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|Bernardos Sanz, Jose U.; Hernández, Mauro y Santamaría Lancho, Miguel. GRADO HISTORIA ECONÓMICA. TEMA 8. SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y PRIMERA GLOBALIZACION

Bernardos, Hernández, Santamaría (2014) Historia económica. Tema 5

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|Bernardos Sanz, Jose U.; Hernández, Mauro y Santamaría Lancho, Miguel.  

GRADO  

HISTORIA ECONÓMICA.

TEMA 8. SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y PRIMERA GLOBALIZACION

   

J.U. Bernardos, M. Hernández, M.Santamaría

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la obra original

Indice Tema 8. Segunda revolución industral y primera globalización (c. 1870-1914) Resultados de aprendizaje Preguntas iniciales Contenidos del tema 8.1. La segunda industrialización

8.1.1. La base científica del cambio tecnológico 8.1.2 El nuevo papel del capital humano 8.1.3 La revolución de los transportes y las comunicaciones: la vuelta al mundo en ochenta días 8.1.4 La renovación de la industria pesada: siderurgia, química, eléctrica 8.1.5. Del carbón al petróleo 8.1.6. La aportación del marco institucional

8.2. La internacionalización de la economía: avances en la integración de mercados y movilidad de factores 8.2.1 El desarrollo y transformaciones del comercio internacional 8.2.2. Los flujos migratorios: dimensiones y sus efectos sobre la distribución de la renta 8.2.3 Integración de los mercados de capital

8.3. La “Gran Depresión” y el nacionalismo económico 8.3.1. Reacciones: el nuevo papel de los Estados

8.4. La economía española de la Restauración a la Primera Guerra Mundial 8.4.1. La evolución económica y la depresión finisecular 8.4.2. Proteccionismo agrario y proteccionismo industrial 8.4.3 La pérdida de las colonias y la hacienda pública 8.4.4 El auge de principios del siglo XX y el arranque de la segunda revolución industrial 8.4.5 Balance del período .

Resumen Conceptos básicos Referencias

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Tema 8. Segunda revolución industrial y primera globalización (c. 1870-1914)

1. Resultados de aprendizaje

Esperamos que el estudio del tema le permita:

1. Definir el concepto segunda industrialización y diferenciarla de la primera industrialización.

2. Caracterizar la primera globalización de la economía mundial. 3. Analizar los factores que explican la oleada de políticas proteccionistas a

partir de la década de 1870. 4. Esquematizar el funcionamiento del patrón oro y explicar su contribución

al crecimiento del comercio. 5. Establecer los rasgos más notables de la intervención del Estado en las

distintas economías europeas. 6. Definir el concepto de imperialismo, y explicar los factores de su aparición

en este momento histórico. 7. Analizar los efectos que la crisis de 1873 y la pérdida de las colonias

tuvieron sobre la economía española.

2. Índice

8.1. La segunda industrialización 8.1.1. La base científica del cambio tecnológico 8.1.2 El nuevo papel del capital humano 8.1.3 La revolución de los transportes y las comunicaciones: la vuelta al mundo en ochenta días 8.1.4 La renovación de la industria pesada: siderurgia, química, eléctrica 8.1.5. Del carbón al petróleo 8.1.6. La aportación del marco institucional

8.2. La internacionalización de la economía: avances en la integración de mercados y movilidad de factores 8.2.1 El desarrollo y transformaciones del comercio internacional 8.2.2. Los flujos migratorios: dimensiones y sus efectos sobre la distribución de la renta 8.2.3 Integración de los mercados de capital

8.3. La “Gran Depresión” y el nacionalismo económico 8.3.1. Reacciones: el nuevo papel de los Estados

8.4. La economía española de la Restauración a la Primera Guerra Mundial 8.4.1. La evolución económica y la depresión finisecular 8.4.2. Proteccionismo agrario y proteccionismo industrial 8.4.3 La pérdida de las colonias y la hacienda pública 8.4.4 El auge de principios del siglo XX y el arranque de la segunda revolución industrial 8.4.5 Balance del período

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3. Algunas preguntas iniciales

• ¿Es la globalización un fenómeno de nuestros días? Y si no lo es ¿cuándo

empezó?

• ¿Qué semejanzas y diferencias tienen la globalización del último cuarto

del siglo XIX con la del siglo XX?

• ¿Son tan evidentes las ventajas del libre comercio? ¿Y sus

inconvenientes?

• ¿El comercio mundial es un juego de suma cero (donde tiene que haber

ganadores y perdedores) o de suma superior a cero (donde puede ocurrir

que todos ganen)?

• ¿Por qué algunas potencias industriales no practicaron el librecambio?

• ¿En qué se diferencia el proteccionismo de último cuarto del siglo XIX de

las políticas mercantilistas de siglos anteriores?

• ¿Por qué el hundimiento de los precios de fines del XIX (Gran Depresión)

coincidió con un crecimiento de los salarios reales y mejoras del nivel de

vida?

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4. Contenidos del tema

Cuando hablamos hoy de la globalización –un proceso que no sólo afecta a la economía—, tal vez no seamos conscientes de que constituye la fase más avanzada de un proceso de progresiva ampliación de los circuitos de circulación de ideas, personas, mercancías, capitales (y por supuesto armas) que arranca desde épocas muy remotas. Pero si un período merece el nombre de primera globalización es la segunda mitad del siglo XIX, prolongada hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial. A lo largo de estas décadas se produce el espectacular aumento de los flujos de mercancías, de capitales y de personas. Las fuerzas que lo impulsan proceden de las naciones industrializadas o en proceso de industrialización, con particular protagonismo de Gran Bretaña.

Los distintos fenómenos de esta primera globalización tienen que ver todos, en alguna medida, con las fronteras nacionales. De hecho, buena parte de la historia de los avances y retrocesos del librecambio nacen del intento de reducir la densidad de esas fronteras en forma de aranceles, contingentes o derechos diferenciales de bandera. Desde el punto de vista monetario, el patrón oro puede entenderse como un mecanismo para crear una moneda universal; es decir, sin fronteras. Los flujos de capitales (inversiones) y personas (migraciones) irán en cambio encontrándose con barreras cada vez más altas a medida que avance el período, pero eso no impedirá que se multipliquen. Por último, otra parte de la historia tiene que ver con la apertura forzosa de fronteras –como hicieron los norteamericanos y europeos en Asia– e incluso con la creación de fronteras allí donde no existían antes, como en África. Es la cara menos pacífica pero igualmente real de la primera globalización.

Este tema complementa con una óptica internacional el análisis de los procesos nacionales de industrialización de los temas anteriores. Por ello, en algún momento se hace referencia a procesos y fenómenos ya examinados, pero poniéndolos en un contexto internacional y comparativo. 8.1 La segunda industrialización.

La expresión “segunda revolución industrial” (o segunda revolución tecnológica, en otros autores) se ha utilizado para caracterizar los avances científicos y técnicos que tuvieron lugar en el último tercio del siglo XIX. Sus características y sobre todo los factores que influyeron en la innovación técnica la diferencian claramente de la primera revolución industrial iniciada en el siglo XVIII. La segunda revolución industrial marca también un cambio en el liderazgo tecnológico en favor de Alemania y Estados Unidos y en

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detrimento de Gran Bretaña. En cuanto a la denominación, las mismas razones que hacen considerar inadecuado hablar de “revolución industrial” para referirnos a las transformaciones estructurales fuera de Inglaterra, nos hacen preferir el término de segunda industrialización para hablar de un proceso que se prolongó en el tiempo y afectó de modo distinto a muy diversos países y sectores.

8.1.1. La base científica del cambio tecnológico

Los avances técnicos de la revolución industrial inglesa fueron obra de artesanos hábiles y apenas guardaron relación con avances científicos. Podríamos decir que primero se inventó la máquina de vapor y posteriormente se formularon las leyes de la termodinámica, que explicaban por qué, a veces, esas máquinas de vapor no explotaban. La segunda industrialización en cambio fue el resultado directo de la aplicación de una serie de avances científicos a la tecnología y a la organización de la producción. La investigación y el desarrollo científico precedieron y fueron condición necesaria para las innovaciones tecnológicas.

8.1.2 El nuevo papel del capital humano

En este contexto, el capital humano vio revalorizada su importancia. Por un lado era necesario disponer de una masa crítica de científicos capaces de avanzar la investigación básica. Asimismo, se necesitaban ingenieros que pudieran aplicar los avances científicos al desarrollo tecnológico; muchos de ellos engrosarían las filas de un grupo de empresarios de nuevo tipo, que ya no eran los propietarios de las empresas sino gestores profesionales. Por último era necesario disponer de una base de trabajadores con un sólida formación técnica, capaces de manejar las nuevas máquinas y llevar a cabo los nuevos procesos de producción.

La disponibilidad de ese capital humano dependía básicamente del sistema educativo. En este sentido Alemania y Estados Unidos estuvieron a la cabeza. Autores como David Landes han señalado que esta es una de las causas que explican la pérdida del liderazgo industrial británico en el último cuarto del siglo XIX. El sistema educativo británico tenía como objetivo proporcionar a una gran masa de población unos conocimientos elementales que facilitasen su integración en la sociedad. Las universidades británicas estaban más orientadas a la formación de las élites y cuadros pero relegando a un segundo plano la formación científico-técnica. Poco había en el sistema británico parecido a una formación profesional.

Frente a esto Estados Unidos y, especialmente, Alemania contaron con un sistema educativo capaz de proporcionar formación básica a amplias capas de la población, así como de una red escuelas técnicas en las que formar a trabajadores especializados y por último de un sistema universitario en el que la formación científica y técnica recibía una atención preferente. Este sistema educativo permitió a ambos países contar con capacidad de innovación tecnológica y mano de obra especializada capaz de desarrollar las nuevas industrias siderúrgicas, químicas y eléctricas. 8.1.3 La revolución de los transportes y las comunicaciones: la vuelta al mundo en ochenta días

Si los primeros navegantes portugueses y castellanos que circunvalaron el globo en el siglo XVI emplearon más de dos años en su viaje, el título de la

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obra de Julio Verne resume claramente los avances del transporte en el siglo XIX. Si en el siglo XX la revolución de las comunicaciones ha estado protagonizada por el automóvil, el teléfono y el avión, en el siglo XIX tal protagonismo correspondió al ferrocarril, el telégrafo y la navegación a vapor.

Por lo que respecta al ferrocarril, el factor determinante fue la extensión de las redes ferroviarias dentro de cada país y posteriormente la interconexión de dichas redes entre 1850 y 1870. En el período que abarca este tema se desarrollaron redes secundarias nacionales; se llevó a cabo la apertura de los túneles transalpinos, que mejoraron notablemente las comunicaciones norte/sur dentro del continente europeo; al otro lado del Atlántico se construyeron líneas transcontinentales en Estados Unidos (1883-1893) y, finalmente, en el Imperio ruso se construyó el transiberiano entre 1891 y 1913. La construcción de estas líneas que conectaban el interior del continente con los puertos tuvo un impacto mayor sobre el desarrollo de los intercambios que los propios avances del transporte marítimo.

Al tiempo que las redes se ampliaban se produjeron mejoras en la eficiencia de las locomotoras, que permitieron aumentar la capacidad de carga y reducir el coste por tonelada transportada, y con ello el precio del transporte terrestre. Tabla 8.1 Extensión de la red ferroviaria mundial (miles de km)

1850 1870 1900 1913 Europa 23,5 104,0 282,0 359,0

Gran Bretaña 10,5 24,5 33,0 38,0 Alemania 6,0 19,5 43,0 61,0 Francia 3,0 17,5 36,5 49,5 Rusia 1,0 10,5 50 65,0

América del Norte 14,8 90,0 357,0 457,0 América del Sur y Centro -- 3,0 42,0 107,0 Asia -- 8,4 60,0 108,0 África -- 1,8 20,0 44,0 Oceanía 0,04 1,8 24,0 35,0 Fuente: Ocampo Suárez-Valdés (2007:129), basado en Rioux (1971): La révolution industrielle, 1780-1880

Los orígenes de la navegación a vapor se remontan a las primeras décadas

del siglo XIX. Se aplicaron inicialmente a la navegación fluvial (ríos o canales), donde la navegación a vela era prácticamente imposible lo que obligaba a recurrir a la tracción animal en los trayectos contracorriente. Las primeras embarcaciones a vapor empleaban grandes ruedas de palas, que se adaptaban mal a la navegación marítima y oceánica. Esta se enfrentaba además al problema de la poca fiabilidad de las máquinas (lo que hacía necesario combinarlos con velas) y la necesidad de cargar grandes cantidades de carbón para las travesías más largas. No obstante, en 1838 la embarcación británica Sirius completó la primera travesía del Atlántico. Por todo ello, los principios de la navegación en las grandes rutas oceánicas fueron complejos y la competencia con la navegación a vela fue dura, máxime teniendo en cuenta la notable mejora de la eficiencia de esta última, con la botadura de los clippers de cuatro mástiles, con una capacidad de carga de 3.000 a 5.000 toneladas, y capaces de hacer 300 millas por día (de 12 a 14 días en atravesar

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el Atlántico). Hasta 1875 los vapores no representaron competencia para los clippers.

Sólo entonces cuajaron una serie de innovaciones técnicas que mejoraron la fiabilidad, eficiencia y rentabilidad económica de los vapores. Entre ellas hay que mencionar la sustitución de la rueda de palas por hélices a partir de 1843. La construcción de cascos de hierro primero y de acero (desde 1883) y la introducción de máquinas compuestas de doble y triple expansión que requerían menos combustible, con lo que se aumentaba la capacidad de carga de mercancías. Por otro lado, la apertura en 1869 del canal de Suez, de 162 km de longitud, obra del ingeniero francés Ferdinand Lesseps, resultó decisiva para que se impusieran los vapores en las largas rutas, al evitar la circunvalación de África. Un efecto similar entre el Atlántico y el Pacífico tuvo la apertura en 1914 del canal de Panamá.

Tabla 8.2 Porcentaje del vapor en el tonelaje total de varias flotas, 1850-1910

País 1850 1860 1870 1880 1890 1900 1910 Gran Bretaña 3 7 12 27 63 79 91 Estados Unidos 2 2 7 14 30 40 56 Alemania 1 3 5 11 62 71 84 Noruega 0 1 1 2 10 35 59 Canadá 2 2 3 5 7 19 34 Francia 2 6 12 20 61 60 64 Italia 0 2 2 5 24 60 63 Suecia 1 3 4 9 26 50 76 España 1 3 11 18 60 83 91 Rusia -- -- 13 15 26 50 76 Países Bajos 1 2 3 12 46 76 89 Dinamarca 1 2 4 14 38 69 85 Finlandia 0 1 1 3 10 15 22 Bélgica 4 3 17 55 94 97 98 Grecia -- -- 1 3 16 48 69 Fuente: Valdaliso, J.M. (1991): Los navieros vascos y la marina mercante en España, 1860-1935. Una historia económica, Bilbao, IVAP, 90 Gráfico 8.1. Índice de los precios de los fletes (precios de 1913)

Fuente: Comín (2005:247)

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La principal consecuencia económica fue el drástico abaratamiento de los

fletes. Entre 1820 y 1910 las tarifas se redujeron a una octava parte, lo que facilitó tanto la integración de los mercados agrarios e industriales como los grandes flujos migratorios.

Buena parte del negocio de la construcción naval, los fletes y los seguros estuvieron en manos de empresas británicas, al menos hasta la Primera Guerra Mundial. En 1890 el 73% del tonelaje de navíos a vapor navegaba bajo bandera británica.

La otra consecuencia fue el acortamiento sustancial de la duración de los viajes. El mundo se hacía más pequeño, y eso también tenía consecuencias económicas: las técnicas de transporte refrigerado de bienes perecederos hicieron posible, por ejemplo, la llegada de carne de ultramar (América y Australia), de costes muy inferiores, a mercados muy alejados. Mapa 8.1. Mapa de isocronas de F. Galton (1881). Duración del viaje desde Londres

Fuente: Street, Nicholas (2006): Time Contours: Using isochrone visualisation to describe transport network travel cost , Londres, Department of Computing Imperial College

Pero durante este periodo no sólo mejoró el transporte de personas y mercancías sino también el de las informaciones, cruciales para los negocios, que empezaron a circular a velocidades insospechadas. La telegrafía, que se desarrolló entre 1837 y 1892, estuvo vinculada inicialmente al ferrocarril. Las líneas telegráficas se extendieron por Europa y EEUU. En 1860 se constituyó en Paris la Unión Telegráfica Internacional con el fin de fijar normas y procedimientos para las comunicaciones telegráficas internacionales. El tendido de cables telegráficos submarinos se inició en 1851 (entre Inglaterra y Francia), en 1856 se tendió el primer cable entre Inglaterra y EEUU, pero no fue hasta 1866 cuando se dispuso de un primer cable con un rendimiento eficaz para las comunicaciones transatlánticas. El telégrafo proporcionó un

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sistema de comunicaciones para los negocios y los gobiernos. La explotación requirió la aparición de compañías que se organizaron de forma similar a las empresas ferroviarias, como la Western Union en EEUU; mientras que en Europa los servicios telegráficos quedaron bajo el control de los Estados.

La telegrafía sin hilos se desarrolló entre 1896 y 1919 y fue inventada por el italiano Marconi (aunque hay controversia, ya que algunos conceden la autoría a Nikola Tesla), que contó con el apoyo de la Oficina Postal Británica. Marconi no cedió los derechos al gobierno británico, sino que creó la Wireless Telegraph and Signal Company. Los primeros clientes fueron las armadas británica e italiana. El desarrollo de la radiodifusión se completó con la patente norteamericana de la válvula de vacío y la patente de la emisión continua de ondas, adquiridas por la Radio Corporation of America (RCA).

Por último, la telefonía se desarrolló entre 1867-1913, a partir de los trabajos de Alexander G. Bell sobre el sistema de transmisiones telegráficas. En 1868 fundó la Bell Telephone Company. Las primeras centralitas manuales sólo funcionaban en redes locales, por lo que resultaba difícil alcanzar economías de escala dado el restringido número de usuarios. A finales de siglo la aparición de centralitas y su interconexión fue resolviendo estos problemas.

8.1.4 La renovación de la industria pesada: siderurgia, química, eléctrica

Por lo que se refiere a la siderurgia los principales avances tuvieron que ver con la mejora en la producción de acero, material que aúna las ventajas del hierro y del hierro colado (flexibilidad, ductilidad y dureza), que fue básico para la construcción de máquinas y grandes estructuras.

La primera innovación fue el convertidor Bessemer que permitió reducir la operación de afino de 24 horas a 20 minutos, lo que sumado a los ahorros de carbón, redujo drásticamente los costes de producción. El horno Martin-Siemens (1864-65) permitió producir acero a partir de chatarra y utilizando combustibles con bajo poder energético. La limitación de ambos métodos es que no podía utilizarse para producir acero a partir de mineral de hierro con alto contenido en fósforo. Esto dejaba fuera de juego a los importantes yacimientos de Lorena y revalorizaba los de Suecia y el País Vasco para proveer el mineral. En 1879 Gilchrist y Thomas patentaron un método que permitía la eliminación del fósforo a través de la incorporación de cal –proceso básico-. Ello supuso un gran impulso para la siderurgia alemana, que además benefició indirectamente a la producción de fertilizantes químicos, porque la escoria resultante se utilizaba para elaborar fosfatos y superfosfatos.

En relación con la química, los grandes cambios se produjeron en la

aplicación industrial de la química orgánica. Alemania se situó a la vanguardia de la química industrial cuyas aplicaciones más importantes fueron la producción de tintes sintéticos, fertilizantes inorgánicos y más adelante fibras sintéticas. Entre las principales inventores destacan Adolf von Baeyer que sintetizó el tinte de índigo en 1880 o Friedrich Haber , que descubrió el proceso para fabricar amoniaco, base de la elaboración de fertilizantes como el nitrato amónico, aunque también se dedicó a fabricar explosivos y gases letales. Ahora ya era posible obtener por procedimientos químicos sustancias que antes sólo se extraían de plantas y organismos existentes en la Naturaleza. Mención especial merece el desarrollo de la industria petroquímica.

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Si bien la electricidad era bien conocida desde finales del siglo XVIII, su aplicación a gran escala requirió resolver tres grandes problemas: su producción, transporte y su utilización para producir luz o fuerza motriz. La producción se llevó a cabo a partir de centrales hidroeléctricas y térmicas. Las primeras bombillas fueron fabricadas en 1880 por Thomas A. Edison y Joseph Swan. A partir de aquí fueron posibles las primeras redes de alumbrado público. La producción de energía motriz (tras el desarrollo de motores eléctricos en la década de 1880) hizo posible su aplicación al transporte: tranvías y ferrocarriles suburbanos (metro).

1.1.5 Del carbón al petróleo Las primeras aplicaciones del petróleo tuvieron que ver con su utilización en

el alumbrado y la producción de lubricantes. La extracción de petróleo se inicio a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos cuando Rockefeller instaló en Cleveland la primera refinería. La primera utilización en motores de combustión interna fue llevada a cabo en Alemania por Daimler en 1883 y Diesel en 1892. Hubo que esperar a comienzos del siglo XX para que un derivado del petróleo, la nafta, empezase a ser utilizada como combustible por los barcos.

8.1.6. La aportación del marco institucional

Pero la segunda industrialización no fue una cuestión meramente tecnológica; factores institucionales y organizativos resultaron decisivos para que las invenciones pudiesen traducirse en nuevas actividades económicas. La consolidación de la gran empresa

La aplicación de las innovaciones en el ferrocarril planteó retos organizativos que exigieron el desarrollo de nuevas prácticas empresariales y nuevos tipos de empresa. En primer lugar tuvieron que hacer rentables las costosas inversiones en infraestructuras; la proporción de costes fijos que tenían que soportar no tenía parangón con lo conocido hasta ese momento (hacia 1880 suponían dos tercios de los costes de las compañías ferroviarias). Precisaban además controlar el tráfico de trenes para garantizar la seguridad y maximizar la utilización de su capacidad para hacer rentable el negocio.

Todo esto hizo necesario el desarrollo de sistemas de información no sólo de los trenes, sino de los costes. Esto supuso el abandono de la teneduría de libros y la introducción de modernos sistemas de contabilidad financiera de capital y de costes. La contabilidad financiera tenía como finalidad proporcionar a los consejos de administración información suficiente para la toma de decisiones, proporcionada en informes mensuales por departamentos de intervención. La contabilidad de capital facilitaba la captación de inversiones; empezaron a distinguirse cuentas de construcción o capital de cuentas de explotación. La contabilidad de costes permitía fijar tarifas y mejorar la eficacia y la eficiencia. La complejidad de la gestión de las compañías ferroviarias llevó una clara separación entre propiedad y administración. Aparecieron gestores profesionales a los que los propietarios (accionistas) encargaban la dirección de la empresa. Se estableció una jerarquía de ejecutivos y

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administradores, distinguiendo entre el staff encargado de fijar normas y definir las políticas de la empresa y los ejecutivos de línea encargados de ejecutarlas. Este modelo organizativo se extendió a otros sectores como el de las telecomunicaciones y más adelante a otras grandes empresas de diferentes sectores.

Las crecientes exigencias de capital, unidas a los efectos generados por la competencia en la quiebra de muchas empresas, sobre todo en fases depresivas, llevó a procesos de concentración en formas distintas con objeto de maximizar beneficios derivados de economías de escala y la posibilidad de controlar mercados. Así aparecieron formas de concentración horizontal –caso de los cárteles-, que eran agrupación de empresas en un mismo sector (por ejemplo en el minero-siderúrgico alemán), o concentración vertical, que agrupaban a empresas que integraban las distintas fases de un proceso productivo, caso de la compañía petrolífera Standard Oil en Estados Unidos, con el control de pozos, refinerías y redes de distribución. En Estados Unidos el trust es un modelo de concentración de empresas, tanto de tipo horizontal como vertical.

Nuevas fuentes de financiación: banca mixta y mercados de capitales

Las grandes inversiones asociadas a la segunda revolución industrial requerían no solo nuevas formas de empresa y nuevos sistemas de gestión; también era necesario desarrollar nuevas instituciones y sistemas de financiación.

En Alemania surgió la banca mixta (a veces llamada universal) que atendía tanto a la demanda de crédito a corto como a largo plazo. En relación este último tipo de financiación los bancos alemanes mantuvieron estrechas relaciones con los grandes cárteles surgidos en el ámbito de la siderurgia y de la industria química. Las operaciones de financiación solían llevar aparejada la toma de acciones por parte del banco, de tal forma que representantes del mismo entraban en los consejos de administración de la empresa beneficiaria del crédito. De esta forma los bancos participaban en la gestión y disponían de información de primera mano sobre el desarrollo de sus inversiones. Este tipo de bancos, aunque a menor escala aparecieron posteriormente en otros países. En Estados Unidos aparecieron bancos de negocios o de inversión como la J. P. Morgan, que se especializaron en la financiación de las grandes inversiones industriales. En este sentido, el holding se constituye como una empresa financiera propietaria de otras empresas a través del control mayoritario de su accionariado.

¿Proteccionismo o librecambio? Una de las más largos debates asociado a la industrialización se centró

en las políticas comerciales que debían seguir los Estados. Sabemos que hasta los inicios del siglo XIX la posición generalizada seguía anclada en las políticas mercantilistas de protección y elevados aranceles o prohibiciones a las importaciones (sobre todo de manufacturas, pero también de alimentos), derecho diferencial de bandera, con objeto de defender los intereses de la economía nacional. Adam Smith criticó duramente estas políticas, pero fue otro de los padres del liberalismo económico, David Ricardo, quien le dio soporte teórico con su doctrina de la ventaja comparativa. Ésta estipulaba que

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cada país debía especializarse en la producción de aquellos bienes en que fuera más eficiente. No sólo, como sostenía Adam Smith, cuando tuviera una ventaja absoluta (fuera capaz de producir a menor coste), sino que debería especializarse sólo en aquellos bienes en el que la diferencia de costes fuera mayor en relación con sus socios comerciales. La consecuencia de esta teoría es que aunque un país no tenga ventaja absoluta en la producción de ningún bien, le convendrá especializarse en aquellas mercancías para las que su ventaja sea comparativamente mayor o su desventaja comparativamente menor. De este modo, el libre comercio beneficiaría la división internacional del trabajo y el crecimiento económico en todos los países.

Desde el punto de vista de la Hacienda pública, el debate era si eran preferibles aranceles bajos, pero que recaudaran más gracias al aumento de las importaciones (arancel fiscal, como el inglés, muy rentable para el Estado), o bien aranceles proteccionistas (que protegían mucho y recaudaban poco).

Gran Bretaña, como pionero de la industrialización, adopta desde la década de 1840 una postura librecambista (favorable al libre comercio, que en la práctica significaba aranceles bajos y ausencia de prohibiciones de exportar o importar) que tenía como fin liberar las trabas para extender las ventas de sus productos industriales e importar alimentos baratos.

Uno pensaría así que librecambistas estarían del lado del progreso y la industrialización, frente a los proteccionistas asociados a los intereses agrarios. Pero esa divisoria no funcionaba siempre así. Precisamente la competencia británica dio lugar a un movimiento proteccionista entre los industriales del continente europeo y en EE.UU, con el argumento de la defensa de las industrias nacientes para protegerlas de los británicos. Es cierto que a veces lo que se trataba de defender eran sectores tradicionales poco eficientes. Por el contrario, propietarios agrarios como los plantadores de algodón del sur de los Estados Unidos, los junkers prusianos o la nobleza rusa eran partidarios del librecambismo para dar salida a sus productos en los mercados internacionales. En España también surgieron agrios debates: los industriales catalanes, inicialmente librecambistas, se mostraron pronto partidarios de un proteccionismo que les reservara el mercado interno español, para lo cual buscaron la alianza con los propietarios cerealistas castellanos. Fue a partir de la década de 1860 cuando el librecambismo tuvo su mayor periodo de expansión, a partir de la firma del tratado Cobden-Chevalier y la proliferación de acuerdos bilaterales que incluían la cláusula de nación más favorecida.

Sin embargo, el librecambismo se puso a prueba con los efectos de la globalización de fines del XIX, que provocó una reacción proteccionista y dejó abierta a polémica para el siglo siguiente. 8.2. La internacionalización de la economía: avances en la integración de mercados y movilidad de factores 8.2.1 El desarrollo y transformaciones del comercio internacional

La revolución de los transportes creó las condiciones para un incremento de los intercambios internacionales. Este a su vez provocó la progresiva convergencia de precios al quedar interconectados los diferentes mercados.

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En este contexto cada país procuró aprovechar la ventaja comparativa que le daba su dotación de recursos. Pero no todos sacaron el mismo provecho.

Gráfico 8.2. Convergencia de precios del vacuno y del trigo en Gran Bretaña y EE UU (1865-1913)

Fuente: Comín (2005:245) Las exportaciones de productos manufacturados. Hasta 1875 Gran Bretaña mantuvo la ventaja de país pionero en la industrialización. Entre 1875 y 1913 dicho liderazgo se vio amenazado por el desarrollo de las exportaciones alemanas y estadounidenses, especialmente en la siderurgia, la química y el sector eléctrico. Gran Bretaña sólo consiguió mantenerse por delante en las exportaciones de textil. Para explicar el estancamiento británico se han aducido diferentes razones. En primer lugar, la obsolescencia del equipamiento tecnológico. Gran Bretaña no fue capaz de renovar su aparato productivo, ni de incorporarse a los nuevos sectores industriales. El sistema financiero, pieza clave para el desarrollo de los nuevos sectores industriales intensivos en capital, no incorporó nada parecido a los bancos mixtos alemanes o a la banca de inversiones norteamericana. Tampoco se renovaron las estructuras organizativas de las empresas. Finalmente, el Estado no fue capaz de impulsar el desarrollo de un sistema educativo capaz de formar cuadros técnicos y crear universidades que desarrollasen la investigación básica. A este respecto, los costes de mantener un Imperio, que benefició principalmente a algunos empresarios a costa del contribuyente británico, pueden explicar la falta de inversiones del Estado en educación.

Al señalar las debilidades de Gran Bretaña se han apuntado indirectamente las fortalezas de Alemania y Estados Unidos para liderar las exportaciones manufactureras. Alemania, con un mercado interior más reducido que el norteamericano, pasó a liderar las exportaciones siderúrgicas gracias a los cambios tecnológicos apuntados más arriba (procedimiento Gilchrist Thomas). El sólido sistema educativo alemán permitió un gran desarrollo de la

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investigación en el terreno de la química orgánica y sus aplicaciones a los tintes sintéticos y los fertilizantes. La presencia de las empresas alemanas en los mercados internacionales se vio reforzada a través de grandes cárteles, apoyados por el Estado, que les permitieron practicar políticas de dumping, consistentes en vender sus productos en los mercados exteriores a precios inferiores a los del mercado interior, incluso por debajo del coste, con la finalidad de eliminar a otros competidores. Estas políticas comerciales podían aplicarse gracias al estricto control que los cárteles ejercían sobre el mercado interior alemán.

La industria norteamericana se desarrolló a partir de una política de sustitución de importaciones impulsada por su potente mercado interior. Se imponían elevados aranceles a las manufacturas importadas para permitir así el desarrollo dentro del país de industrias que los produjesen. Conforme dichas industrias se iban consolidando se iba rebajando el nivel de protección a fin de hacerlas cada vez más competitivas en el exterior. La supremacía tecnológica norteamericana se hizo patente especialmente en la industria de construcciones mecánicas, en la que introdujeron los métodos de estandarización, consistentes en fabricar productos a partir de piezas estándar que eran ensambladas. Este procedimiento de fabricación se introdujo inicialmente en la industria de producción de armas.

Exportaciones de productos primarios procedentes de zonas templadas. Los ferrocarriles y la navegación a vapor permitieron el incremento de las exportaciones hacia Europa, primero de cereales y lana y más tarde de carne —una vez que estuvieron disponibles barcos frigoríficos. Estos productos llegaron a Europa desde regiones templadas del planeta como Australia, Argentina, Estados Unidos, Canadá, etc. La abundancia de tierras en dichas regiones y el tamaño de las explotaciones permitió la mecanización de algunas labores, lo que, junto con la utilización de fertilizantes, permitió a dichos países reducir costes, y gracias al abaratamiento del transporte, colocar sus productos en los mercados europeos a precios con los que no podían competir las agriculturas tradicionales europeas. La expansión de las exportaciones tuvo efectos depresivos en Europa y generó un importante flujo migratorio desde el Viejo Continente, que acabó dirigiéndose a los mismos países que les habían arruinado, atraídos por los elevados niveles de renta per cápita y la demanda de mano de obra.

Exportaciones de productos tropicales En el último cuarto del XIX, estas exportaciones, que venían del siglo XVI y XVII, también se beneficiaron de la reducción del precio de los fletes marítimos. Sin embargo, la renta per cápita de estos países cayó respecto a la de los países industrializados.

La explicación ha de buscarse en la baja productividad de estas agriculturas. A diferencia de lo que ocurrió en las zonas templadas, la producción de cultivos tropicales se basaban plantaciones intensivas en trabajo. La abundancia de mano de obra, especialmente en Lejano Oriente, dispuesta a migrar de unos países a otros, junto con la disponibilidad de tierras de cultivo dotó de una elevada elasticidad a la oferta de productos tropicales, que mantuvo los precios estancados o con una tendencia a la baja en relación a los precios de los productos manufacturados que importaban. Suelen citarse como ejemplos la expansión de las plantaciones de té desde China a territorios como Ceilán y la

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India (gracias a migraciones de trabajadores chinos); la introducción del cacao en Ghana o las plantaciones de caucho en Malasia.

La aparición de productos sustitutivos agravó las dificultades de estos países para mejorar su renta per cápita. Buen ejemplo de ello es el azúcar obtenido en Alemania a partir de la remolacha, que empezó a exportarse con apoyo de subvenciones estatales y arruinó a los plantadores de caña de azúcar de Jamaica. También la producción alemana de tintes sintéticos tuvo efectos devastadores para las plantaciones de índigo de la India. Oros países industrializados compitieron también con los países atrasados de las regiones tropicales en algunos productos. Pueden citarse como ejemplo, las exportaciones de tabaco y algodón de Estados Unidos o las de té y seda de Japón.

Para cerrar la enumeración de los problemas de las economías tropicales citaremos el que representó la concentración de las exportaciones en uno o dos productos. La práctica del monocultivo supuso un fuerte riesgo para las economías tropicales, haciéndolas dependientes de las fluctuaciones de los precios en los mercados internacionales. La única salida para lograr un incremento de la renta per cápita serían las políticas de sustitución de importaciones de manufacturas, lo que requería el desplazamiento de recursos productivos desde el sector agrario exportador a la industria local. Habría que esperar a la Primera Guerra Mundial para que el descenso forzado de las exportaciones de manufacturas de los países europeos en guerra crease las condiciones para aplicar una política de sustitución de importaciones.

8.2.2. Los flujos migratorios: dimensiones y sus efectos sobre la distribución de la renta

En el último cuarto del siglo XIX se produjeron amplios movimientos

migratorios favorecidos por factores como la reducción de los costes de transporte, debida más a la reducción del tiempo de travesía (de los 44 días que se requerían en un barco de vela hacia 1867 a los 7 u 8 días que necesitaban los vapores hacia 1890) que por el precio de los pasajes. La cada vez más abundante información facilitada por parientes y amigos sobre las mejores condiciones de vida, la publicidad de las compañías navieras y de ferrocarril, las subvenciones de algunos gobiernos como el británico o el apoyo de los sindicatos impulsaron la emigración a Ultramar. Finalmente, la ausencia de cortapisas legales contribuyo a su expansión en este periodo. Tres regiones concentraban los movimientos mundiales: El Atlántico, el sur de Asia, y el norte de China y Siberia. Las cifras que se barajan para el total de emigrantes europeos entre 1821 y 1914 son de 46 a 51 millones de personas. En el último cuarto del siglo XIX llegaron a los EEUU unos 600.000 inmigrantes por año y un millón en las primeras décadas del siglo XX. En un orden mayor, incluso, se produce la emigración asiática.

Los emigrantes procedían principalmente de Europa y los países más poblados de Asia (China e India). Los europeos emigraron de forma permanente hacia regiones templadas del planeta como EEUU, Canadá, Argentina, Australia o Sudáfrica. Si bien en las décadas centrales del siglo los países de procedencia fueron del noroeste y Alemania, a fines del XIX, gracias a la industrialización de estos territorios, las zonas de origen fueron Europa

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Central y Oriental, y especialmente Italia y España.

Gráfico 8.3. Tendencias regionales en las migraciones globales (1846-1940)

Fuente: McKeown, A, (2004) "Global Migration, 1846-1940", Journal of World History, 15, 165

La emigración de China e India tuvo un carácter más temporal, al realizarse bajo contratos para trabajar en plantaciones que tenían una duración de unos 5 años. Dichos contratos incluían el coste del transporte y sometían a los emigrantes a condiciones próximas a la servidumbre. Las regiones receptoras fueron las plantaciones de Ceilán, Indias Orientales Holandesas y Malasia. También hubo una importante emigración de chinos hacia California (hasta su prohibición en 1882), Canadá y Brasil.

Los flujos migratorios se dirigieron hacia regiones en las que abundaban

recursos naturales y escaseaba la mano de obra. Para los países de origen esto supuso un alivio para el exceso de oferta de mano de obra. El resultado de estas corrientes migratorias fue mejorar los niveles salariales en las zonas de las que partían los emigrantes y frenar el crecimiento de los mismos en los territorios de destino, donde el factor trabajo era escaso. Este es uno de los efectos redistributivos de la globalización. Sin embargo, en algunos países receptores de inmigrantes, los sindicatos acabaron reaccionando proponiendo medidas que regulasen y finalmente limitasen las entradas para frenar así la caída de los salarios. Este fenómeno se inició en los EEUU donde a partir de 1880 se aplicaron medidas como la reducción de los subsidios a la inmigración, la exigencia de contrato de trabajo a los emigrantes, los de controles de alfabetización, y finalmente, ya después de la Primer Guerra Mundial el establecimiento de cuotas anuales, distribuidas por regiones de origen.

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Tabla 8. 3 Destinos y procedencia de la emigración europea 1821-1915

1821-1850 1851-1880 1881-1915 Total Procedencia millones % millones % millones % millones % Europa Nor-occidental

3,4

100

7,4

91,4

13,7

42,8

24,5

56,2

Gran Bretaña 2,6 76,5 4,6 56,8 8,9 27,7 16,1 36,9 Alemania 0,6 17,6 2,1 25,9 2,2 6,8 4,9 11,2 Resto Europa N-O 0,2 5,9 0,7 8,6 2,6 8,1 3,5 8,0

Europa Sur-Oriental

0,7 8,6

18,4

57,3

19,1

43,8

Austria-Hungría 0,2 2,5 4,2 13,1 4,4 10,1 Italia 0,2 2,5 7,8 24,3 8 18,3 España y Portugal 0,3 3,7 4,3 13,4 4,6 10,6 Resto Europa SW 2,1 6,5 2,1 4,8 Total 3,4 100 8,1 100 32,1 100 43,6 100 1821-1850 1851-1880 1881-1915 Total Destino millones % millones % millones % millones % Estados Unidos 2,38 67,0 7,73 71,5 21,7 60,4 31,87 61,8 Canadá 0,74 20,8 0,82 7,6 2,59 7,2 4,15 8,1 Argentina 0,44 4,1 4,26 11,9 4,7 9,1 Brasil 0,02 0,6 0,45 4,2 2,97 8,3 3,44 6,7 Australia 0,79 7,3 2,77 7,7 3,56 6,9 Otros destinos 0,41 11,5 0,58 5,4 1,64 4,6 3,82 7,4 Total 3,55 100 10,8 100 35,93 100 51,54 100

Fuente: Feliu y Sudriá (2007: 224), sobre datos de Kenwood y Lougheed (1978) 8.2.3 Integración de los mercados de capital

La integración de los mercados de capital fue fruto de varias circunstancias.

En primer lugar, de la mejora de los sistemas de información entre los centros financieros; la generalización del patrón oro, que redujo los riesgos de invertir en el exterior, y la estabilidad política y ausencia de conflictos internacionales de envergadura. A esto hay que añadir que en este período no existieron restricciones legales a los movimientos de capital entre países.

Las inversiones europeas se concentraron principalmente en América del

Norte y del Sur y Australia. Es decir, en las llamadas economías de frontera cuyos abundantes recursos naturales y escasez de mano de obra hacían más atractiva la inversión. Los británicos concentraron sus inversiones fuera del continente europeo; mientras que Francia y Alemania invirtieron sumas importantes en Rusia, Europa centrooriental, y los países mediterráneos. Los países asiáticos, con abundante mano de obra barata, recibieron menos inversiones. Estados Unidos era un gran receptor de inversiones, pero invirtió también grandes cantidades en América Latina. Estas inversiones permitieron la obtención de concesiones por los gobiernos a empresas norteamericanas de monopolios de explotación a cambio de la concesión de empréstitos.

Las inversiones se materializaron sobre todo en la compra de acciones y bonos o títulos de deuda emitidos por gobiernos. La inversión directa por parte de empresas adquirió importancia solo en los primeros años del siglo XX, de la mano de grandes compañías americanas que construyeron fábricas en países como Reino Unido, Canadá y Australia.

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Tabla 8.4 Destino de la inversión extranjera europea (1913-1914) (%)

País de origen Destino Gran

Bretaña Francia Alemania

Rusia 2,9 25,1 7,7 Turquía 0,6 7,3 7,7 Europa del Este (otros) 0,7 10,4 20,0 Europa occidental (periferia) 1,3 11,6 7,2 Europa occidental (centro) 0,4 3,3 5,5 Europa (sin especificar) 0,5 3,3 5,1

Total parcial 6,4 61,1 53,2 Asia y África 25,9 21,1 12,8 América Latina 20,1 13,3 16,2 América del Norte y Australasia 44,8 4,4 15,7 Otros (sin especificar) 2,8 0,0 2,1

Total 100 100 100 Fuente: Comín (2005:259), basado en Williamson y O’Rourke (1999:229)

Las garantías legales ofrecidas por los diversos países a los inversores

también condicionaron el destino de las mismas. En principio, los inversores preferían la seguridad que ofrecía el marco jurídico proporcionado por sus territorios coloniales. Respecto a países no sometidos a regímenes coloniales las medidas de presión de los inversores sobre los países que no cumplían con sus compromisos fueron desde el cierre de las bolsas de Londres o París a sus valores a la fiscalización directa de sus haciendas públicas asumiendo la recaudación de determinados impuestos e incluso la intervención militar para cobrar deudas.

8.3. La “Gran Depresión” y el nacionalismo económico.

Las mejoras técnicas y el incremento de la competencia provocado por la

globalización de la economía tuvieron como efecto una reducción general de precios durante el último cuarto del siglo XIX, que llevó a acuñar el término “Gran Depresión” con el que es conocido este período en la historia económica. Décadas más tarde la depresión de los años 1930 le robaría el título.

El aumento de la producción y la mejora de los transportes provocaron la llegada a Europa de grandes cantidades de alimentos y materias primas a precios con los que no podían competir los productores europeos, empobreciéndolos y favoreciendo la emigración hacia los Estados Unidos, donde la avalancha de emigrantes presionó los salarios a la baja, provocando reacciones por parte de los sindicatos. Finalmente, las exportaciones de manufacturas europeas impedían el desarrollo de industrias nacientes en América y Oriente. A esto se sumaron problemas generalizados (aunque no contectados) en las entidades financieras de diversas partes del mundo, por el agotamiento del ciclo inversor del ferrocarril o bien por problemas específicos de solvencia, dando lugar a pánicos bancarios y bursátiles.

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Tabla 8.5 Índice de precios de venta al por mayor (1871-1875=100) Carbón y

metales Fibras textiles

Productos cereales

Productos animales

Azúcar, té, cacao, tabaco

Ïndice general

1871-75 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 1876-80 66,7 85,4 95,4 102,6 90,2 92,0 1881-85 60,7 76,9 83,7 98,6 75,1 83,5 1886-90 61,5 66,5 67,7 84,8 56,8 70,6 1891-95 63,6 60,3 66,0 84,6 53,7 68,3 Fuente: Ocampo Suárez Valdés (2007:120), basado en Saul, S.B. (1978): The myth of the Great Depression, 1873-1896

En realidad no se trató de una depresión sino de una desaceleración del

crecimiento, que afectó sobre todo a los países en los que predominaban los sectores industriales tradicionales. Frente al aumento de la competencia las reacciones fueron diversas: la reducción de la competencia interna mediante procesos de concentración empresarial (cárteles); la protección del mercado nacional mediante aranceles; el control de mercados exteriores (colonialismo) y la amortiguación de los efectos sociales mediante la introducción de seguros de enfermedad, paro, jubilación, etc.

8.3.1. Reacciones: el nuevo papel de los Estados

Para hacer frente a estos problemas, los Estados iban a desarrollar una serie de políticas que reabrirían un período de intervención en la economía que pondría fin al ideal del laissez faire. El simple juego de los mercados no era suficiente para responder a los desequilibrios provocados por la primera globalización. Los Estados desplegaron un conjunto de políticas desde la vuelta al proteccionismo hasta la implantación de medidas sociales que redujesen los impactos negativos sobre las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas, pasando por estímulos a la producción y a las exportaciones, así como políticas monetarias que intentaban introducir mecanismos de control automático sobre los desequilibrios de las balanzas de pagos (adopción del patrón oro).

Las políticas proteccionistas (proteccionismo negociado) y de estimulo a la industria

Durante este período se generalizó un tipo de arancel, denominado de doble

columna, que establecía tarifas diferentes para cada producto a los países con los que se tuviera un acuerdo comercial y a los que no. Por ello, aunque hay un claro retorno al proteccionismo, es también un periodo presidido por la continua negociación de tratados comerciales entre los principales países industrializados. Habría que hablar por ello de un proteccionismo negociado, con los efectos en cadena de la cláusula de “nación más favorecida”.

Alemania, con la aprobación del arancel de 1879 bajo la presión de terratenientes y siderúrgicos, inició este camino. A partir de este momento todos los países europeos a excepción de Inglaterra, Irlanda, Holanda, Bélgica y Dinamarca, fueron promulgando aranceles proteccionistas, que dieron lugar a

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algunas guerras arancelarias, con subidas de tarifas que respondían a las nuevas subidas. Francia elevó en 1887 los aranceles para el trigo y en 1892, el arancel Méline, generalizó la protección a otros sectores. Este arancel provocó sendas guerras arancelarias con Suiza e Italia. En ese mismo año Suecia endureció su protección.

Las potencias industriales no se limitaron a levantar barreras arancelarias, también aprovecharon su superioridad para imponer el librecambio forzoso en los territorios coloniales y países dependientes. Así, los países latinoamericanos, aceptaron tratados desiguales por los que Gran Bretaña les impuso fijar unos topes arancelarios del 5 por ciento para los productos británicos. Entre 1842 y 1858 se impusieron tratados similares a distintos países asiáticos, que se prolongaron hasta la Primera Guerra Mundial.

Fuera de Europa, la amenaza eran las exportaciones industriales procedentes del Viejo Continente, por ello algunos estados aplicaron políticas de protección a sus industrias nacientes. Entre ellos cabe citar a Estados Unidos, Rusia y Japón. Fue en Estados Unidos donde Alexander Hamilton formuló la teoría de la protección a las industrias nacientes mediante una combinación de altos aranceles (47 al 57 por ciento), con políticas como el apoyo gubernamental a la investigación, el gasto público en educación y las subvenciones directas a ciertas compañías. La protección de la industria naciente en Rusia se concretó en la prohibición de importación de materiales para la construcción de ferrocarriles, lo que significaba apoyar a la siderurgia y la industria mecánica rusas. Japón no pudo aplicar una política arancelaria debido a los tratados impuestos por los norteamericanos. Por ello hubo de recurrir a otras medidas, entre las que cabe citar la creación directa de industrias por parte del Estado, el fomento de la educación técnica mediante el envío de estudiantes japoneses al exterior, y un profundo programa de reformas institucionales. A partir de 1911, el gobierno japonés, pudo aplicar también medidas de protección a su industria, una vez finalizado el tratado comercial con Estados Unidos. Las políticas monetarias: el patrón oro

La progresiva adopción del patrón oro entre 1875 y 1914 facilitó

enormemente el desarrollo de los intercambios comerciales al establecer paridades (valores de cambio) entre las diferentes divisas.

El patrón oro fue un sistema de tipos de cambio fijos entre divisas. Su funcionamiento requería las siguientes condiciones:

Cuando un país lo adoptaba establecía la paridad fija de su divisa frente al oro.

Los billetes de banco debían ser convertibles. El banco central se comprometía a mantener unas reservas de oro

proporcionales a los billetes emitidos y a ajustar el dinero en circulación a la fluctuación de las reservas.

Debía permitirse la libre exportación e importación de oro en barras, lingotes o monedas.

De esta forma la oferta mundial de oro determinaba tanto la oferta monetaria

como el nivel de precios mundiales. Entre 1875 y 1896 la estabilidad de la oferta mundial de oro produjo un ligero descenso de los precios en los países

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que adoptaron el patrón oro. Los descubrimientos de nuevas minas a fines del XIX modificaron esta tendencia.

En 1871 sólo Gran Bretaña y Portugal formaban parte del patrón oro. Ese año se incorporó Alemanía y, poco después, Francia, Estados Unidos y otros países. Hubo naciones cuya incorporación fue temporal o incompleta; y otras, como España, que nunca formaron parte del mismo. Para los países que adoptaron el patrón oro las ventajas estribaban en favorecer los movimientos de capital. A cambio tenían que asumir ciertas restricciones, ya que debían practicar una política fiscal y monetaria ortodoxa y subordinar su control sobre los tipos de interés al mantenimiento de la paridad de sus divisas con el oro. Asimismo les exponía a crisis económicas ya que no podían utilizar la devaluación de la moneda como mecanismo de corrección, sino que los ajustes se hacían mediante incrementos del tipo de interés, lo que solía repercutir negativamente en los niveles de renta y el empleo.

Los países que no adoptaron el patrón oro (mantuvieron un patrón plata, o bien bimetálico) vieron como se depreciaron sus divisas entre 1893 y 1894, lo que favoreció sus exportaciones y contribuyó al desarrollo de industrias de sustitución de importaciones. A cambio tuvieron que soportar tipos de interés más elevados y hubieron de hacer un mayor esfuerzo para amortizar su deuda externa fijada en oro.

Desde el punto de vista teórico, el patrón oro tendía a restablecer los desequilibrios en las balanzas de pagos. Cuando se producía una situación de déficit en la balanza de pagos tenía lugar una salida de oro del país, con la consiguiente reducción de las reservas. El banco central elevaba los tipos de interés para frenar la salida de oro, lo que tenía un efecto negativo sobre la actividad económica y el empleo. La contracción de la oferta monetaria reducía además el nivel de precios. De esta forma se hacían más competitivas las exportaciones, incrementándolas, y por el contrario se reducían las importaciones. Así, a costa de reducir los niveles de actividad y de empleo, se volvía a recuperar el equilibrio de la balanza de pagos.

Por el contrario, cuando un país tenía una situación de superávit en su balanza de pagos veía como sus reservas se incrementaban, con lo que el banco central debería aumentar el dinero en circulación. Esto elevaba los precios, lo que a su vez haría menos competitivas las exportaciones del país, que se reducirían, y por el contrario aumentarían las importaciones. De esta forma también se tendería a corregir el superávit.

Este funcionamiento teórico no se dio en la práctica. Los países con superávit difícilmente aceptaban vincular las entradas de oro con un aumento del dinero en circulación y el consiguiente incremento del nivel de precios y pérdida de competitividad. En muchas ocasiones en lugar de aumentar el dinero en circulación optaron por aumentar el nivel de reservas del país. El ajuste recaía así necesariamente en los países con déficit en sus balanzas de pagos. Estos, al no poder actuar sobre el tipo de cambio para hacer más competitivas sus exportaciones tenían que realizar el ajuste, como hemos visto, a través de aumentos en los tipos de interés para frenar las salidas de oro, con las consiguientes disminuciones del nivel de renta y aumento del desempleo.

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Figura 8.1 Funcionamiento teórico del patrón oro como mecanismo de equilibrio de las balanzas de pagos

El funcionamiento del patrón oro aumentó y diversificó las funciones de

los bancos centrales. En principio se limitaban a desempeñar su función de emisores de papel moneda en función de la evolución de las reservas monetarias, que a su vez estaban determinadas por el saldo de la balanza de pagos (aumentaban con el superávit comercial y se reducían en caso contrario) y fijar los tipos de interés. Al final de periodo acabaron asumiendo el papel de “último prestamista”, que acudía en auxilio de otras instituciones financieras en problemas. La crisis financiera de 1907, en la que quebró el banco norteamericano Knickbroker Trust ante la inexistencia de un banco central que acudiese en su ayuda, hizo ver la necesidad de establecer un banco central, creándose en 1913 el Sistema de la Reserva Federal. Más adelante los bancos centrales tendrían que asumir también funciones relacionadas con el control de cambios.

Las políticas fiscales y el incremento del gasto: primeras manifestaciones del Estado del bienestar

Los efectos sociales negativos que tuvo la primera globalización, derivados de la competencia de las importaciones y la caída de los precios, se sumaron al malestar que las penosas condiciones de trabajo (largas jornadas laborales, trabajo infantil), las deficientes condiciones de higiene y salubridad de las ciudades, así como la ausencia de cualquier tipo de protección social, provocaban entre el proletariado urbano. Poco a poco fue surgiendo un

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movimiento sindical como herramienta de lucha y de presión por parte de los trabajadores.

Frente a esta situación, en el último cuarto del siglo XIX, desde Alemania se fueron extendiendo una serie de políticas de protección social, que lógicamente obligaron a una reestructuración de los sistemas impositivos. El movimiento sindical y las organizaciones políticas de trabajadores se escindieron entre los que abogaban por la revolución o por las reformas. Estos últimos presionaron para lograr el reconocimiento del sufragio universal masculino, como vía para conseguir peso político y forzar el establecimiento de una legislación de protección social. De modo más o menos satisfactorio, éste se fue implantando en varias naciones occidentales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX.

La Alemania de Bismarck pese a no ser el Estado más democrático de la época, sí que era el que contaba con un movimiento socialista más importante, por ello, no es de extrañar que fuese en ese país donde se pusieron en marcha las primeras medidas de protección social. El avance se produjo en varios frentes: la legislación laboral y introducción de seguros de accidentes, enfermedad y vejez. En Alemania el seguro de accidentes se introdujo en 1871 y el de enfermedad en 1883. En Inglaterra no fue hasta 1911, donde también se implantaron seguros de desempleo y jubilación en 1909. En EEUU hasta 1930 no hubo una ley federal sobre seguros de accidentes.

En cuanto a la legislación laboral, se limitó y reguló el trabajo infantil y se redujo la duración de la jornada laboral, primero a 12 horas y finalmente a 8 ya en el siglo XX.

Aumento del gasto público y desarrollo de la fiscalidad directa. La aplicación de estas medidas supuso un incremento del gasto público, que en Alemania e Italia paso del 10 al 17 por ciento del PIB entre 1880 y 1913; en Inglaterra y Japón llegó al 14 por ciento. Los incrementos de ingresos se lograron mediante el desarrollo de la fiscalidad directa a través de impuestos sobre la renta, patrimonio y herencias. Estos impuestos, que gravaron principalmente a las clases más acomodadas, representaban un cierto pacto social por el que dichas clases aceptaban contribuir a la mejora de las condiciones de vida de los menos favorecidos a cambio de paz social. En Gran Bretaña el impuesto sobre la renta se generalizó en 1863, en Alemania se introdujo en 1891, seguido dos años más tarde de un impuesto sobre el patrimonio, en el resto de países europeos se introduciría tras la I Guerra Mundial. En Estados Unidos, tras una declaración de inconstitucionalidad en 1894, hubo de esperarse a 1913 en que se aprobó la decimosexta Enmienda a la Constitución para implantar un impuesto federal sobre la renta.

Nacionalismo, imperialismo y competencia por los mercados mundiales

En el siglo XIX surgió un concepto de nación que se ha prolongado hasta nuestros días, basado en una idea trascendente de nación, considerada como una realidad existente más allá de los individuos. El idioma, la cultura e incluso la raza proporcionaron los rasgos definitorios a esas realidades inmateriales. El principal problema de este concepto es que por lo general siempre acabó definiéndose por la exclusión de los individuos que no pertenecían a ella.

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Este tipo de nacionalismo tuvo repercusiones económicas en el siglo XIX. Por un lado sirvió de base para reclamar políticas proteccionistas; más adelante para recortar flujos migratorios reclamando la reserva del empleo para los nacionales; y finalmente, lanzó a los Estados a una carrera colonial en la que el prestigio de la nación se medía por el tamaño de su imperio.

Mapa 8.2. África tras el reparto colonial (1914)

Fuente: Universidad de Michigan, Exploring Africa. África fue el continente a repartir en el siglo XIX. Al finalizar el siglo sólo

Liberia y Abisinia permanecieron como territorios independientes. Gran Bretaña a partir de la colonia de El Cabo, en el extremo meridional del continente, (arrebatada a los holandeses durante las guerras napoleónicas) y del protectorado sobre Egipto constituyó un imperio que casi unía el Mediterráneo con el Sur del continente. Francia centró sus intereses en la parte noroccidental del continente (Argelia, Marruecos) y controló Madagascar en el Índico. Alemania llegó tarde, pero pudo obtener algunos territorios tanto en la costa este como en el litoral atlántico. Italia conquistó Libia y Somalia. Bélgica se hizo con la cuenca del río Congo en el centro del continente. Portugal aumentó sus enclaves litorales por los territorios de las actuales Angola y Mozambique y, finalmente, España ocupó parte del Sahara, Guinea y la franja norte de Marruecos. Este es, básicamente, el mapa que quedó trazado en la Conferencia de Berlín de 1885.

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La otra gran región donde se consolidó el imperialismo europeo fue en el sur de Asia. La ocupación británica de la India durante el siglo XVIII se había extendido a zonas que actualmente cubren Pakistán y Birmania, además de Malasia. Holanda mantenía sus posesiones en el archipiélago indonesio y Francia había conseguido atrapar una buena parte de la península indochina.

Ha existido un gran debate acerca de las causas que llevaron a las

potencias industriales a construir grandes imperios. Algunos autores como Hobson sostuvieron que la causa había que buscarla en razones económicas. La abundancia de recursos naturales y materias primas imprescindibles para las industrias y los bajos costes de la mano de obra en los territorios a colonizar hicieron prever a los inversores grandes beneficios y en consecuencia reclamaron de sus gobiernos el establecimiento de un marco legal y jurídico que diese garantía a sus inversiones. El establecimiento de colonias fue la solución arbitrada por las principales potencias industriales para garantizar la protección a sus ciudadanos y empresas. Algunos autores han estimado que, de haberse imputado a empresas y particulares los costes de las administraciones, las inversiones en las colonias hubieran sido ruinosas, pero de hecho estos costes no se imputaron y quienes se decidieron a invertir en las colonias se beneficiaron del esfuerzo de los contribuyentes de sus países de origen. Para los gobernantes de la época ese coste se justificaba en términos de prestigio nacional.

8. 4. La economía española de la Restauración a la Primera Guerra Mundial

8.4.1. La evolución económica y la depresión finisecular

En la economía española del último cuarto del siglo XIX habían aparecido

algunos focos débiles de industrialización. Por un lado con el desarrollo de un sector textil en Cataluña desde principios del XIX, que orientaba su producción principalmente al mercado interior, incapaz de ser competitivo en los mercados exteriores. Y, por otro lado, un sector siderúrgico que había experimentado un crecimiento limitado, condicionado tanto por los problemas de suministro energético (escasez y carestía del carbón nacional y recurso a las importaciones desde Gran Bretaña), como porque en la construcción del ferrocarril, a partir de 1855, se había antepuesto el interés por captar capitales extranjeros, que quedaban vinculados con la importación de los materiales necesarios para su construcción. Por todo ello la economía española era en este período una economía de base agraria (en torno a un 65% de la población activa en 1900), que había experimentado un crecimiento extensivo en lo que se refiere a los cereales y que tenía su fuerte rubro exportador en los vinos de calidad producidos en Andalucía.

El sector cerealista, que había experimentado un incremento de la producción basado casi exclusivamente en la ampliación de las superficies de cultivo favorecida por las grandes desamortizaciones, fue uno de los más afectados. La caída de los precios provocó el hundimiento de las rentas de la tierra y una caída de la demanda de mano de obra en el campo.

Las dificultades del sector se vieron atemperadas temporalmente por el buen comportamiento exportador del sector vitivinícola. El fuerte

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incremento de las exportaciones de vinos comunes en la década de los ochenta fue consecuencia de la devastación provocada por la plaga de filoxera en los viñedos franceses. Los productores galos, con el fin de mantener su posiciones en los mercados internacionales de vinos de calidad, procedieron a importar grandes cantidades de vinos comunes de Italia y España, que eran mezclados con caldos franceses de calidad y exportados con etiqueta francesa a los mercados tradicionales de los vinos franceses. El arancel de 1882 fue el marco legal en el que se desarrollaron estas exportaciones. El boom vinícola se prolongó casi 10 años, hasta que se produjo la recuperación de las cepas francesas y por ello las importaciones desde España e Italia dejaron de ser necesarias para los productores franceses.

La crisis del agro tuvo entre sus consecuencias un fuerte incremento de las migraciones. Entre 1885 y 1913 se estima que emigraron más de dos millones de personas. La mayor parte originaria de las regiones cerealistas afectadas por la caída de los precios internacionales, Galicia y Asturias. También jugó en favor de la emigración hacia América la creciente demanda de trabajo existente en Ultramar.

No obstante, si comparamos las cifras de emigración españolas con las italianas, vemos que el fenómeno migratorio fue mayor en términos absolutos en Italia. Ello se debe a la segunda consecuencia que tuvo la caída de los precios internacionales. Nos referimos al aumento del proteccionismo.

8.4.2. Proteccionismo agrario y proteccionismo industrial

La recuperación de los viñedos franceses coincidió con el período de 10

años de vigencia del arancel de 1882, por lo que hubo de procederse a negociar un nuevo arancel. El arancel de 1891, que supuso un importante incremento de la protección para la economía española, fue el resultado de la confluencia de un amplio y diverso grupo de intereses. Los productores castellanos de trigo, los productores catalanes de tejidos; los productores siderúrgicos vascos, todos ellos, presionaron al gobierno para plantear un duro arancel. Los especialistas consideran que la dureza del proyecto de arancel debe ser considerada fruto de la estrategia negociadora frente al gobierno francés. Pero las negociaciones fracasaron y lo que pretendió ser un instrumento de negociación acabó en arancel.

El arancel de 1891 contribuyó al mantenimiento de una agricultura atrasada y a someter a la población española a unos elevados precios de los productos alimenticios, que afectaron negativamente a los costes salariales de una industria que no lograba ser competitiva.

Esta falta de competitividad en los mercados internacionales se intentó contrarrestar con una depreciación de la peseta del orden del 8% frente al franco y la libra en 1892 y una segunda devaluación en 1896-98 que alcanzó el 30%.

Así las cosas, la economía española no tenía otra salida que insistir en un proteccionismo aún más rígido, como el alcanzado con el arancel de 1906. Éste se centró principalmente en incrementar el nivel de protección de la industria y permitió ciertos logros en el incremento de algunas producciones: cemento artificial, material ferroviario, industrias mecánicas, material eléctrico, etc. La fuerte protección arancelaria no bastó y los representantes de los principales sectores industriales reclamaron ayudas directas al Estado

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mediante la realización de pedidos, un buen ejemplo de ello fue la renovación de la flota de la Armada.

Tanto el Estado como los empresarios poco o nada hicieron para mejorar la competitividad de la industria. La industria textil catalana siguió dependiendo del cierre del mercado interior y de los mercados coloniales de Ultramar, hasta la pérdida de las últimas colonias. En la siderurgia, la cartelización de sectores como el siderúrgico acabó bloqueando la entrada de competidores.

La creciente protección de la economía española coincide en cuanto a la

tendencia con lo ocurrido en la mayor parte de las economías europeas, si bien varía en su grado de intensidad, ya que a comienzos del siglo XX, la española era una de las economías europeas con mayores niveles de protección.

8.4.3 La pérdida de las colonias y la hacienda pública

Ante la falta de competitividad de las exportaciones españolas muchos

vieron en la reserva de los mercados coloniales un balón de oxígeno para la maltrecha economía española. En 1882 se promulgó la ley de Relaciones Comerciales con las Antillas. Esta ley garantizaba a los fabricantes españoles un acceso libre de aranceles a los mercados coloniales; al tiempo que gravaba las exportaciones de las colonias hacia la metrópoli. Esta clara asimetría fue el caldo de cultivo del independentismo.

El estallido de la guerra en Cuba y Filipinas obligó a la Hacienda Pública a llevar a cabo una importante emisión de deuda sobre la tesorería cubana, que no bastó para cubrir las necesidades financieras de las campañas militares `por lo que hubo de recurrirse a la emisión de moneda. No obstante la guerra tuvo un efecto dinamizador de la actividad económica al aumentar la demanda de suministros para las tropas coloniales.

La derrota militar obligó a la firma de Tratado de París, por el que Estados Unidos, que tomó parte en el conflicto en apoyo de los independentistas cubanos, obligó al Estado español a asumir las obligaciones de la deuda contraídas por la hacienda colonial.

Las últimas guerras coloniales tuvieron un efecto positivo en último término sobre la hacienda española. La situación en la que quedaron las finanzas públicas obligó al ministro Fernández-Villaverde a llevar a cabo una reconversión de la deuda, que se vio favorecida por la coyuntura financiera internacional caracterizada por abundancia de capitales que conllevaba tipos de interés más bajos. Además de la reconversión se llevó a cabo una reforma fiscal que supuso la creación de nuevos impuestos sobre el sueldo de los funcionarios, los intereses de la Deuda, los beneficios de las empresas y nuevos impuestos indirectos.

El consiguiente aumento de la presión fiscal saneó las finanzas públicas, pero tuvo consecuencias negativas a medio plazo. La resistencia al incremento de la presión fiscal fue especialmente intensa en Cataluña y de hecho se vincula a la popularización del sentimiento nacionalista.

8.4.4 El auge de principios del siglo XX y el arranque de la segunda revolución industrial

Pese a todo lo dicho, los últimos años del siglo XIX y la primera década

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del XX constituyeron una época de auge de la economía española. Las guerras coloniales supusieron un incremento de la demanda y la pérdida definitiva de las colonias provocaron la repatriación de importantes sumas de capital que regresaron a la metrópoli. La depreciación de la peseta proporcionó buenas oportunidades de inversión. Se estima que estas entradas de capital supusieron una cuarta parte de la renta nacional.

Durante estos años, en España, se consolidó la gran empresa especialmente en sectores como el eléctrico, el industrial y el financiero. Estas grandes empresas en muchos casos fueron el resultado de procesos de concentración y fusiones y estuvieron ligadas a la aparición de algunos bancos de inversión como el Banco de Vizcaya. La presencia de estas grandes empresas en los mercados bursátiles favoreció el desarrollo de las bolsas de Madrid y Bilbao especialmente. Estas grandes corporaciones industriales pronto se constituyeron en grupos de presión e influencia y obstaculizaron el desarrollo de mercados competitivos, lo que no era ajeno a lo que estaba ocurriendo en países vecinos.

En estas grandes empresas tenía una fuerte presencia el capital nacional, lo que influyó en el desarrollo de un nacionalismo económico, cuyos intereses quedaron plasmados en el mencionado arancel de 1906.

Durante estos años se dio el auge de nuevas tecnologías vinculadas a las aplicaciones de la electricidad. El desarrollo del alumbrado público eléctrico planteó una fuerte competencia con las compañías gasistas que acabó beneficiando a los consumidores mediante la rebaja de las tarifas. La electricidad fue aplicada también al transporte público mediante la construcción de redes de tranvías a través de la implantación de empresas de capital belga.

La electrificación fue especialmente beneficiosa en un país con escasos recursos carboníferos, como era el caso de España. La urbanización se vio muy favorecida especialmente a partir de 1905 en que quedó resuelto el problema del transporte de corriente eléctrica de alta tensión y el abaratamiento de los motores eléctricos.

La electrificación fue posible gracias a la aparición de grandes compañías de capital nacional como la Sociedad Hidráulica Santillana (1905) , Electra de Viesgo (1906), Hidroeléctrica española (1907), Unión Eléctrica Vizcaína (1908); a partir de 1909 llegarán capitales extranjeros creándose Cooperativa Electra Madrid (1910), Eléctricas Reunidas de Zaragoza (1911), Unión Eléctrica Madrileña (1911) Energía Eléctrica de Cataluña (1911), Ebro Irrigation and Power (1911), Catalana de Gas y Electricidad (1912). La electrificación contribuyó de forma notable a la formación bruta de capital desarrollándose una carrera por el control del mercado español por parte de empresas francesas, canadienses, británicas y estadounidenses.

8.4.5 Balance del período

El balance de la evolución de la economía española en las últimas décadas

del XIX y primeras del XX es negativo en términos de convergencia. El producto interior bruto per cápita de la economía española se redujo respecto a la media europea.

Los historiadores económicos se han esforzado en dar explicaciones. Jordi Nadal habló del fracaso de la revolución industrial en España provocado, principalmente, por el atraso agrario, la falta de un mercado interno y una

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Hacienda asfixiada por el déficit que impidió al Estado desplegar políticas de crecimiento. Prados de la Escosura ha explicado el fracaso de la industria española por su incapacidad para competir en los mercados exteriores agazapada tras una política proteccionista; algunos, como Sudrià y Nadal, han matizado esto poniendo de manifiesto las dificultades con que se encontraron las empresarios industriales para acceder a los mercados externos. Otros autores como C.E. Núñez han aludido a los problemas derivados de una deficiente escolarización, debida tanto a la falta de oferta como a la falta de demanda, especialmente de educación femenina. Los dos grandes promotores de la escolarización en el Antiguo Régimen (Iglesia y Ayuntamientos) se vieron privados de recursos por las desamortizaciones y el Estado no se ocupó de la educación casi hasta 1900.

También se ha discutido el impacto que tuvo la no adopción del patrón-oro. España mantuvo un patrón bimetálico (plata/oro), si bien dadas sus dificultades para mantener las reservas de oro en la práctica fue un patrón plata. La no adopción del patrón-oro dificultó la integración de la economía española en la internacional. Sin embargo, tuvo como efecto positivo el posibilitar una política expansiva apoyada por la depreciación de la peseta, que hizo atractiva a los inversores extranjeros la entrada en nuestro país.

En definitiva, como puede verse son varias y diversas las explicaciones que se han dado a la falta de convergencia de la renta media “per cápita” de la economía española respecto a otras europeas a lo largo del siglo XIX.

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5. Resumen

Este capítulo se ha dedicado a:

a) Exponer el concepto y características de la segunda revolución industrial como consecuencia de innovaciones técnicas resultado de la aplicación del conocimiento científico, que afectaron a los transportes y comunicaciones, la siderurgia, la química industrial y las aplicaciones económicas de la electricidad.

b) Mostrar cómo la segunda revolución industrial revalorizó la importancia del capital humano como motor del desarrollo.

c) Explicar por qué la aplicación económica de las innovaciones técnicas requirió cambios en la forma de organización de las empresas y el desarrollo del sistema financiero.

d) Destacar la integración de los mercados internacionales, resultado de las innovaciones: aumento de los intercambios de productos, hombres y capitales a escala mundial, lo que permite hablar de una primera globalización.

e) Subrayar la reducción del nivel general de precios durante el último cuarto del siglo XIX como consecuencia de las mejoras de productividad y el incremento de la competencia.

f) Analizar las respuestas de empresas y Estados a la competencia, intentando minimizar sus efectos a través de políticas de concentración industrial (cárteles); la adopción de políticas proteccionistas; el control político de nuevos mercados (colonialismo) y el desarrollo de servicios sociales que redujesen los efectos sociales.

g) Exponer la evolución de la economía española el último cuarto del siglo XIX en este contexto, en que hubo de hacer frente a los efectos de la gran depresión y de las consecuencias de la pérdida de las últimas colonias.

h) Destacar cómo la repatriación de capitales combinada con el efecto de las medidas proteccionistas y un saneamiento de las cuentas públicas permitieron un ligero desarrollo de la industria española durante la primera década del siglo XX.

6. Conceptos básicos

Segunda revolución industrial Cárteles Dumping Banca mixta Banca de inversiones "Gran depresión" Patrón oro Convergencia Proteccionismo Librecambio

Reservas de divisas Aranceles de doble columna Cláusula de nación más favorecida Convertibilidad del papel moneda Banco Central Fiscalidad directa Políticas de protección social Nacionalismo económico Repatriación de capitales Imperialismo

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