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joaquiniglesias
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En aquel tiempo, los apóstoles pidieron al Señor: Auméntanos la fe. El Señor les contestó: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería… Cuando hayáis hecho lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.Lc 17, 5-10.
Si Dios existe, ¿por qué hay tanto mal en el mundo? A menudo escuchamos esto y no tenemos
respuesta.El problema está en la misma pregunta: ¿qué concepto tenemos de Dios? ¿Y del hombre?
Ante el dolor y las atrocidades, dejamos de creer en ese Dios que, según nuestro criterio, debería resolverlo todo. Nos
enfadamos con él. ¿Para qué vino Jesús?Olvidamos que él no vino para solucionar todos los males…
Vino para traernos a Dios.
Solucionar los problemas de este mundo está en nuestras manos. Dios nos ha
dado los medios suficientes.Pero convertir nuestro corazón y
despertar en nosotros un amor sin límites es un don que sólo él nos puede
dar.
Creer significa adherirse a Jesús.
Dejar que Dios penetre nuestra vida.
Configurar nuestra existencia con su
voluntad.El gran milagro es
abrirse a Dios y confiar en él.
La fe no son solo palabras o sentimientos. La fe se traduce en obras.
Nuestra vida cristiana no puede ser solo ritual o moral, sino una experiencia de caridad y servicio.
Si tuviéramos tan solo un gramo de fe, como una semillita, podríamos mover montañas.
Los cristianos, con fe, podríamos arrancar las raíces del mal del corazón del mundo.
Un bautizado seguidor de Cristo se distingue por el servicio.
«Somos pobres siervos, hemos hecho lo que debíamos hacer». Nada más. Sin esperar
reconocimientos ni palmadas en el hombro.
Un fiel sirviente encuentra su alegría cumpliendo con su deber.
Buscar aplausos a cambio de servir y entregarse revela una gran inmadurez.
No solo creemos, celebramos la fe.
Celebrar algo que se comparte nos hace crecer. La eucaristía nos modela según
Cristo y cambia nuestra forma de
vivir, pensar y estar en el mundo.
Los sacramentos alimentan nuestra fe
Toda nuestra existencia queda transformada por una fe viva.
No dejemos, nunca, de poner en nuestros labios esta plegaria:
Señor, ¡aumenta nuestra fe!