Augusto Iglesias DE LA ACADEMIA CHI LEN A DE LA LENOUA CORRESPONDIE NTE DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA EN AMERICA TIEMPO, VIDA, ACCION tED ITO R I AL A ND RES BELLO
Augus to Ig les ias DE LA ACADEMIA CHI LEN A DE LA LENOUA
CORRESPONDIE NTE
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA
ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA
EN AMERICA
t
DON ARTURO ALESSANDRI Y EL AUTOR DEL PRESENTE ENSAYO
Augus to Ig les ias DE LA ACADEMIA CH ILE NA DE LA LENGUA CORR
ESPON DIENTE
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA
ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA
EN AMERICA
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Y SU CURUL SENATORIAL HA HECHO
UNA SOLA TRIBUNA, HERMANANDO
CIUDADANA
A N T E C E D E N T E S
S O B R E L A P U B L I C A C I O N D E E S T A O B R A
Las páginas que componen este volumen, primera parte del Ensayo que
con el título de: A L E S S A N D R I , nna etapa de la democracia
en América, están destinadas a estudiar la figura y la actuación
del ilustre político chileno, que por dos veces, en momentos
inolvidables de nuestra historia —en lo que va corrido del siglo—
gobernara los destinos de la República, tiene ciertos antecedentes
que necesitamos dar a conocer.
Debemos manifestar antes de nada, que de jóvenes —¡en plena
juventud veinteañeral— en aquel entonces novel escritor y aprendiz
de tribuno en asambleas políticas de barrio, com- batimos con
vehemencia al señor Alessandri. De, tal modo fueron vigorosos en su
banal in- significancia los ataques aquellos, que un conspicuo
ensayista dedicado al análisis de nues- tra idiosincrasia nacional,
don Alberto Cabero, recuerda, para hacerle un alcance critico, el
dicterio de una de esas inflamadas gacetillas escritas por nosotros
en los días anteriores al golpe revolucionario del 5 de septiembre
de 1924. "Ingeniosamente —dice el señor Cabero, sin nombrarnos— un
literato apodó al señor Alessandri el gran liquidador, olvidando la
res- ponsabilidad que en estos resultados cupo a las dictaduras
parlamentarias y militar, y que aun los más grandes personajes de
la historia que ilusivamente han creído gobernar los sucesos y los
pueblos, han estado casi siempre a merced de las ciegas vicisitudes
de la vida."1
Pues bien, después del 5 de septiembre del año que acabamos de
señalar, comenzamos a ver más claro en la significación
revolucionaria del señor Alessandri; comprendimos que Cabero, ese
auscultador cordial del ritmo de nuestra historia y, a veces, hasta
penetrante psicólogo, tenía razón. El no fue nunca amigo devoto del
señor Alessandri, ni en sus años de plenitud ni después, cuando en
los dorados atardeceres de su otoño, tras de haber sido brillante
diputado por Antofagasta, ocupó la curul senatorial de esa
provincia, que era su patria chica, obligado insistentemente a
aceptarla por la gente del Desierto. Pero sabía bien, el señor
Cabero, el error que significaba cargar las responsabilidades de
una suma de dislates consuetudinarios a un solo hombre, por el
hecho que ese ciudadano ocupara el timón del Estado.
El señor Alessandri había sido, claro está, el conductor que
violentara la máquina para cruzar el débil y bamboleante viaducto
extendido entre los acantilados de la época que hizo crisis en la
primera Gran Guerra y las orillas del nuevo mundo en ciernes,
representado en Ginebra por la Socidad de las Naciones. La flamante
corporación —hija del cristiano idea- lismo del Presidente Wilson—
pugnaba, en aquel entonces, por alumbrar con claridad de luz
mesiánica la marcha rumorosa de protesta, que un haz de pueblos
europeos inicia- ba en los dominios de la industria y las faenas
campesinas. Sin una luz de esperanza, esos pueblos, coléricamente
asqueados de los sistemas económicos que los habían sumergido en la
reciente tragedia, caminarían, de seguro, a la rebelión o al
caos.
Don Arturo era un hombre de esos tiempos nuevos. Resultaba lógico,
entonces, que sobre él cayese tanto el odio de los sorprendidos,
como el contragolpe de los amenazados por la cólera de la tempestad
bajo cuya tormenta él caminaba. Pero el ex Presidente no podía ser
— ¡aun insinuarlo resulta absurdo!— humanamente culpable del ritmo
de la Historia. El só- lo marchaba a la cabeza; porque el destino
elige siempre, a fin de colocarlo en este lugar, al hombre
representativo con más fuerza y aptitudes para resistir el choque.
Tiene que ser así, porque los enclenques caen al primer embate y
los cobardes, apenas suena el primer dis- paro, huyen de esos
puestos de responsabilidad, o los rehuyen, que da lo mismo. Si
Ales- sandri pudo tener culpa, para ciertos demagogos, una culpa
notoria y eficaz en los resultados,
BABERO, ALBERTO. Chile y los chilenos. Santiago, Nascimento,
1926.
9
de la revolución del 24, fue la que le impuso su espíritu de
conciliación, pues a causa de él, de ese mandato interno, no quiso
ser el justificativo del atropello o el dictador tiránico, que las
circunstancias le exigían que fuera, casi de manera apremiante. Y
no lo fue porque era un demócrata. Un demócrata de verdad. Un
estadista de raigambre filosófica y jurídica embebidas en las
doctrinas del convivir social que infunden los sistemas
democráticos.
•
Para ello, para narrar esa etapa de la Democracia en América, con
la documentación del caso y la compulsa del rigor, nos acercamos al
señor Alessandri. Desde el tiempo de su vuelta a Chile, en 1925
(para terminar su período constitucional de Presidente de la
República), él nos había demostrado —a pesar de nuestra anterior
actitud— particular simpatía y afec- to, gracias, tal vez, en mucha
parte, a nuestra común e inolvidable amiga, la escritora Inés
Echeverría de Larraín (IRIS) .
Su hijo Fernando nos sirvió, en este caso, de abogado, a fin de que
don Arturo aceptara la ¡dea de una publicación semejante.
Al principio el señor Alessandri se negó a ese proyecto. Nos dijo,
entre otras cosas, que ya tenía bastantes enemigos para que aún
deseara echarse encima otros más. "Sabe Ud., Au- gusto, nos
expresó, que en nuestro país, hasta que uno no se muera, nadie
soporta el triun- fo, el éxito o el aplauso rendidos al prójimo.
Nunca yo recibí mayores manifestaciones de aprecio que cuando
estuve enfermo. Pero apenas me veían con salud y vida y con señales
de que me funcionaba la cabeza, para que me desearan la muerte en
coro." Nos reíamos del buen humor del Presidente, y no insistimos
de inmediato. Pero cada vez que se nos pre- sentaba la oportunidad
de hablar con él insistimos en lo mismo. Hasta que una tarde, des-
pués de nuestro acostumbrado paseo por la Alameda de las Delicias,
comenzamos a engolfar- nos en ese trabajo...
Poseía don Arturo una infinidad de documentos, referidos todos
ellos, por cierto, al des- arrollo de su ejemplar y tormentosa vida
política. Pero esa montaña de papeles, puesta en archivadores y
carpetas con un orden aparente, no guardaba en ningún caso la
debida cla- sificación sistemática, mucho menos, la exactitud no
sólo necesaria, sino imprescindible a un trabajo de envergadura del
que íbamos a realizar. Por esa causa, además de los servicios de su
leal y devoto secretario don Vital Guzmán, contrató al dactilógrafo
don Carlos Ruiz Zegers, para que nos ayudara en esta labor conjunta
de espigar lo útil y probatorio en esa baraúnda de papeles
diversos.
Poco tiempo después del fallecimiento del señor Alessandri, que era
miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, nuestro
Instituto organizó una velada fúnebre en ho- menaje a su memoria.
Tuvimos el honor de que nuestros colegas de la Academia nos en-
cargaran el discurso de fondo que se debía pronunciar en esa
ceremonia fijada para el 10 de noviembre de 1950, y que cumplimos
en esa oportunidad. Al hablar de nuestras relacio- nes con el gran
tribuno, referimos, entonces, la manera que empleábamos para
trabajar du- rante los años en que él comenzó a organizar los
papeles de su Archivo con vistás a la redac- ción de sus Memorias y
al suministro de los elementos documentales que necesitábamos para
escribir su biografía; propósito que hoy cumplimos en una de sus
partes. De ese discurso, publicado en el Boletín de la Academia, se
hizo una separata extraordinariamente reducida, por eso vamos a
repetir aquí lo que dijimos en aquel momento:
"Como nuestras conversaciones con el señor Alessandri, durante el
tiempo que trabajé a su lado ordenando su biografía, interrumpíanse
de continuo por sus múltiples ocupacio- nes diarias, don Arturo me
propuso que yo fuera haciendo cuestionarios que él me contes- taría
lo más pronto posible, aprovechándose de las pocas horas que sus
quehaceres políticos le dejaran libres. Así lo hice y así, también,
me cumplió él. Para ese trabajo, tomó, además de las personas de su
Secretaria, al dactilógrafo ya nombrado, señor Carlos Ruiz Zegers,
a quien don Arturo dictó las respuestas por mí solicitadas, en
forma de recuerdos llenos de rica y variada información; los más,
al tenor de las preguntas que yo le hiciera, pero algu-
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nos otros tocando nuevos puntos que él creía pertinentes a la
materia referida. Muerto el señor Ruiz, que fue herido por una
cruel enfermedad, este trabajo se paralizó por un tiempo, hasta que
vino a continuarlo más tarde el señor Olaf Echáiz, el cual de
secretario acompañaría al ilustre patricio hasta el término de su
existencia.
"En esta labor, don Arturo, con su dinamismo de costumbre, se
entusiasmó poco a poco, y valiéndose de sus numerosos cuadernos de
apuntes y compulsas varias, referentes a su ac- tuación, salióse,
ahora sí, de los límites mismos de mi cuestionario, dedicándose por
su cuenta a una verdadera revisión de su labor política y
administrativa durante los once años en que le cupo el honor de
regir los destinos de la patria, en dos períodos constitucionales
distantes.
"El libro "La Revolución de 1891" es un anticipo de esos trabajos
particularísimos del se- ñor Alessandri, como quien dice el prólogo
de sus Memorias; relato ameno, anecdótico que, además de leerse con
extraordinaria facilidad, lleva en sus períodos esa elocuencia
cálida que el señor Alessandri empleaba en sus mejores instantes de
orador.
"A más del trabajo recién mencionado, saldrá próximamente, porque
ya está en prensa, la exposición en que el señor Alessandri da
cuenta de su gestión, como Presidente de la Re- pública, en su
ofensiva diplomática sobre la Cancillería de Lima y que dio por
resultado el Protocolo de Washington, antecedente principal del
arreglo amistoso con la República del Perú, que llevaría a cabo el
Canciller don Conrado Ríos Gallardo durante la Presidencia de don
Carlos Ibáñez del Campo."*
Lo dicho explica por qué varios conceptos textuales que salen en
este volumen coinci- dan, casi a la letra, con los que ya han visto
—post mortem— la luz pública con la firma del señor Alessandri;
pues tales ideas pertenecen a los originales de que nos servimos
durante el proceso de elaboración de este libro, y que el propio
señor Alessandri autorizó para nuestro bagaje informativo en una
declaración pública hecha en la revista NUEVO ZIG-ZAC, donde
aparecieron, no hace muchos años, varios de los capítulos que
integran esta primera parte de nuestro trabajo. Completos ahora, y
correlacionados, los entregamos al juicio contemporá- neo con la
seguridad íntima de que también han de servir, más adelante, cuando
las pasiones y la atmósfera actual de muchos intereses en pugna,
hayan desaparecido, y se juzgue la vida de este grande hombre con
las serenas perspectivas que da la Historia cuando ésta entra en
las "líneas largas" del Tiempo, que son las que le dan valencia
señera.
Habríamos querido terminar aquí estos antecedentes para la lectura
de "Alessandri, una
etapa de la democracia en América", pero no podríamos hacerlo sin
que se rebelara, tachán- donos de inoperantes, no sólo nuestra
conciencia de escritores, sino, también, nuestra calidad de
testigos presenciales de la vida política y familiar del estadista
cuya sombra deambula en estas páginas. Nos referimos al libro que
en calidad de voluminoso panfleto, publicara, por su cuenta y
riesgo, en una editorial mexicana, el ex Archivero de la Dirección
General de Bibliotecas, Archivos y Museos de la República de Chile,
don Ricardo Donoso Novoa.
Hombre de estudio, nuestra vida entera la dedicamos al servicio de
las letras y a nuestro propio cultivo de escritor. Desde niños
tomamos muy en serio esa noble pasión por las ac- tividades del
espíritu que en la América hispana, si bien puede dar algo parecido
a las dig- nidades episcopales in partibus infidelium, no da, por
costumbre, frutos de comodidad. El ejercicio de las letras no es
arboleda que prodigue sombra, ni techo que preste abrigo. El
escritor, en nuestra América, puede, a veces, ser un lujo de la
naturaleza, pero nunca o casi nunca un potentado.
Por eso, nos anticipamos a decir que es con dolor, con pena íntima,
que testificamos en algunas de estas páginas, la caída moral de un
hombre que ha hecho trabajos compilatorios de importancia para la
historiografía patria y algunas biografías de interés de personajes
de la Colonia y la Independencia. ¿Por qué, entonces, su caída en
la literatura panfletaria? ¡Error grande coronar con el insulto, la
mistificación, la diatriba, los atardeceres de una vida de
escritor! Porque nunca debería ser ponzoñosa la tinta que embebe la
vida de los intelec-
* Este volumen de las Memorias del señor Alessandri ya salió a luz
con el sello de la Editor ial Uni - versitaria, S. A., Santiago de
Chile.
11
#
Los que lean este volumen pronto se darán cuenta que ni el odio ni
la venganza animan ninguna de sus páginas. Cuando el tono sube un
poco en las vibraciones de las palabras seve- ras, sin dificultad
posible podrá verse que es el espíritu de justicia y no el veneno
el que palpita en esas letras. Esa ecuación de sentimientos que
determinan su tranquilo juicio, se debe a que una parte
considerable de la crítica personal de este volumen la escribimos
en el extranjero: en México o en Estados Unidos de
Norteamérica.
Listos de nuevo para ausentarnos de nuestro querido país, estamos
seguros que juntos con alejarnos de las pasiones de nuestro
ambiente partidista, pero acercándonos, al mismo tiempo, en el
espíritu, más y más a los intereses permanentes de nuestro vivir
democrático —ideal colectivo de la inmensa mayoría de todos los
chilenos—, podremos escribir y reflexio- nar con la vehemencia del
patriotismo exacerbado por la ausencia de nuestros lares, pero
dominados, al mismo tiempo, por la serenidad de quienes, por
referirse a hijos de una sola familia nacional, no pueden aceptar
otros distingos posibles que los que separan a los hombres frente a
la ley.
De este modo, seguiremos considerando los fenómenos
político-sociales como hechos in- concusos del acaecer histórico, y
a los caudillos como los hombres del destino que los en- frenta.
Nunca como pleito de minúsculo vecindario, en que el juicio es la
diatriba, y la voz de orden, la de los intereses de círculo.
Desde los más remotos tiempos, el habla humana ha buscado símiles
para representarse la vida de las figuras máximas de la
política.
Siempre nos agradó el que los sitúa con el carácter de nautas, de
pilotos, que llevan en sus manos el timón de la nave.
*
Y para cerrar estas líneas, damos efusivos agradecimientos a los
amigos que nos han ayuda- do en esta tarea de biografiar la vida
del señor Alessandri y glosar los hechos determinantes de su
gestión política de estadista. Parlamentarios, hombres de armas,
investigadores o estudiosos de la Sociología Chilena, algunos de
ellos, con prudentes advertencias nos indica- ron caminos
importantes o circunstanciales, que luego nos servirían para
adentrarnos, con mayor fuerza, en la realidad chilena de los
últimos cincuenta años de la historia patria. En otro sentido,
estos agradecimientos se hacen particularmente extremos, para
nombrar a la señorita Elvira Zolezzi Carniglia, sin cuya
cooperación, diligencia e infatigable buena voluntad, esta obra no
habría podido publicarse ni ahora ni nunca; y a la señora María
Silva Portales, mi ex secretaria particular, por su dedicación para
tomar a su cargo la versión de los originales; trabajo fatigoso y
no siempre fácil.
A todos ellos, mis reiteradas gracias.
A. I.
P R I M E R A P A R T Í
L I B R O
E L A N C E S T R O
"Decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus
hijos estado contra su voluntad ."
'"'Aquí abajo, desde el dia del nacimiento, cada uno tiene señalado
su destino."'
D O N Q U I J O T E , I , C a p . 4 0 . PETRARCA, Rimas,
cclxix.
La Raíz
Don Giovanni Alessandri, florentino de legítima cepa, pertenece a
esa gene- ración de jóvenes que, luego de la invasión de Italia por
las huestes de Bona- parte, reciben alborozados al que ellos
suponen el libertador de la patria; y el Corso de acero no lo
olvida. En 1796, hace, pues, un gesto elocuente a Fer- nando III,
minúsculo satélite suyo que lleva con pompa de pavo real el títu-
lo del Gran Duque de la Toscana, y éste —necesario alfil del
ajedrez eu- ropeo— honra a don Giovanni con el nombramiento de
Vicepresidente de la Academia de Bellas Artes, empleo que, a pesar
de la conmoción produci- da por el ejército francés en la política
de la Península, Alessandri conserva sin obstáculo*.
El hermano mayor de don Giovanni es don Francisco Domingo María
Alessandri, unido en matrimonio con doña María Teresa Gertrudis
Tarzi 1. Es una pareja de honorables aunque modestos florentinos,
lejos, por cierto de la situación alcanzada por don Giovanni, pero
que desde hace años la- bran la tierra con no despreciable
beneficio; y como la familia no es numero- sa, el buen pasar y la
educación no fal tan a ning uno de sus miembros . Un o de los hi
jos de don Francisco —Pietro— es el regalón de don Giovanni , quien
siente por el niño afecto tiernísimo, lleno de delicadezas que
brotan de su espíritu por milagro de las afinidades electivas,
pues, al igual que su tío, Pietro tiene aficiones artísticas
inclinadas con preferencia a los trabajos escultóricos. Los otros
hermanos de Pietro —Margarita y (Vicente— mayores que él, viven
domiciliados en Liorna donde han formado hogar.
Es tradición de la familia Alessandri, que don Giovartni defendió
al mu- chacho en su pubertad de la obstinación de don Francisco
para obligar a su hijo a seguir la carrera sacerdotal. ¡Instante
anecdótico que cambia el curso de una vida y cuyas misteriosas
resonancias en el futuro tienen un eco que irá a golpear un siglo
más tarde, en una de las páginas más tormentosas de la política
iberoamericana!
"Don Francisco Do mi ng o María Ales- dis Tarzi, en el Duom o de
Pisa, el 8 de sandri casó con doña María Teresa Gertru- septiembre
de 1778.
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Ensueño y realidad
Desde aquel día el joven Pietro Alessandri Tarzi pasa envuelto en
continuas discusiones, ya con su padre, ya con los otros miembros
de la familia que de- sean verlo ingresar a un instituto clerical.
Don Francisco, el padre, no quiere transigir y sostiene
enérgicamente sus puntos de vista; en cambio, la bonda- dosa María
Teresa Tarzi, aunque en secreto, ruega porque se cumplan las
aspiraciones de su hijo.
'Para fortalecer su ánimo y dar horas de tregua a sus miembros,
Pietro con- curre al taller de algunos escultores, donde estudia
con detención dibujo y modelado. A veces también, va en busca de
don Giovanni a pedirle a Maese Alessandri consejo y enseñanza. Más
de una vez tío y sobrino se dan a la amable tarea de recorrer los
Museos de la ciudad y en esas peregrinaciones de arte, el carácter
del muchacho adquiere nuevos bríos y se adentra más en su espíritu
el propósito de ser fiel a su vocación.
Reconstruyamos sobre las cenizas de los recuerdos familiares lo que
la le- yenda no dice y la fantasía imagina. Levantemos un poco el
velo con que el tiempo cubre los grandes dramas mínimos que ocurren
en el fondo de las vidas modestas y que fueron, sin embargo,
piedras angulares de esas arqui- tecturas con que el destino
sorprende de tiempo en tiempo, la orgullosa aunque lamentable
lógica de los hombres.
La escena ha debido ocurrir en casa de Maese Alessandri. Pietro, el
sobri- no, entraría acompañado de su madre al hogar del
Vicepresidente de la Academia. . .
Don Giovanni es un hombre de unos 44 años en esta fecha de 1809.
Tiene ojos chicos y vivaces, pelo claro, chuletas pobladas, bigote
corto. Entre los labios sensuales, mordiéndolo entre los dientes,
juega con un puro delgado con cañita central, de los que se conocen
en el comercio con el nombre de "toscanos". Al andar, como es
cargado de hombros y muy delgado de piernas, balancea ligeramente
el cuerpo.
Ahora se dirige al muchacho, que a primera vista acusa unos 15
abriles: —¿Sabes a lo que has venido? —lo interroga. —(Para que me
aconseje XJd., —contesta Pietro. —Tus padres se quejan de tí
—continúa Maese Giovanni—; dicen que eres
inquieto, muy atrevido y poco dado al estudio. . . No lo creo,
porque de ser eso verdad yo no podría ser tu amigo. No tengo tiempo
para verte con más frecuencia por mis muchos viajes y quehaceres,
pero me interesa tu porve- nir. . . Querría ayudarte, hacer algo
por tí. . . Antes, sin embargo, deseo sa- ber que piensas, que te
agrada, y en caso de ambicionar un título, cual pro- fesión te
gustaría seguir.
Hace una pausa, dándole oportunidad al muchacho para que responda;
mas Pietro permanece en silencio.
—Habla —insiste don Giovanni. En voz baja, pero sin timidez, se
explaya entonces el niño: — Mi padre, influenciado por un amigo
sacerdote, ha convencido a mi ma-
má y hermanos de que yo debo ser clérigo. . . Mamá considera esto
lo más natural, a pesar de que yo no he hecho nada para inducirla a
creer que ese sería mi propósito. . . Yo no tengo ninguna vocación,
ni siquiera interés pa- ra estudiar en un Seminario. Nunca podría
ser clérico. . . ¡nunca!
—Porque estás inclinado al mal camino —interrumpe la madre. ¡Ya ni
siquiera hablas y opinas de acuerdo con tu edad, sino como un
mundano!
Maese Alessandri haría un gesto con la diestra para imponer un
"alto" en la discusión que amenaza trabarse. Sus palabras se
imponen:
14
—No discutamos. Antes que nada —insiste— quiero saber cuales son
los de- seos de Pietro.
Protegido por primera vez en sus opiniones, los ojos del muchacho
se ilu- minan de esperanza:
—Quisiera ser escultor —afirma ilusionado. —¿Escultor? —Sí; es la
única profesión que me interesa y atrae. Maese Alessandri cruza las
manos en la espalda y principia a caminar con
la cabeza gacha por el espacio libre de su amplia biblioteca. Debe
ser una sala llena de luz, rodeada por anaqueles, repleto de
tesoros
bibliográficos, en cuyos tableros superiores lucen pequeñas
estatuas, repro- ducciones de grabados en acero y alguno que otro
"bibelot" de refinado buen gusto. En un ángulo de la sala, sobre
una columna de maderas nobles, imagi- no una copia en mármol de La
Venus saliendo del baño, que ilumina con su gracia pagana la
frialdad erudita del conjunto.
Frente a la Venus, Maese Alessandri se detendría un instante en
muda con- templación, para después volverse hacia su cuñada, y
expresarle su manera pensar:
—El amor a la vida, a las bellas formas, es también una fuerza
grande y respetable que no ofende a los que sinceramente prefieren
el amor a Dios. Yo creo, hermana, que si Pietro quiere ser escultor
deben Uds. dejarle que cultive sus aficiones.
Y, dirigiéndose al niño: —Si es esa tu vocación, amigo, trataré de
protegerte, como lo deseo, a la me-
dida de mis posibilidades. . . Con ímpetu cordial, irresistible, el
muchadho se pone de pie y se abalanza
hacia él, tomándole las manos con fervor: —¡Gracias, gracias, tío
Giovanni! El destino ha comenzado a caminar en el rumbo de sus
designios. La ma-
dre, con la cara rígida, aunque moviendo nerviosamente las manos
sobre sus rodillas juntas, debe pensar que el Diablo acaba de hacer
una conquista más,
•
A rodar tierras
En la segunda mitad del siglo xvm Florencia es una de las cuidades
más po- pulosas de Italia. El interés por conocer la hermosa
capital de la Toscana se extiende no sólo a los demás pueblos
itálicos, sino también al orbe civilizado. Las glorias del
Renacimiento, que de manera tan ufana tienen su cuna a ori lias del
Arno, atraen con irresistible embrujo a los amadores del espíritu
an- tiguo, mientras el prestigio de la ciudad extiéndese de boca en
boca con el sobrenombre eufórico de "La Bella".
Dentro de Italia, Florencia es, asimismo, en esta época, el más
afortunado de los reinos peninsulares, si este juicio tuviera que
traducir el encanto de su vida ciudadana. Junto a las
voluptuosidades a que se entregan su aristocra- cia refinada, la
alegría de vivir pone en el boato de los nobles un brillo de so-
les de decadencia; y en el regocijo astroso de las multitudes un
fulgor báqui- co de carnaval.
Los otros pueblos, con envidia, denominan a Florencia "il
felicissimo sta- to" y de este celo no se escapa ni Roma; porque,
si es verdad que en los días
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de su mayor grandeza Italia fue Roma, no es menos cierto que en la
Edad Media, y ahora, en la Edad Moderna, el centro intelectual y
artístico de la Península es Florencia.
'Para los ojos ávidos de Pietro, para su curiosidad "in crescendo",
Florencia no tiene secreto, y aún los más escondidos rincones de
"La Bella" le han re- velado al joven artista el sortilegio que,
antaño, hiciera de Florencia la cuna del Renacimiento
europeo.
El continuo espectáculo de estos tesoros del genio italiano junto a
la peren- ne evocación de arte que ofrece a las almas ilusionadas
el paisaje y la atmós- fera de la Toscana, clavan en el joven
Pietro Alessandri su garra firme. Tar- des enteras se acomoda cerca
de las orillas del Arno, con la vista en la corrien- te fugitiva,
que a medida que el estío se acerca, disminuye su caudal. A los
lejos, en el claro azul, el Monte Morello recorta su cúpula
irregular domi- nando la campiña que otrora viera el desfile de los
más altos espíritus con que se haya prestigiado la superior calidad
de la raza latina. Por esos campos y por esos contornos de la
Cordillera Apenina cruza, en una época la pompa^ semioriental de
Lorenzo, el Magnifico; y otros días en el tiempo, por esos ale-
daños, junto a esas riberas de aguas rápidas, Dante Alighieri pasea
las pe- sadumbres de su alma solitaria; Petrarca, las ternuras
infinitas de su corazón; Da Vinci, sus ensueños delicados; Miguel
Angel, sus fiebres de cíclope...
Pietro, sintiendo sobre su destino el peso de aquellas glorias
máximas, pásmase ante la altura gigantesca de tales cimas, y
comprende que, a pesar del anhelo profundo que lo impulsa a seguir
en pos de esas huellas indele- bles que ahora Florencia desenvuelve
ante sus ansias de soñador, siente que sus fuerzas no alcanzarán
nunca a poner en su espíritu el brío necesario que exige el vuelo
de las aguilas.
En esta pugna entre la fantasía y la realidad, el joven se debate
por más de un lustro.
Mientras tanto ha recorrido los principales países de Europa. Les
son fami- liares Francia, Bélgica, Austria, España.
Vuelve a la Toscana veintiañero, pero es para abandonarla en
seguida de- finitivamente. Ahora quiere correr la aventura grande,
atravesar los océanos, trasmontar las enormes cordilleras de que
hablan los libros de viajes. En Ña- póles toma un velero para
América, rumbo a ¿Buenos Aires.
¿Vas a instalarte en la Argentina? le preguntan sus amigos. Por el
momento sí, responde Pietro, pero mi intención es ir un poco
más
lejos: a Chile ... Los menudos florentinos moverían la cabeza con
lamentab le expresión:
"He aquí un hombre —debieron decirse para su adentros— que ha
descubier- to una nueva denominación en la Geografía para señalar
el fin del mu nd o" . . .
—¿Y por qué Chile? —Porque de todos los países de la tierra, me han
dicho que es el que tiene
más parecido con el dulce clima de mi tierra italiana...
Arraigo en América •
El día 26 de Abri l de 1821 arr iba a Santiago, después de haber
tramon tado la Cordi lle ra de los Andes, don Piet ro Alessandri
Tarzi. Llega asistido de un marinero genovés2 de nombre "Giuseppe"
que le pide ayuda en Buenos Aires, y el cual, como criado, acompaña
a don Pietro hasta el último día de su existencia.
aVer en las Notas de este Libro I la letra p).
16
Ricardo 'Donoso en la crónica panfletaria editada en México en 1952
con el tít ulo de "Alessandri, agitador y demoledor" altera (con
una falt a de ética profesional increíble e inaceptable en un
historiador que era al mismo tiem- po funcionario con guarda de
documentos públicos y obligación de autenti- ficar con su fi rma
las copias qu e en el Archivo Nacional se otorgan) altera, repito
al transcribir la lista de los "entrantes y salientes" habidos en
la 'Re- pública entre el 15 de Abril y el 30 de dicho mes
inclusive, de 1821, las refe- rencias que sobre el señor Alessandri
Tarzi se dan, ese mismo día en otro do- cumentos de Gobierno, de
clara, precisa y detallada veracidad.
En la lista que Donoso incluye, en copia facsímil, entre las
páginas 12 y 13 del citado pan fle to, aparece en un a "llave" (que
ni siquiera alcanza a tomar el nombre de don Pietro Alessandri
Tarzi, como se puede observar a la sim- ple vista) un a referencia
que comprende los nombres de Félix Tiola, Juan
Balento y Pedro Román, con esta indicación escueta:
"Italianos, Artis tas o Titiriteros".
De esta referencia, fechada el 26 de abril de 1821, Ricardo Donoso
saca para su resentimiento en actividad, una alegría que no oculta.
Primero, da como un hecho cierto que en los días de la
administración de don Bernardo O'Higgins, llega al país don Pietro
Alessandri, "joven de más de veinte años de edad, incorporado en
calidad de comparsa en una partida de artista de circo o tit iri
teros" (página 11); y en seguida, orgulloso de su prop io extra-
ordinario hallazgo, agrega: "Un precioso documento que se ha
conservado en nuestros archivos nos permite determinar la fecha y
la condición en que el volatinero Alessandri pisó el terri torio
nac ional" (pág. 11).
Pues bien, el "precioso documento" a que se refiere Donoso y que
con ma- licia demoledora quiere hacer actuar, sin conseguirlo, en
contra de un hom- bre meritísimo, como era el señor Alessandri
Tarzi, ES ABSOLUTAMENTE FALSO
desde el punto de vista en que Donoso quiere hacerlo efectivo. •Lo
vamos a demostrar. Desde luego, la indicación de "titiritero" que
trae la hoja de "entrantes y
salientes" no puede adjudicársele a don Pietro Alessandri por la
sencilla ra- zón de que en esos días, entre el 15 y el 30 de abril
de 1821,3 según aparece en la anotación que ahora comentamos,
inscribióse otra que anularía la citada por Donoso, si
implícitamente no sirviera para aclararla, como en realidad lo
hace. En efecto, en la página correspondiente a la
individualización de cada un o de los pasajeros llegado al país (en
el mismo volumen en que ahora se encuentra, en el Archivo Nacional,
el docu mento de marras) aparece la siguiente referencia:
"PEDRO ALESSANDRI, PROCEDENTE DE BUENOS AIRES; PATRIA, ITALIA;
EDAD, 27
AÑOS; SOLTERO, ESCULTOR, ESTATURA MAS QUE REGULAR; COLOR BLANCO,'
OJOS
PARDOS; NARIZ AFILADA; BOCA PEQUEÑA; FRENTUDO; CAIRA ANCHA, PICADO
DE
VIRUELA; CABELLOS, BARBA Y CEJAS CASTAÑOS."
Ahora bien, ¿Qué ha hecho Donoso para invalidar esta anotación
destruc- tora, desde el ángulo en que él se ha colocado?
Ha 'hecho algo que dolerá por siempre a lo que de él se diga como
histo- riador: falsificó el documento de marras alterando la fecha
realmente apare- cida en esa hoja. Y así pudo transcribir
mentirosamente, en la página 12 de
aLa lista que trae en facsímil el libro de Donoso es un conjunto
global del nombre de los pasajeros que entraron a Chile entre el 15
y el 30 de abril de 1821. En cambio, la
que, en seguida, transcribo yo y altera en la copia Ricardo Donoso,
tiene indicado el día preciso en que Alessandri llegó a Chile, es-
to es, el 26 de abril de 1821.
17
17
de su panfleto, las líneas que siguen: "Es posible que el
volatinero Alessan- dri viajara con su comparsa, por ese entonces,
a Buenos Aires, pues DOS AÑOS MÁS TARDE encontramos una nueva
referencia a su persona, esta vez
calificándosele de escultor, en la que se hace un retrato físico
del aventu- rero."
Estos DOS AÑOS, los agrega Donoso con la simple cooperación de su
odio en contra de don Arturo Alessandri Palma, pues el documento,
insisto, lleva la misma fecha de la lista de pasajeros en que
aparece la "llave" de nuestro co- mento; es decir, abril de 1821,
entendiéndose que es entre el 26 y el 30 de abril, pues,
textualmente, repetimos, dice así: "el 15 de abril hasta el 30
de
dicho inclusive. 1821." No cabe, pues, aún dentro del razonamiento
más apasionado, sino aceptar
este dilema: o la llave del documento no comprende en su curva
superior el nombre de don Pietro Alessandri, o, comprendiéndolo, se
quiso anular ese error con la nota que acabamos de transcribir al
pie de la letra y deja en cla- ro que el señor Alessandri era
artista escultor.
He ch a la falsificación, Dono so utiliza ese doc ume nto pa ra
hilv ana rlo más adelante trayendo a cuentas unos recuerdos del
viajero francés Aragó, sobre su estada en Valparaíso durante un
viaje realizado por éste a Sudamérica. En el Puerto chileno Aragó
cultivó muy buena amistad con el señor Ales- sandri Tarzi y su
familia. En las remembranzas antedichas el autor refiere que
Alessandri se había iniciado en la vida de los negocios con una
compañía de marionetas. Este hecho no es exacto, cronológicamente
hablando; pero es cierto, en cuanto don Pietro, acometió esa
aventura como empresario teatral, entre mudhas otras de diversa
índole realizadas por este vigoroso pioneer florentino en nuestro
país.
Vamos a aclarar el punto por ser de mucho interés anecdótico y muy
distinto, además, del pretendido por Donoso en la adulteración que
acabo de comprobar documentalmente".
Es tradición en la familia Alessandri que al arribo de don Pietro a
la ciudad de Buenos Aires, hizo éste gestiones inmediatas a fin de
trasladarse a Chile, contratado por el Gobierno de la República
para fundar y dirigir en la capital una escuela de dibujo y
modelado. De acuerdo con esa tradi- ción, el ¡Director Supremo don
Bernardo O'Higgins aceptó gustoso la idea; pero, a causa de las
graves incidencias políticas ocurridas en el país en los meses
siguientes y que, a la postre tuvieron por efecto la abdicación de
don Bernardo, la antedicha propuesta quedó encarpetada para
siempre. . De ser esto efectivo, Pi et ro llega a Chile avanzando
con un p ie en el vacío... Para solucionar los conflictos
inevitables de la lucha por la vida, no le queda, pues, sino que
dejar de lado su profesión de escultor y dedi- carse a cuanto
negocio lícito encuentre en su camino.
Estamos en presencia de un hombre de acción con un credo magnífico
de esfuerzo individual. Cree en sus posibilidades de organizador.
Cree en la eficiencia del trabajo como actividad selectiva para
imponer el triunfo de los mejores. Cree que el hombre debe
amoldarse a las nuevas circuns- tancias que se le presenten, cuando
ellas no van en desmedro de su digni- dad. Cree que la honradez de
los procedimientos es un baluarte contra la perfidia ajena. Cree,
por último, que nadie debe avergonzarse de las ca- racterísticas
accidentales de un artesanado o de un ejercicio profesional, si él
se realiza en una empresa fructífera y de acuerdo con los reclamos
lí- citos de una sociedad.
En el juicio envenenado de algunos nietos de encomenderos, más or-
gullosos de la crueldad mestizada de sus abuelos, que de sus
condiciones
18
sentes de ciudadanos, aquella fecunda actividad del itálico de- bíó
parecerles a todas luces trop fort...
Asi pasan dos años. Aclimatado ya en el ambiente santiaguino, don P
i e t r o , ahora don Pedro, estima que es el momento de establecer
su vida sobre sólidas bases hogareñas. Hace algún tiempo frecuenta
la casa de la familia Vargas dBaquedano. (Rufino, el jefe de ese
hogar, es una persona de r e s p e t a b l e vivir, que goza de
muchas consideraciones entre los pudientes. Unido en matrimonio a
doña Tránsito Baquedano, alegra su otoño con aleunos vástagos entre
los cuales destaca belleza y tono primaveral su hija Carmencita. El
idilio de Pedro y Carmen es la consecuencia lógica de la confianza
con que se ha recibido al forastero en esa casa chilena.
Es un noviazgo sin obstáculos. Don Rufino comprende con intuición
de padre que aquel mocito venido de Italia tiene ante sí las
probabilidades de un magnífico porvenir. Doña Tránsito también
accede gustosa, suges- tionada por la amable apostura del candidato
a yerno.
Pronto se formaliza el matrimonio, y una tarde, el 20 de noviembre
de 1823, Carmen y Pedro se dirigen a la Parroquia del Sagrario, que
luce en su Alta Mayor las galas de costumbre para esa ceremonia.
Junto a los no- vios sirven de testigos don Antonio Fuentecilla y
don Juan Tagle, mien- tras realza la solemnidad del acto la verba
elocuente del Presbítero don Diego Pérez, quien recuerda a los
nuevos cónyuges las obligaciones que impone la Iglesia y los
deredhos y deberes que ambos deben respetar 0.
En el armonium de la capilla, el profesor mendocino don Fernando
Guzmán ejecuta un trozo de -Hayn, que acompaña en violín su hijo
Fran- cisco.
La atmósfera se hace tensa para el sentir de los contrayentes y
familia- res. ¿No es acaso en esos minutos cuando el alma se mece
de modo más tierno y seguro en brazos de la Ilusión? Optimista y
entonado por la con- fianza que da un cuerpo sano y un carácter
resuelto, en ese instante Pedro debió hundir el vuelo de su
fantasía en las perspectivas del futuro, ansian- do para sí esa
útil superación de los propios méritos con la cual todos hemos
soñado un día, si no para nuestra propia vida individual, para la
de nuestros descendientes.
El Presbítero acaba de poner la bendición sobre las manos enlazadas
del itálico y de la linda criolla. ¡Bajo el signo que invoca el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, se une el eslabón
prodigioso en que, por el vínculo del matrimonio, escriben para el
futuro las misteriosas determinantes de las razas...
De esta unión, en el curso de algunos años, nacen doña Aurora, doña
Elcira4 y don Pedro Alessandri Vargas.
Doña Aurora, andando el tiempo, casa con el Cónsul de España don
Juan Lagarrigue, padres ambos de una familia de varones
meritísimos, que han sido lustre y honra de la sociedad
chilena.
Doña Elcira contrae matrimonio con don Carlos María de Mendeville,
caballero nacido en la República Argentina, pero que se avecinda en
Chile para siempre1. El señor Mendeville es hijo del caballero de
este apellido que fue Cónsul de Francia en Buenos Aires, con
destacada situación en los primeros años de esa República. Don
Carlos es hombre de mucho in- genio y el repertorio de sus
anécdotas aún corre en el círculo de las viejas familias de
Santiago.
El único varón de la familia Alessandri-Vargas, es don Pedro. Pero
no
4Doña Elcira fue la tía "regalona" de rante el tiem po que su
familia permaneció don Arturo y su apoderada en Santiago du- en
Curicó.
19
19
*
"Pioneer"
En su nuevo domicilio y raigambre, Alessandri, el soñador
impenitente de las riberas del Arno, el muchacho que no quiso ser
clérigo porque ama- ba demasiado la pagana floración de los
mármoles esculpidos, es ahora don Pedro Alessandri Tarzi, hombre de
empresas múltiples con el abdo- men en decidida progresión hacia la
obesidad, aunque, como todos los varones de su familia, sostenido
por piernas delgaduchas, casi flacas. Ha ido perdiendo el pelo, de
ahí que la frente parece altada; en esa cima luce un copete de
cabellos crespos, que él cuida con cierta coquetería donjua- nesca.
Viste muy pulcramente ajustándose a la moda de la época, y sus
cuellos son impecables, a diferencia de los que usan los criollos,
que se ajan con facilidad y no siempre se distinguen por su
limpieza...
Alrededor de esta época don 'Pedro explota, por primera vez en
Chile, un establecimiento de Baños Públicos.
A pesar del afecto que la fami lia de su suegro siente po r él, don
Pedro empieza a sentirse mal en la villa mapochina, y un día
cualquiera del año 1825 se traslada a Valparaíso, donde no tarda en
embarcarse en un nego- cio que da nuevos rumbos a sus actividades.
.
¿Cuál? Antes de dar respuesta a la pregunta que acabamos de
escribir, conviene dar una mirada retrospectiva a un cierto sector
del ambiente chileno.
Don Domingo Arteaga es edecán de O'Higgins y tiene el grado de Te-
niente Coronel, pero debido a la influencia de Camilo Henríquez
—que debe considerarse como el precursor del arte teatral en Chile—
se entrega a la empresa que, de acuerdo con las modestas
circunstancias de la época, le rinde muy pronto los mejores
resultados. Esta empresa es la que se da a la tarea de organizar el
establecimiento del primer "Coliseo" santiaguino, el cual abre sus
puertas en la calle de Las 'Ramadas5 a fines del año 1818.
El éxito obtenido por el edecán Arteaga induce a éste a extender su
ne- gocio hasta el vecino puerto de Valparaíso, donde en 1823
inaugura una barraca con aires de teatro, la cual, cronológicamente
debe considerarse la primera en la serie de las salas de
espectáculos que cuenta la historia de este puerto. Esta barraca
poseía "un escenario, lunetas e iluminación de sebo en candelejas
de plata". En lo demás era sólo un armazón de madera en que el
látigo suplía muchas veces a los pernos y el cáñamo a los torni-
llos". Su situación, sin embargo era muy céntrica, pues estaba
situada en el lugar que ahora ocupan los Tribunales de Justicia de
Valparaíso, donde aparecía a medio levantarse, desde muy antiguo,
el Convento de San Agustín, anexo al cual hallábase un galpón
pajizo o bodega denominado "Longa" con fines muy ajenos a los del
culto.
Es aquí en Valparaíso donde Arteaga introduce el espectáculo de las
"marionetas" el cual hace las delicias del público de aquella época
y po- pulariza a dos o tres personajes caricaturescos que perduran
durante años
"Hoy calle de Esmeralda. El teatro de Arteaga debió abandonar antes
de mucho su primera colocación para trasladarse a la calle Bandera
esquina de Catedral. De ahí
se cambia en 1820 a la barraca que había en frente del edificio que
hoy ocupa "El Mercurio", en el sitio donde, en la actuali- dad, se
extiende la Plaza Montt-Varas.
20
con sus chistes y nombres extrambóticos, en el lenguaje familiar de
los chilenos1.
En 1825 o a fines de 1824, don Domingo Arteaga propone este negocio
a don Pedro Alessandri, el cual parece haberse interesado bastante
en él, pues arrienda el teatro del edecán para explotarlo
comercialmente.
Puede que el éxito no haya sido muy lisonjero, puede asimismo que e
x i s t i e s e n algunas discrepancias entre arrendador y
arrendatario porque al término del contrato, don Pedro cambia otra
vez el giro de sus activida- des y se dedica ahora a organizar el
comercio marítimo entre Valparaíso y el Callao. Dando cuenta de
estas actividades "El Mercurio" del 15 de sep- tiembre de 1827 trae
la siguiente información:
"Don Pedro Alessandri, conociendo la falta y la necesidad que hay
de un Paquete de Val- paraíso al Callao y de aquél a éste, ha
comprado la velera goleta Terrible con este objeto, bajo el plan
siguiente: ..."
El año antes, don Pedro ya se había interesado en los trabajos de
arma- dor y, en sociedad con don Jerónimo Costa compra a la firma
Dubern, Rejo y Cía., como apoderados de don Juan de Dios Santa
María, el ber- gantín denominado "Levante" en la cantidad de $
6.000 "al contado en moneda normal y corriente" como lo atestigua
la escritura pública de fe- cha 25 de enero del año que se indica,
otorgada ante el escribano don José M. de los Alamos8. Meses
después y con buena ganancia, este mismo bergantín fue vendido por
sus propietarios los señores Alessandri y Acosta a don José Melián
en la cantidad de $ 7.500".
Sin embargo, su entusiasmo por las empresas artísticas no decae; y
así podemos comprobar que en ese mismo año de 1827, ante una
gestión que realizara don Domingo Arteaga para juntar capitales a
fin de establecer un nuevo teatro en Santiago, don Pedro Alessandri
es el primero en ad- quirir un número suficiente de acciones.
El hombre ha hecho dinero, está en camino de la riqueza y mueve los
elementos que le ha entregado su buena fortuna en todas las
posibles in- versiones que representen un beneficio directo para la
colectividad. Su prestigio crece y su honradez le abre ampliamente
las puertas del crédito. Por otra parte, puntilloso y digno, cuida
con extrema cautela que nada enturbie la limpia ejecutoria de su
vida comercial.
No le faltan, claro está, malos ratos. ¿Quién no los tiene? En
1845, ya cincuentón y habiendo sido demandado ante la justicia
por
un "vivo" de aquella época, se queja amargamente de esa
dificultad:
"Hace veinticinco años que resido en Chile —dice— consagrado a la
profesión del comercio, que es sin duda una de las más sujetas a
litigio por lo complicadas que son a veces sus transacciones, por
la variedad infinita de circunstancias a que está sujeta, muy
especialmen- te entre nosotros, por la notable deficiencia de
nuestra legislación mercantil. Envanecido es- taba con el recuerdo
de no haber sido nunca demandado ante un Tribunal en tan conside-
rable número de años, cuando por la transacción de que menos debía
esperarlo, me veo ejecutado y presentado al público como
resistiendo pagar lo que debo cuando en manera alguna es así. La
publicación de las audiencias del Consulado de este puerto, en que
apare- ce que se me han presentado siete pagarés otorgados por mí
en Francia y que se me ejecuta por ellos, habrá hecho formar
variedad de juicios, como generalmente sucede en tales casos.
Suplico, pues, al público y a mis amigos, que suspendan el suyo en
este asunto hasta que, llegado el caso, se publique la historia de
él, en la cual se verá que mi resistencia a pagarlos en su
totalidad no es otra que la justa defensa de mis intereses, que se
me han querido arre- batar por un fabricante de mala fe. Entre
tanto creo conveniente decir que aquellos pagarés que son a favor
del dicho fabricante, son los únicos que están por pagar de la
multitud que otorgué en Francia, cuando fui a Europa últimamente,
por lo que voy a publicar la lista de éstos por diez días
consecutivos, para que llegue a noticias de todos y sirva de
garantía de lo dicho, añadiendo que desafío a los tenedores de
aquellos documentos, sus amigos o
21
herederos a que digan que les he hecho el menor reclamo a rebaja.
Esta religiosidad con que he pagado y la ninguna dificultad que ha
habido en todas mis otras numerosas transac- ciones de aquella
fecha, unidas al conocimiento que de mi probidad se tiene en este
país, me hacen esperar que aún antes de que aparezcan la historia y
juzgamiento de este negocio, se me hará la justicia de creer que
otro de la mejor buena fe."'
Pero en realidad su carácter es tierno, espontáneo, lleno de afecto
para todo el mundo. La situación que ha conquistado para él y su
familia en el puerto, es de las más destacadas y respetables. Posee
una valiosa pro- piedad en la calle de San Juan de Dios, "en el
sitio mismo —anota Ro- berto Hernández— de la gran construcción
actual de la Caja de Ahorros, calle Condell esquina de Hierbas
Buenas. 'La casa limita cón la ribera del mar, por lo mismo que el
mar llega con la espuma de sus olas hasta por donde corre ahora la
calle de Salvador Donoso. Al fondo, el antiguo pro- pietario dejó
una noria de la cual suelen surtirse los buques para llenar sus
estanques de agua dulce". El vive en los altos y el piso bajo lo
ocupa con los almacenes que proveen a los barcos de su empresa
naviera. Su es- posa, Misia Carmen, impone en el seno del hogar las
nobles virtudes de la antigua sociedad criolla, inspirada en
rígidas tradiciones.
Aquellos días de la balbuciente República se desenvuelven en medio
de una atmósfera agitada por las tendencias políticas en pugna. La
caída de O'Higgins ha impuesto un ritmo de inquietud permanente en
la estruc- tu ra del Estado, y es en los hogares donde debe
librarse la gran batalla moral hecha de ejemplos, de severidad
pedagógica, de fórmulas simples y claras, de amor patrio, de
civismo.
Desgraciadamente, mientras el espíritu de las familias republicanas
se templa en el ejercicio de las virtudes ancestrales, el país
camina a la deri- va. Unitarios y federales disputan enardecidos el
valor de sus respectivos puntos de vista. José Manuel Infante es el
Jefe de los últimos, y su pro- grama representa para los viejos
"pelucones" como la inminencia del caos.
Los liberales o "pipiolos"1 consideran que la Presidencia de
Infante es un triunfo de ellos; pero los embates del federalismo
que encarna el pa- triota pipiolo, lo único que consiguen es darle
un nuevo aspecto al dife- réndum ideológico y ahondar de manera
alarmante los surcos abiertos por los primeros desacuerdos de la
administración criolla. Ahora hay z a n j a s . . .
El señorío terrateniente que desde las primeras asambleas de la
Inde- pendencia viene trabajando por obtener cierta autonomía
política, se en- galla ante la creencia de una pronta consecución
de sus deseos; y hay que confesar que encuentra en la persona de
Infante al necesario y magnífico paladín de la causa
provinciana.
Bajo esta presión, el 31 de enero de 1826, simultáneamente al
Decreto que establece una nueva división territorial de la
¡República, el Federalis- mo cía sus primeros vagidos como realidad
po l ít ic a. . .
Buenos auspicios inflan la vela del régimen recién inaugurado.
Freire, victorioso en su campaña contra los realistas de Chiloé
reasume el mando en marzo del 26, en medio de la patriótica
simpatía del pueblo; y a fin de garantizar tales preludios de
confianza, no tarda en convocar a elecciones para un Congreso
Constituyente. Esta Asamblea que inicia sus trabajos legislativos
el 4 de julio de 1826, es de teñida filiación federal y
pipióla.
Sin embargo, ni el Congreso ni la Constitución que éste iba a
elaborar, podían considerarse como muy seguros; sobre todo, después
de los conse-
jos de Frei re en el mensaje de apertura, donde les insinúa a
los cuerpos legislativos que "huyan del peligro en que
frecuentemente han caído los legisladores americanos, imprimiendo
en estos códigos políticos un carác-
22
t e r de inmutabilidad que se opone a la adopción progresiva de las
venta- jas que el tiempo y la práct ica van señalando como
necesarias".
¿Era el baile del Congreso y del país, aconsejado por su líder más
des- tacado?
Tras su vademécum admonitorio, Freire, deseoso de que los
legisladores lo libren "del grave peso de su autoridad" pide que le
nombren sucesor. La ¡Cámara acepta y elige al General don Manuel
Blanco Encalada, quien a s u m e con el carácter de Presidente de
la República. iLos flamantes con- gresales, en medio de un halo de
relativa popularidad, opinan y legislan sin mayores obstáculos.
Diríase que las nuevas orientaciones políticas se imponen
fácilmente; de ahí que no sorprende a nadie que el 11 de julio se
apruebe un proyecto de ley en el cual se declara que, "la República
de Chile se constituye por el sistema federal, cuya constitución se
presentará a los pueblos para su aceptación".
Mas, a pesar del éxito teórico de los federales y de los esfuerzos
gastados en obtener el fin de sus propósitos, no se avanza más allá
del proyecto de refor- ma. Un escándalo público que sitúa bien lo
que son estas informes democra- cias americanas al comienzo de la
décimanona centuria, apresura, en cambio, el trámite de un
reglamento provisorio de marcado carácter libe- ral. Haciéndose eco
de los murmullos que, provocados por la irregulari- dad en el pago
de la tropa, se vienen escudhando en los cuarteles del país —amén
de las constantes asonadas y pruebas de la mayor indisciplina!—, el
coronel Enrique Campino, en los últimos días de enero del 27,
subleva Ja guarnición de Santiago y se dirige a clausurar el
Congreso. 'Los diputados, que allí encontrábanse reunidos, se
oponen con viva indignación a ese atropello; pero el Coronel
acompañado de un piquete de fusileros con las armas bala en boca,
los arroja de la sala mientras él mismo se introduce a caballo en
el recinto de la Asamblea. Momentos más tarde se declara Dic tador
. . .
Pelucones y pipiolos —unidos de inmediato ante el brutal peligro—
se dirigen sin tardanza en busca de Freire, pidiéndole,
suplicándole que acceda a poner las cosas en su lugar.
Resultado de lo antedicho, es una nueva crisis presidencial que se
resuelve con la vuelta de Freire al ejercicio del mando supremo, y
el nombramiento del General Francisco Antonio Pinto como
Vicepresidente de la República. El 14 de febrero de ese año de 1827
se ordena que se publique, por ley, el Reglamento que determina las
atribuciones, deberes y prohibiciones a que están sujetos los
poderes públicos; indicándose en el artículo primero, que "las
atribuciones del Poder Ejecutivo son provisorias ínterin se
sanciona la Constitución".
Todas estas noticias llegan al puerto con el escándalo
consiguiente. En la costa del Pacífico, ¡Valparaíso es la ciudad
más importante. Es la bodega máxima de la producción de trigo de la
zona, y recalamiento obligado de los veleros que cruzan el Estrecho
de Magallanes rumbo al istmo de Panamá. Cerca de 4.000 extranjeros
laboran en el anfiteatro del puerto, amasando en la lucha
cotidiana, los frutos de un trabajo duro.
Estos hombres no pueden mirar con indiferencia los vaivenes y
agonías del Estado, y son ellos los que, en las conversaciones
diarias en el seno de su familia o en los círculos de los negocios
respectivos, hablan de sus experien- cias pasadas, de los ejemplos
de la Historia que en Europa prendieron sus jalones de fuego y
dolor; de la necesidad urgente de que en Chile se normalicen las
instituciones fundamentales para que sea próspero y fructí- fero el
esfuerzo mancomunado de la gente de bien. Diríase que ellos tanto o
más que la instintividad estadual del conglomerado étnico de
mapuches y
23
#
Armador en regla
Fue en tiempos de don José Miguel Carrera, el genio prolífico de la
Inde- pendencia de Chile, cuando llega a la ensenada del Valle del
Paraíso, el primer barco mercante con bandera extranjera que arriba
a la embrionaria nacionalidad. Hasta entonces no han visitado los
puertos del Nuevo Extremo —fuera de los barcos que enarbolan las
insignias del ¡Imperio español, únicos que tienen autorización para
hacerlo—, nada más que piratas y corsarios.
Con la decisión de la Junta Nacional santiaguina, que declara la
libertad de comercio en el mar territorial chileno, la ruta queda
abierta a todos los veleros del mundo. Conocedora de esta
franquicia, Inglaterra se adelanta en aceptarla, enviando a las
aguas del Pacífico Sur, al bergantín "Galloway" que llega a
Valparaíso procedente de Nueva York, el 21 de noviembre de
1811.
'Las ventajas del nuevo sistema de libertad de los mares se dejan
sentir en el acto. A bordo del "Galloway" viene la primera
imprenta que va a esta- blecerse en Chile. Consignada a nombre de
don Mateo Arnaldo Hoevel —súbdito sueco avencidado en el país y a
quien el Congreso Nacional, a pe- tición suya, concediera carta de
ciudadanía—, se apresura éste a dar a cono- cer el arribo de la
prensa a las nuevas autoridades, las que con fecha 27 del mismo mes
le comunican que harán acelerar la conducción de ella a Santia- go.
Siguiendo las aguas de la "Galloway" arriba, tiempo más
tarde, la fragata inglesa "Fly" que trae "herramientas,
artículos de loza y géneros de hilo, lana y algodón".
Por desgracia, esta libertad impuesta por Carrera dura bien poco;
pues, luego del desastre patriota de Rancagua, con que se inicia
triunfante la reconquista española, vuelven a regir las mismas
disposiciones restrictivas del comercio marítimo que habían
perdurado desde los días de la Conquista y por espacio de tres
siglos. Sin embargo, en el lapso en que Carrera se man- tiene en el
Gobierno alcanzan a llegar a Chile, desde los más lejanos puntos
del globo, ocho barcos de diversas nacionalidades.
En 1818, vencedoras, nuevamente, las armas patriotas, la
Independencia Nacional, ya para siempre recuperada, abre de nuevo
los puertos de Chile a todas las banderas amigas. Y en ese mismo
año que apuntamos, entran a Val- paraíso, dando realce y movimiento
de ciudad principal a la que desde entonces sería la Perla del
Pacífico, 523 barcos, de los cuales solamente 84 son de
guerra.
Mientras tanto no existe aún la célula de una Marina Mercante
propia. "No sé si pudiera llamarse Compañía Chilena —escribe el
señor González
Lynch— la razón social que se formó en Chile en 1664, bajo pleno
dominio español. Más propiamente: primera firma armadora en
Chile.
En esa época, felizmente lejana, el comercio marítimo lo ejercían
exclusi- vamente armadores del Perú que mantenían franca
competencia con los llamados bodegueros de Valparaíso. El 29 de
febrero de 1664, se formó una sociedad entre Gaspar Reyes y Pedro
Cassao, ambos bodegueros de ese puer- to, para comprar una nave y
dedicarla al tráfico entre Chile, Perú y Panamá.
A este convenio podría llamarse la primera sociedad armadora
chilena, aun cuando fue establecido bajo la dominación
española".*
24
Hemos visto ya cómo en 1826 el señor Alessandri inicia con don
Jerónimo Costa labores de armador. Un año más tarde compra la
goleta "Terrible"
8 , a
la cual ya nos hemos referido e inicia la primera línea mercante y
de pasa- jeros, entre Valparaí so y el Callao, de la Era
republicana.
De acuerdo con el aviso que publica "El Mercurio" el 15 de
septiembre de 1827, los camarotes de esta velera "serán numerados,
para evitar dudas y disputas sobre el lugar que debe ocupar cada
pasajero al tiempo de su em- barque". Además, en cada cámara, por
separado, "se servirá a las horas de- signadas, el almuerzo y
comida, que será siempre abundante, de víveres frescos y buenos,
dando a cada pasajero en Ja cámara de popa, una botella de vino
Burdeos o de Concepción (a elegir) cada día; y en la proa media
botella. En la noche té y otras frioleras, para cuyo efecto habrá
un cuadro en cada una de las cámaras, con el reglamento de comida
de cada día de la semana".
Este paquete hace seis viajes redondos cada año; es decir, uno cada
dos meses y el valor del pasaje de Valparaíso al Callao y
viceversa, es de seis onzas oro para los camarotes de primera clase
y de tres onzas para los de s e g u n d a , esto es, los de
proa1.
La nueva línea tiene1 éxito, como lo prueba la circunstancia de que
el 15 de marzo de 1828, don Pedro Alessandri Tarzi en compañía de
don Joaquín Avilés, comerciante ecuatoriano radicado en su país de
origen, establezcan una sociedad naviera para el transporte de
mercaderías entre Valparaíso y Guayaquil, y puertos
intermedios.
Pero el hombre más feliz con estos éxitos no es don Pedro, sino
"Giusep- pe", su fiel criado genovés, que desde entonces hasta la
hora de su muerte, no lo abandonará jamás.
Esta célula de la Marina Mercante de Chile continúa multiplicándose
en los años posteriores, y ya en 1835, cuando don Diego Portales
hace dictar la primera ley de cabotaje, la importancia de los
negocios de armador de don Pedro Alessandri son de tan grande
volumen para la época, que debe consi- derársele sin disputa "el
precursor —como indica Roberto Hernández— de la línea de vapores
inaugurada en 1840".7
El mismo don Diego Portales tuvo en 1829, negocios de importancia
con el señor Alessandri, aunque en aquel entonces dudaba seriamente
de su éxito. "La fragata "Resolución" —escríbele don Diego a
su amigo don Ra- món Errázuriz el 1<? de febrero de ese año— fue
vendida felizmente a Ales- sandri, en $ 3.500 a cuatro y ocho meses
plazo. Me ha confiado el destino que va a darle y ya le he predicho
su total ruina".m
Treinta años más tarde de la fecha en que don Pedro Alessandri
inaugura la línea maritima entre Valparaíso y Guayaquil
—prolongación, aunque con distintas naves, de la que ya tenía hasta
el Callao— la Marina Mercante de Chile cuenta con '260 barcos con
un total de registro de 62.210 toneladas.8
"La goleta Terrible cambió más tarde su nombre por el de
Paquete-Volador.
7No sólo el empuje sino la iniciativa particular desplegada por don
Pedro Ales- sandri, hacen de él un ejemplo para los ex- tranjeros
que vienen a radicarse en Chile. Como dato curioso, diremos que,
entre las muchas iniciativas privadas del señor Ales- sandri, hay
que sumarle la de haber sido el el primero en importar a Chile
plantas de
alcornoque. "¡Por eso es que ahora abun-
dan!", acostumbraba decir don Arturo, so- carronamente.
"Sin embargo, a excepción del historia- dor, don Roberto Hernández,
nadie hasta ahora ha hecho justicia al empuje del señor Alessandri
Tarzi, que en los albores de la independencia chilena dedicara
dinero y entusiasmo para dotar a su patria de adop- ción de barcos
propios que extendieran y propiciaran el comercio de Chile a lo
largo de las dilatadas costas del Pacífico sudame- ricano.
25
El Coliseo
El Coliseo de don Domingo Arteaga dura más o menos 10 años. En
1834, el Ministro de Hacienda don Manuel Rengifo, a causa del
desarrollo del comercio en la parte céntrica del Puerto, determina
que los Almacenes de la Aduana se continúen en el sitio inmediato a
ella, es decir, en los terre- nos de que ya hemos hablado
anteriormente, pertenecientes a los Agustinos. Para esto, Rengifo
consigue del Presidente Prieto que se dicte la expropia- ción
correspondiente. El Decreto en referencia incluye el teatro
edificado por Arteaga.
Antes de separarnos, en este relato, de la persona de don Domingo
Artea- ga, recordemos como un homenaje a tan laborioso ciudadano
que además de los servicios que prestara a Chile como Edecán del
Director Supremo don Bernardo O'Higgins, entrega también a su
patria una familia ejemplar de ilustres servidores públicos. Don
Domingo fue el padre del General don Justo Arteaga Cuevas, que dio
brillo a su carrera militar con importantes cometidos en la causa
de la Independencia y en la organización militar de Chile en los
días de la Guerra del Pacífico. Son importantes también sus
actividades en la pacificación de la Araucanía y en la defensa
nacional, cuando ocurre esa página bochornosa de la marina española
que culmina con el bombardeo de Valparaíso en 1866.
Nietos de don Domingo e hijos de don Justo, son los hermanos
Arteaga Alemparte que llevan, precisamente, uno el nombre de su
progenitor, y el otro el del abuelo, y que hicieron célebres las
siluetas de los políticos chile- nos que integraron la Asamblea
Constituyente de 1870. Esos artículos de Domingo y Justo Arteaga
Alemparte, recogidos en un volumen, prestigian hoy la lista de los
clásicos chilenos del siglo XHX.
Cumplido este In Memoriam, volvamos al Decreto de Expropiación
firma- do por Prieto y Rengifo en 1834. Desde aquel entonces la
escena porteña pasa por un período que si no puede considerarse
estrictamente, de absti- nencia y ayuno, no hay razones para creer
que fue de holgura o bonanza.
Sólo ocho años más tarde, gracias a la iniciativa de don Pedro
Alessandri y don Pablo del Río, Valparaíso se apresta para tener
una moderna y bien instalada sala de espectáculos. En efecto, el 30
de diciembre de 1842, se deja estampada en el acta municipal de ese
día, el siguiente trámite:
"Se leyó la propuesta de don Pedro Alessandri y don Pablo del Río
para la construcción de un Teatro, y se acordó nombrar una comisión
compuesta de los señores regidores don Ramón Toro y don Fernando A.
de la Fuente, para que se vean con los empresarios y den cuenta del
resultado de su con- ferencia".
Y en los primeros días de 1843 se pone en conocimiento de la sala
el infor- me favorable sobre dicha propuesta, que se lee en el Acta
del 13 de enero, en los términos siguientes:
"Constituida la sala en comisión para convenir con los señores don
Pedro Alessandri y don Pablo del Río acerca de las bases bajo las
cuales se propo- nen construir un teatro permanente en esta ciudad,
se oyó una exposición del señor Alessandri demostrando las ventajas
de su propuesta, presentada anteriormente, y habiéndose retirado,
después de alguna discusión sobre los nuevos términos en que debía
concebirse, la sala consideró de nuevo el asun- to y acordó: que
previa la competente consulta y aprobación del Supremo Gobierno,
debía accederse a la petición de Alessandri y de Del .Río"".
Para construir el nuevo Coliseo se elige un sitio frente a la Plaza
de la
26
V i c t o r i a . " E l mismo —escribe el historiador Roberto
Hernández— que ocupó el moderno teatro de la Victoria construido
por la Municipalidad y arrui- nado desde sus cimientos con la
catástrofe del 16 de agosto de 1906"°
Los trabajos de edificación se inician en septiembre de 1843 y el
18 de iunio del año siguiente, los empresarios lo entregan en sus
partes principales a una comisión de peritos. Se dio un plazo de
dos años para la construcción; sin embargo, el empuje de Alessandri
y de Del Río se adelanta al cumpli- miento del contrato en má's de
un año. Luego de prolijo examen, los peritos i n f o r m a n al
Municipio que, "el todo del teatro presenta los caracteres de so l
idez que en esos edificios se requiere; que las partes están bien
trabadas entre sí y dan toda la seguridad apetecible; que la
enmaderación superior es a la par ingeniosa, sólida y capaz de
soportar sin riesgo alguno para el públi- co, un techo de la clase
que se quiera..."
;De acuerdo con los datos que suministra el investigador ya citado,
"la fachada del teatro era de dos pisos con muralla de cal y
ladrillo y las mura- llas laterales de adobe, sobre un zócalo
también de piedra y ladrillo. El piso s u p e r i o r lo ocupó un
tiempo la Sociedad Filarmónica y la casa habitación del
administrador y después propietario del teatro, don José Luis
Borgoño, que murió de senador dos años antes del incendio del
edificio. El interior del teatro —sin duda alguna el mejor de la
América española en aquella época— era elegante, sencillamente
decorado, y ofrecía comodidad para 1.600 personas. Tenía cuatro
órdenes de palcos: el primero con 26; el segundo con igual número;
el tercero con 18 palcos y 100 asientos de anfiteatro, y el cuar-
to, la galería, con 300 localidades. La platea tenía 431 asientos
de los cuales 64 eran sillones".
En junio de 1834 el tema obligado del vecindario porteño, es la
inaugu- ración del teatro Victoria. Se opina con justicia que aquel
establecimiento es un orgullo para la ciudad y que él dice no sólo
del adelanto material de Valparaíso, sino también de una verdadera
conquista del espíritu.
Así también lo declara "Giuseppe" —el criado de don Pedro— a voz en
cuello.
Hemos dicho que una parte de este edificio se entrega a los peritos
muni- cipales en julio de 1844; pero los trabajos continúan todo el
resto del año y dan lugar a que la curiosidad pública los observe
diariamente, con esa admi- ración ingenua, característica del
criollismo semicolonial de aquella época. Un suelto de "El
Mercurio" de Valparaíso de fecha 24 de octubre de 1844, nos habla
en pocas palabras de lo que ahora la perspectiva del tiempo nos
hace imaginar:
"La obra del teatro se acelera —informa—; numerosos obreros y
artistas, pintores, carpinteros, decoradores, todos a porfía,
trabajan en su conclusión. Por la mañana y a la tarde está aquello
lleno de curiosas visitas, que a la verdad salen satisfechas y
admiradas de la brillante combinación con que allí se ostenta lo
elegante y lo cómodo".
El entusiasmo al cual nos acabamos de referir, no es sólo de los
chilenos, no está circunscrito a los términos de la patria chica
con que se pavonean los orgullosos regionales. Más de un viajero
europeo comenta con sorpresa el hallazgo de este magnífico Coliseo
en un puerto tan lejano e ignoto como es Valparaíso, en los albores
del siglo XI X. U n hermano del astrónomo Fran- cisco Aragó,
Monsieur Jacques Aragó, visita a Chile en 1829, después de haber
dado la vuelta al mundo. Aragó era muy aficionado al teatro y
escribió piezas que tuvieron algún éxito en la vida clel autor.
Escritor humorístico, lleno de picardía gala, sal de ese género,
peculiarmente parisiense, que es la
"El primer teatro de "La Victoria" des- de del día 20 de septiembre
de 1878. apareció, a causa de un incendio, en la tar-
27
causerie, Aragó se ha referido a sus impresiones de Santiago y
Valparaíso con palabras que merecen recordarse: "Santiago tiene dos
teatros, horribles,
fríos, abiertos a todos los vientos por los temblores en que
toman posesión con el público (cuando por casualidad hay público)
legiones de ratas gordas, grises, bien diferentes por cierto, de
aquellas que en nuestro país ocupan las liendidudas de los viejos
travesaña^ de la platea. Las ratas de aquí, como las de nuestro
país, viven entre bastidores, entre bastidores roen, se
agaza-
pan, se multiplican; pero huyen de la gente, evitan las
miradas, porque no se adornan con seda, ni con terciopelo, ni con
encajes.
"Ayer era Domingo —continúa en sus recuerdos de viaje Mr. Aragó—;
se daba en el teatro de la Universidad "Los siete escalones
del crimen" con el que Víctor Ducange ha obsequiado a nuestros
bulevares hace años; un artista de talento, Casacuberta,
desempeñaba el papel principal en esta monstruosidad dramática;
entra a la escena y exclama: "Esta pieza me ma- tará".
"Algunas horas después daba el último suspiro en medio de sus
amigos y de la multitud enternecida y jadeante ante la agonía del
cómicocuya pú- blica estimación hacía agitar más los corazones que
los mismos "bravos" del dramóte.
"A la mañana siguiente, Sarmiento, repúblico enérgico, publicista
distin- guido de quien hablaré en seguida, como también de
Fernández Rodella,
poeta lleno de gracia y elegancia, pronunciaba unas breves
palabras sobre la tumba de Casacuberta; y como yo había sido
invitado a esta triste ceremonia, di asimismo mi adiós a aquél que
en la víspera aplaudiera con entusiasmo.
"Santiago es la capital de Chile; Valparaíso viene en segundo
término, y, sin embargo, aquí solamente se encuentra un teatro
digno, amplio, un salón admirablemente compartido; palcos
espaciosos, limpieza, corrección y hasta lujo.
"Monsieur Alessandri ha pasado por allí; pero, ¿quién es Monsieur
Ales- sandri? Aventurero intrépido, lleno de bondad, como Colón de
quien es compatriota; pobre, pero como él, rico de esperanzas, se
dejó caer un día sin contar para vivir más que con sus dedos y un
surtido completo de marione- tas. Es poco, ¿verdad? Pues bien, ha
sido suficiente a Monsieur Alessandri
para llegar a hacer en pocos años una magnifica fortuna". En
este último párrafo hay una falsedad. La Compañía de marionetas
a
que se refiere Aragó la financia el Edecán de O'Higgins don Domingo
Artea- ga y se estrena en 1823, en un barracón situado en el lugar
en que hoy ocu- pan los Tribunales de Justicia de Valparaíso, todo
lo cual ya lo hemos dicho oportunamente. Lo que hace Alessandri dos
años después, inducido por Arteaga, es tomar en arriendo esa
barraca, la cual explota comercialmente por una temporada. ¿Se
vanagloria Alessandri un cuarto de siglo después de los orígenes
modestos de su fortuna, haciéndola derivar de ese pequeño nego- cio
que en realidad fue planeado con mucha anterioridad por el chileno
Arteaga? ¿O es que Monsieur Aragó, como de costumbre, quiso
subrayar con una broma el esfuerzo magnífico de su amigo
porteño?
El asunto carece de interés, pero como en alguna oportunidad la
bazofia lugareña querrá ver en esta frase una mácula para el
meritísimo don Pedro, hacemos la salvedad histórica
correspondiente.
La admiración de Aragó por don Pedro Alessandri, la encontramos en
las palabras cordiales de este viajero, que compara el destino del
itálico al suyo propio: "Vejado como yo, corriendo tras el objetivo
de una sólida repu- tación, Alessandri llegó a ser, por la sola
fuerza del pensamiento, el creador
28
*
El Valle del Paraíso
El esfuerzo de don Pedro Alessandri Tarzi debe ser considerado con
la justa a d m i r a c i ó n que merece, y con el respeto a que lo
hacen acreedor sus 3 5 años de constante colaboración a todo lo que
signifique un adelanto en bien de la c o l e c t i v i d a d
chilena. Insistimos en este punto porque las características de la
Colonia imprimen en el alma nacional, un ritmo pausado, de extrema
lentitud, muy poco amigo de innovaciones y modas "gringas". Sin
embargo, el grande adel ant o y desarrollo que adquie re Valpara
íso en el siglo X IX hasta convertirlo, como ya hemos dicho,- en el
primer puerto del Pacífico, se debe de manera directa y en
porcentaje notable al tesón y espíritu innova- dor de las colonias
extranjeras. Ese aire europeo que Valparaíso mantiene hasta hoy,
ese ritmo de ciudad atareada con afanes de colmena, que no pier- de
minuto —como lo perdieron hace años esos corrillos de la típica
holgaza- nería que hizo célebres a los portaleros y paseantes de la
calle Huérfanos de Santiago—, débese a la educación comercial que
los inmigrantes ingleses, ita- lianos y alemanes les dieron, con el
ejemplo, a sus hijos, incorporados éstos, ya en la primera
generación, a la ciudadanía chilena y a las directivas inme- diatas
de su pueblo natal. Mas, los efectos de esa pedagogía "extranjera",
vienen a sentirse en la segunda mitad del siglo XIX. A principios
de esa centuria el famoso Valle del Paraíso es una ciudad tétrica.
Hasta 1825 mu- chos países europeos ni siquiera reconocen nuestra
autonomía nacional. Por ejemplo, cuando los desacuerdos del
gobierno español con lEnglaterra en tiempos de Bonaparte, este
último país favorece en cierto modo los trabajos de la rebelión
ibero-americana; pero a la caída del Corso, encauzada la polí- tica
europea con nuevos rumbos, el Foreing Office se muestra vacilante
—en el mejor de los casos astuto— para pronunciarse de manera
franca en pro de la independencia ibero-americana. O'Higgins, a
pesar de su origen británico, no consigue de Londres el
reconocimiento de la autono- mía, no obstante que el gobierno
chileno mantiene allí con sacrificios para el escuálido erario de
la Nación, un representante con el rango de Ministro
Plenipotenciario. Sólo en 1831, mediante una maniobra digna y
eficaz del gobierno de Prieto, se obtiene el anhelado
reconocimiento.
El aspecto de la ciudad porteña —la "Perla del Pacífico" como
acostumbra a llamarla el criollismo andaluz— si se descuenta el
agradable golpe de vista de su bahía, enmarcada al fondo por un
anfiteatro de cerros —a la manera napolitana—, era miserable y
triste. Todavía en 1834 parece una aldea gran- de. El industrial
don José Santos Tornero, que se refiere a ella en sus "Re-
miniscencias de un viejo editor", la pinta con una sencillez
abrumadora, más elocuente que un lienzo de Bonnard:
"No había más calle empedrada —dice— que la de La Planchada (hoy
calle Serrano); todas las demás estaban en estado rudimentario; en
verano el polvo que en ella se levantaba era sofocante,
especialmente en los días de viento sur, que eran muy frecuentes y
con gran fuer-
29
7A; en invierno, por el contrario, formábase un lodo inmenso
mediante las continuas y gran- des lluvias, que entonces solían
durar una semana entera casi sin interrupción. Tales eran los
lodazales que se formaban, que se veían en ocasiones las carretas
enterradas hasta los ejes y a duras penas podían sacarlas dos
yuntas de bueyes, como yo lo vi nada menos que en- frente de la
Intendencia, en que se levantan las estatuas de Cochrane y el
monumento de la Marina, que entonces era playa, pues apenas existía
uno que otro insignificante edifi- cio aislado al lado del mar, a
espaldas de las casas cuyos frentes dan a las calles de La
Plan-
chada y de La Aduana (Serrano y Prat) . "El alumbrado público
en aquellos tiempos, consistía en un pequeño farol con vela
de
sebo que los vecinos ponían al anochecer en las puertas de las
casas, perezosamente y de malas ganas, y sólo obedeciendo la voz
del sereno que iba gritando de casa en casa ¡El faro- lito a la
puerta! A las nueve o diez de la noche, o antes, las calles
quedaban, cuando no había luna, en completa obscuridad; pues, o
bien los microscópicos cabos de vela que se ponían en los faroles
se habían consumido, o bien los vecinos habían guardado sus faroles
y cerrado su puerta de calle.
"La Plaza de la Victoria", llamada entonces de Orrego, era una
continuación de la playa. En ella paraban las carretas que entonces
hacían viajes de Santiago (después relegadas al estero de Las
Delicias) . Gran parte de los edificios eran techados con totora, y
en ellos se albergaban algunas chinganas. Allí se improvisaba algo
parecido a teatro, en que funciona- ban las compañías
cómicas.
"En cuanto a edificios, sólo en el puerto había algunas casas de
alto, todas de balcón corrido, y muy contadas las de esa
construcción en El Almendral."
En este medio hostil por escasez de recursos y muchas veces por
falta de ellos, es donde la voluntad férrea y el alma ilusionada de
don 'Pedro Ales- sandri labora y actúa como verdadero pioneer. Ese
admirable cronista y novelador que es Joaquín Edwards Bello,
escribió alguna vez que la tragedia del pueblo chileno en su lucha
por la existencia, estribaba en su ausencia de fantasía. El
araucano cercenó la imaginación arábiga incorporada en la san- gre
andaluza de los primeros conquistadores. El chileindiano es
discursivo pero no creador . "Al pasar el trópico de Capricornio
—afirma Edwards Bello— el ruiseñor europeo se transformó en
papagallo". Nos hizo bien, pues, la inmigración de hombres
fantásticos, activos, que dieran a las ambi- ciones cardinales de
su ingenio un sentido colectivo de su