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1 La cerámica de Santa Fe la Vieja: hacia una revaloración del componente indígena Carlos N. Ceruti INTRODUCCION Analizar los restos materiales localizados en Santa Fe la Vieja con el objeto de visualizar y revalorizar la presencia indígena, no es una tarea fácil. En los casi noventa años de existencia de la población se produjeron procesos muy complejos de asimilación y crisis étnicas, conflictos entre pobladores, abusos de los encomenderos y saqueos por grupos indígenas externos (charrúas y chaqueños). Santa Fe no constituyó un entorno homogéneo, aislado; fue pensada y estructurada como un nudo de intercambio entre el interior y la metrópoli, y en ella convergieron grupos humanos diversos, originando una sociedad multicultural y multiétnica, organizada bajo el modelo y con hegemonía del componente hispánico. Incluso los mismos “españoles” o “blancos” admitían diferencias muy grandes de origen e intereses: una pequeña minoría de peninsulares, una mayoría de criollos - españoles americanos, en su mayor parte mestizos-, portugueses (a veces sospechados de criptojudíos, otras tratados como espías al servicio de Portugal), algunos alemanes, italianos e ingleses, o sus descendientes. Agreguemos los guaraníes traídos de Asunción como auxiliares en número no determinado (labradores, porteadores, guerreros, cocineras y alfareras, las madres anónimas de los “mancebos de la tierra”); las poblaciones indígenas locales (en general amistosas o sometidas, pero siempre de cuidado, como enseñó la muerte del propio Garay); africanos esclavos, los más “fieles” porque no tenían forma –como en Brasil o las Guayanas- de mimetizarse y escapar. Las fuentes escritas, cuando sobrevivieron al tiempo y al descuido, entre el fárrago de fórmulas jurídicas dejan entrever apenas la trama compleja de la vida diaria. Por ejemplo, es de suponer que los “indios auxiliares”, los “mancebos de la tierra” y la mayoría de los españoles criados en Asunción conocían y hablaban guaraní, una lengua que ya en tiempos de Solís y Gaboto se utilizaba para el intercambio, desde el Río de la Plata al Paraguay. Lo mismo puede decirse del euskera. ¿Garay, Irala y tantos otros vascos de Guipúzcoa, nunca hablaban en la lengua materna?. Nada o casi nada (salvo algún topónimo y nombres propios) pasaron al expediente, escrito más o menos correctamente en el castellano oficial. Lo mismo puede decirse de otros aspectos de la vida en común que nos gustaría conocer, y que lamentablemente no constan en los escritos oficiales ni en los privados. Como dice el documento presentado a la UNESCO solicitando que Santa Fe la Vieja sea declarada “Patrimonio de la Humanidad” (Comisión Redactora 2004): “Esta singular configuración se manifiesta en los conjuntos arqueológicos, que pueden ser interpretados no solamente en términos del mestizaje biológico y cultural, como hasta ahora, sino también en función de la provisión de recursos para la subsistencia de la ciudad, de la relación con otros sitios contemporáneos, del conflicto étnico, o de la interacción entre sectores dominantes y subordinados de la sociedad. Esta visión, más acorde con la realidad expresada en las fuentes escritas, se ve potenciada por la existencia de un 30% de la ciudad cubierta todavía por la matriz sedimentaria. Esta reserva arqueológica (que se encuentra en las áreas periféricas, alejada de la residencia de la elite), guarda en su seno las claves para la compresión

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La cerámica de Santa Fe la Vieja: hacia una revaloración del componente indígena

Carlos N. Ceruti

INTRODUCCION

Analizar los restos materiales localizados en Santa Fe la Vieja con el objeto de visualizar y revalorizar la presencia indígena, no es una tarea fácil. En los casi noventa años de existencia de la población se produjeron procesos muy complejos de asimilación y crisis étnicas, conflictos entre pobladores, abusos de los encomenderos y saqueos por grupos indígenas externos (charrúas y chaqueños). Santa Fe no constituyó un entorno homogéneo, aislado; fue pensada y estructurada como un nudo de intercambio entre el interior y la metrópoli, y en ella convergieron grupos humanos diversos, originando una sociedad multicultural y multiétnica, organizada bajo el modelo y con hegemonía del componente hispánico.

Incluso los mismos “españoles” o “blancos” admitían diferencias muy grandes de origen e intereses: una pequeña minoría de peninsulares, una mayoría de criollos -españoles americanos, en su mayor parte mestizos-, portugueses (a veces sospechados de criptojudíos, otras tratados como espías al servicio de Portugal), algunos alemanes, italianos e ingleses, o sus descendientes.

Agreguemos los guaraníes traídos de Asunción como auxiliares en número no determinado (labradores, porteadores, guerreros, cocineras y alfareras, las madres anónimas de los “mancebos de la tierra”); las poblaciones indígenas locales (en general amistosas o sometidas, pero siempre de cuidado, como enseñó la muerte del propio Garay); africanos esclavos, los más “fieles” porque no tenían forma –como en Brasil o las Guayanas- de mimetizarse y escapar.

Las fuentes escritas, cuando sobrevivieron al tiempo y al descuido, entre el fárrago de fórmulas jurídicas dejan entrever apenas la trama compleja de la vida diaria. Por ejemplo, es de suponer que los “indios auxiliares”, los “mancebos de la tierra” y la mayoría de los españoles criados en Asunción conocían y hablaban guaraní, una lengua que ya en tiempos de Solís y Gaboto se utilizaba para el intercambio, desde el Río de la Plata al Paraguay. Lo mismo puede decirse del euskera. ¿Garay, Irala y tantos otros vascos de Guipúzcoa, nunca hablaban en la lengua materna?. Nada o casi nada (salvo algún topónimo y nombres propios) pasaron al expediente, escrito más o menos correctamente en el castellano oficial. Lo mismo puede decirse de otros aspectos de la vida en común que nos gustaría conocer, y que lamentablemente no constan en los escritos oficiales ni en los privados.

Como dice el documento presentado a la UNESCO solicitando que Santa Fe la Vieja sea declarada “Patrimonio de la Humanidad” (Comisión Redactora 2004):

“Esta singular configuración se manifiesta en los conjuntos arqueológicos, que pueden ser interpretados no solamente en términos del mestizaje biológico y cultural, como hasta ahora, sino también en función de la provisión de recursos para la subsistencia de la ciudad, de la relación con otros sitios contemporáneos, del conflicto étnico, o de la interacción entre sectores dominantes y subordinados de la sociedad.

Esta visión, más acorde con la realidad expresada en las fuentes escritas, se ve potenciada por la existencia de un 30% de la ciudad cubierta todavía por la matriz sedimentaria. Esta reserva arqueológica (que se encuentra en las áreas periféricas, alejada de la residencia de la elite), guarda en su seno las claves para la compresión

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de muchos fenómenos históricos, a la espera del desarrollo de metodologías e instrumentos más aptos para captar los procesos sociales”.

En concreto, los inventarios y testamentos hablan a veces de prendas de ropa, muebles, tejas para techar o porcelanas de la China, pero nunca de platos, fuentes y bandejas de barro, que constituyen el 90% de la basura colonial. Y aquí debería entrar la Arqueología en nuestra ayuda, aunque no se hayan desarrollado “...las metodologías e instrumentos más aptos” de que habla el párrafo anterior, al menos con estas tres herramientas o procedimientos tradicionales:

• Análisis de los elementos no europeos presentes en Santa Fe la Vieja (patrones tecnológicos o decorativos que indiquen intercambio con grupos aborígenes, o que impliquen procesos de aculturación).

• Análisis de elementos europeos presentes en sitios indígenas del área de influencia de la ciudad, e incidencia de las nuevas técnicas o modelos en las culturas indígenas.

• Registro de las piezas originadas en la ciudad y localizadas en otros establecimientos europeos en los extremos de la red de intercambio (Asunción, Concepción del Bermejo, Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero).

Pero, como decíamos al principio, Santa Fe la Vieja no es un sitio fácil: las excavaciones originales se hicieron sin estratigrafía, y adjudicando cada fragmento al solar más próximo; la enorme cantidad de material cerámico extraído fue relevado en una mínima parte; las nuevas excavaciones hechas con los recaudos metodológicos actuales apenas si han comenzado y no se publicaron en detalle; los sitios hispano indígenas de los alrededores son pocos y casi inexplorados, y otros, como San Bartolomé de los Chanás, se encuentran en proceso de investigación. Con tal panorama, el presente trabajo no tiene otro objetivo que plantear algunas dudas y mostrar, quizás, las puntas de un camino que nos permita acercarnos un poco más a la ciudad colonial temprana, a sus habitantes y a la huella de sus acciones y sus pensamientos.

LAS FUENTES ESCRITAS

Sebastián Gaboto y sus compañeros (1527-1529) y Ulrico Schmidl (1536-1538), cronista de don Pedro de Mendoza, proporcionaron las informaciones escritas más completas sobre los grupos indígenas del territorio que luego ocuparía la ciudad de Santa Fe.

Gaboto fundó el fuerte de Sancti Spiritus en tierra de los caracará y los timbú, próximo a la confluencia del Carcarañá con el Coronda, y en sus proximidades tuvo contactos con los guaraní, los chaná (ambos vivían enfrente, en las islas) y los querandí. Estos últimos eran “...vecinos del pie de la sierra” y llegaban hasta el Paraná para pescar, hacer pescado ahumado y “...manteca de pescado”. Aguas arriba, tal vez sobre el río San Javier, Alonso de Santa Cruz ubicó en su mapa a los masoretá (mocoretá) y sobre la actual margen entrerriana a los camaroes o cainaroes, de quienes no se encuentran referencias en la documentación posterior.

En esa época, y salvo los guaraníes, todas las poblaciones costeras eran cazadoras-pescadoras-recolectoras, aunque algunas, como los timbú, también cultivaban maíz. Los testigos coinciden en calificarlos como altos y vigorosos. Roger Barlow, por ejemplo, uno de los marinos de Gaboto, expresó que los caracará (que vivían al sur de los timbú) eran “...de cuerpo alto como alemanes”. En esta descripción van a coincidir Schmidl y luego Fernández de Oviedo (1550), quien indica que todos ellos y también

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los mepene de Corrientes eran mucho más altos que los españoles, especialmente los chaná y los beguá del delta, que eran “...hombres de grandes estaturas, así como alemanes o más”. Contrastaban en esto con los guaraníes, agricultores de origen amazónico, “...de la estatura de los españoles”, descriptos a veces como “barrigudos” (Cervera 1979, Canals Frau 1940, Schmidl 1944).

Entre estas poblaciones Gaboto encontró “...planchas y orejeras... y lunas de metal” que creyó de plata, aunque posiblemente fueran de “...cobre y latón o como latón”, según la expresión de Fernández de Oviedo. Algunas eran traídas por los querandí, que las obtenían de los comechingones (“...los indios barbados” de la serranía cordobesa), y éstos a su vez de pueblos del noroeste. Otras, como le contó Francisco del Puerto, el antiguo grumete de Solís, llegaban del Alto Perú a través del Chaco y de allí al Río de la Plata por obra de los guaraní.

Sancti Spiritus, como la primera Buenos Aires, fue destruido por una coalición indígena originada en los malos tratos y la codicia de los españoles. Todas las expediciones y fundaciones posteriores: Corpus Christi (Juan de Ayolas, 1536), Buena Esperanza (don Pedro de Mendoza, 1536), la “Entrada” de Diego de Rojas (1545); San Luis de Córdoba (Jerónimo Luis de Cabrera, 1573) y la misma Santa Fe de don Juan de Garay (1573) van a tener como referencia las ruinas de la “Torre de Gaboto” en el Carcarañá, camino obligado hacia las genuinas o supuestas riquezas del interior.

La obra de Ulrico Schmidl, publicada por primera vez en 1567, a pesar de sus exageraciones y errores cronológicos, sigue siendo la fuente más importante para el estudio de la etapa inicial de la conquista del Paraná. Escrita en bávaro para ser leída por sus paisanos de Alemania, los nombres indígenas fueron adaptados a la fonética germana, y no coinciden con las grafías utilizadas por los cronistas castellanos.

En 1536 Juan de Ayolas, enviado por Mendoza, fundó Corpus Christi en territorio de los timbú, en algún lugar entre la Torre de Gaboto y la laguna de Coronda. Un año después, acuciados por el hambre, Ayolas y sus capitanes decidieron remontar el Paraná hasta la confluencia con el Paraguay. En el cuadro siguiente resumimos la información proporcionada por Schmidl, y a continuación comentarios a la misma:

TIMBU

Aspecto físico: “Gentes grandes y garbosas de cuerpo”.

Mujeres “toscas”, jóvenes y viejas “rasguñadas y ensangrentadas debajo de los ojos”, o con “la parte baja de la cara llena de rasguños azules”.

Ubicación: desembocadura del Carcarañá.

Comida: pescado y carne “...en su vida no han tenido otra comida”.

Ornamentos: hombres y mujeres una pequeña estrellita en ambos lados de la nariz, hecha con una piedra blanca y azul.

Cantidad: 15.000 hombres de pelea, “...más bien más que menos”.

Medio de movilidad: canoas

Relaciones con otros grupos indígenas: informaciones precisas sobre los carios del Paraguay.

Relaciones con los españoles: amistosas

CORONDÁ

Aspecto físico: igual.

Ubicación: proximidad de la actual laguna de Coronda.

Comida: pescado y carne (escaso).

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Vestimenta: “corambre sobado de nutria”. Las mujeres faldellín de algodón

Ornamentos: igual.

Cantidad: 12.000 hombres de pelea.

Medio de movilidad: “muchísimas canoas”.

Relaciones con otros grupos indígenas: tenían dos carios cautivos, que entregaron a los españoles “por la lengua” y para enseñarles el camino al Paraguay.

Relaciones con los españoles: amistosas

QUILOAZAS

Aspecto físico: igual.

Ubicación: sobre la actual laguna Setúbal o de Guadalupe

Comida: pescado y carne

Vestimenta: igual

Ornamentos: igual.

Cantidad: 40.000 hombres de pelea.

Medio de movilidad: canoas.

Relaciones con los españoles: amistosas

MOCORETÁ

Aspecto físico: igual.

Ubicación: posiblemente sobre el Guayquiraró.

Comida: pescado y carne, “pero por mayor parte tienen pescado”.

Vestimenta: igual

Lengua: hablaban otra lengua que los anteriores.

Ornamentos: igual.

Cantidad: 18.000 hombres de pelea.

Medio de movilidad: “muchísimas canoas”.

Relaciones con los españoles: amistosas

CHANA SALVAJE

Aspecto físico: “hombres bajos y gentes gruesas”.

Ubicación: según Canals Frau, a la altura de Esquina, pero vivían 20 leguas al interior.

Comida: carne y miel. Cazaban venados, “puercos del monte”, avestruces y cuises.

Vestimenta: hombres y mujeres completamente desnudos. Estas últimas, incluso, sin nada “delante de sus partes”.

Cantidad: 2.000 hombres de pelea.

Medio de movilidad: pedestres.

Relaciones con otros grupos indígenas: en guerra con los mocoretá.

Relaciones con los españoles: amistosas

MEPENE Aspecto físico: igual a los mocoretá.

Ubicación: dispersos en la terraza y bañados del Paraná, en el norte de

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Corrientes. El poblado principal a una legua del cauce principal, en una isla.

Comida: presumiblemente pescado.

Cantidad: 100.000 hombres de pelea.

Medio de movilidad: “tienen más canoas que cualquier nación que hemos visto”.

Relaciones con los españoles: los recibieron en son de guerra. Nunca habían visto “cristianos”.

Aspecto físico:

• Todos los documentos ponen de relieve el buen porte y altura de los grupos paranaenses, concordantes con la evidencia arqueológica.

• Con respecto a las mujeres indígenas, salvo las del Paraguay, a Schmidl le parecieron siempre “feas”. El portugués Pero Lópes de Sousa, que en 1531 comandó una expedición clandestina al Río de la Plata, quizás más joven y menos pretencioso que el alemán, no compartía esta opinión. Encontró a las mujeres beguá del delta “...todas muy bien parecidas”, con o sin tatuajes, e incluso una chaná-beguá que pudo ver de cerca le pareció “...muy hermosa”. Dice que “...sus cabellos eran largos y castaños y tenía unas marcas o tatuajes debajo de los ojos”. Otra versión de su manuscrito habla de “ferretes”, es decir, aros. El entusiasmo de Lópes de Sousa no se extendió a los varones beguá, a los que vió “... muy corpulentos y grandes, feos de cara y de cabello largo; algunos de ellos se horadan las narices y en las aberturas traen metidas unas placas de cobre muy brillante" (Laguarda Trías 1957, Zapata Gollán 1989).

Alimentación:

• Schmidl no vio cultivos. Su testimonio es contradictorio con otras fuentes, que consignan maíz, zapallo y porotos entre los timbú y los corondá. Es interesante destacar que a medida que la expedición remontaba el Paraná hacia el norte, los grupos ribereños se hacían más dependientes del río: comían más pescado, tenían más canoas y algunos, como los mepenes, hacían la guerra exclusivamente en el agua. La “Memoria” de Diego García, por ejemplo, dice: “De la otra parte del río está otra generación que se llaman los Carcavaes [caracarás] y más atrás de ellos está otra generación muy grande que se llama los Carandíes [querandies] y otros más adelante hay... que se llaman los atambues [timbúes]. Todas estas generaciones son amigos, están juntos y hácense buena compañía. Comen abatí [maíz] y carne y pescado. Más adelante de la banda del norte hay otra generación que se llama mecotaes [mocoretáes] que comen pescado y carne, y hay otra más adelante que se llama mepenes que comen carne y pescado y algún arroz y otras cosas” (Furlong Cardiff 1933:196).

Ubicación:

• Los corondá y los quiloaza estaban sobre lagunas, pero cerca del curso fluvial por donde circulaban los barcos.

• El tamaño de la “Laguna de los Quiloazas”, extensa “seis leguas de camino y ancha otras cuatro”, es aceptable si se consideran los lóbulos mayores (lagunas del Leyes y el Capón) durante una gran creciente. Es probable que la entrada hasta la laguna se realizara por el Leyes, con la guía de los carios. Otras cifras de Schmidl son inadmisibles, cualquiera que sea la longitud de la legua que se considere.

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• De acuerdo a la estimación de Schmidl, los corondá estaban al sur de la actual laguna de Coronda; algunos años más tarde, los compañeros de Diego de Rojas los van a encontrar pescando frente a la “Torre de Gaboto”. Es posible que fueran timbúes, y que adquirieran nombre propio a partir de la fama alcanzada por su cacique principal, conocido hasta en Santiago del Estero.

• A partir de los quiloazas y durante 16 días, la expedición de Ayolas no avistó poblaciones indígenas. Ignoramos si el recorrido se efectuó entre las islas, o siguiendo el cauce principal del Paraná, pero de cualquier forma no deja de sorprender que en todo ese trayecto, como dice Schmidl, "...no viéramos ni encontráramos gente alguna". Lo mismo le ocurrió a Diego García de Moguer, que luego de hablar de los timbúes pasa a los mocoretás, ubicados en “la banda del norte”, la misma donde antes había ubicado a los charrúas.

• Para Schmidl, como para García, los mocoretá estaban en margen entrerriana, sobre “...un pequeño río... [que] corre hacia el interior del país”. Quizás fuera el Guayquiraró, como creía Canals Frau (1953), aunque hoy no es un “pequeño río”; el curso actual tiene esqueletos de vacas hasta los dos metros de profundidad y está bordeado por paleocauces parcialmente borrados, indicando que al menos parte del mismo es posterior a la conquista.

• De los mepene, dice que “...son muchísimos... no habitan todos en conjunto, pero en dos días pueden reunirse sobre el río y la tierra”. “Tienen una tierra como de cuarenta leguas de larga y ancha”. La estimación de Schmidl vuelve a ser acertada si consideramos todo el sistema de lagunas y bañados entre el río Corrientes y el arroyo Empedrado, incluyendo gran parte del sistema del Iberá. Recibieron a los españoles en son de guerra, porque “...no habían visto jamás cristiano alguno”, ni conocían los arcabuces. “El guerrear de los susodichos Mapenis no es otro que sobre el agua”. Atacaron en 500 canoas con 20 remeros cada una, pero fueron repelidos a balazos. La localidad principal estaba a “una legua” del río, y “...había agua y muy honda alrededor”. Cuando los españoles llegaron a ella la encontraron abandonada, así que quemaron y destrozaron “doscientas cincuenta canoas” que había en el poblado, y luego regresaron a los buques porque recelaban “... que atacarían...por algún otro lado”.

Vestimenta:

• Los corondá tenían “mucho corambre sobado de nutrias”, y las mujeres “cubrían sus partes con un paño hecho de algodón”. Posiblemente lo mismo ocurría con los demás grupos; por eso Schmidl se asombró de que los chaná salvajes anduvieran completamente desnudos. Según Fernández de Oviedo, los chaná-timbú y los caracará usaban los cueros de “hutía”o “lobos de agua”, “...de que hacen vestido y calzado y cueros para su defensa”. Otros documentos indican que, desde los timbúes, los españoles llevaron a Asunción “...para su vestido, armas y remedio, manteca de pescado, cueros de venado y pellejos de nutria” (Cervera, op. cit.). Las características de la vestimenta no mejoraron mucho con el tiempo: el Gobernador Diego de Góngora (1622), que visitó la Reducción de San Bartolomé de los Chaná, se enteró por indios bautizados que “...algunos infieles andan vestidos … y otros desnudos”, e incluso los españoles debieron a veces adoptar la indumentaria indígena, forzados por la necesidad. Como relató López de Gómara en 1552, éstos “...visten de venado curtido con grasa de peces, desde que se les rompieron las camisas y sayos”.

Ornamentación:

• El dato sobre las “estrellitas” proporcionado por Schmidl, fue confirmado por Ruy Díaz de Guzmán (1612) para los timbúes y caracarás. “Tienen las narices horadadas, donde sientan por gala en cada parte una piedra azul o verde”. Esta piedra podría ser

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malaquita, que suele aparecer en sitios arqueológicos de la entidad Goya-Malabrigo, obtenida por intercambio con pueblos del borde andino.

Medio de movilidad:

• Las canoas de los timbú tenían 80x3 pies (26x1 m aproximadamente). Estaban hechas de un sólo árbol, y albergaban 16 remeros.

Número:

• Las cifras de población estimadas por Schmidl son útiles si las tomamos en sentido relativo. Más del 50% de la población se concentraba en el oeste de Corrientes, hábitat de los mepenes, por eso en épocas de Hernandarias las reducciones instaladas en la “otra banda” del Paraná, eran de mepenes extrañados de su lugar de origen. El resto se distribuía entre el Guayquiraró y el Feliciano en la margen entrerriana y desde el chaco santafesino al Carcarañá, con el núcleo principal (los quiloazas) en el sistema Setúbal-Leyes.

Relaciones con otros grupos:

• Los timbú tenían conocimientos precisos sobre los carios (guaraníes del Paraguay) y la forma de llegar a ellos. Su jefe, incluso, se llamaba Cheraguazú, posiblemente una traducción de su verdadero nombre al guaraní. Los corondá entregaron dos carios cautivos para actuar como lenguaraces y mostrar el camino al Paraguay.

Relaciones con los españoles:

• Salvo con los timbú, la expedición permaneció muy poco tiempo con cada grupo: uno a cuatro días, según la cantidad de comida que encontraban. Ayolas regaló a Cheraguazú “una camisa y un birrete rojo, un hacha y otras cosas más de rescate”. Con los corondá intercambiaron “...su escasez de pescado y carne y corambre sobado y otras cosas más” por “cuentas de vidrio, rosarios, espejos, peines y cuchillos, y otro rescate más”, y de la misma forma debieron actuar con los demás.

Como ya lo expresaron otros autores, todas las parcialidades ribereñas entre el delta y el norte de Corrientes conformaban una macroetnia, a la que Serrano (1947) y Canals Frau (1953) denominaron “Grupo del Litoral” o “Grupo Chaná-timbú”. La excepción la constituían los chaná salvajes, bajos y gruesos, cazadores y recolectores, secundariamente pescadores. Vivían en el interior, alejados de la costa para defenderse de los mocoretá, con los que estaban en guerra. “Es una gente igual como allá afuera los salteadores; cometen una iniquidad y huyen de retorno”. Habían llegado al Paraná cinco días atrás “para pescar y guerrear contra los Mocoretá”. Canals Frau pensaba que el encuentro con los chaná salvajes se produjo en los alrededores de la actual ciudad de Esquina, y que éstos vivían hacia Curuzú Cuatiá, en el centro de Corrientes. Es probable que fueran los pobladores originarios de esa margen (tal vez los cainaroes), desplazados por los mocoretá, que desde la época de Gaboto y García de Moguer se movían de una banda a otra del Paraná.

En 1541, cuando Domingo Martínez de Irala despobló Buenos Aires y radicó toda la población en Asunción, las buenas relaciones con los grupos costeros se estaban terminando. Como dice en su Carta: “...todos los indios que por este río arriba hay, que viven en la ribera... no son gente que siembran ni de ninguna policía. Son de guardarse mucho de ellos, especialmente al tiempo de rescatar, porque estando avisados y los bergantines apartados de tierra algún tanto podrán rescatar con ellos y serán proveídos de pescado y de manteca y pellejos y carne, que es lo que ellos tienen y pueden dar. Se han de guardar en todo de los guaranis de las islas y querandis que son mortales enemigos nuestros. Los que quisieren buscarnos, si fueren dos bergantines o uno podrán ir, yendo siempre por el río grande, sin meterse

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por esteros ni contratar con nadie excepto con los macarotaes, y a de ser con muy gran recaudo” (“Carta” de Irala, en Arce, 1978).

Luego de muchas vicisitudes tras la muerte de Diego de Rojas, Francisco de Mendoza y los hombres de la “Entrada” llegaron en 1545 a la “Torre de Gaboto” y se encontraron con los timbúes. En Santiago del Estero recibieron informes sobre la presencia de españoles en el “Río de la Plata” -como entonces se llamaba al Paraná- y de la forma de llegar a ellos siguiendo el “Río Amazonas” o Tercero. Los yuguitas les mostraron “muchas cosas de Castilla” y les hablaron del cacique Corundá “...señor de muchas gentes...que es el señor principal de la costa de dicho río...”, y en Calamochita (Córdoba) les señalaron la casa donde había pernoctado Francisco César. Al llegar al Coronda encontraron a los indígenas asentados en la orilla opuesta, pescando en canoas y balsas y fritando pescados “en su misma enjundia”. Algunos entendían el castellano, había uno bautizado y con apellido español (Mendoza) que lo hablaba bien, y el propio Corundá los insultó llamándolos “desuella caras” y “daca daca”. Con un ardid consiguieron de ellos maíz, frutas y pescados, y bajo amenazas les entregaron la Carta dejada por Irala en la Fortaleza de Gaboto, oculta en “un calabazo”. Es interesante leer el diálogo completo, reconstruído por Piossek Prebisch, porque habla del grado de interacción existente a dieciocho años del primer contacto, así como del conocimiento que tenía Corundá, tanto de las acciones de los españoles de la “Entrada” como de la ruta seguida por Irala hacia Asunción. Indudablemente, las noticias corrían en ambos sentidos a lo largo del Carcarañá, pero las recibidas por Corundá eran mucho más recientes y concretas que las de Mendoza, que todavía creía encontrar españoles en Sancti Spiritus. Otro dato interesante es que en la expedición iban algunos indios yanaconas y dos negros, que se escaparon nadando y fueron acogidos por los indígenas (Piossek Prebisch, 1986). La fama del viejo cacique y su importancia política, por lo menos en trances de justificar jurisdicciones, persistió todavía muchos años - hasta la fundación de Córdoba y Santa Fe- y sobrevió hasta nuestros días en los topónimos que lo recuerdan. Jerónimo Luis de Cabrera fundó San Luis de Córdoba en 1573, en las inmediaciones de la Torre de Gaboto, y luego se encaminó “7 leguas al norte”, hasta “...un asiento llamado omad cobera e por otro nombre los timbúes, cerca de Corindas”. Allí volvió a tomar posesión de la tierra, de su puerto y el río, y “...tomó por la mano a un indio que dijo llamarse Cabiste, y ser sujeto al cacique principal de Corona que reside en la ribera de dicho río e islas de él, y le paseó por el dicho asiento e puerto como indio de los bacos y para los encomendar en nombre de su majestad a vecinos de dicha ciudad de Córdoba en cuya jurisdicción caerá de hoy en adelante el dicho puerto y tierras e indios que por allí obiese”. Después de estos actos simbólicos siguió su camino hacia el norte, hasta el sitio donde se produjo el conocido encuentro con Garay “...sobre una barranca en un brazo del Río de la Plata, cerca de do dicen están poblados los indios de Corona” (Zapata Gollán 1970:242, Roverano 1969:17).

Don Juan de Garay fundó la ciudad de Santa Fe junto al "Río de los Quiloazas", en la “provincia de calchines y mocoretás", como reza el Acta de Fundación, o de "mocoretáes y timbúes", o “calchines y colastiné” como dicen algunos documentos posteriores. La actual laguna Setúbal o de Guadalupe, como vimos, también era llamada “laguna de los Quiloazas” (Schmidl op. cit., Cervera op. cit.; Boletín del Archivo General de la Pcia de Santa Fe 1973). Lo acompañaban 7 españoles y 69 “mancebos de la tierra”, mestizos de español y guaraní (Calvo, 2004). En número no determinado, la expedición trajo mujeres blancas, guaraníes de servicio de Asunción, y posiblemente algún negro.

Poca documentación queda de la primera época de Santa Fe, y casi ninguna referencia a cuestiones étnicas: durante tres años en la ciudad no hubo papel, y lo poco que se salvó de los ratones y las “uñas largas” de algunos cabildantes, fue gracias a transcripciones que se hicieron en época de Hernandarias. No se

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encontraron las primeras Actas del Cabildo, el Plano de la población, ni el empadronamiento de indígenas. Sólo se conservaron algunos topónimos y referencias perdidas en pleitos y mercedes de tierras, que nos hablan de asentamientos indígenas desaparecidos al poco tiempo de fundada de la ciudad:

• Los tres caminos que salían de Santa Fe la Vieja: el “camino de los chipiacas”, hacia el norte; el “camino de los calchines”, al sur, y el “camino de los colacas”. Dado que “chipiac” es el nombre dado al caballo en mocoví, Zapata Gollán suponía que en realidad “chipiacas” no era un gentilicio, sino una referencia a los caballos traídos en 1560 por Gregorio de Bazán, cuando trató de unir la recién fundada Santiago del Estero con Asunción (Zapata Gollán op.cit., Calvo, op. cit.). En cuanto al “camino de los colacas” quedaba hacia el oeste, donde recibió tierras Sebastián Lencinas, “en el camino a Córdoba”. Es posible que los colacas fueran los mismos collastas de los que algunos hacen derivar el topónimo “Cayastá”. Según Sánchez Labrador tenían su hábitat original sobre el Salado Grande, y Alonso de San Miguel formó con ellos una reducción (Busaniche, 1955).

• Dos estancias sobre el Salado Grande que Garay se adjudicó a sí mismo y descendientes (1576), y una otorgada a Antón Martín en 1580, próxima al ejido de la ciudad. La primera comenzaba donde estaban “...las taperas de Carchamín”; la otra, de donde Hernandarias sacó la hacienda para llevar a Entre Ríos, estaba en Laguna Paiva, “...una legua al norte de las taperas que solía tener Vilipulo”; la de Antón Martín estaba “...arriba de las taperas de los mocoretáes”.

Sobre “la otra banda”, en territorio entrerriano, se instalaron varias estancias con reducciones de indios para su cuidado:

PROPIETARIO UBICACION REDUCCION COMIENZO FIN

Juan de Garay; Hernanda rias

Laguna de los Patos, hoy del Brete

Caletones Antes 1580 Desconocido

Hernandarias 15 leguas al N de S. Fe la Vieja

Mepenes 1590 -1603 1610

Antón Martín Entre A° Piedras Blancas y A° de los Caletones, luego A° Feliciano.

1580 Desconocido

Feliciano Rodríguez

Al norte del A° de los Caletones, incluyendo la laguna de los Caletones (hoy laguna Blanca)

Mepenes 1590-1606 1618

Juan de Osuna Proximidades del “Paso de los Caballos” (Hernandarias, cerca del A° Piedras Blancas)

Mepenes 1607 1608

Diego Ramírez “20 leguas de campo conquistadas a una tribu de nación charrúa”, al N de la estancia de F. Rodríguez

Desconocido 1627 Desconocido

Diego Ramírez Llamada Silastitán o Silaslitán. Ea. de los

Mepenes Desconocido Desconocido

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Anegadizos Grandes (cerca de Santa Lucía, Corrientes)

La causa de destrucción de estas estancias y reducciones fueron las pestes (viruela y tabardillo) y la invasión de los charrúas, aunque Hernandarias habla también de “indios de las islas”, lo que haría pensar en ataques desde el oeste, tal vez las primeras bandas de habla guaycurú llegadas desde el Chaco.

Particular importancia adquiere la reducción fundada por Garay con indios caletones o calitones, sacados de la actual Laguna Blanca con anterioridad a 1580. Los caletones fueron el primer grupo localizado y sometido por Juan de Garay en territorio entrerriano. Estaban ubicados en la desembocadura del Aº Feliciano, un poco al norte del “Paso Cavayú”, y la “angostura del Yeso”, por donde cruzaron los integrantes de la expedición fundadora que venían por tierra. Reducidos y extrañados de su hábitat original, es posible que fueran trasladados a la estancia de la laguna de los Patos, donde existe un sitio arqueológico hispano indígena (La Palmera III). No sabemos cuándo se extingue la reducción, pero en 1608 la viuda de Garay, Isabel Becerra, en una carta al Rey pidiendo mercedes para Hernandarias, expresaba que "...los pocos indios que teníamos se han acabado con estas pestes" (Boletín del Archivo General de la Prov. de Santa Fe, 1973).

El sitio La Palmera III está ubicado unos 4 km al noreste de la localidad de Hernandarias, sobre una lomada de loess que domina toda la llanura aluvial del arroyo homónimo. Su ubicación estratégica fuera del nivel de inundación, indica un asentamiento permanente y contrasta con la mayoría de los sitios Goya-Malabrigo, siempre en las islas o la costa baja. El sitio fue arado durante décadas, y los materiales aparecen muy fragmentados. El material recuperado incluye abundantes nódulos, núcleos, lascas e instrumentos sobre cuarcita y arenisca; fragmentos cerámicos punteados o engobados en rojo; bases planas; fragmentos de teja, muy toscos; y un apéndice ornitomorfo "concoide".

En la boca de la antigua Laguna de los Caletones (hoy Laguna Blanca) se localizaron dos grandes sitios arqueológicos. El más próximo a la desembocadura de la laguna en el Feliciano es un asentamiento Goya-Malabrigo y el segundo un gran taller lítico de más de 5.000 metros cuadrados de extensión. Ambos sitios, en los que solamente se realizaron recolecciones superficiales, tienen una posición estratégica. Ubicados en la estrecha faja de tierra que separa la laguna del A° Feliciano, permiten acceder simultáneamente hacia ambos cursos de agua. Por el Feliciano tienen salida al Paraná, y en la margen opuesta de la laguna hay leña abundante, una cantera de arenisca cuarcítica de donde se extrajo la materia prima, y el camino que conduce a las tierras altas. El primer sitio, además, está ubicado sobre el canal de entrada a la laguna, controlando el flujo de peces según el ritmo de las crecientes. Hacia el sur, próximo a la desembocadura de los arroyos Fray Diego y Las Piedras, estaba el paso que los españoles llamaron “de los Caballos” o “Cabayú”, y luego la “Punta del Yeso” (actual Piedras Blancas) y el Arroyo Hernandarias (Fig. 1).

Hernando Arias de Saavedra fundó una estancia y reducción de mepenes entre1590 y 1603, sobre “la otra banda”, 15 leguas al norte de Santa Fe la Vieja. Estaría ubicada en algún punto entre la ciudad de La Paz y el A° Las Mulas (según la longitud de la legua que consideremos), un área donde hay varios sitios arqueológicos aunque ninguno proporcionó hasta ahora materiales hispano indígenas. Como expresa el mismo Hernandarias, “...habiendo pacificado los indios, y tenido seguridad de los caminos reales, hizo una reducción, a 15 leguas de esta ciudad río arriba, y por gozar de esta reducción queriendo imitarlo, fundaron estancias algunos vecinos en la otra banda”. La reducción sobrevivió hasta poco antes de 1610, en que “...los indios se

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acabaron por las pestes y los otros de las islas salteadores”. (Cervera, op. cit., I:172-173). Vuelta a poblar, sufrió un ataque de “indios cimarrones” hacia 1621, que actuaron “...queriendo matar a la gente, los que se escaparon en la escuridad de la noche; y robando cuanto hallaron, matando las ovejas que allí había”; y tal vez otro en 1632, cuando el Sargento Mayor Felipe Arias Mansilla vio a Hernandarias “...que hacía pasar y traer a la ciudad de Santa Fe las ovejas que habían quedado en dicha estancia; por haberse alzado los indios Charrúas y demás naciones de indios, que dieron, y asaltaron en las estancia que había por aquella costa, en la otra banda del Paraná, y causaron dejarlas desiertas y desamparadas” (Sallaberry, p.91)

Otra reducción importante es la de Santa Lucía (Pcia.de Corrientes), ubicada en los límites jurisdiccionales de Santa Fe. Estaba poblada por indios caracarás del Carcarañá, que se sublevaron "...con traición y muerte de españoles y otros indios", y se refugiaron en la laguna Iberá, último reducto de indios libres del Litoral. Allí los encontró el General Cristóbal de Garay y Saavedra, que salió de Santa Fe el 16 de octubre de 1638 al mando de 100 españoles y 230 guaraníes de las misiones. Como dice Cervera (op. cit., I: 359) "...reconoció en 1639 la laguna Iberá, y tras cruentos sacrificios, asaltó en sus guaridas pantanosas a estos indios confederados capezales, mepenes, caracaraes y otros, y tomóles prisioneros, quitándoles vituallas, talándoles las mieses, e infligiéndoles tal castigo, que por mucho tiempo dejaron de inquietar a Corrientes que sufría sus continuos ataques, y se aseguró así la libertad de los caminos y tránsito de Santa Fe a Corrientes". Los sobrevivientes fueron devueltos a Santa Lucía. Un siglo después, hablando de esta expedición, el P. José Cardiel diría que "...casi acabaron con ellos, y ahora ni aún el nombre hay de esta nación" (Furlong, 1953, p. 153).

La desaparición de los indígenas que servían a Santa Fe fue muy acelerada. Los sobrevivientes fueron forzados a concentrarse en tres reducciones: San Lorenzo de los Mocoretáes, tres leguas al noreste de la ciudad; San Miguel de los Calchines, en proximidades de la actual Santa Rosa de Calchines, y San Bartolomé de los Chanás, a orillas del A° Monje, cerca del Carcarañá. En 1620, el Informe del Gobernador Góngora encuentra en las tres un total de 441 indios, 303 indias y 247 muchachos, incluyendo también a los dispersos en los montes. En 1673, finalmente, al empadronarse todos los indios de las encomiendas de Santa Fe y Buenos Aires, sólo se encontraron 80 indígenas del macro grupo chaná-timbú: 54 chanás, 20 colastinés y 6 guayquirarós.

De los grupos guaraníes locales se sabe muy poco. Aparte de las noticias proporcionadas por Schmidl está el testimonio de Diego García (1527), quien al relatar su viaje desde la boca del Paraná hasta Sancti Spiritus dice: “...hasta allí nunca vimos ningún indio porque no íbamos por donde ellos estaban. Allí en aquella fortaleza habitaban indios que tenían cabe la fortaleza sus casas y alrededor en algunas islas, que se llama esta generación guaraníes. Estos mantenían a los cristianos de la fortaleza”. Según García, comían “...carne humana...Tienen y matan mucho pescado y abatíes [maíz] y siembran y cogen abatís y calabazas y carne y pescado” (Furlong Cardiff 1933:196).

En los alrededores de Cayastá (según Cervera) o en las islas del Río de la Plata (según Ruy Díaz de Guzmán) vivía el cacique Yamandú, utilizado como mensajero por Garay y Ortiz de Zárate. En 1574, Yamandú se movilizó al menos dos veces entre Santa Fe la Vieja y la Isla de San Gabriel, en el Río de la Plata, trayendo cartas y despachos del Adelantado, y llevando doce canoas con bastimentos que enviaba Garay. Las cartas tardaron dos meses en llegar. Según Ruy Díaz de Guzmán, que lo consideraba un traidor, Yamandú intentó “levantar la tierra”, pero al ver que el cacique Terú fracasaba en tomar Santa Fe la Vieja, cumplió con los encargos. Garay, ya fuera porque le tenía confianza o porque no tenía otro remedio, lo consideraba un “indio amigo”.

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Las fuentes escritas coinciden con la Arqueología en ubicar los grandes núcleos guaraníes en Misiones, el norte de Corrientes (en Itatí estaba el cacique Yaguarón, que ayudó a Gaboto) y en las islas del delta, fuera de la jurisdicción de Santa Fe la Vieja. En la margen entrerriana del Paraná medio en treinta años de trabajo localizamos nada más que dos fragmentos cerámicos pintados. Los guaraníes recién comienzan a hacerse visibles en las islas frente a Diamante (Cerro de las Pajas Blancas). En la margen santafesina se ubicó cerámica corrugada, cepillada y pintada en: a) el campo Los Zapallos, sobre el A° Leyes; b) Santa Fe la Vieja; y c) fragmentos dispersos corrugados y cepillados sobre la laguna Setúbal, a la altura de Angel Gallardo. Llama la atención esta ausencia, pese a que la lengua guaraní era manejada por casi todos los grupos costeros; y que algunos autores los consideran responsables de introducir la agricultura entre los pueblos chaná-timbú, suponiendo incluso que los taparrabos de algodón utilizados por las mujeres corondá eran producto de intercambio. Es muy posible que las relaciones de los guaraníes con el resto fueran muy cambiantes, como parecen indicar algunas crónicas, alternando períodos de paz y confrontación. Por tales circunstancias, los hábiles canoeros guaraníes no se detenían en las costas del Paraná medio, desplazándose lo más rápido posible desde el río Paraguay o el alto Paraná a las islas del delta.

LA INFORMACION ARQUEOLOGICA

En Santa Fe la Vieja no hay registrado ningún alfar cuyos obreros fueran europeos. En la armada de Ortiz de Zárate se alistó “un cantarero”, pero ni siquiera sabemos si llegó al Río de la Plata. De manera que todos los fragmentos o piezas enteras hechas por extendimiento de rotación con torno de alfarero localizados en la “Ciudad Vieja” tienen que ser materiales importados directamente de Europa, de Cuyo o de Chile (la vasija vinaria).

Toda la alfarería fabricada por la técnica de enrollamiento o “enchorizado”, por el contrario, puede considerarse sin demasiado riesgo como prehispánica o como hispano indígena, es decir, elaborada por artesanos aborígenes durante los noventa años de existencia de la ciudad colonial. Tentativamente, y siguiendo lineamientos ya trazados en trabajos anteriores (Ceruti y Matassi 1977, Ceruti 1983), la dividimos en:

I Hispano indígena monocroma roja (Fig. 1)

Es, con mucho, el lote más numeroso, y nunca fue estudiado en detalle. Se caracteriza por la presencia de un engobe que cubre total o parcialmente las paredes del recipiente, de color castaño rojizo, rojo lacre o castaño, Este engobe fue aplicado en algunas ocasiones mediante baño de la pieza, pero en la mayor parte de los casos mediante pincel, por lo que su espesor varía de un fragmento a otro. En algunos fragmentos y en piezas enteras, incluso, se advierte que la capa de color rojo es un verdadero engobe en las proximidades del borde y parte superior del cuerpo de la pieza, y luego se adelgaza hasta terminar cerca de la base con algunas pinceladas irregularmente distribuidas. En ocasiones, el fragmento se diferencia poco, o no se diferencia, de la cerámica indígena pintada de rojo, por ejemplo la que aparece en Goya -Malabrigo. En las formas, se advierte por lo general la influencia europea, aunque algunas piezas presentan las bases convexas o cónicas propias de los recipientes tupiguaraníes. Las formas más características corresponden a recipientes abiertos (platos hondos y playos, fuentes) y recipientes con cuello (jarras y jarrones). Estos últimos suelen tener grandes asas verticales, en cinta, que van de la parte superior o media del cuello al cuerpo. Frecuentemente el asa termina en un pequeño mamelón que se aparta de la pared del recipiente. Las bases más características son las planas. En menor proporción, aparecen bases en pedestal y anulares.

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La técnica de elaboración es, en casi todos los casos, la indígena (enrollamiento). En muy pocas oportunidades se comprobó el uso del torno de alfarero, lo que podría indicar que al menos parte de estas piezas son importadas y sirvieron de modelo a las restantes.

El surgimiento de la cerámica engobada en rojo, con formas derivadas de las indígenas, o copiando modelos europeos, es uno de los indicadores de contacto hispanoindígena .

Como dice Brochado (1974:35, trad. C.C.) "...el cambio en las formas de las vasijas no es fácil de observar, porque depende de la reconstrucción de éstas ... Se observa, no obstante, que algunas formas indígenas sobreviven, a veces durante bastante tiempo, mientras otras ... son eliminadas mucho más rápidamente. El primer síntoma de aculturación es la sustitución de las bases tradicionalmente redondeadas o cónicas por las bases planas, cóncavas, plano-cóncavas, en pedestal o anulares. Esta sustitución parece procesarse aproximadamente en este mismo orden, a medida que crece la influencia europea. La aparición de los tipos más complejos de bases, principalmente las bases anulares, depende en general del hecho de que la cerámica es torneada y por lo tanto producida en masa; por eso, en los períodos de post-contacto estos tipos disminuyen de frecuencia o desaparecen. La presencia de asas también es diagnóstica".

"La pintura roja de la cerámica aculturada es diferente de la pintura roja a veces presente en la cerámica de tradición Tupiguaraní y tiene origen europeo, pero como es común en las fundaciones religiosas y militares españolas y no aparece en las formaciones militares portuguesas, es posible que se haya restringido a la cerámica española y su presencia en los sitios de post-contacto del sur de Brasil pueda significar también alguna influencia española indirecta posterior"

En Brasil, se la encuentra como tipo predominante, con manufactura de tipo indígena, en numerosos sitios: Nossa Senhora de Loreto (1610-1631); Ciudad Real do Guairá (1556/7-1631/2); Reducción de Santo Inácio Miní o Ipaumbucú (1610-1631), en el Estado de Paraná (Blasi 1971; Mentz Ribeiro 1976). En Río Grande do Sul, la encontramos, más tardíamente, (a partir de 1687), en los "Sete Povos das Missoes Orientáis, do Uruguay" (tipo "Sao Joao Vermelho" de la Fase Missoes). Aquí el engobe es espeso y de un rojo brillante, y las piezas están elaboradas con torno. En las seriaciones, el tipo Sao Joao Vermelho es el más popular (32 %) al fundarse los primeros pueblos (Sao Joao Batista y Sao Lourenzo Mártir). Hacia 1690-1697, alcanza el 53 %, y luego comienza una declinación acelerada, en provecho de otros tipos cerámicas más simples (Brochado et al 1969).

En Argentina hay menos datos por déficit de publicaciones. En el norte de Corrientes, la Fase Itá-Corá (1528-1588), posterior a la llegada de Gaboto, presenta el tipo "Itatí Monocromo Rojo", con formas semiesféricas y sin asas. En la Fase Itatí (Subfase Itatí I), que corresponde al período 1609-1777, este tipo aumenta su popularidad, y aparecen las formas de perfil compuesto indicadoras de influencia Colonial, acentuándose estos caracteres en la Subfase Itatí II (1777-1850) (Núñez Regueiro et al 1973). Otros sitios donde se encuentra presente la cerámica monocroma roja son Yapeyú (Mónica Cattoggio com. pers.) y Concepción del Bermejo (Morresi 1971).

II Incisa con influencia Goya-Malabrigo

Lamentablemente no existe ninguna referencia escrita que nos indique quiénes elaboraron la enorme cantidad de fragmentos cerámicos atribuibles a la entidad cultural Goya-Malabrigo recuperados en Santa Fe la Vieja. Se puede partir de tres suposiciones: a) que la masa del material recuperado corresponde a sitios Goya-Malabrigo prehispánicos, datados regionalmente a partir de 1500 años AP; b) que todo o parte del material proviene de sitios históricos, correspondientes a la macroetnia chaná-timbú (quiloazas, timbúes, mocoretás, etc.) asentada en los alrededores de la

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ciudad con antelación a 1573; c) que al menos parte de los materiales fueron producidos o traídos a la misma por integrantes de la macroetnia trasladados en calidad de yanaconas (indios de encomienda afectados al servicio doméstico).

Por la forma en que fue excavada Santa Fe la Vieja, es imposible discriminar entre a) y b), ya que necesitaríamos contar con datos estratigráficos y fechados de carbono 14. Es probable que la ciudad se haya asentado sobre un área elevada ocupada previamente y durante muchísimo tiempo por Goya-Malabrigo, y que los fragmentos excavados por los pobladores al extraer tierra para fabricar las paredes de tapia, hubieran ido a parar nuevamente al pozo, convertido en basurero. Pero no hay que descartar la posibilidad de que al menos parte de esos materiales fueran recientes, fabricados uno o dos siglos antes de la ocupación española. Momentáneamente no es posible avanzar en este aspecto, ya que la solución del caso requiere la realización de nuevas excavaciones arqueológicas diseñadas ex profeso.

Otra posibilidad consiste en analizar el volumen total del material Goya-Malabrigo recuperado en Santa Fe la Vieja y compararlo con el excavado en sitios Goya-Malabrigo conocidos, tanto prehispánicos como sospechados de pertenecer a la época de contacto, buscando elementos que se aparten de la norma general y puedan indicar modificaciones en las pautas culturales de tradición indígena. Esta tarea no fue realizada todavía, y aquí solamente vamos a indicar algunos elementos que pueden servir en trabajos futuros.

Las características generales de la cerámica Goya-Malabrigo, son:

Predominio de la cerámica lisa sobre la decorada, con antiplástico de tiesto molido, o sin antiplástico visible. En menor proporción, arena mediana a gruesa. Formas principales:

a) Recipientes de perfil simple, evertidos o invertidos, de forma subesférica o subelipsoide, con base redondeada. Tamaño pequeño a mediano. También hay miniaturas. Con o sin asas, orificios de suspensión y decoración.

b) “Campanas". De cuerpo cilíndrico o troncocónico de paredes espesas, abierto en ambos extremos, generalmente con uno o dos apéndices zoomórficos modelados en la parte superior. Tamaño: similar al anterior.

c) Recipientes de perfil inflexionado o compuesto, con un pequeño cuello y cuerpo esférico u ovoide, de base redondeada o ligeramente aplanada. Pueden tener dos a cuatro asas pequeñas, en arco, simétricas, colocadas en la parte superior del cuello. Lisos o decorados. Tamaños variables, entre miniaturas y grandes.

Otros elementos cerámicos: bolas esféricas con surco ecuatorial; pesas elipsoides para pesca; torteros circulares; pendientes fusiformes o zoomórficas; pipas, generalmente verticales; cuentas bicónicas, cucharas,

Técnicas decorativas: figuras zoomórficas o antropomórficas modeladas o recortadas, colocadas a manera de asas en los recipientes. El modelado puede estar combinado con incisión (generalmente de surco rítmico, pero también punteada y de línea llena) y pintura positiva roja o blanca. Una descripción más completa y bibliografía, en Ceruti 2003b.

Los materiales de Santa Fe la Vieja presentan algunas características especiales, advertidas en parte por Serrano 1972: fragmentos incisos, con impresión de piolines, con impresión de cestería, con impresiones unguiculares, y sin decoración. Entre los incisos, predominan ampliamente los que presentan incisión de surco rítmico. El Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales posee una excelente colección

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de apéndices zoomorfos -quizás la más importante del país-, una pequeña parte de los cuales fueron publicados (Serrano 1972, Badano 1957, González 1977).

Entre los materiales que se apartan de lo habitual en Goya-Malabrigo, enumeramos: a) los que presentan formas o decoración poco habituales en otros yacimientos; b) los que presentan formas habituales, pero modificadas en algún aspecto y c) los decorados con instrumentos metálicos. Ilustramos algunos ejemplos, como antecedente para un trabajo posterior:

• Recipiente cubierto con engobe rojo, de cuerpo convexo, cuello evertido y base aplanada, con dos asas colocadas en la parte media del cuello. En la parte central del cuello presenta rectángulos sin engobar, sobre los que se han trazado aparentes letras “C” punteadas. La pieza se corresponde en líneas generales con la forma c) común en Goya-Malabrigo, pero las proporciones y la decoración son totalmente atípicas. El engobe corresponde más a las piezas hispano indígenas que a las pintadas de rojo de la entidad Goya-Malabrigo (Fig. 3)

• N° 45725 (M. XLVIII d, Caja 11); N° 29982 (M. XVII d, Ruina N° 4- Alonso Fernández Montiel- Caja 18)- Jarritas con cuerpo bicónico, cuello y asa vertical y base cóncava. La forma es europea. Algunas están decoradas con elipses repujados sobre el ecuador de la pieza, y presentan en el cuello motivos geométricos en zig-zag hechos con un instrumento dentado, quizás inspirados en piezas Goya-Malabrigo (Fig. 4).

• N° 34565 (M. XLIII d, Ruina 26, Caja 17)- Vasija con borde evertido pintado de rojo, con anillo de surco rítmico y cuerpo decorado con “banderitas” impresas con sello (Fig. 5 a).

• N° 33077 (M. XXVIII d, Ruina 13 – Antón Rodríguez de Cabrera, luego Miguel de Santuchos. Caja 16) – Miniatura con cuerpo complejo, cuello evertido y base plana con pequeño pedestal. Decoración de líneas paralelas unguiculadas cubriendo todo el cuerpo (Fig. 5 b).

• N° 47843 (M. XXVII, Solar B – Cristóbal González, luego Isabel González, Caja 16) – Miniatura con cuerpo complejo, cuello y base convexa con pedestal. Decoración incisa de línea en zig-zag y rectas cortas verticales (Fig. 5 c).

• N° 2124 y 2125 Museo “Antonio Serrano”, Paraná. Procedencia: Campo Los Zapallos, Arroyo Leyes (Col. Bousquet). Recipiente restringido de gran tamaño, posiblemente con forma de doble tronco de cono unido por la base. Antiplástico de tiestos molidos de hasta 2 mm de diámetro, y arena mediana. Decoración: dos líneas rectas paralelas incisas en surco rítmico en el borde del recipiente; en el cuerpo, dibujo complejo de grandes espirales aisladas, con aspecto de “florones”, agrupados formando rombos. Instrumento utilizado: posiblemente una paleta metálica con extremo trapezoidal, como un destornillador (Fig. 5 d).

• N° 38153 (M. VI c, Isabel de Espinosa - Caja 27) – Fragmento campana, posiblemente con apéndice en forma de cabeza de ave muy estilizada, frecuente en la zona ubicada frente a Puerto Gaboto, decorada con un clavo de hierro forjado de sección cuadrada (Fig. 6 a).

• N° 41700 (M. XVII – S.D. R4, Pozo A – Isabel de Becerra, viuda de Juan de Garay; luego Gral. Juan de Garay (h) y luego Gral. Cristóbal de Garay y Saavedra – Caja 28) – Apéndice de “campana” ornitomorfo. Morfología Goya-Malabrigo, pero decorado con incisiones triangulares, tal vez confeccionadas con un clavo metálico (Fig. 6 b).

• N° 18016 y 47144. Pipas en forma de armadillo y felino (posiblemente un yaguareté). De la muy buena colección de pipas existente en el Museo Etnográfico “Juan de Garay”, unas pocas pueden estar reflejando la influencia Goya-Malabrigo. En general, las pipas localizadas en excavación en sitios Goya-Malabrigo son del tipo

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vertical, como las utilizadas en el Chaco por los pueblos de habla Guaycurú, y muy distintas de las guaraníes. Las que ilustramos en la Fig. 7 son del tipo “monitor”, y la influencia está dada por la figura zoomorfa. Particularmente interesante es la que representa un felino, ya que la morfología (especialmente la forma de trazar el rostro) la aproxima notablemente a otros felinos Goya-Malabrigo, como el N° 54384, perteneciente a la Col. Crouzeilles, depositado en el Museo Etnográfico (Fig. 7).

• La enorme colección de apéndices biomórficos procedentes de Santa Fe la Vieja y sitios próximos, no ha sido estudiada todavía. Prácticamente toda la fauna local está representada, incluyendo peces, murciélagos, seres humanos y figuras francamente fantásticas. De la Boca de la Laguna Blanca II incluimos un apéndice en miniatura representando un mamífero (Fig. 8 a), una figura humana con una especie de gorro cónico, muy frecuente en el sitio (Fig. 8 c), y una pequeña pesa para pesca con forma de pichón de ave saliendo del cascarón (Fig. 8 b). La colección del Museo Etnográfico de Santa Fe incluye también algunos fragmentos de manos y pies, que podrían pertenecer a pequeñas estatuas hispano indígenas, tal vez de pesebres. O bien podrían estar indicando una tendencia de las poblaciones Goya-Malabrigo tardías a representar figuras humanas y de animales independientes, sin constituir apéndices de recipientes. Ejemplos: N° 46976, 46975 y otras (M. XV b – Bartolomé Sánchez), N° 32163 (sin procedencia) – Caja 30. Es interesante destacar que algunos de estos apéndices representan patas de animales con pezuña hendida, idénticos a las de los bueyes confeccionados en nuestros días por los Avá-Guaraní de Tentayape (Dpto. Chuquisaca, Chaco Boliviano) (Fig. 8 d y e). Otro dato interesante es que una “patita” fue localizada en el sitio Boca de la Laguna Blanca II (desgraciadamente sustraída) y un “pie” en la margen derecha del A° Coronda (Astiz et al, 1975).

III Tupiguaraní corrugada y cepillada.

Santa Fe la Vieja y el Campo Los Zapallos, sobre el A° Leyes, son los sitios con mayor presencia de fragmentos cerámicos corrugados y cepillados, atribuibles a la denominada Tradición Alfarera Tupiguaraní. Pese a no ser demasiado abundantes destacan por la variedad del antiplástico empleado, indicando distintas procedencias y tecnologías, acordes con un grupo humano no residente en el área. En un análisis preliminar, hemos anotado: a) corrugado y cepillado con tiestos molidos (Lag. de Guadalupe); b) liso con fibras y clastos de materia orgánica carbonizada, densa; granos redondeados de cuarzo cristalino (arena mediana) y tiestos molidos (A° Leyes); corrugado con materia orgánica carbonizada muy abundante (hojas de gramíneas), cavidades rellenas con ceniza, y núcleo grafitado (posiblemente se mezcló grasa con la arcilla), granos de arena mediana, a veces tiestos molidos (A° Leyes). De la col. procedente de Santa Fe la Vieja, indicamos:

• N° 34868 (M. XXVII d, Ruina 12, Alonso Fernández Montiel, o Diego Resquín – Caja 12). Recipiente de borde evertido, cepillada, de fondo cóncavo con guarda unguiculada en el labio (Fig. 9 a).

• N° 29981 b (M. XVII d, Ruina 4, Alonso Fernández Montiel, Caja 18) – Base plana totalmente cubierta por un motivo en espiral, formado por “pellizcos” en la pasta fresca (Fig. 9 b).

Agregamos un fragmento procedente del A° Leyes:

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• N° 2188 Museo “Antonio Serrano”, Paraná. Procedencia: Campo Los Zapallos, A° Leyes (Col. Bousquet). Recipiente restringido de perfil compuesto (una típica “urna” tupiguaraní de base cónica), con antiplástico de tiestos molidos. Decorada con impresiones triangulares, hechas con una cabeza de clavo de hierro forjado (Fig. 9 c).

IV Tupiguaraní pintada

Aunque en la colección procedente de Santa Fe la Vieja predominan ampliamente los materiales tupiguaraní con decoración corrugada y cepillada, existe también un lote bastante numeroso con decoración pintada bicolor (rojo/blanco, o rojo/color natural de la pasta) y policroma (rojo y negro/blanco, especialmente). Como en el caso de la cerámica Goya-Malabrigo, para expliar su presencia pueden plantearse diversas alternativas: a) provienen de una ocupación prehispánica o contemporánea de la Conquista, posterior al asentamiento Goya-Malabrigo pero anterior a 1573; b) fueron elaborados por los guaraníes traídos por Garay desde Asunción; y c) se originan en una combinación de las dos hipótesis. La abundancia de fragmentos cepillados; la aparición de piezas decoradas con líneas rojas trazadas con los dedos, sobre blanco o sobre el color natural de la pasta; las franjas rojas pintadas en la base de "urnas" carenadas, son elementos que en Brasil aparecen en sitios Tupiguarani contemporáneos de la Conquista europea (Brochado, José Proenza; y Mentz Ribeiro, Pedro A., com. pers.). La gran cantidad de rasgos de esta Tradición que se combinan con otros importados para conformar piezas mixtas indica la continuidad del grupo con posterioridad a la fundación de Santa Fe. Por el momento resulta imposible discriminar entre piezas fabricadas por los guaraníes asentados en las islas frente a Santa Fe la Vieja y las traídas desde Asunción, o elaboradas por guaraníes sometidos. De la comparación con fragmentos polícromos procedentes del A° Leyes resultan diferencias bastante grandes en el antiplástico, que posiblemente estén indicando diversas procedencias de la materia prima utilizada, o bien transporte de las piezas desde áreas bastante alejadas de Santa Fe la Vieja, como pueden ser Asunción o el delta.

• A° Leyes. Dos tipos de antiplástico: a) tiestos molidos de 1-3 mm, poco denso, a veces con arena mediana, y b) arena fina, densa y abundante carbón.

• Santa Fe la Vieja: granos de cuarzo traslúcido rodado, levemente azulados (arena mediana), poco densos.

En cuanto a la forma (recipientes de paredes compuestas o complejas con base cónica, sin asas), la mayor parte de los fragmentos recuperados en Santa Fe la Vieja no se diferencian demasiado de otros provenientes de Brasil o del delta (Fig. 10 a). Otras, en cambio, son formas atípicas que podrían estar indicando un cambio de los patrones tradicionales, como la pieza ilustrada en la Fig. 10 b (recipiente de cuerpo redondeado) o en la Fig. 10 c, en que puede apreciarse un recipiente con base redondeada y paredes rectas que podría llegar a derivar de un modelo europeo.

V Averías polícromo

Entre los más de 2.000 fragmentos con decoración pintada recuperados en Santa Fe la Vieja, unas pocas decenas (todavía sin estudiar) presentan la decoración bicolor o polícroma que caracteriza a la cerámica Averías de Santiago del Estero, al parecer originaria de la Sierra de Guasayán. Desde allí se extendió a la mesopotamia santiagueña, concentrándose en los montículos que bordean al Río Dulce, y es atribuida a la etnia tonocoté constituida por agricultores sedentarios. Su presencia se

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explica fácilmente, dadas las relaciones entre Santa Fe y Santiago del Estero, y la contemporaneidad de Averías con la Conquista.

El tipo cerámico Averías se encuentra también esporádicamente en lugares arqueológicos de La Rioja, Catamarca, Salta y aún la región puneña, donde es conocido como Yocavil polícromo. Probablemente corresponda a mitimaes incaicos, y su alta calidad artística la hizo objeto de un activo comercio que llegó hasta la conquista española (González, 1977).

VI Hispano indígena bicolor o polícromo

Entre los materiales procedentes de Santa Fe la Vieja hay un lote de 1.744 fragmentos y 5 piezas enteras que presentan decoración pintada policroma, con una combinación de rasgos indígenas y europeos. Fueron estudiados en detalle en 1974-1975, y publicados por Ceruti y Matassi (1977) y Ceruti (1983).

El análisis de los materiales permitió determinar la presencia de dos grupos de fragmentos, que se distinguían en base a los motivos decorativos:

a) Un grupo con motivos geométricos, rojo-castaño sobre el color natural de la pasta, o rojo-castaño sobre blanco, inspirado en modelos indígenas (guaraníes).

b) Otro grupo con motivos predominantemente florales que utilizaba varios tonos de blanco, rojo, rosa, negro y anaranjado combinados de diversas formas.

Sobre esta base, se establecieron dos series: una de Tradición indígena y otra de Tradición Europea.

Serie de Tradición Europea (56 % de los fragmentos): predomina la decoración pintada positiva, policroma (Fig. 11).

Los colores utilizados son: blanco, negro, rojo-anaranjado, rojo y saImón. Los colores de fondo más frecuentes son: rojo (68 %), blanco y color natural de la pasta. Las combinaciones de color más frecuentes: blanco/rojo (48 %) y rojo/blanco.

Predomina la decoración aplicada en el exterior de los recipientes. Los motivos, que pueden estar rellenos, se pintaron con trazos finos (2-3 mm), y menos frecuentemente medianos a gruesos (10-15 mm). A veces, el motivo fue delineado mediante un trazo inciso, o se lo raspó, pintándose encima. En un caso, se usó compás. Otras técnicas decorativas presentes son: acanalamiento, pastillaje decorativo, estampamiento unguicular, estampamiento digital y excavamiento (presentes, sobre todo, en rebordes, aplicados en el ecuador de las piezas).

La pasta presenta antiplástico de arena, manufactura por enrollamiento y cocción oxidante incompleta. Las formas más frecuentes son no restringidas de contorno compuesto o complejo (platos, fuentes, escudillas: 56 % del total), y restringidas independientes de contorno compuesto o complejo (jarras, jarrones: 24 %).

Los bordes más comunes son evertidos, especialmente paralelos con refuerzo externo, o convergentes.

Hay bases biplanas, meniscocóncavas y en pedestal. Son características las asas verticales, únicas, con el extremo inferior evertido.

En la decoración predominan las guardas con motivos florales y formas simples con movimientos curvos (34 %); abundan los ritmos curvos (46 %). En mucha menor proporción, hay motivos circulares (cerrados o abiertos) y corazones, algunos de ellos flechados.

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Serie de Tradición Indígena (44 % de los fragmentos): también aquí predomina la decoración pintada positiva policroma, pero las combinaciones más frecuentes son rojo/color natural de la pasta (68 %) y rojo/blanco (30 %) (Fig. 12).

Se utilizaron menos colores: blanco, negro y rojo. Son muy pocos los ejemplares engobados en rojo; en cambio abundan más los que tienen engobe blanquecino.

Los diseños están trazados a pincel, con líneas finas (2-3 mm) o gruesas (7-9 mm). En el interior de los recipientes las líneas suelen estar pintadas directamente con los dedos. Hay un solo caso de motivo inciso y pintado encima.

Otras técnicas decorativas aparecen en ínfima proporción: incisión, estampamiento unguicular, estampamiento de cuerdas y cepillado. Se decoró especialmente el interior de las piezas, pero también el exterior, y hay piezas decoradas en ambas superficies.

La pasta presenta concreciones de color claro, nodulares (posiblemente “tosca”) y óxido de hierro. En los demás caracteres de la pasta, no hay diferencias con la serie Europea.

Predominan las formas no restringidas de contorno simple o inflexionado, esferoidales (38 %) y las no restringidas, o restringidas de contorno compuesto o complejo y base cónica (27 % en total).

Los bordes son evertidos; con refuerzo doblado, refuerzo externo y paralelo.

Predominan las bases biplanas (aunque la proporción es menor que en la otra serie), cónicas y meniscóncavas.

Casi no hay asas. En la decoración, solamente encontramos guardas (no hay composiciones libres) con ritmos rectos, y motivos constituidos mayoritariamente por rectas horizontales y verticales (39%), especialmente rectángulos concéntricos; o rectas oblicuas (36%), especialmente angulares.

Es fácil encontrar similitudes entre las formas de nuestra Serie de Tradición Europea y la cerámica española (Llubiá 1973) o colonial americana, tanto de la Argentina (Gramajo, 1974; Rodríguez, 1973) como de Brasil (Blasil 1971, Brochado et al 1969). Con respecto a la decoración, no quedan dudas sobre su origen europeo. Las guardas con motivos florales aparecen en la cerámica del sur de España durante el período de los Reinos Taifas (1010 a 1085-1266), a veces con rosetones en el fondo de los recipientes (Llubiá, op. cit), pero sus primeras manifestaciones, combinadas con motivos geométricos, se encuentran ya en la cerámica del período del Califato de Córdoba (912 a 1010-1031). Según Lluviá, los motivos florales no corresponden a la cerámica oriental, sino que provienen de la occidental. Esta tesis parece confirmarse por la presencia de guardas con motivos florales policromados según ritmos curvos, enmarcando escenas religiosas, en pinturas murales y sobre tabla del Románico Catalán (siglo XI al XIII) (Gudiol 1965; Ainaud 1965).

Se encuentran dificultades al intentar comparaciones con otros sitios americanos, ya que la cerámica colonial suele ser lisa o con decoración incisa. Las aproximaciones más cercanas se establecieron con algunos materiales depositados en el Museo Arqueológico de Santiago del Estero, una pieza de Concepción del Bermejo que se encuentra en el Museo Martinet de Resistencia (Gramajo op. cit., Morresi 1971).

Los materiales de Santiago del Estero corresponden al Período 1580-1780, y fueron publicados parcialmente por los Hnos. Wagner aunque sin ninguna descripción. Se ignoran los sitios exactos de procedencia (posiblemente Acequia Vieja, Averías y Matará).

Algunas de estas piezas se asemejan a los materiales de Cayastá por la forma, la técnica decorativa (pintura positiva policroma) y la presencia de motivos florales

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formando guardas, aunque aquí son frecuentes los ritmos curvos encadenados, mientras que en Cayastá predominan los ritmos alternos y ondulados sobre tangentes.

Amalia Gramajo de Martínez Moreno creyó encontrar para algunos motivos, antecedentes en el período del Arte Granadino de España, con un remoto origen persa; para otros, vió similitudes con la cerámica cristiana del Reino de Castilla.

Otras piezas, aunque tienen formas españolas, presentan decoración Averías Policromo. Algunos de los presuntos motivos fitomorfos, incluso, pueden ser derivaciones de las guardas con espirales encadenadas y volutas de Averías.

A título de curiosidad, digamos que Ibarra Grasso las consideraba "formas empobrecidas de la serpiente alada" de Mesoamérica (Gramajo, 1974 y 1975; Ibarra Grasso, 1967).

La hermosa pieza de Concepción del Bermejo fue encontrada en 1943 por Alfredo Martinet y Ana Biró de Stern, y su identidad en cuanto a pasta, forma, decoración (guardas compuestas por flores y corazones flechados, en blanco/rojo) y manufactura es total con las piezas de Santa Fe la Vieja. Esta identidad ya había sido señalada por Zapata Gollán en su trabajo de 1966. Morresi (op. cit., pág. 150) la consideró "como un exponente del estilo alto peruano". Para nosotros, tratándose del único recipiente con estas características localizado en Concepción del Bermejo, su origen debe buscarse en la producción local de Santa Fe la Vieja en la época en que ambas ciudades coexistieron (período 1585-1630).

En la serie de Tradición Europea, los componentes de ese origen se encuentran fusionados con un componente indígena (manufactura, en el 94 % de los casos), o con dos componentes indígenas (manufactura y decoración; manufactura y forma).

El origen de la Serie de Tradición Indígena, tanto en forma como en decoración, debe buscarse en la Tradición Alfarera Tupiguaraní. Solamente en el 12 % de los casos se encuentran elementos europeos fusionados (forma; engobe rojo brillante; forma y engobe rojo brillante combinados; motivos decorativos, en ese orden). En los ejemplos restantes, la influencia europea se advierte indirectamente, por la deformación de los rasgos Tupiguaraní. Llama la atención la simplificación de las formas y la decoración, el engrosamiento de las líneas, el interior de los recipientes pintados con el dedo.

Al estudiar la distribución de los fragmentos sobre el plano de las ruinas de Santa Fe la Vieja, se pudieron ubicar 1.147 sobre un total de 1.744, comprobando que el 70% se concentraba en un grupo de cuatro manzanas ubicadas al SE de la Plaza:

UBICACION PROPIETARIO %

Manzana XVII d Isabel Becerra; luego Gral. Juan de Garay (h); luego Gral Cristóbal de Garay 31

Manzana VII a Iglesia y Convento de San Francisco 28

Manzana XVII c Contador Hernando de Osuna; luego Juan González de Ataid 7

Manzana XVIII b Gral. Juan de Garay (h); luego Gral. Cristóbal de Garay 2

Manzana XVII a Cosma Sánchez 1

Manzana VI c Isabel de Espinosa 1

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Pero además la Iglesia de San Francisco; las dos casas de los descendientes de Juan de Garay y la casa de Isabel de Espinosa están en una intersección de calles, donde se concentra el 62% de todos los fragmentos ubicados en la ciudad.

Discriminando los fragmentos localizados en las tres iglesias sobrevivientes, vemos que se encontraron 311 (28%) en San Francisco, 14 fragmentos en la Iglesia de La Merced y solamente 4 fragmentos en Santo Domingo.

Analizando la distribución de cada serie, obtuvimos los siguientes resultados:

a) La Serie de Tradición Europea aparece en mayor proporción en la casa principal de la familia Garay (27%) que en San Francisco (19%), advirtiéndose una distribución diferente de los colores. En San Francisco predomina ampliamente el blanco/rojo (84 fragmentos), seguido por el rojo/blanco (20 fragmentos) y el negro y blanco/rojo (11 fragmentos). En la casa de la Flia. Garay se encontraron 52 fragmentos blanco/ rojo, 33 rojo/blanco, 25 rojos y negro/blanco y 15 negros y blanco/rojo.

b) La Serie de Tradición Indígena se distribuye en proporción inversa: el 35% en San Francisco y el 27% en la casa de la Flia. Garay. En San Francisco hay 147 fragmentos rojo/color natural de la pasta y 24 rojo/blanco. En la casa de los Garay, 86 fragmentos rojo/color natural de la pasta y 43 rojo/ blanco.

ALGUNAS CONCLUSIONES

La revisión de la cerámica proveniente de Santa Fe la Vieja permite visualizar un componente indígena importante, representado por todos los materiales que no presentan huellas de torno.

Los autores de esta alfarería fueron, en algunas oportunidades, integrantes de la macroetnia chaná-timbú y en otras de la etnia tonocoté (cerámica Averías), pero fundamentalmente guaraníes.

Dada la poca representación local de la etnia guaraní y las malas relaciones que mantuvieron con los habitantes de la ciudad, es de suponer que la mayor parte de los alfareros fueran guaraníes sometidos traídos de Asunción o sus descendientes.

En la segunda mitad de existencia de Santa Fe la Vieja, posiblemente entre 1600 y 1660 se consolidó un centro de producción alfarera que elaboró piezas en que se combinaban los rasgos europeos e indígenas, algunas de ellas policromadas y de una notable belleza.

Esta cerámica se consumió localmente, aunque algunos ejemplares pudieron ser transportados a otras ciudades contemporáneas, como Concepción del Bermejo.

El centro de de producción y/o consumo estuvo en las manzanas ubicadas al SE de la Plaza, y los principales poseedores fueron el Convento de San Francisco (especialmente piezas de la Serie de Tradición Indígena) y los descendientes de Juan de Garay, en cuya casa se prefirieron las piezas de la Serie de Tradición Europea.

La existencia de una cerámica en la que se perpetúan elementos inspirados en la alfarería guaraní pintada, por lo general la primera en desaparecer al establecerse el contacto con los europeos, quizás por su estrecha vinculación a ceremonias rituales, ilumina aspectos ocultos de las relaciones entre los conquistadores españoles y los grupos indígenas sometidos.

Como plantea Florencia Roulet en su Tesis publicada por la Universidad de Misiones (1993), las relaciones conquistador-conquistado pueden enfocarse desde dos aspectos: desde los procesos de sometimiento y adopción creciente de rasgos culturales del conquistador, y desde el punto de vista de la resistencia ejercida por el conquistado.

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En Asunción, a partir de la llegada del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca se generó un proceso de profundos disturbios que enfrentó a europeos, guaraníes y guaycurúes, y terminó con el gran levantamiento de 1545-46. Durante el mismo ocurrieron episodios de resistencia activa muy intensa, con alejamiento de poblaciones enteras (“levantar la tierra”), matanzas, y destrucción de ganado y elementos europeos.

Desde 1556, con la imposición de la encomienda, se produjeron nuevos hechos de violencia, reprimidos muy duramente (el último de ellos, precisamente, por Don Juan de Garay, cuando Santa Fe la Vieja ya tenía varios años de existencia). Con posterioridad solamente se registran acciones de resistencia pasiva, de carácter individual.

Bajo tales circunstancias, en Santa Fe la Vieja y a cuarenta y cinco años, al menos, del último intento de rebelión, la “Serie de Tradición Europea” debe considerarse como un caso de imposición de rasgos (formales y decorativos) por parte de la elite dominante. La “Serie de Tradición Indígena” de la alfarería polícroma, a su vez, como un notable y porfiado ejemplo de resistencia pasiva cuyo autor fue un alfarero o un grupo alfareros de origen guaraní, radicados presumiblemente en el Convento de San Francisco o en sus proximidades.

En: CD "Santa Fe la Vieja: Arqueología de los siglos XVI y XVII" - Programa de Arqueol. Histórica de Santa Fe la Vieja, Dir. M.A. Carrara y N. De Grandis. Escuela de Antropología de la Univ. Nac. de Rosario, 2006, Rosario.

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En: CD "Santa Fe la Vieja: Arqueología de los siglos XVI y XVII" - Programa de Arqueol. Histórica de Santa Fe la Vieja, Dir. M.A. Carrara y N. De Grandis. Escuela de Antropología de la Univ. Nac. de Rosario, 2006, Rosario.

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Fig. 1: Mapa con los principales sitios mencionados en el texto.

Santa Fe la Vieja

Lag. los Caletones

Punta del Yeso

La Palmera III

Lag. Los Patos

Parque Gral. San Martín

Corpus Christi

Sancti Spiritus

Los Zapallos

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Alfarería hispano indígena Monócroma roja.

Fig. 2

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a) Recipiente con cuello y asas, con medidas y decoración atípicas.

b) Recipiente con cuello y asas, dimensiones normales en Goya-Malabrigo

Fig. 3

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a) Jarritas hispano-indígenas con decoración repujada y punteada.

b) Jarritas hispano-indígenas con decoración repujada e incisa con peine según

patrones geométricos, de posible inspiración Goya-Malabrigo.

Fig. 4

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a) Recipiente con anillo de surco rítmico b) Miniatura decorada con líneas

y líneas oblicuas de “banderitas” hechas horizontales unguiculadas

con un sello

c) Miniatura decorada con incisión de línea en zig-zag y rectas cortas verticales.

d) Recipiente con “florones” en surco rítmico. Los Zapallos (A° Leyes)

Fig. 5

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a) Fragmento de “campana” decorada con incisiones realizadas con un clavo metálico

de hierro forjado, sección cuadrada.

b) Apéndice ornitomorfo decorado con incisiones triangulares confeccionadas con un

clavo metálico.

Fig. 6

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a) Pipas zoomorfas representando un felino y un armadillo

b) Felino de la Col. Crouzeilles, Museo Etnográfico “Juan de Garay”

c) Felino de la Col. Crouzeilles d) Pipa de Santa Fe la Vieja

Fig. 7

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a) Apéndice (mamífero) b) Pesa para pesca c) Representación humana

Sitio: Boca de la Laguna Blanca II (antigua “Laguna de los Caletones”)

d) Representación de patas y brazos (Santa Fe la Vieja).

e) Representación de pata con pezuña hendida. La primera, Santa Fe la Vieja. La segunda, Avá-Guaraní actuales de Tentayape (Chaco Boliviano), Col. Juliana Frías.

Fig. 8

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a) Pieza borde evertido cepillada con guarda b) Base plata con motivo en espiral

unguiculada en labio, fondo cóncavo conformada por “pellizcos”

c) “Urna” carenada tupiguaraní, con decoración hecha con un clavo metálico Campo

Los Zapallos, A° Leyes. Museo “Antonio Serrano” (Col. Bousquet)

Fig. 9

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c) Recipiente guaraní de cuerpo b) Recipiente guaraní de cuerpo redondeado

complejo con base cónica

c) Recipiente guaraní de perfil recto y base redondeada

Fig. 10

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Cerámica hispano indígena polícroma, Serie de Tradición Europea

Fig. 11

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Cerámica hispano indígena polícroma: Serie de Tradición Indígena

Fig. 12