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Augusto Iglesias DE LA ACADEMIA CHI LEN A DE LA LENOUA CORRESPONDIE NTE DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA EN AMERICA TIEMPO, VIDA, ACCION t ED ITO R I AL A ND RES BELLO

Alessandri una etapa de la democracia en América

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Augus to Ig les ias DE LA ACADEMIA CHI LEN A DE LA LENOUA CORRESPONDIE NTE
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA
ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA
EN AMERICA

 
 
DON ARTURO ALESSANDRI Y EL AUTOR DEL PRESENTE ENSAYO
 
Augus to Ig les ias DE LA ACADEMIA CH ILE NA DE LA LENGUA CORR ESPON DIENTE
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Y DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE VENEZUELA
ALESSANDRI, UNA ETAPA DE LA DEMOCRACIA
EN AMERICA
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Y SU CURUL SENATORIAL HA HECHO
UNA SOLA TRIBUNA, HERMANANDO
CIUDADANA
 
A N T E C E D E N T E S
S O B R E L A P U B L I C A C I O N D E E S T A O B R A
Las páginas que componen este volumen, primera parte del Ensayo que con el título de: A L E S S A N D R I , nna etapa de la democracia en América, están destinadas a estudiar la figura y la actuación del ilustre político chileno, que por dos veces, en momentos inolvidables de nuestra historia —en lo que va corrido del siglo— gobernara los destinos de la República, tiene ciertos antecedentes que necesitamos dar a conocer.
Debemos manifestar antes de nada, que de jóvenes —¡en plena juventud veinteañeral— en aquel entonces novel escritor y aprendiz de tribuno en asambleas políticas de barrio, com- batimos con vehemencia al señor Alessandri. De, tal modo fueron vigorosos en su banal in- significancia los ataques aquellos, que un conspicuo ensayista dedicado al análisis de nues- tra idiosincrasia nacional, don Alberto Cabero, recuerda, para hacerle un alcance critico, el dicterio de una de esas inflamadas gacetillas escritas por nosotros en los días anteriores al golpe revolucionario del 5 de septiembre de 1924. "Ingeniosamente —dice el señor Cabero, sin nombrarnos— un literato apodó al señor Alessandri el gran liquidador, olvidando la res- ponsabilidad que en estos resultados cupo a las dictaduras parlamentarias y militar, y que aun los más grandes personajes de la historia que ilusivamente han creído gobernar los sucesos y los pueblos, han estado casi siempre a merced de las ciegas vicisitudes de la vida."1
Pues bien, después del 5 de septiembre del año que acabamos de señalar, comenzamos a ver más claro en la significación revolucionaria del señor Alessandri; comprendimos que Cabero, ese auscultador cordial del ritmo de nuestra historia y, a veces, hasta penetrante psicólogo, tenía razón. El no fue nunca amigo devoto del señor Alessandri, ni en sus años de plenitud ni después, cuando en los dorados atardeceres de su otoño, tras de haber sido brillante diputado por Antofagasta, ocupó la curul senatorial de esa provincia, que era su patria chica, obligado insistentemente a aceptarla por la gente del Desierto. Pero sabía bien, el señor Cabero, el error que significaba cargar las responsabilidades de una suma de dislates consuetudinarios a un solo hombre, por el hecho que ese ciudadano ocupara el timón del Estado.
El señor Alessandri había sido, claro está, el conductor que violentara la máquina para cruzar el débil y bamboleante viaducto extendido entre los acantilados de la época que hizo crisis en la primera Gran Guerra y las orillas del nuevo mundo en ciernes, representado en Ginebra por la Socidad de las Naciones. La flamante corporación —hija del cristiano idea- lismo del Presidente Wilson— pugnaba, en aquel entonces, por alumbrar con claridad de luz mesiánica la marcha rumorosa de protesta, que un haz de pueblos europeos inicia- ba en los dominios de la industria y las faenas campesinas. Sin una luz de esperanza, esos pueblos, coléricamente asqueados de los sistemas económicos que los habían sumergido en la reciente tragedia, caminarían, de seguro, a la rebelión o al caos.
Don Arturo era un hombre de esos tiempos nuevos. Resultaba lógico, entonces, que sobre él cayese tanto el odio de los sorprendidos, como el contragolpe de los amenazados por la cólera de la tempestad bajo cuya tormenta él caminaba. Pero el ex Presidente no podía ser — ¡aun insinuarlo resulta absurdo!— humanamente culpable del ritmo de la Historia. El só- lo marchaba a la cabeza; porque el destino elige siempre, a fin de colocarlo en este lugar, al hombre representativo con más fuerza y aptitudes para resistir el choque. Tiene que ser así, porque los enclenques caen al primer embate y los cobardes, apenas suena el primer dis- paro, huyen de esos puestos de responsabilidad, o los rehuyen, que da lo mismo. Si Ales- sandri pudo tener culpa, para ciertos demagogos, una culpa notoria y eficaz en los resultados,
BABERO, ALBERTO. Chile y los chilenos. Santiago, Nascimento, 1926.
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de la revolución del 24, fue la que le impuso su espíritu de conciliación, pues a causa de él, de ese mandato interno, no quiso ser el justificativo del atropello o el dictador tiránico, que las circunstancias le exigían que fuera, casi de manera apremiante. Y no lo fue porque era un demócrata. Un demócrata de verdad. Un estadista de raigambre filosófica y jurídica embebidas en las doctrinas del convivir social que infunden los sistemas democráticos.

Para ello, para narrar esa etapa de la Democracia en América, con la documentación del caso y la compulsa del rigor, nos acercamos al señor Alessandri. Desde el tiempo de su vuelta a Chile, en 1925 (para terminar su período constitucional de Presidente de la República), él nos había demostrado —a pesar de nuestra anterior actitud— particular simpatía y afec- to, gracias, tal vez, en mucha parte, a nuestra común e inolvidable amiga, la escritora Inés Echeverría de Larraín (IRIS) .
Su hijo Fernando nos sirvió, en este caso, de abogado, a fin de que don Arturo aceptara la ¡dea de una publicación semejante.
Al principio el señor Alessandri se negó a ese proyecto. Nos dijo, entre otras cosas, que ya tenía bastantes enemigos para que aún deseara echarse encima otros más. "Sabe Ud., Au- gusto, nos expresó, que en nuestro país, hasta que uno no se muera, nadie soporta el triun- fo, el éxito o el aplauso rendidos al prójimo. Nunca yo recibí mayores manifestaciones de aprecio que cuando estuve enfermo. Pero apenas me veían con salud y vida y con señales de que me funcionaba la cabeza, para que me desearan la muerte en coro." Nos reíamos del buen humor del Presidente, y no insistimos de inmediato. Pero cada vez que se nos pre- sentaba la oportunidad de hablar con él insistimos en lo mismo. Hasta que una tarde, des- pués de nuestro acostumbrado paseo por la Alameda de las Delicias, comenzamos a engolfar- nos en ese trabajo...
Poseía don Arturo una infinidad de documentos, referidos todos ellos, por cierto, al des- arrollo de su ejemplar y tormentosa vida política. Pero esa montaña de papeles, puesta en archivadores y carpetas con un orden aparente, no guardaba en ningún caso la debida cla- sificación sistemática, mucho menos, la exactitud no sólo necesaria, sino imprescindible a un trabajo de envergadura del que íbamos a realizar. Por esa causa, además de los servicios de su leal y devoto secretario don Vital Guzmán, contrató al dactilógrafo don Carlos Ruiz Zegers, para que nos ayudara en esta labor conjunta de espigar lo útil y probatorio en esa baraúnda de papeles diversos.
Poco tiempo después del fallecimiento del señor Alessandri, que era miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, nuestro Instituto organizó una velada fúnebre en ho- menaje a su memoria. Tuvimos el honor de que nuestros colegas de la Academia nos en- cargaran el discurso de fondo que se debía pronunciar en esa ceremonia fijada para el 10 de noviembre de 1950, y que cumplimos en esa oportunidad. Al hablar de nuestras relacio- nes con el gran tribuno, referimos, entonces, la manera que empleábamos para trabajar du- rante los años en que él comenzó a organizar los papeles de su Archivo con vistás a la redac- ción de sus Memorias y al suministro de los elementos documentales que necesitábamos para escribir su biografía; propósito que hoy cumplimos en una de sus partes. De ese discurso, publicado en el Boletín de la Academia, se hizo una separata extraordinariamente reducida, por eso vamos a repetir aquí lo que dijimos en aquel momento:
"Como nuestras conversaciones con el señor Alessandri, durante el tiempo que trabajé a su lado ordenando su biografía, interrumpíanse de continuo por sus múltiples ocupacio- nes diarias, don Arturo me propuso que yo fuera haciendo cuestionarios que él me contes- taría lo más pronto posible, aprovechándose de las pocas horas que sus quehaceres políticos le dejaran libres. Así lo hice y así, también, me cumplió él. Para ese trabajo, tomó, además de las personas de su Secretaria, al dactilógrafo ya nombrado, señor Carlos Ruiz Zegers, a quien don Arturo dictó las respuestas por mí solicitadas, en forma de recuerdos llenos de rica y variada información; los más, al tenor de las preguntas que yo le hiciera, pero algu-
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nos otros tocando nuevos puntos que él creía pertinentes a la materia referida. Muerto el señor Ruiz, que fue herido por una cruel enfermedad, este trabajo se paralizó por un tiempo, hasta que vino a continuarlo más tarde el señor Olaf Echáiz, el cual de secretario acompañaría al ilustre patricio hasta el término de su existencia.
"En esta labor, don Arturo, con su dinamismo de costumbre, se entusiasmó poco a poco, y valiéndose de sus numerosos cuadernos de apuntes y compulsas varias, referentes a su ac- tuación, salióse, ahora sí, de los límites mismos de mi cuestionario, dedicándose por su cuenta a una verdadera revisión de su labor política y administrativa durante los once años en que le cupo el honor de regir los destinos de la patria, en dos períodos constitucionales distantes.
"El libro "La Revolución de 1891" es un anticipo de esos trabajos particularísimos del se- ñor Alessandri, como quien dice el prólogo de sus Memorias; relato ameno, anecdótico que, además de leerse con extraordinaria facilidad, lleva en sus períodos esa elocuencia cálida que el señor Alessandri empleaba en sus mejores instantes de orador.
"A más del trabajo recién mencionado, saldrá próximamente, porque ya está en prensa, la exposición en que el señor Alessandri da cuenta de su gestión, como Presidente de la Re- pública, en su ofensiva diplomática sobre la Cancillería de Lima y que dio por resultado el Protocolo de Washington, antecedente principal del arreglo amistoso con la República del Perú, que llevaría a cabo el Canciller don Conrado Ríos Gallardo durante la Presidencia de don Carlos Ibáñez del Campo."*
Lo dicho explica por qué varios conceptos textuales que salen en este volumen coinci- dan, casi a la letra, con los que ya han visto —post mortem— la luz pública con la firma del señor Alessandri; pues tales ideas pertenecen a los originales de que nos servimos durante el proceso de elaboración de este libro, y que el propio señor Alessandri autorizó para nuestro bagaje informativo en una declaración pública hecha en la revista NUEVO ZIG-ZAC, donde aparecieron, no hace muchos años, varios de los capítulos que integran esta primera parte de nuestro trabajo. Completos ahora, y correlacionados, los entregamos al juicio contemporá- neo con la seguridad íntima de que también han de servir, más adelante, cuando las pasiones y la atmósfera actual de muchos intereses en pugna, hayan desaparecido, y se juzgue la vida de este grande hombre con las serenas perspectivas que da la Historia cuando ésta entra en las "líneas largas" del Tiempo, que son las que le dan valencia señera.
Habríamos querido terminar aquí estos antecedentes para la lectura de "Alessandri, una
etapa de la democracia en América", pero no podríamos hacerlo sin que se rebelara, tachán- donos de inoperantes, no sólo nuestra conciencia de escritores, sino, también, nuestra calidad de testigos presenciales de la vida política y familiar del estadista cuya sombra deambula en estas páginas. Nos referimos al libro que en calidad de voluminoso panfleto, publicara, por su cuenta y riesgo, en una editorial mexicana, el ex Archivero de la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos de la República de Chile, don Ricardo Donoso Novoa.
Hombre de estudio, nuestra vida entera la dedicamos al servicio de las letras y a nuestro propio cultivo de escritor. Desde niños tomamos muy en serio esa noble pasión por las ac- tividades del espíritu que en la América hispana, si bien puede dar algo parecido a las dig- nidades episcopales in partibus infidelium, no da, por costumbre, frutos de comodidad. El ejercicio de las letras no es arboleda que prodigue sombra, ni techo que preste abrigo. El escritor, en nuestra América, puede, a veces, ser un lujo de la naturaleza, pero nunca o casi nunca un potentado.
Por eso, nos anticipamos a decir que es con dolor, con pena íntima, que testificamos en algunas de estas páginas, la caída moral de un hombre que ha hecho trabajos compilatorios de importancia para la historiografía patria y algunas biografías de interés de personajes de la Colonia y la Independencia. ¿Por qué, entonces, su caída en la literatura panfletaria? ¡Error grande coronar con el insulto, la mistificación, la diatriba, los atardeceres de una vida de escritor! Porque nunca debería ser ponzoñosa la tinta que embebe la vida de los intelec-
* Este volumen de las Memorias del señor Alessandri ya salió a luz con el sello de la Editor ial Uni - versitaria, S. A., Santiago de Chile.
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Los que lean este volumen pronto se darán cuenta que ni el odio ni la venganza animan ninguna de sus páginas. Cuando el tono sube un poco en las vibraciones de las palabras seve- ras, sin dificultad posible podrá verse que es el espíritu de justicia y no el veneno el que palpita en esas letras. Esa ecuación de sentimientos que determinan su tranquilo juicio, se debe a que una parte considerable de la crítica personal de este volumen la escribimos en el extranjero: en México o en Estados Unidos de Norteamérica.
Listos de nuevo para ausentarnos de nuestro querido país, estamos seguros que juntos con alejarnos de las pasiones de nuestro ambiente partidista, pero acercándonos, al mismo tiempo, en el espíritu, más y más a los intereses permanentes de nuestro vivir democrático —ideal colectivo de la inmensa mayoría de todos los chilenos—, podremos escribir y reflexio- nar con la vehemencia del patriotismo exacerbado por la ausencia de nuestros lares, pero dominados, al mismo tiempo, por la serenidad de quienes, por referirse a hijos de una sola familia nacional, no pueden aceptar otros distingos posibles que los que separan a los hombres frente a la ley.
De este modo, seguiremos considerando los fenómenos político-sociales como hechos in- concusos del acaecer histórico, y a los caudillos como los hombres del destino que los en- frenta. Nunca como pleito de minúsculo vecindario, en que el juicio es la diatriba, y la voz de orden, la de los intereses de círculo.
Desde los más remotos tiempos, el habla humana ha buscado símiles para representarse la vida de las figuras máximas de la política.
Siempre nos agradó el que los sitúa con el carácter de nautas, de pilotos, que llevan en sus manos el timón de la nave.
*
Y para cerrar estas líneas, damos efusivos agradecimientos a los amigos que nos han ayuda- do en esta tarea de biografiar la vida del señor Alessandri y glosar los hechos determinantes de su gestión política de estadista. Parlamentarios, hombres de armas, investigadores o estudiosos de la Sociología Chilena, algunos de ellos, con prudentes advertencias nos indica- ron caminos importantes o circunstanciales, que luego nos servirían para adentrarnos, con mayor fuerza, en la realidad chilena de los últimos cincuenta años de la historia patria. En otro sentido, estos agradecimientos se hacen particularmente extremos, para nombrar a la señorita Elvira Zolezzi Carniglia, sin cuya cooperación, diligencia e infatigable buena voluntad, esta obra no habría podido publicarse ni ahora ni nunca; y a la señora María Silva Portales, mi ex secretaria particular, por su dedicación para tomar a su cargo la versión de los originales; trabajo fatigoso y no siempre fácil.
A todos ellos, mis reiteradas gracias.
A. I.
 
P R I M E R A P A R T Í
L I B R O
E L A N C E S T R O
"Decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad ."
'"'Aquí abajo, desde el dia del nacimiento, cada uno tiene señalado su destino."'
D O N Q U I J O T E , I , C a p . 4 0 . PETRARCA, Rimas, cclxix.
 La Raíz
Don Giovanni Alessandri, florentino de legítima cepa, pertenece a esa gene- ración de jóvenes que, luego de la invasión de Italia por las huestes de Bona- parte, reciben alborozados al que ellos suponen el libertador de la patria; y el Corso de acero no lo olvida. En 1796, hace, pues, un gesto elocuente a Fer- nando III, minúsculo satélite suyo que lleva con pompa de pavo real el títu- lo del Gran Duque de la Toscana, y éste —necesario alfil del ajedrez eu- ropeo— honra a don Giovanni con el nombramiento de Vicepresidente de la Academia de Bellas Artes, empleo que, a pesar de la conmoción produci- da por el ejército francés en la política de la Península, Alessandri conserva sin obstáculo*.
El hermano mayor de don Giovanni es don Francisco Domingo María Alessandri, unido en matrimonio con doña María Teresa Gertrudis Tarzi 1. Es una pareja de honorables aunque modestos florentinos, lejos, por cierto de la situación alcanzada por don Giovanni, pero que desde hace años la- bran la tierra con no despreciable beneficio; y como la familia no es numero- sa, el buen pasar y la educación no fal tan a ning uno de sus miembros . Un o de los hi jos de don Francisco —Pietro— es el regalón de don Giovanni , quien siente por el niño afecto tiernísimo, lleno de delicadezas que brotan de su espíritu por milagro de las afinidades electivas, pues, al igual que su tío, Pietro tiene aficiones artísticas inclinadas con preferencia a los trabajos escultóricos. Los otros hermanos de Pietro —Margarita y (Vicente— mayores que él, viven domiciliados en Liorna donde han formado hogar.
Es tradición de la familia Alessandri, que don Giovartni defendió al mu- chacho en su pubertad de la obstinación de don Francisco para obligar a su hijo a seguir la carrera sacerdotal. ¡Instante anecdótico que cambia el curso de una vida y cuyas misteriosas resonancias en el futuro tienen un eco que irá a golpear un siglo más tarde, en una de las páginas más tormentosas de la política iberoamericana!
"Don Francisco Do mi ng o María Ales- dis Tarzi, en el Duom o de Pisa, el 8 de sandri casó con doña María Teresa Gertru- septiembre de 1778.
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 Ensueño y realidad 
Desde aquel día el joven Pietro Alessandri Tarzi pasa envuelto en continuas discusiones, ya con su padre, ya con los otros miembros de la familia que de- sean verlo ingresar a un instituto clerical. Don Francisco, el padre, no quiere transigir y sostiene enérgicamente sus puntos de vista; en cambio, la bonda- dosa María Teresa Tarzi, aunque en secreto, ruega porque se cumplan las aspiraciones de su hijo.
'Para fortalecer su ánimo y dar horas de tregua a sus miembros, Pietro con- curre al taller de algunos escultores, donde estudia con detención dibujo y modelado. A veces también, va en busca de don Giovanni a pedirle a Maese Alessandri consejo y enseñanza. Más de una vez tío y sobrino se dan a la amable tarea de recorrer los Museos de la ciudad y en esas peregrinaciones de arte, el carácter del muchacho adquiere nuevos bríos y se adentra más en su espíritu el propósito de ser fiel a su vocación.
Reconstruyamos sobre las cenizas de los recuerdos familiares lo que la le- yenda no dice y la fantasía imagina. Levantemos un poco el velo con que el tiempo cubre los grandes dramas mínimos que ocurren en el fondo de las vidas modestas y que fueron, sin embargo, piedras angulares de esas arqui- tecturas con que el destino sorprende de tiempo en tiempo, la orgullosa aunque lamentable lógica de los hombres.
La escena ha debido ocurrir en casa de Maese Alessandri. Pietro, el sobri- no, entraría acompañado de su madre al hogar del Vicepresidente de la Academia. . .
Don Giovanni es un hombre de unos 44 años en esta fecha de 1809. Tiene ojos chicos y vivaces, pelo claro, chuletas pobladas, bigote corto. Entre los labios sensuales, mordiéndolo entre los dientes, juega con un puro delgado con cañita central, de los que se conocen en el comercio con el nombre de "toscanos". Al andar, como es cargado de hombros y muy delgado de piernas, balancea ligeramente el cuerpo.
Ahora se dirige al muchacho, que a primera vista acusa unos 15 abriles: —¿Sabes a lo que has venido? —lo interroga. —(Para que me aconseje XJd., —contesta Pietro. —Tus padres se quejan de tí —continúa Maese Giovanni—; dicen que eres
inquieto, muy atrevido y poco dado al estudio. . . No lo creo, porque de ser eso verdad yo no podría ser tu amigo. No tengo tiempo para verte con más frecuencia por mis muchos viajes y quehaceres, pero me interesa tu porve- nir. . . Querría ayudarte, hacer algo por tí. . . Antes, sin embargo, deseo sa- ber que piensas, que te agrada, y en caso de ambicionar un título, cual pro- fesión te gustaría seguir.
Hace una pausa, dándole oportunidad al muchacho para que responda; mas Pietro permanece en silencio.
—Habla —insiste don Giovanni. En voz baja, pero sin timidez, se explaya entonces el niño: — Mi padre, influenciado por un amigo sacerdote, ha convencido a mi ma-
má y hermanos de que yo debo ser clérigo. . . Mamá considera esto lo más natural, a pesar de que yo no he hecho nada para inducirla a creer que ese sería mi propósito. . . Yo no tengo ninguna vocación, ni siquiera interés pa- ra estudiar en un Seminario. Nunca podría ser clérico. . . ¡nunca!
—Porque estás inclinado al mal camino —interrumpe la madre. ¡Ya ni siquiera hablas y opinas de acuerdo con tu edad, sino como un mundano!
Maese Alessandri haría un gesto con la diestra para imponer un "alto" en la discusión que amenaza trabarse. Sus palabras se imponen:
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—No discutamos. Antes que nada —insiste— quiero saber cuales son los de- seos de Pietro.
Protegido por primera vez en sus opiniones, los ojos del muchacho se ilu- minan de esperanza:
—Quisiera ser escultor —afirma ilusionado. —¿Escultor? —Sí; es la única profesión que me interesa y atrae. Maese Alessandri cruza las manos en la espalda y principia a caminar con
la cabeza gacha por el espacio libre de su amplia biblioteca. Debe ser una sala llena de luz, rodeada por anaqueles, repleto de tesoros
bibliográficos, en cuyos tableros superiores lucen pequeñas estatuas, repro- ducciones de grabados en acero y alguno que otro "bibelot" de refinado buen gusto. En un ángulo de la sala, sobre una columna de maderas nobles, imagi- no una copia en mármol de La Venus saliendo del baño, que ilumina con su gracia pagana la frialdad erudita del conjunto.
Frente a la Venus, Maese Alessandri se detendría un instante en muda con- templación, para después volverse hacia su cuñada, y expresarle su manera pensar:
—El amor a la vida, a las bellas formas, es también una fuerza grande y respetable que no ofende a los que sinceramente prefieren el amor a Dios. Yo creo, hermana, que si Pietro quiere ser escultor deben Uds. dejarle que cultive sus aficiones.
Y, dirigiéndose al niño: —Si es esa tu vocación, amigo, trataré de protegerte, como lo deseo, a la me-
dida de mis posibilidades. . . Con ímpetu cordial, irresistible, el muchadho se pone de pie y se abalanza
hacia él, tomándole las manos con fervor: —¡Gracias, gracias, tío Giovanni! El destino ha comenzado a caminar en el rumbo de sus designios. La ma-
dre, con la cara rígida, aunque moviendo nerviosamente las manos sobre sus rodillas juntas, debe pensar que el Diablo acaba de hacer una conquista más,

 A rodar tierras
En la segunda mitad del siglo xvm Florencia es una de las cuidades más po- pulosas de Italia. El interés por conocer la hermosa capital de la Toscana se extiende no sólo a los demás pueblos itálicos, sino también al orbe civilizado. Las glorias del Renacimiento, que de manera tan ufana tienen su cuna a ori lias del Arno, atraen con irresistible embrujo a los amadores del espíritu an- tiguo, mientras el prestigio de la ciudad extiéndese de boca en boca con el sobrenombre eufórico de "La Bella".
Dentro de Italia, Florencia es, asimismo, en esta época, el más afortunado de los reinos peninsulares, si este juicio tuviera que traducir el encanto de su vida ciudadana. Junto a las voluptuosidades a que se entregan su aristocra- cia refinada, la alegría de vivir pone en el boato de los nobles un brillo de so- les de decadencia; y en el regocijo astroso de las multitudes un fulgor báqui- co de carnaval.
Los otros pueblos, con envidia, denominan a Florencia "il felicissimo sta- to" y de este celo no se escapa ni Roma; porque, si es verdad que en los días
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de su mayor grandeza Italia fue Roma, no es menos cierto que en la Edad Media, y ahora, en la Edad Moderna, el centro intelectual y artístico de la Península es Florencia.
'Para los ojos ávidos de Pietro, para su curiosidad "in crescendo", Florencia no tiene secreto, y aún los más escondidos rincones de "La Bella" le han re- velado al joven artista el sortilegio que, antaño, hiciera de Florencia la cuna del Renacimiento europeo.
El continuo espectáculo de estos tesoros del genio italiano junto a la peren- ne evocación de arte que ofrece a las almas ilusionadas el paisaje y la atmós- fera de la Toscana, clavan en el joven Pietro Alessandri su garra firme. Tar- des enteras se acomoda cerca de las orillas del Arno, con la vista en la corrien- te fugitiva, que a medida que el estío se acerca, disminuye su caudal. A los lejos, en el claro azul, el Monte Morello recorta su cúpula irregular domi- nando la campiña que otrora viera el desfile de los más altos espíritus con que se haya prestigiado la superior calidad de la raza latina. Por esos campos y por esos contornos de la Cordillera Apenina cruza, en una época la pompa^ semioriental de Lorenzo, el Magnifico; y otros días en el tiempo, por esos ale- daños, junto a esas riberas de aguas rápidas, Dante Alighieri pasea las pe- sadumbres de su alma solitaria; Petrarca, las ternuras infinitas de su corazón; Da Vinci, sus ensueños delicados; Miguel Angel, sus fiebres de cíclope...
Pietro, sintiendo sobre su destino el peso de aquellas glorias máximas, pásmase ante la altura gigantesca de tales cimas, y comprende que, a pesar del anhelo profundo que lo impulsa a seguir en pos de esas huellas indele- bles que ahora Florencia desenvuelve ante sus ansias de soñador, siente que sus fuerzas no alcanzarán nunca a poner en su espíritu el brío necesario que exige el vuelo de las aguilas.
En esta pugna entre la fantasía y la realidad, el joven se debate por más de un lustro.
Mientras tanto ha recorrido los principales países de Europa. Les son fami- liares Francia, Bélgica, Austria, España.
Vuelve a la Toscana veintiañero, pero es para abandonarla en seguida de- finitivamente. Ahora quiere correr la aventura grande, atravesar los océanos, trasmontar las enormes cordilleras de que hablan los libros de viajes. En Ña- póles toma un velero para América, rumbo a ¿Buenos Aires.
¿Vas a instalarte en la Argentina? le preguntan sus amigos. Por el momento sí, responde Pietro, pero mi intención es ir un poco más
lejos: a Chile ... Los menudos florentinos moverían la cabeza con lamentab le expresión:
"He aquí un hombre —debieron decirse para su adentros— que ha descubier- to una nueva denominación en la Geografía para señalar el fin del mu nd o" . . .
—¿Y por qué Chile? —Porque de todos los países de la tierra, me han dicho que es el que tiene
más parecido con el dulce clima de mi tierra italiana...
 Arraigo en América •
El día 26 de Abri l de 1821 arr iba a Santiago, después de haber tramon tado la Cordi lle ra de los Andes, don Piet ro Alessandri Tarzi. Llega asistido de un marinero genovés2 de nombre "Giuseppe" que le pide ayuda en Buenos Aires, y el cual, como criado, acompaña a don Pietro hasta el último día de su existencia.
aVer en las Notas de este Libro I la letra p).
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Ricardo 'Donoso en la crónica panfletaria editada en México en 1952 con el tít ulo de "Alessandri, agitador y demoledor" altera (con una falt a de ética profesional increíble e inaceptable en un historiador que era al mismo tiem- po funcionario con guarda de documentos públicos y obligación de autenti- ficar con su fi rma las copias qu e en el Archivo Nacional se otorgan) altera, repito al transcribir la lista de los "entrantes y salientes" habidos en la 'Re- pública entre el 15 de Abril y el 30 de dicho mes inclusive, de 1821, las refe- rencias que sobre el señor Alessandri Tarzi se dan, ese mismo día en otro do- cumentos de Gobierno, de clara, precisa y detallada veracidad.
En la lista que Donoso incluye, en copia facsímil, entre las páginas 12 y 13 del citado pan fle to, aparece en un a "llave" (que ni siquiera alcanza a tomar el nombre de don Pietro Alessandri Tarzi, como se puede observar a la sim- ple vista) un a referencia que comprende los nombres de Félix Tiola, Juan
 Balento y Pedro Román, con esta indicación escueta: "Italianos, Artis tas o Titiriteros".
De esta referencia, fechada el 26 de abril de 1821, Ricardo Donoso saca para su resentimiento en actividad, una alegría que no oculta. Primero, da como un hecho cierto que en los días de la administración de don Bernardo O'Higgins, llega al país don Pietro Alessandri, "joven de más de veinte años de edad, incorporado en calidad de comparsa en una partida de artista de circo o tit iri teros" (página 11); y en seguida, orgulloso de su prop io extra- ordinario hallazgo, agrega: "Un precioso documento que se ha conservado en nuestros archivos nos permite determinar la fecha y la condición en que el volatinero Alessandri pisó el terri torio nac ional" (pág. 11).
Pues bien, el "precioso documento" a que se refiere Donoso y que con ma- licia demoledora quiere hacer actuar, sin conseguirlo, en contra de un hom- bre meritísimo, como era el señor Alessandri Tarzi, ES ABSOLUTAMENTE FALSO
desde el punto de vista en que Donoso quiere hacerlo efectivo. •Lo vamos a demostrar. Desde luego, la indicación de "titiritero" que trae la hoja de "entrantes y
salientes" no puede adjudicársele a don Pietro Alessandri por la sencilla ra- zón de que en esos días, entre el 15 y el 30 de abril de 1821,3 según aparece en la anotación que ahora comentamos, inscribióse otra que anularía la citada por Donoso, si implícitamente no sirviera para aclararla, como en realidad lo hace. En efecto, en la página correspondiente a la individualización de cada un o de los pasajeros llegado al país (en el mismo volumen en que ahora se encuentra, en el Archivo Nacional, el docu mento de marras) aparece la siguiente referencia:
"PEDRO ALESSANDRI, PROCEDENTE DE BUENOS AIRES; PATRIA, ITALIA; EDAD, 27
AÑOS; SOLTERO, ESCULTOR, ESTATURA MAS QUE REGULAR; COLOR BLANCO,' OJOS
PARDOS; NARIZ AFILADA; BOCA PEQUEÑA; FRENTUDO; CAIRA ANCHA, PICADO DE
VIRUELA; CABELLOS, BARBA Y CEJAS CASTAÑOS."
Ahora bien, ¿Qué ha hecho Donoso para invalidar esta anotación destruc- tora, desde el ángulo en que él se ha colocado?
Ha 'hecho algo que dolerá por siempre a lo que de él se diga como histo- riador: falsificó el documento de marras alterando la fecha realmente apare- cida en esa hoja. Y así pudo transcribir mentirosamente, en la página 12 de
aLa lista que trae en facsímil el libro de Donoso es un conjunto global del nombre de los pasajeros que entraron a Chile entre el 15 y el 30 de abril de 1821. En cambio, la
que, en seguida, transcribo yo y altera en la copia Ricardo Donoso, tiene indicado el día preciso en que Alessandri llegó a Chile, es- to es, el 26 de abril de 1821.
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de su panfleto, las líneas que siguen: "Es posible que el volatinero Alessan- dri viajara con su comparsa, por ese entonces, a Buenos Aires, pues DOS AÑOS MÁS TARDE encontramos una nueva referencia a su persona, esta vez
calificándosele de escultor, en la que se hace un retrato físico del aventu- rero."
Estos DOS AÑOS, los agrega Donoso con la simple cooperación de su odio en contra de don Arturo Alessandri Palma, pues el documento, insisto, lleva la misma fecha de la lista de pasajeros en que aparece la "llave" de nuestro co- mento; es decir, abril de 1821, entendiéndose que es entre el 26 y el 30 de abril, pues, textualmente, repetimos, dice así: "el 15 de abril hasta el 30 de
dicho inclusive. 1821." No cabe, pues, aún dentro del razonamiento más apasionado, sino aceptar
este dilema: o la llave del documento no comprende en su curva superior el nombre de don Pietro Alessandri, o, comprendiéndolo, se quiso anular ese error con la nota que acabamos de transcribir al pie de la letra y deja en cla- ro que el señor Alessandri era artista escultor.
He ch a la falsificación, Dono so utiliza ese doc ume nto pa ra hilv ana rlo más adelante trayendo a cuentas unos recuerdos del viajero francés Aragó, sobre su estada en Valparaíso durante un viaje realizado por éste a Sudamérica. En el Puerto chileno Aragó cultivó muy buena amistad con el señor Ales- sandri Tarzi y su familia. En las remembranzas antedichas el autor refiere que Alessandri se había iniciado en la vida de los negocios con una compañía de marionetas. Este hecho no es exacto, cronológicamente hablando; pero es cierto, en cuanto don Pietro, acometió esa aventura como empresario teatral, entre mudhas otras de diversa índole realizadas por este vigoroso pioneer florentino en nuestro país.
Vamos a aclarar el punto por ser de mucho interés anecdótico y muy distinto, además, del pretendido por Donoso en la adulteración que acabo de comprobar documentalmente".
Es tradición en la familia Alessandri que al arribo de don Pietro a la ciudad de Buenos Aires, hizo éste gestiones inmediatas a fin de trasladarse a Chile, contratado por el Gobierno de la República para fundar y dirigir en la capital una escuela de dibujo y modelado. De acuerdo con esa tradi- ción, el ¡Director Supremo don Bernardo O'Higgins aceptó gustoso la idea; pero, a causa de las graves incidencias políticas ocurridas en el país en los meses siguientes y que, a la postre tuvieron por efecto la abdicación de don Bernardo, la antedicha propuesta quedó encarpetada para siempre. . De ser esto efectivo, Pi et ro llega a Chile avanzando con un p ie en el vacío... Para solucionar los conflictos inevitables de la lucha por la vida, no le queda, pues, sino que dejar de lado su profesión de escultor y dedi- carse a cuanto negocio lícito encuentre en su camino.
Estamos en presencia de un hombre de acción con un credo magnífico de esfuerzo individual. Cree en sus posibilidades de organizador. Cree en la eficiencia del trabajo como actividad selectiva para imponer el triunfo de los mejores. Cree que el hombre debe amoldarse a las nuevas circuns- tancias que se le presenten, cuando ellas no van en desmedro de su digni- dad. Cree que la honradez de los procedimientos es un baluarte contra la perfidia ajena. Cree, por último, que nadie debe avergonzarse de las ca- racterísticas accidentales de un artesanado o de un ejercicio profesional, si él se realiza en una empresa fructífera y de acuerdo con los reclamos lí- citos de una sociedad.
En el juicio envenenado de algunos nietos de encomenderos, más or- gullosos de la crueldad mestizada de sus abuelos, que de sus condiciones
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sentes de ciudadanos, aquella fecunda actividad del itálico de- bíó parecerles a todas luces trop fort...
Asi pasan dos años. Aclimatado ya en el ambiente santiaguino, don P i e t r o , ahora don Pedro, estima que es el momento de establecer su vida sobre sólidas bases hogareñas. Hace algún tiempo frecuenta la casa de la familia Vargas dBaquedano. (Rufino, el jefe de ese hogar, es una persona de r e s p e t a b l e vivir, que goza de muchas consideraciones entre los pudientes. Unido en matrimonio a doña Tránsito Baquedano, alegra su otoño con aleunos vástagos entre los cuales destaca belleza y tono primaveral su hija Carmencita. El idilio de Pedro y Carmen es la consecuencia lógica de la confianza con que se ha recibido al forastero en esa casa chilena.
Es un noviazgo sin obstáculos. Don Rufino comprende con intuición de padre que aquel mocito venido de Italia tiene ante sí las probabilidades de un magnífico porvenir. Doña Tránsito también accede gustosa, suges- tionada por la amable apostura del candidato a yerno.
Pronto se formaliza el matrimonio, y una tarde, el 20 de noviembre de 1823, Carmen y Pedro se dirigen a la Parroquia del Sagrario, que luce en su Alta Mayor las galas de costumbre para esa ceremonia. Junto a los no- vios sirven de testigos don Antonio Fuentecilla y don Juan Tagle, mien- tras realza la solemnidad del acto la verba elocuente del Presbítero don Diego Pérez, quien recuerda a los nuevos cónyuges las obligaciones que impone la Iglesia y los deredhos y deberes que ambos deben respetar 0.
En el armonium de la capilla, el profesor mendocino don Fernando Guzmán ejecuta un trozo de -Hayn, que acompaña en violín su hijo Fran- cisco.
La atmósfera se hace tensa para el sentir de los contrayentes y familia- res. ¿No es acaso en esos minutos cuando el alma se mece de modo más tierno y seguro en brazos de la Ilusión? Optimista y entonado por la con- fianza que da un cuerpo sano y un carácter resuelto, en ese instante Pedro debió hundir el vuelo de su fantasía en las perspectivas del futuro, ansian- do para sí esa útil superación de los propios méritos con la cual todos hemos soñado un día, si no para nuestra propia vida individual, para la de nuestros descendientes.
El Presbítero acaba de poner la bendición sobre las manos enlazadas del itálico y de la linda criolla. ¡Bajo el signo que invoca el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, se une el eslabón prodigioso en que, por el vínculo del matrimonio, escriben para el futuro las misteriosas determinantes de las razas...
De esta unión, en el curso de algunos años, nacen doña Aurora, doña Elcira4 y don Pedro Alessandri Vargas.
Doña Aurora, andando el tiempo, casa con el Cónsul de España don Juan Lagarrigue, padres ambos de una familia de varones meritísimos, que han sido lustre y honra de la sociedad chilena.
Doña Elcira contrae matrimonio con don Carlos María de Mendeville, caballero nacido en la República Argentina, pero que se avecinda en Chile para siempre1. El señor Mendeville es hijo del caballero de este apellido que fue Cónsul de Francia en Buenos Aires, con destacada situación en los primeros años de esa República. Don Carlos es hombre de mucho in- genio y el repertorio de sus anécdotas aún corre en el círculo de las viejas familias de Santiago.
El único varón de la familia Alessandri-Vargas, es don Pedro. Pero no
4Doña Elcira fue la tía "regalona" de rante el tiem po que su familia permaneció don Arturo y su apoderada en Santiago du- en Curicó.
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"Pioneer" 
En su nuevo domicilio y raigambre, Alessandri, el soñador impenitente de las riberas del Arno, el muchacho que no quiso ser clérigo porque ama- ba demasiado la pagana floración de los mármoles esculpidos, es ahora don Pedro Alessandri Tarzi, hombre de empresas múltiples con el abdo- men en decidida progresión hacia la obesidad, aunque, como todos los varones de su familia, sostenido por piernas delgaduchas, casi flacas. Ha ido perdiendo el pelo, de ahí que la frente parece altada; en esa cima luce un copete de cabellos crespos, que él cuida con cierta coquetería donjua- nesca. Viste muy pulcramente ajustándose a la moda de la época, y sus cuellos son impecables, a diferencia de los que usan los criollos, que se ajan con facilidad y no siempre se distinguen por su limpieza...
Alrededor de esta época don 'Pedro explota, por primera vez en Chile, un establecimiento de Baños Públicos.
A pesar del afecto que la fami lia de su suegro siente po r él, don Pedro empieza a sentirse mal en la villa mapochina, y un día cualquiera del año 1825 se traslada a Valparaíso, donde no tarda en embarcarse en un nego- cio que da nuevos rumbos a sus actividades. .
¿Cuál? Antes de dar respuesta a la pregunta que acabamos de escribir, conviene dar una mirada retrospectiva a un cierto sector del ambiente chileno.
Don Domingo Arteaga es edecán de O'Higgins y tiene el grado de Te- niente Coronel, pero debido a la influencia de Camilo Henríquez —que debe considerarse como el precursor del arte teatral en Chile— se entrega a la empresa que, de acuerdo con las modestas circunstancias de la época, le rinde muy pronto los mejores resultados. Esta empresa es la que se da a la tarea de organizar el establecimiento del primer "Coliseo" santiaguino, el cual abre sus puertas en la calle de Las 'Ramadas5 a fines del año 1818.
El éxito obtenido por el edecán Arteaga induce a éste a extender su ne- gocio hasta el vecino puerto de Valparaíso, donde en 1823 inaugura una barraca con aires de teatro, la cual, cronológicamente debe considerarse la primera en la serie de las salas de espectáculos que cuenta la historia de este puerto. Esta barraca poseía "un escenario, lunetas e iluminación de sebo en candelejas de plata". En lo demás era sólo un armazón de madera en que el látigo suplía muchas veces a los pernos y el cáñamo a los torni- llos". Su situación, sin embargo era muy céntrica, pues estaba situada en el lugar que ahora ocupan los Tribunales de Justicia de Valparaíso, donde aparecía a medio levantarse, desde muy antiguo, el Convento de San Agustín, anexo al cual hallábase un galpón pajizo o bodega denominado "Longa" con fines muy ajenos a los del culto.
Es aquí en Valparaíso donde Arteaga introduce el espectáculo de las "marionetas" el cual hace las delicias del público de aquella época y po- pulariza a dos o tres personajes caricaturescos que perduran durante años
"Hoy calle de Esmeralda. El teatro de Arteaga debió abandonar antes de mucho su primera colocación para trasladarse a la calle Bandera esquina de Catedral. De ahí 
se cambia en 1820 a la barraca que había en frente del edificio que hoy ocupa "El Mercurio", en el sitio donde, en la actuali- dad, se extiende la Plaza Montt-Varas.
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con sus chistes y nombres extrambóticos, en el lenguaje familiar de los chilenos1.
En 1825 o a fines de 1824, don Domingo Arteaga propone este negocio a don Pedro Alessandri, el cual parece haberse interesado bastante en él, pues arrienda el teatro del edecán para explotarlo comercialmente.
Puede que el éxito no haya sido muy lisonjero, puede asimismo que e x i s t i e s e n algunas discrepancias entre arrendador y arrendatario porque al término del contrato, don Pedro cambia otra vez el giro de sus activida- des y se dedica ahora a organizar el comercio marítimo entre Valparaíso y el Callao. Dando cuenta de estas actividades "El Mercurio" del 15 de sep- tiembre de 1827 trae la siguiente información:
"Don Pedro Alessandri, conociendo la falta y la necesidad que hay de un Paquete de Val- paraíso al Callao y de aquél a éste, ha comprado la velera goleta Terrible con este objeto, bajo el plan siguiente: ..."
El año antes, don Pedro ya se había interesado en los trabajos de arma- dor y, en sociedad con don Jerónimo Costa compra a la firma Dubern, Rejo y Cía., como apoderados de don Juan de Dios Santa María, el ber- gantín denominado "Levante" en la cantidad de $ 6.000 "al contado en moneda normal y corriente" como lo atestigua la escritura pública de fe- cha 25 de enero del año que se indica, otorgada ante el escribano don José M. de los Alamos8. Meses después y con buena ganancia, este mismo bergantín fue vendido por sus propietarios los señores Alessandri y Acosta a don José Melián en la cantidad de $ 7.500".
Sin embargo, su entusiasmo por las empresas artísticas no decae; y así  podemos comprobar que en ese mismo año de 1827, ante una gestión que realizara don Domingo Arteaga para juntar capitales a fin de establecer un nuevo teatro en Santiago, don Pedro Alessandri es el primero en ad- quirir un número suficiente de acciones.
El hombre ha hecho dinero, está en camino de la riqueza y mueve los elementos que le ha entregado su buena fortuna en todas las posibles in- versiones que representen un beneficio directo para la colectividad. Su prestigio crece y su honradez le abre ampliamente las puertas del crédito. Por otra parte, puntilloso y digno, cuida con extrema cautela que nada enturbie la limpia ejecutoria de su vida comercial.
No le faltan, claro está, malos ratos. ¿Quién no los tiene? En 1845, ya cincuentón y habiendo sido demandado ante la justicia por
un "vivo" de aquella época, se queja amargamente de esa dificultad:
"Hace veinticinco años que resido en Chile —dice— consagrado a la profesión del comercio, que es sin duda una de las más sujetas a litigio por lo complicadas que son a veces sus transacciones, por la variedad infinita de circunstancias a que está sujeta, muy especialmen- te entre nosotros, por la notable deficiencia de nuestra legislación mercantil. Envanecido es- taba con el recuerdo de no haber sido nunca demandado ante un Tribunal en tan conside- rable número de años, cuando por la transacción de que menos debía esperarlo, me veo ejecutado y presentado al público como resistiendo pagar lo que debo cuando en manera alguna es así. La publicación de las audiencias del Consulado de este puerto, en que apare- ce que se me han presentado siete pagarés otorgados por mí en Francia y que se me ejecuta por ellos, habrá hecho formar variedad de juicios, como generalmente sucede en tales casos. Suplico, pues, al público y a mis amigos, que suspendan el suyo en este asunto hasta que, llegado el caso, se publique la historia de él, en la cual se verá que mi resistencia a pagarlos en su totalidad no es otra que la justa defensa de mis intereses, que se me han querido arre- batar por un fabricante de mala fe. Entre tanto creo conveniente decir que aquellos pagarés que son a favor del dicho fabricante, son los únicos que están por pagar de la multitud que otorgué en Francia, cuando fui a Europa últimamente, por lo que voy a publicar la lista de éstos por diez días consecutivos, para que llegue a noticias de todos y sirva de garantía de lo dicho, añadiendo que desafío a los tenedores de aquellos documentos, sus amigos o
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herederos a que digan que les he hecho el menor reclamo a rebaja. Esta religiosidad con que he pagado y la ninguna dificultad que ha habido en todas mis otras numerosas transac- ciones de aquella fecha, unidas al conocimiento que de mi probidad se tiene en este país, me hacen esperar que aún antes de que aparezcan la historia y juzgamiento de este negocio, se me hará la justicia de creer que otro de la mejor buena fe."'
Pero en realidad su carácter es tierno, espontáneo, lleno de afecto para todo el mundo. La situación que ha conquistado para él y su familia en el puerto, es de las más destacadas y respetables. Posee una valiosa pro- piedad en la calle de San Juan de Dios, "en el sitio mismo —anota Ro- berto Hernández— de la gran construcción actual de la Caja de Ahorros, calle Condell esquina de Hierbas Buenas. 'La casa limita cón la ribera del mar, por lo mismo que el mar llega con la espuma de sus olas hasta por donde corre ahora la calle de Salvador Donoso. Al fondo, el antiguo pro- pietario dejó una noria de la cual suelen surtirse los buques para llenar sus estanques de agua dulce". El vive en los altos y el piso bajo lo ocupa con los almacenes que proveen a los barcos de su empresa naviera. Su es- posa, Misia Carmen, impone en el seno del hogar las nobles virtudes de la antigua sociedad criolla, inspirada en rígidas tradiciones.
Aquellos días de la balbuciente República se desenvuelven en medio de una atmósfera agitada por las tendencias políticas en pugna. La caída de O'Higgins ha impuesto un ritmo de inquietud permanente en la estruc- tu ra del Estado, y es en los hogares donde debe librarse la gran batalla moral hecha de ejemplos, de severidad pedagógica, de fórmulas simples y claras, de amor patrio, de civismo.
Desgraciadamente, mientras el espíritu de las familias republicanas se templa en el ejercicio de las virtudes ancestrales, el país camina a la deri- va. Unitarios y federales disputan enardecidos el valor de sus respectivos puntos de vista. José Manuel Infante es el Jefe de los últimos, y su pro- grama representa para los viejos "pelucones" como la inminencia del caos.
Los liberales o "pipiolos"1 consideran que la Presidencia de Infante es un triunfo de ellos; pero los embates del federalismo que encarna el pa- triota pipiolo, lo único que consiguen es darle un nuevo aspecto al dife- réndum ideológico y ahondar de manera alarmante los surcos abiertos por los primeros desacuerdos de la administración criolla. Ahora hay z a n j a s . . .
El señorío terrateniente que desde las primeras asambleas de la Inde- pendencia viene trabajando por obtener cierta autonomía política, se en- galla ante la creencia de una pronta consecución de sus deseos; y hay que confesar que encuentra en la persona de Infante al necesario y magnífico paladín de la causa provinciana.
Bajo esta presión, el 31 de enero de 1826, simultáneamente al Decreto que establece una nueva división territorial de la ¡República, el Federalis- mo cía sus primeros vagidos como realidad po l ít ic a. . .
Buenos auspicios inflan la vela del régimen recién inaugurado. Freire, victorioso en su campaña contra los realistas de Chiloé reasume el mando en marzo del 26, en medio de la patriótica simpatía del pueblo; y a fin de garantizar tales preludios de confianza, no tarda en convocar a elecciones para un Congreso Constituyente. Esta Asamblea que inicia sus trabajos legislativos el 4 de julio de 1826, es de teñida filiación federal y pipióla.
Sin embargo, ni el Congreso ni la Constitución que éste iba a elaborar, podían considerarse como muy seguros; sobre todo, después de los conse-
 jos de Frei re en el mensaje de apertura, donde les insinúa a los cuerpos legislativos que "huyan del peligro en que frecuentemente han caído los legisladores americanos, imprimiendo en estos códigos políticos un carác-
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t e r de inmutabilidad que se opone a la adopción progresiva de las venta-  jas que el tiempo y la práct ica van señalando como necesarias".
¿Era el baile del Congreso y del país, aconsejado por su líder más des- tacado?
Tras su vademécum admonitorio, Freire, deseoso de que los legisladores lo libren "del grave peso de su autoridad" pide que le nombren sucesor. La ¡Cámara acepta y elige al General don Manuel Blanco Encalada, quien a s u m e con el carácter de Presidente de la República. iLos flamantes con- gresales, en medio de un halo de relativa popularidad, opinan y legislan sin mayores obstáculos. Diríase que las nuevas orientaciones políticas se imponen fácilmente; de ahí que no sorprende a nadie que el 11 de julio se apruebe un proyecto de ley en el cual se declara que, "la República de Chile se constituye por el sistema federal, cuya constitución se presentará a los pueblos para su aceptación".
Mas, a pesar del éxito teórico de los federales y de los esfuerzos gastados en obtener el fin de sus propósitos, no se avanza más allá del proyecto de refor- ma. Un escándalo público que sitúa bien lo que son estas informes democra- cias americanas al comienzo de la décimanona centuria, apresura, en cambio, el trámite de un reglamento provisorio de marcado carácter libe- ral. Haciéndose eco de los murmullos que, provocados por la irregulari- dad en el pago de la tropa, se vienen escudhando en los cuarteles del país —amén de las constantes asonadas y pruebas de la mayor indisciplina!—, el coronel Enrique Campino, en los últimos días de enero del 27, subleva Ja guarnición de Santiago y se dirige a clausurar el Congreso. 'Los diputados, que allí encontrábanse reunidos, se oponen con viva indignación a ese atropello; pero el Coronel acompañado de un piquete de fusileros con las armas bala en boca, los arroja de la sala mientras él mismo se introduce a caballo en el recinto de la Asamblea. Momentos más tarde se declara Dic tador . . .
Pelucones y pipiolos —unidos de inmediato ante el brutal peligro— se dirigen sin tardanza en busca de Freire, pidiéndole, suplicándole que acceda a poner las cosas en su lugar.
Resultado de lo antedicho, es una nueva crisis presidencial que se resuelve con la vuelta de Freire al ejercicio del mando supremo, y el nombramiento del General Francisco Antonio Pinto como Vicepresidente de la República. El 14 de febrero de ese año de 1827 se ordena que se publique, por ley, el Reglamento que determina las atribuciones, deberes y prohibiciones a que están sujetos los poderes públicos; indicándose en el artículo primero, que "las atribuciones del Poder Ejecutivo son provisorias ínterin se sanciona la Constitución".
Todas estas noticias llegan al puerto con el escándalo consiguiente. En la costa del Pacífico, ¡Valparaíso es la ciudad más importante. Es la bodega máxima de la producción de trigo de la zona, y recalamiento obligado de los veleros que cruzan el Estrecho de Magallanes rumbo al istmo de Panamá. Cerca de 4.000 extranjeros laboran en el anfiteatro del puerto, amasando en la lucha cotidiana, los frutos de un trabajo duro.
Estos hombres no pueden mirar con indiferencia los vaivenes y agonías del Estado, y son ellos los que, en las conversaciones diarias en el seno de su familia o en los círculos de los negocios respectivos, hablan de sus experien- cias pasadas, de los ejemplos de la Historia que en Europa prendieron sus jalones de fuego y dolor; de la necesidad urgente de que en Chile se normalicen las instituciones fundamentales para que sea próspero y fructí- fero el esfuerzo mancomunado de la gente de bien. Diríase que ellos tanto o más que la instintividad estadual del conglomerado étnico de mapuches y
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 Armador en regla
Fue en tiempos de don José Miguel Carrera, el genio prolífico de la Inde- pendencia de Chile, cuando llega a la ensenada del Valle del Paraíso, el primer barco mercante con bandera extranjera que arriba a la embrionaria nacionalidad. Hasta entonces no han visitado los puertos del Nuevo Extremo —fuera de los barcos que enarbolan las insignias del ¡Imperio español, únicos que tienen autorización para hacerlo—, nada más que piratas y corsarios.
Con la decisión de la Junta Nacional santiaguina, que declara la libertad de comercio en el mar territorial chileno, la ruta queda abierta a todos los veleros del mundo. Conocedora de esta franquicia, Inglaterra se adelanta en aceptarla, enviando a las aguas del Pacífico Sur, al bergantín "Galloway"  que llega a Valparaíso procedente de Nueva York, el 21 de noviembre de 1811.
'Las ventajas del nuevo sistema de libertad de los mares se dejan sentir en el acto. A bordo del "Galloway"  viene la primera imprenta que va a esta- blecerse en Chile. Consignada a nombre de don Mateo Arnaldo Hoevel —súbdito sueco avencidado en el país y a quien el Congreso Nacional, a pe- tición suya, concediera carta de ciudadanía—, se apresura éste a dar a cono- cer el arribo de la prensa a las nuevas autoridades, las que con fecha 27 del mismo mes le comunican que harán acelerar la conducción de ella a Santia- go. Siguiendo las aguas de la "Galloway"  arriba, tiempo más tarde, la fragata inglesa "Fly"  que trae "herramientas, artículos de loza y géneros de hilo, lana y algodón".
Por desgracia, esta libertad impuesta por Carrera dura bien poco; pues, luego del desastre patriota de Rancagua, con que se inicia triunfante la reconquista española, vuelven a regir las mismas disposiciones restrictivas del comercio marítimo que habían perdurado desde los días de la Conquista y por espacio de tres siglos. Sin embargo, en el lapso en que Carrera se man- tiene en el Gobierno alcanzan a llegar a Chile, desde los más lejanos puntos del globo, ocho barcos de diversas nacionalidades.
En 1818, vencedoras, nuevamente, las armas patriotas, la Independencia Nacional, ya para siempre recuperada, abre de nuevo los puertos de Chile a todas las banderas amigas. Y en ese mismo año que apuntamos, entran a Val- paraíso, dando realce y movimiento de ciudad principal a la que desde entonces sería la Perla del Pacífico, 523 barcos, de los cuales solamente 84 son de guerra.
Mientras tanto no existe aún la célula de una Marina Mercante propia. "No sé si pudiera llamarse Compañía Chilena —escribe el señor González
Lynch— la razón social que se formó en Chile en 1664, bajo pleno dominio español. Más propiamente: primera firma armadora en Chile.
En esa época, felizmente lejana, el comercio marítimo lo ejercían exclusi- vamente armadores del Perú que mantenían franca competencia con los llamados bodegueros de Valparaíso. El 29 de febrero de 1664, se formó una sociedad entre Gaspar Reyes y Pedro Cassao, ambos bodegueros de ese puer- to, para comprar una nave y dedicarla al tráfico entre Chile, Perú y Panamá.
A este convenio podría llamarse la primera sociedad armadora chilena, aun cuando fue establecido bajo la dominación española".*
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Hemos visto ya cómo en 1826 el señor Alessandri inicia con don Jerónimo Costa labores de armador. Un año más tarde compra la goleta "Terrible" 
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la cual ya nos hemos referido e inicia la primera línea mercante y de pasa-  jeros, entre Valparaí so y el Callao, de la Era republicana.
De acuerdo con el aviso que publica "El Mercurio" el 15 de septiembre de 1827, los camarotes de esta velera "serán numerados, para evitar dudas y disputas sobre el lugar que debe ocupar cada pasajero al tiempo de su em- barque". Además, en cada cámara, por separado, "se servirá a las horas de- signadas, el almuerzo y comida, que será siempre abundante, de víveres frescos y buenos, dando a cada pasajero en Ja cámara de popa, una botella de vino Burdeos o de Concepción (a elegir) cada día; y en la proa media botella. En la noche té y otras frioleras, para cuyo efecto habrá un cuadro en cada una de las cámaras, con el reglamento de comida de cada día de la semana".
Este paquete hace seis viajes redondos cada año; es decir, uno cada dos meses y el valor del pasaje de Valparaíso al Callao y viceversa, es de seis onzas oro para los camarotes de primera clase y de tres onzas para los de s e g u n d a , esto es, los de proa1.
La nueva línea tiene1 éxito, como lo prueba la circunstancia de que el 15 de marzo de 1828, don Pedro Alessandri Tarzi en compañía de don Joaquín Avilés, comerciante ecuatoriano radicado en su país de origen, establezcan una sociedad naviera para el transporte de mercaderías entre Valparaíso y Guayaquil, y puertos intermedios.
Pero el hombre más feliz con estos éxitos no es don Pedro, sino "Giusep- pe", su fiel criado genovés, que desde entonces hasta la hora de su muerte, no lo abandonará jamás.
Esta célula de la Marina Mercante de Chile continúa multiplicándose en los años posteriores, y ya en 1835, cuando don Diego Portales hace dictar la primera ley de cabotaje, la importancia de los negocios de armador de don Pedro Alessandri son de tan grande volumen para la época, que debe consi- derársele sin disputa "el precursor —como indica Roberto Hernández— de la línea de vapores inaugurada en 1840".7
El mismo don Diego Portales tuvo en 1829, negocios de importancia con el señor Alessandri, aunque en aquel entonces dudaba seriamente de su éxito. "La fragata "Resolución"  —escríbele don Diego a su amigo don Ra- món Errázuriz el 1<? de febrero de ese año— fue vendida felizmente a Ales- sandri, en $ 3.500 a cuatro y ocho meses plazo. Me ha confiado el destino que va a darle y ya le he predicho su total ruina".m
Treinta años más tarde de la fecha en que don Pedro Alessandri inaugura la línea maritima entre Valparaíso y Guayaquil —prolongación, aunque con distintas naves, de la que ya tenía hasta el Callao— la Marina Mercante de Chile cuenta con '260 barcos con un total de registro de 62.210 toneladas.8
"La goleta Terrible cambió más tarde su nombre por el de Paquete-Volador.
7No sólo el empuje sino la iniciativa particular desplegada por don Pedro Ales- sandri, hacen de él un ejemplo para los ex- tranjeros que vienen a radicarse en Chile. Como dato curioso, diremos que, entre las muchas iniciativas privadas del señor Ales- sandri, hay que sumarle la de haber sido el el primero en importar a Chile plantas de
 alcornoque. "¡Por eso es que ahora abun-
dan!", acostumbraba decir don Arturo, so- carronamente.
"Sin embargo, a excepción del historia- dor, don Roberto Hernández, nadie hasta ahora ha hecho justicia al empuje del señor Alessandri Tarzi, que en los albores de la independencia chilena dedicara dinero y entusiasmo para dotar a su patria de adop- ción de barcos propios que extendieran y propiciaran el comercio de Chile a lo largo de las dilatadas costas del Pacífico sudame- ricano.
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 El Coliseo
El Coliseo de don Domingo Arteaga dura más o menos 10 años. En 1834, el Ministro de Hacienda don Manuel Rengifo, a causa del desarrollo del comercio en la parte céntrica del Puerto, determina que los Almacenes de la Aduana se continúen en el sitio inmediato a ella, es decir, en los terre- nos de que ya hemos hablado anteriormente, pertenecientes a los Agustinos. Para esto, Rengifo consigue del Presidente Prieto que se dicte la expropia- ción correspondiente. El Decreto en referencia incluye el teatro edificado por Arteaga.
Antes de separarnos, en este relato, de la persona de don Domingo Artea- ga, recordemos como un homenaje a tan laborioso ciudadano que además de los servicios que prestara a Chile como Edecán del Director Supremo don Bernardo O'Higgins, entrega también a su patria una familia ejemplar de ilustres servidores públicos. Don Domingo fue el padre del General don Justo Arteaga Cuevas, que dio brillo a su carrera militar con importantes cometidos en la causa de la Independencia y en la organización militar de Chile en los días de la Guerra del Pacífico. Son importantes también sus actividades en la pacificación de la Araucanía y en la defensa nacional, cuando ocurre esa página bochornosa de la marina española que culmina con el bombardeo de Valparaíso en 1866.
Nietos de don Domingo e hijos de don Justo, son los hermanos Arteaga Alemparte que llevan, precisamente, uno el nombre de su progenitor, y el otro el del abuelo, y que hicieron célebres las siluetas de los políticos chile- nos que integraron la Asamblea Constituyente de 1870. Esos artículos de Domingo y Justo Arteaga Alemparte, recogidos en un volumen, prestigian hoy la lista de los clásicos chilenos del siglo XHX.
Cumplido este In Memoriam, volvamos al Decreto de Expropiación firma- do por Prieto y Rengifo en 1834. Desde aquel entonces la escena porteña pasa por un período que si no puede considerarse estrictamente, de absti- nencia y ayuno, no hay razones para creer que fue de holgura o bonanza.
Sólo ocho años más tarde, gracias a la iniciativa de don Pedro Alessandri y don Pablo del Río, Valparaíso se apresta para tener una moderna y bien instalada sala de espectáculos. En efecto, el 30 de diciembre de 1842, se deja estampada en el acta municipal de ese día, el siguiente trámite:
"Se leyó la propuesta de don Pedro Alessandri y don Pablo del Río para la construcción de un Teatro, y se acordó nombrar una comisión compuesta de los señores regidores don Ramón Toro y don Fernando A. de la Fuente, para que se vean con los empresarios y den cuenta del resultado de su con- ferencia".
Y en los primeros días de 1843 se pone en conocimiento de la sala el infor- me favorable sobre dicha propuesta, que se lee en el Acta del 13 de enero, en los términos siguientes:
"Constituida la sala en comisión para convenir con los señores don Pedro Alessandri y don Pablo del Río acerca de las bases bajo las cuales se propo- nen construir un teatro permanente en esta ciudad, se oyó una exposición del señor Alessandri demostrando las ventajas de su propuesta, presentada anteriormente, y habiéndose retirado, después de alguna discusión sobre los nuevos términos en que debía concebirse, la sala consideró de nuevo el asun- to y acordó: que previa la competente consulta y aprobación del Supremo Gobierno, debía accederse a la petición de Alessandri y de Del .Río"".
Para construir el nuevo Coliseo se elige un sitio frente a la Plaza de la
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V i c t o r i a . " E l mismo —escribe el historiador Roberto Hernández— que ocupó el moderno teatro de la Victoria construido por la Municipalidad y arrui- nado desde sus cimientos con la catástrofe del 16 de agosto de 1906"°
Los trabajos de edificación se inician en septiembre de 1843 y el 18 de iunio del año siguiente, los empresarios lo entregan en sus partes principales a una comisión de peritos. Se dio un plazo de dos años para la construcción; sin embargo, el empuje de Alessandri y de Del Río se adelanta al cumpli- miento del contrato en má's de un año. Luego de prolijo examen, los peritos i n f o r m a n al Municipio que, "el todo del teatro presenta los caracteres de so l idez que en esos edificios se requiere; que las partes están bien trabadas entre sí y dan toda la seguridad apetecible; que la enmaderación superior es a la par ingeniosa, sólida y capaz de soportar sin riesgo alguno para el públi- co, un techo de la clase que se quiera..."
;De acuerdo con los datos que suministra el investigador ya citado, "la fachada del teatro era de dos pisos con muralla de cal y ladrillo y las mura- llas laterales de adobe, sobre un zócalo también de piedra y ladrillo. El piso s u p e r i o r lo ocupó un tiempo la Sociedad Filarmónica y la casa habitación del administrador y después propietario del teatro, don José Luis Borgoño, que murió de senador dos años antes del incendio del edificio. El interior del teatro —sin duda alguna el mejor de la América española en aquella época— era elegante, sencillamente decorado, y ofrecía comodidad para 1.600 personas. Tenía cuatro órdenes de palcos: el primero con 26; el segundo con igual número; el tercero con 18 palcos y 100 asientos de anfiteatro, y el cuar- to, la galería, con 300 localidades. La platea tenía 431 asientos de los cuales 64 eran sillones".
En junio de 1834 el tema obligado del vecindario porteño, es la inaugu- ración del teatro Victoria. Se opina con justicia que aquel establecimiento es un orgullo para la ciudad y que él dice no sólo del adelanto material de Valparaíso, sino también de una verdadera conquista del espíritu.
Así también lo declara "Giuseppe" —el criado de don Pedro— a voz en cuello.
Hemos dicho que una parte de este edificio se entrega a los peritos muni- cipales en julio de 1844; pero los trabajos continúan todo el resto del año y dan lugar a que la curiosidad pública los observe diariamente, con esa admi- ración ingenua, característica del criollismo semicolonial de aquella época. Un suelto de "El Mercurio" de Valparaíso de fecha 24 de octubre de 1844, nos habla en pocas palabras de lo que ahora la perspectiva del tiempo nos hace imaginar:
"La obra del teatro se acelera —informa—; numerosos obreros y artistas,  pintores, carpinteros, decoradores, todos a porfía, trabajan en su conclusión. Por la mañana y a la tarde está aquello lleno de curiosas visitas, que a la verdad salen satisfechas y admiradas de la brillante combinación con que allí se ostenta lo elegante y lo cómodo".
El entusiasmo al cual nos acabamos de referir, no es sólo de los chilenos, no está circunscrito a los términos de la patria chica con que se pavonean los orgullosos regionales. Más de un viajero europeo comenta con sorpresa el hallazgo de este magnífico Coliseo en un puerto tan lejano e ignoto como es Valparaíso, en los albores del siglo XI X. U n hermano del astrónomo Fran- cisco Aragó, Monsieur Jacques Aragó, visita a Chile en 1829, después de haber dado la vuelta al mundo. Aragó era muy aficionado al teatro y escribió piezas que tuvieron algún éxito en la vida clel autor. Escritor humorístico, lleno de picardía gala, sal de ese género, peculiarmente parisiense, que es la
"El primer teatro de "La Victoria" des- de del día 20 de septiembre de 1878. apareció, a causa de un incendio, en la tar-
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causerie, Aragó se ha referido a sus impresiones de Santiago y Valparaíso con palabras que merecen recordarse: "Santiago tiene dos teatros, horribles,
 fríos, abiertos a todos los vientos por los temblores en que toman posesión con el público (cuando por casualidad hay público) legiones de ratas gordas, grises, bien diferentes por cierto, de aquellas que en nuestro país ocupan las liendidudas de los viejos travesaña^ de la platea. Las ratas de aquí, como las de nuestro país, viven entre bastidores, entre bastidores roen, se agaza-
 pan, se multiplican; pero huyen de la gente, evitan las miradas, porque no se adornan con seda, ni con terciopelo, ni con encajes.
"Ayer era Domingo —continúa en sus recuerdos de viaje Mr. Aragó—; se daba en el teatro de la Universidad  "Los siete escalones del crimen" con el que Víctor Ducange ha obsequiado a nuestros bulevares hace años; un artista de talento, Casacuberta, desempeñaba el papel principal en esta monstruosidad dramática; entra a la escena y exclama: "Esta pieza me ma- tará".
"Algunas horas después daba el último suspiro en medio de sus amigos y de la multitud enternecida y jadeante ante la agonía del cómicocuya pú- blica estimación hacía agitar más los corazones que los mismos "bravos" del dramóte.
"A la mañana siguiente, Sarmiento, repúblico enérgico, publicista distin- guido de quien hablaré en seguida, como también de Fernández Rodella,
 poeta lleno de gracia y elegancia, pronunciaba unas breves palabras sobre la tumba de Casacuberta; y como yo había sido invitado a esta triste ceremonia, di asimismo mi adiós a aquél que en la víspera aplaudiera con entusiasmo.
"Santiago es la capital de Chile; Valparaíso viene en segundo término, y, sin embargo, aquí solamente se encuentra un teatro digno, amplio, un salón admirablemente compartido; palcos espaciosos, limpieza, corrección y hasta lujo.
"Monsieur Alessandri ha pasado por allí; pero, ¿quién es Monsieur Ales- sandri? Aventurero intrépido, lleno de bondad, como Colón de quien es compatriota; pobre, pero como él, rico de esperanzas, se dejó caer un día sin contar para vivir más que con sus dedos y un surtido completo de marione- tas. Es poco, ¿verdad? Pues bien, ha sido suficiente a Monsieur Alessandri
 para llegar a hacer en pocos años una magnifica fortuna". En este último párrafo hay una falsedad. La Compañía de marionetas a
que se refiere Aragó la financia el Edecán de O'Higgins don Domingo Artea- ga y se estrena en 1823, en un barracón situado en el lugar en que hoy ocu- pan los Tribunales de Justicia de Valparaíso, todo lo cual ya lo hemos dicho oportunamente. Lo que hace Alessandri dos años después, inducido por Arteaga, es tomar en arriendo esa barraca, la cual explota comercialmente por una temporada. ¿Se vanagloria Alessandri un cuarto de siglo después de los orígenes modestos de su fortuna, haciéndola derivar de ese pequeño nego- cio que en realidad fue planeado con mucha anterioridad por el chileno Arteaga? ¿O es que Monsieur Aragó, como de costumbre, quiso subrayar con una broma el esfuerzo magnífico de su amigo porteño?
El asunto carece de interés, pero como en alguna oportunidad la bazofia lugareña querrá ver en esta frase una mácula para el meritísimo don Pedro, hacemos la salvedad histórica correspondiente.
La admiración de Aragó por don Pedro Alessandri, la encontramos en las palabras cordiales de este viajero, que compara el destino del itálico al suyo propio: "Vejado como yo, corriendo tras el objetivo de una sólida repu- tación, Alessandri llegó a ser, por la sola fuerza del pensamiento, el creador
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 El Valle del Paraíso
El esfuerzo de don Pedro Alessandri Tarzi debe ser considerado con la justa a d m i r a c i ó n que merece, y con el respeto a que lo hacen acreedor sus 3 5 años de constante colaboración a todo lo que signifique un adelanto en bien de la c o l e c t i v i d a d chilena. Insistimos en este punto porque las características de la Colonia imprimen en el alma nacional, un ritmo pausado, de extrema lentitud, muy poco amigo de innovaciones y modas "gringas". Sin embargo, el grande adel ant o y desarrollo que adquie re Valpara íso en el siglo X IX hasta convertirlo, como ya hemos dicho,- en el primer puerto del Pacífico, se debe de manera directa y en porcentaje notable al tesón y espíritu innova- dor de las colonias extranjeras. Ese aire europeo que Valparaíso mantiene hasta hoy, ese ritmo de ciudad atareada con afanes de colmena, que no pier- de minuto —como lo perdieron hace años esos corrillos de la típica holgaza- nería que hizo célebres a los portaleros y paseantes de la calle Huérfanos de Santiago—, débese a la educación comercial que los inmigrantes ingleses, ita- lianos y alemanes les dieron, con el ejemplo, a sus hijos, incorporados éstos, ya en la primera generación, a la ciudadanía chilena y a las directivas inme- diatas de su pueblo natal. Mas, los efectos de esa pedagogía "extranjera", vienen a sentirse en la segunda mitad del siglo XIX. A principios de esa centuria el famoso Valle del Paraíso es una ciudad tétrica. Hasta 1825 mu- chos países europeos ni siquiera reconocen nuestra autonomía nacional. Por ejemplo, cuando los desacuerdos del gobierno español con lEnglaterra en tiempos de Bonaparte, este último país favorece en cierto modo los trabajos de la rebelión ibero-americana; pero a la caída del Corso, encauzada la polí- tica europea con nuevos rumbos, el Foreing Office se muestra vacilante —en el mejor de los casos astuto— para pronunciarse de manera franca en pro de la independencia ibero-americana. O'Higgins, a pesar de su origen británico, no consigue de Londres el reconocimiento de la autono- mía, no obstante que el gobierno chileno mantiene allí con sacrificios para el escuálido erario de la Nación, un representante con el rango de Ministro Plenipotenciario. Sólo en 1831, mediante una maniobra digna y eficaz del gobierno de Prieto, se obtiene el anhelado reconocimiento.
El aspecto de la ciudad porteña —la "Perla del Pacífico" como acostumbra a llamarla el criollismo andaluz— si se descuenta el agradable golpe de vista de su bahía, enmarcada al fondo por un anfiteatro de cerros —a la manera napolitana—, era miserable y triste. Todavía en 1834 parece una aldea gran- de. El industrial don José Santos Tornero, que se refiere a ella en sus "Re- miniscencias de un viejo editor", la pinta con una sencillez abrumadora, más elocuente que un lienzo de Bonnard:
"No había más calle empedrada —dice— que la de La Planchada (hoy calle Serrano); todas las demás estaban en estado rudimentario; en verano el polvo que en ella se levantaba era sofocante, especialmente en los días de viento sur, que eran muy frecuentes y con gran fuer-
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7A; en invierno, por el contrario, formábase un lodo inmenso mediante las continuas y gran- des lluvias, que entonces solían durar una semana entera casi sin interrupción. Tales eran los lodazales que se formaban, que se veían en ocasiones las carretas enterradas hasta los ejes y a duras penas podían sacarlas dos yuntas de bueyes, como yo lo vi nada menos que en- frente de la Intendencia, en que se levantan las estatuas de Cochrane y el monumento de la Marina, que entonces era playa, pues apenas existía uno que otro insignificante edifi- cio aislado al lado del mar, a espaldas de las casas cuyos frentes dan a las calles de La Plan-
 chada y de La Aduana (Serrano y Prat) . "El alumbrado público en aquellos tiempos, consistía en un pequeño farol con vela de
sebo que los vecinos ponían al anochecer en las puertas de las casas, perezosamente y de malas ganas, y sólo obedeciendo la voz del sereno que iba gritando de casa en casa ¡El faro- lito a la puerta! A las nueve o diez de la noche, o antes, las calles quedaban, cuando no había luna, en completa obscuridad; pues, o bien los microscópicos cabos de vela que se ponían en los faroles se habían consumido, o bien los vecinos habían guardado sus faroles y cerrado su puerta de calle.
"La Plaza de la Victoria", llamada entonces de Orrego, era una continuación de la playa. En ella paraban las carretas que entonces hacían viajes de Santiago (después relegadas al estero de Las Delicias) . Gran parte de los edificios eran techados con totora, y en ellos se albergaban algunas chinganas. Allí se improvisaba algo parecido a teatro, en que funciona- ban las compañías cómicas.
"En cuanto a edificios, sólo en el puerto había algunas casas de alto, todas de balcón corrido, y muy contadas las de esa construcción en El Almendral."
En este medio hostil por escasez de recursos y muchas veces por falta de ellos, es donde la voluntad férrea y el alma ilusionada de don 'Pedro Ales- sandri labora y actúa como verdadero pioneer. Ese admirable cronista y novelador que es Joaquín Edwards Bello, escribió alguna vez que la tragedia del pueblo chileno en su lucha por la existencia, estribaba en su ausencia de fantasía. El araucano cercenó la imaginación arábiga incorporada en la san- gre andaluza de los primeros conquistadores. El chileindiano es discursivo pero no creador . "Al pasar el trópico de Capricornio —afirma Edwards Bello— el ruiseñor europeo se transformó en papagallo". Nos hizo bien, pues, la inmigración de hombres fantásticos, activos, que dieran a las ambi- ciones cardinales de su ingenio un sentido colectivo de su