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1 La provincia de Coro: los años dorados y la aventura alemana Artículo publicado en: El Libro del Oro de Venezuela Edición BCV. 2010. Pp. 5-29. Autores: Blanca De Lima / Jorge Jaber 1. El Escenario 1 … y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que más alto que fallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas; no porque yo crea que allí donde es el altura del extremo sea navegable ni agua, ni que se pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. CRISTÓBAL COLÓN 1.1 Geografía y maravillas del siglo XVI La historia de la conquista del Nuevo Mundo es la historia de una alucinación colectiva, de un espejismo, de aventuras sin fin en lugares desconocidos, en una tierra que los rudos marineros imaginaron poblada por un bestiario tan magnífico como temible: sirenas, cinocéfalos y cíclopes; amazonas, hombres con cara de perro, grifos y caníbales. Pero también por minúsculos ruiseñores, tal como se decía era el paraíso. Tierra de plantas extraordinarias como la pimienta, la canela, el ruibarbo, la almástica, palo brasil, lináloe y la nuez moscada. Espacios incógnitos donde acechaban enormes serpientes y volaban papagayos con el telón de fondo de una vegetación verde lujuria. Pero, más allá de milagros y horrores, el Nuevo Mundo fue una ilusión hecha de oro, de montañas de oro. Pero este espejismo como siempre ocurrebrillaba en el horizonte mas no estaba en él. No surgía de los tiempos por venir, por el contrario, era un ensueño que emergía del pasado grecolatino. Surgía de la memoria y no del cálculo. Quienes lo describían fijaban su mirada en los clásicos, y de la mano de ellos imaginaban a esos grifos, ruiseñores, árboles de canela y ríos de oro que luego aseguraban haber visto. Para venir o enviar sus naves los reyes, sabios, marinos y mercaderes discutían con vehemencia sobre las precisiones geográficas heredadas de Aristóteles, Ptolomeo, Estrabon, Plinio... y entre todos estos sabios, el más reciente de los viajeros célebres: Marco Polo.

La Provincia de Coro: los años dorados y la aventura alemana

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La provincia de Coro: los años dorados y la aventura alemana

Artículo publicado en:

El Libro del Oro de Venezuela

Edición BCV.

2010. Pp. 5-29.

Autores:

Blanca De Lima / Jorge Jaber

1. El Escenario1

… y creo que si yo pasara por debajo de la línea equinoccial, en llegando allí, en esto que

más alto que fallara muy mayor temperancia y diversidad en las estrellas y en las aguas;

no porque yo crea que allí donde es el altura del extremo sea navegable ni agua, ni que se

pueda subir allá, porque creo que allí es el Paraíso terrenal, adonde no puede llegar

nadie, salvo por voluntad divina.

CRISTÓBAL COLÓN

1.1 Geografía y maravillas del siglo XVI

La historia de la conquista del Nuevo Mundo es la historia de una alucinación colectiva, de

un espejismo, de aventuras sin fin en lugares desconocidos, en una tierra que los rudos

marineros imaginaron poblada por un bestiario tan magnífico como temible: sirenas,

cinocéfalos y cíclopes; amazonas, hombres con cara de perro, grifos y caníbales. Pero

también por minúsculos ruiseñores, tal como se decía era el paraíso. Tierra de plantas

extraordinarias como la pimienta, la canela, el ruibarbo, la almástica, palo brasil, lináloe y

la nuez moscada. Espacios incógnitos donde acechaban enormes serpientes y volaban

papagayos con el telón de fondo de una vegetación verde lujuria. Pero, más allá de milagros

y horrores, el Nuevo Mundo fue una ilusión hecha de oro, de montañas de oro.

Pero este espejismo –como siempre ocurre– brillaba en el horizonte mas no estaba en él. No

surgía de los tiempos por venir, por el contrario, era un ensueño que emergía del pasado

grecolatino. Surgía de la memoria y no del cálculo. Quienes lo describían fijaban su mirada

en los clásicos, y de la mano de ellos imaginaban a esos grifos, ruiseñores, árboles de

canela y ríos de oro que luego aseguraban haber visto. Para venir o enviar sus naves los

reyes, sabios, marinos y mercaderes discutían con vehemencia sobre las precisiones

geográficas heredadas de Aristóteles, Ptolomeo, Estrabon, Plinio... y entre todos estos

sabios, el más reciente de los viajeros célebres: Marco Polo.

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El pasado que alimentaba las visiones de estos hombres del siglo XVI tenía más peso

mientras más lejano era. Tal vez el primero en reconocer esto fue Alejandro de Humboldt

cuando advirtió que los escritores renacentistas tendían: “a buscar en los pueblos

nuevamente descubiertos todo lo que los griegos nos han enseñado sobre la primera edad

del mundo y sobre las costumbres de los bárbaros escitas y africanos” (Humboldt en Gil, t.

I, 1992, p.15). Demetrio Ramos, al hablar de algunos conquistadores, ilumina así la

cuestión: “...van en busca de un interior que no ven, porque le llevan dentro de sí” (1987, p.

87). Juan Gil lo sintetiza de manera lapidaria: “... así lo pedía la historia y así tenía que ser”.

(t. III, 1999, p.11)

En fin, la quimera del oro se había apoderado de un mundo viejo que miraba ansioso

emerger el Nuevo Mundo, imaginado y temido por siglos. Cristóbal Colón con sus viajes,

sus cartas, su diario y su testamento, publicitó las riquezas de estos mares y tierras, en

mucho exagerada por así convenir a sus intereses; pero, sobre todo, su visión geográfica,

para la mayoría ratificada en los hechos por más polémicas que se desataran. En adelante el

viejo oriente –ahora el Nuevo Mundo– pasó de ser una leyenda a tener coordenadas

precisas; el mito se convirtió poco a poco en práctica cotidiana; de los navegantes heroicos

se terminó en empréstitos y los milagros requirieron de banqueros.

Finalizando la tercera década del siglo XVI, cuando empieza nuestra historia, ya era posible

llegar al Nuevo Mundo de manera más o menos segura y rutinaria. Recordemos que la

polémica más apasionada trataba de precisar a cuál de las tierras descritas por los clásicos

se correspondía cada una de las islas y tierras avistadas por los enviados del rey, de

cualquier rey. Era un problema práctico. Los componentes teológicos y filosóficos que

acompañaron desde siempre a la geografía, tornándola en espacio de unos pocos sabios,

quedaron a un lado. La esfericidad de la Tierra, por ejemplo, terminó siendo asunto de

marinos y no de teólogos.

Toda polémica giraba en torno a dos acuciantes incógnitas: dónde estaba el oro y dónde el

otro paso al mar del Sur, discusión soportada tanto en la convicción de que los clásicos

aportaban datos por demás exactos, como en que los descubrimientos confirmaban a

plenitud a los geógrafos de la antigüedad. Sin embargo, entre los ensueños y lo encontrado

medió la tragedia, pues nunca se correspondió la geografía imaginada con la geografía real.

Así, desde la antigüedad se asociaba a los seres extraordinarios, como las amazonas, con las

inmediaciones del oro y demás riquezas. En la América del siglo XVI los europeos oyeron

muchas veces, o quisieron oír, noticias de la proximidad de las amazonas, los seres

inmortales y otros portentos; lo que despertó de inmediato los más dulces sueños áureos.

Lo cierto es que en el Coro de 1529, españoles y alemanes tenían la mirada puesta en el

imaginario país del oro y el otro paso al mar del Sur: un camino que, deducían, los llevaría

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con mayor celeridad a los tesoros. El nuevo pasadizo secreto estaba, o debía estar, según

calculaban, entre la ruta al mar del Sur descubierta por Vasco Núñez de Balboa en 1513 –lo

que hoy es Panamá– y el estrecho de Magallanes, descubierto en 1522. Pero lo que mediaba

entre ambos puntos era lo que hoy llamamos América del Sur, nada menos que los llanos y

la selva amazónica con sus tormentosos ríos y sabandijas de toda clase, fiebres, desiertos y

lagos inmensos; hambre, un clima enloquecedor, la humedad que todo lo pudría, ciénagas.

Millones y millones de kilómetros cuadrados, todo ello cruzado a lo largo por la siempre

nevada cordillera de los Andes, más alta e imponente que cualquiera del Viejo Mundo.

Y en medio de toda esta vasta y magnífica visión geográfica, en parte imaginaria y en parte

real, cabe preguntarse por qué eligieron Coro. Recordemos que la costa septentrional de

Tierra Firme había sido imposible de conquistar, y que durante la primera mitad del siglo

XVI subsistió la esperanza de encontrar un paso entre los golfos de Castilla del Oro –hoy

costa colombiana– y de Venezuela a las islas de la especiería; en virtud de lo

excesivamente largo del trayecto por la ruta magallánica. Unos lo buscaron por el río de la

Plata, el Magdalena o el Amazonas; otros cayeron embrujados por las posibilidades del

lago de Maracaibo. En todo caso, lo que hoy es Coro estuvo en el ojo del huracán, pues,

como sospecha Juan Gil, era un lugar privilegiado: ya Manaure le había ofrecido a Juan de

Ampiés –nombrado en 1511 factor en La Española por el rey Fernando - pacificar la zona y

guiarlo hasta el mar del Sur; sin duda, suficiente razón para que los Welser le pidieran al

endeudado rey de España ese pedazo de árida tierra. (1999, t. III)

Pero si Alfinger llega a estas costas en 1529 y Carvajal asesina a von Hutten en 1546,

principio y fin del sueño dorado Welser; 1531 marca el otro hito: la conquista de Perú por

Francisco Pizarro. Por fin oro y plata en abundancia, grandiosa confirmación de todas las

leyendas. Además encuentra esmeraldas, lo cual confirmaba lo establecido por Cayo Julio

Solino en su De Mirabilibus Mundi. Ahora urge, más que nunca, localizar el lugar donde

nacía el oro y el paso directo al mar del Sur. La competencia fue inmediata y desalmada.

2. Amos por voluntad real

El 27 de marzo de 1528, Enrique Ehinger y Jerónimo Sailer firman el contrato que les

daba la capitulación sobre la provincia de Venezuela. En 1530 traspasan los derechos a

Bartolomé y Antonio Welser; la Tierra Firme vivirá, de la mano de sus gobernadores, los

años dorados de la aventura alemana.2

2.1 Juan el sencillo cristiano y Ambrosius el hombre de piedra

El 24 de febrero de 1529 los bajeles alemanes recalan en la bahía de Coro. El mismo día

desembarcan la tropa y la oficialidad, compuesta de aventureros alemanes, españoles y

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portugueses, e incluso algunos negros de Nueva Guinea. Suman 700 hombres y cuentan

con 80 cabalgaduras (Castellanos, 1987; Humbert, 1983). Tocan tierra enmarcados por el

golpe marcial de los tambores de guerra, las trompetas, el ruido de las armas y el bufar de

los caballos, y así marchan hasta Coro, donde los recibe Juan de Ampiés. Llegan vestidos

con jubones de seda, calzas de paño y tocados con penachos de plumas de colores. Se

sienten ricos y poderosos. Ha llegado ostentando el mando Ambrosius Alfinger, emisario

alemán y Gobernador, por voluntad real, de la provincia de Venezuela.

El enfrentamiento sobreviene a los pocos días y es protagonizado por Ampiés y Alfinger.

Aquél renuncia de inmediato a la defensa militar de su ansiada posesión y acata la voluntad

real, quedando Alfinger como gobernador. Febril, el tudesco nombra cabildo, reparte

solares, inicia la construcción de la iglesia, de la cárcel y de la horca. En fin, pone todo en

orden. El hispano presenta el recién llegado a los caciques, logrando de estos una buena

acogida. Sin embargo, a los pocos días y de manera sorpresiva, Alfinger ordena encarcelar

a Juan de Ampiés; le acusa de soliviantar a la tropa para abandonar Tierra Firme y

refugiarse en Curazao. De este suceso nació una imagen contrastada que permitió a

Arciniegas (1990) retratar un Alfinger duro, un hombre de piedra, en oposición a un

Ampiés sencillo y cristiano.3

Los sueños del factor Ampiés se truncan. Encarcelado, firma un documento que le excluye

en forma definitiva de la conquista de Tierra Firme. Se comprometió a viajar hasta La

Española sin cambiar de ruta y no volver al continente; y en efecto, nunca retornó a Coro,

donde se asentó por cerca de veinte años la administración Welser.

3. Alfinger parte tras el otro mar

Si bien es verdad que como entonces andaban vivas las nuevas de la grosedad del Perú y

cada día iban creciendo, pretendía por aquella parte llegar presto allá, por ver que su

gobierno se extendía hasta el mar del Sur.

FRAY PEDRO SIMÓN

3.1 Hacia el Coquibacoa

Alfinger se encuentra en Coro con Esteban Martín y Pedro de Limpias, antiguos

subalternos de Juan de Ampiés. Martín será el cicerone de los alemanes, a los que unirá su

destino en la aventura que pronto iniciarán. Puso al servicio de la causa del rey su

conocimiento de la lengua de los nativos, tesoro invaluable, sobre todo en los primeros

tiempos. Pedro de Limpias, también conocedor de las lenguas indígenas, participará en las

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expediciones de Alfinger y marchará con Federmann hasta Bogotá, pero su figura destacará

en el escenario de esta historia a partir de 1541 junto a Philipp von Hutten.

En agosto de 1529 Alfinger ordena la partida. Son 180 hombres y los guía Martín (Friede,

1961)4; eligen el occidente como ruta, buscan el mar del Sur. Está convencido de que su

gobernación llega hasta el otro mar. Ningún europeo, hasta donde se sabe, conocía más allá

de las inmediaciones de Coro; lo demás dormía en el país de los sueños, desde donde

surgían ciudades de oro, bañadas por inagotables ríos que arrastraban en sus aguas el

precioso metal.

Divididos, unos por mar y otros por tierra, avanzan hacia el ocaso. En la caravana van

mujeres y niños. Cruzan un paisaje caliente de cardonales y espinas, horizonte de tierra

dura, seca y amarilla; de un cielo azul impío y sin agua. Tierra de culebras y matorrales,

siempre flanqueada al Sur por la sierra y al Norte por un mar sin estruendo, tierra por

conquistar. Dura debió ser la travesía hasta llegar al lago de Coquibacoa, el 8 de septiembre

(Friede, 1961). En la otra ribera encuentran un asentamiento y una vasta planicie que

perciben estéril. Están en Maracaibo.5

Maracaibo, tierra donde indios de gran habilidad marina según los cronistas, vivían en

palafitos. Tierra de hombres de buena disposición y mujeres de buena gracia y hermosas,

como dijera fray Pedro Simón (1987). Tierra de aborígenes atrevidos y belicosos en el

agua, donde nació el nombre de Venezuela según nos narra Aguado (t. I, 1963). Allí,

Alfinger deja instalado un pequeño poblado, su escribano tendrá un papel decisivo en esta

historia; se trata de Juan de Carvajal. Se encuentran, según sus cálculos, a 40 leguas de

Coro. (Simón, 1987)

Cuenta Aguado que: “había y hallose algún oro entre los naturales, mas no era en tanta

cantidad como los españoles y sus gobernadores quisieran”. El oro fue enviado a Coro

junto con algunos indios capturados a cambio de tropas frescas y bastimentos (t. I, 1963, p.

63). Desde el borde oeste del lago continuaron derrotero hacia la península de la Goajira.

En el curso de esta expedición murieron 70 de los 180 hombres que partieron, menos por

encuentros de guerra y más por los rigores de la exploración; en diez meses recorrieron 400

leguas (Friede, 1961). Oviedo y Baños describió los excesos de Alfinger con su propia

hueste: “castigando por leves causas con azotes, horcas y afrentas a muchos hombres de

bien”. (2004, p. 35)

Exploraron el gran lago, husmearon hasta los más recónditos lugares buscando sin cesar el

paso secreto, que constituía su objetivo principal. Con asombro, cuenta fray Pedro de

Aguado (1963) que Alfinger utilizó una canoa hecha de un solo madero, donde cabían

cuando menos 40 hombres y seis caballos; y que nunca volvió a verse una igual. Y aunque

el estrecho no apareció el Gobernador concluyó y escribió: “y es de pensar y se piensa que

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la dicha laguna toca en el Mar del Sur, por muchas y legítimas razones” (Friede, 1961, p.

182). Enfermo de fiebres, tras casi un año de expedición, ordenó el retorno a Coro. Allí, se

encuentran por primera vez Ambrosius Alfinger y Nikolaus Federmann.

4. Un capitán suavo, blanco y pelirrojo

Cuando Nicolás Fédermann se acaricia la barba bermeja y sus ojos azules miran la línea

del horizonte en donde se tocan el cielo y el mar, quizás sueñe en que el castillo de madera

que ahora le lleva al Nuevo Mundo, tornará navegando sobre olas de oro.

GERMÁN ARCINIEGAS

4.1 Gobernador sí, gobernador no

“En el año de mil quinientos veintinueve, el segundo día del mes de octubre, salí yo,

Nicolaus Federmann, el joven, natural de Ulm, de Sanlúcar de Barrameda, puerto de mar en

España” (1988, p. 156). Natural de Suavia, de rostro blanco y pelirrojo, hombre culto, de 29

años, que ha sido nombrado capitán de un barco y de 123 hombres de guerra, todos

españoles. Lo acompañan además 24 mineros alemanes. Tiene instrucciones de ponerse a

las órdenes de Ambrosius Alfinger, Gobernador en las Indias de la Mar Océano.

Al desembarcar en Coro, el 8 de marzo de 1530, conoce que Alfinger partió hace meses al

mando de una expedición en busca de los pasos secretos; que con sus fuerzas camina hacia

el corazón mismo de esta tierra; que tal vez ha encontrado tesoros y minas de oro, pero que

durante todo ese tiempo no se han tenido noticias suyas ni de su tropa. El país, dice

Federmann, lo gobierna Luis Sarmiento. El 18 de abril arriba una armada de tres navíos que

envían los Welser, a bordo de la cual viene Hans Seissenhofer, designado en Europa

sucesor de Alfinger, pues temen no regrese de su expedición y que el español Sarmiento no

represente en forma adecuada sus intereses. El nuevo gobernador, llamado en Coro Juan el

Alemán debido a su complicado nombre, depone a Sarmiento y nombra a Federmann

teniente general.

De manera sorpresiva, 15 días después llega Alfinger con el resto de la expedición y retoma

sus funciones. La situación en Coro es tensa, los grandiosos tesoros no acaban de aparecer;

sin embargo, el sentimiento general era que estaban muy cerca. Alfinger ha regresado con

las manos casi vacías, de paso a La Española según él para curar su enfermedad, pero

llevando parte del oro habido en la expedición.6 Por esos días llegan a la Gobernación

noticias alarmantes; en Santa Marta y Cubagua preparan marchas al interior. Todos

pretenden llegar primero adonde nace el oro. Y Federmann aprovecha la situación;

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convence a la tropa de seguirlo. Ha sido designado por Alfinger teniente de gobernador,

capitán general y alcalde mayor de Coro; con esta autoridad decide partir.

4.3 Federmann hacia el mar del sur

Federmann se justifica y escribe:

Al encontrarme en la ciudad de Coro con demasiada gente innecesaria e inactiva, determiné

emprender un viaje tierra adentro, hacia el mediodía o Mar del Sur, con la esperanza de

hacer allí alguna cosa de provecho. Preparé todo lo necesario para tal viaje y el 12 de

septiembre del año treinta partí con ciento diez españoles a pie y dieciséis a caballo, con un

centenar de indios naturales del país, pertenecientes a la nación llamada de los Caquetíos,

que llevaban víveres y otras cosas necesarias para nuestra seguridad y abastecimiento.

(1988, p. 169)

Regresan a Coro el 17 de marzo del año siguiente. La expedición había llegado más allá de

Barquisimeto, hasta el hoy estado Portuguesa; algo del sueño dorado traían en sus manos:

En todos estos pueblos o aldeas de esta provincia de Variquecimeto nos dieron muestras de

buena amistad y nos hicieron regalos sin obligarles a ello, sino por su propia voluntad y por

un valor de tres mil pesos oro, que son alrededor de 5.000 florines del Rhin, pues son

gentes ricas que tratan, trabajan, elaboran y venden oro. (Federmann, 1988, p. 191)

No obstante, en su ruta la amenaza, el saqueo y la muerte acompañaron a la negociación,

quedando confederados múltiples pueblos de diez naciones indias. En su Historia Indiana,

Federmann deja constancia de haber encontrado criaturas asombrosas, desde caníbales y

guerreros indomables hasta enanos y negros. Pero sobre todo, escuchó lo que quería

escuchar:

En esta provincia [Barquisimeto] oí hablar de otro mar, que llaman del Sur o Mediodía, que

era precisamente el que pensábamos alcanzar y que, como ya he dicho antes, era la causa

principal de nuestro viaje; pues allí era donde esperábamos encontrar más que en ningún

otro lugar grandes riquezas en oro, perlas y piedras preciosas,… (1988, pp. 192-193)

Antonio de Naveros, contador de la expedición, supuso por su parte que: “… en las dichas

sabanas [Barquisimeto] había sierras rasas donde había muchos nacimientos de aguas y

tenían mucha disposición para haber en ellas oro”. (1988, p. 286)

Pero a Federmann le falta por enfrentar la otra cara del poder. Cuando llega a Coro, el

gobernador Alfinger, restablecido en La Española y en plenas funciones, lo hace

aprehender. Lo acusa de haberse tomado atribuciones que no le correspondían. Sin duda el

gobernador ha pasado tiempos de gran incertidumbre, temiendo que fuera a su intrépido

lugarteniente al que se le rindiera, antes que a nadie, la diosa Fortuna. Pronto, lo más rápido

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que puede, lo envía acusado a Europa. Después de resolver el obstáculo que le significaba

el ambicioso Federmann, prepara su segunda expedición. Corre el año 1531.

5. Hacia el valle de Upar

… más adelante la vía del sur había muy grandes poblaciones todos de condahuas y era

tierra de muy grandes sabanas y muchos arroyos de los cuales decían que sacaban el oro.

ESTEBAN MARTÍN

5.1 El país de Cuandi

Coro, principios de 1531. Alfinger tiene el camino libre, la Regencia lo ha confirmado

Gobernador en nombre de los Welser. El 9 de junio parte la comitiva; cuarenta jinetes y

250 infantes. Como la vez anterior caminan buscando Maracaibo. Una vez más van hacia el

mar del Sur, pero su derrotero los llevará por nuevos rumbos. Creen conseguir su objetivo

siguiendo el valle de Upar, al que imaginan como un gran portillo por entre las montañas.

Saben que en aquella ruta habitan indios que viven del trueque de sal por oro. Esteban

Martín al observar el paisaje concluye: “tenemos por muy cierto que habrá oro de minas

por la gran disposición de la tierra”. (1988, p. 254)

Llegan a territorio de los pacabueyes, en la hoy región colombiana de Valledupar. Según

Aguado, la laguna de Tamalameque y sus islas desatan la violencia: “[los indígenas] casi

ponían por señuelo el oro y riquezas que tenían, entendiendo con la vista de ello atormentar

los codiciosos ánimos de los españoles y su gobernador” (t. I, 1963, p. 69). José de Oviedo

y Baños, siguiendo a los primeros cronistas, describe el encuentro: “como furias desatadas,

talaron y destruyeron amenísimas provincias y deleitosos países” (2004, p. 34). El 6 de

enero de 1532, Alfinger envía el tesoro arrebatado con el capitán Iñigo de Vascuña, al

mando de 24 hombres. Según inventario se llevaron:

Mil setecientos veintitrés caricuries, grandes y chiquitos; mil cien orejeras de filigrana, dos

mil trescientos treinta y un canutos, mil cuatrocientos cincuenta y tres manillas, treinta y

tres pesos de brazaletes, diecisiete águilas, cuatro cemies, una cabeza de águila, nueve

figuras de indio, una figura de mujer de oro fino, grande; dieciocho orejeras de andanas,

una cabeza grande de cemi con una diadema, veinticinco orejeras redondas y otros. (Friede,

1961, pp. 197-198)

Con el mar del sur en la mira, le ordenó a Vascuña ir: “por una tierra en descubrimiento de

una laguna [próxima a la de Maracaibo] de que tenía noticia de dichos indios” (Ramos,

1987, p. 68). Llevan como misión adicional reclutar tropa fresca. Vascuña decide en secreto

seguir una nueva ruta que calcula más directa.

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Partido Vascuña reanudan la marcha y llegan a Tamara. Cuenta Esteban Martín que allí se

trabaja el dorado metal con yunques, hornos, martillos y balanzas. El sueño del oro se

precipita en cada nombre que emerge de las voces indias. Cada pueblo, cada laguna,

aproxima a los tesoros. Cimpachay, laguna de Zapatosa, Cumiti… y Cuandi, Coyandin,

Cayandin, tan famoso que es el lugar más nombrado en 100 leguas: “Decíannos de

cayandin que tenían los indios tanto oro que si allá fuésemos no tendríamos en qué traerlo”

(Martín, 1988, p. 259). Tres días se precisaban para atravesar Cuandi, y en sus numerosos

ríos el oro corría libre. El mar del sur queda en suspenso. Avanzan eufóricos, pero el

infranqueable Magdalena los detiene.

Seis meses de conquista produjeron “más de cien mil castellanos de oro fino, sin lo que

ocultaron los soldados, que fue cuasi otro tanto” (Oviedo y Baños, 2004, p. 37). El oro

conseguido fue producto de tal cuota de violencia conquistadora que Baralt (1960, p. 168)

la calificó de “inútil y asoladora”, Tarre (1986) de genocida y hasta hoy es tema de

controversia para la historia de Colombia y Venezuela.

5.2 El tesoro perdido de Vascuña, la muerte de Alfinger y el regreso a Coro

Pero Vascuña no volvía. El hambre los agobia y a falta de alimentos buenos son los

caracoles de la ciénaga. Alfinger, preocupado por el destino del oro, envía a Esteban Martín

con 20 hombres a investigar. Vuelve a encargar refuerzos y, además, pide lo necesario –

incluyendo carpinteros– para construir barcos con los cuales derrotar al Magdalena y

alcanzar Cumiti y Cuandi. Parte Martín el día de san Juan de 1532. Tardan 34 días en llegar

a Maracaibo y no encuentran señales de Vascuña y su grupo. Retornan al campamento y

reunidos deciden acometer una vez más el paso del Magdalena. Intentan llegar a Cuandi,

pero el torrente los detiene. En contra de los deseos de la tropa, Alfinger renuncia al asalto.

Acuerdan volver a Coro.

Retornan con un tesoro ensangrentado, el de Vascuña lo dan por perdido. Sólo desean

alcanzar la costa para poner a salvo lo ganado. Creen encontrarse al sur de Maracaibo, pero

en realidad están perdidos. Alcanzan montañas nevadas y despeñaderos; vagan por los

páramos andinos. Por fin un pueblo, cuando llegan lo encuentran quemado. Se desvían al

noreste y dan con el paso a las zonas bajas. Están exhaustos.

Las nieves han quedado atrás. Buscan la salida al lago de Coquibacoa. Esteban Martín sale

por delante, pero tarda demasiado. Alfinger, impaciente, decide seguirlo. La tropa le pide

cautela. El tudesco desdeña el consejo, alcanza a Esteban y continúan juntos. En una

escaramuza en el valle de Chinácota –hoy departamento colombiano del Norte de

Santander– un dardo envenenado “que las venas rompió de la garganta” alcanza la

humanidad de Ambrosius Alfinger. El comandante germano agoniza durante tres días.

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Muere en medio de los más terribles dolores. Desde entonces “por morir allí tan cabal

hombre, al valle le quedó su mismo nombre” (Castellanos, 1987, p. 207). Según Friede

(1961) debió morir el último de mayo de 1533. El 1º de junio leen el testamento del

gobernador y eligen como nuevo Capitán a Esteban Martín.

Continúa el retorno a Coro. Un día encuentran un indio que se les acerca amigable y les

habla en castellano. Es Francisco Martín, uno de los hombres de Vascuña. Cuenta la

historia del oro perdido. El capitán Vascuña había decidido seguir una nueva ruta, más

corta; primero repartió el tesoro entre los soldados, pues pesaba más de ciento diez kilos.

Pronto se extravió la expedición. Vagaron por días sin rumbo, sin agua y sin bastimentos.

Aparecieron las temidas úlceras en piernas y pies, Vascuña sucumbió a ellas. No podían

cargar más, ni el oro. Decidieron enterrarlo en un bosque, al pie de un gran árbol. Iñigo de

Vascuña murió cerca de Maracaibo.

Por último, Martín contó que unos indígenas lo encontraron y sanaron; y terminó viviendo

entre ellos, convertido en curandero y unido a la hija de un cacique. Gracias a su

intervención la comitiva es recibida en la aldea. Cuando parten hacia Coro se les unen

Francisco Martín y su mujer. Llegan el 2 de noviembre de 1533. La expedición demostró

que en la zona de los pacabueyes había oro. Sin embargo, en su relación sobre esta

avanzada Esteban Martín escribió, desilusionado, al hablar sobre el lago: “pensábamos que

había estrecho de mar para la tierra adentro, el cual no hay”. (1988, p. 272)

6. Otra vez Nikolaus Federmann

… entre 1533 y 1536, en el área que se extiende de las bocas del Orinoco a Maracapana se

ha renovado una conciencia muy sólida de que, al interior, donde los ríos llaneros tienen

sus cabeceras, había un rico país bajo la línea equinoccial del que procede todo el oro que

llega a las costas del Caribe y de la mar del Sur.

DEMETRIO RAMOS

6.1 Todos contra los Welser y todos hacia el mar del sur

Ambrosio de Alfinger ha muerto. Brota el resentimiento español. Los colonos se sublevan

contra los alemanes, a quienes consideran usurpadores. Estalla en 1533 la primera rebelión

que vive Coro. Abundan hombres frustrados, desesperados y empobrecidos. Entre las

reclamaciones destaca una: incluir el valle de Upar en la Gobernación de Venezuela, pues

éste era considerado vía segura hacia el otro mar y hacia las riquezas de tierra adentro.

La administración alemana obra con desacierto. Incurre de manera reiterada en faltas

administrativas; evade los pagos que debe hacer a la Corona y, sobre todo, contrabandea. A

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pesar de todo, Carlos V respalda las medidas que los Welser aplican. La burocracia

española se duele y se opone cada vez con mayor fuerza. En 1533 y 1534 estallarán

protestas cada vez más serias, pero siempre se impondrán las posiciones de los Welser. Los

banqueros ignoran a las autoridades intermedias. Por si fuera poco, se saltan a la Audiencia

de Santo Domingo y sus engolados empleados reales, que nunca dejaron de sentir apego

por la causa de Juan de Ampiés.

Aparece entonces el obispo Rodrigo de Bastidas, nombrado primer obispo de Coro,

segundo de Tierra Firme, quien llega a Coro en 1534 como gobernador interino, con la

misión de evaluar la situación e informar de lo que encuentre a la Corte. A su arribo

enfrenta las pugnas entre alemanes y españoles, logrando apaciguar los ánimos.

El triunfo de los españoles fue relativo; las diversas cédulas reales de fines de 1534 e

inicios de 1535 fisuran el monopolio comercial y las rígidas disposiciones que mantenían

los Welser. Se autoriza el reparto de encomiendas y se toman medidas que pretendían evitar

los abusos de autoridad. Pero no se logra colocar un gobernador español. A todas estas, el

ansiado estrecho al mar del sur no aparecía, y la pobreza campeaba entre los vecinos a

pesar del oro sustraído a los pacabueyes. Guiñapos de conquistadores encuentra el obispo

Bastidas a su llegada a Coro el 11 de julio de 1534.

6.2 Nikolaus Federmann y Georg Hohermuth von Speyer: dos caminos hacia el oro

Federmann, mientras tanto, está en Europa. Primero en Medina del Campo, sede temporal

de la Corte española, adonde llega en julio de 1532. En agosto del mismo año visita

Augsburgo, donde maniobra a su favor ante los Welser. Aguado nos dice que utilizó para

ello “algunas ricas joyas y piezas de oro” traídas de Venezuela (t. I, 1963, p. 115). Llega

acusado por Alfinger y sale nombrado gobernador.

El 19 de julio de 1534 es nombrado sucesor de Alfinger. Pero se hace presente el partido

antialemán. En Coro, la noticia del nombramiento de Federmann aviva el resentimiento.

Nace un movimiento de oposición organizado y se envía a España una delegación. Luis

González Leiva y Alonso de la Llana se presentan ante el Rey en otoño de 1534, se quejan

de los agravios de que han sido víctimas por los tudescos, incluido Federmann. Piden que el

gobernador sea un castellano. El movimiento no prospera, pero surge como gobernador de

coyuntura Georg Hohermuth von Speyer o de Spira: joven, bávaro, miembro de una familia

de gran prestigio en Alemania, parece que incluso pertenecía a la nobleza rural. Carlos V

los había distinguido con un escudo de armas.

La ansiada búsqueda del oro se impuso una vez más y a Coro llegan, en febrero de 1535,

Spira, Philipp von Hutten y el mismo Federmann. Pasado el clímax político y llenado el

12

vacío con un nuevo gobernador, todos, hispanos y alemanes, marchan una vez más en la

búsqueda de las riquezas y los caminos infinitos.

7. Tras el reino del Meta

Ordenó la Audiencia de Santo Domingo en octubre de 1533: “… procuren de entrar en la

tierra adentro todo lo más que pudieren, que no es posible sino que hallen y descubran

grandes secretos y riquezas; …”

JUAN GIL

7.1 El cálculo, el sueño y la partida

Sevilla. Jorge de Spira, flamante e inesperado Gobernador de una tierra que no conoce,

eroga de inmediato 817 maravedíes de su peculio para aderezar la flota que lo llevará a

Venezuela. Se decía que a su mando quedaban 500 hombres. Parte de Sanlúcar de

Barrameda, arriba al puerto de Coro el 6 de febrero de 1535. En su travesía a Tierra Firme,

Spira tocó las Canarias y Puerto Rico, donde se le sumaron algunos baquianos de las

huestes de Sedeño, Herrera y Ortal, quienes partieron de Paria y Maracapana en busca del

legendario Meta. Sabían del Nuevo Mundo, estaban probados en luchas contra

cumanagotos. Fueron una valiosa adquisición para el alemán novel.

En Coro se encuentran Spira y Federmann. En su momento, ambos han sido nombrados

gobernador, enfrentan la situación y llegan al mejor arreglo posible. Ambos vienen en pos

del oro, ambos irán por él. Cada uno por su lado, cada uno con parte de las fuerzas

disponibles; nadie entregará cuentas. Se organizan dos expediciones.

Jorge de Spira parte el 12 de mayo de 1535. Le acompaña Philipp von Hutten y es guiado

por el legendario Esteban Martín. Spira subvierte el primer sueño germano. Abandona la

búsqueda del paso a la otra mar, la ruta de la especiería y el oro del país de las lagunas, allá

por donde descansaba el difunto Alfinger. Busca otro lugar: el reino del Meta, el que se

asienta en la selva, junto al lecho de la misma ecuatorial, al pie de los Andes nevados. Titus

Neukomm, empleado de los Welser y testigo de la partida, escribió:

Creemos todos en la buena suerte –del viaje– y en las muchas riquezas y oro, pues aquí ya

sabíamos muy bien que la tierra adentro está llena de oro y solamente hay que arriesgarse a

soportar las dificultades y los trabajos de recogerlo y buscarlo y en hacer guerra a los

indios. (1988, p. 408)

Spira calculaba concluir la expedición en dos años y medio. Si además encontraba la otra

mar, que mirando bien las cosas creía muy posible, significaría que era el hombre más

amado, entre todos los alemanes y quizás del mundo entero, por la diosa Fortuna.

13

7.2 Sólo regresaron cien hombres

Siguen la ruta del mediodía. Sale al mando de 310 hombres y con 80 bestias. Van entre

ellos hombres de Paria y Maracapana. Pronto los nuevos resienten los rigores del clima

tropical. El 26 de junio, en el llamado valle de las Damas –hoy valle de Barquisimeto–,

saben de un asentamiento indígena, reúnen a sus fuerzas, y, según crónica de von Hutten:,

“invadimos, (...) acuchillamos a algunos y cogimos presos a unos 60...” (t. I, 1988, p. 350).

Pasan por pueblos abandonados.

Desde Barquisimeto continúan y penetran en Los Llanos. Topan con las cordilleras nevadas

y la región cenagosa que inunda el río Portuguesa. A fines de agosto, en un pueblo

abandonado, capturan a un cacique que les informa de un lugar donde yacen grandes

fortunas. Poco después descubren que todo era falso. Para noviembre había más de 80

hombres enfermos. El 18 de noviembre cruzan un río y acampan. El 20 parten; “no

teníamos ningún camino y no sabíamos qué hacer”, recuerda von Hutten. (t. II, 1988, p.

356)

Spira avanza, siempre al Sur. Para febrero encuentra los afluentes del Apure y los salvan.

Cruzan el Apure mismo y continúan hacia el Sur, llegando al infranqueable Arauca, desde

donde se ven montañas cercanas. Del otro lado de estas, aseguran los aborígenes, está el

Meta. El mes de marzo trae noticias de la boca de Guayquiri, un cacique local. Este ratifica

lo que otros han dicho y estimula el sueño: en la otra cara de la montaña hay oro y plata, es

tierra de sabanas, donde el viento corre helado y libre, y se come y se toma agua en vasijas

de oro; “las había visto con sus propios ojos” (von Hutten, t. II, 1988, p. 359). El lugar está

a sólo dos lunas. Intentan encontrar el paso guiados por el mismo Guayquiri, pero fracasan.

En abril de 1536 siguen al pie del Arauca; desesperados. El Arauca ni se acaba ni cede.

Ocho meses errando, mientras lo veían pasar majestuoso, conteniéndolos. El calor y la

humedad hacían de aquellos parajes un lugar nauseabundo, pero esto –según creían–

facilitaba el crecimiento del oro en sus entrañas. Durante esos días, cuenta von Hutten,

muchos murieron en la más horrible de las miserias, convencidos de que en la otra banda

los esperaba el Meta dorado, abundante y generoso.

Primero de diciembre. El capitán germano decide cruzar el Arauca, y lo logra. Pasan 140 de

infantería y 44 de a caballo. Pero muy pronto aquella tierra se torna en un infierno. Son

atacados por guerreros que ostentan en sus tocados los cascabeles de las serpientes. Día de

navidad en la selva, están perdidos, siguen buscando. Caen sobre un pueblo, obtienen 10

prisioneros, sueltan algunos como ofrenda de paz y nunca vuelven. Por fin encuentran oro y

plata: “y preguntamos a los indios de dónde venían estos trozos; ellos dijeron que del otro

lado de las montañas” (Von Hutten, t. II, 1988, p. 361). Envía a Esteban Martín con 50 de

tropa a buscar el paso. Regresan vencidos.

14

Comienza 1537. Fracasado el intento por ubicar el paso entre las montañas vuelven la

espalda a la cordillera, caminan más al sur. Días de camino, más violencia y más hambre

hasta llegar a un río enorme, el Marañón, ubicado en la región Orinoquía de Colombia o

Llanos orientales. El madrileño Diego de Montes, cosmógrafo y cirujano, saca el astrolabio

y mide; se hallan a dos grados y dos tercios del ecuador, “ya no veíamos la estrella polar”,

escribe von Hutten. (t. II, 1988, p. 363)

Conducidos por Esteban Martín llegan al Guaviare y aún más allá, hasta un río de intenso

color verde, como el limón. Lo bautizan río Vermejo, hoy Caquetá. Diego de Montes

vuelve a medir las estrellas y les comunica que están a un grado de la línea equinoccial.

España ha quedado muy lejos. Philipp von Hutten recordó: “Hasta el momento habíamos

marchado del norte al sur; pero allí los indios nos dijeron que, si buscábamos oro, era mejor

que pasásemos al lado derecho...” (t. II, 1988, p. 363). Abandonan la ruta del mediodía y

vuelven a las montañas. A su paso se suceden pueblos vacíos.

Avanzan convencidos de que deben trasponer las montañas, último obstáculo que los

separa del oro. ¡Debe estar tan cerca! De nuevo el invierno se interpone, un enorme río los

detiene, necesitan encontrar un paso. Envían al infalible Esteban Martín, quien fracasa.

Herido siete veces es llevado al campamento. Pero las fiebres malsanas le aseguran veinte

días de agonía. La tropa se desmorona, el miedo carcome los corazones más templados.

Muere Esteban Martín y no hay intérpretes, no hay arcabuceros, no hay ballesteros. Siguen

escuchando que el oro y las riquezas están cerca, muy cerca; aun así todos desean volver a

Coro. Sin embargo, Spira no es hombre que renuncie y ordena de nuevo cruzar el Vermejo,

continuar cueste lo que cueste, pero nadie le sigue.

El 13 de agosto de 1537 emprenden el regreso a Coro, en un camino de muerte (Friede,

1961, p. 356). Jorge de Spira intenta hacerlo lo más rápido posible, pero las crecidas lo

detienen. Por primera vez van buscando el norte, de espaldas a la selva. Pasan la navidad en

las riberas del Apure. Los indígenas capturados en la travesía les dicen que recién pasó una

tropa, tal vez al mando de Federmann, y que marchaban al Sur. Primero no lo creen,

después encuentran las huellas y se convencen. Spira ordena a von Hutten alcanzar a los

expedicionarios, pero el Apure vuelve a detenerlos. Los otros ya lo han cruzado y llevan

tres meses de ventaja, von Hutten y su grupo regresan y se reúnen con Spira.

27 de mayo de 1538. Llegan 80 hombres de a pie y 30 de caballería. Von Hutten escribió en

su Diario:

Desde hace tiempo creían que habíamos muerto y habían vendido y repartido también los

trajes y utensilios que habíamos dejado aquí (…) no estábamos mejor vestidos que los

indios que andan desnudos (…) Sólo Dios y los que lo han experimentado juntos, saben

cuánta necesidad y miseria y hambre y sed, y pena y trabajo sufrieron los pobres cristianos

15

en estos tres años; hay que admirarse que cuerpo humano pueda soportarlo por tanto tiempo

(…) los cristianos estaban tan consumidos y tan resecos que a nosotros que pudimos salvar

la vida, Dios nos ha dispensado su gracia. (t. II, 1988, pp. 367-368)

Había terminado el primer viaje por la ruta del mediodía. Más de un año después, un von

Hutten convencido escribió a un amigo: “os digo que si hubiera podido alcanzar a dicho

Federmann, estaría ahora en un país más rico que el Perú”. (Von Hutten, t. II, 1988, p. 371)

8. Nikolaus Federmann y el contagio maracapanero7

Dijo Federmann a Fernández de Alderete: “que venía con aquella gente a se juntar con él

para que debaxo de su bandera fuesen aquel viaje (…) a la provincia de Meta [que] hera

rica”.

DEMETRIO RAMOS

8.1 De las perlas hacia el Sur

A comienzos de 1536 Federmann está en el cabo de La Vela. Enviado por Spira y tras un

fracasado intento por extraer perlas, da la espalda al mar y de cara al Sur penetra el valle de

Upar, hacia el famoso país de las lagunas de Alfinger. Él lo sabe. Sabe con exactitud lo que

Spira desconocía: los balances en oro de las expediciones anteriores. Ambrosius Alfinger

obtuvo en su corta estadía poco más de 9.586 pesos en oro, mientras que él sólo alcanzaba

3.570 pesos (Friede, 1961, pp. 191 y 255). Conoce los detalles de cada salida al interior,

pues tuvo y tiene contacto personal con la tropa. Sabe que sólo del dominio de los

pacabueyes se ha obtenido más oro que el recogido por todas las demás expediciones.8

Pero sobre todo confía en una conseja, muy comentada por la tropa de Alfinger, que decía

que remontando el Magdalena se asentaba un rico imperio de indios poderosos. Federmann

está dispuesto a conquistarlo, estuviera en la Gobernación que estuviera. Bastante se había

discutido si aquel mítico lugar le pertenecía a Venezuela o a Santa Marta, alegato de

tinterillos y muy menor, a su parecer.

Aprehendido por una avanzada del gobernador de Santa Marta, Federmann desiste por lo

pronto de su avance y emprende camino hacia Coro. Transcurren tres meses. Precavido, ha

colocado tropa en lo alto de la serranía de Carora para custodiar la salida de Los Llanos;

cualquier entrada o salida de cristiano le sería reportada. Diego de Martínez, comandante de

la fuerza acampada en la serranía, explora los valles del Tocuyo y Carora.

Mientras, desde el Neverí, en la Gobernación de Maracapana, ha salido en febrero de 1536

una expedición comandada por Jerónimo de Ortal, quien emprende una vez más la

conquista del Meta, convencido de que llegará a las minas que alimentan la riqueza del

16

Perú (Ramos, 1987, p. 126). La insubordinación se impone en las figuras de Escalante,

Martín Nieto y Juan Fernández de Alderete. Según Oviedo y Baños 60 hombres huyen a la

Gobernación de Venezuela (2004, p. 89), con la intención de proseguir la conquista de las

regiones auríferas. Buscaban la casa del sol, escondida en algún lugar del Meta. Pasarán a

la historia como los pecadores de Sedeño. Llegan al portillo de Barquisimeto, donde se

encuentran a los hombres de Diego de Martínez asediados por indígenas. Los europeos se

dan apoyo mutuo. La avanzada coriana envía la inquietante novedad al tudesco.

8.2 De Coro al valle de Santa Fe buscando el país del Meta

El 14 de diciembre de 1536, en Coro, Federmann decide salir de manera imprevista so

pretexto de que le urge saber si el gobernador necesita auxilio (Ramos, 1987, p. 125). En la

ciudad algunos, como el obispo Bastidas, dudan de sus intenciones. A cincuenta leguas de

Coro se encuentra con Alderete y Nieto, conoce sus planes y los intentos repetidos de Ortal

y Sedeño por llegar al Meta. El mito de los hombres de Maracapana termina por convertirse

en alucinación colectiva. Siguiendo la consigna de éstos, Federmann olvida el país de las

lagunas y decide buscar el país del Meta.

Astuto, Federmann maniobra en silencio y con cautela. Finge amistad con los capitanes

mientras seduce a la tropa, que se suma a sus fuerzas. A Nieto y Alderete los convence de

llegar hasta Coro para recuperar fuerzas y realizar compras para ellos y su tropa. Les ruega

que lo esperen 40 días. Él parte hacia el Sur al frente de su nuevo ejército. Llevan

suficientes caballos, armas y más de 700 aborígenes encadenados que servían como bestias

de carga. Acampan en Barquisimeto. Ya conoce la ruta, sólo tiene cuidado de evitar

encontrarse con Spira. Cruzan el Apure en abril de 1538, pero el Meta los detiene (Gil,

1989, p. 62). Sobreviven de raíces. La tropa, enferma y extenuada, resiste. Algunos quedan

ciegos debido al hambre. Marchan por un país vacío pues los indígenas, primero ante Spira

y después ante su comitiva, huyen y se refugian en las montañas; abandonan todo antes de

enfrentarlos.

Decidido a buscar el país del Meta entre las montañas, Federmann ordena enfrentar la

cordillera. Los Andes esperan. Tras la primera avanzada exploratoria, Pedro de Limpias

anuncia: han encontrado el paso. Derrotan sombríos y gélidos páramos, sierras magníficas,

montañas gigantescas. Avanzan hambrientos sobre un país deshabitado. Salvan precipicios

con las bestias en vilo. Indios sigilosos los atacan quemando el pajonal seco donde

acampaban. Cruzan el páramo de Sumapaz y llegan al páramo de Fosca, dentro del Nuevo

Reino. Con los primeros días de enero de 1539 alcanzan el valle de Santa Fe, hoy Bogotá.

Pero no están solos. Antes han arribado otros dos grupos de conquistadores. Desde Santa

Marta, 700 hombres habían partido bajo el mando de Gonzalo Jiménez de Quesada y los

17

sobrevivientes alcanzado el valle en 1537. El otro grupo había salido desde Perú, al mando

de Sebastián de Benalcázar (Friede, 1961, p. 301). Días de espera. Los comandantes

negocian, está en juego el país del Meta y no hay ventajas para nadie. Los de tropa

aguardan disciplinados. Deciden someterse al arbitrio del emperador en España, para ello

los tres comandantes firman un acuerdo el 17 de marzo de 1539. (Humbert, 1983, p. 87).9

Federmann confía poco en sus posibilidades, pero está dispuesto, como siempre, a llegar

hasta lo último. Sin embargo; procede con extrema cautela y renegocia en secreto, con

Gonzalo Jiménez de Quesada, el 29 de abril de 1539, un acuerdo que reconoce derechos de

los Welser en la Nueva Granada, le garantiza en lo personal cinco partes del botín, el

dominio de las tierras del cacique Tunja, y conservar todo el oro y piedras preciosas que ha

recogido durante la travesía. El resto, incluso la casa del sol, si apareciera en esa comarca,

lo cedía. (Denzer, 2005; Friede, 1961)

8.3 Federmann en Europa

1540. Intrigas y papeleo en la corte de los Augsburgo. Federmann quiso hacer valer el

documento firmado con Quesada, y fracasa. La corte le pasaba factura, saldaba así un viejo

resentimiento latente desde los días de Ampiés. Se desempolvan los informes levantados

contra Nikolaus, se recuerda la insurrección de los colonos españoles cuando fue nombrado

gobernador, se hace presente su condición de simple empleado de los Welser.

Derrotado, decide apelar ante el mismo Carlos V, para lo cual se dirige a la ciudad de

Gante. Cuando llega se encuentra con Bartolomé Welser, quien lo hace arrestar. No logra

ver al monarca. Su patrón lo acusa del robo de 115.000 ducados en oro y piedras preciosas,

y de haber arruinado la Gobernación de Venezuela (Humbert, 1983, p. 88; Arciniegas,

1990, p. 287). Se inicia el juicio en Flandes. Federmann alega que en tanto se dirimen

asuntos coloniales, deben ventilarse ante el Consejo de Indias. Los Welser alegan que se

trata de asuntos privados, para lo cual es competente cualquier juzgado del reino. Triunfan

los banqueros gracias a su influencia con Carlos V. Se procede al juicio, le confiscan los

bienes depositados en Amberes y Sevilla. Parece no haber salida. Está acorralado.

Pero Federmann contraataca. Ofrece probar las irregularidades de la administración Welser,

a quienes acusa de haber defraudado a la Corona más de 200.000 ducados (Gil, 1989, p.

43). El Consejo de Indias solicita que Federmann sea conducido a España para que pruebe

lo dicho. La sola posibilidad de contar con pruebas de que los intereses económicos del

Estado son afectados en forma sistemática causa expectación. El entorno del monarca se

estremece. En 1541 Federmann llega a Madrid en calidad de prisionero y además a sus

expensas, para efectos del juicio.

18

Pero en el verano de 1541 Federmann enferma. El 19 de agosto llama al notario y ante

testigos revela que sus acusaciones eran falsas, que actuó para evitar la cárcel y el embargo,

que en compensación entregaba a los Welser sus derechos sobre los dominios del cacique

de Tunja, aquellos que había adquirido en negociación secreta con Jiménez de Quesada.

Quién sabe si su testimonio fue sincero o negociado. En el invierno de 1542 murió. Gil no

pudo evitar escribir: “un verdadero prodigio de integridad este hombre”. (1989, p. 43)

Y mientras Nikolaus Federmann disputaba y moría en Europa, Jorge de Spira, desde Coro,

anunciaba al monarca en octubre de 1540 que pronto partiría al país aurífero del sur, en

busca del aquel magnífico interior que ninguno terminaba por ver. El obispo Bastidas es su

aliado más entusiasta. La expedición está casi lista cuando a principios de noviembre es

atacado por las fiebres tercianas, muriendo el 11de junio de 1540 (Friede, 1961, p. 372).

Fue sepultado en la catedral de Coro con grandes honores. Sobre su tumba, el padre

Rodríguez de Robledo escribió un epitafio en latín, que decía que aquél había sido un

hombre lleno de virtud, mas vacío de ventura. (Castellanos, 1987, p. 234)

9. Encrucijada de vidas

Hutten siente que el mundo se ha convertido para él en un mar de lodo. ¡Qué oscura y

tormentosa es esta América, y que diáfana y alegre era su patria!

GERMÁN ARCINIEGAS

9.1 Philipp von Hutten: el último aventurero dorado

Philipp von Hutten. También alemán, noble y pariente de poetas. Capitán general de

Venezuela y aventurero insaciable. Marchó con Spira hasta casi llegar al ecuador, siendo

cronista de aquella exploración. Aliado del obispo Bastidas, que vio en él al socio capaz de

colmarlo con el oro que todavía guardaba la selva.

La muerte de Spira sume a Coro en la parálisis; sin gobernador no podía haber entrada. La

impotencia se apodera de los soldados y un grupo, encabezado por Lope Montalvo de

Lugo, decide partir siguiendo la ruta de Federmann hasta el Nuevo Reino, del cual llegó a

ser gobernador. Parece que invitaron a von Hutten, pero el alemán los desdeña y decide

unir su destino al obispo Bastidas.

Desde Coro von Hutten escribe a familiares y amigos. En sus cartas transita de la desilusión

al nuevo entusiasmo. Si en marzo de 1539 escribió a su padre “en esta región no se puede

lograr mucho (…) trataré de salir tan pronto como sea posible”; para diciembre de 1540

comentó a su hermano “… en todas las gobernaciones se espera descubrir grandes riquezas,

especialmente en la nuestra,…” (1988, pp. 373 y 382). Por sus líneas desfilan los grandes

19

ríos, las amazonas y los indios caníbales. Nada importa. A cinco meses de su salida está

convencido de poder “… conquistar y descubrir tierras ricas, pues sabemos exactamente

dónde están”. (1988, p. 386)

Y mientras von Hutten escribe, sueña con ser gobernador y se entusiasma con la casa del

sol; el 12 diciembre de 1540 llega el obispo Rodrigo de Bastidas acompañado por Pedro de

Limpias y asume la gobernación, designando a von Hutten su capitán general. En febrero

de 1541 llega Bartolomé Welser (Ramos, 1987, pp. 416 y 419). Sabe von Hutten que sus

aspiraciones a gobernador han terminado, pero tiene la total certeza de que encabezaría otra

entrada, que bien podría ser gloriosa. Quizás sólo lo atormenta saber si aún estarían a

tiempo.

9.2 Hacia el oro, cueste lo que cueste10

Es el 14 de agosto de 1541, hay expectación en la ciudad de Coro. En misa solemne el

obispo Bastidas bendice a los que parten. Según Simón, financia la expedición ordenando

capturar y vender aborígenes de la laguna de Maracaibo (t. II, 1987). Philipp von Hutten y

Bartolomé Welser encabezan la falange real que marcha en busca de la selva. Su objetivo:

el oro, donde quiera que esté y cueste lo que cueste. Sus fuerzas, poco más de cien hombres

decididos a todo. Como guía parte el veterano Pedro de Limpias (Friede, 1961, p. 380)11

.

Constituyen la mejor expedición posible, pues tienen la ventaja de saber por adelantado a

dónde se dirigen, sólo cabe esperar el éxito.

Una vez más eligen la ruta del mediodía, pues mantienen viva la ilusión de dar con los

tesoros ocultos en las tierras del Meta.12

Siguiendo la misma ruta de Spira, entre enero y

agosto de 1542 avanzan desde Barquisimeto, pasan el Casanare y llegan hasta el río Opía,

un afluente del Meta que cruza el departamento de Casanare (Colombia). Nada los detiene.

Se enteran del reciente paso de Hernán Pérez de Quesada. Cuenta Cristóbal de Aguirre,

expedicionario de von Hutten, que los naturales les informan que la gente del Nuevo Reino

de Granada está: “en busca de una provincia que llaman Ocuarica El Dorado que confina

con las Amazonas” (Ponce, Rengifo & Vaccari, t. I, 1977, p. 494). Quesada, ya

instalado en el mito de El Dorado, seguía por coincidencia la misma ruta de Spira.

Tras el desconcierto entre la tropa, von Hutten ordena seguir a Quesada. Exige marchas

extenuantes, sin consideración para heridos y enfermos. Dos mitos y dos hombres van en

una misma dirección. En la montaña y guerreando con indios de la nación choque lo

encuentra la navidad de 1542. Acosados por los aborígenes choques y el hambre se desvían

y penetran la selva, abandonado el rumbo de Quesada. Narra Ramos que a partir de ese

momento la expedición coriana se internó en tierras pantanosas y tremedales. (1987, p. 424)

20

Llegado enero de 1543 la selva los ahoga. La ruta hacia el Meta se diluye entre ciénagas.

Un nuevo desvío los lleva al sureste. Es invierno. Entre febrero y mayo, un grupo al mando

de Pedro de Limpias incursiona por órdenes de von Hutten y captura un cacique, quien: “…

les dio dos coronas de cabeza grandes de oro fino y preguntado de donde había habido las

dichas coronas dijo que las hubo de las amazonas donde afirmó haber estado,…” (Ponce et

al., t. I, 1977, p. 495). Con ello el mito se reactiva. Al reagruparse la decisión es seguir ese

rumbo, guerreando, soportando enfermedades y hambre. Así terminó 1543.

A principios de 1544 el capitán germano decide abandonar la selva y volver al llano.

Atraviesan el Papamene y llegan a tierras de los guaypíes, quienes les hablan de las

hermosas guerreras. Ya von Hutten había escuchado durante su primera expedición: “…

que en el bello río PAPAMENA abajo, había mujeres que vivían durante algún tiempo del año

sin hombres, lo mismo que se escribe de las amazonas” (Castellanos, 1987, p. 243; von

Hutten, t. II, 1988, p. 370). El mito parece confirmarse.

Cristóbal de Aguirre, expedicionario de von Hutten, al declarar sobre la jornada afirmó que

en la tierra de los guaypíes habían encontrado “collares y joyas de fino oro”, pero que no se

detuvieron porque sabían que tales riquezas provenían de otros pueblos. (Ponce et al., t. I,

1977, p. 494). Extenuados, permanecen hasta fines del 44 en el punto que Spira llamara

Nuestra Señora.13

(Friede, 1961, p. 382)

9.3 Mientras, en Coro…

las autoridades dan por muerto a Philipp von Hutten y nombrado un nuevo gobernador; el

licenciado Juan de Frías, quien ocupado en Cubagua envía a su teniente Juan de Carvajal

como autoridad para Coro. Carvajal tiene la prisa de la ambición y falsifica documentos

que le designan gobernador y capitán general (Friede, 1961, p. 390). Coro era una plaza

desolada y miserable, nada apetecible para hombres de su talla aventurera.

Carvajal abandera la idea de salir a buscar mejores tierras; quizás, sueña, encontrarían oro y

suficientes indios para salir de la miseria. Entre el día 8 y el 10 de abril de 1545 es dada la

orden, y es inapelable. Hombres, mujeres, niños, rebaños y gallinas hubieron de marchar.

Quedaba atrás la administración de los Welser, que tanto odiaba el español Juan de

Carvajal. Llevan un buen número de esclavos jirajaras y caquetíos, tal vez unos 250. Quizás

fue la caravana más numerosa que jamás partiera de esta ciudad. (Silva, t. I, 1983, pp. 321 y

322)

Juan de Carvajal ambiciona llegar hasta un lugar escondido en los confines del Nuevo

Mundo, llamado Sogamoso, al que imaginan cubierto de oro. Siempre el oro. Fueron unos

ocho meses de camino. El 7 de diciembre de 1545, Juan de Carvajal funda Nuestra Señora

de la Pura y Limpia Concepción del Tocuyo (Oviedo y Baños, 2004, p. 140). El tiempo se

21

consume en construir una ciudad de la nada y contra todo. Algo muy alejado de los sueños

de grandeza con que habían salido, y muy cercano a lo que pretendían haber dejado en

Coro. Tal vez no repararon en que eran los primeros colonizadores de esta parte del Nuevo

Mundo.

9.4 Philipp von Hutten en la tierra de los omeguas14

En 1545, una vez repuestos y con parte de la tropa, von Hutten inicia una nueva etapa desde

Nuestra Señora, alcanza las orillas del Guaviare y llega a Macatoa, donde pregunta una y

otra vez por la tierra de los omeguas y los naturales le responden que está río abajo. La

respuesta era la esperada: “…junto a cierta cordillera que en días claros de allí se divisaba,

había grandísimas poblaciones de gentes muy ricas y que poseían innumerables

riquezas;…” (Aguado, t. I, 1963, p. 261). Pero le piden que no incursione en aquellas

tierras, pues a pesar de su reconocida valentía, la gran cantidad de guerreros acabaría con

ellos. Philipp von Hutten desoye el consejo.

Parten de Macatoa y alcanzan la frontera del país de los omeguas. A distancia de una media

vista, se levanta una ciudad tan grande que no alcanzan a distinguir donde termina. ¿Lo

habrían encontrado finalmente? Ese era, tal vez, el día de su mayor gloria. Ante sus ojos

cansados se extienden más casas de las que pueden contar. Están maravillados. El guía les

indica que quien habita la gran casa es el señor del lugar, y que esta también sirve de

templo. Dentro, según les dice: “…aunque tenía ciertos simulacros o ídolos de oro del

grandor de muchachos, y una mujer, que era su diosa, toda de oro, poseía otras riquezas, él

y sus vasallos, que eran muchos,…” (Aguado, t. I, 1963, pp. 264-265). Aquella era una de

las muchas ciudades de los omeguas; en adelante encontrarían otras, cada cual más rica.

¡Han llegado! Imaginan, con justicia, que gracias a su Dios se encuentran ante la Casa del

Sol, el reino del Meta o cualquier otro digno de los sufrimientos vividos. No podía ser de

otro modo. Ellos, más que nadie, bordeaban el ecuador, en tierras bajas, con clima tórrido.

Todos los informantes coinciden en que aquella es la tierra de donde viene el oro, y esto

concuerda con los datos que ellos poseen. Este era el desconocido interior, nunca antes

visto.

Philipp von Hutten avanza arrollador, decidido a capturar el primer omegua que le saliera al

paso; pretendía interrogarlo de inmediato. Los naturales corren azorados. Von Hutten y el

capitán Artiaga, en los mejores caballos, avanzan a la vanguardia, persiguiendo a dos

guerreros. El paso de los brutos se impone y pronto estuvieron sobre ellos. Los indígenas

no tenían posibilidad alguna ante aquellas bestias.

Pero en el último instante, el indígena perseguido por von Hutten se vuelve y aguanta de

pie la embestida. Sereno, templa su lanza. El tudesco cae gravemente herido en el pecho.

22

Cargado en una hamaca es evacuado. El alemán resiste, impasible. Diego de Montes obra el

milagro y von Hutten sobrevive. Pero están rodeados de omeguas que vuelven a la carga.

Von Hutten herido no puede comandar sus fuerzas, le entrega el mando a Pedro de

Limpias. Con escasa caballería y sus lanzas, 38 europeos se baten, resisten el asalto y luego

la infantería arremete con las espadas. Nunca se sabrá toda la verdad de esa famosa batalla,

lo único cierto es que vencieron a los omeguas.

La batalla ha terminado y retornan a Nuestra Señora. Las noticias del triunfo y las riquezas

desatan tal alegría que, según Aguado (t. I, 1963, p. 269): “…ya se juzgaban por poseedores

y señores de aquella próspera y rica tierra,…”. Sin embargo, dicen los antiguos cronistas

que la falta de tropa, armas y caballos le impiden culminar la empresa. Para von Hutten es

la segunda vez, quizás recordó su entrada con Spira. Deciden retornar sabiendo que los

omeguas quedan vencidos, pero volverían para culminar la conquista.

9.5 Así murió Philipp von Hutten

A finales de 1545 y encabezada por Bartolomé Welser, acompañado por Pedro de Limpias

y Diego de Losada; una columna de veinte hombres parte a Coro con el objeto de traer

refuerzos para con ellos volver a Barquisimeto, donde von Hutten y el resto de la

expedición pensaban reponerse. Avanzan a marchas forzadas, llevan a cuestas el cansancio

acumulado de cuatro años de aventuras.

En Acarigua, Pedro de Limpias se subleva y la mayoría lo apoya. El antagonismo hispano

alemán se impone. En su derrotero intentan alcanzar Cubagua, pero el ataque de los

aborígenes les hace retornar al valle de Barquisimeto, al cual llegan en febrero de 1546 y

adonde todavía no arribaba von Hutten. Allí tienen noticias de Juan de Carvajal y entran en

contacto con su teniente Juan de Villegas. La noticia sobre los alemanes cambia el rumbo

de la historia.

El gobernador tudesco está vivo y Carvajal necesita apartarlo del camino. La valiosa

información de Pedro de Limpias le permite negociar a este un salvoconducto. Bartolomé

Welser y sus hombres quedan en manos del falso gobernador, quien ordena a Villegas

contactar a von Hutten en Acarigua. El clérigo Juan Frutos de Tudela declaró en el juicio de

residencia que, tras una espera infructuosa, Villegas dejó en una ceiba una cruz y una carta,

la cual decía: “… aquí estuvo Juan de Villegas cuatro días esperando a Felipe de Huten y

como no vino se fue para el Tocuyo a donde le hallará tres leguas de los humacaros…”; el

objetivo, atraer al germano hacia Carvajal. Philipp von Hutten y 60 hombres llegan y, tras

reiteradas presiones, el encuentro se da en El Tocuyo el 24 de abril de 1546. (Ponce et al., t.

I, 1977, p. 489; Friede, 1961, p. 393)

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El germano hace saber su intención de continuar hasta Coro, para dar cuenta a su Majestad

de su entrada. El pueblo espera, expectante, el desenlace. Carvajal sabe que debe impedirlo,

y emite una escueta y terminante orden: von Hutten no puede salir de El Tocuyo. El alemán

reacciona violento, se coloca su armadura y exige explicaciones a un Carvajal que se

intimida. Se enfrentan, hablan, se contienen. Von Hutten lo desaira, da la media vuelta y

monta. El español sabe que su autoridad está en juego. Los expedicionarios toman caballos,

armas y pertrechos a Carvajal antes de irse al valle de Quíbor, a cuatro leguas de El

Tocuyo. Carvajal ha sido humillado.

La celada se prepara. Carvajal finge ceder. El 29 de abril de 1546 ambos grupos suscriben

un acuerdo, Pedro de Limpias está entre los firmantes. Carvajal se comprometía, entre otros

puntos, a extender un salvoconducto para que los alemanes prosiguieran hacia Coro 15 días

después de firmado el convenio; a cambio, von Hutten regresaría los caballos y las armas

retenidos a Carvajal durante los enfrentamientos. La tropa quedó en libertad de sumarse al

ejército que prefiriera (Ponce et al., t. I, 1977). Bartolomé Welser y Philipp von Hutten

parten confiados hacia Coro con sus mejores hombres. En El Tocuyo queda la gente fiel a

Carvajal y los indecisos.

En mayo de 1546 avanza la columna al mando de von Hutten. Nos cuenta Aguado (t. I,

1963) que caminaban floja y descuidadamente. Acampan al pie de la sierra de Coro. Al

atardecer y de improviso se presenta Carvajal con su gente, entre ellos Pedro de Limpias,

quien desde su deserción había instigado contra von Hutten. Los alemanes, confiados en el

convenio firmado, no intentan defenderse. Encadenados, con colleras y humillados; mueren

Pedro Romero, Gregorio de Plasencia, Bartolomé Welser y Philipp von Hutten. Según

Frutos de Tudela, los prisioneros: “… con grandes voces y gemidos pedían confesión y

penitencia de sus pecados rogándoles hasta tanto no los matase…”, a lo cual Carvajal no

accedió pese a que él: “… como cura propio de ellos requirió al dicho Carvajal a voces

públicamente que mirase que aunque tenía poder sobre los cuerpos que no le tenía sobre las

ánimas que eran divinas que los dejase confesar…” (Ponce et al., t. I, 1977, p. 491).

Magdalena, indígena esclava de von Hutten, narra el momento:

… a puesta de sol el mes que pasó (…) llegó mucha gente de caballo y de a pie sobre ellos,

(…) y arremetiendo con el dicho Felipe su compañía prendieron a los dichos Felipe de

Huten y Bartolomé Belzar y Romero y Plasencia y les ataron las manos y brazos atrás y

atados así los detuvieron hasta bien tarde de la noche y ya casi al medio de la noche

cortaron la cabeza primeramente sobre una piedra a Romero y luego tras el Plasencia y tras

él a Bartolomé Belzar y luego tras él a Felipe de Huten y cortadas las cabezas juntándolas

con los cuerpos los enterraron en un ribazo de un arroyo… (Ponce et al., t. I, 1977, pp. 500-

501)

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Philipp von Hutten creyó haber llegado al país del oro. Con su muerte se cumplió el

premonitorio temor que expresara a su hermano Moriz en 1541, cuando le escribió antes de

partir: “… temo más a la guerra con los cristianos que con los indios,…” (t. II, 1988, p.

386). El oro y pertenencias de los expedicionarios desaparecían en manos de Carvajal y los

suyos mientras se esfumaba el sueño Welser.

El oro del ensueño, el de la gloria, la fama y el mito se transformó, así, en el oro de la

discordia; pequeño y miserable. Nada más alejado de los misteriosos imperios orientales, de

la magia de Cipango y de Catay; de las antiguas precisiones geográficas y los mundos

áureos de la antigüedad.

9.6 Así murió Juan de Carvajal

El 27 de agosto de 1546 se toma confesión a Juan de Carvajal en el juicio de residencia

ordenado por la Real Audiencia de Santo Domingo. Se le acusa de haber usurpado el cargo

de gobernador y capitán general, bajo el cual ha ejecutado: “… hechos nefandos y

adbominables de tiranías y crueldades así contra cristianos como contra indios vasallos de

Su Majestad y de paz,…” (Ponce et al., 1977, p. 467). Ciento nueve preguntas

reconstruyeron la trama que se hilvanó desde Coro hasta El Tocuyo. Carvajal acusó a Pedro

de Limpias y Sebastián de Almarcha de haberlo inducido al crimen. Denunció a von Hutten

y su gente como empaladores de indios e insurrectos del Rey y a la poblada como una

Fuenteovejuna que se impuso a cualquier autoridad. El 17 de septiembre la sentencia lo

condena:

… a que sea sacado de la cárcel pública donde está, atado a la cola de un caballo y por la

plaza de este Asiento sea llevado arrastrando hasta la picota y horca y allí sea colgado del

pescuezo con una soga de esparto, o de cáñamo, de manera que muera muerte natural…

(Ponce et al., 1977, p. 541)

Un Juan de Carvajal, tal vez ahora temeroso de la justicia divina, confiesa ante escribano y

al pie de la horca su arrepentimiento. Declara:

... que en la muerte de Felipe de Hutten y Capitán Bartolomé Belzar y Gregorio de

Plasencia y Diego Romero él solo tenía la culpa de sus muertes y en ello ofendió

gravemente a Dios Nuestro Señor y esta muerte la recibe con paciencia en recompensa del

yerro y de otros graves yerros que ha hecho y cometido contra la Divina Majestad de Dios

Nuestro Señor como muy pecador y mal cristiano… (Ponce et al., 1977, p. 542)

Murió en El Tocuyo el 17 de septiembre de 1546.

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NOTAS

1.- Este apartado sigue los textos de Colón, Juan Gil, fray Pedro Simón, Demetrio Ramos y

la antología de Horacio Becco.

2.- Un extenso y detallado análisis de las capitulaciones como documento y en particular la

suscrita entre los Welser y la corona española se encuentra en el estudio preliminar al libro

Juicios de residencia en la Provincia de Venezuela. Tomo I. Los Welser; editado por la

Academia Nacional de la Historia.

3.- Ampiés y Alfinger generan una dicotomía que es trabajada por casi todos los

historiadores, y donde el hispano queda consagrado como hombre de bien, mientras el

germano encarna los excesos de la conquista. Como parte de esta dicotomía, algunos

historiadores, como Pedro Manuel Arcaya en su Historia del estado Falcón, narran que

Ampiés sí ofreció resistencia ante el gobernador alemán, defendiendo sus derechos; y que

Alfinger convirtió la costa coriana en el principal mercado de esclavos de Tierra Firme.

4.- La cifra oscila entre 150 y 180 hombres, dependiendo de la fuente utilizada.

5.- Los cronistas y algunos historiadores modernos difieren sobre la ruta seguida por esta

primera expedición. Algunos siguen la “Información de servicios” presentada por Alfinger,

que permite trazar una ruta sur-sureste siguiendo las tribus mencionadas en el documento;

otros, entre ellos Pedro Manuel Arcaya, marcan el recorrido por la costa, en sentido oeste,

más avenido con las 40 leguas mencionadas por fray Pedro Simón y con el hecho de que

Alfinger buscaba llegar a la barra del lago de Maracaibo.

6.- Una vez más, hay diversas versiones. Aguado, Simón y Oviedo y Baños no mencionan

el oro llevado por Alfinger hacia La Española. La carta de Antonio de Naveros y Alonso

Vásquez de Acuña al rey denuncia a Alfinger por la extracción clandestina de oro hacia esa

isla. Friede, apoyado en otro documento, afirma que el oro llevado pagó los impuestos de

rigor.

7.- De Demetrio Ramos es la idea de las llamadas expediciones de contagio, producto de la

información vertida por los hombres llegados desde Maracapana y Paria.

8.- Aguado no comenta el intento perlero, otros cronistas como Castellanos y Simón sí lo

hacen. Los historiadores modernos, como Friede, Pardo y Ramos, también incluyen el

episodio.

9.- Muy diversas son las versiones sobre este encuentro. Desde quién llegó primero entre

Federmann y Benalcázar, pasando por el número de soldados, actores en las negociaciones

y número y tipos de acuerdos suscritos entre las partes.

10.- La ruta narrada es la propuesta por Juan Friede, por ser la más detallada en tiempos y

puntos geográficos, aunque algunas de sus afirmaciones no son compartidas por otros

historiadores.

11.- Muy variables los números de los expedicionarios de von Hutten. Aguado y Simón

hablan de 120, Oviedo y Baños y Baralt dicen que 130, Humbert y Arciniegas 150, Friede

se apoya en una carta de Pérez de Tolosa y asienta que partieron 100 hombres. Otros

historiadores, como Demetrio Ramos, no proporcionan el dato. Con certeza, una expedición

con mucha menos tropa que las anteriores.

12.- Desde los primeros cronistas se afirma que von Hutten supo de El Dorado antes de

partir de Coro. Demetrio Ramos argumenta que este mito llegó a Coro ya avanzada su

expedición.

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13.- Según Friede, von Hutten fundó Nuestra Señora, sin dar la fuente documental. Otros

autores sólo lo dan como un punto que Spira bautizara con ese nombre.

14.- Para el enfrentamiento con los omeguas se siguió la versión de fray Pedro de Aguado,

que es repetida por fray Pedro Simón y Oviedo y Baños. Sin embargo, ya el mismo Aguado

sospechaba la exageración del episodio, que no aparece en las Elegías. Demetrio Ramos

reflexiona que esta versión fantasiosa fue una nueva esperanza surgida ante el desengaño de

los expedicionarios por no haber encontrado el país áureo.

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