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Descubrimiento arqueológico de la antigua Ugarit

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9. EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA ANTIGUA UGARIT. ANÁLISIS DE UN RELATO EUROCÉNTRICO

Jordi Vidal1

Universitat Autònoma de Barcelona

INTRODUCCIÓN

El yacimiento de Ras Shamra, que se corresponde con la antigua ciudad de

Ugarit, es sin lugar a dudas una de las grandes joyas de la arqueología siria,

tanto por la cantidad como por la calidad de los hallazgos allí realizados.

El estudio prácticamente ininterrumpido de Ras Shamra, desde 1929 has-

ta la actualidad, ha permitido documentar de forma detallada una muestra

muy signifi cativa de la cultura sirio-cananea de la Edad del Bronce. Gracias a

ese estudio, sabemos que Ugarit fue una ciudad de extraordinaria antigüedad,

capital de un pequeño reino del norte de la costa siria. Los inicios de la ocupa-

ción humana en el lugar se remontan al período neolítico (ca. 6500 a.n.e.) y se

extiende hasta el 1200 a.n.e., fecha de su destrucción defi nitiva a manos de

los pueblos del mar.2 Desde un punto de vista político, Ugarit fue siempre un

centro secundario. Así, para el periodo histórico que conocemos mejor a nivel

textual (el del Bronce Final, ca. 1600-1200 a.n.e.), el reino de Ugarit estuvo

dominado de forma sucesiva por Egipto y el Imperio hitita, sin ejercer nunca

un papel relevante más allá de la esfera estrictamente regional.3 Fueron

aquellas grandes potencias y sus principales centros dependientes en la zona

1. Agradezco a Rocío Da Riva tanto su invitación para participar en el Workshop «Descu-

briendo el Antiguo Oriente» como la lectura que hizo del presente trabajo. Por supuesto, cual-

quier error es responsabilidad únicamente mía. Las imágenes del artículo provienen del fondo

C. Schaeffer de la Mission de Ras Shamra, Collège de France. Agradecemos a Valérie Matoïan su

permiso para incluirlas en la presente obra.

2. Sobre esta cuestión véase, entre otros, Yon, 1992 y Vidal, 2013.

3. Véanse Liverani, 1962 y 1979: 1295 y ss.; Singer, 1999 y Freu, 2006 para una historia polí-

tica del reino de Ugarit.

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las que marcaron los ritmos geopolíticos de la época (Liverani, 1979; van sol-

dt, 1995). Está claro, por lo tanto, que si Ugarit ha llamado poderosamente la

atención de asiriólogos, biblistas y, en general, orientalistas, no ha sido por su

especial signifi cación política en la historia de la región.

En realidad, las razones que explican nuestro interés en la antigua Ugarit

son básicamente dos. La primera hace referencia a su importante signifi ca-

ción económica durante la Edad del Bronce. En este sentido, conviene desta-

car que Ugarit fue uno de los más importantes puertos mediterráneos de la

antigüedad preclásica, debido esencialmente a su privilegiada ubicación geo-

gráfi ca. Así, Ugarit constituía un lugar de paso obligado en las rutas comer-

ciales este-oeste (Siria-Chipre) y norte-sur (Anatolia-Egipto), por las que

transitaban expediciones egipcias, micénicas, anatólicas, sirio-cananeas, etc.

(Bell, 2006: 17 y ss.; Vidal, 2006; McGeough, 2007: 322 y ss.; Monroe, 2009:

31 y s.), que protagonizaban un lucrativo intercambio comercial de madera,

metales (especialmente el cobre de Chipre), tejidos y aceite, entre otros (Li-

verani, 1987: 68 y s.). La segunda razón está relacionada con los extraordina-

rios archivos recuperados en la ciudad, con cerca de 2000 tablillas de arcilla

en las que están atestiguadas nueve lenguas y/o sistemas distintos de escritu-

ra (ugarítico, acadio, sumerio, hurrita, egipcio, hitita jeroglífi co, hitita cunei-

forme, chipro-minoico y fenicio), aunque la inmensa mayoría de los textos

están escritos en lengua acadia con el silabario mesopotámico o bien en uga-

rítico con el sistema cuneiforme alfabético creado en la propia ciudad (van

soldt, 1991: 57 y ss.; Pedersén, 1998: 68 y ss.).4 Entre esos textos, han llamado

poderosamente la atención los de contenido religioso y literario, incluyendo los

mejores ejemplos existentes de la mitología y la épica cananeas que conoce-

mos (ciclo mitológico de Baal, leyendas de Kirta y Aqhat, la saga de los Re-

faim, etc.).5 Aquellos textos han proporcionado una vía de acceso privilegiada

para conocer el contexto religioso y cultural del que posteriormente surgirá

la tradición bíblica. Y es precisamente esa proximidad evidente con el mun-

do bíblico, con las tradiciones religiosas judeo-cristianas que se hallan en la

4. A lo largo de todos estos años los textos hallados en Ras Shamra se han publicado de forma

muy dispersa en distintas colecciones (Palais Royal d’Ugarit 2, 3, 5 y 6; Ugaritica 5 y 7; Ras

Shamra-Ougarit 7, 14 y 18). Con todo, puede leerse una traducción de los principales textos es-

critos en lengua acadia en Lackenbacher, 2002. Por otra parte, la totalidad de los textos escritos

en el cuneiforme alfabético de Ugarit se hallan recogidos en Dietrich/Loretz/Sanmartín, 2013,

aunque en dicho volumen tan solo aparece la transliteración de los mismos.

5. Para una edición castellana de la literatura épica y mitológica de Ugarit véanse Del Olmo,

1981 y 1998. Sobre los textos de contenido litúrgico puede verse, también en castellano, Del

Olmo, 1992 (con una traducción al inglés de 1999). En general, sobre la cultura de Ugarit véase

una breve aproximación en castellano en Cunchillos 1994.

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base de nuestros propios fundamentos culturales, la principal razón que ex-

plica el enorme interés suscitado por Ugarit.

El resultado de ese interés es una ingente cantidad de publicaciones. Sirva

como muestra de ello el trabajo de los investigadores de la Ugarit-Forschung

de la Universidad de Münster, quienes recopilaron la bibliografía sobre Uga-

rit publicada entre 1928 y 1988 (Dietrich/Loretz/Berger/Sanmartín, 1973;

Bergerhof/Dietrich/Loretz, 1986; Dietrich/Loretz, 1996). El resultado fi nal

fueron seis gruesos volúmenes, con un total de más de 4000 páginas con refe-

rencias bibliográfi cas sobre Ugarit. Desde entonces, ningún indicador permi-

te señalar que aquel interés en Ugarit esté disminuyendo, sino más bien al

contrario. Así se aprecia cada año, por ejemplo, en las páginas de Ugarit-

Forschungen, anuario editado también en Münster y dedicado monográfi ca-

mente a cuestiones relacionadas con los estudios de la antigua Ugarit, con

una media de más de 600 páginas por volumen.6

En el presente trabajo nos proponemos reconstruir el proceso que condujo

al redescubrimiento arqueológico de la antigua Ugarit, proceso que a la pos-

tre es el que permitió el surgimiento y posterior desarrollo de los estudios

ugaríticos. Dicho proceso ha sido relatado con anterioridad en numerosas

ocasiones. Es por ello que a continuación nos centraremos especialmente en

determinados aspectos del mismo que, o bien han sido omitidos, o bien han

recibido una atención marginal en esos trabajos previos, hasta el punto de

conformar una historia que no se ajusta en su totalidad a la sucesión de he-

chos que efectivamente tuvieron lugar.

EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE RAS SHAMRA: LA VERSIÓN CANÓNICA

Diversos artículos, trabajos de síntesis y monografías dedicadas a Ras Sha-

mra-Ugarit han reconstruido con detalle las circunstancias históricas que

permitieron el descubrimiento del yacimiento.7 Todos esos relatos, con varia-

ciones no excesivamente signifi cativas, reconstruyen una historia coherente

que aquí hemos denominado como la «versión canónica» del descubrimiento

de la antigua Ugarit, en contraposición con la «versión alternativa» a la que

6. Véase Vita, 2008 para una reciente refl exión sobre las últimas tendencias en los estudios

ugaríticos y Smith, 2001 para un análisis sobre el origen y desarrollo de dichos estudios desde

principios del siglo XX hasta el momento de edición de la obra.

7. En este sentido véanse, entre otros, Saadé, 1979: 38 y ss. y 2011: 18 y ss.; Curtis, 1985: 18 y ss.

y 1999: 6 y ss.; Cunchillos, 1992: 43 y ss.; Day, 2002: 37 y ss.; Yon 2004 y 2006: 7; Bordreuil/Par-

dee 2009: 1 y s.

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nos referiremos más adelante. A continuación reproducimos esa versión ca-

nónica tal y como se ha narrado en la bibliografía científi ca anteriormente

citada, para después proceder a su análisis.

En el mes de marzo de 1928, un campesino sirio de la aldea de Burj al-Qas.ab,

llamado Mahmud Mella Az-Zîr,8 mientras trabajaba en la siembra de los ce-

reales, de forma accidental descubrió una tumba en Minet el-Beida, un anti-

guo enclave portuario situado apenas un kilómetro al oeste de Ras Shamra

(Fig. 1). El hallazgo de la antigua tumba y, sobre todo, de los ricos materiales

de su interior provocó un auténtico revuelo entre los habitantes de Burj al-

Qas.ab. Una semana después del descubrimiento de Az-Zîr, Bruno Michel,

francés residente en la vecina ciudad siria de Latakia, tuvo noticias del mis-

mo. Así, durante uno de sus frecuentes trayectos hasta Minet el-Beida Michel

vio a una multitud de lugareños agrupados alrededor de la antigua tumba.

Ello le llevó a alertar del hallazgo a las autoridades francesas presentes en

Latakia desde el fi nal de la Primera Guerra Mundial, en virtud del mandato

francés sobre Siria y el Líbano decretado por la Sociedad de Naciones en

1920.9 Dichas autoridades se pusieron rápidamente en contacto con Charles

Virolleaud,10 que entonces era director del Servicio de Antigüedades francés

en Siria y el Líbano, con sede en Beirut. El Servicio era uno de los departa-

mentos del Alto Comisionado francés en la zona y se encargaba de diseñar e

implementar las acciones francesas relacionadas con las antigüedades de la

región. Virolleaud envió a uno de sus colaboradores, Léon Albanèse, para que

evaluara la naturaleza e importancia del hallazgo. De esta forma, a fi nales

del mes de marzo, y ya sobre el terreno, Albanèse pudo identifi car parte del

material cerámico del interior de la tumba descubierta por Az-Zîr como cerá-

mica de tipo micénico y chipriota, y que databa de los siglos XIV y XIII a.n.e.

Asimismo, también llamó la atención sobre la existencia del vecino tell de

Ras Shamra (Albanèse, 1929). Poco después fue Pierre Delbès, director de la

escuela agrícola de Bouqa, quien realizó algunas intervenciones arqueológi-

cas alrededor de la tumba descubierta por Az-Zîr.

8. La identifi cación de Az-Zîr fue posible, muchos años después, gracias a las investigaciones

de Gabriel Saadé entre los habitantes de la zona, ya que su nombre no apareció recogido en los

primeros informes de excavaciones (Saadé, 1979: 38 n.º 16 y 2011: 18 n.º 5). Así, por ejemplo,

Schaeffer nunca dio su nombre, refi riéndose a él como «un indigène» (Schaeffer, 1929: 37).

9. Sobre dicho periodo véase Longrigg, 1958 y Méouchy, 2002.

10. Virolleaud fue también el primer epigrafi sta de la misión arqueológica francesa en Ras

Shamra. Junto con Hans Bauer, Édouard Dhorme y el propio Dussaud, fue uno de los principales

responsables del rápido desciframiento de la escritura alfabética de Ugarit, así como el encarga-

do de publicar los primeros textos (Cunchillos, 1994: 31 y ss.; Cathcart, 1999; Bordreuil/Pardee,

2009: 3 y ss.).

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EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA ANTIGUA UGARIT 201

Los resultados preliminares de los trabajos de Albanèse y Delbès fueron

posteriormente analizados en París por René Dussaud, quien por entonces

ocupaba el cargo de conservador de las Antigüedades Orientales del Museo

del Louvre.11 De hecho, Dussaud jugó un papel fundamental en todo este

proceso, ya que fue él quien rápidamente identifi có la importancia de aque-

llos hallazgos que, en su opinión, podían pertenecer a la necrópolis de una

importante ciudad en la zona. Es por ello que optó por organizar una misión

arqueológica que, en la primavera de 1929, dio inicio a las excavaciones en

Minet el-Beida, patrocinadas por la Académie des Inscriptions et Belles-Let-

11. Sobre la fi gura de René Dussaud véase, por ejemplo, Merlin, 1958 y Seyrig, 1959.

FIGURA 1. Entrada a una de las tumbas de Minet el-Beida.

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tres de París (Fig. 2). La dirección de la misión recayó sobre el joven arqueó-

logo francés Claude F. A. Schaeffer, quien hasta aquellos momentos se había

especializado en el estudio de la prehistoria de la región de Alsacia, y que a

partir de entonces centró defi nitivamente su carrera en el ámbito de la ar-

queología oriental.12 Ofi cialmente, las excavaciones se iniciaron el 2 de abril

de 1929 en la zona de la tumba descubierta por Az-Zîr. Los días 9 y 10 de

abril Dussaud visitó las mismas y recomendó a Schaeffer que procediera

también al estudio del vecino tell o colina artifi cial de ruinas de Ras Shamra.

Sin embargo, no fue hasta el 9 de mayo cuando se iniciaron propiamente los

trabajos en dicho tell.13 Schaeffer optó por iniciar las excavaciones en el sec-

tor noroeste, la zona ocupada por el antiguo palacio de los reyes de Ugarit.

Ello le permitió obtener resultados espectaculares rápidamente, con la recu-

peración de impresionantes vestigios arquitectónicos pertenecientes al edifi -

12. Para una breve aproximación a la biografía del primer director de la misión arqueológica

francesa en Ras Shamra véase recientemente Yon, 2009.

13. Para un breve resumen de las excavaciones en Minet el-Beida, la antigua Mahadu, véase

Curtis, 1999: 21.

FIGURA 2. Inicio de las excavaciones en Minet el-Beida.

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cio real, objetos metálicos de valor, así como las primeras tablillas cuneifor-

mes ugaríticas.14 A partir de entonces, y debido a la magnitud de los hallazgos

y al evidente potencial del yacimiento, las autoridades francesas apostaron

decididamente por la continuidad de las excavaciones en Ras Shamra, una

continuidad que se prolonga hasta nuestros días.

En su estructura esencial, la versión canónica del descubrimiento de Ugarit

guarda una sorprendente similitud con el hallazgo de otra famosa ciudad siria,

la antigua Mari (Tell Hariri). Ya que el hallazgo de Mari se analiza con detalle

en otro artículo dentro de este mismo volumen,15 aquí nos vamos a limitar a re-

cordar muy brevemente aquel proceso. Así, a principios de agosto de 1933 un

grupo de beduinos que se hallaba en Tell Hariri buscando piedras para la cons-

trucción de una sepultura descubrió accidentalmente una estatua de gran tama-

ño del dios Shamash, dedicada a aquella divinidad solar por el rey Yasmah-Addu

a principios del siglo XVIII a.n.e. Dicho hallazgo alertó a las autoridades francesas

de Abu Kemal. Rápidamente, René Dussaud organizó una misión arqueológica

que, encabezada por André Parrot, el 14 de diciembre de 1933 iniciaba las ex-

cavaciones en la antigua Mari (Parrot, 1974: 11 y ss.; Margueron, 2004: 11 y s.).

Tal y como se aprecia en el siguiente esquema, los descubrimientos de

Ugarit y Mari, de la forma en que han sido narrados habitualmente, siguen

exactamente el mismo patrón:

a) Hallazgo fortuito protagonizado por lugareños

a.1) Ugarit: Az-Zîr descubre una tumba en Minet el-Beida

a.2) Mari: un grupo de beduinos halla la estatua de Shamash

b) Las autoridades francesas son alertadas del hallazgo

c) Se organiza una expedición arqueológica francesa en el yacimiento.

c.1) Ugarit: la misión dirigida por Schaeffer empieza las excavaciones

en 1929.

c.2) Mari: la misión dirigida por Parrot inicia las excavaciones en

1933.

Sin embargo, si analizamos con mayor profundidad el proceso de descu-

brimiento de Ugarit a partir no de la bibliografía secundaria, sino de los pri-

14. Casi treinta años después del hallazgo de las primeras tabillas, Schaeffer escribió un ar-

tículo donde reconstruía con detalle todo aquel proceso (Schaeffer, 1956).

15. Se trata del artículo de Juan-Luis Montero Fenollós, «André Parrot y el renacimiento de

Mari en el valle del Medio Éufrates sirio», dedicado de forma específica al descubrimiento

de dicho yacimiento.

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meros informes de excavación publicados, rápidamente podemos advertir

que la versión canónica expuesta hasta ahora en realidad supone un ejercicio

de simplificación que ha ocultado algunos episodios importantes relacio-

nados con la historia del yacimiento. En los dos apartados siguientes tratare-

mos de reconstruir aquellos aspectos omitidos y analizar el signifi cado tanto

de aquellas omisiones como de la creación de una versión canónica del descu-

brimiento, ciertamente sesgada y parcial.

LAS EXPERIENCIAS «ARQUEOLÓGICAS» PREVIAS EN RAS SHAMRA: UNA VERSIÓN ALTERNATIVA DEL DESCUBRIMIENTO DE LA ANTIGUA UGARIT

Efectivamente, si se repasan con detalle los informes de las primeras inter-

venciones arqueológicas en Ras Shamra y Minet el-Beida, se observan algu-

nas variaciones interesantes respecto a la versión canónica.

Así, ya el propio Albanèse reconocía en su informe de 1929 que, en reali-

dad, los habitantes de la aldea próxima de Burj al-Qas.ab hacía mucho tiempo

que rebuscaban en el tell de Ras Shamra, recuperando diversos objetos de oro

y sellos cilíndricos, algunos de los cuales todavía por aquel entonces podían

encontrarse entre los materiales controlados por los anticuarios de la zona

(Albanèse, 1929: 17). De hecho, el propio Schaeffer confi rmaba que su deci-

sión de empezar a excavar en el sector del palacio real en 1929 vino motivada

en buena medida porque los aldeanos de la zona le dijeron que esa era el área

del tell donde habían encontrado más objetos de valor en superfi cie (Schaef-

fer, 1929: 294). Por lo tanto, el hallazgo fortuito de Az-Zîr en Minet el-Beida

tiene el valor de haber sido el acontecimiento que alertó defi nitivamente a

las autoridades francesas sobre el potencial arqueológico de la zona, pero ni

mucho menos lo podemos considerar como un hecho excepcional. Tan solo

fue uno más de los muchos hallazgos que habían tenido lugar en la región.

Hacía ya mucho tiempo que los habitantes de Burj al-Qas.ab sacaban a la luz

restos arqueológicos del lugar. Lo que sucede es que esos restos, por los moti-

vos que sean, no habían llamado la atención de los arqueólogos occidentales.

Sin embargo, más allá de las visitas de los aldeanos al yacimiento y de sus

pequeños hallazgos, lo cierto es que Ras Shamra, mucho antes de la llegada

de la misión francesa, ya había sido objeto de excavaciones. Así, en 1930

Schaeffer decidió comenzar los trabajos en la zona donde se encontraban los

santuarios de Baal y Dagan. Al iniciar las intervenciones en el santuario de

Baal pudo comprobar que en realidad la zona ya había sido excavada ante-

riormente (Figs. 3 y 4). Según apunta Schaeffer, por desgracia sin indicar

cuáles son sus fuentes, en torno a 1890 los turcos excavaron allí porque, según

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FIGURA 3. El santuario de Baal en Ras Shamra tras las primeras intervenciones ar-

queológicas.

FIGURA 4. Imagen de detalle del santuario de Baal.

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él, creían poder encontrar objetos de oro en ese sector. Como consecuencia de

aquellas primeras excavaciones, los arqueólogos franceses encontraron espar-

cidos por la superfi cie de ese sector materiales arqueológicos que debieron

estar depositados originariamente en el interior del santuario, los cuales apa-

rentemente carecían de valor para esos excavadores turcos. Entre esos mate-

riales destaca el fragmento de una estela egipcia, o diversos fragmentos de

otra estela, también egipcia, dedicada a Baal Safón (Schaeffer, 1931: 9 y s.).16

Sin embargo, los arqueólogos occidentales o bien nunca tuvieron noticias de

aquellas actividades «arqueológicas» turcas o bien no se sintieron atraídos

por las mismas.17

Por desgracia, no existe ninguna información, al margen de la aportada

por el propio Schaeffer, acerca de aquellas primeras excavaciones turcas en

Ras Shamra.18 Según él, el objetivo de las mismas era simplemente el saqueo

de materiales preciosos. Con todo, si tenemos en cuenta el contexto de la ar-

queología otomana durante el siglo XIX,19 lo cierto es que caben otras opciones

al margen de la idea de los saqueadores turcos para explicar las primeras ex-

cavaciones en Ras Shamra.

A continuación plantearemos la posibilidad de relacionar aquellas prime-

ras excavaciones en Ras Shamra de 1890 con el desarrollo de la arqueología

en el Imperio Otomano durante el siglo XIX.20 Sobre esta cuestión, conviene

aquí recordar que durante aquel siglo es cuando se produjeron elementos tan

destacados como el estudio de los templos romanos de Baalbek (Líbano) por

16. El desciframiento de dicha estela (que posee el número de inventario RS 1.[089]+2.

[033]+5.183) llevó en un primer momento a Schaeffer a considerar que el nombre antiguo de

Ras Shamra pudo ser el de Safón (Schaeffer, 1931: 10). Poco después, sin embargo, Virolleaud,

tras descifrar el contenido de un pasaje de la tabilla RS 2.[008]+ (KTU 1.4), donde se menciona-

ba al rey Niqmaddu de la ciudad de Ugarit, ya propuso de forma correcta identifi car Ras Shamra

con la antigua Ugarit (Virolleaud, 1931: 351). Con todo, cabe señalar que dicha posibilidad ya

había sido sugerida poco tiempo antes por William F. Albright (Albright, 1931-1932: 165) y

Emil Forrer (Schaeffer, 1932: 26). Sobre el proceso de identifi cación de Ras Shamra con Ugarit

véase un resumen, por ejemplo, en Bordreuil/Pardee, 2009: 2 y s.

17. De hecho, durante el siglo XIX fueron muy pocas las misiones arqueológicas occidentales

que trabajaron en el suelo sirio. En este sentido únicamente cabe destacar las excavaciones ale-

manas en Zincirli, iniciadas en 1888, y en Tell Halaf, iniciadas en 1899. Ya en el siglo XX, con-

cretamente en 1911, los ingleses iniciaron las excavaciones en el emblemático yacimiento de

Carquemish (Chevalier, 2012: 63 y s.).

18. En su reciente monografía sobre los santuarios de Baal y Dagan en Ugarit, Olivier Callot

se limita a reproducir muy brevemente la información dada por Schaeffer respecto a las excava-

ciones de 1890 (Callot, 2011: 15). Ello nos permite suponer que no existen en los archivos de la

misión datos distintos a los aportados en su momento por el propio Schaeffer.

19. Sobre esta cuestión véase, por ejemplo, Bahrani/Çelik/Eldem, 2011.

20. Agradezco a Teresa Magadán las ideas que me facilitó acerca de esta cuestión.

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EL DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LA ANTIGUA UGARIT 207

parte de ofi ciales otomanos o la creación en 1846 de una colección de anti-

güedades, ubicada en la Iglesia de Santa Irene en Estambul, colección que

serviría de base para el posterior Museo Imperial Otomano, creado en 1869 y

refundado en 1881 bajo el impulso de Osman Hamdi Bey. La fi gura de Ham-

di Bey21 es de enorme importancia para el desarrollo de la arqueología turca,

no solo por su labor al frente del museo sino por su protagonismo directo en

hallazgos tan excepcionales como la necrópolis real de Sidón (Hamdi Bey/

Reinach 1892)22 o la tumba de Antíoco I en Nemrud Dagi.23 Con todo, la ar-

queología otomana durante el siglo XIX, y por infl uencia directa de las prin-

cipales tendencias europeas, estaba únicamente centrada en los periodos he-

lenístico, romano y bizantino, sin mostrar interés alguno por las etapas

anteriores (Díaz-Andreu, 2007: 110 y ss.; Matthews, 2011: 36).

La creciente implicación otomana en la conservación y estudio de las an-

tigüedades del imperio ofrece un contexto concreto dentro del que situar las

excavaciones turcas en Ras Shamra de 1890. Así, en lugar de considerarlas

como excavaciones clandestinas destinadas al saqueo, tal y como las defi nió

Schaeffer, pudo tratarse de una primera intervención «arqueológica» en el

yacimiento destinada a la búsqueda de objetos para el Museo Imperial Oto-

mano. Sin embargo, el hecho de que los materiales hallados por los excavado-

res turcos (entre ellos, las dos estelas egipcias a las que nos referíamos antes)

no fueran de época clásica, habría motivado su pérdida de interés en Ras

Shamra, quedando las excavaciones de 1890 como un episodio aislado sin

ninguna clase de continuidad. Con todo, esta hipótesis, que plantea una alter-

nativa a la idea de los buscadores de oro de Schaeffer, es únicamente una

posibilidad de trabajo que hasta el momento no cuenta con ningún apoyo

documental que permita validarla.

En cualquier caso, tanto la obtención de objetos antiguos por parte de los

aldeanos de Burj al-Qas.ab como, sobre todo, las excavaciones turcas de 1890

son elementos que relativizan la excepcionalidad de los hallazgos de 1928-

1929, tal y como aparecen normalmente descritos en la versión canónica del

descubrimiento de Ugarit.

21. En este mismo volumen, Rocío Da Riva analiza las complicadas relaciones entre Hamdi

Bey y Robert Koldewey.

22. Entre los sarcófagos hallados por Hamdi Bey en la necrópolis real de Sidón destacan el de

Tabnit (el más antiguo de todos ellos) o el denominado sarcófago de Alejandro, que en realidad

perteneció al rey de Sidón Abdalonymos. El conjunto de sarcófagos recuperado por Hamdi Bey

ocupa dos galerías del Museo Arqueológico de Estambul (Freely, 2000: 71 y s.).

23. Sobre el yacimiento de Nemrud Dagi véase Sanders 1996.

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208 ORIENTE

EL DESCUBRIMIENTO DE UGARIT: UN RELATO EUROCÉNTRICO

Llegados a este punto consideramos que existen dos posibles explicaciones al

hecho de que en la práctica totalidad de los relatos se omitan los elementos

que hemos recogido en el apartado tres.

La primera de esas posibilidades es la que nos lleva a plantear la versión

canónica del descubrimiento como una mera simplifi cación de la historia. En

este sentido, cabe reconocer que los relatos sobre el descubrimiento de un

yacimiento, salvo casos excepcionales, suelen limitarse a unas pocas líneas o

párrafos que rápidamente dan paso a los contenidos histórico-arqueológicos

relacionados con el yacimiento en cuestión. Se trata, por lo tanto, de una in-

formación percibida como secundaria y a la que, en consecuencia, se le dedi-

ca un espacio muy limitado. Buen ejemplo de ello lo tenemos en la monogra-

fía de 179 páginas de Marguerite Yon sobre Ras Shamra-Ugarit, donde

utilizó únicamente 3 párrafos (31 líneas) para describir la historia del descu-

brimiento (Yon, 2006: 7). Un caso similar lo encontramos en el manual de es-

tudios ugaríticos de Pierre Bordreuil y Dennis Pardee, donde tan solo 2 de

las 355 páginas se dedican a la cuestión del descubrimiento (Bordreuil/Par-

dee, 2009: 1 y s.). Por lo tanto, en el caso de Ugarit parece comprensible que

la mayor parte de los autores se hayan centrado en los acontecimientos de

1928-1929, omitiendo episodios como las excavaciones otomanas de 1890, por

considerarlas secundarias o directamente irrelevantes para comprender la

historia del yacimiento.

Sin embargo, cabe también una segunda posibilidad, y es la de insertar la

versión canónica del descubrimiento de Ugarit dentro del contexto colonial

en el que se desarrolló la arqueología en el Próximo Oriente durante el si-

glo XIX y la primera mitad del XX.

En este sentido, una lectura detenida de la versión canónica demuestra

cómo la misma tiende a minimizar cualquier aportación local al descubri-

miento de Ugarit, relegándola a la categoría de simple anécdota: un lugareño

de forma completamente involuntaria halla una antigua tumba, que despier-

ta su interés no por su valor histórico, que es incapaz de percibir o valorar,

sino únicamente por las riquezas de su interior. Por el contrario, todo el mé-

rito arqueológico del descubrimiento recae de forma exclusiva sobre los occi-

dentales: sobre Michel por alertar del hallazgo de la tumba de Minet el-Bei-

da a las autoridades francesas, sobre Virolleaud por haber tenido el buen

juicio de ordenar la inspección del lugar, sobre Dussaud por haber sido capaz

de percibir rápidamente el potencial arqueológico de la zona, sobre Schaeffer

por haber localizado espectaculares hallazgos ya en las primeras campañas,

etc. Dentro de este contexto, la omisión sistemática de los frecuentes hallaz-

gos de materiales arqueológicos de los habitantes de Burj al-Qas.ab en Ras

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Shamra o de las excavaciones otomanas de 1890 tiene un profundo signifi ca-

do. En realidad no se trataría de una omisión inocente producto de la escasa

atención prestada a la historia del descubrimiento, sino que formaría parte

de un discurso eurocéntrico tendente a reforzar la primacía occidental (en

este caso francesa) en el estudio arqueológico de un yacimiento tan signifi ca-

tivo del Próximo Oriente, como es el de Ras Shamra-Ugarit, ignorando las

experiencias propiamente locales.

En este sentido, cabe tener en cuenta que el descubrimiento arqueológico

de Ugarit por parte de los arqueólogos franceses se produjo en pleno contexto

colonial. Así, los hallazgos de 1928-1929 se sitúan dentro de un marco carac-

terizado por la fi rme creencia en la absoluta e incontestable hegemonía polí-

tica e intelectual europea. Dicha creencia a nivel arqueológico signifi có, en-

tre otros, la aceptación de que el interés científi co por el pasado únicamente

era posible desde Occidente, que utilizó la arqueología con una fi nalidad cla-

ramente imperialista, como un instrumento más para legitimar la hegemo-

nía occidental sobre las poblaciones dominadas (Díaz-Andreu, 2007: 209

y ss.). Dentro de este clima intelectual se explica perfectamente que Schaef-

fer atribuyera inmediatamente las excavaciones de 1890 a saqueadores tur-

cos, sin contemplar en ningún momento la posibilidad de que pudieran estar

relacionadas con el programa arqueológico otomano impulsado por Hamdi

Bey. El interés científi co por el pasado remoto no era una característica nor-

malmente reconocida en el Otro. De hecho, es fácil relacionar esta situación

con el concepto europeo de «Orientalismo», tal y como lo defi nió Edward

Said en su famosa obra sobre esa cuestión (Said 1978). Así, la versión canóni-

ca del descubrimiento de Ugarit claramente aparece como un relato que su-

braya el monopolio occidental sobre la descripción y estudio de lo «oriental»,

en una demostración de autoridad sobre el tema. El Antiguo Oriente perte-

necía en exclusiva a los investigadores europeos y norteamericanos, que bus-

caban allí las raíces de su propia cultura occidental. El Antiguo Oriente per-

tenecía a Occidente (Van de Mieroop, 1997: 287 y ss.).

La versión colonialista del descubrimiento superó con mucho el periodo

estrictamente colonial hasta el punto de quedar perfectamente fi jada dentro

del relato canónico. Allí, como decíamos, se reproducen las viejas ideas acer-

ca de la aportación anecdótica local, la omisión del episodio turco de 1890 y

el absoluto protagonismo francés en todo el proceso. En realidad, esta versión

decididamente eurocéntrica del descubrimiento de Ugarit es perfectamente

coherente con la historia de una disciplina, la arqueología del Próximo

Oriente, caracterizada precisamente por la posición hegemónica occidental

más absoluta. Curiosamente, no deja de ser signifi cativo que un erudito sirio

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como Gabriel Saadé,24 autor de la más completa reconstrucción del descubri-

miento de Ugarit, optase por reproducir sin ningún atisbo de crítica, esa vi-

sión claramente eurocéntrica del descubrimiento. Ello supone un indicador

evidente de hasta qué punto aquella retórica fundada sobre un pensamiento

colonial ha dominado los discursos académicos sobre la cuestión.

Terminamos el presente trabajo con una breve mención relativa a la re-

percusión que tuvo en España el descubrimiento de Ras Shamra. La noticia

sobre los primeros hallazgos en la ciudad fue recogida en periódicos como El

Sol o La Voz,25 donde prestaron especial atención al hallazgo de los nuevos

textos en la ciudad. Sin embargo, en un artículo de La Voz, escrito por un

autor anónimo que fi rmaba con el pseudónimo de «Aprendiz de arqueólogo»,

también se recogían algunos datos relativos al descubrimiento del yacimien-

to, que reproducimos a continuación:

La misión científi ca [francesa] comenzó a trabajar en Minet-el-Beida en marzo de

1929, en el lugar en que un año antes y casualmente dio un labrador con una tum-

ba abovedada.

Pronto fue limitada la necrópolis, y se produjeron los primeros hallazgos (…)

Aunque los ladrones indudablemente arramblaron con todos los objetos valiosos,

aun quedaban en la cámara fúnebre fl echas de bronce, una sortija de oro con fi letes

de plata, perlas también de oro, un cilindro de hematites grabado y fragmentos de

una arqueta de marfi l grabada y esculpida (…)

En otro extremo de la misma llanura, a corta distancia de la necrópolis, los

sondeos descubrieron el palacio de Ras-Shamra, que en la actualidad está reducido

a los enormes cimientos de una soberbia construcción destruida por un incendio.

Tal y como se aprecia en el fragmento anterior, y como era de suponer, la

versión que se ofreció a los lectores españoles de la época se articulaba a par-

tir de unas imágenes muy características y especialmente signifi cativas: mi-

nimización de las aportaciones locales (los aldeanos de Burj al-Qas.ab son des-

critos, literalmente, como «ladrones») y protagonismo absoluto de los

arqueólogos franceses en el proceso de descubrimiento e investigación. La

hegemonía de la versión eurocéntrica, por lo tanto, no quedó limitada al ám-

bito estrictamente académico sino que es la versión que, por supuesto, se

ofreció al público interesado en esas cuestiones, también en España.

24. Sobre la fi gura de Saadé véase un breve perfi l biográfi co en De Contenson 1998.

25. El Sol, 16/10/1929, p. 2; La Voz, 14/11/1929, p. 4. Agradezco a Rocío Da Riva la informa-

ción que me facilitó acerca de la publicación de noticias arqueológicas en la prensa española de

la época.

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