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Unión de Escritores y Artistas de Cuba Fundada por Nicolás Guillén en abril de 1962 6 20 17 Director: NORBERTO CODINA · Subdirector editorial: ARTURO ARANGO · Editora: MABEL MACHADO · Sección de Crítica: NAHELA HECHAVARRÍA · Corrección: VIVIAN LECHUGA · J. MEDINA RÍOS · Diseño: MARLA CRUZ LINARES· Composición: LISANDRA FERNÁNDEZ TOSCA · Secretaria: MARIELA GONZÁLEZ BALADO Consejo Editorial: MARILYN BOBES · CARLOS CELDRÁN · DAVID MATEO · REINALDO MONTERO · GRAZIELLA POGOLOTTI · PEDRO PABLO RODRÍGUEZ · ARTURO SOTTO · ROBERTO VALERA Redacción: Calle 17 n. 354, e/ G y H, El Vedado, La Habana, 10400. Telf.: 7832-4571 al 73, ext. 248, 7838-3112. E-mail: [email protected] / Impresión financiada por el Fondo de Desarrollo para la Educación y la Cultura / Impreso en UEB Gráfica Caribe / Precio: $5.00 cup ISSN 0864-1706 Cada autor es responsable de sus opiniones. noviembre / diciembre AUTORES Luneta n. 1, documental de la cineasta Rebeca Chávez (Santiago de Cuba, 1946), es el punto de partida de su libro “Habitaciones oscuras”, en proceso por la Editorial de Ciencias Sociales. Sociólogo y ensayista, Aurelio Alonso (La Habana, 1939) es subdirector de la revista Casa de las Américas y tiene en preparación un libro sobre la doctrina social católica y la proyección de sus más recientes protagonistas. Entre las últimas publicaciones del historiador y profesor Oscar Zanetti Lecuona (La Habana, 1946) están Esplendor y decadencia del azúcar en las Antillas hispanas (2012) y La escritura del tiempo (2014). Julio César Guanche (La Habana, 1974) está convirtiendo en libro su tesis doctoral “Populismo, ciudadanía y nacionalismo. La cultura política republi- cana en Cuba hacia 1940”, de la cual ya han aparecido fragmentos y capítulos en diferentes revistas y volúmenes. Magdiel Sánchez Quiroz (Morelos, 1984) trabaja en el Programa de Estudios de la Complejidad y Formación de Ciudadanía en la UAEM, y acaba de concluir la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM con una investigación sobre el pensamiento de Fernando Martínez Heredia. El profesor universitario y periodista de Juventud Rebelde Jesús Arencibia Lorenzo (Pinar del Río, 1982) ha conducido por más de una década investi- gaciones sobre grandes figuras de la prensa cubana. El historiador, ensayista y periodista Pedro Pablo Rodríguez (La Habana, 1946) es director de la edición crítica de las Obras completas de José Martí. Rosario Alfonso Parodi (La Habana, 1988) dirigió el documental Los ama- gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario cubano Fructuoso Rodríguez. El crítico de arte Daniel Céspedes (Isla de la Juventud, 1982) tiene en pre- paración por la Editorial Arte y Literatura “El crítico como artista y otros ensayos”, compilación de textos de Oscar Wilde. Presidenta de la Fundación “Alejo Carpentier”, la escritora y profesora Graziella Pogolotti (París, 1932) tiene en proceso por Ediciones ICAIC la compilación de ensayos sobre temas de política cultural “La rosa y la espina”. Emir García Meralla (La Habana, 1965), autor de textos sobre la música cubana aparecidos en publicaciones nacionales y extranjeras, espera la aparición de varios libros, como “Hágase la timba”, “Apuntes para un baile inconcluso” y “16 compases”. Librero, editor y narrador, Álvaro Castillo Granada (Bucaramanga, 1969) tiene en vías de publicación por Random House Mondadori el libro de cuentos “Un librero”. Adelaida de Juan (El Vedado, 1931), crítica de arte y Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, dio a conocer en 2016 Visto en la Casa de las Américas (Fondo Editorial Casa de las Américas). En cubierta: foto de Kaloian Santos PENSAR Y HACER LA REVOLUCIÓN LA OBRA INTELECTUAL DE FERNANDO MARTÍNEZ HEREDIA... SE ALZÓ QUIÑONES... / EL ÚLTIMO COMBATE DE LA GUARDIA RURAL / EN LA EMBOSCADA / EMILIO VAPALPUEBLO Y SU MARTILLO / FUEGO EN EL YIGRE / UN CUENTO DE LA GUERRA. Fernando Martínez Heredia EL MUNDO EN EL QUE NACIÓ CARLOS ENRIQUE MARX Y ALGUNAS CUESTIONES DE MÉTODO / EL CHE EN LA CASA DE LAS AMÉRICAS. Fernando Martínez Heredia CONVIENE QUE HAYA HEREJES. Rebeca Chávez EL CAMINO DE FERNANDO. Aurelio Alonso EL INTRUSISMO HISTORIOGRÁFICO DE FERNANDO. Oscar Zanetti Lecuona LA FUERZA DE FERNANDO. Julio César Guanche ROMPER LOS LÍMITES DE LO POSIBLE. Magdiel Sánchez Quiroz MILITANCIA Y POESÍA DE UN HEREJE. Jesús Arencibia Lorenzo PENSAR Y HACER REVOLUCIÓN. Pedro Pablo Rodríguez PARA PENSAR EL EJERCICIO DE PENSAR. Rosario Alfonso Parodi LAS IDEAS QUE SEDUCEN. DIÁLOGO CON RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA. Daniel Céspedes AL RESCATE DE LEONARDO. Graziella Pogolotti JULIO ANTONIO MELLA. Leonardo Fernández Sánchez SOLO DE TROMBÓN Y VERBOS CON DEMETRIO MUÑIZ. Emir García Meralla RELEYENDO PASAJES DE LA GUERRA REVOLUCIONARIA, DE ERNESTO CHE GUEVARA. Álvaro Castillo Granada RECORDANDO A IDA. Adelaida de Juan OBITUARIO CRÍTICA ALBERTO GARRANDÉS O EL ÉXTASIS DE LA PALABRA. Heriberto Machado / GEORGINA HERRERA Y EL ÁRBOL TUTELAR DE LA FAMILIA. Caridad Atencio / NUESTRA QUIETUD. Yamey Mariulys González / LA UTOPÍA NO HA DE SER MAÑANA. Nahela Hechavarría / PAISAJE CON BARBECUE. Maikel José Rodríguez 55 AÑOS UNA REVOLUCIÓN QUE COMIENZA. Ernesto Che Guevara 2 2 3 9 14 19 22 24 27 32 34 35 38 44 45 48 54 55 56 57 63

20 noviembre / diciembre 17 - UNEAC | Sitio Oficial · gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario cubano Fructuoso Rodríguez. El crítico de arte

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Unión de Escritores y Artistas de CubaFundada por Nicolás Guillén en abril de 1962

62017

Director: NORBERTO CODINA · Subdirector editorial: ARTURO ARANGO · Editora: MABEL MACHADO · Sección de Crítica: NAHELA HECHAVARRÍA · Corrección: VIVIAN LECHUGA · J. MEDINA RÍOS · Diseño: MARLA CRUZ LINARES· Composición: LISANDRA FERNÁNDEZ TOSCA · Secretaria: MARIELA GONZÁLEZ BALADO

Consejo Editorial: MARILYN BOBES · CARLOS CELDRÁN · DAVID MATEO · REINALDO MONTERO · GRAZIELLA POGOLOTTI · PEDRO PABLO RODRÍGUEZ · ARTURO SOTTO · ROBERTO VALERA

Redacción: Calle 17 n. 354, e/ G y H, El Vedado, La Habana, 10400. Telf.: 7832-4571 al 73, ext. 248, 7838-3112. E-mail: [email protected] / Impresión financiada por el Fondo de Desarrollo para la Educación y la Cultura / Impreso en UEB Gráfica Caribe / Precio: $5.00 cupISSN 0864-1706

Cada autor es responsable de sus opiniones.

noviembre / diciembre

autores

Luneta n. 1, documental de la cineasta Rebeca Chávez (Santiago de Cuba, 1946), es el punto de partida de su libro “Habitaciones oscuras”, en proceso

por la Editorial de Ciencias Sociales.

Sociólogo y ensayista, Aurelio Alonso (La Habana, 1939) es subdirector de la revista Casa de las Américas y tiene en preparación un libro sobre la doctrina social católica y la proyección de sus más recientes protagonistas.

Entre las últimas publicaciones del historiador y profesor Oscar Zanetti Lecuona (La Habana, 1946) están Esplendor y decadencia del azúcar en las

Antillas hispanas (2012) y La escritura del tiempo (2014).

Julio César Guanche (La Habana, 1974) está convirtiendo en libro su tesis doctoral “Populismo, ciudadanía y nacionalismo. La cultura política republi-cana en Cuba hacia 1940”, de la cual ya han aparecido fragmentos y capítulos

en diferentes revistas y volúmenes.

Magdiel Sánchez Quiroz (Morelos, 1984) trabaja en el Programa de Estudios de la Complejidad y Formación de Ciudadanía en la UAEM, y acaba de concluir la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM con una investigación

sobre el pensamiento de Fernando Martínez Heredia.

El profesor universitario y periodista de Juventud Rebelde Jesús Arencibia Lorenzo (Pinar del Río, 1982) ha conducido por más de una década investi-

gaciones sobre grandes figuras de la prensa cubana.

El historiador, ensayista y periodista Pedro Pablo Rodríguez (La Habana, 1946) es director de la edición crítica de las Obras completas de José Martí.

Rosario Alfonso Parodi (La Habana, 1988) dirigió el documental Los ama-gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario

cubano Fructuoso Rodríguez.

El crítico de arte Daniel Céspedes (Isla de la Juventud, 1982) tiene en pre-paración por la Editorial Arte y Literatura “El crítico como artista y otros

ensayos”, compilación de textos de Oscar Wilde.

Presidenta de la Fundación “Alejo Carpentier”, la escritora y profesora Graziella Pogolotti (París, 1932) tiene en proceso por Ediciones ICAIC la compilación de ensayos sobre temas de política cultural “La rosa y la espina”.

Emir García Meralla (La Habana, 1965), autor de textos sobre la música cubana aparecidos en publicaciones nacionales y extranjeras, espera la aparición de varios libros, como “Hágase la timba”, “Apuntes para un baile

inconcluso” y “16 compases”.

Librero, editor y narrador, Álvaro Castillo Granada (Bucaramanga, 1969) tiene en vías de publicación por Random House Mondadori el libro de

cuentos “Un librero”.

Adelaida de Juan (El Vedado, 1931), crítica de arte y Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, dio a conocer en 2016 Visto en la Casa de las

Américas (Fondo Editorial Casa de las Américas).

En cubierta: foto de Kaloian Santos

pensar y hacer la revoluciónLa obra inteLectuaL de Fernando Martínez Heredia...Se alzó QuiñoneS... / El último combatE dE la Guardia rural / En la

Emboscada / Emilio VapalpuEblo y su martillo / FuEGo En El yiGrE / un cuEnto dE la GuErra. Fernando Martínez Heredia

El mundo En El quE nació carlos EnriquE marx y alGunas cuEstionEs dE método / El chE En la casa dE las américas. Fernando Martínez Heredia

conViEnE quE haya hErEjEs. Rebeca ChávezEl camino dE FErnando. Aurelio AlonsoEl intrusismo historioGráFico dE FErnando. Oscar Zanetti Lecuonala FuErza dE FErnando. Julio César GuancherompEr los límitEs dE lo posiblE. Magdiel Sánchez QuirozMilitancia y poesía de un hereje. Jesús Arencibia LorenzopEnsar y hacEr rEVolución. Pedro Pablo Rodríguezpara pEnsar El EjErcicio dE pEnsar. Rosario Alfonso Parodi

las idEas quE sEducEn. diáloGo con raFaEl acosta dE arriba. Daniel Céspedes

al rEscatE dE lEonardo. Graziella Pogolottijulio antonio mElla. Leonardo Fernández Sánchezsolo dE trombón y VErbos con dEmEtrio muñiz. Emir García MerallarElEyEndo PaSajeS de la guerra revolucionar ia, de ernesto che

Guevara. Álvaro Castillo GranadarEcordando a ida. Adelaida de Juanobituario

críticaalbErto Garrandés o El éxtasis dE la palabra. Heriberto Machado / GEorGina hErrEra y El árbol tutElar dE la Familia. Caridad Atencio / nuEstra quiEtud. Yamey Mariulys González / la utopía no ha dE sEr mañana. Nahela Hechavarría / paisaje con barbecue. Maikel José Rodríguez

55 añosuna rEVolución quE comiEnza. Ernesto Che Guevara

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La Gaceta de Cuba 3

Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

p. 2-37 p. 3-8dosiEr > CUEntos >

La obra intelectual de Fernando Martínez Heredia (1939-2017) es, sin lugar a dudas, de las más coherentes, intensas y originales generadas en la Isla de 1959 a la fecha. Fernando, trabajador incansable, persona decente y humilde como pocos, pensó de manera excepcional los problemas inherentes a la transición socialista en Cuba, los antecedentes ideológicos de la Revolución, la imprescindible apropiación del marxis-mo desde las realidades latinoamericanas, y las obras de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro. Para rendirle homenaje en este número de La Gaceta de Cuba convocamos a un grupo de amigos y discípulos cuyos acercamientos se ocupan tanto de su perso-nalidad como de su obra. La vitalidad del pensamiento de Fernando es apreciable en la admiración que despierta en aquellos que tuvieron el privilegio de trabajar junto a él o de estudiarlo.Su compañera durante muchos años, la entrañable Esther Pérez (editora invitada de este número), rescató de la papelería de Fernando los cuentos que dan inicio al dosier. Escritos durante los años 60 (y solo uno, “Fuego en el Yigre”, publicado en su momen-to en la revista Revolución y Cultura), dan cuenta de su particular sensibilidad, colocada siempre desde el punto de vista de los más desfavorecidos por la Historia. La cineasta Rebeca Chávez nos entregó parte de una entrevista incluida en su libro, aún inédito, “Habitaciones oscuras”. También, gracias a Esther, adelantamos aquí algunos acápites del volumen en que Fernando trabajaba, elaborado a partir de un curso sobre Carlos Marx que impartió a jóvenes del Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Ma-rinello”; y la Casa de las Américas nos autorizó a publicar el último texto que pudo terminar antes de morir: el prólogo a un conjunto de trabajos de y sobre el Che apare-cidos en la revista de esa institución a la que Fernando estuvo raigalmente vinculado.Aunque fuera del dosier, otros trabajos de este número dialogan con los temas prin-cipales tratados por Fernando a lo largo de su vida: el rescate que Graziella Pogolotti hace de una de las figuras menos recordadas de la Revolución del 30, Leonardo Fer-nández Sánchez, y el texto, hasta ahora inédito, del propio Fernández Sánchez sobre Julio Antonio Mella; la relectura que el colombiano Álvaro Castillo Granada hace de Pasajes de la guerra revolucionaria, y la sección “55 años”, donde republicamos “Una revolución que comienza”, texto del Che recogido en esta revista en 1965.A lo largo del dosier se repiten palabras o expresiones que caracterizaron la obra de Fernando Martínez Heredia: “el ejercicio de pensar”, “ir más allá de lo posible”, “pen-samiento crítico”, “herejía”. Regresar a ellas, reactivarlas, actualizarlas, será siempre la mejor forma de prolongar su legado. <

“Se alzó Quiñones,

se alzó Solano,José Miguely Miguel Mariano...Mi vieja tía tararea de pasada la

canción antigua, casi sin música.Yo no la dejo ir, sin embargo, y la narración florece. Los

dos satisfechos, nos acomodamos: ella a decir y yo a escuchar.Menocal le robó el triunfo a los liberales, que eran el

pueblo. Él era un mayoral, y mandó a los suyos a ganar las elecciones a la brava. Los liberales se alzaron entonces, y fueron dueños de Oriente y de Camagüey. Los alzados inva-dieron Las Villas y derrotaron muchas veces a los guardias rurales.

Yo pregunto entusiasmado qué hicieron entonces con Menocal. Mi tía me contesta que el comandante Solano tomó Sancti Spíritus con su caballería. Yo insisto en el triunfo que me es necesario, pero mi tía no me oye y dice que Solano fue el último que se quedó peleando, y que solo a traición lo capturaron.

Por fin se rinde a mi impertinencia y me explica cómo en Caicaje vencieron a José Miguel, por la fuerza de miles de guardias con ametralladoras, que paraban las cargas al machete de los liberales y partían a los hombres por la mi-tad. Yo, que ya le voy cogiendo odio a la Guardia Rural, me asomo entonces a la ventana. Y al sol de las once veo pasar la caballería de Luis Solano.

Van los hombres de paisano, al trote largo de caballo criollo, los machetes por lo alto, levantando polvo. Va el jefe delante, como a cinco varas de la tropa. Sin pensarlo mucho dispongo la carga, y les vamos arriba a los guardias al galo-pe, dando gritos de ¡Viva Cuba libre! La victoria es nuestra.

Luego paso dos o tres veces por la acera de la viejita que vive junto al río, para mirar mejor la foto de la sala. Un guardia rural muy joven me mira desde ella, con ojos azo-rados. ¿Cómo podrá ser su marido, tan joven? Verdad que hace más de treinta años que lo mataron, a los tres meses de casados, los alzados de la chambelona. Y desde entonces espera a nadie toda la vida la viejita sola.

Pasó el tiempo y con él supe que José Miguel era tan malo como Menocal, que nadie cargó al machete frente a las ametralladoras en el Caicaje, que los hombres humildes murieron por nada al son de la chambelona. Pasó la viejita, pasó mi tía con sus narraciones, volvieron a morir los muer-tos en la nada.

Y el joven guardia, consumido por la humedad den-tro de su propia foto; y mi tía, como una vela seca que se apaga. Y la caballería de Luis Solano, que se pierde en el polvo sin objeto. Y ya no soy capaz de verla desfilar al sol del mediodía. <

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4 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución La Gaceta de Cuba 5

El último combate de la Guardia Rural

Dos de la tarde: es el nublado de las cabañuelas. En el pequeño comer-cio de la esquina le pregunto al excabo de la Guardia Rural con la mirada: ¿Dónde escondieron el cadáver del

muchacho sin nombre, el de Pinar del Río? Él baja la cabeza hasta el pecho con una vergüenza recién estrenada, y se queda callado. Él no tuvo valor para matar, y no tiene valor tampoco para decir que aquella noche no tuvo valor para ayudarlo, y que se hizo el sordo y dejó que sus compañeros lo arrastraran y lo mataran y lo desaparecieran.

De pronto rompe el aguacero. Las gotas gordas que se multiplican, que invaden aceras y calles. Primero sin gran éxito, por el polvo de la estación de seca, después furiosas y múltiples, empapando y arrastrándolo todo. Casi no se ve al otro lado de la calle, y en el olor del agua está la conciencia inefable de que estamos vivos.

Pero Güéitalo sale de una pared y camina hasta el borde del aguacero. Negro muy fuerte, alto, sub-normal, cincuentón quizás. Empleado y criado del funerario local, su mundo laboral son los ataúdes, las cruces, las flores de muerto, las caras largas y los llan-tos. Su figura entre grotesca y siniestra concuerda con su oficio de un modo tan inusual en la vida real que Güéitalo resulta una caricatura de sí mismo. Su voz tartamudeante e inacabada casi no le hace falta: a él nadie le pregunta nunca nada.

Visitaba el cuartel. Los guardias se reían de él y le regalaban uniformes viejos. Ahora algunos mucha-

chos han cambiado por vagas amenazas los viejos gri-tos con que antes lo provocaban para sentir el suave miedo al negro funerario. Pero los mayores siguen igual: nadie le pregunta nada.

Güéitalo se abalanza al aguacero, solo y loco. Mag-nífico y ridículo, ejecuta varios giros marciales. Ahora está rodilla en tierra, ajeno al asombro de los que mi-ramos. Ahora aúlla más que grita con su voz extraña:

—¡Posición de tiraadoress! ¡Posición det-tiradores! —Y alarga el brazo izquierdo, cuadra el derecho, apunta al enemigo bajo aguacero.

—¡Fueegoo! La descarga cerrada, como en las guerras viejas, por la boca del loco. ¡Fuego, fueeego! Qué urgencia de la voz, qué estruendo en su cabeza. El combate es recio y no siente la lluvia. En la acera nadie se ríe.

—¡Ayy! ¡Pedro Hernández murió!La mano en la cabeza. Un dolor infinito, un desam-

paro. Pedro Hernández murió. El negro llora y se sacude bajo el aguacero, ya sin disparar. Va como a recogerlo, pero sin cambiar de sitio. No hay remedio. Pedro Hernández murió.

El llanto lo calma un poco y se va acercando hasta nosotros. Se queda quieto bajo la lluvia todavía, con las manos caídas. El excabo no tiene color en el ros-tro. Yo recuerdo que el cabo Pedro Hernández, de la Guardia Rural, murió en combate con rebeldes en el Escambray por junio del 58. Y ahora es que Güéitalo lo llora, cuando ya nadie le regalará uniformes viejos.

Y el aguacero sigue, barriéndolo todo.

En la emboscada

A las doce de la noche todo el mundo en pie. Máquina engrasadas, la guerrilla se estira, se endereza, se prepara, se revisa. Pocas palabras, voces bajas. La gente se lo ciñe todo porque va a caminar.

Se rebasan las postas. Ahora a campo traviesa, pie-dra traviesa, callejón oscuro. Del bulto de la sombra solo se le sale a cada hombre la punta del fusil.

- 0 -A las doce de la noche todo el mundo duerme. Casi.

“Ojalá que no haya operaciones. La litera no está mala, la comida sí. Se puede dormir tranquilo, el compañero cuida por mí. Y yo por él.”

“Y todos por la Patria” dijo el coronel… “Coño, pero cuando nos van a empezar a pagar el plus.”

Si tuviera una mujer (tengo 19 años).- 0 -

A las nueve de la mañana todo el mundo clavado en su puesto.

Delante de los ojos el plátano y el bienvestido; un poco más allá el terraplén, la carretera. Qué difícil es no moverse, levantarse, sacudirse. O por lo menos vi-rarse bocarriba a mirar el cielo y buscar el fresco. Ya hay calor, como siempre.

Pero estoy preso, como si me hubieran puesto una losa en la espalda. Cuando aparezcan seré libre. ¡Qué fresco en el pecho, entre las piernas! Es la vida. Y será la muerte para ellos… Cuando empiece a tirar gritaré li-bertad o muerte. No. Mejor grito ¡Viva Cuba libre! Si tuviera una mujer (tengo 19 años).

- 0 -—Volaré aaaaé, Volaré aaaaá.El camión se come la carretera. Le va entrando

por debajo del chasis y no se sabe dónde se mete. Yo sabía que yo era fatal. No es lo mismo ir a hacer un registro que coger carretera.

No es que me guste hacer registros… En definitiva el hombre no es hombre si no se la juega, y esto se aca-ba pronto y me hacen cabo y no paso más trabajo. Pero si nos agarran en este peladero. Yo no me creo el cuento de que ellos no bajan de la loma, de que tres camiones y un jeep, de que un soldado pelea por tres paisanos. Mejor que no aparecieran… La vieja nunca quiso (ten-go 19 años), pero si uno le va a hacer caso a su vieja. En cuanto agarré dinero me fui con una puta, y fue mejor. Ahora pasaré por esto, y será mejor.

—Volaré aaaaé, Volaré aaaaá.

- 0 -¡Ya vienen! Lo sé por la seña, porque todavía no se

ven. Los cogemos seguro, los casquitos y los garands. ¿Por qué se me seca la boca? Si ya vienen llegando (ten-go miedo de matarlos). ¿Por qué carajo me sudarán las manos? (tengo miedo de morir). Ellos y nosotros ¿por qué tendremos que ser tan distintos? Si…

Un jeep. Ya van llegando, ya los tenemos. Mario tirará primero, los vamos a coger encima de las camas de los camiones, los vamos a coger asando maíz.

—Volaré aaaaé, Volaré aaaaá.

- 0 -Un tiro, una descarga interminable, un trueno. El

convoy se detiene, lo detienen, la máquina, el motor, el pensamiento, el arma, el miedo, se detienen, se que-dan suspendidos (en la emboscada los minutos no sirven para medir).

Camión, lonilla, hombre caído, fusilería, camión, al bulto, chispas, camión, grita, rastrilla, gritan, corren, caen, camión, fusilería.

La pólvora: qué olor, qué silencio fino entre el es-truendo. ¡Viva Cuba libre! El grito, la voz registra al vivo en medio de la muerte (se piensa en matar, o en que se ha matado, matando no se piensa).

Ahora los tiros sueltos, espaciados, le dan cabida al tiempo.

- 0 -Ahora se han detenido la canción, la gritería, el es-

truendo. Ahora existen la muerte y la victoria. El estu-por de los muertos y los carros, tirados a lo largo del camino, su precisión rota, ya exmilitares para siempre. Los rebeldes recogen los despojos de la guerra, ya reco-brados del esfuerzo tremendo y regresados de la marea alta de la exaltación y el júbilo.

El soldado brota del suelo y se endereza hasta que-dar sentado: no para pensar, solo para intentar sobre-vivir, sentir, empezar otra vez, ser. Por eso mira así al rebelde que se acerca, y le pide la vida con los ojos.

—No tienes problemas (ya estás muerto), te reco-gerán enseguida (y te enterrarán). La cara es de cristal (debe tener mi edad). ¿Lo habré matado yo? (inclina-do): me cago en Dios.

Pero siguió, laborioso, registrando a los muertos.

1967

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La Gaceta de Cuba 7 6 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

Emilio Vapalpueblo y su martillo

Qué ruido tan cercano, sobre la queja ai-rada de mi madre y sobre el desayuno. Qué geografía la del recuerdo, donde son vecinos el idioma de un motor y el sabor del pan con aceite. Si me siento

en el borde del portal puedo distinguir los quejidos y las reafirmaciones, imaginar la aguja temblando en el reloj del aparato; puedo oír claramente su voz de true-no, voz de sordo sobre el trueno del motor.

Emilio Vapalpueblo está en la fragua. Soy más pe-queño aún y asisto, con más unción que a misa, a la transformación de la materia. El hierro al rojo, el fue-lle, las tenazas. Estoy seguro de que este hombre es un mago, a pesar de ser más bien bajito. Como todavía no sé nada de pintura, puedo admirar su brazo muscu-loso, subir y descender tras el martillo. El taller tiem-bla con sus golpes, el hierro toma una forma dócil, el brazo sube y baja, extrañamente blanco entre su cara y sus manos tiznadas, su ropa y su banco y sus paredes tiznadas.

Emilio Vapalpueblo está en el torno. Junto a él es-toy yo, y la limalla salta y cae por la bancada, por el suelo, por las ropas: qué maravilla es trabajar metales, y ver caer finos tirabuzones, o polvo fino, y ver brillar la pieza rectificada mientras Emilio, sencillamente y doctoral, comprueba con su compás. Ahora es más maestro que gigante y mago. Ahora es dueño del me-tal, porque lo conoce.

Emilio Vapalpueblo en su taller. Las zafras grandes y el trabajo duro sudan prosperidad. Sobre el muro encalado, sobre el taller pequeño pero sólido, un pin-tor casi analfabeto ha dibujado letras: “Emilio García Mecánico en Ceneral”. Nadie hace caso de la C por G, ni del García. Mi madre me ha contado (aunque no sé si es cierto) que de joven Emilio cantaba demasiado una canción pegajosa que decía: me voy pal pueblo/hoy es mi día/ voy a alegrar todaelal…mamía…” Y en mi pueblo eso no se perdona: Vapalpueblo se quedó, él y su descendencia. No sé si es cierto; es posible. A mi pueblo lo asalta el campo por todas las bocacalles. Además, ¿quién se atrevería a preguntarle eso al ener-gúmeno del martillo?

Emilio Vapalpueblo discutiendo. Puestos en todas direcciones, obstruyen mi cuadra tractores, camiones, automóviles, “catapilas”; vehículos de todas formas y tamaños que vienen a recibir reparación urgente para evitar el hambre a sus amos o a sus sirvientes. Chisporrotea la pieza y arde el soplete, porque Emilio discute sin dejar de trabajar, y grita sus verdades has-ta con la careta puesta. Sus clientes-interlocutores son guajiros grausistas que ensayan pullas, sonrisas cínicas

y groserías frente a este loco que vocifera contra Mujal y el BRAC mientras suelda o martilla. Al final la pe-lea siempre es tablas: él gana en argumentos, ellos en burlas. La estupidez sonriente paga el trabajo y se aleja presurosa y feliz sobre su máquina, de regreso a la fae-na, sorda a los últimos gritos con que Emilio amenaza a la mañana limpia o a la tarde lluviosa con la caída inminente e inevitable del capitalismo.

Emilio Vapalpueblo leyendo. Por él sé que existe “mecánico popular”, y que no toda la sabiduría va a las aulas. Ahora con espejuelos literarios, no de sol-dar, concentrado y silencioso, devorando la revista o el periódico. ¿Cómo pueden las letras abstraerle del trabajo brutal, la vida chata, la sociedad mezquina y siempre igual? ¿No sentirá el estruendo de las máqui-nas, el motor, el soplete, el martillo, mientras lee, ya para siempre el ruido en su cabeza? ¿Cómo puede el obrero leer y pensar? Por Emilio he sabido que existe el periódico Hoy, y he leído que los yanquis bombar-dean y usan armas químicas contra las mujeres y los niños en Corea: son dos guerras de Corea la de El País que entra en mi casa y la del Hoy de Emilio. Yo que no he dejado de ir a la escuela desde los cuatro años y él enseñándome de pronto que la verdad puede estar en otra parte.

Emilio Vapalpueblo recibiendo al cura. En su ta-ller, naturalmente. El padre Alonso es flaco y alto, seco y hombre, español; a lo mejor fue mucha el hambre que pasó de niño, o su padre fue mecánico. Va a ver y conversar, se sienta sin cuidado de mancharse donde encuentra sitio y se trenza a veces en polémica dialéc-tica con el hombre del taller. Emilio no le grita ni le cede razón; Alonso lo respeta. Extraño hombre este cura, sin sonrisa pero atrayente, tan lejano a mí su cre-do pero tan respetable, que ha sido capaz de execrar a los maricones y las pepillas de la misa de nueve, en un sermón dominical.

Emilio Vapalpueblo por la noche. Limpia y plan-chada la camisa, va del brazo de América. Pasa de largo ante mi puerta y ante la de su taller, y se aleja balan-ceándose un poco al caminar, definitivamente ayuna de elegancia, buscando el fresco de la noche y el re-poso del paseo por las calles precariamente asfaltadas.

Se ha muerto Emilio García, Vapalpueblo. Se muere absurdamente, cuando podía empezar a ver el socialis-mo en Yaguajay, en toda Cuba. Se murió simplemente de no ver y de no respirar, no en ninguna batalla de la revolución social. Se acabó su taller y su estruendo, su discusión, sus gritos: pasó su tiempo. Se ha muerto Emilio García, Vapalpueblo.

Pero no su martillo. <

Fuego en el Yigre

Quien va a ser mi padrino los espera, en-tre la humedad del bosque y entre los matorrales. Sin luces ni fogatas los es-pera, desde que era de noche todavía. Se seca las manos en los muslos y vuel-

ve a empuñar la tercerola, con calma de mulato chino y silencio de hombre callado, con las mismas manos con que va a cepillar la madera hasta dejarla blanca y lisa, desnuda a la caricia de los dedos.

Junto a él y mucho más allá, por toda la ladera y en-tre las sombras, cerca de la mancha clara del camino y también más atrás, sus compañeros. Nunca como ayer los había visto a tantos reunidos, y ahora espera con to-dos que amanezca, atento al canto del judío y a la voz que delata al que vendrá.

Dos leguas de camino y se hace claro sobre la calle real del pueblo, y hasta sobre las callejuelas laterales. Un coro de bostezos y de enjuagues, interjecciones, chanzas, armamentos, pedos, órdenes y toda clase de otros ruidos saludan la mañana. Un soldado joven canta una jota vieja más bien carlista, con toda la voz, mientras otro de más años musita velozmente algún conjuro para el divino oído. Tratando inútilmente de apartarse, un soldado hace su perentoria necesidad en cuclillas, y oculta su identidad a los primeros transeún-tes civiles tapándose la cara con las manos.

Mi padrino y los suyos los esperan. Él con sus ma-nos largas, ya se prepara para tomar el agua que le dará con aire tímido la jovencita, deseosa de atreverse a mi-rar a los ojos del joven veterano que le da las gracias con suave petulancia. Ya volverá después buscando oficio, ya la tomará y le hará cuatro hijos, ya la acom-pañará toda la vida. Él con sus manos largas, no sabe nada de esto todavía, ni sabe que se prepara para esto, ni que ha gastado apenas la cuarta parte de su vida. El solamente los espera, organizado en una maquinaria que los va a triturar.

Ellos se ajustan los morrales y las cananas, cierran las cartucheras y los botones, los calderos se montan en las arrias y los oficiales en los caballos y en los mulos. La gente que los mira, desilusionada, borra ya de su proyecto del día las posibles sobras del almuerzo mili-tar, apócope de rancho para la cola ansiosa de paisanos.

Ya forman en columna, sin apuro. Una serpiente larga y gruesa, cada eslabón según el canon militar. Van a salir a operaciones, y cumplen el prodigio militar de disolver las gentes en las filas, de poner las angustias y los sueños en hileras, de numerar los hijos de las ma-dres. Van de última razón sobre tres siglos, desteñidos de sol los uniformes, llena de polvo la bandera, des-leídas las caras de fiebre y de diarrea. Van a salir, sin escribanos ni tinteros.

(Pero marcan el paso a la voz de sus sargentos y creen por un momento que la brisa fresca de la maña-

na los a llevar, de limpio y afeitados, bajo la admiración de las muchachas, a escoltar la procesión de la virgen del Carmen o el Pilar.)

Mi tía los ve pasar desde el ojo más temprano de su niñez, uno junto al otro, unos tras otros. Los ve pasar formidables, horrorosos y simpáticos, jóvenes y gua-pos, las puntas de los rifles sobre los hombros como espigas al viento. Y ve pasar a los oficiales a caballo. Ve al rojo capitán pasar tan dueño, y al teniente caritriste, y al voceador, y a sus caballos y a sus mulas. Los ve salir a todos, del entorchado al furriel, los ve marcharse lenta-mente del pueblo hacia la nada, por el camino del siglo y de la muerte.

En la mañana fuerte, sobre la sierra frente al mar, los esperan el judío y el explorador. Los esperan los hombres cazadores, los palos del monte, los espinos de aroma, las hierbas altas, el largo y ancho pedregal, el polvo del camino. El majá y la jutía los esperan, la tor-caza, el pitirre, las avispas; las auras funerarias los es-peran. Y esperan mi padrino y su caballo, adelantando ambos las cabezas. La mano que ahora lleva el cabestro ya empuñará el serrucho, la gárgola y la trincha, pero él nada sabe todavía.

Entran en la emboscada sin remedio, todavía de mañana, como si tuvieran el compromiso de morir temprano. Y al primer trueno de la guerra de guerrillas se quedan sin vanguardia, descalabrados. Se desplie-gan en alas sin embargo, ofendidos por tiros y blasfe-mias, asaltados por hombres feroces que gritan vivas e imprecaciones y retacean las esquinas de la columna con sus machetes. El jefe grita “¡A mí!” derecho en la montura, rabia y blanco seguro, y sangre en el polvo del camino.

Pasa rabiosa tropa acuchillando, tropa roja y trico-lor y de todos los colores, y regresa de nuevo al través del camino, entre las voces, maldiciones, gemidos y gritos de mando que ya nadie oye. Caen las bayonetas y los hombres, cada uno muriendo su muerte indivi-dual entre el estruendo y la derrota, cada uno en su no regreso, muerto ya en su despojo, sin dios y sin santa María. El rojo capitán bañado en sangre mira por to-das partes, buscando sin hallarla la bandera, sin darse cuenta de que ya nunca verá más que nubes y copas de algarrobos.

Y ahora todos reunidos. Los hombres de alpargata y de navaja, de dril y rayadillo; los hombres de Extre-madura, de Jaen y de Cuenca; los hombres de Orense y de Gomera, con los de Hospitalet; y los murcianos, los vascos, los mallorquines. Todos revueltos, unidos como nunca estuvieron en su tierra. La cabeza de uno entre las piernas de otro, una mano que parece querer cerrarle los ojos al vecino: desde el fondo del pozo has-ta el brocal, se llenó el hoyo colonial con los cuerpos de los campesinos españoles. <

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La Gaceta de Cuba 9 8 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

Un cuento dela guerra

El mundo en el que nacióCarlos Enrique Marx

Y algunas cuestionesde método*

Fernando Martínez Heredia

I Es imprescindible estudiar y pensar siempre los condiciona-mientos de cada etapa discernible del marxismo, como un aspecto

del análisis de la teoría misma. El joven filósofo alemán Carlos Enrique Marx, que buscará su destino en estas dos primeras clases, quería poner su talento personal en una relación íntima y nueva con el ge-nio del pueblo, cuyo potencial de rebeldía percibió al inicio con ayuda del gran poe-ta Heinrich Heine, un intelectual revolu-cionario. En uno de sus primeros escritos políticos, Marx augura que la semilla re-volucionaria que planta el pensador ger-minará en “el ingenuo suelo popular”. Son las ideas, las palabras y los sueños de un momento muy temprano, cuando la libera-ción de los trabajadores no está a la orden del día en ninguna parte y Marx mismo no es todavía marxista.

Siglo y cuarto después, en Cuba nació una revolución socialista de liberación na-cional desde la conjunción y los combates de una vanguardia política y “el ingenuo suelo popular”. Fidel lo proclamó la vís-pera de Girón, y después de la batalla la gente leía dos novelas de guerra soviéti-cas, Los hombres de Panfilov y La carretera de Volokolamsk: era una primera manera de estudiar marxismo. Aquellas eran unas condiciones y un momento histórico muy diferentes a los del joven Marx.

* Fernando Martínez Heredia impartió un curso sobre el marxismo a jóvenes investigadores del Instituto “Juan Marinello”. Al momento de morir, Fernando estaba dando forma de libro a los apuntes e ideas de aquel curso. Adelantamos aquí los dos epígrafes del capítulo inicial.

En las condiciones cubanas del año 2015 hay que volver a identificar ese socia-lismo cubano, a la revolución mundial y al marxismo. A mí me impresionó mucho, la noche del 27 de enero pasado, cuando los jóvenes de la FEU iniciaron el tradicional desfile de las antorchas cantando “La In-ternacional”. ¿Por qué bajaron la escalina-ta cantando “La Internacional”, la víspera de Martí? Pienso que fue porque les hacía falta. Y decían sus consignas con ayuda de sus altavoces, entre ellas esta: “¡No pode-mos dejar morir al Maestro en el 162 ani-versario de su natalicio!”

Este curso pretende satisfacer las motivaciones que tienen ustedes, que seguramente son variadas. Sin embargo, les ruego tener en cuenta que me atendré a algunas normas del trabajo intelectual que preten-do cumplir. Les llamo la atención al menos sobre dos cuestiones. El pen-samiento de Marx y de los marxistas no aparecerá nunca desasido de las realidades en el seno de las cua-les se fue produciendo –como si fue-ra un cuerpo muerto a disposición de necrólogos interesados–; rea-lidades de hechos y de conciencia que los inspiraron y condiciona-ron al mismo tiempo, y que pueden ayudarnos a ver sus aciertos, crea-ciones, inadecuaciones y errores, o mostrar con su rechazo u olvido la imposibilidad que padecieron de entender y asumir el pensamiento que les mostraba bien los problemas y el camino.

Santiago debe haber sido seguramente congo. Negro viejísimo, de más de cien años de edad, exesclavo, había peleado como mambí en la Guerra del 68. Más bien bajito, tórax ancho, piernas cortas y un poco zambo, todavía daba

impresión de fuerza física. El pelo y la barba ya canosos, me parecía majestuoso por su aire digno, por su atado miste-rioso, por vivir sin familia ni casa.

Santiago de puerta en puerta, decidor. Santiago en pue-blo pequeño, en sus harapos.

Siempre recordaré esta narración tan breve (¿fue en el portal de mi casa o en el de la de Eufemio?) y tan lejana en el asunto de las guerras mambisas que yo empezaba a leer.

Máximo Gómez era un hombre muy malo, sí señor. Un hombre muy malo… Un hombre alto, en el caballo. Monta-ba tieso, era un hombre muy tieso.

(Era la voz de Santiago: la voz del narrador primero, el narrador analfabeto.)

“Un día cogen a dos soldados y se los traen presos. De-trás venía toda la fuerza. Uno, a saber…”

—A ver qué fue lo que pasó.(La voz de Máximo Gómez en la garganta de Santiago,

tan diferente a la de él, y tan metálica. Y las respuestas, una sobre otra y encontradas.)

—Na general, no pasó na. Dicen los presos. Pero la es-colta dice su verdad:

—Estos estaban robando boniatos, se los quitaron a unos pacíficos.

Ahora la voz sin esperanza, voz de pedir, desheredada:—Es que teníamos mucha hambre.Santiago se ha multiplicado y casi se agazapa porque

la voz metálica del general se pone sorda, lenta, se vuelve grave y como con cariño:

—¿Y acaso la tropa entera no tiene hambre?Ahora Santiago y sus oyentes, la fuerza mambisa y los

convictos, y hasta Máximo Gómez, hacen silencio. Va a su-ceder el desenlace, y yo me imagino a Gómez decidiendo, sin bajar del caballo, padre y ejecutor: señor de la vida y de la muerte.

—¡Ayudante! Tráigame una cabuyita…La voz tan fuerte, la voz de un hombre joven y colérico,

nos hace saltar. Solo hay vida en los ojos de Santiago, pero cuánta vida. Y en la voz:

—Y los mandó a matar por los boniatos. Ujj, Máximo Gómez era un hombre muy malo… verdá que la gente era tremenda, sí señor, la gente era tremenda…

Se va Santiago, siempre caminando. Descalzo o casi, firme sobre el polvo. Por el paisaje urbano, de casas de ma-dera. Encaladas, con patios de guayaba, de anoncillo o de mango.

Yo me pregunto de cuántas historias está hecha la Historia. <

La otra cuestión que destaco es que Cuba aparecerá en numerosas ocasiones a lo largo del curso y no solo en los acápites dedicados a ella en la parte tercera, aun-que siempre será al servicio del tema que se esté exponiendo. Esta práctica puede ayudar a la comprensión de las maneras de utilizar la teoría marxista en los estu-dios del decurso histórico y las realidades contemporáneas de un país determinado, en este caso el nuestro. Además, ese recur-so nos permitirá, si puede usarse la expre-sión, matar varios pájaros de un tiro.

El objetivo principal del curso es que todos aprendamos a pensar el marxismo, conocer el marxismo y utilizarlo en el campo de la actividad espe-cífica de cada uno. A com-prender los problemas de la historia, la sociedad y la polí-tica cubanas, y del mundo en que vivimos. Que pueda con-tribuir a la guía de nuestras prácticas y nuestras ideas, y a la fundamentación moral de nuestras vidas.

Como ven, es muy ambi-cioso: como debe ser. Pero tiene límites de contenido muy marcados. No podemos pretender en realidad ir más allá de exponer una selección muy limitada de asuntos, pro-blemas, interpretaciones e in-terrogantes, para que el curso sea factible. Escogí la opción de un curso general, y no de li-mitarlo al estudio de algunos temas, porque en la situación

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La Gaceta de Cuba 11 10 La Gaceta de Cuba

actual debemos realizar estudios de pro-fundización en las cuestiones esenciales del marxismo y conocer aspectos de su historia que nos resultan muy necesarios. Desde mi punto de vista, lo principal es que logremos intercambiar lo más po-sible, y entre todos recuperar y manejar bien el marxismo. Para lograrlo, debemos ser muy laboriosos y sistemáticos.

A manera de síntesis inicial, y antes de adentrarnos en la Europa en la que nació Carlos Marx, enumeraré varios aspectos más generales de su teoría. Ante todo, se trata de una teoría social. No es un sistema filosófico tradicional, con sus componen-tes ontológicos, gnoseológicos, etc., ni es lo que llamaron Materialismo Dialéctico e Histórico, pretendida “ciencia de las leyes más generales de la naturaleza, la socie-dad y el pensamiento”. El contenido fun-damental de la concepción de Marx es su teoría social.

Marx produjo una epistemología del conocimiento social, es decir, una pers-pectiva determinada y unas reglas que pueden utilizar el estudioso y el inves-tigador al enfrentarse a sus tareas inte-lectuales: cómo conocer en materia de conocimientos sociales. Esa epistemología se refiere a los atributos de la actividad que busca conocer, no a una teoría sobre la naturaleza del conocimiento y la posibi-lidad de conocer.

Marx postuló la naturaleza y las ca-racterísticas específicas del conocimiento social, y de ciencias que se ocupan de él. Como investigador fue un perseguidor incansable y el organizador de una masa enorme de hechos, pero al mismo tiempo rechazó el canon cientificista que regía el mundo europeo en los años de su madu-rez. Carlos Marx es un maestro singular de la interpretación. Su posición científica en los campos de la economía y la historia constituyó el nacimiento de una nueva di-rección del pensamiento social.

Elaboró una teoría acerca de los con-dicionamientos del conocimiento social, que utilizó en su obra de madurez. Sobre la base del rigor de su concepción y su po-sición examinaba, por una parte, el medio social y el decurso histórico, la formación, las motivaciones y las pertenencias ideo-lógicas de los autores; por otra, la produc-ción misma de conceptos y conocimientos sociales en función de sus concreciones so-ciales e históricas, y de los papeles que ellas desempeñan en una sociedad determina-da, la dominación vigente y los conflictos principales.

Todo su trabajo intelectual tuvo como objetivo la sociedad capitalista europea. Ese era su mundo, y en aquella época se consideraba a Europa el centro del mun-do. Su teoría del modo de producción

capitalista –el concepto modo de produc-ción de Marx no es el que divulgó tanto el marxismo vulgar– es una de las dos claves del conjunto de su concepción. La otra es su teoría de las luchas de clases que corres-ponden a ese sistema, la formación de un hecho social nuevo: el antagonismo entre burgueses y proletarios. Las dos teorías están siempre íntimamente articuladas en el cerebro y en la actividad intelectual del pensador, y es muy conveniente hacer el ejercicio de pensar esas articulaciones cuando se hacen más o menos visibles en la exposición de uno de sus temas especí-ficos, y también cuando no son visibles.

La posición intelectual que guía el conjunto del trabajo teórico de Marx no tiene su base en el sistema social, a pesar de que investigó como nadie hasta enton-ces el sistema capitalista. Su base, y lo que lo inspira, es el conflicto. En las dimen-siones de la producción, la circulación y el consumo, de las relaciones sociales, de lo político, de lo histórico, está buscando las contradicciones inherentes al capitalis-mo, el curso que va de los orígenes a las tendencias, la aparición y el desarrollo de las identidades de los oprimidos y sus aprendizajes de conciencia y organiza-ción, la formación de la clase consciente y los pasos hacia el desencadenamiento de la revolución proletaria que deberá barrer al sistema mundial del capitalismo, expro-piar a los expropiadores, levantar su nuevo poder y transitar un complejo camino de liberaciones que deberá ir acabando con todas las dominaciones, incluida la suya, y dará paso a una nueva cultura a escala de la humanidad.

La concepción teórica de Carlos Marx posee un entramado riguroso que integra sus aspectos en una totalidad determina-da, y es inseparable de su proyecto políti-co: la revolución proletaria, la destrucción del capitalismo y la transición, mediante un proceso de liberaciones y creaciones, hacia una sociedad nueva de personas nuevas: el comunismo. Utilizaremos el re-curso indispensable de organizar por par-tes nuestros estudios, pero sin olvidar que en Marx forman un todo las tesis, la teoría, la posición política, la lucha ideológica y cultural, el proyecto y la profecía.

Durante la primera mitad del siglo xix, la revolución era todavía una opción ante los conflictos en Europa, y su nombre re-sonaba en las ideas y en algunas actitudes políticas. La impronta inmensa de la Revo-lución Francesa había marcado a fuego el continente y proveía una de las formas prin-cipales de sentir y pensar la modernidad. Renania, la región en la que nació Carlos y en la que pasó la mayor parte de su vida en Alemania, estuvo, entre 1794 y 1814, bajo el dominio directo de Francia, que llevó allí

sus instituciones y sus ideas. El fantasma del comunismo del Manifiesto de 1848 puede ser idea de un extremista, pero no de un loco. Las revoluciones europeas de 1848-1849 fueron enormes conmocio-nes que, aunque usualmente fracasaron o terminaron mal, trajeron un nuevo paso en el desarrollo político del continente. Pero desde entonces el recurso a la revo-lución desapareció de la escena europea y –salvo la Comuna de París en 1871– no regresó hasta el siglo siguiente. Intransi-gente y empecinado, Carlos Marx no se atuvo nunca a aquella nueva situación que parecía haber llegado para quedarse. El tercio de siglo que vivió en el exilio –hasta su muerte– lo dedicó sobre todo al trabajo intelectual, porque se propuso fundamen-tar el ideal comunista y porque ese fue su destino personal.

¿Qué logró con ese trabajo suyo? ¿Qué problemas enunció y qué caminos mostró? ¿Qué no tuvo tiempo de desarro-llar? ¿Qué prejuicios tenía? ¿Qué errores cometió y qué ambigüedades o contradic-ciones hay en su obra? ¿Qué preguntas nos aportó? Esto último es quizás lo más importante en el trabajo científico. Un fi-lósofo anterior a él había dicho que una buena pregunta puede ser más importan-te incluso que su respuesta. Marx fue uno de esos raros individuos dotados de genio para el trabajo científico, y lo utilizó sin tasa, con una voluntad de acero y una in-cansable abnegación. Pero jamás dejó de pensar en que la opción de la revolución contra el conjunto de la vida vigente del capitalismo era la única para los oprimi-dos, y actuó e influyó todo lo que pudo para crear bases proletarias conscientes y organizadas que avanzaran hacia ese ideal. En todo momento de ese tercio de siglo fue un político revolucionario.

Los que nos reunimos a partir de hoy para llevar a cabo este curso, en las condi-ciones cubanas de 2015, estamos haciendo algo imprescindible que, al mismo tiem-po, nos resulta factible. Muy otro era el ámbito en que actuó Carlos Marx, cuya vida fue de mucha lucha y poco éxito. Solo la Comuna de París intentó convertir en realidad la revolución que Marx soñaba, aunque sus protagonistas no eran marxis-tas: aquellos proletarios se llamaban a sí mismos artesanos y la coyuntura francesa –abrumadora derrota y ocupación militar prusiana de parte de su territorio– pare-cía totalmente negativa para aquel movi-miento. Solo un revolucionario del calibre de Carlos Marx pudo discernir desde lejos qué era lo principal, cuál era la conducta obligada a seguir por un militante cuando estalla la rebeldía popular (ver sus cartas a Kugelman), fijar el lugar histórico del suceso en una frase imperecedera –tomar

el cielo por asalto– y producir avances realmente importantes en su teoría del Estado en relación con la revolución, que recogió en La guerra civil en Francia.

Por su parte, los comuneros hicieron un grandioso aporte a la cultura de la revolución contra el capitalismo median-te su actuación práctica y sus ideas, su heroísmo y su sacrificio. Y en 1888 dos obreros veteranos de la Comuna la unie-ron para siempre a los ideales y las ideas de Marx al crear una canción que los pre-sentaba a través de la música, la emoción, la entrega a la causa y el anuncio de la futura victoria. Asomémonos a su letra. Arriba los condenados de la tierra, que son esclavos por tener hambre, forzados a someterse al contrato con el burgués, no porque los trajeron de África. Ni César, ni Dios, ni tribuno; es decir, ni monarcas le-gitimados desde el cielo, ni políticos pro-fesionales de la democracia burguesa que ya comenzaba a acompañar al desarrollo del capitalismo. Solo los proletarios serán capaces de liberarse a sí mismos. Debemos unirnos en la lucha social y convertirla en la lucha final. El mundo cambiará de base, el futuro es nuestro: el género humano será la Internacional.

El himno comunero cantó a la opción revolucionaria precisamente cuando el marxismo legalizado en Europa se iba plegando a la dominación burguesa. Y pronto multiplicó sus lugares y sus idio-mas. El mensaje revolucionario de Marx tuvo en la canción “La Internacional” su primera oportunidad de lograr un al-cance mundial. Siguiendo esa lección, a lo largo de este curso, que es sobre todo acerca de pensamientos estructurados, tendremos siempre en cuenta las percep-ciones, los sentimientos, los símbolos, las ideas y las interpretaciones producidos y manejados por la gente común. Porque ellos deben formar parte de una historia marxista del marxismo.

iiFederico Schleiermacher, que nació

medio siglo antes que Marx, fundó la her-menéutica moderna cuando planteó que la interpretación de la obra de un autor re-quiere no solo captar realmente los hechos lingüísticos e históricos relevantes, sino un rastreo mental, una reconstrucción imaginativa del camino del texto para lle-gar a serlo. Esa comprensión deberá ser ca-paz de ver la vida y la obra del autor como un todo, y ubicarlo en su lugar histórico. Este procedimiento puede permitirle al que interpreta entender la obra mejor de lo que pudo hacerlo su propio autor.

Tendremos en cuenta esa propuesta, tan sagaz como ambiciosa, para investi-gar la obra de Marx. Y para estudiarlo a él,

utilizaremos también instrumentos que Marx usó para comprender y situar a otros autores.

Pero necesito agregar dos pre-cisiones. La primera es que tengo una posición determinada como marxista. No todos los marxis-tas piensan igual que yo. Esto lo podría decir todo profesor al comenzar su curso de marxismo, pero, lamentablemente, no es lo usual. Creo que algunos no lo sa-ben, a otros no les parece bien de-cir algo así, y no faltan quienes creen que solo son marxistas los que piensan como ellos. El hecho indiscutible es que existen posi-ciones, interpretaciones y ten-dencias diferentes dentro del marxismo. Una práctica funesta ha sido la conversión del marxis-mo en una doctrina, con sus ar-tículos de fe, catecismos, dogmas, condenas, clero, arrepentimientos y demás atributos, la esterilización de un instrumento maravilloso, la conversión del pensamiento re-volucionario en adorno de las posiciones políticas y arma del dominio y la manipulación. Todo marxista está obligado a pelear a muerte contra esa degeneración del pensamiento, más allá de las diferencias de criterios e ideas.

La segunda precisión es que el marxis-mo tiene historia. No es igual a sí mismo. Por eso no puede ser la ciencia de las leyes más generales de todo, ni ser su contenido un objeto fijo. Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, por ejemplo, el objeto del marxismo se amplió y mo-dificó. Los marxistas seguidores de Lenin habían pasado en 1917 de generalidades acerca de la violencia como partera de la historia a aprender el arte de la insurrec-ción. Pero después de noviembre la teo-ría misma dejó de tener su centro en la crítica política del capitalismo y se ocu-pó de cosas tan disímiles como el fun-cionamiento concreto de una dictadura democrática de trabajadores y los proce-dimientos para que el Estado se extinga en el futuro, qué política económica se debe utilizar y qué relaciones tendrá con el proceso en su conjunto, relaciones en-tre la ética y la política en un gran arco de situaciones que van desde el ejercicio del poder hasta las relaciones interpersonales, qué principios y qué prácticas deben tener la política exterior ante un mundo capi-talista y el internacionalismo proletario con los pueblos del mundo, qué proceso

de cambios sobreviene en las relaciones interpersonales, cuáles impulsar y cómo

hacerlo, si existe o no una cul-tura proletaria, la educación del niño preescolar. Y muchas más.

Entender el marxismo también como la historia del pensamiento marxista es pri-mordial, en varios sentidos, y lo comprobaremos a través de nuestros estudios. <

10 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

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12 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución La Gaceta de Cuba 13

El Che enla Casa delas Américas*

Fernando Martínez Heredia

* Prólogo al libro, en proceso por el Fondo Editorial Casa de las Américas, “De/sobre Ernesto Che Guevara”. Lo adelantamos en este homenaje a F.M.H. gracias a la genero-sidad de esa institución, en especial a Roberto Fernández Retamar. Fue el último texto terminado por Fernando.

En este número de la colección se reúnen la tras-cendencia de uno de los mayores seres humanos con la intimidad de los afectos más profundos. Ernesto Che Guevara poseía suficientes cualida-des intelectuales como para hacerse de un lugar

distinguido en la república de las letras, pero su vida de revolu-cionario lo llevó por otro camino. En una secuencia más bien in-versa, a la joven Haydee Santamaría, combatiente del Moncada, la clandestinidad y la Sierra Maestra, fue la Revolución la que la convirtió en fundadora y presidenta de la Casa de las Américas.

La guerra en la Sierra fue el marco en que se conocieron Haydee y el Che, y en el que anudaron una profunda relación fraternal. En las menciones que Ernesto hace de ella en textos que se han conservado, se evidencia siempre el cariño. Cuando le escribe a Hart una carta con ideas trascendentes para la cul-tura cubana, al despedirse solamente individualiza a Haydee, a la que llama, con gracia y exactitud, “tu belicosa mitad”. La Revolución había ayudado al Che y a ella a convertirse en seres humanos ejemplares, al mismo tiempo que a combinar militan-cia con trabajo y condición de intelectuales de un modo y con resultados que son muy diferentes y superiores a lo que suele suceder en los tiempos que llamamos normales.

Me valgo entonces de Haydee hablándole al Che, conmocio-nada ante la noticia de su muerte, para iniciar este breve comen-tario introductorio: “hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo, todos veríamos así que ese hombre nuevo es una realidad, porque existe, eres tú”. Y rescato algo de la compleja riqueza de signifi-cado que contiene esta categórica valoración.

El autor del que leeremos textos propios y acerca de él no se ha limitado a ser un analista o un ensayista, un creador den-tro de los cuerpos de ideas, el portador de un proyecto social o un profeta, o todo eso junto. Ha logrado convertir su vida, y su muerte, en un hecho significativo, en germen de una nueva realidad a la que la humanidad debe y puede tender. Plantea, por tanto, mucho más que argumentos, nociones y caminos po-sibles; pide, en consecuencia, mucho más que lectura, estudio y debates. El Che resulta, cuando menos, perturbador, y bien entendido es un ejemplo singular y una brújula, una prefigu-ración apta para guiar pensamientos y acciones en favor de las liberaciones de los seres humanos y las sociedades, un instru-mento al mismo tiempo subversivo y creador.

No será identificado entonces este libro únicamente por su número de ISBN, su título, la fecha y demás datos de su presen-tación al público. Puede tener mucho, inclusive, de organismo vivo, con las consecuencias diversas que esa naturaleza conlleva. Pero es obvio que eso solo sucederá si sus lectores son, también, mucho más que lectores.

Llevado por las circunstancias y por sus actitudes, en un in-dividuo puede predominar una determinada dedicación; así se forma el hombre de acción o el hombre de pensamiento. Ernes-to fue un gran practicante de la lectura y las ideas, pero desde temprano salió en busca de la acción. Enrolado en una lucha armada, pronto descolló en ella y fue uno de los protagonistas de la guerra revolucionaria cubana. El Che fue el nombre de bautizo de un hombre de acción. En los seis primeros años del poder revolucionario tuvo una actividad intensísima, po-lítica, administrativa e intelectual, y en los últimos dos años y medio de su vida volvió a ser, sobre todo, un hombre de acción. Así se podría describir su trascurso vital.

Pero, en realidad, Ernesto Che Guevara fue un hombre de ideas, y estas guiaron siempre su actuación. En todo momento

pensó el mundo en que estaba viviendo, sus rasgos y problemas esenciales, y las cuestiones inmediatas y los aspectos trascenden-tes de la causa en que se involucraba. Aprendió que la praxis es creadora de realidades que los sistemas de pensamiento no ad-miten o no creen posibles. El Che pensador intentó que nuevas realidades creadas probaran el acierto de sus ideas revolucio-narias –y las impulsaran y trasformaran–, y que le dieran suelo social a la parte que en sus definiciones conceptuales le pedía prestada al futuro. No convertía su concepción en una camisa de fuerza dogmática, y les reclamaba a sus compañeros de actua-ción que pensaran, que ejercieran la libertad de pensar.1

Amante precoz de la literatura y del pensamiento clásico político y filosófico, joven médico que no quiso ser un profe-sional de clase media, sino un activista de medicina social para los pobres, y un investigador, Ernesto Guevara solamente vivió doce años como militante político, pero en la cresta de una ola revolucionaria. Alcanzó a tener una conciencia plena de su pa-pel histórico, y fue tan grande en todo lo que emprendió en esos años que ha quedado sembrado como uno de los hitos mayores para las esperanzas y las peleas, los proyectos y los sueños, la moral y la política del pueblo de Cuba y de los pueblos de Amé-rica y del mundo. Por eso ha sido tan difícil su posteridad, pero también por eso es tan prometedor su magisterio.

Por su obra, Ernesto Guevara es uno de los principales pen-sadores del movimiento que en los últimos cien años ha tratado de guiar y fundamentar procesos de liberación verdadera de los seres humanos y las sociedades, a partir de la comprensión del potencial inmenso que porta la cultura acumulada por la huma-nidad, el gran desastre inminente para esta y para el planeta que implica la existencia del capitalismo, y la decisión de combatir de manera consciente y organizada por esa liberación y volver-se capaz de atraer y conducir a millones. Su concepción teórica social, sus análisis de hechos y procesos, sus propuestas de tras-formaciones humanas y sociales, su filosofía de la praxis, cons-tituyen un cuerpo intelectual extraordinario y un instrumento indispensable para la acción.

Los escritos del Che que aquí se reúnen no pretenden ser una antología de su obra. Esa tarea fue realizada por la institución en 1970 y culminó en una publicación en cuarenta mil ejemplares que tuvo un valor inestimable para mantener al Che al alcance de los lectores en las décadas siguientes.2 Este libro recoge textos suyos de muy distintos asuntos, motivaciones, circunstancias y géneros, que la revista Casa de las Américas ha ido publicando a lo largo de décadas.

Están la rica expresión de sentimientos e ideas y la libertad relativa de la correspondencia personal, y la interlocución con las obras y sus autores implicada en los apuntes de lecturas. Está la crónica del joven viajero latinoamericano que sube en “un tren asmático” hasta las ruinas de una ciudad creada por una gran civilización –historia viva que la colonización redujo a objeto–, la admira, la describe y la guarda en el morral de su ideal.3 Están discursos del orador tranquilo, conceptuoso y llano al mismo tiempo, que orienta, emociona y entusiasma a los jó-venes que portan las armas de la Revolución.

Están tres frutos de análisis políticos del pensador de la praxis. El aprendiz de revolucionario que comprende en Guatemala “que la victoria será conquistada a sangre y fuego”, y que dentro de las reglas de juego del enemigo siempre triunfará el enemi-go.4 El jefe guerrillero que, un mes antes de la victoria, expone para la prensa rebelde la dialéctica del combate, que ha sido maestra de la vanguardia al mismo tiempo que ella enseñaba al pueblo a pelear y a tener fe en sí mismo, y apunta los primeros

Amante precoz de la literatura y del pensamiento clásico polí-tico y filosófico, joven médico que no quiso ser un profesio-nal de clase media, sino un ac-tivista de medicina social para los pobres, y un investigador, Ernesto Guevara solamente vi-vió doce años como militante político, pero en la cresta de una ola revolucionaria. Alcan-zó a tener una conciencia ple-na de su papel histórico, y fue tan grande en todo lo que em-prendió en esos años que ha quedado sembrado como uno de los hitos mayores para las esperanzas y las peleas, los pro-yectos y los sueños, la moral y la política del pueblo de Cuba y de los pueblos de América y del mundo. Por eso ha sido tan di-fícil su posteridad, pero tam-bién por eso es tan prometedor su magisterio.

pasos de la revolución social, que es el alma y la razón de ser de la revolución política y militar.5 El dirigente de la Revolución que, en aquellos días tan intensos que precedieron a Girón, pu-blica en Verde Olivo un amplio examen de los rasgos y los con-dicionamientos de la revolución latinoamericana, a la luz de la experiencia cubana.6

Y El socialismo y el hombre en Cuba, uno de los documentos fundamentales del pensamiento político producido en Améri-ca. La riqueza maravillosa y el alcance excepcional de este ma-nifiesto de la liberación humana fueron creados por un hombre que tuvo al ser humano como centro de su actividad, y lanzados por la Revolución Cubana a América y el mundo, no para una coyuntura, sino para una época histórica que no acaba de des-plegarse todavía.

La obra del Che dentro de la Cuba en revolución, y el pro-yecto intelectual que quiso poner en marcha en la última etapa de su existencia, constituyen uno de esos momentos de avance radical que han sido motores de la cultura de liberación cubana. La escasa presencia del pensamiento del Che en las ideas que se manejan en la Cuba actual –ausencia y síntoma– es una de las insuficiencias que debemos superar.

Ernesto Che Guevara subordinó aquel proyecto, tan ambi-cioso como necesario, a su última misión como comandante internacionalista cubano. A la hora postrera, la palabra escrita se contrajo al diario de campaña, telegrafía de los hechos guerre-ros, las marchas, la abnegación, las circunstancias, salpicada de valoraciones a varios niveles y de aforismos. Este texto final, el testimonio de una gesta, se convirtió en lectura fervorosa de muchos miles de personas conmovidas que sumaban emocio-nes y acendraban ideales, y en una bandera de rebeldía.

Es una hermosa iniciativa incorporar al Che a esta colección de materiales de la revista. Es natural que así sea en una institu-ción en que es mención cotidiana, porque su salón principal se llama “Che Guevara”. Y le pido a Haydee Santamaría palabras muy altas para terminar las mías: “Lo que no saben los pequeños es que él no le pedía nada a la vida, lo que deseaba era darle, todo lo dio y todo nos dejó […] cuánto podían haber alumbra-do esos pequeños, fijos, penetrantes ojos, pero de todas maneras sabemos que alumbrarán y diremos: ahora es el viento, ahora es el Che peleando para siempre en el aire del mundo”.

La Habana, mayo de 2017

1 He tomado estos dos últimos párrafos de mi prólogo a un libro muy valioso de Julio Llanes, El Che entre la literatura y la vida, que tiene varias ediciones.

2 Ernesto Che Guevara: Obras, 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970.3 “…el luchador que persigue lo que hoy se llama quimera, el de un brazo extendido al

futuro cuya voz de piedra grita con alcance continental: ciudadanos de Indoamérica, reconquista del pasado”. “Machu Picchu, enigma de piedra en América”, 1953. (Los textos citados en estas últimas notas están incluidos en el volumen del que este texto es prólogo. N. del E.)

4 “…aquí los periódicos titulados ‘independientes’ desencadenan una burda tempestad de patrañas sobre el gobierno y sus defensores, creando el clima buscado. Y la demo-cracia lo permite”. “El dilema de Guatemala”, 1954.

5 Ernesto Che Guevara: “Lo que aprendimos y lo que enseñamos”.6 Ernesto Che Guevara: “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha antico-

lonialista?”.

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14 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución La Gaceta de Cuba 15

p. 14-18EntrEvistA >

En la calle 35 del reparto La Sierra o Nicanor del Campo está la casa de Fernando y Esther. Allí viví la deslumbrante experiencia de largas conversaciones que poco a poco se trasformaron en inda-gación sobre los conflictos que generan las revoluciones. Debates que se desatan entre los revolucionarios. Causas y consecuencias.

Con nuevas interrogantes, llena de preguntas y dudas, quería saber más sobre algunos de los pasajes más sensibles y duros de los años 60 y oírlo de alguien como Fernando Martínez Heredia, quien me ofreció su visión personal. Me ha-bló de su vida (la pública, la privada y la secreta según clasificación del Gabo) y, rodeados por cientos de libros y durante horas, me sumergió en una historia –su historia– llena de emociones, sobresaltos, dolor, pero ningún resentimien-to, ningún pase de cuentas, ni rencores ni odios. Todo lo contó desde su sabidu-ría de mulato-chino-cubano, recordándome el proverbio (chino) que dice: “Si no conoces el pasado no puedes entender el futuro”. Había vivido y sobrevivido. Me dijo con serenidad y sin alarma que todo lo que yo quería conocer forma-ba parte de la Revolución cubana y que, además, era esencial aprender de los conflictos y vivir los desafíos, estar dispuestos al riesgo, abiertos al debate, a discrepar y a conocer los conflictos internos de las fuerzas que hacen una revo-lución. Entonces, apareció Frei Betto entre nosotros: “Nadie es lo que piensa, ni siquiera de sí mismo. Somos nuestros actos”.

Esto que leen ahora en La Gaceta de Cuba es una selección o, mejor, la redi-ción o el montaje, en el sentido del cine, de esas y otras conversaciones con otros protagonistas de esos años 60 que, al contarme sus historias de vidas diferentes y percepciones personales, me hicieron entrar y salir en el pasado reciente de la construcción de la política –incluida la cultura– cubana para alcanzar la uni-dad de todos los revolucionarios.

Llamábamos a estos diálogos “nuestra película”, por ese mirar hacia atrás en una evocación de imágenes que nos remitía siempre al cine. Sin embargo, todas estas historias terminaron no en un película sino reunidas en el libro “Ha-bitaciones oscuras”. Fernando decía que esperaba ver los “créditos finales” y la palabra FIN, y que eso llegaría con la publicación. Pero él ya no confrontará a los espectadores-lectores que, seguramente, llenos de curiosidad, emociones, sorpresas y encantamiento conocerán al hereje que todavía deambula por la calle K 507.

Rebeca ChávezJulio de 2017

Rebeca Chávez

* Pasajes del capítulo III del libro “Habitaciones oscuras”, aún inédito.

Oportet et hæreses esseapóstol pablo

I Fernando Martínez Heredia dice que “la Re-volución cubana no cabía, ni en sus realidades ni en sus necesidades, dentro de los marcos que existían para las revoluciones. Eso hacía que, en

la práctica, fuera una herejía. Pero era necesario que fue-ra una herejía también en el pensamiento”. Después de cuarenta años le propongo hacer una exploración de las escenas, visitar locaciones principales y adentrarnos en las tramas, examinar el tejido social de una etapa con este pie forzado: 1968, centenario del inicio de la Guerra de Independencia y noveno de la Revolución. Ya existe Pensamiento Crítico, ha muerto el Che. El Congreso Cultural de La Habana se ha realizado y en América La-tina los movimientos de liberación nacional se debaten entre guerrilla o vía política. En Praga los tanques rusos ocupan las calles. Afloran conflictos viejos y nuevos. La revista reúne a un grupo de jóvenes intelectuales que se plantean analizar historias con una mirada diferente, intentar interpretar la Revolución que viven. En las pá-ginas de la revista se revelan muchas cosas de esos años, episodios que los cubanos ya conocen y viven, y que en Pensamiento Crítico encuentran más que un eco. Caen algunas máscaras. Le insisto en que me hable de estos temas, quiero develar los viejos y actuales significados de “la pequeña herejía de la calle K”.

Conviene quehaya herejes*

No me es fácil hablar de esa etapa. Cuando uno se mete en una lucha lo que hace es luchar. La Revolución no es una suce-sión de victorias, cada cosa sucede en su momento y contexto.

He vivido todo ese largo proceso desde las filas de los revolu-cionarios y cuando se mira retrospectivamente hay sacrificios y logros insuperables; derrotas por montones y silencios. Omisio-nes y zonas oscuras.

¿Por qué se hizo y por qué se cerró Pensamiento Crítico?Es tan fuerte empezar por el final de un proceso y, al mis-

mo tiempo, ser prudente. Y que conste: no hablo de prudencia personal pero necesito empezar explicándome. Primero, lo que ahora digo es mi opinión. Por ahí ya dije que la revista era el órgano de uno de los grupos revolucionarios –el grupo de la ca-lle K– de aquellos años 60. La revista fue un centro pero no lo único. Yo era el jefe del equipo que se llamaba Departamento de Filosofía y director de la revista Pensamiento Crítico. Hay toda una historia de antes y una historia de un después, cuando suce-dió lo que sucedió, cuando se acabó.

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La Gaceta de Cuba 17 16 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

iiEn septiembre del 62 soy alumno de Derecho y viene la “ta-

rea” de ser profesor de Filosofía Marxista (como todas las tareas que se planteaban, la gente buena estaba dispuesta, tenía que aceptar), y me escogen para una escuela interna. El objetivo era aplicar lo que establecía la Ley de la Reforma Universitaria: en todas las escuelas de la Universidad se debía enseñar filosofía marxista. La tarde que llegué a aquella escuela me encontré a los alumnos discutiendo ardientemente. ¿Qué discutían? ¡Si la sombra era o no era materia! ¡Dios mío, qué desgracia! ¿Quién me mandó para acá? ¿Qué hago aquí? Así fue. Nosotros fuimos el núcleo que arranca a dar Filosofía Marxista en todas las ramas de la Universidad con el manual de “F.B. Konstantinov y otros”. Tenía seiscientas treinta páginas: trescientas quince de materia-lismo dialéctico y trescientas quince de histórico.

El grupo tenía una frescura propia, de búsquedas, y en ese mismo año 63 empezamos a estudiar como unos locos. Nos en-focamos a la vez en la obra de Carlos Loveira como crítica social y en Einstein, y así poder explicarle a una persona medianamente culta, por ejemplo, qué cosa era la teoría de la relatividad y tratar de fundamentar el materialismo dialéctico. Hicimos un semi-nario a fondo con Materialismo y empiriocriticismo, de Lenin, y al mismo tiempo estudiamos la filosofía de los griegos, los tres tomos de El capital y la Teoría del conocimiento de Descartes… Fue perturbador ir por ese camino y fue genial porque entonces ya no podías aceptar a Konstantinov. Resultado: hicimos crisis con el “manualismo” en el curso del año siguiente, nos vamos formando y también nos vamos poniendo muy heterodoxos, te-níamos una inspiración muy fuerte en Fidel y el Che, pero muy fuerte; a ellos no había manera de sujetarlos –encuadrarlos– con el socialismo que venía de la Unión Soviética. Fidel ha hecho un discurso el 26 de marzo de 1962, cuando la operación de Aníbal Escalante en las ORI,1 y que a mí me impacta mucho porque fui fundador de las ORI en mi provincia y me negué a pasar a las ORI en La Habana. Resumo: me di cuenta de que era una cama-rilla muy mala.

En el 63, el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (¡un nombre demasiado largo!) ya era una realidad, pero también servía para ver cómo componer la batea tan revuelta, porque a la vez hay en el tablero cuestiones súper concretas como que el Che Guevara está haciendo su tremenda práctica/teórica frente a Carlos Rafael Rodríguez, quien con la gente del INRA defendía la tesis del “Cálculo económico presupuestario” y el Che el “Sistema presupuestario de financiamiento”. El PURS está abroquelado y tiene, de una parte, las escuelas con el secta-rismo de Lionel Soto, y por el otro lado crean la Editora Política, que funciona de un modo más flexible, delicado y proyecta editar libros de los clásicos marxistas, sobre todo de marxistas-comunistas franceses, quince o más autores franceses que sue-nan más bonitos que los soviéticos y pueden ser más potables para los nuevos lectores cubanos. En ese ambiente nosotros es-tamos centrados en otras búsquedas; por ejemplo, estamos le-yendo Caballería roja, de Isaac Babel, libro que Alejo Carpentier publica y, en la edición cubana, pone lo que Hemingway dijo: “Babel fue mi maestro”. A Isaac Babel lo habían fusilado en la Unión Soviética.

iiiHago otro flash back. Vuelvo atrás para llegar a dónde quie-

res llegar. Nosotros no teníamos ningún vínculo directo con aquel Partido Socialista Popular (el PSP). En cambio, sí había ciertas posturas y algunas cosas para rechazar, y se agudizaron al coincidir sus posiciones con las ideas sobre el realismo socia-lista contenidas en el pleito entre Blas Roca y Alfredo Guevara. Incluyo en esta listica el rumbo de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, rumbo presente, en cierta medida, aun dentro de su política editorial que, no lo dudo, estaba por esa línea aunque publicaran cosas diversas. ¿Y qué estábamos haciendo nosotros? Creando otra cosa. Sí, otra cosa y lo hacíamos como podíamos y no sentíamos ni nos parecía que estábamos crean-do nada. Cuando te involucras en un debate, en un pleito, estás en el centro de esa lucha y de ese debate pero de ahí a “creer” o pensar que tú te sabes o te imaginas como histórico (como dicen algunos por pose) es porque eres muy vanidoso. Esa es la verdad. Estamos en esa lucha y en enero del 64 dejamos de ense-ñar con el Manual y le pedimos a todo el mundo que lo dejaran de usar. Sencillamente lo abandonamos. En el 64 y 65 hicimos un curso experimental con textos de Marx, Engels, Lenin, Fidel, el Che, Ho Chi Minh y Gramsci, alrededor de diecisiete autores y, uno esencial, José Carlos Mariátegui. (Un dato: la Casa de las Américas hace la primera impresión de un libro de él treinta años después de su aparición. Mariátegui fue condenado por la Internacional Comunista, que llamaba a su pensamiento la desviación mariateguista. Tengo una copia de un documento oficial de la Internacional Comunista de 1934 donde se felicita al Partido Comunista peruano por haber puesto en el centro de su trabajo ideológico la lucha contra la desviación mariateguista.) En ese 64 y el 65 conseguimos un mimeógrafo y empezamos a imprimir lo que podíamos. Lo que el Che habló en Argel en fe-brero del 64 lo sacamos en marzo-abril, dos meses después, casi enseguida, y lo repartimos en la Universidad. Entonces sí que fuimos acusados de revisionistas de izquierda.

Otro diciembre, Osvaldo Dorticós hizo un discurso para al-gunos “terrible”, pero memorable, y que nunca se ha publica-do. Nos dijo que el marxismo-leninismo que teníamos aquí no servía para nada en absoluto: “Ustedes tienen que incendiar el océano y yo no sé cómo lo podrán hacer”. Era muy tonificante oír eso, con la edad que teníamos, y te dices: “¡Coño, el presi-dente Dorticós dice eso y, además, nos dice que no sabe cómo!” Un dato (que puede ser una pista): Gaspar García Galló, con muchos años en el PSP, era el director real y nombrado para el Departamento de Filosofía pero no aparecía por allí. Noso-tros le metíamos miedo… Rolando Rodríguez era el director y yo el subdirector del grupo de Filosofía, y García Galló, un jefe que nunca aceptamos, al extremo de que estuvo más de un mes sin poner los pies en el Departamento. No lograba entrar hasta que un día el presidente Dorticós decidió montarlo en su auto, llegó con él y lo entró. Alguien me dijo después: “Estamos otra vez en el 7 de diciembre”, porque fue el 7 diciembre, pero del 65, cuando Fidel visitó la casa de la calle K 507 y empezó toda la historia. Todos somos universitarios, unos de una manera y otros de otra, la mayoría gente joven, intelectuales jóvenes que participaban en la Revolución, pero no aplaudiendo, sino parti-cipando activamente.

iVVerano del 66: estamos haciendo muchas cosas a la vez y

entre ellas pensando hacer una revista para abordar un cam-po (otro) más ambicioso del pensamiento y las diferentes ideas sobre las revoluciones. De esas discusiones salió Pensamiento Crítico y, si queríamos hacer una revista de pensamiento, natu-ralmente tenía que ser una revista crítica. De ahí salió el nom-bre. Si fue Juan o Pedro, o alguien dice que fue a él a quien se le ocurrió el nombre, es mentira. Sé que no se me ocurrió a mí, fue colectivo (tengo miedo al ridículo al decir “fue colectivo” o Fuenteovejuna, señor), esa es la verdad. Es un momento su-mamente dinámico, estoy muy activo en el Departamento de Filosofía y en El Caimán Barbudo, y en medio de toda esa tur-bulencia nace Pensamiento Crítico. No surge porque cesara la revista Cuba Socialista, como se ha insinuado; es falso, aunque ocurre esa casualidad. Del montón de cosas que el grupo de la calle K desarrolla, Pensamiento Crítico es lo que más fama ulte-rior ha tenido. Nosotros nacimos (la revista) en calle J entre 25 y 27, en un apartamento (muy laaargoooo) en los bajos de un edificio moderno y ni sé cómo se obtuvo el local. Incluso nos agenciamos muebles por medios diversos, algunos de ellos no muy sanos: un compañero se robó un aire acondicionado por-que hacía falta.

Pensamiento Crítico duró casi cinco años. Cinco años muy movidos, llenos de importantes sucesos. Hicimos cincuentaitrés números y con un nombre supuesto el número cincuentaicua-tro, porque después que nos cerraron fue que salió. Más de diez mil ejemplares de una revista de ideas y de filosofía. El primer número fue de cuatro mil, el segundo ya seis mil, enseguida su-bió a diez mil y después a quince mil ejemplares. ¡Una revista de pensamiento! Es posible que los peligros del inicio y los de los años del medio de la revista no fueran exactamente iguales a los peligros de los años del final. No queda más remedio que mirarlo así. Hay tiempos en que los acontecimientos adquieren una densidad muy grande y cuando Pensamiento Crítico comen-zó en los años 66 y 67 estaba cayendo una parte del Estado de la Revolución, su primera forma organizativa estaba siendo des-truida, y también se estaba desplomando una parte de lo que había sido la unidad política de la propia Revolución. Se esta-ba dando el tránsito del PURSC al Partido Comunista de Cuba (PCC), y este es un proceso que ya no tiene los tintes dramáti-cos del 62. En octubre del 65 se constituye el Comité Central del PCC, y es prácticamente verde olivo con un Buró Político aún más verde olivo. La vieja composición presente en las ORI no había sido tan violentamente trasformada como ahora, donde se adquiere un tinte que viene, sobre todo, de la insurrección armada, y desaparecen los líderes procedentes del antiguo PSP de las direcciones de las provincias, excepto uno, el único que queda y lo cito: Arnaldo Milián.

Hay quien dice, tontamente, que cuando los soviéticos in-vaden Checoslovaquia, entonces sí Cuba se somete a la Unión Soviética. El discurso de Fidel sobre este asunto es una prueba absolutamente desafiante, termina haciendo tres preguntas, tres preguntas terribles. Dice: Si los imperialistas invaden a Corea, ¿El Pacto de Varsovia la defenderá? Si los imperialistas invaden a Cuba, ¿El Pacto de Varsovia la defenderá? Si los imperialistas invaden Vietnam del Norte, ¿El Pacto de Varsovia acudirá?, y si-gue cuestionando. Ya había sucedido lo de la microfracción y en los años 67 y 68 Cuba está enfrentada, pero muy enfrentada, con la URSS. Sobre todo está la cuestión de la lucha armada: se dice que es un “aventurerismo” en la América Latina. Y, en general, tienen la idea de que un grupo pequeño burgués se había apo-derado aquí de las cosas, denigran la figura de Fidel y argumen-tan que la revolución socialista tenía que tener un contenido de clases proletario.

VEn 1966 el peligro que representan el grupo y la revista es

que simbolizamos la ideología de la Revolución Hereje, somos comunistas insurreccionales y ser comunista insurreccional es una negación completa. Nos comparaban con los bolcheviques de Lenin, así tan tranquilamente. ¡Qué cosa más mala para un sec-tor ideológico, políticamente organizado, que tú le quites su base! Por eso dicen que somos los pelúos; sin embargo, no acep-tamos este calificativo. Dijimos sí, sí somos bolcheviques; pelúos son los guerrilleros de la Sierra Maestra (los que bajaron de las lomas con pelos largos, barbas y collares). Nosotros somos los bolcheviques de hoy. Y, claro, todo esto asumido en una situa-ción de descrédito muy fuerte de lo que significaba ideológica-mente, porque en octubre del 67 matan al Che Guevara. Cuba estaba peleada por completo con la Unión Soviética. En julio de ese año 67 Alexei Kosiguin visita Cuba y Fidel no lo recibe en el aeropuerto. La URSS celebró ese noviembre el cincuenta aniver-sario de la Revolución de Octubre y al acto de Moscú fueron los primeros secretarios de todos los partidos comunistas y todos los jefes ejecutivos de países socialistas pero Cuba mandó a su ministro de Salud Pública y (déjame pensarlo bien)… sí, ese día por la mañana Granma publica un editorial temible para ese pensamiento ortodoxo. Decía ese editorial que hoy los bolche-viques de Lenin –oye bien– son los guerrilleros de la América Latina que están peleando en Venezuela. Esa noche me toca ir a la televisión cubana a hablar de la Revolución de Octubre, lo recuerdo como un momento muy dramático. Si los bolchevi-ques son los de Lenin y si yo soy o me considero heredero de Lenin y tú –nosotros los de la calle K– me lo vienes a quitar, ¿qué me queda? Ese es el peligro que representamos nosotros, ahí es donde radica el riesgo o la osadía del grupo y la revista y por eso nos abren fuego con todo lo que pueden. En esa lógica no-sotros, es decir, los de la revolución-comunista-insurreccional, veníamos a quedarnos con lo que ha sido hasta ese momento su propiedad privada. Por lo tanto Carlos Marx es nuestro y somos de Fidel. Ho Chi Minh es nuestro y somos de Fidel. Los que vi-nieron de la América Latina son los comunistas y por eso te dije que el editorial de Granma, del 7 de noviembre del 67, es más inteligente de lo que parece. ¿Quiénes son los bolcheviques de hoy? Los guerrilleros de Venezuela. Con eso lo expliqué todo. En ese minuto del 67, creo que es noviembre y acaban de matar al Che, ya está andando el proceso de la microfracción, un mo-mento de máxima violencia. Por eso te repito que mientras no se diga la verdad de la historia de Cuba, no podemos saber que el esfuerzo económico de la Revolución en esos años era trágico y tenía que ser así y no de otro modo. Ese espacio de la indepen-dencia política de Cuba lo pagamos y muy caro.

¿Cómo fue que llegamos a la revista y a esa circunstancia? So-mos la expresión (diferente) de una posición, y representamos un peligro para la otra parte que incluye a la Unión Soviética. Por eso mi artículo “El ejercicio de pensar”, escrito en diciembre del 66 y publicado en febrero del 67 en el número 11 de El Caimán Barbudo, es traducido por los rusos (solo para sus funcionarios) como expresión de la ideología “descarriada” de Cuba. Es decir, en un mundo donde el fuerte es la Unión Soviética, Cuba en-tra en una bancarrota completa. Cuba no tiene fuerza, hay una coyuntura que ha sido muy favorable para ellos, porque aunque ha habido antes el descalabro total en las relaciones cuando la Crisis de los Misiles, al mismo tiempo hay que saber que los so-viéticos –a través de sus ideas– ya estaban establecidos en Cuba y de una manera real. Es un conflicto serio y profundo. El viejo partido comunista cubano (el PSP), con su ideología, tenía una cantidad de militantes honestos, gente que servía muchísimo para cualquier cosa y se proyectaban en montones de cosas con una estructura real, contaban con una editorial y una emisora

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La Gaceta de Cuba 19 18 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

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Aurelio Alonso

No conocí al bachiller que matriculó Derecho re-cién llegado de Yagua-jay, en el curso en que se reabrió la Universidad en

1959, aunque no compartimos el aula, me atrevo a considerarme uno de sus compa-ñeros de armas más constantes de los años 60 y los que siguieron, en los cuales no solo compartimos ideas, sino la experiencia de llevarlas a la práctica, y de asumir los cos-tos de nuestras audacias. Estuvimos juntos tanto en los aciertos como en los errores, en éxitos y en reveses, sin que menguara jamás la lealtad al proyecto revolucionario socialista cubano y a sus líderes. Lo cual no quiere decir que no hubiera diferencias entre nosotros, sino que más bien forta-lecía nuestra proximidad la trasparencia con que las ventilábamos.

En lo personal, además de la funda-mental experiencia que emprendimos jun-tos en los 60, y la hermandad que se forjó entonces, la suerte (y seguramente una vocación común) nos volvió a reunir, a Fernando y a mí, en el Centro de Estudios sobre Europa Occidental (CEEO) en la segunda mitad de los 70, y en la primera de los 90, en el Centro de Estudios sobre América (CEA).

Fernando sobresalió enseguida por su rigor teórico en aquel colectivo que en 1963 empezó a impartir el Materialismo Dialéctico e Histórico en la Universidad de La Habana, y que en pocos años generó una crítica, legítima por su autenticidad y rigor, de la filosofía marxista sistematiza-da en clave soviética.

Habíamos sido seleccionados para cur-sar un internado de cuatro o cinco meses en una Escuela de Instrucción Revolucio-naria (EIR), categorizada como nacional en el esquema de las escuelas del Partido (llamadas así prematuramente, pues el Partido no se había integrado aún). Esta escuela, a la cual los alumnos decidimos darle el nombre de “Raúl Cepero Bonilla”, para honrar al gran economista revolu-cionario que acababa de fallecer, se creó destinada a propiciar una preparación intensiva con vistas a impartir la docen-cia del marxismo en la Universidad de La Habana. Conjuntamente la cursaban los miembros del cuadro profesoral de las EIR provinciales, que representaban un nivel intermedio en su esquema organizativo.

Aquella escuela solo realizó dos cur-sos, porque en 1964 la dirección de las EIR decidió formar separadamente a sus pro-fesores, creando, con tal propósito, la EIR

* Versión del texto leído en el homenaje a Fernando Martínez en el Instituto “Juan Marinello”, el 20 de junio de 2017.

“Marx, Engels, Lenin”, que funcionó hasta que el sistema completo fuera desestruc-turado en 1967.

Aunque casi todos salíamos de los años finales de carreras universitarias, traíamos diferencias en nuestros respec-tivos bagajes formativos, como se puede esperar después de tres años sin Univer-sidad, bajo la dictadura. A medida que nuestro grupo avanzaba, después de ter-minar la escuela, con un régimen de pre-paración que nos obligamos a hacer muy estricto, aumentaban también el debate y la diversidad, y se disipaba la imagen del marxismo como “pensamiento único”. En Fernando se hizo notable, además de su visión del peso de la historia de Cuba, su originalidad en el propósito constante de teorizar sobre el marxismo con mirada revolucionaria, más que la revolución con mirada marxista, lo que entonces se había extendido y hasta abonado situaciones contradictorias. Sería imposible compren-der la importancia de la contribución de Fernando si no la vinculamos con el papel que jugó en la evolución de aquel colecti-vo, instruido para aceptar el pensamiento marxista como un sistema de conceptos cerrados, a asumirlo con una mirada que procuraba entenderlo en el curso de la Historia. Era algo que no podía realizarse sin herejía, pero ya habíamos descubierto que los esfuerzos auténticos por enrum-bar el socialismo a partir de la Revolución, comenzando por el de los bolcheviques y llegando al de la generación del Moncada y el Granma, fueron todos heréticos.

Después de uno o dos cursos imparti-dos en los esquemas convencionales, desde el Departamento de Filosofía, y adentra-do el colectivo ya en un plan de forma-ción, en cuyo inicio nos asesoraron Luis Arana (el hispano-soviético que vino a di-rigir nuestra preparación inicial, de quien alguien dijo, con razón, que tenía más de Quijote que de Stalin) y Justo Nicola Ro-mero (el único de los “viejos filósofos” cubanos que quedó en su patria, neokan-tiano confeso e inconfundible revolucio-nario), sentíamos que se nos planteaba una especie de dilema epistemológico.

Una expresión de Osvaldo Dorticós, a la sazón presidente de la República, a quien el rector Mier Febles había invitado a hablarnos para imponernos una susti-tución de Arana, que no entendíamos ni aceptábamos, nos dejó un impacto inde-leble. Ante inquietudes nuestras en busca de orientación para resolver nuestros di-lemas teóricos y docentes, lo escuchamos afirmar: “Yo solo puedo decirles ‘quemen el océano’; ustedes tienen que buscar cómo”.

A partir de entonces comenzamos a in-troducir variaciones en los programas de

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de radio: la Mil Diez, desarrollaban una política con los artistas en la Sociedad Nuestro Tiempo. Pero ahora en estos años 60 lo que está influyendo y pesando mucho es el hecho de que ese Partido se encuentra ante dos lealtades, por eso es tan angustio-so: lealtad a ese origen y lealtad a la Revolución cubana.

¿Cómo nos movemos los de Pensamiento Crítico? Pensamos que debemos movernos como ideólogos y seguimos esa perspec-tiva. Es nuestro papel, y esa posición después de 1969 empieza a ser un ruido fuerte. Empezamos a quedar desfasados. Pero no es nuestra función ver si estamos o por qué estamos desfasados, lo nuestro es seguir en lo que somos y no somos ni diplomáticos ni militares, somos y nos sentimos ideólogos. El mapa interno en Pensamiento Crítico se mantiene idéntico al inicial, seguimos siendo el mismo equipo: José Bell Lara, Aurelio Alonso (que ya está en la vaquería), Jesús Díaz, Ricardo Machado y yo. Después solo estuvimos Bell Lara y yo.

Claro que la Revolución no tiene una varita mágica que todo lo resuelve y por supuesto no pudo escapar ni sortear el con-flicto entre dogmáticos y revolucionarios. ¿Cómo se presenta esta contradicción? No fue fácil (ni es fácil ahora) porque iban (van) muy juntas herejía y ortodoxia. Ese fue uno de los rasgos del pensamiento de los 60. Nosotros sentíamos la necesidad de apoderarnos de Marx y del marxismo y nos empeñamos en eso y al hacerlo tuvimos que rechazar, impugnar y contradecir –todo al mismo tiempo– el marxismo sovietizante. Inicialmen-te no hubo fricción, no a nivel de teoría y de pensamiento. En realidad solo por un tiempo muy corto caminamos en parale-lo con el viejo partido (el PSP), pero cuando empezamos a ser visibles, a tener presencia, entonces sí hubo fricción y después pleito. Un problema generacional y un problema doctrinal de pronto son ideológicos. Una historia nos iba llevando a eso y me toca (porque a alguien le tenía que tocar) decir una frase, como una consigna de aquel momento: “Tenemos que lograr que el marxismo-leninismo se ponga a la altura de la Revolución cu-bana”. Y chocamos.

Estamos llegando al punto de conflicto. Creo que empieza a verse y a considerarse que Cuba no puede seguir teniendo la posición que ha tenido y sostenido siempre, sencillamente no tiene cómo. ¿Un ejemplo? La expansión de la revolución hacia América Latina. Antes, las grandes revoluciones se expandían militarmente, y aunque ahora se tenía ese instrumento y posi-bilidad, el proceso cubano no intervino así porque tenía al lado (quiero decir, enfrente) al imperialismo norteamericano y, no obstante, al cabo de los años se actuó militarmente y con mucha eficacia en África. Al final de aquellas guerras había cincuentai-cinco mil soldados cubanos en un terreno –el africano– que no era estratégico para nosotros. En el escenario latinoamericano Cuba no tiene posibilidad de utilizar sus fuerzas, no en la di-

rección militar, y debe esperar… ¡con todo lo que pudo hacer! (que no fue poco), pero debe esperar a que triunfen otros y eso no salió. No se triunfó en América Latina. Y Cuba tampoco pue-de salir del modo subdesarrollado en que existe este pequeño país de occidente. Esa es la realidad de 1970. Cuando se sacrifica una res se dice que le dieron la puntilla: la puntilla es la Zafra del 70.

Las revoluciones se ven ante problemas gravísimos en que media la estrategia, la ética, el patriotismo, la idea del comunis-mo. Estamos terciando o participando en una profundización ideológica de la posición cubana. ¿Hasta dónde admite esta posición el que está en el poder estatal y tiene que hacer una re-producción organizada de su régimen? ¿Hasta dónde admite? ¿Cuál es el límite? Decía Nicolás Maquiavelo que la solución de un problema importante crea otro problema. Nosotros forma-mos parte de la solución de un problema importante y poco a poco empezamos a formar parte de los problemas.

Todo está claro. Nosotros, el grupo de la calle K, empezamos a quedarnos colgados de la brocha, pero muy bien colgaditos, como buenos hidalgos. Cada oficio tiene sus problemas y sus riesgos, sus enfermedades. Empezamos a ser criticados por algunas personas del campo revolucionario. Nos encuentran excesivos, demasiado radicales y quizás algo irrespetuosos. Ya estamos muy lejos del tiempo en que se suponía que éramos oportunistas de izquierda por publicar, ¡en mimeógrafo!, el discurso del Che Guevara en Argel. No han pasado más de cinco años y, sin embargo, ya estamos muy lejos.

Hoy es 30 de enero de 2011. Esta es ¿la tercera, la cuarta conver-sación? Hemos desarrollado una pelea… ¿A esta historia le falta algo?

Ah… Yo soy culpable de todo lo que digo, no soy inocente. El cierre de la revista Pensamiento Crítico, fue un acto feísimo e irrespetuosísimo. Pero digo esto no por darle importancia ni nada, sino por ver cómo entendemos el problema. Nunca estu-ve desconectado, ni en un retiro, ni en un limbo. Recuerdo con mucho placer la experiencia que viví en Nicaragua desde 1979 y hasta el 84, asistí a todo aquello con alguna ventaja: fue revivir la Revolución, pero ya sabiendo.

Desde muy temprano en mi vida decidí entrar en la Revolu-ción y he sufrido siempre las consecuencias de mis actos. Eso fue lo que hice. Te dije que sé estar callado. Incluso he estado veinte años callado. No es una expresión poética, se corresponde con la realidad. Formábamos parte, todo aquel grupo, eso sí lo acepto, de un peligro al que yo llamé la herejía cubana.

1 ORI: Organizaciones Revolucionarias Integradas.

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la asignatura. Pusimos en práctica varian-tes a la cuales nos habían inclinado nues-tras primeras experiencias. Y al cabo de casi otros dos años, en lugar de ingeniar otras sistematizaciones –a pesar de las lecturas heterodoxas, o también gracias a ellas– llegamos a la conclusión, mayoritariamen-te aceptada, de que lo que correspondía a nuestros objetivos era sustituir el llamado DIAMAT por la enseñanza de la historia del pensamiento revolucionario, desde Carlos Marx hasta los proyectos socialistas contemporáneos más significativos.

Llegamos a producir un programa y antologías de textos a este efecto, y hasta el plan de estudios de una Licenciatura de Filosofía desde esta perspectiva, que no consiguió ser aprobado. Comienzo por destacar este proceso porque corres-ponde plenamente a Fernando el protago-nismo central en aquel aporte que nunca ha tenido el reconocimiento que merecía de nuestra academia. Academia que me parece aferrada todavía en buena medi-da a una comprensión de las “tres partes integrantes del marxismo”, y que impone una rigidez ajena a los fundadores y a las tradiciones más significativas del pensa-miento revolucionario. Y lo que creo más grave de esa rigidez: no aceptar que el marxismo sea entendido y asumido con una mirada distinta. En otras palabras, concebirlo para limitar la libertad de pen-samiento más que para revolucionarla y consagrarla.

Es conocido que el alcance de aque-lla contribución de juventud no logró avanzar a expresiones de madurez al ser disuelto el grupo a principios de los 70 y asumirse el canon soviético como el único legítimo. Hoy sabemos que no fue el nues-tro un esfuerzo baldío, pues después de dos décadas o más de formación catequé-tica, y del derrumbe político, el desmante-lamiento y retroceso de la economía, y la evidencia de lo insustancial de los dogmas del modelo soviético, otras generaciones han mantenido vivo el valor de la herejía revolucionaria cubana. Incluida en ella la lectura que Fernando y el equipo del De-partamento llegaron a introducir.

Pienso que es conocido que en los habituales encuentros nocturnos del Co-mandante en Jefe con los estudiantes universitarios en la Plaza “Cadenas” (hoy “Agramonte”), se interesó en lo que hacía aquel colectivo de jóvenes lanzados a la aventura de la teoría revolucionaria. Co-menzó así a visitar también la casa de K, a proponer tareas y a facilitar algunas de nuestras iniciativas. Fue algo así como una propulsión decisiva entre 1965 y 1967 y sig-nificó mucho para el grupo.

Tampoco puedo olvidar lo importante que fue para nosotros la mirada y el consejo

de Armando Hart a lo largo de toda aque-lla etapa, primero como ministro de Edu-cación y posteriormente como secretario organizador del Comité Central del PCC.

Cuando, en 1966, Rolando Rodríguez tuvo que dejar la dirección del Departa-mento de Filosofía para hacerse cargo de la formidable tarea editorial que Fidel Castro puso en sus manos, Fernando la asumió, a partir del consenso de todo el equipo de K, que apreciaba la seriedad de su trabajo. No fue la suya una designación impuesta desde arriba sino que partió del recono-cimiento ganado entre sus compañeros. Como lo fue en 1969 la de Marta Pérez Rolo, cuando la presión de dirigir con-juntamente la revista Pensamiento Crítico, que había alcanzado, tras sus dos primeros años, una tirada de quince mil ejemplares y circulación continental, reclamaba sepa-rar ambas responsabilidades.

Considero que Pensamiento Crítico fue una criatura definitoria para el grupo. A cien metros del Departamento, aquel piso de J 556 devino el punto de contacto obli-gado de numerosos intelectuales y activos revolucionarios de América Latina y de otras latitudes. Muchos dejaron su huella en artículos o entrevistas que publicamos. Departamento y revista se mantuvieron en estrecha relación, pero con independencia entre ellos. La revista mantenía un vínculo cercano con otras publicaciones ya exis-tentes, especialmente con Tricontinental y con Casa de las Américas. La primera, un año mayor, centrada en los análisis de coyuntura política, y Casa, órgano de la institución cultural homónima, que ya se había hecho emblemática para la intelec-tualidad revolucionaria y progresista del Continente. Bajo la dirección de Fernando Pensamiento Crítico intentaba aportar al conocimiento político y social revolucio-nario el complemento de la dimensión teórica.

Como no teníamos espacio para todas las colaboraciones de calidad que nos lle-gaban del extranjero, el comité del PCC de la Universidad creó una publicación que tituló Referencias, la cual hacía circular, con una tirada más modesta, materiales que merecían ser conocidos en Cuba. La dirigió José Bell Lara, miembro también del Consejo de Pensamiento Crítico y del Departamento.

Tampoco se podría pasar por alto la participación de Fernando, igualmente de-finitoria, en la selección de clásicos y de con-temporáneos relevantes del pensamiento social para el recién creado Instituto Cuba-no del Libro, de la que me permito pensar –y sostener– que fue una política editorial sin paralelo en el mundo del “socialismo real”. Y que fue tronchada, trocándose en su contrario en los años que siguieron.

Obras de Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hegel, Rousseau, Montesquieu, así como de Gramsci, Lukacs, Marcuse, Sartre, Wright Mills, Gordon Childe, Mandel, Auguste Cornu, Isaac Deutscher, Louis Althusser, y muchos otros, figuran en el catálogo de aquellos años, si es que se preserva tal catálogo. Fueron publicados la Historia de la Filosofía y el Diccionario de Filosofía, de Nicola Abagnano, que valora-mos más útiles que Dinnik y que Rosental. Títulos que hoy hay que leer en las biblio-tecas o pagarlos a libreros ilustrados que comercian con libros viejos. Con prólogos críticos o notas editoriales, redactados, en su mayoría, por miembros del Departa-mento. Economía y sociedad, de Max We-ber, se publicó con un riguroso estudio introductorio de Germán Sánchez, del cual decíamos, bromeando, que se había publicado un ensayo de Germán con un apéndice de Max Weber.

Me atrevo a decir que la supresión de la revista a la altura de su número 54, y la desintegración del Departamento de Filo-sofía en 1971, marcaron, entre otros signos, el inicio de esa grisura que demoró un quinquenio en suavizarse para la creación artística y literaria, pero cuyos estragos en el campo de la ciencia social han sido mucho más persistentes. Decisión que sumió a Fernando –y a varios de sus com-pañeros de K– en una prolongada etapa de subutilización profesional. Intento dar un calificativo preciso, no formal, para el desempleo o el subempleo subsidiado. No solo se padeció la interdicción, propia del ius non scriptum socialista, para enseñar el marxismo o cualquier disciplina del pen-samiento, en la docencia superior, sino también el consiguiente rechazo en la mayoría de los espacios académicos. Pue-do recordar que, entre otros, el Centro de Estudios de la Juventud, recién creado, no lo aceptó como investigador. Se había im-puesto el canon moscovita del marxismo y para los convictos de herejía se hacía muy difícil encontrar espacio.

Fue un período de dispersión, que re-conozco tuvo efectos desiguales, pero en el cual Fernando, y algunos colegas, pudieron subsistir solo gracias a la comprensión y la confianza de algunos dirigentes de la Re-volución, como José Chomi Miyar Barrue-cos –primero como rector e incluso luego de ser sustituido de la Rectoría de la Uni-versidad–, quien jamás dejó de valorar sus cualidades. También propició ubicación a otros miembros del Departamento. Nunca como en los tiempos de Chomi la Universi-dad de la Reforma del 62 estuvo tan cerca de Fidel ni Fidel de la Universidad.

Fue hacia 1976 que, con el apoyo de Carlos Rafael Rodríguez, se nos permitió a Fernando y a mi ingresar al recién fundado

Centro de Estudios de Europa Occidental (CEEO), dirigido por Jorge Papito Sergue-ra –quien también nos apreciaba–, el cual fue el pionero de los que hoy se agrupan en el Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), del MINREX. Subra-yo “de Europa Occidental”, porque Euro-pa del Este no podía ser en aquel tiempo objeto de estudio –todo eso hace parte de la “grisura” de la época, como se sabe. Y en la segunda mitad de aquella década, de un modo o de otro, pudo conectar desde allí su mirada hacia América Latina.

De esta manera, cuando triunfa la Re-volución Sandinista, Manuel Piñeiro pro-mueve, desde el Departamento de América del Partido, la designación de Fernando a una misión diplomática en Nicaragua, experiencia que le permitió aproximarse con mayor profundidad a los problemas de la región, y a su regreso, varios años des-pués, integrarse al Centro de Estudios de América (CEA). Anoto que, como Hart, Piñeiro y Jesús Montané entendieron siem-pre la talla de intelectual revolucionario que había en él, y apreciaron también a sus compañeros más cercanos.

Realizó desde Nicaragua y continuó desde el CEA una importante contribu-ción al conocimiento del movimiento cristiano revolucionario en América Lati-na y a su relación con las luchas sociales y políticas populares, así como a su mejor comprensión en nuestro medio.

En el CEA nos volvimos a unir en 1989, y llegamos a trabajar muy cercanos, bajo la dirección de Luis Suárez Salazar, durante otro quinquenio, que nos empeñábamos en ver menos gris que los precedentes. Por lo visto tampoco acertamos. Ya Fidel había lanzado, con posterioridad al ter-cer congreso del PCC (1986) el llamado a la “rectificación de errores y tendencias negativas”, y Fernando inició una sustan-cial y provocadora línea de reflexión en esa perspectiva. Pero la “rectificación” se vería desgraciadamente frustrada por los efectos ocasionados en nuestro país por el derrumbe del sistema socialista mundial y, con él, de su esquema de integración, que había propiciado a Cuba seguridades económicas indispensables. En esos años comienzan a aparecer también los pri-meros frutos importantes de sus estudios guevarianos, entre ellos el ensayo Che, el socialismo y el comunismo, ganador del Pre-mio Extraordinario XXX Aniversario de la Revolución en la Casa de las Américas en 1990.

Pienso, sin embargo, que la etapa más plena de su vida profesional se vería con-sumada a partir de su ingreso, en los co-mienzos del año 1996, en el Centro “Juan Marinello”, entonces bajo la dirección de Pablo Pacheco, otro intelectual que apre-

ciamos y nos apreció, quien enseguida lo llamó a colaborar con él. Aquí pasó las dos últimas décadas de su vida, siempre como investigador y como formador, incansa-ble, y al final ejerciendo la conducción del Centro, que además devino Instituto bajo su batuta. Seguramente, como en el De-partamento de Filosofía, designado para dirigir con el consenso del colectivo de sus colegas, esta vez mucho más jóvenes la mayoría: discípulos, en el sentido auténti-camente filosófico de la palabra.

Estos últimos veinte años de su vida fueron los más fecundos para Fernando. Fundó en el Centro la Cátedra de Estudios Gramscianos, y revivió el debate sobre la obra de clásicos como Rosa Luxemburgo, José Carlos Mariátegui, y contemporáneos como Michel Foucault o Eric Hobsbawm y, en especial, sobre figuras de nuestra historia patria, como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guite-ras, Raúl Roa o el Che, entre otras muchas iniciativas. A Mella había dedicado uno de sus primeros trabajos, para el número 1 de El Caimán Barbudo a principios de 1966, cuando lo dirigía Jesús Díaz.

El Caimán… había nacido un año an-tes que Pensamiento Crítico, en particular sintonía con nuestro grupo. Los poetas de El Caimán… nos bautizaron como los filó-sofos de El Caimán…; casi todos hicimos, como Fernando, nuestras primeras publi-caciones allí.

A pesar de los reveses vividos, Fernando nunca reaccionó con amargura ni flaqueó en sus convicciones revolucionarias. Me consta igualmente que tampoco cedió, en sus posturas teóricas, a esa visión tan poco convincente de la autocrítica que una asunción dogmática de la disciplina mili-tante ha generalizado.

Con su labor contribuyó a la forma-ción marxista desprejuiciada de una parte importante de la intelectualidad que tiene sobre sus hombros la misión de pensar y crear el futuro socialista de nuestra Isla. La mayor parte de su obra escrita ha sido pu-blicada en este período.

Considero que la primera edición del libro que Fernando tituló En el horno de los 90 marcó, de cierto modo, un parteaguas en la ensayística social de la Revolución, junto con Resistencia y libertad, de Cintio Vitier, y Mirar a Cuba, de Rafael Hernández. Se asomaban al nuevo siglo destacados intelectuales representativos de tres gene-raciones reflexionando con lucidez sobre la actualidad cubana. Dejé entonces tes-timonio de esta percepción, que también compartía Fernández Retamar, en un artí-culo en Casa de las Américas.

Mucho ha llovido desde que publicó Fernando en El Caimán Barbudo, en febre-ro de 1967, en su número 11, la que con-

sidero la primera piedra sobre la cual se levanta su obra de pensamiento: su breve ensayo “El ejercicio de pensar”, presente como una especie de denominador co-mún no siempre advertido. Pieza de visi-ble actualidad para el debate de hoy, que Silvio Rodríguez reprodujo recientemente con buen tino en su blog Segunda Cita.

Nuestra Revolución no contará más ya con la mirada de este hijo que no tuvo otra vocación que servirle a Cuba y a nuestra América.

No descuidemos lo que nos supo dar, a través de la hondura crítica de su obra, en su modestia personal que tanto se ha resaltado, con justicia, en estos días, y en su compromiso incuestionable con la Re-volución. No perdamos sus pasos. <

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El intrusismohistoriográfico

de Fernando Oscar Zanetti Lecuona

Quienes conocimos a Fernando y gozamos del privilegio de su amistad sabemos que la histo-ria, y en particular la Historia de Cuba, ocupaba un lugar prominente entre sus pasiones. Fue él, y no alguno de mis profesores, quien me descu-

brió las fascinantes páginas que José Miró Argenter nos legó en sus Crónicas de la guerra; desde entonces nuestra historia sería motivo de muchas conversaciones, al tiempo que algunos de sus procesos y personalidades nos llevaron a colaborar y compar-tir en conferencias, seminarios y otras actividades. Claro que este enfoque desde lo personal no implica revelación alguna, puesto que la predilección de Fernando por la Historia era pú-blica y notoria como bien lo atestiguan buena parte de sus escri-tos. Quizá lo que muchos ignoren es que para él constituía una pena íntima el hecho de que, a pesar de su amor por la Historia cubana y sus contribuciones a ella, los historiadores nos mostrá-semos renuentes a reconocerlo como uno de los nuestros.

Sin ánimos justificativos, esa suerte de exclusivismo del gremio requiere una explicación. De una parte la formación profesional de historiadores ha sido en el país un fenómeno re-lativamente reciente, de apenas medio siglo; con anterioridad

todos los que en Cuba eran calificados como historiadores o se presentaban como tal eran personas con otras formaciones que por amor y afición habían ejercitado la historiografía de mane-ra autodidacta. Por otro lado, nuestra historia es, junto con la pelota y las enfermedades, uno de esos temas sobre los cuales ningún cubano se abstiene de opinar; circunstancia de la cual podemos enorgullecernos, pues nada es más digno de encomio que un pueblo se sienta propietario de la historia que ha ges-tado. Pero ocurre que con alguna frecuencia, atenidos a dicha circunstancia, aparecen personas que sin obra que lo acredite ni oficio que las respalde se autotitulan historiadores, conducta que naturalmente despierta el celo gremial.

Por supuesto que ese jamás fue el caso de Fernando, quien siempre prefirió presentarse como un pensador social, condición más amplia y cercana al apropiado estudio multidisciplinario de ese fenómeno complejo, apretadamente integrado, que es la socie-dad. La historia no constituye, por tanto, el núcleo de la obra de Martínez Heredia ni era tampoco el objeto fundamental de sus desvelos, pero incursionó en ella reiteradamente; no lo impulsaba el interés de esclarecer un hecho ni pretendía con su trabajo ofrecer la prolija argumentación de la monografía, sino que valiéndose de un sugerente ensayismo se propuso cuestionar, entender, alertar.

La labor historiográfica de Fernando se desarrolló en torno a tres cuestiones que en su pensamiento están estrechamente

interrelacionadas: la nación, el socialismo y la participación po-pular. En consecuencia, sus trabajos privilegiaron tres momen-tos de la Historia de Cuba: la guerra de 1895, la revolución del 30 y los años 60 del pasado siglo, coyunturas claves en la evolución nacional que fueron a la vez verdaderos hitos de la gesta popu-lar y etapas especialmente complejas en el flujo y reflujo de los proyectos revolucionarios.

La cuestión del papel desempeñado por el sujeto popular en nuestra evolución nacional posee a mi juicio especial relevan-cia. Aquellos a quienes Juan Pérez de la Riva calificó con sagaci-dad como “la gente sin historia” han sido objeto de un creciente interés en la reciente historiografía cubana. Las investigaciones desarrolladas en las últimas décadas sobre sus condiciones de vida, sus estrategias de resistencia, sus relaciones familiares y otros aspectos enriquecen hoy nuestras imágenes del pasado y hacen posible que el discurso histórico nacional vaya superando las intencionadas omisiones de la vieja historiografía.

Los aportes de Fernando en este terreno fueron tempranos y continuos. Un breve texto, incluido en un libro de significa-tivo título –Los obreros hacen y escriben su historia1–, quizá lo úni-co publicado por Fernando durante sus años de proscripción,

ofrece una evidencia de las inquietudes sociales con que este se acercaba a la historiografía, a la vez que trasluce su empeño por ampliar la perspectiva de los estudios sobre el trabajo y los tra-bajadores, por entonces circunscritos a un empobrecedor enfo-que institucional.

Otros sujetos populares, desde los abakuás hasta los campe-sinos, e insistentemente los negros y los mulatos casi siempre su-midos en la pobreza y la opresión, ocupan considerable espacio en los textos de Fernando Martínez, aunque, a mi juicio, lo que distingue sus trabajos en este ámbito ha sido el interés por apre-hender la participación de la “gente de pueblo” en los procesos políticos y revolucionarios. Es por ello que sus protagonistas no han sido estrictamente “gente sin historia”. Por lo general “le-trados”, los elegidos de Fernando eran más bien personalidades a las cuales las estrategias de dominación prevalecientes en su época condenaron a la marginación. Ejemplos muy ilustrativos son los de Ricardo Batrell y Francisco Moreno, ambos “hombres del 95” que Fernando trajo hasta el proscenio de nuestra historia social. Batrell era un negro cubano analfabeto que se hace mam-bí con el paso de la Invasión por su natal Matanzas, combate durante toda la guerra en el 5to Cuerpo del Ejército Libertador y al finalizar la contienda se alfabetiza. Los inicios de la República lo encuentran ocupando plazas de escaso estatus social y en la “guerrita de agosto” de 1906 se alza junto a Evaristo Estenoz y

Quintín Banderas, llegando a lucir el grado de comandante. Ac-tivista por los derechos del negro, fue juzgado alguna que otra vez, sufrió varios meses de prisión, y en el significativo año de 1912 publica su único libro, de carácter autobiográfico pero con una intencionalidad sociopolítica bien definida.2 Francisco Mo-reno, cuya estampa hacía honor a su apellido, había nacido en Mayajigua, barrio de Yaguajay –coterráneo, por tanto, de Fer-nando– y era también veterano de la Guerra del 95, en la que participó desde los iniciales trajines conspirativos. Su vida repu-blicana apenas trasciende el pueblo natal, donde desempeñaba oscuros menesteres y dirigía un centro espiritista. Escribió tres memorias de la guerra, la más extensa de estas para dejar cons-tancia de la participación de sus paisanos de Mayajigua en la contienda por la independencia.3

Fernando recupera esos testimonios y analiza las circunstan-cias y motivaciones de sus autores, la medida en que estos ha-bían acomodado sus aspiraciones a las realidades de la sociedad republicana, sus criterios acerca de lo que la memoria histórica debía preservar, la clara conciencia que tenían de lo mucho que significaban esos valores patrióticos para el rumbo futuro de la nación. Exponentes de una embrionaria intelectualidad subal-

terna, emergida de una gran revolución –la del 95– cuya frus-tración padecen, Batrell y Moreno expresan con sus imágenes y conceptos acerca de la historia, la sociedad y la política, una mentalidad imprescindible para explicar tanto el consenso que sustentaba la hegemonía burguesa en la República mediatizada, como la innata fragilidad de aquellas instituciones.

Las contribuciones al estudio del proceso revolucionario de los años 30, en su mayoría recogidas en su libro La revolución cu-bana del 30. Ensayos, revisten un importancia excepcional por cuanto para Fernando dicho proceso constituía la matriz en que se gesta el socialismo cubano. Ninguna otra revolución en Cuba se ajusta tanto como esta al esquema marxista de “revolución so-cial”: profunda crisis económica, descomposición del sistema de dominación –el derrocamiento de Machado y la incertidumbre posterior parecen ilustrar aquello de la “crisis en las alturas”–, la ausencia de un frente nacional que deja al descubierto los inte-reses y acciones de las clases sociales y, para ajustarse más a un clásico de Marx –El 18 de brumario de Luis Bonaparte–, el asunto termina con una parodia de bonapartismo. A pesar de ello, y de haber sido objeto de enjundiosas indagaciones, dicho proceso posee aún importantes aristas muy pobremente conocidas.

Aunque los trabajos de Martínez Heredia recogidos en la obra antes mencionada son textos redactados en la primera dé-cada del presente siglo, su interés por la revolución de 1930 se

remonta bastante atrás, de lo cual ofrece un fiel testimonio el número 39 (1970) de la revista Pensamiento Crítico, que él prepa-rara y cuya sugestiva “Presentación” redactó. A tan complejo problema histórico Fernando se acerca desde el ángulo de las personalidades: Mella, Guiteras, Roa, Pablo de la Torriente, Vi-llena –hay un breve texto posterior dedicado a Gabriel Barceló–, pero su intención en modo alguno es ofrecernos sus biografías. El hombre constituye solo el punto de partida para explorar la circunstancia, con lo cual se va poniendo en claro un método: establecer las percepciones del momento y desentrañar dicha coyuntura como clave de la acción política, de las dificultades enfrentadas por esas figuras para concretar una ideología y una estrategia capaces de movilizar a las masas y llevar a cabo la re-volución. Desarrollada desde distintos ángulos, esa búsqueda tenía un sentido bien definido: aprehender la problemática na-cionalización del socialismo fijando los cursos y recursos en la heroica empresa de hacer del socialismo un proyecto cubano.

Sería imperdonable concluir estas líneas pasando por alto las aportaciones de Fernando Martínez a la incipiente historio-grafía de la actual revolución y, en particular, a un capítulo de tanta trascendencia como la historia intelectual de los años 60. A diferencia de las coyunturas anteriormente referidas, en esta el autor fue a la vez observador y protagonista, por lo cual su análisis se entrelaza con el testimonio. Si los años de la revolu-ción del 30 enmarcan la génesis del socialismo cubano, la déca-da del 60 constituye un momento crucial para su definición, y también para Fernando, que en el horno de aquellos años épicos y azarosos coció sus personales concepciones sobre el socialis-mo. De ahí que una y otra vez, en artículos y entrevistas, regrese sobre aquella etapa examinándola con profundo sentido crí-tico. Baste mencionar uno solo de esos escritos, “Pensamiento social y política de la Revolución”, magistral contribución al ciclo de conferencias organizado por la revista Criterios sobre el llamado Quinquenio Gris.4 Desde luego, cuando se entreteje con la vivencia el juicio histórico siempre resulta controvertido y las interpretaciones, pese a la contundencia factual en que se asientan, son sobre todo propuestas para el debate. No creo que Fernando será recordado precisamente como el historiador de nuestra cultura en los 60, pero la Historia que finalmente se es-criba, si aspira a respetarse en cuanto tal, no podrá prescindir de sus aportes ni de su perspectiva.

La historiografía de Martínez Heredia, como la mayor par-te de su obra, se desgrana en trabajos breves y diversos, en los cuales inquietudes e ideas largamente maduradas suelen expre-sarse con la urgencia de la inmediatez. Sin embargo, más allá de su apariencia fragmentada, esos escritos poseen la esencial coherencia de un pensamiento que aprecia en la historia la pre-sencia y la práctica conscientes de hombres y mujeres de pue-blo, en una gesta que va dejando como saldo el despliegue y la maduración incesantes de un proyecto de sociedad plenamente humana. A esas páginas habrá que regresar una y otra vez, con manifiesto agradecimiento por lo que contribuyen al mejor co-nocimiento de nuestro pasado las lúcidas intrusiones historio-gráficas de Fernando Martínez.

1 “Notas sobre la historia del trabajo en Cuba. De los indocubanos a 1868”, Los obreros hacen y escriben su historia, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1975, p. 7-32.

2 Ricardo Batrell: Para la historia: apuntes autobiográficos de la vida de Ricardo Batrell Ovie-do, La Habana, Seoane y Álvarez, 1912.

3 Francisco Moreno: Historial patriótico de los hijos de Mayajigua, [s. l.], Asociación de Mu-jeres Protectoras de la Revolución, 1923.

4 La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión. Primera parte, La Ha-bana, Centro Teórico-cultural Criterios, 2008, p. 139-161.

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Julio César Guanche

Alejo Carpentier es-cribió que toda la historia de Cuba está contenida en sus canciones políti-

cas. Se pueden “leer” esas canciones, a la vez, como antropología cultural de la nación, como crónica política de eventos y como historia social de sus procesos. En ellas, aparece el pueblo cubano como centro espectacular de atención, productor de discursos complejos, expresivos de infinitas prácticas contradictorias, capaz de politizar su choteo, su dolor y sus demandas, y de marcar, en grados variables, no solo la formación gené-rica de la “cultura nacional” –muchas veces presentada de modo despoliti-zado, como especie de “alma alada” de la nación–, sino, específicamente, el curso y los desenlaces políticos de los procesos reales en los cuales ese pueblo ha estado implicado. Sin em-bargo, en una gran masa de análisis historiográfico, que repite cronolo-gías de hechos y biografías de líderes, el pueblo cubano permanece desco-nocido, sepultado una y otra vez por los discursos que lo invisibilizan, aun pretendiendo “defenderlo” o, incluso, “hablar en su nombre”.

No es el caso de Fernando Martí-nez Heredia (1939-2017). Formado en el auge y esplendor del marxismo de los 60, ya sabía que la historia exclu-sivamente “política” es un “ídolo” a derrotar, conoció y empleó los avan-ces de esa hora de la historia social y “desde abajo”, y fue parte de la recupe-ración latinoamericana del marxismo heterodoxo, en su caso señaladamen-te del aporte de Antonio Gramsci y su teoría de la hegemonía.

Ese marco lo situó en una posición ventajosa para comprender las múlti-ples dimensiones sociales de la polí-tica, para visibilizar al pueblo, y para hacer algo tan importante como difícil de entender: identificar cómo gana y cómo pierde la “gente común” dentro de un proceso determinado, y cómo sus demandas son incorporadas, sea en forma beligerante o mediatizada, en las posteridades de tales procesos, por ejemplo, en las formas institucionales que fija y en los cambios culturales duraderos que producen. Desde este código de lectura, Martínez Heredia propinó un golpe significativo a dé-cadas de discursos y “análisis” sobre la

“seudorrepública” cubana, cuando expre-só: la república burguesa cubana de 1901 “fue un resultado posrevolucionario, no contrarrevolucionario” (Martínez Here-dia, 2000), con lo que ello significa para el análisis social.

Es preciso subrayarlo dada la seduc-ción –naïf– ejercida por un juicio que escamotea a su obra su soporte teórico: como Martínez Heredia era “humilde” –y lo era de un modo en el que he conocido a muy pocas personas–, y era “muy revo-lucionario”, su enfoque se desprendería de su carácter y de sus compromisos. Sin embargo, no basta con querer hacer algo, es necesario saber, poder y atreverse a hacerlo.

En ello, Martínez Heredia mantuvo una terquedad admirable a lo largo de su vida. Supo, pudo y se atrevió a hacer: publicó el marxismo occidental cuando era un “problema ideológico”; estudió la revolución de 1930 –“la más desconocida de las revoluciones cubanas”– cuando era conflictivo acercarse con enfoques reno-vados a la tradición nacionalista de la Isla, en momentos políticos en que, por otra parte, se deslegitimaba el “pasado” y se buscaba en lares teóricos exóticos las raí-ces del proceso revolucionario (como la alucinante descripción de Blas Roca sobre las etapas “feudal, capitalista y socialista” que Cuba habría vivido hasta entonces), y escribió el mejor libro producido en Cuba sobre el pensamiento integral de Er-nesto Che Guevara, tras dos décadas de silencio analítico nacional sobre el “guerri-llero heroico”.

No por casualidad Martínez Heredia escogió a Julio Antonio Mella como tema de uno de sus primeros textos. Con “Por qué Julio Antonio” entendió el entronque de la tradición nacionalista democrática con el mejor marxismo crítico producido en la Isla. Mella recuperó la tradición pa-triótica de las luchas independentistas y la fusionó con el ideal de la liberación social, en clave de la emancipación de la domina-ción clasista. A partir de aquí, su lectura sobre Martí fue tan original como anta-gonista: el proyecto no es sustituir “al rico extranjero por el rico nacional”, “¡Cuba Libre, para los trabajadores! Esta es la única manera de aplicar los principios del Partido Revolucionario [Cubano, de José Martí] de 1895 a 1928”. Desde este enfoque mellista –y contra una tesis extendida se-gún la cual la revista Pensamiento Crítico se ocupaba solo de pensamiento “extran-jero”– fueron elaborados números de esa publicación, asombrosos hasta hoy, como

los dedicados a José Martí (n. 49-50, 1971), y a la Revolución de 1930-1933 (n. 39, 1970). Con ellos, el equipo de la revista, con Mar-tínez Heredia a la cabeza, propuso nuevos enfoques y construyó nuevos archivos, documentales y de memoria, sobre la tra-dición nacionalista y la teoría marxista de las revoluciones.

Puede existir un número infinito de investigadores que compartan los rasgos personales y los compromisos políticos de Martínez Heredia. También pueden pro-ducir, y de hecho lo hacen, resultados ana-líticos por completo diferentes. El autor de La Revolución cubana del 30 explicó así las condiciones de posibilidad del enfoque teórico que combatió a través de su obra: “tanto la alabanza interesada de la repúbli-ca de 1902-1958 como el rechazo abstracto y en bloque de aquella época histórica tie-nen en común su falta de relación con la vida y los problemas de la gente común, y cierto hábito mental e ideológico de clases medias, muy lejanas a la brega por la sobrevivencia y por un fatigoso y lento ascenso social a la que están obligadas las mayorías” (Martínez Heredia, 2002).

Su comprensión del “pueblo” partió de una matriz teórica específica que ope-racionalizó de este modo: a) el pueblo se refiere a una polarización, no a una es-tratificación social; b) este grupo tiene más identidad desde la identificación del enemigo que desde la de sí mismo, y de los demás como “otros” (mismidad y otre-dad); c) existe un dinamismo: el pueblo no está dado de una vez para siempre, ni es igual a sí mismo, y pueden historiarse su composición, sus rasgos y sus motivacio-nes (Martínez Heredia, 1999).

Martínez Heredia explicó que su elabo-ración pertenecía a una corriente singular del marxismo –pues reconoció siempre la existencia de varios marxismos, como de varios socialismos, en Cuba, tanto en la historia pre como pos 1959. La suya es la tradición de Gramsci, que describió al pueblo, en el marco de sentido de “lo ple-beyo”, como “el bloque social de los opri-midos”, opuesto al “bloque histórico” en el poder, con sentido similar a Rosa Luxem-burgo. En la tradición política cubana, el concepto de “pueblo” más afín al trabajado por Martínez Heredia es el de Fidel Castro en La historia me absolverá: “llamamos pue-blo, si de lucha se trata…”

En esta perspectiva, la única sede del poder político es la comunidad política llamada “pueblo”, constituida a sí misma a través de su propia experiencia política. Esta noción no confunde al pueblo con la

sociedad civil. El primero nace de reco-nocer diferencias sociales y plantearse la abolición de las formas de dominación nacidas de esas diferencias, que segregan ciudadanos de no ciudadanos, o ciudada-nos de primera y de segunda. En cambio, la “sociedad civil” no reconoce como punto de partida las asimetrías sociales existentes, pues opera como si ya existiese una comu-nidad universal de ciudadanos “iguales” entre sí. Martínez Heredia especificó su comprensión de este modo: “yo exploro las posibilidades de conocimiento a partir de considerar que las clases sociales solo se constituyen desde sus contraposiciones, percepciones y actitudes conflictuales, esto es, desde las luchas de clases” (Martínez Heredia, 1999).

Sin embargo, no compartió la perspec-tiva exclusivamente clasista, que hace la metonimia –tan clásica como reductora–, entre la clase y lo social, y que produce “historias del movimiento obrero” en lu-gar de “historia de los trabajadores”. Sus numerosos y eruditos estudios sobre el papel de la raza y el antirracismo en la for-mación del pueblo cubano, y en sus diná-micas sociales y políticas, así como sobre el cambio cultural y sus consecuencias para una revolución, bastan para demostrarlo.

Entre sus estudios sobre estos temas recuerdo con especial afecto los dedicados a Ricardo Batrell y a José Isabel Herrera (Mangoché), por las largas disertaciones que le escuché sobre la marca cultural y social de las personas “SOA”, “sin otro apellido”, y sus recitaciones –que a Car-pentier le hubiese gustado escuchar– de canciones populares de la independencia (como también lo hacía con temas popu-lares de la República, de la Revolución y de la guerra en Angola). Esa masa de compo-siciones populares formaba parte de sus análisis y las citaba en sus textos, como hizo con “La clave a Maceo”, de Sindo Ga-ray, que trascribió así: “Si Maceo volviera a vivir/ y a su noble Patria otra vez contem-plara/ de seguro la vergüenza lo matara/ y volvería a morir” (Martínez Heredia, 2001, p. 302).

Con tales recursos, se alejó de cual-quier propensión hacia el nacionalismo de contenido étnico, que suele mantener relaciones horrísonas con la democracia política. Ese nacionalismo, como ha expli-cado Ramón Máiz, se fundamenta en el cruce con la idea de nación como tra-dición, origen común, historia y cultu-ra compartidas, o sea, “el amor ridículo a la tierra [o] a la yerba que pisan nuestras plantas”, en palabras de Martí. La tradición

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y la adhesión a esos valores orgánicos son más determinantes en la formación de la nación que los valores políticos, esto es, el “odio invencible a quien la oprime […] el rencor eterno a quien la ataca”, otra vez en palabras de Martí. Ese discurso etnicista identifica un “espíritu nacional”, que es invocado en nombre de un pueblo homo-geneizado en el discurso, e instrumentali-zado políticamente.

Martínez Heredia adscribió a otra corriente de comprensión sobre el nacio-nalismo, que identifica cómo la nación y el nacionalismo llegaron a invocarse a través de la justicia social y la justicia racial. Es la tradición del cruce entre Fernando Ortiz, por un lado, y Rafael Soto Paz con Raúl Cepero Bonilla, por otro. Con el primero, comprendió que asentar la “cubanidad” sobre una base estrictamente cultural era purgarla de toda connotación racial sus-ceptible de ser usada en negativo; con los segundos, comprendió que el liberalismo oligárquico no defendía solo un concep-to exclusivo y excluyente de la propiedad privada sobre bienes y recursos, sino de-fendía también la propiedad exclusiva y excluyente de la patria por parte de la na-ción blanca.

La comprensión de Martínez Heredia, como en esos tres autores –y también en Eric Hobsbawm, más que en Benedict Anderson–, discutía las teorías orgánicas y voluntaristas de la nación para lograr una construcción abierta: se es cubano por nacer en Cuba y formar parte de su co-munidad de cultura, pero también por la “conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”. Así lo escribió el autor de El corrimiento hacia el rojo:

Los cubanos no lo somos porque venga-mos de la misma etnia, ni compartamos la misma religión, o nuestra historia sea milenaria y nuestra cocina autóctona variadísima. El gentilicio se hizo reali-dad por unas representaciones y una conciencia política compartidas que llevaron a una gesta nacionalista y a un holocausto, por una masa de acciones populares colectivas que llamamos la Guerra del 95, ampliada y afirmada por la acción política del pueblo du-rante la ocupación norteamericana. Ese logro ha sido decisivo para el des-tino de Cuba hasta hoy” (Martínez Heredia, 2002).

Martínez Heredia combatió siempre el “purismo” doctrinal del “marxismo-leninismo”, del cual se deriva, necesaria-

mente, una política sectaria. Un enfoque teórico abierto no es solo más perceptivo hacia lo social, sino habilita políticas tam-bién más abiertas hacia lo social. La histo-ria del marxismo tiene capítulos trágicos de esa correlación entre teoría y política sectarias. En lo global, recuérdese el tra-to dado a la cuestión obrera y campesina durante la Revolución China,1 o a escala nacional empeños como “la faja negra de Oriente” en los 30, o la discriminación y represión contra personas de diversa orientación sexual y la clausura de espa-cios de pensamiento crítico en el proceso pos 1959, la que Martínez Heredia experi-mentó en carne propia.

Sin embargo, nadie podrá invocar, con legitimidad, al autor de En el horno de los noventa para justificar comprensiones sec-tarias de la historia de Cuba, ni políticas represivas de la diversidad –ideológica, cultural, racial, etc.– en el país actual:

Cuando solo denominamos neoco-lonial a la República, nos deslizamos hacia unas antinomias que falsean u oscurecen la comprensión de nuestro proceso histórico: “patricios vs. escla-vistas”, “cubanos vs. españoles”, “cuba-nos vs. imperialistas”. De esa manera simplista queda implícita la actuación de bloques que, en la realidad, nunca existieron, al que pertenecerían todos los cubanos –exceptuados los “malos cubanos” o los “traidores”– y desapare-ce de la escena la clase de los burgueses cubanos, históricamente expoliadora del trabajo, sometida, racista y, cada vez que ha sido necesario, antinacional (Martínez Heredia, 2002).

El radicalismo de Martínez Heredia tiene este componente, el mismo que explicó también al analizar el contexto de los primeros años 60 y el triunfo del pueblo cubano en Playa Girón: “El com-ponente nacionalista radical de la Revolu-ción, y el entonces pujante orgullo de ser cubano, se imponían a los ‘clasismos’ y los extremismos” (Martínez Heredia, 2002). Si queremos hablar de su carácter personal, supo también vivir como lo que predicó: tuvo legiones de seguidores que pertene-cen a corrientes políticas distintas dentro de la política cubana actual. Entre ellos es muy probable que “no se hablen ni se tra-ten”, pero tuvieron en Martínez Heredia un puente común en lo político, un maes-tro en el campo intelectual y una admira-ción compartida por su ética. En ella, su lealtad a los amigos/compañeros políticos

Romperlos límites delo posible

*Magdiel sánchez Quiroz

Ir más allá de lo posible es el sello de la revolución socialista1

Hace cien años en la Rusia zarista estalló un movi-miento que sacudió por entero los cimientos de las sociedades modernas

y con el nombre del socialismo abrió una puerta a lo que parecía imposible. Cin-cuenta años después, cayó en combate Ernesto Guevara de La Serna, guerrillero internacionalista argentino-cubano que había sido una de las figuras más desta-cadas de la Revolución que en Cuba logró una hazaña hasta entonces impensable: hacer una revolución socialista en el lla-mado Tercer Mundo.

Pareciera una distancia inmensa la que nos separa de aquella época, que suele ver-se como un capítulo cerrado de las socie-dades que hoy caminan por otro rumbo. El socialismo parece un asunto del pasado, cuando tiene suerte. Tras los golpes fuertes que han sufrido los gobiernos populares en América Latina ganan peso la desilu-sión, el “realismo” y los análisis que tra-tan de explicar, a partir de algún tipo de determinación temporal –ciclos– el punto en que estos están o al que finalmente de-berán llegar. ¿Por qué dejar de pensar en el socialismo? ¿Acaso la única opción ante lo que se vive es el pesimismo, la resigna-ción y la derrota? ¿Por qué el pensamien-to social no puede atreverse por voluntad de quienes lo elaboran a pensar de nueva cuenta en el socialismo? ¿Por qué olvida-mos que esos movimientos que a posteriori fueron definidos como las grandes haza-ñas históricas en su tiempo parecían en-frentarse a grandes imposibles?

Fuera de tiempo y a su vez de este tiem-po, el socialismo como ausencia reclama su actualidad no porque él mismo venga como producto de alguna crisis del siste-ma al que se enfrenta, no por necesidad, sino por voluntad. El socialismo como presencia se da no por apelar a algo del pasado, sino por la necesidad de crear algo nuevo. Por las voluntades que puede despertar un movimiento histórico que impugne las dominaciones. Demanda ser discutido, ponerse en el espacio de los debates políticos y académicos que ya desde hace tiempo lo han expulsado. Porque siempre ha sido, sobre todo en Cuba, presente, vivencia, apuesta de fu-turo y proyecto.

* Una versión más extensa fue reconocida con el Premio de ensayos “Haydee Santamaría”: “Dilemas de la iz-quierda y de las fuerzas progresistas en América Latina”, otorgado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales 2017, en el 50 aniversario de CLACSO. El jurado estuvo presidido por Roberto Fernández Retamar.

fue proverbial: no se conoce de una pala-bra suya que deslegitimara sin base a un compañero, aun cuando no compartiese varias de sus ideas.

Con su enfoque teórico, con su ética personal, con su política hacia lo público, con ese amor –no hay que tenerle miedo a la palabra amor– por Cuba y por los cuba-nos, se entiende lo que Martínez Heredia llamó “la fuerza del pueblo”. Es también la propia, personal, fuerza de su legado. La fuerza de Fernando Martínez Heredia es la de saber, poder y atreverse a admi-rar, respetar (y a hacer política con y ha-cia el pueblo de Cuba), como merece ese pueblo cantado en las cuartetas que tanto gustaba a Martínez Heredia recitar, con memoria de elefante, sonrisa guitarrona y, siempre, con un orgullo, muy contagioso, de ser cubano. Por todo esto, Fernando, diremos, contigo y con Ñico Saquito: “si lo que quieren es tumba, tumba le vamos a dar”.

1 Josep Fontana lo ha explicado así: “El tema tomó una di-mensión política inmediata con motivo de las discusio-nes respecto a la política que se debía seguir en China. Los que pensaban que la sociedad china estaba en una fase feudal propugnaban la alianza de los comunistas con la burguesía nacional para hacer la revolución bur-guesa como etapa previa a la socialista; los que suponían, como Trotski, que ya estaba en pleno capitalismo, no veían otra salida que la hegemonía del proletariado. Pensar, en cambio, que China se pudiera hallar en el tránsito del modo de producción asiático al capitalismo dejaba a los teóricos sin recetas para formular una línea de actuación. El resultado práctico de esta confusión fue el caos de la política china, que acabó en un desastre a costa de muchas vidas humanas.” (Fontana, p. 63).

Bibliografía

Fontana, Josep (2010): La historia de los hombres. El siglo XX. 1a ed., 2a reimp. Barcelona: Crítica (Biblioteca de Bol-sillo, 81).

Martínez Heredia, Fernando (1999): “La fuerza del pue-blo”, Temas, n. 16-17, octubre-junio de 1998, p. 82-93.

_______________________ (2000): “Nacionalizando la nación. Reformulación de la hegemonía en la segunda república cubana”, en Ana Vera Estrada (ed.): Pensa-miento y tradiciones populares. Estudios de identidad cul-tural cubana y latinoamericana, La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”.

_______________________ (2001): “Ricardo Batrell em-puña la pluma”, en Orlando García Martínez, Fernando Martínez Heredia, Rebecca Jarvis Scott (eds.): Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912, La Habana: Ed. Unión (Colección Clío).

_______________________ (2002): “El pueblo de Cuba y el 20 de mayo”, La Gaceta de Cuba, n. 4, julio-agosto de 2002.

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La Gaceta de Cuba 29 28 La Gaceta de Cuba

El presente ensayo se concentra en ha-cer una breve exposición de las reflexiones en torno al socialismo que desarrolló Fer-nando Martínez Heredia (FMH en adelan-te), como un esfuerzo por traer de vuelta al debate político y social este gran tema. Recuperar la cuestión desde este intelec-tual cubano que falleció el 12 de junio pasado, atendiendo a su concepción de transición socialista, permite pensar en este desafío desde su actualidad y no como asunto del pasado.

Pensar y hacer la revolución consti-tuye, como síntesis, el caminar de FMH. En esa unidad se entreteje su práctica política local e internacionalista, su es-tudio y trabajo teórico individual y co-lectivo, desde un marxismo original y la recuperación de la tradición socialista latinoamericana, a contracorriente de los planteamientos de la Internacional Comunista y del pensamiento socialista de matriz europea. En distintos momen-tos de su vida, de acuerdo con los pro-blemas que enfrenta la Revolución, tuvo desarrollos diversos, complementarios, pero no contradictorios. Varían las insis-tencias, los énfasis, los puntos de debate y los contextos. Parte de un horizonte histórico común y de un desafío que se sostiene vigente.2 Así, podemos ubicar un primer momento en sus años de combate, en que la enunciación del socialismo se hace desde una práctica que en el comba-te mismo iba afinando su radicalidad, en el que las nociones de socialismo existían, pero no de modo deliberado, sino que iban siendo incorporadas a partir de las for-mas de educación y militancia que tenía el Movimiento 26 de Julio. Un segundo momento corresponde al del triunfo y a los primeros años de la Revolución, en el que el socialismo empieza a ser pensado desde las tareas de un nuevo gobierno y un movimiento que empieza a efectuar lo que parecía imposible. Un tercer momen-to es el del Departamento de Filosofía, en el que las experiencias previas, el estudio, los intercambios y la acción se conjugan en una reflexión de la que Pensamiento Crítico será la expresión más acabada. Luego vienen los años 70 y el debate es entre ideales y racionalidad, entre las re-laciones de poder y el proyecto: será el cuarto momento. Su ofensiva mayor vie-ne con la publicación de su primer libro Desafíos del socialismo cubano (1988), con el que entra de manera más fuerte y explí-cita en el debate, y desde ahí continuará hasta sus postreros días en lo que puede considerarse el quinto y último momento.

Para FMH la transición socialista con-siste en un cambio cultural total.3 Es ella misma socialista y no se realiza para llegar en un futuro a un punto o régimen estáti-co, propio de una etapa superior. La tran-sición socialista se refiere al movimiento histórico. Opta por llamarle así porque considera que el concepto de socialismo “resulta más ‘fijo’”.4 Se refiere a su tipo de poder, temporalidad y escala al decir que “Es muy prolongada en el tiempo”,5 y sucede a escala de formaciones sociales nacionales. Es ante todo un poder político e ideológico. Se basa en la soberanía na-cional, popular, la justicia social, los cua-les no son elementos burgueses o de una fase previa, sino completamente ajenos al capitalismo. “La revolución socialis-ta destruye las bases mismas del tipo de desarrollo económico capitalista con el nuevo orden de relaciones que implanta”,6 pero algunos aspectos del capitalismo fun-cionan ahí. En la sociedad en transición, el poder es socialista. La economía está en un grado y la gente en otro.7 Dista de los enfoques de etapas y de considerar el subdesarrollo como una forma inacabada de capitalismo. Rompe con concepciones lineales y definiciones económicas de la historia porque insiste en que la transi-ción no surge de la evolución progresiva del capitalismo, ni de ser una etapa pos-terior a él,8 sino de “un complejo de crea-ciones culturales de liberación simultáneas y sucesivas”, “de masas organizadas que toman el camino de su liberación total”.9 En ella, el cambio profundo de las mayo-rías es lo fundamental y “no puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedi-mientos utilizados para trasformarlas”. La fuerza de esta “revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan”.10

Surgida para pensar los desafíos de los países “subdesarrollados”, tiene que enfrentar –aparentemente– una paradoja: ellos “están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la ra-zón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno”.11 El socialismo factible no depende de la evolución de las fuerzas productivas, sino de un cambio radical de perspectiva. Requiere rechazar que la sola expropiación de los instru-mentos del capitalismo permita construir la nueva sociedad. La transición socialista debe negar la construcción de un tipo de sociedad “intermedia” que logre cambios “civilizatorios” y construya la “base téc-nico-material” del socialismo”. Necesita

romper con la concepción de evolución social que asume que con el desarrollo capitalista se llega al socialismo y que la economía determina la sociedad, pues en dicha concepción “se absolutiza así lo que la sociedad en transición tiene de capita-lista”, se pierde la “especificidad socialis-ta del proceso y, por tanto, la utilización y el desarrollo de sus fuerzas propias, sus métodos de cambio y sus valores”.12 Ese socialismo será débil para enfrentar las tendencias del capitalismo, y lo único que hará es crear un socialismo subdesarrolla-do y mercantilizado, que producirá “dis-fraces de futuro para la reproducción de grupos dominantes y detención y retroce-so del proceso, y cristaliza en un régimen posrevolucionario de dominación, en el mejor caso modernizante de ciertos as-pectos de la vida social”.13 Como en su caso no se trata solo de un problema teórico, sino práctico, asume el reto de pensar a contracorriente del marxismo dogmá-tico europeo al mismo tiempo que toma distancia de las posiciones críticas que plantean la imposibilidad de realización del socialismo hasta que no se derribe el capitalismo en su conjunto; que el socia-lismo hasta ahora no ha existido porque solo existirá cuando caiga el capitalismo, y que recomienda que, frente a las enormes “ventajas” y fortalezas del capitalismo, lo mejor es quedarse a “acumular fuerzas”.

La transición socialista es un vínculo radical con el comunismo. Abarca toda la época entre el capitalismo y el comunis-mo.14 Para continuar siendo un proceso revolucionario de transición socialista y orientado hacia el comunismo, tiene que avanzar violentando una y otra vez las condiciones de reproducción de la econo-mía, de la política y de la ideología, inclui-das las creadas por ella misma, aunque de maneras muy diferentes a las que utilizó para derribar el capitalismo y la domina-ción imperialista.15 Como superación de los límites históricos, solo puede ser obra de la acción humana consciente y no del de-sarrollo de las estructuras creadas por ella.

Los procesos revolucionarios logran alterar los marcos de lo posible. Se consi-dera habitualmente que no fueron ellos, sino la historia; que no fueron sus acti-tudes, sino el medio, la economía, lo que como necesidad llevó a que las personas actuaran de una u otra manera. ¿Qué llevó a que las personas emprendieran caminos que parecían imposibles o ni siquiera enunciados como tales? Lo que opera en la conducta revolucionaria de los individuos es, para FMH, la determi-

nación personal, elemento clave para la comprensión de la transición.16

La existencia del socialismo proviene de la voluntad y de la acción. Voluntad que es conformada por sentimientos y que alcanza a desarrollarse como conciencia y prefiguración de la sociedad que se quie-re conquistar.17 Contra el economicismo, pone en el centro que es la determinación de las personas –para hacerlo más especí-fico, del género humano– la que forja en la lucha de clases los sucesos que alteran la dominación y, en todo caso, logra anular, frenar e instaurar otro tipo de sociedades. En las sociedades modernas, al menos, la determinación personal resulta relevante porque ella es el factor básico para lograr una revolución. La posible caída del capi-talismo no se logrará porque este agote las fuerzas que contiene o porque llegue a derrumbarse. La personalidad revolu-cionaria18 –frase que también usa FMH para referirse a la determinación perso-nal, pero con la especificidad de ser más explícita– representa retomar el concepto de vanguardia desde un enfoque distinto y opuesto al que el dogmatismo marxista sostuvo, y al que el discurso liberal uti-liza –tergiversando– para condenar los esfuerzos de lucha y desarmar a quienes intentan enfrentarle, al sentirse obligados a negar este tema y pronunciarse en con-tra de las vanguardias sin tomar en cuenta que, para lograr sus objetivos, ellos mis-mos tienen que convertirse en vanguar-dia. La vanguardia política está formada por individuos con una gran determina-ción personal, en una revolución “cada individuo se determina por su actitud y su actuación, no por su origen social ni sus creencias previas.”19

Sería un error sobredimensionar el pa-pel de lo personal y negar el de las masas. El énfasis en lo personal es solo una parte de la reflexión del sujeto y de la dimensión subjetiva. El papel de las masas es comple-mentario y subsecuente al proceso que puede desatar la determinación personal. El papel de las masas no se reduce a seguir los dictados de un grupo de personas que ejercen la vanguardia. Las masas en movi-miento desatan las fuerzas negadas en la dominación y suscitan creaciones heroi-cas. Si una insurrección logra conquistar el poder, el rasgo creativo toma vehículos aún más poderosos. Las masas también, y a la par de sus creaciones, desencadenan su poder destructivo, fundamental en contra del régimen, pues la violencia de las masas es indispensable para la altera-ción de las estructuras.

La determinación personal como praxis revolucionaria nos lleva a pensar en el pro-blema de las vanguardias políticas, pero al pensar este problema por fuera de la concepción de un grupo de iluminados, necesariamente tenemos que abordar la cuestión del sujeto social y de las formas de expresión de las alteraciones espacio-temporales y de las relaciones entre eco-nomía y política por la determinación personal. Las alteraciones espaciales-tem-porales están condicionadas por grupos sociales que actúan políticamente sub-virtiendo las estructuras económicas; no actúan correspondiendo a la economía imperante, sino destruyéndola.

En el pensamiento social, marxista y no, la corriente dominante privilegió la dimensión económica y, por ello, los retos del socialismo quedaron seriamente afec-tados. Para el autor, la economía no tiene ningún papel rector en la revolución, ni siquiera como última instancia,20 pues lo que decide la economía es el funciona-miento de los regímenes de dominación.21 El predomino de lo subjetivo sobre lo objetivo es, en el proceso revolucionario, lo que el ser humano puede llegar a ser. La acción política es lo determinante, “los revolucionarios van a forzar la estructura social, no ayudar a su evolución; los anti-capitalistas deben ser capaces de crear el carácter de la revolución, en vez de guiar su actuación a partir de un presupuesto carácter que ella debe tener”.22

¿Qué puede demostrar que la política altere la estructura económica? ¿En qué puede diferenciarse una modificación socialista con respecto a una capitalista? Con una formulación muy simple –en apariencia– está poniendo énfasis en que determinadas acciones políticas impac-tan y alteran las condiciones económicas: “Con el acceso masivo al empleo, a ingre-sos decorosos, al consumo básico a los servicios, se produce una trasformación radical de las relaciones reales entre el sistema económico y la población, que impacta tanto a las realidades materia-les como a las realidades ideales”.23 Solo miradas estas enunciaciones desde una óptica eurocéntrica, en la que el estadio más desarrollado del capitalismo es el límite o frontera del socialismo, se co-locará lo enunciado como una forma de keynesianismo o poskeynesianismo, ne-gando el papel e impacto de lo subjetivo de estas realidades en las masas, y redu-ciendo –falseando y sin comprender– es-tas medidas de la experiencia cubana a formas de capitalismo de Estado.

28 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

Romperlos límites delo posible

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La Gaceta de Cuba 31 30 La Gaceta de Cuba

La transición socialista como apuesta

Luchar por el socialismo es romper los límites de lo posible. Recuperar el concepto de transición socialista nos permite poner en presente el socialismo, plantear su actualidad y pensar en las voluntades necesarias para echarlo a andar. Lejos de ser un concepto para comprender el pasado, nos permite pensar en los desafíos presentes, tanto en la sociedad socialista cubana, como para el hori-zonte latinoamericano. La transición permite a los trabajadores intelectuales a los movimientos y a las organizaciones populares traer de vuelta el concepto, les ayuda a poner al socialismo como objetivo central frente a los problemas actuales y a los débiles referentes proyectuales existentes.

Pensar y luchar por el socialismo es romper con el horizonte general que impone el capitalismo como único. Los estudios socia-les raramente superan esta barrera. Son ínfimos los esfuerzos que plantean un horizonte diferente, y no solo opuesto y crítico. La dificultad para romper con el horizonte capitalista ha condicionado las conductas y las prácticas dentro de la legalidad establecida, restricción que favorece la creencia en que esa conducta es la correcta, y condena cualquier otra posición. Esas aceptaciones se incli-nan a la desaparición del socialismo como ideal y como modelo confrontador del capitalismo, y a la descalificación de todo intento práctico de avanzar hacia el socialismo. Por ende, rescatar el concepto de transición socialista resulta vital desde lo inmediato y para el presente, sin sujetarse a ciclos, tiempos apocalípticos o reducirlo a consigna confesional.

La transición socialista no es una disminución del concepto de socialismo, sino un esfuerzo teórico por rescatar su actualidad y tomar distancia de un pensamiento que bajo el nombre de socialismo no logró romper con la sociedad que quería destruir.28 El socialismo, como apuesta, “va a emerger otra vez como propuesta para este mundo, y eso lo hará avanzar como promesa y volver a presentarse como política y como profecía. Pero no le será posible intentarlo sin saldar sus propias cuentas, sin radicalizar y trasfor-mar sus proyectos, sin rediscutir y hacer avanzar su teoría”.29

El socialismo deberá ser mucho más radical y ambicioso que lo que ha existido.30 Un nuevo socialismo que deberá partir de las fuer-zas insuficientes, el camino duro, las grandes discordancias internas, los enemigos poderosos y un futuro incierto: “eso es lo normal cuando se emprenden las revoluciones y el socialismo”.31

En la nota “Al lector” de un libro que aún permanece inédito, por esa suerte que a sus obras les tocaba vivir, Fernando Martínez Heredia escribió: “Debajo de la calma aparente de los días y las semanas que se suceden, está transcurriendo en Cuba una coyuntura crucial, en la que se forman paulatinamente los materiales para un desenlace ulterior que será trascendental”.32 Su muerte aconteció en medio de esa calma aparente. En el desenlace ulterior estará por afirmarse, en el caso del legado de Fernando, la vigencia de la máxima martiana la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.33

30 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución

1 Fernando Martínez Heredia: “Visión cubana del socialis-mo y la liberación”, en Andando en la Historia. La Habana, Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marine-llo” / Ruth Casa Editorial, 2009, p. 63.

2 La argumentación de FMH es cuidadosa. Algunas veces no es tan explícita como otras. Depende muchas veces del interlocutor y del cuidado académico. Mientras en algunos espacios pudiera defender explícitamente la ne-cesidad de que los revolucionarios piensen la actividad, llega en otros momentos a escribir argumentaciones, sobre el socialismo, al decir “si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad”. FMH: So-cialismo, México D.F., Ocean Press / Ocean Sur, Col. Pen-samiento socialista, 2008, p. 15.

3 FMH: “Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia”, en Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa, Melbourne, Ocean Sur, 2006, p. 102.

4 FMH: Socialismo, liberación y democracia..., ed. cit., p. 21.5 Es “un proceso de transición muy dilatado en el tiempo,

durante el cual el medio experimenta una y otra vez –debe experimentar– cambios trascendentales”. FMH: Las ideas y la batalla del Che, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales / Ruth Casa editorial, segunda edición, 2010, p. 97.

Hacer política socialista

Dice FMH que la frase “nuevas formas de hacer política” debe ser realmente usada para hacer política y no para renunciar a ella. Debe concentrarse en reunir una fuerza social amplia para luchar por expropiar todo el poder y –a diferencia de la frase que hicieron los zapatistas mexicanos de mandar obedeciendo– la política socialista debe de mandar mandando para que se acabe con todo mando.24

En el momento actual, hacer política socialista es indisociable de la batalla cultural. Debe abocarse a construir una posición socialista, opuesta y diferente al capitalismo y generadora de una cultura de liberación. Debe combinar lo que pueden ser objetivos “máximos” o “finales” con la actividad cotidiana y con decisiones coyunturales.25

En materia de lo económico, la política socialista tiene que comprender que ella implica un paso atrás con respecto del capitalis-mo, nos dice FMH. No solo porque sale de la lógica del progresismo burgués, sino porque, nacida de circunstancias de subdesarrollo y de oposición a la dinámica económica dominante a nivel mundial, las tareas políticas con respecto a la economía tienen que suje-tarse a una planificación y a esfuerzos por romper con el proceso de valorización del valor, por lo que, en relación con el desarrollo ca-pitalista, las medidas necesarias no aparecerán como superiores a él, sino como elementos de “retroceso”. La puesta en subordinación de la economía al mando de los sujetos implica rechazar ideas tales como alcanzar y superar al capitalismo, comparaciones mediante datos económicos escogidos, imitaciones “legislativas” del capitalismo, pues son salidas erróneas y artificiosas, y expresan desorien-tación acerca de la naturaleza y los fines del socialismo. El “paso atrás” es real, forma parte de la revolución y la transición socialista, y “es contrapesado con creces con una marcha hacia adelante de la condición humana y de la sociedad cualitativamente superior, que hay que defender, mantener y desarrollar”.26 En la planificación socialista como paso atrás, la posición de Ernesto Che Guevara en la Revolución Cubana es la base ejemplar. Su estudio sobre él, en el periodo de rectificación de errores, tenía por objeto comprender la necesidad del paso atrás para no caer en una dinámica en la que, so pretexto de la emulación o la superación, se desatara un proceso económico sin control que avanzara hacia el capitalismo.27

6 FMH: “Transición socialista y cultura: problemas actua-les”, en Socialismo, liberación y democracia..., ed. cit., p. 232.

7 Cfr. Fernando Martínez Heredia en entrevista de Hugo Montero, “Estamos obligados a ser creativos”, en A viva voz, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 2010, p. 136 y s.

8 Resulta una cuestión de vida o muerte en una revolución romper con la idea de las etapas. En ese sentido, FMH recuerda la idea rectora del pensamiento del Che en tor-no a la transición socialista es: “desde el primer día de la construcción socialista es imprescindible trabajar en pos de la realización práctica del proyecto comunista”. FMH: Las ideas y la batalla del Che, ed. cit., p. 135.

9 FMH: Socialismo, liberación y democracia…, ob. cit., p. 19. Por eso llega a decir que la transición socialista es “la época de los regímenes que surgen de poderes anticapi-talistas”. “Socialismo y democracia: una larga historia”, en V.A.: Rosa Luxemburgo. Una rosa roja para el siglo xxi, La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, Cátedra de Estudios “Antonio Gramsci”, 2001, p. 147.

10 FMH: Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 25. Las cursivas son mías. Las uso para resaltar la contunden-cia de este enunciado, el deslinde con el otro modo de socialismo y la originalidad de este.

11 Ibídem., p. 27.

12 FMH: “Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia”, en Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 101.

13 Ídem.14 “La transición socialista –que es como le llamo a esta

época, porque el comunismo solo puede ser mundial– no puede vivir si no es capaz de pensar lo que quiere hacer; planear, incluso, algo de lo que quiere hacer, aun si después no le sale bien el planteamiento”. FMH: “A cuarenta años de Pensamiento Crítico”, en V.A.: La crítica en tiempos de Revolución. Antología de textos de Pensa-miento Crítico, Fernando Martínez Heredia (comp.), Santiago de Cuba, Ed. Oriente, 2010, p. 10-11.

15 FMH: Desafíos del socialismo en Cuba. La Habana, Centro de Estudios sobre América, 1988, p.17.

16 Conversación con Fernando Martínez Heredia, La Haba-na, domingo 15 de enero de 2017. El autor cuenta que en una ocasión enlistó nueve dimensiones que conforman la determinación personal. El manuscrito lo perdió y nunca lo desarrolló de nuevo de forma rigurosa, aunque sus escritos están bañados por esa luz.

17 FMH: “Transición socialista y cultura: problemas actuales”, en Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 230.

18 FMH: “Introducción”, en La revolución cubana del 30. Ensayos, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, 2012, p. 15.

19 FMH: “Guiteras y la revolución”, en El corrimiento hacia el rojo, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2001, p. 208. La determinación personal –dice FMH– está muy marcada en Mariátegui y en Gramsci, los revolucionarios cubanos de los 30 y también en el Che y Fidel. Conversación con Fernando Martínez Heredia, La Habana, domingo 15 de enero de 2017.

20 Cfr. FMH: Las ideas y la batalla del Che, ed. cit., p. 187. El movimiento histórico es un medio diferente y se rige por principios diferentes. Ibídem, p. 66.

21 “El poder tiene que ser un puesto de mando sobre la economía”. FMH: “Visión cubana del socialismo y la libe-ración”, en Andando en la Historia, ed. cit., p. 63.

22 FMH: “Guiteras y el socialismo cubano”, en La revolución cubana del 30. Ensayos, ed. cit., p. 112.

23 FMH: “Transición socialista y cultura: problemas ac-tuales”, en Socialismo, liberación y democracia..., ed. cit., p. 233.

24 Conversación con Fernando Martínez Heredia, La Haba-na, viernes 20 de enero de 2017.

25 FMH: “Movimientos sociales, política y proyectos socia-listas”, en Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 40.

26 FMH: “Transición socialista y cultura: problemas actua-les”, en Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 237.

27 FMH: Las ideas y la batalla del Che, ed. cit. En especial p. 78-190.

28 FMH: Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 28.29 FMH: “La alternativa cubana”, El corrimiento hacia el rojo,

ed. cit., p. 11.30 FMH: “Anticapitalismo y problemas de la hegemonía”,

en Socialismo, liberación y democracia…, ed. cit., p. 223.31 FMH: Las ideas y la batalla del Che, ed. cit., p. 11.32 FMH: “Al lector”, en “Cuba en la encrucijada”, libro inédito.33 José Martí: “Pilar Belaval”, en Obras completas. Edición

crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, t. 3, p. 94.

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Militancia y poesía de un herejeJesús Arencibia Lorenzo

La posteridad de los grandes revolucionarios siempre es difícil.Tienen cualidades que les faltan a muchos, en grados

desmesurados, y no las pierden; hacen propuestasdemasiado avanzadas y ponen su vida en la balanza;

son como imanes que atraen, y su ejemplo es subversivo.F.M.H.A

quel grupo de Periodismo no era lo que di-gamos un dechado de virtudes intelectuales. Buenos estudiantes y buenos seres humanos, en sentido general, pero carentes de formación cultural previa y algo dados al exceso de farán-

dula y aguaje. Aun así, pensé, como siempre había sucedido con mis grupos anteriores, la prosa reflexiva de Fernando los encan-taría sin titubeos.

Entonces les leí, con la mejor entonación y dicción que me era posible, “A los jóvenes no les gusta el teque”, exquisito artícu-lo que la revista Alma Mater, enfrentada a nuestros sinsentidos periodísticos habituales, demoró siete años (de 1999 a 2006) en poder publicar. Cuando terminé, unos estaban atendiendo su celular; otros, con la vista en el limbo, y hasta había quien hacía muecas de desagrado. “¡Bahhhh, profe, eso también es un te-que!”, me dijo un afiliado del reguetón. Tratando de conservar la ecuanimidad les respondí con preguntas: ¿Un teque? ¿Ha-bían escuchado y entendido bien? ¿Habían visto con qué equi-librio, valentía y capacidad de síntesis el autor diseccionaba la realidad y la historia de Cuba? ¿Sabían ellos quién era Fernando Martínez Heredia?

Como obviamente no lo sabían, les narré. Reseñé a grandes rasgos una de las hojas de vida, pensamiento y acción revolu-cionarios más coherentes que he conocido. El murmullo, poco a poco, fue tornándose silencio. Respeto y silencio. Admiración y silencio. Después –lo que más me satisfizo–, hicieron muchas preguntas. Y algunos llegaron a pedirme otros textos de aquel escritor rebelde. Y sé que los leyeron.

Cuentan viejos maestros de la Universidad de La Habana que desde los lejanos años 60 del pasado siglo, cuando era apenas un bisoño profesor de Filosofía, sin cumplir los treinta años y repartiéndose –como tantos– en los avatares de la Revolución triunfante, a Martínez Heredia lo llamaban “sabio”. Era tal su pasión para crear y filosofar, para desdogmatizar, que es la úni-ca manera real de aprender, que ya entre colegas y alumnos su voz se tornaba cátedra.

Como diría su brillante amada Esther Pérez sobre otro peda-gogo cercano a ambos, Paulo Freire, Fernando fue “uno de esos pensadores que logró plantearse tempranamente preguntas sustantivas –lo que es condición de la ciencia social que preten-de elevarse por encima de lo existente para cumplir su función

mayor de guiar las actuaciones– y dedicó su obra y su vida a res-pondérselas y respondérnoslas”.

Yo comencé a oírlo, y a admirarlo, en los albores de los 2000, a la par que iniciaba en La Habana el camino de anchura men-tal que promete y cumple la escalinata universitaria. Y empe-cé, como algunos compañeros de mi brigada en la Facultad de Comunicación, a cazar conferencias, coloquios, paneles, cuanta oportunidad hubiese de escucharlo, que era como en-trar de golpe a una biblioteca de Historia, Filosofía, Sociología: humanismo, para salir con las arcas mentales llenas. También emprendimos una persecución feroz de sus libros, que con una prosa límpida y, por momentos, poética, labraban para nosotros el camino de redescubrimiento del pasado y el presente de la Isla, más allá de las burdas consignas cotidianas.

No por gusto uno de esos volúmenes lleva el título que po-dría signar toda su extensa obra: El ejercicio de pensar. Porque él, discípulo aventajado de Félix Varela, Martí, Marx, Gramsci, Me-lla, Guiteras y el Che, dedicó su talento y energía telúricos a ese solo fin: enseñarnos el duro ejercicio de pensar. Y la raigal cohe-rencia –cosa tan escasa, tan difícil– para actuar como se piensa.

Si alguien dijo que Cintio Vitier era el Presidente de la Re-pública Cubana de las Letras, se me ocurre que Fernando pudo presidir, con similar sencillez y grandeza, nuestra Nación de las Ciencias Sociales, archipiélago donde siempre lo veo acompa-ñado de la voz ronca, peleona y erudita de Juan Valdés Paz, y de los ojillos penetrantes hasta el último saber de Aurelio Alonso.

Una vez de profesor, o de aprendiz de profesor, que es lo que uno logra ser, fueron varias las jornadas en que lo convoqué a compartir con mis alumnos. Y siempre aquel timbre poco eu-fónico, agujereado por una tos espasmódica, aquellos ojos que subrayaban sonriendo los conceptos más filosos, aquella frater-nidad suya para que su enciclopedismo no aplastara a los otros, sino que se vistiera de la más natural conversación, su carisma todo de generador y comunicador excepcional de ideas embe-lesaba a los auditorios. A tal punto que nos daban las siete y las ocho de la noche escuchándolo y a pocos les importaba siquiera quedarse sin comer. Empezando, como es obvio, por él mismo.

Jamás le escuché –y hubiese podido hacerlo, por cuanto in-tentaron humillarlo los empoderados de la grisura– una frase de victimización o un reproche plañidero. Ni siquiera un ápice de rencor. “No lograron amargarnos”, me comentó cierta vez con

la sonrisa de quien se sabe vencedor de tanta mierda. Y esa dignidad de vida nos enseñaba tanto como sus ensayos y conferencias.

En los tiempos y escritos más recientes, algunas ideas medulares se le hicieron casi obsesiones. Entre ellas: que el poder debe estar siempre al servicio del proyecto re-volucionario; que hay que aprovechar la formidable acu-mulación cultural de nuestro pueblo; que debemos irnos más allá de la reproducción de las condiciones materiales de existencia, es decir, de lo que parece posible; que hay que apropiarse, especialmente los más nuevos, de toda la Historia, sin exclusiones ni falseamientos; que luchar con-tra el capitalismo es difícil, pero no hacerlo es suicida; que en la guerra cultural que libramos, la participación genui-na de las mayorías es imprescindible; que la rebeldía es el estado de madurez de la cultura; y que agradecería que sus alumnos –todos nosotros– actuáramos con él como él y su generación con sus maestros: siguiendo las esencias, pero descubriendo los trillos propios, sin hacerle caso en nada que pudiera estorbar el cumplimiento de los ideales.

La última vez que lo entrevisté, junto a mi amiga, la profesora Sandra Paul, para un programa de radio que fi-nalmente nunca llegó a trasmitirse, nos dejó, como era habitual en él, semillas valiosísimas de lucidez e irreveren-cia. Sobre la carga de heroísmo que podía llevar dentro un muchacho aparentemente apolítico o insensible, dijo: “A mí siempre me preocupó que los héroes y mártires fueran muy buenos, muy buenos desde que eran chiquitos, y compar-tieran la merienda con sus compañeritos en la escuela pri-maria. Me parecía falso”.

Y a la salida del estudio nos confesó que ya se estaba negando a las invitaciones –incluidos viajes al extranjero– porque tenía en la mente muchos libros y sabía que no le al-canzaba la vida para escribirlos. “Pero a espacios como este, a hablar con jóvenes y para jóvenes, no me puedo negar. Es una cuestión de militancia”, recalcó.

Su posteridad, como la de cualquier auténtico revo-lucionario, seguramente no será fácil. Mejor así. Sospe-cho que a él no le hubiese gustado, ni en el más allá de la utopía, una senda de flores con todas las respuestas a la mano. <

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La Gaceta de Cuba 35

Pensar y hacerrevolución

Pedro Pablo rodríguez

Si alguien en el campo intelectual cubano ha demostrado con su quehacer que para ha-cer revolución esta ha de pensarse y repen-sarse una y otra vez, y que ese pensamiento requiere del ejercicio práctico de la revolu-

ción, ese es Fernando Martínez Heredia.Desde su adolescencia, aquel muchacho de Yagua-

jay, en la antigua provincia de Las Villas –un lugar de larga agitación sindical y campesina–, se enroló en el enfrentamiento a la tiranía batistiana con la intuición de que el país requería de muchos cambios y no sola-mente de la salida de un gobernante usurpador y ase-sino. Entonces, en los años 40 y 50 del siglo pasado no eran pocos los que entendían el problema nacional des-de esa amplia perspectiva. Los ecos de la radicalidad de ideas desplegadas durante la revolución del 30 ida a bo-lina habían dejado su impronta, al igual que la epopeya por la independencia y por una república con todos y para el bien de todos. La palabra de mágica síntesis, no se olvide, era revolución.

Luego, con las aceleradas trasformaciones ocurridas a partir de 1959, a aquel joven se le abrieron los caminos para la vida universitaria e intelectual, al mismo tiempo que cotidianamente se trasportaba por aquella revolu-ción en marcha que lo convirtió en profesor de filosofía marxista.

Desde entonces y para siempre, la práctica social y de pensamiento estuvieron unidas en Martínez Here-dia, quizás una de las razones que explica la origina-lidad, hondura y solidez de sus ideas. Otras fueron su dedicación al estudio, su asimilación constante y siste-mática de una impresionante cultura del campo de las ideas y de las más variadas disciplinas sociales, su ena-moramiento inquisitivo acerca de la Historia cubana y de los procesos de formación y desarrollo de la nación, su atento y entusiasta seguimiento de las luchas políti-cas y sociales de Latinoamérica. Todo ello es lo que nos explica el alcance de su obra escrita dentro y fuera de Cuba, y su influencia intelectual y moral en los jóvenes del país y en las esferas del pensar crítico continental.

Por eso me gusta reconocer a Fernando Martínez Heredia como un pensador social, a quien poco o nada humano le fue ajeno, y cuyo acicate para su laboreo era

justamente avanzar hacia una sociedad y personas mejores. Trascendió a conciencia los marcos discipli-nares, enfocó las teorías revolucionarias en constante ajuste con las realidades y afrontó el arduo y a veces no bien comprendido rumbo de analizar las revoluciones y el socialismo con las armas de la crítica.

Por ahí anda probablemente el valor mayor de su es-fuerzo intelectual y de su legado como persona y como pensador social. La finura de sus juicios comprendió muy tempranamente algo hoy admitido pero que toda-vía en los años 60 del siglo xx no era plenamente acepta-do: la dominación del capital no es solo en los terrenos políticos, sociales y de las ideas, sino también en las costumbres, los hábitos, las formas de vida, los de-seos, en dos palabras: la cultura material y espiritual de los pueblos y de los individuos.

La Revolución Cubana, especialmente Fidel y el Che, aprehendieron el asunto rápidamente y trataron por todos los medios de definir e impulsar la nueva con-ciencia y la nueva cultura socialistas, algo relativamente inédito en el llamado entonces campo socialista y en el pensamiento marxista oficializado y esquematizado desde la época de Stalin. Y Martínez Heredia trabajó con denuedo no únicamente para explicar el problema, sino también para contribuir a encaminar su solución.

Para ello se valió de sus numerosos estudios concre-tos acerca de la revolución del 30, de las ideas del Che Guevara, del pensamiento y la cultura cubanas con José Martí a la cabeza, de los marxistas de todos los tiempos, de las experiencias y los debates de las luchas antico-loniales y de liberación nacional. En ellos y desde ellos trazó las líneas maestras de su pensar anticapitalista y contrahegemónico, sustento de su antimperialismo mi-litante y de su postura socialista.

Fue un pensador crítico porque ejerció el criterio sin atarse a dogmas y sin pretender crearlos; trabajó duro para acercar y unir a cuantos fuera posible; no temió al debate creador de base profunda y no de consignas. Fue un cubano modesto y sencillo en su vida diaria, al tanto, muy al tanto de lo que se pensaba y hablaba en calles y campos del país. Fue un hombre honesto y sincero.

15 de octubre de 2017

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Para pensarel ejerciciode pensar

Rosario Alfonso Parodi

“El ejercicio de pensar”, el primer artículo con ideas propias que Fernando pu-blicó, lo escribió a los veintisiete años y apareció en El Caimán Barbudo en enero de 1967. Ya Fernando había es-

tado con el 26 de Julio en Yaguajay, ya se había fugado de la escuela donde tenía la oportunidad de formarse como profesor universitario, para montarse en un camión de milicianos duran-te la Crisis de Octubre. Ya era el “especialista” de su grupo en Carlos Marx.

Su primer artículo comenzaba sin embargo con la cita al egregio Enrique José Varona, cuando con humorismo e ironía expresaba: “gustamos de lo categórico, nada nos enamora más que un dogma”. El texto concluía con la expresión de Fidel Cas-tro en un congreso de trabajadores: “nosotros tenemos que pen-sar con cabeza propia”, respuesta muy tajante y, al parecer, muy evidente.

Esbozaba “El ejercicio de pensar” la mayoría de los proble-mas que Fernando atendería, estudiaría y viviría: la Revolución

Cubana, la excepcionalidad de su obra y ejemplo; los movi-mientos de liberación en América Latina y sus terribles des-garramientos, avances y retrocesos; la capacidad de asumir el marxismo como la teoría para hacer la revolución; el dogma-tismo de algunos partidos comunistas; la importancia de la ética revolucionaria; la centralidad del pensamiento en la lu-cha, del pensamiento crítico en la lucha (aunque no es posible un pensamiento verdadero que no sea crítico, como no existe un marxismo verdadero que no sea crítico); también los riesgos e incomprensiones que atañen a la consecuencia y la consistencia en el pensamiento y la conducta de un revolucionario.

Fernando nos dice: el ser humano que piensa por sí mismo es capaz de ver sus cadenas; el ser humano que piensa por sí mis-mo tiene posibilidades muy superiores, pero tiene que hacerse dueño de esas posibilidades, lograr sobreponerse al temor, so-breponerse al egoísmo, a la mezquindad, y desear quebrar las cadenas. O sea, dice que identificar las dominaciones es solo una parte y que el pensamiento que quiera elevarse debe, tras identificar las formas de la dominación, ser muy cuestionador ante ellas.

Fernando dice entonces que el pensador que quiera elevarse y ser realmente humano, debe convertirse en pensador revoluciona-rio, para lo cual, la más útil y valedera epistemología es el marxis-mo, que ofrece recursos para liberar el pensamiento y la vida.

Pero Fernando advierte en “El ejercicio de pensar” que la apropiación de la teoría, como cualquier recepción cultural, es un acto creativo y de trasformación. Si no, la trasferencia es de-forme y muy nociva. La extrapolación forzada de la teoría puede ser retardatoria, estéril y una camisa de fuerza.

Está viviendo en 1967 frente a una coyuntura revolucionaria en América Latina, donde los movimientos de liberación se de-baten ya entre el triunfo y la aniquilación (aún no se sabía cuán sangrienta), mientras una parte de los partidos comunistas de la región (que debían ser vehículos de acción revolucionaria para convertir la teoría en realidad) asumían actitudes políticas reformistas, brindaban la estrategia de la “lucha de masas” para “ganar la democracia” frente a la alternativa revolucionaria de la lucha armada. Invitaban en definitiva a una forma de adecua-ción a la hegemonía de los explotadores.

Fernando analiza con dolor y preocupación el desvalimiento teórico y organizativo de estos partidos en las postrimerías de los 60, “partidos que no se planteaban la actualidad de la revo-lución”, defendiendo por tanto, nos dice Fernando, un modelo opuesto al desarrollo creador del marxismo.

Con excepciones honrosas de militantes y dirigentes comu-nistas muy destacados en la lucha, la divulgación y el aprendizaje antimperialista, esos partidos fueron entidades desconectadas de sus realidades y de las demandas concretas de esas realidades, lo cual “los relegó a lugares marginales y en más de una ocasión despreciables, en el escenario de las rebeldías nacionales por la liberación latinoamericana”.

Esa tragedia generaría al pensamiento revolucionario y al mi-litante revolucionario, que tiene al marxismo como instrumen-to indispensable de su gesta política, insurrecional, combativa, un gran desasosiego (durante un tiempo tan prolongado que abarcó a Mella y a Mariátegui, a Miguel Enríquez o a Sendic). La paradoja, si se quiere, de tener en sus manos, por un lado, la valiosa herramienta que constituía la teoría marxista, para avan-zar en la comprensión profunda de los problemas concretos, y

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por otro lado, convivir con las directrices de una Internacional Comunista, que exigía a todo el que quisiera considerarse de iz-quierda homogenización forzada y una subordinación comple-ta a formas organizativas e ideológicas muy autoritarias. Esto no se conoce suficientemente en Cuba, más bien ha sido bastante ocultado.

Esta realidad era quebrada, desmontada y preterida por el triunfo, el sostenimiento y la profundización en los 60 de la Revolución Cubana, la primera revolución socialista autóctona de Occidente, la cual representaba un gran reto en todos los órdenes, y un gran, un grandísimo reto al pensamiento.

La Revolución asumió con una valentía inédita la liquida-ción del poder capitalista dependiente cubano, amamantado por los Estados Unidos durante más de sesenta años, y se abocó de lleno a la creación de una sociedad socialista muy herética y original, que desechaba, para ser, todos los moldes y todos los dogmas de lo que se conocía como socialismo; que estudiaba y buscaba ávidamente las esencias nutricias de un marxismo li-bertario que la empujara hacia delante.

La Revolución Cubana acababa con el capitalismo, lo que significaba hacer la expropiación de todo su mundo ma-terial pero también hacer la expropiación de todo su mundo inmaterial, su cultura de consumo y de vida cotidiana, entrela-zadas, su Sears, su Ambar Motors, su Aunt Jemima.

Entonces, el pensamiento tenía la oportunidad de participar en la creación de los nuevos valores, ser sumamente original, ayu-dar a desaprender para aprender, fundar sin imitar, crear con-ciencia, normas, incentivos e ideales, sin imponerlos; imponerlos significaría derrocar una dominación en nombre de la libertad, para imponer otra dominación en nombre de la libertad.

Fernando insistía: “es sin dudas el escenario de una revo-lución el más complejo para el ejercicio de pensar”. Tiene que revolucionarse permanentemente el pensamiento y tiene que re-volucionar permanentemente el pensamiento a la revolución. Ser muy dialéctico, muy ambicioso, desear incluso que cada campesino aprenda a mandar a su hijo a la escuela, y después quiera que su hijo tenga un título, y que desde chiquitos vengan a echarle flúor en los dientes al hijo y que naturalice ese derecho, como el derecho de ver el sol.

La Revolución Cubana, con grandes desafíos, abría un enorme cauce al desarrollo del marxismo y una incorporación masiva a su estudio y convicción. En el aprendizaje de la teoría, primero fue el consumo indiscriminado, luego vino la decan-tación y también el entendimiento de que el marxismo no era igual a sí mismo, sino que tenía historia. A la vez se vivían apren-dizajes prácticos como los peligros del sectarismo y la necesidad de combatir al “marxista burócrata” y al “marxista oportunista”, que no solo demostraban su existencia sino su incidencia.

La aspiración de resolver tantos problemas reales, para lo que resultaba ineficaz una parte de “la versión teologizante del marxismo” que se leyó, compelió al pensamiento revolucionario cubano hacia búsquedas emancipatorias y batallas intelectuales durísimas hermanadas con batallas políticas, preparación mili-tar y el enfrentamiento al imperialismo norteamericano, dedi-cado a socavar la Revolución con los métodos de siempre y con otros novedosamente criminales.

En este contexto se debatían, proponían y ensayaban asuntos como: la importancia de que el trabajador sepa y pueda hacerse

de todo el poder en la vida económica y en la vida política; las maneras de implementación, nada formales, de una democracia de trabajadores que tratara de ir incorporando a las mayorías al ejercicio de ese poder; las maneras de hacer que la propiedad so-cial de los medios fuera menos propiedad estatal y más propie-dad genuinamente social; iniciativas para fomentar el estímulo del individuo, para potenciar que viviera más su realización personal en el bienestar colectivo. Todo era posible y alcanzable, cuando el Che respondía a Carlos Quijano que al revolucionario lo mueven profundos sentimientos de amor.

La Revolución Cubana cuestionaba todo, menos la convic-ción salvadora de que el instrumental marxista, aunque variado y con insuficiencias, era el adecuado para potenciar y vivir las trasformaciones.

Con esa certeza al centro de su labor, además de considerar-se primero un combatiente, Fernando formulaba en 1967 en “El ejercicio de pensar” sus primeras agudas críticas al marxismo-leninismo dogmático.

Una alerta, un acto de movilización intelectual, arriesgado y polémico, porque comprende y compromete incluso a los

propios luchadores, pero atinado y luego premonitorio ante el oscurantismo cultural y político a que se sometió Cuba des-pués, cuando se consumó en los 70 la sujeción de gran parte del pensamiento social y se impuso la ideología soviética, como influencia muy adversa y con las características que Fernan-do señalaba como muy nocivas: alegar “cualquier cosa y cosas opuestas, con la misma pedantesca afirmación de que aquello era lo único científico; condenar política y moralmente toda opinión no marxista; llegar a imponer criterios científicos y ar-tísticos sin otra base que una decisión política”.

Fernando continuó reafirmando los aspectos fundamenta-les de “El ejercicio de pensar” durante toda su vida de trabajo, y fue muy firme al insistir en que el socialismo tiene muchos enemigos, porque pretende que la gente deje de regirse por el dinero, el egoísmo y el individualismo, pero que en el terreno interno y de las ideas, el enemigo solapado del socialismo es el dogmatismo.

Fernando tuvo que regresar sobre esto muchas veces, pues aunque vino la rectificación de errores y el dogmatismo comen-zó a desprestigiarse en Cuba, tuvo raigambre. Se le dejó ger-minar en cosas muy importantes: la educación, los medios, la preparación teórica, y ha sobrevivido, con activistas subalternos y con activistas en roles decisivos.

Fernando trabajó siempre duro en tareas muy variadas e im-portantes y fue sometido a pruebas que hicieron madurar mu-cho más toda la estrella de su inteligencia, desde aquella vez en que el más estilizado ortodoxo le dijo que sus ideas eran pom-pas de jabón pequeñoburguesas, hasta las noches más bonitas de preparación y combate en Nicaragua sandinista. Pero fue, esbozada en 1967, la reivindicación del ejercicio de pensar con cabeza propia su principio en el combate a todos los valladares retardatorios de la Revolución.

Siguió planteando desde entonces:Que es ocioso demeritar las posibilidades del trabajo teóri-

co, por causa de las deformaciones. La formación teórica es fun-damental.

Que el ejercicio de pensar tiene que estar relacionado con la acción, y el militante revolucionario (o sea, el militante en defensa de la revolución, el hombre y la mujer que hacen el in-ternacionalismo y construyen el socialismo) tiene que pensar y tiene que actuar libremente.

Que el militante abroquelado y resistente es valioso, pero no solamente con resistencia se puede defender la libertad, hacen falta resistencia y libertad, para defender la libertad.

Que el revolucionario tiene que tener mucha disciplina, pero no puede dejarse llevar por la obediencia. Eso impone una con-secuencia activa, enfrentarse a encrucijadas, tomar decisiones y tener moral. Fernando no nos engañaba: “es sumamente difícil ser revolucionario”.

Que es de vida o muerte trabajar cada vez mejor (que no es igual solo a cada vez más) en el terreno ideológico, y volver a la Historia; incluso bromeaba: “la abundancia material no nos traerá el comunismo, sin la ética comunista”.

Que la tarea crucial es la formación de los jóvenes, ofrecerles recursos para salir de las prisiones mentales y de la colonización mental (ahora sí tenemos, por ejemplo, muy grave y principal el fenómeno del consumismo o la recuperación, tolerada, de for-mas de relaciones capitalistas y de explotación), por eso hay que darles herramientas buenas, ir a la historia rebelde de Cuba, para “vivir con experiencia histórica”, también luchar fuerte contra la absurda permanencia del mal llamado marxismo-leninismo que siguen recibiendo nuestros niños y jóvenes como catecismo en las escuelas. Con ese marxismo dogmático, decía Fernando, lo único sano que pueden hacer los estudiantes es olvidarlo muy rápido después de examinarse.

Que el pensamiento en el campo de la indagación intelec-tual debe ser fundamentalmente analítico; no volvernos narra-dores de hechos, ni de anécdotas, estar muy alertas para no partir de conclusiones, sino llegar a ellas. Tampoco temer redu-cir, ampliar o refutar lo que parecía verdad incuestionable.

Que tenemos que asumir tareas intelectuales con seriedad y profundidad, que incluyan en lo posible el estudio de las expe-riencias, las exitosas y las fallidas de las revoluciones.

Que debemos enfrentar siempre a los centros de pensa-miento amantes de la inmovilidad que promueven entre noso-tros iniciativas inútiles y conformistas, pues quieren validar el conformismo.

Que también debemos luchar contra el pensamiento tímido, precavido, avergonzado de ser pensamiento.

Que el intelectual debe saber que su misión es “ser concien-cia crítica de su tiempo”, no publicar en revistas científicas; que para repercutir constructivamente en el conjunto de la sociedad es ESENCIAL que el intelectual lo sea de verdad.

Fernando fue primero muy inconforme, después, con su conducta y su obra, fue la pesadilla de los oportunistas, de los inconsecuentes, de los cansados, de los que se rinden, de los que se tornan neutrales, porque, como dice Howard Zinn, no se pue-de ser neutral en un tren en marcha.

Por eso no hagamos para Fernando un nicho, que no se vuel-va uno de esas identidades patrimoniales tan sagradas con las que no se discute, que no se vuelva el amable erudito, el hombre humilde, que no lo hagan como él denunciaba un día quisieron hacer a Ho Chi Minh “un exótico junco antimperialista”, como una estatua, muy mentado y muy apropiado por los que nunca habrían arriesgado nada, ni pretenden arriesgar nada.

Fernando, mi querido maestro, necesitamos que SIGAS sien-do nuestro compañero. Pensemos entre todos cómo se hace eso.

Si debe ser filmando su película de Antonio Guiteras, de la que preguntaba: “¿tú entiendes por qué esta película tiene que terminar con la centuria Guiteras?”; si debe ser leyendo y estu-diando inclusive hasta Proust, Kafka y Joyce, a quienes él corrió a leer en cuanto se dijo en un manual de instrucción que eran la decadencia.

O mostrando a los alumnos en clase esa carta que le fascina-ba de Gabriel Barceló a Mañach, próximo a ser llevado Barceló a Isla de Pinos, ya un poco tísico: “amigo Jorge, se puede ser co-munista y antidogmático e insurreccional”.

O planteando en los Consejos Científicos lo que muy serio él dijo una vez: “yo creo que la teoría política debería recoger la categoría ‘persona decente’”.

O recordando, para no vivir inútilmente en derrota, ese verso genial de Pablo Milanés que usaba para darte ánimo: “Pobre del cantor que fue marcado para sufrir un poco y hoy esta derrotado”.

O siendo muy optimistas, no ingenuos, sino optimistas temerarios de la esperanza, como Fernando cuando aclaraba: “Yo ni loco tengo una visión del mundo que se quedó en la época de la revolución inicial. El camino del socialismo cuba-no no está en el imposible de volver a la profunda y bella re-volución de los 60. El camino del socialismo futuro tiene que ser… muy superior”.

Entonces, no “heredemos” la Revolución, no “merezcamos” la Revolución. Emprendamos el camino de “hacer” la Revolu-ción (continuidad creadora, obra creadora y pelea creadora), reivindicando el ejercicio de pensar. Gracias, Fernando, por estar con nosotros y por creer que podemos avanzar hacia la vanguar-dia de ese desafío.

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La Gaceta de Cuba 39 38 Entrevista

Las ideas que seducen

Diálogo con Rafael Acosta de Arriba

Daniel Céspedes

Rafael Acosta de Arriba es uno de los intelectuales cubanos más prolíficos en escrituras y temáticas. Su obra, que comprende el ensayo, la crítica cultural, la entrevista, la poesía, palabras para catálogos y presentaciones de libros, está avalada por los criterios más disímiles que han tenido a bien reconocer no solo su disposición investigativa, sino su atrevimiento en sus interpretaciones y valoraciones. El procedimiento de Rafael es clave: la asociación. Pues a él le interesa desde la complejidad de figuras

históricas y literarias del calibre de Carlos Manuel de Céspedes, José Lezama Lima, Octavio Paz, Max Aub… hasta la pintura, el cine, la fotografía, la curaduría; desde la continuidad y la promoción de revistas hasta las recomendaciones verbales que se concreten en hechos. Leer un texto corto, un poema, un ensayo o una entrevista de Acosta de Arriba es reconocer una gran profusión de lecturas. Doctor en Ciencias Históricas y en Ciencias del Arte, muchos son los cargos de promotor cultural que ha desempeñado en estos años, así como los reconocimientos por sus diversos libros en solitario y en coautoría, los cuales empezaron a gestarse y aparecer desde los años 90 del pasado siglo hasta la fecha. Ganado el espacio, hágase el autor; ganado el nombre, continúese la obra. Se empeña con una pasión y un rigor asombrosos, como si sus demonios internos hubieran pactado con los ángeles ajenos más preocupantes. Los resultados lo dicen casi todo, en la confirmación de que Rafael Acosta de Arriba sabe cuanto quiere. En vista de su trayectoria intelectual en favor de la cultura cubana, donde nunca ha faltado su generosidad para con las inteligencias ajenas, sean establecidas o noveles, me le acerco para recapitular muchas de sus ideas con la seguridad de nuevas confesiones.

p. 38-43EntrEvistA >

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La Gaceta de Cuba 41 40 Entrevista

Voy a preguntarte a mi antojo y sin un orden cronológico. Tú que incluyes por lo general entrevistas en tus libros y hasta tienes uno nue-vo (“Conversaciones sobre arte”) que se encuentra en proceso por Arte Cubano Ediciones, ¿qué importancia le concedes a este género? ¿Cómo haces para que el entrevistado te ofrezca una nueva revelación?

Apenas necesito decirte que la entrevista es un arte, un arte que se originó a partir de algo tan antiguo como la conversación en la historia humana. La curiosidad puso el resto. No me con-sidero un buen entrevistador, en lo que a manejo de esa artisti-cidad se refiere. Sin embargo, pienso que logro tocar los temas principales al dialogar con cada uno de mis entrevistados.

Que la importancia literaria del género entrevista es gran-de, es una verdad archiconocida. He leído libros de entrevistas mucho más interesantes e instructivos que libros de ensayo sobre temas afines. Se trata de plasmar una conversación bien estructurada, en la que se articulen preguntas precisas y en la que se obtengan reflexiones de una hondura y una elegancia correspondientes a la mejor literatura. El secreto, a mi juicio, está en la preparación previa, en la claridad y la pertinencia de las preguntas, en el clima que se obtenga en la conversación y en la modulación del curso del diálogo.

Me gusta entrevistar para obtener respuestas que sé, a priori, que el entrevistado está en condiciones de ofrecer y, desde luego, para estar a la caza de la revelación imprevisible, esa que solo el en-trevistado conoce y que es preciso extraérsela como resultado del ejercicio socrático. Como dices, tengo listo un volumen con entre-vistas a importantes artistas plásticos de Cuba y el mundo (Louise Bourgoise, Claudio Parmiggiani, José Luis Cuevas, Andrés Serra-no, Tomás Sánchez, Julio Larraz, Roberto Fabelo, René Francisco, entre otros), en el que coseché valiosas ideas en torno al arte del presente. Esperemos su publicación en el menor tiempo posible.

Este año Apuntes sobre el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes cumple dos décadas de haberse publicado. Posteriormente diste a conocer dos libros más sobre temas cespedianos; uno de ellos, Los silencios quebrados de San Lorenzo, con una segunda edición aumentada y corregida. ¿A las puertas del bicentenario del Padre de la Patria, cómo aprecias las miradas y las indagaciones historiográ-ficas sobre su figura?

Recientemente se me solicitó un ensayo sobre la recepción historiográfica de Carlos Manuel de Céspedes para un tomo de varios autores sobre el sesquicentenario de la Guerra de los Diez Años, libro que verá la luz a fines de este 2017 o inicios de 2018. Ello me llevó a repasar lo que se ha publicado en los últimos tiempos sobre el gran bayamés y te digo que no ha sido mucho. Queda por editarse el expediente universitario de sus estudios de derecho en Cataluña, al cuidado de Eusebio Leal, y una do-cumentación aparecida recientemente sobre un juicio que se le siguió a Céspedes (y a otros insurreccionados) por las autori-dades coloniales, en 1871, que repite las descalificaciones habi-tuales de la época contra todos los rebeldes independentistas. No posee otro interés más allá de lo novedoso de su aparición. Por lo general, no se ha vuelto a escribir mucho sobre Céspedes. Acaso dos libros, uno editado en los Estados Unidos, que trata

de combinar la anécdota con el dato riguroso, de poco interés, y otro, cuyo tema no es Céspedes precisamente, pero en el que el abordaje acerca de su figura me parece muy objetivo e intere-sante. Me refiero a Con un ojo en Yara y otro en Madrid. Cuba entre dos revoluciones, de Mercedes García (Ed. de Ciencias Sociales, 2012). Es un libro que une referentes y examina en paralelo las situaciones políticas entre Cuba, España y los Estados Unidos, los tres grandes escenarios de nuestras guerras por la indepen-dencia; recomiendo su lectura.

Siguen siendo las biografías publicadas (seis en total) y los trabajos de Fernando Portuondo, Hortensia Pichardo, Eusebio Leal y Jorge Ibarra Cuesta (Ideología mambisa, et al) los mejores textos publicados hasta ahora acerca de esa figura que es una de las piedras angulares de nuestra historia. Recientemente se publicó en España, por la Editorial Verbum y en Cuba por Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, la novela biográfica El camino de la desobediencia, del joven narrador bayamés Evelio Traba, que merece todos los elogios posibles, como novela y como investigación acuciosa. Estoy seguro de que tendrá una gran demanda. Los libros sobre Cés-pedes siempre son bien acogidos por el público lector. Según conozco, se publicarán y reeditarán varios volúmenes por su bicentenario, en 2019, y se realizarán seminarios y coloquios en torno a su figura. Será, seguramente, un momento de análisis y reevaluación.

¿Cuáles son en realidad tus estrategias, cuál es tu rutina de tra-bajo, qué es lo que te mueve a adentrarte en un tema con el ímpetu y la seriedad requeridos?

Sin dudas, el interés por un tema, ese es siempre el leit motiv, ahí reside todo: las estrategias, la entrega, lo arduo y tenaz de la búsqueda. Si no hay un interés real e intenso, fuerte, sujetador, no creo que se esté en posibilidades de producir un texto media-namente bueno.

En cuanto a la rutina de trabajo, te puedo decir que cuando persigo una verdad, un dato o certidumbre, lo apuesto todo y le dedico todo el tiempo necesario, el posible y el imposible. Es como una tentación irresistible, hay algo erótico o de deseo, una fruición, algo sensual en esa búsqueda de la certidumbre an-helada. Investigar es una auténtica pasión. Trabajo a cualquier hora y cualquier día de la semana, depende del tramo de la pes-quisa en que me encuentre. Intercalo siempre la escritura con buenas lecturas, es un buen recurso para disipar la fatiga de la investigación.

Has recibido elogios de importantes críticos, investigadores e incluso poetas sobre tu obra lírica. ¿Es la poesía para ti una certe-za emocional de tu trayecto por el mundo o un complemento de tu obra crítica, ensayística? ¿Cómo la definirías, a partir, claro, de tu propia experiencia?

Existen muchas definiciones de poesía y de poetas, pero me parece muy elocuente la de Dulce María Loynaz cuando dijo que un poeta es aquel que ve más allá en el mundo circundante y más hondo en el mundo interior o, lo que es lo mismo, alguien que hace ver lo que ve. En tal línea de discurso, la poesía es ese

lenguaje que nos permite penetrar en la médula de las cosas, de los fenómenos, tanto de los exteriores como en nuestro ser. Palabra y signo, hondura y visión.

Para mí siempre resultó muy elocuente lo que Paul Valéry dijo acerca de que el poema era como el desarrollo de una excla-mación, de manera que esa idea me llevó a pensar mucho en el valor del silencio dentro de la poesía, pues, ¿qué viene antes y después de una exclamación? El silencio. El silencio como borde, límite del lenguaje. Es así como entendí algunas reflexiones de Fina y Cintio, también de Octavio Paz, acerca del valor del silen-cio en su relación con la palabra poética. Las palabras se nutren del silencio, están hechas de él, el silencio es la fuente en la que abreva cualquier idea, ayuda a limpiar la hojarasca en el lenguaje. La palabra es un signo que emite otro signo y esto se hace más evidente en la poesía por sus niveles crípticos, por su esencialis-mo y minimalismo. Debe ser por ese rasgo que la poesía ha sido siempre una suerte de lenguaje disidente (Vitier apuntaba que el poeta no solo era un sospechoso para los otros, sino para sí mismo). Es difícil mentir con la poesía. El poeta no es un propa-gandista, es un solitario silencioso.

En mi caso, el interés o la necesidad de escribir versos y poemas surgió de manera instintiva y a la vez intuitiva. Suce-dió hace casi treinta años, a inicios de los 90 del pasado siglo, en medio de una desgarradura existencial que me conmovió profundamente. Un duro golpe, de esos que tan gráficamente expresó César Vallejo en “Los heraldos negros”. Leer poesía y comenzar a pergeñar poemas me ayudó considerablemente en aquella circunstancia, fue una suerte de salvamento espiritual. La otra tabla de salvación fue el nacimiento de mi primer hijo, una experiencia que centra y estremece al más descolocado. Así brotaron mis primeros poemarios, los que sumaron seis libros al pasar de los años. No he vuelto a escribir poemas desde hace una década, pero deseo hacerlo en cualquier momento. Eso sí, siempre leo poesía, es un ejercicio vital e inspirador.

Para responder la primera parte de tu pregunta te diré que no creo que escribir poesía (en mi caso) se pueda considerar un complemento del trabajo en prosa, son más bien ejercicios pa-ralelos, un paralelismo que desafía a la geometría, pues poesía y prosa se tocarán en distintos puntos. Para mí fue una necesidad emocional desplegada a través del recurso literario, un hacer que me ayudó, como ya te dije, en un momento muy difícil de mi vida.

Hablemos ahora de Octavio Paz. ¿Por qué ese interés en Octavio Paz? ¿Cómo puede contribuir este autor en la formación de un crítico o lector cubano?

En la obra oceánica de Paz hay todo un universo de cono-cimientos, imágenes poéticas, hondas reflexiones, referencias y asociaciones que te permiten descubrir otros autores, otras obras literarias y algunas ideas sobre las cuales no tenías ningún conocimiento previo. Caminar por el orbe Paz es asistir a nue-vos y fascinantes descubrimientos y siempre desde el inefable placer de la lectura. Toda su obra está dirigida a hacer pensar al lector, deslumbrarlo, subvertirlo. Cuando leí el primer libro

suyo, el poemario Libertad bajo palabra, quedé atrapado, fasci-nado por su decir poético, después lo busqué todo y leí lo que existía en la Biblioteca Nacional, lugar donde trabajaba en aquel entonces, y lo que pude conseguir prestado o que manos amigas generosas me traían de algún viaje. Al cabo de dos décadas y media no creo que me falte mucho de su obra por leer. Ese inte-rés me llevó a escribir, primero, sobre su obra literaria y después sobre su crítica de arte, que es excelente. Mi tesis de posdoctora-do, convertida luego en el libro que mencionas, es precisamente un análisis a fondo de la crítica de arte que ejerció Paz.

Puedo citar tres cosas, entre muchas, que aprendí leyendo a Paz: la primera, el conocer cómo opera una tradición artísti-ca o literaria, ese efecto de boomerang, de viaje de ida y vuelta, entre lo antiguo y lo moderno, en que consiste la dinámica y el funcionamiento de una tradición nacional, que, en su caso, lo hizo muy claro cuando desentrañó la tradición artística mexica-na, desde el arte precolombino hasta el presente; la segunda, el puente que significó la obra de Paz entre la cultura occidental y las orientales, fue otra ganancia que obtuve con provecho, y la tercera, enseñarme que se puede hacer una crítica de arte aleja-da de los referentes académicos, como una suerte de literatura sobre arte, elegante, con estilo, alejada del canon y de la teoría usuales. Sus dos ensayos sobre la obra de Marcel Duchamp son paradigmáticos de ese tipo de crítica poética de las artes visua-les. Entre él, Luis Cardoza y Aragón y José Lezama Lima existe el núcleo genitor de dicha crítica en América Latina, de un có-digo crítico diferente, no se parecen a nadie más, son únicos, y Paz lo encabeza.

Vuelvo a él constantemente, lo releo y lo consulto, sus libros de ensayo están escritos con una de las mejores prosas de la li-teratura de habla castellana de todos los tiempos, incluso, a mi juicio, superó a uno de sus maestros, Ortega y Gasset. Sus poe-marios oscilan entre poemas en los que restallan las imágenes y textos en los que lo filosófico se despliega elegantemente. Por eso algunos lo han calificado de poeta-filósofo. No soy el único que lo relee, uno de los más importantes poetas cubanos vivos me confió una vez que, con mucha frecuencia, antes de escribir, abría un libro de poesías del mexicano para entonarse, para bus-car esa fuerza inspiradora, a veces tan necesaria para redactar el primer verso y proseguir.

Es verdaderamente lamentable que sus libros no se puedan encontrar en nuestras librerías. La Valoración múltiple que le dedicó Casa de las Américas, al cuidado de Enrique Saínz, es apenas un comienzo. Paz, al igual que constituyó una ayuda extraordinaria para mí, puede serlo para cualquier otro lector que se tropiece con su obra. En las últimas ferias del libro de La Habana varias editoriales extranjeras han vendido algunos títulos suyos, pero muy pocos. Se trata de un autor que debiera tener toda su obra a disposición de los públicos cubanos. Soy optimista: ya habrá oportunidades de leerlo como se debe.

Además de la presencia reconocible de Octavio Paz en tu pensa-miento, ¿de cuáles otros autores te consideras conscientemente deu-dor en cuanto a ideas y escritura?

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42 Dosier / Martínez Heredia: Pensar y hacer revolución La Gaceta de Cuba 43

César Vallejo, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Charles Bau-delaire, Marguerite Yourcenar y José Lezama Lima, todos ellos en primer lugar. Después hay otros autores que también han aportado ideas y ejercido de esa forma alguna influencia.

Pasemos a la crítica de arte. ¿Para qué sirve la crítica? ¿En qué consiste la crítica más interesante y certera para ti?

Esta es una pregunta que puede exigir una respuesta riesgo-sa. Lo que diré ahora es mi absoluta opinión personal, expresa-da en varios trabajos publicados a lo largo de los años. La crítica se basa en la duda y se alimenta de la polémica, por eso y por su carácter incisivo, suele ser tan molesta, sobre todo para el blanco de sus dardos y más en un paisaje letrado (el nuestro) en el que impera ese axioma de: “No se te ocurra tocarme ni con el pétalo de una rosa”, lo que se conoce mejor como la teoría del callo pisado. La crítica, que pertenece por entero al domi-nio de la razón, debe descubrir lo que André Malraux llamó el lenguaje específico de las artes, reconocer las voces de ese lengua-je, encontrar la autenticidad y decantar lo que no es válido. Es decir, tiene que levantarse sobre el conocimiento sólido de lo que habla. Esto hace que el crítico deba ser un descubridor, un escrutador de la sustancia del arte y de las peculiaridades del artista sobre el que escribe. Y tiene que conocer la tradición so-bre la que trabaja. La crítica es la encargada no solo de traducir las imágenes, sino de devolverle las palabras a esas imágenes. El diálogo entre la crítica y la creación simbólica configura una de las zonas más fecundas de una cultura. Es lo que, rápido y mal, puedo decir a tus preguntas.

¿Qué le aporta la curaduría al crítico de arte y viceversa?Ambos son ejercicios de investigación y pueden ser com-

plementarios. Todo crítico de arte debiera imponerse, al menos una vez, organizar una exposición; eso le daría un componente práctico muy útil a su labor escritural. De cualquier manera, son trabajos independientes aunque pueden funcionar como vasos comunicantes.

A propósito de ser muy solicitado para la escritura de prólogos, en estos tiempos donde el arte de prologar se ha confundido por muchos con el memorándum de anécdotas entre prologuista y autor, amén de figurar a menudo como una apología de principio a fin, ¿qué opinión te merece la oportunidad de esos textos colaterales, dependientes hasta cierto punto?

Cuando un autor te solicita un prólogo, el primer deber para con él y para con uno mismo es determinar si es un buen libro: aquí no cabe la compasión. Esa decantación es esencial. Lo otro viene fluidamente, con la lectura provechosa del texto, la identificación de las líneas axiales sobre las que se sostiene, el conocimiento del autor, entre otros elementos a considerar. El texto de presentación de un volumen, esa mirada otra que se halla a la entrada del libro, debe solamente decirle al lector lo que va a encontrarse cuando comience la lectura, y esto debe hacerse con delicadeza y precisión. No puede ser una lectura sustituta, ni una apreciación totalitaria o absoluta, más bien debiera ser una visión plenaria, introducir, abrir el camino, de eso se trata. En

fin, esa es mi idea de un prólogo, pero desde luego, cada quien trabaja con sus recursos y su método, no quiero esquematizar.

Lo que sí te puedo asegurar es que siento satisfacción cuando algún autor, conocido o no, me solicita un prólogo. Es como una prueba de confianza o de amistad, a veces de ambas inclusive. Pienso en cuando yo los he solicitado para mis libros y deduzco que es el mismo proceso, una selección cuidadosa, meditada y que significa mucho para ambas partes.

¿Qué representa en tu vida la fotografía como manifestación ar-tística? ¿La consideras más que un testimonio y un sucedáneo de la memoria humana?

La fotografía es para mí un misterio permanente, una fuen-te incomparable de ideas desde los predios de la visualidad. Es invaluable y sorprendente la cantidad de información que se en-cuentra en la imagen fotográfica, al punto de que una disciplina teórica, la sociología visual, se encarga desde hace años (más de treinta, aunque la academia nuestra apenas comienza a asumir-la) de sistematizar esa información y descifrarla con rigor cien-tífico. Alguien dijo hace un tiempo que quien no supiera “leer” una fotografía sería el analfabeto del futuro, un futuro que, vale decir, es ya presente. La fotografía es, pues, a mi juicio, un reto al raciocinio, es el lugar enigmático donde mejor se empalman y yuxtaponen el reino de la imagen y el de la razón.

En esta línea de ideas pienso que la visualidad, más que me-moria de lo visto, es la crítica de esa memoria. No por gusto Ro-land Barthes dijo, alrededor de los años 80 del pasado siglo, que fue la fotografía y no el cine la que cambió al mundo, la forma de percibirlo. También expresó, con no menos acierto, que la señal más fuerte de la mutación operada era que las sociedades que an-taño eran consumidoras de creencias ahora eran consumidoras de imágenes. Con ello vislumbró de manera extraordinaria la si-tuación que vivimos hoy.

Las nuevas tecnologías e internet han creado la más fabulosa galería de imágenes jamás soñada. Como dice Joan Fontcuber-ta, vivimos en el mundo de las imágenes y estas nos viven. Hoy se habla de la posfotografía, aludiendo al binomio red de redes y fotografía, que es un campo que la academia a nivel interna-cional está comenzando a indagar. También de la era del homo videns, un ser que va alejándose gradualmente de la lectura para caer en los dominios de la visualidad de los medios, de los arte-factos de todo tipo (móviles, X Box, tablets, etc.), y que va mu-tando su forma de apreciar la realidad. Estudiar esta mutación es muy importante. Organicé tres ediciones de unos debates en el Instituto “Juan Marinello”, donde trabajo, titulados “Taller imagen y visualidad”, a lo largo de varios años, para discutir es-tas cuestiones con los especialistas más calificados. Fue una for-ma de acercar a la academia cubana a estas cuestiones teóricas. Lo cierto es que lo relativo a la visualidad está en ciernes en el plano de las ciencias sociales en el país.

Fuiste uno de los primeros en Cuba en favorecer la entrada de la teoría y proyección de lo queer como deconstrucción de sexualidades periféricas. ¿Por qué ese interés?

He tratado de ayudar, simplemente, de contribuir a que, de manera modesta, la academia nuestra se actualice en cuanto a las teorías queer, que ya en el mundo tienen más de treinta años de circulación y en la Isla apenas se conocen a profundidad. Hace muchos años fui tutor de la tesis de un mexicano que vino a doctorarse a la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Cuando el candidato atravesó los distintos niveles del proceso de doctorado (que venció satisfactoriamente, vale decir), pude comprobar lo alejados que estábamos de esas dis-quisiciones. La tesis abordaba lo queer desde la perspectiva de las artes visuales del Continente y eran sumamente interesantes sus presupuestos teóricos.

Sin embargo, las artes visuales nuestras y algunos pocos en-sayistas (Norge Espinosa, Alberto Abreu, Abel Sierra y Alberto Garrandés) sí habían abordado el tema por aquel entonces (la tesis mencionada se discutió en 2014). Luego Sierra y Garran-dés han seguido trabajando sistemáticamente el asunto. Rufo Caballero, cuando hacía crítica de artes visuales sobre algunos creadores: Rocío García, Eduardo Hernández Santos, Pupy Peña, entre otros, manejaba con soltura la cuestión teórica de lo queer, pero sin nombrarla explícitamente, supongo que lo hacía por temor a que no lo comprendieran a cabalidad. Coincido con Garrandés en que “La posmodernidad tiende a ser cada vez más queer” y para reducir ese desfase en el país y para armonizar con el presente es que he tratado de ayudar con algunos de mis en-sayos y mi práctica académica. Pongo un ejemplo, la recepción de la exposición Sex in the City, en la galería La Acacia, en 2013 (curada por Píter Ortega), demostró el desconocimiento de mu-chas personas, funcionarios, especialistas, etc., sobre el enfoque queer en el arte.

Con lo queer sucede lo mismo que con la cuestión racial y el tratamiento de la pobreza (o desigualdad social) en sociología: sabemos que son temas en los que hay que debatir y acelerar nuestros conocimientos al nivel de la sociedad cubana, pero que no se asumen ni se debaten institucionalmente como se necesita y requiere.

Existen acciones, personales y multitudinarias, que no llegan a la categoría de hechos relevantes y menos de acontecimientos his-tóricos valederos para el presente. Se quedan en su época. Sin em-bargo, a veces el investigador rescata del olvido un suceso que tiene mucho que decir sobre el ahora. Tienes una investigación acerca del Congreso Cultural de La Habana, que se realizó en 1968. ¿Qué te has propuesto, amén de historiarlo, con el que catalogas como el Congreso olvidado?

Me interesó tanto el Congreso como la encrucijada política en que se desarrolló. Cuando revisas cuidadosamente la histo-ria de los primeros diez años de Revolución, la década de los 60, te puedes percatar sin dificultad de que los meses (diez en total) que van de la muerte del Che al discurso de apoyo de Fi-del a la invasión soviética a Checoslovaquia (apoyo crítico, pero respaldo al fin), en agosto de 1968, representan el punto álgido del curso de la Revolución. En medio de ese momento crucial

se desarrolló el Congreso. Desde esa perspectiva, la reunión de quinientos intelectuales de setenta países: socialistas, gue-varistas, maoístas, trotskistas, situacionistas, católicos revolu-cionarios e intelectuales de la denominada Nueva Izquierda, y una mínima representación de los países del llamado campo socialista, se presenta como una reunión muy interesante en la geopolítica sesentiana. Hay que leer las ponencias de los parti-cipantes en el evento para percatarse de que en La Habana, en enero de 1968, se discutieron las ideas más plurales y de avan-zada de la izquierda mundial de la época. Si añades a esto que el discurso de clausura del Congreso pronunciado por Fidel fue el más duro y crítico con la política de la Unión Soviética de toda su oratoria (hasta los sucesos del desmoronamiento en 1989-1992), tienes ahí configurado un cuadro muy objetivo de la situación al inicio de 1968. Y ese es un dato muy importante.

Después, las circunstancias políticas variaron dramáti-camente y la Revolución enrumbó definitivamente hacia los forceps (y la ayuda económica) del campo socialista en plena Guerra Fría. Casi todos los análisis conducen a considerar que la dirección de la Revolución se atuvo a una decisión de real po-litik para dar ese timonazo. Dicho instante tuvo un significado enorme, incluso para el futuro, solo que un grueso y pesado si-lencio cubrió al Congreso y sus avatares. Historiográficamente hablando, el Congreso y en general la década completa desapa-recieron de los estudios durante muchos años; ahora es que se percibe un renovado interés por los 60.

Mi interés ha sido –y sigue siendo– muy vivo al respecto. Pu-bliqué el pasado año una multimedia, de conjunto con Publica-ciones Digitales Cubarte, en la que aparecen todas las ponencias, fotos, el discurso de clausura de Fidel y otras informaciones. Ese multimedia está a la venta, y ahora me encuentro concluyendo un libro sobre el Congreso.

Fue un minuto caótico, convulso y fascinante de la revolu-ción a escala internacional, se habló incluso de que Cuba había abierto un nuevo frente, una nueva Internacional revoluciona-ria, pero al final quedó simplemente como una reunión más de intelectuales. Desde luego que fue mucho más que eso.

Sé que en lo personal eres un hombre realizado. Desde el punto de vista profesional no son pocos tus frutos. A estas alturas: ¿Contento y relajado? O ¿insatisfecho y expectante?

Hay un poco de cada pregunta en mi respuesta: estoy con-tento y más o menos satisfecho, nunca relajado y cada vez más expectante ante el stress de lo nuevo, de lo que vendrá.

Mis hijos son la parte fundamental de mi existencia y me hace sentir muy feliz verlos crecer fuertes y saludables. Acaban de nacer, hace unos meses, unos mellizos (mi quinto y sexto hi-jos) que han cambiado la perspectiva acerca de la recta final de mi vida, eso que llaman tercera edad (aspiro a llegar a la cuarta). Asumo este acontecimiento como debe ser, con absoluta alegría y responsabilidad. ¿Qué más se puede pedir? <

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La Gaceta de Cuba 45 44 La Gaceta de Cuba

Al rescate de LeonardoGraziella Pogolotti

Según el cronista Alejo Carpentier, al regresar a su apartamento madrileño, el poeta Pablo Neruda encontró el libro contentivo de la obra de Góngora atravesado por una bala. Después de entonar vivas a la muerte, Millán Astray decretaría la muerte de

la inteligencia. En la España desgarrada por la Guerra Civil se es-taba definiendo mucho más que el destino de un pueblo. Así lo demostraron los acontecimientos que siguieron a la caída de la República. Fue un gigantesco holocausto por la acción genocida contra los judíos, por las víctimas de combates y bombardeos y por el estreno en Hiroshima y Nagasaki del arma atómica, ame-naza potencial, dada su multiplicación contemporánea, contra la supervivencia de nuestra especie.

Conscientes del peligro que se cernía sobre el mundo a partir del experimento español, intelectuales procedentes de distintos lugares se reunieron en Valencia, Madrid, Barcelona y París en defensa de la libertad de la cultura, entendida esta como crea-ción artística, espacio para la formulación de ideas y fuente nu-tricia de desarrollo humano.

Trascurría el año 1937. La ofensiva fascista encabezada por Hitler con la colaboración de Mussolini había probado fuerzas en sucesivas provocaciones para dirimir el grado de tolerancia de las democracias occidentales. Al proclamar la neutralidad en el conflicto español, Francia y la Gran Bretaña privaron de ayuda al gobierno legítimo, mientras los aviones italianos y alemanes dejaban caer sus bombas sobre la población civil. Como lo ad-virtió el “Guernica” de Picasso, en esa contienda, diálogo infer-nal entre la vida y la muerte, la inocencia no habría de encontrar amparo.

Por eso, al llamado del Congreso de Valencia acudieron hombres y mujeres venidos de todas partes. Los militantes comunistas congeniaban con pensadores trascendentalistas y con los animadores del surrealismo. Algunos de los repre-sentantes de la América Latina –Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz, Vicente Huidobro– se convertirían en figuras ma-yores de nuestras letras. Los cubanos fueron cinco. Con obra publicada, fundador de la Revista de Avance, Juan Marinello tenía importantes vínculos con intelectuales en México y en España. Se constituyó en vocero natural del grupo y de los de-legados de nuestra región. Nicolás Guillén había publicado ya textos esenciales y renovadores, tomó la palabra para reivin-dicar a los discriminados en razón del color de su piel. Félix Pita Rodríguez estaba en los inicios de una promisoria carrera literaria. Conocido sobre todo como musicólogo y periodista, colaborador de revistas europeas y latinoamericanas, Alejo Carpentier era el autor de Écue-Yamba-Ó, su primera novela. En sus viajes a la península había desarrollado relaciones en los círculos intelectuales españoles. Completaba el equipo Leonardo Fernández Sánchez, apenas un nombre vaciado de currículo para el lector contemporáneo. Por aquel entonces, tenía apenas treinta años.

El silencio en torno a su figura revela los vacíos que subsis-ten en nuestros estudios históricos dominados todavía por la simplificación de las líneas matrices que configuraron el pensa-miento y la acción de una izquierda intelectual que iba madu-rando, a partir de los 30 del pasado siglo, entre contradicciones ideológicas suscitadas por el modo de afrontar los problemas de un país subdesarrollado y dependiente, con la añadidura de los rebotes de las políticas diseñadas desde la Tercera Internacional. Entre el andar a través del tiempo, muchas decisiones pueden parecernos erradas. No somos jueces de hombres entregados al servicio de una causa. Desde los apremios del ahora que estamos viviendo, importa sobre todo descifrar procesos, causas, motiva-ciones y resultados.

Leonardo Fernández Sánchez cursaba el primer año de ba-chillerato cuando conoció a Mella. Este encuentro debió ser decisivo. El muchacho se involucró en las luchas por la refor-ma de la enseñanza. Desarrolló una conciencia antimperialis-ta. Estudió de manera autodidacta historia y economía. Se hizo comunista. Junto a Mella, el compañerismo se hizo fraternidad y devino confianza extrema. Al confrontar a Machado con su controvertida huelga de hambre, Mella designó a Fernández Sánchez, junto al médico Gustavo Aldereguía, para atender su situación.

Exiliado en México, lo envió a Cuba en misión secreta para negociar con los nacionalistas la posibilidad de una insurrec-ción armada contra la tiranía. Preso en la Cabaña, el mensajero descubre el proyecto de asesinato impulsado por el tirano. Ad-vierte a Mella en carta que se convertiría en pieza de convicción, una vez perpetrado el crimen.

Fernández Sánchez conoció la cárcel, el exilio, la persecu-ción, la azarosa vida clandestina. En medio de tan agitada exis-tencia, desarrolló una intensa labor periodística. Sus rastros han de encontrarse en Juventud, Mediodía y en revistas obreras que circularon en Cuba y en los Estados Unidos. Según testimonio de mi padre, fue un orador brillante en discursos estructurados sobre una sólida base conceptual.

En 1947, integró el núcleo fundador del Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), donde prosiguió su tarea de intelectual re-volucionario como redactor de los estatutos de la nueva organi-zación política. Antes, se había separado del Partido Socialista Popular por disentir de la línea browderista orientada a la alian-za con Fulgencio Batista, abocado a legitimarse con vestiduras democráticas y convocar a la constituyente que aprobaría la car-ta magna de 1940.

El hombre fuerte de ayer, siempre al servicio del imperio, cargaba además con la responsabilidad del asesinato de Ivo Fer-nández Sánchez, hermano de Leonardo.

Corrían los años 50. Batista había perpetrado un nuevo gol-pe de Estado. Fidel había iniciado la lucha guerrillera en la Sierra Maestra. Por los alrededores de la ciudad universitaria de

París me crucé con Leonardo. Nos sentamos a conversar un rato. La situación cubana era el tema ineludible. Con seguridad abso-luta, sin la menor vacilación, afirmó su confianza en el triunfo de los rebeldes. De regreso a la patria después de la victoria, se incorporó al servicio exterior. Representó al país en la FAO y fue embajador en Italia.

La aparente heterogeneidad del grupo cubano en Valencia respondía al concepto de intelectual impulsado por la moderni-dad. Sin renunciar a las especificidades de cada oficio, inmerso cada cual en su propia aventura estética, cuando la voz de cada uno tenía que sumarse con el peso de su autoridad al clamor general. El debate político se situaba en el terreno de las ideas. Concernía también a quienes se entregaban de lleno al combate y al ejercicio de una praxis concreta, comprometidos en la toma de decisiones ante tantos caminos bifurcantes. Desde múltiples perspectivas, el punto de convergencia se encontraba en la nece-sidad de analizar los conflictos de la inmediatez acuciante con <

vistas a diseñar un proyecto humano. En este sentido, Leonardo Fernández Sánchez fue un intelectual. Su talla y su papel ver-dadero habrán de valorarse cuando emerjan de los archivos los testimonios de su quehacer periodístico, necesidad ineludible para despejar el trasfondo, todavía brumoso de una etapa de nuestra historia.

Rescatadas del archivo del Instituto de Historia, las “No-tas sobre Mella” fueron, quizás, apuntes destinados a la elaboración de una obra de mayor envergadura. En prosa tras-parente, conservan la frescura de la cercanía. El muchacho que viste pantalón de franela y camisa verde que se desgaja de la multitud mantiene la estampa juvenil y la vocación de un liderazgo que todavía no ha entrado en la gran Historia. Se contrapone y complementa la visión escultórica del atleta impregnada para siempre en nuestra memoria por las fotos de Tina Modotti. Leonardo nos lo entrega vivo. Tina lo hizo inmortal.

Julio Antonio Mella*

1923

En el parque Maceo hay una concentración de estudiantes. En la tribuna una figura atlética, gallar-da, saco verde y pantalón de franela, zapatos de dos tonos, fuerte el mentón voluntarioso, alta y podero-

sa la cabeza, luminosos los ojos, sobre los que llamea la melena rebelde, relataba, el gesto amplio, cálida y apasionada la voz, marcada por un ligero ceceo y el relampaguear de las imágenes, una entrevista con el presidente Zayas.

Era, para nosotros, párvulos del primer año de bachillerato, el gran Julio Antonio Mella, líder de la Colina, que bullía por entonces en nuevos alumbramientos.

Me impresionó la gran energía vital que dimanaba de su fi-gura. Me acerqué. Fue el comienzo de una noble asociación de fraternal amistad y comunión ideológica y política que habría de durar hasta el 10 de enero de 1929.

Yo dirigía la revista Instituto; Mella inspiraba la revista Alma Mater. Le visité frecuentemente en la sastrería de su padre, el vie-jo don Nicanor.

Me hablaba de la juventud, de la Reforma Universitaria, de los pueblos de Nuestra América, de la absorción económica norteña,

de Ingenieros, de Vasconcelos, de Rodó y de José Martí, de los tiem-pos nuevos. El siglo xx era para él un gran siglo de la Revolución. Nosotros, los cubanos, teníamos que andar más aprisa, porque habíamos recibido la independencia recortada con un siglo de re-traso… De los políticos no se podía esperar nada. “Los viejos par-tidos, conservadores y liberales, ignoraban el problema del siglo: el problema social”. Había que orientar y organizar a las juventudes. Éramos pocos; pero seríamos muchos. Cuba debía ser libre: nunca lo había sido, ni económica, ni políticamente. La única esperanza estaba en las fuerzas nuevas: “los tiempos señalaban un destino glorioso para la nueva generación republicana”. No podíamos trai-cionar la misión de la juventud. Había que llevar el mensaje a todo el pueblo. “Él tenía la seguridad de realizar sus ideales antes de que el brillo mortal de los años cubriese de nieve su cabeza”.

Teníamos que estudiar para saber más. El sensualismo era un gran enemigo. Debíamos huir de los vicios que enervan el cuerpo y la mente. Nuestra meta era la perfección individual y social. Trabajaríamos por ella. El Milagro Griego le apasionaba: estudio-so devoto de la antigua Grecia, sus pensadores y mitología, halla-ba en ella un ideal de belleza. Debíamos ser fuertes y ser sabios.

Leonardo Fernández sánchez

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Sus palabras fluían naturalmente. Era un entusiasmo pleno de optimismo, de sana alegría… Rehuía el tono apostólico y la frase estudiada. Sin embargo, tras esta sencillez fraternal, se revelaba una voluntad inflexible, una fuerza vital que se creía capaz de remodelar su país y el mundo. Esta fuerza hallaba por entonces su expresión exterior más brillante en la tribuna, en la asamblea tumultuosa, en la manifestación de calle, donde se ejercían al máximo sus excepcionales condiciones de líder natu-ral, su impresionante poder de atracción multitudinaria.

[…]

1924La reforma es torpedeada en la Universidad. La Universidad

Popular se traslada a los centros y locales obreros. Más tarde funciona en el Instituto de La Habana de cuya Asociación de Es-tudiantes soy presidente. Mella funda la Liga Antimperialista y la Federación anticlerical de Cuba. Intima con líderes obreros, Penichet, Carlos Baliño, amigo de Martí, Alfredo López, etc. Colabora en casi todas las publicaciones sindicales cubanas. Se funda la Confederación de Estudiantes de Cuba de la que es Presidente y yo Secretario. Viajes al interior: Oriente, Matanzas, divulgación social, y organización de los trabajadores azucare-ros. En agosto publica el folleto Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre. Machado es electo presidente. Dos conocidos artículos de visión profética: “El pueblo se ha dado un nuevo amo en su de-mocracia de carnaval”, y “Machado: Mussolini tropical”, se pu-blican en Juventud.

Febrero de 1925Visita los centrales de la región de Banes. Dormimos en un

hotel. En la mañana he sacado el peine de mi pistola. Un amigo a quien se la he prestado un poco antes, le ha colocado una bala en el cañón y devuelto sin advertírmelo. Toco el gatillo, una bala me atraviesa la mano izquierda y pasa junto a la ca-beza de Julio que duerme cerca. Se despierta sobresaltado. De la mano herida mana abundante sangre. “Un poco más y aquí termina la revolución”, dice serenamente.

septieMbre de 1925Incidente personal con Méndez Peñate. Es expulsado por

un año de la Universidad. Su carta al Consejo Universitario es un notable documento humano.

Es curioso que al cabo de tres años de tempestades univer-sitarias para reformar los Estatutos se apliquen en su parte más reaccionaria, más injusta y más alejada del espíritu nue-vo de la Universidad en su parte penal casualmente, a uno de los que más lucharon por reformarla.Mi expulsión es una venganza. A los vengadores no se les pide justicia; se les vence; o se les emplaza para el día en que

puedan ser vencidos. No es simplemente una venganza: us-tedes mejor que yo saben quiénes son los más interesados en separarme de la Universidad y causarme el supuesto daño de no ser doctor de la eficiente Facultad de Derecho. Es una venganza de hechos anteriores y algunos sin conexión con el Alma Mater. Ciego será el que no lo vea.Una vez expuestas mis ideas sobre este Auto de Fe en pleno siglo xx, nada más tengo que decir. Vuelvo a repetir que us-tedes no podrán hacer justicia, no porque sean injustos, sino porque tienen un concepto distinto al mío de la justicia.Me retiro de la Universidad satisfecho de haber servido en todos los instantes a mis ideales, y de no haber claudica-do, ni haber recibido un solo beneficio de ella, como otros tantos que vistieron con el uniforme del reformismo para medrar.

[…]

NoVieMbre de 1925

[…]Recibo una nota de Julio: ha declarado la huelga de hambre.

Comité Pro-Libertad de Mella. Actúo de Presidente. A medida que pasan los días se acentúa el hervor popular. Demostracio-nes estudiantiles y obreras en toda la Isla. El Presidente Calles, el senado mexicano, el senado argentino, el cabildo munici-pal de Buenos Aires, piden su libertad. Ramón Vasconcelos y Germán Wolter escriben brillantes artículos en su defensa. En México, Nueva York y Buenos Aires hay demostraciones ante los consulados de Cuba. Millares de telegramas. El Comité Pro-Libertad de Mella está en acción permanente. Orosmán Viamontes es el abogado, Gustavo Aldereguía, el médico. For-man parte del Comité, además, Rubén Martínez Villena, Luis F. Bustamante y Jacobo Hurwitz, estudiantes peruanos exilia-dos por Leguía, Gustavo Machado, Carlos Aponte, Salvador de la Plaza, Eduardo Machado, exiliados venezolanos, Jorge Vivó Aureliano Sánchez. Otros muchachos estudiantes y obreros ac-túan junto al Comité.

Hacia el día diecisiete de la huelga, reunión angustiosa del Comité. Mella ha sufrido un grave síncope. Aldereguía, alterado, informa que si no se pone fin a la huelga dentro de veinticuatro horas Mella morirá, porque no habrá posibilidad de recuperación ulterior. Julio le ha dicho: “Estoy perdiendo la facultad de discernir. Queda a mis amigos tomar en lo adelan-te las decisiones”. El dilema es: alimentar a Mella a la fuerza, o aceptar la responsabilidad de su muerte si no llega la libertad en veinticuatro o cuarentaiocho horas. El Comité se divide. Menudean los incidentes personales y las acusaciones exalta-das. Triunfa la opinión de que Machado no resistirá veinticua-tro horas más la presión nacional e internacional. Sostuve este punto de vista. Mella es libertado. El Asno con Garras, cuyo

estribillo era “A mí no me sopetea nadie. Si come, lo suelto, si no come, muere”, se doblegó a la opinión continental.

[…]

NoVieMbre de 1926Salgo de Cuba. A fines de enero llega Julio Antonio a París.

Vamos a Bruselas. Allí están Nehru, el discípulo de Gandhi, ac-tual premier de la India, Henri Barbusse, los delegados del Kou-mintang, que marcha entonces victoriosamente hacia el norte, José Vasconcelos, Ramón P. Denegri, ministro de México en Ber-lín, Haya de la Torre, otros muchos hombres de la América y el mundo.

Mella es electo al Presidium por la América Latina y redacta la tesis sobre América. Visita la URSS. En abril retorna a México.

En México Mella es el Secretario Continental de la Liga An-timperialista de las Américas, libra batallas pro Sandino con el Comité Manos Fuera de Nicaragua, editorializa en los periódicos obreros mexicanos; cuando no es en una liga agraria, está con los mineros de Jalisco. Funda la Asociación de Nuevos Emigra-dos Revolucionarios de Cuba.

[…]Mella ha madurado políticamente en México. Su pensamien-

to es siempre claro, con una como avizoración genial de futuro, pero hay en él una comprensión más realista del momento cu-bano y de las fases de la liberación. En la tribuna su palabra ha perdido algo de brillo tempestuoso, pero ha ganado en precisión, reciedumbre y objetividad. Es siempre el gran compañero frater-nal, el guía, el amor y la ayuda para todo el que llega de Cuba.

[…]La patria lejana le obsede. En agosto se pierde de la Ciudad

de México. Nos enteramos de que ha estado en Veracruz bus-cando las posibilidades de entrar ilegalmente a Cuba. En sep-tiembre tiene reservada una entrevista conmigo: se decide mi viaje a Cuba.

[…]Octubre 10.– Llego a La Habana en un buque de carga de

Tampico. Veo al general Peraza. Precisamos una entrevista con Mendieta. De México han llegado informes de los agentes de Machado sobre mi desaparición. Se me supone en Cuba. Soy localizado, y un día de noviembre me arrestan tres agentes. Cas-tillo de la Fuerza.

[…]Días después se me extrae de la prisión: a la Judicial y el bar-

co. Alguien en las oficinas de la Judicial se me acerca: “Hay un plan para asesinar a Mella. Sale gente de aquí. La información la tenemos del propio Palacio”.

Deportado a los Estados Unidos. El 27 de noviembre salgo de Cuba. Le escribo extensamente a Julio: seguridad de que ha salido gente de Cuba para suprimirlo. Debe tomar precaucio-nes. Insisto en toda mi carta sobre ello. La fuente de la noticia es de crédito. La carta, única pieza de convicción en los inicios, es ocupada en las habitaciones de Julio Antonio, e incorporada al proceso.

El 11 de diciembre llega a México José Magriñat, encargado de la dirección técnica del asesinato. Recibo una carta de Mella contestándome. En la carta una frase: hemos recibido recados de uno que acaba de llegar de Cuba con noticias. En otra carta posterior que recibo hacia el primero de enero: “El amigo que nos trajo informes de Cuba, sabes quién es, el amigo de Menocal famoso, nos parece sospechoso”.

El 10 de enero muere Julio en circunstancias desconocidas. El 23 de enero en el Madison Square Garden, ante más de veinte mil personas, dije, en nombre de Cuba, las palabras que la emo-ción indignada y el inconsolable dolor cubano me dictaban.

He conocido a todos los líderes del movimiento revoluciona-rio cubano y a muchos en América. No he conocido a ninguno que reuniese el conjunto de excepcionales cualidades de Julio Antonio Mella. Se ha de juzgar a esta figura de nuestro país no por lo que hizo, con ser mucho, sino por lo que pudo haber hecho y no le permitieron hacer. Murió a los veinticinco años.

Se ha de situar a Mella en un momento cubano en que no han cuajado aún las condiciones políticas y ambientales para un radio de acción personal de más grande magnitud histórica.

Personalidad magnética, prestancia física, inteligencia clarí-sima, de anticipaciones geniales, singular talento político para apresar la realidad circundante, pero con un sentido de buceo profundo y panorámico en las causas últimas y finales. Auste-ridad personal, método en el estudio y en el trabajo, capacidad organizadora, excepcional dominio en el mitin y la calle.

Orgánicamente era una rara síntesis de unidad del pensa-miento y de la acción: su ideal de perfección individual. Parecía envolverlo una tensa y cálida onda humana: exuberancia alegre de vivir y de hacer. Fue y será por siempre un arquetipo de la juventud: el más completo líder, en calidades potenciales, que ha producido Cuba republicana.

* Fragmentos de un trabajo de Leonardo Fernández Sánchez. En las cuartillas originales está incluida la siguiente nota al pie:Este trabajo, escrito por Leonardo Fernández Sánchez, ha sido entregado por su com-pañera, Aida Hernández Hernández, con fecha 9 de febrero de 1969, a los fines de su divulgación, a la Comisión “Leonardo Fernández Sánchez” del Instituto “Julio Antonio Mella”. El original de este documento aparece sin título; tanto por esta circunstancia, como por la fecha y el contenido de este, parece que Leonardo lo escribió con el propó-sito de hacer posteriormente un trabajo más amplio y completo sobre Mella y su par-ticipación en las históricas luchas que este encabezó. No queriendo dar la calificación que implica toda titulación, tanto la compañera Aida Hernández como el responsable de la mencionada Comisión, han creído bien que este trabajo de Leonardo lleve por tí-tulo simplemente el del nombre del gran precursor de nuestras luchas antimperialistas y sociales que lo inspiró: Julio Antonio Mella.

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La Gaceta de Cuba 49 48 Entrevista

Emir García Meralla

Solo de trombón y verboscon Demetrio Muñiz

Cuando está en el escenario con el instrumento entre las manos, dirigiendo a los músicos de su orquesta, inspira total respeto. Así le vi alguna vez en el ha-banero cabaret Tropicana, y cuando tuvo a su cargo la orquesta que acompañaba a Ibrahim Ferrer. Sin

embargo, mis recuerdos primarios de Demetrio Muñiz se remontan a los comienzos de los años 90 cuando, en un popular programa de televisión, contaba parte de la historia de la música salsa de un modo dinámico y hasta jocoso.

Con el tiempo, nuestros caminos se cruzaron –su hermano Ja-cinto contribuyó a ello– y entre charlas, largos tragos de ron añejo (“es para cuidar la salud”, dice cuando bebe el primer sorbo), horas de coincidir en un estudio de grabación y buena voluntad, fuimos intercambiando criterios y juicios sobre la música y la vida. Más que todo, disfruto su énfasis superlativo cuando habla de aquellas cosas que le conmueven, y que pueden ir desde la música, hasta una buena comida.

Hoy hemos decidido darle cierto carácter y formalidad a la con-versación.

Antes de acercarnos a momentos importantes de tu carrera pro-fesional y buscarle las cosquillas a la música y a la vida, me gustaría hacerte una pregunta complicada: ¿Se producen nuevos géneros en la música cubana hoy?

Coño, tú no dejas que el hielo se derrita en el ron. Vas direc-to al strike. A ver. Este es un país que musicalmente siempre se está renovando. Desde que yo tengo conciencia como músico –y ya estoy cerca de los cincuenta años arriba de un escenario, sin incluir los de estudio en esa cuenta/repaso de la vida–; he visto ese fenómeno de la creación de géneros (que para mí son ritmos fundamentalmente) dentro de la música cubana. No sé si ahora mismo se está creando alguno; se trata de un proceso que no se ha detenido y no creo que se detenga.

Aunque más que ritmos, lo importante son los hombres que impulsan o generan los cambios en aquellas estructuras que tras-forman o modifican el curso, o la dinámica, dentro de la música. El ejemplo más notable es Arsenio Rodríguez: él no inventó el son, pero creó el conjunto sonero, que es –desde mi punto de vista– la trasformación más grande de la música cubana de to-dos los tiempos.

Eso explica que tras un ritmo lo primero que debe existir es la genialidad de un músico.

¿Tú pregunta va dirigida a un género o ritmo en específico, o es general?

Cumple las dos funciones. ¿Cuál tú crees que fue el último ritmo creado en Cuba, y qué nos dejó?

Yo prefiero verlo desde mi posición de músico. Hay dos elementos importantes a considerar. El primero es el elemento

socio-histórico que genera un ritmo o una corriente musical y que involucra disímiles factores coincidentes en tiempo y espa-cio. Después está el elemento musical, sin el cual el ritmo no cuaja, no trasciende de la idea del músico que lo genera. Tam-bién están las otras innovaciones, o simples ajustes estructurales que hacen los músicos –ese es el papel de la armonía como dis-ciplina– y que determinan el proceso creativo y de difusión de un tipo de música. Lo importante es tener claro que hay ritmos que tienen una mayor trascendencia que otros. ¿Qué determina su permanencia en el tiempo? Ese es un gran misterio que no excluye a los hombres que lo interpretan. Después se convierten en géneros, una vez que ha ocurrido la decantación y el desarro-llo estructural.

Entonces, comencemos de los 60 hacía acá; que es el tiempo en que te has formado y desarrollado como músico. Hablemos de ritmos, de géneros, de músicas y músicos de esos primeros años. Si eso te complace…

Lo primero que debe quedar claro es que los años 50 fueron los años dorados de toda la música cubana y muchos de esos elementos llegaron a los años 60 y más allá. Todo ello estuvo marcado por acontecimientos socio-históricos que se reflejaron en la música.

En los 60 también ocurren otros hechos y surgen nuevas corrientes musicales con mayor o menor incidencia en la música cubana, y algunos con carácter de ritmos.

Hablando de esas corrientes. Hay un gran conflicto histórico que ocurrió en los años 70, sobre el que mucha gente no se pone de acuer-do, se trata del affaire Beatles/Pello/ideología/prohibiciones. ¿Cuál es el punto de vista tuyo al respecto?

Ciertamente fue una época en que se demonizó la música extranjera, se hablaba de música imperialista, de los conflictos con el jazz y Los Beatles. No quisiera ser injusto en mis criterios o en mi análisis para responder a tu pregunta. Por eso prefiero comentarte algunas ideas: en los 60 surge la Orquesta Cubana de Música Moderna, una formación musical donde se reunió lo mejor de los instrumentistas cubanos de ese entonces, y que fue muy famosa en este país. Tuvo un nivel técnico que he visto en pocas orquestas, tanto que después se hicieron orquestas afines en muchas provincias… pero ese no es el punto ahora. Te decía que fue famosa porque la gente rompía las puertas de los teatros para asistir a sus conciertos, y el repertorio estaba integrado por temas de un swing del carajo, como “Pastilla de menta” y “Vehículo”, que no eran de compositores cubanos, y eso marcó una apertura hacía la música internacional en esos años.

Perdona que te interrumpa. Esa fue la música de tu generación, una generación que habla de la prohibición de Los Beatles y del jazz, aunque para ese entonces funcionaba el Club Cubano de Jazz y había descargas en el Johnny’s Dreams a las que asistían también

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La Gaceta de Cuba 51 50 Entrevista

estudiantes de la ENA, algunos compañeros tuyos. Estaba el trabajo de Felipe Dulzaides en el Salón Elegante del Hotel Riviera con un repertorio de música internacional…

¡Contra, Felipe!, del que no se habla. No olvides que el jazz no es una música masiva. Sí había descargas, pero no eran masivas.

Te sigo contando. No sé de quién fue la idea de demonizar esa música, tanto el jazz como la música pop, el rock y la música norteamericana. Esa música no tenía nada de demoniaco; era la música hecha por músicos en un lugar y momento determi-nado y no era bandera de ninguna ideología. Era la música que formaba parte de la cultura de ese momento, la que se gestó en ese tiempo.

Haber pensado así fue fatal. Es como si alguien dijera que la música barroca era música feudal. Simplemente es barroca. Ah, que se desarrolló en el momento de auge de esa formación económica, coincidencias. Fue un momento en que los músicos para vivir de la música necesitaban un mecenas. Bach para vivir de la música debió ser maestro de capilla de alguien, lo mismo que Händel. Y ahí están sus obras, que son resultado de su talen-to, no del sistema feudal, y son obras maestras. Lo mismo pasa con el romanticismo y el siglo xix.

Fue un momento en el que, además de la música, se demo-nizaron el pelo largo, los pantalones estrechos y otras cosas que hoy nos parecen triviales, aunque de lo que más se habla es de Los Beatles. Lo que debe quedar claro es que la música de esos años, toda esa música, respondía a una cultura que se estaba gestando y que está ahí, trascendiendo en el tiempo.

Que lo del Pello, el mozambique, fuera una alternativa na-cional para contrarrestar esa cultura que llamaban extranje-rizante, me parece lícito; no creo que ningún género musical deba ser demonizando. Si es así, el Estado funcionó como un mecenas. Si hubo una anuencia oficial, bárbaro. Lo que sí pue-do decirte es que el mozambique fue difundido y que todos lo bailaron.

Yo grabé con el Pello, y uno de sus méritos fue reconocer el papel de los trombones como instrumentos dentro de la músi-ca, no solo la cubana. Un papel que gana preponderancia en la música salsa, porque anteriormente toda la fuerza estaba en las trompetas. Acuérdate de Arsenio. Coyunturalmente el Pello fue una persona famosa. El mozambique no es el gran género de la música cubana, pero se pegó, lo mismo que el dengue de Pérez Prado, que es un primo lejano del mambo.

Para no perder esta vibra. Hay otros acontecimientos musica-les de esa década y de las posteriores de los que muy poco se habla. ¿Hubo alguno de ellos que particularmente te impresionó?

Te refieres a los años 70, ¿no? Sí. Podemos hablar de la sal-sa, del tema Irakere, de los conjuntos, de la Nueva Trova, de lo que quieras.

La salsa. Podemos comenzar por ahí. Si tú lo analizas fría-mente verás que era un hecho comercial, un fenómeno neta-mente urbano y cosmopolita, que nace en la ciudad de Nueva York, impulsado por músicos de origen latino (cubanos algunos de ellos como Mario Bauzá y Francisco Machito Grillo); que tuvo una sonoridad muy propia, y con temáticas y letras dignas de ser analizadas con seriedad, que respondían a las vivencias de sus cultores y a esa realidad social, cultural y humana que no era la nuestra.

El público al que iba dirigida esa música no solo se sabía to-das las canciones, sino que además, se sabía todas las improvisa-ciones, que es tal vez uno de los grandes aciertos de esa música. Eran improvisaciones con un sentido real. Todas las guías de Rubén Blades, para ponerte el mejor de los ejemplos, eran ge-niales. Se notaba que habían sido escritas metódicamente para hacerlas parte de la canción. Era literatura musical de alto vuelo, como no había ocurrido antes.

Al final fueron ellos los que mantuvieron “la cubanía musi-cal” hasta la llegada del Buena Vista Social Club. Está el ejem-plo de Oscar D’León, que vino a Cuba haciendo nuestra música tradicional, tocando son cubano con histrionismo, con una voz tremenda y con una gran proyección escénica, cosas que no ocurrían en la música cubana.

Otro acontecimiento importante, ya que me preguntas sobre el tema de los años 70 y posteriores, fue la aparición de la Nueva Trova con todas sus influencias extraordinarias, de muchas mú-sicas diversas, de fusiones. Hay un punto relevante aquí, y es que el músico debe estar abierto a todas las influencias posibles, a todo aquello que le permita crecer.

Las letras en la Nueva Trova comenzaron a adquirir una di-mensión poética tan grande que se convierten en lo más impor-tante. El qué decías estaba por encima de cómo lo decías, sin importar el tono o el estilo. Muchas de las letras no eran de fácil comprensión dada su ambigüedad, resultado de una búsqueda existencial y filosófica. Eso fue insuperable dentro de la música cubana de esos años.

Después de aquel período barroco –para llamarlo de algu-na manera, no es que lo fuera–, vino una trivialización de las letras por parte de la música popular bailable, que fue como un regreso a la era de las cavernas. Al ignorarse estas dos experien-cias que te mencioné, con la consiguiente demonización de esas letras que no son tan complicadas, la cogieron con José Luis, el Tosco, desconociendo además que esas eran las letras que la gen-te cantaba. Nada, que se olvidó la lección que habían dado la salsa y la Nueva Trova.

Ahora es peor. Eso pasa con músicas que están poniendo en los lugares públicos que le sacan los colores de la cara a cual-quiera. Palabrotas y otras barbaridades de las que tú no tienes idea. Y no se trata solo del reguetón, también pasa con lo popu-lar bailable. Y si bien todos decimos palabrotas, malas palabras, no es lo mismo decirlas a que te las impongan.

Está el fenómeno Irakere, que como sabes tiene su origen en la Orquesta Cubana de Música Moderna. Para ese entonces yo ya ocupaba un atril en ella y fui testigo del acontecimiento: fue el primer grupo de músicos cubanos que vivían en Cuba que gana un premio Grammy, y que entra en el circuito del jazz y la música de vanguardia de esos años.

Irakere, más que todo, es el resultado de la combinación del inagotable talento de Chucho Valdés y el virtuosismo de los mú-sicos que lo integraron. Frente a cada atril, a cada papel, había un ejecutante de muy alto nivel –aunque el genio era Paquito D’Rivera–, y actuaban en consecuencia. Eran muchas notas muy bien tocadas.

Originalmente, los integrantes de Irakere no querían irse de la Orquesta Cubana de Música Moderna, pero pienso que ellos no habían tomado en ese entonces conciencia del paso tan importante que habían dado, y tuvieron que enfrentar las con-tradicciones propias de quien trata de combinar dos proyectos, hasta que finalmente les llegó el momento de tomar la decisión que correspondía. E Irakere fue la reconexión de la música cuba-na con el mundo a partir de los años 70.

Hagamos una pausa. Disculpa la interrupción, pero me gustaría preguntarte si es el reguetón el culpable hoy de los males de la música cubana.

Usted puede interrumpir cada vez que quiera. Lo que está pasando –es mi punto de vista, no lo olvides– es la consecuen-cia de la crisis posterior al Buena Vista, la falta de argumentos musicales y sociales con la que nació y creció una generación de cubanos. El origen de esa crisis está en los años 60.

¿Y por qué afirmas que es una crisis posterior al Buena Vista So-cial Club, que es un fenómeno de los años 90? ¿No te parece contra-dictorio ese juicio?

En los 60 ocurren acontecimientos extramusicales que deter-minaron rumbos en la cultura musical cubana. Y el más impor-tante de esos acontecimientos tuvo carácter político, ideológico para ser más exacto.

Hubo una separación musical a ambas orillas del estrecho de la Florida y eso trajo como consecuencia que hubiera dos “visiones” de la música cubana, aunque esta siguió siendo una, pero respondiendo a realidades distintas. Una misma cultura dividida.

Te lo puedo ilustrar con dos nombres: Juanito Márquez y Juan José de la Caridad Picallo con el Conjunto Roberto Faz. Mira, al talento de Juanito Márquez –junto al de Germán Piferrer, para hacer justicia y apegarme a la verdad– se deben los arreglos geniales del pilón y todas esas “innovaciones” rítmicas de Pacho Alonso, además del pacá y otros trabajos importantes hoy olvi-dados. Pero Juanito se va y reaparece en los años 90 con el disco Mi tierra, de Gloria Estefan, que me resulta edulcorado, pero que refleja la visión de “la cultura cubana y su música” desde una rea-lidad distinta a la nuestra. Aun así, es música cubana.

Y a Picallo, que se quedó aquí, se deben los mosaicos del Conjunto Roberto Faz, que son orgullo de la música cubana, lo digo con toda honestidad. Es este, en los 60, el primer con-junto que introduce un trombón, una renovación importante de la que no se habla. Casi no se recuerdan aquel tratamiento armónico donde había una gran cantidad de sonoridades, ni los obligados de trombón de Julián Fernández. Resumiendo, aquel trabajo era una obra maestra.

¿Me permites regresar a lo que hablábamos de los años 70? Puedo seguir mencionando otros conjuntos importantes, como el Saratoga, del que no se habla. También estaba Rumbavana, con sus mambos y esas cinco trompetas. Cada uno tenía sus ca-racterísticas. Pero estaban las charangas. Acuérdate de la Ritmo Oriental, que tenía a toda Cuba metida en un bolsillo con [Juan Crespo] Maza y Tony Calá, más su sección de percusión.

Por años se ha hablado del tema del baile y los lugares para bailar en Cuba. Tú has tocado bailes, ¿qué piensas sobre el asunto, sobre todo del bailador de los años 60 y 70?

Bailes públicos, como tal, nunca he tocado. No porque no qui-siera, se trata de que las orquestas en las que he trabajado no han sido bailables. He estado más vinculado al teatro y al caba-ret, pero te puedo dar mi criterio.

Bailes siempre ha habido y hubo. En los 60 y 70 el lugar más famoso para bailar era el Salón Mambí, en el parqueo de Tropi-cana, aunque estaban también La Tropical y algunos otros sitios; no puedo recordarlos todos ahora. Eran multitudinarios.

Las broncas comenzaron a convertirse en algo directamen-te proporcional a la popularidad. Solución para enfrentar esa lacra, para detener el fenómeno de tanta guapería absurda: se comenzaron a reducir los bailes hasta que casi desaparecieron.

Entonces vino el dilema, y es que la música cubana es esen-cialmente bailable: nota que se toca, nota que se baila. Ahí es el ejemplo del danzón y de los boleros –aunque hoy no se toquen–, permitían que las personas entraran en contacto, que hubiera acercamiento físico más profundo. No es como ahora, que todo el mundo se besa y se toca; que bailan hombres con hombres y mujeres con mujeres sin ningún trasfondo.

Te puedo afirmar una cosa: y es que el público, el bailador, el que consume la música cubana, para nada es tonto y sabe en cada momento lo que debe bailar y aceptar. Ah, al músico corres-ponde ofrecerle algo atractivo y que le ratifique su identidad. La nuestra está en el baile, si se pierde estamos embarcados.

¿Cuándo llegas a Tropicana? O, para ser más específico, ¿cómo llegas al mundo del cabaret?

A Tropicana llego en el año 1993, y ahí estoy hasta el año 2003 como director musical bajo la dirección de Santiago Alfonso

Fernández. Pero antes de Tropicana ya había trabajado en el mundo del cabaret. En los años 70 estuve en el Parisién, cuando Germán Piferrer era el director musical y Silvano Suárez, su di-rector general.

Silvano era no solo un buen director de televisión y de espec-táculos, sino que era un hombre culto y de una sensibilidad hu-mana a toda prueba; te confieso que lo extraño, porque además era un buen amigo. Con Silvano también trabajé en el Habana Libre y después me retiré por diez años.

El cabaret es uno de los lugares más divertidos para trabajar. Es un mundo aparte, tal vez por lo desinhibido que es el perso-nal que trabaja ahí. Es un lugar alegre, la gente es alegre. Es un mundo aparte.

Hay algo que es importante que sepas, y es que, tanto Silvano Suárez como Santiago Alfonso, se tomaban el cabaret en serio. Para ellos el cabaret es parte de la cultura de este país, de la cul-tura del espectáculo, y en cada uno de sus shows hay siempre un planteamiento cultural interesante. Es derroche de buen gusto a la hora de escoger la música lo que les caracteriza –te hablo de Silvano en presente por lo importante que resultó trabajar a su lado y la amistad que nos unió. El ejemplo es que con la formación musical de un cabaret tocábamos a Debussy, sonaba a Debussy y la gente lo asimilaba.

Con Santiago en Tropicana ya no se trataba de tocar todos los días lo mismo, no; se tocaba una música de primera, de va-rias partes del mundo. Sobre todo, en el segundo show, donde se tocaba música cubana hecha en cualquier parte del mundo. Eso era parte de la cultura musical de Santiago, quien tuvo la suerte de conocer el mundo latino en el Nueva York de los 40 y los 50, específicamente en el Bronx, y luego trajo ese aire a su trabajo. Eso, más su formación, fue lo que definió su excelente buen gusto. Esa fusión de músicas y músicos no tiene fronteras.

Del cabaret me tuve que retirar cuando me involucré total-mente con el Buena Vista Social Club, exactamente cuando co-mencé a dirigir la orquesta de Ibrahim Ferrer; fueron años muy lindos, importantes en mi formación cultural y musical, pero sobre todo me divertí mucho.

Hablemos de músicos…Ah, pero hasta ahora, ¿de qué estábamos hablando?En serio. Dediquemos unas líneas a hablar de Juan Pablo Torres,

del trombón como instrumento en Cuba, y otros temas.Vamos a ver, Juanito es el trombonista más impresionante

con el que yo he tocado en mi vida, un músico genial. El trom-bón fue uno de los instrumentos que menos se desarrolló, me duele decirlo, aunque ahora hay una escuela que está dando unos trombonistas espectaculares; y detrás de ello está el traba-jo de profesores como [Alberto] Batista y Álvaro Collado, quie-nes son además instrumentistas activos.

Juanito era un virtuoso de ese instrumento, oriundo de Puerto Padre, igual que Emiliano Salvador. Le dieron una beca y le dijeron que en esa escuela para la que iba había que tocar, y se puso a estudiar trombón con método de flauta. Con ese entrena-miento, cuando llegó a la ENA ya estaba hecho.

El concepto que él tenía en su cabeza de la emisión del ins-trumento, de la forma en que debía tocar, era solo de él. Al final resultó ser la metodología que ya se estaba aplicando en el ins-trumento, sobre todo en los Estados Unidos, pero él llegó a ella de modo autodidacta. No era un gran compositor, sus temas eran limitados; la mayoría de sus temas son de ocho compases; es decir, una melodía y una guía. En resumen, su fuerte no era la compo-sición. Recuerda que estos son mis puntos de vista y mis criterios.

Él trasciende todo eso por su virtuosismo; su centro vital fue como ejecutante del instrumento, además de su trabajo como arreglista y productor musical en discos como el Ulala, de Oma-ra Portuondo.

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La Gaceta de Cuba 53 52 Entrevista

Hoy hay nuevos talentos, así que puede que nos encontre-mos por ahí con otro Juan Pablo Torres.

¿Cómo llegas a la producción musical?Por Juan Pablo Torres. ¿Qué ocurre? En los años 70 y co-

mienzos de los 80 tuve la suerte de que, junto a las cuerdas de la Orquesta Cubana de Música Moderna, fuimos parte de los músicos de sesión en la EGREM, con los productores de esa época. Te menciono algunos como Pedro Coto, Rolando Baró, pero el trabajo fuerte era con Rafael Somavilla y Adolfo Fermín Pichardo Pérez, quienes llegaron a ser directores titulares de la EGREM, es decir, dirigían de verdad. Somavilla era un genio, y Pichardo el que más le sabía al tema, tanto, que yo soy deudor de su metodología, aunque él hoy lo niegue.

Te aclaro algo: hay varios Pichardo. Los de aquí de La Haba-na –uno es pianista y el otro trompetista–, y está el de Matan-zas, que es trompetista y posiblemente uno de los profesores de trompeta más completos de Cuba hoy.

Volvamos a la producción. En ese ambiente que te describía es que poco a poco comienzo a entender y a interiorizar cómo se arma un disco, los pasos, las etapas, muchas de ellas inviolables. Producir un disco es un trabajo de artesanía y de relojería com-pletado con el buen gusto. Eso no falla. Se es artesano cuando se buscan los materiales adecuados: al intérprete hay que armarle el repertorio adecuado; para hacer los arreglos necesarios no se puede poner ni una nota más ni una nota menos; y hay que te-ner un equipo de músicos donde prime la empatía. Eso es muy importante. Y la relojería llega cuando sumas todo eso en el es-tudio y le das un adecuado acabado.

Aquella primera etapa en la EGREM me permitió el placer de hacer los primeros discos de Donato Poveda, de Xiomara Lau-gart, de Lázaro García, hacer los discos de una orquesta como la Riverside. Recuerdo especialmente el disco que produje junto a Iraís Huerta, del trompetista Jorge Varona, que fue, por cierto, el único disco que este grabó en solitario en toda su carrera. Black & White, ganó premio EGREM en aquella época.

No sé. Hice discos con Rolando Baró para una danzonera, junto con Tony Taño, además de hacer arreglos y orquestacio-nes. No me pongas a hacer una lista porque eso es matarme las neuronas. Solo te puedo decir que no paraba de trabajar. Hacía arreglos para la EGREM y a la vez producía discos y tocaba el trombón, tocaba con la Orquesta Cubana de Música Moderna, tocaba en los cabarets. No paraba de trabajar. No tuve vacaciones.

Ya en los 90 tuve una ligera pausa de dos o tres años, pero después reconecté y produje los siete discos de la Vieja Trova santiaguera entre Cuba y España. Produje los discos de Augusto Enríquez, los de Ibrahim Ferrer, los del Buena Vista Social Club, y una lista nuevamente larga. En esto estuve hasta el año 2006.

También están los discos que nunca trascendieron, como el del trompetista Andrés Castro; un disco precioso, con orques-taciones fabulosas, pero Andresito se fue y luego murió, y esa música está perdida en algún lugar, porque no se llegó a publi-car. También está un disco con mi música que pasó sin penas ni glorias.

Hay toda una leyenda alrededor del Buena Vista Social Club, pero se olvidan sus antecedentes naturales como las Estrellas de Areíto, el trabajo de Santiago Auserón y Bladimir Zamora con algu-nas zonas de la música cubana y española, por ejemplo. ¿Qué pien-sas sobre ese tema?

Comencemos por Santiago Auserón. Santiago, más que un hombre de la radio, es un intelectual, un hombre con una com-prensión del fenómeno de la música que es fruto de su apertura al mundo –algo muy importante si se quiere tener una visión universal para entender la cultura propia. Junto a Bladimir Za-mora supo ver las zonas comunes entre la rumba, el flamenco y la trova, y ambos trabajaron en función de ello.

Pero yo te afirmo que la raíz está en las Estrellas de Areíto. Hay que escuchar esos discos para saber que lo que ocurrió no fue espontáneo. Esos son discos de colección, que alguien debe pensar en volver a publicar. Después está la Vieja Trova santia-guera.

¿Es el Buena Vista música del mundo?Dependía del lugar donde se trabajara. Si era en los festivales

de jazz éramos parientes cercanos, si era en otro lugar, lo lla-maban “música del mundo” o simplemente “música cubana”. Yo creo, después de haber recorrido casi todo el mundo, que la música cubana es cabeza de ratón de la música del mundo. Que nadie se llame a engaños, lo que se llama world music en reali-dad es el rock con sus parientes, no es ni la música latina ni la cubana, ni otras.

¿Por qué el rock? Sencillo: tiene una complejidad rítmica mínima, que le llega a todo el mundo, no es tan complicado como la música cubana. Hay mucha gente a la que le gusta la música cubana, pero le cuesta trabajo bailarla, porque no en-cuentran el tiempo.

Y, además, porque los roqueros se abrieron a todo lo que pa-saba en el mundo, no importa cómo se llame, y lo llevaron a su terreno, se nutrieron de otras culturas. Ahí están los ejemplos.

Ahora bien, sin chovinismo, te digo que la música cubana está en el justo medio de ese terreno: en ella caben todos los gé-neros del mundo. En el fondo lo que suena es el son y lo impor-tante es que se difunda. Pasearme por el mundo presentándome en teatros llenos de personas que la disfrutan y la aplauden, con eso a mí me basta.

Hablemos de cosas de este mundo…No hay nada más de este mundo que la música.¿Quién es Demetrio Muñiz? ¿Cómo llegas a la música? ¿Dónde

naciste?Se supone que ese es siempre el comienzo de todas las entre-

vistas… eso quiere decir que estamos a punto de terminar.Nos estamos acercando a la coda.Yo soy el hijo de Lidia Lavalle, diseñadora, sombrerera y con

unas ganas de vivir del carajo. Mi padre no fue músico, era obre-ro gráfico y un hombre de luces. Nací donde nacen todos los habaneros, en Maternidad de Línea, el 22 de diciembre de 1949. Vivíamos en el barrio de Cayo Hueso.

Tengo un hermano mayor, Jacinto, por el cual comencé a es-tudiar música, pero te explico cómo fue, porque mi hermano no es músico: tú sabes que el hermano menor imita siempre al ma-yor, y mi hermano, no sé cómo, terminó en el coro de la Bibliote-ca Nacional que dirigía Carmen Valdés, quien años después fue subdirectora de la Escuela Nacional de Música. En aquel coro estaban María Felicia, Cirita Santana, Jorge Aragón y Zoila Ji-ménez, una de las mejores contraltos que ha tenido Cuba. Han pasado muchos años y se me pueden olvidar nombres.

Entonces, yo hago las pruebas y me aceptan en el coro, y allí estuve como un año y medio, hasta que me fui a alfabetizar. Pasé más trabajo que un forro de catre, pero me formó el carácter. Tenía once años, pero antes de irme a alfabetizar ya había hecho las pruebas para la ENA.

Comencé estudiando violín con un profesor de apellido Mu-serti, uruguayo, con un método que tal vez era el mejor método del mundo, pero a mí no me vino bien. Recuerdo que primero te daba un lápiz para que aprendieras a tomar el arco. Estuve como tres meses con el lápiz; pero a los quince días ya era un genio, y a los tres meses estaba aburrido. Así me pasó con el arco y con el violín.

Fue el profesor Roberto Ondina, uno de los mejores flautis-tas de Cuba, quien ante mi apatía, me animó a cambiar de ins-trumento. Al trombón llego por mi predilección por los colores, sobre todo el azul. A la ENA habían llegado unos trombones

lindísimos, malos, pero espectaculares y recuerdo que a Álvaro Collado le tocó el verde, a Carlos Umpierre el rojo y yo me incli-né por el azul prusia.

Antes yo había hablado, por mi cuenta y riesgo, con el maes-tro Antonio Linares Peñalver, y le pedí que me enseñara a tocar trombón, que el violín no me gustaba. Él me hizo las pruebas, y a pesar de que solo alcanzaba seis de las siete posiciones en un principio –para la séptima debía sacar la cabeza, estirar la vara y volver a tocar–, me gradué.

Mi primer trabajo fue en la escuela de música de Matanzas, como profesor de solfeo y de trombón, por dos años. Al regreso, cuando me entrevisto con Julio Bidopia, que era el director de música del Consejo Nacional de Cultura, me encuentro con dos alternativas: ser trombonista en la Orquesta del Teatro Lírico u ocupar un atril en la Orquesta Cubana de Música Moderna. Te confieso que yo no estaba preparado para tocar en ninguna de las dos. El nivel técnico y profesional de la Orquesta Cubana de Música Moderna para mí era inalcanzable, pero en mi cabe-za loca preferí cubrirme de mierda allí, que de gloria en la del Teatro Lírico. Y a la luz de los años y la vida, es claro que fue la mejor elección.

¿Qué fue lo más difícil para ti en esa etapa?Tocar el trombón. Yo había estado por seis años en la ENA y

se consideraba que los graduados de mi curso, que fue el prime-ro, debíamos tocar como genios. Nada más lejos de la verdad. Cuando uno se gradúa tiene rudimentos para llegar a ser un buen profesional, pero está muy verde. Así entré en la Orquesta Cubana de Música Moderna.

¿Y cómo encajaste en esa formación, teniendo en cuenta los nom-bres y la calidad de sus integrantes?

Los primeros años en la orquesta fueron terribles, pero poco a poco fui superándome y además, conté con la ayuda de mis compañeros, que me aceptaron como uno más. En la Orquesta Cubana de Música Moderna estuve veinte años. Si no hubiera servido, ten por seguro que no hubiera durado ni un día.

Hablemos de la Orquesta Cubana de Música Moderna por den-tro. ¿Cómo eran el ambiente de trabajo, las relaciones entre sus in-tegrantes, esa convivencia entre tantos músicos de tanta calidad y talento?

Te lo resumo en una frase: era una orquesta de personas de-centes. Había jodedores al máximo como Paquito D’ Rivera o Adalberto Lara, Trompetica, que eran del carajo; y estaba la len-gua de Carlos del Puerto. Eran unos personajes del carajo, pero las relaciones eran de personas decentes.

Era una gran orquesta, tanto, que la música que pasaba sonaba a la primera. Y con directores como Rafael Somavilla, Armando Romeu, Piferrer, Tony Taño… Ahí está la historia, lo mismo como orquesta solista o acompañando a diversos can-tantes.

A la luz de este medio siglo, ¿crees que has logrado cumplir o satisfacer sus expectativas, aquellos sueños de estudiante?

Las expectativas y las metas o los sueños vinieron una vez graduado, cuando era estudiante no pensaba en ello. ¿Qué que-ría ser? Director de orquesta, arreglista y compositor. Eso lo he sido y, además, productor discográfico. El estado ideal del músi-co es tocar en una orquesta su instrumento y pasándosela muy bien. Eso es lo que me gusta a mí. Yo además de esos sueños me la he pasado muy bien tocando.

Para terminar hablemos de la familia. ¿Qué le debes?Soy un privilegiado. Conocí a mi esposa, Leonor Rumayor,

cuando éramos estudiantes en la ENA –ella era de danza– y estuvimos juntos casi cincuenta años. Lamentablemente, ella falleció hace unos meses, pero juntos fundamos una familia y lo-gramos combinar, más o menos, sueños y profesión. Tengo dos hijos: el varón, Yaure, es trompetista, y la hembra, Yansa, es bai-

larina; ellos han logrado hacer su carrera independientemente de la sombra de su madre y su padre. Nos salió bien el sueño.

Ciertamente les debí tiempo porque trabajé mucho, pero siempre conté con el apoyo de ellos. Tengo tres nietos. No me preocupa si van a ser músicos o bailarines, me interesa que lo-gren sus sueños, lo mismo que yo. <

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ReleyendoPasajes de la guerra revolucionaria,de Ernesto Che Guevara

Álvaro Castillo Granada

Ya se cumplieron cincuenta años de aquel 9 de octubre de 1967 cuando fue asesinado (des-pués de haber sido tomado prisionero por el ejército boliviano) Ernesto Guevara de la Ser-na, el Che. La noticia se dio en La Higuera y

estalló en el mundo entero causando una conmoción que aún hoy se escucha.

Por un lado, fue el fin del proyecto de crear una base para formar un ejército guerrillero del cual se desprenderían colum-nas que partirían a luchar en los países del cono sur del conti-nente buscando su liberación. Por otro lado, es el nacimiento del mito que no ha cesado de trasformarse hasta convertirse, entre otras cosas, en un imperativo moral para todo aquel que crea que otro mundo mejor es posible. Un llamado a la acción y a la trasformación personal y colectiva.

Cuatro años antes de su muerte (el 8 de mayo de 1963) fue publicado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba un del-gado volumen de 128 páginas con textos suyos bajo el título Pa-sajes de la guerra revolucionaria (ha sido reeditado en numerosas ocasiones, incorporando textos posteriores del Che así como correspondencia relacionada con el tema). Este libro vino a su-marse, sin pretenderlo, a aquellos que lentamente iban forjan-do lo que con el tiempo se vino a llamar “testimonio” o “novela sin ficción” (género híbrido y mestizo del cual forman parte, en Latinoamérica, textos fundamentales como Operación masacre (1957), de Rodolfo Walsh, y Cimarrón (1966), de Miguel Barnet). Un año antes de su publicación, Roberto Fernández Retamar había escrito en su artículo “La creación artística en la Cuba re-volucionaria”: “Hay allí una nueva literatura, caracterizada por su despreocupación de toda moda literaria, y su apego escueto, y por lo mismo conmovedor, al hecho real”.

El Che acostumbró a lo largo de su vida a llevar un diario en el que anotaba “pasajes”, notas esquemáticas que, en numerosas ocasiones, se trasformaron en textos narrativos (como el libro del que hablamos y, publicados con posterioridad a su muer-te, Notas de viaje, en 1993, y Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, en 1999). Lo aparentemente circunstancial se convertía entonces en material para escritos que perseguían en lo funda-mental tres cosas: llegar a un receptor que los leyera con agrado e interés (de ahí la búsqueda de una forma narrativa adecuada para lograr esto), testimoniar sobre la experiencia que se esta-ba viviendo y sacar conclusiones que sirvieran para analizar y entender los procesos y los acontecimientos en los cuales había participado. Todo esto bajo una sola premisa: la exactitud.

¿En dónde radica el atractivo que pueda tener este libro para el lector de hoy?

Creo que son varios los puntos por los que vale la pena acer-carse a su lectura.

La calidad de su prosa: precisa, austera y coloquial. Leemos estos textos con una doble convicción. La primera: que el autor participó en ellos. La segunda: que se nos está contando la ver-dad. Sin adornos ni dobleces: “estrictamente veraz el narrador; que nunca interviene para aclarar una posición personal o mag-nificarla o para simular haber estado en algún lugar, diga algo incorrecto”.

La condición de “pasaje” es lo que hace que estos textos ten-gan una carga significativa y emocional intensa. Son fragmentos de tiempo que se han quedado fijados en la memoria y que, gra-cias a la escritura, logran condensar experiencias que van más allá de sí mismas y que necesitan encontrarse con un lector para dejar constancia, testimonio, fe. El Che mira y a través de lo que mira se trasforma. Sus textos abren puertas y ventanas.

A la manera de una novela de iniciación, estos pasajes dan cuenta del proceso de construcción de una epopeya y del ser humano inmerso en ella: “De muchos esfuerzos sinceros de hombres simples está hecho el edificio revolucionario, nuestra misión es desarrollar lo bueno, lo noble de cada uno y convertir a cada hombre en un revolucionario; de Davides, que no entien-den bien y Banderas que murieron sin ver la aurora; de sacri-ficios ciegos y de sacrificios no retribuidos, también se hizo la Revolución” (“Cuidando heridos”).

Sin dejarse tentar jamás por lo solemne y acompañadas por pinceladas de humor negro, estos textos son las ráfagas de tiem-po (o “recuerdos en ráfaga”, como diría Orlando Borrego) que nos permiten entrever cómo se fue haciendo a sí mismo aquel que, con “una voluntad que he pulido con delectación de artis-ta”, se trasformó en un hombre cuya máxima aspiración era de-cir la verdad y ser honesto.

Y leerlos hoy en Colombia, en medio de la construcción de un proceso de paz que necesita del concurso de todos nuestros “modestos esfuerzos”, es un llamado, una invitación, a decir la verdad que puede reparar para evitar que la historia personal, las pequeñas historias, se pierdan en medio de las versiones de los que se crean vencedores.

La historia de un conflicto de más de medio siglo necesita y debe ser contada (como ha venido haciendo, entre otros, Al-fredo Molano en sus libros Los años del tropel, Siguiendo el corte, Trochas y fusiles, Ahí le dejo esos fierros y, más recientemente, A lomo de mula).

Las pequeñas memorias, las historias de vida, de aquellos que padecieron e hicieron la guerra, son las que permitirán que nos encontremos de igual a igual, mirándonos a los ojos y no a los botones de la camisa, para poder emprender la construcción del nuevo país que todos merecemos.

Bogotá, Colombia, 2 de septiembre de 2017

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Recordandoa Ida

Adelaida de Juan

Conocí personalmente a Ida Rodríguez Prampoli-ni –la Chacha– a mediados de la década de 1970, cuando Jorge Alberto Manrique, entonces al frente del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-

co, convocó a un coloquio sobre “Dicotomía entre arte culto y arte popular” a celebrarse en Zacatecas. Tuve allí el gusto de sa-ludar a viejos conocidos como George Kubler (a cuyo exigente seminario en la Universidad de Yale, por gentileza suya, yo ha-bía asistido), Mario Pedrosa, Marta Traba, y de conocer a Teresa del Conde e Ida Rodríguez Prampolini. Ida fue particularmente amable conmigo: no solo me acompañaba en todo momento, con preguntas sobre Cuba, sino que atendió y comentó genero-samente mi ponencia, al tiempo que me maravilló la suya por su contenido y por la forma impecable y sumamente atractiva en que la exponía.

Fui interesándome en la historia de su familia, originalmen-te cubana, que emigró a Veracruz a finales del siglo xix para sal-varse de la persecución colonial española a patriotas cubanos. Terminada la guerra, parte de la familia regresó a Cuba, parte permaneció en Veracruz. La reina del carnaval veracruzano que fue la muy bella Ida añoraba conocer a sus parientes en nuestro país, y cuando cumplió quince años pidió como regalo que la trajeran aquí, y luego viajó en muchas otras ocasiones a Cuba.

Precisamente en La Habana coincidimos de nuevo en una labor común. Ambas formábamos parte en 1986 del jurado de premiación de la II Bienal de La Habana, que ella presidía. Eso significaba que nos veríamos diariamente, a partir de la nueve de la mañana, durante seis o siete días. Bajo su dirección, el tra-bajo del jurado fluía con bastante armonía, aunque, francamen-te, no recuerdo qué idioma usábamos los latinoamericanos del

jurado –Ida, el uruguayo Luis Camnitzer, el argentino Antonio Seguí y yo– con el mozambicano Malangatana y el hindú Cho-pra: supongo que el inglés.

Recuerdo bien dos de los premios que se otorgaron el último día de nuestras deliberaciones: unos bastones que envió Mar-ta Palau de México y montó Helen Escobedo; y, sobre todo, la instalación-performance ejecutada por el cubano Manuel Men-dive, que culminó el día de la inauguración, transitando por la calle y a la cual se le iban sumando las gentes vecinas.

Algunos años después, en 1990, coincidimos de nuevo en un evento teórico, esta vez en São Paulo. Ida estaba acompañada por Rita Eder, y como nos instalaron en el mismo hotelito, yo me uní a ellas casi todo el tiempo. Al final del evento, Ida me dijo que ellas romperían el obligado tramo a Rio de Janeiro para visitar el maravilloso santuario realizado por O Aleijadinho. Suspiré, pues soñaba con ese santuario, obra cumbre de la América colonial. Ida inmediatamente me invitó, aclarándome, sonriente, que si ella no gastaba el dinero que le habían entregado al recibir la invitación, “sabe Dios quién se lo gasta y en qué”. Me regaló así unos días maravillosos, pernoctando en un encantador hotelito que era una de las obras iniciales de Oscar Niemeyer, aún bajo la influencia de Frank Lloyd Wright. Ida y yo estuvimos de acuerdo en preferir la figura del profeta Daniel, entre las extraordinarias figuras que El Lisiadito esculpiera para el atrio de la iglesia.

En el año 2000 Ida volvió a Cuba como integrante del ju-rado del Premio Literario Casa de las Américas, y volvimos a encontrarnos.

Por esa época ya se había instalado una costumbre entre la Chacha y yo cuando ella visitaba La Habana. Almorzábamos juntas, y luego de una buena charla post-pranzo, ella me pedía que la llevara a casa de su tía, la notable pianista Margot Rojas, quien vivía cerca de mi casa en El Vedado.

Cuando Ida estuvo al frente del Instituto Veracruzano de Cultura, nos invitó a Roberto y a mí a un evento teórico. El fin de semana antes de su inicio nos hizo pasarlo en su fabulosa casa en las afueras de Veracruz. Nos cedió su dormitorio, dise-ñado a la manera de proa de barco frente al mar, con gran timón al pie de la cama. Recorrimos con la Chacha ese espacio suyo, la torre de su hijo Daniel Goeritz, el recinto que servía de comedor, su biblioteca alejada de la costa como protección ante la posible furia del mar, la construcción a la entrada, donde estaba su hijo Ferrucio Asta con su hijita de apenas un año.

Ferrucio acompañó a Ida en una de sus frecuentes visitas a La Habana. En esa ocasión, él se encargó de pasar las diapositivas (todavía era la época) para una brillante conferencia de la Cha-cha sobre un pintor popular que había descubierto. Lo popular era uno de los intereses permanentes –así como sus derivaciones sobre lo kitsch– que alimentó su labor investigativa a lo largo

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Obituario

El 5 de septiembre, el cine cubano sufrió la pérdida, a los setentaicuatro años, de Ricardo Istueta. Comenzó su carrera en el ICAIC en 1961 en el Departamento de Sonido, primero como auxiliar de grabación, después como microfonista y con posterioridad como grabador de sonido. En su vasta trayectoria participó en la elaboración de la banda sonora de unos setenta documentales y más de una treintena de largometrajes de ficción, entre los que destacan: La muerte de un

burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966), Cecilia (Humberto Solás, 1981), Clandestinos (Fernando Pérez, 1987), Hacerse el sueco (Daniel Díaz Torres, 2001, por el que recibió el Premio Caracol a la mejor banda sonora) y El Benny (Jorge Luis Sánchez, 2006), entre otras.

Días más tarde, el 8 de septiembre, conocimos de la muerte, a los cuarentaicuatro años, del poeta y narra-dor santiaguero Eduard Encina. Licenciado en Educación Artística y profesor de Apreciación de las Artes Visuales, Encina era además el editor del blog Cimarronzuelo Oriental, y líder en su ciudad natal del Grupo Li-terario Café Bonaparte. Ganador de los Premios Calendario de Literatura para niños y de Poesía (2002, 2004), Premio Hermanos Loynaz (2015), y recientemente Premio de Poesía La Gaceta de Cuba (2017). Algunos de sus volúmenes publicados son: De ángel y perverso (2000), El perdón del agua (2004) y Lecturas de Patmos (2011), así como El silencio de los peces (2003, poesía para niños) y Las caravanas (Ed. Caserón, 2013, narraciones para niños). En el próximo número, La Gaceta dedicará un dosier a rendirle homenaje.

El 12 de octubre, el cine cubano conoció de la muerte, a los ochentaisiete años, de Hilda Roo, cuyos inicios se remontan a 1949 en la compañía de películas Metro Goldwyn Mayer (MGM) en Cuba, como oficinista, programadora y secretaria. Luego, al fundarse el ICAIC, pasó a trabajar en diferentes departamentos (Direc-ción de Cortometrajes, Subdirección de Programación Artística, Dirección de Producción Cinematográfica) hasta años recientes en que cooperó en la organización del Patrimonio Nacional (Archivo Fílmico). Colaboró con el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, los Grupos de Creación Cinematográfica, la organización de la Cinemateca de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y los Festivales Cine Plaza. Por su trayectoria, recibió entre otras la Distinción por la Cultura Nacional y el Diploma por los treinta años del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. En marzo de este año le fue otorgada una Mención Honorífica durante la entrega del Premio Nacional de Cine.

El 24 de octubre, fallece en Miami a los sesentaisiete años el fotógrafo cubano Ramón Martínez Grandal. Graduado de la Escuela Libre de Artes Plásticas y con estudios de Museografía y Museología en el Museo de Bellas Artes de La Habana, trabajó como diseñador gráfico y comenzó su camino en la fotografía desde el Consejo Nacional de Cultura en los años 70, junto a quien fuera su tutor, el también fotógrafo Tito Álvarez. En 1998 recibió en Venezuela la Mención del Premio de Fotografía Latinoamericana “Josune Dorronsoro” del Museo de Bellas Artes de Caracas, luego el Premio Único del Festival Internacional de la Luz (2000) y el Premio de Fotografía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre las múltiples publicaciones donde aparecen fotografías suyas destacan sus libros Camera (ensayo fotográfico, Suiza, 1980) y La Ciudad de las Columnas, con textos de Alejo Carpentier (Editorial Bruguera, España, 1982).

El 30 de octubre, murió, a los ochenta años, el conocido tresero Isaac Papi Oviedo. Hijo del legendario músico Isaac Oviedo, comenzó a tocar el tres cuando contaba con solo quince años de edad. Como uno de los más prestigiosos músicos tradicionales de Cuba formó parte de distintas agrupaciones como el Conjunto Chocolate y la Orquesta Revé, y participó de varias giras internacionales del grupo Buena Vista Social Club, y, más recientemente, con los Soneros All Star. <

56 La Gaceta de Cuba

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2017noviembre/diciembre

de su vida. Recuerdo, en su casa y al lado de una colección de objetos de ese tipo, una gran fotografía de Ida con Fidel durante la inauguración del Museo Granma en Tuxpan. Ida, radiante, es-taba vestida de blanco.

Vestida de blanco estaba la última vez que la vi. De nuevo, al cabo de años, Roberto y yo fuimos invitados a un evento en Veracruz. Tuve el gran gusto –que consideré un honor– de par-ticipar directamente en un homenaje oficial a Ida. Ella nos llevó a pasar el domingo en su casa de la playa, con su hijo Daniel Goeritz. Ida se veía feliz, aunque ya un tanto limitada. Conversó animadamente con nosotros hasta bien entrada la tarde.

Ida murió poco después de haberlo hecho los también mexi-canos Jorge Alberto Manrique y Teresa del Conde. Siento que con sus recientes fallecimientos se ha cerrado en su país una

época que contó con la activa participación de notables críticos de arte. Entre ellos, la voz de Ida se dejó oír en todo momento con acertados criterios aún vigentes.

Durante su vida reseñé con entusiasmo la extraordinaria obra en tres tomos que ella coordinó sobre el muralismo mexi-cano. Y ahora mismo estoy escribiendo una reseña del que vino a ser su último libro, publicado el año pasado (La crítica de arte en el siglo xx, compilado por Cristóbal Andrés Jácome). Se me ha hecho saber que ella quería que yo presentara ese li-bro en Cuba. Fue la última alegría que me dio aquella criatura inolvidable.

El Vedado, octubre de 2017

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Alberto Garrandéso el éxtasis de la palabra

Mi primer contacto con la obra de Al-berto Garrandés (La Habana, 1960) se

debe al lejano 2004, cuando a mis dieciséis años me dispuse a abando-nar mis estudios en el preuniversi-tario vocacional de Ciego de Ávila, para continuarlos en una escuela de trabajadores sociales por allá por Holguín. En ese entonces una amiga me escribió una larga carta y se des-prendió de uno de sus libros preferi-dos para obsequiármelo. Así llegó a mis manos Fake, novela de extrema sensualidad que devoré en apenas unos días y que he vuelto a releer en dos puntos indeterminados de los trece años que hoy distan de ese pri-mer encuentro.

Así creé cierto fanatismo que me llevó a leer múltiples obras de este autor: Cibersade, Las potestades incor-póreas, Las nubes en el agua; y varios de sus ensayos sobre cine y literatura.

Y ahora Kashmir (Ed. Ávila, 2016), su primer libro de poemas, debut de Garrandés en este género que es gé-nesis, matriz, núcleo rector de toda pretensión literaria. Y justamente la primera inquietud, tras la lectura, responde a si es realmente poesía lo que uno está enfrentando. Pequeñas prosas que a ratos se antojan relatos breves –ocultan y desocultan esce-nas, personajes, posibles argumen-tos– y a ratos parecen puntadas,

presunta ilación de un texto mayor que puede ser sobrentendido como una novela. Lectura que confieso difícil; es un libro que para ser com-prendido y disfrutado a cabalidad requiere de segundas lecturas. Una vez que se logra esto, los textos co-bran vida por sí solos, entonces pue-des tomar cualquier página al azar y leer sencillamente para gozar, para extasiarte.

Y justamente es el éxtasis una de las huellas más notables de Kash-mir. Las imágenes, las situaciones, las atmósferas creadas dentro del libro provocan un arrobamiento es-pontáneo, un embeleso por ciertos escenarios que constantemente per-manecen entre sombras, se mues-tran apenas, pues este es un libro en el que la fuerza, lo rotundo, no reca-la en lo dicho, sino en lo callado, en aquello que se agita tras bambalinas. Si Montesquieu decía que la palabra había sido dada al hombre para ocul-tar su pensamiento, acá Garrandés la utiliza para ocultarnos el sumumm, la materia primordial que lo llevó a escribir este poema fragmentado en casi un centenar de esquirlas; pues no solo en los enunciados hay goce, fruición, paladeo, sino que también se nota que hay un deleitarse en la palabra por su connotación y sonido, incluso en una de estas breves piezas Garrandés llega a anunciarnos: “Algo había con la sangre o con la palabra

sangre…”,1 para luego, en otro frag-mento decirnos: “No soy más que un salvaje emporcado por el exceso de palabras, un troglodita confinán-dose en la suntuosidad brutal de los recuerdos”.2

La atmósfera de Kashmir es suma-mente atemporal, cualquier tiempo histórico o actual le asienta. Por otro lado, el espacio parece ser disputa-do entre lo oriental y el uso mínimo de un lenguaje altisonante que res-ponde a geografías más cercanas. La presencia constante de Lady Murasaki (trasfiguración de una amante desleí-da en la figura de Murasaki Shikibu, autora de Genji monogatari); el des-velo provocado por un kimono, que a ratos es mirado, rozado, recorda-do con nostalgia o arrobamiento, así como la alusión constante de la lle-gada a Kashmir, confirman la existen-cia de una historia latente detrás del texto; historia que al lector le tocará ajustar, o comprender, de la manera que le resulte más apropiada a sus vivencias, lecturas, anhelos.

Mi lectura personal me arrojó por un mar de sensaciones, por una emanación continua de experien-cias que al llegar a la palabra apare-cen despojados de todo lo que no es esencial, un mundo donde lo onírico y lo sicodélico se dan la mano para corromper, socavar o salvaguardar la pureza del recuerdo. Un poema erótico y erotizante que rehúye a pri-

}libros

libros

57 Kashmir, de Alberto

Garrandés.

58 Poesía completa, de

Georgina Herrera.

60 La quietud, de Yunier

Riquenes.

60 Fuera de revoluciones,

de Maylin Machado.

teatro

61 Sistema, de Abel

González Melo.

Page 30: 20 noviembre / diciembre 17 - UNEAC | Sitio Oficial · gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario cubano Fructuoso Rodríguez. El crítico de arte

La Gaceta de Cuba 59 58 Crítica / noviembre-diciembre 2017

vilegiar el uso de imágenes comunes dentro de lo sexual, que conforma un mundo voluptuoso muy personal e intrínseco. La excitación puede lle-gar a través de la descripción de un paisaje, de un instante bucólico, de la mención de una comida o bebida, o sencillamente a través del uso de la palabra, de un enunciado o metáfo-ra que nos arroja por el camino de la carne, la fricción, el sexo: “La carne de los nísperos crece milagrosa en el patiecito que nos resguarda”.3

A ratos aparecen preanunciacio-nes cálidas, exaltaciones de manso lirismo, y en otras el poeta se des-calza de ropajes para llegar con más precisión al centro de lo que quiere decirnos, al punto de casi ser abrup-to, tosco, pujante. El poema parece trascurrir por diferentes facetas; se-mejan el juego sexual de dos aman-tes que se aman y desaman, unas veces se desandan con ternura y en otras ocasiones lo hacen con furor, con rabia, con apetito antropófago, escatológico.

Para finalizar, quería decir sola-mente que extrañé un índice en el libro –no sé a quién se le ocurrió que no era necesario–; que la fotografía de cubierta me parece acorde –dia-loga perfectamente con el texto–, mientras la de contracubierta me parece espantosa, ridícula, chea; que el logo de ediciones Ávila puede arruinar cualquier diseño por muy cercano a lo aceptable que este sea –¡por favor cámbienlo!–; y, por úl-timo, advertir que el libro posee a modo de prólogo un largo texto del autor, titulado “Poética”, que a mi entender está de más, sobra, es un obstáculo abusivo para cualquier lector posible. No es un mal texto, es un texto genial, esclarecedor, pero me alegro de haberlo leído al final, cuando ya casi tenía hasta ter-minadas estas palabras, porque si lo hubiese hecho antes de la lectura y la escritura, este hubiera condicio-nado, y medio aniquilado, ambas acciones. Por ello le recomiendo a quien se acerque a Kashmir que ol-vide este texto-prólogo-ensayo, que considere que no existe y vaya direc-to al poema, al meollo. Deléitese con las imágenes, goce con las palabras, véngase entre libros y recuerdos, en-tre desnudeces rasuradas, en el albor de los aceites mezclados con sangre.4

Heriberto Machado Galiana(Venezuela, Ciego de Ávila, 1987).Poeta.

1 Alberto Garrandés: Kashmir, Ed. Ávila, 2016, p. 67.

2 Ibíd., p. 75.3 Ibíd., p. 78.4 Ibíd., p. 48.

Georgina Herrera y el

árbol tutelar de la familia

La prueba de que todos po-seemos un destino, pese a que con frecuencia se nos entierra vivos o se nos con-

vierte en casas hechizadas, viene a entregárnosla, con creces, la vida y la poesía de Georgina Herrera, que acaba de ser recogida en libro en un loable esfuerzo de la Editorial Letras Cubanas.1 De una tenacidad que se sobrepone o se autoconstruye en nacimientos y testimonios habré de hablar, de una voz que canta al reino de la familia, o lo evoca, aún perdidos sus dominios. Es la sangre equipara-da quien cuenta la leyenda, y de ella se sostiene. Por eso entro a su obra completa sin camisas de fuerza o vi-siones preconcebidas que pudieran establecer la lectura del prólogo.

De su primer libro, G.H, que esta edición me permite leer, puedo decir que es la obra de alguien que se sabe poeta y avanza, entre giros y conflic-tos propios, o dolorosos crecimientos creativos, hacia una forma aún por lo-grar. Ya en los otros la maternidad es contemplada como un gran sacrificio eclipsado por la majestad del fruto en que el hijo se constituye;2 como algo raigal e imprescindible para que ella “aprendiera/ definitivamen-te/ a manejar la dicha y la agonía”.3 Contemplamos a una madre tierna y orgullosa que canta su condición –plenitud que se alcanza en esa vida doméstica al amparo de los hijos, la mujer es feliz porque es madre; véan-se en ese sentido los poemas “Hija buscando a su madre” y “Como una foto rápida, en familia”,4 donde el dis-frute de la unión familiar se recuerda intentando agruparse de nuevo– o la problematiza ante los avatares cruen-tos del vivir, ya sea por la pérdida de los hijos o por su lejanía, en lo cual percibimos el anhelo de los momen-tos de comunión familiar:

La que antepone a todo la ternura

Suave mujer. La mitad de tu mundo(con tres años), a horcajadasanda sobre tus hombros.Débil sandalia en su pie espoleael pecho que la ama. Dice“¡caallo!”. Bajasu cabeza. Tú, la tuya alzasy se besan.Así,los viejos dioses de Occidenteno han de llevarte hasta el Olimpo.Probablemente se te olvidan

nombres famosos,fechas trascendentes. Peroeres la más dichosa.5

En ese afán y éxtasis de cantar a la paz del hogar y de los hijos en co-munión, construye diversos relatos de amor y ternura infinitos, para los que tiene una curiosa habilidad que muestra no solo en estas semblanzas domésticas,6 sino en las que dedica a ciertos seres desdichados, desvaí-dos, como pueden ser la solterona, el ahorcado, la prostituta, la querida, contemplados desde el cristal de la muerte, o a determinados perso-najes históricos y literarios. Entre esos seres ocupa un lugar especial el niño, que hace aparecer el tema de la muerte de los hijos como premoni-toria presencia desde su primer libro publicado:

Natacha

Natacha, tu jugueteduerme apacible el sueño lamentable.Llega su hermano poderoso y único.La reducede seda original y tibia espuma,a su pequeño nombre dispersado.Natacha se ha fugado hacia las sombrasdespavorida, huérfana, cortada.Al no encontrar un borde de qué asirse,lenta se rueda sola a las tinieblas,se ovilla en las pupilas de su padre.Natacha será un cuentopara niños que duerman por las tardes.Alguien pone claveles sobre un mármolblanco y bajo el mármoluna suave montaña de recuerdosno sirven ya de nada. Bajo el agua veloz del pensamientola cuna de coral se vuelve agua.Natacha se disuelveen la sonrisa opacada de su madre.7

Y se repite, ya angustioso y des-garrado, en la narración de la expe-riencia propia:

Una niña: su muerte

Tan pequeñito espacio necesitasy la casa tan grande que te han dado;hondacomo el color eterno de tus noches,tan alta como el cielo.Pobrecita.No tú, la muerte.

Y tu madre que ya sabeapenas desechados sus juguetesla verdadera causa de un sollozo.Ay, si fuera verdad que un día pudieraLlegar a ti y, besándote,animarte.Y si fuera verdad vivir de nuevo.¡Ay, qué bueno por ella!8

Llama la atención aquí el intento de distancia en la poeta de la realidad tristísima que cuenta, el impulso de objetividad ante una realidad tan agresiva, que no cursa exento de ter-nura. Este concepto preside el pensa-miento poético de Georgina, siempre envuelto en signos de cordialidad y amor, y puede encontrarse a mane-ra de vocablo frecuentemente en su poesía. Pues la profunda ternura que la habita cuando describe “los privile-gios” de su don de madre es casi te-lúrica. Y no otra cosa muestra que su visceral necesidad de amor, que solo puede ser satisfecha en la evocación.

El universo fructuoso de la madre acompañada por sus hijos pequeños no solo es el espacio que se año-ra. Hay poemas que son delicados pretextos para cantar el paraíso de la historia familiar, de la niñez de la escritora; o refieren las relaciones madre-hija, reinterpretadas cuando la hija experimenta bien profundo el hecho de ser madre.9 El universo de lo femenino se refleja aquí en varios poemas bien logrados donde la voz es auténtica y raigal, donde puede ser aquiescente con la injusta situa-ción en que la coloca la pareja, y la describe, a manera de retrato, con agudeza, pero la acepta;10 o muestra el desasosiego del amor, o recrea las difíciles relaciones entre madre e hijo;11 y certeramente presenta a través de una imagen la esencia su-frida de la mujer: “no sé lo que me hizo/ pagar siempre con sangre/ las breves claridades que de mi oficio tuve”;12 también puede ser abordada la naturaleza femenina, no solo la que emana de su ser, sino la que debe fin-gir –una naturaleza violentada– para mantener un lado astuto y oculta-mente peleador junto a los hombres; y además reflejan un reencuentro con lo amado y doloroso que quedó en el pasado, ámbito indudable de la familia.

Si tuviera que escoger un rasgo definidor de su poesía, escogería ese, la importancia de la familia, más allá de esa zona de su poesía que condena al racismo, el canto al dios

de la sociabilidad de la familia que se inclina una vez más en esta obra para demostrarnos que la poesía es la sombra de la memoria, como lo pudo ver José Emilio Pacheco; que aflora hasta en los numerosos retratos que hay entre sus poemas, en muchos de los cuales une familia y muerte, o nos cuenta una historia de vida, de toda una vida, en la descripción del instan-te de la muerte, en un retrato ornado por la muerte una historia de vida.13 Así la infancia –la casa de la infancia– y el pasado se constituyen en catego-rías donde la familia se representa, incluida y amalgamada; la que la creó y la que ella conformó, desde un pre-sente de madre solitaria. El esplendor y el caos de su núcleo afectivo que-dan elocuentemente expresados en este par de imágenes: “pechos panal para la miel de aquellas/ indefensas boquitas ávidas,/ pechos abejas agui-joneando en vuelo total inevitable”, donde el universo del dolor es una incógnita que no ha entregado todo lo que es, todo lo que sabe. En tal sentido podemos encontrar varios poemas que clasifican como curiosas artes poéticas, elocuentes, eficaces, y son los siguientes: “Sobre el poe-ta, el amor, la poesía”; “El tigre y yo durmiendo juntos” y “Excusas con S.O.S”.14 Así la poesía es el espacio en que el poeta puede hablar con los muertos. Gestos, voces, conver-saciones fragmentarias, afectos, desdicha, felicidad… sombras que pasan, que toman cuerpo, que brillan un instante, que se hacen tenues, que huyen.15

Estamos en presencia de una poe-sía de signo sigiloso y desgarrado, con lances rotundos que le aportan vitalidad a su expresión.16 La reflexión que viene con la emoción de adentro, cuando no es esperada, es de lo que más valoro en la poesía de Georgina Herrera, que es directa, sin imáge-nes cuidadas, pero limpias y tenaces, como las formas en que actúa mu-chas veces la naturaleza.

Caridad Atencio (La Habana, 1963).Poeta y ensayista.

1 Georgina Herrera: Poesía Completa. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2016. Sobre la idea manejada consúltese, Hilda Doo-litte (H.D), prólogo de Pura López Colo-mé a Poemas escogidos, Ed. Hotel Ambos Mundos, México, 1996, p. 12.

2 Esta idea recuerda el parlamento que escuché hace poco en la calle: “Madre es estar dispuesta a los más grandes sacrifi-cios, y no esperar nada a cambio”.

3 Georgina Herrera: ob. cit., “Anaisa I”, p. 63.4 Ibíd., p. 440 y 441.5 Ibíd., p. 92. Véanse también los poemas

“¿De noche? Con los hijos”; p. 140, “Ella ha descubierto su corazón”, p. 142 y “Con la mejilla sucia y no lo sabe”, p. 143.

6 Véanse los poemas “Ella durmiendo”, p. 144 y “Ella otra vez durmiendo”, p. 145.

7 Ibídem, p. 36.8 Ibídem, p. 77.9 Véase el poema “Mami”, p. 88.10 Véase el poema “Así regresas siempre”.11 Me refiero al siguiente poema:

Una mujer parada está en la puerta…que da a la calle.Tan poca cosa esque ni dejar de ser ya puede.Pero sus ojos, casi sin ver,escapantras el hijo.Vino a verlapor no tener valor para quitárseladel hombro o la memoria.Ahora la despedida es no mirarlani alzar la mano que tan poco cuesta.También es poco cuantoqueda de lo que fue,tan pocoque no recuerda quién es o que está sola,cuidada por quién sabequé sensación en alguien de profunda

lástima.Nada recuerda, o casi naday, digo casiporque al que se va sin despedirsesus ojos neblinosos lo acompañanigual a cuandolo hacía con toda su belleza.Y la fuerte, maternal rutina:“Cuídate, vienes mañana, como quieras”.Entonces había un besodado con prisa, mas su amor bastabapara tapar en él esa increíble ausencia.Pero ahora…el tiempo, siempre el tiempocobrándose quién sabe qué desastresla sepulta, ahí, junto a la puerta,le da la dimensión de… menos que un

suspiro.12 Véase el poema “La obstinada”, p. 30.13 Véase el poema “Mañana última, p. 207.14 Véanse las páginas 293, 331 y 336, res-

pectivamente.15 Olvido García Valdés: “Cruz negra sobre

fondo blanco”. Prólogo a El canto y la ceniza, antología poética de Anna Ajmá-tova y Marina Tsvetáyeva, Ediciones de Bolsillo, Madrid, 2008, p. 13.

16 Me quedaría con imágenes como estas: “un poco más de sangre sin amor”, p. 45; “Sea siempre en mí,/ repito, el viento que me deja donde/ es el cuerpo toda la mansedumbre/ y el corazón la única vio-lencia., p. 114, y “¿Dónde, en ustedes, la sangre/ como un montón de flores cie-gas?”, p. 132.

El 11 de octubre pasado, el escritor Abilio Estévez recibió el pre-mio Lire en Sorbonne 2017 que otorgó esa Universidad parisina para celebrar el centenario de su Instituto de Estudios Hispánicos. Estévez fue reconocido por la novela El bailarín ruso de Montecarlo (2010).

Según afirma la página web de esta insigne institución académi-ca, “la idea ha sido reconocer a un autor contemporáneo de lengua española, a partir de una selección de obras elegidas entre las publi-caciones recientes en España y en países de América Latina”.

El premio fue atribuido por un jurado formado con estudiantes de los tres años de Licenciatura y los dos años de Máster, apoyados por los profesores de literatura, tras un período de lectura y crítica de las obras que correspondió a un año universitario (octubre de 2016 a junio de 2017).

El autor nació en La Habana en 1964. Sus últimos libros publi-cados son las novelas El año del calipso y Archipiélagos (ambas por Tusquets, Barcelona, 2012 y 2015 respectivamente), y el volumen de ensayos Tan delicioso peligro. (Consideraciones sobre literatura y tiem-pos difíciles) (Folium, San Juan, Puerto Rico, 2016). Entre otros reco-nocimientos, en 1986 su volumen de poemas Manual de tentaciones recibió el Premio “Luis Cernuda”, en Sevilla.

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La Gaceta de Cuba 61 60 Crítica / noviembre-diciembre 2017

Nuestra quietud

Yunier Riquenes me pidió que leyera su novela La quietud y que me buscara ahí. Pensé que lo decía

solo porque en una de las primeras páginas escribió mi nombre y apelli-do. Pero no, en La quietud hay más de mí, más de lo que fue nuestro grupo en los años de universidad: aquellas historias que nos contamos hasta perder el sueño… La verdad, no creo que alguno de nosotros sos-pechara que Yunier estaba espiando para, años después, sacarlo todo a La Luz con esta novela. Y digo La Luz, porque fue esta editorial la que pu-blicó el libro, su primera experiencia con la novela después de una impre-sionante trayectoria en otros géneros literarios. Todos en el país han vuelto los ojos a esta casa editora que bus-ca unir lo útil a lo agradable en cada una de sus producciones. Es así. Y La

quietud es un libro bello, trabajado con sobriedad en la cubierta y el inte-rior, demostrando que con modestos recursos se puede llegar a un produc-to final simplemente hermoso, que dignifique el talento de los escritores publicados.

Volviendo a las historias del li-bro: nos encontramos de frente con las realidades de la gente común, la gente de a pie que sigue viviendo en la Cuba profunda, los que no se rinden y buscan entre lo podrido una oportunidad para ser mejores. Re-gresa Yunier a los temas neurálgicos de su literatura: la pérdida, el dolor, la muerte, pero también la felicidad escondida en cualquier rincón, en la más pequeña sonrisa de un niño… la suerte. Y me preguntaba por qué la quietud es tan importante, debe ser porque esos instantes en los que no sucede nada, ni dentro ni fuera de

La utopía no ha

de ser mañana

El hecho de que un libro como Fuera de revolucio-nes. Dos décadas de arte en Cuba, de la curadora y crítica

Mailyn Machado (La Habana, 1976), viera finalmente la luz gracias a la editorial Almenara situada en Leiden (Holanda), complace doblemente. No ya porque todo volumen de crítica y ensayo sobre arte cubano, como este, presupone un hallazgo en el paisaje de la cultura cubana, más cuando se es joven, y uno no parece clasificar den-tro de las voces acuñadas por valía o a fuerza de constancia para merecer un libro compilatorio; sino porque reúne un conjunto de sus textos publicados e inéditos (escritos en el lapso de 2005 a 2015) que presenta una lectura del arte cubano contemporáneo, perso-nal, como todo libro debe ser, y abier-ta a futuros desarrollos, dado que no busca agotar las avenidas/los temas propuestos a debate.

Es conocida la dificultad para pu-blicar antologías críticas (de arte) en la Isla; de hecho son pocos los pre-mios de ensayo, aquellos que como el de Casa de las Américas (donde esta investigación recibió mención en 2016) podrían, de obtenerse, cul-minar en publicación.1 Y cada vez más las “historias del arte cubano” son escritas y/o publicadas fuera del país, lo que redunda en un divorcio de su

La vida de Marian, profesora habanera de lengua española, tras-curre sin muchas alegrías ni sobresaltos hasta que un encargo de trabajo pone en sus manos el primer libro de un joven escritor. La esquina del mundo, de Mylene Fernández Pintado (Ed. Unión, 2011) una historia de amor fustigada por el deseo de emigrar o la volun-tad de permanecer en la Isla, es también una mirada a la Cuba de hoy desde la cotidianidad y la literatura, y una reflexión sobre el mundo de estos días.

Publicada en Estados Unidos en 2014 como A corner of the world (City Lights Publishers, San Francisco, traducida por Dick Cluster), se presentó en el Brooklyn Book Festival, en UC Davis, y en las ciuda-des de Oakland, Berkeley, Marine y San Francisco. Leonardo Padura, Senel Paz, Nancy Morejón, Achy Obejas, Mabel Cuesta y Fernando Pérez escribieron reseñas para la edición norteamericana. Resultó finalista de los premios Pen Center USA y Northern California Book Award, en 2015. Elogiado por Publishers Weekly, Kirkus Review, Bustle y Los Angeles review of Books, entre otras publicaciones norteamerica-nas, la revista Bustle lo escogió entre los nueve libros para celebrar la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

En septiembre de este año la editorial italiana marcosymarcos, Milano, la publica bajo el título L’angolo del mondo, con traducción de Laura Mariottini y Alessandro Oricchio, y será presentada en la Universidad de La Sapienza, la televisión italiana RAI y en librerías de Roma, Milano, Monza y varias ciudades de Cerdeña y Sicilia. Vanity fair, Reppublica, Marie Claire y Libraio han publicado entrevistas a la autora y reseñas sobre la novela.

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nuestro ser, son los únicos en los que encontramos la paz… O quizá debería decir que son los momentos en que nos encontramos a nosotros mismos.

Emilio es un hombre al que se le han negado los más simples, pero más caros sueños. Todo lo que quiere, a todo lo que aspira es a lograr al me-nos uno: tener un hijo, porque sabe –o pretende saber– que lo demás escapa a su alcance. Y a su alrededor se tejen otras historias de infelicida-des y sueños tan simples e inalcanza-bles que da dolor. Esa es la vida de la que nos rodeamos todos los días. Esas son las personas con las que vivimos: los alcohólicos, los jugadores clan-destinos, los padres que perdieron a sus hijos y viceversa. Duele ver que la existencia de un ser humano –hom-bre o mujer– sea tan simple y tan dura, pero siempre hemos vivido así, tratando de ser lo ideal para los otros, pretendiendo agradar, sobreviviendo a las normas y esperando por los de-más. Bástenos un soplo de viento, un instante de silencio y de quietud para encontrarnos en nuestra alma, que debe ser lo único que no nos pueden robar. Otras veces he dicho que Yu-nier es un escritor que hace transac-ciones con la realidad, la tuerce un poco, la retoca y nos la da a beber y a comer. Lo que no quiere decir que no encuentre las metáforas para ha-

cernos soñar, volver sobre nuestro propio pasado o llorar.

La quietud es un libro menudo, de unas pocas páginas, fácil de leer, sobre todo porque Yunier ha encontrado el secreto de la prosa ágil, concreta, sin rebuscamientos lingüísticos ni preten-siones culteranas, pero con un ritmo y una trasparencia que enamora. Quizá los lectores avezados no se detengan a reseñar un libro como este. Tal vez otros que quieran congraciarse con el escritor o con los profesionales que lograron el libro hagan algunos halagos. Pero nosotros, los que respi-ramos y vivimos las historias con nues-tros pechos unidos en aquellos años que no dejarán nunca de ser el más grato recuerdo, sabremos de qué va esta novela y estaremos agradecidos de que esos cuentos que nos hicimos no mueran. Este es nuestro libro, de los que no nos detuvimos a valorar miserias y nos dimos el regalo de la amistad entre el hormigueo universi-tario. Esta es una de las tantas novelas que se podrían escribir con nuestras historias de vida. Gracias, Yunier, por darnos la oportunidad de salir al mun-do. Los críticos que esperen, ahora La quietud es nuestra.

Yamey Mariulys González(Yara, 1983).Narradora.

público potencial más directo, el lec-tor cubano que, o no accede a ellas o accede de forma fragmentaria. Por ello es tan alentador que podamos contar al menos con esta versión digi-tal –convenida con la editorial para su distribución gratuita en Cuba–2 y que circule entre un público cuya identi-ficación primaria con los tópicos de este libro hará que se aprecie como necesario.

Diseccionar la experiencia que brinda ser juez y parte de los procesos culturales de una nación tan compleja como la nuestra, máxime en las déca-das posteriores a la debacle económi-ca y a la crisis política de inicios de los 90, es a un tiempo partir de sí mismo para en la distancia poder evaluar fe-nómenos de largo alcance −algunos que ya venían gestándose desde una década antes−, y sin los cuales no es posible proyectar luz sobre el “presen-te”, entender sus resquicios. Esta tem-poralidad, que en el volumen transita del pasado al presente, y la idea de futuro que en la era posterior a 1959 se trazó como teleología, nos violenta como violentadas fueron las bases de la utopía que –ya lo apunta la autora–, “no es mañana”.

Se trata de comprender que el aquí y ahora de la práctica artística actual es, de hecho, la construcción de esa utopía, en el presente y para el

futuro. Como se enuncia también en estas páginas, “el paisaje del porvenir no es ya una visión compartida, sino una sumatoria individual de destinos posibles”.

Para entender entonces las con-dicionantes de producción entre las que los artistas cubanos ejercen hoy, el volumen se acerca al contexto de tránsito del siglo xx al xxi, con herra-mientas conceptuales provenientes de los campos de la sociología, la eco-nomía política, la antropología y la crí-tica culturales, tal como los creadores echan mano a mecanismos y compor-tamientos al uso en la realidad cuba-na, en su confrontación con la lógica global más general donde no estamos del todo insertos, pero a la cual tam-poco somos ajenos.

El tópico de la experiencia y la do-cumentación como punto de anclaje o de partida de la práctica artística contemporánea en Cuba atraviesa todo el libro ya desde el quehacer pic-tórico de Raúl Cordero (serie Expendi-tures, 2003, desgaste físico del artista, acciones repetitivas) hasta la estética relacional explotada por proyectos de los artistas asociados a la Cátedra Arte de Conducta.

En el cruce, más bien la disputa en-tre la política, la identidad (artística), la economía, el poder y las formas (alter-nativas) de circulación de la informa-

ción, así como las dinámicas sociales en tránsito del caso cubano, se pro-pone la acción del artista, un “arte de servicio”, utilitario en tanto reactiva “funciones debilitadas o ineficientes, o bien se apropia de ellas para re-crear-las, o genera roles totalmente nuevos” (109-110). De ahí que, enfrentar el des-fasaje, la desviación (ese estar fuera de revoluciones) sufridos en la estructura político-económica nacional tras los reacomodos posteriores al año 91 y más recientes (2011), lleva a un con-junto de artistas hacia esos intersticios que evidencian el quiebre de la utopía, la economía informal como sustrato, subtexto de parte de esta generación de creadores. Se trata de interrogar al presente desde sus condicionantes: “Salir a flote: arte cubano y economía informal” da cuenta de estos reajus-tes entre la macro y la micropolítica, entre el individuo y la sociedad, entre el arte y la vida. Documentar el proce-so, la experiencia, devino pues parte esencial de las propuestas artísticas aquí comentadas. La pregunta por los medios de reproducción artística (con el video como protagonista) es también un hilo conductor que atra-viesa el volumen, toda vez que su uso y cuestionamiento como medio supu-so para el arte cubano la posibilidad de documentar el presente y volver sobre el pasado (el archivo de representacio-

nes visuales de la nación), de ficcio-nalizar la memoria, de re-construir la imagen de eso que somos, fuimos y podemos llegar a ser.

Sin embargo, cabría preguntar asimismo, ¿cómo la inmersión en ese aquí y ahora, esa fusión del arte y la vida, finalmente podría redundar en un repliegue del campo cultural enfrentado a prácticas como las del “activismo mercantil”? Dado que frecuentemente la socialización de estas propuestas, toda vez que usan espacios alternativos de circulación y consumo (“inter/personal/net” y las derivaciones que comporta en tanto subversiva e independiente), no cons-tituye ya más una prioridad la nego-ciación directa con las instituciones. ¿Continuará de manera paralela sin captar la atención del mainstream por su especificidad o precisamente por ella logrará colocarse en tanto comen-tario crítico a una realidad local que sigue siendo en cierto modo “exótica” para el contexto global?

Fuera de revoluciones… busca gene-rar en el lector preguntas y no soluciones finales como mismo el contexto cuba-no está en tránsito, sentimos que estos ensayos escritos in situ y que acom- pañan los procesos culturales (artísti-cos) de dos décadas se abren al deba-te, a las réplicas infinitas en nuestras mentes, o en nuestro accionar futuro.

Nahela Hechavarría

1 Además de Casa de las Américas, tam-bién se convoca al premio Pinos Nuevos del Centro “Dulce María Loynaz”, o al Pre-mio “Alejo Carpentier”, de la fundación homónima.

2 La presentación tuvo lugar en la Galería Continua de La Habana, el 1ro de septiem-bre de 2017.

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teat

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El espacio, con cenitales en blanco, semeja un cuadrilá-tero de boxeo. Los persona-jes, sentados en derredor,

irán enfrentándose poco a poco, solos o acompañados, los unos contra los otros. Son actores escogidos para reconstruir los hechos, como si de un caso policial se tratase. Y, en efecto, se ha cometido un crimen: un hom-bre (para ser más exactos, un exitoso pintor cubano) abusó sexualmente de un niño de siete años que vive en Miami.

Comienza Sistema, puesta en es-cena de Argos Teatro basada en el texto homónimo de Abel González Melo.1 Galardonada en 2014 con una Mención de Honor en el Premio Casa de las Américas, y un año después con el Premio de la Crítica Literaria, esta pieza teatral deja más preguntas que respuestas, requisito que, en mi opinión, deben cumplir los buenos relatos. Su reciente estreno mun-dial, dirigido por Yeandro Tamayo, fue ante todo un encuentro con la duda y la incertidumbre, y también con la verdad o, mejor dicho: con la búsqueda de la verdad, cuya inasible esencia depende de un punto de vis-ta, de un juego de intereses, de quié-nes ganan o pierden con lo que ella significa y ofrece.

Sistema puede disfrutarse como si fuera una novela cuya trama ha sido fragmentada y dispersa ex profeso en aras de crear suspenso e involucrar a los lectores/espectadores, quienes serán los encargados de reconstruir los hechos u organizar cronológica-mente las diferentes escenas para obtener finalmente una imagen ge-neral de los conflictos. Esta fractura diegética presupone un esfuerzo actoral considerable, pues los perso-najes pasan en cuestión de segundos de la sobriedad a la alcoholemia, de la desesperación a la calma, de la ira al disfrute. Ahora bailan y comen en el borde de una piscina; instantes des-pués, se trasforman en volcanes que regurgitan y sufren bajas pasiones, amores difíciles, amistades peligro-sas… Todo, en torno a un crimen inadmisible bajo cualquier circuns-tancia, pues nada justifica un acto de violencia, máxime si este acto es de ín-dole sexual y ha sido perpetrado por un adulto en un niño.

Los problemas sobrevienen en el tratamiento que los implicados ha-cen del delito, en la forma en que la felonía es procesada para minimizar o maximizar el escándalo y evitar sus devastadoras consecuencias. Se ini-cia entonces una encarnizada batalla en la que los personajes principales procuran mantener un statu quo al que se aferran con uñas y dientes. Dicho estatus es, en realidad, frágil y

Paisaje con

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Page 32: 20 noviembre / diciembre 17 - UNEAC | Sitio Oficial · gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario cubano Fructuoso Rodríguez. El crítico de arte

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quebradizo como esas delicadas su-perficies de límpido hielo que cubren las aguas tras la primera nevada. Un golpe, un roce, un impulso, un simple deseo, y el equilibrio se quiebra, la escarcha cruje y la fetidez del abismo, apenas contenida por la débil barrera de poses y apariencias, emerge y se apodera de todo.

Entonces afloran los matrimonios por conveniencia, los homoerotis-mos agazapados, las violencias de gé-nero e intrafamiliar, las disfunciones filiales… Cual antropólogo del alma, González Melo despliega ante nues-tros ojos un abanico de temas y situa-ciones que corta la respiración, nos mantiene en vilo y hace que nos for-mulemos un sinnúmero de interro-gantes: ¿qué y cómo pasó?, ¿quién es el responsable?, ¿alguien propició el crimen?, ¿de quién es la culpa?, ¿ocu-rrió en verdad? Y después, ¿qué?

Sin embargo, ante ese afán enfer-mizo por saber, ante nuestra insacia-ble curiosidad, el dramaturgo evita exponer al niño, convertirlo en una atracción circense, someterlo al mor-boso escrutinio ajeno. En cambio, opta por resguardarlo y protegerlo, justamente lo opuesto a lo que han hecho sus padres y los medios de comunicación. Al suprimirlo, lo po-tencia y magnifica, hace que todos nos fijemos en él, en el espacio que ocupa, en lo que siente y padece. Ke-vin está desde su ausencia, existe por aféresis, y al extraerlo casi en su tota-lidad del juego, de la reconstrucción de los hechos, el autor lo convierte en una entelequia que trasciende lo anecdótico y levita encima del siste-ma de valores, de la ética inherente a cada personaje. Kevin deviene ángel luciferino (esto es: portador de luz) cuyas alas ensombrecen los intereses de cada quien, que nos increpa de frente, que desnuda nuestra false-dad, nuestra doble moral, nuestros peores silencios.

Un elemento importantísimo para comprender Sistema a profundidad es la riquísima constelación simbó-lica dibujada por su autor. La puesta está llena de objetos que trasmiten información, incluso cuando no los vemos. Las costillitas a la parrillada son, en realidad, la carne de Kevin, su inocencia violentada y devorada por las personas encargadas de cuidarlo y protegerlo. También constituyen el vehículo que escogen los persona-jes para decantar sus pulsiones, sus instintos reprimidos, sus historias de vida permeadas por las medias verda-des, las omisiones, las apariencias, las ganas insatisfechas. Al quedarse sola, mientras su esposo y sus “primos” se bañan en la piscina, Dora mastica compulsivamente parte de esa car-ne en un gesto que sintetiza la ciega satisfacción de una pulsión instintiva,

la autofagia ética que experimentan casi todos los personajes: ese devo-rarse por dentro, ese suicidio antro-pofágico que enfrentan y sufren día a día por tal de alcanzar o preservar lo que han obtenido.

La constante referencia a pintu-ras ejecutadas por Arturo también arrastra una carga sígnica notable. El cernícalo, ave de presa propensa a la domesticación, es un alter ego pictórico del artista presto a abalan-zarse sobre su víctima, representada en el cuadro mediante la imagen de un infante. La jaula yace a un costado. Imagino su puerta abierta. La bestia está libre; cualquier cosa puede suce-der. Por consiguiente, el arte, y en es-pecífico la pintura, se transforma en emisario y en profecía, en verdad que desnuda la esencia de quien lo crea y anuncia el horror por venir.

A su vez, el barbecue remite al éxito y a la prosperidad económica en el contexto floridano, al american way of life que tanto atrae y cautiva, y que tan bien entronca con esa de-leznable capacidad del cubano, cria-tura soberbia y desmemoriada, para reducirlo todo a dos cuestiones pri-marias: comida y sexo, al tiempo que se regodea con infinita fruición en lo ordinario y de mal gusto, sin prestar-le atención a los siglos de cultura que sustentan su identidad nacional.

Llama la atención que el niño solo hable en la primera y en la última es-cenas. Con este recurso, la puesta se trasforma en un terrible ouróboros que, al morderse la cola, refleja el círculo vicioso en el que han caído los adultos. Vicio por la carne quemada y el orgasmo a hurtadillas, por las apa-riencias y las facilidades, por el cuerpo inocente y el candor perdido. De he-cho, la violencia constituye otro de los tópicos presentes en la obra, pues el padre propicia un clima de abusos físicos y sicológicos por tal de que el hijo adopte un patrón de comporta-miento heteronormativo dictado por la tradición patriarcal.

En realidad, esta supresión del su-puesto yo de Kevin es una forma sola-pada que Maikel tiene de reprimir su propio yo, sujeto a estricto control en todo momento. A veces, esa identi-dad coartada parece rebelarse y “ha-cer tierra” con los impulsos de Arturo, pero el padre termina por reprimirse nuevamente y regresa la aparente calma. En cambio, el yo de Arturo se dispara y termina quebrando al esla-bón más débil de la cadena, lo cual constituye un nuevo detonante para que Maikel confirme sus sospechas sobre la homosexualidad del hijo (criterio fundamentado en un simple estereotipo), e incluso intente cul-par de manera inconsciente al niño por lo sucedido, sin tener en cuenta que, aun si Kevin deseó el encuentro

sexual, el adulto debió controlarse y evitar el acto de violencia.

Así, cual delicada red fabricada con emociones y sentimientos, con labios mudos y miradas oblicuas, Sistema va envolviéndonos en una atmósfera de incertidumbre cada vez más densa. Esa atmósfera nos acom-pañará a casa tras el apagón final, pues González Melo evita en todo momento dictar filosofías, establecer dogmas, confirmar hipótesis. Será precisamente la duda el reducto que nos llevemos en la mente y el pecho. Y junto con él, la sospecha. Sospe-chas de los convenios y las negocia-ciones, sospechas de la seguridad y la quietud, sospechas de las leyes y los instintos que rigen nuestro com-portamiento, pues hemos aprendido que el hielo es quebradizo, que las fronteras son débiles y que las negras aguas, putrefactas por la mentira y la doble moral, pueden atravesar el mí-nimo resquicio y contaminar nuestro paisaje vital. Un paisaje donde solo quedan platos desechables con hue-sos de los que fueran alguna vez los más puros estamentos del ser, roídos ya hasta la médula. Esto es: un paisaje con barbecue.

Maikel José Rodríguez(Sancti Spíritus, 1981)Narrador, crítico de arte y periodista.

1 Publicada por el Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2014. Con dirección de Carlos Celdrán, la obra fue leída como puesta semimontada en la Sala Argos Teatro el 11 de enero de ese año. Su estreno se produjo el 5 de agos-to de 2017, en la misma sala, con direc-ción de Yeandro Tamayo y el siguiente elenco: José Luis Hidalgo (Arturo), Rachel Pastor (Dora), Yailín Coppola (Sara), Al-berto Corona (Maikel), Maridelmis Marín (Joanna) y Mariana Valdés (Greta/voz de Kevin).

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uro.

[…]

Pasa

ron

los

días

, tra

baja

ndo

en la

cla

n-de

stin

idad

, esc

ondi

éndo

nos

dond

e po

día-

mos

, reh

uyen

do en

lo p

osib

le to

da p

rese

ncia

blic

a, ca

si si

n sa

lir a

la ca

lle. P

asad

os u

nos

mes

es,

nos

ente

ram

os d

e qu

e ha

bía

un

trai

dor

en n

uest

ras

filas

, cuy

o no

mbr

e no

co

nocí

amos

y q

ue h

abía

ven

dido

un

car-

gam

ento

de

arm

as.

Sabí

amos

tam

bién

qu

e ha

bía

vend

ido

el y

ate

y un

tra

nsm

i-so

r, au

nque

tod

avía

no

esta

ba h

echo

el

Page 33: 20 noviembre / diciembre 17 - UNEAC | Sitio Oficial · gos de Saturno (2014) y tiene en preparación la biografía del revolucionario cubano Fructuoso Rodríguez. El crítico de arte

64 L

a G

acet

a de

Cub

a / 5

5 A

ños

“con

trat

o le

gal”

de

la v

enta

. Est

a pr

imer

a en

treg

a si

rvió

par

a de

mos

trar

a la

s au

to-

rida

des

cuba

nas

que,

efe

ctiv

amen

te,

el

trai

dor

cono

cía

nues

tras

int

erio

rida

des.

Fue

tam

bién

lo q

ue n

os s

alvó

al

dem

os-

trar

nos

lo m

ism

o. U

na a

ctiv

idad

feb

ril

hubo

de

ser

desa

rrol

lada

a p

artir

de

ese

mom

ento

: el

Gra

nma

fue

acon

dici

onad

o a

una

velo

cida

d ex

trao

rdin

aria

; se

amon

-to

naro

n cu

anta

s vi

tual

las

cons

egui

mos

, bi

en p

ocas

por

cie

rto,

y u

nifo

rmes

, rifl

es,

equi

pos,

dos

fusi

les

antit

anqu

es c

asi

sin

bala

s. En

fin,

el 2

5 de

nov

iem

bre

de 19

56,

a la

s do

s de

la m

adru

gada

, em

peza

ban

a ha

cers

e re

alid

ad l

as f

rase

s de

Fid

el,

que

habí

an s

ervi

do d

e m

ofa

a la

pre

nsa

ofi-

cial

ista

: “En

el a

ño 1

956

sere

mos

libr

es o

se

rem

os m

ártir

es”.

Salim

os,

con

las

luce

s ap

agad

as,

del

puer

to d

e Tu

xpan

en

med

io d

e un

hac

i-na

mie

nto

infe

rnal

de

mat

eria

les

de t

oda

clas

e y

de h

ombr

es. T

enía

mos

muy

mal

tie

mpo

y,

aunq

ue l

a na

vega

ción

est

aba

proh

ibid

a, e

l est

uari

o de

l río

se m

ante

nía

tran

quilo

. Cru

zam

os l

a bo

ca d

el p

uert

o yu

cate

co y,

a p

oco

más

, se

ence

ndie

ron

las

luce

s. Em

peza

mos

la b

úsqu

eda

fren

étic

a de

los

antih

ista

mín

icos

con

tra

el m

areo

, qu

e no

apa

recí

an; s

e ca

ntar

on lo

s him

nos

naci

onal

cub

ano

y de

l “26

de

Julio

”, qu

izá

dura

nte

cinc

o m

inut

os e

n to

tal,

y de

spué

s el

bar

co e

nter

o pr

esen

taba

un

aspe

cto

ri-

dícu

lam

ente

trá

gico

: hom

bres

con

la a

n-gu

stia

ref

leja

da e

n el

ros

tro,

aga

rrán

dose

el

est

ómag

o. U

nos

con

la c

abez

a m

etid

a de

ntro

de

un c

ubo

y ot

ros

tum

bado

s en

la

s m

ás e

xtra

ñas

posi

cion

es, i

nmóv

iles

y co

n la

s rop

as su

cias

del

vóm

ito. S

alvo

dos

o

tres

mar

inos

y c

uatr

o o

cinc

o pe

rson

as

más

, el r

esto

de

los

oche

ntitr

és t

ripu

lan-

tes

se m

area

ron.

Per

o al

cua

rto

o qu

into

a el

pan

oram

a ge

nera

l se

aliv

ió u

n po

co.

Des

cubr

imos

que

la v

ía d

e ag

ua q

ue te

nía

el b

arco

no

era

tal,

sino

una

lla

ve d

e lo

s se

rvic

ios

sani

tari

os a

bier

ta.

Ya h

abía

mos

bo

tado

tod

o lo

inn

eces

ario

, par

a al

iger

ar

el la

stre

.La

rut

a el

egid

a co

mpr

endí

a un

a vu

elta

gr

ande

por

el s

ur d

e Cu

ba, b

orde

ando

Ja-

mai

ca, l

as Is

las

del G

ran

Caim

án, h

asta

el

dese

mba

rco

en a

lgún

luga

r cer

cano

al p

ue-

blo

de N

ique

ro, e

n la

pro

vinc

ia d

e O

rien

te.

Los

plan

es s

e cu

mpl

ían

con

bast

ante

len-

titud

: el d

ía 3

0 oí

mos

por

rad

io la

not

icia

de

los

mot

ines

de

Sant

iago

de

Cuba

, que

ha

bía

prov

ocad

o nu

estr

o gr

an F

rank

Paí

s, co

nsid

eran

do s

incr

oniz

arlo

s co

n el

arr

ibo

de la

exp

edic

ión.

Al d

ía si

guie

nte,

1ro d

e di

-ci

embr

e, e

n la

noc

he, p

onía

mos

la p

roa

en

línea

rect

a ha

cia

Cuba

, bus

cand

o de

sesp

e-ra

dam

ente

el f

aro

de C

abo

Cruz

, car

ente

s de

agu

a, p

etró

leo

y co

mid

a. A

las d

os d

e la

m

adru

gada

, con

una

noc

he n

egra

, de

tem

-po

ral,

la s

ituac

ión

era

inqu

ieta

nte.

Iban

y

vení

an lo

s vi

gías

bus

cand

o la

est

ela

de lu

z qu

e no

apa

recí

a en

el h

oriz

onte

. Roq

ue, e

x-te

nien

te d

e la

Mar

ina

de G

uerr

a, su

bió

una

vez

más

al p

eque

ño p

uent

e su

peri

or, p

ara

atis

bar l

a lu

z de

l Cab

o, y

per

dió

pie,

cay

en-

do a

l agu

a. A

l rat

o de

rein

icia

da la

mar

cha,

ya

veí

amos

la lu

z, p

ero,

el a

smát

ico

cam

i-na

r de

nue

stra

lanc

ha h

izo

inte

rmin

able

s la

s úl

timas

hor

as d

el v

iaje

. Ya

de d

ía a

rri-

bam

os a

Cub

a po

r el

lug

ar c

onoc

ido

por

Belic

, en

la p

laya

de

las C

olor

adas

.U

n ba

rco

de c

abot

aje

nos

vio,

com

uni-

cand

o te

legr

áfic

amen

te e

l hal

lazg

o al

ejé

r-ci

to d

e Ba

tista

. Ape

nas

baja

mos

, con

toda

pr

emur

a y

lleva

ndo

lo im

pres

cind

ible

, nos

in

trod

ucim

os e

n la

cié

naga

, cu

ando

fui

-m

os a

taca

dos p

or la

avi

ació

n en

emig

a. N

a-tu

ralm

ente

, cam

inan

do p

or l

os p

anta

nos

cubi

erto

s de

man

glar

es n

o ér

amos

vis

tos

ni h

ostil

izad

os p

or la

avi

ació

n, p

ero

ya e

l

ejér

cito

de

la d

icta

dura

and

aba

sobr

e nu

es-

tros

pas

os.

Tard

amos

var

ias

hora

s en

sal

ir d

e la

ci

énag

a, a

dond

e la

im

peri

cia

e ir

resp

on-

sabi

lidad

de

un c

ompa

ñero

que

se

dijo

co

noce

dor

nos

arro

jara

. Q

ueda

mos

en

tie

rra

firm

e, a

la

deri

va,

dand

o tr

aspi

és,

cons

tituy

endo

un

ejér

cito

de

som

bras

, de

fant

asm

as, q

ue c

amin

aban

com

o si

guie

n-do

el i

mpu

lso

de a

lgún

osc

uro

mec

anis

mo

psíq

uico

. Hab

ían

sido

siet

e dí

as d

e ha

mbr

e y

de m

areo

con

tinuo

s du

rant

e la

tra

vesí

a,

sum

ados

a tr

es d

ías m

ás, t

erri

bles

, en

tierr

a. A

lo

s die

z día

s exa

ctos

de

la sa

lida

de M

éxic

o,

el 5

de

dici

embr

e de

mad

ruga

da, d

espu

és

de u

na m

arch

a no

ctur

na in

terr

umpi

da p

or

los

desm

ayos

y la

s fa

tigas

y lo

s de

scan

sos

de la

trop

a, a

lcan

zam

os u

n pu

nto

cono

ci-

do p

arad

ójic

amen

te p

or e

l nom

bre

de A

le-

gría

de

Pío.

Era

un

pequ

eño

cayo

de

mon

te,

lade

ando

un

caña

vera

l po

r un

cos

tado

y

por

otro

s ab

iert

o a

unas

abr

as, i

nici

ándo

-se

más

lej

os e

l bo

sque

cer

rado

. El

lug

ar

era

mal

ele

gido

par

a ca

mpa

men

to,

pero

hi

cim

os u

n al

to p

ara

pasa

r el

día

y r

eini

-ci

ar la

mar

cha

en la

noc

he in

med

iata

. A la

s cu

atro

de

aque

lla t

arde

, sin

avi

so p

revi

o,

sin

siqu

iera

sos

pech

arlo

, so

nó e

l pr

imer

di

spar

o se

guid

o de

una

sinf

onía

de

plom

o qu

e se

cern

ió so

bre

nues

tras

cabe

zas,

toda

-ví

a no

aco

stum

brad

as a

ese

vir

il de

port

e.

Alg

ún c

ompa

ñero

cay

ó y,

per

sona

lmen

te,

tuve

la d

esag

rada

ble

impr

esió

n de

rec

ibir

en

mis

car

nes

el b

auti

zo s

imul

táne

o de

fu

ego

y sa

ngre

. Sal

imos

de

allí

com

o pu

di-

mos

, cad

a un

o po

r su

cue

nta

o en

gru

pos

y er

a in

útil

la v

oz d

e un

jefe

, sin

con

tact

o co

n lo

s ca

pita

nes

y m

ezcl

adas

las

pat

ru-

llas.

Recu

erdo

que

el c

oman

dant

e A

lmei

-da

me

dio

un e

mpu

jón,

por

cau

sa d

e m

i po

ca d

ispo

sici

ón p

ara

cam

inar

, y g

raci

as

a su

voz

impe

rativ

a, m

e le

vant

é y

segu

í la

mar

cha

crey

endo

est

ar e

n lo

s úl

timos

mo-

men

tos

de m

i vid

a. C

omo

en u

na im

agen

ca

leid

oscó

pica

, pa

saba

n ho

mbr

es g

rita

n-do

, he

rido

s pi

dien

do a

yuda

, co

mba

tien-

tes

esco

ndie

ndo

los

cuer

pos

detr

ás d

e la

s de

lgad

as c

añas

de

azúc

ar c

omo

si f

uera

n tr

onco

s, ot

ros

atem

oriz

ados

pid

iend

o si

-le

ncio

con

un

dedo

sobr

e la

boc

a en

med

io

del

frag

or d

e la

met

ralla

, y, d

e pr

onto

, el

grito

tétr

ico:

“Fue

go e

n el

cañ

aver

al”.

Con

Alm

eida

a la

cab

eza

salv

amos

una

gu

arda

rray

a ca

min

ando

, cam

inan

do h

as-

ta ll

egar

al m

onte

, esp

eso.

Mar

cham

os h

asta

qu

e la

osc

urid

ad d

e la

noc

he y

los

árbo

les

–que

nos

im

pedí

an v

er l

as e

stre

llas–

nos

de

tuvi

eron

, sin

est

ar m

uy l

ejos

del

lug

ar

del

encu

entr

o. D

orm

imos

am

onto

nado

s. To

do es

taba

per

dido

, men

os la

s arm

as y

dos

cant

impl

oras

que

tra

íam

os A

lmei

da y

yo.

En

esa

s co

ndic

ione

s m

arch

amos

dur

ante

nu

eve

días

int

erm

inab

les

de s

ufri

mie

n-to

, si

n pr

obar

boc

ado

algu

no c

ocin

ado,

m

astic

ando

hie

rbas

o a

lgo

de m

aíz

crud

o y

hast

a ca

ngre

jos

vivo

s qu

e in

giri

eron

los

más

val

ient

es,

com

o Ca

milo

Cie

nfue

gos.

En e

sos

nuev

e dí

as la

mor

al s

e de

smor

onó

tota

lmen

te y

, de

spre

cian

do l

os p

elig

ros,

fuim

os a

com

er a

un

bohí

o. A

llí se

pro

dujo

el

des

plom

e de

alg

unos

. Las

not

icia

s er

an

mal

as, p

or u

n la

do, p

ero

alen

tado

ras

por

otro

: a

la c

antid

ad d

e cr

ímen

es q

ue n

os

asoc

iaba

n, a

greg

aban

la n

ota

de e

sper

an-

za:

Fide

l es

taba

viv

o. L

os e

spel

uzna

ntes

cu

ento

s de

los c

ampe

sino

s nos

impu

lsar

on

a de

jar

las

arm

as la

rgas

bie

n gu

arda

das

y tr

atar

de

cruz

ar, c

on la

s pis

tola

s sol

amen

te,

una

carr

eter

a m

uy co

ntro

lada

. El r

esul

tado

fu

e qu

e to

das

las

arm

as d

ejad

as e

n cu

sto-

dia

se p

erdi

eron

mie

ntra

s no

sotr

os n

os

enca

min

ábam

os h

acia

el l

ugar

de

la S

ierr

a M

aest

ra, d

onde

est

aba

Fide

l.<