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1903 - Número 3

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La revista de la Asociación Israelita de Beneficencia

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Sumario

05 Editorial: ¿La conocen?

06 Pesaj: ¿por qué esta noche es diferente?

08 El arte de contar historias. Entrevista a Aída Bortnik

14 Un lugar en el mundo

18 Alberto Gerchunoff: el hombre, el periodísta, el escritor

23 Así vivieron los que llegaron

30 La historia de la Hasbará: de “David y Golliat” al marketing de Israel

34 Bailar por la paz

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Kehilá RosarioASOCIACION ISRAELITA DE BENEFICENCIA

Una publicación de la Asociación Israelita de Beneficencia

1903 no se responsabiliza por el contenido de las notas firmadas. Los contenidos pueden ser reproducidos total o parcialmente

siempre que se cite la fuente.

PresidenteGuillermo Rosental

SecretariaSusana Kozuch

TesoreroLisandro Glocer

Staff Asesoramiento

Mirta Litmanovich

Editora responsableLic. Natalia Korman

Fotografía TapaDalmiro Páez ([email protected])

ColaboraciónIván Reiner / Daniel Dolinsky / Federico Ré / Marcelo Kisilevski

Arq. Viviana Mesanich / Dr. Arq. Roberto De Gregorio / Clara Burde

AgradecimientosLic. Eva Guelbert de Rosenthal

Museo Histórico Comunal y de la Colonización judíaRabino Aarón Halevi Goldman

Museo Ferroviario y de la Ciudad de Funes

Diseño y maquetaciónMaría Noel Ramírez ([email protected])

Impresión Borsellino Impresos

Publicidad Lic. Dalina Gorelik ([email protected])

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Editorial

Lic. Eva Guelbert de Rosenthal

Directora del Museo Histórico Comunal y de la Colonización

judía Rabino Aarón Halevi Goldman - Moisés Ville

Es hoy una pequeña comunidad que surgió en suelo eu-

ropeo y se trasladó con sus libros sagrados y sus valores.

Se arraigó en suelo argentino hace 120 años, emulando el

tipo de asentamiento que caracterizó al “stetl”.

Fue la primera colonia judía agrícola independiente, cuna

de la colonización judía, con un asentamiento que la carac-

teriza tanto en el pueblo como en la colonia: lineal, grupal

y comunitario.

Fue la única denominada “La Jerusalén de Argentina”, se-

gunda colonia de la Empresa Colonizadora del Barón de

Hirsch (Jewish Colonization Association) y la más pujante.

Hoy es “Cuna de integración cultural”.

Integración, no deculturación; respeto en la diversidad

cultural y sumatoria; transmisión de valores ancestrales.

Aquellos valores que fueron legados por los abuelos in-

migrantes transformados en acciones solidarias y de bien

público, con improntas edilicias muy marcadas.

Hoy, una localidad entera trata de mantener, mostrar, di-

fundir y preservar.

Más de 550 docentes hebreos egresados de su reconocido

Seminario y diseminados por el mundo son los portadores

de la llama del judaísmo que nunca se debe extinguir.

¿La conocen?

Dirección: Corrientes 825Tel: (0341) 5290011Mail: [email protected]: www.euroclassturismo.com.ar

Archivo: Museo Moisés Ville.

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Pesaj:¿por qué esta noche

es diferente?

historia la que nos hace saber quié-nes somos y de dónde venimos; y qué narrar a las generaciones futuras nos permite saber hacia dónde ir.Somos un pueblo que se ha mudado más de una vez, dejamos atrás Egipto, Persia, Roma, Europa. Aprendimos qué implica dejar algo atrás para vol-ver a comenzar, añorando un futuro mejor que no siempre alcanzamos a vislumbrar, siempre buscando un lu-gar donde desarrollar nuestra esencia en paz y con dignidad.En el transcurso del Seder de Pesaj (Noche de Pasaj), casi al comenzar separamos una matzá, la partimos y guardamos el pedazo mayor como Afikoman para el final del seder, a fin de comerlo como postre. Enseña el rabino Harold Shulweis, que el Afikoman representa la matzá del futuro y está quebrada porque el mundo aún no está redimido. Como guardamos el Afikoman debemos aprender a guardar esas narraciones, cuidar cada una de nuestras historias, transmitirlas porque es nuestra esen-cia, vivirlas porque son nuestra me-moria, porque un pueblo con esencia y memoria es un pueblo vivo.

Llega Pesaj una vez más: es tiempo de reflexión sobre la libertad física, anímica y material; tiempo en que nos despojemos de nuestro egoís-mo y lo traduzcamos en solidari-dad con los menos favorecidos, que compartamos lo que tenemos con los que menos tienen. Pesaj es Zmán Jeruteinu, tiempo de nuestra libertad, tiempo que no comienza y termina en Pesaj, es siempre, todo el año, en todo

momento, en todo lugar. En estas fechas debemos renovar nuestro desafío de ser libres, de ejer-cer nuestra libertad, de sentir que nosotros salimos de Egipto. Pesaj es emancipación, es la salida del cautiverio de la opresión física, del dolor material, de la degradación social y del deterioro espiritual. Pesaj es el despertar a la libertad, no solamente de nuestro pueblo, sino de todos los pueblos.

Jag Pesaj Kasher ve Sameaj

Rabino Daniel Dolinsky-

Cuando un día ha pasado y no está más allí, ¿qué queda de él?Nada más que una historia.Si no se narraran historias o no se es-cribieran libros, los humanos viviría-mos como las bestias, sólo por hoy.......¿Qué le sucede a un día una vez que se ha ido?¿Dónde están todos nuestros ayeres con sus gozos y sus penas?En las historias el tiempo no se desva-nece. Ni se desvanecen las personas...Para el escritor y sus lectores, todas las criaturas siguen viviendo para siempre.Lo que sucedió mucho tiempo atrás aún es presente.

Isaac Bashevis SingerPremio Nobel de Literatura

“...Un día salimos de Egipto, deja-mos atrás la casa de la esclavitud con todo lo que implica ir hacia nuestro destino...”La narración de la travesía por el de-sierto deja claro lo difícil que fue para nuestros antepasados dejar atrás la seguridad de lo malo conocido y ani-marse a ir hacia lo que está por venir, siempre misterioso y desconocido. Ni las maravillosas plagas, ni cada una de esas mágicas circunstancias, cau-saron en esos protagonistas de aque-lla generación un cambio automático de creer, sino que sólo abrieron una pequeña rendija por la que entró la luz de la esperanza que finalmente les llevó 40 años ver concretada. Para mejor, ni siquiera pudieron verlo pero maravillosamente se lo legaron a sus hijos.

Aún el viaje más largo se inicia con un solo paso: ir de la esclavitud a la libertad es un aprendizaje, que co-mienza una vez que nos declaramos libres, luego vivimos un proceso que nos desafía permanentemente a ser capaces de vivir en la libertad y no con libertad.Para ello, Pesaj y su HAGADÁ (na-rración) nos convoca a que la salida de los judíos de Egipto rumbo a la Tierra Prometida deje de ser un epi-sodio único, puntual, ya acontecido, para transformarse en un evento atemporal. Bejol dor vador... En cada generación cada uno debe sentir como si él o ella hubiese salido de la casa de la esclavitud.Sí!, definitivamente como dice Isaac Bashevis Singer, de los tiempos vivi-dos sólo queda historia, pero es esa

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El arte de contar historias

La guionista y escritora argentina recuerda la historia de sus padres y abuelos, y repasa sus experiencias y desafíos en el teatro y el cine.

Nació en 1935 y comenzó a es-cribir a muy temprana edad. Su primer guión para teatro, “Sol-dados y Soldaditos” (1972), tuvo un éxito rotundo. En el cine fue guionista de “La Tregua” (1974) y “La Historia Oficial” (1985), las cuales tuvieron nominaciones de la Academia, siendo ganadora la segunda. Más tarde escribió, jun-to a Marcelo Piñeyro, los guiones de “Tango Feroz” (1992), “Caballos Salvajes” (1995) y “Cenizas del paraíso” (1997). Su carrera es ex-tensa y no hay dudas de que na-ció para narrar. En un encuentro en su departamento del barrio de Once, Aída relató con gran detalle las historias de su familia, algunas anécdotas de su infancia, su paso por el periodismo y sus inicios en el teatro y el cine, como si se tra-tara del guión de su propia vida. ¿Podrías hablarnos de la familia de tu madre?Mis abuelos maternos eran ucra-nianos. Mi abuelo era cantor de un coro folclórico ucraniano judío y era famoso en lo suyo. Había andado con el coro por el mundo. Conoció a mi abuela, que había sido criada por su abuela, en una fiesta. Era una muchacha de una familia burguesa de bastante di-nero. A pesar de que ella tenía un

novio contador que le habían bus-cado, mis abuelos se enamoraron. Obviamente el flamante novio no era bien recibido por la familia de ella. Por lo tanto planificaron una huida y él la buscó una noche con un carruaje y de alguna manera la raptó. Se casaron religiosamente en una ciudad suiza. Él continuó de gira con el coro, y cuando la misma finalizó decidieron tomar un buque desde Génova hacia la Argentina. Es que mi abuela no paraba de llorar porque su abue-la no la había perdonado por la huida. El tema es que esta abuela tenía una hermana en Argentina que se había casado con un rico hacendado de La Pampa y la idea era que ella intercediera. Esta tía

los recibió con mucha amabilidad, escuchó la historia y le escribió una carta a su hermana. Entre tanto estalló la guerra en Europa y mi abuelo no pudo establecer contacto con el coro ni con su fa-milia. Entonces los visitantes se transformaron en inmigrantes, porque no tenían dónde volver. Eran inmigrantes forzados…Claro, entonces esta tía envió a mi abuela a la cocina y a mi abuelo al campo. Él sólo veía al campo como paisaje y no era muy útil en ese trabajo, por eso se escapó en cuan-to pudo. Llegó así al pueblo de General Pico, donde por suerte en-contró un ruso judío que lo ayudó, lo llevó a su casa y lo introdujo en

el oficio de la costura, porque esta persona era sastre. Cuando pudo reunir el dinero, alquiló una casita y volvió a raptar a mi abuela. Tu-vieron cuatro hijos en ese pueblo, incluida mi mamá. Ella era la única idéntica a mi abuela: de piel oscu-ra y trigueña. Le decían “la negra”. ¿La familia se estableció en Gene-ral Pico?No. Como él no se resignaba a no poder cantar, se trasladaron más tarde a Buenos Aires con la idea de encontrar un coro. El sastre le había advertido que no iba a en-contrar un coro ruso en el país, pero sí uno judío. Por eso, esta persona le enseñó idish. Afortuna-damente en Buenos Aires volvió a cantar, pero ya no pudo vivir de eso como en Ucrania. Trabajó toda su vida como sastre. En Bue-nos Aires tuvieron dos hijos más. ¿Y tu papá?Mi papá sí llegó de Ucrania como inmigrante, con sus padres y cin-co hermanas mayores que él. Te-nía seis meses cuando llegaron directamente a Buenos Aires en 1918. Mi abuelo paterno era muy religioso, pero no era un ortodoxo. Se fueron de Ucrania por los po-groms.

¿Por qué Argentina?Resulta que un hermano de mi abuelo había vivido aquí y le ha-bía contado maravillas de este país. Le decía que había trabajo y que no había antisemitismo. Al llegar, primero fueron a un con-ventillo y luego se mudaron junto con otra familia judía a dos casas contiguas idénticas. Mi padre hizo la primaria y la secundaria en es-cuela pública y paralelamente fue al schule. Él no era religioso. Hizo su Bar Mitzvá en honor a mi abue-lo, que era una especia de pater fa-milia en su comunidad. Mi padre era anarquista, anarco-socialista, como también lo era mi abuelo.

¿Cómo se conocieron tus padres?Mi mamá lo conoció en casa de unos amigos de mis abuelos ma-ternos, en donde mi papá estaba viviendo circunstancialmente porque era muy amigo de ellos. Se

lo presentaron ese día de forma deliberada y desde entonces ella no dejó de verlo nunca, ni un solo día. Se casaron muy jóvenes por sinagoga. A veces iban al templo de Paso, al de Libertad o a uno de Villa Crespo. Mi padre no iba a la sinagoga habitualmente, más que en Iom Kipur para rezar el Ka-dish. Yo fui hija única. En reali-dad esperaban un hijo al que pen-saban llamar José (risas). Cuando nací y la enfermera anunció que era mujer, mi mamá dijo que no podía ser posible, que tenía que ser varón (risas). Como no tenían elegido un nombre de mujer, mi abuela materna le sugirió el de su abuela, un nombre ruso que sona-ba parecido a Aída. Siempre le re-proché eso. Cuando ella se estaba muriendo hablábamos mucho y yo le narraba historias, y le con-taba sobre mi encuentro con la cigüeña: decía que yo la veía por una ventana y le de-cía: “Ahí está la negri-ta, yo quiero ir con la negrita”. Y la cigüeña me explicaba que no se podía, porque ella esperaba un varón. Entonces le contes-taba que no me im-portaba, que quería ir con ella. Al final la cigüeña decidía llevarme. La idea era transformar lo que había sido un reproche en una elección.“Nunca me arrepentí”, le decía a mi mamá (risas). Ella no era culposa, no parecía judía, era muy difícil introducirle una cul-pa. Pero por las dudas yo quería que sintiera amor y entonces le contaba esas historias y transformaba lo que podían ser con-flictos en algo diferente. ¿Cómo fue tu formación?A mí no me impusieron nada jamás. No fui al schule, por ejemplo. La primaria la hice en un colegio inglés. Por elec-ción de nuestros padres, las

judías no tomábamos clases de re-ligión católica. Por lo tanto, cuan-do llegaba esa hora nos decían así: “Las de moral pónganse de pie” y nos llevaban a otra aula. Mientras el resto tomaba lecciones de reli-gión a nosotras nos daban leccio-nes de moral. Un día me di cuen-ta. ¿No teníamos moral porque no éramos católicos? Y me empezó a dar bronca. Entonces, cuando vol-vió a suceder les dije: “Yo no me voy porque soy judía sino porque mi papá es anarquista” (risas). Ob-viamente lo citaron y él efectiva-mente les dijo que era cierto. Creo que ésa fue mi primera reacción defendiéndome como judía. Nun-ca había tenido la sensación de ningún tipo de persecución ni de diferencia. Años más tarde, hice la secundaria en el Liceo 2, que está en Rivadavia y José María Moreno. ¿En qué momento nació tu pasión por la escritura?

Entrevista a Aída Bortnik

Federico Ré-

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Yo escribía desde los cuatro años. Les dejaba notitas a mis padres debajo de la almohada. Todos mis planes, desde que tenía diez, era hacer teatro. Ésa era mi pasión. En el secundario llegó un momen-to en donde todas las materias, salvo algunas que tenían buenos profesores, dejaron de interesar-me. En la clase de Instrucción Cí-vica yo abría el libro de historia de teatro y leía. Tenía mi futuro muy armado: primero iba a es-tudiar para ser actriz, luego iba a dirigir y finalmente, cuando ya hubiera llegado a ser Shakespea-re o Chéjov, iba a estrenar. Ésas eran mis metas, porque para po-nerse metas no veo por qué hay que achicarse. Pero nunca llega-ba a escribir como ellos, nunca estrenaba, nunca le mostraba nada a nadie. Más tarde entré a Derecho. Traté de ser razonable,

porque todos me decían que no iba a poder vivir del teatro, pero igualmente yo sabía que nunca iba a terminar abogacía. Tenía la certeza de que finalmente iba a escribir, pero tenía que hacer un camino que me llevara a la escri-tura que me interesaba. Hice pe-riodismo durante muchos años y la gente de teatro me preguntaba por qué no hacía teatro. Trabajé en Primera Plana, en Panorama, en Siete Días y en La Opinión. ¿Cuándo llegó tu primera obra?Un día Víctor Laplace, que era amigo mío, me dijo que quería hacer un espectáculo escrito por mí. Entonces renuncié a Panora-ma, pasé el verano en una quinta que alquilaba con amigos y escri-bí “Soldados y Soldaditos”, que fue mi primer espectáculo teatral. Laplace hacía los 15 personajes,

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Martillera Pública / Mat. 964-H-2los cuales estaban relacionados con guerras de distintas épocas. A pesar de que hacíamos una obra anti-militar en plena dic-tadura – era época de Lanusse–, nos fue muy bien. Abandoné De-recho para poder estrenarla en 1972. Después de la obra también dejé de hacer periodismo, por-que no me parecía honesto estar de los dos lados del mostrador. Más tarde vino “La Tregua”…Sergio Renán, a quien yo conocía del club Hebraica, me ofreció tres novelas para adaptar a la televi-sión. Entre ellas estaba “La Tre-gua” de Mario Benedetti. La elegí y él me dijo con mucha soltura que obtuviese los derechos. Yo no sabía cómo se hacía eso, pero conseguí el teléfono de Benedet-ti, quien ya había rechazado ocho veces a grandes compañías nor-

teamericanas que querían hacer una adaptación, y no sé cuántas veces más a uruguayos, chilenos y argentinos que lo buscaban por dicha novela. ¡A mí no me conocía nadie! Me comuniqué con él y le empecé a hablar de lo que pensaba de su obra. Re-cuerdo haberle dicho que íbamos a tener al único Martín Santomé (el personaje principal) que ha-bía en el mundo, es decir, Héctor Alterio. Y final-mente me dijo que sí. Lo hicimos para televisión y fue muy exitoso. Luego vino la película, en 1974. ¿Tenías experiencia en guiones de cine?Nunca había hecho un guión para cine y tampo-co para televisión (risas). Al principio no le creí a Renán, pero consiguió las productoras y se hizo. Nuevamente nos fue bien (fue la primera película argentina nominada para el Óscar). En esa época la ceremonia de premiación no era transmitida por la televisión y esa misma no-che fui a ver “Amarcord”, la cual competía con nuestra producción. Cuando salí de la sala juré solemnemente que si por algún aborto de la na-turaleza llegaba a ganar “La Tregua”, yo iba a na-dar hasta Roma a pedirle perdón a Fellini (risas). Finalmente él se llevó el premio. En ese momen-to yo realmente pensé que nunca más íbamos a ser nominados por la Academia, pero después vino “La Historia Oficial” (1985). Creo que el cine me secuestró. Yo hacía y seguía haciendo teatro, pero llegó un momento que no podía, que no tenía cuándo. Pero no me puedo quejar. ¿Tuviste problemas para trabajar durante la últi-ma dictadura?Sí, me exilié en Madrid desde 1976 hasta 1979. Antes de irme había terminado el guión ori-ginal de “La Isla”, que iba a dirigir Alejandro Doria. La película no se podía hacer porque yo estaba prohibida en todo y además porque la mayoría de los actores que nosotros habíamos elegido no se podían usar. Yo sufría amenazas desde 1975 y se hacían cada vez más fuertes. Pero volviste en 1979…Madrid era un plomazo que no se podía soportar. Culturalmente no pasaba nada, me ahogaba. Un día me llamó Doria para decirme que finalmente había conseguido filmar “La Isla” y que algunas cosas no habían salido muy bien, porque los ac-tores que se pudieron utilizar la arruinaban un poco. Entonces, con la película ya filmada, él me pidió que la rescribiéramos en compaginación, básicamente que contáramos la historia de otra manera. Me dijo que había estado investigando y que si regresaba por un mes y sólo para este trabajo no iba a pasar nada. Finalmente decidí regresar a la Argentina, pero con la fuerte idea de volver a España, porque acá yo no podía tra-bajar. La Isla fue un éxito extraordinario. Estu-ve un año más prohibida; ni Doria ni yo tenía-mos trabajo, pero me quedé. Éste era mi lugar.

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Breves pinturas

Jewish wedding (1910)Mark Chagall, nació en Vitebsk, Bielorrusia en 1887, bajo el nombre de Moishe Shagal.Su obra se inspiró en las costumbres de la vida en Bielorrusia e interpre-tó muchos temas bíblicos, reflejando así su herencia judía. En los años 1960 y 1970 se involucró en grandes proyectos destinados en espacios públicos o en importantes edificios civiles y religiosos.La obra de Chagall está conectada con diferentes corrientes del arte mo-derno. Formó parte de las vanguardias parisinas que precedieron la Pri-mera Guerra Mundial. Sin embargo, su obra se queda siempre en los límites de estos movimientos y tendencias emergentes, incluyendo el cubismo y el fauvismo. Estuvo muy vinculado con la Escuela de París y sus exponentes, como Amedeo Modigliani. Falleció en Francia, en el año 1985.

Jews at the wailing wall (1890)Gustav Bauernfeind, nació en Sulz am Neckar, Alemania, en 1848.Fue pintor, ilustrador y arquitecto. Es considerado uno de los pintores alemán más famoso de Oriente.Su obra se caracteriza principalmente por diseños arquitectónicos. Además hizo cuadros de género con temas palestinos. La mayoría de sus pinturas son como fotografías de paisajes urbanos precisas e imágenes de los santuarios famosos. Falleció en Jerusalén en el año 1904.

etude in Red Leonid Afremov nació en 1955 en la ciudad Bielorrusia de Vitsyebsk.Sus cuadros se caracterizan por la originalidad. En un estilo neoim-presionista, el pintor describe personajes y paisajes de gran belleza. Sus trabajos muestran una amplia gama de colores. No utiliza pince-les, sino pequeñas paletas que le dan un original relieve a sus cuadros.Al día de hoy, el pintor está radicado en Israel, desde donde recorre el mundo en busca de nuevos paisajes para pintar.

giRl with haiR RibbonRoy Fox Lichtenstein nació en Nueva York en 1923. Fue atísta gráfi-co, escultor y uno de los mayores exponentes del movimiento artís-tico pop art. Es reconocido mundialmente por sus interpretaciones a gran escala del arte del cómic. A partir de 1961 se dedicó por com-pleto a producir arte mediante imágenes comerciales de producción masiva.Sus historietas de cómics, como Good Morning, Darling, son amplia-ciones de los personajes de los dibujos animados, reproducidas a mano con la misma técnica de puntos y los mismos colores primarios y brillantes que se utilizan para imprimirlos. En 1997 falleció en su ciudad natal.

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Quizás deba disculparme con la persona que esté leyendo estas lí-neas. Es una defensa de antemano por lo que leerá a continuación. Este espacio estaba destinado a una nota periodística sobre la in-migración en Argentina, más pre-cisamente sobre la llegada de aque-llos europeos devenido en gauchos judíos; “nuestros abuelos”, por así decirlo. Pero me temo que aquella primera aspiración que tuve a la hora de definir el temario de esta revista no va a poder concretarse.En los próximos renglones el lector encontrará una nota de carácter personalista, llena de subjetivida-des, con las idas y venidas propias del pensamiento. No quiero hacer un relato histórico sobre lo ya co-nocido por muchos de nosotros, aunque lo creo necesario para po-nerlo en sintonía con mi visión.

Un día como hoy emprendí un bre-ve viaje rumbo a Moisés Ville con un sencillo justificativo: necesita-ba tomar contacto personal con el “lugar de los hechos”. De por sí es muy difícil escribir sobre temáticas específicas, y todavía más si todo lo que sabemos de ello fue aprendido en libros. Por lo tanto, comencé la investigación en contacto con la gente del “museo de Moisés”.Honestamente, no esperaba encon-trar mucho. Sólo quería recaudar datos, sacar algunas fotos y volver a casa rápidamente.Así que allí estaba, sentada en el colectivo esperando llegar, hasta que el cartel de la calle Barón de Hirsch se abrió paso en el paisaje. Me pareció sólo un pueblo más, con un parador igual a tantos otros. “Bienvenida a Kiriat Mosche” (Vi-lla Moisés), me dije a mí misma. Comencé a caminar observando atentamente. La tranquilidad de la siesta abundaba por las calles.

haciendo memoRiaDurante mi breve estadía, la Licen-ciada Eva Guelbert de Rosenthal –directora del Museo Histórico Co-munal y de la Colonización Judía Rabino Aarón Halevi Goldman– me ayudó en la reconstrucción de los hechos históricos.Con un relato muy apasionado, Eva indicó: “Fueron muchos los factores que llevaron a los judíos europeos a emigrar de su lugar de origen. Pero en 1881 y 1884 se su-cedieron en Rusia los ataques –de-nominados pogroms– organizados por la policía y el gobierno contra los judíos. Doscientos quince sitios diferentes fueron atacados”.Durante toda una tarde, Eva narró la historia completa. En el transcur-so de 1882 se decretaron leyes que separaban a los judíos de la tierra. Así se dio comienzo a un proceso de restricción oficial de sus derechos. Conjuntamente con todas estas si-tuaciones, en el 87 se implementó

Un lugar en el mundo

Moisés Ville, alguna vez fue conocido como “la Jerusalén de Argentina”, es un pueblo lleno de tradición y memoria. 1903 caminó por sus calles con el objetivo de rastrear la historia del primer grupo de inmigrantes judíos que llegó a estas tierras.

Natalia Korman-

la limitación de estudiantes judíos universitarios y la prohibición a re-sidir a menos de 50 km de cualquier frontera, achicando así la zona de residencia, hecho que afectó a varias de las aldeas y alentó una emigra-ción interna o externa.En simultáneo a estos hechos, en otro punto del globo, el presidente argentino Nicolás Avellaneda cris-talizaba el anhelo de los constitu-yentes de 1853. Siendo así, en 1876 la Argentina abría sus puertas con la Ley de Inmigración y Coloniza-ción Nº 817.Así fue como en 1889 el carguero alemán S.S.Wesser zarpó desde el puerto de Bremen rumbo a Bue-nos Aires con ochocientas veinti-cuatro personas a bordo. Tras un largo periplo, los viajeros llegaron a nuestro país el 14 de agosto de ese mismo año. Con la esperanza de convertirse en agrícolas y hom-bres libres, se encontraron con una realidad desalentadora: el te-rrateniente que les había vendido las tierras –Rafael Hernández– los había estafado.Aislados y sin perspectivas, perma-necieron en el Hotel de Inmigran-tes de Buenos Aires durante doce días, hasta que el Dr. Pedro Palacios –dueño de grandes extensiones de tierra en la provincia de Santa Fe– firmó un contrato de colonización con los damnificados.

¿una nueva opoRtunidad?Con la ilusión renovada, los pasajeros del S.S. Wesser abordaron otro vapor rumbo al puerto de Rosario y desde allí tomaron el tren hasta la estación Palacios. Nuevamente la realidad los golpeó con dureza, ya que se encon-traron con un panorama desolador, sin ningún medio de subsistencia ni alojamiento. Una vez más habían sido víctimas de un fraude. Allí, hacinados en los galpones de la estación en construcción, el hambre y las pestes se convirtieron en fata-les compañías. Sesenta fue el núme-ro de niños víctimas de las enferme-dades. “Fue justamente la muerte de los más pequeños lo que arraigó a estos inmigrantes a las tierras santa-fesinas”, señala la Lic. Rosenthal.En octubre de 1989, el Dr. Guiller-mo Loewenthal, médico higienista que se encontraba de paso por la

zona, advirtió desde el tren a una multitud de hombres, mujeres y ni-ños desnutridos y harapientos. Con-movido por este patético escenario, movilizó a los diversos extractos po-líticos para lograr que asistan a es-tos extranjeros caídos en desgracia.Así, esta comunidad judía organiza-da, con su jefe espiritual –el Rabino Goldman–, su torá –los royos de la ley– y su acervo cultural, se trasladó 18 kilómetros (¿en qué dirección?), donde cada uno recibiría una quin-ta y una carpa de lona gruesa.Se considera que la fundación del asentamiento en Moisés Ville fue durante los primeros días de no-viembre de 1889. El Rabino desig-nó el nombre de la localidad reme-morando la historia de Moisés al liberar a los judíos de Egipto y ha-ciendo un paralelismo con la reali-dad de este grupo de inmigrantes.El 10 de enero de 1890, el Dr. Pala-cios presentó, por medio de un re-presentante, el plano del Pueblo de Moisés Ville en el Departamento Topográfico. Los colonos levantaron sus casas a ambos lados del camino y situaron las quintas detrás de las viviendas, lo que marcaría un tipo de construcción muy peculiar.Consecuente con sus ideas, el Dr. Lo-ewenthal retornó a París para reunir-se con el gran Rabino Zodac-Kahn y la Alliance Israelite Universelle. Allí presentó su proyecto de colonización y logró captar la atención del filán-tropo Barón Hirsch, quien ya venía trabajando en pos de los problemas sufridos por los hermanos en Rusia.Hacia fines de 1890, el Dr. Lo-ewenthal regresó a la Argentina

para comprar definitivamente las tierras de Palacios, librando así a los colonos del pago de las cuotas anuales. Pero, para aquel entonces, Palacios elevó el precio de las tie-rras, imposibilitando la concreción de la transacción.Finalmente el proyecto se efectuó, y en 1891 se fundó la empresa co-lonizadora del Barón de Hirsch. Las tierras del centro urbano de Moisés Ville fueron adquiridas y escrituradas.El trabajo de la Jewish Colonization Asociation se extendió por gran parte del territorio nacional, com-prando tierras para los colonos en Santa Fe, Santiago del Estero, En-tre Ríos, Buenos Aires y La Pampa; fundando pueblos como Virginia, Monigotes, Palacios, Santa Clara y Colonia Dora, entre otros. Con el correr de los años muchas personas se asentaron en estas co-lonias. En 1937 llegó una nueva co-rriente migratoria que escapaba del nazismo. Al igual que los primeros colonos su adaptación fue difícil. Pero lucharon por superar los pro-blemas y reconstruir sus vidas, con un nuevo idioma.

caminando poR sus callesEse pueblo, que en apariencias era igual a tantos otros, comenzó a des-cubrirse ante mis ojos como lo que realmente es: cuna de la coloniza-ción organizada judía en Argentina, lleno de indicios y simbolismos del paso de los colonos judíos por allí.Letras en hebreo en las fachadas de sus edificios; palabras como “ka-dima” (adelante), “shalom” (paz) o

Fachada Teatro Kadima Moisés Ville. Archivo Museo Moisés Ville.

Rabino Goldman - Archivo Museo Moisés Ville.

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un camino tRazadoEn la editorial de la segunda edi-ción de 1903 la Morá (profesora) Mirta Litmanovich dice: “Nuestros abuelos construyeron institucio-nes y es probable que no hayan te-nido casa propia. Paradójicamente judíos, aún pobres, donaban plata para construir un Estado, y hoy los nietos y bisnietos de aquellos judíos, mucho más ricos, reciben plata del Estado de Israel para fi-nanciar la educación judía en la diáspora”.Quiero ir un poco más allá de aquella cita. Durante mi via-je de regreso no podía dejar de pensar en aquellos inmigrantes, desarraigados y estafados, que sufrieron hambre y pestes, y que lamentablemente vieron morir a sus hijos; aquellos inmigrantes que llegaron con una mano atrás y otra adelante, cuyo único anhe-lo era la libertad. Ellos fundaron escuelas, bibliotecas, teatro, sina-gogas, seminario de formación docente y un cementerio.

nos legaRon la tRadición,nos facilitaRon el camino

Ellos lucharon contra los molinos de viento, y a nosotros sólo nos resta recordarlos. Algo tan sencillo y poco sufrido, nuestro rol sólo radica en ser los guardianes de nuestra historia. Cómo será que las cosas cobran pers-pectiva, ya que en definitiva no es tan difícil lo que se nos encomendó.Me emociona profundamente ha-ber podido presenciar el trabajo de aquellos hombres y mujeres que, radicados en nuestra primera colo-nia organizada, cuidan, respetan y protegen el rol de la memoria y la memorabilidad.A quienes no lo conocen, reco-miendo su visita. Realmente es un viaje de lo más espiritual. Es una forma de recordar quiénes somos y de dónde vinimos, cómo vinimos y en qué nos convertimos. Las calles de Moisés Ville lo están esperando. Allí encontrará un pueblo como tantos otros, pero con un secreto: un eco resurgente de un pasado que se niega a ser olvidado.

“bobe” (abuela) en boca de todos sus pobladores; rejas al frente de las casas con forma de Maguen David (estrella de David). Todo ello está allí, esperando ser visto.Este increíble lugar cuenta con tres escuelas rurales en funcionamiento, una escuela hebrea que en sus años de esplendor supo ser cuna de for-mación docente, dos bibliotecas, un enorme teatro y un museo. Lo cultu-ral se presenta con mucha impronta.Realmente no hay lugar en todo el territorio nacional que se parezca a éste. Su estructura edilicia indica el claro paso de la tradiciones judías por allí. Tres sinagogas en pie, un teatro, dos bibliotecas, el cemente-rio; allí todo parece familiar.En algún momento de mi estadía pensé que Moises Ville debería ser un lugar obligado para todo judío, ca-pital espiritual para aquellos que tan lejos estamos de Jerusalén. Luego me enteré que, alguna vez, la localidad fue denominada como “la Jerusalén de Argentina”. Los que eligieron lla-marla así no estaban equivocados.

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Desde 1922 un nombre querido por la comunidad judía de todo el país...

Banda de los hermanos Katz

Archivo Museo Moisés Ville.

Archivo Museo Moisés Ville.

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panizante, encontró en el casticis-mo un resguardo frente al idisch y al balbuceo del español, aprendidos en el ambiente hogareño. Además de miles de crónicas periodísticas, producto de una aguda visión de la realidad circundante, de los innu-merables viajes por el mundo como corresponsal y entrevistador de im-portantes figuras y de su denodada lucha por las libertades individuales y sociales plasmadas en conferen-cias y escritos, publicó: “La Jofaina Maravillosa”, “Nuestro Señor Don Quijote”, “El Hombre que Habló en la Sorbona”, “El Problema Judío”, “Historias y Proezas de Amor”, “Ro-berto Payró: El Hombre Importante” y “La Asamblea de la Bohardilla”, en-tre otras. Entre sus obras póstumas podemos nombrar: “Entre Ríos, Mi País”, “Retorno a Don Quijote”, “El Pino y la Palmera” y “Argentina, País de Advenimiento”.

los gauchos JudíosEs casi imposible definir el género y la esencia de esta obra. Los relatos que la conforman son cuentos, es-tampas, descripciones de paisajes, esbozos de personajes, aforismos y

recuerdos autobiográficos que po-dríamos quizás encuadrar en una generalización como episodios, pero que tampoco llegan a definirlo. Como muchas obras literarias, es poco leída y muy citada, pese a sus innumerables ediciones en diversos países y editoriales, y a su traducción a varios idiomas, entre ellos el hebreo. Su título es un hallazgo literario tan exacto, tan preciso, tan acorde con la descripción de sus personajes –ya arquetípicos–, que circula como una expresión idiomática en nuestro len-guaje, cuando nos referimos a la gesta de la inmigración del pueblo judío a estas tierras. Creo que no hay página

escrita referida a la misma que no con-tenga esa acertada y feliz expresión. Publicada en ocasión del Centenario, tan fastuosamente celebrado, esta obra no sólo no carece de propósi-tos claramente definidos sino que se apoya en una ideología sustentada en ese momento por Gerchunoff y muchos intelectuales judíos de la época. Siguiendo a Leonardo Senk-man y a otros estudiosos acerca de este tema, podemos afirmar que la gran metáfora que es posible encon-trar en este texto fundacional tiene poco de realista. Son escasos los per-sonajes reales que viven auténticos conflictos o situaciones posibles en esos primeros años de nuestra inser-ción como pueblo en la Nueva Tierra. A excepción del Dr. Larcho, “el médico milagroso”, el boyero Remigio Calama-co o Favel Douglach, personas reales a las que conoció en su adolescencia, su voluntad de llevar a un terreno cuasi sagrado a los hombres y mujeres que paulatinamente fueron adquiriendo, a fuerza de enormes sacrificios, cos-tumbres ignoradas y que luchaban diariamente con todo tipo de incle-mencias climáticas, sequías y fenóme-nos como las depredadoras langostas;

El jueves 2 de marzo de 1950, a las cinco de la tarde, el cuerpo de un hombre robusto con gruesos y redondos anteojos caía fulminado por un síncope en la esquina de San Martín y Sarmiento de la ciu-dad de Buenos Aires. Había salido del diario La Nación, donde trabaja-ba desde 1907, y era uno de sus más eximios periodistas. Tenía 66 años y se llamaba Alberto Gerchunoff. Sin que se lo pudiera identificar duran-te horas, fue velado luego en la sede de la Sociedad Hebraica.Antes de ingresar a ese diario, entre 1905 y 1907, había sido subdirector de El Censor de Rosario y de El Argenti-no de Chascomús; también redactor de La Razón y El País de Buenos Aires. De 1910 datan sus artículos para La Nación sobre los colonos judíos de Entre Ríos, bautizados como “los gauchos judíos”. Dichas perso-nas fueron transformadas luego en personajes de un libro clásico. Fue, además, director del diario El Mundo, autor de numerosas obras literarias y docente. También in-cursionó en la política y se involu-cró activamente en las causas de su tiempo: la situación española, la suerte de algunos países latinoa-mericanos, el Imperialismo, el Na-zismo, las dictaduras de todo tipo. En su autobiografía puede leerse: “Nací el 1 de enero de 1884 en una provincia que es como Lituania, Ru-sia, de densa población israelita”. Es-capando de los pogroms y persecucio-

nes de toda índole, la familia emigró a la Argentina en 1890, tan sólo un año después de la llegada del Wesser, la heroica odisea de los fundadores de Moisés Ville tantas veces relatada. Se establecieron precisamente en esa población incipiente, la primera colonia judía fundada gracias a la fuerza magnánima del filántropo Barón Mauricio de Hirsch, el verda-dero padre de los gauchos judíos, a quien precisamente dedica su libro. Su figura casi olvidada, o poco co-nocida, ha sido reivindicada recien-temente por Dominique Frischer en su obra “El Moisés de las Américas”, escrita en francés y publicada en español por El Ateneo hacia 2004. Al poco tiempo de instalarse en el oeste santafesino, un gaucho em-bravecido por el alcohol y animado por el odio hacia los “usurpadores” de esas tierras, asesinó a su padre e hirió gravemente a su hermana, que yacía en una improvisada cuna en la carpa de lona que les servía de vi-vienda. Ese episodio fue luego mag-níficamente relatado por el autor en el texto “En Moisés Ville”, en la obra

”Entre Ríos, mi país”, y recreado lite-rariamente en “La muerte de Rabí Abraham”, uno de los episodios de “Los Gauchos Judíos”. La tumba de su padre, como la de otros inmigran-tes judíos que corrieron igual suerte, se encuentra en el cementerio de Moisés Ville, en la parte posterior del mismo, sector donde deben ser ente-rrados los que no mueren de muerte natural según nuestras arraigadas costumbres.Alarmada por esa horrorosa expe-riencia, la joven madre se dirigió a Rajíl, estación Domínguez, provincia de Entre Ríos, donde vivían algunos familiares. Ésa es la geografía donde transcurren los episodios de “Los Gauchos Judíos”, obra publicada en 1910, en ocasión de las celebraciones del Centenario de nuestro adveni-miento como nación. Años más tar-de se establecieron en Buenos Aires. Transcurría 1895 y Alberto, de 11 años, trabajaba de día y estudiaba de noche. Lo hizo en una panadería y en una fábrica de cigarrillos; fue ven-dedor ambulante y operario en un ta-ller mecánico, donde un obrero astu-riano lo inició en la lectura del Quijo-te. A partir de ello se convirtió en un voraz lector de todo tipo de textos, en especial de los clásicos. Así, muy len-tamente comenzó su tarea periodísti-ca y literaria. Tiempo después, pudo realizar el sueño de vivir de la pluma o del “toqueteo” de la máquina de escribir, hasta su temprana muerte. Además de “Los Gauchos Judíos” fue autor de muchas otras obras, las cuales fueron opacadas por la fama de aquélla. Su prosa exquisita, his-

Alberto Gerchunoff:el hombre, el periodísta, el escritor

Publicó su obra más influyente –“Los Gauchos Judíos”– en ocasión del Centenario de la Revolución de Mayo. A través de su minuciosa prosa buscó integrar en la historia argentina las historias de los colonos judíos asentados en tierras entrerrianas. Su anhelo: un pueblo judío plenamente identificado con los ideales nacionales.

Prof. Celia Klarman-

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con el duro aprendizaje de las tareas agrícolas, totalmente desconocidas por ellos, y con la hostilidad evidente de los antiguos pobladores vecinos, especialmente los gauchos, hacen de esa apología de la bucólica vida pasto-ril y campestre una obra de un idea-lismo por momentos casi ingenuo, un discurso apologético que se justifica en parte por el deseo de contrarrestar, de alguna manera, con algunos suce-sos ocurridos en la época.Un año antes de la aparición de esta obra, Ricardo Rojas publicó “La Restauración Nacionalista”. El nacionalismo espiritualista de Rojas denunciaba, al igual que otros pensadores y políticos, a las escuelas privadas judías de las co-lonias agrícolas como uno de los “factores activos de la disolución nacional”, juntamente con las escue-las alemanas, italianas o inglesas. El 30 de noviembre de 1908, el Inspector de Escuelas Ernesto Ba-vio escribía en “El Monitor de la Educación Común” –la revista ofi-cial del Consejo Nacional de Edu-cación– que “las escuelas israelitas entrerrianas de la Jewish Coloniza-tion Association deben clausurarse de inmediato pues la enseñanza del idish y el hebreo impiden la asimi-lación de los inmigrantes”. Algunos

diarios como La Nación y La Pren-sa hicieron eco de esta campaña. Gerchunoff no era, de ningún modo, ajeno a esas cuestiones. Había una verdadera demanda de asimilación cultural y étnica de los inmigrantes judíos a la que evidentemente el au-tor adhería más como una actitud integracionista que asimilacionista. Pareciera que ya habían sido olvida-das las utópicas formulaciones del “crisol de razas”, las cuales se disi-paron rápidamente con el enfrenta-miento a la materialidad de lo real frente al esperanzado ensueño poé-tico. Ya lo anunciaba Martiniano Le-guizamón en el prólogo de “Los Gau-chos Judíos”, cuando les reclamaba “abandonar los hábitos tradiciona-les judíos para adquirir, como por lenta infiltración del medio ambien-te, un nuevo sentido de libertad”. Por otra parte, es bueno recordar que en nuestro país ya se atisbaban los prolegómenos de lo que habría de ser La Semana Trágica y otros su-cesos semejantes y no menos terri-bles, magníficamente relatados por Pinie Wald en su obra “Pesadilla”, la primer novela crónica de esa sema-na nefasta, escrita en idish por uno de sus protagonistas, publicada en 1919 y editada en español en Rosario por la editorial y librería Ameghino.

Pero volvamos a nuestro autor y a su obra primera. Desfilan por ella el trazado del primer surco; la lluvia; la siesta; la llegada de nuevos inmi-grantes; la huerta perdida por la lan-gosta; los amores de Myriam y Roge-lio Miguez, quienes se comunicaban a través de las canciones; la huida de la pareja mientras se celebraba Pesaj (Pascua) en la sinagoga; la visita de la familia judía a la estancia de don Estanislao Benitez; el divorcio de una pareja por la carencia de amor; el poeta; la novia que huye con su verdadero amor en medio de la fies-ta de su boda pactada con el hombre más rico de la colonia, a la vez el más torpe y el menos agraciado; el cande-labro de plata; el médico milagroso, y la celebración del 25 de mayo por los colonos, que apenan entienden el sentido de ese festejo pero que adhieren fervorosamente al mismo. Sus personajes femeninos recuer-dan a las mujeres bíblicas: se llaman Raquel, Rebeca, Myriam, Sara. Los sabios judíos son el equivalente de esos recios varones que aprendie-ron a cultivar la tierra sin olvidar las más auténticas tradiciones ju-daicas. El mate y el arado se unen a la santificación del sábado; el asado criollo a las comidas tradicionales. La vestimenta arcaica y europea se

No seríamos ecuánimes con Gerchunoff si no dijéramos que, a la luz de las realidades sociopolíticas que lo tuvieron como pro-tagonista en muchos casos, vira su visión idílica hacia una firme defensa de los valores democráticos que siempre sustentó, tanto en sus conferencias como en su labor periodística y literaria.En 1910, durante el Centenario, obedece su pluma a la impe-rativa necesidad de ser reconocido como un “auténtico argen-tino”, pero con el correr de los años y ante los acontecimientos casi de pesadilla que debe afrontar como argentino y como ju-dío, su prosa se torna combativa, rechaza honores académicos, manifiesta sus preocupaciones y angustias por el destino –no sólo del pueblo judío sino de la humanidad entera–, y hasta hace un acto de contricción al recordar su elegíaca visión de la inmigración judía manifestada en su primera obra editada. Si en su infancia de inmigrante pobre ya había aprendido, por el ejemplo de sus mayores, a considerar a la Argentina como un “país de advenimiento”, durante más de 40 años esa ima-gen se le iría renovando regularmente en una especie de vigi-lia constante que se refleja en sus escritos. Deseaba para todos el estar en una tierra de libertades plenas, por ello se mani-festó permanentemente contra todo tipo de mesiánicas ideo-logías como el nazismo y el antisemitismo telúrico, y com-batió a los “profetas del odio” de cualquier lugar de la tierra. En uno de sus escritos manifiesta su deseo de que el Segundo Centenario nos encuentre, al pueblo judío, plenamente identi-ficado con los ideales nacionales de argentinidad, en una con-sustanciación sin diferencias ni rechazos. Creo que su anhelo ha sido cumplido.

trueca en las alpargatas y el som-brero del gaucho. Los cánticos de la sinagoga se unen a las vidalitas. Las mujeres se enamoran de los esbeltos criollos del lugar. El idio-ma idish se va transformando en el castellano aprendido con dificul-tad, pero necesario para la comu-nicación con los vecinos del lugar. La prosa del escritor es impeca-ble, fundada en las más exquisitas raigambres hispánicas en las que abrevó junto a las permanentes re-ferencias a los textos bíblicos, que conocía a la perfección. Las citas talmúdicas, las mekorot (fuentes) y el conocimiento cabal de nuestras más puras tradiciones, lo inscriben como un auténtico escritor judío. Nos preguntamos, entonces, si era necesario expresar que una de sus heroínas se dirige a rezar a la sina-goga llevando en una de sus manos un misal. O cuando transforma en materia literaria la muerte de su pa-dre a manos de un gaucho penden-ciero, y dice: ”Rabí Abraham, con su cabellera, con su barba, con su túni-ca, parecía Nuestro Señor Jesucristo, velado por los ancianos y las santas mujeres de Jerusalén”, por citar sólo dos ejemplos.

A modo de conclusión

Archivo Museo Moisés Ville.

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Así vivieronlos que llegaron...

1903 realiza una recorrida por los hogares donde los inmigrantes judíos se asentaron al arribar a nuestro país. ¿Cómo se vivía en aquel entonces?

“La casa” es el título de una novela escrita por Manuel Mujica Lainez en 1953. En ella se cuenta la histo-ria de una vieja mansión construi-da en el corazón de Buenos Aires en el período opulento de fines del siglo XIX. La propia casa es quien relata su vida hasta llegar a los acontecimientos que produjeron la demolición.

Tiempos de esplendor y prestigio en los años dorados, pasiones y dra-mas de la vida cotidiana, se suceden unos tras otros dentro del relato. Sin duda el autor asoció la situación del final de ese inmueble a la Argentina de ese entonces, producto del pro-yecto de la generación del ochenta, pasando luego por el tiempo uribu-rista, hasta llegar al ascenso del pe-ronismo y finamente acabar en una triste obsolescencia.En nuestro trabajo no puede reve-renciarse solamente a una casa en particular sino a un conjunto de ellas. Alojaron a muchos de los re-cién llegados a la ciudad en busca de mejores horizontes, quienes luego certificaron su posibilidad de insta-larse con su obsesiva dedicación al trabajo y, también en ciertos casos, su ascenso económico fruto del éxi-to logrado por enormes sacrificios. De allí que todas tienen relatos dife-

rentes, con el común denominador del aliento al progreso.Procedentes de los más variados puntos del mundo, arribaron a Rosario enormes contingentes de inmigrantes que favorecieron un crecimiento poblacional vertigino-so, convirtiéndola en una ciudad cosmopolita con una sociedad he-terogénea donde convivían gran va-riedad de lenguas y dialectos. No hay muchas referencias sobre los primeros pobladores judíos en la ciudad, pero se supone que a fi-nes del siglo XIX llegaron algunas personas de ese pueblo represen-tando a empresas europeas que or-ganizaron el sistema de comerciali-zación y explotación de la produc-ción agrícola del país . Su número estaba muy alejado al de los grupos de inmigrantes que fueron llegando a las colonias agrícolas del norte de Santa Fe y de Entre Ríos.

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Retrato de familia judía proveniente de Rusia. c. 1922.

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tRabaJo y pRogResoEn el año 1909 y luego de visitar Rosario, el rabino Samuel Halfón, de la ciudad de Buenos Aires, infor-mó que había 3.059 personas de la colectividad que mantenían dos or-ganizaciones comunitarias, sinago-gas, un cementerio y una asociación de ayuda mutua. Esta última era la Congregación Israelita –actual Aso-ciación Israelita de Beneficencia– fundada en 1903.Los judíos habitaban generalmente el centro de la ciudad, pero luego se asentaron también en los barrios de Echesortu, Saladillo y Refinería. La mayoría de los inmigrantes eran jóvenes que llegaban a estas tierras con escasos recursos materiales –sólo su voluntad de trabajo y pro-greso–, encontrándose con la enor-me dificultad para hallar empleo debido a la ignorancia del idioma.Al analizar el Censo Municipal de 1926 en su libro “Historia de Ro-sario”, Juan Álvarez sostiene que el 40% de los residentes eran nativos y el 60% eran extranjeros. Dentro de este grupo los italianos mantenían el primer puesto, los españoles el se-gundo y los judíos el tercero.La inmigración sefaradí, procedente de Siria, Líbano, Palestina y Turquía, fue espontánea y diferente a la ash-kenazi, que en cierta manera se pre-sentó de manera más organizada. Se radicaron en la ciudad, discrimi-nados por zonas de origen, en las cercanías de pequeños Templos. Entre sus oficios más frecuentes fi-guraban la carpintería, la mueble-ría y la sastrería –tanto de confec-ción de ropa como de fabricación de gorras–. En zaguanes o peque-ños locales se abrieron almacenes, mueblerías y tiendas. Vendedo-res ambulantes, conocidos como “cuentenikes”, recorrían todos los

barrios vendiendo artículos para la familia y el hogar.

las casas cRiollasSus alojamientos se pueden detectar a través de diversos testimonios que precisan las direcciones de sus viviendas.Muchas de sus casas eran igua-les unas a otras; sólo pequeños detalles las diferenciaban. Fueron tan comunes que se pueden encon-trar descripciones de las mismas, como lo expresado en la publicación “Vida cotidiana”, donde se registra: “Desde la puerta de ingreso se podía ver el fondo del terreno o a quien allá atrás estaba haciendo la comida, planchando o lavando trastos usa-dos. Los cuartos se protegían de las inclemencias del tiempo por medio de una galería que era sostenida por pilares de hierro fundido. Los mate-riales de revestimiento eran preca-rios: podrían ser de ladrillo puesto de plano, cemento alisado o bien baldosas. De estructura muy simple, la tecnología no presentaba ninguna incógnita por lo que se construían, en general, sin intervención de profesionales. Fue el refugio de los inmigrantes que escapaban del con-ventillo y preferían realizar largos viajes entre sus hogares y los lugares

de trabajo, vivir tal vez sobre calles de tierra, pero no ceder la privacidad y el decoro de la vida familiar”. Los modelos de estas casas criollas, llamadas popularmente “casas cho-rizo”, presentaban diferentes etapas de concreción. En un primer mo-mento, algunas contaban con un vacío al frente donde se desarrollaba provisoriamente un jardín. En este espacio, al disponer tiempo después de nuevos ingresos, se levantaría la habitación de representación, gene-ralmente una sala, lo más oneroso de la empresa. En este local, en muchas ocasiones también se alojaban fami-liares que compartían aquellas vi-viendas extendidas, o bien se utiliza-ba para reuniones o emprendimien-tos comerciales, entre otros destinos, algunos más transitorios que otros.Hacia el interior, las habitaciones iniciales eran generalmente dos pie-

zas que se recostaban sobre una de las medianeras del lote, abriéndose hacia un patio lateral. Se repiten en tantas ocasiones que una descrip-ción colectiva la amalgama en su conjunto. Finalmente se pensaba ocupar todo el lote ubicando cada una de las partes respetando las si-guientes, que se sucedían en hilera, pudiendo adaptarse tanto a los cre-cimientos de la familia como a sus cambios económicos.Hacia el fondo del terreno se ubica-ban la cocina y el baño de alturas menores que el resto, pudiendo pre-sentar sobre los mismos un segundo piso comúnmente denominado “al-tillo”, comunicado por afuera, desde el patio, por medio de una escalera metálica.También se puede observar que una pieza de mayor tamaño dividía la casa

en dos: el patio de adelante, separado del de atrás por un segundo zaguán. Era el comedor, una larga mesa ro-deada de numerosas sillas y los mue-bles de trinchante y aparador.Los signos de representación se acentuaban en la ornamentación de la fachada, las iniciales del pro-pietario en trabajo esmerilado so-bre vidrio, las rejas de balcones y agregados decorativos diversos, las mayólicas de revestimiento en las paredes y mosaicos con diferentes dibujos geométricos en los pisos.La vida de los patios fue siempre testimonio del movimiento comu-nitario, la preparación de lejías y dulces, y el tizado de la lana de los colchones. Todo una prueba de au-tosuficiencia con la que se mantenía la economía familiar.El amoblamiento seguía las mismas

pautas de repetición general. No había demasiados cambios de una a otra. Se compraban los muebles por “juego” en casas de comercio especializadas, a veces en cuotas. Los ubicaban dentro de las piezas en lugares ya preestablecidos, con el mínimo aporte personal.En una crónica evocativa, León Sede-ro recuerda cómo era el ambiente de aquel entonces: “Algunos meses antes de finalizar la Primer Guerra Mundial, mis padres, que vivían con ocho hijos en Justiniano Posse (Córdoba), deci-dieron venirse a Rosario, movidos por el declarado propósito de proporcio-nar una regular educación a su nume-rosa descendencia. Fuimos a parar a la cortada Espora, flanqueada de este a oeste por las calles Presidente Roca y España, y de norte a sur por 3 de Fe-brero y 9 de Julio. Recuerdo que, allá por los años que evocamos, cada fami-lia acostumbraba salir por las noches a sentarse en la vereda, como en una gigantesca tertulia, intercambiando frases con los vecinos más próximos. Todas las casas de la cuadra tenían la misma arquitectura: jardín al frente, cerca y puerta cancel. Los chicos ju-gábamos a la mancha o a la rayuela bajo la luz del alto foco encendido a mitad de cuadra y las niñas formaban rondas y cantaban las letras infantiles de la época. A la derecha e izquierda de nuestra casa vivían dos familias de origen dispar –una italiana y otra israelita– que tenían en común el cabello rojo, más pronunciado en las mujeres, tres de las cuales integraban el grupo israelita” .

la tecnologíaCuando llegaban a difundirse algu-nos adelantos industriales y se in-corporaban a la vivienda, no gene-raban cambios en la tipología sino que se agregaban. Al principio, la instalación eléctrica

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Interior de una casa con patio.

Fachada vivienda, ubicada en Rosario.

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se realizaba toda externa, sin embu-tir. Los interruptores estaban fijados sobre una base circular “aislante” de madera, y eran de porcelana con una perilla giratoria que permitía “encen-der” o “apagar”. Las bocas de luz col-gaban del centro y los interruptores estaban al lado de la puerta del patio. El único teléfono de la casa se colo-caba preferentemente en el comedor, acomodado sobre una carpeta en la consabida mesita. Lo mismo ocu-rrió cuando llegó la radio, que se la colocaba en otro sitial representativo también dentro del mismo comedor de la familia. La cocina económica, que reemplazó al oscuro fogón, per-mitía calentar agua y mantener el fuego sin tanta ceremonia.Se llama fiambrera a la jaula donde se mantenían los alimentos y su pe-rímetro de malla metálica perfora-da permitía “airearlos”. Era el único y precario sistema de conservación.

Luego fue reemplazada por una he-ladera a hielo, que también tomó su sitial en el comedor.Los principales impactos tomaban lugar en el cuarto de baño. Inicial-mente esta pieza sólo alojaba a la ba-ñera y alguna mesa con servicio de lavatorio. Como los primeros arte-factos sanitarios eran de proceden-cia inglesa, llevaban sus designacio-nes en aquel idioma: water closet. La aparición del agua corriente y las cloacas permitieron disponer de una higiene inaudita. Fueron el arranque de la modernidad, el primer síntoma de alejamiento distintivo entre la casa del campo y la casa de la ciudad.Otra forma de solucionar la vivien-da fue la de recurrir al alojamiento en conventillos. Según el censo del 900, en Rosario había 1.188 conven-tillos o inquilinatos de cinco habita-ciones o más, con un total de 10.048 personas alojadas.

Familias enteras convivían en un mismo cuarto, a veces hasta com-partido con primos o abuelos de una manera hacinada. Los servi-cios de cocina se realizaban en el patio general y los sanitarios eran comunes. El paso hacia la promis-cuidad era inevitable.En sus viviendas, los inmigrantes judíos no fueron diferentes del res-to. Tuvieron una adhesión incondi-cional e indudable a un modo de vida común y particular a la vez, una credencial básica para ser. Re-presentaban la normalización de lo diverso, donde no había paradig-mas puntuales a seguir: nadie pudo imaginar algo distinto porque to-dos estaban tácitamente de acuer-do, poblando casi espontáneamen-te en esta casa popular.Todos eran recién llegados, tenían numerosas historias que contar y sólo se hablaba del futuro común.

Archivo Museo Moisés Ville.

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Saúl BorovichExtraído de la revista “Centro Filatélico Argentino Israelí” - CEFAI

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Ecos de la inmigración judía en la Argentina

Así como dio comienzo oficial de la Inmigración Judía en la Argentina, los que llegaron por medio de la “Jewish Colonization Association”, sembraron campos y de sus cosechas nacieron grandes personajes que se incorporaron en todos los niveles a la Sociedad Argentina.En este caso, el Correo Argentino emitió en noviembre de 1992 una serie de sellos postales denominada “Cine Argentino” y casualmente varios de los valores son de origen judío, como ser:

Enrique Chaico (Enrique Jaicovsky, 1888-1961). Nació en Odesa (Rusia). Este actor cuando era un niño vino a la Argentina, junto a su familia fueron a la provincia de Entre Ríos, con los inmigrantes. En su juventud participó como actor y actuó en Idish con la compañía teatral de Mauricio Mesovich, realizó dos giras en Londres, París y New York (en papeles dramáticos). Trabajó junto al gran actor Paul Muni.De vuelta en Buenos Aires participó con los grandes actores Maurice Schwarts y Berta Gutentag. Siguiendo su carrera en el teatro Argentino estuvo con la compañía de Enrique de Rosa y Blanca Podestá. Además interpretó más de 50 películas, entre ellas: “Escuela de Campeones”/ “Gaucho”/ “Nacha Regules”/ “Juan Moreira”/ “Santos Vega”/ etc. En Hollywood realizó “El camino del Gau-cho”, con Gene Tierney y Rory Calhoun. En el sello Argentino se presenta el afiche de la película “Dios se lo pague” con Arturo de Córdoba y Zully Moreno. Por la actuación en ella, la Academia Argentina de Cine y Artes le otorga el premio por el mejor actor de reparto en 1948.

Sergio Renán (Samuel Kohan, 1933). Actor de teatro, cine y director, nació en Buenos Aires. Al comienzo, como actor de teatro, interpre-tó “El Centroforward murió al amanecer”, de Agustín Cuzzani, en cine con Manuel Antin.En 1974, como director de la película “La Tregua”, el sello Argentino presenta el afiche con Héctor Alterio y Ana María Picchio. Esta película fue nominada (la primera) para el Oscar de la Acade-mia de Arte de Hollywood. Otras películas fueron el “Censor” (1955)/ “La Tregua” (1974)/ “Senti-mental” (1980)/ “Los Enemigos” (1983)/ “Gracias por el fuego” (1983)/ “Debajo del Mundo”/ etc. Uno de sus prestigiosos trabajos fue ser director en el famoso “Teatro Colón” de Buenos Aires.

Aida Bortink (1938). Escritora, nació en Buenos Aires, escribió varios importantes guiones. Por el de la “Tregua” fue nominada por la Academia de Cine y Artes, y por “La Historia Oficial” fue premiada con el “Os-car” como la mejor película extranjera por su guión, como el afiche del sello Argentino.Siguió con “Pobre Mariposa”/ “Viejo Gringo”/ “Tango Feroz”/ etc.Se dedicó a formar nuevas generaciones en: Escuelas de Grupo de Profesionales del Cine, Es-cuela Superior de Artes Cinematográficas, Taller de Autores Teatrales y Cinematográficos, etc. También participó en programación de la Televisión Argentina y países Sudamericanos.

Samuel Eichelbaum (1894-1967). Escritor Argentino, nació en la Colonia Agrícola de Domínguez, Entre Ríos. Escribió la historia de “Un Guapo del 900”, que fue la base de la película filmada por Leopoldo Torres Nilson, cuyo afiche representa el sello Argentino.Eichelbaum trabajó para distintas organizaciones Argentinas, en especial para la Municipali-dad de Buenos Aires de ese tiempo.Siguió escribiendo varios libros, algunos se adaptaron para obras de teatro o cine, entre ellos: “En la Quietud del Pueblo” (1918)/ “La Mala Sed” (1920)/ “Nadie la conoció Nunca” (1926)/ “NN. Homicida” (1928)/ “Cuando tengas un hijo” (1929)/ “El gato y su Selva” (1936)/ “Un guapo del 900” (1940) “Pajaros de Barro” (1940)/ “Un tal Servando Gómez” (1942)/ etc.

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La historia de la Hasbará: de “David y Goliat”

al marketing de Israel

Hasbará es traducido al castellano como “esclarecimiento”. El nombre tiene pretensiones de objetividad, pero es siempre a favor de Israel. Los judíos anglosajones son más sinceros en su traducción: lo lla-man directamente “Israel advocacy”, defensa argumentativa de Israel. En los primeros años de existencia del país no había hasbará. Israel, surgido de las cenizas de la Shoá, era la niña mimada del mundo y de los medios de comunicación. Las gue-rras de los pocos contra los muchos, las epopeyas tipo Éxodo y los opera-tivos mitológicos del Mossad, eran objeto de admiración. Es un hecho: el mundo –el ser humano– simpati-za con el débil, e Israel, cuyo mapa está rodeado gráficamente por tan-tos países árabes que cobran la for-ma de fauces, era visto como la víc-tima de los depredadores de la zona. Si hubiera que situar un punto de viraje en la historia sería, obvia-mente, la Guerra de los Seis Días de 1967. En los territorios conquis-tados por Israel aparece un nuevo actor: los palestinos. Después de la primera euforia, y sobre todo des-pués de la Guerra de Iom Kipur, los medios comenzaron paulatinamen-te a sentirse incómodos con el po-derío militar israelí. A medida que avanzó la narrativa de la ocupación, el pequeño David se fue convirtien-do en el monstruoso Goliat. De a poco, criticar a Israel fue dejando de ser políticamente incorrecto. Sólo en 1982, sin embargo, aparece una primera iniciativa seria en has-bará. Se llamó Camera, una organi-zación de judíos norteamericanos

escandalizados por la imagen de Israel en la Primera Guerra del Lí-bano, que fue también la primera guerra televisada de la historia. Sus miembros monitoreaban los medios de comunicación en todo el país. Cuando uno de ellos leía en su dia-rio local información contra Israel, avisaba a la directiva, que redactaba un texto modelo e instaba a todos

sus afiliados a inundar la redacción con cartas de lectores. Hoy el e-mail permite ahorrar tiempo y papel, y el modelo fue tomado por agrupa-ciones del tipo Honest Reporting. Desde 1990, época de la primera In-tifada palestina, el periodista David Bar Ilán inició en el diario en inglés Jerusalén Post una columna sema-nal llamada “Un ojo en los medios”,

Marcelo Kisilevski

Desde Modiín, Israel.-

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donde ponía la lupa sobre los prin-cipales medios en inglés del mundo y desbarataba, con genialidad silo-gística, los argumentos en contra de Israel. Desde allí denunciaba infor-mación parcial, ocultamientos, do-bles moralidades, desproporciones y caricaturas malintencionadas.Es el apogeo del modelo explicativo clásico de la hasbará que, de hecho, predomina hasta el día de hoy. Los judíos seguimos suponiendo que con una buena explicación el res-to del mundo entenderá, “se dará cuenta”. Porque todo partiría de un gigantesco malentendido, cuando no de la ignorancia de la mayoría, aprovechada por el antisemitismo de la minoría. El modelo también define el objetivo de la hasbará: demostrar que Israel tiene razón.

la diplomacia públicaA este modelo, en los últimos años, le sigue otro que por ahora no lo-gra imponerse en los principales círculos comunitarios, pero que comienza a tomar en cuenta ya no sólo el factor racional sino el emo-cional. En los años 90 lo encabezó la Cancillería israelí bajo el nombre de Diplomacia Pública. Busca cam-biar el eje y redefine el objetivo de la hasbará: la continuidad del Estado. Tener razón ya no sería el objetivo sino un medio, pero ya no el único.

La Diplomacia Pública propone un diálogo, tender puentes. Y no vamos a poder tenderlos, dicen en la Can-cillería, si nos la pasamos demos-trándoles a nuestros críticos que sus acusaciones pecan de antisemitis-mo. En efecto, ¿por qué atacan mu-cho más a Israel por matar dos pa-lestinos, que a Rusia por masacrar a quinientos chechenos? Para los crí-ticos, es patear la pelota afuera. ¿Eso justifica que hayáis matado a esos dos pobres palestinos?, nos incre-pan. Es decir, como decía mi bobe: tiene razón pero marche preso. Quizás tengamos razón, pero eso no nos granjea la amistad –el apoyo po-lítico, las relaciones económicas, la comunidad de intereses, la opinión

pública favorable– de nadie, que es lo que necesitamos para la continuidad. Hace ya un par de años, incluso an-tes de la Operación Plomo Fundido –el conflicto de la Franja de Gaza de 2008-2009–, Israel envió una delega-ción de habitantes de Sderot de gira por los Estados Unidos para descri-bir sus vidas a la sombra de los mi-siles Qassam de Hamás. Al mismo tiempo, la Organización Sionista, responsable del viaje, contrató una consultora en comunicación para que estudiara su efectividad y el tema de la hasbará en general. Entre sus recomendaciones se resaltaba: 1) Dejar de competir por quién es más víctima. Sencillamente, Israel lleva las de perder. No se trata de

buenos contra malos, sino de dos pueblos en con-flicto que buscan soluciones desde hace casi dos dé-cadas. Y por favor, no más delegaciones de Sderot. 2) Admitir los errores que comete Israel en su bús-queda de la paz. Sobre todo en la Diáspora, donde los judíos a veces se ven en un verdadero brete para justificar cosas que no entienden del todo y que los mismos israelíes discuten. Para esto hace falta coraje, pues la parte contraria cae en el mismo esencialismo falto de toda autocrítica. Pero se trata de una actitud de altura moral invencible, pues sólo a partir de la autocrítica podemos criticar creíblemente a otros. 3) Resaltar, en cambio, los esfuerzos de paz de Is-rael. Agrego yo: no sólo los acuerdos y las retira-das unilaterales, sino las iniciativas de paz desde las bases. Son cientos, quizás miles, los proyectos conjuntos judeo-árabes e israelo-palestinos en el propio Medio Oriente, en áreas como paz, salud, cultura, deportes y más, absolutamente desconoci-dos por el mundo. Son iniciativas que tanto judíos como palestinos en particular, y árabes en general, debieran emular desde sus respectivas diásporas. 4) Resaltar, también, los aspectos positivos de Israel en todas las áreas de la vida, sus apor-tes al mundo en materia de tecnología, su ayu-da a los países en desarrollo, su cultura y cien-cia, sus bellezas turísticas y espirituales, etcétera.

constRuiR la maRca De aquí a la última fase en la historia de la hasbará hay un solo paso: el llamado “branding”, un término ob-viamente tomado del mundo del marketing. Se trata de construir la marca “Israel” de un modo positivo en la opinión pública occidental. Para ello, la Cancillería produce materiales que van desde la alta tecnología hasta la belleza femenina israelí, lo que ha provocado algún escándalo local. Pero eso sólo es el principio. En palabras de Ilan Sztulman, funcionario del Depar-tamento de Hasbará: “No se habla más del conflicto. Mucho menos explicar, disculparse permanentemen-te. ¿Para qué quieren hacerlo? Es cierto que Israel está en una guerra de terrorismo y se defiende, y a veces comete errores que tampoco yo puedo explicar. ¿Aca-so Rusia explica cuando mata a chechenos? ¿Estados Unidos explica lo que hace en Irak? El problema con los palestinos lo van a arreglar sus gobiernos respecti-vos, el palestino y el israelí, y créanme que los gobier-nos de todo el mundo saben quién tiene razón. Mi problema es con las opiniones públicas del mundo. Y allí ya no se trata de tener razón sino de tener amigos”. No creo que se trate de dejar de estudiar lo que ocu-rre en Israel, ni de dejar de lado la explicación como forma de comunicación. Pero sí de un cambio de ac-titud por parte de la comunidad, un redirigir el es-fuerzo hacia la generación de alianzas y relaciones positivas, empezando por las comunidades árabes; y un diálogo que trascienda el clásico “sólo nosotros entendemos y todos los demás se equivocan”. Ante el fracaso de la hasbará clásica, por un lado, y la exa-cerbada polarización de las posiciones, por el otro, se trata de un verdadero desafío.

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“…Y tomó la profetiza Miriam, her-mana de Aharón, el pandero en su mano y salieron todas las mujeres en pos de ella, con panderos y en danzas…”

Desde los comienzos de su histo-ria, el pueblo judío ha danzado –la Torá lo ratifica– para conme-morar, para festejar y para alabar. No hay imágenes que nos relaten cómo eran esos bailes en los que salían “bimjolot ubetupim” (con danzas y panderos), pero pode-

mos suponer que sus danzas se parecían a las drusas o beduinas, dado el similar estilo de vida que tenían estas comunidades con la de nuestros patriarcas

el folkloRe Folklore es toda costumbre que se transmite de generación en generación; es la comida, la bebida, el vestuario, las leyen-das, las canciones, las danzas y la mitología. En suma, incluye todas las manifestaciones ar-tesanales y artísticas. Es en el folklore donde un pueblo plas-ma su historia, sus vivencias, sus alegrías y sus sufrimientos.

Clara Burde

Bailar por la paz

exilio2.000 años de exilio entre aquellas danzas antiguas y el moderno y joven folklore israelí. Después de la destrucción del segundo tem-plo, el pueblo judío comenzó un largo destierro de más de 2.000 años. Marruecos, España, El Ye-men, Kurdistán, Arabia, El Cáuca-so, Rusia, Polonia… tantos rinco-nes lejanos, tantos años añorando volver a la tierra abandonada por la fuerza.En esta larga dispersión, apre-hendieron la cultura de los países que los recibieron. Hablaron sus lenguas, cocinaron otras comidas, danzaron, cantaron y vistieron se-gún la usanza del país donde se es-

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Jorge Luis Fittipaldiy Asociados

Contadores Públicos

El origen de la danza en el pueblo judío, el rikudim en la Argentina y las vivencias de un grupo local que se esforzó para que todas las generaciones pudiesen disfrutar de esta tradición.

tablecieron, mientras mantenían encendida su milenaria añoranza de retornar a su tierra, Tzión.

y al RetoRnaR de su laRgo exilio…Cada corriente inmigratoria trajo su bagaje cultural: diferentes esti-los étnicos con su correspondiente género de música, de vestimenta y de energía se sumaron para crear un folklore joven, rico y dinámico. Trajeron las polkas, las troikas y los rondos de las regiones europeas. Influenciados también por grupos no judíos que vivían en la zona, como los beduinos y los drusos, algunos tocaban el tof o darbuka (tamborcitos de barro), el violín, el ud (instrumento de cuerdas ante-cesor del laúd) y el jalil (flauta) del Yemen, Marruecos o Kurdistán. el festival en el kibutz daliaCuando en 1944 estalló la Segun-da Guerra Mundial, el Estado de Israel todavía no existía. Gurit Kadman –considerada la pionera de los rikudei am (danzas popula-res)– fue la encargada de realizar un encuentro nacional en el kibutz DALIA para la festividad de Sha-

vuot. Llegar al kibutz no era fácil. Sin embargo, durante dos días y dos noches, los 200 bailarines que participaron durmieron en carpas y llevaron su propia comida. 3.500 personas se acercaron, compar-tieron y mostraron sus diferen-tes estilos de danzas y su pasión, dando comienzo a esta tradición. Mientras mucha gente se pregun-taba cómo era posible preparar un encuentro de danzas en tiempos de guerra, Kadman afirmó que jus-tamente era el momento indicado. Citó a Gordon y dijo: “Si todo el mundo me castiga y me ataca, aho-ra más que nunca saldré a bailar”. A partir de allí, comenzaron a crearse bailes para una gran can-tidad de canciones, tradición que continúa hasta nuestros días. Así nació la danza folklórica israelí: el rikud bailado en círculo, como

símbolo de unión, dándose las ma-nos con alegría. Al principio era bailes relacionados con la tierra, los pastores, las cosechas, el traba-jo y el amor. Pero por sobre todo expresaban la alegría del pueblo judío, un pueblo libre en su tierra. En la base de datos israelí exis-ten más de 7.000 rikudei am (danzas populares). Hoy en día, las danzas populares que surgen pretenden diferenciarse entre sí, a partir de los estilos: Yemeni-ta, Kurdo, Druso, Gruzo, Jasídico, Marrocano,Ruso, Ladino, Etíope, etcétera. Pero además, es preciso destacar el estilo que nació con el Estado de Israel y que hoy es nuestra danza nacional: el HORA. Junto a Gurit Kadman hubo gran-des coreógrafos como Rivka Shtur-man, Yankele Levy y Yonatan Kar-món, entre otros. La tradición de

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los festivales DALIA renació conti-nuando con el espíritu de aquellos encuentros y sigue siendo un even-to importantísimo. Desde 1988 se lleva a cabo el Festival Karmiel en la ciudad del mismo nombre.Rikudim en la aRgentina

El movimiento de rikudim ar-gentino comenzó con los movi-mientos juveniles “jalutzianos” (de vanguardia, pioneros). Al regresar de Israel, muchos jó-venes transmitían con gran en-tusiasmo las danzas y el folklo-re que allí habían aprendido. En Rosario, los movimientos ja-lutzianos como el Dror, el Ijud Habonim, el Hanoar Hatzioní y el Hashomer Hatzair, por un lado, y Hebraica en su sede, por el otro, hicieron posible una época rica en espectáculos artísticos, con un contenido claramente sionista y un gran espíritu artesanal en sus trajes, presentaciones y esceno-grafías. bimJolot En 1978 Buenos Aires trajo al coreógrafo Guiora Kadmon y así comenzó lentamente la época de oro del rikud en la Argenti-

na. Con el tiempo, los festivales DALIA en Buenos Aires llevaron miles de participantes a sus pla-yones, así como también a co-reógrafos traídos especialmente de Israel y lehakot (conjuntos de presentación) de toda Ame-rica latina. Cada Institución de Buenos Aires creó su propio con-junto estable de danza Israelí. Para llevar un conjunto de Rosa-rio al segundo festival DALIA de Buenos Aires, Baruj Rogovich, director de Hebraica, me convo-có, y yo, a su vez, llamé a Sarita Zadunaisky. Ella recién llegaba de Israel con cassettes de color naranja, violeta y amarillo, y den-tro de ellos un tesoro: ¡más de cien rikudim! Así, cuatro parejas fuimos al club HACOAJ con nues-tros trajes de raso brillante, sin un solo galón de adorno, a bai-lar descalzos en un piso caliente

de una tarde de verano de 1979. Durante el regreso, uno de los in-tegrantes expresó que para él ya era suficiente. Creí que el sueño había durado muy poco. Por suer-te no fue así: demasiado rápido tal vez para creer que fuera cierto, creamos el primer grupo de adul-tas, otro de adolescentes y uno infantil. Quizás con excesivo apuro, dije al director de Hebraica que a fin de año quería hacer un festival en el Teatro Astengo. Me respondió que estaba chiflada, pero al fin al cabo se contagió. Al finalizar ese año hicimos el Primer Festival Bi-mjolot de la danza israelí. El res-to, ya es patrimonio comunitario: tres generaciones que nacieron creyendo que es normal que el viernes o sábado haya rikudim (bailes); adolescentes que espe-raron con ansias la audición de Inbalim; 30 años de juguim (talle-res) y de morim (profesores); una lehaká juvenil (grupo de presenta-ción), que comenzó hace 25 años bajo la dirección de Alberto Wo-lkowicz, y cientos de bailarines –quienes algunos ya no ensayan con continuidad– que elegimos llamarnos “Por Siempre Bimjolot”. Actualmente contamos con un

foro en el que todas las genera-ciones que fuimos parte de Bi-mjolot nos mantenemos en con-tacto. Y van naciendo los hijitos, a los que por supuesto llamamos Bimjolitos o Bimjolitas. Fuimos a Israel cuando nadie creía que podíamos lograrlo. ¿Quién nos borra del alma haber bailado en el kotel (Muro de los Lamentos) para los sesenta años del Estado de Israel? Hoy en día, estamos preparando el treinta aniversario

de Bimjolot, que ya festejamos en la Feria de las Colectividades, por-que bailar en ese escenario bajo las estrellas no se parece a nada. A través de nuestras danzas nos enriquecemos con nuestras fuen-tes, nos expresamos en el presen-te y nos proyectamos hacia el fu-turo. Danzamos con la esperanza de que la humanidad comprenda que debe haber una forma de vivir en paz en este mundo y que debe-mos encontrarla. Éste es nuestro

mensaje, como hijos de Abraham, el hombre que se proyectó hacia el “otro lado”, el que rompió con las normas de la época para legarnos, a nosotros sus descendientes, una nueva concepción del mundo, de la condición humana, de la jus-ticia y de la fe. Desde este lugar, como herederos de su ideario, de su lengua y de su tierra, decimos: aleinu ve al kol haolám... para no-sotros y para el mundo entero... SHALOM… PAZ.

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