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Aventura y misterio en Londres victoriano
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La Rosa Secreta
II.
2
AISLIN O’GEAL SE HACE
PREGUNTAS
Cuando Aislin O’Geal abandonó
Baskerville Books (Libros –
Antiguedades - Objetos insólitos –
Cheapside), no daba crédito a su
suerte. Desde luego que pretendía
sacar un buen pellizco de esos
papeles; al fin y al cabo, había
corrido un gran riesgo al apoderarse
de ellos, y más aún después de haber
perdido tanta práctica en el negocio -
¿cuánto tiempo llevaba con Parry?
3
¿Tres años? Probablemente algo
más, pensó- Pero en fin, ni aunque
su propia madre, que en Gloria
estaba, acompañada de todos los
santos, ángeles y arcángeles, se le
hubiera aparecido y anunciado que
ese día iba a ser dueña de una
fortuna, habría llegado a imaginar la
fabulosa cantidad que ahora
contenía su pequeño monedero.
La ciudad bullía bajo el cielo
sereno de Octubre. Aislin creía ver a
su alrededor una lluvia de tréboles
dorados, una figura bastante
4
absurda, pensó, por lo que prefirió
sustituirla en su imaginación por
libras, peniques y chelines, que
parpadeaban poéticamente en la luz
de la mañana. Ahora bien, en medio
de esa lluvia de prosperidad se le
planteaba cierto dilema: ¿qué hacer
ahora con el diario auténtico? Había
encargado una copia con la idea de
devolverle a Parry los originales; era
lo más prudente, si no quería
enfrentarse al misterioso caballero –
el señor Nodijosunombre – que sin
duda volvería al teatro a buscarlos.
5
Pero a Michael Halley, de Venering
& Sttobles, solo le había dado tiempo
de copiar hasta la mitad, y era esa
mitad lo que les había endosado al
joven Darcy y a ese librero roñoso a
cambio de un dineral. Así que, a final
de cuentas, su brillante idea podía
no resultarlo tanto. Porque era muy
probable que también ellos fueran al
teatro cuando se dieran cuenta de
que les faltaba una parte. ¡Claro que
podía meterse en un lío bien gordo,
si su patrón descubría el engaño!
Tenía que haberles dado el paquete
6
completo, pensó, y no arriesgarse.
Quizás había cometido una
estupidez. En su época de ladrona
nunca se le dio bien trazar planes;
eso lo hacían otros. Lo suyo siempre
fue la acción: vaciar bolsillos,
desenganchar relojes, socavar
monederos, timar con cartas o
hacerse pasar por una dama. El
riesgo, en definitiva. ¿Y qué, si se
había precipitado un poco? Puede
que el asunto acabara bien. Porque
después de todo, cabía la posibilidad
de que el bueno de Jack Parry no se
7
acordara de nada: ni papeles, ni
caballeros, ni tratos, ni librerías de
Chepside. Lo había sorprendido
mirando la caja donde guardaba los
diarios con cara de bobo, y luego él
le había dicho: “Sally – porque todo
el mundo la llamaba así- ¿Había algo
en esta caja? Me parece que sí, pero
no sé el qué...” Y la pregunta, así de
buenas a primeras, la había asustado
un poco, porque parecía que quisiera
pillarla en renuncio ¿Le tomaba el
pelo o es que de verdad no lo sabía?
¿Lo habría hipnotizado el caballero
8
de manera que no recordara lo
sucedido? Siempre había pensado
que lo de la hipnosis era una estafa
universal –como en su propio
número de magia- y que nadie era
capaz de hacer nada semejante pero,
visto lo visto, estaba cambiando de
parecer. ¡En qué hora se le fue a
ocurrir meter las narices en los
asuntos de Parry! Ahora se acordaba
de él, pasmado y quieto en el centro
del camerino, sin verla u oírla
después de que aquel caballero se
marchara. Y ella pasándole la mano
9
por delante de la cara, varias veces, y
nada; como si se ponía a silbarle
gigas a una piedra. En fin, al cuerno
con Parry. Pero ¿qué pasaba si ese
hombre tenía otros poderes ocultos?
¿Y si podía encontrarla, adivinar lo
que había hecho? Robarle los diarios
y todo cuanto había ganado, matarla
y tirarla al río. Pero no, eso no iba a
suceder; él no sabía quien era ella. Y
ya estaba bien escondida detrás del
parabán cuando Parry habló con
aquel pisaverde y su enano, y en el
callejón el chal le tapaba la cara, y
10
era de noche, y llovía... Era
imposible que sospechara siquiera,
se dijo, y acto seguido se santiguó;
dos veces, porque la primera le
pareció apresurada y desprovista de
verdadera piedad.
En fin, se daría un tiempo para
que todos sus temores se esfumaran,
y más adelante volvería a pensar en
la mejor manera de aprovechar la
situación. Estaba cerca de Long
Acre, así que decidió que un buen
plato de estofado -de una conocida y
excelente fonda de aquel barrio-
11
serviría para poner en orden su
espíritu y sus ideas. Puede que Belle
estuviera allí, o Billy Dalley, que le
debía 10 chelines. Pero aún con la
perspectiva de aumentar su capital y
disfrutar de un opíparo banquete, su
cabeza seguía dándole vueltas y más
vueltas al asunto. Y claro, al final
acabó por hacerse la pregunta
definitiva: ¿qué pasaría si le
vendiera el resto del botín al señor
Darcy? Si Parry no se acordaba, no
iba a aprovecharlo; si el caballero no
sabía quien le había robado, no tenía
12
nada que temer. De nuevo su plan
era perfecto, y pensó si tal vez no se
habría tenido en poco, todos estos
años. Bueno, es verdad que
desconfiaba de poder engañar al
librero dos veces, pero si era lista, el
jovenzuelo pagaría otra vez. Él le
había dicho que estaba dispuesto a
comprar “cualquier cosa que
encontrara”, por lo que no había
nada más fácil que volver con el
resto del diario y decir que había
aparecido bajo la cama de Parry. ¡Le
iba a sacar el doble, por lo menos!
13
Aunque la cosa siempre podía ir muy
mal, y no quería tener que recurrir
otra vez a Michael Halley, y deberle
dos favores. Pero podía hacer aún
algo mejor ¿Y si leyera lo que ponía?
Al fin y al cabo, ella tenía todas las
páginas. Sería algo muy importante,
cuando tanta gente le andaba detrás,
y estaba dispuesta a soltar tantísimo
dinero. ¿Y si los papeles explicaran
como llegar a un tesoro? ¿Y si…?
14
MÁS A�OTACIO�ES DE OLIVER
DARCY E� SU LIBRETA DE TAPAS
AZULES
& El Libro de La Rosa se perdió
en el incendio de la casa de Dee,
pero he leído algunas referencias de
Price que podrían indicar que tal
cosa no ocurrió. En cualquier caso,
¿cómo es que ha estado
desaparecido tanto tiempo? �o debe
tratarse de un volumen corriente, si
es que todavía existe.
15
& Al teatro con Lou, Lizzie y
Richard. �o olvidar.
& La ayudante del mago ha
venido a traernos los diarios que
hablan del Libro de la Rosa. Esto es
muy sospechoso en sí mismo, pero
¿importa? Los hemos conseguido, y
seguramente a un precio menor.
Hudson los examinará. �o confío,
pero no tengo elección. �o poseo sus
conocimientos ni su intuición.
Maldita sea.
16
& 30 libras.
& John Lawrence es el autor de
los diarios. Es un nombre bastante
común, pero no tan vulgar como
para que sea imposible encontrar
ninguna referencia. Lawrence.
Preguntar.
& Atender factura de Burguess &
Co.
17
DIARIO DE ELIZABETH DARCY.
Londres, 1 de octubre de 1840
Acabo de volver del teatro, y
me temo que estás líneas van a
ser muy breves, porque estoy
terriblemente cansada. La obra
ha sido estupenda, y lo he
pasado francamente mejor en ese
sentido que la última vez que fui
con Oliver a aquel espectáculo de
magia; creo que en buena parte
se debe a que Lou ya ha vuelto y
18
nos ha acompañado, y también
Richard, que se ha mostrado
encantador con ella. Pero es que
Lou estaba preciosa, con el
vestido de organza amarilla que
tan bien combina con sus rizos
castaños, y unas pequeñas
violetas en el tocado que hacían
un efecto delicioso. A veces,
cuando les veo juntos, me
pregunto si en realidad no será
Richard el elegido de su corazón,
aunque nunca vaya a tener un
19
título, ni ser excepcionalmente
rico tampoco: es guapo, educado,
tal vez demasiado efusivo, pero
también – y puede que por eso
mismo - el joven más simpático
que he conocido nunca. Sin
embargo, debo ser honesta y
admitir que no juzgo de manera
objetiva ni a Richard ni a Basil,
porque son nuestros primos, y
nos tratamos desde que éramos
pequeños. Puede que Lord
Barnard posea cualidades más
20
elevadas que Richard, desde
luego; cualidades que no logro ver
porque apenas le conozco, pero
que deben estar en alguna parte
de su persona. Me refiero a
rasgos de carácter, por supuesto,
y no al hecho de que sea Lord, y
miembro del parlamento, y
excepcionalmente rico, debo
añadir.
Pero estoy divagando, y antes
de acostarme, quiero dejar
constancia de un nuevo encuentro
21
con el señor Daniels, el médico,
que se ha unido a nuestro grupo
poco antes de empezar la
representación. He tenido la
oportunidad de intercambiar
algunas opiniones con él y mi
impresión ha sido muy buena:
hemos hablado de su familia, que
está en Manchester, en especial
de su hermana Mary, a quien
desea que conozcamos. ¡Tiene 20
años y aún no ha pasado
ninguna temporada en Londres!
22
Aunque es cierto que Lou y yo
tampoco fuimos presentadas
hasta esta última primavera, mi
hermana con 19 y yo con 17
recién cumplidos. Y reconozco que
fui completamente eclipsada por
ella, pero a cambio pude
divertirme muchísimo bailando
sin necesidad de atender los
homenajes de todos los
caballeros de la ciudad –muchos
de ellos alentados por mamá, por
regla general los que cumplían
23
estos tres requisitos: viejos, feos y
muy ricos-
Lo he hecho otra vez: he vuelto
a divagar. ¡Prometo seguir con el
señor Daniels, sin ninguna otra
interrupción! Así que admitiré que
posee unos modales excelentes y
buena conversación; es muy
observador, pero de aquel modo
extraño y distante que aprecié la
primera vez que le vi, y culto,
porque conocía muchos de los
insólitos libros que hacen las
24
delicias de Oliver. Podría decirse
que hay en él cierto aire
romántico, o incluso melancólico,
escondido tras su intachable
seriedad y esa pose algo adusta
que lo diferencia tanto de otros
jóvenes caballeros. Mi valoración
general es que le encuentro muy
agradable, y espero que sí venga
a visitarnos tal y como mi
hermano le propuso. De hecho, al
finalizar la representación, nos
disponíamos a pedirle que nos
25
acompañara, pero ha recibido
una extraña nota y, tan educada
como precipitadamente, se ha
despedido. Y la verdad, me he
sentido un poco defraudada.
Noto que los párpados se me
cierran y el sueño me vence;
cumplido ya mi propósito, creo
que no voy a poder escribir nada
más. Buenas noches.
Londres, 2 de octubre de 1840.
26
Escribo estas palabras en
medio de una inquietud
imprecisa, desvelada por
extraños sueños que no consigo
retener en la memoria, presa de
inexplicables temores. No he
logrado dormir demasiado esta
noche, y ya las primeras luces
parecen asomar entre los
pliegues de la cortina; aún así es
muy temprano, y la casa está
sumida en un silencio expectante,
27
como el que precede a las
tormentas.
Me gustaría ir hasta la
habitación de Lou y explicarle
cómo me siento, pero no sabría
exactamente qué decirle, y la
preocuparía de un modo
innecesario; trato de pensar en
cosas amables, o pronunciar
mentalmente alguna oración, pero
no lo consigo. Si me esfuerzo por
serenarme y pensar con calma
me veo obligada a reconocerlo:
28
no ha ocurrido nada que
justifique esta desazón, y todo a
mi alrededor sigue
ordenadamente feliz. Sin
embargo, es como si algo o
alguien me hubiera despertado
de repente, tan de repente que no
logro recordar qué, o quien, o por
qué; pero sí la vaga idea de una
advertencia o un mal presagio. No
debo seguir pensando en ello;
vuelvo a la cama, cerraré los ojos,
intentaré dormir de nuevo: que
29
sea la luz del pleno día lo que me
despierte, y no esta madrugada
plagada de claroscuros y nieblas.
2 de Octubre, poco antes de
bajar a cenar.
Cualquier angustia, o sombra,
o trágico augurio, han
desaparecido por completo. Hoy
el día ha sido radiante, y Lou y
yo hemos estado en Bond Street:
ella se ha comprado una capota
nueva con el forro rosa y una
30
bonita pluma que cae sobre el
lado izquierdo; yo, unos guantes
y un manguito; era tan suave y
confortable que no he podido
resistirme, aunque a mamá no le
gustaba mucho el color.
También he recibido carta de
Basil, una carta que habla de
muchas cosas científicas, y
aunque en su mayoría no las
comprendo, estoy decidida a
informarme en cuanto tenga
ocasión. Debo encontrar el libro
31
de un tal Huber: trata de abejas,
y puede que no resulte muy
entretenido, pero al menos tendré
la certeza de que no será causa
de ningún temor nocturno. Porque
ahora que lo pienso, últimamente
he prestado excesiva atención a
las historias de Oliver, tanto a su
discurso sobre libros mágicos
como –y esto es lo peor- a esa
colección de novelas que iba
incluida en uno de los lotes que
adquiere habitualmente: el
32
“Udolfo”, “El castillo de Otranto”,
y un grueso volumen en francés
con personajes estrafalarios –creo
que sucedía en España, pero no
estoy segura-Tampoco es que me
disgusten pero, como he podido
comprobar, me producen sueños
desagradables e inquietudes sin
sentido. A partir de ahora
preferiré los libros que cuentan
historias reales, que pueden
ocurrir, y no esas novelas con
aventuras fantásticas, héroes
33
imposibles y hechizos de otro
mundo.
Olvidémonos, pues, de todo
eso: la carta de Basil está junto a
mí mientras escribo, y no quiero
retrasarme en contestarla; pienso
en como Lou y yo la leeremos
juntas antes de ir a dormir, y
hablaremos durante largo rato –
tiene mucho que contarme sobre
las Dalrymple-, y poco a poco, de
forma muy dulce, se acercará el
sueño. Todo estará bien entonces.
34
NOCTURNO TERCERO
El final del crepúsculo es el lugar
donde van a morir todas las sombras.
Esta es una verdad inevitable, o así lo
cree el doctor Daniels, aunque hace
mucho que el sol se esfumó en el
horizonte y la oscuridad extendió su
negra capa. Desde el coche,
contempla el paso de las calles
atrapadas por la niebla, los edificios
silenciosos. Sostiene en la mano una
breve misiva, inevitablemente
35
certera, mientras se dirige a Belsize,
Hampstead:
Estimado señor Daniels:
Hace algunos días que no recibo
noticias suyas, ni tampoco su visita.
Así que debo preguntarle: ¿a qué es
debido? Sospecho que la importante
tarea que llevaba a cabo no ha
tenido éxito, pero me gustaría ver
confirmada esta sospecha: en la vida,
todos apreciamos las certezas, y no
36
nos gusta permanecer en la duda o la
inquietud ¿no cree?
Cuando reciba esta nota, un
coche le estará esperando para
conducirle inmediatamente a
Primrose Hill. Le espero.
Atentamente
A.
Y la ciudad ha quedado atrás, y
los árboles de la colina agitan sus
37
ramas en un tétrico saludo. Daniels
desea, por un instante, ser un álamo
alto y desnudo, y poder estirar sus
brazos hacia las inútiles estrellas,
cada noche. Pero el vehículo se ha
detenido y, al menos por el momento,
debe abandonar sus extrañas
meditaciones. Ante sus ojos, la gran
casa gris se yergue impasible: la luz
de la biblioteca como un mortecino
faro que indica el camino.
Hubo un tiempo en que John
Daniels no era tan infeliz, ni
38
caminaba tan solo; esto lo recuerda
ahora, mientras entrega su sombrero
y su bastón a un traslúcido lacayo,
pero no lo sabía entonces. Creyó que
su vida se asemejaba a un pájaro gris
e insignificante, pero no está seguro
de que en realidad fuera así. Tal vez
sea culpa de la memoria, o de tantos
años estériles; ya no puede saberlo.
El reflejo de un fuego vivo
ilumina irregularmente las paredes
cubiertas de libros: cuando Daniels
hace su entrada en la habitación, un
39
hombre le espera sentado junto a la
chimenea. Sostiene en su mano una
copa de vino, que hace oscilar, y un
extraño sello se muestra
poderosamente visible en su dedo.
Tras señalar una butaca vacía frente a
él, formula sus preguntas con acento
extranjero, escogiendo lentamente las
palabras, pronunciándolas como si
estuvieran hechas de ese mismo vino
que paladea despacio. Entonces
Daniels, ignorando su abatimiento,
comienza la narración: desde la
40
entrada al camerino del ilusionista
hasta la pérdida de los diarios;
prosigue con su regreso al teatro y
sus infructuosas pesquisas; todo lo
sucedido en estos últimos lóbregos
días –que en realidad son iguales a
otros días, siempre bajo la misma
oscuridad implacable- es verbalizado
con precisión y orden.
El caballero del sello y la copa de
vino, en la que se refleja
grotescamente su rostro –
irreconocible-, sonríe con una mueca
41
condescendiente. Nada parece
preocuparle. No está contrariado.
Tampoco inquieto. Y la vida, a John
Daniels, le parece ahora una broma
absurda, un confuso juego que se
alarga como una sombra en el
crepúsculo.
John Daniels se levanta en
silencio, vuelve a llenar su copa y
contempla, en el distorsionado reflejo
de sí mismo, cuál es su absurdo y
confuso destino, inevitable.
42
GILBERT LEESON
He vuelto a quedarme
dormido trabajando, sin desvestir
ni descalzar. Me han despertado
unos fuertes golpes en la puerta:
he pensado que sería la señora
Walters, pero ella no necesita
llamar para entrar. Medio
atontado, me he decidido a abrir
para encontrarme con el rostro
43
rubio y sonriente de Simon
Randall.
Sin preguntar siquiera, y
después de algunas hirientes
observaciones sobre mi aspecto,
ha invadido mis habitaciones y
me ha obligado a preparar un
improvisado desayuno. Se
marcha a Roma en unos días – a
estudiar a los grandes maestros-,
y no podía hacerlo, al parecer, sin
despedirse de mí.
44
En primer lugar, debo decir
que Randall puede considerarse,
sin faltar ni un ápice a la verdad,
mi mejor amigo. Es un tipo alegre,
bullicioso, popular - en resumen,
bastante opuesto a mí- y voy a
echarle mucho de menos. Aunque
también me alegro por él, qué
duda cabe. Veréis, cuando llegué
a Londres para ingresar en la
Royal Academy, yo era un chico
extrañamente retraído y taciturno,
45
con poco dinero y poco encanto
personal. Mi fatal destino iba a
ser, lo quisiera o no, servir de
solaz al resto de alumnos en sus
horas libres. De hecho, una de mis
primeras noches en la ciudad la
pasé colgado de los pies en un
poste de Picadilly. Y en otra
ocasión, tuve que regresar a casa
vestido de romano con una túnica
que usaban los modelos…en fin,
si relatara todas y cada una de las
46
calamidades sufridas en aquella
época, no terminaría nunca. A lo
que iba: la cuestión es que no sé
cómo ni por qué, un día desperté
las simpatías del animoso y
acaudalado Simon Randall. No
fue por nada en especial, como
digo: no teníamos amigos
comunes, no le hice ningún favor,
ni mostré ante él comportamiento
heroico alguno. Pero a raíz de esta
amistad, mis tribulaciones se
47
vieron significativamente
mermadas; gracias a Randall, he
logrado llegar a la edad de 26
años de una sola pieza, que es
más de lo que podía esperar
cuando le conocí.
Así que, bueno, aquí estamos
los dos ahora: él, planeando con
entusiasmo nuestra reunión en un
futuro no lejano; yo,
preguntándome de dónde cree
que voy a sacar los recursos
48
necesarios para viajar a Roma.
Asegura que me escribirá, y su
intención es sincera, pero dudo
mucho que llegue a recibir
ninguna carta suya. Le miro con
singular escepticismo, y él se da
perfecta cuenta de ello: ambos
sonreímos, y guardamos silencio.
-¿Sabes, Leeson? Ayer estuve
en casa de Mr.Linnell –
49
Randall me dice esto mientras
mordisquea un pedazo de queso
tostado.
-Me dijo que pensaba
recomendarte para un puesto.
Desconozco los detalles, pero se
dio prisa en señalar que si me
arrepentía de mi viaje, ni se me
ocurriera disputártelo.-
Durante un breve lapso de
tiempo, creo que se trata de una
50
de sus bromas; pero no, habla en
serio. Son buenas perspectivas
para mí, ahora que gran parte de
mis alumnos se encuentra en sus
viajes de otoño.
- Estoy invitado a casa de Mr.
Linnell el jueves por la tarde-
Es lo único que añado,
lacónicamente. Doy estas
respuestas estúpidas y vacías
51
muy a menudo, porque muy a
menudo mi cabeza se queda
estúpidamente vacía, y tengo que
echar mano de lo primero que
encuentro – que muchas veces no
es más que un “ajá” o un “desde
luego” o un “sí, señor”-
- Ah, bien. – dice mi amigo-
Supongo que aprovechará para
anunciártelo; estoy persuadido de
que se trata de una joven y bonita
52
alumna, en una casa elegante.
Eres afortunado-
- Sin duda debo serlo, si así lo
considera un hombre que pasará
el próximo año en Italia, viviendo
como un marqués-
No creáis: a veces soy más
rápido en mis respuestas, e
incluso ingenioso. Pero no es algo
que dependa de mi voluntad.
Simplemente ocurre, la idea llega
53
y la frase se formula. Permite a la
gente que me trata con asiduidad
dejar de pensar que soy idiota, lo
cual es un alivio, porque la
primera impresión que causo es
invariablemente desastrosa.
Pero bueno, el caso es que a
Randall – que se ríe de cualquier
cosa- le hace mucha gracia mi
réplica, da un fuerte golpe en la
mesa y sobresalta a la señora
Walters, que acaba de entrar para
54
hacer las tareas. Ella, al igual que
cualquier humana criatura –
especialmente si es del género
femenino- adora a mi amigo, así
que se muestra de lo más
indulgente con sus modales e
incluso le ofrece más té, si lo
desea. Él, sin embargo, decide
repentinamente que el día es muy
corto para tanto como tiene que
hacer, y que le resulta imposible
no solo tomar algo más, sino
55
también permanecer ociosamente
en mi casa; saluda con devoción a
mi bondadosa casera, promete
que nos veremos antes de que
embarque y se marcha
repartiendo sus más sinceras
bendiciones sobre mi persona.
Bien, pienso, las necesitaré si voy
a hacer frente a un nuevo empleo
-por la primera impresión, ya se
sabe-
56
Me dirijo a la ventana y le veo
partir: agita su brazo mientras
sonríe, y avanza de espaldas con
la vista fija en mi ventana.
Mientras, la señora Walters
recoge el desayuno, canturreando.
Es entonces cuando recuerdo que
el retrato que terminé anoche está
todavía sobre la mesa. No se trata
de que haya nada indigno en él,
todo lo contrario. Pero no quiero
que nadie lo vea, y corro a
57
guardarlo. Reproduce el rostro de
la joven que conocí en el teatro
hace unos días, con bastante
fidelidad, además: tenía unos
bonitos ojos oscuros y una sonrisa
cálida y brillante. Sé su nombre,
pero no fuimos presentados de
manera formal, así que el título de
la obra no será otro que “Joven
del teatro”. Casi prefiero
considerarla algo lejano,
innominado: representa mejor mi
58
realidad con respecto a ella. La
verdad inevitable de que no voy a
volver a verla nunca. Pero
mientras ato las cintas de la
carpeta, pienso que solamente yo
conozco los verdaderos motivos
que me empujaron a hacer este
dibujo, y que son esos mismos
motivos los que me impiden
mostrarlo. ¿Qué esperaba, qué
sentía, qué buscaba? Quería
traerla hasta aquí, hacerla real. Y,
59
creedme, a la luz de la nueva
mañana, doy gracias a Dios por
no haberlo conseguido.
© Mª Carmen Pardo