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Materia: Historia Moderna Cátedra: Campagne Teórico: 19 Fecha: 18 de octubre de 2012 Tema: La reforma protestante en el continente (V). El calvinismo: apuntes biográficos sobre Calvino; la expansión del calvinismo por Occidente; la doctrina calvinista: la doble predestinación. Dictado por: Fabián Alejandro Campagne Revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- Profesor Fabián Campagne: Voy a desarrollar durante la clase de hoy y la de mañana el tema del calvinismo. Como hicimos con Lutero, voy a ofrecer primero una serie de apuntes biográficos sobre el personaje. Jean Caulvin, Cauvin o Chauvin, nace el 10 de julio de 1509. Es por lo tanto un hombre de una generación posterior a la de Lutero (es 26 años más joven que el reformador alemán). Alcanzada la edad adulta latinizará su nombre y apellido, como era moda entre los humanistas de la época, y se hará llamar Joannes Calvinus. Quiere decir que el nombre “Calvino” que utilizamos en español no es sino la castellanización de la latinización del apellido original. 1

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Materia: Historia ModernaCátedra: Campagne Teórico: 19 Fecha: 18 de octubre de 2012Tema: La reforma protestante en el continente (V). El calvinismo: apuntes biográficos sobre Calvino; la expansión del calvinismo por Occidente; la doctrina calvinista: la doble predestinación.Dictado por: Fabián Alejandro CampagneRevisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne

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Profesor Fabián Campagne: Voy a desarrollar durante la clase de hoy y la de mañana el tema del

calvinismo. Como hicimos con Lutero, voy a ofrecer primero una serie de apuntes biográficos sobre

el personaje.

Jean Caulvin, Cauvin o Chauvin, nace el 10 de julio de 1509. Es por lo tanto un hombre de una

generación posterior a la de Lutero (es 26 años más joven que el reformador alemán). Alcanzada la

edad adulta latinizará su nombre y apellido, como era moda entre los humanistas de la época, y se

hará llamar Joannes Calvinus. Quiere decir que el nombre “Calvino” que utilizamos en español no

es sino la castellanización de la latinización del apellido original.

Calvino nace en la ciudad de Noyon, en la Picardía francesa. Hasta fines del siglo XVII, la Picardía

fue la provincia más septentrional del Reino de Francia. Existían provincias francófonas al norte de

Picardía, como el Artois, pero hasta las primeras guerras que libra Luis XIV fueron posesión

española. Nuestro personaje es por lo tanto un hombre de la Francia del norte, como Lutero era un

hombre de la Alemania del este.

¿Cuál es el medio socioeconómico al que pertenecía Calvino? Era un hombre de extracción urbana.

Así como dijimos en su momento que por las venas de Lutero corría sangre campesina, por las de

Calvino corría sangre burguesa, citadina. Es hijo de un letrado, de un abogado, de un jurista,

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Gerard Caulvin, un hombre ambicioso y muy relacionado con los principales poderes fácticos de la

ciudad. Se desempeñó primero como escribano, como notario de la corporación municipal, del

cabildo secular. Después como fiscal del tribunal del obispo. Y finalmente como representante legal,

como procurador del cabildo de la catedral de Noyon. Ustedes saben que en el Antiguo Régimen

todas las catedrales contaban con concejos asesores del obispo, los cabildos eclesiásticos (las

canonjías que conformaban estas instituciones estaban dotadas con rentas económicas realmente

importantes; de ahí que se tratara de cargos muy codiciados).

El obispo de Noyon tomó bajo su protección a la familia de Gerard Caulvin y a sus hijos. Es el

obispo el que decide que el pequeño Jean, el futuro Calvino, debía dedicarse en la edad adulta a la

carrera eclesiástica. Calvino estaba destinado desde su más tierna niñez, pues, a la sinecura

eclesiástica, a convertirse en lo que mayormente era el clero alto y medio antiguorregimental, un

rentista del suelo. Tal es así que a los 12 años recibe de manos del obispo su primera renta

eclesiástica, y a los 18 años la segunda. El objetivo de estos emolumentos era sufragar sus estudios

de teología en París, en la principal universidad de Europa, en la Sorbona.

En París, donde se traslada a los 18 años, Calvino comienza a estudiar teología en dos colegios de la

universidad local, el Collège de la Marche, donde perfecciona el latín, y el más prestigioso Collège

de Mointagu. Nos ubicamos entonces en la margen izquierda del río Sena. Ustedes saben que el

París tardomedieval y temprano-moderno constituía tres ciudades en una: a) en primer lugar, la

Cité, esa enorme isla que se encuentra a mitad del Sena, donde todavía se levanta la catedral de

Notre Dame; era el territorio del obispo de París por antonomasia; b) sobre la margen izquierda del

Sena estaba la universidad, el territorio de la Sorbona; c) y sobre la margen derecha se hallaba la

ciudad propiamente dicha, el territorio dominado por la corporación municipal, por los burgueses de

París. Sobre las tres ciudades dominaba el Preboste, un funcionario designado por el rey de Francia.

En París, a fines de la década de 1520, Calvino aprende el luteranismo. ¿De qué manera? Por dos

vías. La primera resulta particularmente paradojal. Toma contacto con el luteranismo porque se lo

enseñan sus muy ortodoxos profesores de teología de la Sorbona. Calvino tenía profesores muy

antiluteranos, que para rebatir punto por punto las tesis del Reformador alemán primero tenían que

explicar su sistema. Y lo hacían con enorme consistencia. Tan bien lo explicaban que Calvino

aprendió el luteranismo de boca de sus enemigos.

Con frecuencia las prácticas represivas ensayadas por la Iglesia Romana surtían el efecto contrario

que pretendían: terminaban publicitando los discursos que deseaban cancelar. Ésta es de por sí una 2

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de las características intrínsecas del discurso escolástico. La escolástica era en esencia un método

dialéctico. La principal herramienta del discurso escolástico era la quaestio disputata. Las grandes

obras de la filosofía y la teología tardomedievales no son sino listados interminables de quaestiones

disputatae, por ejemplo, la Summa theologiae de Tomás de Aquino. La quaestio disputata consistía

en listar todos los argumentos a favor de una posición y todos los argumentos en contra. Luego el

autor desempataba y tomaba partido, e intentaba neutralizar los argumentos opuestos a la postura

que él defendía. Pero los argumentos en contra quedaban expuestos en el texto. Allí permanecían

para siempre. Quiere decir que el discurso escolástico contenía en germen los principios de su

propia refutación.

Algo similar sucedía con los autos de fe de la Inquisición española. El Santo Oficio fue establecido

en España en 1480 con el objetivo inicial de suprimir lo que se conocía como la herejía judaizante,

para solucionar el problema del criptojudaísmo, ésto es, cristianos nuevos, de origen hebreo, que

aunque bautizados, aunque católicos, aunque asistían a misa todos los domingos, en el secreto de

sus hogares practicaban clandestinamente su antigua religión. Técnicamente eran apóstatas. Cuando

la Inquisición los condenaba, los convictos del crimen de herejía judaizante debían enfrentar un

auto de fe público, durante el cual se leían las sentencias que describían con lujo de detalle las

ceremonias judías que los reos habían supuestamente practicado en secreto en sus hogares. En otras

palabras, el auto de fe inquisitorial funcionaba en España como caja de resonancia del judaísmo.

Muchos cristianos nuevos ibéricos que sentían nostalgia por su cultura atávica, muchos conversos

que deseaban judaizar y no sabían cómo hacerlo –porque tras la expulsión de 1492 en teoría no

existen más judíos en España–, aprendían a hacerlo porque se los enseñaba el Santo Oficio,

publicitando las ceremonias y las prácticas hebreas durante los autos de fe (ceremonias que en

realidad pretendían conseguir el objetivo contrario: extirpar el judaísmo peninsular).

La segunda vía por la cual Calvino conoce el luteranismo en París a fines de la década de 1520 es

gracias al contacto que establece con los círculos humanistas locales. Creo que alguna vez yo ya he

dicho que gran parte del humanismo europeo se sintió seducido por el programa de reforma

religiosa luterano, y los humanistas franceses no fueron la excepción. En síntesis, Calvino aprendió

el luteranismo en la capital del reino tanto por boca de sus detractores como por boca de sus

defensores.

En 1529 tiene lugar un acontecimiento que cambia para siempre la vida de Calvino, un

acontecimiento que resulta perfectamente equivalente a aquella tormenta eléctrica por la que había

atravesado Lutero en 1505, que también tuerce su destino. En 1529 Calvino recibe una 3

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comunicación de su padre. Desde Noyon, Gerard Caulvin le ordenaba abandonar la Facultad de

Teología, abandonar la Sorbona y la carrera eclesiástica, y trasladarse a la Universidad de Orleáns

donde debía continuar sus estudios pero en la Facultad de Derecho. ¿Qué había sucedido? Gerard

Caulvin se había enemistado con sus empleadores, con el cabildo de la catedral de Noyon, que lo

acusaba de corrupción, de malversación de fondos, y que lo había excomulgado. Gerard Caulvin se

venga torciendo la vocación eclesiástica de su hijo. Fíjense cómo en este aspecto las biografías de

Calvino y Lutero se invierten a la perfección. El reformador alemán estaba destinado a convertirse

en abogado, y terminó ordenándose sacerdote. El reformador francés estaba destinado a ordenarse

sacerdote, y terminó recibiéndose de abogado. No es un detalle menor. Lutero, antes de convertirse

en el reformador religioso más famoso de la historia europea, fue sacerdote de la Iglesia católica

durante muchos años. Celebró misas en innumerable cantidad de oportunidades. Calvino jamás fue

sacerdote. Nunca celebró misa. El dato no es menor. Vamos a recordarlo seguramente mañana

cuando veamos la postura que Calvino adopta respecto de la eucaristía, sustancialmente diferente de

la de Lutero. Calvino era mucho menos propenso que Lutero a creer en la presencia material de la

sustancia divina en la materia ritual consagrada.

Calvino pasa a la Universidad de Orleáns, pero a los pocos meses termina recalando en su tercera y

última alma mater, la Universidad de Bourges, en el Berry, una provincia del centro de Francia. Allí

finalmente se recibe de abogado. Graduado en derecho y muerto su padre (Gerard Caulvin fallece

excomulgado, y por lo tanto, para poder enterrarlo en sagrado, la familia tuvo que prometerle al

cabildo pagar la suma que el difunto había supuestamente desfalcado), Calvino regresa finalmente a

la capital del Reino donde instala su residencia permanente. Su objetivo no era ejercer la profesión

liberalmente sino continuar formándose como humanista. Después de todo podía vivir de rentas (la

disputa entre su padre y el cabildo de la catedral de Noyon no había afectado sus sinecuras

eclesiásticas). Por lo tanto, cual diletante, Calvino decide retornar a París para estudiar griego y

hebreo. La formación erudita del Reformador francés era bastante más sólida que la de Lutero. El

alemán era un ingenioso teólogo pero no tenía una formación profunda en materia humanística (su

conocimiento de las lenguas muertas era precario). Calvino perfecciona su conocimiento de las

lenguas griega y hebrea en una institución que el rey Francisco I acababa de fundar en 1530: la

Academia Trilingüe. La Academia de las Tres Lenguas es la precursora directa de una institución

que todavía existe en Francia, el extraordinario Collège de France. El Collège no sólo no tiene

parangón en el resto de Francia sino probablemente tampoco en el resto del mundo. No es una

universidad, porque no expide títulos habilitantes. Es sin embargo una institución científica

sostenida por los fondos del erario público. El estado francés contrata a varios de los más

destacados sabios franceses de cada momento (tanto del área humanística como de las ciencias 4

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naturales o físico-matemáticas) para que dediquen de manera excluyente su tiempo a la

investigación, y para que todos los años dicten cursos en el Collège en los que den a conocer los

avances de su trabajo. Es por ello que cada año el curso en cuestión debe ser diferente. Es una

institución gratuita. No se requiere siquiera inscribirse previamente para oír las conferencias.

Cualquier “ciudadano de a pie” puede ingresar a los salones para escuchar a alguno de los mejores

científicos del país, pagados por el estado francés, transfiriendo conocimiento de punta. En el

presente el Collège de France cuenta con cerca de 60 académicos (el listado puede consultarse en

Internet). Entre los historiadores más conocidos que actualmente integran esta institución cabe

mencionar a Roger Chartier y a Pierre Rosanvallon. Ahora bien, ¿por qué Francisco I se ve obligado

a fundar la Academia Trilingüe en 1530? Para compensar las falencias que por entonces comenzaba

a tener la Universidad de Paris. La Sorbona continuaba siendo la principal universidad europea,

pero empezaba a anquilosarse y a descuidar una serie de disciplinas a las que no prestaba la

necesaria atención. El rey de Francia funda la Academia para priorizar precisamente las áreas

olvidadas por la Sorbona, tales como el griego, el hebreo o la matemática.

No resulta posible fechar con precisión el momento en que Calvino se convierte en protestante, en

que abandona el campo católico. Se trata de una decisión que remite a la más secreta intimidad de

las personas, allí donde el método historiográfico no llega, no alcanza. Pero existen algunos indicios

que demostrarían que para 1533, a sus 24 años de edad, Calvino ya es un convencido luterano. A

comienzos del año siguiente renuncia a todos sus beneficios eclesiásticos, aquellos que alguna vez

le había concedido el obispo de Noyon. Lo cual tiene sentido. Si Calvino íntimamente despreciaba a

la Iglesia Romana, seguramente sentiría una profunda violencia moral cada vez que percibía los

ingresos que le habían sido concedidos por dicha institución.

En la noche del 17 y 18 de octubre de 1534 tiene lugar un evento central en la historia del

protestantismo francés en general, y de la vida de Calvino en particular: el célebre affaire des

placards, el escándalo de los pasquines. La mañana del 18 de octubre París amanece empapelada

con gran cantidad de cartelones, afiches de gran tamaño, que contenían un extenso texto que

atacaba en duros términos la misa católica y defendía la tesis luterana de la consubstanciación. Pero,

audacia entre las audacias, uno de dichos pasquines apareció en la antecámara del dormitorio en el

que había pasado la noche el rey Francisco I.

Se trataba, evidentemente, de una operación de prensa del partido luterano parisino, que tuvo sin

embargo consecuencias funestas. El monarca francés, que hasta entonces había tenido una actitud

relativamente complaciente con los protestantes, tomó el affaire como un ataque personal e impulsó 5

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como contrapartida la primera oleada represiva antiluterana en la historia del reino. A causa del

escándalo de los pasquines se encienden en Francia las primeras hogueras en las que mueren los

primeros mártires protestantes. La facción evangélica pasa a la clandestinidad. A fines de 1534

Calvino se ve obligado a abandonar Paris, y a comienzos del 1535 no tiene más remedio que

abandonar el reino, que marchar hacia el exilio.

¿Dónde halla refugio? En el oeste de la Confederación Helvética, en una ciudad que ustedes ya

conocen, porque exactamente un siglo antes, en la década de 1430, había sido sede de un concilio

ecuménico: Basilea. Si un siglo antes Basilea había sido uno de los epicentros de la rebelión

conciliarista, desde finales de la década de 1520 se había transformado en uno de los bastiones del

evangelismo en el centro de Europa. El líder carismático que estaba impulsando la reforma religiosa

en Basilea –un cantón autogobernado en el marco de la laxa Confederación Helvética– era Johannes

Hausschein, mucho más conocido por la latinización de su nombre y apellido: Joannes

Ecolampadio. Me detengo adrede en este personaje porque fue uno de los grandes reformadores

religiosos del siglo XVI. Uno encuentra en los malos manuales de historia moderna, ni que hablar

en los libros del colegio secundario, la idea de que la revolucionaria reforma religiosa del siglo XVI

fue la obra excluyente del binomio Lutero-Calvino. Con un poco de suerte se incluye en el relato a

una tercera figura destacada, Zwinglio. Pero a pesar de esta corrección, sigue siendo una postura

extremadamente reduccionista. Ustedes se imaginarán que la Reforma no hubiera logrado jamás

expandirse de la forma en que lo hizo si no hubieran existido decenas de líderes religiosos, muchos

de ellos pensadores tan sutiles, profundos y originales como Zwinglio, Lutero o Calvino. Cada una

de las ciudades suizas que rompió con Roma, cada una de las ciudades alemanas que hicieron lo

propio, necesitaron su propio profeta, su propio líder carismático. Cada monarquía territorial que

rechazó la supremacía papal –Escocia, Dinamarca, Suecia– necesitó su propio escuadrón de

predicadores y teólogos evangélicos.

En el año 1535, ni bien instalado en el exilio en Basilea, Calvino, con apenas 26 años, redacta la

primera versión de su opus magnum: la Institutio Religionis Christianae (Institución de la religión

cristiana). No se trata solamente del libro más importante de Calvino, sino del tratado más

importante en la historia de la reforma protestante europea. No hay en toda la producción de Lutero

un texto que en profundidad o densidad puede equipararse a la Institutio. Fue el libro de una vida.

Calvino continuó reescribiéndolo hasta poco antes de morir, a tal punto que el texto contó con cinco

ediciones en vida de su autor, cada una de ellas revisada, aumentada y corregida. La quinta y última

de la serie, por caso, es varias veces más extensa que la primera. La Institutio es realmente una

Summa protestationis, una “Suma de la protesta”. Es al credo evangélico lo que la Suma teológica 6

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de Tomás de Aquino fue a la escolástica bajomedieval: la obra máxima, la obra suprema.

La primera edición de la Institutio incluía un largo prólogo dedicado a Francisco I, rey de Francia,

soberano directo de Calvino. El joven reformador no perdía las esperanzas de cooptar para el bando

protestante al monarca francés, tal como Lutero había hecho con su propio soberano directo, el

elector de Sajonia. Calvino fracasará en su intento. Francisco I nunca se decidió a dar el salto. Pero

la pretensión del joven exiliado no resultaba disparatada. Apenas dos años antes, en 1533, otro

importantísimo monarca occidental, el rey de Inglaterra, había roto lazos definitivamente con el

papado. Si lo había hecho el rey inglés por qué no iba a poder hacerlo el francés.

En agosto del 1536, después de un año y medio de destierro, Calvino toma la decisión de visitar

otro de los grandes centros difusores de la Reforma en la región renana: Estrasburgo, en Alsacia.

Por entonces Alsacia no era una provincia francesa, sino una serie de principados y ciudades libres

en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico. Estrasburgo era una pequeña polis

autogobernada, de hecho. Tenía un elemento en común con Basilea: ambas se contaban entre las

grandes capitales del libro renacentista. Estrasburgo se halla al norte de Basilea, por lo que lo lógico

hubiera sido que Calvino enfilara en esa dirección. Pero por entonces continuaba desarrollándose le

perenne guerra entre Carlos V y Francisco I. Por lo tanto se vio obligado a hacer un largo rodeo

para llegar a su destino, y por ello no tuvo más alternativa que enfilar hacia el sur. Es así que

Calvino recala accidentalmente en Ginebra, capital del cantón suizo más pequeño de toda la

Confederación, ubicado en el extremo suroeste del territorio helvético.

Ginebra acababa de romper con Roma ese mismo año de 1536. El reformador religioso que estaba

llevando adelante el cambio, que estaba creando un nuevo tipo de Iglesia no católica en el territorio

bajo jurisdicción de la señoría ginebrina, era otro francés, Guillaume Farel. Farel era un personaje

de estatura mítica. Había fundado en París, unos años antes, la primera iglesia protestante en suelo

francés. Al igual que Calvino tuvo que escapar de su patria a causa del Affaire des placards. Cuando

Farel se entera que el joven autor de Institutio estaba de paso por Ginebra, lo contactó de inmediato

con la intención de convencerlo para que se quedara para ayudarlo a imponer la reforma en la

ciudad. Calvino acepta, y suspende su viaje a Estrasburgo. De 1538 en adelante, Ginebra quedará

estrechamente ligada a la persona de Calvino. Un poco como Lutero y Wittenberg.

Esta primera estancia de Calvino en Ginebra dura menos de un año y medio. A comienzos de 1538

tiene lugar un golpe de estado en la ciudad-estado. El poder pasa a manos de una facción favorable

a la Reforma pero enemiga de los franceses. En abril de dicho año Farel y Calvino son entonces 7

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desterrados del cantón. Calvino aprovecha el incidente para concretar su interrumpido viaje a

Estrasburgo, donde lo recibe otro de los grandes reformadores europeos del siglo XVI, Martin

Bucer, el segundo Martin de la Reforma como por entonces se lo llamaba (en obvia alusión a

Lutero, que era el primer Martin). Aprovecha Calvino su estancia en Estrasburgo para publicar en

1539-1540 una segunda edición corregida y ampliada de la Institutio. Al mismo tiempo, y para

facilitar su difusión, el propio reformador realiza una versión en francés del tratado.

En el verano de 1540 recupera el poder en Ginebra el partido protestante pro-francés. Guillaume

Farel recupera su puesto, y vuelve a convocar a Calvino. En 1541 el autor de la Institutio acepta la

invitación y esta vez se instala de manera definitiva en la ciudad que ya no abandonaría nunca más.

Moriría en Ginebra 25 años más tarde. De 1541 en adelante Ginebra se transforma en la tercera

capital religiosa europea, después de Roma y de Wittenberg.

Las relaciones entre la flamante Iglesia calvinista de Ginebra y el poder civil fueron muy malas en

un comienzo, por lo menos hasta el año 1554. El motivo de las fricciones entre el estado y la iglesia

locales era el espinoso problema de las excomuniones. La excomunión era la máxima sanción que

el máximo órgano de gobierno de la Iglesia calvinista ginebrina, el Consistorio, podía aplicar a los

miembros rebeldes de la comunidad. Los problemas surgían porque en Ginebra la Iglesia calvinista

era una organización de pertenencia compulsiva, no de pertenencia optativa. En la Ginebra de

Calvino no existía libertad de conciencia. No se podía no ser calvinista. No se podía abrazar el

luteranismo o el catolicismo. Los católicos o luteranos debían auto-exiliarse o sufrir el destierro que

les impondría el poder político local. Por lo tanto, cuando el Consistorio, el máximo órgano de

gobierno de la Iglesia, dictada sentencia de excomunión contra un habitante de la República, ello

suponía para dicho individuo una suerte de muerte civil transitoria, la conculcación de sus

principales derechos, principalmente los políticos. En un estado sin libertad religiosa como era

Ginebra, la excomunión tenía un impacto directo sobre la ciudadanía política. Y es por ello que el

estado local, la Señoría ginebrina, también quería opinar y decidir en materia de excomunión, pues

consideraba que amén de un problema eclesiástico era un problema de orden temporal. Calvino no

estaba de acuerdo. Consideraba que era una sanción eclesiástica, y que por lo tanto la Iglesia debía

gozar de total autonomía a la hora de imponer dicha clase de sanciones. En 1554 gana las elecciones

en esta república oligárquica una facción muy afín a Calvino, con lo cual durante sus últimos diez

años de vida el Reformador pudo imponer sus puntos de vista en lo que a las relaciones estado-

iglesia se refiere. Nunca antes ni después la Iglesia de Ginebra gozaría de semejante libertad. Con la

muerte de Calvino en 1564 el poder político local se tomaría revancha, y de allí en más sometería

plenamente a la Iglesia local al poder político del estado, siguiendo los principios de esa suerte de 8

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neo-cesarismo protestante tan típico de los siglos XVI y XVII, y que tan funcional resultaba al

proceso de formación de los estados modernos.

En el 1559 Calvino publica la quinta y última edición de la Institutio, cinco veces más extensa que

la primera. Había habido previamente una tercera y una cuarta ediciones, menos trascendentes (la

tercera en 1543 y la cuarta en 1550). Es recién en la última edición de 1559 donde aparece

plenamente desarrollada la famosa teoría de la doble predestinación, tan estrechamente asociada al

pensamiento de Calvino.

Calvino muere finalmente el 17 de mayo de 1564, a los 54 años de edad. Fue enterrado en una

tumba sin identificar, porque las autoridades locales temían que el sepulcro se convirtiera en objeto

de peregrinación y que el cadáver funcionaria como un repositorio de reliquias. Se temía que lo que

los protestantes denominaban “supersticiones papistas”, las prácticas católicas todavía latentes en el

ámbito rural, reemergieran. Como dato anecdótico, se trata del mismo cementerio en el que está

enterrado Jorge Luis Borges, que como ustedes saben muere en Ginebra en 1986.

* * * *

¿Por qué regiones europeas y extraeuropeas logró expandirse el calvinismo? Se acuerdan que dije la

semana pasada que el calvinismo tuvo un potencial expansivo realmente muy superior al del

luteranismo. Ello sin dudas guarda relación con los bloques de poder sobre los que eligió

sustentarse cada reformador. Lutero optó por aliarse con los poderes feudales de Alemania, una

autoridad afincada en la tierra, un poder basado en la propiedad del suelo, y como tal poco

itinerante, poco nómada. El calvinismo siempre fue, por el contrario, una ideología más

abiertamente burguesa, ligada a las ciudades, al comercio, a la moneda, a lo que se mueve y circula,

al capital mercantil, a los barcos. No es casualidad que la confesión reformada que finalmente logró

cruzar el Atlántico sea la calvinista y no la luterana

El calvinismo comienza expandiéndose por Suiza, como es sabido. La Confederación Helvética es

la cuna de esta confesión específica, aún cuando su fundador haya sido francés. Nunca logró

dominar plenamente el cien por ciento del territorio suizo. El centro del territorio, más atrasado en

términos económico-sociales, siguió siendo irreductiblemente católico (hasta el presente lo es).

También algunos cantones del sur, que lindaban con Italia, lograron resistir los avances del

evangelismo calvinista. En la actualidad se estima que el 40 % de la población de Suiza es católica

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y que otro 40 % profesa el calvinismo. Siguen siendo calvinistas sobre todo las grandes ciudades:

Zúrich, Basilea, Berna, Ginebra.

Fuera de Suiza, la confesión de Calvino penetra con mucha fuerza en Holanda. De hecho, el

calvinismo fue uno de los grandes impulsores de la independencia holandesa, el que motoriza la

rebelión contra la metrópoli colonial. El calvinismo es, en definitiva, el inventor del estado

independiente de los Países Bajos del Norte. Tras la muerte de Calvino Suiza dejó de funcionar

como la locomotora del calvinismo internacional, y dicho rol pasó a ser ocupado por Holanda.

Cuando a comienzos del siglo XVII se celebra el primer concilio universal de la Iglesia protestante

europea (que fue un concilio calvinista), la asamblea no sesiona en una ciudad suiza sino en una

holandesa. En Holanda esta confesión tenía una peculiaridad que hay que resaltar. Pese a que desde

comienzos del siglo XVII el calvinismo era la Iglesia mayoritaria, no se la consideraba una

organización de pertenencia compulsiva. A diferencia de lo que pasaba en Ginebra, en Holanda no

era obligatorio ser calvinista. Las Provincias Unidas eran la única región europea, hasta muy

entrado el siglo XVIII, donde existía una genuina libertad de conciencia, si no de iure por lo menos

de facto. Era prácticamente el único ámbito europeo donde los anabaptistas podían ejercer su

religión sin que ello les fuera la vida. Era una de las pocas regiones europeas donde los judíos,

expulsados de gran parte del resto del continente, gozaban de libertad de culto. Era una de las pocas

regiones protestantes donde los católicos podían mantener su antigua creencia sin recibir sanciones

efectivas (en la Inglaterra protestante los católicos no tuvieron libertad de culto hasta el siglo XIX).

El calvinismo penetra en Escocia, donde se lo conoce con el nombre de “presbiterianismo”. Escocia

durante todo el siglo XVI es un reino independiente de Inglaterra. La unión dinástica o personal

entre Escocia e Inglaterra recién se concreta en 1603, cuando muere la última monarca de la Casa

Tudor, Isabel, y es sucedida por su pariente más cercano, el rey de Escocia Jacobo VI, que se

convierte entonces en Jacobo I. Aludo a una unión dinástica porque no se trata de una genuina unión

institucional. Simplemente de 1603 en adelante Escocia e Inglaterra tienen el mismo monarca. La

unidad institucional recién tiene lugar en 1707. Sólo entonces nace lo que hoy conocemos como

Reino de Gran Bretaña. Pero en el siglo XVII Escocia es una monarquía independiente. Pues bien,

es en este contexto que en 1560 el parlamente escocés adopta una profesión de fe calvinista,

redactada por el máximo reformador local, John Knox. A partir de entonces el calvinismo se

convierte en la religión oficial del reino. John Knox es otro de los grandes reformadores de la

Europa del siglo XVI, hasta el punto de que ocupa un lugar preeminente en el monumento a los

reformadores erigido en la Universidad de Ginebra a comienzos del siglo XX. El monumento

resulta extremadamente austero, sobrio y severo. En otras palabras, resulta típicamente calvinista. 10

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Consiste en una serie de bajorrelieves esculpidos sobre una pared blanca carente por completo de

adornos. Las cuatro figuras principales, monumentales, que dominan el frontispicio son: Calvino,

Guillaume Farel, Teodoro de Beza (el sucesor de Calvino al frente de la Iglesia de Ginebra) y John

Knox, el reformador escocés. Cada una de estas estatuas posee cinco metros de altura. A uno y otro

costado de este imponente cuarteto central aparecen representadas con un tamaño sustancialmente

más reducido otras figuras del protestantismo internacional: Cromwell, Guillermo de Orange,

Gaspar de Coligny, Federico Guillermo de Brandenburgo y Roger Williams. Resulta interesante

constatar que los máximos referentes de la reforma no calvinista, Zwinglio y Lutero, aparecen en un

lugar bastante poco privilegiado del monumento: en los dos extremos del friso, donde sendas estelas

recuerdan su memoria. Ninguna representación corpórea les ha sido concedida. Hará cuatro o cinco

años, en la primera década del siglo XXI, se incorporaron en el monumento menciones que

recuerdan a los precursores medievales de la Reforma renacentista: Jan Hus, John Wyclif y Pedro

Valdo.

El calvinismo penetra fuertemente en Inglaterra, donde se lo conoce con el nombre de puritanismo.

Ustedes saben que la Iglesia protestante oficial de Inglaterra es el anglicanismo. Es Enrique VIII el

que comienza a sentar las bases de esta institución, pero es Isabel I, su hija, la que termina de

edificarla. Se trata de una Iglesia muy particular. Posee un criterio de organización y algunos

aspectos cultuales externos muy cercanos al catolicismo, pero se basa en una doctrina de cuño

calvinista. El anglicanismo es una suerte de iglesia calvinista con ropajes pseudo-católicos. En

algún sentido se queda a mitad de camino, y por ello siempre fue muy criticada por los calvinistas

ingleses puros (de ahí la expresión puritanismo). Estos calvinistas puros le cuestionan a la Iglesia

anglicana la tibieza de la reforma propuesta, el no haber abolido la dignidad episcopal, y el no

haberse atrevido a organizar la iglesia inglesa siguiendo los parámetros del modelo impuesto por

Calvino en Ginebra (donde no son los obispos sino los consistorios y los sínodos los que dominan la

estructura eclesiástica). Los puritanos fueron perseguidos con más o menos severidad, de manera

más o menos continúa, durante las últimas décadas del reinado de Isabel y durante los reinados de

los dos primeros Estuardo. De todas maneras, el puritanismo inglés logró crecer y fortalecerse, a tal

punto que terminó provocando una revolución. La Revolución de la década de 1640, la verdadera

primera gran revolución moderna, es una revolución calvinista. Jamás los luteranos lograron

provocar una revolución en Europa. Los calvinistas, en cambio, pudieron hacerlo. Cromwell era

calvinista, el New Model Army era calvinista, y el Parlamento que juzga a Carlos I y lo condena a

muerte en 1649 también lo era (con sus respectivos matices, claro; se trataba de un calvinismo

particular, que favorecía cierta tolerancia religiosa, pero calvinismo al fin). Los motivos por los

cuales el calvinismo se convierte en la primera ideología revolucionaria de la historia europea los 11

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van a hallar en el clásico libro de Michael Walzer, La revolución de los santos, una selección de

cuyos capítulos tienen que leer para el examen final. Después de 1660, después de la Restauración,

la Iglesia anglicana, suprimida por la Revolución, es restablecida. Incluso lo fue la dignidad de

obispo. Pero esta vez, y cada vez más a medida que fueron avanzando las décadas, en el contexto de

una genuina tolerancia religiosa para las sectas protestantes no anglicanas, para las sectas llamadas

disidentes.

Gracias a las persecuciones que tenían lugar en Inglaterra el calvinismo cruza el Atlántico y llega el

Nuevo Mundo, a América, a Nueva Inglaterra. Ustedes conocen el episodio fundacional de la

historia oficial norteamericana. En septiembre de 1620, una mítica nave, el Mayflower, zarpa del

puerto de Plymouth, en el sur de Inglaterra. Llevaba a bordo 35 calvinistas holandeses que habían

embarcado en Leiden, y 67 puritanos ingleses que escapaban de las persecuciones de Carlos I.

Llegan a la costa de lo que después sería Massachusetts el 11 de noviembre de 1620. Cumplido un

año del arribo, y para celebrar el éxito de la primera cosecha obtenida en el suelo americano, los

colonos organizaron una solemne comida de acción de gracias, dando nacimiento a uno de los

íconos de la cultura americana contemporánea, el Thanksgiving day, el Día de Acción de Gracias,

que se celebra el cuarto jueves de noviembre (creo que los canadienses lo festejan en octubre, pero

no estoy seguro).

.

El calvinismo penetra con mucha fuerza en Francia. A tal punto que también allí provoca una

guerra civil, ochenta años antes de la que estalla en Inglaterra en el siglo XVII. Los calvinistas

franceses reciben el nombre despectivo de hugonotes. Se han ensayado decenas de explicaciones

sobre la etimología de la palabra, pero ninguna resulta consistente. En rigor de verdad aún no se

sabe de dónde proviene la expresión. El calvinismo francés logró penetrar con mucha fuerza en la

nobleza, tanto en la baja como en la alta. Obtuvo apoyos, incluso, entre representantes de la altísima

aristocracia: la Casa de Borbón, por caso, por cuyas venas corría sangre real, se convierte

masivamente a la confesión de Calvino. El calvinismo atrajo también a amplios sectores del

funcionariado intermedio y de la alta burocracia del estado. Muchos magistrados de los parlamentos

se convirtieron al calvinismo. Todas estas circunstancias explican por qué estalla una guerra

intestina en la segunda mitad del siglo XVI en el territorio francés, las terribles Guerras de Religión,

que se extendieron entre 1562 y 1598. Fueron en realidad ocho guerras diferentes encadenadas. Si

por algo se caracterizaron fue por la increíble brutalidad con la que los bandos enfrentados se

trataban mutuamente. Aunque para ser honestos, ningún daño que los hugonotes pudieron inflingir a

los católicos puede compararse con la terrible Noche de San Bartolomé, del 23 al 24 de agosto de

1572, una verdadera masacre. Esa noche un desquiciado Carlos IX, rey de Francia, ordenó a los 12

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gritos a su guardia de corps que ejecutaran a todos los calvinistas que por entonces residían en París,

ancianos y niños, hombres y mujeres, sin ningún tipo de juicio previo o formalidad por el estilo, y

allí donde se los encontrara (caminando por las calles, cenando, durmiendo, en sus lechos de

enfermos). En el lapso de pocas horas murieron asesinadas cerca de 2 mil personas (la cifra debería

duplicarse si tomáramos en consideración los asesinatos en masa que esa misma noche tuvieron

lugar en otras ciudades importantes del reino). Las Guerras de Religión técnicamente culminan en

1598, cuando el primer monarca Borbón, Enrique IV, publica el célebre Edicto de Nantes. Para

convertirse en rey de Francia Enrique IV debió abjurar de su calvinismo (de ahí el famoso dicho:

“París bien vale una misa”). El edicto de Nantes concedía a los hugonotes libertad de culto con la

condición de que la ejercieran sin grandes ostentaciones, en la privacidad de sus templos y hogares,

y sin intentar predicar en público o conseguir nuevos prosélitos. Debían también respetar las fiestas

católicas y pagar el diezmo a la Iglesia romana. Este edicto de tolerancia, al que quizás cabría

calificar mejor como edicto de convivencia, fue toda una rareza en una Europa temprano-moderna

extraordinariamente intolerante en materia religiosa. Pero este oasis de paz religiosa duró muy poco

tiempo. En 1685, Luis XIV, en el apogeo de su régimen absolutista, decidió revocar el edicto de

Nantes y entonces los hugonotes franceses se enfrentaron a una opción de hierro: o retornaba a la

Iglesia católica o se exiliaban. La gran mayoría decidió abandonar Francia. Los emigrados hallaron

refugio en Inglaterra, en Holanda y en Prusia. La revocación del edicto de Nantes provocó la tercera

gran migración masiva por motivos religiosos que conoció la Edad Moderna; las otras dos tuvieron

como escenario a España: me refiero a la expulsión de los judíos de 1492, y a la de los moriscos a

partir de 1609.

¿Qué pasa con el calvinismo en Alemania? En el Sacro Imperio el calvinismo siempre fue tercera

fuerza, detrás de la segunda fuerza que era el catolicismo, y muy detrás de la primera, que era el

luteranismo. Sin embargo existen dos excepciones que confirman la regla y que vale la pena

mencionar. La primera se relaciona con el único principado territorial importante, de envergadura,

cuya casa reinante y cuya población abrazó mayoritariamente el calvinismo. Me refiero al Condado

Palatino del Rin, un importante principado occidental cuya capital era Heidelberg, sede de una

importantísima universidad desde el siglo XIV. En la segunda mitad del siglo XVI, la Universidad

de Heidelberg funcionó como una de las usinas intelectuales del calvinismo internacional, a tal

punto que el primer catecismo oficial del calvinismo europeo fue redactado por profesores de dicha

casa de estudios. La segunda excepción resulta muy curiosa, y se relaciona con uno de los máximos

bastiones del luteranismo en el seno del Sacro Imperio: Brandeburgo. Ustedes saben que el

Margraviato de Brandeburgo en 1701 se convertirá en el Reino de Prusia, y que en 1870/71 el reino

de Prusia dará nacimiento al Segundo Reich alemán. Pues bien, la casa reinante en Brandeburgo-13

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Prusia es la de los Hohenzollern. A comienzos del siglo XVII estos príncipes se convierten al

calvinismo, a pesar de que la abrumadora mayoría de sus súbditos eran piadosos luteranos. Durante

siglos los Hohenzollern siguieron practicando el calvinismo en la intimidad de sus palacios, en la

esfera privada, sin intentar la menor estrategia aculturizadora ni pretender reducir las áreas de

influencia del luteranismo dentro de su reino. He aquí otro extraño e infrecuente ejemplo de

convivencia interconfesional en la intolerante Europa moderna: una casa calvinista que reinaba

sobre un principado ciento por ciento luterano.

* * * *

A partir de ahora podemos pasar a analizar en detalle el contenido de la doctrina calvinista, en

particular, sus diferencias con el modelo luterano.

Antes de ser “calvinista” Calvino fue luterano. Calvino es simplemente un luterano que va más allá

del Reformador alemán en algunos puntos de doctrina. Calvino sería algo así como un luterano de

segunda generación. Por ello acepta y coincide con las principales tesis luteranas: la justificación

por la sola fe, la reforma de los sacramentos, el sacerdocio universal de los fieles, la libre

interpretación de la Biblia, la negación de la supremacía papal, la supresión del monacato y la

abolición del culto a los santos.

Existen, sin embargo, dos puntos de doctrina en los cuales Calvino se aparta decididamente de su

predecesor e innova de manera radical: la cuestión de la predestinación y la cuestión de la presencia

real en la eucarística. Hoy vamos a analizar el primero de ellos, y dejamos para mañana el segundo.

El punto de partida de la soteriología de Calvino es el mismo que el de Lutero, sólo que exagerado.

El punto de partida de la soteriología de Calvino es una radicalización, una exageración, de la

distancia ontológica que existe entre la divinidad y los hombres, entre Dios y el colectivo humano,

casi hasta su mismísimo límite lógico, casi hasta el punto de implicar la disolución de la noción

misma de religión (que inevitablemente requiere algún tipo de ligazón entre el orden metafísico y el

mundo material). Una clara prueba de esta radicalización de la distancia entre la divinidad y el

colectivo humano es el calificativo que Calvino inventa para dar cuenta de la radical corrupción de

la naturaleza humana provocada por la Caída: depravación total. Pero también puede considerarse

una demostración de la exageración de la distancia antológica de la que hablamos los adjetivos a los

que Calvino recurre para describir a su Dios; para el Reformador francés la divinidad es una entidad

14

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inefable, insondable, misteriosa, oculta, incomprensible, inconmensurable, majestuosa, inabarcable.

Por momentos, el numen al que adora Calvino nos recuerda a la severa y celosa divinidad del

Antiguo Testamento, está mucho más cerca de aquel Dios informe, irrepresentable, incognoscible y

totalmente trascendente del Antiguo Testamento, la zarza ardiente con la cual se encuentra Moisés

en el desierto del Sinaí, que del Dios más humano, cotidiano y accesible que nos ofrece el Nuevo

Testamento.

Esta exacerbación de la distancia entre el orden natural y el orden sobrenatural que ensaya Calvino

tiene inmediatas implicancias soteriológicas.

o En primer lugar, permite realzar la gravedad del pecado original, un pecado de soberbia en

el que incurren dos amasijos de fango y barro –pues así describe Calvino al primer hombre y

a la primera mujer–, dos seres insignificantes que ningún motivo de orgullo tenían de cara a

una divinidad de semejante gloria y majestuosidad.

o En segundo lugar, permite realzar la justicia del castigo posterior. Si tan grave había sido el

crimen, muy justo resultaba el terrible castigo que la divinidad airada había impuesto a los

hombres (un castigo que consistía en cerrarles para siempre las puertas de ese orden

trascendente de eterna felicidad, más allá del tiempo, del espacio y de la muerte).

o En tercer lugar, permite realzar la grandeza de la misericordia divina posterior, porque a

pesar de la gravedad del delito cometido y de la justicia del castigo aplicado, pese a todo

ello, la divinidad se apiada de los hombres y decide hacer algo por ellos.

¿Por qué desde la perspectiva calviniana tan grave y perverso resultaba el pecado original? Por tres

motivos.

o Porque el pecado original que conllevó la expulsión del Edén supuso para la raza de Adán

no sólo la pérdida de los dones sobrenaturales que el primer hombre y la primera mujer

gozaban en el Paraíso –la gracia–, sino también la degradación de los dones naturales: es a

causa de la expulsión del Edén que los hombres mueren, cuando antes habían sido creados

para no morir; es a causa de la Caída que el hombre envejece, cuando antes había sido

creado eternamente joven; es a causa del pecado original que el hombre enferma o que el

medio ambiente lo agrade (a través de las fieras salvajes, las plantas venenosas, los

minerales tóxicos, los fenómenos climáticos), cuando originalmente había sido concebido en

plena armonía con el universo que lo rodeaba. La Caída también es responsable de que la

inteligencia del hombre natural se nublara. Desde un punto de vista estrictamente intelectual,

el hombre caído padece de idiotismo. Es a causa de esta inteligencia degradada que se

explican fenómenos históricos como la idolatría (a causa de su inteligencia opacada, el 15

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hombre caído confundió las grandes creaciones de la divinidad con la divinidad misma, por

ejemplo).

o En segundo lugar, el pecado original es tan grave desde la perspectiva de Calvino porque no

se trató de un pecado individual sino de un pecado colectivo: estropeó, malogró a todo un

linaje, desfiguró a toda una especie, degradó a la totalidad de los descendientes del primer

hombre y de la primera mujer hasta el infinito, destruyó a toda una raza.

o En tercer lugar, el pecado original es grave porque fue cometido por un ser débil pero

totalmente libre. El primer hombre, la primera mujer, incurrieron en el pecado original en el

total y pleno ejercicio de su libre albedrío. Es cierto que fueron inducidos a pecar, pero no

fueron obligados. Podrían haber dicho no y quisieron decir sí.

Ahora bien, se pregunta Calvino, ¿resulta justo destinar al hombre natural, a este hombre expulsado

del Edén, librado a sus propias fuerzas, sin ayuda de la gracia, a la eterna perdición, al fuego del

infierno, siendo que por la depravación de su naturaleza caída no puede sino obrar el mal? Calvino

va a responder afirmativamente a este interrogante. Sí, resulta justo. Y ello por dos motivos.

Primero, porque aún cuando el hombre caído sólo puede obrar el mal, sigue siendo libre. Resulta

evidente que Calvino no concibe a la libertad como la posibilidad de elegir entre opuestos. Por el

contrario, todo indica que tiende a identificar a la libertad con los actos de voluntad, con el acto

volitivo. Es por ello que cree que el hombre natural sigue siendo libre aun cuándo solo puede

disponerse el mal. De lo contrario, razona Calvino, se seguiría que la divinidad no es libre porque

solo puede obrar el bien, o que los animales que nadan no son libres porque no pueden volar, o que

las aves no son libres porque no pueden respirar debajo del agua. Es la naturaleza de cada ser la que

establece los parámetros dentro de los cuales ejercen su libertad. En síntesis, para Calvino el

hombre natural, que sólo puede obrar el mal, es tan libre como Dios, que sólo puede obrar el bien, o

tan libre como las aves del cielo, que sólo pueden volar, o como los peces del mar, que sólo pueden

nadar.

El segundo motivo por el cual resulta justo condenar al fuego eterno al hombre caído, es porque su

naturaleza depravada no sólo obra el mal, sino que lo disfruta. La depravada naturaleza del hombre

se siente atraída por el mal, consciente en él, está fascinada por él, le gusta cometerlo, lo goza. La

voluntad humana acoge los frutos del mal con satisfacción. Por eso, afirma Calvino, esta naturaleza

humana totalmente depravada no puede sino resultar abominable a los ojos de Dios.

Continuemos con los interrogantes típicamente calvinianos: ¿Quiso la divinidad la caída de Adán?.

Cuando Calvino formula esta pregunta no está pensando en la posibilidad de que Dios indujera o 16

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empujara al hombre a pecar. Está pensando en un hecho en extremo paradójico: siendo omnisciente,

la divinidad judeo-cristiana no podía ignorar lo que el primer hombre y la primera mujer iban a

hacer, y sin embargo los creó de todos modos. Si la divinidad todo lo sabe, no podía desconocer que

Adán y Eva iban a cometer el pecado original, ni las consecuencias que ello acarrearía para el

género humano. Manejando esta información, la divinidad podía no haber creado a la pareja

atávica, y sin embargo le dio vida. Desde esta última perspectiva, Calvino dirá que la divinidad

quiso, efectivamente, la caída de Adán, para que fuera motivo de humildad para todo su linaje.

Ahora bien, a pesar del tono trágico que permea su antropología, Calvino era un pensador cristiano,

y como tal creía en la posibilidad de la salvación cristiana, creía que a pesar de este desastre

ontológico que hemos descripto los hombres podían eventualmente alcanzar el orden trascendente

del que ya hemos hablado. ¿De qué manera? En tanto pensador cristiano Calvino comparte los

fundamentos de la soteriología clásica, del ABC soteriológico, que presentamos la semana pasada.

Acepta que la divinidad, para ayudar a los hombres, envió un avatar de su propia sustancia eterna e

increada al orden de la materialidad, para que se encarnara, y para que voluntariamente se sometiera

a un cruento sacrificio que le permitiría reunir méritos infinitos para los hombres.

Calvino suscribe luego el fundamento de la soteriología luterana: lo único que el hombre puede

hacer en pos de su salvación es desesperar de sí mismo y depositar toda su confianza en una justicia

que resulta por completo externa a él. Está de acuerdo con Lutero, pues, en que el hombre no se

salva por sus méritos, se salva por los méritos de otro; el hombre no se salva por su propia justicia,

se salva por la justicia de otro.

Pero a partir de este punto Calvino comienza a innovar. A partir de aquí su pensamiento adquiere

una notable originalidad. ¿Por qué? Porque la pregunta soteriológica que más parece haber

interesado a Calvino era diferente de la que más parecía haber interesado a Lutero. ¿Cuál era en

definitiva el dilema que obsesionaba a Lutero? Lutero deseaba comprender quiénes se salvaban y

por qué, cuáles eran los caminos posibles para alcanzar la salvación, para merecer la misericordia

divina. El dilema que enfrentaba Calvino era otro. A él no le importaba tanto comprender cómo y

por qué se salvan los hombres [en algún sentido, este problema ya lo había resuelto Lutero] sino

cómo y por qué se condenan a los hombres, no tanto cómo puede el hombre merecer la misericordia

divina sino por qué algunos hombres no llegan a merecerla jamás.

Calvino es consciente de que desde la perspectiva luterana la gracia, el estado de justificación,

siempre es puro regalo. Pues bien, se pregunta Calvino: si la gracia es donación pura e inmerecida 17

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¿por qué la divinidad les hace el regalo a algunos y a otros no? Se trata de una pregunta muy

sencilla para un teólogo luterano, quien de inmediato respondería que ello sucede porque algunos

tienen fe y otros no, unos logran construir una creencia sólida en las verdades principales del

cristianismo (en la divinidad de Jesucristo, en la eficacia de su plan de salvación, en los méritos que

acumula para los hombres) y otros no lo consiguen nunca.

Pero a Calvino no le resultaba plenamente consistente esta respuesta. Desde su perspectiva, esta

respuesta generaba nuevos interrogantes. Si ésto es así, si la divinidad regala la gracia, la

justificación, a quienes creen, y se la niega a quienes no creen ¿por qué entonces algunos pueden

creer y otros no? Siendo que el cristianismo se predica indiscriminadamente por todo el orbe ¿por

qué en algunos prende la fe cristiana y en otros no? ¿Por qué algunos creen tan fácilmente y a otros

les cuesta tanto? ¿Por qué algunos no dudan nunca y otros dudan siempre? ¿Por qué algunos

mueren convencidos de las verdades cristianas y otros mueren dudando de ellas?

Desde la perspectiva calvinista también resultaba llamativa la cuestión de aquellos hombres y

mujeres que habían vivido antes del nacimiento de Jesucristo, o de aquellos que vivieron después de

la Encarnación pero que jamás oyeron hablar ni de Cristo ni de su Evangelio. Desde la perspectiva

de Lutero este conjunto de individuos estaba irremediablemente condenado a la perdición, porque

en el luteranismo la salvación es un subproducto del creer, y el creer es un subproducto del conocer.

Si tan misericordiosa resultaba la divinidad ¿por qué no ordenaba predicar el Evangelio por el

mundo entero, para otorgar a todos los hombres la oportunidad de conocer el cristianismo, de creer

en él, y consecuentemente de salvarse?

¿De qué manera resuelve Calvino estos dilemas que Lutero no se plantea? La respuesta de Calvino

en un principio escandaliza. Lo que Calvino sostiene es que el hombre-dios del cristianismo, el

Mesías cristiano, no murió para la salvación de todos los hombres. Jesucristo no es, en rigor de

verdad, el Redentor de la humanidad. El Verbo encarnado no se dejó supliciar para salvar al

colectivo humano en su conjunto. Se dejó matar para reunir méritos para un pequeño grupo de

privilegiados, de elegidos, de predestinados. Con esta doctrina de la expiación limitada ingresamos,

de hecho, en el núcleo duro de la famosa doctrina calvinista de la doble predestinación.

¿Cómo razona Calvino? En algún momento de la eternidad, que los hombres nunca podrán precisar,

la divinidad tomó una doble determinación. Por medio de un designio secreto, que desde la

perspectiva humana siempre resultará caprichoso, incomprensible, arbitrario, y a través de un

decreto eterno e inmodificable, cuyo contenido no puede ser alterado por nada que los hombres 18

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hagan o dejen de hacer durante sus existencias terrenales, la divinidad confeccionó dos listados.

Eligió, por un lado, a aquellos a quienes regalaría la gracia, y por el otro a aquellos a quienes jamás

se las regalaría, hicieran lo que hicieran durante sus vidas; aquellos a quienes ayudaría a orientarse

hacia el bien y aquellos, la mayoría, a quienes jamás ayudaría; aquellos a quienes regalaría el estado

de justificación y a quienes no se los regalaría; a quienes concedería la llave que abre las puertas del

orden trascendente y a quienes no se la concedería. En definitiva, por medio de estos decretos la

divinidad individualizó a aquellas personas a quienes, más allá de cómo se comportaran durante sus

existencias terrenales, destinaba a la eterna salvación, a la beatitud sin fin más allá del tiempo y del

espacio, y ello incluso antes de que hubieran sido concebidos en el vientre de sus madres, antes de

que sus más lejanos antepasados hubieran sido concebidos, incluso quizás antes de que Adán y Eva

hubieran sido creados. De la misma manera, por el mismo decreto, Dios individualizó a aquellas

personas a quienes había destinado, aún antes de que nacieran, y sin importar el comportamiento

que tuvieran durante sus vidas, al fuego eterno del infierno.

Con esta decisión irrevocable, inmodificable, la divinidad fabricaba dos colectivos imaginarios

cristalizados (por ello se habla de una doble predestinación):

1. un primer grupo, el más reducido numéricamente hablando: el colectivo de los santos, de los

justos, de los elegidos, de los predestinados a la eterna felicidad.

2. un segundo grupo, el más numeroso: el colectivo de los impíos, de los réprobos, de los no

elegidos, de los predestinados a la eterna perdición.

Fue para reunir méritos para los primeros y no para la salvación de todos los hombres, que el

hombre-dios se dejó matar en tiempos del procurador Poncio Pilatos. No fue para la salvación de la

humanidad sino para la redención del primer grupo, constituido como tal desde la eternidad, que el

Mesías murió en la cruz.

La escolástica posterior a Calvino llegó incluso a preguntarse si esta doble predestinación, estos dos

listados, fueron confeccionados por la divinidad antes de la creación misma de Adán y Eva.

Nacieron así dos posiciones. La postura fundamentalista, fanática, recibió el nombre de

supralapsarismo (de lapsus, que en latín significa caída). Esta primera interpretación sostenía que en

función de su presciencia, en función de que conoce todo lo que ha de acaecer, la divinidad

confeccionó estos listados aun antes de haber creado a Adán y Eva. Por el contrario, la posición

menos extremista, el infralapsarismo, sostuvo que la divinidad no sólo esperó a que Adán y Eva

cobraran existencia sino que aguardó a que el pecado original se consumara antes de sellar la doble

predestinación.

19

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Ahora sí Calvino puede responder la pregunta que yo planteé hace unos minutos: por qué en

algunos hombres prende la fe y en otros no, por qué algunos llegan a creer y otros no, por qué a

algunos les es tan fácil y a otros tan difícil aceptar las verdades del cristianismo. Esta divergencia se

produce, razona Calvino, simplemente porque algunos fueron creados para creer y otros no. Los

predestinados a la eterna perdición, aunque se esfuercen por conseguirlo, nunca podrán construir

una fe sólida y verdadera. No están fabricados para creer. Podrá parecer en un determinado

momento que aceptan el cristianismo, quizás durante semanas, meses o años, pero

indefectiblemente la duda reaparecerá, y morirán confundidos e incrédulos. No pueden creer aunque

quieran hacerlo. Los predestinados a la eterna felicidad, por el contrario, creen con extrema

facilidad. Simplemente porque están hechos para éso. Aún cuando contratáramos al mejor

predicador de la cristiandad y lo enfrentáramos a una enorme multitud reunida en un estadio de

fútbol, sólo creerán genuinamente en su palabra, en sus argumentos, aquellos que pueden hacerlo,

los predestinados a la eterna beatitud por un decreto divino eterno a insondable. Los restantes, más

allá de las habilidades retóricas o dialécticas del predicador, no lograrán nunca afianzar su fe ni

conservarla en el tiempo. Vemos cómo, en definitiva, Calvino ha provocado un sutil deslizamiento

en la lógica salvífica luterana: si para Lutero se salvan los que creen, para Calvino creen los que ya

están salvados.

Calvino insiste en que la doble predestinación es una doctrina intrínsicamente misteriosa. Desde la

perspectiva del hombre, la decisión adoptada por la divinidad siempre va a resultar caprichosa y

arbitraria. Después de todo, la naturaleza caída de los individuos ubicados en el listado A (el de los

predestinados a la eterna felicidad) resulta tan radicalmente depravada como la naturaleza de los

individuos incluidos en el listado B (el de los predestinados a la eterna condenación). ¿Por qué,

entonces, se los destina a distintos finales, si ambos grupos comparten la misma naturaleza

degradada? Para Calvino no existe manera de responder a este interrogante. Hay que contentarse

con aceptar que detrás de la doble predestinación se halla una justa y misericordiosa decisión de la

divinidad. Una vez más el Reformador francés se refugia en la idea del misterio. Es más, advierte:

pretender indagar demasiado en los motivos que tiene la divinidad para realizar estas elecciones

resulta en sí mismo sacrílego y blasfemo.

Calvino sostiene que las autoridades de la Iglesia debían animarse a enseñar a los fieles esta

doctrina de la predestinación. No hacerlo por temor a aterrorizar, a escandalizar a las almas débiles,

sería falsear la verdad profunda de la teoría de la salvación cristiana.

Calvino estaba convencido de que con su doctrina de la doble predestinación no contradecía los 20

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fundamentos de la soteriología luterana. Por el contrario, pensaba que le otorgaba a la teología

luterana una consistencia de la que carecía. ¿Por qué? Lutero enseñaba que el hombre debía

desesperar de sí mismo, y depositar toda su confianza en una justicia que resulta por completo

externa a él. Pues bien, dice Calvino, no existe doctrina que mejor enseñe al hombre, que mejor

ayude al hombre a depositar su confianza fuera de él mismo que la doctrina de la predestinación.

Esta tesis sostiene que la justicia, que la salvación del hombre depende de un eterno decreto firmado

por la divinidad, cuyo contenido no puede ser modificado por nada que haga o deje de hacer el

hombre durante su existencia terrenal. No hay forma de colocar más afuera del hombre los motivos

de su salvación. Tan afuera del hombre están las causas de la salvación que el estado de

justificación depende de una decisión de la divinidad que no se puede modificar. Ahora quizás se

comprenda mejor aquella afirmación de Calvino, que sostenía que la divinidad quiso la caída de

Adán para que sirviera de motivo de humillación para todo su linaje. En efecto, no existe doctrina

que humille más al hombre que la doble predestinación, afirma Calvino. Es la doctrina que más

obliga al hombre a bajar la cerviz, que mejor deja en claro que el hombre no tiene motivo alguno

para enorgullecerse por su salvación, absolutamente ninguno.

La doctrina de Calvino puede parece en principio un tanto desmovilizadora, paralizante. ¿Qué

sentido tendría salir a evangelizar, por ejemplo, si todo esta decidido por la divinidad desde la

eternidad? ¿Qué sentido tendría predicar el cristianismo si la suerte de cada hombre ya esta echada

incluso antes de su nacimiento? Para el calvinismo tiene sentido movilizarse y difundir el mensaje

cristiano por el orbe entero por varias razones. En primer lugar, para mayor gloria del Dios

cristiano. El cristianismo debe explicarse, debe difundirse “ad maiorem Dei gloriam”, como dirían

los jesuitas. Hay que contar esta historia de salvación y redención pergeñada por la sabiduría

divina.. Es una forma de enaltecer a este Dios justiciero y simultáneamente misericordioso. Pero

también existen motivos de índole práctica para salir a predicar el Evangelio: porque la fe y la

gracia destinadas a los elegidos pueden activarse en cualquier momento de sus vidas, en la niñez, en

la edad adulta, en el lecho de muerte. Los cristianos, sobretodo aquellos que tienen la convicción de

contarse entre los elegidos, deben salir a predicar se fe por todo el orbe para colaborar con el plan

de salvación divino. Deben enseñar el cristianismo porque ellos no saben qué hombres y mujeres de

su auditorio se encuentran entre los elegidos y quiénes no. Por éso se requiere que se predique de

manera indiferenciada la fe de Jesucristo, para que cuando los elegidos escuchen las verdades

cristianas experimenten cómo se activan la gracia y la fe que les han sido destinadas desde la

eternidad.

Esta difícil doctrina de la predestinación impacta de forma directa sobre la noción de gracia, obliga 21

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a repensar esa categoría clave de la teoría de la salvación cristiana. ¿Por qué? Porque Calvino dirá

explícitamente lo que antes San Agustín había sugerido de manera un tanto ambigua: que la gracia

sobrenatural es un don irresistible. Los hombres y mujeres predestinados a la eterna felicidad no

pueden rechazar la gracia. La gracia se impone sobre ellos, incluso contra su voluntad. Han sido

elegidos para ser salvados y se salvarán. A diferencia de lo que pensaba Tomás de Aquino, Calvino

sostiene que la gracia no puede rechazarse. Y a diferencia de lo que pensaba Lutero, Calvino

sostiene que la gracia no puede perderse (Lutero sostenía que el estado de justificación se alcanzaba

gracias a la fe; se desprende de ello que si la fe se perdía, que si no se perseveraba en la creencia, el

don de la gracia se evaporaba). Calvino considera que es imposible que se produzcan ambas

circunstancias. Por ello sostiene que no le es dado al hombre decidir sobre su propia regeneración.

Para Calvino, la gracia conlleva un segundo don sobrenatural colateral, el don de la perseverancia,

que induce en el elegido una creciente convicción en la fe y un genuino arrepentimiento ante la

comisión de faltas y pecados graves. El predestinado a la salvación muchas veces durante su vida

podrá dudar de las verdades del cristianismo, pero siempre saldrá fortalecido de estas crisis de

conciencia, y morirá absolutamente convencido de las doctrinas que le han enseñado, sin un ápice

de duda. El elegido, el predestinado a la eterna felicidad, puede cometer pecados graves, crímenes

atroces incluso. Porque la predestinación, el estado de elección, no implica un estado de

impecabilidad. Cuando Calvino llama “santos” a los predestinados utiliza la palabra en un sentido

radicalmente diferente de como la emplean los católicos. Para los católicos los santos son aquellos

pocos hombres y mujeres que durante sus existencias terrenales experimentaron las grandes virtudes

cristianas de manera heroica. Los santos calvinistas son diferentes. Se los califica con dicho rótulo

simplemente para denotar que la divinidad, al haberlos predestinado a la eterna salvación, los toma

por tal. Pero no por ello dejan de ser pecadores. Pueden cometer incluso terribles crímenes. Pueden

ser incluso asesinos seriales. Pero como se cuentan entre los elegidos y poseen el don de la

perseverancia, indefectiblemente se arrepentirán, alcanzarán una contrición perfecta, un genuino

arrepentimiento por las atrocidades cometidos, y morirán con una fe incólume, absolutamente

convencidos de las verdades de la religión cristiana. Sus acciones pueden merecer desde la

perspectiva de la ley positiva la pena de muerte; pero como cuentan con el don de la gracia y de la

perseverancia, subirán al cadalso con una seguridad y un arrepentimiento genuinos, plenamente

convencidos del destino de eterna felicidad que les aguarda. Es por ello que Calvino sostiene que

los elegidos puede incurrir en pecado por ignorancia o debilidad, pero nunca pecar por malicia,

entendiendo por pecado de malicia el que se comete disfrutando del mal que se ocasiona. Esta clase

de falta queda reservada a los hombres naturales, aquellos que no ha sido predestinados a la eterna

beatitud, y cuya naturaleza se encuentra por lo tanto fascinada por el mal. El predestinado a la 22

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salvación no puede cometer este tipo de desviación: si peca lo hace por ignorante o por débil, nunca

por malvado. El santo calvinista es un hombre predestinado a la salvación, destino al que accederá

con independencia de las acciones y actitudes adoptadas durante su existencia, pues la gracia que le

ha sido concedida lo orientará indefectiblemente hacia el alto destino que tiene asignado

Para repasar lo que hemos visto en la clase de hoy vamos a ensayar una comparación entre el dios

católico, el dios luterano y el dios calvinista. Si tuviéramos que imaginar a dichas divinidades en el

rol de juez ¿de qué manera se desempeñarían en sus respectivos juzgados? ¿Qué tipo de magistrado

serian?

o El dios católico puede ser imaginado como titular de un juzgado que funciona de manera

permanente, que no cierra jamás, que opera las 24 horas de los 365 días de todos los años de

la historia del mundo, un tribunal que constantemente incorpora nuevas evidencias en los

legajos de cada uno de los hombres que han existido, existen y existirán, tanto a favor como

en contra, un tribunal que recién baja el martillo y dicta la sentencia final, absolutoria o

condenatoria, en el último instante de vida de cada hombre o de cada mujer. Para el

catolicismo, el grueso de la responsabilidad y el mérito por la salvación individual de los

creyentes sigue residiendo en la divinidad, pero recuerden que existe un porcentaje

minoritario que el hombre debe poner de su parte, y que este tribunal divino está allí para

velar que el hombre cumpla con su parte del trato, que se esfuerce por obrar el bien y

colaborar con la gracia. Hay mérito real en las buenas obras de los hombres regenerados por

la gracia, y es por ello que las acciones de los seres humanos son observadas por el

magistrado celestial, quien no puede entonces dictar sentencia hasta que cada persona lanza

su último suspiro. El dios católico es, sin dudas, el más activo de los tres que tenemos que

analizar.

o El dios luterano, por el contrario, es un juez que se niega a trabajar como tal, que se niega a

abrir su juzgado, que lo cierra. Porque sabe que si lo tiene que abrir y debe comenzar a

juzgar a los hombres, si realmente quiere obrar en rigor de justicia, los tendrá que condenar

a todos, porque todos son culpables en función de sus corrompidas naturalezas caídas, que

no cesan de pecar ni aún cuando duermen. Si abre el juzgado tendría que realizar una

masacre judicial. Entonces prefiere suspender el juicio, cerrar el palacio de justicia, y

regalarle la absolución, el dictamen absolutorio, a aquellos hombres y mujeres que por lo

menos se reconocen culpables de manera voluntaria, que espontáneamente aceptan su

culpabilidad, que se asumen reos, que desesperan de sí mismos, y que depositan toda su

confianza en la buena predisposición que hacia ellos tiene el magistrado, que se muestran

seguros de que el magistrado sabrá cómo actuar, sabrá como ayudarlos. El dios luterano 23

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probablemente sea el más misericordioso de los tres que debemos comparar.

o El dios calvinista es el más severo de los tres. Es un magistrado que abre la audiencia por

única vez, y que a lo largo de aquella única jornada resuelve en forma sumaria todos los

expedientes de los hombres que fueron, son y serán. A algunos, los menos, los absuelve. A la

mayoría, los condena. No existe en este tribunal derecho alguno de apelación, derecho de

revisión de las causas. Este magistrado no muestra a nadie los fundamentos de sus

decisiones. No explica ni las sentencias absolutorias ni las condenatorias. Y al concluir su

tarea cierra para siempre la corte, y no la vuelve a abrir nunca más.

Para evitar que sus seguidores se sumergieran en un estado de desesperación por no saber en qué

colectivo se encontraban, para evitar que la predestinación se convirtiera en una suerte de

terrorismo existencial, Calvino ofreció a los fieles algunos signos que permitirían sospechar de qué

grupo se formaba parte. No resulta posible alcanzar plena certeza en materia de salvación, reconoce

Calvino. En lo que respecta al estado de gracia, la plena seguridad es atributo excluyente de la

divinidad. A mediados del primer milenio San Agustín afirmaba al respecto: “multa corpora

sanctorum venerantur in terris quorum animae cruciantur in inferno” (“muchos cuerpos de santos

se veneran en la tierra, cuyas almas están crujiendo en el infierno”). Los hombres pueden creer que

una persona es santa y la elevan a los altares, y sin embargo ha sido destinada por la divinidad a los

infiernos. O pueden creer que una persona se fue al infierno y se encuentra sin embargo en el

Paraíso. La divinidad es la única que en última instancia conoce el destino de cada hombre. Aun así

Calvino cree que los hombres pueden alcanzar cierto conocimiento probable y conjetural en materia

de gracia, que les permitiría sospechar el estado en que se halla la propia alma o incluso las almas

de terceros. ¿Cuáles son los signos de la elección que identifica el Reformador francés?

1) Que el cristianismo nos haya sido predicado, es decir, que hayamos nacido en un espacio

civilizatorio en el que el cristianismo predomine.

2) Que recibamos con mansedumbre lo que se nos predica, que no nos cueste creer, que

aceptemos con facilidad y naturalidad los dogmas cristianos.

3) La perseverancia: que superemos siempre las dudas y que podamos emerger fortalecidos de

nuestras crisis de fe, llegando al final de nuestras vidas plenamente convencidos de las

enseñanzas del cristianismo.

4) La esperanza de contarnos entre los elegidos: si tenemos la fuerte convicción de que somos

uno de los elegidos, es muy probable que lo seamos. Aquí Calvino se instala en ese tipo de

razonamiento circular que se muerde la cola característico de la soteriología de matriz

agustiniano.

En definitiva lo que Calvino hace es convalidar el fanatismo religioso, el fundamentalismo, el 24

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destierro de la duda, transformados en uno de los principales indicadores del estado de elección de

una persona. Pocos indicadores subjetivos más seguros de encontrarse entre los elegidos que ser un

convencido y consecuente calvinista.

Hay que tratar de comprender que una doctrina como la de la predestinación no generaba

desesperación en la Edad Moderna. Surtía el efecto contrario: provocaba alivio. La angustia y la

duda son sentimientos que en realidad nosotros tendemos a proyectar hacia el pasado a partir de

nuestro presente secularizado, que tendemos a adjudicar a sociedades pretéritas que la mayoría de

las veces no las experimentaban. Las sociedades de los siglos XVI y XVII estaban pensadas para

fabricar fanáticos religiosos, para crear fundamentalistas. Eran sociedades basadas en la intolerancia

religiosa. En aquellas sociedades a los niños se les enseñaba a odiar lo que no eran antes de

enseñarles a amar lo que eran. En la mayoría de las regiones europeas las personas transcurrían sus

vidas tomando únicamente contacto con individuos de su mismo credo. La abrumadora mayoría de

los españoles sólo conocía católicos durante sus existencias. La abrumadora mayoría de los

ginebrinos sólo conocía calvinistas durante sus vidas. Los niños crecían viendo a sus progenitores, a

sus abuelos, a sus hermanos, a sus vecinos, a sus maestros, a sus sacerdotes, a sus magistrados,

actuando como luteranos, católicos, calvinistas y zwinglianos todas sus vidas. En un mundo con

estas características no resultaba difícil creer, aventar las dudas, alcanzar certezas más o menos

absolutas. Todo el proceso de socialización primaria y secundaria apuntaba a ello. Pues bien, la

predestinación era una doctrina que premiaba a los que no dudaban en sociedades que fabricaban

personas a quienes les resulta muy sencillo no dudar. Es por ello que decimos que la teoría de la

doble predestinación generaba alivio en la Edad Moderna. En Ginebra no era difícil ser un fanático

calvinista: ¡cómo no serlo, si no se conocía otra religión, si no se podía enseñar otra religión, si no

podían circular libros católicos o luteranos, si los dirigentes de las confesiones rivales no podían

predicar sus respectivas versiones del cristianismo!

Para ayudar a recordar los principios fundamentales de la soteriología calvinista, los historiadores

anglosajones han inventado un regla mnemotécnica que al mismo tiempo funciona como un

homenaje al calvinismo holandés, el más pujante en la Edad Moderna. Esta regla mnemotécnica se

basa en la palabra tulipán, en extremo asociada a la cultura de los Países Bajos del Norte. .

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Total depravity

Unconditional election

Limited atonement

Irresistible grace

Perseverance of the elect

Total depravity (depravación total): remite a la absoluta corrupción de la naturaleza humana

postlapsaria.

Unconditional election (elección incondicional): alude a que la divinidad ha elegido a hombres y

mujeres para la eterna felicidad sin razón aparente, sin ninguna relación con ninguna acción que

dichos seres humanos hayan hecho o dejado de hacer durante sus vidas. Se trata de una elección sin

porqué. Desde la perspectiva del hombre no tiene explicación.

Limited atonement (expiación limitada): el dios encarnado no muere por todos los hombres, no se

deja supliciar para la salvación de la humanidad, sino solamente para reunir méritos para un

reducido grupo de elegidos. No es el Redentor del mundo sino de los predestinados a la salvación

Irresistible grace (gracia irresistible): para los elegidos, la gracia resulta irresistible. Se trata de un

don sobrenatural que los predestinados no pueden rechazar ni perder. No le es dado al hombre

decidir sobre su propia salvación.

Perseverance of the elect (perseverancia de los elegidos): los elegidos podrán atravesar crisis de fe

o conciencia, pero irremediablemente recuperaran la confianza, y su convicción resultará cada vez

más sólida y robusta.

Desgrabado por Adrián Viale

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