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Fran co Goya y Lucientes, Pintor Caprichos - Desastres de la guerra - Tauromaquia Juan Carrete Parrondo El grabado, inventado en el siglo XV, fue hasta el siglo XIX la única técnica conocida para la creación seriada de imágenes, por lo que se puede decir que fue, después de la imprenta, el medio de comunicación visual más importante. Desde su descubrimiento se utilizó por parte del poder para propagar ideas, tanto fueran del poder político, del religioso, o incluso para oponerse a estos poderes establecidos. La técnica del grabado calcográfico consiste, en la más sencilla de sus explicaciones, en incidir o corroer sobre una plancha de cobre, bien sea por medios físicos o químicos, con el fin de que cubiertas de tinta estas incisiones, la imagen quede impresa sobre el papel, pudiendo repetirse esta operación en principio un número indeterminado de veces. Así, pues, con poco esfuerzo se consigue multiplicar indefinidamente la imagen. Pero aunque sea explicado de forma tan sencilla a nadie se le escapa la necesidad que había de un diestro dibujante, de un hábil técnico y, por supuesto, de las ideas, de los

Goya. Estampas

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Franco Goya y Lucientes, PintorCaprichos - Desastres de la guerra - Tauromaquia

Juan Carrete Parrondo

El grabado, inventado en el siglo XV, fue hasta el siglo

XIX la única técnica conocida para la creación seriada de

imágenes, por lo que se puede decir que fue, después de

la imprenta, el medio de comunicación visual más

importante. Desde su descubrimiento se utilizó por parte

del poder para propagar ideas, tanto fueran del poder

político, del religioso, o incluso para oponerse a estos

poderes establecidos.

La técnica del grabado calcográfico consiste, en la más

sencilla de sus explicaciones, en incidir o corroer sobre

una plancha de cobre, bien sea por medios físicos o

químicos, con el fin de que cubiertas de tinta estas

incisiones, la imagen quede impresa sobre el papel,

pudiendo repetirse esta operación en principio un número

indeterminado de veces. Así, pues, con poco esfuerzo se

consigue multiplicar indefinidamente la imagen. Pero

aunque sea explicado de forma tan sencilla a nadie se le

escapa la necesidad que había de un diestro dibujante, de

un hábil técnico y, por supuesto, de las ideas, de los

mensajes que se querían trasmitir. En el tiempo en que

vivió Francisco Goya (1746-1828), la Ilustración, el

Siglo de las Luces, fue época en que el poder, en manos

de la minoría ilustrada quiso educar a todo un pueblo en

los principios de la Razón. Nada más fácil de entender

que el grabado se convirtiera en un medio de comunicación

y persuasión de suma importancia, y los realizados por

Francisco Goya en los más importantes y transcendentes en

toda la historia de España. Es, sin duda, el momento de

su máximo esplendor.

El grabado en Goya es quizá el producto más puro de su

pensamiento en cuanto a lo que entiende por ser artista,

es decir, creador, pues en el cultivo de esta técnica se

mostró con total libertad y pudo comunicar de forma

gráfica su concepto de lenguaje de invención, como ya había

expuesto por escrito a la Academia de San Fernando en

1792 en un informe que es todo un manifiesto de lo que

más tarde sería el Arte, y que una vez más creo necesario

reproducir: "Que las Academias, no deben ser privativas,

ni servir más que de auxilio a los que libremente quieran

estudiar en ellas, desterrando toda sugeción servil de

Escuela de Niños, preceptos mecánicos, premios mensuales,

ayudas de costa, y otras pequeñeces que envilecen, y

afeminan un Arte tan liberal y noble como es la Pintura;

tampoco se debe prefijar tiempo de que estudien

Geometría, ni Perspectiva para vencer dificultades en el

dibujo, que este mismo las pide necesariamente á su

tiempo á los que descubren disposición, y talento, y

quantos más adelantados en él, más fácilmente consiguen

la ciencia en las demás Artes, como tenemos los

exemplares de los que más han subido en este punto, que

no los cito por ser cosa tan notoria. Daré una prueba

para demostrar con hechos, que no hay reglas en la

Pintura, y que la opresión u obligación servil de hacer

estudiar ó seguir á todos por un mismo camino, es un

grande impedimento á los jóvenes que profesan este arte

tan difícil, que toca mas en lo Divino que ningún otro,

por significar cuanto Dios ha criado; el que más se haya

acercado podrá dar pocas reglas de las profundas

funciones del entendimiento que para esto se necesitan,

ni decir en que consiste haber sido más feliz tal vez en

la obra de menos cuidado, que en la de mayor esmero; ¡que

profundo, é impenetrable arcano se encierra en la

imitación de la divina naturaleza, que sin ella nada hay

bueno, no sólo en la Pintura (que no tiene otro oficio

que su puntual imitación) sino en las demás ciencias!"

[...]

"Parece que me aparto del fin primero, pero nada hay más

preciso, si hubiera remedio, para la actual decadencia de

las Artes sino que se sepa que no deben ser arrastradas

del poder, ni de la sabiduría de las otras ciencias, y sí

gobernadas del mérito de ellas, como siempre ha sucedido

cuando ha habido grandes ingenios florecientes: entonces

cesan los despóticos entusiastas, y nacen los prudentes

amadores, que aprecian, veneran y animan a los que

sobresalen, proporcionándoles obras en que puedan

adelantar más su ingenio, ayudándolos con el mayor

esfuerzo a producir todo cuanto su disposición promete;

esta es la verdadera protección de las Artes, y siempre

se ha verificado que las obras han creado los hombres

grandes. Por último, Señor, yo no encuentro otro medio

más eficaz de adelantar las Artes, ni creo que le haya,

sino el de premiar y proteger al que despunte en ellas,

el de dar mucha estimación al Profesor que lo sea, y el

de dejar en su plena libertad correr el genio de los

discípulos que quieren aprenderlas, sin oprimirlos ni

poner medios para torcer la inclinación que manifiestan a

este o aquel estilo, en la Pintura. [...]"

La práctica artística y la formación como grabador de

Francisco Goya varía completamente de la que

desarrollaron los grandes maestros del grabado académico

español de su tiempo, como por ejemplo el grabador de

cámara del rey Manuel Salvador Carmona. Goya tuvo como

modelo aquellas estampas creadas por otros pintores, muy

especialmente por Rembrandt. Esta es una de las grandes

singularidades de Goya quien, presentándose así mismo

siempre como pintor, se dedicó desde esta condición a

grabar, sin entrar nunca en competencia con la actividad

de los grabadores profesionales, grabadores que se

dedicaban fundamentalmente a la reproducción de pinturas

por medio de la técnica de la talla dulce, es decir, el

grabado a buril.

LOS CAPRICHOS

Las primeras obras grabadas de Goya se pueden datar hacia

el año 1778, cuando, de forma incipiente, copia al

aguafuerte dieciséis pinturas de Velázquez pertenecientes

a la Colección Real. Pero es a partir de 1793 cuando Goya

saca el máximo partido de una técnica que pone al

servicio de sus ideas: los Caprichos no son otra cosa sino

un intento de denuncia a la vez que educativo, un querer

propagar las ideas de la minoría ilustrada, que tenía

puestas sus esperanzas en el hombre razonable. Pero además

incorporando una variante de la técnica del aguafuerte,

el aguatinta, lo que proporcionaba el carácter pictórico

y no solamente lineal a las estampas.

Una de las formas de abordar las estampas realizadas por

Goya es tener presente la consideración de que Goya

cuando graba es consciente de que la obra que está

creando está destinada, por medio de las múltiples

estampas que producirá, a tener una gran difusión y que

por medio de ellas podrían llegar sus ideas e inquietudes

a un público más amplio; es decir, el autor desea por el

medio habitual del momento propagar su mensaje, de la

misma manera que con las más variadas intenciones lo

realizaban otros particulares, la Iglesia, el poder

político o las instituciones culturales.

La publicación de los Caprichos en 1799 se ha convertido en

uno de los símbolos del final del Antiguo Régimen y el

nacimiento de la época moderna. En este momento Goya

inicia una actividad artística completamente personal y

al margen de sus compromisos: a estos años pertenecen sus

primeros álbumes de dibujos y la utilización del grabado

como vehículo de expresión de sus propios pensamientos y

obsesiones. En el grabado Goya pudo expresarse libremente

al igual que ocurriera con aquellas pinturas que nacían

sin ser obra de encargo, en las cuales, según el mismo

pintor comentaba, podía "hacer observaciones a que

regularmente no dan lugar las obras encargadas, y en que

el capricho y la invención no tienen ensanches". Por esta

razón, no es de extrañar que siempre estuviera ávido por

incorporar todas aquellas innovaciones que pudieran abrir

nuevas posibilidades a su mundo de creación.

Es importante anotar que en 1793 el pintor sufre una

aguda enfermedad y que durante los años previos a la

elaboración de los Caprichos Goya conoce al amigo de Juan

Agustín Ceán Bermúdez, Sebastián Martínez —un rico

mercader gaditano coleccionista de pinturas y estampas—

que pudo facilitar al pintor la contemplación de su

colección, y a un amigo de éste, Leandro Fernández de

Moratín, admirador de la caricatura política inglesa que

pudo poner en manos de Goya algunas estampas de este

tipo.

En la primavera o verano de 1796 Goya comparte con la

duquesa de Alba su estancia en Sanlúcar de Barrameda y es

durante este tiempo cuando empieza a dibujar de una

manera continuada, convirtiendo el cuaderno de dibujos

casi en un diario donde se anotan sus pensamientos. De

esta manera en el Álbum de dibujos de Sanlúcar ya se encuentran

referencias a los Caprichos; al año siguiente hay un

proyecto de edición para el que se preparó el prospecto

que acompaña a la primera edición, aunque no se editaron

en su forma definitiva hasta 1799, año en el que se puso

a la venta la colección de ochenta estampas. Por el

anuncio que se publicó en el Diario de Madrid del 6 de

febrero de 1799, y que coincide casi totalmente con el

prospecto, podemos comprender cual era el objetivo que

pretendía la publicación: "Colección de estampas de

asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al aguafuerte

por Don Francisco Goya. Persuadido el autor de que la

censura de los errores y vicios humanos (aunque parece

peculiar de la eloqüencia y la poesía) puede también ser

objeto de la pintura: ha escogido como asuntos

proporcionados para su obra, entre la multitud de

extravagancias y desaciertos que son comunes en toda

sociedad civil, y entre las preocupaciones y embustes

vulgares, autorizados por la costumbre, la ignorancia o

el interés, aquellos que ha creído más aptos a

suministrar materia para el ridículo, y ejercitar al

mismo tiempo la fantasía del artífice.

Como la mayor parte de los objetos que en esta obra se

representan son ideales, no será temeridad creer que sus

defectos hallarán, tal vez, mucha disculpa entre los

inteligentes: considerando que el autor, ni ha seguido

los ejemplos de otro, ni ha podido copiar tampoco de la

naturaleza. Y si el imitarla es tan difícil, como

admirable cuando se logra; no dejará de merecer alguna

estimación el que apartándose enteramente de ella, ha

tenido que exponer a los ojos formas y actitudes que sólo

han existido hasta ahora en la mente humana, obscurecida

y confusa por la falta de ilustración o acalorada con el

desenfreno de las pasiones.

Sería suponer demasiada ignorancia en las bellas artes el

advertir al público que en ninguna de las composiciones

que forman esta colección se ha propuesto el autor, para

ridiculizar los defectos particulares, a uno y otro

individuo: que sería en verdad, estrechar demasiado los

límites al talento y equivocar los medios de que se valen

las artes de imitación para producir obras perfectas.

La pintura (como la poesía) escoge en lo universal lo que

juzga más a propósito para sus fines: reúne en un solo

personage fantástico, circunstancias y caracteres que la

naturaleza presenta repartidos en muchos, y de esta

combinación, ingeniosamente dispuesta, resulta aquella

feliz imitación, por la cual adquiere un buen artífice el

título de inventor y no de copiante servil. Se vende en

la calle del Desengaño, número 1, tienda de perfumes y

licores, pagando por cada colección de a 80 estampas 320

reales de vellón."

La tirada de la primera edición fue de unos trescientos

ejemplares y la venta fue bastante reducida. El 19 de

febrero apareció el último anuncio: un cambio en la

situación política, adverso para las libertades, le hace

retirarlos de la venta. En 1803 Goya cedió las ochenta

láminas de cobre y las estampas que le quedaban a la Real

Calcografía a cambio de una pensión real para su hijo.

"He recivido la Real Orden de S. M. que V. E. se sirve

comunicarme con fecha 6 del que rige [octubre 1803], de

haber admitido la oferta de la obra de mis Caprichos en

ochenta cobres grabada a la agua fuerte por mi mano, la

que entregaré a la Real Calcografía con la partida de

estampas que tenía tiradas a prevención que son 240

exemplares de a 80 estampas cada exemplar, por no hacer

el menor fraude a S. M." Años más tarde en carta a un

amigo, comentaba: "Los Caprichos... los cedí al Rey ha

más de veinte años... y con todo eso me acusaron a la

Santa [Inquisición]". Quedan claros los móviles que

impulsaron la cesión. Desde esa fecha las láminas de

cobre de los Caprichos se conservan en la Calcografía

Nacional de Madrid, pudiéndose ser contemplados hoy en el

Gabinete Francisco Goya, de esta institución.

De forma casi inmediata a su publicación empezaron a

correr papeles con la explicación o interpretación de los

Caprichos, de entre todos ellos el más conocido es el que

se guarda en el Museo del Prado (que en la presente obra

se reproduce junto a cada estampa) y se le da gran

credibilidad pues perteneció al erudito y heredero de la

colección de estampas de Juan Agustín Ceán Bermúdez,

Valentín Carderera. A él se debe el comentario manuscrito

que se lee en la cubierta: Explicación de los Caprichos de Goya

escrita de propia mano. No obstante este manuscrito es el de

tono más cauto y menos preciso, en el que se huye de

cualquier concreción y cualquier compromiso en asuntos

religiosos o políticos. Puesto que la mayoría de los

temas tratados tanto sobre las creencias supersticiosas,

médicos ignorantes, nobles inútiles, literatos

pretenciosos, brujería, como sobre el cortejo, frailes

licenciosos, la represión inquisitorial, matrimonios por

interés, las asnerías, la mala educación de los niños, el

mundo al revés, etc. , con toda la crítica que ello

comportaba, eran sin duda asuntos un tanto comprometidos,

en los que se mezclaban lo ilustrado y lo popular.

A partir de la muerte de Goya la postura adoptada en

España ante sus estampas será la de silenciarlas —la

segunda edición no apareció hasta 1855— cuando no de

infravalorarlas. En Europa, al contrario que en España, y

sobre todo en Francia bajo los aires del Romanticismo,

las estampas de Goya adquirieron una gran valoración.

La técnica de grabado por excelencia de los Caprichos es la

combinación de aguafuerte y aguatinta y no la

superposición de ésta última una vez concluida la lámina

con el aguafuerte sistema empleado en Las pinturas de

Velázquez. En este sentido, conviene hacer hincapié en el

espectacular avance que supone desde el punto de vista de

la técnica esta colección, máxime cuando el aguatinta

apenas si se había desarrollado en España ya que nunca

contó con el favor de los profesores de grabado de la

Academia de San Fernando. Goya utilizó en dos ocasiones

sólo la técnica del aguatinta para grabar toda la lámina

(Capricho 32 y 39) sin retocar absolutamente la resina con

el bruñidor, escoplo o punta seca; los blancos se han

obtenido por reservas de barniz y, al no estar matizada

la transición entre éstos y las sombras, el efecto

dramático se extrema. No obstante se pueden apreciar

dificultades en la distribución espacial de las figuras y

el entorno, principalmente en el Capricho 32, Por que fue

sensible, donde la mujer no parece estar apoyada en las

escaleras sino flotando ya que se ha perdido el efecto de

profundidad.

LOS DESASTRES DE LA GUERRA

Tras lo que se podía entender como un intento fallido de

vender su colección de los Caprichos y cederlos a la

Calcografía, parece que Goya pierde el interés por el

grabado. Por otro lado, la situación política de un

gobierno reaccionario cuya figura estelar era el favorito

Manuel Godoy propiciaron que el pintor se desvinculase,

en cierta medida, de su actividad como pintor de cámara

aunque continuase percibiendo su salario como tal.

Pero en 1808 Goya, a los sesenta años de edad, va a ser

víctima y testigo de una de las más significativas crisis

bélicas de la historia de España: la Guerra de la

Independencia (1808-1814). La guerra fue un motivo

suficientemente violento y poderoso como para que Goya

volviera a retomar esa frenética actividad privada que

apenas un reducido número de amigos compartían. De nuevo,

como ocurriera años atrás, pensamientos, reflexiones y

amarguras encuentran en el dibujo y el grabado el medio

natural para expresarse.

En pocas ocasiones se ha llegado a plasmar con tan

escalofriante dramatismo, como en los Desastres de la guerra,

los horrores de la guerra, sus nefastas consecuencias y,

lo que aún es peor, la muerte de la esperanza. Habría que

esperar a los actuales documentos cinematográficos para

conseguir efectos parecidos a los logrados por esta serie

goyesca. El pintor vivía en Madrid cuando tuvo lugar el

levantamiento de la población el 2 de mayo de 1808, y

poco después, en la primera semana de octubre de ese

mismo año, se trasladó a Zaragoza, ciudad que había

sufrido un largo y destructivo asedio por parte de los

ejércitos franceses, llamado por el general Palafox para

que inmortalizara con su pintura "las glorias de aquellos

naturales", según comentaba el propio Goya.

Es muy probable que los Desastres de la guerra tengan su origen

en los sucesos de Zaragoza, pues el pintor se vio inmerso

en el mismo escenario de la contienda y en contacto

directo con la realidad de una ciudad desbastada. Se sabe

que allí pintó algunos bocetos al óleo e hizo varios

dibujos. Aunque el primer sitio de Zaragoza pudo inspirar

casi una veintena de las estampas que forman la

colección, la rapidez de los acontecimientos, su viaje

por unas tierras que padecían todo el sufrimiento de la

guerra, la generalización a todo el Reino de la

sangrienta contienda donde se habían implicado militares

y paisanos, la inseguridad y el hambre, fueron

circunstancias lo suficientemente poderosas para que esa

idea inicial se transformara sustancialmente.

Goya comenzó a grabar la serie por lo menos en 1810 —ese

año el autor fecha algunas láminas—, aunque al no haber

sido publicada en el momento de su ejecución resulta

difícil aventurar cuando la dio el pintor por finalizada,

si es que se trata en realidad de una obra terminada.

Viviendo todos los artistas de esa época una misma

realidad, Goya construyó una reflexión sobre aquella

guerra y podemos llegar a creer que, incluso su serie,

fue fruto de una necesidad por parte del pintor,

necesidad de trasladar en imágenes su visión del hombre

sin tiempo ni lugar, sin héroes ni hazañas. En este

sentido, es muy probable que el mismo pintor fuera

consciente de la dificultad de venta, pues la estampa de

fácil consumo era la que mostraba las batallas, las

caricaturas, el retrato de los héroes, etc., en las que

no hay asomo alguno de meditación sobre los sucesos,

sobre la destrucción que significa la guerra. Además, hay

que suponer que Goya desarrolló este trabajo de manera

silenciosa, incluso secreta porque el momento en el que

estaba trabajando en ella era peligroso, no en vano

cuando deja Zaragoza para trasladarse de nuevo a la Corte

esconde sus bocetos pictóricos bajo una capa de barniz

que posteriormente no pudo levantar.

En la actualidad se conservan cincuenta y seis dibujos

preparatorios para esta serie, todos ellos en el Museo

del Prado, en los que predomina la técnica del lápiz

rojo, algunos de ellos invertidos con respecto a la

estampa y muchos presentan la característica huella de la

lámina.

Desde el punto de vista de la técnica, y visto ya el

dominio que Goya tenía de la combinación del aguatinta y

el aguafuerte, los Desastres de la guerra presentan una gran

innovación: la aguada. Se trata de la aplicación directa

del aguafuerte sobre la plancha con un pincel sin que

medie protección alguna en ésta. Es una técnica que

proporciona suavísimos tonos rompiendo la brillantez de

los blancos pero sin trama alguna como sería el caso de

la resina. De gran efecto si se aplica en zonas pequeñas,

resulta difícil controlar los resultados en superficies

amplias quedando una mayor intensidad en los bordes de la

mancha donde ha actuado el pincel, del mismo modo que

ocurre en la acuarela.

La característica fundamental de Goya grabador es su

capacidad para dar nuevas soluciones técnicas ante nuevos

problemas y situaciones compositivas. En esta ocasión hay

que suponer que la necesidad de soluciones ante las

dificultades se extremaron debido a la carencia de

materiales que existía en el momento en el que el pintor

estaba trabajando. Ante la falta de planchas de cobre

Goya las empleó defectuosas e, incluso, tomó la drástica

medida de reutilizar las láminas de los dos únicos

paisajes grabados que se conocen y de los que apenas se

habían tirado estampas. Desde esta perspectiva podía

plantearse la aguada como la solución dada por Goya ante

la imposibilidad de utilizar el aguatinta, al igual que

la mala calidad de los materiales, barnices y resinas,

que se evidencian en las falsas mordidas del ácido. No

obstante, la reducida utilización de ésta pudo ser

voluntaria dado que las composiciones resultan menos

pictóricas y más violentas con el lenguaje lineal

construido principalmente con aguafuerte, punta seca y

escoplo auxiliados con el bruñidor. Los fondos que podían

haber recibido el tratamiento pictórico del aguatinta,

Goya los elabora con una trama dura e intensa de rayas

que contrastan con mayor violencia con las zonas

iluminadas, a veces matizadas con la aguada, pero en

otras ocasiones como en el número 8. Siempre sucede, el 29.

Lo merecía o el 30. Estragos de la guerra, quedan desnudas. No

obstante, Goya emplea en esta serie el mismo lenguaje

visual que empleara en los Caprichos, la atención del

espectador se centra con el reclamo que ejercen los

blancos y que introducen al espectador en el contenido de

la estampa.

Goya traslucirá una profunda amargura al enumerar los

horrores y atrocidades de la guerra, no conmueve, hace

reflexionar. Los Desastres de la guerra, como tantas veces se

ha dicho, no son una proclama, en estas estampas se

exalta a la razón y al valor, en la misma medida que se

critica el fanatismo, la crueldad, la injusticia y los

vicios que trajeron como consecuencia el terror, el

hambre y la muerte.

Por último, en los Desastres de la guerra se denota un apego a

la realidad cotidiana que puede explicar la continuidad

cronológica que se aprecia en la totalidad de la obra: el

levantamiento y la lucha popular, los efectos

devastadores de la contienda, el hambre en Madrid, las

consecuencias de los siniestros seis primeros años de

reinado de Fernando VII y la esperanza de cambio con el

advenimiento del Trienio liberal. Se pueden diferenciar

tres grandes ciclos en esta colección: hasta el Desastre 47

escenas de la guerra, desde el 48 hasta el 64 las escenas

referidas al hambre en Madrid y, finalmente, los

caprichos enfáticos.

Sólo se conoce un ejemplar completo tirado en la época.

Se trata del que Goya regaló a su amigo Ceán Bermúdez y

cuya hija, Beatriz Ceán de Arana, dio a Valentín

Carderera y que en la actualidad se encuentra en el

British Museum (Londres). En la primera página de este

volumen y con caligrafía de un profesional se lee:

"Fatales consequencias / de la sangrienta guerra en

España / con Buonaparte. Y otros caprichos enfaticos, /

en 85 estampas. / Inventadas, dibuxadas y grabadas, por

el pintor original / D. Francisco de Goya y Lucientes. /

En Madrid." A pesar de ese sentido cronológico que

comentábamos, conviene destacar la presencia en el título

de la palabra capricho y su directa relación con la

invención. Al introducir este término Goya anuncia su

decisión de tratar un tema u otro, el capricho marca la

disparidad en el contenido, ir de un mundo a otro sin un

nexo de unión claro o un discurrir lógico temporal pero

con una relación intrínseca.

Cincuenta y tres años después de que Goya fechara los

primeros cobres la Real Academia de San Fernando decidía

publicar, tras haber adquirido toda la colección de

láminas de cobre a Jaime Machen Casalins en octubre de

1862, la primera edición bajo el título Los desastres de la

guerra. La transformación que sufrió el título de la serie

inicia el proceso de progresiva universalización de la

visión goyesca de la guerra, quedando en un segundo plano

esa directa vinculación con la realidad que provocó la

totalidad de las imágenes. Ayudó a este proceso las

escenas reflejadas en las estampas. En muchas ocasiones

es imposible precisar en favor de quien va la lucha e

incluso a veces no se puede afirmar quienes están

inmiscuidos en ésta. La atemporalidad contribuye a ello,

no se reconocen héroes, ni generales, etc. Son imágenes

fundamentadas en las experiencias vividas; la crueldad,

la violencia y la muerte son los protagonistas de una

guerra que el artista ve no ya como una contienda entre

buenos y malos, sino mala en sí misma y en la que

únicamente deja traslucir miseria e insolidaridad; y, al

llegar la paz, de nuevo los egoísmos y la irracionalidad,

que incluso hicieron que Goya no se atreviera a publicar

estas estampas, que lo fueron por vez primera en 1863.

LA TAUROMAQUIA

Es difícil dar las razones precisas por las que Francisco

Goya acometió su Tauromaquia. Algunas de las láminas de

cobre están firmadas y fechadas en 1815, de modo que en

esos momentos compaginaba el grabado de los Desastres de la

guerra con un tema aparentemente de recreo que ha llevado

a muchos estudiosos a concebirlo como un paréntesis y un

refugio donde, el ya anciano pintor, podía rememorar y

evocar tiempos de su juventud.

En esos años Goya volvía a encontrarse en una situación

económica precaria y la realidad opresiva del gobierno de

Fernando VII no debía contribuir a aligerar el desencanto

y la amargura que se aprecian en el pintor. La idea de

crear estampas de tema taurino como una, relativamente

fácil, fuente de ingresos fue la que, según la

documentación conservada, movió al pintor años más tarde

a dibujar la serie de los Toros de Burdeos en el

establecimiento litográfico de Gaulon.

Sea como fuere, la realidad es que cuando Goya graba y

pretende vender la colección apenas si existía actividad

en el mercado de estampas madrileño, máxime cuando desde

el 5 de mayo de 1814 se había vuelto a la censura previa

de estampas y se había restablecido el Tribunal de la

Inquisición. Desde esta perspectiva, el tema de los toros

era el más adecuado para crear una colección de estampas

que pudiera reportar algún ingreso porque, además de no

prestarse a polémica alguna, la fiesta de los toros vivió

un resurgir durante el reinado de Fernando VII.

Para esta colección Goya empleó un periodo de tiempo no

superior a dos años y medio. La mayor parte de los

dibujos preparatorios se conservan en la actualidad en el

Museo del Prado y están dibujados con sanguina roja.

Todas las composiciones tienen un estilo muy similar y,

excepto una, se presentan con una gruesa línea de

enmarque; la técnica de grabado, sin ser tan innovadora

como en las colecciones que hizo con anterioridad,

demuestran la armonía, destreza y capacidad pictórica que

puede existir en la combinación de todas ellas.

Singulariza a esta serie el carácter dramático que Goya

dio a las composiciones. En la mayoría de las estampas

presenta el momento brutal del encuentro entre el hombre

y la fiera, tratando de dominar al animal que embiste con

bravura. Al compararlas con los dibujos se observa como

progresivamente reduce a lo esencial el tema. En la

mayoría de las ocasiones la plaza está insinuada por la

barrera en la que a veces se apoya directamente el

público. Pero el artista que idea e inventa la Tauromaquia

es el mismo que está trabajando en los Desastres de la guerra,

por ello es lógico que existan coincidencias entre estas

dos colecciones: los moros de esta serie se parecen a los

mamelucos, y los muertos del Desajarrete de la canalla recuerdan

a esos muertos que pueblan los Desastres de la guerra. Pero en

todas las estampas se puede apreciar bajo el dinamismo y

la violencia de la escena —esa violencia que en ocasiones

desfigura los rostros o contorsiona los cuerpos— la

nobleza, valentía e, incluso, heroicidad de los

protagonistas; lo que Goya niega a los hombres y mujeres

de las escenas de la guerra se lo concede a estos

protagonistas: el hombre y el toro que con libertad y

elegancia se mueven, se acometen y se defienden en una

lucha a muerte digna.

No cabe duda de que la serie no responde a la

identificación tópica del artista como un hombre

apasionado por las corridas de toros. Forzando la

interpretación se podría llegar incluso a considerarla

como continuación, en construcción metafórica, de los

Desastres de la guerra.

Se cree que Goya comenzó a grabar las láminas por

aquellas escenas que le eran más contemporáneas. A este

momento corresponden además de las tres que están

fechadas, aquellas que fueron desechadas por el grabador

aunque éste aprovechó la plancha de cobre por la otra

cara. Estas escenas son las que actualmente son

designadas con letras, no llevan título conocido y no

fueron incorporadas a la primera edición. Las estampas

que presentaban el aspecto histórico de la lidia las

grabó con posterioridad seleccionando aquellas figuras

que estaban vinculadas con una determinada suerte.

Se ha señalado que los títulos dados a las estampas de la

Tauromaquia están en relación con algunos pasajes de la

Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España,

publicado en Madrid en 1777 por Nicolás Fernández de

Moratín, por lo que se ha sugerido que Goya pretendía

ilustrar este trabajo, pero en algunas de las

composiciones se aleja de este texto y parece estar más

en relación con el de la Tauromaquia, o arte de torear á caballo y á

pie de Pepe Hillo, obra que, publicada originariamente en

Cádiz, tuvo una segunda edición en Madrid en 1804.

El 31 de diciembre de 1816 en la Gaceta de Madrid se daba el

siguiente anuncio: "Colección de estampas inventadas y

grabadas al agua fuerte por D. Francisco Goya, pintor de

cámara de S. M., en que se representan diversas suertes

de toros, y lances ocurridos con motivo de esas funciones

en nuestras plazas, dándose en la serie de las estampas

una idea de los principios, progresos y estado actual de

dichas fiestas en España, que sin explicación se

manifiesta por la sola vista de ellas. Véndese en el

almacén de estampas, calle Mayor, frente a la casa del

conde de Oñate, a 10 reales de vellón cada una sueltas, y

a 300 id. cada juego completo, que se compone de 33."

No parece que la serie tuviera mucho éxito de venta. En

este sentido se debe tener presente que Goya no hizo

estampas de técnica sencilla y lineal destinadas a ser

iluminadas y, además, tampoco hizo una narración gráfica,

incluso didáctica, de la manera de transcurrir la fiesta.

Es decir, no hizo la estampa de costumbres a la que

fácilmente se adaptaba el tema taurino al estilo de las

de Antonio Carnicero que tenía un público seguro. Es mas,

la colección ni siquiera lleva el título grabado al pie

de cada estampa. Parece que Goya consideró innecesario

grabar las inscripciones aunque el mismo tenía un

ejemplar donde aparecían los títulos manuscritos y que en

la actualidad se encuentra en la Public Library de

Boston.

A MODO DE CONCLUSIÓN ABIERTA

La galería de personajes creados por Goya abarca tanto a

los reales como a los imaginados con lo que se alcanza lo

universal. Quizá en ningún momento pretendió seguir un

programa iconográfico completo, y por ello la dificultad

que encontraron tanto los comentaristas coetáneos como

los actuales por identificar a los personajes. Goya toma

los tipos, el ambiente en general, identificables no en

concreto, sólo como abstracción, como universo

totalizador, sin que, por otra parte, se rompa el

carácter narrativo, para lo cual mezcla lo real con lo

imaginario, con lo que consigue la intemporalidad. De

esta manera desfilan por sus estampas, fuera del espacio

y del tiempo concreto, los personajes de la comedia

humana.

En fin, hay que reconocer que para el hombre actual,

concienciado por los mismos problemas que él denunció —en

cuanto que universales e intemporales—, las estampas de

Goya aun siguen siendo de plena actualidad, convertidas

en documentos visuales que ayudan a comprender el mundo.

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