiera hacerlo.

Comentaba la gente que cuando se retiraron las pocas fuerzas que el ejército brasileño había dejado como retaguardia, en las colinas de Trinchera quedaron algunas taperas y mucho material que podría ser utilizado, desparramado por el lugar.

Con Andrés decidieron hacer una recorrida por las colinas, antes de llegar a las florestas que rodeaban al pueblo. Recono-cimos algo el lugar, habían estado acampando, al mando del general Gómez Portinho, hasta que el conde de D´Eu, que era el nuevo comandante del ejército brasileño, ordenó un cam-bió de rumbo hacia Ituzaingó.

Vieron que era posible elegir un buen lugar y comenzar a construir despacio un ranchito, de pajas y barro, como lo hacían los ”hijos de la tierra”. De esa manera llamaban a los

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nativos que vivían en los alrededores del pueblo, los que se iban aquerenciando en Trinchera.

Eran muchos los que se quedaban porque a todos les pare-cía que la zona era próspera y de gran futuro.

Así lo hicieron y en poco tiempo pudieron instalarse con Claudette, muy pobremente pero en algo que podían decir que era propio y mejorarlo un poco cada día.

El ranchito en la colina no estaba muy lejos de los lugares en los que día a día iban apareciendo construcciones nuevas mucho mejores que las de la barranca del puerto y en las que podía trabajar con buen salario.

Andrés no tardó en conseguir un barco como quería, para navegar el río. Era lo que más deseaba. Cuando partió fueron con Claudette a despedirlo desde la barranca del puerto.

Decir adiós al guía, amigo y protector, fue muy difícil, estában ya muy acostumbrados a su presencia. Había significado mucho en sus vidas, nada menos que pudieran alcanzar la libertad.

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Muy temprano Honorio salía a trabajar.

A Claudette le resultaba muy difícil estar sola. Todos los re-cuerdos del pasado volvían. Le atormentaba la angustia de ignorar que fue de sus padres. Pensaba que en esa guerra atroz, en su tierra que quedó arrasada, lo más probable sería que como tantos otros, estuvieran muertos.

Las noticias que traían los soldados que llegaban para ser repatriados al Brasil, decían que todo terminó con la muerte de Solano López y la de todos los que con él seguían luchan-do. ¡Qué esperanza podía quedar! El dolor por los suyos la atormentaba.

Trataba de superar la tristeza ante Honorio, que se afa-naba tanto por darle cariño y todo lo que estaba a su alcance, cada día más. Siempre regresaba con alguna novedad para contar y distraerla, con los cambios que se producían en el pueblo. Su amor la consolaba pero no podía olvidar lo que había sido su pasado.

Pasaron así algún tiempo… La pasión seguía dominando sus cuerpos, ayudándolos a superar las necesidades y la hu-mildad en la que vivían.

Honorio trató de cambiar su aspecto para no ser reconoci-do por los que pasaban para ser repatriados. Dejó crecer la barba, esto lo hacía parecer de más edad. No abandonaba un viejo som-brero, que usaba siempre que trabajaba.

Sus cuidados dieron resultado, nunca fue reconocido…Volvió Don Andrés con muchas anécdotas para contar y de-

cidido a regresar al Paraguay. Opinaron que quizá no fuera conveniente, allá donde todo era solo una gran miseria, pero él pensaba que por esa razón debía ir para ayudar a la gente

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que conocía en su pueblo.Era un hombre bondadoso, lleno de amor por su tierra.Nuevamente fueron a despedirlo al puerto, desde la ba-

rranca que cada día estaba más poblada.El pueblo de Trinchera crecía. Familias nuevas llegaban

para establecerse y necesitaban viviendas, que realmente no existían. Día a día iban apareciendo construcciones nuevas, Donde había un espacio, un vecino nuevo comenzaba a le-vantar su ranchito. Todo crecía desordenadamente.

Muchos oficiales brasileños que conocieron las posibilida-des de progreso de la región decidieron venir a afincarse en el lugar instalando negocios de diversos ramos.

Como Honorio trabajaba muy bien, sabía organizar y mandar a los obreros, pronto pudo formar un grupo que trabajara a sus órdenes en la construcción de casas y locales comerciales.

De esa manera fueron progresando, con el tiempo tuvieron una casa mejor, fuera del barrio del 24, más cerca de donde se estaba formando el centro del pueblo.

Comenzaba a cambiar la forma de construir las casas. Ya se hacían con argamasa y ladrillos. Lentamente fueron alcan-zando algunas comodidades para el hogar…

La vida se presentaba cada vez más llevadera, ya no esta-ban tan solos como en la colina, tenían ahora algunos vecinos más o menos cercanos Comenzaron a pensar que en cual-quier momento podrían tener la suerte de recibir un bebé… Esperaban y deseaban que así fuera, entonces, comenzaron a preparar otra habitación en la casa.

Siguieron pasando los días y los años, el crecimiento de Trinchera continuaba. La novedad que esperaban, no llega-ba, pero el amor seguía con la pasión de los primeros tiem-pos de Acosta Ñu.

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Una tarde Honorio volvió muy preocupado porque ha-bía visto a una persona a la que creyó reconocer, entre la gen-te que llegó en una gran caravana que traía animales, carretas con alimentos y otras mercaderías para los negocios que ya estaban instalados.

Temía que esa persona fuera quién él pensaba y que pudiera reconocerlo. Estaba desorientado, no quería perder la libertad.

Había tenido la suerte de no ser reconocido por ninguno de los oficiales brasileños que pasaron y por los que vinieron a quedarse.

¡Tanto le costó alcanzar la libertad, que siempre temía perderla!

Conversaron largamente haciendo conjeturas, pensando cual sería la mejor manera de enfrentar la situación. Era ne-cesario tener la certeza…

Además del tiempo que llevaban en Trinchera, recordaba que salió de su hogar a una guerra que duró más de cinco años. La vida cambia a las personas…Si fuera él, ahora ten-dría que tener más de sesenta años… Honorio sabía que era su padre, pero… ¿como reaccionaría si lo reconocía…? Era su padre pero a la vez era su amo…

¿Por qué andaría por estas tierras? ¿Cómo saber sin correr riesgos?…

En Brasil seguía existiendo la esclavitud, ese era el motivo de la inquietud de Honorio. ¡La libertad era lo que mas apre-ciaba en la vida!

Se le ocurrió a Claudette que tal vez podría acercarse a él, con algún pretexto y averiguar de quién se trataba…¡No ha-bría ningún peligro!... Honorio no quería correr riesgos de ninguna clase... Pensaron en conseguir alguna ropa un poco mejor de la que tenían para salir por el pueblo sin llamar mu-

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cho la atención.Honorio se ocupó y al día siguiente volvió con un paquete

con ropas nuevas, pero muy sencillas con las que Claudette podría andar por las calles, sin que fuera diferente a las otras muchachas. Así el plan podía llevarse a cabo.

Pero, cómo reconocerlo si no lo conocía, debía averiguar en el vecindario. La gente era muy amable y comunicativa, Todos se enteraban de las novedades y las voces corrían. No sería muy difícil conseguir algunos datos.

Honorio estaba realmente ansioso y además preocupado porque el movimiento que había en el pueblo era mucho, gen-te nueva que al parecer venía a establecerse. Trinchera crecía, eso era muy bueno.

Marzo de 1877, el verano seguía, los días eran cálidos y el pueblo con una actividad bulliciosa.

Honorio quedó en la construcción en la que trabajaba y Claudette siguió hasta la bajada del puerto a buscar a la fon-dera que había sido tan buena al darle albergue cuando recién llegaron del Paraguay.

Se alegró al verla, alegre y dicharachera como era, ense-guida consiguió toda la información que necesitaba. Muchos brasileños venían con intención de establecerse con nego-cios y otros solo estaban de paso trayendo mercaderías para vender. Dio muchos nombres, uno de ellos Don Manuel Gonçalvez Da Silva.

Su corazón dio un salto, se trataba del padre de Honorio. ¿Qué harían en esa situación?

Corrió a darle la noticia. Honorio dejó de trabajar y fue-ron a la casa a resolver qué actitud debían adoptar.

Después de mucho conversar resolvieron que lo mejor era bus-car a Don Manuel, contar todo lo que habían pasado y esperar

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su reacción.Para ir a buscarlo Honorio se sacó la barba y con las me-

jores ropas fueron a su encuentro, pero Don Manuel ya había vuelto a su fazenda después de vender todas sus pertenencias. Supieron que volvería en unos meses... Tendrían un tiempo para preparar el encuentro.

Siguieron transcurriendo los días, lentamente mejoraban la casita. Honorio tenía buen trabajo y para pasar mejor las horas en las que estaba sola, Claudette cultivaba una peque-ña huerta al fondo y un cantero de flores al frente. El aspecto del hogar fue cambiando.

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El encuentro

Pasaron unos meses, la llegada de caravanas de carretas era permanente. En una de ellas, un buen día, llegó Don Manuel Gonçalvez da Silva. Era el momento de conocerlo. Preparados con las mejores ropas, y con mucho nerviosismo fueron al encuentro.

La casa de pensión donde paraba era nueva, Honorio ha-bía trabajado en su construcción. Cuando llegaron y estu-vieron frente a el, tuvieron la gran sorpresa.

Don Manuel reconoció a Honorio de inmediato y corrió a recibirlo con gran abrazo y efusividad. Sorprendido y muy feliz de encontrar al que llamó “meu filho” desde el primer abrazo.

Claudette a unos pasos, miraba con lágrimas el momento de gran alegría y felicidad de los dos hombres.

Repetía que lo creía muerto en la guerra, que verlo con vida era lo más bueno que le había sucedido en los últimos tiem-pos. Cuando Honorio logró calmarlo, presentó a Claudette como su mujer.

Sorprendido nuevamente, repitió con mucho respeto sus muestras de alegría con un saludo cariñoso.

Honorio sabía que era su hijo pero como nunca había dado muestra de reconocerlo como tal, seguía a pesar de la alegría demostrada, sin saber cual era su situación ante él. Había llegado la hora de hablar.

Cuando estuvieron cómodos ubicados en un lugar tran-quilo, no sabían como comenzar, había tanto para contar… Honorio quiso saber primero de la familia de Don Manuel, también de Eudora y Serafín…

Contó que Serafín y su mujer estaban bien. Pero su esposa,

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la señora Eliane había fallecido hacía ya más de un año.Dijo que sus hijas le habían dado cuatro nietas y agregó

que ese era el motivo principal de su alegría al haber recupe-rado a su único heredero varón.

La alegría de Honorio fue grande al escuchar el reconoci-miento de su padre biológico…no lo esperaba de esa manera tan directa y no sabía que hacer…sus ojos se llenaron de lágri-mas, tomó las manos de su padre sin saber como seguir, pero don Manuel se puso de pié y lo abrazó intensa y largamente…

Con lágrimas en los ojos padre e hijo, permanecieron abrazados un buen rato.

Luego ya todo fue más fácil, hablaron de la guerra, conta-ron como se salvaron mutuamente en Acosta Ñu. Claudette contó todo sobre su familia y sus angustias por la falta de no-ticias sobre ellos…Don Manuel muy emocionado escuchaba los relatos y hablaba sobre cómo cambiaría el futuro quería que fueran con él al Brasil.

Honorio, un poco vacilante, explicó la causa por la cual no había deseado volver, pero su padre dijo que las cosas esta-ban cambiando por allá y además que en su fazenda ya no quedaban esclavos, que los había liberado a todos, ahora per-cibían un salario y ninguno quiso marcharse. Que su madre y Serafín vivían con él, en la casa grande y se hacían cargo de todo cuando él estaba de viaje. Que no había nada que temer. Honorio demostraba su sorpresa y admiración por las noticias que escuchaba.

Invitaron a don Manuel a conocer la pequeña casa que habían construido y a quedarse con ellos. Contaban con la habitación que Honorio había construido pensando en la po-sible llegada de un bebé que aun no se anunciaba. Aceptó con satisfacción y quedaron de buscarlo al día siguiente.

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Instalado en la humilde casa de sus hijos, su alegría era per-manente. No dejaba hacer planes para el futuro que proyec-taba. Vivirían en el Brasil, en su fazenda con toda la familia reunida.

Volver al Paraguay, recuperar lo perdido

Días después llegó don Andrés con noticias del Paraguay. Parecía rejuvenecido y como más decidido, con otra actitud. Lamentablemente no había podido conseguir noticias de los padres de Claudette.

Se trataba de recuperar la propiedad del campo de Acosta Ñu.Las nuevas autoridades del país estaban tratando de poner

en orden todo lo que había quedado destruido. Llamaban a los posibles herederos a reclamar lo que les correspondiera.

El primero que opinó que deberían viajar inmediatamente al Paraguay, fue el padre de Honorio que se ofreció a organizar el viaje, poniendo a disposición su carruaje.

Expresaron con temor que parecía peligroso intentarlo, pero Don Manuel dijo que todo estaba bien que se habían firma-do tratados entre todos los países, que daban garantías para el comercio, motivo por el cual él se desplazaba constante-mente cruzando las fronteras sin problemas.

Con su entusiasmo los fue convenciendo. Honorio opuso su última resistencia diciendo que no tenía sentido reclamar, puesto que no pensaban volver a vivir allá, que estaban los planes de vivir en Brasil.

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Debían prepararse para la ceremonia. Nunca esa idea se les había ocurrido. Desde el comienzo habían sentido que Díos los había unido y protegido. Por esa razón no sentían necesi-dad de otra bendición. Pero era muy agradable saber que don Manuel quería lo mejor para ellos.

Se prepararon para cumplir sus deseos con alegría y con apu-ro, porque les confesó, que ya había comprometido al juez y al sacerdote para que la ceremonia se realizara al día siguiente.

Sorprendidos que todo fuera así tan fácil, pues ninguno de los dos tenía documento, lo preguntaron cómo pudo con-seguirlo, y entonces él con tranquilidad respondió: – Con bue-nos amigos y con buen dinero es fácil conseguir lo que se desea. Y agregó: - desde ahora ya los tendrán.

En el pequeño templo, en reparación, se realizó la boda. Luego de la ceremonia, festejaron con un sencillo almuerzo compartido con los tres amigos, Andrés, el juez y el sacerdote. Durante la conversación en la mesa, Don Manuel dijo que ya todo estaba listo para iniciar el viaje al Paraguay, el día siguien-te bien temprano.

Amaneció un día muy lindo, marcharon con algo de equipa-je y con nuevos documentos, hacia el puerto, donde ya esperaba una chata, embarcación que Don Manuel había hecho cons-truir para que pudieran cruzar el río transportando el carruaje que los llevaría hasta el pueblo de Acosta Ñu. Tres hombres la conducirían. Uno de ellos sería luego conductor del carruaje.

Ya en el puerto, esperaban Andrés y el sacerdote que tam-bién sería de la partida. Pero ellos tenían ya lista para partir una canoa grande llena de provisiones. Partieron antes, los esperarían en Encarnación de Itapuá.

Cruzar nuevamente el río emocionaba a Claudette, vol-

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Tanto Don Manuel como Andrés opinaron que ambas cosas no se oponían. Primero ir a reclamar la propiedad y luego irían al Brasil. Hablaron los cuatro, largamente sobre el tema, hasta llegar a un acuerdo.

Viajarían como propuso Don Manuel y una vez solu-cionado el problema, dejarían a Don Andrés a cargo de los campos para que los cultivara y fuera poco a poco reconstru-yendo la vivienda.

La idea pareció muy buena, sobre todo porque era una for-ma de devolver a Don Andrés algo de lo mucho que había hecho por ellos cuando más necesitaron de ayuda y apoyo.

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Preparativos

Don Manuel estaba eufórico con lo planeado. Era todo un aventurero que se aprestaba a iniciar un viaje a lo desconocido. Honorio parecía muy feliz al ver a su padre tan entusiasmado, con algo qué no le produciría ninguna ventaja económica. Le preguntó con mucho respeto, que le impulsaba a empren-der lo que le parecía una aventura.

El hombre que estaba tan alegre, se puso serio, miró a Clau-dette con una expresión rara pero a la vez cariñosa y dijo: – Remediar algo de tanta crueldad y destrucción de esa guerra maldita.

Con lágrimas en los ojos se levantó y la abrazó con mu-cho cariño.

Lloraron juntos…

Don Manuel preparó todo para el viaje al pueblo de Acosta Ñu, con mucho entusiasmo. La ansiedad le impedía a Claudet-te disfrutar de los detalles que cada tarde relataba sobre los ade-lantos en los preparativos para el viaje. No era fácil conseguir lo necesario para que todo saliera como deseaba.

Una tarde les dijo que había mantenido una charla con su amigo el Juez de Paz de Trinchera y que éste le había dado un buen consejo. Muy sonriente y con picardía relató que el Señor Juez había aconsejado que antes de viajar, para evi-tar cualquier inconveniente, la pareja debía contraer enlace. Fue grande la sorpresa pero muy agradable.

También, como haciéndose el distraído, dijo que po-drían aprovechar que andaba de paso por la Trinchera un sacerdote católico que viajaba hacia Asunción del Paraguay.

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ver la conmovía. ¿Cuáles serían las situaciones que debe-rían vivir? ¿Qué encontrarían en el pueblo después de los años transcurridos? Muchas eran las dudas y las preguntas a responder.

En la chata, que era bastante amplia, ya estaban sujetos los cuatro caballos, el carruaje y una pequeña carreta.

Al subir, la embarcación comenzó a balancearse. Ella tomó rápido el brazo de Honorio que al darse cuenta de sus miedos la abrazó como sabía hacerlo, tranquilizándola. Partieron re-cién cuando todo estuvo bien sujeto, pues el río avanzaba muy rápido y con mucha fuerza.

Don Manuel permanecía contemplando el río que mos-traba toda su belleza. Destellos de plata en su oleaje y tonos rojizos en sus turbulencias, que la chata sorteaba con dificul-tad. El cruce fue bueno y sin inconvenientes. Cuando hizo falta Honorio colaboró con los remos.

Atracaron un poco más abajo del puerto, adonde los lle-vó la corriente rápida y fuerte del río. No fue un obstáculo, porque desembarcaron el carruaje, la carreta, los caballos. Con paciencia los hombres pusieron el carruaje y la carreta en condiciones para el tiro de los caballos y llegaron por tierra a Encarnación. Allí encontraron a Don Andrés, que había cru-zado en la canoa con su cargamento, esperándolos.

El sacerdote ya había partido con la diligencia del correo, ha-cia Asunción.

Fue necesario dejar descansar a los caballos que habían su-frido los vaivenes del cruce y un poco antes del mediodía, partieron desandando la ruta por la cual caminaron casi sie-te años antes.

Vieron de cerca la desolación de los campos sin cultivar, taperas que no fueron reconstruidas, que denunciaban la mi-

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seria que aún pasaba el sufrido pueblo paraguayo.

Acosta Ñu, tierra desolada

Cuando se acercaban a destino fueron comprobando que la naturaleza había reparado mucho la destrucción de la gue-rra. El bosquecillo que les diera refugio había reverdecido, los pastos cubrieron la desolación del paisaje, que los había despedido. Ahora se parecía al Campo Grande donde Clau-dette pasó su infancia.

Comenzaron a divisar la silueta aún en ruinas del ho-gar de la familia Molinaurie Le Bretón. La casa continuaba mostrando las señales del vandalismo incendiario. Algo ha-bía sido reparado con el material rescatado de la destruc-ción, una habitación y la cocina.

Andrés estaba viviendo allí, dijo que se había instalado con su mujer y sus hijos, para evitar intrusos desconocidos. La gue-rra había dejado al Paraguay casi sin hombres. Era un pueblo de mujeres solas, nuestro amigo que había logrado sobrevivir disfrutaba de esa situación que lo privilegiaba.

Cuando llegaron comenzaron a aparecer mujeres con ni-ños de distintas edades, algunos en brazos.

Allí estaba María que corrió a saludar a Claudette con un gran abrazo. Se notaba que su aspecto había desmejorado. Los trabajos y la miseria habían dejado su marca en ella.

Andrés, con su actitud y voz de mando demostraba quién mandaba allí. Comenzó a repartir los víveres que había traí-do, a las mujeres y a medida que lo hacía, les ordenaba que

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se vayan. María ayudaba y cuando ya casi todas se habían ido, ella comenzó a llevar a la cocina lo que quedó.

Dos niños de más o menos cuatro años la seguían cargan-do cosas pequeñas.

No hacía falta ningún tipo de explicaciones. Era fácil darse cuenta que allí, todo estaba, por así decirlo, bajo la protección de Andrés.

El Paraguay era todavía tierra de mujeres con niños peque-ños y sin hombres.

Con Honorio, Don Manuel y el conductor del carruaje como ayudante, se pusieron a la tarea de preparar el cam-pamento. Don Manuel había pensado en todo lo necesario. Cuando llegó la noche ya estaba todo listo para el descanso. María había preparado un buen guisado con el charque que vino en las carretas.

Cenaron comentando el viaje y lo que debían hacer en los días siguientes. Andrés informó que era necesario ir hasta Piri-bebui a cumplir con el registro que las autoridades habían dis-puesto en ese pueblo. Claudette debía hacerlo personalmente. Era el momento de estrenar el documento nuevo en el que figuraba como Molinaurie Le Bretón de Gonzáles Da Silva.

Andrés, a caballo, fue el guía. En el carruaje Claudette, muy preocupada, conversaba con Don Manuel que hablaba de lo bella que era la región y le hacía preguntas para tranquilizarla.

Todo salió bien y al tercer día estaban regresando. El buen tiempo ayudó mucho. No solo registraron la propiedad, tam-bién dejaron legalmente instalado a Don Andrés como cui-dador y capataz de la Estancia. La presencia de Don Manuel, con sus “ contos de Reis”, agilizó la gestión.

La tristeza de Claudette era muy grande, sus ojos tenían lágrimas permanentemente. Era muy comprensible que el

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lugar ahondara su dolor.Pensaron Honorio y su padre que debían volver a la Ar-

gentina lo antes posible.Andrés preguntó si habían traído armas, porque en el re-

greso podía surgir algún peligro. Lo hizo muy discretamente, lejos de Claudette, para no asustarla, cuando ella estaba ayu-dando a María en la cocina. Tanto Don Manuel como Paulo, su peón, respondieron afirmativamente.

Honorio tuvo que revelar que había ocultado en su mo-chila, su arma del ejército, pero no tenía balas. Ese problema también solucionó la previsión de su padre. Así, más tranqui-los, empezaron a prepararse para volver.

Dejaron en la carreta solamente los alimentos necesarios para el viaje de retorno, todo lo demás María acomodó rápi-do en la cocina.

Así la carreta quedó mas liviana, adecuada para el regreso.

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Regreso a trinchera

Andrés quedó instalado como capataz. Además de tener condiciones para mandar, era el dueño de la situación por la que atravesaba la zona. Comenzaba a recuperar la hacienda, ya había conseguido armar un pequeño gallinero. Una plan-tación de mandiocas, a los fondos de la casa, mostraba que habían trabajado bastante para mejorar la miseria reinante en toda la zona.

Pensaron que poco a poco, Andrés y María podrían mejorar la situación y se sintieron algo aliviados al ver que devolvían, algo de todo lo que ellos hicieron, cuando vivían los momen-tos más difíciles allá por 1869.

En el camino, sin apuros y cuidando los caballos iban muy bien.

Al atardecer, cuando se acercaban a un bosquecillo, que estaba a la vera del camino, de repente, salieron de él un gru-po de unas seis mujeres con palos y machetes, que a los gritos de alto trataron de detener el carruaje.

El conductor apuró la marcha y con unos tiros al aire asusta-ron a las mujeres que se alejaron ocultándose en el bosque del que habían salido. Ese era el peligro al que se refiriera Andrés. Claudette se sobresaltó y quedó muy nerviosa por el susto, pero estaba Honorio que sabía muy bien como tranquilizarla.

Ante lo sucedido resolvieron que no acamparían por la noche, que los tres hombres se turnarían en la conducción del carruaje y en la vigilancia para evitar otros encuentros no deseados. Honorio dijo que recordaría los tiempos en los que conducía la volanta de su padre por los caminos de la fazen-da y los pueblos cercanos. Don Manuel asintió sonriente.

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De esa manera el viaje resultó más rápido y seguro. Si no los apuraban, los caballos resistirían muy bien el trajín. Así también tendrían la ventaja del fresco de la noche.

Tuvieron buen tiempo. Hicieron el regreso más rápido que en el viaje de ida.

Como se habían adelantado, no estaba todavía en Encar-nación de Itapuá la chata que Don Manuel había hecho construir y que debía volver a buscarlos; entonces envió a Paulo, en una canoa, a traerla desde Trinchera.

Tuvieron que esperar. En el interín el tiempo se descom-puso y perdieron así lo que habían ganado, pero en realidad no tenían apuro, solamente que no fue muy cómoda la espe-ra dentro del carruaje porque los lugares para pernoctar no eran adecuados para Claudette según opinaba Don Manuel, que quería lo mejor para ella.

Al día siguiente, había dejado de llover y al alba vieron re-cortarse en las aguas del río la silueta de la embarcación que los haría cruzar de nuevo el Paraná.

De regreso en el hogar, Honorio y Claudette pudieron amarse dulcemente y disfrutar de nuevo la felicidad que esta-ban extrañando con tantas andanzas.

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El retorno al hogar de la infancia

Pero la idea del descanso no era adecuada a la forma de ser de Don Manuel, que ya de camino venía hablando del regreso a Brasil. No quería hacerlo solo, por todos los medios trataba de convencerlos de que lo acompañaran.

Estaban de acuerdo, pero Honorio temía que el trajín del viaje perjudicara el frágil cuerpo de Claudette. Con este ar-gumento lo convenció de esperar por lo menos una semana, para que ella se repusiera del cansancio, de tantas emociones y tristezas pasadas.

Tratando de hacer lo mejor para su nuera, a la que no deja-ba de demostrar su afecto, aprovechó ese tiempo para reparar el carruaje y dotarlo de comodidades para su descanso. Clau-dette muy agradecida, también lo hacía preparando comidas y postres que a el le gustaran.

Honorio se sentía muy feliz ante esa agradable relación que nació entre ellos.

Por otra parte, a Don Manuel siempre le venía muy bien su estadía en Trinchera de San José.

Por su parte, Honorio tuvo que ocuparse de sus compa-ñeros, no fue un problema, había trabajo y ellos ya habían aprendido como hacerlo bien. Dejó a uno de ellos como ca-pataz hasta su regreso.

Aunque no tenía seguridad de volver, pero era preferible no adelantar los acontecimientos.

Sería por ahora una ausencia momentánea. También de-bía resolver como dejar la casa y las cosas que tenían en ella logradas con tanto trabajo. No podían llevarlas al Brasil. Lle-

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varían únicamente lo personal. Entonces propuso a Pedro, el nuevo capataz, que se viniera a vivir en ella y aceptó. Era soltero sin compromisos y un hombre en el que se podía con-fiar. Honorio temía correr la aventura de tener que comenzar de nuevo sin nada, si las cosas no salieran tan bien como su padre auguraba.

La semana pasó muy rápido, con todo preparado, don Ma-nuel deseaba salir cuanto antes, - para aprovechar el buen tiempo-, señalaba.

Sin decir nada a su hijo, antes del viaje a Paraguay, había mandado mensajes al Brasil, a Eudora y a sus hijas avisando que lo había encontrado y que llegarían en unos días.

Como las comunicaciones se hacían con las diligencias, que salían más o menos regularmente, envió las cartas con antici-pación. Por esas razones tenía apuro en volver a la fazenda.

Estaban todos muy ansiosos por el viaje. Honorio tenía de-seos de ver a su madre y a Serafín que lo había criado con tanto afecto y también tenía una gran ansiedad por saber cual sería su situación con las medio hermanas, cuando lo tuvieran de regreso.

Pensaba que si bien siempre le demostraron mucho cari-ño, ahora el hecho del reconocimiento de su padre tal vez podría afectar sus intereses económicos de alguna manera. Muchas eran sus dudas al respecto.

Había que esperar para dar respuestas a las preguntas.

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El re encuentro

El viaje fue bueno, algo cansador para Claudette, que olvi-dó todas las incomodidades al llegar al río Uruguay. Le encan-taba mirar correr sus límpidas aguas, tan diferentes de las turbu-lentas y a veces encrespadas del Paraná. Para ella fue maravilloso cruzar ese hermoso río. Lo expresaba conmovida.

El re encuentro con Eudora y Serafín fue conmovedor. Lo habían dado por muerto en la guerra y ahora su presencia desataba toda la emoción acumulada en el tiempo que pasa-ron separados.

A poco de terminar los saludos de bienvenida de la gente de la fazenda, ya estaban comenzando a llegar los carruajes de las familias de las hermanas…La ansiedad lo sofocaba… ¿cuales serían sus sentimientos y sus reacciones ante su aparición?...

Gracias a Dios esta familia era de gente maravillosa, a me-dida que iban llegando demostraban su afecto y la alegría por el regreso. Las cuatro niñas, tenían entre nueve y doce años, reían y los abrazaban como si los conocieran de siempre. De-mostraban que habían recibido información sobre ellos y lo expresaban con espontaneidad, Claudette aceptaba emocio-nada la sorprendente bienvenida que no había imaginado. Sentía que volvía a tener una familia…

Como los esperaban y estimaron que llegarían por la tarde, estaba preparada una gran cena familiar. Todo hacía pre-sentir que desde antes de conocerlos ya habían sido inte-grados a la familia González Da Silva. Don Manuel estaba tan feliz de haber reunido a todos, que no dejaba de sonreír ni de mimar a sus nietas.

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Amor entre Fronteras

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Don Manuel, el viajero

Apenas pasados dos meses Don Manuel ya estaba progra-mando un nuevo viaje a Trinchera, para llevar ganado y mer-caderías.

Claudette se había integrado tanto a la vida de la fazenda, que dijo a Honorio, que si quería podía acompañar a su padre. Ella quedaría en la casa con la compañía de Eudora y Serafín.

Las casas de las hermanas de Honorio estaban cercanas, venían con frecuencia con las niñas o iba a visitarlas, a cada una en su casa o reuniéndose todas en una de las fazendas. Gozaba con su compañía, eran muy divertidas, le gustaba jugar con las niñas, ensañarles hablar en francés, para no ol-vidar el hermoso idioma de sus padres. A todas les gustaba mucho cantar canciones y escuchar los cuentos que le narra-ba su madre en la infancia de Acosta Ñú.

Así pasarían los días de ausencia que no serían tantos, pues era un viaje de negocios. Llevarían ganado y alimentos para las zonas que aún no se habían recuperado totalmente de las consecuencias de la guerra.

El Paraguay había quedado sin ganados y los campos muy dañados, por la larga contienda que se había desarrollado casi totalmente en su territorio. El Brasil, sufrió muy poco la gue-rra en su tierra. Argentina en las zonas ribereñas del Paraná, una zona de Misiones y Corrientes. El Paraguay, que había quedado asolado y casi sin hombres, sufrió mucho para recu-perarse y tuvo que pasar un largo tiempo para lograrlo.

Había dicho Don Manuel que esos viajes serían frecuen-tes mientras fueran económicamente beneficiosos.

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En los días de ausencia de Honorio, comenzó a sentir por las mañanas ciertas descomposturas de estómago que luego del desayuno desaparecían, pero fueron siendo poco a poco más frecuentes, tanto que su suegra tomó en cuenta la si-tuación y desconfiando cual podría ser la causa de ellas co-menzó una conversación íntima, gracias a la que pudo darse cuenta que el milagro tan esperado había ocurrido.

Fue secreto entre las dos, convinieron que debían esperar el regreso de Honorio para que el se enterara primero que los demás de la buena noticia.

Se sentía tan feliz, pero a la vez pensaba cuales podrían ser las causas de tanta demora, más de siete años de espera.

En realidad era fácil de entender, era muy joven y vivían situaciones difíciles, las privaciones que por bastante tiempo afrontaron, los problemas emocionales que sufría por la falta de noticias de sus padres y los cambios que tuvieron que soportar, eran cargas más que pesadas que su cuerpo tuvo que aguantar.

Ahora la vida ofrecía la posibilidad de un futuro apacible y seguro, vivía con alegría y tranquilidad. Rodeada de cariño el amor daba sus frutos.

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De nuevo en trinchera (1878)

El viaje a Trinchera fue lento, pero entretenido. Honorio ya había realizado ese trayecto con el ejército. Con el grupo de infantería lo hicieron de a pie, todo fue mas incómodo y difícil.

Con la caravana de su padre todo era muy diferente. La marcha de las carretas seguía el ritmo de los animales, a ve-ces los apurábamos, pero cuidando que fueran siempre en el grupo y sin cansarlos. Era muy agradable escuchar a los baqueanos que con silbidos y gritos particularmente especia-les, manejaban la hacienda. Le entusiasmaba ver a su padre participar en las tareas como el mejor de los vaqueros gaúchos. Comenzó a conocer una faceta de su vida totalmente desco-nocida, que nunca había imaginado.

Por las noches, en los fogones, acompañaba el canto de los arrieros con una hermosa voz de barítono. Sabía entonar y conocía muy bien las canciones del certao brasileño. A la hora del descanso, acomodado en sus enseres al lado de su hijo, miraba el cielo, describiéndole las estrellas de las que sabía los nombres y sus características.

Se sentía tan feliz de poder disfrutar con su padre, algo que no pudo hacerlo ni en la infancia ni en la adolescencia. La vida le daba una gran oportunidad de conocerlo y gozar con el ese particular optimismo y alegría de vivir que demostraba en todo momento. Ya sabía que lo quería, pero ahora sentía que lo admiraba y que lo amaba entrañablemente.

El viaje fue uno de los momentos más importantes de su vida. Conocerlo tan profundamente, lo ayudó a comprender-lo y a la vez conocerse a mi mismo.

Fueron muchas las actividades que realizaron en Trin-

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chera. Pudo ocuparse de encontrar a sus compañeros de ta-reas en construcciones. Los trabajos continuaban, el pueblo crecía. Pedro había cuidado muy bien la casita, en la que ambos se alojaron.

Decidió dar a Pedro la oportunidad de comprarle la pro-piedad, la que en realidad no contaba con papeles que la acre-ditaran. Pero era época en la que la palabra y el reconocimien-to de los vecinos era suficiente. Pero como ya no estaba en sus planes continuar con los viajes de negocios que proponía el padre acordaron que Pedro pagara lo que valía la casita como pudiera, en cada viaje de Don Manuel.

Finalizada la tarea de comercialización del ganado y todo lo que habían cargado en las carretas, resolvió regresar. El padre había hecho buenas relaciones en el pueblo y deseaba perma-necer un tiempo más, pero comprendía que tuviera apuro en regresar junto a Claudette.

Don Manuel, en cambio, ya estaba muy interesado en las actividades que la gente del pueblo, llevaba adelante. Eran ges-tiones importantes para el crecimiento y mejora de Trinchera y deseaba quedarse para participar en ellas y ver los resultados. Convinieron que él quedaría y Honorio partiría de regreso.

La ansiedad de estar con su amada era cada vez más urgente.En esos momentos el camino de comunicación con San-

to Tomé estaba en buen estado y era constante que lo reco-rrieran caravanas de carretas de carga que llevaban y traían mercaderías. Había una diligencia que transportaba pasajeros y lo hacía siempre que estuviera disponible y completo su cargamento. Aprovechando una partida, decidió regresar a su hogar de Brasil.

Dejó a su padre como espectador neutral de las rencillas

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pueblerinas que ocasionaban las medidas que trataban de or-denar el delineamiento y mejoras en el centro de la Trinchera. Seguramente que aprovecharía las circunstancias para hacerse de alguna propiedad. Tenía desde siempre una gran pasión por ser poseedor de tierras, algo muy propio de la época.

Además, corrían noticias que decían que con el nuevo delineamiento, las calles que poco a poco se iban abriendo, fueron provocando un problema. Casas que se habían cons-truido bastante desorganizadamente, quedaron algunas, en medio de las nuevas calles. La mayoría de ellas eran las más antiguas, aquellas mas precarias de barro y tacuara, de las que sus moradores ni siquiera contaban con títulos de propiedad Comenzaron a sospechar con su padre, que algo así ocurriría con la pequeña casita en la que se alojaban.

Él quedaría a la expectativa de lo que podía ocurrir.

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La esperada noticia

Pocos días después estaba de regreso en su hogar y se en-contraba con la gran noticia. ¡Por fin se cumplirían sus anhe-los de ser padre¡

Pero Claudette estaba pasando días muy difíciles. Eudora decía que todo era muy natural y que sería pasajero que no había que preocuparse.

Gracias a Dios tuvo razón y Claudette fue mejorando. Pa-saron los meses del embarazo y llegó con algunas dificultades, una bella niña muy parecida a la madre pero de piel trigueña y cabellitos negros rizados, la llamaron Madeliane que era el segundo nombre de la madre de Claudette.

Claudette quedó muy delicada de salud, Eudora se afanaba cuidando de ambas, mientras Honorio las llenaba de mimos.

Don Manuel que había prolongado mucho su ausencia, regresó a casa al recibir la noticia, cargado de regalos.

En su ausencia, Honorio y Serafín se habían ocupado de las tareas de la fazenda, que dieron muy buenos resultados. Se mostró entusiasmado por los progresos y dijo que ya po-dría dedicarse a viajar con tranquilidad; era lo que más le agradaba, ya que tenía un espíritu andariego.

Claudette mejoraba lentamente y todo en la casa se deslizaba con felicidad. La niña crecía hermosa y alegre como su madre.

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Nuevos viajes entre fronteras

Al año siguiente, Don Manuel decidió que haría un nuevo viaje y encargó a su hijo que preparara las carretas y seleccio-nara el ganado a transportar. Cumplió con el encargo, pero conversando íntimamente con él, le dijo que no quería esa vez acompañarlo porque temía que la salud de su esposa se agravara con la ausencia. Don Manuel lo comprendió y en-tonces decidió que Serafín lo acompañaría.

Eudora puso un grito en el cielo diciendo que el Serafín estaba ya viejo para esas andanzas, no estaba de acuerdo y lo manifestaba. Pero ocurrió que Serafín deseaba hacer el viaje con su amo, como lo seguía llamando, de manera que allá se fueron los dos aventureros, con la caravana de carretas y bastante ganado.

La fazenda estaba situada en campos cercanos a San Bor-ja, y a la frontera con Argentina. El paso por el Hormiguero había sido mejorado, el camino de Santo Tomé hasta la Trin-chera era muy recorrido y estaba en buen estado de conser-vación, de manera que no había porque temer, así tranquili-zaba Don Manuel a la mujer de Serafín.

La caravana partió en un día muy bueno. En la casa que-daron extrañando sus ausencias. Las hermanas continuaban con sus visitas, las que eran retribuidas cuando la salud de Claudette lo permitía.

La niña crecía y Claudette estaba cada vez mejor. Un buen día anunció a su marido que volvería a ser padre nuevamente.

Honorio decía en esos momentos que era el hombre más feliz de la tierra.

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Con el segundo embarazo Claudette no tuvo tantos pro-blemas. Vivían los momentos más tranquilos de sus vidas.

Historia de amor en la trinchera

La estadía de Don Manuel en Trinchera de San José se prolongó bastante. Comenzamos a sospechar que además de los negocios, algún otro interés lo mantenía más tiempo le-jos de casa. No los preocupaba porque estaba Serafín con él, además se alojaban en la casa, con Pedro. Pero teníamos curiosidad por saber qué lo retenía. Ya tendrían los informes al regreso de Serafín.

Cuando volvieron trajeron noticias del progreso de la Trin-chera. Un gran amigo de su padre había sido designado como Jefe Político del Dpto. de Candelaria, él instaló la sede de las autoridades y la Policía en el floreciente pueblo, ahora llamado por todos Trincheras de San José*.

El antiguo cementerio que fue trasladado a la nominada chacra 40, dio lugar a un paseo público. Lo nombraron for-malmente Plaza 9 de Julio y enfrente se construyó una Iglesia, en el mismo lugar donde había estado el templo anterior.

Estas y otras noticias llegaron, pero las dudas no fueron sa-tisfechas por Serafín que siempre fue muy leal a su amo y era evidente que no lo traicionaría. Además a Don Manuel se lo notaba algo retraído, como distante, la alegría que lo caracteri-

* Raimundo Fernández Ramos pag. 181: Misiones en el primer cincuentenario de su federalización.

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zaba solo aparecía cuando jugaba con sus nietas.De manera que Honorio y Claudette se pusieron de acuer-

do para encarar la tarea de preguntárselo.En las conversaciones se decían que como era viudo, si fue-

ra un amor lo que lo que lo retenía, la solución era sencilla. Que se casara y la trajera a la casa. Debía haber alguna dificul-tad que lo impedía. Era necesario que hablaran lo más pronto posible. Después de la cena, Eudora y Serafín, que ya estaban de acuerdo se retiraron. Entonces encararon la conversación con el padre con mucho cuidado y respetuosamente.

Don Manuel, muy emocionado contó que: – Estaba ena-morado de una joven de la Trinchera, y que la familia se opo-nía. Decían que ella era muy joven y que yo podría ser su padre. En realidad su padre tenía menos años que yo. Ella me quería y estaba dispuesta a escapar de su casa. No era mi intención provocar problemas familiares, quería hacer las cosas bien.

Prometí que dejaríamos pasar un tiempo y volvería, si aún seguíamos queriéndonos ellos aceptarían.

Así lo hicimos, pero cuando estuve de regreso, ella ya no estaba, sus padres la habían alejado y no me dieron razón de su decisión. Por eso demoré tiempo buscándola sin resultado.

Allá quedó gente encargada de seguir averiguando y avisar-me si tenían noticias. Esa es mi angustia…

Mucho les impresionó la historia que escucharon. Lamen-taron que nada podrían hacer para ayudarlo. Pensaron que el tiempo, en su transcurrir, ayudaría a solucionar la situación.

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Esclavos libres y amor perdido

Llegó el segundo hijo, fue varón y lo llamaron Manuel como el abuelo, que se sintió muy feliz.

En esa época el Brasil pasaba por momentos difíciles porque en algunos Estados la lucha antiesclavista era muy intensa y provocaba muchos disturbios Por suerte en la fazenda no te-nían esos problemas gracias a la visión política de Don Ma-nuel que se había anticipado con tiempo. Pero comenzó un problema que no habían imaginado.

Algunos esclavos que escapaban de sus patrones que los perseguían venían a refugiarse en la fazenda de los Gonzáles Da Silva, Don Manuel actuó rápidamente y organizó una forma de hacerlos escapar hacia la frontera. Formaba cara-vanas como las que siempre realizaba y ocultos algunos en ella o bien disfrazados otros, los llevaba a la costa Argentina donde desde ya hacía años no existía la esclavitud.

Era arriesgada la empresa en la que el padre no permitió nunca que Honorio se comprometiera. Fueron exitosas las caravanas, pero a la larga desconfiaron los vecinos esclavis-tas, que desataron una campaña contra ellos, hasta lo ame-nazaron de muerte. No se preocupó y organizó otra carava-na a Trincheras de San José, en la que todo era muy legal y salió de viaje, para acallar las protestas.

Para prevenir cualquier peligro llevó más gente, que de cos-tumbre y con más armas. Para Honorio esta situación era tre-menda porque no le permitía intervenir por más que se lo pidiera. Siempre contestaba que ya había hecho lo suficien-te en la guerra y que se debía a sus hijos pequeños. Con esos argumentos lo dejaba a un lado en sus aventuras. Por supuesto

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contaba con la ayuda de Claudette y de su madre que en eso de cuidarlo siempre estaban de acuerdo.

Fue interceptado en el camino por autoridades estadua-les, pero como todo estaba en regla, llegó a su destino, la Trin-chera, con alguna demora y sin pérdidas.

Las noticias que esperaba encontrar no fueron muy impor-tantes. Solo supo que la familia de su amada se había trasla-dado a Corrientes.

No era hombre de aceptar derrotas ni suspensos, envió emisarios a los pueblos más cercanos de la provincia, pero tuvo que volver sin obtener resultados favorables. De verdad la habían escondido muy bien, pero lo que más lo preocupó fue que alguien deslizó que la joven estaba embarazada ra-zón por la cual la familia tomó esa medida. Mayor preocupa-ción para Don Manuel que ansiaba encontrarla y solucionar los problemas.

Volvió muy angustiado, era un hombre de sesenta y un años, sentía que aún podía formar una nueva familia y esa situación lo deprimía. Confiaba en que por algunos de sus contactos en algún momento le llegarían noticias.

Mientras tanto se conformaba en el seno de la familia en la que siempre se sentía feliz.

Madeleine y Manuel crecían hermosos y saludables. La niña mezclaba en sus charlas a media lengua, el portugués con el francés que su madre le enseñaba.

La vida familiar era tranquila y feliz, pero Claudette comen-zó a tener días en los que no se sentía bien, y Eudora ya tenía más de cincuenta y cinco años. Preocupados por esas muje-res que siempre habían sido el sostén de sus vidas, trajeron a la casa quienes pudieran ayudarlas en los quehaceres de

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manera que ellas tuvieran mayor tranquilidad para cuidar, mimar a los niños y descansar como lo merecían.

En el año de 1880 en Brasil se eliminó la esclavitud, para ellos significó que ya no deberían preocuparse por hacer es-capar o esconder a esclavos prófugos, fue un alivio y una gran alegría para todos.

Cuando ya se anunciaba la primavera de ese año, Don Ma-nuel recibió un emisario que traía noticias. Habían encontra-do el lugar donde estaba residiendo la familia que buscaba.

Preparando su carruaje apresuradamente, decidió partir solo. Antes con mucha emoción nos contó que eran ciertos los rumores, que había nacido una niña.

Era difícil de entender el por qué de tantos ocultamientos. Habría que tratar de ubicarse en la situación que vivió esa familia, que seguramente tenía principios morales muy seve-ros. Que su hija hubiera tenido amores con un hombre de otros lugares, que se alejó dejándola sola en esa forma, tuvo que ser muy fuerte.

Deseaba hallar a la familia, explicar cuánto tiempo em-pleó en encontrarlos, solicitar a la joven en matrimonio y reconocer a la niña. Rogaba a Dios que pudiera ser com-prendido y aceptado.

El viaje sería esta vez mucho mas corto, pues la familia estaba residiendo en Santo Tomé, frente a San Borja.

Quedaron a la espera de noticias, conociendo las habilida-des del padre para relacionarse y solucionar problemas, con-fiaban que todo iría muy bien. También estimaban que esta vez su ausencia sería más larga.

No fue como imaginaban, regresó pronto y muy triste. Los padres de su amada habían casado a su hija con un estancie-

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ro correntino, que la habría llevado a su feudo lejano.La niña, un poco mayor que Manuel, quedó en San Borja

con una tía que la había adoptado. Pudo conocerla solo de lejos porque el matrimonio, que la criaba muy bien, no acep-tó recibirlo ni escucharlo. Su pena era muy grande.

Trataron de consolarlo, tal vez con el tiempo esas personas cambiaran su forma de pensar y actuar. Con seguridad su pre-sencia y el concepto que la gente del pueblo que lo conocía mucho tenía de él, influiría poco a poco en ese matrimonio y podría mejorar la situación.

Estos eran los argumentos que utilizaban para tratar de animarlo, pero estábamos muy preocupados.

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Retorno a trinchera por una obsesión

Pasaron los años, los niños crecían. Progresaba el país y esa situación ayudaba para que todos fueran felices.

También, aunque no olvidaba sus propósitos de conocer a su hija argentina. Realizó varios intentos que tampoco resul-taron, hasta que un día llegó la noticia de que el matrimonio que la tenía se había trasladado a Trincheras de San José que para ese entonces había cambiado de nombre, convertida en la ciudad de Posadas, capital del departamento de Candelaria.

Con casi setenta y ocho años, decidió intentar otro viaje con el objetivo, que ya era una obsesión, de conocer personalmen-te a su hija. Su nieto que ya tenía casi diecinueve años le pro-pone acompañarlo. Pareció conveniente para ambos y allá se fueron abuelo y nieto, entusiasmados y felices. No perdía su espíritu aventurero y se lo contagiaba a su nieto.

Había realizado tantas veces el recorrido de ese camino desde Santo Tomé a lo que era Trincheras de San José, que para ese entonces había pasado a llamarse Posadas, que le parecía interminable.

En cambio, para su nieto todo era nuevo, le llamaba la atención y cansaba a preguntas a su abuelo, que al responder revivía otros tiempos alegres unos, peligrosos o buenos otros. La conversación permanente de Noliño lo entretuvo y alivió el cansancio del viaje.

Al llegar a las colinas que rodeaban a Posadas, pudieron contemplar el paisaje de un pueblo de ranchos, de techos de paja los más, algunos de tejas y una Plaza llena de árboles, a cuyo alrededor se levantaban unas cuantas casas nuevas y la Iglesia en construcción.

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Calles bien delineadas, polvorientas, de color rojizo, al-gunas pedregosas, con vegetación abundante.

El puerto sin muelle, donde las embarcaciones estaban ancladas frente a una gran piedra, que daba el nombre de Itapuá, como se llamaba antiguamente el lugar.

La bajada del puerto seguía con su rancherío esparcido, solo se veía como nueva una fonda grande, frente a la que muchas mujeres sentadas ofrecían mercaderías.

Tuvieron que detenerse en un lugar que estaba delineado como una plaza donde se pagaba un aporte, para dejar los carruajes. Era de uso público organizado por la comuna.

Luego se dirigieron a buscar la casa de Pedro, pero ya no estaban ni Pedro ni la casa. Nadie supo dar noticias de Pedro. Pero sí de la casita. Explicaron que al delinear el pueblo la vieja y pequeña construcción había quedado comprendida en una calle. Por ese motivo y como no había ningún pro-pietario legal, fue demolida. Ciertamente, nunca habían adquirido ningún título de propiedad, solo usábamos el lugar como tantos otros.

Tuvieron que buscar alojamiento en un nuevo hospe-daje cercano a la Plaza. Luego salieron a reconocer el po-blado y tratar de encontrar una pista para la búsqueda que querían realizar.

Pudieron enterarse que una familia de apellido semejante, había venido desde Santo Tomé, más o menos en el año de mil ochocientos setenta y cuatro, y vivió en una propiedad adqui-rida, cercana a la barranca del puerto. Que se habían alejado por un tiempo, cambiando su residencia a Corrientes.

También supieron que esa familia, retornó a vivir en el mis-mo lugar y que tenían una hija, joven de unos diecinueve años o veinte años, que estaba de novia por casarse con un comer-

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ciante español.Los datos eran importantes y muy fáciles de comprobar.

Don Manuel eufórico, pidió a su nieto que lo acompañara a buscar al comerciante. Dijo que sería mejor empezar de esa manera.

Las calles ya tenían nombres, sobre todo las del centro, al-rededor de la Plaza 9 de Julio. Allí, cerquita, Félix de Azara y Sante Fe, encontraron al joven español, que con mucha amabilidad los recibió.

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El pasado presente

Al comienzo la conversación giró sobre las novedades de la ciudad que crecía, hasta que Don Manuel entró de lleno en el tema que lo había llevado… Muy sorprendido el joven li-brero, hombre de mundo muy comprensivo, se interesó mu-cho y prometió ayudarlo a comprobar si se trataba realmente de la persona que buscaba. El tema era delicado y debían proceder con cautela.

Estuvieron de acuerdo que esperarían novedades. Al día si-guiente pasarían nuevamente por la Librería.

Don Manuel lleno de ansiedad ya no pudo seguir disfru-tando del paseo, resolvió ir a descansar, pero Noliño con su permiso decidió seguir conociendo el pueblo.

Al día siguiente, poco antes de las once de la mañana Don Manuel ya no pudo contenerse y dejó su hotel rumbo a la libre-ría. Lo esperaba el español, que con afabilidad y cortesía dio la noticia que ansiaba conocer y que tanto le costó encontrar.

Dijo el librero español: -Todo hace suponer que la persona que Usted busca es la que pronto será mi esposa. Don Manuel espontáneo y efusivo como era, se puso de pié y manifestó su alegría dando un gran abrazo a su interlocutor. Noliño inter-vino y tranquilizó a su abuelo, que ya estaba expresando sus deseos de conocer a la joven novia.

Ya todo había sido conversado en la familia de la joven y estaban de acuerdo que los recibirían en horas de la tarde.

Don Manuel que por la ansiedad que le producía estar tan cerca de conocer a su hija, no podía estar simplemente espe-rando, trató de encontrar a sus antiguos conocidos, que eran

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todos ellos comerciantes, así pudo saber quien era la persona que estaba encargada del Juzgado de Paz en esos momentos vacante, y por su intermedio de qué manera hacer los trámi-tes para reconocer como hija a una persona.

¡Tan seguro estaba de que ya la había hallado! También acompañado siempre por su nieto averiguó cuales eran y como estaban ubicados algunos terrenos que en 1878 había adquirido en la entonces Trinchera de San José. Así el tiempo que debía ser de larga espera, transcurrió muy rápidamente.

Cumplir la obsesión de una vida

Llegada la hora, muy engalanados, como la ocasión lo ameritaba, junto al español que ya era como de la familia, se encaminaron a la casa donde esperaba la joven a quién ansiaba conocer.

Cuando estuvo frente a ella, con lágrimas en los ojos, cre-yó estar nuevamente frente a su joven amada. ¡Era tan pare-cida a la madre!

No fue necesario buscar ninguna clase de documentos que certificaran ascendencias. La emoción que lo embargaba dificultó el momento de las presentaciones. Pero el español era hombre de mucha experiencia, salvó el momento presen-tando primero al nieto, a los familiares. Dejando así que la joven y su padre pudieran conocerse con tranquilidad.

Pasadas las presentaciones, supo Don Manuel que la ma-dre adoptiva de la joven era la hermana mayor de su amada.

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Cuando los padres la casaron con el estanciero correntino, el matrimonio se hizo cargo de la niña.

También contaron que cuando ella tuvo edad suficiente fue enterada de su origen. Por esa razón siempre esperó co-nocer a su padre. El momento había llegado y Don Manuel pudo cumplir con lo que fue la obsesión de su vida.

Como los trámites ya habían sido iniciados, con la anuen-cia de la joven y la de sus tutores, el reconocimiento fue rea-lizado. Solo faltaba poner a nombre de su hija sus terrenos. Por ese motivo debieron prolongar la estadía, lo que fue muy festejado, sobre todo por Noliño que ya tenía algunos amigos en el pueblo.

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Otra vez en casa

Mi padre ya cumplida la obsesión de su vida, decidió que se dedicaría a conocer el mundo viajando. Nos pidió que de-járamos que Noliño lo acompañara. Con algunos reparos, Claudette consintió.

El viaje se extendió por más de un año. Los viajeros regre-saron cargados de regalos.

Pero, cuando todo parecía marchar hacia días de gran feli-cidad, Claudette enfermó y mi vida comenzó a derrumbarse.

Como el cuadro de su enfermedad se complicó, resolvi-mos llevarla a Porto Alegre. Allá tampoco fue posible que los médicos encontraran las causas del mal que día a día la iba consumiendo.

Resolvimos volver, porque Claudette nos pidió que la llevára-mos, deseaba ver a sus hijos. No pudimos negarnos a sus deseos,

Al día siguiente de llegar, se despidió de todos y quedó dormida para siempre. El dolor y el vacío que dejó en mi vida sigue y seguirá conmigo.

Vivo en el recuerdo...

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Epílogo

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La familia Gonçálvez Da Silva siguió viviendo en la fazenda. Las niñas mayores se fueron casando con estancieros de la zona.

Don Manuel asistió al casamiento de sus nietas y luego de-cidió realizar otro viaje para conocer el resto del mundo. Invitó a Noliño que lo acompañara. Noliño dudó. Estaba iniciando una relación con una joven de un pueblo cercano. Pero la ten-tación del viaje fue más fuerte y aceptó ir con su abuelo. No sabía aún que su destino lo estaba guiando.

Andando por la fazenda a caballo, controlando los trabajos Serafín tuvo un ataque cardíaco y falleció cuando ya estaba cerca de cumplir noventa años. Eudora fuerte y sana con sus tantos años, resiste el dolor y la ausencia de quién fué su com-pañero de vida por casi sesenta años. Siguió acompañando a su hijo que no reaccionaba después de la muerte de Claudette.

La muerte de Serafín y la ausencia de su padre lo sacu-den y debe ocuparse de controlar la fazenda. Pero la vida ya no le interesaba. Madelaine, joven y hermosa, no quiso abandonar a su padre, dedicó sus afanes a cuidarlo. Regresó el abuelo ya bastante desgastado físicamente, y decidió pa-sar sus últimos años en su hogar. Madelaine cuidó a los dos con la ayuda de Eudora.

Las hermanas de Honorio continuaron visitando la casa.Del último viaje, Don Manuel había regrsado solo, porque

Noliño se enamoró de una joven francesa. Al poco tiempo se casaron y viajaron al Paraguay a recuperar las propiedades de la familia Molinaurie Le Bretón.

Repitieron, cruzando fronteras, el viaje que realizaron sus abuelos maternos, de París a Asunción.

Una nueva familia se radicó entonces en Acosta Ñu.

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