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erre?, Orgaoo òe sa Veoerable Order) Cercera y (ofradías Dirección y Administración: Silva, 39.-Madrid (12) -Teléf. 12803 15 DE OCTUBRE DE 1933 NUM. 10 S Ir M _A_ IR, 0 LOS FUNERALES Y LA MISA DE DIFUNTOS, por Fr. Ricardo Delgado.—NUESTROS MÁRTI- RES DEL 1834, por Fr. Gffillermo Vázquez.—CONCEPTO DE LA TERCERA ORDEN, por Fray luso G. Castro.—FILOSOFÍA BARATA, por Leurrian.—CANTO A ERC1LLA, por Samuel A. Lillo.—LA MONARQUÍA ISRAELITA, por Fr. José Miguélez —LAS CAMPANAS DE LA ABADÍA, p or Fr. José Cereijo.—De BELAN AL CAIRO, por Fr. Guillermo Va qUCZ .— COLEGIATA Y P RIORATO DE JUNQUERA DE AMBfA, por Fr. Gurnersinclo Piacer.—CARTA SIN DESPERDICIO.-- ¿HAY SEÑALES DE BONANZA?, por Guillaurne.—EL PESO DE LA CRUZ, por Michel Even.— MAMÁ Fin, por Julia G. tierreros.—NOTICIAS.—NECROLOGÍA.—BIBLIOGRAFÍA. 1111=1•11111n1131to LOS FUNERALES - LA MISA DE DIFUNTOS Los funerales ¡Ha Umerto! ¡Vedlo ahí tendido, inmóvil, pálido, frío! ;Qué poder el de la muerte! ¡Está muerto! ... ; momentos antes todo era allí movimiento, agitación, confusión..., ¡ayes desgarradores, la- mentos de dolor, angustiosas congojas del corazón! ¡Murió...! ¡Está muerto...! Pero no está muerto. Jesús llama a- la muerte vida eterna. «El que en Mí vive y cree, aunque esté muerto, vi- virá» (1). La Iglesia no cree en la muerte. «No se nos arrebata la vida; sólo- se nos cambia por la muerte». Morirnos para la naturaleza, pero nacemos para (1) San Juan, XI, 125 . Dios. Al morir trocamos una vida mi- serable, humillante, plena de mise- rias, por una vida radiante, .libre, nimbada de luz, saturada de aquel vita vitarwrn de que nos habla el Evangelio'. ¡Momentos solemnes! La Iglesia no abandona los desgarrantes despojos de sus . hijos. Con la fe de sus dul- ces oraciones, la sublimidad de su duelo, las notas terroríficas de sus cán- ticos, proyecta a modo de luz sobre el cadáver la luz de la esperanza en Dios, la posesión de la vida eterna; la luz que disipa, el tétrico horror que inspira aquel cadáver, y a la par le transfigura y envuelve en sus reful- gentes rayos a los que lloran, a los que sufren . por la ausencia amada. La . Iglesia, siempre madre, quiere recibir la última visita de su hijo, de- seal darle el último adiós antes de que se convierta; on polvo.

(12) NUM. 10 S Ir M IR, VIRTUAL/Publicaziones... · abandona los desgarrantes despojos de sus. hijos. Con la fe de sus dul-ces oraciones, la sublimidad de su duelo, las notas terroríficas

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erre?,Orgaoo òe sa VeoerableOrder) Cercera y (ofradías

Dirección y Administración:

Silva, 39.-Madrid (12) -Teléf. 12803

15 DE OCTUBRE DE 1933

NUM. 10

S Ir M _A_ IR, 0LOS FUNERALES Y LA MISA DE DIFUNTOS, por Fr. Ricardo Delgado.—NUESTROS MÁRTI-

RES DEL 1834, por Fr. Gffillermo Vázquez.—CONCEPTO DE LA TERCERA ORDEN, por Frayluso G. Castro.—FILOSOFÍA BARATA, por Leurrian.—CANTO A ERC1LLA, por Samuel A.Lillo.—LA MONARQUÍA ISRAELITA, por Fr. José Miguélez —LAS CAMPANAS DE LA ABADÍA,

por Fr. José Cereijo.—De BELAN AL CAIRO, por Fr. Guillermo VaqUCZ.— COLEGIATA YPRIORATO DE JUNQUERA DE AMBfA, por Fr. Gurnersinclo Piacer.—CARTA SIN DESPERDICIO.--

¿HAY SEÑALES DE BONANZA?, por Guillaurne.—EL PESO DE LA CRUZ, por Michel Even.—MAMÁ Fin, por Julia G. tierreros.—NOTICIAS.—NECROLOGÍA.—BIBLIOGRAFÍA.

1111=1•11111n1131to

LOS FUNERALES - LA MISA DE DIFUNTOS

Los funerales

¡Ha Umerto!¡Vedlo ahí tendido, inmóvil, pálido,

frío!;Qué poder el de la muerte!¡Está muerto! ... ; momentos antes

todo era allí movimiento, agitación,confusión..., ¡ayes desgarradores, la-mentos de dolor, angustiosas congojasdel corazón!

¡Murió...! ¡Está muerto...!Pero no está muerto. Jesús llama a-

la muerte vida eterna. «El que en Mívive y cree, aunque esté muerto, vi-virá» (1).

La Iglesia no cree en la muerte.«No se nos arrebata la vida; sólo- senos cambia por la muerte». Morirnospara la naturaleza, pero nacemos para

(1) San Juan, XI, 125 .

Dios. Al morir trocamos una vida mi-serable, humillante, plena de mise-rias, por una vida radiante, .libre,nimbada de luz, saturada de aquel vitavitarwrn de que nos habla el Evangelio'.

¡Momentos solemnes! La Iglesia noabandona los desgarrantes despojosde sus . hijos. Con la fe de sus dul-ces oraciones, la sublimidad de suduelo, las notas terroríficas de sus cán-ticos, proyecta a modo de luz sobreel cadáver la luz de la esperanza enDios, la posesión de la vida eterna; laluz que disipa, el tétrico horror queinspira aquel cadáver, y a la par letransfigura y envuelve en sus reful-gentes rayos a los que lloran, a losque sufren . por la ausencia amada.

La . Iglesia, siempre madre, quiererecibir la última visita de su hijo, de-seal darle el último adiós antes de quese convierta; on polvo.

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¡Ah, qué grandiosa y soberanamen-te sublime es la entrevista del hijo quese va con la madre que se queda!

IMeditemós...! ¡Recojámonos un mo-mento y escuchemos...!

«Para ella—la Iglesia—sobre esosdespojos inanimados flota una alma; al-rededor de esos miembros paralizadosse agita una vida; tras de esos sentidosapagados, los oídos escuchan, los ojosven, un corazón padece, un ser, quejamás se dormirá, palpita. El almavive, el alma trata de romper las mis-teriosas barreras que Dios ha colocadoentre el tiempo y la eternidad» (1). LaIglesia, al recibir los inanimados des-pojos de su hijo, exclama: ExultabuntDomino ossa humiliata... (2), los hue-sos humillados exultarán en el Señor.

Ahora, como si no existiese ya elcuerpo, no mira más que al alma, ycanta:

«¡Venid a encontrarle, Santos deDios! Corred, ángeles del Señor, pararecibir esta alma y presentarla a losojos del Altísimo!

V.--Que Cristo que te ha llamado,te acoja, y que los ángeles te transpor-ten al seno de Abraham!

R. —Que reciban esta alma!V. Dadle, Señor, el eterno reposo

y que la perpetua luz brille para ella!R.— ¡Que la presenten a los ojos del

Altísimo!¡Señor, tened piedad de ella!¡Jesús, tened piedad de ella! (3)».La Iglesia, para que mejor s

chada, ruega a los fieles la ,NOSPARen la oración y recita el í er noster.

4k.

(1) Enrique Bolo.(2) Salmo L., 13.(3) Rit. Rom.

Después añade: su alma, que acaba deAer presentada delante de Dios, es laque sólo pide nuestros socorros, pida-mos y hagamos pedir por ella, paraque goce sin tardanza el descansoeterno (1).

¡Qué bella y qué sublime es la litur-gia cristiana! La Iglesia Católica, querecibió . a su hijo en la cuna, que loacompañó durante la vida, que lo asis-te en la-hora suprema de la muerte, loacompaña más allá de la tumba.

Ahora recuerda que Jesucristo esjuez de vivos y muertos.

Y prosigue: «No entres en juicio contu siervo. Nadie puede ser justificadoante Tí más que por el perdón. Así,pues, te suplicamos no oprimas con lasentencia de tu justicia a ese desdicha-do, que te recomienda la sincera súpli-ca de nuestra fe; que Tu gracia acudaen su auxilio, que se sustraiga a sucastigo; El, que durante su vida mor-tal fu.é honrado con la señal de la San-ta Trinidad, ¡oh Dios!, que vives y rei-nas en los siglos de los siglos. Amén.

La Iglesia calla. El silencio se im-pone ante lo sublime. De pronto se oyeuna voz lúgubre, doliente, plena demajestad y de grandeza. Es la voz deldifunto, que yace sobre sencillo y hu-milde «catafalco», y va a unirse con laoración de los vivos. La iglesia ve quesu hijo tiembla, se conmueve, es presadel espanto, y clama:

«¡Sálvame, Señor, de la muerte eter-en ese día de conmoción, cuando

elos y la tierra serán conmovidosal m no tiempo: cuando Tú vengas ajuz al mundo por el fuego.

17.—Me he puesto a temblar: tengomiedo al acercarse la disensión de micausa y la ira venidera.‘

R.—Cuando los cielos serán conmo-vidos al mismo tiempo que la tierra.

V. ,—¡Día aquel, día de ira! ¡Día demiseria y de calamidades! ¡Día gran-de! ¡Día muy amargo!

R.—¡Cuando vengas a juzgar almundo por el fuego!

¡Oh Padre, Padre...! Pater noster (1).La Iglesia vuelve a orar... y después

añade: «Dios, pues que te es propiotener siempre misericordia y perdonar,henos aquí dirigiéndote nuestrasplicas; te rogamos que libertes del ene-migo a esa alma a la que hoy has or-denado salga de este mundo. Ha espe-rado y creído en Tí...; que posea ladicha eterna por Nuestro Señor Jesu-cristo!» Amén (2).

Esta dulce madre ve a su hijo tran-quilizad-o, sereno: se siente feliz, y lehabla..., no, canta su esperanza, sugloria... «Y ahora, ¡oh alma!, que losángeles te conduzcan al paraíso, quelos mártires te acojan a tu llegada, queformen cortejo en la Jerusalén celes-tial. El coro de los ángeles te reciba yte concedan el descanso eterno».

Para que el triunfo sea completo,para que la esperanza se convierta enuna hermosa realidad, Jesús deja oírsu voz. Es el rey de la gloria, es el Juezde vivos y muertos, Aquel que murien-do en la cima del Calvario, nos dió laVida, el que va a hablar en este momen-to solemne: «Yo soy la resurrección yla vida: El que crea en mí, vivirá hasta

(1) Rit. Rom. Exeq. orclo.(2) Ibid.

la muerte: el que vive y cree en mí,jamás morirá» (1).

La Iglesia no cree en la muerte; elcristiano no debe tampoco creer en lamuerte. Repitamos aquellas significati-vas palabras que una madre dirige asu hijo cuando éste se disponía a dartestimonio sangriento de su fe: «¡Hijomío!... Acuérdate de la vida eterna,mira al cielo y no dejes de contemplaral que reina en él. Para tí la vida noacaba ahora, sino que se trueca enotra mejor». «,Por qué he de tener mie-do a la muerte?—exclarna un heroicosoldado antes de entrar en batalla—.Si muero, comienzo a vivir».

Falta la última etapa; la Iglesia sedispone a dar el último adiós a su hijo;va a dejarlo debajo de la fría losa delsepulcro donde ha de dormir el sueñode la muerte hasta el último día de lossiglos. Entonces la Iglesia ordena alsacerdote acompañe al hijo difunto ala última morada, y allí, al borde deese lecho oscuro y frío, lo bendice:«¡Oh Dios!, cuya piedad concede elreposo a las almas de los fieles, dígnatebendecir esta sepultura y colocar enella un ángel guardián. Mientras quelos cuerpos dormirán en esta sepultu-ra, concede a las almas que los pose-yeron el perdón de todos sus pecados yla dicha sin fin en compañía de tuselegidos. Por Nuestro Señor Jesucristo.Amén (2).

¡Murió...! ¡Está muerto...!No, no ha muerto, desplegó libre.

mente sus alas; se elevó sobre este va-lle de lágrimas; abrió los ojos a las

(1) Ibid.(2) Rit. Rom.

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eternas claridades después de vivir ymorir y entró en el pleno goce de lavida inmortal.

La Misa de difuntos

La humanidad que llora, sufre, pa-dece, está esclavizada en los lodazalesdel pecado, no tiene más que una es-peranza: la Cruz. O CrUX ave, spesuniea.

Sólo en la Cruz está la salud. Ella esamor eterno, misericordia sin limites,dulzura infinita, luz inextinguible; sóloella perdona, regenera y salva; de suspies todos parten para la vida eterna...

Todo el infinito valor de la Misaarranca de la Cruz, porque no es másel sacrificio que en ella hizo Jesucristode sí mismo. La Misa es la conmemora-ción de la muerte de Jesús; ella pro-longa la hora de nona del Viernes San-to, hasta la eternidad; extiende lasvertientes del monte Calvario hasta lasúltimas extremidades de la tierra, don-de se encuentra una alma que sufre.

Es para las ánimas del Purgatorioun tesoro infinito.

Ellas viven en la tristeza, en la sole-dad y en el fuego. Jamás la elocuenciahumana podrá pintar toda la grandezadel dolor que encierran aquellas pala-bras que brotaron en la noche de lostristes misterios de los labios del Sal-vador: ¡Mi alma está triste hasta lamuerte!

La Iglesia al empezar la Misa de di-funtos empieza por consolar a las al-mas tristes, a las que gimen y suspiranpor no poder ni contemplar la luz, nimezclar sus voces a las de los cánticosdel cielo. El Introito es una oración

que dulcifica esas tristezas: «El himnodigno de Vos, ¡oh Dios!, no se cantamás que en Sión; los deseos del santoamor no se os manifiestan más que enla Jerusalén celestial... ¡Dadles, Señor,dadles es el descanso eterno, y hacedque brille la luz en sus ojos desconso-lados!» (I).

La Misa de difuntos es una piezaincomparable, en que predominan laesperanza y la misericordia, el amory la justicia.

«Oh Dios, — recita el sacerdote—Criador y Redentor de todos los fieles;concede la remisión de todos sus peca-dos a las almas de tus siervos y siervas,para que consigan, por nuestras piado-sas súplicas, el perdón, que siempredesearon» (2).

Maurras ha dicho que un célebreevolucionista acostumbraba templarlas horas tristes de su vida en la lectu-ra de las Misas de difuntos. Por esoreconocemos que no hay forma mejorpara dar su verdadero valor a la viday a la muerte, que la consideración deestas Misas. «Bienaventurados losmuertos que mueren en el Señor»,dice el Evangelista San Juan.

El Evangelio es un canto a la vida,a la verdadera vida, a la vida eterna.«Quien come mi carne y bebe mi san-gre, tiene vida eterna, y yo le resuci-taré el último día», dice Jesús enEvangelio de la Misa.

Por eso la muerte cristiana no estérmino, sino tránsito; no es fin, sinoprincipio; es la que nos impele a pasarde la vida real y perecedera a la vida

(1) Misa de difuntos.(2) Ibid.

ideal y perenne en Dios, lo que noshace exclamar con San Agustín: ¡Eia,

moriar, Domine, ut te videam!Tiene la Misa de difuntos notas te-

rroríficas relativas a la gran catástrofedel mundo que termina y a la pavo-rosa escena del Juicio universal. ElDies irae es un poema que evoca elespectáculo sublimemente trágico delmundo en ruinas, de los sepulcros quese abren, de la Justicia de Dios, de laPequeñez humana, el infortunio terri-ble de los réprobos y el desquicia-miento final de todas las cosas y delas generaciones humanas reunidasante el supremo tribunal de Dios.

El Dies irae es un canto a la resu-rrección y a la Misericordia, al dolory a la esperanza, a la exaltación y aldecaimiento, al espanto y a la ternura.Posee toda la grandeza y sublimi-dad de tristeza del adiós definitivo almundo.

El sacerdote va a terminar la Misa,pero antes se vuelve al Señor y le dice:

Un compañero me decía no ha mu-cho:

—Convendría saber lo que hay decierto sobre la revelación de una mon-ja, que he oído citar, a la que NuestroSeñor ordenó durante la matanza de¡Os frailes en Madrid: «Pide por missiervos que ahora derraman su sangrepor Mí.

—No me interesa ese detalle (res-

«Alúmbrelos, Señor, la luz eterna; 'contus Santos por todos los siglos; pueseres piadoso. Dales, Señor, el descansoeterno y alúmbrelos la luz eterna; • contus Santos por todos los siglos; pueseres piadoso» (1)

¡Señor Jesús!, cread en mi menteuna idea sublime de la muerte, que seafaro de mi vida. Y cuando me lleguemi hora, y reposen mis despojos antelos altares de vuestro sacrificio, el díade mis exequias, se estremezcan mishuesos de gozo a la voz • del sacerdoteque pronunciará sobre mi cadáver: «Elque en mí vive y cree, aunque estémuerto, vivirá» (2).

¡Señor! ¡Dadles el descanso eterno yhaced que brille a sus ojos la luz quejamás se apague!

P. DELGADO CAPEÁNS0. de M.

Poyo-X-1933.

(1) Misa de difuntos.(2) Dr. Isidro Gomá.

pondí), pues la explosión de odio sa-tánico que hace poco hemos observa-do contra la Iglesia, contra Jesucristoy contra las órdenes religiosas (ex-plosión igual a la de hace 99 años),demuestra plenamente que los religio-sos entonces sacrificados, lo fueronen odio a la Religión Católica. Claroes que hablo sin pretender anticipar-me al juicio infalible de la Iglesia.

SANTORAL MERCEDAPIONuestros mártires de 1834

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Menéndez Pelayo recuerda en suHistoria de los Heterodoxos que lavíspera de la matanza, o sea el díadel Carmen de 1834 se oyó a un ciegocantar acompañado de su guitarra,cerca del colegio de los Jesuitas:

Muera Cristo,Viva Luzbel;Muera Don Carlos,Viva Isabel.

El pretexto para lanzar a los asesi-nos contra los conventos fué: ¡que losfrailes habían envenenado las fuentesy por eso se extendía el cólera!

En 1931 varios de los descamisa-dos que destrozaron el Colegio deChamartín gritaban que era necesariodar trabajo a los pobres. Les habíanhecho creer que destrozando los mue-bles, los Jesuitas encargarían en se-guida otros. Todos los pretextos sonbuenos para el demonio y sus saté-lites con tal de conseguir sus desig-nios.

Tanto en una como en otra fechafiguraban al frente del Gobierno per-Sonas católicas que protestaron nohaber tenido parte alguna en aquellasalvajada. Martínez de la Rosa, quepresidía el Ministerio en 1834, publicóuna enérgica protesta en la «Gaceta»del 19 y la renovó a la hora de lamuerte; don Miguel Maura, ministrode la Gobernación en 1931, no cesade afirmar su inocencia. ¡Triste sinoel de algunos políticos!

En la tarde del 17 de julio fué asal-tado el colegio de San Isidro y asesi-nados gran número de religiosos; losdemás debieron su salvación al PadreMuñoz, hermano del Duque de Rián-sares, marido morganático de la Rei-

na. Ante la orden de salir de la capi-lla, donde todos esperaban la muerte,el P. Muñoz contestó que o se salva-ría con todos o perecería con ellos.

Los asesinos eran urbanos, especiede milicia municipal, cuya mayor parleno se mezcló en aquel horrible crimen.Por la noche tocó su vez al conventode la Merced, que ocupaba lo que hoyes Plaza del Progreso, y al colegio dedominicos de Santo Tomás, en el so-lar de la actual parroquia de SantaCruz.

En la Merced fueron asesinadosocho religiosos, cuya biografía traza-ré brevemente.

1. 0 Muy Rvdo. P. Manuel Espar-za, provincial de Castilla, asesinadoen el coro donde había ido a prepa-rarse para la muerte, a los 41 años dereligión y 59 de edad. Su cabeza fu 'earrojada a la iglesia.

En septiembre de 1793 el provincialde Castilla dió licencia al comenda-dor de Soria para vestir el hábito denovicio a Manuel Esparza, hijo deDomingo y Angela de Aregui, vecinosde la villa de Peralta, de Navarra (1).

Debió hacer el noviciado en Madridcon los pocos jóvenes que cada añose admitían para toda la Provincia. Enel Registro de patentes se hallan lasrelativas a él hasta 1805 con las dimi-sorias para órdenes, comenzando porlas menores y subdiaconado en 1795.

Hizo su carrera literaria con luci-miento y después de quince años deenseñanza obtuvo los títulos de pre-sentado y maestro. En el Capítulo de

(1) Bib NI. Ms. 4.195, fol, 322. Es el libro de Pa-entes de la Provincia.

Castilla en 1824 fué elegido definidorProvincial y en 1826 el vicario generalde la Orden, Fr. Ramón Massaliés, lehizo su secretario. En 1828 fué elec-tor general y definidor general en1831, asistiendo como tal al Capítuloque se celebró en 1833. Por fin el 8 demarzo de 1834 fue elevado al provin-cialato que honró con su vida ymuerte.

2.° R. P. Francisco Somorrostro,definidor de provincia, sacristán ma-yor de la capilla de los Remedios,asesinado a los 63 años de edad y 48

de religión.Aunque usaba el segundo apellido

generalmente, los documentos le lla-man Gómez de Somorrostro, hijo deFrancisco Gómez y de María Carde-villa, natural de Segovia, donde tomóel hábito después del 10 de septiembrede 1787 en que aparece fechada lalicencia (1). Una vez terminado el no-viciado en Madrid fue destinado aBurgos como estudiante de Filosofíay después a Salamanca como teólo-go, de donde en 1794 volvió a Burgoscon Fr. Eugenio Castiñeiras (2).

En noviembre del mismo año se leda licencia para el diaconado y enmarzo de 1795 se le autoriza para pe-dir dispensa de trece meses que nece-sitaba para el presbiterado. En 1795aparece como pasante en Segovia,casa de ampliación de estudios, y en1805 es predicador en el convento deValladolid.

En el Capítulo de 1824 fue elegidoredentor y a la vez maestro de novi-

(1) Ms. citado, fol. 261.(2) 'bid., fol. 332.

cios de Madrid. El Capítulo de 1834celebrado en esta casa lo eligió defi-nidor.

3. 0 El P. Presentado Fr. José Mel-gar, a los 63 años de edad y 47 dereligión. Era natural de Lillo en elarzobispado de Toledo y en aquelconvento vistió el hábito en 1788, conlicencia despachada en junio. Des-pués de hechos sus estudios en Alca-lá y otros colegios, fue destinadocomo pasante a Segovia, donde enmarzo de 1798 recibió el diaconadoen compañía de Fr. Manuel Martínez,futuro obispo de Málaga.

Bajo la presión de los constitucio-nales se secularizó en 1820, pero ennoviembre de 1824 renunció al indultoincorporándose a la comunidad deSegovia (1). Era ya presentado y enlos Capítulos siguientes se le nombraregente de estudios de aquella casa.

4.° El P. Presentado y maestrohonorario Fr. Eugenio Castiñeiras,procurador general de la Provincia, alos 68 años de edad y 48 de religión.Era natural de Santa María de Carie-Ile, cerca de Orense, hijo legítimo deManuel y de Teresa Rodríguez, y allífue bautizado el 19 de noviembre de1766 (2).

Tomó el hábito en Conjo el 22 deagosto de 1787, de manos del comen-dador Fr. Ramón Moas Barreiro, ca-tedrático de la Universidad composte-lana, que le dió la profesión al añosiguiente.

(1) A. H. NI. Clero, papeles, leg 278.(2) Doy las más rendidas gracias al Sr. Cura de

Cartelle, don Gervasio Cuquejo, que me facilitó elacta.

— 520 — — 521 —

Hizo sus estudios en Salamanca dedonde en 1794 fue destinado a Burgoscon el P. Somorrostro. Estuvo algu-nas temporadas en el convento deVerín, y en marzo de 1804 era predi-cador en el de Salamanca. Fernan-do VII devolvió a la Orden la admi-nistración de la Obra Pía de la Reden-ción, cuyas rentas se entregaban alGobierno para la redención preventi-va, o sea para prevenir los ataquesde los moros.

El P. Castiñeiras era procuradorgeneral de la redención en 1819 y si-guientes, escribiendo con este motivogran número de cartas a los procura-dores de los conventos. Quedan bas-tantes en Lérida y otros archivos.

El Capítulo provincial de 1824 lohizo además procurador general de laProvincia,*cargo que conservó hastasu muerte, simultaneándolo en esetrienio y en 1828 con el de procuradorde la redención, prueba de su capaci-dad para los negocios.

Que gozaba de grandes simpatías yno mediana influencia lo demuestra elque su sobrino don Evaristo Velo yCastirleiras llegando a estudiar enMadrid años después de muerto sutío, encontró apoyo en los amigos deéste. Así me lo refirió él mismo sien-do catedrático del Instituto de Ponte-vedra.

5.° El P. Baltasar Blanco, predi-cador conventual, a los 27 años deedad y 10 de religión. Era natural deCaldas de Reyes (Pontevedra) y tomóel hábito en Colijo el 8 de mayo de1825, según aparece en el libro corres-pondiente que tenemos en Poyo. De-bió profesar en Madrid, aunque el año

anterior se había nombrado maestrode novicios en Conjo.

6.° El P. Lorenzo Temprano, pre-sentado honorario, a los 58 años deedad y 39 de hábito. El 5 de junio de1797 se dió licencia al comendador deToro para vestir el hábito a José Tem-prano, natural de Villardondiego,el obispado de Zamora. No sé si en-tonces le mudaron el nombre por elde Lorenzo o si tenía éste además deaquél (1).

Hizo el noviciado en Madrid comosus contemporáneos y en octubre de1798 fué enviado a Valladolid a estu-diar Filosofía, con otros varios (2).En mayo de 1801 se le dan testimoniales para órdenes menores y subdiaco-nado. En mayo de 1802 recibe el dia-conado siendo conventual de Madridy allí continuaba en 1803 al ordenarsede presbítero. En Madrid debió residirla mayor parte de su vida.

7. 0 El P. Vicente Castaño, presen-tado extranumerario y portero mayor,a los 48 años de edad y 30 de religión.Era natural de San Lorenzo de Seira,cerca de Santiago y tomó el hábito enCordo en 1803, volviendo allí mástarde de conventual varios años, des-pués de haber hecho el noviciado enMadrid y los estudios en otros con-ventos.

8.° El P. Victoriano Magariños,cantor, a los 30 años de edad y 13 dereligión. Era natural de Siete corosen el arzobispado de Santiago y habíatornado el hábito en Conjo en 1819.Los constitucionales le obligaron a

(1; Bib. NI. Ms. 4 195, fol. 350 v.,s2 !bid., fol. 358.

dejarlo en 1820, pero volvió a vestirloen 1823 en Madrid, según nota de loslibros de Conjo.

Murió también un donado de SanFrancisco que la tarde anterior se ha-bía refugiado en el convento y fueronheridos dos Padres más y tres cria-dos. Uno de los heridos era el PadreMassalies, ahora secretario general y

Canon 702

Terciarios seculares son

a) los que en medio del siglob) bajo la dirección de alguna

(la primera)e) viviendo según su espíritu

d) en cuanto es compatible con la vidaseglar,

e) se esfuerzan en adquirir la perfec-ción cristiana,

f) según las reglas aprobadas por laSanta Sede

antes prior de Barcelona y provincialde Aragón. Había venido a Madridpoco antes con el Rvdmo. Tomás Mi-guel. El otro herido era el P. JerónimoConstenla y Villar, natural de Valga(Coruña), hijo de Conjo. Ambos so-brevivieron bastantes años.

FR. GUILLERMO VÁZQUEZ

N.° I.° de las Constituciones

e) conformando su vida con la vidareligiosa, y dediccindose a obras demisericordia, según el espíritu denuestra Orden,

d) en cuanto es dado a los seglares,

e) consigan la perfección cristiana,

f)

Concepto de la Tercera Orden secular de la MercedNos lo da el canon 702 del Derecho Canónico y el número 1.0 de las Constitu-

ciones de nuestra Orden Tercera, aprobadas ad septennium por el Papa reinan-te el 24 de Junio de 1929.

Pondré ambos textos confrontados, a dos columnas, para compararlos y com-pletar e ilustrar el de las Constituciones con el del Derecho Canónico.

La Orden Secular de Santa Maríade la Merced fué instituida para quea) los que la profesen

Orden b)

Más completa es, como se ve, la noción dada por el Derecho Canónico, puesen las Constituciones faltan: el apartado b) «bajo la dirección de alguna Orden»,aunque lo suponen varios de sus artículos, y el apartado f) no expresado en elcanon citado, «según las reglas aprobadas por la Santa Sede›.

En cambio, es más completo en las Constituciones el apartado c) «conforman-do su vida con la vida religiosa, según el espíritu de nuestra Orden». Porque dosSOn los elementos de toda Orden religiosa, el común a todas y el peculiar de cada

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una: común a todas es la observancia de los tres votos, y el peculiar, por concre-tar, de la nuestra es la caridad heroica de la redención, obra por excelencia demisericordia, y la devoción tiernísima a la Santísima Virgen María como a Fun-dadora y a Madre.

Con todo, el elemento común a todas las Ordenes Terceras, la conformidad,en el modo compatible con el estado que tenga abrazado o abrace cada terciario,está virtualmen e contenido en la «perfecciem cristiana», fin de todas las OrdenesTerceras; pues la perfección cristiana no se alcanza, o solo en el grado en queuno sea mortificado, pobre de espíritu y resignado en la voluntad de Dios, queson precisamente la perfección respectiva de cada uno de los votos religiosos decastidad, pobreza y obediencia.

Son seis, pues, los elementos que según el derecho canónico y las Constitucio-nes constituyen toda Tercera Orden: a) miembros que la componen, «seglaresque viven en medio del mundo»; e)fin, «la perfección cristiana»; b) causa eficien-te que mejora a los terciarios y los allegue a la perfección cristiana, «la direc-ción de alguna Ordeno (la primera); c) causa ejemplar, «la vida religiosa y elespíritu de la Orden», tal cual se vive y tal cual los han vivido los miembros dela Orden Primera, y de un modo eminente sus Santos; d) expresión de la vidareligiosa en el grado en que la han de imitar los terciarios, y del espíritu quelos ha de animar, «las reglas aprobadas por la Santa Sede», que, además, suelentrazar en líneas generales la organización de los sodalicios o Centros de la Terce-ra Orden, y d) grado propio de esta vida y de este espíritu de los terciarios—quelos distingue de la Orden Primera y de la Segunda, que son las Monjas propia-mente dichas, y aún de la Orden Tercera Regular—es que viven esta vida y si-guen este espíritu, en cuanto es compatible con la vida seglar», sin votos y consólo el propósito sincero de aspirar a la perfección cristiana, del modo dicho enel apartado c).

Un séptimo elemento hay que añadir: el objeto de la Orden Tercera que es elde los actos en que se han de ejercitar los terciarios para alcanzar la perfeccióncristiana.

Se comprende fácilmente que el tal objeto no es la perfección cristiana; por-que la perfección cristiana, como fin, es la perfección alcanzada, y nadie se ocupaen alcanzar lo ya alcanzado, ni en edificar lo ya edificado, en aprender lo yasabido, en andar para llegar a donde ya ha llegado... Al contrario, la perfeccióncristiana alcanzada—lo cual no es posible en este mundo, porque el santo tieneque santificarse más —que como aspiración da ser a la Tercera Orden, como con-secución se lo quitaría, como el tener que edificar una casa congrega canteros,albañiles, carpinteros, pintores... y la casa edificada y acabada los dispersa, por-que ya no tienen para qué continuar reunidos hecho aquello para que se reunieron.

Ni tampoco el objeto de la Tercera Orden es la causa ejemplar del apartadoc); porque la causa ejemplar, como tal, está en la Primera Orden, y como efectoestá sólo en la Tercera, en la ilustración del entendimiento y en la moción de lavoluntad. Pero ni la moción, aliciente para la obra, ni la ilustración, esclareci-miento de alguna verdad, son el objeto del entendimiento y de la voluntad; comono es la luz el objeto del ver sino el medio con que se ve, ni el impulso es el tra-bajo que se hace, sino la fuerza con que se hace.

— 523 —

Tenemos, pues, que el objeto de la Tercera Orden es el objeto del entendi-miento y de la voluntad, como lo es el fin, y además—que es lo que lo constituyeen objeto propiamente dicho sin categoría de fin —es que ha de estar subordinadoa éste y mediar entre él y los estados en que se encuentra el que al fin aspira,como media el camino entre el lugar donde se está y el lugar a donde se quiereir y el aprender entre el ignorar y el saber, y ha de cesar o cesa automáticamenteel objeto, alcanzado el fin, como se acaba el camino cuando se ha llegado.

Estos elementos esenciales a toda sociedad—como fácilmente lo probaríacualquier mediano estudiante de lf`gica partiendo de la definición—están tantomás destacados y diversificados cuanto más lejos está el fin a conseguir y más, porconsiguiente, son los objetivos—objeto de la sociedad que dejamos consignadocorno nono elemento—que hay que alcanzar para lograrlo y tanto más fusiona-dos hasta que campea sólo el fin cuanto más a él nos acercamos.

Alcanzado el fin no hay más que poseerlo, conservarlo y gozarlo. Si esta po-sesión, conservación y gozo ha de ser en común, necesariamente ha de continuarla sociedad que lo ha alcanzado.

Según esto tenemos la división más genérica de congregaciones o sociedades;sociedades de fin a conseguir y sociedades de fin conseguido.

Ambas tienen su objeto: las de fin a conseguir, el de los medios para conse-guirlo; las de fin conseguido, el de los medios de conservación, posesión y gozo,Porque conservar es recobrar cada momento lo que cada momento se pierde,Poseer es posesionarnos cada momento de lo que cada momento se nos escapa, ygozarse en el bien conseguido es repetir continuamente los actos que por ser delas criaturas mueren apenas nacen. Como el río consiste en la sucesión continuay permanente de innumerables gotas de agua por un mismo cauce, así el fin con-seguido consiste en la continua y permanente sucesión de actos posesorios deconocimiento y afecto por un mismo cauce, el fin conseguido.

Se deduce de lo dicho que la sociedad sólo se puede dar en las criaturas; peroentre las Tres Divinas Personas no hay sociedad propiamente dicha sino sóloanalógica, y, mejor dicho, analógicamente analógica, porque no tienen fin queconseguir. Ellas mismas son su fin—en estas mismas palabras hay una propiedadenorme—no tienen nada que conservar porque nada pierden ni nada se les esca-pa, no tienen actos que repetir porque tienen uno solo tan pleno y permanenteque todo lo abarca.

La Orden Tercera es, en resumen, una sociedad perfección cristiana a conse-guir bajo la ilustración y moción del ejemplo de la Primera Orden viviente e histó-rica, y también de los miembros de la misma Tercera Orden que merezcan elnombre de ejemplares; ilustración y moción que se hacen actuales en el ánimode los Terciarios mediante la acción del Director y moderador de cada uno de suscentros—en término canónico sodalicio--y la visita de los Superiores mayores,Provincial y General, o sus delegados. Es también una sociedad de conservaciónde la perfección en parte conseguida, y por fin, de la fruición perfectamente con-seguida, porque es de creer que los lazos establecidos para la consecución de laPerfección cristiana acá en la tierra, no se rompen sino se anudan en el cielo conla perfección conseguida, poseída y gozada.

FR. JUAN G. CASTRO

CANTO A ERCILLAle FILOSOFI AA BARAT eke:—Soy cristiano viejo, Padre, de los que

pueden caminar con la frente levantada.Usted juzgará: algo de rezo diario, mi mi-sita todos los días festivos, y mi confesióny comunión anuales. Pertenezco a seis osiete cofradías, a tres sociedades de cari-dad y a una de protección a los animales.Me parece que puede satisfacer este pro-gramita hasta al más. exigente. Cuenteusted, además, que soy de los que tomanla Bula religiosamente.

—Bien está, D. Remigio; su programitano parece malo del todo, antes puede servirde modelo a muchos...

—¡ Ah, caramba! Fíjese por dónde va miJulita. Siento que no nos haya visto, puestendría mucho gusto en saludar a usted,a quien aprecia mucho, como toda la fa-milia.

--Gracias, usted siempre tan amable,D. Remigio. Pero diga, me parece que elvestido de Julia...

— ¡Ah! Esos son pequeños detalles de lamoda, que no revisten importancia alguna.Ya sabe, hoy es eso muy corriente en las

jóvenes.—Pero que una hija de usted...—Debemos caminar con el tiempo. A mi

me gusta, aunque católico como el quemás, ser algo progresista y transigente.

A cada época lo suyo, es mi lema favo-rito.

—Advierto a usted que no es esa la doc-trina de Jesucristo.

—Lo comprendo, Padre, mas ya ve queese es un pequeño detalle, distinta manera

de ver las cosas. No olvide que en lo demás¡soy cristiano viejo como ninguno!

* * *

—Yo no voy a Misa sencillamente porno poder soportar el ambiente malsano queallí se respira, debido a la afluencia degente. La higiene es para mi salud y vida.

- Y tanto! Como que ayer en el salonci-llo de Price se ahogaba uno. Yo no sé cómohemos podido soportar aquello.

—Le diré a usted: esas cosas es imposi-ble evitarlas: son exigencias de la sociedadmoderna y elegante. Además, por unashoritas que se deslizan tan bonitamente, sepuede...

—i Viva la higiene! Y la lógica, y, sobretodo, la ley de Dios por los suelos.

* * *

La mamá y el niño por la mañana. —Estos niños marean a cualquiera. ¡Hayque ver la clase de educación tan lindaque recibís! 4.A esto se reduce lo que en elcolegio os enseñan esos benditos PadresPues, hijos, ¡vaya educación!

El niño y la mamá por la tarde. —Mamá,hoy el Padre Cirilo me ha quitado cincovales por la falta de misa de ayer. Ya meadelanta 'fortín Petri.

—1 Vaya crueldad! ¡Castigar a una cria-turita! Ven, rico, toma un beso, y desdehoy, ya lo sabes, no haces caso ningunoal Padre Cirilo, y le dices que no quieroyo que te castigue. ¡Pues no faltaba más!...¡Eso no es educar!...

LEUMAN

por SAMUEL

Como en la heroica Grecia se traía

Para ensalzar al bardo o al atleta

el ánfora vetusta que tenía

el vino más añejo, así ¡oh! poeta,

Para honrar tu memoria en este día,

vengo a trazar tu olímpica silueta

en tu verso viril de notas bravas

Y en el molde inmortal de tus octavas.

Ellas con su sonar grave y rotundo,

fueron tal vez el único instrumento

digno del canto bélico y profundo

en que se desbordó tu pensamientopara llevar al limite del mundo,sostenido en las alas de tu acento,

el homérico estruendo de la guerra

más cruenta y más heroica de la tierra.

Corno un héroe de «Orlando a estos

[confinesllegas un día ¡oh! bardo castellano,

en tu árabe corcel de ondeantes crines;joven, gentil galán y cortesano,traes, cual los antiguos paladines,

un generoso corazón humano,

Colgado al cinto, un invencible acero

Y en tu mirada, una visión de Hornero.

Y al ver tanto valor, tanto heroísmo

tu estro apolíneo concibió el poema

A. LILLO (1)

que abrasado en patriótico civismo,

es para Chile lábaro y emblema:

y que después de ser para tí mismo,

de glorioso laurel una diadema,

hoy al través del mar y la montaña,

es puente de oro que nos une a España.

En él muestras a todas las naciones

cómo ha nacido nuestra heroica raza,

cual se van esculpiendo sus blasones

al rudo golpe de la indiana maza,

sobre yelmos, escudos y bridones,hasta que al fin, con resplandor que

[abrasa,al épico llamado de un poeta,

álzase un pueblo nuevo en el planeta.

En tus cantos sonoros y severos,

jántanse en amalgamas peregrinas

procerosas figuras de guerreros

con gráciles perfiles de heroínas,

e indios desnudos y centauros fieros

en quebradas, pantanos y colinas,

luchan a muerte invictos y arrogantes

cual si fueran dos razas de gigantes.

Ved los toquis heroicos allí están:

Colocolo, el prudente; Rengo, el fiero;

al hombro lleva el gran Caupolicán,símbolo del poder, un tronco entero,

(1) «Canto a Ercilla» es de uno de nuestros más renombrados poetas, Samuel Lillo, miembrocorrespondiente de la Academia Española. Fué recitado por el poeta en una sesión solemne de laAcademia Chilena de la Lengua, con motivo del Centenario de «Ercilla». Esto escribe el Muy Reve-rendo P. Mercedario de Chile, quien nos remite la poesía cuyo nombre no damos por no saber si seráde an agrado. Hermosa poesía, poesía verdad de fondo y fama.

— 526 —

y, realizando su escondido afán,

Lautaro, el niño, cámbiase en guerrero,

y, ante la cumbre atónita del Andes,

derriba al bravo capitán de Flandes.

Y frente a los caciques araucanos;

también los cides de la España están:

Valdivia con sus ínclitos hispanos,

y Quiroga y Reinos() y Villagrán;mientras que con esfuerzos sobrehuma-

[nos,

ya los Catorce de la Fama van

a pelear en la acción más estupenda

que han cantado el romance y la leyenda.

Tu gran poema al ignorante asusta

como espanta a los niños la montaña

que irrumpe ante ellos con su frente

[adusta.

No saben del tesoro que ella entraña

ni del conjunto de belleza augusta

de acción y vida que hay en su maraña,

los que quedan abajo en la vislumbre

sin haber puesto el pie sobre la cum-[bre.

Más que el guerrero ejército de Iliónque defendiera a una mujer liviana,

vale el desnudo y bélico escuadrón

de nuestra brava gente araucana

que con el más soberbio corazón

que hizo vibrar el alma americana,

defendió de los leones castellanos

sus agrios montes y sus libres llanos.

Y mayor que la azaña de las greyesque incendiaron a Troya, la inmortal,

para vengar a uno de sus reyes,

es la proeza épica y genial

de los que nos trajeron justas leyes,

los brazos de la cruz y del ideal,

la sangre de sus pechos de gigantes,

la lengua de Rioja y de Cervantes.

Gracias, pues, por la noble ejecutoria

que nos diste ¡oh! poeta con tu canto

que es para España lampo de su gloria

y para nuestro hogar un libro santo

que tendrá que vivir en la memoria

de nuestra nueva humanidad, en tanto,

bajo la luz de nuestro sol fulgente,

el corazón de algún chileno aliente.

Y gi acias, Madre Hispánica, que otrora

nos regalaste tu inmortal poeta

para mandarnos con la voz sonora

de su broncfnea y bélica trompeta,

el aliento de tu alma creadora

que propulsó tu corazón de atleta,

cuyos latidos nobles y profundos

aun se sienten vibrar entre dos mundos.

Y al recordar a tu varón preclaro,

hoy esta raza que, como una flor,

prendió en el pecho de un salvaje ignaro,

la que tuvo un soldado por cantor,

por cuna el heroísmo de Lautaroy al Quijote por código de honor,

poniendo de testigo a esta montaña,

te reitera su amor ¡eh! Madre España.

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De todo nos cansamos pronto, ypronto nuestra inconstancia busca uncambio de postura. Tenemos, además,una excesiva inclinación a novedades,causa frecuente de que hagamos cam-bios tan desventajosos como el que lafábula atribuye al topo, que por un in-justificado deseo de adquirir cola queno tenía, consintió en ceder los ojos, deque carecía el escuerzo, pero en cam-bio, tenía aquella otra... ¡gran ven.taja!

Así es la pobre Humanidad, así so-mos nosotros, y así les ocurrió en mu-chas ocasiones a los ingratos hijos delpueblo de Dios.

Con un portentoso milagro, entreotros tantos y no menos admirables,quiso Dios sostenerlos en el desiertocon el misterioso maná, dotado de to-dos los gustos y pronto—¿quién habíade creerlo?—se sienten hastiados ysuspiran por los ajos y cebollas dela tierra que acababan -de abandonar,en casa de la más dolorosa esclavitud,ninguna como ella semejante a la queaflige a los infelices servidores del vicioy del demonio.

Más tarde, según la Divina Provi-dencia, gobernándolos y dirigiéndolospor varones llenos del espíritu del Diosque los elegía, y se cansan del gobier-no de Dios ¡al y piden y exigen quelos gobierne un rey, al estilo de lasnaciones que los rodeaban, y tratan—¡qué horror! —de cambiar a Dios porun hombre... No te desecharon a ti,dice Dios a Samuel, a mi es a quien hadesechado este pueblo de dura cerviz.Dales, pues, un rey. según te lo piden,y anúnciales también el derecho de eserey y que aprendan bien a costa suyala inmensidad del disparate que co-meten.

Sucedía esto allá por el siglo XI an-tes de Jesucristo. Samuel, según la or-den del Señor, escoge a Saúl por rey deIsrael. Ya está cumplido el capricho delpueblo insensato.

Se celebran grandes fiestas para so-lemnizar tan fausto acontecimiento.¿Cuanto durará la felicidad?

Desechado Saúl por el Señor a causade su falta de obediencia, es elegidoDavid, varón según el corazón deDios, en su lugar. Durante su reinadode cuarenta años, funda y consolidaeste gran rey un gran imperio, cuyogobierno deja a su hijo y sucesor elmagnífico Salomón. Grande fué, sinduda, el esplendor, brillo, majestad y.sabiduría de este rey. Puede estar con-tento y orgulloso Israel, pues tiene unrey como ni antes ni después de elhu-bo ni habrá otro tan grande. Pero...¡oh dolor! las magnificencias suponengrandes recursos..., y estos recursoshan de allegarse a costa del.., pueblo...que los ha de pagar.

Es uno de los tristes capítulos delderecho del rey que el Señor ordenó aSamuel que anunciara al pueblo quequería un rey... Ya comienza el can-sancio, ya la tempestad; aunque toda-vía sordamente empieza a rugir... Muypoco tiempo más, y que ei reino pase amanos del hijo y sucesor inmediato delrey sabio, gil. e aun no es mas que elcuarto de los reyes, y veremos la for-midable tormenta que se arma. Deci-didamente, Dios muy justamente cas-tigó a su pueblo concediéndole lo quetanto deseaba. Nada menos que la uni-dad del reino va pronto a quedar des-truida por ese malestar y la nacVn novolvera ya más a ser lo que fué conDavid y Salornön. Dividida en lasdos monarquías, la del Sur y la delNorte, Judá e Israel apenas si podránya entenderse como buenos hermanospara una empresa de común utilidad;antes bien, los veremos combatiéndosecasi de continuo, frecuentemente pi-diendo auxilio a los pueblos enemigos.Tampoco era muy feliz en su interiorcada uno de estos reinos. El del Norte,entregado a los mayores excesos ido-látricos, ve sucederse en movimiento

CURIOSIDADES BIBLICAS

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De belsin al Cairoorgoorgo

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Todas las mañanasal romper el díaoigo las campanasde aquella abadía;

aquella abadía, un tiempo famosa,que a orillas del río duerme silenciosa.

No me dicen nada las torres altivas,ni las imponentes naves solitariasdonde flotan tiernas fervientes plegarias:

ni el claustro de ojivas...

Sólo las campanasme traen recuerdos de tiempos lejanos.y me hablan piadosas de otros mis hermanosqne también oían sus dulces tañidos

todas las mañanas...

San Sebastián-Septiembre 1933.

vertiginoso reyes y dinastías, que su-cumben las más de las veces bajo laviolencia y el asesinato, sucediéndosenada menos que ¡nueve dinastías! enlos doscientos cincuenta arios que duró.En cuanto al reino de Judá, había pala-bra del Señor que lo conservaría en lacasa de David, la cual fué también,aunque harto infiel del Señor, no tantocomo los reyes de Samaria, y cuentaentre sus reyes algunos verdadera-mente piadosos, y por eso duró tam-bién más tiempo, pues destruido Israelpor Sal manasar en 722 y deportadossus habitantes a los países de Asia yBabilonia, sostúvose Judá hasta lostiempos de Nabucodonosor, que en dos

veces, en 599 y 588, le arrasa y tras-porta su población a la Caldea, que-dando ambos reinos reducidos a unasimple provincia de Babilonia.

¡Cuánto mejor les habría sido a losisraelitas dejarse gobernar por la bon-dad infinita de Dios y no hacer caso delos antojos de su imaginación! ¡Cuantomejor obraremos también nosotros sinos resignamos con lo que Dios dispon-ga respecto de nosotros sin intentarimponer al Señor nuestro pobre crite-rio! ¿No recordamos, ya individual oya colectivamente, haber obrado conDios nuestro Señor de manejar biensemejante a los hebreos?

FR. JOSÉ MIGUÉLEZ

(28 de junio de 1932.)

Nos levantarnos con estrellas paracelebrar por última vez en la cripta dela Natividad. El P. Ameno tuvo un pe-queño conflicto con el Sr. Obispo japo-nés que le disputaba la misa de tres ymedia.

Después de besar muchas vecesaquellas piedras y de dar un recorridoa toda la basílica, para grabarla másprofundamente en nuestra retina, fui-mos a desayunar y a despedirnos denuestros amables huéspedes los Padresfranciscanos, a los que dimos una pe-queña limosna, ya que fué imposibleobtener la cuenta.

En el atrio se llenó al momento untaxi, en el cual nos trasladamos rápi-damente a la estación de Jerusalén, sin'Volver ya a la ciudad santa. El día es-taba espléndido.

Tomamos nuestros billetes de tercerahasta el Cairo, que costaron unas 35pesetas cada uno y en la cantina hici-mos nuestras provisiones de viaje. Nodebía ser judía la cantinera, o por lomenos no lo parecía.

En el tren encontramos a uno de losmonjes coptos que nos habían recibidoen su Monasterio. Nos pidió por favorque cuidáramos de otro monje abisinio,que había venido en peregrinación. No,sabía más lengua que la suya nativa,y esto, añadido a su edad avanzada, lecrearía dificultades.

Con mucho gusto nos encargamosdel anciano, al que servimos lo mejorposible . No sabiendo cómo agradecerlevesras atenciones levantaba sus ma-,iO,S al clo pidiendo a Dios nos bendi-jera. El ce negro de su tez hacía re-

saltar más sus nobles facciones de razablanca.

El tren arrancó a las ocho y mediade la mariana. Pronto nos vimos meti-dos en el torrente de Sorec, que comoera de esperar, no llevaba gota de agua,aunque su cauce profundo y tortuosoindica que debió llevarla alguna vez.Nos detuvimos primero en Betten, querecuerda la última defensa desesperadade los judíos mandados por Barcoque-bas, contra los romanos en el siglo II.

Entrábamos en la tierra de Sansón;por el mismo estrecho valle por dondenosotros bajábamos subieron muchasveces los filisteos para atacar a los he-breos. Sa_raa (patria de Sansón) y Es-taol nos recordaron, además, la famosaaventura de los hijos de Dan, que deallí subieron a conquistar Lais en elextremo norte de la Palestina, robandode paso el ídolo de Michas, al que die-ron culto en su nueva ciudad, a la quellamaron Dan.

Pasamos luego por Gazzer, ciudadfilistea conquistada por el Faraón, sue-gro de Salmón, y entregada en dote asu hija. A nuestra derecha dejamosAcarön, ciudad principal de los valien-tes filisteos.

No puedo menos de manifestar miagradecimiento al tren que se para entodos los lugares interesantes, y nocomo los aborrecidos autos que, cuan-do uno se percata de que hay algo quever, ya está a varios kilómetros dedistancia.

Poco después llegábamos a Lidda oDióspolis, cruce del ferrocarril de Je-rusalén a Jaffa con el general que des-de Caiffa desciende a Egipto. Trasbor-damos rápidamente y nos instalamos a

PP. JOSE CEPEIJO 111111N- OSMERCEDARIO

— 530 — — 531 °

nuestas anchas, pues los viajeros haciael Sur eran pocos.

Examinamos la amplia llanura, lími-te de la de Sarón que se extiende hastael mar, y que con la de Esdrelón enGalilea, formaba el granero de Pales-tina. El Carmelo es un promontorioque se levanta al extremo norte de lallanura, y por eso aparecen juntos enla Biblia: La gloria del Líbano y lahermosura del Carmelo y de Sarön.(Carmelo significa lugar de villas).

Lid d a recuerda muchos episodiosde los Hechos Apostólicos. Allí se cele-bró en 415 un concilio contra Pelagio,cuyas hipocresías hubo de desenmas-carar San Jerónimo, pues los Padresorientales no sospechaban de su mali-cia. Por ello le felicitó San Agustín.

Estábamos a 305 kilómetros del canalde Suez, en plena llanura filistea. Losfilisteos, a pesar de sus innumerablestropelías, me son grandemente simpá-ticos por su valentía y constancia.¿Eran de raza europea? Algunos lo sos-pechan. Ellos fueron los que dieron ala tierra el nombre de Palestina o Fa-lestina. Sólo los romanos lograronallanar del todo a aquel puñado deguerreros.

Pasamos primero por Azoto, a dondemuerto Saúl en la batalla de Gelboé,llevaron los filisteos el Arca de laAlianza, metiéndola por su mal en eltemplo de Dagón. Sabido es cómo a lamariana siguiente apareció el ídolo des-trozado ante el Arca.

Después nos acercamos a la costa,pasando por Ascalón, puerto de escasovalor, patria de Herodes el Grande, yotra de las ciudades principales de losfilisteos. Un poco más abajo vimosGaza, cuyas puertas llevó al monteSansón, pereciendo al fin bajo las rui-nas del templo que derribó con sussolos brazos.

La brisa del Mediterráneo refresca-ba algo el ambiente, sin que lográra-mos ver el agua, oculta por las dunaso bancos de arena.

Atravesamos después por Gerara,patria y residencia de Isaac, país are-noso con bastantes palmeras. De aquíparte el ramal de ferrocarril haciaBersabée, que no pudimos recorrer porestar abandonada su explotación.

Se va perfilando el desierto del Sinaí.Cruzamos por fin el Uadi-el-Arich, eltorrente de Egipto, sobre un puente dehierro. La Biblia lo menciona mil ve-ces como límite meridional de la Tie-rra Santa, cuyos habitantes se reuníanen Jerusalén «desde Dan hasta Bersa-bée, y desde la Entrada de Emat hastael Torrente de Egipto».

La frontera actual queda un pocomás atrás, y desde ella los policíasegipcios se hicieron cargo del tren,comenzando el visado de pasaportes.En nuestro coche, capaz de unas 120personas, quedábamos hasta diez via-jeros, entre ellos tres monjas italianasy un empleado.

Nos habían amenazado con los ho-rrores del desierto: la arena penetraríaen el tren a pesar de llevar cerradaslas ventanas, y nos encontraríamos enuna atmósfera irrespirable. Gracias aDios no nos sucedió nada desagradable.El tren corre cerca de la costa, y lahumedad del mar, aunque invisibleéste, fija un poco el inquieto elemento.

En algunos sitios la compañía del fe-rrocarril hundió en la arena árbolessecos, cuyo ramaje contribuye al mis-mo fin, pues a su alrededor se arremo-lina la arena, evitando así el que seprecipite sobre la vía.

Nos hizo gracia la seriedad con quela compañía acotó el terreno que lepertenece, como si alguien fuera a dis-putárselo. De tiempo en tiempo encon

trábamos algún oasis de palmeras y unPuesto de socorro para el tren.

Nuestra imaginación se enardecíacon el recuerdo del viaje de la SagradaFamilia, huyendo de las iras de Hero-des a través de aquellos inmensos are-nales. Aunque tendíamos la vista haciael Sur, era imposible descubrir el Sinaíni el Horeb, teatro de las grandes es-cenas del Exodo.

Mientras el tren corría por la blancaarena, dimos gracias a Dios por elinmenso beneficio que nos había otor-gado de visitar inesperadamente laTierra Santa, regada con los sudores deNuestro Salvador y de su Madre San-tísima.

Ahora comprendemos mejor que an-tes por qué llaman a esta visita el quin-to Evangelio. Lo es con todo propie-dad, pues nos permite darnos mejorcuenta de la vida y palabras del Señor.

Yo quisiera para todos mis hei-manos de hábito esta dicha, y como mediopara alcanzarla, el establecimiento deuna casa en Oriente. No faltan ofreci-mientos y proyectos, pero la crisiseconómica que padece el mundo difi-culta la realización de esos anhelos.

Una casa en Siria sería barata, puesla vida bajo la administración francesacuesta la mitad que en Palestina, perolos viajes que habrían de hacer los re-ligiosos son un pesado contrapeso a talbaratura.

Las dos potencias encargadas por laSociedad de Naciones de organizar Si-ria y Palestina cumplen su misión demanera muy diferente; los francesesgastan dinero que difícilmente cobra-rán; los ingleses gastan lo que recau-dan sin comprometer gran cosa. Enninguna parte, quizá, se ve tan clarala influencia de los tributos sobre elencarecimiento de la vida.

Siria y Palestina son pobres por la

escasez de lluvias, y actualmente laparalización del comercio ciega las es-casas fuentes de ingresos de que disfru-taban.

Los sirios mahometanos sueñan conla independencia y con el alejamientoinmediato de la potencia mandataria.Los cristianos, por el contrario, seancatólicos o cismáticos, se fían poco desus convecinos y temen que al faltarlos soldados franceses se repitan lasmatanzas acostumbradas. Lo sucedidoen Mesopotarnia, apenas dieron vueltalos ingleses, no es para tranquilizar alos cristianos de Siria.

Por mi voto las potencias mandata-rias permanecerían allí por lo menoscien arios, y después examinarían des-pacio si habían de retirarse. Y no esque los sirios me parezcan hombresinferiores; los creo, por el contrario, deun nivel intelectual medio superior alde muchas naciones de Europa, masaquello es un hervidero de pasionesferoces de raza, de religión y de inte-reses.

Pero volvamos a nuestro camino.Por fin a media tarde llegamos a El-Kantara, sobre el canal de Suez. Nues-tro compañero el abisinio sacó su altobonete oriental, para hacerse respetar:Todo era necesario ante la turba depilletes egipcios que nos rodeó.

En la aduana hubimos de disputaruno por uno los objetos que llevába-mos, pues el vista se empeñaba en queeran nuevos y que habíamos de pagarpor ellos. La cámara fotográfica delPadre Ameno fué lo que más le in-trigó.

Cuando nos vimos libres de los adua-neros, y con gran número de papelitoscolorados en los bolsillos, hubimos desostener otra batalla con los cambistasque a todo costa querían apoderarsede las monedas de Palestina.

— 532 — - 533 —

Por fin cruzamos el canal en una bar-caza, gratis, que no es poco favor. Po-drá tener hasta 80 metros de ancho enla superficie. Del otro lado esperamosunas dos horas el tren de Port-Said,que debía conducirnos al Cairo.

El-Kantara significa puente, comosabemos los españoles, conocedorestambién de las alcantarillas. ¿Por quése dih ese nombre a aquel sitio dondeno hay puente alguno? Porque era elpaso obligado entre Asia y Africa, osea entre el Sinaí y Egipto, pues a am-bos lados del istmo se encontraba laregi n de los lagos amargos. El nom-bre es antiguo y ahora carece de senti-do, pues el puente ha sido cortado porLesseps.

Por aquí penetró, sin duda en Egipto,

Corno los patrimonios de las viejasabadías, el de la Colegiata junquereñaempezó con la primera hogaza y elprimer jato que los buenos campesi-nos ofrecieron a los servidores de laVirgen. Porque no debe olvidarse quelos canónigos y sus antecesores fue-ron allí a dar culto a la Divina Pa-trona.

Al movilizarse la piedad de los fie-les, bien por donaciones normales;bien por mandas de muerte, llegó unmomento en que la masa propietariade la casa no podía regirse ya poruna simple administración familiar, yhubo de tenerse en cuenta la legisla-

la Sagrada Familia, huyendo de Hero-rodes, y por aquí también pasaríanAbraham, Jacob y su familia. Durantenuestra larga espera no vimos pasarmás que algún velero por el canal.

Llegó por fin el tren, que en aquellainmensa llanura del Delta, alcanza ve-locidades muy respetables. La polva-reda que levanta lo es también mucho,pues no hay grava ni piedra de quehacerla y las traviesas están sencilla-mente hundidas en tierra. Llegamos alCairo sobre las once de la noche con undedo de polvo sobre nosotros.

Libres de los mozos que nos asedia-ban nos fuimos a un hotel que nos pa-reció aceptable, aunque no hallamosen él la seriedad británica que su nom-bre prometía.

FR. GUILLERMO VAZQUEZ

ción del tiempo, cuyas fórmulas puedeverse en cualquier manual. Mas, enJunquera, corno en otras abadías ycasas solariegas, hay peculiaridadessociales y forales dignas de estudio,para quien cuente con más prepara-ción que yo en esta clase de ciencias.

Los derechos y justicias del Priora-to, creo condensarlos en los párrafossiguientes: todos los colonos y vasa-llos debían pagar la luctuosa, consis-tente en la mejor cabeza de ganadoque hubiese en casa del difunto; esdecir, que a la muerte de un vasallopodía elegir el Prior lo mejor de suhacienda, bien fuese buey, vaca o

mula, etc., viniendo de ese modo arecargar la pena de la familia. Teníanasimismo los súbditos obligación per-sonal de trabajar en los arreglos del as Casas Priorales siempre que éstaslo necesitasen; y tal labor se haría sinotra retribución que la comida.

Los Priores, como señores tempo-rales del Priorato, poseían mas de 180villas y lugares, desde Orense, Ma-ceda, Sierra de San Mamed, Valle del

Ginzo, Laza, Villaza, Verín,A lmoite, Allariz, Vide Junquera, etcé-tera, etc., y todo lo comprendido enesa línea. En Junquera residía el Al-calde mayor con jurisdicción única entodos los lugares; y para las apela-ciones podía recurrirse, bien a losPriores, bien a los Alcaldes mayoresde la Coruña.

En cada Coto había un Juez Peda-neo para el conocimiento de las cau-sas criminales; aunque para su sus-tanciación era menester acudir al Al-calde Mayor de Junquera. Cuando elJuez de Armide quiso poner obstácu-los a este derecho, perdió la causa.

En cada Lugar había un Vigueiro,nombrado alternativamente por el juezpedäneo y el alcalde mayor. El cargo

del vigile/ro equivalía a ser guarda

del coto, y se le llamaba juez de lastapadas, prados y caminos, de modoque si algún ganado entraba en ellosy hacía destrozos, podía multar a sus

dueños hasta con 100 maravedís, mul-

ta que luego se gastaba entre los ve-cinos del lugar en colación y vino.

Para multas de mayor cuantía habíaq ue acudir al alcalde de Junquera.

Los Priores nombraban dos o tresescribanos, a voluntad, y podían po-

nerlos y quitarlos arbitrariamente.Juntamente con estos escribanos,aprobados por el Consejo, habíaotros llamados escribanos de losfechos, que no entendían en las cau-sas civiles y criminales. Los alguaci-les, «por ser cosa de poca importan-cia », los nombraba el alcalde mayor.

Gozaban los Priores de plena juris-dicción y dominio directo en cotos,Casares, Lugares y demás tierras delPriorato, con todo lo plantado y edifi -cado; y ningún vasallo gozaba de

exención, sino que todos pagabanforo y vasallaje aunque fuesen hidal-gos.

En dos libros protocolos que aunse guardan en el archivo de Junquera,se halla todo el aforamiento hechopor D. Martín de Córdoba, en virtudde Real Cédula antedicha. Averiguó 'yconsignó lo que se pagaba de foro encada casal, en pan, trigo, maíz, cente-no, gallinas, carneros, etc., y todo loasentó.

Los fueros había que pagarlos enlunquera, capital de la abadía, y consólo avisar a la cabeza del foro todoslos conforeros debían traer, a susexpensas, el pan a las paneras delPalacio; y si no pagaban dentro deltérmino requerido, se les cargabancostas y salarios, «según costumbredel Priorato». Como el aforamiento,aunque se hiciese en cabeza de unparticular, podía éste dividirlo entresus hijos y descendientes hasta latercera generación, así conforme aese repartimiento debía pagarse luegoen Junquera, y, al menos al fin delaño, debían hacer cuenta y acabar depagar enteramente.

ESTUDIOS GALLEGOS

Colegiata y Priorato de Junquera de Ambia

— 554 — — 555 —

El día que un conforero hacía lacuenta de pago, venía obligado a darde comer al cabeza de foro, o a lapersona que en su nombre asistía a lacobranza. Las escrituras de afora-miento se hacían por tres vidas, fraseque en Galicia se entendía por vidade tres reyes, así que, habiendo hecholos aforamientos D. Martín en tiempodel gran Felipe II, por el año 1671, enque está firmado el documento de queme sirvo para estos apuntes, ya llega-ban a su cumplimiento las escriturascon el reinado de Felipe IV.

Cumplidas las vidas de tres reyessucesivos, o acabada la generaciónde la persona arrendataria, podía elPrior hacer un nuevo arrendamientoa la persona que quisiese. Los confo-reros no disponían, corno es natural,de las tierras, sino en calidad de usu-fructo; así que si alguno las vendía oenajenaba, podía el Prior quitárselascomo cosas suyas, sobre las cuales

....111•MIn1«11

(Señor don Manuel Fontdevila.Mi querido amigo: Le ruego a usted

que acepte la dimisión del cargo deredactor-jefe de ese periódico, que has-ta ahora he venido desempeñando.

Me apresuro a hacer constar queentre las determinantes mediatas ypróximas de ésta mi deci•ión inque-brantable no hay nada en absoluto queafecte a la consideración personal queusted y los restantes compañeros memerecen, conideraci.'n que se mantie-

conservaba dominio directo. Además,cumplido el pacto de aforamiento,quedaba el Prior dueño absoluto detodo lo plantado y edificado.

Como quiera que en el valle deMonterrey, poseía el Priorato tierrasy casales, y resultaba algo lejos paralos trabajos de acarreo en la recolec-ción, se constituyó allí una panera,donde se recogían los frutos; los cua-les después al ser vendidos, aumen-taban de precio, con dos reales másen fanega. El encargado de la cose-cha era el Juez de aquellos lugares,quien luego daba cuenta en Junquera.

En cuanto a pleitos, pesos, medi-das, etc., usábanse en el Priorato, entodo iguales a las corrientes por tie-rras orensanas. Y aquí hago punto alas minúsculas noticias sobre la his-toria foral de Junquera.

FR. GLIMERSINDO PLACERMercedario.

Ferrol Marzo-1933.

ne viva y que perdurará a través detodas mis vicisitudes con la supervi-vencia de los sentimientos sinceros.

He procedido siempre lealmente pa-ra con todo el mundo y, naturalmente,no iba ahora a dejar de ser leal conmi-go mismo. Eso es lo que me obliga adejar mi puesto en esa casa, donde yano podría seguir trabajando con el en-tusiasmo y la fe con que trabajé siem-pre, sin traicionarla o traicionarme,porque, querido director, creo firme-

mente que estos dos arios de triste ex-periencia republicana significan algomas que el fracaso de unos hombres,fracaso que no pueden encubrir todaslas habilidades dialécticas, aunque ten-gan categoría de geniales; significa elfracaso de un sistema.

Desde los enciclopedistas franceses anuestros días han transcurrido muchosarios rhan sucedido muchas cosas. Lassuficientes para que la democracia seaYa, en el orden de las ideas, algo tananacrónico e inútil como el miriñaque,en el orden de la indumentaria feme-nina. La lucha política en el mundo sesimplifica y adquiere perfiles más pre-cisos cada día. Frente al ensayo ruso,las experiencias de Italia y Alemaniahan desplazado a la revolución france-sa, relegándola a un segundo plano, enel que se debate desesperadamentepara no morir. Unicamente nosotros,tan provincianos, tan aldeanos mejor,para todo, hemos aceptado el modelocomo una novedad.

No queda nada que hacer con la de-mocracia. El Gobierno del pueblo es,además de un tópico oratorio para mi-tin rural, una majadería y una insensa-tez. El dilema hoy es, Moscú o Berlín.Lo demás son ganas de perder el tiem-po, y puesto en la necesidad de elegir,yo no podría nunca caer del lado deMoscú. La sola posibilidad de que mipaís estuviera un día en manos de Lar-go Caballero, Cordero, etc., me haceestremecer.

No, no; basta de bromas que tienenconsecuencias demasiado dolorosas.Poco más de dos arios han sido suficien-tes para que la economía nacionalmuestre harto ostensiblemente sus pe-ligrosas resquebrajadu ras , y para queel país enserie su hambre en un dra-mático bostezo, que va desde la puntade Tarifa hasta el cabo de Finisterre.

No quiero mencionar siquiera la obse-sión laica, que en un esfuerzo tan torpecomo estéril, es la que ha dado másacusado carácter a estos Gobiernos dela República española.

Destruir; eso ha sido todo. La pro-piedad y el espíritu religioso del paíshan sufrido rudo quebranto, sin quepor contra se haya creado nada abso-lutamente. Mientras los Gobiernos tra-taban de apagar en el alma del pueblola luz de una fe que dió santos y héroesa la historia de Esparta, dejaban queunas turbas, enloquecidas de rencor,destrozaran estúpidamente la riqueza,«posibilitando»— es lo único que va aquedar, el verbo cursi invención deMarcelino Domingo—la labor del ham-bre.

Todo esto, que suele comentarse yaen la intimidad de las tertulias, melan-cólicas y desesperanzadas, de muchosauténticos republicanos defraudados,creo que ha llegado el momento de de-cirlo públicamente, y lo digo. Me pa-rece que la República, esta República,ha sido una de las mayores desventu-ras sufridas por mi patria, y declino laparte de responsabilidad a que mi per-severancia en el error pudiera darmederecho.

Es posible que esta actitud sea pro-fesionalmente mi ruina, pero yo nocambio la paz de mi conciencia y laserenidad de mi espíritu por un trozode pan.

Ruego a usted, querido Fontdevila,que, para evitar interpretaciones des-orientadas a mi salida de ese periódico,haga pública esta carta, y espero queal margen de la discrepancia ideológi-ca que hoy nos separa, nos siga unien-do la amistad que yo le conservo, yque para nada juega en este asunto. Unabrazo. —José Simón Valclivielso».

(De «El Debate», 15 octubre 1933),

CARTA SIN DESPERDICIOS

Del redactor-jefe de Heraldo de Madrid»

— 537 °

@-e ¿Hay señales de bonanza?

A todos nos alcanzan las conse-cuencias dolorosas de la crisis eco-nómica y es difícil apartar la vista deella. Aunque pudiéramos olvidarnuestros dolores, no podemos des-atender las lágrimas del prójimo.

He procurado recoger las impresio-nes, no sólo de España, sino delmundo entero en revistas, periódicosy cartas, y de todas esas informacio-nes se deduce que el exceso de ma-quinaria es el principal causante de lacrisis.

Todos vemos que en la industria laproducción llegó a ser excesiva, yaunque no parezca tan claro, hay quereconocer también el sobrante en laagricultura.

Buena prueba de ello es que casitodas las naciones producen para laexportación. Había de llegar un niomento en que el mercado internacio-nal apareciera saturado, produciendoel marasmo dentro de cada nación.

Los años de la guerra y postguerraparecieron alejar esa amenaza, pueshabía que llenar muchos depósitosvacíos, pero desde 1929 el atasco esmanifiesto. Los españoles producimosdemasiado vino, demasiado aceite,demasiadas frutas.., y como a losdemás países les sucede lo propio, lacrisis se agrava de día en día.

Los Estados Unidos y Australia,que disponen de inmensas extensio-nes de tierra virgen, cubierta de res-tos orgánicos de miles de años, hanpodido lanzar al mercado, gracias a

la maquinaria novísima, enormescantidades de trigo y otros cereales,aplastando a los humildes cultivado-res europeos. La mayor parte de éstostrabajan hoy. con pérdida; los de Fran-cia lo afirman terminantemente y enEspaña lo vemos por nuestros ojos.

En la nación vecina es grave tam-bién el conflicto que los almacenesrebosantes de vino producen a loscultivadores, y esto sin contar con lainundación de caldos argelinos y es-pañoles.

No cabe esperar, por tanto, unasolución fácil a la situación actual.La maquinaria supone capital inverti-do, y éste reclama una parte de losbeneficios, reduciendo aun más la co-rrespondiente al trabajo actual.

En muchos países (los EstadosUnidos, por ejemplo), pesan sobre laagricultura, como sobre la industria,enormes deudas e hipotecas. Al novenderse los productos, el paro y laruina se hacían inevitables. El presi-dente Roosevelt halló la manera dereducir esas deudas, rebajando el va-lor del dólar. Al reanudarse el movi-miento comercial, los productoresobtendrán dólares en abundancia, yaunque depreciados, servirán paralibrarlos de deudas e hipotecas.

Es lo mismo que sucedió en Fran-cia y, sobre todo, en Alemania, con laruina del marco. Aunque la del dólarse contenga en límites prudencial'no es para encantar a los e-res. Por lo pronto los_,,pegtaçtP,

enorws PrOi-

tos que los yanquis tenían en todasPar les, quedarán reducidos a la mitadde su valor. ¡Enhorabuena a los deu-dores!

¿Logrará n los norteamericanosarrastrar en la caída del dólar a lasdemás monedas-oro? No falta quienles atribuya tan malignas intencionesy aun otras peores.

¿Cuánto durarán los efectos de esaPolítica monetaria? Lo sucedido enFrancia, Italia, Alemania, etc., nos dala seguridad de que los Estados Uni-dos sólo hallarán una mejoría mo-mentánea con la rebaja del dólar, ytal vez al poco tiempo se encuentrenPeor que antes.

Un ejemplo de cómo la maquinariaha traído la crisis agrícola, es la sus-titución del ganado de tiro por lostractores mecánicos. El labrador queera a la vez ganadero, vió disminui-dos con eso sus ingresos, y ademásl e quedaban sobrantes la cebada, ave-na, etc. Las tierras en que antes secultivaban los forrajes hubieron desembrarse de trigo, remolacha u otroProducto vendible, contribuyendo asía la superabundancia de estos ar-tículos.

El Estado había contado tambiénmucho con la prosperidad del labra-dor, gravándolo con enormes contrib uciones para mantener un ejército dee mpleados, además del ejército arma-d o. ¡Todo eso amenaza desplomarsePor su base!

Y no hablemos de la desaprensióncon que los socialistas exigen aumen-tos de jornal hasta hacer el coste delos productos muy superior a su va-lor en venta. De eso podemos hablar

los españoles con conocimiento decausa. La falta más absoluta de senti-do parece haber inspirado ciertas dis-posiciones.

Todo indica que habremos de lle-gar a fijar los contingentes que cadanación pueda aportar al mercado in-ternacional, y tal vez a limitar la pro-ducción dentro de la nación misma.

En España, una de las primerasdisposiciones de la Dictadura de Pri-mo de Rivera, fué prohibir la planta-ción de más viñedos, medida que oíalabar entonces a un ex ministro degran talento, enemigo del dictador.Por desgracia la ley no pasó delpapel.

Un primer ensayo de esta limitaciónes la fijación de la plata que han devender en el próximo trienio las na-ciones productoras de ella o dueñasde grandes cantidades de ese metal,entre ellas España. Es de esperar quede ese modo se obtenga la mejora deprecio.

Muchos opinan que debe cada na-ción arreglar su economía, esperan-do poco de las otras. Algo pesimistaparece ese consejo, pero tal vez seael más saludable. La conferencia in-ternacional económica reunida enLondres el verano último, fracasó la-mentablemente, y no hay esperanzade organizar otra.

Si cada nación se encierra en suconcha, el nivel de vida habrá de re-troceder a lo que era hace muchosaños, quizá un siglo. Las gananciasserán más modestas y con ellas tie-nen que bajar los presupuestos indi-viduales y el general de la nación.

Para los que soñaban con grandes

CUATRO NOVELAS— 538 —

mejoras y con el reparto de beneficiosque no existen, será éste un desenga-ño terrible, pero inevitable.

Los necios continuarán delirandotodavía con el comunismo, sin que loshorrores de Rusia basten a abrirleslos ojos. Ya no se cita corno antes elejemplo de las órdenes religiosas;hasta los ciegos van dándose cuentade que el nivel de vida en ellas estápor bajo de las más modestas aspira •

ciones. Trabajar sin límite de horasy no ponerlo tampoco a las privacio-nes, como hacen los frailes, es idealpoco halagüeño a los materialistas.

La industria española exportabarelativamente poco, y el conflicto pro-ducido en ella no será grande. No asíen la agricultura, ¿Qué hacer de tan-tas naranjas, aceite y vino corno en-viábamos al extranjero? ¿A qué dedi-car los campos en que se producen?La cosa es para pensada seriamente,pero sin acobardarnos.

Escritas estas líneas leo en la pren-sa el discurso pronunciado en Paríspor el señor Besteiro, presidente denuestras Cortes y de la U. G. T., quedijo el 27 de septiembre: «Existe enEspaña una proporción extraordina-ria de obreros agrícolas. Lamentomucho no abrigar optimismos sobrelos resultados que la aplicación de la

Ley agraria, votada por las Cortes,pueda reportar. La razón de esta faltade optimismo es que, a mi juicio, elproblema agrario es mucho más gra-ve en la realidad que en la concep-ción de los legisladores».

«Los españoles nos encontrare-mos pronto ante un problema de paroindustrial, no más agudo que en otrospaíses, y ante un problema de paroagrícola, más importante que en mu-chos países europeos y americanos.»

Estoy de acuerdo enteramente poresta vez con el señor Besteiro.

Con todo, no olvidemos que las re-giones españolas se completan unasa otras, formando un todo orgánicobastante perfecto. Lo que a unas so-bra, falta a otras, y entre todas seprestan valiosa ayuda. ¡En hora men-guada pensaron algunos en separa-tismos! Ahora precisamente es cuandonecesitamos estar más unidos.

Algunos artículos hemos de impor-tarlos forzosamente, por ejemplo elalgodón, que sólo empezamos a cul-tivar hace pocos arios. Es natural quevendamos a buen precio el favor decomprarlo en el extranjero, exigiendoque el vendedor nos compre otro tan-to de nuestros productos sobrantes.

GUILLAUME

Las tres primeras se han publicado,hace poco, una después de otra, enuna humilde revistita piadosa, bajoseudónimo.

La cuarta es inédita.Algunos amigos han deseado que

reuniese estos relatos y que suprimael anónimo.

¡¡Se ha hecho!!Dedico estos recuerdos a los mis-

mos que hace ya años me sostienencon su cariño y confianza, y que hanquerido esto._ con el deseo de queles ayude a amar mejor a Dios sobretodas las cosas.

¿Ayudarán a ello estas páginas?Las comencé a escribir a la vuelta

de un viaje a España, que es uno delos más grandes recuerdos de mi vida,y que ha dejado prolunda huella enmi formación intelectual.

Añado que me he decidido a man-darlas a la imprenta a la vuelta deuna nueva y breve estancia al otrolado de los Pirineos, a donde fuí atestimoniar en las horas de dolor lafidelidad reconocida de mi afecto amis hermanos y amigos, los Padresde la Orden de la Merced.

MICHEL EVENMissionnaire diocésIn de París,

Missionnaire apostolique.

10 de agosto de 1931, aniversariode la fundación de la Merced, en Bar-celona.

(1) Michel Even.—Quatre Nouvelles.—Deuxirneedition revue et corrigée.—P rix: 6 fi...artes franco.—

Pennes Libraire de L'Ouest Eclair, 38, rue du Pré-Botté, 1962.

El peso de la Cruz

Don Francisco, barón de Ribas yde Bérriz en Vizcaya, caballero delhábito de Calatrava, hijo de un Gran-de de España y paje de la SerenísimaInfanta Isabel, gobernadora de losPaíses Bajos por el Rey Don Felipe II,su pad re (nuestro Señor que Diosguarde), a principio del año 1598entró en Toledo en el Noviciado delos frailes Redentores de la Merced.

Tenía veinte años, y su resoluciónprodujo gran revuelo. Nadie en laCorte acertaba a imaginar lo que ha-bía decidido al joven caballero atornar tal inesperada determinación.Nacido, por decirlo así, en el PalacioReal, había crecido gracioso y encan-tador, querido y estimado de todos,bello como el día, puro y piadosocomo un ángel; demasiado ensimis-mado y un poco soñador, al decir demuchos. Parece que su retrato se en-cuentra en el cuadro pintado por elGreco para la iglesia de Santo Tomé,de Toledo, y es el que asiste al mara-villoso enterramiento del Conde deOrgaz, todo embutido en la plancha-da gola, mirando un poco triste yatónito por encima de la mitra delSeñor San Agustín.

Sea de esto lo que quiera, lo ciertoes que antes que la Infanta partiesepara Bruselas, abandonó él la Corte,siempre grave y reconcentrado, perosereno a pesar de las lágrimas de suspadres y hermanos, que le veían irsepara no volver jamás.

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Las gentes hablaron de desilusio-nes y ambiciones frustradas. Se aven-turaron las palabras «desengañosamorosos», y esto pareció menos pro-bable que lo demás. En fin, despuésde inútil chismorreo no se volvió ahablar en el asunto, lo que no estuvomal.

Para el mundo todo quedó reducidoa que había un caballero menos en laCorte y un fraile más en uno de losnumerosos conventos de Castilla.

El joven no había tenido fuera desu confesor más que un confidente,mejor dicho, una confidente, la nobledama a cuyo servicio había estadodesde los nueve años de edad. Sa-biamente piadosa, muy inteligente ybien instruida, la Infanta Isabel ClaraEugenia, hija de Felipe II y de Isabelde Francia, hija de Enrique 11, se in-teresó por el niño, su paje. Se con-sagrö a formar su inteligencia y sucorazón; fue para él una segunda ma-dre. El joven le pagó con el cariño,la fidelidad y la obediencia todo loque había hecho por él. Poco antes desu partida para los Países Bajos, laPrincesa le vió presentarse por últimavez, temblando de emoción; venía adecirle que se iba.

Admirada de esta repentina deci-sión, Clara Isabel le pregunta si lacausa de esta partida es alguna ambi-ción fallida, algún desengaño o dis-gusto amoroso. El paje le respondesencillamente que todos los tesorosde Su Majestad el Rey de España novalían nada en comparación de ladicha de servir a Dios, de entregarsea El, de vivir y morir por El y en El.La Infanta se persuadió que no había

otro motivo en realidad oculto detrásde aquellos ojos bellos y puros quela miraban fijamente.

Deja, pues, don Francisco con lamayor naturalidad y sencillez a Ma-drid y su Corte y con ella toda la ale-gría de vivir según el mundo y todosu brillante esplendor. Solo, acom-pañado de un anciano sacerdote, elcapellán de la casa, sin otro tren queun criado que le sirva, le ensille lamula y le defienda en caso de necesi-dad, llegó al puente sobre el Tajo queda entrada a Toledo a la caída de latarde de un día de mayo de 1598,cuando las campanas tocaban al Ave-maría, y los últimos rayos del soldoraban las escarpadas pendientesque bajan hasta el mismo río.

Pasaron casi tres meses de estafecha. Estamos en la primera quince-na de agosto, en uno de los días pos-teriores al del aniversario de aquel enque Nuestra Señora bajó del cielo aBarcelona para dar a San Pedro No-lasco el encargo de la fundación de laOrden de la Redención, o del Resca-te, de los pobres cautivos en poderde turcos o infieles. Don Francis-co se preparaba para la toma de há-bito. Todo iba bien. Llegado a Tole-do, sin ir siquiera a la Catedral paravisitar el célebre Crucifijo, se enca-minó derechamente al convento de losMercedarios. Cordialmente recibidopor el P. Comendador, congenió ad-mirablemente desde el primer día consus dos compañeros; con la mayornaturalidad del mundo hizo la vida dela Comunidad sin dejar los modalesde noble, distinguidos y graves. Se

le había tratado como a cualquierotro, ni mejor ni peor. Esperaba elmomento de su primera donación aDios.

Este momento lo había deseado yansiado, y he aquí que sin saber apunto fijo por qué, ahora lo teme. Nosiente gana de rezar, ni gusto en lasalmodia; pasa negligentemente lascuentas del rosario y sobre la mesade madera vasta de su celda está ellibro de los Evangelios como selladoy definitivamente cerrado por sus bro-ches de plata cincelada. Se sientecomo muerto para Dios y no sabedecir otra cosa que: «No puedo más».

Con todo, aquella misma tarde eljoven postulante había llevado el trajede su vestición, la larga túnica, elescapulario y la capilla y el escudocon su cadena, insignia especial de laOrden, campo de oro con las cuatrobarras de sangre de Aragón. Parecíacomo que una espada le traspasabael corazón. Como quien despierta deuna pesadilla, febriciente deja el hábi-to religioso tan deseado sobre lacama, y como impelido por un demo-nio que huyese de esta blanca visión,sale de la celda pálido como un muer-to. Sin saludar, por vez primera, a laVirgen del claustro entró en el jardíndel Monasterio. Había en él un largopaseo de cipreses movidos por elagrio viento de la sierra, y el duelode estos árboles de cementerio era eldiapasón del duelo de esta pobre alma.

Francisco de Ribas se metió entrelos árboles y soltó las riendas al llan-to. Era la primera vez, después devarias semanas, que permitía estedesahogo a su sensibilidad,

Sin embargo, algo se había conse-guido.

En el convento se había respetadosu silencio y su necesidad de aisla-miento y se le había tolerado su vidatodavía algo mundana. Vino por ver,se decían los religiosos jóvenes queno se atrevían a dirigir la palabraal nuevo compañero, que vestía aúnel traje de Corte con su espada alcinto, andaba tieso y estirado y teníaaún ademanes poco religiosos. LosPadres ancianos sonreían con simpa-tía, pero algo preocupados por la vo-cación del joven, no se aquietaronhasta el día en que el confesor deljoven caballero, el venerable y santoPadre Fray Pedro Urízar, les dijo contoda dulzura y compasión: «Padresmíos, no teman; es la tentación, laúltima lucha, la acedia; es la crisis te-rrible antes de la conversión. La horade la luz se acerca». Pero antes deesa hora bendita, don Francisco, porun extraño y brusco cambio de cosas,después de haber deseado tanto elclaustro, se desesperaba, dudaba desí mismo y de todo, y en aquellosmomentos sollozaba desconsolado enel jardín de los Mercedarios de Tole-do. Se detuvo al extremo del paseo,dejó caer entre las manos la cabeza,triste y agobiado, sin ser dueño de suspensamientos.

De repente, alguien que no habíasentido venir se sentaba a su lado; unvestido blanco rozaba su jubón deterciopelo negro y una suave ma-no de anciano acariciaba sus sienesdoloridas. Levantó la cabeza, yuna bella sonrisa de anciano, in-descriptiblemente b ella, quería co-

— 542 -- — 543 —

municarle su alegría serena y su con-fianza.

Era el Padre Urízar que se habíadado cuenta de todo y juzgaba habíallegado el momento de intervenir.

—¡Hijo mío!—¡Padre mío!Y Francisco se le entregó desde el

primer momento, y con esto solo sele disiparon parte de las tinieblas desu corazón.

—IPadre mío! ¡Padre mío!—¡Pobre hijo mío!—¡Padre mío, no sabeis qué des-

graciado soy! Pienso que Dios me haabandonado.

—¡Oh, not; decid mejor que aun nohabeis venido a Dios.

El joven le mira asombrado.—Sí--le dijo el anciano religioso

con toda autoridad, mientras acercabala abrasada cabeza del joven a supecho—y dejadme abrir más la herida;dejadme que os diga que hasta el pre-sente no habeis aún conocido ni ama-do a Dios... Mirad vuestra vida; hastael presente ha sido buena y muy tran-quila, preservada de toda miseria yde todo pecado; pero no habeis conocido el sufrimiento, y, por lo mismo,yo os digo que no habeis conocido aDios... Educado por vuestra madre ynuestra Señora la Infanta (que Diosguarde) en el cumplimiento de los de-beres cristianos, defendido de la in-fluencia del mundo perverso por vuestro buen natural, habeis visto deslizarse vuestros días como las aguasde un hermoso río, contenido por susriberas, siempre igual a sí mismo, yhe aquí que en la primavera de vuestravida, habeis venido aquí, llamado por

Dios, cierto, pero yo os digo que sinhaber previsto todas las consecuen-cias de este llamamiento. Lo que co-noceis de la vida monástica Os haseducido por su novedad, ya estaiscansado de ella: Dios os prueba alpresente, y vos no sabeis el por qué...

•-10h, Padre!, así es; vuestras pa-labras son para mí una luz.

—¡Una luz! Plegue a Dios que asísea, hijo mío.

—Sí, Padre mío; me parece quepuedo daros razón de toda esta som-bra que a vuelta de dos meses entris-tece mi vida. Me había creído que elsólo hecho de haber venido aquí erauna solución definitiva, y en mis pri -meros días de estar aquí, una tarde,recogido en mi celda, meditaba a lospies del Crucifijo, y de repente comprendí que no estaba todo hecho, quemi vida comenzaba y que desde elprimer paso en la vida religiosa erapreciso sufrir y andar entre espinas,puesto que es necesario hacerse fuer-za y renunciar todas las cosas...

--¡En seguimiento del Maestro, donFrancisco!

—Está bien! Padre mío— dice el jo-ven impetuosamente y puesto en pieante el anciano--Padre mío, yo quieroservir bien, pero este sufrimiento eslo que yo no quiero...

Largo silencio, y con voz apagaday un poco temblorosa, le replicó elreligioso:

—¡Oh! Atendedme... No os acor-dais de que está escrito en el Evan-gelio: El que habiendo puesto lamano al arado para trabajar conmigo,se vuelve atrás y se va, el tal no esdigno de Mí».

—Padre mío, sois demasiado duro.—Yo nada puedo cambiar en el

Libro de la Vida, y es así como osconquistareis las almas.

—Pero, Padre mío, dejadme que os

lo diga todo. Sí, yo amo a Dios, perono quiero sufrir: quiero que su Cora-zón esté cerca del mío para consolar-me y sostenerme; quiero que sea miAmigo en todo y por todo, pero noquiero que me castigue—dice donFrancisco, como fuera de sí, retor-ciéndose las manos como desespera-

do—. ¡¡Yo le amaré todavía más, si

es preciso, pero no hasta este cáliz!!

—¡El cáliz!, como vos decís. ¡Pero

Si El lo ha bebido hasta las heces, ytoda su sangre ha dado por vos!

—¡Padre mío, sois terrible!—Hijo, yo no puedo quitar nadp,

nada en el Libro de la Vida.—En fin, si es que lo comprendí

bien, es preciso que yo le dé a El mi

vida, mi cuerpo y alma, que por El déesta vida, que como El yo sufra y quetodos los días pene sin otro cuidado

ni deseo.—¡Eso es! ¡El discípulo no es más

que el Maestro!—¿Es preciso que dé un adiós últi-

mo a mi familia, a mis queridos her-

manos?—El que ama a su padre y a su ma-

dre más que a El, no es digno de El.

---¿Es preciso que abandone toda

la alegría de la Corte?—Como el mundo le ha odiado, así

vos sereis odiado por el mundo.—¿Es preciso que tenga que sufrir

el menosprecio y el odio?—A El le han menospreciado antes

que a vos y por vos.

—¿Y mis amigos a quienes amo,esos otros yo, aquellos sobre todoque han recibido lo mejor de mi alma?

—Los suyos no han podido velaruna hora con El.

—¿Será preciso dar un adiós a todoesto, yo lo he hecho; y puesto que heentregado mi corazón, que lo he des-garrado por amor a los demás, de-jando jirones de él en todos los zar-zales del camino, no podré hacernada, ni decir nada...?

—Es preciso, don Francisco, querehagais el corazón, para darlo de

nuevo.— ¡Empezar, empezar; dar mi san-

gre y dar mi vida a mí mismo y, sobretodo, a los que nada dan, a los queensoberbecidos en su vida, tomaráneste pobre corazón como un peldaño;empezar llena el alma de duelos y deangustia y más angustia, empezar to-dos los días, sufrir un poco más cadaminuto, con la sonrisa en los labiosy con una calma al exterior mayorque nunca!!

Y después, por fin, marchar un díaa ultramar, a Barbería, y dar mi vidapor cualquiera a quien ni siquiera co-nozca, quedar cautivo años enteros,y morir allá lejos en medio de tortu-ras, en un rincón, olvidado y despre-ciado de todos, como si fuese un pe-rro. ¿Es esto, Padre mío?

—Sí, eso es.—¿Y por qué, en fin, todo esto?

¿Por qué? ¿Por qué?—Por el amor de Dios. Y porque

no lo habíais comprendido, porquehabíais creído, don Francisco, quepodíais amar de veras a Jesús fueradel camino real de la Cruz, en una

vida regular, cómoda y fácil, por esoos dije que no sabeis lo que es amar.Os habeis espantado ante la realidady habeis retrocedido; ¡hijo mío, fueraesa cobardía odiosa! Jesús os quiere.Jesús os ama; os ha amado hasta lamuerte de Cruz; amadlo también así,hasta la Cruz, consumad el sacrificiode toda vuestra vida. El que pierde sualma la salva, y la aceituna no da elaceite sustentador de la luz, si no esmolida hasta el hueso.

Pero hay otra cosa en que no ha-beis tampoco reparado, hijo mío, enel beneficio de este quebrantamiento:La aceituna prensada da el aceite pu-ro, con el cual nos alumbramos, sehace el bálsamo que cura, y se condimenta y nutre.

Habeis visto las cosas por un lado,el del desprendimiento y de la prueba,pero no habeis visto que todo esfuerzo hecho por Dios es provechoso, yque la recompensa de vuestro sacrificio, la sintais o no, está señalada porDios. Satisfaceis por vuestras faltasy por las del prójimo, haceis libre avuestro cuerpo y a vuestro espíritu,haceis el bien, aunque a veces no loadvirtais, por irradiación, por decirloasí, por el mero hecho de estar unidoa Jesucristo y ser su instrumento,

porque, grabadlo bien en la memoria,don Francisco, no por lo que se haceo por lo que se dice se hace el bien,sino por lo que uno es.

Considerad, pues, todo lo que mehabeis dicho y también lo que os dijey lo completa. En fin, y como resu-men, confianza en Dios, fidelidad ensu amor. ¡Dios nunca falta!

Sin decir palabra, besa el joven elescapulario del anciano Padre; vuél-vese con paso moderado a su celda,cierra la puerta sin ruido, casi conrespeto, y dejándose caer de rodillascon los brazos extendidos sobre elhábito que le vestirán en la misa deldía siguiente, dice con un último sollozo de su alma inundada de unaalegría hasta entonces jamás conoci-da, con fe, confianza y paz sobrena-tural:

Domine Jesu, ecce servus taus,fiat mihi secundum verbum 11111111;

Señor mío Jesucristo, he aquí tu sier-vo, hágase en mí según tu palabra.Y en este punto, por fin, don Francis-co, barón de Pibas y Bérriz en Viz-caya, caballero del hábito de Cala -trava, hijo de un grande de España ypaje de la serenísima infanta, donFrancisco comprendió verdaderamen-te y para siempre el valor de la Cruz.

JÍ.4

Todos los días la veía pasar; peque-riita, de edad indefinible, pues lo mis-mo podía ser una joven aviejada queuna anciana bien conservada; su figu-rilla, ágil y nerviosa, tenía una expre-sión de timidez rayana en el azora-miento; si alguien la hablaba parecíaasustarla el inmerecido honor que sele hacía; si se le pedía alguna cosa,todo su ser expresaba la alegría deservir de algo; en suma, era una cria-tura humilde y sencilla que parecíadominada del temor (1.e ocupar en latierra más sitio del que le pertenecie-ra.., y era bien poco el que ocupaba.

Su vestimenta era modesta, pobremás bien, pero pulcrísima, y su caritablanca y aniñada, aunque coronadade cabellos de plata, estaba iluminadapor dos ojos ,de Mirada ingénua, casi

Un día inc sorprendió que no pasarasola; llevaba de la mano una niriita deunos cinco arios, vestida con un delan-tal negro.

¿Será su hija o su nieta?—pensé.Pero rechacé esta idea; la mujercita

era. soltera.Dejé de verla varios días; esto me

extrañó y pregunté a los vecinos.—Ah!, la pollre Mamá Fifi...—me

respondieron—. ¿No lo ha visto usteden los periódicos?

—¿En los periódicos?—Sí; el otro día la atropelló un auto;

dicen que se estaba muriendo.— ¿En el hospital, tal vez?— No; en casa de la señora del auto;

Parece que es una buena señora.Profundamente impresionado por la

desgracia de la que acababa de saberllamaban Mamá FUI, traté de averi-guar cuanto la concernía, y he aquí loque supe.

II

Filomena Sanjuan era hija de unafamilia rica en otro tiempo y a la quereveses de fortuna habían arrojado enese pozo sin fondo en que vegetan tan-tos seres para los que la vida sólo tieneun lado triste y monótono, la luchaincesante por el pan nuestro de cadadía.

Poco a poco había visto desaparecera todos sus seres queridos hasta quedarcompletamente sola en el inundo.

Sin recursos para sostener un hogarpor humilde que fuere, Filomena al-quiló en una casa de una pobre viudauna mísera alcoba, a la que se recogíadespués de su penosa jornada cotidia-na, en busca del anhelado reposo.

La viuda tenía una niña llamadaPepita, hermoso querubín rubio y de-licado que atrajo desde el primer ins-tante el tierno corazón de Filomena,en cuyo fondo existía latente todo untesoro de amor maternal.

Pepita constituyó para ella el con-suelo de sus amarguras, el alivio desus pesares; siempre hallaba medio deapartar algunas monedas de su escasojornal de costurera para comprar al-guna golosina, algún juguetillo, a lapequeña, que la colmaba de caricias,llamándola «Mamá FUI».

Un día, este título de «mamá» quehacía palpitar dulcemente el corazónde la pobre mujer, llegó a convertirseen una realidad. La verdadera madrede Pepita murió; una traidora pulmo-nía la arrebató de esta vida en tresdías, y al exhalar el postrer suspiroestrechó entre las suyas, con el últimoestremecimiento de la agonía, la manode la huéspeda, murmurando:

— ¡Mi hija!... ¡Mi Pepita!...Fil comprendió; con los ojos llenos

de lágrimas' apretó entre las suyas

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MAMA FIFI

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aquellas manos yertas y dijo casi aloído de la moribunda:

—Yo seré una madre para ella. Mue-ra tranquila.

Algo como una sonrisa de gratitudiluminó el rostro de la pobre madre,que poco después entregaba su almaal Creador.

Fifi cumplió su palabra; todos susinstantes estaban consagrados a la pe-queña, por ella redobló sus afanes, sepasaba las noches en vela inclinadasobre la labor. Pero a pesar de los es-fuerzos de la pobre mujer, aquella vidatriste y monótona, encerrada en la mi-serable vivienda sin aire, sin sol, sinalegría, marchitaba las delicadas me-jillas de Pepita, borrando de ellas lossuaves colores que la embellecían; sushermosos ojos se hundían en las órbi-tas y sus labios exangües apenas sedistinguían de la palidez de las me-jillas.

Algunas veces, al tomar a la niñaen sus brazos, sentía Fifi estremeCién-dose el calor ardiente de su piel, y undía, dominada de su secreta angustia,-la llevó a una consulta pública.

—Esta niña necesita especialísimoscuidados—dijo el médico después de'examinarla—. Mucha alimentación yvida de campo.

Recetó un tónico y despidió a la po-bre Fifi, que entró temblando en laprimera farmacia que encontró al paso.

Allí la dijeron que aquel específicocostaba doce pesetas; Fifi no llevabani dos.

Imposible sería describir las angus-tias de la desventurada ante la impo-tencia de cuidar a aquella niña, a laque amaba como si realmente fuera suhija; de día en día la veía palidecer,la veía debilitarse, huyendo de los jue-gos infantiles para refugiarse en susbrazos buscando el calor blando yamoroso de su regazo.

Fi fi economizaba su alimentaciónpropia para poder llevar a la niña unfilete o algo más alimenticio que ani-mara sus fuerzas. No desayunaba para

reservarla el vaso de leche; apenasdormía para terminar su trabajo tem-prano y poderla llevar a dar un paseopor el sol.

Fiti era piadosa; en sus fervientesoraciones suplicaba a la Madre de Diosque hiciera un milagro en favor de suniña querida.

—Dale la salud, Madre de los afligi-dos—solía decir entre silenciosas lá-grimas—. Dale la salud, aunque sea acosta de mi vida.

III

Una tarde Fifi había llevado a suenfermita a pasear por los alrededoresde Madrid; era domingo y la excelentecriatura había improvisado un día defiesta disponiendo su modesta comidacon lujo extraordinario.

La víspera había cobrado el trabajode la semana, acrecentado por el decinco noches de vela.., y había dis-puesto una merienda, ante la cual elpálido rostro de Pepita se había colo-reado ligeramente: una tortilla conunos pedacitos de jamón para las dosy un hermoso filete para la niña, unfrasquito con dorado vino y fruta depostre...

Fifi sentía ensancharse su pecho alver a Pepita dando alegres saltos, aun-que siempre cogida de su mano; ha-cía mucho tiempo que no corría comotodos los niños... tal vez había olvi-dado el correr.

En un ribazo, entr i¿ frondosos pinos,habían comido su merienda, verda-dero banquete para ellas; la niña nopudo terminar su filete, decía que sele formaba un nudo en la garganta.Ahogando un suspiro, Fifi comió loque la pequeña dejaba y arrojando alos pajaritos el resto del pan.

—Vamos a ver si encontramos lechepor estos alrededores—dijo—. tetomarias un vasito?

—Leche también!—dijo Pepita ma-ravillada.

—je apetece, cariño?

La niña se encogió de hombros conun desaliento desgarrador en sus pocosarios.

—No sé—respondió--. Puede que sí;tengo sed.

A lo lejos se divisaba una especie decobertizo rústico rodeado de mesas demármol; allí vendían leche.

Fifi, con la niña de la mano, se apre-suró a cruzar la carretera.

Esta hacía un recodo que impedíaver su continuación; estaban ya en lamitad del camino cuando apareció enla curva un automóvil a gran velo-cidad.

Fifi lanzó un grito de terror hacien-do ese movimiento de vacilación tancomún y tan peligroso en semejantescasos, pues desorienta al conductor.Este quiso frenar, pero la violencia dela marcha era excesiva, de un aletazoarrancó a la pobre Pepita de la manode su protectora, lanzándola a un me-tro de distancia y derribó a ésta quedesapareció bajo las ruedas.

Un grito de espanto salió del inte-rior del coche, que se detuvo casi en elacto.

Dios mío! exclamó una vozaterrada, mientras una elegante seño-ra se precipitaba del coche—. ¿,Qué hahecho usted, Germán?

—No sé, señora—dijo el chaufeur,que estaba más pálido que un muer-to—. Esta pobre mujer se me ha me-tido debajo del coche...

Los que merendaban en el estable-cimiento antes citado habían acudido;unos levantaron a Pepita, que sólo ha-bía sufrido el golpe producido por elaleta, y entre el chaufeur y los demássacaron a la desventurada Fifi de bajolas ruedas.

Esta no presentaba señales de vida.—Pronto, llevarlas a casa— dijo la

dueña de éste—. Llamad por teléfonoa mi médico; ante todo ver si se puedesalvar.

Inmediatamente fueron cumplidasestas órdenes; Fifi fué colocada en elasiento interior del elegante carruaje,

y la señora, con Pepita, entre sus bra-zos, ocupó el asiento delantero.

FA coche emprendió con velocidadsu marcha, y minutos después se dete-nía ante -un hermoso hotel rodeado defrondoso jardín.

Con grandes precauciones fue-,"‘ con-ducida hasta un lecho, donde la reco-nocía poco después un médico, al quela dueña de la casa interrogó con an-siedad.

-- A qué engañarla, señora, esti,Vmuygrave, y lo peor es que se morirá aquí,en casa de usted, pues es imposibletrasladarla.

Ante estas palabras del doctor, labuena señora se irguió.

—Lo triste es que muera—dijo conentereza—. Y si ha de ser, mejor quesea en mi casa que en un hospital.Haga usted, doctor, todo cuanto puedapor salvarla.

El médico se inclinó.—Es nuestro deber— respondió gra-

vemente — . Pero desgraciadamente laciencia nada puede ante los grandesdestrozos que ha sufrido en su interior.Nada puedo hacer. La señora debeaveriguar qué familia tiene para quevengan a recoger a la niña. Aquellabajó la cabeza sin responder, pero fuéa buscar a la niña a la que dejara enmanos de una doncella y estrechándo-la contra su pecho, murmuró:

—¡Pobre criaturita! Yo te prometoreemplazar a esa desdichada y amartepor ella.

IV

En efecto, Mamä, Fifi se moría; cuan-do abrió los ojos y se encontró en unlecho cómodo y limpio, apenas pudoapreciarlo, pero su mirada turbia sevolvió en torno suyo, buscando algo,a Pepita sin duda.

Se la llevaron y una lágrima brillóen los ojos de la moribunda al sentirsobre su rostro los frescos labios de laniña.

su hijita?—preguntó conmo-

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vida hasta lo más profundo de su serla dueña de la casa.

Filomena movió la cabeza.—No tiene padres murmuró débil-

mente—. No tenía más que a mí...,pero yo no podía cuidarla.., se memoría... y ofrecí a Dios mi vida por lasuya... que me llevara si era su volun-tad, pero que ella se pusiera buena.

—.-Está enfermita la niña, ¿,qué tiene?—Anemia... yo soy pobre, muy po-

bre..., ella necesita .aire, sol, alimen-tos... La moribunda fijaba una miradaansiosa en aquella señora que debíaser rica a juzgar por su vestido, porlas joyas que llevaba, por la casa quehabitaba...

Aquella mirada penetró hasta el fon-do del alma de la buena señora.

—Si usted muere, la niña será mihija—dijo estrechando la mano heladade Fifi y si Dios permite que ustedviva, ni ella ni usted dejarán ya estacasa.

FUI cerró los ojos apretando débil-mente aquella mano y sus labios pro-nunciaron estas palabras:

—Dios la bendiga...Y con un supremo esfuerzo añadió

penosamente:—Un confesor.La señora tocó el timbre dando estas

dos órdenes.—Que llamen inmediatamente a mi

confesor y a mi médico: inmediata-mente.

- que se va a morir Mamá Fifi?—preguntó tímidamente Pepita.

--Vamos a pedirle a Dios que la sal-ve—dijo dulcemente la señora.

Y cogiéndola, la llevó a un lindooratorio haciéndola prosternar anteuna hermosa imagen de la Virgendonde la pobre niña juntando sus ma-necitas pidió con lengua balbuciente.que no la dejaran sin su mamá :D'HL

'La oración de la inocencia llegadirectamente al cielo. Cuando el médi-co de la casa examinó a la paciente,aun cuando su rostro expresó bastanteinquietud, no fué su pronóstico tan ro-

tundo como el del médico de la Casade Socorro.

—Muy mal parada ha quedado estainfeliz—dijo volviéndose a la señora —.Pero haremos lo posible por disputár-sela a la muerte. La cura será larga ypenosa, pero, Dios sobre todo.

—En El y en usted confío, doctor.-7-En El, sobre todo, señora.Y desde aquel momento Mamá Fifi

fué rodeada de unos cuidados tan 'mi-nuciosos, tan continuos, que los ánge-les de la caridad debían contemplardesde el cielo con íntima satisfacción.

Y aquellos cuidados, unidos a la ora-ción incesante dirigida al que todo lopuede, triunfaron del mal... un mesdespués Mamá Fifi podía dejar el lechoe instalada en un amplio sillón dejóvagar sus maravilladas miradas porun espectáculo tan hermoso que lasencilla mujer pensó si la habrían tras-ladado al Paraíso terrenal.

Colocado el sillón junto a un amplioventanal dominaba un hermoso jardínlleno de flores, de sol y cuyo aire em-balsamado llegaba hasta ella dándolanueva vida. Por las avenidas de aqueljardín corría una hermosa niña vestidacon un sencillo pero lindo delantal.Aquella niña tenía la mirada brillante,las mejillas rosadas, sus piernecitas seredondeaban con vigorosa firmeza.Aquella niña era Pepita, pero no laPepita endeble y falta de vida que ellacontemplaba con secreta angustia, sinouna criatura sana y robusta. 'clavabasus blancos y menudos dientes en unahermosa manzana tan encarnada comosus labios.

Mamá Fifi juntó sus manos, creíasoñar.

Se nos diría que si no había visto aPepita durante su enfermedad.

Sí la había visto; pero en la semi-obscuridad de la alcoba, aproximán-dose con paso recatado hasta el lecho,junto al que sólo la dejaban . brevesminutos.

Porque mientras Mamá Fifi estabasometida al plan curativo que debía

arrancar su vida de las garras de lamuerte, Pepita estaba también some-tida a otro plan de aire, sol y sobreali-mentación que debía vencer la anemia.

Así es que fué una resurrección loque Mamá Fifi contemplaba.

La niña corría alegremente jugandocon hermoso perro que la perseguía.Mamá Fifi admiraba la firmeza de supaso, la rapidez de sus carreras, la agi-lidad de susmovimientos.

(:,Era aquélla su Pepita?Un inmenso reconocimiento elevó su

alma buena y sencilla y buscó con losOjos llenos de lágrimas, tras la trans-parencia azul del firmamento a aquelDios tan bueno y al que tanto debía.

—Se encuentra mejor, ¿verdad?—dijo una voz cariñosa tras de ella.

Se volvió; era su generosa bienhecho-ra que la contemplaba dulcemente.

—1Ah, señora! —exclamó con acentode indescriptible emoción—. En estemomento pedía Dios la recompensaratanto bien como me ha hecho.

--¿,Atropellándola con mi automó-vil? — preguntó la señora sonriendo.

--,Qué vale el atropello, si a estodebo el bienestar de mi niña? Porquemi Pepita es otra... yo la Veo correrllena de salud sin demostrar l a . menorfatiga; ella, que no podía subir unacuesta. ¡Déjeme señora, que la bendi-ga, que bese sus manos de rodillas!

Y, en efecto, la pobre mujer hizo unademán para arrodillarse, pero su in-terlocutora se lo impidió.

No sea niña, Filomena—dijo tomán-dola una mano que oprimió dulcemen-te—. Dios es tan bueno que, como diceSan Agustín, de los males saca bienes.Ha permitido que usted sufra esteatropello para conducirlas hasta aquíy que en adelante no tenga que temerpor su Pepita. Ahora a cuidarse ustedpara poder cuidarla a ella.

FUI. miró a su interlocutora con unaexpresión de temor que ésta compren-dió al punto.

—No crea por eso continuó au-mentando aún más la dulzura de su

voz —, que va a dejar usted esta casa,a menos que se encuentre mal en ella.

—Yo, mal en ella!Y Mamá FUI juntó sus manos con una

expresión de asombro indescriptible.—Entonces, permanecerá aquí para

siempre; cuidará de mis criados, ten-drá las llaves de todo, de la ropa blan-ca, de los víveres.., ya ve que la voya hacer trabajar...

Fifi no daba crédito a lo que oía...¡Colocada para toda sil. vida! ¡Su Pepitaen aquella casa de bendición!• No tuvo fuerzas más que para tornarla mano de su bienhechora y a pesarde la resistencia de ésta, la llevó a suslabios, dejando en ella un beso y unalágrima.

He vuelto a ver a Mamá Fifi; ha sido eldía de la primera Comunión de Pepita.

Envuelta en un confortable abrigoha bajado detrás de su bienhechora deaquel mismo auto que la atropelló yprecedidas de la niña, hermosa comoun ángel con. su blanco vestido, hanpenetrado en la Iglesia.

Cuando ha llegado el instante de re-cibir el Divino Manjar, las dos señoras,llevando entre ellas a Pepita, han subi-do al comulgatorio y al penetrar Diosen sus pechos, la inocencia, la caridady la gratitud han unido su acción degracias, que debe haber sido acogida.por el Altísimo con infinitiva compla-cencia...

Mamá Fifi es feliz, todo lo dichosaque se puede ser en este valle de lágri-mas y como el anciano Simeón, excla-ma desde lo íntimo de su corazón:

«Ahora, Señor, despide a tu siervo,según tu palabra, en paz».

Pero Dios la reserva aún años deventura y rejuvenecida con la vidatranquila y libre de cuidados, MamáFifi, llegará tal vez a ver casada a suPepita y, quién sabe si a trocar sunombre de Mamá Fifi por el de abue-lita Fifi. J. G. a HERREROS,

T. O. M.

NOTICIAS — 551 —

MADRIDBuena Dicha.—Con gran esplendor se

celebró la novena de Nuestra SantísimaMadre. La concurrencia fui enorme. Des-de una hora antes de la función, no sepodía dar un paso en la Iglesia.

Predicó todas las tardes el R. P. Fer-nando Díez, de nuestra Comunidad, conunción de apóstol y sentida elocuencia.Desarrolló hermosos temas marianos.

La Misa solemne del día 24 la cantónuestro muy R. P. Provincial, Fr. AlbertoBarros.

Bajo la experta dirección del P. Jasé Mi-guélez, cantaron los fieles todos hermosasplegarias.

El adorno del altar, variado y de muchogusto.

En la Bendición con el Santísimo delúltimo día, se estrenó una hermosa capade Moiré de seda, bordada en oro por lasseficaltas Juanita y Victoria Ceballos yConcha Flores.

Nuestra enhorabuena a los Padres Mer-cedarios y a la V. O. T. de la Merced porsu celo y entusiasmo.

—Fueron nombrados Moderadores de laV. O. T., el P. Manuel Cereijo, nuestroComendador y de la Archicofradía de losJueves Eucarísticos, el P. Fernando Díez.

POYODel 8 al 17, se celebró en Lousame la

novena en honor de Nuestra SantísimaMadre. Estos devoiísimos Terciarios de laMerced, dan muestra elocuente todos losaños del amor de sus corazones paraNuestra Madre bendita.

Toda la novena fué de un gran esplen-dor, siendo incontables las comuniones,sobre todo en el día 17, en que celebraronla función principal.

Los sermones de la novena estuvieron acargo del R. P. Galle, de nuestro Convento.

De Lousame marchó el P. Gaite a San-tiago a la Iglesia de nuestras Madres,donde había comenzado la novena el 16,predicando los dos primeros sermones elR. P. J. Crespo, también de nuestro Con-vento.

Es grande la devoción a Nuestra Madreen Santiago, pues la Visita Domiciliariacuenta con buen número de coros, quedesarrollan gran actividad misional, sien-do ésta también obra carísima de losTerciarios.

El jueves fueron a la Iglesia de las Ma-dres, la Archicofradía «Jueves Eucarísti-cos», que están fundados en la Catedral,celebrándose una Hora Santa fervorosísi-ma en honor de la Beata Mariana de Je-sús, cuya hermosa Imagen presidió estoscultos.

El 1.° de octubre fué a predicar el ser-món de Nuestra Madre en Conjo, el Reve-rendo P. Comendador Fr. Ricardo Del-gado.

En Poyo se celebró, con gran solemni-dad, la novena en honor de Nuestra San-tísima Madre, viéndose muy concurridatanto a la mañana como a la tarde. Fuipredicada por los PP. de la Comunidad.

A la Misa de las doce de la noche, asis-tió gran cantidad de gente, sobre todo dePontevedra, recibiendo muchos de losasistentes la Sagrada Comunión. No re-cordamos otro año de mayor númaro decomuniones.

A las siete hubo Misa de Comunión ge-neral, en la que recibieron la Eucaristíamuchos Terciarios y cofrades de la Mer-ced. Antes de repartir la Comunión pro-nunció una hermosa y enternecedora plá-tica, nuestro Rvdo. P. Comendador FrayRicardo Delgado.

A las once, se celebró la Misa solemne,oficiando de Preste nuestro carísimo ami-go Dr. D. Robustiano Sandez, Canónigode la M. I. de Santiago, asistido por losRR PP. de la Comunidad.

La Schola interpretó los Kyries, Gloriay Agnus de la Misa « In honorem Imm.Concep.», de Goicoechea; ei Credo de laMisa del «Papa Marcelo», de Palestina;Sanctus y Benedictus de la 1. Pontificalisde Perosi.

Por la tarde, a las cinco, comenzó elEjercicio de la Novena y el panegírico deNuestra Santísima Madre, desarrolladocálida y elocuentemente por el ilustreSr. Magistral de Túy, D. A. Casas.

La Schola ejecutó brillantemente el« Ave-María», de Vitoria; «O sacrum con-viviurn», de Croce, y «Virgen Santa», deLa mote de Grignon.

A continuación se formó la procesión,que recorrió el claustro y atrio de la Igle-sia. Presidió a la R yda. Comunidad el Pa-dre Comendador, Fr. Ricardo Delgado.De Preste ofició D. Robustiano Sandez;el estandarte de la Virgen era conducidopor el eminente cirujano y gran amigo don

Enrique Marescot, acompañado por elms nector de escuelas D. Juan Navas y elm édico D. José García Pintos.

La banda municipal de Pontevedra ejecaló durante la

-procesión variadas com-

Pos iciones. Ya en la iglesia, se cantó laSalve popular a Nuestra Madre, que llegóa emocionar grandemente.

No podemos poner, por falta de espacio,a todos los amigos que vinieron a testi-moniar su adhesión en el día de la Vir-gen. De Pontevedra, de Sangenjo y detodas las parroquias limítrofes, hubo ungran concurso.

Que Nuestra Santísima Madre les pro-te ia y bendiga siempre, sobre todo bende-cirä a las muchas a que fui impuesto elSanto Escapulario de la Merced.

Al Rvdo. P. Comendador, así como alP . Moderador de la Orden Tercera FrayN. Vázquez, damos nuestra más sincerafelicitación por la organización Je estoscultos.

Han llegado. día 30, el Muy ReverendoP. Provincial Fr. Alberto Barros, con su., ecretario R. P. Serafín Soláegui, conObjeto de hacer con la Comunidad losSantos Ejercicios Espirituales, que daráen los primeros días de octubre el Reve-rendo P. Gaite.

--Felizmente restablecido de una deli-cada operación, hecha por el doctor Ma-rescot en su Sanatorio de Pontevedra. seencuentra entre nosotros el R. P. Definidorde Provincia, Fr. Enrique Saco.

—Al terminar los Santos Ejercicios, seabrirá el curso académico en nuestro estu-d 'enlacio.— Corresponsal.

desde el 16 al 24 de septiembre. El señorObispo Dr. Rafael Balanza ofició de mediopontifical en la misa solemne del 24.

La procesión, que recorrió las calles dela Villa, resultó brillantísima, concurriday muy devota. Sin duda que la Reina demanto blanco habrá bendecido a todas laspersonas que mostraron interés y sacrifi-cio por el esplendor de estos cultos.

Unos van y otros vienen.--Ei P. Car-los Carnevali llegó a este nuestro conven-to el día 18 de septiembre. Viene un pocodelicado a causa de los trabajos pasadosen las misiones de Puerto Rico.

El mismo día salió para el Colegio deSan Pedro nuestro muy amado P. JoséParra, conventual de esta casa.

Las fiestas de la Merced en Heren-cia. — Resultaron concurridísimas y so-lemnes. Duraron, como de costumbre,desde el 31 de agosto hasta el 30 de sep-tiembre inclusive. Las predicaron el quehasta ahora fué Comendador de aquellaCasa P. Ildefonso Sánchez, que predicódiecinueve sermones; el P. Luis Arias, quepredicó tres, y el Sr. Magistral de Toledo,que predicó el novenario principal. Todosestuvieron muy bien e hicieron las deliciasde la numerosa concurrencia.

El Sr. Obispo de la Diócesis, doctorD. Narciso de Esténaga, realzó este añolas ya celebradas fiestas mercedarias deesta villa diciendo la Misa de Comunióngeneral el día de la Merced, oficiando demedio pontifical, predicando con admira-ble elocuencia en el ejercicio de la tarde ypresidiendo des pués la magna procesiónde Nuestra Santísima Madre, que fué unamanifestación de fervor y entusiasmo mer-cedario corno no se ha visto jamas en He-rencia, por lo numerosa y ordenada

El Excmo. Sr. Obispo aprovechó suvenida para establecer en días sucesivosen nuestro pueblo la Acción Católica F.,Padres de Familia y Juventud Católica, decuyas asociac i ones, después de variasconferencias al pueblo, formó su Comitéprovisional respectivo, entidades que na-turalmente radican en la parroquia.

Mil parabienes a todos y gracias rendi-das a nuestro amadísimo Prelado Dioce-sano por su bienhechora visita.—Corres-poma!.

VERINFiesta de la Merced.—Se celebraron

tres Comuniones generales a las seis,

SARRIA

Nuevos profesos.—E1 M. R. P. Pro-vincial Fr. Alberto Barros recibió la pro-fesión de votos simples de los noviciosFr. Ramón Rodríguez, Fr. Elías Gómez,Fr. Manuel Sánchez, Fr. León Tajuelo,Fr. Samuel Calvo, Fr. José Casanova,Fr. Pedro Vázquez y Fr. Luis Azpitarte,quienes marcharon el mismo día, 13 deseptiembre, para nuestro Constado dePoyo acompañados del P. Comendador deaquel convento Fr. Ricardo Delgado. ¡ElSeñor fortifique sus espíritus y les conce-da gran fidelidad en cumplir lo prometido!

Novena y fiesta de Nuestra Madre.El P. Armengol despertó y sostuvo conSU celo apostólico el fervor con que losfieles de Sarria honraron a Nuestra Madre

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ocho y nueve de la mañana, todas ellascon la iglesia llena de tope en tope. Trans-cribimos la descripción de « La Región»,diario de Orense:

Fiesta cívico-religiosa.— El domingoúltimo finalizó en la iglesia de los RR. PP.Mercedarios de esta salla un solemne no-venario en honor a la Santísima Virgen dela Merced. Durante los cultos, que en es-tos días se celebraron, la anchurosa navedel templo hallábase abigarrada de perso-nas que concurrían a postrarse, henchi-das de fervosidad, ante la Reina de losAngeles, rindiéndole con su asistencia ysus plegarias homenaje de veneración ytributo de amor. Profusión de flores denívea coloración y fulgor de vivas lumi-narias ornamentaban aquel cuadro de reli-giosidad, complementado por las fogosasy brillantes oraciones sagradas del Reve-rendo P. Manuel Tarrio, que exhortaba alos creyentes a perdurar en la devoción aMaría. En estos actos, en los que tuvieronrepresentación nutridísima todas las cla-ses sociales, se patentizó una vez más laesencia del catolicismo que sahurna elalma de los verinenses. El último día seacercaron al comulgatorio multitud de fie-les que quisieron poner a estos cultos unepílogo ardoroso de piedad.

En la noche del 25 tuvo lugar en la pla-zoleta contigua a la residencia de Merca-darios, una vistosísima verbena, ameni-zada por gaitas del país y la banda demúsica « La Lira » , en la cual se deslizaronlas horas agradablemente Continuaronlos festejos populares en la tarde del si-guiente día con la misma animación quela víspera, quemándose caprichoso fuegovolador.

IBARRA-OROZCO (Vizcaya)Fiesta de Nuestra Santísima Madre.

La novena, como de costumbre, al final dela misa con gozos cantados. Día 25, a lasonce menos cuarto, los maitines; a medianoche, misa cantada con la Comunión dela Comunidad y fieles, que hubo muchos.Durante la Comunión hermosos mofetas;al final de la misa la absolución general.En la mañana del 24 hubo muchas comu-niones; a las diez y media fué la mise can-tada; hizo el panegírico un P. Carmelita,diciendo grandes elogios de la Orden. Porla tarde vísperas cantadas, ejercicios ysermón del escapulario por el mismo Pa-dre Carmelita.

IRECPOLOGIAFallecieron piadosamente en el Se-

ñor en Herencia los terciarios:Doña Olalla Almoguera, doña Leo-

cracia García, doña Dolores Alameda,doña Alfonsa Martín, doña DoloresGarcía Periue l a, doña Dolores Valdi-vieso, don Ramón Almoguera, doñaDolores Lorente, doña Mercedes Ga-llego y doña Francisca Romero.

13113LIO 01? AFIAFRAY JOEL LEÓNIDAS MONROY, Merceda-

rio.—La Stma. Virgen de la Mercedde Quito y su Santuario. Quito, 1933.Editorial Labor. 516 páginas en 4.°con un grabado de la Santa Imagen.El P. Monroy quiere contribuir al

cuarto centenario de la fundación deQuito, que se celebrará el año próximo,con esta historia de la Stma. Virgen dela Merced, a quien los conquistadoresasignaron solares como a Colono yFundadora. Los documentos abundan,desde el acta primitiva, y el P. Mon-roy, después de varias obras históri-cas, domina cada día mejor la materia.

Con las palabras mismas de los do-cumentos nos hace asistir a las angus-tias de la ciudad por los terremotos,erupciones del Pichincha sequías, pes-tes, etc., y ver luego el socorro palpa-ble de la Santísima Virgen en todasesas necesidades. De paso nos muestratambién los hombres extraordinariosque moraron en la casa, desde el PadreHernando de Granada, su fundador,hasta nuestros días.

Intresantes son los capítulos dedica-dos a la Independencia americana, quedemuestran la devoción de Bolívar,Sucre y sus compañeros a la Reina delas Mercedes. ¡A qué tristes considera-ciones se prestan en cambio los suce-sos posteriores de América y de Espa-ña! ¡Quiera la Santísima Virgen sacar-nos con bien a todos del atolladero enque la impiedad y torpeza de los go-bernantes nos ha metido!

Nuestra más cordial enhorabuena alP. Monroy con el deseo de que no cesede publicar libros tan interesantes.

FR. G. V.

Imp. «Editorial Católica Toledana»