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11
marzo
Domingo IV de Cuaresma
(Ciclo B) – 2018
Domingo ‘Laetare’
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
Si se prefieren pueden utilizarse todas las lecturas del Año A.
La indignación y la misericordia de Dios
se manifiestan en el exilio y en la liberación de su pueblo
Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las
abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El
Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía
compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus
palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya
no hubo más remedio.
Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus
palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían
escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino
persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: «La tierra descansó durante todo el
tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años.»
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por
Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por
escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos
de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece
a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba...!»
Palabra de Dios.
SALMO 136, 1-6
R. ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar,
acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras. R.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
«¡Canten para nosotros un canto de Sión!» R.
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías. R.
Muertos a causa de nuestros pecados,
habéis sido salvados por su gracia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a
causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!- y con Cristo
Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene
en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don
de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios
preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 3, 16
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único;
para que todo el que crea en él tenga Vida eterna.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo
para que el mundo se salve por él
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21
Dijo Jesús:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo
del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras
eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras
han sido hechas en Dios.»
Palabra del Señor.
1.b GUION PARA LA MISA
Domingo IV de Cuaresma (B)
(Domingo 11 de marzo de 2018)
Entrada:
Celebramos hoy el cuarto domingo de Cuaresma. La celebración del Misterio Pascual se acerca. Nuestras almas
deben prepararse para la celebración de la Pascua. El mejor modo de hacerlo es participar digna y activamente
de este sacrificio de la Santa Misa. Unámonos, entonces, con todo nuestro ser al sacrificio redentor de Cristo.
Primera Lectura: 2 Cro 36,14-16.19-23
Dios manifiesta su indignación por el pecado exiliando a su pueblo, pero en su misericordia lo recata de sus
abominaciones.
Segunda Lectura: Ef 2,4-10
Cuando estábamos muertos por nuestros pecados hemos sido salvados por la gracia de Dios.
Evangelio: Jn 3,14-21
Cristo debe ser elevado sobre el patíbulo de la cruz para que todo el que crea tenga vida eterna.
O bien, si se prefiere, se pueden tomar las lecturas del Año A:
Primera Lectura: 1 Sam 16,1b. 6-7.10-13a
El espíritu del Señor descendió sobre David ungiéndolo como rey de Israel.
Segunda Lectura: Ef 5,8-14
El Apóstol nos exhorta a vivir como hijos de la luz, sabiendo discernir lo que agrada al Señor.
Evangelio: Jn 9,1-41
Cristo nos hace ver a través de sus milagros su divinidad oculta en la humanidad, para que lo reconozcamos y
demos testimonio de Él.
Preces:
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él. Pidámosle, entonces, con confianza.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Santo Padre, para que sus enseñanzas sean acogidas dócilmente por todos los hombres; y por la Iglesia
que peregrina hacia la Pascua, para que el espíritu de Dios la asocie íntimamente a Cristo su Redentor. Oremos.
* Por el diálogo ecuménico entre ortodoxos y católicos, para que ambos trabajen en la defensa y afirmación de
los valores cristianos. Oremos.
* Por la convivencia armoniosa de todos los hombres, y para que los gobiernos e instituciones internacionales
respeten sus derechos. Oremos.
* Por los profesionales que trabajan en los medios de comunicación un servicio a la verdad y una manera
legítima de promover la paz. Oremos.
* Por los legisladores, quienes tienen sobre sí la grave responsabilidad de debatir y votar un anteproyecto de ley
que, eventualmente, haría legal la muerte de los niños en el vientre de su madre a través del aborto. Para que
Dios los ilumine y les conceda la gracia de ser fieles a la Ley de Dios. Oremos.
Dios y Señor nuestro, Tú que eres rico en misericordia ayúdanos con tu fuerza. Por Jesucristo nuestro
Señor.
Ofertorio:
Queremos ser trigo de Cristo para que él nos ofrezca al Padre inmolándonos en el ara de la Cruz.
* En estos cirios queremos presentar nuestros deseos de entregarnos sin reserva a Cristo.
*Junto con el pan y vino, presentamos las obras de nuestras manos que unimos a la gran obra de la Redención.
Comunión:
“Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga
la vida eterna”.
Salida
Después de haber estado presentes ante el sacrificio de Cristo, elevado en la cruz por nuestra salvación,
vayamos al mundo dispuestos a no avergonzarnos ante el mundo de la cruz de Cristo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Directorio Homilético
Cuarto domingo de Cuaresma
CEC 389, 457-458, 846, 1019, 1507: Cristo, el Salvador
CEC 679: Cristo es el Señor de la vida eterna
CEC 55: Dios quiere dar a los hombres la vida eterna
CEC 710: el exilio de Israel presagio de la Pasión
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la Buena Nueva de que Jesús
es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos
gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede
lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del
mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada.
Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas,
hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro;
esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios
hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se
encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó
el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
"Fuera de la Iglesia no hay salvación"
846 ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo
positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:
El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es
necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace
presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y
del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el
bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio
de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido
entrar o perseverar en ella (LG 14).
1019 Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad
de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la
salvación.
1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre...impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando
su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es
verdaderamente "Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de
los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre
también ha entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4,
1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en
él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf.
Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse
eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto,
"después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y
tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación
con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los
hombres (MR, Plegaria eucarística IV,118).
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las
Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración
prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc
24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven
del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.
2. EXÉGESIS
Santo Tomás de Aquino
Comentario a Jn 3, 16-21
[476] Arriba el Señor señaló la causa de la regeneración espiritual en cuanto al descenso del Hijo y a la
exaltación del Hijo del Hombre, y expuso el fruto, a saber, la vida eterna, fruto que parecía increíble a los
hombres, al tener necesidad de morir; y por eso el Señor manifiesta esto y primero prueba la magnitud del fruto a
partir de la magnitud del amor divino; segundo, excluye cierta respuesta allí donde dice "no envió Dios a su Hijo al
mundo para juzgar el mundo" (v. 17).
[477] Hay que notar que la causa de todos nuestros bienes es el Señor y el amor divino. Pues 'amar'
propiamente es 'querer el bien para alguien'. Entonces, dado que la voluntad de Dios es causa de las cosas, de
esto nos viene el bien, de que Dios nos ama. Y ciertamente el amor de Dios es causa del bien de la naturaleza:
Sabiduría 11,25: "amas todo lo que existe..." etc. Asimismo es causa del bien de la gracia: Jeremías 31,3: "te amé
con caridad perpetua y te atraje por eso", a saber, por la gracia. Pero que sea dador del bien de la gloria
procede de una gran caridad.
Y por eso muestra aquí que esta caridad de Dios es máxima a partir de cuatro cosas. Primero, a partir de la
persona del amante, porque es Dios quien ama e inmensamente': y por eso dice "tanto amó Dios": Deuteronomio
33,3: "amó a los pueblos: todos los santos están en su mano". Segundo, a partir de la condición del amado, porque
es el hombre quien es amado, a saber, el mundano, el corpóreo, esto es, el que existe entre pecados: Romanos 5,10:
"Dios hace valer su caridad en nosotros porque, aunque hasta ahora hayamos sido enemigos, fuimos reconciliados
con Dios por medio de la muerte de su Hijo". Y por eso dice "mundo". Tercero, a partir de la magnitud de los
regalos: pues el amor se muestra mediante el don, porque, como dice Gregorio", "la prueba del amor es la pro-
ducción de una obra". Mas Dios nos dio el máximo don, porque dio a su Hijo unigénito; y por eso dice "para dar
a su Hijo unigénito"; Romanos 8,32: "no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros".
Y dice "su", esto es 'hijo natural, consustancial a Él', no adoptivo; de lo cual se dice en Salmos 81,6: "yo
lo dije, sois dioses". Y mediante esto se hace patente la falsedad" de Arrio: porque si el Hijo de Dios fuese
creatura, como él decía, no podría mostrarse en Él la inmensidad del amor divino mediante una asistencia de
infinita bondad que ninguna creatura puede recibir. También usa "unigénito" para mostrar que Dios no tiene un
amor dividido hacia muchos hijos sino entero en su Hijo, a quien entregó para comprobar la inmensidad de su
amor: Jn 5,20: "el Padre ama al Hijo y le muestra todo". Cuarto, a partir de la magnitud del fruto, porque
mediante él tenemos la vida eterna, por ende dice "que todo quien cree en Él no perezca sino que tenga vida
eterna", que nos adquirió mediante la muerte de cruz.
[478] Pero ¿acaso lo dio para que muriera en la Cruz? Ciertamente lo dio para la muerte de cruz en cuanto
le dio voluntad de padecer en ella; y esto doblemente. Primero porque, en cuanto Hijo de Dios, desde lo eterno
tuvo voluntad de asumir la carne y padecer por nosotros, y esta voluntad la tuvo del Padre. Segundo, porque la
voluntad de padecer fue inspirada por Dios al alma de Cristo.
[479] Observa que arriba el Señor, al hablar del descenso que compete a Cristo según divinidad, lo nombró
como Hijo de Dios; y esto es en razón del Uno solo puesto bajo dos naturalezas, como arriba se ha dicho. Y por
esto se pueden predicar cosas divinas del que está sometido a la naturaleza humana, y cosas humanas del que
está sometido a la divina, no sin embargo según la misma naturaleza, sino las divinas según naturaleza divina y
las humanas según la humana. Más la causa especial por la cual aquí lo nombró "Hijo de Dios" es que Él mismo
propuso este don como signo del amor divino, mediante el cual nos viene el fruto de la vida eterna. Entonces,
debía ser nombrado con tal nombre Aquel a quien competía indicar el poder de hacer la vida eterna, que no está
en Cristo en tanto Hijo de hombre sino en cuanto Hijo de Dios: 1Juan 5,20: "este es el verdadero Dios y la vida
eterna"; más arriba, Jn 1,4: "en Él estaba la vida".
[480] Pero observa que dice "no perezca". Pues se dice que perece algo a lo que se le impide alcanzar el
fin al que está ordenado. El hombre está ordenado a un fin que es la vida eterna; y durante el tiempo en que peca
se aparta del mismo fin. Y si bien mientras vive no perece totalmente de modo que no pueda restaurarse, sin
embargo cuando muere en pecado, perece entonces totalmente: Salmos 1,6: "perecerá el camino de los impíos".
Más en eso que dice "tenga vida eterna" se indica la inmensidad del amor divino: pues al dar la vida
eterna se da a sí mismo. Pues la vida eterna no es otra cosa que disfrutar de Dios. Darse a sí mismo es indicio de
un gran amor: Efesios 2,5: "Dios, que es rico en misericordia, nos co-vivificó en Cristo", esto es, hizo que
nosotros tengamos vida eterna.
[481] Aquí excluye el Señor una objeción que podría hacerse. Pues en la Antigua Ley se prometía que el
Señor vendría para juzgar: Isaías 3,14: "el Señor vendrá al juicio..." etc. Por ende podría alguien decir que el
Hijo de Dios no había venido para dar la vida eterna sino para juzgar al mundo; y por eso, excluyendo esto, el
Señor primero muestra que Él no vino para juzgar; segundo lo prueba allí donde dice "quien cree en Él no es
juzgado".
[482] Dice entonces: pues no vino el Hijo de Dios a juzgar, porque "no envió Dios a su Hijo" (a saber, en
cuanto a la primera venida) "para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve". De modo similar tenemos
abajo Jn 12: 47: "pues no vine para juzgar al mundo sino para salvar al mundo".
La salvación del hombre es que alcance a Dios: Salmos 61,8: "en Dios está mi salvación". Alcanzar a
Dios es conseguir la vida eterna: por ende es lo mismo salvarse que tener vida eterna. Y los hombres no deben
ser perezosos ni, abusando de la misericordia de Dios a causa de esto que dice "no vine para juzgar al mundo",
concederse licencia para pecar, porque si bien en la primera venida no vino para juzgar sino para perdonar, en la
segunda en cambio vendrá para juzgar pero no para perdonar, como dice Crisóstomo. Salmos 74,3: "cuando
haya tomado tiempo, yo juzgaré justas sentencias".
[483] En contra está lo que dice abajo Jn 9: 39: "yo vine al juicio".
Pero hay que decir que hay doble juicio. Uno es de discernimiento, y a este vino el Hijo de Dios en la
primera venida: porque al venir Él los hombres fueron discernidos, unos por ceguera, otros por la luz de la
Gracia. El otro es el de condenación; y no vino a este en cuanto tal.
[484] Aquí prueba lo que había dicho, como recorriendo el tema por división, de este modo: 'quienquiera
que sea juzgado o será fiel o infiel; pero no vine a juzgar infieles, porque ya han sido juzgados': entonces, en un
principio no envió Dios a su Hijo para juzgar al mundo.
Entonces primero muestra que los fieles no son juzgados; segundo, que tampoco los infieles, allí donde dice
"quien no cree ya está juzgado".
[485] Dice entonces "no vine para juzgar al mundo" porque no vino para juzgar fieles, porque quien cree
en Él no es juzgado, a saber, con juicio de condenación, con el cual ningún creyente en Él con fe formada es
juzgado: debajo Jn 5, 24: "no vino a juicio sino pasó de la muerte a la vida"; pero será juzgado con juicio de
premio y aprobación, del cual dice el Apóstol (1Corintios 4,4) "quien me juzga es el Señor".
[486] Pero acaso ¿los muchos fieles pecadores no serán condenados?
Respondo: hay que decir que algunos herejes dijeron que ningún fiel será condenado en cuanto pecador,
sino será salvado por mérito del fundamento, a saber, de la fe, aunque padezca alguna pena. Y toman el
fundamento de su error de esto que dice el Apóstol (1Corintios 3,11) "ninguno puede poner otro fundamento"; y
abajo: "si la obra de alguno ardiere, sin embargo él será salvado como por fuego".
Pero esto está manifiestamente contra el Apóstol en Gálatas 5,19: "son manifiestas las obras de la carne,
que son la fornicación, la impureza, la impudicia..." etc.; "quienes hagan tales cosas, no poseerán el Reino de
Dios".
Hay que decir, entonces, que el fundamento no es la fe informe sino la formada, que obra mediante la
caridad. Y por eso significativamente no dice el Señor "quien le cree" sino "quien cree en Él", esto es, quien
creyendo tiende a Él por caridad, "no es juzgado"; y esto porque no peca mortalrnente, mediante lo cual se
quita el fundamento.
O, según Crisóstomo, todo el que actúa mal no cree; Tito 1,16: "confiesan que conocen a Dios pero lo
niegan con los hechos"; pero de quien actúa bien dice Santiago 2,18: "muéstrame tu fe a partir de las obras", y el
tal no es juzgado y no es condenado a causa de infidelidad.
[487] Aquí muestra que los infieles no son juzgados. Y primero pone su opinión; luego la manifiesta, allí
donde dice "este es el juicio..." etc.
[488] Hay que saber acerca de lo primero, según Agustín'', que no dice Cristo 'quien no cree es juzgado'
sino dice "no es juzgado"; lo cual puede ser expuesto de tres modos. Pues de acuerdo con Agustín, "quien no
cree no es juzgado porque ya está juzgado" no en el hecho sino en la presciencia"' de Dios; esto es, ya ha sido
pre-conocido por parte de Dios como merecedor de condena: 2 Timoteo 2,19: "sabe el Señor quiénes son de Él".
De otro modo, según Crisóstomo,-"quien no cree ya ha sido juzgado"; esto es, el hecho mismo de que no cree es
para él una condenación: pues no creer es no adherir a la Luz, lo cual es estar en tinieblas; y esta es gran
condenación: Sabiduría 17,17: "todos estaban atados con una sola cadena de tinieblas"; Tobías 5,12: "¿Qué gozo
tendré yo que me siento en tinieblas y no veo la luz del cielo?".
Por un tercer modo, de acuerdo con el mismo'', "quien no cree no es juzgado", esto es, "ya está condenado"
-esto es, ya tiene manifiesta la causa de condenación. Y es similar a si se dijera de alguien que tiene manifiesta la
causa de muerte, incluso antes de que se declare sentencia de muerte contra él, que ya está muerto.
Por ende dice Gregorio que en el juicio hay doble orden. Algunos, en efecto, eran juzgados con juicio de
discusión, o sea aquellos que tienen algo que rechaza la condena -a saber, el bien de la fe-, a saber los fieles
pecadores. Pero los infieles, cuya condena es manifiesta, son condenados sin discusión; y de estos se dice "quien
no cree ya ha sido condenado": Salmos (1: 5) "no resurgirán los impíos en el juicio", a saber, el de discusión'.
[489] Hay que saber que es lo mismo ser juzgado que ser condenado; ser condenado es caerse de la
salvación, a la que se llega por una sola vía, a saber, mediante el nombre del Hijo de Dios: Hechos (4: 12) "no hay
otro nombre dado bajo el cielo en que sea forzoso que nosotros nos salvemos". Y en Salmos (53: 3) "Dios,
sálvame en tu nombre". Entonces, quienes no creen en el Hijo de Dios, se caen de la salvación y la causa de la
condena está manifiesta en ellos.
[490] Aquí manifiesta el Señor su sentencia, a saber, que la causa de la condena es manifiesta en los
infieles; y primero pone el signo manifestante; luego muestra la conveniencia del signo, allí donde dice "pues todo
el que actúa mal odia la luz".
[491] En el signo propuesto hace tres cosas: pues primero propone el beneficio de Dios; segundo, la perversidad
de la mente de los infieles; tercero, la causa de la perversidad.
Dice entonces: manifiestamente se evidencia que quien non cree ya ha sido juzgado, lo cual es evidente a
partir del beneficio de Dios, porque "la Luz vino al mundo". Pues los hombres estaban en las tinieblas de la
ignorancia, tinieblas que Dios ciertamente destruyó al enviar la Luz al mundo para que los hombres conocieran la
verdad: abajo (8: 12) "Yo soy la luz del mundo: quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la
vida"; Lucas (1: 78-79) "nos ha visitado desde lo alto como sol naciente, para iluminar a aquellos que están en
tinieblas y se asientan en sombra de muerte". Pero vino ella al mundo, a saber la Luz, porque el hombre no podía
acceder a ella: pues [Dios] "habita una luz inaccesible que ninguno de los hombres vio ni puede ver" (1 Timoteo 6:
16).
También se hace evidente a partir de la perversidad de la mente de los infieles, quienes "amaron más las
tinieblas que la luz", esto es, 'quisieron más estar en las tinieblas de la ignorancia que ser insta idos por Cristo':
Job (24: 13) "ellos fueron rebeldes a la luz"; Isaías (5: 20) "ay de los que hacen tinieblas la luz..." etc.
Ciertamente la causa de su perversidad es que "las suyas eran obras malas", que desentonan de la luz y buscan
las tinieblas: Romanos (13: 12) "arrojemos las obras de las tinieblas", esto es los pecados, "que buscan las
tinieblas"; I Tesalonicenses (5: 7) "quienes duermen, duermen de noche"; Job (24: 15) "el ojo del adúltero
observa la oscuridad". Por eso alguno no cree en la Luz, porque le repugna apartándose de ella.
[492] Pero ¿acaso todos los infieles tienen malas obras? Parece que no: pues muchos gentiles han obrado
de acuerdo con la virtud; por ejemplo Catón y muchos otros.
Pero hay que decir, de acuerdo con Crisóstomo", que una cosa es obrar bien a partir de la virtud y otra a
partir de la aptitud" y disposición natural. Pues algunos obran bien a partir de una disposición natural, porque por su
disposición no se inclinan a lo contrario. Y de este modo también los infieles pudieron obrar bien, como que
alguno haya vivido castamente porque no era atacado por la concupiscencia, y así de otros. En cambio otros obran
bien por virtud, los que, si bien se inclinan al vicio contrario, sin embargo, a partir de la rectitud de razón y de la
bondad de voluntad no se apartan de la virtud, y esto es propio de los fieles.
O hay que decir que aunque los infieles hagan cosas buenas, sin embargo no las hacían por amor de virtud
sino por vanagloria. Ni obraban bien en todo porque no rendían a Dios el culto debido.
[493] Consecuentemente dice "pues todo el que actúa mal odia la luz": muestra la conveniencia del signo
propuesto; primero en cuanto a los malos, segundo en cuanto a los buenos, allí donde dice "quien hace la verdad
viene a la luz".
[494] Dice entonces: "no amaron la luz porque las suyas eran obras malas". Y se hace patente por eso que
"todo quien actúa mal odia la luz". No dice "actuó" sino "actúa", porque si alguien actuó mal y, sin embargo,
arrepintiéndose y viendo que hizo mal, se duele, no odia la luz sino que viene a la luz. Pero todo quien actúa mal,
esto es, persevera en lo malo, no se duele ni viene a la luz sino que la odia: no en tanto ella es manifestadora de la
verdad sino en tanto que mediante ella se manifiesta el pecado) del hombre.
Pues el hombre malo ama conocer la luz y la verdad pero odia ser manifestado mediante ella: Job (24: 17)
"si de repente aparece la aurora, la consideran sombra de muerte". Y por eso no viene a la luz, para que no se
develen sus obras, pues ningún hombre que no quiere abandonar el mal quiere ser reprendido, sino que huye y
odia: Amós (5: 10) "tuvieron odio a quien los corregía a la puerta"; Proverbios (15: 12) "el pestilente no ama a
quien lo corrige".
[495] Aquí muestra lo mismo en cuanto a los buenos que hacen la verdad, esto es, buenas obras. Pues la
verdad no solo consiste en pensamiento y dichos sino también en hechos. Tal viene a la luz.
Pero ¿acaso alguien hizo así antes de Cristo? Parece que no. Pues hace la verdad aquel que no peca; pero
antes de Cristo "todos pecaron", como se dice en Romanos (3: 23).
Respondo que hay que decir, de acuerdo con Agustín, que hace la verdad en sí mismo aquel a quien disgusta
el mal que hizo; y, abandonadas las tinieblas, se cuida de los pecados y, arrepintiéndose de los pretéritos, "viene
a la luz" para que "se manifiesten sus obras" particularmente".
[496] Pero en contra está que ninguno debe publicar las cosas buenas que hace; por ende los fariseos son
reprendidos por el Señor a causa de eso.
Hay que decir que es lícito querer manifestar las obras ante Dios para que sean aprobadas, de acuerdo con
lo que se dice en 2 Corintios (10: 18) "pues no es aprobado aquel que se recomienda a sí mismo sino a quien
Dios recomienda". Y Job 16: 20 "he aquí que en el cielo está mi testigo". También querer que se manifieste en
su conciencia para gozarse, de acuerdo con lo que se dice en 2 Corintios (1: 12): "nuestra gloria es esto, el
testimonio de nuestra conciencia".
Querer que sean manifestadas a los hombres para alabanza o vanagloria es reprensible. Sin embargo, los
santos varones desean que las obras buenas que hacen se manifiesten a los hombres para honor de Dios y para
utilidad de la fe: Mateo (5: 16) "brille así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos". Pero "vienen a la luz para que se manifiesten sus obras,
porque han sido hechas en Dios", esto es, de acuerdo al mandato de Dios o por la gracia de Dios. Pues cualquier
cosa buena que hacemos, sea evitando el pecado o arrepintiéndonos de los cometidos u obrando cosas buenas,
todo se da a partir de Dios, según aquello de Isaías (26: 12): "has obrado todas las obras en nosotros".
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio de San Juan, c. 3, lección 3, [476-496], t.2, Agape
Buenos Aires 2005, p. 113-24
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
San Juan Pablo II
La luz estupenda que emana de la cruz
1. Hoy viene el Papa a visitar la parroquia cuya iglesia lleva el título de Santa Cruz de Jerusalén y es una
de las estaciones cuaresmales. Gracias a este hecho podemos referirnos a las tradiciones cuaresmales de Roma.
Tales tradiciones, en las que participaba indirectamente toda la Iglesia católica, estaban unidas a cada uno de los
santuarios de la antigua Roma, en los cuales cada día de Cuaresma se reunían fieles, clero y obispos. Visitaban
con espíritu de penitencia los lugares santificados por la sangre de los mártires y por la memoria orante del
Pueblo de Dios. Precisamente en el cuarto domingo de Cuaresma, la estación cuaresmal se celebraba en este
santuario en el que nos encontramos ahora. Las circunstancias de la vida contemporánea, el gran desarrollo
territorial de Roma exige que durante la Cuaresma se visiten más bien las parroquias situadas en los barrios
nuevos de la ciudad.
La liturgia dominical de hoy comienza con la palabra: Laetare: "¡Alégrate!", es decir, con la invitación a
la alegría espiritual. Yo me alegro porque también en este domingo, se me ha concedido encontrarme en un
lugar santificado por la tradición de tantas generaciones; en el santuario de la Santa Cruz, que hoy es estación
cuaresmal y, al mismo tiempo, vuestra iglesia parroquial.
2. Vengo aquí para adorar en espíritu, junto con vosotros, el misterio de la cruz del Señor. Hacia este
misterio nos orienta el coloquio de Cristo con Nicodemo, que volvemos a leer hoy en el Evangelio. Jesús tiene
ante sí a un escriba, un perito en la Escritura, un miembro del Sanedrín y, al mismo tiempo, un hombre de buena
voluntad. Por esto decide encaminarlo al misterio de la cruz. Recuerda, pues, en primer lugar, que Moisés
levantó en el desierto la serpiente de bronce durante el camino de 40 años de Israel desde Egipto a la Tierra
Prometida. Cuando alguno a quien había mordido la serpiente en el desierto, miraba aquel signo, quedaba con
vida (cf. Núm 21, 4-9). Este signo, que era la serpiente de bronce, preanunciaba otra Elevación: «Es preciso —
dice, desde luego, Jesús— que sea levantado el Hijo del hombre» —y aquí habla de la elevación sobre la cruz—
«para que todo el que creyere en El tenga la vida eterna» (Jn 3, 14-15). ¡La cruz: ya no sólo la figura que
preanuncia, sino la Realidad misma de la salvación!
Y he aquí que Cristo explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto pero al mismo tiempo pronto a
escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la cruz:
«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no
perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).
La cruz es una nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del pensamiento
humano, en el camino del conocimiento de Dios, se realiza un vuelco radical. Nicodemo, el hombre noble y
honesto, y al mismo tiempo discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir una sacudida interior.
Para todo Israel Dios era sobre todo Majestad y Justicia. Era considerado como Juez que recompensa o castiga.
Dios, de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no «para que juzgue al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por El» (Jn 3, 17). Es Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para
salvar al hombre.
3. San Pablo, con la mirada fija en la misma revelación de Dios, repite hoy por dos veces en la Carta a
los efesios: «De gracia habéis sido salvados» (Ef 2. 5). «De gracia habéis sido salvados por la fe» (Ef 2, 8). Sin
embargo, este Pablo, así como también Nicodemo, hasta su conversión fue el hombre de la Ley Antigua. En el
camino de Damasco se le reveló Cristo y desde ese momento Pablo entendió de Dios lo que proclama hoy:
«...Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por
nuestros delitos, nos dio vida por Cristo —de gracia habéis sido salvados—» (Ef 2, 4-5).
¿Qué es la gracia? «Es un don de Dios». El don que se explica con su amor. El don está allí donde está el
amor. Y el amor se revela mediante la cruz. Así dijo Jesús a Nicodemo. El amor, que se revela mediante la cruz,
es precisamente la gracia. En ella se desvela el más profundo rostro de Dios. El no es sólo el juez. Es Dios de
infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado
de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de
modo diverso a las conciencias humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la
amenaza de la pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la
verdad. ¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida
nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al
mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. «Porque todo el que obra el mal, aborrece
la luz»... —¡precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!—. «Pero el que obra la verdad viene a la
luz» (Jn 3, 20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese
inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a
los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey
de Persia, con la invocación de esperanza. La cruz es invocación de esperanza.
4. Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas
preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y qué hacemos para conocer
mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es El para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra
conciencia, en nuestra vida?
Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en
nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra
alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída «junto al camino»
(Mc 4, 4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar
otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?
5. El santuario de la Santa Cruz es un lugar en el que debemos hacernos estas preguntas fundamentales.
La parroquia es una comunidad reanimada por la cruz de Cristo.
(…)
En particular me uno a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a todos los que sufren soledad,
incomprensión, marginación, hambre de afecto, y les pido que se unan con Cristo colgado de la cruz y le
ofrezcan sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa.
Y confesemos con humildad nuestras culpas, nuestras negligencias nuestra indiferencia en relación con
este Amor que se ha revelado en la cruz. Y a la vez renovémonos en el espíritu con gran deseo de la vida, de la
vida de gracia, que eleva continuamente al hombre. lo fortifica, lo compromete. Esa gracia que da la plena
dimensión a nuestra existencia sobre la tierra.
Así sea.
(SAN JUAN PABLO II, Homilía en la Parroquia romana de la Santa Cruz de Jerusalén, Roma, Domingo 25 de
marzo de 1979)
4. SANTOS PADRES
San Juan Crisóstomo
“Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve”
Pues no envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El
(Juan III, 17).
MUCHOS de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y
acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona
todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo: No digas: Su compasión es grande. El me perdonará
la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores
desahoga su furor1. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad
2.
Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que
recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo. Dice el profeta: Tú darás
a cada uno conforme a sus obras3; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras
4. Ahora bien, que la
clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de
pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos
pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no
nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la
justicia de la santificación.
Instarás: mas si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables
pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales
pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo
indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la
deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al
Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de
la gracia?5
Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere.
Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras
de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer
penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al
mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó;
otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros
crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos.
Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice:
Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la
izquierda. E irán unos a la vida, otras al eterno suplicio6. Sin embargo, también la primera venida era para
juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron
los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas
que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como Él es
1 Sir 5, 6
2 Sir 16, 12
3 Sal 61, 12
4 Rm 2, 6
5 Hb 10, 28-29
6 Mt 25, 31.33.46
bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían
perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios7. ¿Adviertes la suma clemencia?
El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para
condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el
tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que
estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el
homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza
misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.
Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que
comiereis del árbol, moriréis8. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la
sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté
castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he
venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se torne más desidioso, quita Cristo ese
motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor
poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además
difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.
Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no
el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres
no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de
El con sus obras9. Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más
gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían
castigados.
¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El
que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está
condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se
arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados.
La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que
se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda
excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que
precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces
¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no
se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.
Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de valde; y también: Si no hubiera venido y no les
hubiera hablado no tendrían pecado10
. Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance
perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una
voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos —puesto que no parece
haber quien prefiera las tinieblas a la luz—, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice:
Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que
no le echen en rostro sus obras.
Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la
salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para
7 Rm 3, 23
8 Gn 2, 17
9 Tt 1, 16
10 Jn 15, 24-25
juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en
cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a
perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente
corrieran hacia El, como en efecto muchos lo hicieron: Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con
El.
Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en
su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay
algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en
perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes
fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa,
temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.
A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes
dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra
obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y
reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud
con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es
decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi
ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido.
Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehúye mi
imperio.
A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la
fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven
bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya
gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente
modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin
embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!
Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al
hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen.
Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de
sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles
algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que
ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita
toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿Acaso
trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.
Pero como pueden oponernos que también haya cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos
aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por
su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que
debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error
quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie
permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues
que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad
saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vanagloria y por dar gusto a sus amigos
permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el
fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno
libre de todos los pecados y vicios! ¡No no lograrás!
Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta
fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vanagloria: esa que es causa de todos los males. Así
también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer
vosotros que captáis la gloria unos de otros?11
¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en
esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante
anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros
gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por
persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los
Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo
eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.
A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo,
que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su
mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y
que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la
estimaba más que el ser castigado —pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor
a los judíos no se atrevían a confesarlo—, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree
en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí
solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía
con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal
motivo no se manejaba con la libertad que convenía.
Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego
al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama
las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese
fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos
de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos
también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como
si fuera en el Cielo.
Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla
también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño
gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la
vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más
mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse
ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.
Porque quien ambas glorias ansía no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas,
sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si
queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis
ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el
cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, homilía XXVIII (XXVII), Tradición
S.A. México 1981 (t. 1), pág. 228-35)
5. APLICACIÓN
P. José A. Marcone, IVE
11
Jn 5, 44
La cruz de Cristo como exaltación (Jn 3,14-21)
Introducción
El tema principal de los tres últimos domingos de Cuaresma (III, IV y V) en el Ciclo B es “la futura
glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”12
. Para esto se usarán tres textos de San Juan. Uno de ellos es
el del domingo de hoy, cuarto de Cuaresma, Jn 3,14-21. Dicho evangelio comienza con esta frase: “Como
Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así debe ser levantado en alto el Hijo del hombre, para que
todos los que creen en Él tengan Vida eterna”. En esta frase está perfectamente expresada ‘la futura
glorificación de Cristo por su cruz y resurrección’.
1. ‘La hora’ de Jesús en San Juan
El evangelio de San Juan hace recaer todo su peso teológico en ‘la hora’ de Jesús; es el evangelio de ‘la
hora’ de Jesús. “Toda la vida de Jesús está de tal manera orientada, podría decirse, hacia aquella ‘hora’, que será
el ápice de su existencia terrena”13
.
¿Cuál es ‘la hora’ de Jesús? ¿En qué consiste esa ‘hora’ de Jesús? Lo dice el mismo Jesús durante la
entrada a Jerusalén, ya en las puertas de la pasión: “Llegó la hora en que el Hijo del hombre debe ser
glorificado” (Jn 12,23). Por lo tanto, la ‘hora’ de Jesús es la hora de su glorificación. Pero, ¿en qué consiste su
glorificación?
El mismo San Juan nos responde, en la solemne introducción de la Última Cena: “Había llegado su hora
de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13,1). Por lo tanto, su hora, la hora de su glorificación, consiste en pasar
de este mundo al Padre. Con esta expresión San Juan entiende todo el movimiento de ascensión al Padre: su
muerte, resurrección, ascensión y exaltación a la derecha del Padre. O sea que su glorificación también incluye
su pasión y su cruz. Dice R. Brown: “La partida de Jesús, su retorno al Padre es su glorificación”14
.
Esto se confirma en las primeras palabras de la oración sacerdotal: “Padre, llegó la hora, glorifica a tu
Hijo para que el Hijo te glorifique a ti” (Jn 17,1). Para un exégeta, A. George, la oración sacerdotal “es la
oración de ‘la hora’, cuyo contenido es el profundo misterio de la indivisible unidad entre el sufrimiento y la
glorificación”15
.
Para San Juan, “esa ‘hora’ no será, como en los sinópticos, la hora de las tinieblas -el Salvador entregado
en las manos de los pecadores- sino la hora de la elevación sobre la cruz, y la hora de la glorificación”16
.
Jesús en el evangelio de hoy, le explica a Nicodemo, precisamente, en qué consiste la hora de su
glorificación: será la hora en que Él sea elevado en alto, como lo fue la serpiente de bronce en el desierto por
parte de Moisés.
2. La cruz de Cristo como exaltación
El texto del evangelio de hoy que nos habla de la glorificación de Jesús a través de su cruz y su 12
Prenotanda del Leccionario, nº 97. 13
DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú secondo il vangelo di Giovanni, Edizione Paoline, Milano, 1988, p. 13-14; traducción nuestra. Cuando el autor dice que toda la vida de Jesús está ‘orientada’ hacia esa ‘hora’ quiere decir que está ‘en tensión’ hacia esa ‘hora’. 14
BROWN, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni, Editrice Queriniana, 1994, Brescia, p. 108; traducción nuestra. 15
GEORGE, A., L’heure de Jean 17 in Revue Biblique 61 (1954), p. 392 – 397, citado en DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 14; traducción nuestra. 16
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 14.
resurrección es Jn 3,14-15: “Como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así debe ser levantado en
alto el Hijo del hombre, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna”.
Dice I. De La Potterie: “El paralelismo con la serpiente de bronce en el desierto es aquí de gran
importancia. La escena del libro de los Números (21,4-9) es muy conocida. Los israelitas, a causa de su espíritu
de rebeldía, son castigados con picaduras de serpientes venenosas. Por indicación divina, Moisés pone sobre
una asta17
una serpiente de bronce – que es un símbolo – y todos los que la miran con fe quedan curados. Ahora
bien, esta imagen de bronce sobre la asta se convierte en ‘tipo’, es decir, en la prefiguración de Jesús sobre la
cruz. Como Moisés erigió una serpiente de bronce sobre una asta, así el Hijo del hombre será elevado sobre el
patíbulo de la cruz”18
.
El verbo que se usa para decir ‘levantar en alto’ en el original griego es, en voz activa, hypsoûn; en voz
pasiva, hypsothênai. Primero está en voz activa: “Moisés levantó en alto” (hypsoûn); después en voz pasiva:
“Debe ser levantado en alto (hypsothênai) el Hijo del hombre”. El verbo griego hypsothênai literalmente quiere
decir ‘ser puesto por encima de’, es decir, significa ‘exaltar’. De hecho, San Jerónimo en la Vulgata lo traduce
con el verbo latino ‘exaltari’. El sólo significado literal del verbo hypsothênai ya nos indica que San Juan no ve
la cruz como una vergüenza y una humillación, sino como una ‘exaltación’.
La Iglesia asumirá esta realidad exegética y teológica de San Juan. Por eso instituyó una Fiesta especial
para la cruz, cuyo título litúrgico es “La Exaltación de la Santa Cruz”, que debe entenderse como “La
Exaltación que es la Santa Cruz”. Llamativamente, el evangelio que se lee en esa Fiesta es el mismo de hoy: Jn
3,14-21, acompañado, en la primera lectura, por el texto de Núm 21,4-9, donde se narra el hecho histórico de las
picaduras de serpientes entre el pueblo hebreo en peregrinación por el desierto y la confección de la serpiente de
bronce por parte de Moisés.
Pero, además, el verbo hypsothênai, en la antigüedad, “tanto en lenguaje profano cuanto en el contexto
bíblico, era usado para indicar el poder regio, el triunfo (cf. 1Mac 8,13; 11,16); ejercitando dicho poder sobre el
pueblo, el rey era ‘elevado’ o ‘entronizado’”19
.
De manera que al decir San Juan que Jesús será ‘elevado’ en la cruz como lo fue la serpiente en la asta,
está expresando metafóricamente el poder regio de Jesucristo. “San Juan tiene in mente esta imagen y la utiliza
para evocar el tema del ejercicio del poder regio de Jesús sobre la cruz”20
.
“La serpiente es elevada sobre una asta algún metro sobre el suelo, visible para el pueblo, para que todos
puedan mirarla con fe. Es esta exactamente la posición de Jesús sobre la cruz. (…) Jesús en la cruz ocupa una
posición de dignidad, similar a la de un rey que reina sobre su pueblo. En Juan se opera entonces una
transposición: al significado material de la elevación sobre la cruz, se agrega un significado simbólico del
término ‘ser elevado’ para iluminar el tema de la realeza de Cristo, tan caro al evangelista”21
. Es decir, a la
literalidad del vocablo ‘ser elevado’ se le agrega el sentido metafórico ‘ser entronizado’. O, dicho de otro modo,
el sentido literal es: ‘Jesús será elevado sobre la cruz como la serpiente lo fue sobre la asta’. Pero el sentido
pleno es: ‘Jesús, al ser clavado y elevado en alto, será enaltecido y exaltado, como un rey en su trono’.
“Para completar el razonamiento, es oportuno agregar que en la predicación de la Iglesia primitiva –los
Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo – la ascensión de Jesús es considerada como la entronización regia
de Jesús en el cielo (cf. Hech 2,36; Fil 2,29). Allí Él se convierte en el Kýrios, el Señor. Pedro dice a la
multitud: ‘Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado’ (Hech 2,36). El
17
‘Asta’ es femenino (cf. DRAE). 18
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 16 – 17; traducción nuestra. 19
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 17; traducción nuestra. 20
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 17; traducción nuestra. 21
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 18; cursiva del autor; traducción nuestra.
aspecto bajo el cual es descripta la ascensión es aquel de la toma de posesión del reino. Juan anticipa este
aspecto a la cruz. Él ve a Cristo elevado en la cruz como un rey que domina (en italiano: troneggia) sobre su
pueblo, Señor y rey de los suyos”22
.
En efecto, como bien dice De La Potterie, en los Hechos de los Apóstoles y en San Pablo el verbo
hypsothênai se usa no para señalar la humillante crucifixión de Cristo entre cielo y tierra, sino la Ascensión de
Cristo a los cielos. “Exaltado (hypsothênai) a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo” (Hech
2,33). Y San Pablo: “Por esto, Dios lo ha sobre-exaltado (hýper – hypsothênai) y le ha dado el nombre que está
por encima de todo nombre” (Fil 2,9).
Además, el término ‘exaltación’ aplicado a Cristo se encuentra ya en el Antiguo Testamento. En efecto,
el profeta Isaías, llamado ‘el quinto evangelista’, describe proféticamente en uno de los Cánticos del Siervo de
Yahveh las humillaciones y dolores de Cristo. Pero allí mismo dice, según la versión griega de los LXX: “He
aquí que mi Siervo tendrá éxito, será muy exaltado (verbo hypsothênai) y glorificado” (Is 52,1323
). De ninguna
manera puede tomarse ese texto, como algunos lo han hecho, en relación con su resurrección. Debe ser tomado
en sentido metafórico como ‘ser puesto sobre un trono’, es decir, ‘exaltado’24
.
Vemos, entonces, cómo ese verbo hypsothênai expresa la glorificación de Jesús, es decir, su elevación
en la cruz, su resurrección, su ascensión a los cielos y la exaltación a la derecha del Padre. Se trata, como
decíamos, de todo el movimiento de retorno al Padre. En este verbo hypsothênai, entonces, se resume, se
concentra y se verifica ‘la hora de Jesús’, es decir, todos los acontecimientos que constituyen su glorificación.
Vemos también resplandecer en este verbo esa unidad indivisible entre sufrimiento y glorificación25
.
La exégesis de Santo Tomás coincide perfectamente con las explicaciones que acabamos de presentar.
Santo Tomás dice: “En Jn 3,14-15 el evangelista presenta el misterio de la pasión. Al decir: ‘Como Moisés
levantó (exaltavit) la serpiente en el desierto, así debe ser levantado (exaltari) el Hijo del hombre’, Cristo
propone una figura de la pasión y muestra el modo en que será esa pasión. En efecto, más adelante, hablando de
esa misma elevación, el evangelista dirá: ‘Decía esto para significar de qué muerte iba a morir’ (Jn 12,33)
“Además, muestra el modo de la pasión al decir que el Hijo del hombre debe ser levantado (exaltari),
porque en la muerte en cruz Cristo fue exaltado, en cuanto allí triunfó de sus enemigos. Por eso es que a la cruz
no la llama ‘muerte’ sino ‘exaltación’. Además, porque la cruz fue causa de su propia exaltación, como dice el
Apóstol San Pablo: ‘Fue obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz; por esto Dios lo exaltó’ (Filp
2,8).
“Además, el fruto de la pasión de Cristo es la vida eterna, y por eso agrega, ‘para que todo el que crea en
Él’, obrando bien, ‘no perezca, sino que tenga vida eterna’. En efecto, mira al Hijo del hombre exaltado todo
aquel que cree en Cristo crucificado, y así es librado del veneno del pecado”26
.
22
DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 18; traducción nuestra. 23
“He aquí que mi siervo tendrá éxito, será muy exaltado y glorificado” (hypsothésetai kai doxasthésetai sfodra) 24
Cf. DE LA POTTERIE, I., Idem, p. 15. 25
Dos autores confirman esta exégesis. Dice R. Brown: “Éste texto de Jn 3,14-15 es el primero de los tres dichos juáneos sobre el ‘Hijo del hombre que debe ser levantado’. Este verbo, ‘levantar’, asume en esos textos juáneos un doble significado: tanto en referencia al hecho que Jesús será levantado sobre la cruz, cuanto en relación a su elevación al cielo. En el proceso de retorno de Jesús al Padre, la cruz es el primer escalón de la escala de esta subida. Solamente cuando Jesús sea levantado, el Espíritu del cual habló a Nicodemo podrá ser dado. (La serpiente levantada por Moisés en el desierto es un ejemplo de la salvación que llega a través de la elevación sobre una cruz)” (BROWN, R., Idem, p. 45; traducción nuestra). Dice G. Marchesi: “Jesús mismo interpreta el acto de aquella elevación (hypsôsis) como una simbología de la propia pasión y muerte, cuando Él haya sido elevado sobre la cruz, seguida por la glorificación. En conformidad a la interpretación dada por Cristo, San Agustín ha visto en la figura de la serpiente de bronce, levantada por Moisés, un ‘gran sacramento de una realidad futura’. Pero, mientras la serpiente de bronce era sólo un ‘signo de salvación’, Jesús en persona es esta salvación realizada y donada. Sin embargo, aun siendo de origen divino (Jn 3,13; 6,62), Jesús pasa a través de la ‘exaltación’ de la pasión y de la muerte” (MARCHESI, G., Il Vangelo della Speranza, Città Nuove Editrice, Roma, 1987, p. 140; cursiva del autor; traducción nuestra). 26
SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 3, lectio 2; traducción nuestra.
Conclusión
De esta verdad de la cruz de Cristo como glorificación y exaltación se siguen dos consecuencias
importantes. La primera es que, para poder recibir los frutos de la redención obrada en esa ‘elevación’, es
necesario creer en Cristo y en la eficacia de su sangre derramada en la cruz. Por eso Jesús, después de anunciar
su exaltación, se apresura en agregar: “Para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna” (Jn 3,15). Esta fe
en Cristo implica necesariamente la fe en la divinidad de Cristo, como lo dice el texto del evangelio de hoy: “El
que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del
Hijo único de Dios” (Jn 3,18). Creer o no creer en el Nombre del Hijo único de Dios significa creer o no creer
en la divinidad de Cristo.
Esta necesidad de la fe en Cristo Dios y en el valor de su sacrificio es subrayada por San Juan,
precisamente en el momento de la muerte redentora de Cristo. Después de narrar que el costado de Jesús fue
abierto por una lanza y de él salió sangre y agua, San Juan dice: “El que lo vio lo atestigua y su testimonio es
válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. (…) Y también otra Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,35.37). Para San Juan ‘ver’ significa ‘creer’. El crucificado, el exaltado
sobre el patíbulo de la cruz, debe ser objeto de contemplación creyente por parte del cristiano, mucho más en
esta Cuaresma.
La segunda consecuencia importante del evangelio de hoy es que la cruz jamás debe ser considerada por
nosotros motivo de vergüenza. Dice Santo Tomás que los hombres, al revés que Cristo, queremos nacer en
ciudades famosas y llevar nuestras cruces en lugares inhóspitos, para que nadie nos vea, porque consideramos el
sufrir como algo infamante. Jesús hizo al revés: era tenido por natural de una ciudad despreciable, que no se
nombra ni una sola vez en el AT (Nazaret) y llevó su infamia en la populosa ciudad de Jerusalén27
. Para Jesús
su cruz fue una glorificación y una exaltación. Para Jesús, sufrir su cruz para la salvación del mundo fue un
honor.
Para Jesús, la cruz está llena de dignidad porque es elevación, porque estar en la cruz es reinar. Para
Jesús, la cruz es provechosa porque ‘el que cree en el Crucificado tiene Vida eterna’. Para Jesús, la cruz es
bella, y por eso está llena de gloria y esplendor. Precisamente son estas líneas teológicas las que Dante
prolonga en su Divina Comedia cuando se encuentra, en el quinto cielo, con una visión magnífica de la cruz.
El Dante ya está en el Paraíso y llega al quinto cielo, el cielo de Marte. En un momento dado (canto 14),
en compañía de Beatriz, es elevado más alto todavía. Esta elevación la hace sumergido en “la chispeante risa de
una estrella”28
, lo cual lo llenó de alegría. Esa alegría le pareció una gracia tan grande que solamente podía
agradecerse haciendo a Dios un holocausto total de sí mismo (‘con tutto il core’), “como a la nueva gracia
convenía” (v. 88-90). Todavía no se había alejado de su corazón el ardor del sacrificio que acababa de hacer
cuando ya se dio cuenta de que Dios lo había aceptado (v. 91-93).
Y en ese mismo momento aparece ante él la cruz de Cristo, formada por dos rayos de luz, hermosísima y
radiante. Estaba formada por algo así como dos regueros de estrellas grandes y pequeñas (parecidos a la Via
Lactea cuando está en todo su esplendor) que se extendían de un polo al otro de Marte, como se intersecan en
ángulo recto los diámetros de una circunferencia, formando una cruz de brazos iguales (llamada cruz griega). Y
en esa cruz estaba clavado Cristo y relampagueaba con inigualable esplendor, tanto que el Dante dice no tener
ingenio ni arte para narrar lo que vio (v. 94-104).
En medio de esta visión llena de luz y de centellantes estrellas (v. 109-121), escucha una melodía que
brotaba de la cruz que lo cautivaba completamente, aunque no entendía la letra. Era consciente que se trataba de
una alabanza celestial, pero no llegaba a entenderla distintamente. A él le sonaba a ‘¡Resurge!’ y ‘¡Vence!’ (v.
27
Cita ad sensum. 28
ALIGHIERI, DANTE, La Divina Commedia, Cantica Terza ‘Paradiso’, Canto 14, v. 85 – 86; traducción nuestra.
122-126). Y era tanto lo que lo enamoraba esta melodía de la cruz, que hasta ese momento (ya había estado en
los cuatro primeros cielos) no había habido nada que lo atase con vínculos tan dulces (v. 127-129). Incluso hasta
piensa que algún lector puede considerar que sus palabras son demasiado osadas, teniendo en cuenta que pone
este gozo de la cruz por encima del gozo de mirar los ojos de Beatriz. Pero esto se entiende, dice, por dos
razones: en primer lugar, porque durante ese tiempo no se había tornado a mirar los ojos de Beatriz, siempre
más bellos. En segundo lugar, porque los placeres santos mientras más se progresa en alto más sinceros son (v.
130-139, y fin del canto 14).
En medio de toda esta descripción rutilante de la cruz, en un momento dado, el Dante hace una
confesión personal. Dice que la impresión que le causó ver la cruz tan esplendorosa le impide describirla
adecuadamente. Y entonces dice: “El que toma su cruz y sigue a Cristo sabrá excusar lo que dejo de decir”
(105-108)29
.
De esta manera el Dante, con una sola pincelada literaria, traslada toda la teología joánea de la cruz al
creyente individual y concreto. Él quiere decir: la maravillosa realidad de la cruz de Cristo y todo el esplendor
de la teología de la cruz sólo puede ser entendida por aquel que ha llevado efectivamente la cruz que Dios ha
permitido para él.
Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos vuelve a proponer las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios
al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas palabras, dirijamos la mirada de nuestro
corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que Dio nos ama, nos ama de verdad, y nos ama en
gran medida. Esta es la expresión más sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios
nos ama con amor gratuito y sin medida.
Así nos ama Dios y este amor Dios lo demuestra ante todo en la creación, como proclama la liturgia, en
la Plegaria eucarística IV: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que,
sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En el origen del mundo está sólo el amor libre y
gratuito del Padre. San Ireneo un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía
necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios» (Adversus haereses, IV, 14, 1). Es
así, el amor de Dios es así.
Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo
abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia.
Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación destaca la gratuidad del amor
de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los
pueblos, como dice Él. Y cuando llega «la plenitud de los tiempos», a pesar de que los hombres en más de una
ocasión quebrantaron la alianza, Dios, en lugar de abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo, en la
sangre de Jesús —el vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vínculo que jamás nada lo podrá romper.
San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el
gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2,
4-5). La Cruz de Cristo es la prueba suprema de la misericordia y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó
«hasta el extremo» (Jn 13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el límite
extremo del amor. Si en la creación el Padre nos dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la
29
“Ma chi prende sua croce e segue Cristo, / ancor mi scuserà di quel ch’io lasso” (v. 106-107).
pasión y en la muerte de su Hijo nos dio la prueba de las pruebas: vino a sufrir y morir por nosotros. Así de
grande es la misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona; Dios perdona todo y Dios perdona siempre.
Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por
Dios; nos sea cercana en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro
itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad.
(PAPA FRANCISCO, Ángelus, Plaza de San Pedro, IV Domingo de Cuaresma, 15 de marzo de 2015)
P. Gustavo Pascual, IVE
“El que obra la verdad va a la luz”
Jn 3, 14-21
Los hombres que obran mal prefieren las tinieblas y rechazan la luz porque la luz pone de manifiesto sus
obras malas.
El que obra mal y no cree en Jesús, que ha venido a salvarlo, permanece en el mal y no quiere dejar de
obrar mal. Estos hombres viven en las tinieblas y su actividad es en las tinieblas, al margen de la verdad, es
decir, sus obras son mentira.
El hombre que obra bien no teme la luz, al contrario, quiere la luz porque sabe que sus obras son buenas
y son un buen testimonio para otros. ¿Quién es el que obra en la luz? El que vive en la verdad. ¿En qué verdad?
En la verdad que necesita de Jesús su redentor para perseverar en la verdad y en la luz. El hombre que vive en la
verdad sabe que necesita de la luz de Cristo, de su gracia, de su salvación y ha creído y cree que Jesús es el
único salvador.
En cada hombre se libra un combate entre la luz y las tinieblas; entre la verdad y la mentira; entre la
gracia y el pecado. Busquemos a Cristo, Él es la Luz, Él es la Verdad, Él es la plenitud de gracia.
Cristo ha venido para darnos la gracia, para que vivamos en la luz y en la verdad.
Las obras malas entenebrecen nuestra alma, son una mentira y nos traen la desgracia, por el contrario,
las obras buenas iluminan nuestra alma, son verdad y nos traen la gracia. Además, las primeras matan el alma y
las segundas la hacen vivir.
Desde el niño pequeño hasta el hombre adulto cuando obra mal quiere esconderse. No quiere el hombre
que se descubran sus malas obras pero ellas siempre están presentes delante de Dios. Él conoce todo lo nuestro,
por eso, es una mentira esconder nuestras malas obras porque aunque los hombres no las vean, sí las ve Dios. Y
los hombres no serán nuestros jueces sino Jesús que también conoce todas nuestras obras.
El hombre que obra bien tiene libertad. Su conciencia nada le reprocha y por eso no tiene que ocultar
nada de lo que hace. Es cierto que el que persevera en las tinieblas se acostumbra tanto a ellas que su conciencia
también se entenebrece y termina pensando que obra bien cuando verdaderamente obra mal. Se va mintiendo a
sí mismo hasta que su conciencia cree verdadero lo que es falso. ¡Ay del hombre que ha alcanzado este estado!
Porque ha perdido la capacidad de discernir el bien del mal.
La luz de Cristo llega a todos los hombres y a todos los tiempos. Pero para ser iluminados por Cristo hay
que dejarse iluminar. Él va a iluminar nuestra inteligencia para que sepamos conocer la verdad pero también
iluminará nuestras conciencias para que en ellas desaparezca toda oscuridad.
Quizá nuestra alma tiene luz pero siempre hay rincones de oscuridad a donde no llega la luz. Es que
tenemos ciertos apegos que entenebrecen nuestras almas y no permiten que a esos rincones llegue la luz de
Cristo. Hay que desprenderse de todo aquello que obstaculice la posesión absoluta y total de nuestra alma por
Cristo. Cada uno sabrá qué cosas son. Es ese poquito que falta para entregarle todo a Cristo como lo deseamos.
Y, a veces, son tan arraigados esos pequeños apegos que no sólo se mantienen en la oscuridad sino que
producen telas de araña.
¿Cómo hacer para iluminar las oscuridades de nuestra alma? abrir de par en par el corazón a Jesús, lo
que implica una entrega absoluta, una entrega radical. Hasta que no logremos este salto cualitativo no seremos
totalmente iluminados por Jesús.
El hombre que se deja iluminar totalmente por Jesús también se convierte en luz para los hombres.
“Vosotros sois la luz del mundo […] Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras
buenas obras y glorifique a vuestro Padre que está en los cielos”30
.
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iNFO - Homilética.ive
Función de cada sección del Boletín
Homilética se compone de 7 Secciones principales:
Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la
celebración de la Santa Misa.
Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque
adecuado del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme,
conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados,
doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis
exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así
como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos
doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la
ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.
Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo
que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.
¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?
El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza,
Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en
Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene
como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones del
hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerlo proporciona a los
misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y nutrida
en las sagradas escrituras y en la perenne tradición y magisterio de la única Iglesia fundada por
Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.
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Mt 5, 14.16
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Instituto del Verbo Encarnado