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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA FACULTAD DE PSICOLOGÍA CÁTEDRA DE PSICOPATOLOGÍA II ANOREXIA Y ESTRUCTURA PERVERSA EN LA MUJER Funes, Fernando CÓRDOBA, 3 de Noviembre de 2014

ANOREXIA Y ESTRUCTURA PERVERSA EN LA MUJER

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

CÁTEDRA DE PSICOPATOLOGÍA II

ANOREXIA Y ESTRUCTURA PERVERSA EN LA MUJER

Funes, Fernando

CÓRDOBA, 3 de Noviembre de 2014

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN………………..…………………………………………… 1

DESARROLLO…………………………………………..…………………… 1

1. La posibilidad estructural……………………………………………. 1

2. La madre fálica.....……………………………………………………. 4

3. La defensa……….……………………………………………………. 5

4. La vía del recorrido…………………………………………………... 7

5. La vía estética………………………………………………………… 8

CONCLUSIÓN.…………………………………………..…………………… 10

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS……………………………………….. 13

Anorexia y estructura perversa en la mujer.

Fernando Funes-1998760130-Cátedra de Psicopatología II, Facultad de Psicología, UNC Comisión Prof. Agüero !

1!

INTRODUCCIÓN

Tanto desde la vertiente freudiana como desde la lacaniana de psicoanálisis, la

perversión considerada como estructura ha sido vedada a las mujeres, toda vez que,

según se postula, ellas no tienen forma de desmentir la castración. Desde esta

perspectiva, y a diferencia de lo que ocurre con el niño, la niña no tiene que escapar

del encuentro con lo real de la castración y, por ende, frente a ésta puede recurrir a la

represión o a la forclusión, pudiendo devenir neurótica o psicótica, pero nunca

perversa (Manso de Barros y Furtado de Mendonça, 2013).

Sin embargo, si tomamos el concepto de castración en su dimensión

simbólica, es decir como el atravesamiento significante del infante humano que se

realiza con la abolición del goce para precipitarlo en el lenguaje como sujeto de

deseo, el hecho de que las niñas no perciban la contraparte de la falta con que se

encuentran selladas en lo real de sus cuerpos no implica de ninguna manera que este

tránsito no se realice con una angustia equivalente a la que padecen los niños, ya

que es justamente el encuentro con lo real del cuerpo lo que enfrenta tanto a unas

como a los otros con la experiencia siempre traumática de encontrar un límite duro,

infranqueable, a la certeza de igualdad narcisista pregenital.

Así, si en la perversión estructural el niño reacciona a esta angustia de

castración con la desmentida, procurándose un objeto fetiche o colocándose él

mismo en ese lugar, como estrategia para recubrir la ausencia de falo en el Otro

materno, ¿sería posible admitir en las niñas, en tanto que enfrentadas a una angustia

de la misma naturaleza, un posicionamiento subjetivo no simétrico pero sí

equivalente, susceptible de inscribirse en una estructura perversa?.

En función de esta pregunta-problema, en el presente trabajo exploraremos

esa posibilidad a partir de cuatro ejes de análisis que remiten a la perversión (la

madre fálica, el tipo de defensa, el recorrido de la pulsión y la vía estética) y su

articulación con la anorexia como fenómeno transestructural eminentemente

femenino.

DESARROLLO

1. La posibilidad estructural

Como estructura clínica, la perversión puede ser entendida como un

posicionamiento subjetivo frente a la castración que sirve también de defensa ante la

Anorexia y estructura perversa en la mujer.

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angustia. Este posicionamiento implica un mecanismo original, la desmentida,

consistente en negar la percepción de la castración en la madre, produciendo una

detención en el tercer tiempo del Edipo (es decir antes de entrar en la latencia) para

volver al primer tiempo. En la vertiente genital de la perversión, la negación de la falta

se sostiene colocando en el lugar de la ausencia del falo simbólico un objeto

imaginario, el fetiche, que podrá ser el mismo sujeto identificado a la madre, o un

objeto parcial tomado de la periferia de su cuerpo. A partir de aquí, el fetiche

mediatizará de una forma u otra la relación del sujeto con su objeto sexual (Freud,

1927; Lacan, 1969).

Ahora bien, de acuerdo con la teoría psicoanalítica, se trata de una posición

subjetiva que concierne sólo a los varones. En efecto, a partir de la definición del falo

como función (Lacan, 1972-1973), el hecho de que una mujer, al contrario del

hombre, sea no-toda definible por el significante fálico, la vuelve apta para encarnar el

objeto del fantasma perverso masculino, con lo cual su propia perversión sólo podría

remitir a éste por vía de un masoquismo consubstancial a la condición femenina. Así,

en tanto el objeto está de su lado, a la mujer le sería imposible estructurar su deseo

de manera perversa en relación a un Otro masculino, con lo cual la perversión

fetichista femenina sólo podría ponerse en juego en relación a los hijos, en la medida

en que puede falicizarlos para velar su propia falta (Lacan, 1956-1957).

Con todo, la operación fetichista no concierne a una fantasía ni a un objeto (el

órgano), sino a un significante único no significado, que sólo puede cumplir su función

en tanto signo de ausencia/presencia al mismo tiempo. Así, Safouan (1977; en Manso

de Barros y Furtado de Mendonça, 2013) postula que aunque la imagen fálica

parezca realizada en el pene erecto, no podría existir ni fantasma ni deseo si el pene

no estuviera marcado también por su oposición, como imposibilidad del falo. Por su

parte Pommier (1987; en Manso de Barros y Furtado de Mendonça, 2013) afirma que

la falta del falo sólo puede adquirir significación sobre el fondo de su presencia

potencial en cuanto símbolo, y por lo tanto puede afirmarse que el falo simbólico está

presente también en el cuerpo femenino como ausencia, sin confundirse con la

ausencia de pene en lo real.

En función de lo dicho, si tanto niños como niñas se encuentran ligados

inextricablemente al concepto de significante, se podría entonces concebir que,

aunque desprovistas del pene en lo real, en el plano simbólico las niñas, al igual que

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los niños, posean el falo (Lacan, 1956-1957; Lacan, 1966). Por lo tanto, frente a una

angustia de castración que las niñas también padecen, en tanto son igualmente

arrancadas del goce para ser precipitadas en la Ley, sería para ellas perfectamente

posible producir una desmentida de acuerdo al mecanismo de la perversión,

colocando como significante fálico cualquier otra cosa que guarde una significación

de completud, por ejemplo su propio cuerpo.

Respecto al proceso de sexuación, en diversos escritos Freud plantea que, en

virtud de la combinación de lo biológico, lo pulsional y lo social, todos los seres

humanos pueden presentar atributos de uno u otro sexo, con lo cual no es posible

confinar a la mujer en una posición meramente pasiva, exclusivamente como objeto

del deseo del Otro masculino (Freud, 1915; Freud, 1931). La cuestión de la pasividad

y la actividad como atributos netamente femenino y masculino, es también refutada

más adelante por Lacan a través de las fórmulas de sexuación (Lacan, 1972; Lacan,

1972-1973):

De acuerdo con el gráfico, al no existir un significante La Mujer ( )

equivalente al del padre de la horda no castrado, las mujeres no conforman un grupo

homogéneo respecto al significado fálico, ya que a diferencia de los hombres ( )

no se encuentran en la función fálica ( ), sino que se relacionan con ésta en

diferentes proporciones y modalidades ( ). De esta manera, resultaría una posición

absoluta todo-fálica del lado masculino y una posición relativa no todo-fálica del lado

femenino en las que cualquier ser hablante puede inscribirse de acuerdo con su

posicionamiento subjetivo en torno a un modo de goce específico, con lo cual no

existiría una correlación unívoca entre identidad sexual, sexo anatómico y elección de

objeto (Lacan, 1972-1973). Siendo entonces la división sexual ICC una división no

anatómica sino significante, resulta que la mujer no es sinónimo de lo femenino,

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pudiendo ocupar una posición subjetiva masculina que la habilitaría, en conjunto con

la posesión del falo en tanto símbolo, para desmentir la castración.

2. La madre fálica.

La madre devoradora, intrusiva y narcisista, que se burla de la Ley paterna y

que vela su propia falta presentándose como completa, se encuentra en la base tanto

de la perversión estructural como de los desórdenes de alimentación en general y de

la anorexia en particular.

De acuerdo con la conceptualización de la metáfora paterna de la père-version

(Lacan, 1962-1963), la madre fálica consiente, en tanto mujer, en ser el semblante del

deseo de un hombre que la ubica como objeto (a) en su fantasma, pero a cambio se

reserva la posibilidad de localizarse como sujeto deseante en el mismo lugar del

sujeto masculino, procurándose sus propios objetos (a) de goce en la falicización de

sus hijos. Habría entonces un doble movimiento de fuerzas donde la función paterna

respecto de los hijos no estaría garantizada por la promesa del falo, el ideal o la ley,

sino por la capacidad del padre de la realidad de hacer de su mujer el objeto causa

de su deseo perverso, poniendo en juego el enigma de la mujer que la madre no

puede despejar, y que así se convierte en su límite. Sólo si el padre encarna

debidamente esta función, apuntando a la mujer en la madre, se podrá desestabilizar

la posición de madre todo-fálica, preservando a los hijos de la alienación imaginaria

de la falicización que puede precipitarlos en la desmentida (Lacan, 1962-1963).

En este marco, lo que encontramos en la constelación familiar de la anoréxica

es justamente un padre que se muestra incapaz de encarnar su función, ya sea por

debilidad penosa, subordinándose a la madre todo-fálica, ya sea por excluirla como

mujer (es decir como objeto (a) de su deseo perverso) pasando a seducir a su propia

hija (Recalcati, 2004). Así, tal como el perverso, la anoréxica queda a merced del

deseo materno que, en tanto no está normado por la falla paterna en introducir un

principio de separación, aparece como devorador.

En este sentido, Welldon (1993) plantea que, al igual que en la perversión, lo

que se encuentra en este punto es una perturbación en la evolución de la niña como

sujeto independiente (sensación de inseguridad y vulnerabilidad, convicción interior

de no ser un individuo completo, etc.), a causa de lo que Recalcati (2004) llama un

estrago pre-edípico, ligado a los avatares de la sexuación femenina en tanto se trata

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de un vínculo de devoración y rechazo mutuo determinado por una madre que

perturba la lógica especular, y que aprisiona a su hija falicizándola para no asumir su

propia falta.

Si bien la teoría psicoanalítica postula que, al estar articulada al falo y a la

castración, la perversión sólo puede sostenerse en el campo de la masculinidad, esta

perturbación en la subjetivación se expresaría en la adolescencia femenina como una

ruptura entre la experiencia de la madurez anatómica (respuesta física del orgasmo) y

las representaciones mentales sobre ésta (fantasías pre-edípicas), con lo que se

habilitaría la comisión de actos perversos también del lado de la mujer, aunque éstos

no remitirían al falo como atributo de agresividad masculina, sino al cuerpo entero, en

tanto falicizado, como subrogado del órgano sexual identificado además con el

cuerpo de la madre todo-fálica. De ahí que dichos actos perversos suelan

manifestarse como ataques dirigidos a sí mismo (anorexia, lesiones auto-infligidas,

etc.), al mismo tiempo como venganza simbólica y como intento de separación

respecto de la madre devoradora (Welldon, 1993).

3. La defensa

Tanto en niños como en niñas, la acción de esta madre devoradora debe

necesariamente producir alguna modalidad de defensa. De acuerdo con Aulagnier-

Spairani, Clavreul, Perrier, Rosolato & Valabrega (1968), en el caso de la perversión

ésta se expresaría en una estrategia para mantener a raya la angustia de castración

que implicaría no solamente la desmentida sino también un doble posicionamiento

subjetivo, primero con respecto a la Ley y a las instancias particulares del Edipo, y

luego con respecto a un Otro al que desafía, en tanto su deseo no puede separarse

del orden de la Ley. En este marco, el fetiche constituiría el correlato instrumental de

esta estrategia, taponando la falta con un elemento tomado de la periferia de la

madre justo en el momento previo a la percepción de la castración, o bien con el

sujeto mismo ubicado en ese lugar pasando del otro lado del velo e identificado a las

insignias maternas.

Esta triple valencia (desmentida, ley, desafío) sería también sostenida en la

operación de la anorexia. En efecto, con su cuerpo consumido asumiendo la función

perversa del fetiche, la anoréxica lograría desmentir la castración, rechazando tanto

la diferencia de sexos como la dependencia a un deseo del Otro que aparece

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descontrolado. Pero también conseguiría subvertir la ley del Edipo hasta afectar la

misma homeostasis vital (la ley del hambre y de la supervivencia), y desafiar al Otro

hasta el punto de desplegar frente a su mirada impotente la posibilidad misma del

atravesamiento absoluto del límite entre la vida y la muerte (Aulagnier-Spairani,

Clavreul, Perrier, Rosolato & Valabrega, 1968).

En lo que concierne a la función del velo, todo ocurriría como si la anoréxica

pasara al otro lado identificada no a las insignias femeninas de la madre, sino a una

imagen completamente subordinada al Ideal derivada de la perturbación que la madre

introdujo en la dinámica especular, poniendo su propio cuerpo en el lugar del fetiche,

y localizándose como objeto (a) para convocar la mirada del Otro y cautivarlo

escópicamente. Pero no lo haría a través de la sorpresa como en el caso del

travestismo, sino a través de esa imagen excesiva que da a ver, plena de un goce

mortífero que se encuentra por fuera de la Ley simbólica, más acá de la acción

normativa del lenguaje, articulada a la angustia del Otro (Racalcati, 2004).

Así, tal como con la maniobra fetichista el perverso opera un doble

movimiento, por un lado de restitución del goce que intentaron arrebatarle con la

castración, y por el otro de restitución del goce de un Otro que se niega a reconocer

como barrado (Lacan, 1956-1957), la anoréxica, utilizando su propio cuerpo flaco

vaciado de caracteres sexuales para velar el corte de la castración, extrae de él un

goce puro y mortífero que, en tanto se articula a la pulsión de muerte, se encuentra

más allá del principio de placer, convocando al mismo tiempo la mirada del Otro como

fetiche negro, intentando por vía de la angustia generarle un goce en cuyo régimen

encontrar un espacio para sí misma (Recalcati, 2004).

Sin embargo, desde el psicoanálisis se ha alegado que, a diferencia de lo que

ocurre con el perverso, la adopción de esta posición subjetiva en la anoréxica no

implica un interés o un gusto por ella, sino que conlleva un recorrido luctuoso del que

no puede escapar (Aulagnier-Spairani, Clavreul, Perrier, Rosolato & Valabrega,

1968). No obstante, desde el momento en que en ambos casos se trata de un modo

de defensa, lo mismo podría decirse del perverso en la instancia estructural de la

desmentida, ya que la angustia de castración, en tanto deriva de la imposición de un

Otro que lo aprisiona, mortifica y objetiviza intentando precipitarlo a la fuerza en la

dialéctica de un deseo no normado, tampoco es opcional ni se produce con placer,

con lo cual no puede afirmarse que la maniobra perversa con que el sujeto se detiene

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en el tercer momento del Edipo para retroceder al primero se realice por iniciativa y

gusto propios. Así lo sugiere, por ejemplo, el caso de Juanito, que claramente

vivencia la intrusión de su madre boca-de-cocodrilo con una intensa angustia, y que

clama por la puesta en función del Nombre del Padre a través de su fobia (Lacan,

1956-1957). Si Freud no hubiera asumido él mismo la función simbólica que su padre

dejaba vacante, Juanito habría probablemente caído en la perversión encarnando

imaginariamente el falo simbólico ausente en la madre para siempre, y no se podría

decir que lo hubiera hecho por su propio gusto.

4. La vía del recorrido

Si se analiza la operación anoréxica desde el punto de vista de la compulsión

de repetición, es posible articularla con el goce perverso en dos aspectos

complementarios que remiten al recorrido de la pulsión y a su relación con el objeto.

En primer lugar, y de acuerdo con Lacan (1964-1965), la perversión va a estar

dada no por la relación de la pulsión con el Objeto sino por la repetición de un

recorrido de la pulsión como lugar del goce. Tal como plantea Monique David-Menard

(2002), el sujeto perverso se posiciona subjetivamente en el procedimiento y no en el

objetivo, identificándose al trayecto pulsional mismo y no a un objeto del cual, a

diferencia del neurótico, no espera tomar ni recibir nada, en función de una certeza

que lo pone por fuera de la dialéctica del deseo. Así, lo único que cuenta para el

perverso es el circuito de ida y vuelta que parte de sí mismo sosteniéndose en un

rodaje constante, y no una determinada ruta o lugar de llegada.

Esto mismo podría encontrarse en la operación anoréxica, donde el goce no se

ubica en el ayuno o en la ingesta de nada en sí, sino en el ritual de la medición, del

control, de la cuantificación de lo contingente para introducir un orden de

necesariedad. Así, de acuerdo con Peña y Lillo Lacassie (1997), la acumulación de

comida para luego no tocarla, la colección de recetas, la organización minuciosa de

una dieta estrafalaria, la degustación de la comida para luego escupirla, etc., serían

conductas que no apuntan al comer o no comer, sino al preparativo como acto de

pura voluntad. En este marco, y de acuerdo con Marcel Czermack (1987), cabe

agregar que si la boca prevalece por sobre otros orificios, lo hace no solamente por

causa de una fijación oral canibalística, sino precisamente porque se trata de un

orificio completo, es decir dotado de una entrada y una salida, con lo cual la

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anoréxica puede sostener en la oralidad un vacío que garantice la apertura infinita del

circuito, renovando una y otra vez el ciclo.

En cuanto a la relación de Objeto, en la anorexia, tal como en la perversión, no

se trata de ningún deseo adherido contingentemente a un objeto cualquiera, sino del

rodaje constante de la pulsión sin fijarse en ningún lado, con lo cual la relación se

articula al recorrido en términos de una lejanía o cercanía que se juega en el ritual

compulsivo. En efecto, no hay nada más opuesto al deseo objetal que la abstinencia

empecinada de la anoréxica, que come literalmente la nada como antítesis perfecta

del objeto, en una incorporación ritual repetitiva que busca su realización en la

incorporación misma, a través de un acto puro de voluntad. Pero además, este acto

se plasma en una escena única, la del cuerpo evanescente que se da a ver al Otro,

que se desliza siempre idéntica a sí misma aboliendo pasajes y cadencias, y

derogando las categorías de espacialidad y temporalidad (Czermack, 1987). Se

evidenciaría así una correlación con la operación perversa, ya que en ambos casos

se trataría de una forma de obtener gratificación que se pone en práctica ritualmente

una y otra vez motorizada por la certeza del goce, no en la metonimia del deseo sino

a través de la iteración entre la propia voluntad y el partenaire (Lacan, 1968-1969).

5. La vía estética

Volviendo a la detención en la pregenitalidad de la perversión, en tanto ésta

impide los procesos sublimatorios propios de la latencia, produciría también una

perturbación a nivel de la capacidad de creación artística. La vía estética sería

entonces colmada por una idealización radical de la imagen contrapuesta a la

Naturaleza, es decir a lo real de un cuerpo pulsional percibido como tosco y sucio

(Ipar, 2003). Así, lo bello se presentaría no sólo como lo opuesto de lo castrado sino

también como afirmación y protesta frente a la castración, y es justamente por esto

que serviría al mismo tiempo como velo y como aquello que produce fascinación.

En este marco, lo escópico juega un papel fundamental. De acuerdo con

Lacan (1968-1969), las perversiones pregenitales, expresadas en los pares sadismo-

masoquismo y voyeurismo-exhibicionismo, se articulan no a la actividad y a la

pasividad de la pulsión, como planteaba Freud (1924), sino a la voz y al mirar. Así, la

intención del exhibicionista es la de hacer aparecer la mirada en el campo del Otro

como una forma de garantizar su goce, de manera simétrica al voyeurista, que

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escudriña en el Otro aquello que no está dado a la vista. Si el mirar se relaciona con

el deseo al Otro, es decir con lo que se espera que provenga del Otro, la voz en

cambio de articula con el deseo del Otro, es decir con lo que efectivamente se recibe

del Otro. En este sentido, mientras el sádico intenta completar la falta en el Otro

imponiéndole su voz para dejarlo sin habla, el masoquista hace de la voz del Otro

aquello a lo que responde como si fuera un perro, reponiendo así la función de la voz

en el Otro como su goce irrestricto.

Ahora bien, de acuerdo con lo que Lacan propone en Kant con Sade (Lacan,

1966), estas maniobras perversas vehiculizadas en el mirar y en la voz como fuente

de angustia en el Otro, no se encontrarían por fuera del campo de la Ley, es decir por

fuera del campo de la castración del Otro como fundante del deseo. Por el contrario,

la puesta en juego perversa del fetiche se configura en un comportamiento

estereotipado plasmado en una escena apoteótica donde la provocación y el desafío

a la Ley no son posibles más que en virtud de su reconocimiento. Pero en tanto el

deseo y la Ley atentan contra un goce que resulta fundamental para taponar la falta

que desmiente en el Otro, el perverso se verá obligado a implementar una estrategia

de relacionamiento que, integrando los términos contradictorios, habilite la eficacia de

la escena en la que él mismo se inscribe como instrumento. Se trata de la fantasía

sadeana, expresada de la siguiente manera:

De acuerdo con este esquema, movido por su deseo (d) el perverso se coloca

en posición de objeto (a), desde donde sirve de instrumento a la voluntad de goce

absoluto del imperativo sadeano (V), dividiendo a su partenaire entre la sumisión y el

rechazo por medio de la angustia. Se trata de una maniobra que invierte la ecuación

del fantasma neurótico poniendo el objeto (a) no como el empuje al deseo que viene

por detrás, sino por delante, en el campo de lo inesperado, de manera de hacer surgir

en el Otro barrado ($) una angustia que lo arranque de esa posición para precipitarlo

como puro sujeto de goce (S) (Lacan, 1966).

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Podríamos decir que la anoréxica implementa, por la misma vía estética que

implica esta escenificación perversa, una operación análoga a partir del goce puro

que extrae de su cuerpo-fetiche etéreo, activado escópicamente en un plus-de-ver

que se desplaza al ser a partir de la mirada del Otro (Recalcati, 2004). Al volverse

signo, pasando a encarnar el goce a la letra (es decir por fuera de cualquier

metáfora), la anoréxica, al igual que el perverso, lograría salirse del lugar de sujeto,

que es donde corre el riesgo de ser marcada por la castración, para colocarse en

posición de objeto (a) a partir de una imagen totalmente subordinada al Ideal,

constituida por su pura voluntad. De esta manera, se erigiría a sí misma como fetiche

negro en una escena iterativa donde la ecuación del fantasma también queda

invertida, como maniobra tendiente a llamar en el Otro un goce detrás del cual en

realidad se enmascara su mirada angustiosa como respuesta desde su falta.

Así, a la Naturaleza del cuerpo real como sede de la pulsión, que aparece

como todo bastedad y fealdad en tanto hacia él apunta el goce no normado de un

Otro pleno y avasallante que se presenta sin falta, la anoréxica opone en esa escena

repetida la belleza contestataria de su cuerpo transparente, como barrera imaginaria

compuesta con un rebuscamiento artístico opuesto a cualquier regularidad natural (el

hambre, el ciclo menstrual, la sexualidad, la vida, etc.). Podría decirse que en estas

vicisitudes imaginarias que se juegan en el orden de lo escópico, es posible percibir

una fantasmática perversa tanto en la idealización imaginaria como mecanismo

drástico de defensa, como en la violencia que conlleva el doblegamiento por la

voluntad del cuerpo pulsional, siendo ambos la marca de una pregenitalidad

cambiada de signo frente a un objeto inicialmente persecutorio que en su momento

abrumó al sujeto de terror a la castración (Ipar, 2003).

CONCLUSIÓN

La doble posibilidad de desmentida femenina de la castración, por el lado de la

posesión del falo simbólico, y por el lado del posicionamiento subjetivo masculino,

permitió abrir en principio el campo de la estructuración perversa a la mujer al menos

para indagar la correlación entre ciertas características comunes a la perversión y a la

anorexia más allá de una coincidencia puramente fenoménica. Así, la operación

anoréxica, hasta ahora inscripta sólo en las estructuras neurótica y psicótica, pudo

someterse a un ejercicio de relectura desde una posición subjetiva estructuralmente

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perversa a partir de la cual el sujeto rechaza entrar en el significante y precipitarse en

el régimen del deseo del Otro.

Esto no implica de ningún modo limitar la condición transestructural de la

anorexia, sino por el contrario enriquecerla, abriendo el campo a la factibilidad de una

causación adicional a la represión, con su adscripción plena a la comunidad fálica, y a

la forclusión, con su completo rechazo, asentada en la desmentida como

posicionamiento intermedio de reconocimiento sin aceptación de la Ley, con un uso

particular de la función fálica en el fetiche.

Esta apertura de la fenomenología sintomática de la anorexia por una vía

alternativa a la de base neurótica o psicótica, podría poseer un cierto valor clínico en

términos del diagnóstico estructural, pero fundamentalmente en torno a las

posibilidades y al diseño del tratamiento. En efecto, si tanto la anoréxica como el

perverso se sostienen en una certeza en relación al goce que excluye la castración y

la marca significante, en ninguno de los dos casos se podría contar con la división

subjetiva necesaria para habilitar una dialéctica con el Otro y su deseo. En

consecuencia, tanto el enigma del deseo, que en la anorexia es ocupado por el

exceso de evidencia del cuerpo flaco como signo de la identificación idealizante,

como la demanda de cura, se encontrarían ausentes, dificultando la posibilidad de

interpretación como fundamento del dispositivo de tratamiento psicoanalítico

(Recalcati, 2004).

En este sentido, y en función de la desmentida y de la puesta en juego del

cuerpo flaco en una escena iterativa como fetiche negro a partir de una certeza sobre

el goce, el cuadro anoréxico de base perversa constituiría un fenómeno diferenciado

que requeriría un proceso terapéutico particularizado.

De acuerdo con Baranger (1983; en Moguillansky, 2004), una de las

particularidades de la clínica de la perversión remite a la noción de baluarte, definido

como una estructuración del campo intersubjetivo de la relación terapéutica donde el

analista cae en una complicidad simétrica inconsciente con el paciente perverso a

partir de la colusión de éste, consistente en localizarse secretamente en otro mundo,

por fuera de la castración, mientras le muestra engañosamente que se mueve en su

misma realidad. En el caso de la anorexia de base perversa, podría pensarse en una

situación de baluarte a partir del atrincheramiento en el cuerpo flaco como estrategia

de respuesta a un Otro devorador, desde el cual la anoréxica engaña al analista

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induciéndolo a dar una respuesta del lado del saber. En consecuencia, la dirección de

la cura de la anorexia perversa adquiriría especificidad instrumental, al igual que en la

perversión, en un levantamiento de los baluartes, que de acuerdo con Moguillansky

(2004) podría evidenciarse en los siguientes indicadores:

! pasaje de la actuación al relato: momento de inflexión en el que la

anoréxica, antes petrificada en el despliegue de la escena del cuerpo emaciado como

acto teatral silencioso que se repite compulsivamente una y otra vez, se aviene a

hablar acerca de esa escenificación.

! conflicto en torno a lo desplegado en la escena: aparición de alguna

expresión de pudor o vergüenza, o de incongruencia consigo mismo, como evidencia

de una cierta división subjetiva, con lo cual el discurso autosuficiente y la ilusión de

una voluntad que todo lo puede comenzarían a perder consistencia.

! despliegues en situación transferencial y contratransferencial:

emergencia de la confianza como indicador de la reinstalación de la asimetría.

! aparición de conflictos neuróticos: indicios de una cierta salida del goce

para ingresar en el orden del discurso (dialéctica con el Otro), a partir de la maniobra

terapéutica de apropiarse de la evidencia de la anorexia (es decir de sus signos) para

usarla como operador de una cierta división subjetiva.

Para terminar, cabe agregar que el hecho de lograr introducir un hiato entre el

yo de la anoréxica perversa y su síntoma egosintónico no implica la disolución de la

perversión estructural. En otras palabras, introducir una perturbación en lo pleno del

goce anoréxico perverso, por ejemplo enfrentando al sujeto con lo real del cuerpo que

muere más allá del goce escópico de su imagen (Recalcati, 2004), puede agujerear

su identificación idealizada y la compulsión ritualizada con que la sostiene, logrando

una cierta regulación sintomática de lo más peligroso del fenómeno. Pero será

preciso sopesar las consecuencias de tal intervención, ya que, tal como ocurre en el

caso de la anorexia de base psicótica, donde el levantamiento de la contención

estabilizadora de la maniobra anoréxica puede precipitar al sujeto en un derrumbe en

otra dirección, el intento de introducir una regulación del goce en la anorexia perversa

enfrentando al sujeto al desmantelamiento de su propia estrategia, puede producir

una explosión de conductas violentas y desafiantes, y puede determinar que la

expresión de la desmentida comience a producirse de acuerdo con otra modalidad de

autodestrucción asentada en el cuerpo, como por ejemplo en lesiones auto-infligidas

Anorexia y estructura perversa en la mujer.

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o incluso en intentos de suicidio (Welldon, 1993).

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