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ISTORIA DE LA FILOSOFÍA - TOMO II - SEGUNDA ÉPOCA FILOSÓFICA LA FILOSOFÍA CRISTIANA - LA FILOSOFÍA DE LOS ÁRABES § 92 - AVICENA Treinta años después de la muerte de Al-Farabi, o sea en el año de 980, nació en las cercanías de Bokhara el célebre Ibn-Sina, apellidado o conocido generalmente con el nombre bastante popular de Avicena. A los diez y siete años de edad había adquirido ya gran reputación como médico, profesión que ejerció con honra y provecho en las cortes de diferentes príncipes y en varias ciudades del Dahistan, de la Persia, del Khorasan y del Asia Menor. Habiendo librado al rey de Hamadan de una enfermedad peligrosa, recibió de éste grandes honores y hasta el cargo de visir, sin que este cargo ni aquellos honores le impidieran entregarse a sus tareas literarias. Durante los primeros años de su juventud, la actividad de su espíritu se concentró en el Isagoge de Porfirio, las matemáticas de Euclides y el Almagesto de Tolomeo, y a la edad de veinte y dos años, según él mismo dice, escribió dos o tres tratados de Filosofía. «Después de haber profundizado, añade en su autobiografía, la lógica, las ciencias físicas y las matemáticas, abordé la teología especulativa; pero esta ciencia permaneció incomprensible para mí, hasta que la casualidad me hizo entrar en posesión de un escrito de Al-Farabi, que por tres dracmas adquirí en un mercado de libros.» Nuestro filósofo falleció en Hamadan a los cincuenta y siete años de edad. Sin contar sus numerosas obras referentes al arte de curar, entre las cuales se distingue su Canon de medicina (1), que sirvió de base y

ISTORIA DE LA FILOSOFÍA -TOMO II -SEGUNDA ÉPOCA FILOSÓFICA LA FILOSOFÍA CRISTIANA -LA FILOSOFÍA DE LOS ÁRABES § 92 -AVICENA

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ISTORIA DE LA FILOSOFÍA - TOMO II - SEGUNDA ÉPOCA FILOSÓFICA

LA FILOSOFÍA CRISTIANA - LA FILOSOFÍA DE LOS ÁRABES

§ 92 - AVICENA

Treinta años después de la muerte de Al-Farabi, o sea en el año de 980, nació en las cercanías de Bokhara el célebre Ibn-Sina, apellidado o conocido generalmente con el nombre bastante popular de Avicena. A los diez y siete años de edad había adquirido ya gran reputación como médico, profesión que ejerció con honra y provecho en las cortes de diferentes príncipes y en varias ciudades del Dahistan, de la Persia, del Khorasan y del Asia Menor.

Habiendo librado al rey de Hamadan de una enfermedad peligrosa, recibió de éste grandes honores y hasta el cargo de visir, sin que este cargo ni aquellos honores le impidieran entregarse a sus tareas literarias.

 

     Durante los primeros años de su juventud, la actividad de su espíritu se concentró en el Isagoge de Porfirio, las matemáticas de Euclides y el Almagesto de Tolomeo, y a la edad de veinte y dos años, según él mismo dice, escribió dos o tres tratados de Filosofía. «Después de haber profundizado, añade en su autobiografía, la lógica, las ciencias físicas y las matemáticas, abordé la teología especulativa; pero esta ciencia permaneció incomprensible para mí, hasta que la casualidad me hizo entrar en posesión de un escrito de Al-Farabi, que por tres dracmas adquirí en un mercado de libros.»

Nuestro filósofo falleció en Hamadan a los cincuenta y siete años de edad.

Sin contar sus numerosas obras referentes al arte de curar, entre las cuales se distingue su Canon de medicina (1), que sirvió de base y

de texto por mucho tiempo en algunas escuelas de medicina, Avicena escribió varios tratados filosóficos, en los cuales se limita generalmente a exponer y seguir la doctrina de Aristóteles y de sus comentadores griegos, sin perjuicio de modificarla alguna vez, y aun de adoptar opiniones diferentes sobre algunos puntos. Averroes, en su famoso libro Destructio Destructionis pretende que Avicena, o al menos sus partidarios, enseñaban el panteísmo y negaban la existencia de Dios comosubstancia separada del mundo, como inteligencia subsistente, distinta y separada de las esferas celestes. Tofaïl y otros escritores árabes suponen también que Avicena enseñaba el panteísmo en su Filosofía oriental, obra que no ha llegado hasta nosotros.

Pero, sea de esto lo que quiera, parece cierto que Avicena enseñó, entre otros, los siguientes puntos:

1.º Dios, como ser perfectamente uno, sólo produce inmediatamente un ser, y, por consiguiente, el universo, como conjunto de seres y substancias, no procede de Dios inmediatamente, sino mediante la primera inteligencia, efecto inmediato de Dios; doctrina en la cual se descubre la dirección emanalista del neoplatonismo, sobre todo si se tiene en cuenta que esta primera inteligencia creada produce o crea la segunda, y ésta la tercera cuando se convierte hacia la inteligencia superior y la conoce (secundam autemcum ad primam se convertens intelligit, tertiam producere), lo cual trae a la memoria las teorías panteístico-emanatistas de los gnósticos y de Plotino.

2.º En relación con la anterior doctrina acerca del proceso de la creación, Avicena enseñaba igualmente que el conocimiento que Dios tiene del mundo es sólo un conocimiento universal, sin extenderse a las cosas singulares, doctrina que lleva consigo la negación de la providencia divina. Por lo demás, Avicena, como la mayor parte de los filósofos árabes, enseñaba la eternidad del mundo y de la materia.

Así es que para el filósofo de Bokhara, lo que se llama ordinariamente creación del Universo, se reduce, en realidad de verdad, a un proceso de emanación para las inteligencias y almas separadas (ex istis intelligentiis quaedam earum consequitur

quandam sicut causatum causam.... ab uno autem et simplici non provenit nisi unum), y a un proceso de organización y de introducción de formas diferentes en la materia; de manera que para Avicena, Dios debe apellidarse dador de las formas (datorem formarum), más bien que creador de las substancias materiales.

La teoría emanatista de Avicena, en lo que toca a los seres y formas inteligentes, puede resumirse en los siguientes términos: de Dios, ser absoluto, substancia primera, inteligencia infinita, deriva o emana la inteligencia primera, la cual comunica el movimiento al primer cielo, o sea a la primera esfera celeste. De esta primera inteligencia, emanación primordial de Dios, emana, a su vez, una segunda inteligencia, que mueve al segundo cielo, y así sucesivamente, hasta llegar, por medio de emanaciones decrescentes, a la inteligencia, que está encargada de comunicar el movimiento a la última esfera celeste, origen o principio del entendimiento activo o agente del hombre; de manera que lo que llamamos y llama Aristóteles el entendimiento agente, debe su origen a la inteligencia que pone en movimiento la esfera celeste más cercana a nosotros.

Conviene tener presente aquí que Avicena, en ocasiones, da el nombre deentendimiento activo a Dios, o sea a la Inteligencia suprema, que no debe confundirse con el entendimiento agente de los aristotélicos. Y añadiremos también que, inspirándose en las ideas neo-platónicas en esta cuestión, como en otras varias, Avicena reconoce y admite que nuestra alma, aun en la vida presente, puede romper o suspender los lazos que la unen al cuerpo, y elevarse a la unión íntima con Dios, o sea la Inteligencia activa suprema. Para legitimar esta conclusión, Avicena abandona la teoría de Aristóteles en orden al compuesto humano, afirmando que las relaciones entre el cuerpo y el alma son relaciones semejantes a las que existen entre el motor y el móvil, entre el agente y su instrumento.

3.º Según Averroes, fue opinión y doctrina de Avicena que el alma humana es causa eficiente, y, como si dijéramos, creadora de las demás formas substanciales, las cuales son impresas o introducidas en la materia por la acción del alma (2), en lo cual

pudiera sospecharse alguna reminiscencia confusa de las teorías neoplatónicas.

4.º Atribuye a la imaginación y a la voluntad del hombre el poder o fuerza, no sólo de producir mutaciones en su propio cuerpo, sino en los cuerpos externos, y hasta el poder o fuerza para producir lluvias, esterilidad, caídas, con otros fenómenos análogos: est hoc dominium tale, ut per voluntatem talis animae, fiant pluviae, sterilitates, et homo dejiciatur ab equo, et infirmetur et sanetur.

Esta doctrina, que debió influir en algunas creencias y prácticas supersticiosas de los últimos siglos de la Edad Media, puede considerarse a la vez como premisa del moderno espiritismo teórico y práctico, con el cual conviene hasta en la teoría privilegiada de losmediums; porque Avicena y sus discípulos decían tambien, según Camperio, que este poder superior era privilegio de algunas almas: nec tamen id ajunt omnibus animabus ese commune, sed quarundam esse privilegium singulare.

5.º Avicena, no sólo enseñaba que las esferas celestes están animadas y son movidas por las Inteligencias, o sea por ángeles, lo cual era opinión común entre los árabes, sino que les atribuía la facultad imaginativa, lo cual abre el camino al sensualismo en psicología, porque tiende a borrar la línea divisoria y esencial entre los sentidos y el entendimiento.

Al hablar del destino final del hombre, o de lo que constituye su felicidad y perfección suprema, Avicena deja entrever con bastante claridad que tenía por despreciables y erróneas las enseñanzas del Corán sobre este punto (3); y en su calidad de filósofo, coloca la felicidad verdadera y la perfección del hombre en la unión con Dios como verdad primera, en la posesión de los bienes del alma, y no en la de groseros deleites corporales, según supone la ley de Mahoma.

Estas ideas del filósofo de Bokhara, nada conformes con los principios y tendencias del Corán; las teorías y opiniones del mismo que dejamos consignadas, y que tienen mucho de heterodoxas desde el punto de vista musulmán, sin contar algunas otras no más ortodoxas que le atribuyen Averroes y Maimónides, fueron causa de que Avicena adquiriera y conservara entre sus correligionarios fama y

nombre de racionalista y de incrédulo. De aquí es que Al-Gazzali, que, según hemos visto en el pasaje citado en el párrafo anterior, coloca a Avicena al lado de Al-Farabi entre los enemigos del profetismo o los del Profeta del Islam, en otros lugares de sus escritos le presenta como uno de «aquellos cuya fe ha sido debilitada y adulterada por la Filosofía, hasta el punto de no creer el dogma del profetismo»; por uno de los filósofos «que tratan los dogmas religiosos lo mismo que los dogmas de la Filosofía»; como uno de los que contribuyeron más eficazmente a difundir y consolidar entre los musulmanes la incredulidad y el indiferentismo religioso.

Avicena escribió un tratado especial para rebatir las inepcias de la astrología judiciaria, cuya vanidad y peligros demuestra con razones, y hasta con burlas y sarcasmos.

Además de los caracteres indicados, la doctrina de Avicena se distingue por su tendencia a fundir y amalgamar la Filosofía aristotélico-árabe con la de los neo-platónicos de Alejandría.

Ya dejamos dicho que Avicena es más conocido como médico que como filósofo, y ciertamente que sus obras de medicina entrañan mayor mérito y son más sólidas (4), por punto general, que las que tratan de Filosofía.

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(1) Liber canonis totius medicinae ab avicenna arabum doctissimo escussus, a gerardo cremonensi ab arabica lingua in latinam reductus, et a Petro âtonio rustico placêtino î phîâ (in philosophia) nô mediocriter erudito ad limâ ex omni parte ab errorib.s et omni barbarie castigatus.... 1522. Al final de esta antigua y curiosa edición se dice: Liber avicennae lugduni fiê sortitus est optutum, opâ (opera) Jacobi myt, diligentissimi calcographi.

(2) «Dixit (Avicenna) in sexto suae abreviationis De Anima, quod anima non est illud in quo sunt omnes formae tantum secundum esse intelligibile et sensibile, sed est illud quod ponit omnes formas in materiis et creat eas.»Aver. op., t. VIII. Metaphys., lib. VII, cap. X.

(3) He aquí en qué términos se expresa en el lib. IX, cap. VII, de su Metafísica: «Lex nostra, quam dedit Mahomethus ostendit dispositionem faelicitatis et miseriae, quae sunt secundum corpus, sed est alia promissio quae apprehenditur intellectu. Sapientibus vero theologis multo major cupiditas fuit ad consequendum hanc faelicitatem, quam corporum, quae quamvis daretur eis, non tamen attenderunt eam nec appretiati sunt eam comparatione faelicitatis, quae est conjunctio Primae Veritati.»

(4) Llaman ciertamente la atención la abundancia de materiales, la especialidad de conocimientos y la excelencia relativa del método que se observan en su Liber canonis totius medicinae, en el cual se habla con extensión y bastante método de clínica, de terapéutica, de anatomía, de botánica, de fisiología, con otras ramas de las ciencias médicas y sus afines. El filósofo de Bokhara da principio a su obra con la siguiente definición de la medicina: «Medicina est scientia qua humani corporis dispositiones noscuntur ex parte quae sanatur, vel ab ea removentur, ut habita sanitas conservetur, et amissa recuperetur.» Liber can. tot. med., lib. I, cap. I.

Al-Farabi                                                                                                                

Avicena : La filosofía de Avicena era una combinación de la filosofía de Aristóteles y del neoplatonismo. Al igual que la mayoría de los filósofos medievales, negaba la inmortalidad del alma individual, del interés de Dios por los particulares y de la creación del mundo en el tiempo, todos ellos temas centrales de la corriente principal de la doctrina islámica. Avicena se convirtió en el principal blanco de los ataques de los teólogos suníes, como Algazel. No obstante, la filosofía de Avicena fue muy influyente a lo largo de la edad media. 

Avicena (980-1037).

Filósofo y científico árabe, Avicena, cuyo nombre original era Abu 'Ali al-Husayn ibn 'Abn Allah ibn Sina, continúa la línea del sincretismo filosófico adoptada por Alkindi y Alfarabi. Bajo la influencia de Aristóteles, los neoplatónicos y los estoicos, lleva a cabo una síntesis precursora de lo que luego serán las sumas en el apogeo de la escolástica cristiana. Fue tal su influencia que puede decirse que la elaboración de la escolástica latina, en sus términos y en sus ideas, es inseparable de su filosofía.

Avicena.

Vida y obra.

Avicena nació en Afshanah, cerca de Bujara (Irán). Su padre, que pertenecía a la administración samánida, lo educó con esmero en Bujara. Dotado de gran inteligencia y de una extraordinaria memoria, Avicena a los catorce años superó a sus maestros. Por su propia cuenta estudió las ciencias naturales y la medicina. A los dieciocho años dominaba todas las ciencias conocidas de tal forma que, según él mismo confiesa, ya no

pudo progresar más que en madurez de espíritu. Gracias a que curó al emir del Khorasan, se le permitió el acceso a la magnífica biblioteca de los primeros samánidas. A los veintiún años escribió su primer libro de filosofía. Después de la muerte de su padre, para ganarse la vida ocupó varios puestos administrativos, implicándose así en política. Siempre permaneció fiel a sus ideas y convicciones personales, lo cual le valió envidias y persecuciones e incluso la cárcel. Huido de ésta, pasó catorce años de relativa tranquilidad en la corte de Ispahan, donde murió durante una expedición del príncipe 'Ala 'al-Dawla.

No se conoce exactamente el número de sus obras, pero se sabe que su producción (en persa y sobre todo en árabe) fue inmensa. Se vio obligado a escribir en circunstancias muy incómodas, en medio de viajes y guerras, y sin tener delante las obras de que hablaba, valiéndose solamente de su memoria. Algunas de sus obras fueron destruidas, como El libro del juicio imparcial, que estudiaba veintiocho mil problemas. Otras se han perdido, o quizás existan manuscritos todavía desconocidos en las bibliotecas orientales. Por otro lado, resulta difícil a veces definir su autoría respecto a algunas obras. Actualmente no podemos estar seguros del pensamiento definitivo de Avicena en filosofía, el cual, probablemente, se hallaba contenido en su Filosofía oriental, de la que sólo nos ha llegado un fragmento.Sus principales obras conocidas son: Canon de la medicina -que es una Summaclara y ordenada de todo el saber médico de la época-; en ella logró conciliar los principios médicos de Hipócrates y Galeno con las teorías biológicas de Aristóteles;Suma filosófica, una verdadera enciclopedia del aristotelismo dividida en cuatro partes: lógica, física, matemática y metafísica; Libro de las normas y anotaciones;Libro de la ciencia para 'Ala, escrito en persa, a petición del príncipe 'Ala al-Dawla; y una parte de la lógica de su Filosofía oriental, que es lo poco que se conoce de esta gran obra. Escribió también algunos relatos simbólicos, algunos poemas como el famoso Poema del alma, y puso en verso algunos resúmenes de medicina y de lógica.

Doctrina filosófica.

Esencia y existencia.

Para los filósofos de la Edad Media, Avicena era el filósofo del ser en cuanto existencia, pero también es el filósofo de la esencia. Toda su

metafísica se construye en torno al problema del origen del ser o existencia, y de su transmisión a la esencia. La primera constatación cierta que formula el espíritu humano es la de la existencia. A esa certeza llega por medio de la percepción sensorial. Si por un absurdo nos viéramos privados de toda percepción sensible, todavía podríamos afirmar nuestra existencia. De alguna forma es algo así como un Cogito ergo sum de Descartes. Para Avicena esta afirmación fundamental se explica por medio de la intuición (que es uno de los métodos más familiares a esta inteligencia extraordinaria), y por medio de su concepción del alma como inteligencia "separada". Este ser-existencia aparece en la reflexión como sin propia razón de ser. Por sí misma ella no es más que posible. La existencia le viene dada por una esencia que se da en concreto. Esto significa Ser en acto puro, y por lo tanto necesario. Respecto a las criaturas, el creador es la Causa primera. Se le ha acusado a Avicena de creer en la univocidad del ser, porque salta del ser creado al ser increado, aunque rehúse poner a Dios tanto en el género de sustancia como en el de ser. No obstante, Avicena tiene muy claro que el ser creado no puede recibir el mismo nombre que el ser increado, a no ser por analogía.

El problema de la creación.

Avicena, para explicar el origen del mundo no parte de una voluntad libre de Dios, según el dogma hebreo, cristiano y musulmán, sino que parte de un Ser necesario en todos sus modos, y por lo tanto también como creador. El Ser necesario produce una inteligencia, la cual, por ser causada, ya no es simple, sino compuesta de ser y de conocimiento. Así se introduce la multiplicidad en el mundo. De ella proceden otras Inteligencias que van animando las diversas esferas según el sistema cósmico de Ptolomeo, hasta que el proceso se detiene en la décima y última Inteligencia, el dator formarum de la traducción latina, que es el principio de las almas humanas y del mundo sublunar, y también el Entendimiento agente.

La materia y el alma.

La materia es concebida negativamente, es un elemento de división; por sí misma no participa del ser, es el no-ser y, por tanto, elemento del mal. Es elemento de división y de individualización. Recibe las formas que le da el Entendimiento agente. Se da a entender así una especie de preexistencia metafísica de las formas en el Entendimiento agente. El alma humana cae del mundo intelectual a este mundo material. Este es el tema del poema El alma. Pero el alma conserva una vida intelectual que le viene de arriba. Sigue unida al Entendimiento agente y gracias a esa unión puede desarrollar el conocimiento. Distingue en éste cuatro grandes abstracciones: la sensación (aprehensión no material por medio de los sentidos), imaginación (que abstrae de la materia), aprehensión estimativa (que libera ideas particulares no sensibles) y, por último, la aprehensión intelectual propiamente dicha, el universal. El alma, convertida transitoriamente en forma del cuerpo humano, volverá después de la muerte al mundo intelectual donde seguirá teniendo su

propia vida, y donde conservará intacta su individualidad.A este movimiento descendente del ser, corresponde un movimiento ascendente: el amor y el deseo que sube de toda criatura hacia su Principio. Esta hermosa concepción, sin embargo, no es mística, sino metafísica y, en cierto sentido, también física. Se trata ante todo de explicar el movimiento eternamente circular de las esferas celestes. El hombre también tiende hacia su propio principio, pero, gracias a su alma racional, lo realizará mediante un movimiento consciente de conocimiento y de amor hacia el Entendimiento agente que le dio su alma y que ilumina su espíritu.

Inmortalidad y religión.

Según el grado de preparación que en esta vida haya alcanzado el alma, así será la profundidad en que ésta disfrutará después de la muerte, del conocimiento de los inteligibles. Si no está preparada, en castigo será privada de este conocimiento. Si está totalmente preparada, llegará a conocer al Ser necesario, llegará al más alto conocimiento de Dios, representado como el Rey creador. Hay que advertir que Avicena no ha descrito estas etapas como un alma que se entrega a Dios, sino como un espíritu curioso y comprensivo. Esto no quiere decir que haya que menospreciar el sentimiento religioso de Avicena. Al contrario. Él es un creyente, con una profunda seriedad y un intenso esfuerzo por armonizar su filosofía con su fe, aunque no siempre lo consiga.

Influencia en Occidente.

En el campo de la medicina su influjo fue universal durante muchos siglos. Baste recordar que su libro Canon de la medicina sirvió de texto en las facultades de medicina hasta el s. XVI. En filosofía no fue tan amplia, pero sí más duradera. A mediados del s.XII fue traducida una buena parte de la Suma. Esto quiere decir que todo el pensamiento filosófico de entonces fue alimentado por Avicena, que era tomado como un mero comentarista de Aristóteles. Durante algún tiempo gozó de una admiración absoluta. Se veía en él el complemento de Aristóteles en muchos temas, colocándole por este motivo en la línea neoplatónica y agustiniana. En 1210 se prohibió en París la enseñanza de Aristóteles y sus seguidores, prohibición que se prolongó hasta 1231. Avicena volvió a ocupar el puesto que le correspondía en el pensamiento de Occidente gracias al uso que de él hace Alberto Magno en sus compilaciones científicas, y ese lugar fue confirmado también por la importancia que le dio Santo Tomás, sobre todo en sus primeras obras. (Más adelante, a medida que Santo Tomás se va consolidando, cita menos a Avicena). Su influencia fue también muy notable en la mística española y alemana.

El gran estreno de esta Navidad, El Médico, basado en el best seller de Noah Gordon e interpretada por el actor británico Ben Kingsley y Olivier Martinez rescata la figura del sabio persa Avicena. Este personaje histórico fascinó a su tiempo por el dominio y el conocimiento que poseía en todos los campos científicos y filosóficos. Te mostramos su historia.

 Entre los años 750 y 1258, los abasíes pusieron en pie un inmenso imperio que supuso el momento de mayor esplendor  de la cultura árabe clásica. Teólogos –Al-Ghazali, Ibn Hazm–, místicos –Al-Hallaj, Attar, Ibn Arabi–, literatos –Abu Nuwas, Omar Jayyam–, geógrafos –Al- Muqaddasi, Idrisi– y médicos –Averroes– florecieron al amparo de esa brillante dinastía. Pero entre todos ellos destacó la luminosa fi gura del persa Abu Ali ibn Sina, más conocido en el mundo occidental como Avicena (980-1037). Sus vastos conocimientos en todas las ciencias deslumbraron a los  hombres de su tiempo, ya fueran emires, mendigos o poetas, y su erudición e influencia le convirtieron en Al-Shaij al-Rais, esto es, ‘el primero de los sabios’. Aunque había nacido en tierras de Persia, Avicena se expresaba en árabe y era fiel seguidor del Corán. No solo fue un filósofo de conocimientos enciclopédicos que destacó como poeta, científico y matemático, sino también uno de los principales galenos de todos los tiempos, por lo que sus alumnos y seguidores le llamaron el príncipe de los médicos. Por otra parte, su quehacer intelectual no le impidió ser un gran vividor y un epicúreo nato. Le gustaba el vino, fumaba opio, amaba a las mujeres y coqueteó con el sufismo, aunque nunca renunció al chiismo. Omar Jayam consideraba a Avicena su maestro en filosofía y en poesía. También le enseñó el camino para aprender las cosas buenas que ofrece la vida. Avicena pensaba que “el vino es amargo y útil como el consejo del filósofo, está permitido a la  gente y prohibido a los imbéciles. Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios”. Aquel hedonista empedernido conoció las amarguras del destierro y la cárcel, pero también las mieles del poder cuando le hicieron gran visir –cargo equivalente a primer ministro– de Hamadán. Fue un viajero infatigable que recorrió Asia Central y Persia, lo que no le impidió escribir cientos de obras sobre diversos temas, como El canon de medicina (Al-qanun) y El libro de la curación (Al-shifa). Su influencia alcanzó todo el islam, llegó a Europa a través de al-Ándalus y se mantuvo viva varios siglos. Durante su turbulenta juventud, Persia estaba ocupada por los árabes, que llevaban allí casi tres siglos. Dos dinastías locales, los samaníes y los buyíes, se disputaban el poder en aquel  vasto territorio. Sus disensiones fueron aprovechadas por una tercera dinastía, la de los turcos gaznawíes, que dieron la puntilla a los samaníes. En ese escenario se desenvolvió Avicena, cuya vida conocemos gracias a un pequeño libro escrito por él mismo y por su discípulo Abu Obeid el-Juzjani. Nuestro protagonista nació en el año 980 en la localidad de Afsana – actual Uzbekistán–. Poco después, sus padres se trasladaron a Bujará, donde el pequeño Avicena empezó a leer el Libro Sagrado. A los diez años había acabado sus estudios escolares y podía recitar de memoria el Corán. Su padre le mandó  aprender filosofía con Abu Abdallah al- Natili, quien le descubrió a Porfirio, Aristóteles, Euclides y Ptolomeo. Pronto el alumno superó al maestro. A los dieciséis, sus conocimientos de medicina eran tan completos que fue llamado a palacio para que auscultara a Nuh ibn Mansur, emir de Bujará, cuyos médicos no acertaban a diagnosticar el mal que padecía. Ante el asombro de la corte, Avicena descubrió que el emir bebía en una copa adornada con  pinturas que contenían plomo, lo que le estaba envenenado. Agradecido por su pronta recuperación, Mansur le abrió las puertas de su biblioteca, donde

el joven galeno encontró una nueva y poderosa fuente para saciar su sed de  conocimiento. Las ilustraciones muestran a Avicena con un aspecto imponente. En un relato le retrataban así: “Solía sentarse muy cerca del emir, cuyo rostro brillaba de placer al observar maravillado su buena apariencia e inteligencia. Y cuando hablaba, todos los presentes escuchaban atentamente, sin decir una palabra”. Durante año y medio se dedicó al estudio con ahínco. Su memoria era prodigiosa. “En ese tiempo no dormí una sola noche entera y durante el día no me ocupaba otra cosa que dominar las ciencias […]. Así llegué a ser maestro en lógica, física y matemáticas”, escribió Avicena en su biografía. Cuando se incendió la biblioteca de Bujará, la gente se consoló diciendo: “El santuario de la sabiduría no ha desaparecido, se ha  trasladado al cerebro de Ibn Sina”. Tras la muerte de su padre, el joven galeno se mudó a Gurgandj –actual Urgench–, donde el emir Ali ibn Mamun había reunido en su corte a una pléyade de sabios, entre ellos el matemático y filósofo Al-Biruni, con quien Avicena mantuvo una fructuosa relación epistolar. Con veinte años, leyó la Metafísica de Aristóteles. Y de ella dice lo siguiente en su biografía: “Sus  intenciones  eran oscuras para mí”. Ajeno al desaliento, leyó cuarenta veces el libro hasta que logró memorizarlo, aunque su esencia se le resistía. Un día que paseaba por el bazar de los libreros compró uno titulado Comentarios sobre metafísica, de Abu-Nasr al-Farabi. “Volví a mi morada y me apresuré a leerlo. En el acto se me revelaron los propósitos que perseguía Aristóteles en su obra, puesto que la conocía de memoria”. En aquellos años, Gurgandj era un importante centro cultural y comercial, en cuyo bazar deslumbraban los rubíes de Yemen, las esmeraldas de Egipto, las turquesas de Nishapur, al noreste del actual Irán, o las perlas del golfo Pérsico. En los tenderetes de la medina se exhibían corales africanos, la seda que provenía del Turquestán y China, el oro de Sudán, los preciados esturiones del lago Van –en la actual Turquía– y el excelente vino persa, que tanto disfrutó Avicena. Tras nueve años en Gurgandj, el médico abandonó la ciudad coincidiendo con la invasión de la región y de un buen número de territorios persas por el emir turco Mahmud. Avicena se refugió en Gorgan, localidad situada al sureste del mar Caspio donde conoció a Abu Obeid el-Juzjani, quien iba a ser durante un cuarto de siglo su más fiel discípulo.Por entonces el galeno, que tenía 32 años, empezó a escribir su obra maestra, Canon de medicina, que fue traducida al latín por Gerardo de Cremona un siglo después de publicarse, lo que facilitó su difusión en Europa. En sus cinco volúmenes, el genial persa compiló de forma ordenada los conocimientos médicos y farmacéuticos de su época. La obra fue impresa más de treinta veces entre los años 1400 y 1600, lo que da idea de la trascendencia que  Tuvo para varias generaciones de doctores en el mundo musulmán y también en Europa. Avicena fue el precursor de la traqueotomía y el primero que detalló correctamente la anatomía del ojo humano y que explicó con precisión el sistema de los ventrículos y de las válvulas del corazón. “También describió la viruela y el sarampión, enfermedades que no conocían los médicos de la Grecia antigua, e hizo un análisis de la diabetes que no difiere prácticamente del que hiciera el especialista inglés Tomas Willis ocho siglos más tarde”, afirma  Muhamed S. Asimov, que fue presidente de la Academia de Ciencias de Tayikistán. El autor del Canon salió de Gurgan con su discípulo para dirigirse a la ciudad de Raiy, donde ofreció sus servicios a

quienes lo solicitaban, fueran ricos o pobres  sin recursos. En aquella época, Avicena dictó a El-Juzjani cuatro obras: Los remedios para el corazón, Compendio sobre que el ángulo formado por la tangente no tiene cantidad, La epístola del médico y Las cuestiones generales de la astronomía. Pronto fue llamado por la reina Sayyeda para que se ocupase de la enfermedad que amenazaba la vida de su hijo, Majd al-Dawla. Avicena trató al príncipe y comprendió que, en buena medida, su dolencia no era otra cosa que la presión que sufría por parte de su dominante madre. Sayyeda y su hijo se odiaban cordialmente. Una vez que el galeno reforzó el  carácter del joven, la reina le ofreció la dirección del hospital de Raiy, que nada tenía que envidiar a los de Bagdad, la capital del Imperio abasí. En su interior se almacenaban los medicamentos, clasificados por orden utilitario, como el purgante ruibarbo; la nuez vómica, usada como estimulante; el bambú para curar la disentería; y el ámbar, que se prescribía para los tics faciales. Avicena se vio envuelto en el golpe de Estado que encabezó el príncipe con ayuda de los turcos contra su madre. Esta logró huir a las montañas y pidió ayuda a los kurdos, que sitiaron la ciudad. Pasó el invierno, llegó la primavera y la situación no cambió, por lo que Majd al-Dawla decidió salir de la ciudad a presentar batalla. Los kurdos tomaron la  iniciativa, y cuando parecía que el combate les era favorable aparecieron diez  elefantes turcos protegidos de corazas y armados con espolones. Se desplazaban con gran rapidez y lo barrían todo a su paso, pisoteando cadáveres y provocando el pánico entre las tropas kurdas, que finalmente huyeron en desbandada. Majd al-Dawla venció y Avicena, que había contemplado el horror de la batalla desde el carro donde había instalado su dispensario ambulante, decidió que lo mejor era cambiar de aires. En su nuevo peregrinaje por Persia, redactó el tercer libro del Canon de la medicina, escribió unas tablas astronómicas, un compendio de hechizos y talismanes y un tratado de alquimia. Por aquel entonces, un enviado de Shams al-Dawla, príncipe de Hamadán, le entregó una carta en la que este le pedía ayuda para tratarle una enfermedad. Avicena fue a verle y diagnosticó a  hams una úlcera de estómago que no habían detectado los médicos de la corte. Una vez recuperado, el príncipe nombró gran visir de Hamadán a Avicena, quien emprendió la redacción de otra de sus grandes obras, El libro de la curación. “Nuestra intención es reunir el fruto de las ciencias de los antiguos que hemos podido verificar, ciencias basadas en una  educción firme o en una inducción aceptada por los pensadores que desde hace tiempo buscan la verdad”, subrayó Avicena. La obra es una compilación que engloba todos los saberes racionales. Con ella, el autor se adelantó seis  siglos a las primeras enciclopedias modernas. Aquella etapa creadora se interrumpió bruscamente con la repentina muerte de Shams al-Dawla. Su hijo Sama subió al trono, se negó a reconocer al galeno en sus funciones de gran visir y ordenó que le encarcelaran en la fortalezade Tabarek. La causa del encierro fue una inocente carta que Avicena había enviado a Ala al-Dawla, señor de la poderosa ciudad de Isfahán y enemigo del príncipe de Hamadán. La tensión creció hasta que finalmente ambos ejércitos se enzarzaron en una cruenta batalla, de la que salió victorioso Ala al-Dawla. Avicena abandonó la prisión y se trasladó a Isfahán, donde pasó la última etapa de su agitada vida. Su continuo peregrinar no le impidió seguir escribiendo, y en Isfahán concluyó El libro de la curación, culminación de su enorme legado intelectual. Cuando presintió su muerte, ordenó a su fiel discípulo que cuidara su obra y repartiera sus bienes entre los pobres.

 El príncipe de los médicos falleció el 18 de junio de 1037 cerca de Hamadán, donde fue enterrado. En la década de los 50 del siglo pasado, se construyó un mausoleo en la ciudad para cubrir el antiguo sepulcro que contiene los restos de Al-Shaij al-Rais, ‘el primero de los sabios’.

El itinerario del ser (Resumen histórico)Autor: Lluís Pifarré, Catedrático de Filosofía de I.E.S.

Capítulo 7: VI.- Averroes y Avicena: ser en la filosofía arabe

El pensador cordobés Averroes, consideraba que la filosofía aristotélica era la que mejor expresaba la verdad, restableciendo su doctrina en pleno S. XII, en su aspecto más cerrado y radical. El ser y la sustancia son para Averroes una y la misma cosa; decir que algo es actualmente real y decir que es, es decir idénticamente lo mismo. El mundo del filósofo árabe aparece compuesto únicamente de sustancias aristotélicas, cada una de las cuales está dotada de unidad y del ser que pertenece a todos los seres. De ahí que no haya que distinguir entre sustancia, unidad y ser, porque todo estos conceptos significan lo mismo.

En su análisis de las diez categorías de Aristóteles, Averroes reafirma que la primera categoría es la sustancia y las nueve siguientes están formadas por los accidentes posibles, y entre éstos, no encontramos la existencia. La existencia, aunque es algo que le acontece a la sustancia no puede ser sustancia, y dado que no es ninguno de los accidentes, tampoco puede ser accidente. Por tanto, habrá que deducir que la existencia no es nada, pues todo lo que es, o bien es sustancia o bien es accidente, teniendo en cuenta que las diez categorías abarcan todo el universo de lo que se puede decir y conocer de las cosas. No hay cabida para la existencia en una doctrina en el que el ser es idéntico a la sustancia, a lo que es, con lo cual la existencia no añade nada al ser. Averroes vuelve a incurrir en el error de Aristóteles al concebir el ser con un sólo significado, ya que la palabra ser no significa más que es, en cuanto ser es el nombre derivado del verbo (es), y su interpretación no puede ser más que lo qué es.

Rememorando a los epicúreos, dirá que el mundo, la sustancia y el movimiento son eternos y todo está determinado por el acontecer necesario del universo. Aunque en los movimientos de las cosas haya una ininterrumpida sucesión, el movimiento como tal no tiene principio ni fin, siempre hay un antes de donde procede y un después a donde se dirige. Todo lo que acontece está siempre ahí, idénticamente igual, a pesar de su aparente mutabilidad. Es, como observamos, un mundo cerrado, autoidéntico, en el que nunca sucede nada nuevo y en el que no existe la más mínima imprevisibilidad, permaneciendo eternamente tal como es. Este mundo ideal es el más adecuado al pensamiento conceptual y abstracto, puesto que es un mundo formalmente perfecto y coherentemente lógico.

En un mundo como el de Averroes, que es como ha sido siempre y siempre será, en que ser y ser lo que es, se identifican, no se plantea la cuestión de su comienzo o de su fin, con lo que carece de sentido el concepto mismo de creación. Dios como primer motor, en su eterno aislamiento, es indiferente a los seres individuales y sólo conoce las especies, pues sólo ellas en cuanto son eternas merecen ser incluidas en su divina autocontemplación. Dios es, como ya señaló Aristóteles, un pensamiento que eternamente se piensa a sí mismo en la soledad de su perfección. Los individuos no tienen por sí mismos ningún valor, pues sólo la especie es la verdadera realidad. Los seres individuales aparecen y desaparecen sin perturbar la

marcha del universo, pero aunque los individuos perezcan sus especies nunca perecen. Las especies pasan a través de un infinito número de individuos que eternamente se suceden y reemplazan para mantener la especie a la cual deben sus propias formas inteligibles. Es así, que los individuos participan del primer motor mientras duran en sus formas inteligibles o especies, y, que en cuanto objetos posibles de definición, estas formas constituyen su esencia. Si lo que es procede de su esencia, entonces la esencia misma es el ser. El averroismo desemboca en una metafísica de la esencia, y aunque siga siendo el mundo sustancial de Aristóteles, puede, en última instancia, ser considerado como si fuera el mundo ideal de Platón. En el ámbito de su contexto histórico, tanto Spinoza con su única sustancia, como Hegel con su espíritu absoluto, darán buena cuenta del averroísmo, al revivir lo más esencial de sus sistema especulativo.

En su aspecto epistemológico, el intelecto humano, es para Averroes, una forma inmaterial, única y eterna, que procede de la inteligencia suprema y engloba a todos los intelectos humanos. Es, por tanto, un intelecto colectivo e impersonal, único para la especie humana, puesto que nadie posee en propiedad su entendimiento y nadie perdura en su intelecto cuando muere. Averroes niega pues, la inmortalidad personal, que en el caso de Aristóteles estaba en situación confusa, al sostener que, cuando el individuo muere, su conciencia se desvanece y sólo permanece la específica. La eternidad del movimiento y la unidad específica del intelecto humano, serán los dos puntos en que el averroismo latino influirá más en la filosofía occidental.

El sistema de Averroes era difícilmente aceptable para los teólogos de cualquier credo. Se comprende por ello, que tuviera sus problemas con los teólogos musulmanes, al igual que Spinoza, cuya doctrina es una versión revisada del averroísmo en lenguaje racionalista, también los tuvo con la sinagoga judía. En cualquier teología, especialmente la cristiana, siempre hay novedad porque siempre hay existencia renovada, pues al ocuparse de los individuos humanos y de los problemas de su salvación personal, no puede ignorar la existencia como realidad actual, dando con ello un nuevo giro al problema del ser.

Avicena

Avicena

Abu Ali al-Husain ibn Sina-e Balji, llamado por los latinos Avicena, médico árabe y filósofo nacido en Afsana, Jorasán, actualmente Uzbekistán), en 980 y muerto en Hamada al norte de Persia en 1035 ( en realidad era persa, no árabe).

Por su resumen autobiográfico, que nos ha llegado, sabemos que era un joven precoz que sabía de memoria el Coran a los 10 años y antes de los dieciséis ya poseía todo lo que se sabía de física, matemáticas, lógica y metafísica. A los dieciséis comenzó a estudiar y practicar la medicina y antes de los veintiuno había escrito el famoso “Canon” de la ciencia médica que permaneció durante siglos como principal autoridad en las escuelas de medicina tanto en Europa como en Asia. Sirvió sucesivamente a varios potentados persas como consejero y médico viajando con ellos de lugar en lugar.

Dedicó mucho tiempo a las labores literarias, como lo atestiguan los cientos de volúmenes que escribió, a pesar de los hábitos de convivencia por los que era conocido, e ir de lugar en lugar.

Nuestroas datos sobre su vida se basan en la “Vida de Avicena “ que escribió su discípulo Jorjani (Sorsanus), que se basó en su autobiografía y publicados en las primeras ediciones latinas de sus obras.. Además de “Canon”, escribió voluminosos comentarios sobre las obras de Aristóteles y dos grandes enciclopedias tituladas "Al Schefa", o "Al Chifa" (i.e. curación) y "Al Nadja" (i.e. entrega). El "Canon" y porciones de las enciclopedias fueron traducidas al latín ya en el siglo doce por Gerardo de Cremona, Dominicus Gundissalinus y John Avendeath y publicadas en Venecia , 1493-95. Se dice que los textos árabes completos están en un manuscrito en la Biblioteca Bodleian. Un texto árabe del "Canon" y de "Nadja" se publicó en Roma en 1593.

La filosofía de Avicena, como la de sus predecesores árabes, es aritotelismo mezclado con neo-platonismo,: una exposición de las enseñanzas de Aristóteles a la luz de los comentarios de Thomistius, Simplicius, y otros neo-olatónicos.

Su Lógica está dividida en 9 partes de las que la primera es una introducción a la manera del la "Isagoge" de Porfirio, seguida por 6 partes que corresponden a los seis tratados que componen el "Organon"; Las partes octavaba y novena consisten respectivamente en tratados de retórica y poesía.

Avicena dedicó una atención especial a la definición, la lógica de la representación , como él dice, y a la clasificación de las ciencias . La Filosofía, dice, es el nombre general para el conocimiento científico, e incluye filosofía especulativa y práctica. La especulativa se divide en ciencia inferior (física), media (matemáticas) y superior (metafísica, teología incluida). La filosofía práctica se divide en Ética ( que considera al hombre como individuo), economía ( que considera al hombre como miembro de la sociedad doméstica) y política ( que considera al hombre como miembro de la sociedad civil). Estas divisiones son importantes por su influencia en la organización de las ciencias en las escuelas en las que la filosofía de Avicena precedió a la introducción de las obras de Aristóteles.

Un principio favorito de Avicena, citado no sólo por Averroes sino por los escolásticos y especialmente por S. Alberto Magno era intellectus in formis agit universalitatem, es decir la universalidad de nuestras ideas es el resultado de la actividad de la mente misma. El principio, sin embargo ha de entenderse en el sentido realístico, no en el nominalístico.

Lo que avicena quiere decir es que hay diferencias y similitudes entre las cosas, independientemente de la mente, la constitución formal de las cosas en la categoría de individualidad, universalidad genérica y universalidad específica etc., es obra de la mente. Las doctrinas físicas de Avicena le muestran como fiel seguidor de Aristóteles, que no tiene nada propio que añadir a las enseñanzas del maestro. De forma similar, en Psicología reproduce las doctrinas de Aristóteles, recogiendo ocasionalmente una explicación o una ilustración de Alfarabi.

Sin embargo, hay un punto en que no aclara bien el verdadero significado de Aristóteles, como él lo entiende,por encima de las exposiciones y elaboraciones de los comentadores (ver ESCUELA ÁRABE DE FILOSOFÍA ): la cuestión del Intelecto Agente y Paciente. Enseña que el Paciente es la mente individual en estado de potencia con respecto al conocimiento y que el Agente es la mente impersonal en estado de actual y perenne pensamiento. Para que la mente adquiera ideas, al Intelecto Paciente debe ponerse en contacto con el Intelecto Agente. Avicena insiste muy enfáticamente que un contacto de esa clase no interfiere con la sustancialidad independiente del entendimiento Paciente y no implica que haya mezcla o unión con el Entendimiento Agente. Explícitamente mantiene que la mente individual retiene su individualidad y que por ser espiritual e inmaterial está dotada con inmortalidad personal. Al mismo tiempo, es suficientemente místico para mantener que ciertas almas elegidas son capaces de llegar a una muy especial forma de unión con el Entendimiento Agentes Universal y con ello logran el don de la profecía.

Define la Metafísica como la ciencia de lo más allá del ser físico (ultra-físico) y de Dios. Es, como dice Aristóteles la ciencia teológica, que trata de la existencia de Dios, que se prueba por la necesidad de una Primera Causa; trata de la providencia de Dios, que, como todo el pensamiento árabe, está restringida a las leyes universales de la naturaleza, de manera que la Acción Divina es demasiado alta para tratar de las casos singulares y contingentes.

Hay una jerarquía de mediadores entre Dios, todos emanados de El, y las cosas materiales, origen de todo, principio de los principios. La primera emanación de Dios es el mundo de las

ideas., hecho de puras formas, libres de todo cambio, composición o imperfección. Es similar al mundo inteligible de Platón y de hecho, un concepto platónico.

Junto al mundo de las ideas estáel mundo de las almas, constituido por formas que inteligibles pero no completamente separadas de la material. Estas almas son las que animan y dan energía a las esferas celestes. A continuación del mundo de las almas esta el mundo de las fuerzas físicas que están más o menos completamente imbricadas en la materia terrestre y obedecen sus leyes, pero que de alguna manera pueden ser llevados al poder de la inteligencia si sin influenciadas por el arte mágico. Y por fin el mundo de materia corpórea, según la concepción neoplatónica que domina el pensamiento de Avicena en esta teoría de la emanación, que es en sí mismo completamente inerte, incapaz de actuar: solamente puede recibir la acción (ocasionalismo). En esta organización jerárquica de los seres, el Entendimiento Agente, como se ha dicho arriba, juega un papel necesario en la génesis del conocimiento humano, y pertenece al mundo de las ideas, es de la misma naturaleza que los espíritus que animan las esfera celestiales. De todo esto se deduce que Avicena no es una excepción en la descripción general de los aristotélicos árabes como interpretes neoplatónicos de Aristóteles.

Las dos doctrinas restantes de naturaleza general metafísica le muestran como un interprete original, o más bien árabe, y no como neoplatónico. La primera es la división de los seres en 3 clases (a) lo que es meramente posible, incluyendo las cosas sublunares; (b) lo que es meramente posible pero dotado por la Primera Causa con carácter de necesidad: como las ideas que rigen las esferas celestes;(c) lo que es necesario por su propia naturaleza, como la Primera Causa. Esta clasificación es citada y refutada por Averroes. La segunda doctrina , a la que también alude Averroes, es un sistema bastante expreso de panteísmo, que se dice que Avicena elaboró en una obra ahora perdida, titulada "Philosophia Orientalis". Los escolásticos no parecen saber nada de esta obra sobre panteism,o, aunque eran conscientes de las tendencias `panteistas de Avicena en otras obras de filosofía, por ello no confiaban en su exposición de Aristóteles.

BibliografíaAvicenna Peripatetici...Opera (Venice, 1495); MUNK in Dict. des sciences phil. (Paris,1844-52), art. Ibn-Sina; CARRA DE VAUX, Avicenne (Paris, 1900); UEBERWEG-HEINZE, Gesch. der Phil., 9th ed. (Berlin, 1905), II,247, 248; tr. MORRIS (New York, 1890), 412, 413; STOCKL, Lehrb. der Gesch. der Phil. (Mainz, 1888), I, 329 sqq., tr. FINLAY (Dublin, 1903) 293 sqq.; TURNER, Hist. of Phil. (Boston, 1903), 312, 313.

WILLIAM TURNER.

Un siglo antes que Averroes, Avicena había enseñado que la existencia, al ser algo que les acaece a los seres actuales, es para estos seres al modo de un accidente de la esencia, reestableciendo con ello, la distinción de esencia y existencia de tan hondas repercusiones en el pensamiento filosófico. Avicena parte del principio de que sólo hay un ser necesario y absoluto, que es Dios, y al que denomina el Primero, eternamente subsistente en virtud de su propia necesidad. Todo lo existente desciende del primer Ser absoluto y se extiende a todos los seres producidos por El, que son todos los seres posibles. Efectivamente: todos los demás seres, al no ser necesarios por sí, sólo son posibles, y su existencia actual procede del querer del Primero, que reunidos en la unidad de su existencia, los hace pasar de la potencia al acto. Actualizar un posible significa, por tanto, conferirle la existencia actual, de tal manera que un ser existente en el presente es un posible,

al que en el eterno fluir de las cosas cambiantes, le ha tocado el momento de ser. Estos posibles actualizados son en virtud del Primero, y mientras son, no pueden no ser, al dejar de ser posibles y pasando a ser necesarios.

En la metafísica aviceniana todo ser actualizado tiene como dos caras opuestas y contradictorias: por un lado aparece tal como es, en sí mismo, en cuanto no es más que un posible, y esto es su esencia, que es ese ser sí mismo como posible potencial. Por otra, aparece en su relación con el Primero en cuanto es necesario como existente. En expresión de Avicena: Possibile a se necessarium ex alio, posible por sí, necesario por otro(4). Es así, que la existencia referida a su esencia,(al posible en sí mismo), está privada de necesidad, pues la existencia es un accidente que acontece a las esencias. En esta situación se hace difícil admitir que esos seres que son necesarios en su relación con el Primero, sigan siendo posibles en sí mismos, puesto que una esencia antes de ser actualizada es un puro posible. Pero un puro posible no existe en absoluto, y de algo que no existe no puede surgir ninguna necesidad. Si siguiendo a Avicena tomamos a la esencia posible como actualizada, entonces existe por la necesidad del Primero, convirtiéndose en necesaria y dejando de ser posible. Cuando era posible, no existía, ahora que existe, ya no es posible. Da la impresión que en la ontología aviceniana la posibilidad irrealizada parece perdurar por encima de su realización actual, como si de su necesidad, la posibilidad recibiera una vaga realidad. Pero esto es absurdo, pues si todo lo posible es necesario, la posibilidad está totalmente ausente del ser, pues no hay nada en absoluto que sea posible en un sentido y necesario en otro. Es indudable que la dialéctica aviceniana nos introduce en ambiguas y equívocas contradicciones sobre la naturaleza del ser.

Averroes no andaba desacertado cuando veía en la doctrina de Avicena una especie de sustitutivo filosófico a su noción religiosa de creación y la consecuente relación entre Dios y las criaturas, especialmente expresada en la distinción de esencia y existencia. En efecto, Avicena quiere dejar constancia sobre la abismal diferencia ontológica entre el Ser supremo y necesario y las criaturas. El ser necesario es el único que es en virtud de su propia necesidad, es también el único que es su propia existencia, de aquí que no tenga esencia. El Dios de Avicena es un Dios sin esencia: Primus igitur non habet quidditatem. En cambio, en cada existencia actualizada, las criaturas proceden de la necesidad del Primero, con lo que la esencia como posibilidad no puede ser su propia existencia. Por tanto, la distinción de esencia y existencia sólo afecta a las criaturas, pues su esencia se actualiza mediante el acontecimiento de la existencia, recibida por la necesidad productiva del Primero. Para Dios ser existencia significa ser necesidad. Un Dios tal está obligado a existir y no puede evitar ser mientras El es. Toda existencia actual de un posible es una delegación de su propia necesidad. Por eso, en sentido estricto, no hay que hablar de creación en la teología aviceniana, sino más bien de emanación, en cuanto todo lo existente emana o fluye de la intrínseca necesidad del Primero. No obstante, frente al universo cerrado y determinado de Averroes, aparece en la metafísica de Avicena una cierta novedad de acontecimientos, pues posibles que son meros posibles devienen actuales, luego pasan y dejan lugar para la actualización de otros posibles.

La distinción aviceniana de esencia y existencia respecto a la estructura ontológica del ser, será recogida por Sto. Tomás para fundar el ser como acto, y, en registro distinto influirá en la escolástica formalista, especialmente en Duns Escoto. También a partir de Avicena, y de modo relevante en Leibniz, Wolff y otros pensadores modernos, el concepto de esencia ya no connotará el ser, sino que significará la mera posibilidad de recibir el ser, con lo que la esencia misma de la esencia será la pura posibilidad.

Dejando de lado los artículos aparecidos en diferentes revistas especializadas y volúmenes colectivos editados en nuestro país, así como las obras generales sobre la filosofía islámica que hacen mención al pensamiento y la obra de Avicena, la bibliografía en castellano sobre el filósofo persa es, desafortunadamente, sumamente escasa. Sólo ocho monografías, en efecto, han visto la luz hasta la fecha: tres debidas a M. Cruz Hernández, publicadas en 1949, 1997 y 1998 (La metafísica de Avicena Granada: Universidad de Granada, 1949; La vida de Avicena como introducción a su filosofíaSalamanca: Anthema, 1997; Avicena, Tres escritos esotéricos Madrid: Tecnos, 1998); una debida a R. Ramón Guerrero publicada en 1994 (Avicena Madrid: Ediciones del Orto, 1994); la que yo mismo preparé en 2006 (Avicena Ibn Sînâ, Cuestiones divinas Ilâhiyyât: Textos escogidos Madrid: Biblioteca Nueva, 2006); la que acaba de publicar J. Lomba y que es objeto de esta breve nota (Avicena esencial Barcelona: Montesinos, 2009); y, finalmente, las respectivas traducciones de dos libros originariamente publicados en lengua inglesa en 1958 por S.F. Afnan (El pensamiento de AvicenaMéxico: FCE, 1965) y en lengua francesa en 1979 por H. Corbin (Avicena y el relato visionario Barcelona: Paidós, 1995).

De entre tales monografías, dos de los volúmenes de M. Cruz Hernández (a saber, los de 1949 y 1998), el libro de 1994 de R. Ramón Guerrero, mi libro de 2006 y el que ahora publica J. Lomba, contienen, además, antologías de textos del filósofo de Afshana, ya sea generales (Ramón Guerrero 1994; Lomba 2009), ya limitadas, bien a su Metafísica (Cruz Hernández 1949; Segovia 2006), o a su denominada (desde hace algunas décadas) ‘filosofía oriental’ (Cruz Hernández 1998), de la que el libro de H. Corbin ofrece una muy sugerente interpretación que intercala asimismo diversos textos del filósofo. No es mucho, desde luego, tratándose de un pensador tan decisivo como lo fue Avicena en el desarrollo tanto de la filosofía islámica oriental y occidental (hasta bien entrado el siglo XIX en el primer caso y hasta finales del siglo XII en el segundo) como en el de la filosofía y la teología cristianas de lengua latina durante la Edad Media, pero es lo que sobre él hay en castellano.

El nuevo libro de J. Lomba (cuarta entrega de la interesante y atractiva colección ‘Esencial’, dirigida por M. Candel, de la editorial Montesinos) merece, en este sentido, todos los elogios, puesto que es la primera obra de conjunto de ciertas proporciones (225 páginas

frente a las escasas 93 del librito antes mencionado de R. Ramón Guerrero) publicada por un autor de habla hispana; y, en rigor, la segunda obra de conjunto editada en nuestro país con posterioridad a 1965, si bien casi todas las monografías citadas en el párrafo anterior abordan de una manera u otra, pese a prestar especial atención a determinados aspectos suyos, problemas varios de la filosofía de Avicena. Se trata, por otra parte, de una magnífica introducción a la misma, sumamente clara y útil por lo que respecta a la exposición de sus contenidos y de algunas de las muy complejas cuestiones que ella encierra y equilibrada por lo que hace al tratamiento de las ciertos temas delicados como, por ejemplo, los vínculos personales de Avicena con el chiísmo y las relaciones existentes entre su filosofía peripatética y su ‘filosofía oriental’.

Conviene decir de antemano que el libro consta de tres partes: (I) un estudio preliminar a modo de Introducción (páginas 11-65) en el que el autor examina y resume, sucesivamente, la vida y las obras de Avicena, el carácter y la importancia de su pensamiento, las partes y nociones principales de su filosofía y su obra médica; y (II) una extensa Antología de textos (páginas 67-221); cerrándose el volumen (III) con una sucinta Bibliografía (páginas 223-25).

Entre los muchos méritos que hay que reconocer a J. Lomba en su nuevo libro, me limitaré aquí a señalar cuatro, uno de orden teórico y los otros tres de orden formal. El autor realiza una presentación, aunque breve, muy cuidada de la metafísica y la ontología aviceniana, notando por ejemplo, en contra de una opinión tan difundida como errada, que Tomás de Aquino no pudo basar sus argumentos para probar la existencia de Dios por medio de la causalidad y la contingencia en los de Avicena por la sencilla razón de que éste, como bien vió Averroes, parte de suponer la existencia de un Ser Necesario en su metafísica, idea que hay que considerar, así pues, como axiomática en el marco de la última. Y, al igual que ocurre en las demás partes del estudio preliminar, la exposición remite de continuo (he ahí el primer mérito formal de la obra) a los textos incluidos en la antología. El criterio que preside ésta es, además, encomiable. Así como lo es también, por último, el hecho de que el autor haya dedicado algunas páginas de su nuevo libro a la más que notable contribución aviceniana a la medicina.

Pero junto a éstos y otros méritos hay también omisiones difícilmente explicables que, si bien no restan un ápice de interés al libro,

comprometen, en parte al menos, sus resultados; y que han de ver, principalmente, con los criterios empleados por el autor en el aparato crítico y en la confección de la Bibliografía final.

La mayoría de los textos incluidos en la Antología preparada por J. Lomba (66 de los 70 que ella comprende) han sido extraídos (tal y como se indica oportunamente en nota) de otras obras ya publicadas, y ello de acuerdo con la proporción siguiente: 21 textos están tomados del libro antes citado de R. Ramón Guerrero; 20, del libro de M. Hachena y H. Massé Avicenne: Le Livre de science (París: Les Belles Lettres, 1986); 15, de mi antología de 2006; 5, de los Études sur Avicenne de R. Mimoune (París: Les belles Lettres, 1984); y otros 5 de la segunda edición de la obra de O. Cameron GrunerA Treatise on The Canon of Medicine of Avicenna, Incorporating a Translation of the First Book (Nueva York: A.M. Kelley, 1970 11930). El hecho, sin embargo, de que únicamente a los textos tomados del libro de R. Ramón Guerrero acompañe la correspondiente referencia bibliográfica es del todo inexplicable, o como mínimo sorprendente. ¿Por qué no se ha aplicado a las demás obras el mismo criterio, es decir, por qué no se las cita a pie de cada texto extraído de ellas, como se hace en cambio con los textos extraídos del Avicena de R. Ramón Guerrero? Y si, a juicio del autor, bastaba con mencionar en nota, con ocasión de la primera referencia a tales obras, dichos trabajos (sin necesidad de volverlos a mencionar más adelante), ¿por qué no ha aplicado él el mismo criterio al libro de R. Ramón Guerrero, que, en definitiva, aparece citado veintiuna veces (mientras que los restantes libros sólo aparecen mencionados una única vez)?

Personalmente, y por lo demás, agradezco inmensamente a J. Lomba que haya juzgado útil mi antología de textos de la Metafísica de Avicena y que haya remitido a ella en la segunda parte (antológica) de su excelente nuevo libro. Así como los elogios que ha tenido a bien dirigir a mi trabajo en ella (e.g. en la página 121, nota 56); y, en definitiva, el uso implícito que de él ha hecho en las páginas iniciales de su Introducción (e.g. en la página 12, al abordar el problema de las dificultades que presumiblemente encontró el sunnismo para imponerse en el mundo iranio; cf. Avicena, Cuestiones divinas, 25). Con todo, no se entiende que en la Bibliografía final no se mencionen ni las obras de O. Cameron Gruner, R. Mimoune, y M. Hachena y H. Massé, ni mi propia monografía: el único libro de entre los citados en el párrafo anterior incluido en ella es, en efecto, el de R. Ramón

Guerrero; y mi monografía la única de entre las publicadas en castellano que no aparece reflejada.

 

Quididad

Santo Tomás de Aquino, que acuñó el término quididad (quidditas) para definir a la esencia, aparece aquí

entre los filósofos griegos Platón y Aristótelesen una pintura del italiano Benozzo Gozzoli.

Quididad, es la traducción al castellano del latín "quidditas" o "quiditas", la cual a su vez proviene del latín "quid", pronombre interrogativo que significa ¿qué es?, ¿qué cosa?, o de manera indeterminada: "algo". En ocasiones se latiniza también como «quiddidad». En filosofía, el término quididad, fue usado dentro de la escolástica medieval por Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII, le otorgó la acepción de sinónimo de esencia, de naturaleza:

Y como aquello por lo cual una cosa se constituye en su propio género o especie es lo que significa por la definición, la cual indica lo que es la cosa [quid est res], de aquí se deriva que el nombre de esencia ha sido mudado por los filósofos en el nombre de “quididad”. Y esto es lo que el Filósofo [Aristóteles] – en el Libro VII de Metafísica – llama frecuentemente “quod quid erat esse” o sea: esto por lo cual tiene que ser algo.

Santo Tomás de Aquino. Del ente y de la esencia. Libro I.1

De ahí, que la quididad sea la esencia derivada de la definición misma de las cosas, esto es, la respuesta al quid o ¿qué es? de los seres, lo que constituye su ser con independencia de su existencia:

El nombre de quididad se deriva de aquello que es significado por la definición. Pero esencia se dice según por ella y en ella el ente tiene que ser.

Santo Tomás de Aquino.2

En este sentido, el Aquinate lo usa en sustitución de la expresión de Aristóteles "lo que cada cosa es"3 (τό τί ήν είναι), y para adecuar el término árabe "māhiyya" (ماهية) usado por su comentador Avicena.4 Diferenciando con ello la existencia de la esencia, dando a su término "quididad" la segunda de tales acepciones.

En el pensamiento tomista, la esencia y la existencia se diferencian en todos los seres contingentes, esto es, lo que pueden ser o no ser, en términos teológicos: todo ser creado. Así, según el Aquinate, solamente en Dios su esencia es lo mismo que la existencia:

“Existir es la forma o naturaleza en acto. De hecho, la bondad o la humanidad no estarían en acto si no tuvieran lo que nosotros entendemos por existir. Es necesario, pues, que entre la existencia y esencia en un ser veamos la misma relación que hay entre la potencia y el acto. Como quiera que en Dios nada es potencial… se deduce que en El no hay distinción entre su esencia y su existencia. Así, pues, su esencia es su existencia.”

Santo Tomás de Aquino. Summa Theologica, I, q.3, a.4.5

En lista de errores que se encontrarían en las obras de Antonio Rosmini, la Congregación para la doctrina de la fe menciona que el filósofo sostenía que la quididad del ente finito sería su límite (a diferencia del infinito cuya quididad es su misma entidad). Así introduciría una definición negativa para la quidditas de los entes, lo cual, iría contra la doctrina católica.6

Véase también[editar]

Ontología

Metafísica

Esencia

Sustancia (Aristóteles)

Referencias[editar]

1. Volver arriba ↑  Aquino, Tomás de (2003). Del ente y de la esencia. Del reino.

Trad. Luis Lituma P. y Alberto Wagner de Reyna (1a edición). Losada.

p. 16. ISBN 9500392593.

2. Volver arriba ↑  Ibidem.

3. Volver arriba ↑  Aristóteles. Metafísica. Libro VII.

4. Volver arriba ↑  Ferrater Mora, J. (2008). Diccionario de Filosofía 2 (1ª, 6 reimp.

edición). Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-3671-9. Voz: Quiddidad

5. Volver arriba ↑  Aquino, Tomás de (2001). Suma de Teología. Parte I.

Colaboradores: José Martorell, et all. (4a edición). Biblioteca de Autores Cristianos.

p. 118. ISBN 84-7914-131-X.

6. Volver arriba ↑  Cf. Denzinger 1901.

viernes, 11 de junio de 2010

Avicena, filósofo árabe medieval (980-1037)

Avicena o Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sīnā, fue un reconocido médico y uno de los filósofos árabes más importantes de la Edad Media. Nació en Persia, más precisamente en el actual Uzbekistán,  en el año 980 y falleció a los 57 años de edad en 1037. Sus principales influencias fueron: Aristóteles, los neoplatónicos y otros árabes comoAl Kindi y Al Farabi. 

Según Avicena lo primero que concibe nuestro intelecto es que algo es, en otras palabras, la noción de ser (ens). Ahora bien, además de la noción de ser están las nociones de cosa (res) y necesidad (necesse). La cosa o res es un objeto cualquiera del que puede enunciarse alguna verdad, tiene esencia o quididad por lo cual es lo que es. Avicena denomina a la esencia de cada cosa su “certidumbre”, en otras palabras, la esencia es lo verdadero de la cosa. Con respecto a la necesidad, esta es el extremo opuesto de la posibilidad. Todo ser implica necesidad porque por su esencia es necesariamente lo que es no pudiendo ser otra cosa distinta de eso que verdaderamente es. 

La metafísica es para Avicena la ciencia primaria, justamente por su objeto primario. ¿Cuál es entonces este objeto? El objeto de la metafísica no es otro que el Ser mismo. Por lo tanto la metafísica estudiará las propiedades del ser, sus divisiones (sustancia y accidente), la prueba de la existencia de Dios y por qué su fin es conocer a Dios. De este fin es que Avicena denomina también a la metafísica como “Ciencia divina”. 

Para probar la existencia de Dios Avicena dirige sus pensamientos de la siguiente manera: todo lo que comienza, dice, necesita tener una causa de tal ser. De esta manera damos con una serie de causas o con una cadena de causalidades. Pero la serie no puede ser infinita por lo que tiene que haber una causa primera que sea origen de las demás. Esta primera causa no se puede corresponder con un ser posible sino con un ser necesario que no reciba su existencia de otra causa superior que ella misma. Por lo tanto esta primera causa incausada es Dios. 

Un aspecto importante de la teoría aviceniana de la creación fue la distinción, tomada de Al

Farabi, en las creaturas entre su esencia y su existencia. La existencia no está contenida en cosas sino que es un accidente de ellas. Dicho de otra manera, podemos concebir ......cosas sin saber si existen o no. La existencia es, para Avicena, un accidente de la esencia. En Dios no hay distinción entre esencia y existencia. En el intelecto la esencia existe como un universal, es decir, como un concepto predicable de muchos sujetos. En el mundo real la esencia existe como una cosa singular. 

Con respecto al hombre, Avicena dirá que es un compuesto de cuerpo y alma, siendo el cuerpo la parte material del hombre en contraposición a la dimensión espiritual que es el alma. El alma es un ser espiritual independientemente del cuerpo, es inmortal, es forma y perfección del cuerpo, es aquella fuerza que anima al cuerpo, y está dotada de las potencias vegetativa, sensitiva e intelectual de las que hablaba Aristóteles. 

El conocimiento consiste, según este filósofo árabe, en la captación de las esencias puras de las cosas, por medio de la abstracción, sin sus características accidentales. La abstracción no es tarea del intelecto humano sino delIntelecto Agente, Dios, que no solo crea a los hombres sino que irradia constantemente formas que se imprimen en las mentes humanas capaces de recibirlas. El Intelecto Agenteilumina la mente de los hombres para que puedan ver las formas puras, y de esta manera, sean capaces de conocer la realidad verdaderamente.