120
Angel Rivière Objetos con mente Alianza Ps. minor

Angel Rivière Objetos con mente

Embed Size (px)

Citation preview

Angel Rivière Objetos con mente

AlianzaPs. minor

. l i a n z a P s i c o l o g í a m i n o r

i.

Rivière, A (1991). Objetos con mente. Madrid: Alianza.

INDICE

In t roducc ión 13

S E C C I O N P R I M E R A : D I F I C U L T A D E S P A R A E L C O N O C I M I E N T O D E L A M E N T E

Capí tu lo 1: Obs tácu los para un c o n o c i m i e n t o ob je t ivo de la m e n t e 21

1.1. El men ta l i smo o b j e t i v o de la psicología cognit iva 21 1.2. Dif icul tades pa ra el es tudio de la m e n t e 25

1.2.1. Tres ins tan táneas de la historia 25 1.2.2. Escisión y rélación e n t r e las m e n t e s 27 1.2.3. Inferenc ias sobre in ferenc ias 29 1.2.4. La i nde t e rminac ión de los mode los cognit ivos : 31. 1.2.5. La conciencia del a u t ó m a t a abs t r ac to : un n u e v o fan tasma de

la m á q u i n a : 31 1.2.6. ¿ D e m a s i a d a m e n t e para tan poc a ? 34

S E C C I O N S E G U N D A : L O S O B J E T O S C O N M E N T E

Capí tu lo 2: Los o b j e t o s con m e n t e y la m e t á f o r a del o r d e n a d o r 39

2 .1 . La categoría natura l de los o b j e t o s con m e n t e 39 2.2. El an imismo del p e n s a m i e n t o na tura l y el mecan ic i smo de la ciencia

natura l .' 43 2.3. La ca tegor ización de lo menta l en la psicología cot id iana 46 2.4. El desaf ío de Tur ing 47 2 .5 . La simplicidad 'de la razón universal 51

10 Indice

Capítulo 3: La máquina abstracta y la m e n t e real : P r imeras apor tac iones a la ciencia cognitiva 57

3.1. Cálculo de propos ic iones en el s is tema nervioso: e l e n f o q u e de M c C u -lloch y Pitts 57

3.2. Las l imitaciones del pe rcep t rón 61

Capí tulo 4: C u a t r o respues tas al desa f ío de Tu r ing 67

4.1. Algunas consecuencias de j uga r con T u r i n g 67

4.1.1. Dua l i smo funcional is ta 68

4.1.2. El ca rác te r s imból ico y d iscre to de las r ep re sen t ac iones 70 4.1.3. Fo rma l i smo y s is temas gu iados por su sintaxis 72 4.1.4. Flexibil idad menta l y s i s temas rígidos 73 4.1.5. La irrelevancia compu tac iona l de la concencia 74

4.2. C u a t r o respues tas al desa f ío de Tu r ing 76 4.3. La m e n t e de la habi tac ión china y el mar t i r io de la psicología cogni-

t i va . . 78 4.4. La a l ternat iva l i teral del P a r a d i g m a C - R 87 4.5. El juego de Tu r ing c o m o m e t á f o r a : la psicología del p r o c e s a m i e n t o

de la in formac ión . 93 4.6. Cambia r las reglas del j u e g o de Tur ing : e l e n f o q u e conexionis ta . . . 101

Capí tu lo 5: Ciencias cognit ivas y tecnologías del conoc imien to 109

5.1. La(s) ciencia(s) cogni t iva(s) : ¿Singular o p lura l? 109 5.2. Un e n f o q u e n u e v o de vie jos p r o b l e m a s ep is temológicos . Psicología

cognitiva y tecnologías del c o n o c i m i e n t o 115

SECCION TERCERA: LAS FUNCIONES MENTALES

Capí tu lo 6: Psicología natura l y e n f o q u e s cogni t ivos de las func iones men-tales 129

6.1. C o n o c i m i e n t o y comprens ión na tura l de la m e n t e 129 6.2. La de f ensa cognitiva de las ac t i tudes p ropos ic iona les 135

Capítulo 7: La a t r ibución de lo menta l . Cons ide rac iones s o b r e la psicolo-gía na tura l 147

7.1. El l e n g u a j e de lo menta l : un diálogo con A r c h e r 147

Indice 11

7.2. Los p r imates menta l is t a s y las v e n t a j a s evolut ivas del e n g a ñ o y su r econoc imien to 154

7.3. Psicología na tura l , in tens ional idad y me ta r r ep re sen t ac ión 161 7.4. La conciencia c o m o sis tema de predicción menta l i s ta y la semánt ica

de los verbos men ta l e s 163 7.5. Psicología na tura l y psicología p o p u l a r 166

Capí tu lo 8: Los enunc i ados in tenc iona les y la b ú s q u e d a de obje t iv idad en psicología 171

8.1. Men ta l i smo , an imi smo y evolución de la razón 171 8.2. Func iones men ta l e s y ob je t iv idad de las expl icaciones c ien t í f icas . . . . 173 8.3. Los enunc iados con ve rbos men ta l e s c o m o obs táculos epis temológi-

cos 176 8.4. Las a l ternat ivas de t r a t a m i e n t o cient íf ico de los enunc iados con ver-

bos menta les 178

Capí tu lo 9: El p e n s a m i e n t o y el l e n g u a j e c o m o func iones menta les . Algu-nas re f lex iones s o b r e in tenc iona l idad , in tensional idad y fo rma 185

9.1. Pensamien to y l engua j e : a lgunos e n f o q u e s de la "psicología popu la r " 185 9.2. Pensamien to , l e n g u a j e e in tens ional idad 187 9.3. La intuición de la fo rma en el p e n s a m i e n t o y el l engua j e 189 9.4. La intuición de la fo rma y la psicología cognitiva 192

Capí tu lo 10: C u a t r o e n f o q u e s psicológicos de las func iones men ta l e s 195

10.1. In t rospecc ión , obje t iv idad y s i s temas de c ó m p u t o 195 10.2. Func iones men ta l e s y psicología in t rospect iva: cons iderac iones his-

tóricas 198 10.3. La reducción extens ional del conduc t i smo 203 10.4. El or igen del pa rad igma C - R : una mecánica de la in tencional idad 207 10.5. El conex ion i smo y la recuperac ión de los ob je tos ex tens iona les como

concep tos teór icos en psicología 220

Bibl iograf ía 229

i.

1

J

y

• B

mnáam

INTRODUCCION

En un exper imento muy reciente , en que se empleaban como estí-mulos reproducciones de rostros p intados por Velázquez como los que figuran en la po r t ada de este libro, el doctor Simon Baron-Cohen y el autor de estas páginas encon t raban un resul tado que era esperable , por lo que sabemos intui t ivamente de las personas , pero que merece una consideración detenida cuando se somete a una reflexión algo más pro-funda : a pesar de los más de tres siglos de distancia y de las enormes diferencias culturales que nos separan de aquel pintor genial, los sujetos del exper imento —ingleses y españoles— eran capaces de distinguir, de forma inequívoca, las experiencias emocionales, tales como la ira, la des-confianza, el disgusto, etc, re f le jadas en los rostros pintados por Veláz-quez.

Esa capacidad de leer la mente es, sin duda , uno de los rasgos más acentuados y p ro fundos de los miembros de nuestra especie. Los huma-nos somos individuos mental is tas , psicólogos naturales notables , que no sólo in terpre tamos emociones (y, más aún, las revivimos) cuando las vemos expresadas por otros, sino que cons tan temente inferimos las creen-cias y deseos de los demás , razonamos sobre sus estados mentales , y empleamos un lenguaje mentalista de una r iqueza considerable, com-puesto de un vocabulario de verbos, tales como «pensar», «intuir», «sa-ber», «descubrir», «suponer», etc, y de nombres tales como «idea», «pen-samiento», etc. Basta con detenerse a escuchar cualquier conversación normal (como ha remos en el capítulo sép t imo de este libro), o con pa-rarse a observar cualquier interacción cotidiana en t re humanos , para caer en la cuenta de hasta qué punto están moduladas nuestras relaciones interpersonales por el pensamien to y el l engua je sobre lo mental .

13

14 Introducción

Esta observación es tan cotidiana y evidente que parece una de esas trivialidades inevitables de nuestra vida normal de las que no cabe espe-rar consecuencias conceptuales impor tan tes . Sin embargo , en este caso como en tantos otros, puede ser una estrategia útil del científico la de desconfiar de lo evidente, buscando significados p rofundos más allá de lo que parece trivial. Al fin y al cabo, los f enómenos de caída de los cuerpos se observan centenares de veces por todo ser h u m a n o y, sin embargo, resultaron ser f enómenos interesantes en sí mismos cuando fueron analizados desde la perspectiva de la nuova scienza física que nació en el renacimiento. ¿ Q u é sucede cuando el psicólogo, como cien-tífico, analiza los f enómenos , que se dan diar iamente , en los que atri-buimos,, de forma implícita, una mente a ciertos ob je tos , al decir de ellos que piensan, creen, perciben, desean , etc.?

¿Qué significa atr ibuir men te a ciertos ob je tos , sean éstos personas, animales, nubes siderales (como en una novela de Stanislav Lem) , seres divinos, f enómenos naturales o ar tefactos tales como los ordenadores digitales?, ¿de qué obje tos se predica que tienen men te? Estas cuestiones son, en sí mismas, interesantes para el psicólogo, que al fin y al cabo es un «profesional de la mente» . Pe ro sucede que , además de ser fascinan-tes por sí mismas, las respuestas a tales preguntas pueden proporcionar-nos herramientas conceptuales de una gran utilidad para el análisis crí-tico de la psicología científica. Cuando con t raponemos el lenguaje sobre la mente de la «psicología natural» (que empleamos cot id ianamente como instrumento para comprender y predecir la conducta de los otros) con el lenguaje y las observaciones acerca de lo mental que provienen de la psicología científica, ob tenemos una perspectiva de análisis de ésta que nos permite en tender m e j o r las raíces conceptuales de la ciencia de la mente .

Estos son los propósitos que se plantea este libro (y, al decirlo así, asumimos que estamos empleando significativamente un lenguaje men-talista y animista p lenamente admit ido; los libros «no se plantean pro-pósitos»): se trata de realizar un análisis crítico de la psicología científica —y en especial de la par te de ella conocida como «psicología cogniti-va»— mediante el uso de her ramien tas conceptuales que provienen del análisis de la l lamada «psicología natura l» , es decir, la que usamos de forma cotidiana e implícita en nuestras relaciones habi tuales con otros humanos .

Tal análisis crítico de la psicología cognitiva par te de la premisa, analizada en el capítulo p r imero , de que es difícil hacer una ciencia

Introducción 15

objet iva de la mente : y lo es, antes que nada , po rque el concepto de «mente» tiene, cuando menos , dos significados diferentes en psicología. Se identifica, por una par te , con la conciencia. Por o t ra , con un sistema de conocimiento de naturaleza computacional . ¿Cómo puede la psicolo-gía conocer ese sistema y qué dificultades encuentra para e l lo?, ¿cómo puede hacerse consciente, por otra par te , un sistema de cómputo? No creo que nuestra reflexión sobre los obje tos con men te proporc ione , ni mucho menos , una respuesta completa a estas preguntas. Espe ro , por lo menos , que tenga la virtud de haber las formulado de forma correcta y suficientemente p rofunda como para favorecer la reflexión del lector.

Si t iene, el lector, esa mínima paciencia que exige llegar al capítulo p r imero , obtendrá la ven ta ja de inquietarse aún más de lo q u e pueda estarlo con esta introducción, pues en ese capítulo se examinan los obs-táculos que tenemos los psicólogos para desarrollar un conocimiento ob-jetivo acerca de lo mental . Espe ro que el capítulo pr imero , como en las buenas novelas policiacas de Ross MacDona ld (del que hablaremos algo más en otro capítulo del l ibro), tenga la virtud de intrigar al paciente lector lo suficiente como para dar un paso más.

Lo que encontrará el lector en el capítulo segundo es una reflexión acerca de los ob je tos con men te , que par te de una premisa muy simple y espero que universalmente aceptable. La premisa es ésta: las personas dividimos nues t ro m u n d o de ob je tos en dos grandes grupos. De unos decimos que tienen men te , mientras que a otros no les atr ibuimos esta propiedad . Esa sencilla reflexión nos llevará a enf rentarnos al p rob lema , inaugural de la psicología cognitiva, del significado de atribuir una fun -ción protot íp icamente menta l , tal como la de «pensar», a los o rdenado-res. En los capítulos tercero y cuar to se examinan las consecuencias e implicaciones de la l lamada «metáfora del o rdenador» en psicología, y las diferentes respuestas dadas a la pregunta sobre si los o rdenadores piensan, y a la cuestión complementar ia de si las mentes son, en realidad o en metá fora , sistemas de cómputo . En el capítulo quinto se examinan las p ro fundas relaciones que existen entre la psicología y las otras cien-cias cognitivas y tecnologías del conocimiento. Es te con jun to de capítu-los constituye la sección segunda del l ibro, que se titula «Los obje tos con mente» .

La sección tercera p lantea un prob lema que es complementar io con el anterior: prescindiendo ahora de cúales sean los obje tos a los q u e atr ibuimos la propiedad de tener funciones mentales , ¿qué son esas f un -ciones? El capítulo sexto da una pr imera respuesta a esta pregunta . En

16 Introducción

el sépt imo se reflexiona sobre el hecho de que los humanos (y quizá otros primates) seamos seres capaces de suponer que los demás tienen funciones mentales y de acceder a la conciencia de que nosotros mismos las tenemos. F ina lmente , los tres capítulos finales analizan el lenguaje menta l de la psicología científica, pa r t i endo de una observación un tanto intrigante: la de que el l engua je y el pensamien to mentalistas han sido siempre, s imul táneamente , puntos de part ida de la psicología como cien-cia y serios obstáculos epistemológicos para su constitución como tal. En el1 últ imo capítulo se examinan cuat ro alternativas básicas en el en f ren-tamiento a las funciones mentales : la pr imera (psicología introspectiva) implica el empleo de un lengua je menta l tanto en los enunciados obser-vacionales de la psicología como en los teóricos. La segunda (conductis-mo) exige la eliminación de! vocabular io mentalista de unos y otros enun-ciados. La tercera (psicología cognitiva clásica) emplea un lenguaje ob-servacional no mentalista, al que da significado con un lenguaje teórico mentalista. La última y más reciente (conexionismo) permi te comenzar a comprender cómo puede surgir la enigmática propiedad de tener mente de obje tos materiales tales como las redes neurales del cerebro.

Espero que el hecho de haber «anticipado el final» (algo que Ross MacDonald nunca se hubie ra permi t ido) no desanime al lector de pasar más allá de esta breve introducción. El tiene la última palabra con res-pecto a la justificación de los a rgumentos que se p roponen , a lo largo de nuestra reflexión sobre los ob je tos con mente , en esa contraposición entre la psicología cognitiva y la psicología natural . El au tor cree que la una y la otra se comprenden m e j o r cuando se examinan sus estrechas, volubles y sorprendentes relaciones. Cree también que es tan útil el análisis de la psicología cognitiva con los conceptos que provienen de la psicología natural , como el inverso: el examen de la psicología natural con esquemas cognitivos.

Creo que las breves consideraciones anteriores son suficientes para que el lector pueda delimitar con claridad el carácter de este libro y de lo que puede encontrarse en él: no hallará una «introducción a la psico-logía (cognitiva)», ni — m e n o s a ú n — un «manual de psicología». Sí un ensayo reflexivo sobre los f u n d a m e n t o s de la psicología cognitiva que , si es que tiene alguna virtud, ésta será al menos la de una cierta origi-nalidad: un tipo de análisis que , por lo que sabe el autor , no se había realizado anter iormente con el mismo tipo de conceptos que aquí se utilizan. El autor espera que no pueda aplicarse, sin embargo , a este ensayo el mismo comentar io terrible que hacía un escritor genial (Jorge

Introducción 17

Luis Borges) a un au tor novel: «Su novela tiene partes buenas y partes originales. Las originales no son buenas. Las buenas no son originales».

En cualquier caso, de las partes no buenas de esta obra no son res-ponsables algunas personas que han colaborado, de forma eficaz y fre-cuentemente abnegada , a su elaboración. Los investigadores del grupo

•de «Teoría de la Mente» de la Universidad Au tónoma de Madr id , En-carnación Sarriá, María Nuñez , María Sotillos, Juan Rubio , Laura Quin-tanilla, Lina Arias, han tenido la paciencia de leer cuidadosamente —y criticar perspicazmente— el manuscri to, antes de su edición. También tuvieron antes la paciencia de sopor tar al autor en el periodo de escritura del libro.

Es te último mér i to es aún más destacable en personas que convivie-ron más cercanamente con el autor , como Inés Marichalar (que además dedicó su t iempo a cuestiones tan poco gratificantes como las relaciona-das con la ordenación bibliográfica), Mario, Lucía, Inés y Pablo Rivière. Por otra parte, Ja ime Riviére dedicó más noches de las debidas a ayudar en el t ra tamiento informático f inal 'del texto y hacer comentar ios inteli-gentes sobre distintos aspectos de su contenido.

Finalmente , varios compañeros de la Universidad A u t ó m o m a de Ma-drid han colaborado, de fo rma eficaz y amistosa, a que este libro pudiera llevarse a cabo. Duran te el per iodo de su elaboración fueron de enorme valor los comentar ios y críticas de Mario Carre tero . En la fase última de escritura, Juan An ton io Huer tas y Mercedes Belinchón suplieron algunas ausencias de «la vida real» del autor .

La terminación del libro se ha visto muy facilitada por la concesión de la ayuda a la investigación PB-89-0162, del programa sectorial de promoción del conocimiento, por par te de la Dirección General de In-vestigación Científica y Técnica ( D G I C Y T ) del Ministerio de Educación y Ciencia. Esta ayuda dio, en primer lugar, ánimos y, en segundo, re-cursos al autor para realizar un conjunto de investigaciones sobre el pensamiento acerca de lo menta l , es t rechamente relacionadas con el con-tenido del libro.

Sección primera: DIFICULTADES PARA EL CONOCIMIENTO DE LA MENTE

-I

A

Ám

Capítulo 1: OBSTACULOS PARA UN CONOCIMIENTO OBJETIVO DE LA MENTE

1.1. El mentalismo objetivo de la psicología cognitiva

En la segunda mitad de nuestro siglo, los psicólogos hemos desarro-llado un nuevo vocabulario teórico, y procedimientos empíricos origina-les, para volver a nuestro viejo propósi to de estudiar la mente . El vo-cabulario incluye términos como «esquema», «proposición» o «cómpu-to». Los procedimientos , actividades como medir y analizar latencias en la comprensión de oraciones, investigar los errores que cometen las per-sonas cuando razonan, o registrar sus pequeños movimientos de ojos mientras están leyendo un texto. Se han propuesto nombres diversos para el con jun to f o r m a d o por las palabras y reglas del lenguaje teórico, las operaciones prototípicas de investigación empírica y los presupuestos de ambas cosas: paradigma cognitivo, psicología del procesamiento de la información, etc. Todos estos nombres son discutibles, con argumentos tales como que no es adecuado el término «paradigma» para los nuevos modelos de la men te (Capar ros y Cabucio, 1986), ni es estrictamente «información», sino conocimiento, lo que se suele definir en los modelos cognitivos (D e Vega, 1989; Dre t ske , 1981). Dichas críticas —en las que no debemos de tenernos aho ra— son bastante razonables, por lo que emplearé aquí las dos palabras más neutras , y más frecuentes , con las que se et iqueta el «nuevo» enfoque : psicología cognitiva.

Me propongo, en estas páginas, razonar sobre los fundamen tos de la psicología cognitiva. Para ello me serviré de un concepto, el de mente, que se nos presenta como intui t ivamente obvio en nuestras interacciones habituales con los demás y con nosotros mismos, pero que ha demostra-do ser, a lo largo de la historia, mucho más comple jo y huidizo de lo

21

22 Objetos con mente

que parece a pr imera vista. ¿Por qué seleccionar, en tonces , un concepto tan impreciso, tan esquivo, tan r ebe lde a cualquier in ten to de someti-mien to al pensamien to r iguroso?

Hay varios a rgumentos a favor de esta opción: en pr imer lugar, el concepto de men te , p rec i samente p o r su liberal ampli tud, de j a sitio hol-

gado donde poner nues t ras razones . A d e m á s t iene una vieja tradición psicológica, que permi te encadena r esas rázones a la historia, evi tando que caigan en el vacío de lo in tempora l . F ina lmente , está el hecho de que , por muchos desacuerdos fundamen ta l e s que puedan existir sobre e l o b j e t o de la psicología cognitiva —¿los procesos menta les son parecidos a las computaciones que se realizan con o rdenadores? Si lo son, ¿sobre qué medio se realizan las computac iones? , ¿son representac iones s imbó-licas lo que efec t ivamente se c o m p u t a ? — , todo el m u n d o es tá de acuerdo en que t ra ta de la men te .

Un mínimo común d e n o m i n a d o r en que todos los psicólogos estaría-mos conformes es c ie r tamente éste: la psicología cognitiva pretende ser una ciencia objetiva de la mente, a la que concibe como sistema de cono-cimiento. Creo que no habría desacuerdos en reconocer ese intento: A diferencia de la vieja psicología introspectiva de comienzos de este siglo, y del conduct ismo que d o m i n ó hasta su segunda mitad,- la psicología cognitiva (a) trata con la men te , (b) ha abandonado , en gran par te , Ta vieja ilusión de que es posible hacer ciencia a base de «hablar directa-men te con ella» sin in termediar ios , por acceso introspect ivo; (c) por- ello, se ve obligada a reconstruir ind i rec tamente la es t ruc tura y los procesos de la mente , s irviéndose de procedimientos objet ivos, y (d) la t ra ta , sobre todo, en tan to que es un sistema capaz de conocer .

Desde ahí, todo serán desacuerdos ent re los psicólogos, s iempre fie-les a nuestras inveteradas p ropens iones polémicas y ricas tradiciones de pluralidad paradigmát ica: I n d e p e n d i e n t e m e n t e de sus pre tens iones , ¿con-sigue la psicología cognitiva hablar r ea lmen te de la men te , o se de j a algo esencial de ella en el in ten to? , ¿lo hace , c o m o supone , de fo rma objet iva o sigue siendo una psicología pe l igrosamente subjet ivis ta?, ¿logra expli-car el conocimiento, o lo reduce a unos té rminos tales que hacen impo-sible comprender su or igen, na tura leza real y significado?

D a d o que t enemos el obje t ivo de razonar y just if icar esas pretensio-nes, no parece lógico que demos por sentada una respuesta positiva a las tres preguntas anter iores . Muy al cont rar io , nuestras reflexiones sólo serán rigurosas si par ten de un mínimo de presuposiciones, y si hacen que éstas sean tan evidentes como sea posible. En eso, deber íamos acer-

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 23

carnos lo más posible a las máximas pa ra un pensamiento preciso que proponía un precursor , R e n a t o Descar tes , que nos ha enseñado a los psicólogos cognitivos otras muchas cosas además de éstas:

Esas largas cadenas de r azones , c o m p l e t a m e n t e simples y fáciles, de que los geóme t r a s suelen servirse pa ra llegar a sus demos t rac iones más difíciles, me hab ían d a d o ocasión de pensa r q u e todas las cosas q u e p u e d e n cae r ba jo e l conoc imien to de los hombres , se e n c a d e n a n de igual f o r m a , y que, con tal de abs t ene rme de admit i r po r v e r d a d e r a una q u e no lo sea y de m a n t e n e r s iempre e l o rden preciso pa ra deduci r las unas de o t ras , no p u e d e habe r n inguna, po r más le jos q u e se hallen s i tuadas , a las q u e no se llegue en úl t ima ins tancia , ni tan ocul tas q u e no se descubran (Discurso del Método, edición de 1989, p. 35).

Seguiremos, en tonces , las buenas cos tumbres de los geómet ras , que suelen usar un procedimien to muy útil cuando hilvanan sus razones: de-cir, antes que nada , de d ó n d e pa r ten y a d ó n d e quieren llegar. Veamos pr imero a d ó n d e q u e r e m o s ir a pa ra r . ¿Cuáles son nuestras tesis finales? En resumen , dicen lo siguiente:

1. Es posible una ciencia q u e sea, al mismo t iempo, obje t iva y men-talista. Mental is ta aquí no qu ie re decir sólo que t ra te acerca de la mente , sino que emplea un vocabular io que cont iene términos intencionales, in-tensionales y epistémicos pa ra hablar r igurosamente acerca de ella. Tér-minos, por tan to menta les y , más en concre to , términos que se refieren a representaciones mentales.

2. La posibilidad de tal ciencia se ha basado his tór icamente en la me tá fo ra computac ional : en la idea de que la men te puede comprenderse m e j o r s i se en t i ende c o m o un sistema de cómputo semejan te , en cierta medida , a un o r d e n a d o r digital. Es ta me tá fo ra ha tenido una gran im-portancia en la justif icación de la posibilidad de una ciencia obje t iva de la men te c o m o sistema de conocimiento . La razón de esa importancia es que , por su pa r t e , la me tá fo ra p r e supone que pueden definirse au tóma-tas capaces de da r cuen ta , de f o r m a universal , de los procesos cognitivos. De dar explicación de ellos sin ninguna clase de conceptos circulares o pseudo-explicativos, c o m o los que denunciaba Ryle (1949) cuando criti-caba a todas las psicologías mental is tas , diciendo que éstas part ir ían im-pl íci tamente de un supues to dudoso : el de la men te como «un fan tasma en una máqu ina» , «the ghost in the machine». Así , la psicología cogni-tiva se def ine por un e n f o q u e de mecanicismo abstracto.

3. Por consiguiente , un aspecto esencial de la ciencia de la que ha-blamos es que en t i ende las func iones de conocimiento como procesos de

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

24 Objetos con mente

cómputo sobre representaciones , sobre la base de los supuestos del en-foque del «mecanicismo abstracto» al que me he refer ido . Esta caracte-rística se manifiesta con mayor claridad en el e n f o q u e aún dominan te en psicología cognitiva. Exis te , sin embargo , una sensibilidad creciente ha-cia las anomalías q u e presenta ese paradigma dominan te : no logra ex-plicar el papel de la conciencia en el conocimiento , t iende a concebirlo en términos excesivamente logicistas y lo descontextúa de sus condicio-nes biológicas y sociales.

4. El paradigma dominan te , al que l lamaremos C-R (de las compu-taciones sobre representaciones) , ha sido cues t ionado, en los últimos años, desde posiciones que o bien (a) , al tener en cuenta ciertas propie-dades del sistema nervioso, conciben' los procesos cognitivos como cóm-putos en paralelo que se realizan en un sistema de unidades que repre-sentan, de forma colectiva y distr ibuida, información de carácter no-sim-bólico (conexionismo), o (b) al considerar el carácter social, intencional y creativo del conocimiento , mues t ran un disgusto creciente con relación al mecanicismo abstracto y el solipsismo del mode lo C - R clásico (enfo-que de la «enacción», tendencias interaccionistas y propensiones neo-pragmatistas no bien definidas, etc) .

5. Así, no hay una sola psicología cognitiva (en sentido amplio) sino varias. El conocimiento puede explicarse psicológicamente de varias ma-neras. Todas ellas compar ten algunos supuestos mínimos: (1) hay un nivel, por lo menos re la t ivamente au tónomo , de explicación de la mente , en que el func ionamiento de ésta se en t iende condicionado por procesos y representaciones de conocimiento , (2) la investigación de tales proce-sos y representaciones no d e p e n d e del acceso introspectivo. Términos tales como «operación» (Piaget , 1947), «esquema» (Bart le t t , 1932; Brans-ford y Johnson, 1973; R u m e l h a r t , 1980; R u m e l h a r t , Smolensky, McCle-lland y Hinton , 1986), «proposición» (Pylyshyn, 1984), «plan» (Miller, Galanter y Pr ibram, 1960), «imagen mental» (Kosslyn, 1980), que se refieren a procesos o es t ructuras que se dan en la mente, no se justifican por su evidencia fenoménica a la introspección sino po r su valor para explicar y predecir la conducta . F o r m a n par te del vocabulario de la psi-cología cognitiva en sentido amplio.

6. Las formas en que se organizan las es t ructuras y procesos a que se ref ieren estos términos se reconstruyen a part i r de da tos objet ivos. Así l legamos a nues t ro punto de par t ida: en su significado más general , la psicología cognitiva implica un enfoque mentalista y objetivo de los proceso psicológicos y, en especial de aquellos que permiten conocer.

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 21

A h o r a podemos volver a nues t ro objet ivo pr imero: se t rata , decía mos , de justificar y dar f u n d a m e n t o a las af i rmaciones que aparecen en los seis puntos anter iores y que , como acabamos de ver, pueden redu- cirse a una fundamen ta l : es posible una psicología mentalista y objetiva

del conocimiento. A h í queremos ir. ¿Cuáles pueden ser nuestros puntos de par t ida? T e n e m o s que buscar , como hacía Descar tes y hacen los geó-

metras , algunas —si es posible pocas— razones ciertas y verdades evi-dentes para dar origen a nuestra cadena de razonamiento . Pueden ser por e j emplo , estas dos: (1) Conocer ob je t ivamente la men te es difícil (2) Las personas t endemos a dividir el m u n d o en dos grandes categorías

de obje tos : de unos decimos directa o indi rec tamente que tienen mente.

De otros no lo decimos.

1.2. Dificultades para el estudio de ia mente

1.2.1. Tres instantáneas en la historia

Es difícil, sin duda , hacer una ciencia objet iva de la mente . Una buena prueba de ello es que los psicólogos hemos desmayado, más de

una vez, en nuestro vie jo y tenaz esfuerzo de hacerla. Veamos rápida-

mente una pequeña ilustración histórica de esos esfuerzos y desmayos. Hace jus t amen te un siglo, se publicaba uno de los libros más refle-

xivos y brillantes de toda la historia de la psicología, The Principies of

Psychology de William James (hay una edición en español de 1990).Como no debemos de tenernos mucho en esta ilustración, haremos lo que

los malos lectores de novelas policíacas: leer solo la pr imera y la última

página. La pr imera empieza así: «La Psicología es la Ciencia de la Vida

Mental , tanto de sus f enómenos como de sus condiciones. Los fenóme-

nos son cosas del t ipo de aquellas a las que l lamamos sentimientos,

deseos, cogniciones, razonamientos , decisiones y cosas por el estilo» (p. 15. Edición inglesa de 1983). La úl t ima, de forma rea lmente sombría y

desmayada , termina así: «Aun en las porciones más claras de la Psico- logía nuestra penetración es insignificante. Y cuanto más sinceramentenos esforcemos por trazar el curso actual de la psicogénesis, es decir, los

pasos por medio de los cuáles hemos ido adqui r iendo los atributos men-

tales peculiares que poseemos como especie, más claramente percibire-

mos "el lento avance del crepúsculo hacia el seno de la noche"» (ibíd. p. 1100).

26 Objetos con mente

¿Era sólo el esfuerzo de escri tura lo q u e le tenía tan pesimista a James?; ¿estaba aquel día de peor h u m o r de lo normal? N o , no es ésa la razón; era, más bien, su constatación de los logros «insignificantes» de una psicología introspectiva sobre los fenómenos de la m e n t e la que le llevaba al desánimo. U n a psicología que es taba compend iada y revi-sada cuidadosamente en los Principles.

Demos ahora un salto de cuaren ta años. Es tamos en 1930. Watson es, en Behaviorism, mucho más optimista que James . Pero lo es, senci-llamente, porque ha renunciado a esa tarea difícil de conocer la men te . Cuando habla, por e j emp lo , del pensamien to dice lo siguiente: «Antes de comprender la teoría conductista del pensar , ¿no querr ía el lector abrir cualquier t ra tado de psicología introspectiva y leer el capítulo que se le dedica? ¿No querr ía t ra tar de digerir algo del pábulo br indado por los filósofos acerca de esta important ís ima función? Nosotros hemos in-tentado hacerlo y tuvimos que renunciar . Creemos que el lector también renunciaría/. . / Tan to cuando nos sen tábamos en el regazo de nuestra madre como en los laborator ios psicológicos, se nos enseñó a decir que el pensamiento es algo par t icu la rmente incorpóreo , algo sumamen te in-tangible, sumamen te evanescente , algo especialmente mental /../ En razón de la naturaleza oculta de la muscula tura que lo realiza, el pensar siem-pre ha sido inaccesible a la observación y a la exper imentación directa /../ A medida que se descubren nuevos hechos científicos, se reduce cada vez más el n ú m e r o de f enómenos inaccesibles a la observación y, por consiguiente, también el n ú m e r o de "perchas para colgar el misticismo"» (pp. 225-226. Ed . esp. de 1972).

Ya no se percibe aquí «el lento avance del crepúsculo hacia el seno de la noche», sino el amanecer radiante del conduct ismo, que ha tenido, sin embargo, un precio: la renuncia a cualquier vocabular io mental . La consideración de lo menta l como «una percha donde colgar el misticis-mo».

Más de medio siglo después , un psicólogo cognitivo, Philip Johnson-Laird (1988) vuelve a sentirse opt imis ta , sin de j a r de ser mental is ta . Su comentar io no tiene nada ni de la sombría desesperanza del de James , ni del conf iado reduccionismo de lo menta l a movimiento muscular que veíamos en Watson . Nos dice Johnson-Lai rd lo siguiente: «La invención del o r d e n a d o r digital programable , y de manera más impor tan te , su pre-cursora, la teoría matemática de la computabi l idad , ha obligado a la gente a pensar de una forma nueva sobre la m e n t e . Antes de la compu-tación había una distinción clara en t re cerebro y men te ; uno era un

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 27

órgano físico y la o t ra una «no ent idad» fantasmát ica que difícilmente resultaba un tema de investigación respetable . (Se consentía que los adul-tos pudiesen hablar de ella en pr ivado, s iempre y cuando comprendieran que , en real idad, no existía.) Después de la llegada de los ordenadores no cabe seme jan te escepticismo: una máqu ina puede controlarse median-te un «programa» de instrucciones simbólicas, y no hay nada de fantas-mal en un programa de o rdenador . Quizá , y en gran medida , la men te es para el cerebro lo que el p rograma es para el o rdenador . De esta manera , puede haber una ciencia de la mente» (pp. 13-14. Ed . esp. de 1990, el subrayado es nues t ro) .

Son ins tantáneas muy rápidas de tres momentos de las acti tudes psi-cológicas hacia la mente : (1) la psicología es la ciencia de los fenómenos de la men te , dice James , a los que accede por introspección. James (como también W u n d t ; vid. Danziger , 1980) es poco optimista sobre las posibilidades de progreso científico por ese camino, pe ro no concibe otro (Rivière, 1990); (2) la psicología no es la ciencia de la mente , para Wat-son. Hay que abandona r cualquier vocabulario mentalista y hablar sólo de observables; (3) puede haber una ciencia de la mente , objet iva, y basada en el supues to de q u e la men te es un sistema de cómputo . ¿Re-suelve esta tercera respuesta las in terrogantes p lanteadas por las otras dos? Da solución a muchas , pe ro no a todas. V e a m o s un e jemplo .

1.2.2. Escisión y relación entre las mentes

La posición de James se basaba en una fusión entre men te y con-ciencia que , como veremos en o t ro m o m e n t o , ha tenido que ser rota por la psicología cognitiva (como antes lo fue , en otras direcciones, por Leib-niz, H e r b a r t , He lmhol tz , F reud , etc). A u n q u e no se suela destacar , un supuesto esencial de ésta es que el apara to consciente al que tenemos acceso introspectivo, esa mente de los fenómenos de que hablaba Wi-lliam James (1890), no se identifica con el sistema que computa repre-sentaciones simbólicas al que se ref iere Johnson-Lai rd (1988). Para el lector de estas páginas, esta afirmación puede ser intui t ivamente com-prensible de fo rma muy sencilla: lo que t iene en la cabeza, si presta atención al texto, es seguramente un c o n j u n t o de contenidos conscientes que se ref ieren a las palabras que lee, las oraciones que comprende , las posibles intenciones y significados del texto. Sin embargo , al lector le son comple tamente inaccesibles los procesos mentales que, por deba jo

28 Objetos con mente

de su conciencia y más allá de sus f ron te ras , le permiten realizar activi-dades tales como acceder al s istema léxico representado en su memor ia , inferir proposiciones del texto, analizar implíci tamente algunos de los aspectos de la organización sintáctica de las oraciones, etc. Estos son, seguramente , procesos de cómputo, que realiza la mente del lector con gran eficacia y sin contar apenas con atisbos conscientes. Lo que llega a la conciencia es sólo una pequeñís ima par te de los resultados finales o intermedios de los procesos computacionales subyacentes.

La mente fenoménica no se identif ica, en efecto, con la mente de los cómputos. Por e jemplo , la men te fenoménica tiene un lenguaje (el habla interna, las imágenes menta les , e tc . ) y la computacional otro diferente (quizá, las proposiciones, es t ructuras conceptuales, etc). Ha costado un largo siglo de investigación psicológica pasar de la que podemos llamar «mente uno» —la de J a m e s — a la «mente dos» —la de Johnson-Lai rd—. Un siglo de avances decisivos, pe ro que siguen d e j a n d o en el aire cues-tiones que no son menores , sino rea lmente sustantivas. Por e jemplo , ésta: ¿cuál es la relación en t r e la men te -uno y la dos?

Ray Jackendoff (1987) ha hecho un brillante análisis de este tema, al que debemos refer i rnos ahora brevemente : señala que , del mismo m o d o que existía un p rob lema de relaciones en t re la men te fenoménica (aquella a la que l lamábamos «uno») y el cuerpo, así también lo hay para relacionar la mente fenoménica y la computacional . Y, de la misma manera que ante aquel p rob lema de relaciones cabían alternativas dife-rentes, tales como el interaccionismo (un estado cerebral , e.c1, p roduce un estado mental , e . m l y és te es causa de o t ro , e .m 2 , que a su vez causa un nuevo e.c2) , el ep i fenomenal i smo (sólo hay causas en el dominio de los estados cerebrales. Los otros son ep i fenómenos) , el paralelismo (es-tados cerebrales y estados menta les se cor responden , pe ro no interactúan causalmente) y la teoría de la ident idad (estados cerebrales y mentales son la misma real idad, descrita de diferentes formas) , también hay op-ciones distintas para en f ren ta r se al p rob lema de la relación entre «mente uno» y «mente dos». ¿Es la conciencia un puro ep i fenómeno de las computaciones? , ¿son real idades paralelas que no se influyen? ¿es posi-' ble que interactúen? Y, si lo es, ¿ cómo? . ¿No serán sólo dos formas de hablar de lo mismo?

La realidad es que antes ten íamos un solo p rob lema (el tradicional, e incluso ent rañable , p rob lema mente -cuerpo) y, ahora , dos: tenemos ése y además un problema m e n t e r- m e n t e 2 ( Jackendoff , op. cit.). Hemos conseguido la magia de conver t i r un prob lema en dos. C o m o en ese

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 29

divertido poema de Angel González , que se titula Ciencia aflicción: «Si todo problema al resolverse plantea más problemas/ dentro de poco será difícil andar por las calles. /—Guau, guau,! nos dirán los problemas ense-ñándonos los dientes, / mord iéndonos los fondillos de los pantalones,/ a-turdiéndonos con sus bufonadas insolubles./ Si todo problema/ —como viene sucediendo hasta ahora—/ p lantea dos problemas, / . . . /».

Lo paradój ico de la situación actual es que, mientras parecen vislum-brarse vías de solución al p rob lema de las relaciones en t re el organismo y la men te computacional , a partir de la consideración conexionista de modelos abstractos del sistema nervioso como sistemas de cómputo (McClelland, Rumelhar t y G r u p o de Investigación P D P , 1986), las rela-ciones en t re la m e n t e fenoménica y la computacional siguen siendo muy oscuras, y la falta de explicación de ellas una de las anomalías mayores de la psicología cognitiva (vid. , sin embargo , Baars , 1988; Johnson-Laird, 1988; Jackendoff , 1987): el v ie jo problema mente-cuerpo empieza a ser, por lo menos t ra table , pero no lo es tanto el nuevo problema mente 1 -mente 2 que se ha suscitado a partir de la concepción del sistema cogni-tivo como un mecanismo de cómputo . Así, a pesar de los progresos importantes en el estudio de la mente que abonaban el optimismo de Johnson-Laird (op. cit .) , no parece que debamos prescindir, por ahora, dé la humilde y trivial observación que habíamos tomado como premisa de nuestra reflexión: «conocer obje t ivamente la mente es difícil».

1.2.3. Inferencias sobre inferencias

Hay además otros factores que influyen en esa dificultad: U n o de ellos se deduce , de manera evidente , de lo que acabamos de decir. Si la mente que efectúa los cómputos —la mente que emplea esquemas, posee conceptos, comprende proposiciones, e tc— no puede identificarse des-cript ivamente con aquella o t ra que presenta a la mirada de la conciencia fenómenos tales como las imágenes mentales y las palabras que nos de-cimos «en silencio» a nosotros mismos (aunque pocos duden q u e una y otra corresponden a una misma realidad), eso significa que no hay nin-guna constancia fenoménica directa de la mente computacional . Esta tiene que ser reconstruida conceptualmente a partir de la conducta de la gente en situaciones genera lmente muy controladas. Gillian Cohén ex-plica muy bien el p rob lema en el capítulo sobre memoria semántica de su manual de Psicología cognitiva (1977):

30 Objetos con mente

O b v i a m e n t e , una de las mayores d i f icu l tades para la investigación exper imenta l de las operac iones cognit ivas es la inaccesibi l idad del f e n ó m e n o q u e se estudia-. Los t raba jos de la memor i a semánt ica t ienen lugar en el c ircui to más in te rno de una cadena de p rocesamien to de la cual solo dos te rminales , el es t ímulo o en-trada final y la respues ta o salida final son observab les . En consecuenc ia , las

conclusiones exper imen ta le s son n e c e s a r i a m e n t e infer idas y los resul tados de inr cluso los expe r imen tos m e j o r d i señados neces i tan ser i n t e rp re t ados . El es tud io de la memor ia semánt ica es m á s bien un in t en to de aver iguar c ó m o es tán clasi-f icados, o r d e n a d o s y ca ta logados los l ibros de una gran bibl ioteca de p r é s t amo sin permit i r la e n t r a d a al inves t igador . S u p o n g a m o s q u e el invest igador sólo puede sentarse a la pue r t a de e n t r a d a y p r e g u n t a r a los lectores q u e toman pres tados ios l ibros q u é es lo q u e es tán buscando según van e n t r a n d o , y ano ta r la duración de la visita y el n ú m e r o y t ipo de libros q u e sacan. Es dudoso que la información q u e t iene a su a lcance sea la suf ic iente c o m o pa ra dar le una idea exacta de lá disposición y el s i s tema con q u e está o rgan izada la bibl ioteca, aun-que podría ser capaz de f o r m u l a r a lgunas c o n j e t u r a s con f u n d a m e n t o . En e l es tudio de la memor i a semán t i ca , incluso las técnicas exper imen ta les más rigu-rosas e ingeniosas se e n c u e n t r a n l imi tadas de fo rma similar (op . ci t . , p .p . 2-3 de ed . esp. de 1983).

De la men te fenoménica hay una «percepción in terna»: una innere Wahrnehmung, decía W u n d t (1887), en la que se basa la posibilidad de acceder int rospect ivamente a ella. Esa percepción interna es previa a la auto-observación de la men te (Selbs tbeobachtung) y no debe confundirse con ésta. Es la misma distinción que hacía B r e n t a n o (1874), que añadía además la af irmación de que la innere Wahrnehmung proporciona una evidencia que no es comparab le con la que br inda la percepción externa de los obje tos del m u n d o . U n a evidencia más cierta y, como se ha dicho, «incorregible». U n a evidencia de fenómenos, q u e t ienen lugar en el es-pacio interno (Brentano) o inmedia to (Wund t ) de la experiencia. Sin embargo, de la mente como sistema de cómputo no hay experiencia ni interna, ni inmediata. Su manifestación fenoménica es to r tuosamente indirecta. La única manera de llegar a inferir su organización es por un método semejante al que sugiere el comentar io anter ior de Cohen (1977): sentarse a la puer ta de su reducto invisible, ver lo q u e ent ra y sale de él, y t ra tar de imaginar lo que sucede den t ro , a base de hacer planos conceptuales de dicho reducto; p lanos cada vez más precisos y coheren-tes, y basados en una gama lo más amplia posible de en t radas y salidas. De fo rma que , a diferencia de la vieja psicología introspectiva y a se-mejanza del conduct ismo, la psicología cognitiva es una psicología estí-mulo-respuesta (E-R) , en cierto modo .

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 31

1.2.4. La indeterminación de los modelos cognitivos

Una peculiar psicología E - R en que lo que interesa es, precisamente el guión que hay entre la E y la R. Ese guión se compone , fundamen-ta lmente de operaciones de cómpu to sobre representaciones simbólicas (en el paradigma dominan te , con lo que t enemos un nuevo guión C-R) o, en un sentido más laxo que sirve para todos los cognitivos, de pro-cesos mentales que se aplican a es t ructuras de conocimiento. El modo de reconstruir tales procesos y estructuras es tan inferencia l que se plan-tea una duda seria: ¿qué certeza p o d e m o s tener los psicólogos cognitivos en relación con nuestros modelos?, ¿no serán esencialmente indetermi-nados, de tal fo rma que no sea posible, en úl t imo término, elegir entre modelos al ternativos que predigan y expliquen igual de bien los datos? La sospecha de que quizá los modelos cognitivos puedan tener proble-mas impor tantes de indeterminación ha sido formal izada y defendida r igurosamente por John Ande r son (1978). No es el m o m e n t o de dete-nernos en esta demost rac ión matemát ica , que ha sido cuest ionada por otros investigadores, dando lugar a un interesante deba te (Anderson , 1979; Pylyshyn, 1979; Hayes -Ro th , 1979; vid. Rivière , 1986). Basta con abocetar lo que dice el a rgumento de Ande r son : si los modelos cogniti-vos consisten en pares C - R (de cómputos sobre representaciones) , siem-pre es posible que dos modelos diferentes predigan igualmente un cierto con jun to de f enómenos empíricos, con las condiciones siguientes: (1) que aquello que p u e d a represen ta rse en el pr imer modelo pueda represen-tarse — d e di ferente m a n e r a — en el segundo, (2) que los procesos sean rea lmente procesos de cómpu to (que pueden en tenderse como funciones recursivas). I ndepend ien temen te del rigor matemát ico de la demostra-ción de Ander son , expresa una inquietud f recuente — a u n q u e no s iempre confesada— de los psicólogos cognitivos sobre el valor de las inferencias q u e ponen en el «guión». Un guión que , en sus manos , pierde su simple y horizontal l inealidad, para convert irse en una barroca estructura de procesos y representaciones .

1.2.5. La conciencia del autómata abstracto: un nuevo fantasma en la máquina

Ya hemos repa rado (y volveremos a hacerlo) en el hecho de que no sabemos bien qué papel asignar a la conciencia en ese guión que dirige

32 Objetos con mente

el f r ío drama de las computac iones . E s o es fácil de comprender : el con-cepto de computación (que es más bien vago, vid. Johnson-Lai rd , 1988) sólo tiene sentido en el marco de la noción de autómata y, en ese paisaje conceptual, no hay sitio claro d o n d e poner a la conciencia. James (1890) ya lo veía claro, en su t iempo, cuando se en f ren taba a las teorías meca-nicistas: «¿Cual podría ser —dec ía— según este pun to de vista la función de la propia conciencia? Si se trata de función mecánica, ninguna /. . / sería una cadena de sucesos comple t amen te au tónoma , y cualquiera que fuera la mente q u e la acompañara no pasaría de ser un "ep i f enómeno" , un espectador iner te , una especie de "au ra , e spuma o melodía" , como dice Mr. Hodgson , que independ ien temen te de que apoyara esos sucesos o se opusiera a ellos sería igualmente impo ten te para modificarlos» (p. 133), y, en otro m o m e n t o : «si la conciencia es útil, t iene que serlo por su eficacia causal, y la teoría del au tóma ta debe sucumbir al sent ido común» (p. 147). La razón de las difíciles relaciones en t re la mente fenoménica y la computacional es, c o m o vemos, una razón de fondo: si hay una men te que «decide en conciencia», i .e . prec isamente en virtud de ella, entonces esa men te no admi te una descripción completa como au tómata . Si la men te es, en el sent ido ordinar io de la pa labra , un au-tómata , entonces la conciencia es un inútil y gravoso ep i fenómeno . Y esto va contra el sent ido común . J ames se queda con el sentido común y con «lo que le dice su conciencia».

Pero después de cuaren ta años de ciencia cognitiva esa posición «de sentido común» es difícil de aceptar . El mecanicismo abstracto, en que se basa la ciencia cognitiva, ha sido muy eficaz para comprende r la men-te: «los resul tados alcanzados son extraordinar ios —dice De Vega , 1984—; nunca se había dispuesto de tal cantidad de datos relevantes sobre los procesos menta les ni se había progresado tan to en su compren-sión teórica» (p. 23). En los casos en que ciertos conceptos científicos, que son fértiles para la investigación y la comprens ión teórica, no se someten al sentido común , los científicos convienen implíci tamente en tomar una opción clara: peor para e l sent ido común. No puede decirse que la física cuántica, por e j emplo , sea una ciencia de sentido común. Al contrario: es c laramente contra-intui t iva. C o m o dice Max Delbruk (1986), nuestra mente parece estar adap t ada para a f ron ta r la vida en un mundo de dimensiones intermedias (lo que Gerha rd Vol lmer , 1984, llama «mesocosmos») y sus intuiciones no resultan útiles cuando se dirige a lo mínimo e ins tantáneo (en el «microcosmos» de la física atómica y de partículas) o a lo inmenso y du rade ro (en el «macrocosmos» de la cos-

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 33

mología) . De forma parecida, nuestra mente parece estar adaptada a un mundo en que resulta útil evolut ivamente la intuición de la eficacia cau-sal de la conciencia, pe ro ello no quiere decir que esa presuposición central del sentido común tenga que ser adoptada por la psicología cogni-tiva.

Las dificultades para el conocimiento objet ivo de la mente son, por lo que llevamos dicho, claras:

1. La mente fenoménica, a la que t enemos acceso consciente, se en-claustra en una subjet ividad de la que es muy difícil que salga. Así, los resultados de la introspección no llegan a adquirir fáci lmente el es tatuto inter-subjetivo que requiere la construcción de una ciencia objet iva . Wund t (1887) y J ames (1890) ya tenían una intuición clara de las difi-cultades, que f inalmente llevaron al in tento conductista de hacer de la psicología una ciencia que no hablara de la mente .

2. La recuperación del l engua je mental ha venido, sobre todo, de la mano de los psicólogos cognitivos que no se ref ieren a la mente feno-ménica sino a la computacional o, en sentido más amplio, a una mente que func ione , sin necesidad de «homúnculos» pseudo-explicativos, y que funcione prec isamente en virtud de que posee estructuras de conocimien-

_to o de representación. 3. Es te plano de lo mental no se identifica descr ipt ivamente con el

anterior y, entonces, se plantea un comple jo p rob lema de relaciones. Si se acepta la metá fo ra del au tómata , no resulta fácil ver cómo pueda ser compat ible con la intuición de sent ido común de la eficacia causal de la conciencia. Si no se acepta , se renuncia a una descripción mecanicista completa. Si la descripción mecanicista no es completa , de ja de ser meca-nicista.

4. Por estas y otras razones (vid. Jackendof f , 1987; Johnson-Lai rd , 1983, 1988), la conciencia no termina de enca ja r en el paradigma domi-nante en psicología cognitiva.

5. F ina lmente , si la mente computacional no es inmedia tamente fe-noménica , t iene que ser reconstruida de forma muy indirecta, y las in-ferencias sobre lo mental p lantean, en ese caso, un problema de inde-terminación, independ ien temente de que éste se in terprete r igurosamen-te como una limitación intrínseca del conocimiento sobre la mente (An-derson, 1979) o como una condición de todas las ciencias con un carácter inferencial acusado, como la física teórica (Pylyshyn, 1979).

34 Objetos con mente

1.2.6. ¿Demasiada mente para tan poca?

La proposición primera, de la que partía nuestra reflexión sobre los fundamentos de la psicología cognitiva, era muy simple: es difícil desa-rrollar una ciencia qiie sea, al mismo t iempo, mentalista y objetiva. Al-gunas de las dificultades se han revelado en los párrafos anteriores; otras irán poniéndose de manifiesto a lo largo de nuestra indagación. John-son-Laird (1983), de quien antes ci tábamos un comentar io optimista so-bre la posibilidad de una ciencia objetiva de la mente , también tiene sus momentos de duda:

¿Es posible la psicología? — d i c e — Q u i z á los psicólogos s e a m o s los ú l t imos en conocer la respuesta a es ta cues t ión . R a r a s veces nos la p l an t eamos . Y, sin embargo , una c o n j e t u r a plausible es q u e la m e n t e t iene q u e ser más compl icada que cualquier teor ía q u e se p r o p o n g a pa ra explicarla: c u a n t o m á s comple j a sea la teor ía , más t endrá q u e ser lo la m e n t e q u e la p e n s ó por p r imera vez. De ello se seguiría q u e la psicología es tá t r a t a n d o de a b a r c a r algo q u e le v iene d e m a s i a d o g rande —es tá t r a t a n d o de aba rca r se su p rop i a c a b e z a — y nunca p o d r á lograrlo. Esta idea es una variación del v ie jo chiste de q u e , en la democrac ia , los vo tan tes s iempre son m á s es túp idos q u e sus l íderes. C u a n t o más es túp idos son los l íderes , más lo son los vo tan tes po r haber los e legido. El chiste es o b v i a m e n t e falso; la observación psicológica m á s sutil e in t r igan te (op . c i t . , p. 1).

¿Son las dificultades anteriores expresiones de una dificultad intrín-seca de la mente para conocerse de forma completa a sí misma? Pudiera ser que en psicología tuviéramos que contar con algo semejan te —me-tafóricamente— al t eorema de la incompletitud de Gode l , que establece que ninguna lógica puede abarcarse a sí misma de forma completa y sirviéndose de su propio lenguaje (Arbib, 1964; Hofs tadter , 1987). Aca-so suceda que ninguna mente pueda abarcar su complejidad sirviéndose sólo de sus únicos recursos y empleando su propio lenguaje: el lenguaje de lo mental. Pero, ¿cómo reducir ese lenguaje intencional al puramente extensional que se emplea para aquellos objetos de los que no se predi-can atributos mentales?

Muchos filósofos de la mente se han planteado ese problema. Son también numerosos los que af i rman, sencillamente, que es imposible realizar la traducción del lenguaje mental (compuesto de términos tales como «pensamientos», «creencias», «proposiciones», «imágenes», «repre-sentaciones», etc.) al lenguaje extensional q u e se emplea en las ciencias biológicas y físicas. Para algunos, esa imposibilidad no hace más que

Obstáculos para un conocimiento objetivo de la mente 35

demostrar que el lenguaje mentalista es un artefacto práctico para las interacciones ent re humanos , pero no tiene cabida en ninguna clase de explicación científica, debiendo eliminarse en favor de un lenguaje es-cuetamente extensional, en que ya no existirían obje tos como los pen-samientos, los esquemas o las representaciones (Davidson, 1981; Quine, 1960; Rosenberg, 1980; Searle, 1983). Otros , por el contrario, piensan que la dificultad de traducción del lenguaje de lo mental al extensional es una demostración más de que el primero es indispensable para la ciencia cognitiva (Fodor, 1981).

En este momento del conocimiento científico de la mente es difícil decidir entre la alternativa de la eliminación del lenguaje mentalista y la de su conservación. Los desarrollos conexionistas sugieren la interesante posibilidad de concebir el significado de los términos mentales como refiriéndose a propiedades globales, emergentes del funcionamiento de sistemas de cómputo compuestos de unidades y asociaciones que funcio-nan de forma masiva y paralela, y q u e se describen de una forma pura-mente extensional (activaciones de las unidades, fuerzas de conexión entre ellas, umbrales necesarios para su out-put , etc). Según este punto de vista, los esquemas, los conceptos y las representaciones simbólicas del paradigma C-R no son más que formas metafóricas de designar esas propiedades que resultan del funcionamiento integrado y simultáneo de los sistemas de procesamiento distribuido y paralelo (Clark, 1989; Ru-melhart , Smolensky, McClelland y Hin ton , 1986). Pero ésta es una po-sibilidad de la que hablaremos más despacio en otro apartado.

Como vemos, hay razones fundadas para aceptar el humilde punto de partida que nos habíamos propuesto , a saber, que es difícil el intento de desarrollar una psicología del conocimiento que sea, al mismo tiempo, mentalista y objetiva. El psicólogo cognitivo se propone la difícil tarea de desarrollar una ciencia empírica de una mente que al mismo tiempo se auto-contiene y manifiesta, y se desconoce y oculta. Lo hace además con su propia mente que, por definición, no es más compleja que el sistema que trata de reconstruir. Y su reconstrucción se basa en inferen-cias muy indirectas, que dejan en el aire una duda sobre su posible indeterminación. Es un intento, el del psicólogo, claramente desmesura-do.

Sin embargo, la desmesura del in tento no es, en sí misma, ni un defecto especial ni una prerrogativa exclusiva de la psicología cognitiva. Todas las ciencias tienen un objet ivo final desmesurado: conocer la rea-lidad. Los psicólogos a rduamente formados en el operacionalismo, un

36 Objetos con mente

poco estrecho, de los años sesenta , sent imos un cierto escalofrío cuando un físico como Hawkins (1988) nos dice: «El objet ivo final de la ciencia-es proporcionar una única teoría que describa cor rec tamente todo el universo» (p. 29). Es éste , sin d u d a , un obje t ivo sin mesura . Pero las ciencias son mesuradas en sus obje t ivos inmediatos y procedimientos: acotan y recortan los p rob lemas hasta hacerlos t ra tables , miden lo que pueden medir , limitan sus ambiciones provisionales a los problemas y de jan de lado los misterios ( como parece ser el de la conciencia), es decir, aquellas cuest iones que , aun siendo intr igantes, no son concep-tualmente claras o accesibles a una indagación empír ica a corto plazo. Estas son también las cautelas q u e empleamos los psicólogos cognitivos para dirigirnos, m e s u r a d a m e n t e , a nues t ro objet ivo final desmesurado: conocer la mente .

Sección segunda: LOS OBJETOS CON MENTE

!

Capítulo 2 LOS OBJETOS CON MENTE Y LA METAFORA DEL ORDENADOR

2.1. La categoría natural de los objetos con mente

Con independencia de los obstáculos para acceder a un conocimiento objet ivo de la men te , lo cierto es que las personas hacemos una división natural del m u n d o en dos amplias categorías de obje tos : de unos pen-samos y decimos que tienen m e n t e ; a ot ros no se la atr ibuimos. Intuiti-vamente , predicamos lo mental cuando decimos que algo piensa, percibe, desea, recuerda, siente. S iempre que empleamos esos verbos para refe-rirnos a algo, es tamos a t r ibuyendo men te . No es inexacto decir que lo que hacemos los psicólogos, en esencia, , consiste en t r aba ja r con esos verbos: con sus significados y re feren tes . T ra t amos de conocer de forma científica en qué consisten esas funciones de pensar , desear , etc, que se predican de ciertos ob je tos y no de otros. Nos interesan los obje tos de los que se dicen funciones mentales (Fm) , como las personas y los ani-males, y no dedicamos nuestra atención a otros muchos de los que no se dicen ( -Fm) , como las plumas estilográficas y las estrellas del cielo. Nuest ro campo de investigación puede definirse, así, de manera muy escueta: Fm; el estudio de -la na tura leza , estructura, génesis y funciona-miento de las funciones mentales . Es to se aplica también a aquellos psicólogos que , f ina lmente , llegan a la conclusión de que no puede ha-cerse ciencia con un lengua je mental is ta , pues a ellos también les inte-resa explicar en qué consisten funciones tales c o m o pensar , recordar y tener emociones.

Por todo ello, no de ja de ser so rp renden te la escasa atención q u e tradicionalmente hemos dedicado los psicólogos a la semántica y el uso cotidiano de los verbos Fm, y nues t ra tendencia a considerar como «cosa

39

40 Objetos con mente

de filósofos» o, en todo caso, «de lingüistas» la indagación de sus carac-terísticas peculiares, es t ructura y uso en el l enguaje , así como de las propiedades lógicas especiales que t ienen los enunciados con verbos men-tales. En filosofía hay una poderosa y ya vieja tradición de investigación y debate sobre el l engua je psicológico (Carnap , 1954; Chisholm, 1957; Church, 1954; 1956; Davidson , 1965; Pu tnam, 1981; Quine , 1960; Simp-son, 1973, 1975; McCauley , 1987; F o d o r , 1988; Searle , 1983) que los psicólogos ignoramos con la misma tenacidad con que se ha desarrollado.

Es te residuo localista de nues t ra larga y difícil separación de la filo-sofía ya no es justif icable. El conoc imiento de la larga tradición de pen-samiento sobre lo menta l desarrol lada en diversas perspectivas filosóficas puede ayudarnos a los psicólogos en dos aspectos importantes : en pr imer lugar, puede contribuir a una m e j o r comprensión de nues t ro ob je to de estudio que , con frecuencia , se considera de fo rma un poco ingenua y acrítica; además , puede facilitar e l es tudio de problemas prop iamente psicológicos, pero que han sido descuidados t radic ionalmente , tales como los relacionados con las representac iones cognitivas de lo mental y las habilidades de «cognición psicológica» que las personas usamos en las interacciones cotidianas. En las concepciones teóricas que los psicólogos hemos desarrollado acerca del pensamien to y la inteligencia, por e jem-plo, la huella de j ada por la tendencia a p resuponer q u e esas funciones se e jercen, esencialmente, «en fr ío» y sobre obje tos «apersonales», re-sulta muy visible en el cue rpo conceptual de la psicología.

El propósito de esta sección, y la siguiente, es el de profundizar en nuestra comprensión de los f u n d a m e n t o s de la psicología cognitiva, a partir de un análisis de los usos lingüísticos, las «categorías naturales» (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; Mervis y Rosch, 1981) y los pro-cesos de razonamiento e inferencia sobre lo mental . En esta sección nos f i jaremos sobre todo en los o b j e t o s de los que se predican funciones mentales , para realizar desde ah í una reflexión sobre la metáfora del ordenador . En la siguiente, anal izaremos las características de tales fun-ciones. En ambas secciones, se en t reve rán , con la liberalidad que el rigor permita , observaciones históricas, razones lógicas, consideraciones filosóficas, intuiciones cotidianas y concepciones psicológicas.

Empecemos por una constatación muy simple: la categoría constitui-da por los obje tos a los que se aplican verbos mentales no es como las clases lógicas bien formadas , en q u e todos los e lementos t ienen el mismo grado de pertenencia, y los límites son claros e inequívocos. T iene , por el contrario, Iímites difusos y una es t ructura distribucional semejan te a

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 41

la de otras categorías naturales , cuyos elementos no son estr ictamente equivalentes, sino desigualmente representat ivos. Del mismo modo q u e los gorriones son más representat ivos —más prototípicos— de la catego-ría natural de las aves que los pingüinos (Malt y Smith, 1984), las per-sonas lo son más de la categoría Fm (de los obje tos a los que se atribu-yen funciones mentales) que las bacterias. De la personas decimos que perciben, piensan, recuerdan, desean, etc, pero no está claro cuáles de estas funciones —si es que alguna— podr ían aplicarse a las bacterias.

En real idad, las personas son prototipos de la categoría de obje tos (Fm). Lo son menos los animales, y tanto menos cuanto menos comple-jos son y más se a le jan del filum humano . Algunos de los rasgos, que definen por comprensión la categoría natural de lo mental (por e jemplo , la percepción), se aplican f r ecuen temen te a todos ellos; otros, como el pensamiento , a muy pocos o solo al hombre (me refiero al uso cotidiano en el lenguaje de la categoría natural de lo mental , y no al t ra tamiento científico del problema del pensamien to animal, tal como se plantea, por e jemplo , en A n g u e r a y Vea, 1984, Premack y Premack, 1983 o Griff in, 1986). En el polo opues to , el de la categoría (-Fm), tenemos obje tos tales como las piedras, los planetas y sus satélites, los tenedores y (con un grado menor de representat ividad) las plantas.

En nuestra cultura, y en t re adultos, los rasgos Fm no suelen áplicarse a este tipo de ob je tos a no ser metafór icamente y en usos poéticos, como cuando Ale ixandre dice: «Sólo la luna sospecha la verdad. /Y es que el hombre no existe»; o García Lorca: «La viuda de la luna/ ¿quién lo olvidará?/ Soñaba que la t ierra/ fuese de cristal». Es obvio que ni Alei-xandre ni García Lorca creen, l i teralmente, que la luna sospeche o sueñe. Estos son, de nuevo, rasgos de lo mental y que definen intensionalmente la categoría Fm. Prec isamente , la fuerza expresiva de las metáforas de Lorca y Ale ixandre se deriva de la atribución animista de verbos (Fm), que suscitan emociones con mayor poder y facilidad que los (-Fm).

En los usos cotidianos de nuestra cultura, las funciones Fm se pre-dican, en especial, de ob je tos que poseen dos propiedades: ser sistemas vivos y comple jos . En úl t imo término, las propias personas poseen estas propiedades , y la atr ibución de funciones mentales, en nuestra especie, parece cumplir f undamen ta lmen te la función adaptativa de predecir y explicar la conducta de los congéneres . Son éstos, como hemos dicho, los protot ipos indiscutibles de la categoría de objetos Fm (i.e. de objetos de los que se predica que piensan, comprenden, recuerdan, perciben, desean, etc). A estos protot ipos se les aplican todas las funciones Fm.

42 Objetos con mente

Si definimos por comprensión la categoría Fm, por los rasgos que contiene (tal como se hace en muchos modelos cognitivos sobre los con-ceptos; vid., por e j emplo , Sainz, 1985, y Smith, 1989), podemos decir que tales rasgos son sencil lamente el con jun to de las funciones que se ent ienden na tura lmente como «mentales»: percibir, c reer , pensar , de-sear , saber, recordar , intuir, etc. Los verbos mentales son, así, los rasgos que definen in tensionalmente la categoría (su imprecisa definición exten-sional incluye habi tua lmente ob je tos tales como las personas, los chim-pancés y las j irafas) . Pues bien, el universo total de los rasgos ( tanto definitorios como característicos, si cabe tal distinción; vid. Smith, Soben y Ripps, 1974; Smith y Medin , 1981; Rosch y Mervis, 1975), que definen la categoría Fm, se predica de su e lemento protot ípico por excelencia: las personas. Las funciones menta les que atr ibuimos a las personas ago-tan intensionalmente la categoría de lo mental .

En real idad, un supues to básico subyacente a todas las interacciones entre humanos es la noción de que. los otros son seres con una mente cuya estructura esencial es idéntica a la propia. Sin embargo , de jando de lado esos protot ipos centrales de la categoría Fm, los obje tos que se sitúan más en sus límites resultan más dudosos y, sobre todo, resulta dudoso qué funciones Fm pueden atribuirse a ellos (un psicólogo, al que este t raba jo debe mucho , me refer ía rec ientemente la respuesta de su hija a la pregunta de si los perros piensan: «Piensan, sí. Pero lo que no tienen son ideas»).

Una ilustración muy significativa del carácter difuso de la categoría de los objetos a los que se atr ibuyen funciones mentales es el hecho de que , en la historia del pensamiento , se ha a rgumentado la necesidad literal, (y no ya la conveniencia metafórica) de atribuir funciones Fm a toda la realidad natural . Recordemos , por e jemplo , que Leibniz, en la Monadología (1720; vid. ed . de 1981) sostenía la idea de que las móna-das, «los verdaderos á tomos de la naturaleza y, en una palabra, los elementos de las cosas» (p. 73) poseían un principio interno, una activi-dad intrínseca, de percepción. En esta interpretación la función Fm «per-cepción» es consti tutiva, en úl t imo término, de toda la realidad. Una idea no muy lejana de la que sostenía Fechner (1846), que argüía —en contra del material ismo mecanicista de la ciencia de su t iempo— la ne-cesidad de af irmar que las plantas y, f inalmente , todos los obje tos na-turales, poseen una vida mental (Fechner , 1851). C o m o ha señalado Boring (ed. 1988), esa posición no contr ibuyó precisamente a facilitar la aceptación de la obra de Fechner en los círculos científicos.

Los objetos con mente y ¡a metáfora del ordenador 43

2.2. El animismo del pensamiento natural y el mecanicismo de la ciencia natural

Por o t ra par te , la extensión de la categoría Fm varía: (1) a lo largo del desarrollo de las personas , y (2) de unas culturas a otras. El concepto de «animismo» hace referencia a la, tendencia que tienen los niños y miembros de otras culturas a atr ibuir funciones Fm (y vida) a obje tos que no se incluyen en la categoría Fm de los adultos occidentales. Es lo que sucede, por e j emplo , en el caso de «Kent», uno de los niños inte-rrogados por Piaget en su estudio sobre La representación del mundo en el niño: «Si pinchamos esta p iedra , ¿lo sentirá? — N o . — ¿ P o r qué? — Po rq u e es dura . — ¿ L o sentirá si la ponemos en el fuego? —Sí. — ¿ P o r qué? — P o r q u e esto la quema» (1926, cit. ed. esp. de 1984, p. 157). En este caso, se a t r ibuye la función menta l «sentir» a uno de los obje tos que son , para el adul to occidental , prototípicos de la categoría ( -Fm): una p iedra . El animismo en el niño no es un simple producto lúdico o el resul tado de una actitud metafór ica , sino una expresión profunda de una propensión epistémica a confundi r ob je to conocido y su je to q u e conoce (DelVal , 1975) y quizá — c o m o iremos viendo a lo largo de estas páginas— una expresión aún más profunda de algo más: un «efecto dis-tors ionante», sobre el conocimiento de lo real, del funcionamiento de un sistema cognitivo especia lmente do tado para comprender y atribuir es-tados menta les (Ast ington, Harr is y Olson, 1988; Cosmides, 1989).

Con independencia de las críticas que puedan hacerse a las interpre-taciones de lós f enómenos animistas (vid., por e jemplo , Geer tz , 1973), lo que no se cuestiona es su existencia y consistencia como tales fenó-menos: son muy universales en las culturas y se enraizan con fuerza en el pensamiento , t an to del n iño como del hombre que no ha interiorizado a fondo la revolución conceptual de la ciencia que nació en el Renaci-miento. De hecho, uno de los obstáculos epistemológicos más impene-trables y persistentes que ha tenido que superar el conocimiento, para la constitución de una ciencia objet iva de la naturaleza, ha sido la ten-dencia a in terpre tar como intencionales fenómenos que admiten una des-cripción completa en términos extensionales.

En los términos analíticos que estamos empleando, un efecto impor-tante de la revolución científica sintetizada en el nombre de Newton ha sido éste: la extensión de la categoría natural (Fm) se reduce considera-b lemente en aquellos individuos que realizan, en su propia cabeza, una p ro funda reconstrucción conceptual . Una transformación semejan te a la

44 Objetos con mente

que permitió la creación de las ciencias de la naturaleza, mediante ope-raciones sucesivas de limpieza de los residuos animistas de su campo conceptual . C o m o dice Angel Pérez G ó m e z (1985), cada niño en su escuela tiene que realizar una rup tu ra epistemológica (más bien varias) para acceder a las fo rmas del pensamien to científico; debe someter sus conceptos implícitos a una tarea de reelaboración y sustitución (Pozo, 1987). Una par te esencial de esa ta rea es, precisamente , la que implica eliminar adherencias animistas y reducir mucho el universo de obje tos •de los que se predican funciones F m .

La superación de las propens iones animistas ha sido el producto de un largo esfuerzo del pensamien to humano : un esfuerzo q u e ya era claro en los pr imeros filósofos naturalistas griegos y que alcanza un punto de inflexión con la creación de la «nuova scienza» del Renac imiento y la obra de Newton . Mientras que , en el pensamiento cosmológico de los griegos y de la E d a d Media , las adherencias animistas seguían estando presentes ( recordemos, por e j emplo , cuáles eran los principios de todas las cosas para Empédocles : t ierra, agua, aire, f uego . . amor y odio), la gran revolución conceptual de Newton gravitó sobre un punto esencial: las leyes de la cosmología no añaden nada cuali tat ivamente distinto a las de la mecánica, en la q u e no cabrían categorías (Fm) . Como señala Aracil (1986):

De la confluencia metodológica en t r e el es tudio del mov imien to de los astros en el f i r m a m e n t o , y el de las máqu inas , aqu í en la t ierra, surge la ciencia de la mecánica . Con ella se d e s e n c a d e n a e l p r imer p r o g r a m a c o h e r e n t e de in terpre ta-ción del m u n d o físico. E m p i e z a así su a n d a d u r a una de las real izaciones más característ icas del h o m b r e m o d e r n o : la ciencia física. Se inicia, po r citar un nom-bre , con Gaí i leo , y a lcanza sus mayore s cotas de brillo y esp lendor con New-ton , Lagrange y Laplace . Su nota caracter ís t ica f u n d a m e n t a l es el deterninismo (p. 48).

La genialidad de Newton consistió, en esencia, en descubrir la iden-tidad de fondo, que subyacía a dos dominios prev iamente separados de conocimiento: el de las trayectorias de los cuerpos celestes y el de los fenómenos mecánicos en relación con proyectiles, bolas, etc, que antes de él había estudiado Gali leo. Así , por e jemplo , comprendió que la curvatura de la trayectoria de la luna — u n o de los obje tos ( -Fm), de los que hemos hablado an tes— seguía la misma pauta matemát ica que la de los objetos terrestres, ( -Fm) , cuyas trayectorias había analizado Galileo, y sintetizó esa pauta común en una Ley de Gravitación Universal. Toda

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 45

esa gigantesca operación conceptual tuvo su base en una consideración mecanicista y es t r ic tamente extensional de los fenómenos celestes, para cuya interpretación aún se empleaban categorías teñidas de intenciona-lidad en el Renacimiento . La interpretación rigurosamente mecanicista del cosmos permit ió formular leyes universales y de gran elegancia ma-temática sobre el compor tamien to de los cuerpos celestes. C o m o dice también Aracil (op . cit .) ,

el d e s l u m b r a m i e n t o q u e p r o d u j e r o n estos resul tados en las m e j o r e s mentes de la época es incalculable. Se c o m p r e n d i ó que , a l menos en un de t e rminado d o -minio de nues t ra exper iencia , e ra posible resumir la enormidad de da tos de la exper iencia m e d i a n t e leyes de gran sencillez y de formulac ión matemát ica . In -m e d i a t a m e n t e se percibió q u e u n o de los proyectos más sugestivos a que podía dedicarse e l h o m b r e de p e n s a m i e n t o era e l buscar otros dominios de la expe-riencia a q u e fuese aplicable el mismo m é t o d o (p. 46).

La eliminación de los insidiosos residuos animistas para la compren-sión del mundo físico — q u e , en real idad, no se logra hasta Galileo y Newton— establecía una escisión t a j an t e entre los enunciados extensio-nales de la ciencia, susceptibles de t ra tamiento matemát ico y basados en la observación de fenómenos , y los de carácter intencional q u e se reali-zan cada vez que se dice que un algo piensa, comprende, percibe, recuer-da, etc. Es impor tan te tener presente eí hecho de que esa escisión se cimentó en una consideración mecánica de la naturaleza. D e s d e ella, se planteaba ese desafío fascinante de ir ganando para la consideración extensional y mecanicista dominios cada vez más amplios de conocimien-to.

Tales son las coordenadas que permiten comprender los dos grandes programas de investigación que darían origen a la psicología moderna . El de los empiristas estaba a t rapado en una reducción inevitable, si que -rían ser consecuentes con sus propios presupuestos: la reducción de las Fm a la mente fenoménica, la reducción —en otras pa labras— de la mente a conciencia. Desde ese axioma reductivo, se p lan teaba una pre-gunta esencial que podemos traducir así: ¿es posible descubrir , en el mundo privado de las ideas de la mente , de las Fm, pautas de orden semejantes a las descubiertas a partir de la consideración pu ramen te extensional , mecanicista, de lo natural?; ¿pueden formularse las «leyes de gravitación universal de la mente»? El mecanismo de asociación en t re ideas —concebidas como fenómenos inmedia tamente observables en la mente— parecía proporcionar el mecanismo buscado.

46 Objetos con mente

Por su par te , el p rograma racionalista, b a j o la sombra del muro in-finito levantado por Descar tes pa ra separa r las realidades extensionales de las intencionales, sólo tenía un camino para realizar el desafío de conquistar dominios nuevos para la visión mecanicista y extensional: la concepción de los animales como mecanismo complejísimos, como seres

sin conocimiento ni men te , como «máquinas hechas por las manos de Dios», en palabras de Descar tes (1637, p. 72 de la ed . esp. cit. de 1989).

2.3. La categorización de lo mental en la psicología cotidiana

En todo caso, la herencia de j ada po r dos mil quinientos años de lucha por comprender la naturaleza , y en especial el legado de la revolución paradigmática de Newton , de j aban al h o m b r e moderno en una situación relat ivamente confor table en relación al p rob lema de la delimitación de los objetos a los que podr ían aplicarse funciones Fm: serían, en último término, obje tos vivos, organismos. Fue ran lo que fueran las funciones mentales , eran funciones de un organismo. Lo que ya no es taba tan claro era su naturaleza como tales func iones . La men te no enca jaba del todo en la concepción radicalmente extensional (originada en la consideración mecánica de la naturaleza) que resul tó de la impor tan te herencia de Newton , y, como señalaba Johnson-Lai rd (1988) en un comentar io ya ci tado: «se consentía que los adultos pudiesen hablar de ella en privado, s iempre y cuando comprendie ran q u e , en real idad, no existía» (p. 13). Cuando menos, se tenía la garant ía de que la categoría ( -Fm) , fo rmada por máquinas y otros seres sin vida, no incluía esa elusiva ent idad, difí-cilmente objet ivable , de la que podía hablarse en privado, pero no en voz alta en los ámbitos públicos de la ciencia: la categoría (-Fm) podía explicarse en términos exclusivamente extensionales.

Desde estas consideraciones puede en tenderse bien la importancia psicológica del desarrollo de la tecnología del conocimiento: antes con-tábamos con una cómoda distribución de papeles que permit ía salvaguar1

dar de la dudosa y privada categoría Fm, cuando menos , a los artefactos creados por el hombre y a la na tura leza inorgánica; restringir la peligrosa influencia de los predicados F m . T e n e d o r e s , planetas , nubes y relojes se salvaban de la inquietante asignación a una categoría tan eminente en la superficie como incomprensible en el fondo .

En cuanto a las funciones Fm de las personas y otros organismos complejos , cabían esencialmente t res posibilidades:

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 47

(1) Realizar una reducción extensional completa de ellas (la posición «objetivista» de Watson) , desde una psicología «en tercera persona de singular» y de base mecanicista.

(2) Lidiar penosamente con la desalentadora pretensión de objet ivar los datos de conciencia (psicología introspectiva), reduciendo quizá las posibilidades de la introspección al estudio de las funciones Fm más cercanas al mundo extensional, como la percepción (ésta era, en esencia, la posición de Wundt ; vid. Blumentha l , 1975; Danziger , 1980; Leary,1979; Miraíles, 1986; Pinillos, 1981), y d e j a n d o las otras al cuidado de la psi-cología social.

(3) Desarrol lar una ciencia más liberal de la mente , no basada esen-cialmente en la introspección, y def in iendo sus propias leyes y formas de organización como no-reductibles. Esta posición se basaba en el su-puesto de que , en el ámbi to de lo mental , emergen propiedades conñ-guracionales nuevas, predicables de obje tos intencionales (las formas per-ceptivas, los esquemas, las operaciones , etc). Estas constituirían bien una prolongación de funciones adaptat ivas del organismo (Piaget) o espejos paralelos —pero no tangentes— de leyes de campo del sistema nervioso (gesfalten). Si bien este en foque ya estaba cerca de lo que luego ha sido el proyecto de una psicología cognitiva, siempre de jaba en el aire la duda de cómo justificar, de forma tangible y sobre supuestos mecanicistas —en el me jo r sentido de la pa labra—, la emergencia de funciones intencio-nales (la mente) de objetos extensionales (los organismos).

2.4. El desafío de Turing

Tal es, descrita de fo rma sucinta, la situación en que hace su apari-ción un nuevo e lemento que vuelve a tambalear e indiferenciar los lími-tes imprecisos de la categoría Fm: la tecnología del conocimiento. Antes de ella, por lo menos es taba claro algo: que, con perdón de la redun-dancia, hay cosas y no-cosas. Cosas tales como las montañas , las sillas, los cuchillos de cocina, las nubes y los automóviles que lo son en sentido estricto, ya que la categoría natural de «las cosas» venía a identificarse, grosso modo, con esa que nosotros hemos llamado de forma más conci-sa: ( -Fm) , aquello de lo que no se predica mente . Por otra par te , estaban los ob je tos «no-cosas», (Fm): los organismos capaces de realizar activi-dades de percepción, recuerdo y —en su caso— pensamiento, la función más eminen te y prototípica de las no-cosas; una función que , en las explicaciones más coherentes y profundas (Dewey, 1933; Piaget , 1961)

48 Objetos con mente

se entendía como una prolongación de funciones biológicas de adapta-ción y organización que poseen los organismos prec isamente en tanto que tales.

La tecnología del conocimiento implica, en pr imer lugar, una ruptura del statu quo alcanzado con relación a las categorías Fm y -Fm. En segundo lugar, proporciona un nuevo impulso al intento de conocer la mente en términos precisos, mecanicistas, respetuosos con sus propieda-des «emergentes», y es t r ic tamente objet ivos. El lo se debe , sobre todo, a que , como ha señalado rec ien temente Varela (1988), la tecnología cog-nitiva proporciona al h o m b r e una nueva imagen de sí mismo, de su mente : La imagen de una maquinar ia que m a n e j a representaciones sim-bólicas o subsimbólicas — c o m p u t a representaciones— y, de forma auto-mática, p roduce efectos q u e se parecen mucho , en aspectos relevantes, al pensamiento humano . Si se admi te esta metá fora , p o d e m o s decir que el hombre tiene, en los últ imos años, la sensación apas ionante de que está produciendo funciones menta les (Fm) con sus técnicas. O, como mínimo, de que está produciendo «cogito», pensamiento , que ha sido la marca de fábrica de lo menta l por lo menos desde el origen de la epis-temología moderna con Descar tes .

La tesis de la máquina que p roduce pensamientos fue defendida , de forma brillante y provocat iva, por u n o de los más inteligentes precurso-res de las ciencias cognitivas: Alan Turing. El título de su artículo clásico sobre el tema era «Comput ing Machinery and Intelligence» (1950). Tu-ring planteaba el asunto del siguiente modo: supongamos que , en vez de dedicarnos a especulaciones subjetivistas sobre qué es pensamiento y qué no, hacemos un juego que incluye una prueba objetiva. El juego consiste en lo siguiente: se crea una situación en que el que administra el test hace preguntas a seres que están en otra habitación y a los que , por consiguiente, no puede ver ni tocar. El mé todo para hacer las preguntas puede consistir, por e j emplo , en dárselas escritas a un mensa j e ro q u e se encarga de llevarlas hasta la habitación donde están los seres interroga-dos y de traer de vuelta las respuestas dadas por esos seres , escritas en papelitos. Supongamos también que esos seres son dos: un hombre , B, y una máquina, A. Si un observador imparcial f ue ra incapaz de distinguir —sin verlos ni tocarlos— al hombre B, al que interroga sobre sus pen-samientos, de la máquina , A, a la que pregunta sobre los suyos, ¿con qué derecho podríamos decir que el hombre piensa y la máquina no? Si la máquina imita pe r fec tamente al h o m b r e en sus manifestaciones cog-nitivas, ¿por qué no decir también q u e «piensa»?:

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 49

H e m o s suger ido sustituir la p r egun ta « ¿ p u e d e n pensar las máqu inas?» por la de «¿existen c o m p u t a d o r a s digitales imaginables que jueguen bien el j u e g o de la imitación?» Si se desea , pued e genera l izarse esa p regun ta : «¿Hay máquinas de e s t ado discreto que hagan un b u e n j u e g o ? » Pe ro , dada la p rop iedad universal

(de las máqu inas ) vemos q u e ambas p reguntas equivalen a : «Supongamos una d e t e r m i n a d a c o m p u t a d o r a digital C. ¿Es c ier to que , modi f icando esta computa -do ra pa ra q u e tenga un a lmacenamien to adecuado y do tándo la de un p rograma a p r o p i a d o , p o d e m o s conseguir q u e C d e s e m p e ñ e e f icazmente el papel de A en el j u e g o de la imitación y el papel de B lo haga un h o m b r e ? (Turing, 1950, ed . esp. cit. d e 1984, p. 24) .

La respuesta de Turing a la pregunta de si las máquinas son poten-cialmente capaces de pasar con éxito su test sobre la función prototípica Fm de pensar es clara: sí, lo son por principio. Lo son en tanto que poseen una propiedad que las define esencialmente: la de ser universa-les, i .e. capaces en potencia de computar cualquier algoritmo bien defi-nido, cualquier procedimiento efectivo. El hecho de que a las máquinas actuales se les resistan algunos cómputos no es relevante, en el marco de la reflexión de Turing. Po rqu e él no se refiere a los ordenadores ma-teriales, construidos hasta ahora —con todas sus limitaciones de memo-ria, sof tware , e tc— sino a una máquina abstracta de carácter universal, de la que las máquinas concretas no son más que realizaciones parciales.

Es impor tan te que profundicemos tanto en la importancia del desafío que plantea Turing (1950), como en la significación real de la respuesta a ese desafío. En cuanto a lo pr imero , el juego al que, en realidad, quiere jugar Tur ing (y del que el otro no es más que una realización parcial, como lo son las máquinas particulares de su máquina universal) consiste en enf ren ta rse a la ta rea conceptual de desdibujar de nuevo los contornos precisos de la distinción, tan arduamente lograda por la cien-cia, en t re las categorías (Fm) y ( -Fm). Puede entenderse , si se quiere, ese juego como una metá fo ra provocativa (y el estilo del artículo de Turing nos muestra hasta qué punto se divertía con su travesura) pero, al mismo t iempo, como una metáfora p rofunda y capaz de movilizar el pensamiento: basta con invertir su dirección para reconocer su verdadero sentido. Es te no era tanto, «¿pueden pensar las máquinas?», como «¿si las personas también piensan, qué hay de misterioso en esa actividad?» En una palabra: la formulación de Tur ing llevaba a plantear la posibili-dad de una consideración es t r ic tamente mecanicista, despojada de todo misterio, del pensamiento y era la pr imera expresión de lo que se ha l lamado, en psicología cognitiva, «la metáfora del ordenador».

50 Objetos con mente

Pero conviene que nos detengamos algo más en la respuesta de Tu-ring (1950): por principio, siempre que los «pensamientos» de las perso-nas puedan entenderse como resultantes de procedimientos efectivos (i.e. de algoritmos bien definidos) podrán ser imitados por una máquina que tiene, precisamente, las características de ser (1) muy simple y (2) uni-versal. Turing había imaginado y justificado tal máquina abstracta en un artículo anterior (1936), que se considera un clásico de la teoría de la computación. La máquina consistiría sencillamente en un dispositivo de estados finitos, equipado con una especie de cinta móvil. La cinta estaría dividida en casillas, cada una de las cuales podría contener un dígito con arreglo a un código binario. El movimiento de la cinta estaría regulado por un dispositivo capaz de «leer» los dígitos de las casillas y borrarlos o modificarlos. Esa máquina secuencial tendría un número limitado de estados, y éstos serían de carácter discreto, definiéndose tales estados por las «posiciones» anteriores y posteriores a cada una de las operacio-nes. Las reglas de actuación de la máquina serían muy simples: cambiar los 1 a 0 en las casillas, y viceversa, mover la cinta una casilla a la izquierda o una a la derecha y. . .pararse. La aplicación de tales reglas estaría controlada por un programa de instrucciones en la forma condi-ción-acción. Las condiciones vendrían definidas por los símbolos de las cuadrículas de la cinta y los estados de la máquina; las acciones serían las cinco operaciones simples de pasar 1 a 0, 0 a 1, ir a la izquierda, ir a la derecha, y parar.

Turing (1936) inventó este otro «juego» en 1936 para probar algunos resultados, bastante abstrusos de la lógica simbólica. Demost ró que todo aquello que puede ser descrito en términos de procedimientos efectivos puede también ser computado por una máquina tan simple como la des-crita en el párrafo anterior. La única condición es «no escatimar» nunca cinta a la máquina, puesto que la cinta es, al mismo tiempo, la memoria, el input y el output con que cuenta. Si hay algo que, siendo un proce-dimiento efectivo, no pueda ser computado por la máquina, será porque no se le ha permitido emplear la cinta (la memoria) que necesi tado bien porque no se han dado bien las instrucciones (programa). En las máqui-nas de Turing, tanto las instrucciones como los «datos» se simbolizan con cifras binarias, empleando un solo código-tipo para los estados de la máquina y las operaciones posibles sobre la cinta.

Así, cada máquina específica de Turing puede simbolizarse, simple-menté, por una sola cifra binaria. La máquina universal puede simular las operaciones de cualquier máquina de Turing particular: lo que hace

f

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 51

es leer la cifra que define a una máquina concreta y aplicarla a unos datos. Así, la máquina abstracta y universal de Turing es antecesora muy directa de los ordenadores. El marco conceptual desarrollado por Turing (separación de instrucciones y datos, empleo de un código binario, de-finición de una máquina de estados discretos, etc) fue el que recogió después John von Neumann, para aplicar el .esquema lógico de Turing a materiales físicos concretos: de ahí nacieron los ordenadores (vid. Bol-ter, 1984). Un ordenador puede entenderse como una realización física de la máquina universal de Turing.

2.5. La simplicidad de la razón universal

La máquina de Turing es uno de los objetos menos misteriosos con-cebidos por la mente del hombre. Su expresión visible es elemental: una cadena de unos y ceros. Lo que esa expresión significa también lo es: algo tan simple y aparentemente poco inteligente como pueda serlo un autómata literalmente «a-mental», que se limita a cumplir, de forma inflexible y acrítica, sus instrucciones, sin poner nada de su parte. ¿Por qué tenía entonces tanta importancia la demostración de Turing, hasta el punto de volver a borrar los contornos de las categorías sobre lo mental, cristalizadas desde la genial reducción mecanicista del mundo extensional por Newton?

El secreto está en la propia simplicidad y en la ilimitada generalidad que, al mismo tiempo, tiene su poder de cómputo: en la fascinante pro-piedad que posee la máquina de ser precisamente un autómata, pero un autómata universal, capaz de aplicar cualquier clase de algoritmo. Quizá no resulte tan obvia, a primera vista, la importancia que tiene esa ca-racterística de universalidad, de modo que recurriré a una pequeña ilus-tración histórica que pone claramente de manifiesto esa importancia: cuando Descartes (1637), en El discurso del Método, trata de demostrar que los animales son máquinas, autómatas sin razón ni pensamiento, recurre a dos argumentos principales para esa demostración:

(1) «El primero de los cuales —dice Descar tes— es que jamás po-drán utilizar palabras, ni otros signos para comprenderlas, como nosotros hacemos para declarar a los demás nuestros pensamientos.»

(2) «Y el segundo es que aunque hagan muchas cosas igual de bien, o quizá mejor que alguno de nosotros, carecerían infaliblemente de otras, por lo que se descubriría que no obran por conocimiento, sino por la

52 Objetos con mente

disposición de sus órganos. Po rque mientras que la razón es un instru-mento universal que p u e d e servir en toda clase de si tuaciones, esos ór-ganos necesitan una disposición part icular para cada acción part icular , de donde deriva que es m o r a l m e n t e imposible que haya los suficientes en u n a máquina para hacer la ob ra r en todas las si tuaciones de la vida, de la misma fo rma que nues t ra razón nos hace obrar» (pp. 73-74 de ed. esp. de 1989, el sub rayado es nues t ro) .

Los animales , por t an to , no obran por conocimiento, no per tenecen , en real idad, a la categoría (Fm) que hemos descrito antes. La reducción mecanicista del m u n d o extenso les afecta por en te ro , lo cual, dice Des-cartes, «no parecerá nada ex t raño a quienes sabiendo cuántos au tómatas diversos, o máquinas en movimien to puede hacer la industria de los hombres sin emplea r más que unas pocas piezas / . . . / consideren este cuerpo como una m á q u i n a que , hecha por las manos de Dios , está in-comparab lemente m e j o r o rdenada y t iene en sí movimientos más admi-rables que ninguna de las que puedan ser inventadas por los hombres» (op . cit . , p . 72) . Lo que salva al h o m b r e de esa reducción mecanicista completa es prec isamente la presencia de una sustancia en t e r amen te irre-ductible, el pensamien to , el origen últ imo de todo aquel lo de lo que se puede predicar que es in tencional . En últ imo té rmino , la universalidad de la razón es la marca final de esa sustancia intencional .

D a d o que el pensamien to — e s a sustancia men ta l— no es extenso ni . t iene par tes , no puede dividirse. Es imposible que , en esas condiciones, pueda ser cons iderado en términos mecánicos. Sólo de los animales que «obran por conocimiento» (los hombres ) puede predicarse men te . Por su par te , Leibniz , a pesa r de ampl ia r e l concep to de m e n t e (en tendido en términos del rasgo conceptual (Fm) «percepción») a toda la natura-leza, sigue en tend iendo que lo menta l es i rreductible a cualquier clase de explicación mecánica :

Hay que reconocer , po r o t r a pa r t e , —dice en la Monadología— que la percep-ción y lo que de ella depende resultan inexplicables por razones mecánicas, esto es, por medio de las f iguras y los movimien tos . P o r q u e , i m a g i n é m o n o s q u e haya una máqu ina cuya es t ruc tura la haga pensar , sent i r y t ener percepc ión; se la podrá concebir a g r a n d a d a , conse rvando las mismas proporc iones , de tal m a n e r a q u e p o d a m o s en t r a r en ella como en un mol ino. Es to supues to , una vez d e n t r o , no hal laremos sino piezas q u e se impelen unas a o t ras , pe ro nunca nada con lo q u e explicar una percepción . Así , pues , esto hay q u e buscar lo en la sustancia s imple, no en lo compues to de la m á q u i n a . Más aún , no cabe hallar en la sus-tancia simple otra cosa excepto es to , es decir , excepto las percepciones y sus

Los objetos con mente y la metáfora del ordenador 53

cambios . Y so l amen te en esto p u e d e n consistir todas las Acciones internas en las sustancias s imples (ed. ci t . , 1981, p. 83).

La ontología de Leibniz es, c ie r tamente , muy d i fe ren te de la de Des-car tes : mient ras q u e éste r e d u j o a su mínima expresión lo que hemos l lamado «categoría (Fm)» pa ra de ja r la resumida en un solo e lemento na tura l —el h o m b r e — , Leibniz , por el contrar io , la amplía indef inida-m e n t e has ta hacer la abarcar a toda la naturaleza: en la sustancia simple, de la q u e todo se c o m p o n e , no cabe hallar sino las percepciones y sus cambios . Esa diferencia se relaciona muy es t rechamente con el tipo de func iones Fm q u e eligen u n o y o t ro c o m o protot ipos y puntos de part ida de su ref lexión: el pensamien to (Descar tes) y la percepción (Leibniz); también con una operac ión esencial q u e realiza Leibniz y que resul taba muy ex t r aña a l pensamien to car tes iano. Mien t ras que és te había t o m a d o c o m o lugar de origen la evidencia fenoménica consciente del cogito, .y la identif icación de las funciones Fm con la conciencia, Leibniz realiza u n a r u p t u r a de e n o r m e t rascendencia (por e jemplo , pa ra la p rop ia psi-cología cognit iva), consistente en desvincular men te y conciencia:

El e s t ado t ransi tor io q u e envue lve y r ep re sen t a una mul t i tud en la un idad o en la sustancia s imple — d i c e — no es sino eso q u e l lamamos Percepción, q u e debe-mos distinguir de la apercepc ión o de la conciencia , como luego queda rá de mani f ies to . Y p rec i samen te en es te p u n t o los car tesianos han caído en un grave e r ro r , po r no h a b e r t en ido pa ra nada en cuenta las percepciones de las que no nos aperc ib imos . A causa de es to t ambién han cre ído que so lamen te los Espír i tus e ran M ó n a d a s y q u e no hab ía A l m a s en las Bestias ni otras En te l equ ia s ; y han c o n f u n d i d o , j u n t o con e l vulgo, un largo a tu rd imien to con u n a mue r t e en sen t ido riguroso (ibíd, p. 83).

P e r o , a pesar de es tas impor t an te s diferencias ontológicas, Descar tes y Leibniz coinciden expl íc i tamente en negar el sentido de cualquier re-ducción mecánica de lo mental : ni en el pensamiento de Descar tes , ni en las m ó n a d a s de Leibniz —esos á tomos percept ivos—, se p u e d e «en-trar como en un molino». El m u n d o mecánico e ra aquel del que hablaba Newton , aquel del que p u e d e n predicarse propiedades extensionales, re-lacionadas, como decía Leibniz , «con las figuras y sus movimientos», pero en ningún m o d o intencionales: verbos tales como percibir, recordar y pensar quedar ían fue ra de los límites del m u n d o mecánico y material . Men te s y máquinas seguían s iendo aún ent idades radicalmente extrañas en los dos pensadores racionalistas.

54 Objetos con mente

Lo que resulta paradój ico es que fue ran precisamente ellos, Descar-tes y Leibniz, los que p rofund iza ron en un camino de reflexión (que había transi tado antes Llull) que iría a parar f inalmente en la negación de la tesis de la diferencia insalvable entre mentes y máquinas: en la Máquina de Tur ing, los o rdenadores y la concepción «mecanicista abs-tracta» de lo mental , q u e caracteriza al paradigma dominan te de la psi-cología cognitiva. ¿ E n q u é consistió ese camino? Descar tes y Leibniz dieron los pr imeros pasos hacia el ideal de definir un lenguaje lógico universal que fuese capaz de asegurar el rigor deductivo de cualquier clase de razonamiento , y evitar disputas inútiles en t re los hombres acerca de todo aquello que p u e d a resolverse por medio de un algoritmo. De forma que los racionalistas ya imaginaron la posibilidad de un autómata abstracto y universal, como lo es el de Turing. Lo que no preveían era que esa imagen (sobre todo al encarnarse en la fría piel de los ordena-dores) terminaría por echar por t ierra su explícita negación de la posi-bilidad de reducción mecanicista de la mente .

El sueño mecanicista de un lenguaje lógico universal está muy claro en una carta de Descar tes a Marsenne de 1629, en la q u e afirma que es posible concebir un lenguaje en el que «se establezca un orden entre todos los pensamientos que puedan acudir a nuestras mentes , del mismo modo que hay un orden natural en t re Ios números / . . . / . La invención de tal lenguaje —con t inúa— es algo que depende de la filosofía verdadera , pues sin ella no es posible confeccionar una relación de todos los pen-samientos humanos y ponerlos en o rden , ni siquiera separar unos de otros de modo que se tornen claros y simples, lo cual es, en mi opinión, el gran secreto de la obtención de un conocimiento bien fundado. Y si alguno lograse of recer una exposición satisfactoria de cuáles sean las ideas simples que hay en las mentes humanas , ideas que constituyen el ma-terial de construcción de todos los restantes pensamientos . . .quedar ía casi el iminada la posibilidad de errar» (citado en Niddi tch, 1980, pp. 27-28).

Por su par te , Leibniz fue más allá: no sólo imaginó la posibilidad de ese au tómata abstracto y universal, compues to de símbolos y reglas es-trictas para su combinación, de un mecanismo que resolvería cualquier problema de razonamiento recurr iendo al «cambio e intercambio de sím-bolos y mediante una especie de Álgebra» (Nidditch, op. cit., p. 30), sino que —además de imaginarlo— trató posi t ivamente de desarrollar un lenguaje comple to y automát ico del razonamiento ( representando las ideas mediante números que se combinar ían de la fo rma rigurosa y au-tomática que él pre tendía) . Leibniz no tuvo mucho éxito en ese intento,

Los objetos con mente y la metáfora de! ordenador 55

que alcanzó forma en el álgebra de Boole , el cual seguía considerando el cálculo lógico como una formulación de Las leyes del pensamiento (1854). El intento booleano de dar una fundamentac ión matemát ica a la lógica fue la matriz en que se gestó el intento complementar io de encon-trar una fundamentac ión lógica completa para la matemática: una pre-tensión que guió, en todo m o m e n t o , la elaboración de los Principia Ma-thematica de Whi tehead y Russell (1910-1913) y que alcanzó su expresión mas explícita en el l lamado «programa de Hilbert»: el intento de definir formalmente , mediante un sistema deductivo completo los fundamen tos de la matemát ica , sirviéndose del lenguaje matemático.

Hilbert propuso a los lógicos y matemáticos una tarea gigantesca y muy afín al espíritu con que Descar tes t ra taba de encontrar un lenguaje universal capaz de someter a su rigurosa t rama deductiva «todos los pensamientos humanos»: lo que proponía Hilbert era demos t ra r que el sistema establecido en los Principia Mathematica era no sólo coherente , sino también completo. Su sueño era la culminación de la vieja preten-sión formalista que ha guiado, duran te siglos, el desarrollo de la mate-mática. Comen ta Hofs tad te r que «este objet ivo que Hilbert perseguía podrá parecer un tanto exotérico, pero ocupó la cabeza de muchos de los mayores matemát icos del mundo durante los primeros t reinta años del presente siglo» (ed. cit. , 1987, p. 27). Es sabido que esa pretensión de formalización completa f u e demolida por Gödel (1931), que demos t ró que ningún sistema axiomático puede pre tender ser completo y coherente al mismo t iempo (más específ icamente, que existen proposiciones verda-deras sobre los números enteros que no pueden demostrarse con la ló-gica ari tmética). En suma, Göde l demos t ró que la pretensión de demos-tración de complet i tud de un sistema axiomático, con las herramientas conceptuales del propio sistema, es, por principio, inalcanzable (vid Ar-bib, ed . esp. de 1987, para una formulación matemática no to ta lmente incomprensible de] T e o r e m a de la Incompleti tud de Gödel) .

¿No hemos ido demasiado lejos a! referirnos a ciertas consecuencias matemáticas que tuvo a largo plazo la pretensión de un lenguaje univer-sal para el razonamiento? N o , porque ese fue jus tamente el marco inte-lectual del que nació la Máquina de Turing (1936). Paradójicamente, la de-finición de una máquina universal tan simple como aquella a la que nos re-fer íamos unas líneas más atrás fue un resultado de un nuevo planteamien-to, por par te de Tur ing de la tesis de la incompletitud de cualquier siste-ma axiomático formal. La demostración de la universalidad de un mecanis- mo muy simple, capaz de t ra tar algoritmos, se originó en la demostración

56 Objetos con mente

del carácter necesariamente incompleto de todas las lógicas (i.e. de la demos-tración de que cualquier lógica contendrá enunciados al mismo tiempo verda-deros y no demost rables con el l engua je de dicha lógica). Turing, Emil Post y Alonzo Church desarrollaron formalismos que demostraban la posi-bilidad de concebir máquinas abstractas de carácter universal y lo hicieron en relación con la vía de ref lexión abier ta por el p rograma formalis ta de Hilbert y la demost rac ión de su imposibilidad final por par te de Gódel .

Una condición de posibilidad pa ra que se cerrara el círculo de las tres ideas que aparecieron f r agmen tadas y separadas en el pensamiento de los racionalistas, máquina, mente y lenguaje lógico, completo y consisten-te, fue despojar al concep to de «máquina» de eualquier clase de conno-tación material . Con la Máqu ina de Tur ing sucede lo mismo que con las mónadas de Leibniz, o la «res cogitans» cartesiana: no es posible ent rar en ellas como en un mol ino, ni su descripción se hace en términos de figuras y movimientos. Es una máqu ina formal y que , precisamente por su forma es capaz de imitar a la m e n t e . La forma de la máquina que imagina Turing se c o m p o n e s implemente de símbolos que responden a una sintaxis completa y bien def inida (no impor ta que tales símbolos sean unos y ceros, proposiciones o sistemas de producciones, por e j em-plo, puesto que el cálculo de proposiciones y los sistemas de produccio-nes t ienen, en principio, la potencia de una máquina universal de Tu-ring). Por eso decíamos, en otro m o m e n t o , que la psicología cognitiva, especialmente la que par te de la me tá fo ra del o rdenado r , se caracteriza por un mecanicismo abstracto, y no por un mecanicismo fisicista del tipo de los que sostuvieron Watson o Setchenov.

U n o de los investigadores más p ro fundos del Paradigma or todoxo C-R (de las computaciones sobre representaciones) en psicología cogni-tiva, Z e n o n Pylyshyn, resume muy ace r t adamen te , en pocas palabras, la enorme importancia que ha t en ido para nuestra ciencia el enfoque de mecanicismo abstracto, p repa rado por el pensamiento racionalista y que tuvo su expresión mas clara en la formulación de Turing:

La ob ra de Tu r ing p u e d e cons idera rse e l p r imer es tud io de la act ividad cognit iva, en q u e ésta se abstraía en pr incipio p o r comple to tan to de sus f u n d a m e n t o s biológicos como de sus impl icaciones f enomeno lóg icas . . . r ep resen ta la emergen-cia de un nuevo nivel de análisis, i n d e p e n d i e n t e del físico p e r o de espír i tu me-canicista. Hace posible una ciencia de la e s t ruc tu ra y la función divorciada de la sustancia mater ia l / . . . / . D a d o q u e hab la e l l e n g u a j e de las es t ruc tu ras menta les y los procesos in ternos , p u e d e da r r e spues ta a cues t iones p lan teadas tradicional-men te por los psicólogos (1986, p. 68) .

Capítulo 3 LA MAQUINA ABSTRACTA Y LA MENTE REAL. PRIMERAS APORTACIONES A LA CIENCIA COGNITIVA

3.1. Cálculo de proposiciones en el sistema nervioso: el enfoque de McCulloch y Pitts

H e m o s visto, en el capítulo anter ior , algunas de las consecuencias de aquella travesura que se le ocurr ió, a mitad de nuestro siglo, a un ma-temático genial: Alan Turing. La travesura consistía en imaginar que atr ibuimos la función mental más eminente y prototípica de las personas, pensar, a los o rdenadores . Veíamos que uno de los aspectos de la im-portancia de la demostración de Turing se derivaba de que en ella se def ine de fo rma clara, y po r vez pr imera , un nuevo nivel de análisis riguroso y específ icamente cognitivo. Un nivel de análisis, como comen-taba el científico cognitivo Z e n o n Pylyshyn, «independiente del físico pero de espíritu mecanicista», que haría posible una ciencia de la mente «de la estructura y la func ión , divorciada de la sustancia material».

Del mismo m o d o que es posible conocer el programa que está em-pleando un o rdenador , sin tener en cuenta en absoluto la naturaleza del propio o rdenador como sistema físico, así también sería posible conocer los «programas de la mente» , sin tener en cuenta la sustancia material en que la mente misma está encarnada. La psicología cognitiva podría en tenderse , así, como la ciencia que, mediante procedimientos indirec-tos, def ine esas ent idades un tanto abstractas y huidizas, pero no menos reales que las materiales, tales como los códigos y lenguajes de la mente, sus algoritmos y procesos, sus representaciones y estrategias. La metá-fora de Tur ing sugería fue r t emen te la idea de que la mente es, en cierto sent ido, una especificación de una máquina de Turing, cuyos íntimos resortes no tendrían por qué ser más misteriosos (aunque quizá sí más complejos) que los de cualquier au tómata amental.

57

58 Objetos con mente

La psicología no tendr ía que preocuparse demasiado del nivel fisio-lógico de análisis, puesto que su propio plano de análisis sería to ta lmente autónomo. Poco impor tan , al fin y al cabo, los materiales de que están hechas las «cintas» ideales de las Máquinas de Turing: con independencia de que sean tiras de papel o cintas de algodón, son los unos y ceros que contienen los que permi ten realizar cualquier procedimiento efectivo a esa máquina universal.

Sin embargo, esa actitud dualista y la supuesta au tonomía de este plano de análisis de los ob je tos intencionales de conocimiento resultan algo inquietantes desde un pun to de vista psicológico, po rque los psicó-logos no queremos hacer cualquier clase de ciencia cognitiva, sino espe-cíficamente psicología cognitiva. La demostración deduct iva, y comple-tamente abstracta, de que es posible concebir un au tómata universal de estados finitos, capaz de computa r cualquier función recursiva (i.e. toda función para la que exista un procedimiento efectivo), es muy impor tan te desde el punto de vista de la informática teórica, pe ro no lo es t an t a , para la psicología si se d e j a en los términos muy abstractos en que Tur ing la planteó. En realidad, la idealización de la máquina universal implica de ja r de lado algunas realidades conocidas y ampl iamente aceptadas acer-ca de los procesos cerebrales y mentales: éstos son limitados en sus recursos de atención y memor ia , se producen en unas sustancia compues-ta de unidades biológicas diferenciadas (las neuronas) y, a la vez rica-mente interconectadas, etc.

Nuestra mente no es ilimitada, como la cinta de la máquina universal de Turing, y ello nos obliga, por e j emplo , a tener en cuenta las limita-ciones de memoria que en ella puedan darse. A d e m á s , nuestra men te no está implementada en una cinta il imitada con un dispositivo «lector», sino en un organismo. Mientras que otros científicos cognitivos (los in-vestigadores en Inteligencia Artificial , los lógicos y, en par te , los lingüis-tas) pueden darse por satisfechos con definiciones abstractas y rigurosas en un plano puramente computacional- representacional , tal como el que definió Turing, los psicólogos t enemos que enf ren ta rnos a la exigencia adicional de que dicho plano corresponda a una men te real en un orga-nismo real. Ello hace que nuestras posibilidades de aceptación de un formalismo como modelo cognitivo sean mucho más restringidas que las de aquellas ciencias que no tienen por qué sentirse limitadas necesaria-mente.por las características conocidas de las mentes reales.

Por ello, tienen gran importancia histórica los pr imeros intentos que se hicieron por establecer alguna conexión en t re modelos abstractos del

La máquina abstracta y la mente real 59

organismo real , y específ icamente del sistema nervioso, y los de máqui-nas lógicas universales, tales como los formulados por Turing, Post y Church. El más influyente de esos intentos fue el realizado por el neu-rofisiólogo War ren McCulloch y el matemát ico Walter Pitts, en un artí-culo de 1943, t i tulado «Un cálculo lógico inmanente en la actividad ner-viosa» (vid. Boden , 1990). En este artículo se daban algunos pasos muy impor tantes en la dirección de una ciencia cognitiva psicológicamente relevante: (1) se consideraba la lógica como una disciplina esencial para comprende r el cerebro y la actividad mental , y (2) se demost raba que el cerebro puede concebirse como un sistema que incorpora principios ló-gicos en sus neuronas y redes neuronales (Varela, 1988). En esencia McCulloch y Pitts (1943, vid Boden , 1990) no sólo a rgumentaron a favor del principio esencial materialista de que la inteligencia se encarna en el cerebro , sino que probaron r igurosamente que ciertos tipos bien defini-dos de redes neurales pueden computar determinadas clases de funciones lógicas.

Para realizar esa demostración, McCulloch y Pitts par t ieron de un modelo idealizado del cerebro , basado en los conocimientos neuro-fisio-lógicos de su época pero que , al mismo t iempo, el iminaba, por razones de simplicidad, el posible efecto de variables tales como las diferencias temporales en el func ionamiento de las neuronas , las influencias varia-bles de carácter químico y el func ionamiento de las glías. La operación esencial, para su demost rac ión, fue considerar que cada neurona es un au tómata-umbra l con una o varias entradas binarias y una salida binaria (sobre la base de que la actividad neuronal es un proceso de todo-o-na-da) . A d e m á s , tuvieron en cuenta el artículo de Turing (1936) sobre nú-meros computables y las aportaciones de Russell y Whitehead al cálculo proposicional.

In tegrando estas ideas, McCulloch y Pitts (1943) probaron varios teo-remas acerca de las p rop iedades lógicas de sus redes neurales idealiza-das , como, por e j emplo , las siguientes:

(1) T o d a función del cálculo proposicional puede ser realizada por una red neuronal .

(2) Cada red computa una función proposicional que puede ser com-putada por una máquina de Turing.

(3) T o d a función computab le por una máquina de Turing puede ser computada por una red neura l .

Así, las redes neurales pueden entenderse como autómatas finitos que tienen potencialmente (y con la condición de una memoria ilimitada)

60 Objetos con mente

el poder universal de cómputo de la lógica de proposiciones o, lo que es lo mismo, de la máquina universal de Tur ing (vid. McCulloch y Pitts, 1943; Arb ib , 1964, para una demost rac ión matemát ica) .

Dado que la máquina universal de Tur ing tiene una memor ia ilimi-tada, y el cerebro no, la demostración del carácter universal de los cóm-putos lógicamente realizables por redes neurales no bastaba. E ra preciso determinar también la configuración de redes específicas capaces de rea-lizar funciones concretas. En los t rabajos de McCulloch y .Pitts (1943) aparecen numerosos e jemplos : una «neurona abstracta» conectada a otras dos, que posea un umbral tal que sólo se dispare cuando recibe el in-put excitatorio de ambas o cada una de ellas, computa la disyunción no excluyente del cálculo de las proposiciones; si su umbral requiere la suma de las entradas excitatorias de las otras dos para que se dé el disparo, lo que se computa es la con junc ión , etc. El t r aba jo de McCulloch y Pitts abría, de este m o d o , todo un horizonte de investigación para una psicología cognitiva que definiese el"diseño de las redes neuronales ca-paces de realizar los mismos cómputos que efectúa la mente humana .

Podemos decir que las concepciones de McCulloch y Pitts sugerían dos vías posibles de investigación:

(1) U n a pr imera al ternativa estaría cent rada en la idea de proposi-ción, y cálculo proposicional , y en una lógica binaria tal como la que define el lenguaje máquina de los o rdenadores digitales al uso. Esta línea descuidaría un tanto el análisis del tipo de sistemas (i.e. redes neurales) capaces de realizar los cómputos definidos por aquellos investigadores. En este enfoque , se insiste en la naturaleza simbólica de los lenguajes formales sobre los que se realizan tales cómputos , y los símbolos se consideran como idealizaciones muy abstractas de estados físicos del so-porte biológico, cuyo análisis más minucioso se deja comple tamente de lado. Este pr imer programa de investigación se fundamen ta en una filo-sofía funcionalista que establece q u e la men te es al cerebro lo que el programa al o rdenador , de tal manera que mentes (y programas) pueden definirse, de forma completa y re levante , sin ninguna necesidad de de-finir redes neurales (y o rdenadores ) .

(2) La segunda alternativa posible podía consistir en en tender que las redes del tipo de las definidas por McCulloch y Pitts (1943) son modelos relevantes ( aunque abstractos) de conexiones, umbrales y for-mas de funcionar del sistema nervioso real. En esta al ternat iva, se acen-tuaría la necesidad de estudiar psicológicamente los procesos de cómputo que la mente realiza, pero estableciendo un doble criterio (y no uno

La máquina abstracta y la mente real 61

solo) con el que valorar los modelos teóricos de la psicología cognitiva: (a) su adecuación a los datos compor tamenta les y (b) su respeto a prin-cipios generales conocidos acerca de la naturaleza y propiedades del sis-tema nervioso y las redes neuronales .

Es impor tante destacar que esta segunda al ternat iva, posible a partir de la línea de t raba jo abier ta por McCulloch y Pitts, t iene, a pr imera vista, ventajas impor tantes en comparación con la pr imera : (1) no des-cuida el hecho de que los psicólogos es tudiamos funciones mentales rea-les de organismos reales, y (2) al tener en cuenta , cuando menos en un nivel muy abstracto, p rop iedades del organismo, resuelve en par te esos problemas de excesiva mediación inferencial , indeterminación y abstrac-ción que tienen los modelos cognitivos cuando sucede, como en la pri-mera alternativa, q u e éstos se basan so lamente en los datos de conducta .

Los dos enfoques que hemos definido pueden identificarse, respecti-vamente , con el del parad igma clásico C - R (de cómputos sobre repre-sentaciones simbólicas en una máquina de carácter digital y esencialmen-te secuencial), y con la alternativa conexionista (que def ine las funciones mentales como resultantes del funcionamiento paralelo de redes comple-jas de «neuronas abstractas»). Es curioso comprobar cómo, a pesar de las aparentes venta jas que hubiera podido tener la segunda opción para los psicólogos cognitivos, f u e la pr imera la que predominó desde finales de los años sesenta hasta mediados de los ochenta , quedando abando-nada la alternativa apa ren temen te más «realista» de las redes neurales. ¿Por qué sucedió esto?

Un factor influyente fue , sin duda , el hecho de q u e el lenguaje sim-bólico e intencionalista de la al ternativa clásica es mucho más directo, para el psicólogo, que el más molecular y extensional de los modelos de redes neurales. Un segundo factor , a l que debemos refer i rnos ahora , fue el relacionado con la que podemos l lamar «la triste historia del percep-trón incomprendido», un tí tulo de historia menos fantasioso y absurdo de lo que parece a pr imera vista.

3.2. Las limitaciones del perceptrón

Supongamos una red neuronal que realiza cómputos lógicos, del tipo de los que def inieron en su artículo clásico McCulloch y Pitts (1943). ¿Cómo podría aprender? La respuesta es impor tan te para el psicólogo, que sabe que la men te no sólo está «implementada» en el sistema ner-vioso y tiene cierta capacidad lógica (aunque no suela usarla mucho) ,

62 Objetos con mente

sino también modifica su func ionamien to en virtud de la experiencia. No es una red lógica in tempora l , c o m o las abstracciones a que nos refería-mos antes, sino un sistema que cambia y aprende. Algunas de las pri-meras investigaciones «pre-conexionistas» sobre redes neurales se dedi-caron a este problema: el de explicar su competencia de aprendizaje , una vez que McCulloch y Pitts hab ían justificado su potencial competen-cia de deducción lógica.

En t r e las aportaciones más inf luyentes , a este intento de explicar los fenómenos de aprendiza je por redes neurales , están las de Donald H e b b (1949), uno de los precursores más lúcidos del en foque cognitivo. En su obra de 1949, La organización de la conducta , ya apuntaba H e b b al tipo de desarrollos conexionistas que hubie ron de esperar más de treinta años para llegar a afianzarse. Al hab la r del modelo teórico presentado en ese libro, por e jemplo , señalaba H e b b : «evidentemente , esta teoría es una forma de conexionismo, una var iedad de la teoría de la central telefó-nica,. si bien no postula conexiones directas entre senderos aferentes y eferentes . No es una psicología «E-R» , si R significa respuesta muscular» (p. 21, ed . esp. , 1985). H e b b se p roponía la enorme tarea de «llenar el hueco» en t re los conocimientos psicológicos y neuro-fisiológicos de su t iempo, y para ello recurr ió al mode lo de redes neurales que aparece en las reflexiones lógicas de McCul loch y Pitts (1943) y en los t rabajos neurofisiológicos de Loren te de Nó (1938, 1939, 1943).

En Organización de la conducta, H e b b (1949) establecía el principio qiie puede considerarse axioma fundamen ta l de las concepciones del aprendiza je en redes neurales . Es muy simple: cada vez que dos unida-des de una red neural , A y B, es tán s imul táneamente excitadas, se in-crementa la fuerza de conexión en t r e ellas. A u n q u e los detalles del mo-delo de H e b b puedan haber sido cuest ionados pos ter iormente , éste sigue siendo, en los modelos actuales , el principio del que parten todos los modelos conexionistas del ap rend iza je .

Sin embargo , las ideas de H e b b se mantuvieron en un plano especu-lativo hasta que fue posible construir un modelo real de red capaz de simular el aprendiza je en redes neurales . El pr imero de estos modelos fue realizado en 1951 por D e a n E d m o n d s y Marvin Minsky, otro impor-tante precursor de la psicología cognitiva. E d m o n d s y Minsky, con unos cientos de tubos, varios motores y otros cachivache#, hicieron una má-quina capaz de ap rende r algo y q u e resultaba ser lo suficientemente estimulante como para q u e Minsky la dedicase su tesis doctoral (Rumel-hart , McClelland y P D R Research G r o u p , 1986).

La máquina abstracta y Ia mente real 63

Sin embargo , el t r aba jo más inf luyente sobre esas máquinas q u e eran modelos idealizados del Sistema Nervioso, capaces de aprender , fue el realizado por Franz Rosenbla t t , un compañero de Minsky en la Escuela Superior de Ciencia del Bronx . En su libro sobre Principios de neurodi-námica (1962), Rosenblat t def inía las propiedades de ciertos au tómatas , dotados para realizar algunas tareas perceptivas y de aprendiza je sim-ples, a los que él denominaba «perceptrones».

En el modelo de Rosenbla t t , los perceptrones eran modelos de reti-nas artificiales asociadas a redes neurales compuestas sólo de dos capas de unidades: unas de in-put y ot ras de out-put . Eran capaces de aprender a realizar actividades de clasificación de estímulos presentados a su «re-tina», sobre la base de ciertas p rop iedades geométricas de los estímulos presentados. Rosenbla t t (1962) era muy entusiasta acerca de las posibi-lidades de los perceptrones , como demues t ran algunos comentar ios suyos de este t ipo: «parece claro q u e los perceptrones de clase C' introducen una nueva clase de autómatas de procesamiento de la información: por primera vez, tenemos una máqu ina que es capaz de tener ideas origina-les» (1959, p. 449). En esencia, Rosenblat t basaba esta suposición en el hecho de que el aprend iza je de tales máquinas estaba basado en un modelo de funcionamiento estadístico, con propiedades emergentes se-mejan tes a las de los f enómenos termodinámicos; un funcionamiento relat ivamente espontáneo, y auto-correctivo. El aprendizaje de estos sis-temas respondía a un principio por el cual, cuando el perceptrón no detectaba un patrón y éste es taba presente , se aumentaban todas las fuerzas de conexión de las unidades activas, a la vez que se disminuía el umbral de las unidades de salida. Y se realizaba la operación inversa cuando el perceptrón señalaba como presente un patrón que no lo estaba.

El entusiasmo de Rosenbla t t fue uno de los factores que contribuye-ron a que se paralizara la investigación sobre propiedades psicológicas de las redes neurales y de los perceptrones , al demostrarse algunas limi-taciones impor tantes de éstos últimos. En 1969, Minsky y Papert proba-ron que , aunque los perceptrones puedan servirse de ese «aprendizaje tutorizado por corrección estadística» para aprender ef icazmente a cla-sificar pat rones q u e pueden reconocer , hay otros patrones que sencilla-mente no pueden ser reconocidos por ellos. Por e jemplo , la disyunción excluyente de la lógica de proposiciones es imposible de «comprender» para un percept rón compues to sólo de dos capas de unidades neurales.

La demostración de Minsky y Paper t (1969) tuvo un efecto muy de-safor tunado, que el propio Minsky ha reconocido poster iormente: en los

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

64 Objetos con mente

años setenta , se a b a n d o n ó prác t icamente la investigación sobre propie-dades computacionales psicológicamente relevantes de las redes neura-les. Es te abandono se basaba, en real idad, en una confusión: en la su-posición de que las limitaciones demos t radas para las redes neurales de dos capas podían generalizarse a cualquier clase de redes. Hasta que no se deshizo este equívoco varios años después, no pudieron desarrollarse modelos psicológicos del func ionamien to cognitivo q u e tuvieran en cuen-ta la estructura reticular del sistema nervioso. .

Esta historia ha tenido consecuencias impor tan tes en psicología cog-nitiva por una razón en la que debemos de tenernos . En el per iodo de formulación paradigmática de nues t ra ciencia, se daba una situación en que coincidieron, con intervalos tempora les de pocos años, las impor-tantes aportaciones lingüísticas de Chomsky — q u e eran un verdadero modelo e jemplar del paradigma de explicación de la competencia lingüís-tica en términos de aplicación de reglas sobre representaciones simbóli-cas—3 i a s explicaciones de Newell , Shaw y Simón (1958) sobre los pro-cesos de solución de prob lemas , basadas en el supues to de que la psico-logía es algo así como la ciencia del «software de la men te en lenguaje simbólico de alto nivel», y finalmente la demostración de Minsky y Pa-pert (1969), según la cual algunas redes neurales tenían serias restriccio-nes en sus capacidades de cálculo.

La generalización implícita de esta demost rac ión de jó el camino libre • para que predominara una de las dos alternativas, a las que antes nos referíamos: la opción consis tente en concebir las funciones mentales como resultantes del cómpu to de representaciones simbólicas, en un formato proposicional por e jemplo . La comprens ión de ese sistema de cómputo , con el que se identificaba la men te , sería posible sin necesidad de realizar ninguna clase de análisis de las p rop iedades cognitivas de modelos de redes, semejantes a los percept rones , y que no parec ían ser capaces de explicar actividades menta les q u e las personas realizamos rutinariamen-te. Actividades tales como las q u e permi ten comprende r enunciados en que se efectúa una disyunción excluyente , de este t ipo: «o bien se sigue el modelo conexionista de las redes neurales , o bien se proporciona a la mente un poder computacional suficiente para lo que sabemos de ella, pero no son posibles las dos al ternat ivas a un t iempo».

En suma, el desvanecimiento provisional del interés por las redes neurales de jó el campo libre a una consideración literal del reto de Tu-ring: para estudiar la men te no hace falta tener en cuenta su sustrato material; es bastante con el nivel mecanicista y abstracto definido por el

La máquina abstracta y la mente real 65

propio Turing; la men te puede en tenderse como un mecanismo que com-puta símbolos; puede imitarse, en sus actividades concretas, mediante máquinas específicas de Tur ing, y en su con jun to quizá con una máquina potencia lmente universal en su capacidad de cómputo , pe ro limitada por su memoria . La psicología cognitiva puede fundamentarse en un nivel au tónomo y abstracto de explicación, independiente del biológico y del social. Al fin y al cabo, los o rdenadores , que nos imitan y «piensan», no t ienen biología, ni parece q u e podamos atribuirles un «mundo social» demasiado excitante.

w

Capítulo 4 CUATRO RESPUESTAS AL DESAFIO DE TURING

4.1. Algunas consecuencias de jugar con Turing

¿ Q u é consecuencias tiene el hecho de aceptar el desafío de Turing, consistente en suponer que , en un sent ido bastante literal, los ordena-dores realizan la función «mental» de pensar , y esa función consiste en computar representaciones simbólicas? Ded ica remos este capítulo a rea-lizar una reflexión acerca de esas consecuencias y de las respuestas que se han dado al desafío de Turing. ¿Es la mente un sistema de cómputo? ; ¿es, en cierto m o d o , parecida a una Máquina de Turing?

Antes de realizar esa ref lexión, sin embargo , conviene que sintetice-mos, en pocas palabras , el a rgumento que nos ha t raído hasta aquí a lo largo de los dos capítulos anter iores . Es , en esencia, el siguiente:

La categoría de los ob je tos a los que se atr ibuye mente parece tener la fo rma de una categoría natura l , cuyos límites son imprecisos. Se or-ganiza a l rededor de un protot ipo central indiscutible, que son las propias personas. Pero sus límites son muy sensibles a variables culturales y evolutivas, así como a concepciones filosóficas explícitas. Los niños y los primitivos, por e j emplo , t ienden a atr ibuir men te a un con jun to más amplio de ob je tos que los adul tos occidentales, y algunos filósofos han hecho coextensiva la m e n t e con todo el ser.

El desarrollo de las ciencias de la naturaleza t iene, en todo caso, la consecuencia de reducir los límites de la categoría de los objetos con mente a los organismos vivos, e l iminando por comple to los residuos ani-mistas de la explicación de los f enómenos físicos. C o m o consecuencia, las máquinas y fenómenos naturales sin vida se expulsan provisionalmen-te de la categoría (Fm) —la categoría constituida por los obje tos con

67

68 Objetos con mente

m e n te — del h o m b r e occidental desde la ciencia del Renacimiento . Se establece así una distinción neta en t r e un mundo cuya descripción puede agotarse en términos extensionales, en lo posible mecanicistas, y un nivel de realidad en el que son aplicables términos intencionales. En el pen-samiento racionalista se tematiza explíci tamente esa distinción.

El juego de Tur ing es, por decirlo así, un doble juego: implica volver a desdibujar (por lo menos metafór icamente) las lindes en t re las catego-rías (Fm) y (-Fm) y, al mismo t iempo, aceptar el envite de concebir los predicados Fm en términos es t r ic tamente mecanicistas. Ese juego, que se formula con la pregunta «¿Pueden pensar las máquinas?», tiene sen-tido: se basa en la demostración previa, por par te de Tur ing, de que es posible concebir una Máquina Universal (M.U. ) capaz de resolver cual-quier algoritmo. Tal máquina es de carácter abstracto y formal , y fue ideada en relación con el deba te sobre la pretensión formalista de cons-truir sistemas axiomáticos, en matemát icas , que fueran , al mismo t iempo completos y consistentes.

A u n q u e pueda parecer que la prégunta de Tur ing, «¿Pueden pensar las máquinas?», es engañosamente animista, su sentido es precisamente el contrario: des-anima la consideración de lo mental, es decir, desliga su análisis del de las propiedades extensionales del organismo; hace imaginar la posibilidad de predicar alguna clase de rasgos (Fm) de sistemas que no están encarnados en un organismo.

Además el desánimo (esta vez en el sentido más f recuente de la palabra) producido por los pr imeros análisis sobre las capacidades de cómputo de modelos idealizados del sistema nervioso (redes neurales y perceptrones) no aconsejó , en una pr imera fase del estudio cognitivo de lo mental , relacionar las explicaciones cognitivas con su marco biológico de origen.

4.1.1. Dualismo funcionalista

Este desligamiento entre funciones Fm y organismo nos lleva a de-tenernos en la consideración de una pr imera consecuencia de aceptar el juego de Turing. En ella reaparece de nuevo la larga sombra de Des-cartes, que nos ha acompañado en nuestro camino hasta aquí: se trata de lo que podr íamos llamar dualismo funcionalista, para distinguirlo del dualismo sustancialista cartesiano. Ha sido este dual ismo uno de los su-puestos más enraizados y esenciales de la moderna teoría funcionalista de la mente , que sirve de base al paradigma C-R.

Cuatro respuestas al desafio de Turing 69

El dual ismo funcionalista viene a establecer lo siguiente: una Máqui-na de Tur ing puede encarnarse en muy distintos tipos de materiales fí-sicos. Lo q u e impor ta para su nivel computacional de descripción no es la naturaleza y disposición de tales materiales, que es en te ramente irre-levante, sino su descripción como sistema simbólico (por e jemplo , me-diante una ristra de unos y ceros, o mediante un programa, etc). Del mismo m o d o , el nivel mental de descripción, aun siendo estr ictamente mecanicista, p u e d e ser del todo independiente del nivel orgánico (Miller, Galanter y Pr ibram , 1960; Pu tnam, 1960; Fodor , 1968; vid. también revisión de Vega y Agapi to , 1989). Es una idea que formula con claridad Johnson-Laird (1983):

La m e n t e p u e d e es tudiarse con independenc ia del ce rebro . La psicología (el e s tud io de los p r o g r a m a s ) p u e d e hacerse con independencia de la neurof is iología (el e s tud io de la m á q u i n a y del código máqu ina ) . El subs t ra to neuro-fisiológico d e b e p r o p o r c i o n a r una base física para los procesos de la m e n t e , p e r o , con tal de q u e d icho subs t ra to o f rezca e l pode r computac iona l de las funciones recursi-vas, su na tura leza física no i m p o n e restr icciones a las pau ta s de pensamien to (p. 9).

Por su par te , Jerry Fodor es aún más ta jan te y expresivo en una interesante entrevista reciente con García-Albea (1991):

Podr ía ser — d i c e — q u e , en c ier to sent ido, Descar tes tuviera r azón / . . . / .Una ma-nera de expresa r e l p u n t o de vista car tes iano podría ser la siguiente: «Desde una perspect iva cient í f ica , no de j a de ser una especie de accidente e l que los s is temas psicológicos resul ten es tar enca rnados en s is temas biológicos. De h e c h o , la teoría biológica no te i n f o r m a m u c h o acerca de lo q u e pasa; la q u e te i n fo rma es la teoría de las re laciones funcionales» (p. 10).

La tesis es, en suma, que existe un nivel mental autónomo, cuya descrip-ción puede realizarse con completa independencia de la descripción del sistema que percibe, piensa, recuerda, etc., como sistema biológico.

El dual ismo funcionalista ha tenido, como mínimo, un efecto positivo en psicología: ha sido decisivo para la diferenciación de ese nivel autó-n o m o , no reduct ible , de descripción que versa sobre representaciones (conceptos, proposiciones, esquemas, guiones, modelos mentales , estruc-turas p rofundas , etc). Jun to con la garantía de explicación clara y cien-tificidad que br inda el carácter mecanicista de las explicaciones compu-tacionales, ha sido un papel decisivo para deshacer las viejas y p ro fundas

70 Objetos con mente

aprehensiones de los psicólogos sobre la posibilidad de una psicología científica.

Sin embargo , t ambién hay consecuencias más dudosas: la desvincu-lación del estudio de los procesos y representaciones mentales de su sustrato neural ha tenido un coste alto, y se basa en presuposiciones que deben cuestionarse.

No está claro, por e j emp lo , que el tipo de relación que mant iene un sistema biológico con sus representaciones sea estr ictamente comparable al que pueda tener uno artificial con las suyas: ¿por qué , cómo y para qué se hacen conscientes algunas representaciones en el pr imero y no en el segundo?; ¿hasta qué punto pueden los sistemas artificiales crear re-presentaciones ve rdaderamen te nuevas?; ¿qué condiciones y limitaciones impone la naturaleza del sistema nervioso a las representaciones?; ¿po-demos hablar , en rigor, de «representaciones simbólicas» no conscientes, o no serán esas representaciones del psicólogo sobre el sistema, y no de éste sobre el medio? . . .e tc . Los modelos conexionistas, por e jemplo , más sensibles a las p rop iedades del sistema nervioso que los clásicos, han tenido que abandonar el supuesto de los símbolos no conscientes.

4.1.2. El carácter simbólico y discreto de las representaciones

La que acabamos de señalar es una segunda consecuencia de aceptar el juego de Turing en los té rminos en que éste lo planteó. Las máquinas de Turing, como los programas q u e se emplean con los ordenadores de tipo von Neumann , consisten en símbolos. Newell y Simon (1976), que están entre los creadores indiscutibles de la psicología cognitiva, plantean esta tesis con la mayor claridad: mentes y o rdenadores comparten un aspecto esencial; cor responden a sistemas que son, al mismo t iempo, físicos y simbólicos. Son, por así decirlo, máquinas simbólicas implemen-tadas en máquinas físicas. Los sistemas simbólicos f ís icamente realizables cumplen tres condiciones:

(1) cont ienen un con jun to de símbolos, que no son, en último tér-mino, sino patrones físicos que pueden conjugarse para brindar una es-tructura (una expresión) .

(2) Tienen un con jun to de tales estructuras simbólicas y de procesos con los que operar sobre ellas.

(3) Están si tuados en un m u n d o más amplio de obje tos a los que designan o interpretan (Newell y Simón, op. cit.).

Cuatro respuestas al desafío de Turing 71

En realidad, un sistema físico-simbólico es todo aquel en que a cier-tos patrones del sistema se les pueden asignar significados arbitrarios y, por medio de un programa, hacer que se comporten de fo rma coherente con esos significados. Esto (un sistema físico-simbólico) es lo que es cualquier o rdenador digital de propósitos generales. Y también lo que son todas las funciones mentales de carácter cognitivo para Newell y Simón: la habilidad de manipular símbolos es, para ellos, la esencia del pensamiento y la inteligencia, como el H 2 0 lo es del agua, y «la condi-ción necesaria y suficiente para que un sistema físico-simbólico exhiba, en general , acciones inteligentes es q u e sea un sistema físico-simbólico».

De nuevo, debemos ser cautos, en este caso, en cuanto a lo que significa aceptar las consecuencias del envite de Turing, y de Newell y Simón: implica, en pr imer lugar, aceptar que las representaciones men-tales definidas en el plano computacional — n o en el fenoménico— de lo mental , de las que inevi tablemente tenemos que dar cuenta los psicó-logos cognitivos, t ienen un carácter discreto, arbitrario y estructurado por reglas sintácticas muy estrictas, como lo están los sistemas simbólicos que se emplean con fines de cálculo (lógico o matemático) . Ello es así hasta tal punto que un sistema simbólico del tipo del lenguaje natural no po-dría ser t ra tado (sin una reducción previa a un sistema mucho más ine-quívoco y estricto) por un sistema físico-simbólico determinista como el que definen Newell y Simón. Pero, ¿son así las representaciones menta-les que permiten generar actividades de percepción, memor ia , pensa-miento y lenguaje? ; ¿qué puede querer decir, en real idad, que la oculta mente de las computaciones mane ja símbolos?, ¿produce símbolos acaso el sistema nervioso? o ¿son — c o m o parece más sensato— formas nues-tras de designar sus propiedades como sistema cognitivo?; y, en ese caso, ¿no es excesivamente determinista cualquier modelo físico-simbólico, si se ent iende en términos literales, y no como una metáfora o una abs-tracción de otra cosa?

El supuesto de que la maquinar ia cognitiva consiste en símbolos, concebidos como ent idades discretas, bien diferenciadas y con reglas se-mánticas y sintácticas exhaust ivamente definidas y precisas, da lugar a dificultades peculiares para comprender , desde el modelo computacional estricto, fenómenos tales como las imágenes mentales. En es te sentido, Pylyshyn (1984) es muy claro:

la base de toda la comprens ión formal —dice— se encuen t ra en la noción de s ímbolo a tómico discreto . En real idad const i tuye la base de todos los s is temas

72 Objetos con mente

de pensamiento , expresión o cálculo para los que disponemos de una notación. Resulta impor tan te destacar que esta idea tiene p rofundas raíces en lo que a veces se ha l lamado la tradición intelectualista, pero nadie ha conseguido definir otro tipo de á tomo a partir del cual pueda derivarse la comprensión formal. Por tanto, no ha de ex t rañar demasiado que muchos de nosotros seamos reacios a

abandonar esta fundamentac ión de la ciencia cognitiva, a pesar de las f recuentes exhortaciones que recibimos para que acep temos símbolos con propiedades in-trínsecas tan diversas como las propiedades continuas o análogas / . . . / . El proble-ma consiste en que las nociones de este tipo carecen de fundamentac ión siste-mática. No sabemos qué podemos hacer con ellas» (ed. esp. de 1988, p. 8).

4.1 .3 . Formalismo y sistemas guiados por su sintaxis

El c o m e n t a r i o de Pylyshyn, q u e a c a b a m o s de recoger , e s muy reve-lador del t ipo de expl icaciones a q u e dirige la acep tac ión literal del de-saf ío de Tur ing : se t r a t a , a n t e t o d o , de expl icaciones formales. En psi-cología cognit iva en gene ra l , y en el p a r a d i g m a C - R sob re t o d o , explicar un c o n j u n t o de f e n ó m e n o s equiva le a definir una pauta formal capaz de generar ese conjunto de fenómenos. Sé s u p o n e q u e esa p a u t a es equiva-len te , en el sent ido f u e r t e ( F o d o r , 1968) a lo que sucede en la m e n t e . Ese estilo explicativo ha t en ido consecuenc ias posi t ivas m u y impor t an te s , al permi t i r a lcanzar niveles de rigor y precis ión en la explicación de los f e n ó m e n o s menta les y c o m p o r t a m e n t a l e s q u e no e ran posibles an tes del desarrol lo de las expl icaciones cognit ivas.

Sin e m b a r g o , t ambién en es te caso es necesar io c o m e n t a r b r e v e m e n t e los e fec tos más dudosos de la p r o p e n s i ó n formal is ta : u n o m u y ev iden te es q u e se ha p roduc ido h i s tó r i camen te la t endenc ia a es tud ia r , sobre t o d o , c o n j u n t o s de f e n ó m e n o s f ác i lmen te fo rmal izab les (la concen t rac ión de es tudios de r a z o n a m i e n t o en si logismos, o el p r e d o m i n i o de investi-gaciones sobre aspectos s intáct icos en la p r imera d é c a d a de desar ro l lo de la psicolingüíst ica, son e j e m p l o s claros) . Pe ro hay un aspec to más i m p o r t a n t e y p r o f u n d o q u e ése: u n a m á q u i n a f o r m a l , del t ipo de una máqu ina de Tur ing o un p r o g r a m a de o r d e n a d o r , se guía en su proce-samien to exc lus ivamente por su sintaxis. No ac túa , en rea l idad , en fun-ción de los contenidos semánticos, de los s ignif icados de sus es t ruc turas «de conoc imien to» sino en virtud de la p u r a forma de las representac io-nes . A u n cuando a los s ímbolos a rb i t ra r ios del s i s tema se les as ignen, c o m o dicen Newell y S imón (1976), func iones designat ivas o in te rpre ta -tivas, seguirá s iendo la f o r m a de és tas , y no su con t en ido , la que dir i ja los procesos .

Cuatro respuestas al desafío de Turing 73

Los de fenso res más lúcidos del p a r a d i g m a C - R son p e r f e c t a m e n t e conscientes de l a dif icul tad q u e a q u í se p l an tea . As í F o d o r señala en Psychosemantics (1988) lo s iguiente: «éste es, a g randes rasgos , el p ro -ceso q u e se s u p o n e que s igue e l a sun to : las p r o p i e d a d e s causales de los s ímbolos se conec tan con sus p r o p i e d a d e s semánt icas , por la vía de la sintaxis. La sintaxis de un s ímbolo es u n a de sus p r o p i e d a d e s físicas de o r d e n super io r . E n una p r i m e r a ap rox imac ión me ta fó r i ca , p o d e m o s en -t e n d e r la e s t ruc tu ra s intáct ica de un s ímbolo c o m o u n a carac ter izac ión abs t rac ta de su f o r m a . D e b i d o a q u e , a todos los e fec tos y p ropós i tos , la sintaxis se r educe a la f o r m a , y d e b i d o a q u e la f o r m a del s ímbolo es un d e t e r m i n a n t e po tenc ia l de su pape l causal , es fácil ver c ó m o p u e d e h a b e r med ios en q u e e l p a p e l causal de un s ímbolo cor re lac ione con su sintaxis / . . . / . A h o r a b ien , s a b e m o s p o r la lógica m o d e r n a q u e ciertas re laciones semánt icas e n t r e los s ímbolos p u e d e n ser, c o m o s i d i j é r a m o s , «emuladas» p o r sus re lac iones s intáct icas/ . . . / Los o r d e n a d o r e s dan u n a solución a l p r o b l e m a de m e d i a r e n t r e los p o d e r e s causales de los s ímbo-los y sus p r o p i e d a d e s semánt icas» (pp . 18-19). Pe ro , ¿ p u e d e ser comple t a esa reducc ión sintáct ica de la s emán t i ca?

4 .1 .4 . Flexibilidad mental y sistemas rígidos

El p r o b l e m a q u e p l an t ea la p r e g u n t a an te r io r es i m p o r t a n t e . Un sis-t ema s imbólico de c ó m p u t o q u e se guíe f i na lmen te sólo por las re laciones sintácticas p rees tab lec idas e n t r e sus s ímbolos (y, en ú l t imo t é rmino , tam-bién las re lac iones semánt icas serían sintáct icas, en esta perspec t iva , como sugiere F o d o r en su c o m e n t a r i o an te r io r ) es, a l mismo t i empo , universal y rígido. «Rígido» en el s en t ido de q u e es a b s o l u t a m e n t e de te rmin is ta : sus reglas y r ep resen tac iones no se conec t an , en la mayor í a de las con-cepciones f o r m u l a d a s has ta a h o r a , p o r re laciones probabi l ís imas sino q u e se d e s e n c a d e n a n m u t u a m e n t e de f o r m a inflexible. Es posible que no tenga p o r qué ser así, p e r o resul ta difícil concebi r un s is tema que se c o m p o n g a de una sintaxis c o m p u e s t a de es t ruc turas de s ímbolos a tómi-cos, con p o d e r e s causales de c ó m p u t o , y que admi ta enunc i ados p roba-bilísticos. C o m o v e r e m o s en o t r o m o m e n t o , los s is temas conexionis tas son más flexibles, p e r o no ser ía exac to decir de ellos q u e «se guían p o r la sintaxis».

¿ P u e d e concebi r se l a m e n t e c o m o un s is tema de te rminis ta r íg ido? No parece p r o b a b l e q u e un s i s tema de ese t ipo, aun s iendo f ina lmen te «uni-

74 Objetos con mente

versal», p u e d a h a b e r r e s u l t a d o de un largo p roceso evolu t ivo , en q u e l a capac idad de adap tac ión flexible al m e d i o , y la p resenc ia de var iac iones continuas, no discretas y cual i ta t ivas , tuv ieron q u e juga r pape les impor -tan tes . En t é rminos gene ra l e s , nues t ros mode los ac tuales de l a m e n t e son exces ivamente r íg idos . Su dif icul tad p a r a da r cuen ta de las variacio-nes individuales e n t r e s u j e t o s t ienen m u c h o que ver con esa caracter ís t ica (vid. J u a n Espinosa y C o l o m , 1989; C o l o m y J u a n Esp inosa en p rensa ) . No hace fal ta r eco rda r q u e sin var iac ión no hay evo luc ión , p e r o sucede q u e en un s is tema s imból ico r íg ido, c o m o e l q u e p r o p o n e la m e t á f o r a clásica del o r d e n a d o r , t oda var iación es cual i ta t iva y po t enc i a lmen te ca-tastróf ica ( i .e . hace q u e no se c o m p u t e «lo m i s m o de o t ra m a n e r a » , s ino «otra cosa»). La opción de incluir ru t inas de a lea tor izac ión , as ignar pesos probabil ís t icos a p roducc iones o p ropos ic iones ( como hace , por e j e m p l o , A n d e r s o n , 1976, 1983) no t e rmina de resolver e l p r o b l e m a : consis te en a d a p t a r post hoc un s is tema r ígido, en vez de c o m p r e n d e r — c o m o hacen los conexionis tas— q u e la r igidez es u n a p r o p i e d a d de un cierto p lano del discurso sobre la m e n t e , y no u n a . p r o p i e d a d de la p rop ia m e n t e ( i .e . un resul tado de la cons ide rac ión metafórica de la m e n t e computac iona l c o m o s imból ica) .

4 .1 .5 . La irrelevancia computacional de la conciencia

La inflexibil idad de t e rmin i s t a de los a u t ó m a t a s s imból icos , q u e son der ivados más o m e n o s d i rec tos de las m á q u i n a s de Tu r ing , Pos t y C h u r c h , se re laciona muy d i r e c t a m e n t e con la ú l t ima consecuenc ia de juga r con T u r i n g que vamos a c o m e n t a r : desde el p lano compu tac iona l de expli-cac ión, no ha resu l tado has ta a h o r a fácil c o m p r e n d e r e l pape l que p u e d a tener la conciencia , el h e c h o de q u e el s is tema se p r e sen t e f e n ó m e n o s a sí mismo y, en c ier to m o d o , se c o n t e n g a a sí mismo. E s a s son p rop ie -dades que no han neces i t ado las m á q u i n a s de T u r i n g pa ra a lcanzar ese ideal de «razón universa l» , a l q u e ya nos h e m o s r e f e r i do . El p rop io T u r i n g (1950) preveía el p r o b l e m a en el ar t ículo q u e or ig inó la m e t á f o r a del o r d e n a d o r , y daba una hábil r e spues t a q u e , sin e m b a r g o , no lo d e j a

so luc ionado:

Argumento de la conciencia: /.../ Sólo cuando una máquina sea capaz de escribir un soneto o componer un concierto por haber experimentado pensamientos y emociones, y no por una conjunción casual de símbolos, admitiremos que pueda

Cuatro respuestas al desafío de Turing 75

ser igual al cerebro es decir , q u e no solamente escriba, sino que conozca que e sc r ibe / . . . / Este a rgumento parece ser una negación de lá validez de nuestro test. Según la formulación más ext rema de tal punto de vista, la única manera por la cual uno podría estar seguro de que una máquina piensa, consistiría en ser la máquina y

sentirse pensar uno mismo / . . . / . En resumen, pues, creo que a la mayoría de los que sostienen el a rgumento de la conciencia se les podría persuadir de que lo abandonasen , antes de verse forzados a caer en una posición solipsista /.. ./ . No quisiera dar la impresión de que pienso que no hay misterio alguno con respecto a la conciencia. Hay, po r e jemplo , algo de paradójico en lo que se ref iere a cualquier intento de localizarla. Pero no creo que sea necesario solu-cionar estos misterios antes de poder responder a la pregunta que nos ocupa en el presente artículo (ed. esp. de 1985, pp. 37-40).

Sin e m b a r g o , el a s tu to enc ier ro de la conciencia en el r educ to solip-sista e in t r a sub je t ivo del que t an to la cues ta salir a la pob re , no r e s p o n d e a a lgunas p regun ta s impor t an t e s : d a d o q u e e l h o m b r e es capaz de con-cebir s i s temas universa les de c ó m p u t o que no requieren de esa pr is ionera ocul ta del sol ips ismo, ¿pa ra q u é la ha desar ro l lado la na tura leza? Si cumple — c o m o la gen te in tuye— un pape l f u n d a m e n t a l , ¿cabe una des-cripción c o m p l e t a de la m e n t e c o m o sis tema de c ó m p u t o ? Quizá todo e l m a l e n t e n d i d o se base en o t r o equ ívoco de f o n d o : ¿ N o será q u e los or -d e n a d o r e s , en c ie r to m o d o , s í t ienen alguna clase de conciencia , y q u e del m i s m o m o d o q u e e l o r d e n a d o r es una me tá fo ra de la m e n t e como s is tema de c o m p u t a c i ó n , la m e n t e del que p o n e y quita p rogramas , los inventa y desa r ro l l a , es u n a especie de m e t á f o r a de la conciencia del o r d e n a d o r ?

El compl i cado p r o b l e m a de re laciones en t r e la m e n t e - u n o (concien-cia) y la m e n t e - d o s ( c ó m p u t o s ) , a q u e ya nos re fe r íamos en el capí tulo an te r io r , es tá c i e r t amen te l leno de equívocos , y hay que reconocer q u e no toda la culpa es de la s egunda . Los equívocos empiezan en la propia def inic ión de lo que es la conciencia : decir sólo que es un s is tema que presenta al o r g a n i s m o c o m o un todo resul tados finales de los c ó m p u t o s en f o r m a de f e n ó m e n o s que guían la conduc ta , es decir muy poco . Has t a la s e g u n d a mitad de los años ochen t a , los psicólogos cognit ivos más cer-canos al p a r a d i g m a C - R se o c u p a r o n muy poco de la conciencia . Se han d a d o pasos i m p o r t a n t e s de spués , en o b r a s de síntesis, c o m o las de Baars (1988), J a c k e n d o f f (1987) y Johnson -La i rd (1988). El p r imero de ellos, p o r e j e m p l o , e m p l e a t é rminos del vocabular io de p rocesamien to pa ra r e sumi r las func iones de la conciencia : «debugging», «flagging», «edi-

76 Objetos con mente

ting», «priorizing and access-control», «meta-cognitive or self-monitoring funct ion», «auto-programing and sel f -maintenance funct ion», etc. Es muy difícil despe ja r de confusión la definición de un concepto tan gravosa-mente cargado de funciones como las que aparecen en esos términos delv o c a b u l a r i o C - R q u e e m p l e a B a a r s .

Johnson-Laird (1988), por su par te , dice que «la conciencia simple sencil lamente, darse cuenta de sucesos como el do lor— puede tener

sus orígenes en la apar ic ión, a part i r de una tela de araña de procesa-dores paralelos, de un moni tor de alto nivel» (p. 336) y la conciencia compleja y auto-reflexiva podría en tenderse como una máquina de Tu-ring «con poder de auto-descripción» (p. 340), pe ro él mismo reconoce el carácter muy especulativo y la falta de formalización y apoyo empírico que pueden tener por ahora estas ideas.

En suma, aceptar el juego de Tur ing es aceptar un juego peligroso en algunos aspectos. Sus reglas son claras: la men te puede entenderse como un sistema de c ó m p u t o sobre símbolos discretos. Ese sistema t iene una misteriosa propiedad de ser consciente, p ropiedad que no termina de enca jarse en su descripción como tal sistema de cómputo . La mente , como sistema simbólico puede en tenderse en términos de lo que hemos l lamado «determinismo rígido» y, entonces , resulta difícil explicar su flexibilidad adaptat iva y el hecho, dif íci lmente controvert ible , de que parecen existir diferencias individuales en t re los e lementos de una misma especie de los que se hace predicados (Fm) —si bien hay que reconocer que las diferencias individuales en t re los o rdenadores quizá sean más desdeñables—. Fina lmente , el nivel de descripción de la mente como «mente-dos» es independien te por comple to de la descripción del sistema que la soporta como maquinar ia orgánica o artificial. Pero , en ese caso, se plantea el p rob lema de la tendencia a desvincular a la men te de su pasado filogenético y de las condiciones orgánicas que la sopor tan . ¿No es demasiado para un juego?

*

4.2. Cuatro respuestas al desafío de Turing

En la psicología cognitiva y la filosofía de la men te , se han dado cuatro respuestas principales (con numerosas variantes de detalle, en las que no en t ra remos) al j uego con el q u e nos desafía Tur ing —considerar que los o rdenadores son obje tos a los que puede atr ibuirse la función de pensar— y a la pregunta que acabamos de hacernos al final del capítulo

Cuatro respuestas al desafio de Turing 77

anter ior . La pregunta era si las consecuencias de aceptar las premisas de Tur ing no son excesivas para constituir una ciencia objetiva de la mente .

A n t e s de analizar esas respuestas, recordemos los términos en que hemos p lan teado nosotros el juego: consiste en imaginar qué es lo que sucede cuando se desdibuja la distinción entre las categorías (Fm) y (-Fm) q u e habían sido demarcadas desde la ciencia mecanicista del Re-nacimiento; implica, así, t ra tar de desarrollar una concepción rigurosa y mecanicista de lo menta l , basada en dos supuestos complementarios: en un sentido preciso, y d e j a n d o de lado esas «perchas para colgar el mis-ticismo» que decía Watson (1930), ciertas máquinas piensan, y —la otra cara de la m o n e d a — las funciones Fm pueden entenderse como máqui-nas abstractas. A d e m á s , el tipo de máquina imaginado por Tur ing se compone de símbolos discretos, con una sintaxis determinista y bien de-finida, y su descripción es independiente de la del soporte físico en que se implementa , con tal de que éste asegure el poder computacional ne-cesario (por e jemplo , el poder de computar cualquier «función recursi-va»; vid. Arb ib , 1964, para una definición matemática de las funciones recursivas).

Las cuatro respuestas fundamenta les al reto de Turing pueden resu-mirse así:

(1) No aceptar, de ningún modo, la alternativa de desdibujar la cate-gorización tradicional (Fm) (-Fm). Implica hacer el juego de Turing, pero responder escue tamente a su pregunta , «¿pueden pensar las máqui-nas»: No, no pueden pensar . Pensar es una propiedad (privada) de un organismo; por consiguiente, de jemos las cosas como estaban: (Fm) y ( -Fm). Ni las máquinas piensan, ni las mentes son máquinas.

(2) Aceptar, con todas sus consecuencias, el desafío de Turing: hay un sentido literal en que la categoría (Fm) incluye mentes y máquinas. También en este caso se acepta el juego, pero con tanta seriedad que deja de ser un juego . La respuesta al desafío de Turing es, en esta posición, igual de clara y lacónica: Sí, pueden «pensar», si es que «pen-sar» es algo preciso. Las mentes son precisamente máquinas simbólicas. La eliminación de la distinción tradicional (Fm) y (-Fm) entre todas las mentes y algunas máquinas es la única alternativa coherente para expli-car y comprende r las mentes .

(3) Aceptar el juego como una metáfora. Es ésta la al ternativa, menos radical que las dos anter iores , que han adoptado —implícita o explícita-men te— los psicólogos cognitivos en su gran mayoría. Puede resumirse

78 Objetos con mente

así: «¡hombre! . . .no se ponga usted tan serio. Ya sabemos que ni las mentes son, en último término, máquinas , ni las máquinas mentes . Pe ro el juego es útil como metáfora...no hay que ex t remar las cosas. Por consiguiente, aceptemos el juego de emplear el vocabulario del procesa-miento de la información, sin compromete rnos con esas consecuencias tan negativas que nos amenazaban , como nubarrones , en el apar tado anterior». En esta opción se «juega» a desdibujar los límites clásicos (Fm)/(-Fm), sin llegar a la seria conversión del juego en algo más, que caracterizaba a la posición segunda.

(4) Limitar las reglas del juego. Es la opción más reciente . Implica una respuesta muy matizada: acep tando que la men te es un sistema de cómputo , no es el tipo de máquina simbólica que describe Turing. En realidad, la metáfora de la mecánica no es tan exacta como puedan ser otras metáforas tales como las termodinámicas , por e j emplo . Si se t ienen en cuenta las propiedades de los sistemas que tienen mente —sistemas nerviosos— se ve que tales sistemas son capaces de cómputos complejos (quizá no tan universales como los de la máquina de Tur ing, ¿pero acaso es rea lmente universal la razón humana? ) sin necesidad de acudir a su-puestos como el de los símbolos inconscientes, que no son más que metáforas de propiedades emergentes del funcionamiento de tales siste-mas.

En este capítulo analizaremos algo más a fondo las cuat ro alternativas descritas, empezando por las dos más extremas, (1) y (2) que implican una respuesta lacónica, afirmativa o negativa, a la pregunta de Turing con todas sus implicaciones. Después examinaremos las dos respuestas más moderadas , (3) y (4).

4.3. La mente de la habitación china y el martirio de la psicología cognitiva

La primera respuesta niega todo sentido a la disolución de las cate-gorías tradicionales (Fm)/(-Fm) que implica la apuesta de Turing. Es una respuesta que probablemente tenga muchos seguidores «implícitos», pero que ha sido a rgumentada , de fo rma más sistemática, por algunos filóso-fos de la mente , como Huber t Dreyfus (1979) y John Searle (1980), e incluso, hasta cierto punto , por algunos teóricos de la Inteligencia Arti-ficial, como Fernando Flores y Ter ry Winograd (1989). Esta posición no

Cuatro respuestas al desafio de Turing 79

es defendida por ningún psicólogo cognitivo y, si se extrema, termina, como veremos enseguida, en la negación de la posibilidad misma de la psicología cognitiva. Para resumir b revemente este primer enfoque , me refer i ré , sobre todo a los a rgumentos más claros y contundentes: los de

John Searle (1980. 1983). Searle (1980, cit. reed . 1990) hace una finta muy ingeniosa: comienza

por aceptar , en sus términos el juego de Turing. Hagámoslo también nosotros para comprender su posición. Supongamos, entonces, que te-nemos una máquina universal de Tur ing —instanciada en un o r d e n a d o r — con un programa especialmente adecuado para hacer el test de pensa-miento: se trata del diseñado por Schank y Abelson (1977) para simular procesos comple jos de comprensión. Es éste un buen e jemplo , po rque la explicación de los procesos de comprensión dada por Schank y Abel -son ha sido una de las más refinadas e influyentes en el estudio de esos procesos en psicología cognitiva.

El p rograma de Schank y Abelson que , como es bien sabido, posee «scripts» o guiones (es decir , esquemas de alto nivel que permiten orga-nizar y anticipar información sobre sucesos que se dan en ciertos mar-cos), t iene un guión que se ha utilizado como ejemplo prototípico: el de res taurante . C o m o además posee «estructuras conceptuales» abstractas, comple jas y precisas, pasa muy bien el test de Turing cuando se le hacen preguntas sobre restaurantes . Produce una clara impresión de inteligen-cia. Si se le cuenta una historia como ésta «Un hombre fue a un restau-rante y pidió una hamburguesa . Se la pusieron quemada . Se fue furioso y sin pagar» y se le pregunta : «¿se comió la hamburguesa?», el programa contesta: «No, no se la comió». Si la historia empieza igual y termina: «el hombre se fue tan contento , y d e j ó una fuerte propina, ¿se comió la hamburguesa» , responde: «Sí, se la comió». La cuestión es la que ya se p lanteaba Tur ing: ¿podemos decir que el programa comprende lo q u e se le narra y pregunta? . La respuesta de Searle (op. cit.) es, sin embargo, la contraria a la de Tur ing: no, no podemos decirlo de ningún modo . ¿Por qué?

Para ilustrar por qué no es posible decir que el programa comprende , siguiendo el mismo juego de Tur ing, Searle se imagina un exper imento «hecho con el pensamiento» , un Gedankenexperiment, que consiste en lo siguiente: él mismo está encer rado en una habitación —como lo es-taban el hombre y la máquina de Tur ing— y fuera de ella hay unos in terrogadores bilingües, que hablan y comprenden inglés y chino. E m -pieza Searle por confesar que él mismo no sabe una palabra de chino.

80 Objetos con mente

En la habitación hay una gran pila de tar je tas con caracteres chinos, que no comprende en absoluto. Desde f u e r a , le pasan otro conjunto de sím-bolos chinos j u n t o con un libro de instrucciones muy simples que per-miten asociar los pr imeros caracteres a los segundos. Po r razones inson-dables para Searle, los bilingües de fuera l laman al pr imer con jun to de caracteres «historia», al segundo «guión», y al manua l de instruc-ciones «programa». . El juego consiste, esta vez, en que tales interro-gadores pasan unas veces sus historias y preguntas en chino, y otras veces en inglés. Desde el punto de vista de los que preguntan desde el exterior, el Searle ocul to de den t ro de la habi tación, que sigue obed ien temente lo q u e le indica el libro de instrucciones, «compren-de chino», y pasa con éxito el test de Turing. Sus respuestas son tan buenas en chino como en inglés. Pero los «psicólogos objetivistas» de fuera se engañan: Searle dec id idamente no comprende nada de chino.

Del mismo m o d o que el o rdenado r era una metáfora de la mente en el test de Turing, Searle es una metá fo ra del o rdenador en el test de Searle: «en lo que se ref iere al chino —dice— yo me compor to simple-men te como un o rdenador ; realizo operaciones de cómputo sobre ele-mentos fo rmalmente especificados. A propósi to del chino, soy simple-mente una concreción de un programa de o rdenador» (ed. 1990, p. 69): una especie de metáfora de los guiones de Schank y Abelson . AI volver del revés el test de Tur ing, y convert i r al Searle de la habitación en metáfora del o rdenador , el ve rdade ro Searle p ropone un a rgumento de gran fuerza expresiva para oponerse a las pretensiones explicativas del paradigma clásico C-R . El problema fundamen ta l es que este paradigma presupone que dar cuenta de procesos tales como pensar , comprender , o recordar consiste en especificar un con jun to de operaciones de cóm-puto sobre símbolos, de tal m a n e r a q u e las operaciones estén determi-nadas por la forma de las expresiones simbólicas (de es to ya hemos hablado) y todo ese programa explicativo implica una p ro funda confu-sión para Searle.

En tanto en cuanto e l p r o g r a m a se de f ine en t é rminos de operac iones de cóm-pu to sobre e l emen tos de f in idos en t é rminos p u r a m e n t e fo rmales —dice Sear le—, io q u e e l e j e m p l o sugiere es q u e éstos p o r s í mismos no t ienen n inguna conexión in teresante con la comprens ión . C i e r t a m e n t e no son condic iones suficientes de ella; y nadie ha d a d o razones de peso p a r a s u p o n e r q u e sean condiciones nece-sarias o, ni s iquiera , q u e hagan una con t r ibuc ión significativa al p roceso de com-prensión (pp . 70-71).

Cuatro respuestas al desafío de Turing 81

La evaporación de los límites (Fm)/(-Fm) para mentes/máquinas for-males, sugerida por Turing no tiene razón de ser: a veces decimos que «la puer ta sabe que tiene que abrirse, porque tiene una célula fotoeléc-trica.», por e jemplo . Ese lenguaje animista es interesante en sí mismo, en tanto que expresa una tendencia del pensamiento humano a ampliar metafór icamente el ámbi to de lo intencional. Pero no es más exacto ni más relevante en el caso del o rdenador que en el de la puer ta . Las puertas no piensan ni comprenden , los ordenadores tampoco. Las men-tes sí.

La razón de fondo de Searle es que la mente es un sistema intencional y los ordenadores no lo son: «el punto principal del presente a rgumento —af i rma— es que ningún modelo puramente formal será nunca suficien-te por sí mismo para producir intencionalidad, porque las propiedades formales no son, por sí mismas, constitutivas de intencionalidad, ni tie-nen por sí mismas ningún poder causal, excepto la capacidad de produ-cir, cuando son instanciadas, el siguiente estadio del formalismo si la máquina está funcionando» (p. 82). Esa misteriosa propiedad de inten-cionalidad, de ser acerca de algo, que Searle af irma de la mente y niega de los o rdenadores , no es un resul tado de las características formales que pueda tener lo que la mente hace, sino precisamente de la materia de que está hecha: tej ido nervioso. A q u í es donde Searle pasa de su proposición negativa (las máquinas formales no piensan ni comprenden , en tanto que ello se haga depende r de sus propiedades formales) a una proposición positiva mucho más arriesgada y, en el fondo, difícil de acep-tar y comprender : la intencionalidad, que es el rasgo esencial de lo men-tal, es una propiedad de la materia específica de la que está hecha la mente, de la materia biológica. Veamos cómo, en la forma en que la plantea Searle, esta tesis positiva terminaría con la pretensión cognitiva de una ciencia objet iva de la mente .

Para Searle, la enorme inversión de pensamiento que ha supuesto el aceptar —radical o m o d e r a d a m e n t e — el reto de Turing, en las ciencias cognitivas, es una inversión a fondo perdido, y ello es así po rque tal inversión se basa en tres supuestos que no son, en m o d o alguno, justifi-cables:

(1) La confusión entre forma y contenido: los estados mentales tienen una característica esencial de intencionalidad, que se define jus tamente como posesión de un contenido, no de una forma. La creencia de que «los pa tos son ovíparos» no consiste en la definición morfosintáctica de esa oración y, de hecho, sigue teniéndose cuando se formula con ora-

82 Objetos con mente

d o n e s diferentes, tales como «las hembras de pato ponen huevos». La creencia es la misma porque el significado de las dos oraciones es el mismo. Podemos resumir esta p r imera observación así: los estados men-tales t ienen, como propiedad del máximo interés, el hecho de que sig-nifican algo. Los símbolos del o rdenador , los cómputos que efectúa, no significan nada para él. En rea l idad, sus símbolos no son tales, puesto que carecen de una de las dos caras que definen a un símbolo: el signifi-cado.

(2) Conductismo residual de la Inteligencia Artificial, o carácter falso del test de simulación de Turing: «En gran par te de la I . A . hay una especie de operacional ismo o conduct ismo residual»: ésa es la segunda confusión. El hecho de que puedan hacerse idénticas las «entradas» y «salidas» de ordenadores y personas (como en el «inteligente» programa de comprensión de Schank y Abe lson) no quiere decir que pueda decir-se, en un sentido relevante , que los pr imeros posean nada que se parezca a la mente ( intencional idad) . «Mi calculadora de mesa t iene capacidades de cálculo, pero no in tencional idad. . .El test de Tur ing es típico de una tradición acrítica conductista y operacionalis ta , y creo que si los investi-gadores de la I .A . repudiasen por comple to el conduct ismo y el opera-cionalismo, se eliminaría gran par te de la confusión entre simulación y duplicación» (pp. 85-86).

(3) Dualismo: El tercer supues to resulta so rprenden te , dado el se-gundo. Resulta que el operacional ismo residual de la I .A. se asocia a un dualismo residual: en lo que a la men te concierne, la materia no importa , y «en lo que a la L A . concierne, el mismo programa podría ser realizado por una máquina electrónica, una sustancia mental cartesiana, o un es-píritu universal hegeliano» (p. 86). Ya hemos visto, en el apar tado an-terior, que ese dual ismo residual ha sido uno de los principios esenciales del enfoque funcionalista, en que se ha fundamen tado f i losóficamente todo el proyecto de la ciencia cognitiva ( incluyendo a gran par te de la psicología cognitiva).

Bien. Imaginemos, entonces , que aceptamos esas criticas de Searle: ab juramos del formalismo, el conduct ismo residual y las sospechosas propensiones dualistas de la I .A . Supongamos también que hacemos nues-tra una tesis de vieja tradición psicológica (Bren tano , 1874), según la cual lo que define más c la ramente a la mente es la intencionalidad, el ser acerca de algo, el t ener contenidos . ¿Cómo explicar esa propiedad esencial de la mente sin caer en los supuestos que hemos abandonado? La intrigante respuesta de Searle es ésta: sucede que tal propiedad per-

Cuatro respuestas al desafío de Turing 83

tenece a la materia biológica, y sólo a ella. La afirmación de Searle es clara en este sentido:.

¿Puede pensar una máqu ina? Mi p u n t o de vista es que sólo una m á q u i n a pued e pensar , y en realidad sólo un t ipo especial de máquinas , a saber , los cerebros y

las máquinas que tienen los mismos poderes causales que los cerebros. Y que ésta es la razón principal po r la q u e la I . A ha ten ido poco q u e dec i rnos acerca del ce rebro : po rque no t iene m u c h o q u e decir t ampoco acerca de las máquinas . Por su propia def in ic ión, t rata sobre los p rogramas , y los p rogramas no son máquinas . Con independenc ia de lo q u e pueda ser la in tencional idad, es un fenómeno biológico, y es tan probable que dependa causalmente de la bioquímica específica de sus orígenes como la lactación, la fotosíntesis y otros fenómenos biológicos (86-87).

Del mismo m o d o que nos hemos de tenido a considerar, en o t ro mo-mento , las implicaciones y consecuencias que podría tener aceptar la tesis de Tur ing tal como él la p lan teaba (y mas explícitamente Newell y Simón, en sus escritos sobre el sistema físico-simbólico, vid. 1976), de-bemos, para ser justos, ref lexionar sobre las consecuencias últimas de la tesis de Searle. Son mucho más graves para los que t ra tamos de inves-tigar en psicología cognitiva. El propio Searle (1983) las establece de forma muy explícita: parece haber un vacío insalvable entre las explica-ciones de sentido común de la conducta (en términos intencionales) y las explicaciones neurofisiológicas, «y alguno de los mayores esfuerzos intelectuales del siglo XX han consistido en intentar llenar ese vacío, en lograr una ciencia de la conducta humana que no fuera solamente la psicología de sentido común de la abueli ta , pero que no fuera tampoco neurofisiología científica. Has t a la época presente, los esfuerzos para llenar el vacío han sido, sin excepción, fracasos /. . . / los esfuerzos por llenar el vacío fracasan porque no hay ningún vacío que llenar» (pp. 49-50). Y añade , en o t ro m o m e n t o , que las oportunidades de éxito del cognitivismo «son casi tan grandes como las opor tunidades de éxito del conduct ismo hace quince años. Es decir , . . .práct icamente cero» (p. 63).

La conclusión es comple tamente coherente con las premisas de Sear-le: el nivel intencional de descripción de lo mental , que empleamos en nuestras interacciones cotidianas, no es más que un nivel más molar de referirse a propiedades del sistema nervioso que éste tiene como sistema material , por e jemplo , en un plano bioquímico de explicación (el cerebro hace mente intencional de fo rma similar a como las plantas hacen foto-síntesis). No hay vacío en t re uno y o t ro plano explicativo: la psicología

84 Objetos con mente

cotidiana del sentido común es sólo la fo rma holista de definir lo mismo que define la neurofisiología y, en último término, la bioquímica: «ade-más de un nivel de estados mentales , como las creencias y deseos, y un nivel de neurofisiología, no se necesita nada que rellene el hueco en t re la mente y el cerebro, porque no hay hueco que llenar» (p. 64).

El diagnóstico de Searle es pesimista: para él, las pretensiones de la psicología cognitiva se basan en una gigantesca confusión conceptual . Si no hay un plano explicativo y autónomo entre las explicaciones extensio-nales de los neurofisiólogos y lo que l lamaba en o t ra par te «sujeto de atribución de la psicología natural» (Rivière, 1987), los psicólogos cog-nitivos tenemos so lamente dos alternativas: la más radical —y, en el fondo la más sensata— es de j a r la profesión; la de compromiso, desem-polvar ráp idamente los libros de James y W u n d t , e intentarlo de nuevo con la psicología introspectiva.

Afo r tunadamen te , creo que quien tiene, en este caso, una gran con-fusión conceptual es el propio Searle , tan lúcido en muchas otras oca-siones. Las razones que of rece implican una mezcla inconsistente de pla-nos explicativos, y el pronóstico de la psicología cognitiva es algo menos sombrío de lo que él cree. Veamos por qué.

Las personas no tenemos sólo ideas implícitas, p ro fundamen te enrai-zadas, sobre lo mental , sino también sobre el m u n d o físico (vid., por e jemplo , Pozo, 1987). Ya hemos comen tado que tales ideas están, por e jemplo , infiltradas de propens iones animistas. T ienen que ser modifi-cadas p ro fundamen te en la enseñanza , por esa y otras razones. Para la gente no es obvio el principio de conservación del movimiento; nuestra física intuitiva t iende, más bien, a considerar que el «reposo» es el estado natural de los cuerpos. A d e m á s , a medida que las explicaciones físicas se alejan de ese nivel «mesocósmico», de dimensiones intermedias, del que hablan Delbruck (1986) y Vól lmer (19S4), resultan menos intuitivas. Supongamos que nos s i tuamos en ese plano, muy poco intuitivo, del «microcosmos» de la física cuántica y la física de partículas elementales. La tesis de Searle, t rasplantada al m u n d o físico, vendría a equivaler a la siguiente —y so rp renden te— afirmación: «Además de un nivel de física intuitiva, sobre los ob je tos que vemos y tocamos, y un nivel de física cuántica, no se necesita nada que rellene el hueco entre las "cosas" y los "cuantos" , porque no hay hueco que llenar».

Esa afirmación equivaldría a realizar, para el p lano físico, exactamen-te las mismas operaciones que Searle considera justificables en el psico-lógico: (1) presuponer que las teorías cotidianas implícitas son modelos

Cuatro respuestas al desafío de Turing 85

molares de las explicaciones cuánticas (es obvio que no lo son) y (2) eliminar, de golpe, los planos de explicación en que aparecen propieda-des que merecen ser es tudiadas por sí mismas, y tienen leyes propias, en tanto que emergen del funcionamiento global de sistemas: sistemas ató-micos, mecánicos, te rmodinámicos , etc. No hay ninguna razón seria para suponer que no sea necesario admitir la existencia de un plano cognitivo, con leyes propias y au tonomía como tal sistema, que facilite esa larga trayectoria entre la intención y la bioquímica de la sinapsis, que Searle (1985) p re t ende hacer en dos pasos.

Esa admisión no t iene por q u é hacernos caer en los brazos del dua-lismo: lo que se p lantea es qué es más relevante para la explicación de la capacidad de las personas y animales de poseer estados intencionales (i.e. mente ) , si la descripción bioquímica de lo que sucede en las sinapsis o, por e j emplo , la descripción de propiedades que tiene el sistema ner-vioso, como sistema de cómputo, resultante del funcionamiento masivo y molar de millones de neuronas . Por lo que parece, por ahora , para definir tales propiedades (vid. McClel land, Rummelhar t y PDP Research G r o u p , 1986) no ha sido necesario penet rar en las íntimas relaciones bioquímicas que se mant ienen en los a l rededores de las membranas si-nápticas. De igual manera que , para describir r igurosamente propiedades termodinámicas relacionadas con la Ley de Entropía , no resulta indis-pensable (y sería engorroso) hablar de las aún más íntimas y minuciosas relaciones en t re los cuantos .

El progreso científico implica f recuentemente dos pasos: (1) la dife-renciación de niveles explicativos, en que pueden formularse leyes que caracterizan el func ionamien to de los sistemas cuando alcanzan ciertos grados de organización, y (2) el establecimiento de relaciones entre los niveles prev iamente diferenciados. No hay ninguna razón para suponer que este doble proceso, que tan buenos resultados ha dado en física y biología, no sea necesar io también en psicología. Entre la bioquímica cerebral y la psicología intencionalista cotidiana hay una distancia tan grande como la que separa a la biología molecular de la ecología. Para los ecólogos sería una tarea imposible formular las regularidades de los sistemas que estudian empleando el vocabulario de los nucleótidos.

A u n cuando admit ié ramos que la aparición de intencionalidad en un sistema de cómpu to es bas tante misteriosa, tendremos que admitir tam-bién que lo es aún más en un sistema bioquímico. Es más probable que sean las p rop iedades computacionales , y no las bioquímicas, las que fi-na lmente se acerquen al secreto de la intencionalidad y la conciencia.

86 Objetos con mente

Hemos sido los psicólogos cognitivos, y no los bioquímicos, los que , al menos hemos podido describir, en un lenguaje de procesamiento, pro-piedades de ella tales como las de «proyectar esbozos de 2 1/2 D» (Jac-kendoff , 1987), «seleccionar información», «auto-programar» (Baars, 1988), etc.

Como señala Margare t Boden (1990), la intencionalidad y la concien-cia son conceptos comple jos y problemáticos en sí mismos, y no pueden compararse con los que usa Searle como marcos de referencia: cuando hablamos de la fotosíntesis tenemos muy claros sus produc tos , tales como los hidratos de ca rbono , y sabemos distinguirlos bien de otros, tales como las proteínas, pero «ninguna teoría de la intencionalidad se acepta sin problemas, a diferencia de lo que sucede con la química de los car-bohidratos» (p. 93). La «síntesis química» de la intencionalidad es mucho más oscura que la de las proteínas: « tenemos buenas razones para supo-ner que las neuroprote ínas sirven de soporte a la intencionalidad, pero no tenemos la menor idea acerca de cómo —en tanto que neuroproteí -nas— son capaces de hacerlo» (Boden , 1990, p. 93). Si algo sabemos, es que son las propiedades del sistema nervioso, como procesador de información (propiedades tales como la facilitación, la inhibición, la trans-misión de mensajes) las que tienen algo que ver con el asunto.

La negativa de Searle a aceptar la invitación de Tur ing a deshacer , en un cier to nivel de abstracción, los límites conceptuales mentes (Fm)/máquinas ( -Fm), parece estar f u n d a m e n t a d a en un desdibujamien-to previo de los límites conceptuales entre una bioquímica (¿por qué no llevar más allá la reducción, l legando por e j emplo a la física de partículas elementales?) de la que desaparece el concepto, quizá bioquímicamente útil, de información, y una psicología intencional que se sitúa muy lejos de aquella.

Como el mismo Searle dice, se trata de hacer compat ib le un «fisica-lismo ingenuo» con un «mental ismo ingenuo». Si se quita el primer tér-mino, todo queda en una tesis eliminacionista (lo menta l admite una reducción lingüística completa al vocabulario de la neurofisiología), bas-tante semejante a la de Churchland (1986). Las críticas de Searle a la ciencia cognitiva del paradigma clásico (propensión dualista, formalismo excesivo, inconsistencia del concepto de s ímbolo, descuido de problemas relacionados con el significado intencional, etc.) son muy dignas de te-nerse en cuenta . Su solución positiva no parece serlo tanto: se levanta sobre una confusión considerable de planos de explicación au tónomos .

En suma: ni es correcto predicar de las sinapsis q u e tienen intencio-

Cuatro respuestas al desafío de Turing 87

nes, ni sensato decir que «Basilio votó a los conservadores a causa de una condición de su hipotá lamo» (Searle, 1985, p. 49), ni parece nece-sario abandonar , por ahora , la pretensión de los psicólogos cognitivos de hacer una ciencia objetiva de la mente . Esa ciencia ha producido ya conocimientos empíricos importantes , que f recuentemente no resultan intuitivos para el sentido común. La reconstrucción de los mecanismos computacionales de la visión, por e jemplo (vid. Marr , 1982), permite conocer un plano de leyes y relaciones q u e son tan invisibles para el ojo de la mente como los cuantos de luz, como tales, lo son para los del cuerpo . Tales leyes son prop iamente cognitivas y no pueden reducirse, sin pérdida de significado, a las vinculadas con la neurofisiología del quiasma óptico o las propiedades bioquímicas de la redosopina.

Por todo ello, el pronóst ico negativo de Searle sobre el fu turo de la psicología cognitiva parece fundamenta r se en un diagnóstico poco preci-so. Podr íamos hacerle , así, esa observación tan expresiva de uno de nuestros clásicos: «Los muer tos que vos matáis, gozan de buena salud».

4.4. La alternativa literal del Paradigma C-R

La segunda alternativa al desafío de Turing ha sido la desarrollada principalmente por investigadores del *«Massachusets Institute of Tech-nology», como Chomsky (1980) y Fodor (1975), que pueden considerarse creadores de la ciencia cognitiva. También han contribuido mucho a su fundamentac ión otros investigadores, como Newell y Simón (1976) y Zenon Pylyshyn (1984, 1989), que se sitúan en la imprecisa f r a n j a que está en t re la Inteligencia Artificial y la psicología cognitiva propiamente dicha. Se basa en un en foque funcionalista, desarrollado por filósofos como Hillary Putnam (1960), Fred Dre t ske (1988) y el propio Jerry Fo-dor (1988).

Todos estos investigadores mant ienen la idea de que puede definirse un plano cognitivo au tónomo, en el cual la ruptura de la barrera tradi-cional «mentes (Fm)/ máquinas (-Fm)» admite una interpretación literal y no sólo metafór ica . Por consiguiente, creen también que es posible y deseable el desarrollo de una sola ciencia cognitiva unitaria, en la que se estudian las propiedades comunes que poseen todos los sistemas ca-paces de conocer , con independencia de que estén fabricados de proteí-nas o de tubos de silicio. Esa ciencia cognitiva sería, a la vez, conse-cuencia y fundamen to de las ciencias particulares que tratan sobre temas

88 Objetos con mente

relacionados con el conocimiento: en especial, par tes de la lógica y la lingüística, la psicología cognitiva y la I .A . El objet ivo de la ciencia cognitiva integrada sería el de abstraer los principios generales a esas otras ciencias, mediante un doble proceso de reflexión rigurosa e induc-ción de lo que hay de fundamen ta l y común en los resultados de tales ciencias.

Lo más general y común que puede decirse de obje tos tales como los cálculos lógicos, la definición de las estructuras del lenguaje , los progra-mas de ordenadores y los procesos cognitivos de las mentes es que todos ellos consisten en sistemas de reglas tales que permiten realizar cómputos sobre representaciones simbólicas (Chomsky , 1980). En ese sentido, el juego de Tur ing puede aceptarse l i teralmente: todas las mentes y algunas máquinas pueden considerarse, en efec to , como e lementos de una sola clase común, la de las «cosas cognoscentes» o dispositivos que consumen, organizan y tratan conocimiento:

De la misma forma que el dominio de la biología incluye algo así como «todas las cosas vivientes» (algo cuya estricta definición probablemente sea imposible fuera de la ciencia biológica) —dice Zenon Pylyshyn—, es posible que el dominio de la ciencia cognitiva sea algo del estilo de «las cosas cognoscentes» o, tal y como Miller (1984) ha expresado vividamente, los «informávoros» (1984, ed. esp. 1988, p. 10).

Por la misma razón por la q u e los avances biológicos contr ibuyen a un mejor conocimiento del h o m b r e como ser vivo, los de la ciencia cognitiva integrada ayudan a su comprens ión como ser cognoscente. La categoría de los informávoros estar ía fo rmada , como mínimo, por los vertebrados superiores y algunos sistemas informáticos. Es explicable que a las personas las moleste un poco , al principio, verse incluidas en la misma categoría que algunas máquinas . Eso ya sucedió cuando la ciencia biológica las incluyó en la misma categoría que los otros prima-tes. Pero la ciencia t iene que avanzar en oposición a ese tipo de resis-tencias antropocéntr icas, de las que su historia está llena. Z e n o n Pylyshyn (1988) hace una observación muy per t inen te para ayudarnos a pasar el trago:

Para que la perspectiva de ser primos lejanos de los ordenadores no nos parezca tan extemporánea como lo fue en su momento la que nos presentaba como descendientes de los grandes monos, debemos recordar en todo momento que sólo se trata de formas de clasificación de los individuos que se adoptan con el

Cuatro respuestas al desafío de Turing 89

propósito de descubrir algunos de sus principios operativos. Después de todo, para averiguar cómo nos movemos en respuesta a las fuerzas físicás, se nos clasifica junto con las rocas, los átomos y las galaxias. Ninguna clasificación —incluyendo las que hablan de «descendientes», «seres sentientes» o «ángeles caídos» —puede captar todo lo que es exclusivamente humano /.../. Pero cada una de las aproximaciones nos da una visión especial de algún aspecto de nuestra naturaleza (ibid., p. 11).

La fusión «mente-máquina simbólica» en una sola categoría Fm se toma, por tanto, en serio. No es sólo una metáfora que deba ser aban-donada después de que haya cumplido funciones de provocar el pensa-miento y favorecer la investigación empírica, sino un principio esencial de la ciencia cognitiva unitaria, que sirve como fuente constante de hi-pótesis heurísticas y del que deben sacarse las consecuencias racionales que se deriven de él, sean éstas las que sean. En este sentido, hay que reconocer un punto impor tan te a favor de los defensores del paradigma C-R: que han sido ellos, Jerry Fodor , Noam Chomsky, Zenon Pylyshyn, Hillary Pu tnam, etc, los que han articulado, en los últimos años , un pensamiento más riguroso en to rno a los procesos de conocimiento. Ese rigor conceptual , unido a la evidencia manifiesta de los avances en las tecnologías del conocimiento, proporciona una gran fuerza, y coheren-cia, a sus argumentos y permi te hablar de la existencia de un paradigma, unitario e interdisciplinar al mismo t iempo, de explicación del conoci-miento: es a este e n f o q u e al que hemos l lamado —y seguiremos hacién-dolo— «paradigma C-R» (de los cómputos sobre representaciones) a lo largo de estas páginas.

En numerosos escritos de los teóricos del paradigma C-R, se pone de manif iesto esa decisión f i rme de atenerse a todas las consecuencias que pueda tener la comprensión literal de las mentes y las máquinas abstractas como miembros de una misma clase común de sistemas com-putacionales que actúan sobre un medio de representaciones simbólicas. Así, en la presentación de Computación y conocimiento, Pylyshyn comen-ta:

Fodor y Newell, que practican estilos intelectuales casi completamente opuestos, comparten, sin embargo, algo que no cabe duda que ha afectado a la redacción de este libro: se encuentran entre los pocos estudiosos de la ciencia cognitiva que se conducen de acuerdo con el principio de que si creemos que P, y si creemos que de P se sigue Q, entonces, si P no parece algo descabellado, tene-mos la obligación intelectual de tomar en serio la posibilidad de que Q sea

90 Objetos con mente

verdadero. En esto consiste tomar las ideas en serio, y esto es lo que yo defiendo que tenemos que hacer con la idea del conocimiento como computación (ed. española de 1988, p. 22).

Veamos algunos e jemplos : la «P» que compar ten , por definición, los defensores del paradigma C-R es la que Newell y Simón (1976) llaman «Ley de estructura cualitativa» fundamen ta l de la psicología cognitiva (y que jugaría en ésta un papel muy semejan te al de las leyes básicas de estructura cualitativa en otras ciencias, como la doctrina celular en Bio-logía, la tectónica de placas en Geología , etc) , a saber, que la mente capaz de conocimiento y acción intel igente es un sistema con las siguien-tes propiedades:

(1) Computa símbolos capaces de designar obje tos y de ser interpre-tados en forma de procesos.

(2) Como tal sistema que computa símbolos, la mente está determi-nada en su funcionamiento por sus representaciones . Es, como decía Descartes, «un sistema que obra por conocimiento y no por la disposi-ción de sus órganos».

(3) En tanto que estas representac iones son, en úl t imo término, es-tados físicos el sistema, el func ionamien to menta l , en el nivel molecular del «lenguaje máquina», se a t iene a leyes causales físicas.

(4) Puesto que ese func ionamien to es computacional , la mente se guía, de forma determinis ta , por la naturaleza sintáctica y formal de los símbolos.

Esta Ley fundamenta l de es t ructura cualitativa da lugar a problemas conceptuales —ya nos hemos de ten ido en algunos— para explicar ciertos fenómenos aparentes de representac ión , conciencia, aprendizaje , desa-rrollo e influencia de los contenidos en los procesos cognitivos. Pero , si se toman en serio las premisas 1 a 4, habrá que arrostrar las consecuen-cias Q, y cuestionar el significado de los f enómenos o, mejor , p roponer teorías comple tamente consistentes con las premisas anteriores. Veamos algunos e jemplos:

(1) En relación con los f enómenos de representación, no resulta fácil comprender la funcional idad de las imágenes menta les desde el paradig-ma C-R, dado que éstas son cont inuas , «densas» y analógicas, mientras que un sistema simbólico de representación es discreto, analítico y com-puesto de símbolos atómicos art iculados en combinaciones por medio de una sintaxis. En suma, las imágenes no son , en sí mismas, un medio de computación. Y, si no lo son, su valor funcional como representaciones

Cuairo respuestas al desafio de Turing 91

es muy dudoso. En consecuencia, ha habido una larga e influyente po-lémica, en psicología cognitiva, sobre el valor funcional de las imágenes. Frente a las pretensiones de investigadores de propensión más empirista, como Cooper y Shepard (1973), Stephen Kosslin (1980), Paivio (1971), etc, que han pre tendido demost ra r la funcionalidad y autonomía estruc-tural de las representaciones por imágenes, Pylyshyn (1973, 1978, 1980, 1981, 1984) ha mantenido t enazmente la tesis de que no son inteligibles, desde un modelo C - R , los supuestos de autonomía y funcional idad, pro-poniendo la necesidad de reducir las explicaciones sobre imagen a expli-caciones proposicionales (i.e. simbólicas) del conocimiento.

(2) Con respecto a la conciencia, Ray Jackendoff (1987), po r e jem-plo, realiza un análisis de sus relaciones con la mente computacional , en el más impecable estilo del paradigma C-R. Formula la que denomina «Teoría del nivel in termedio», según la cual hay diversas modal idades (por no decir «módulos») de conciencia que corresponden a proyecciones de estructuras producidas en fases medias de procesamiento de los que serían procesos «completos» en las modal idades correspondientes (por e jemplo , la «conciencia visual» correspondería a proyecciones del esbozo 2 1/2 d (representaciones en «dos dimensiones y media») , que se produce antes de la imagen de 3 dimensiones en los procesos visuales, la lingüís-tica sería una imagen intermedia de la estructura fonológica real , etc). Estas proyecciones serían el resul tado de procesos de selección de ma-teriales de la memor ia a corto plazo, enriquecidos por la a tención. Sin embargo, Jackendoff (1987) sigue defendiendo la tesis C-R de la «inefi-cacia causal de la conciencia», y considera, por e jemplo , que «Ja intros-pección es un proceso pu ramen te computacional , en general poco dife-rente de otros procesos de translación», de tal manera que «el problema mente -mente sigue aún sin resolverse, aunque al menos no queda peor de lo que estaba» (p. 317).

(3) En cuanto al aprendiza je , es posible admitir y explicar, desde una perspectiva C-R, las que podr íamos denominar «formas superficiales» de aprendiza je (tales como las que implican relacionar unos conceptos con otros, ref inar y modificar esquemas previos, etc). Sin embargo , es muy difícil dar cuenta de «formas p rofundas» : ¿cómo puede alcanzar la sin-taxis subyacente (la «sintaxis última») de un sistema simbólico mayor poder de cómputo que el que ya posee de antemano? La posición inna-tista de Chomsky (1985) y Fodor (1975) no es un simple prur i to de respeto a la tradición racionalista que def ienden, sino una exigencia pro-funda del enfoque C-R .

92 Objetos con mente

Los sistemas p rop iamente simbólicos que mane jan información de manera exclusivamente lingüística (i .e. ignorando las posibles relaciones en t re los símbolos y procesos de naturaleza continua) t ienen muy limi-tadas sus posibilidades endógenas de auto-complicación (Carello, Tur -vey, Kugler y Shaw, 1982, Pa t tee , 1977, 1982. 1984; Riviére, 1985, 1986). Por eso Fodor (1983), que ve con mucha lucidez este p rob lema, formula la tesis provocativa de que el aprendizaje conceptual es imposible, y se-ñala, en la introducción castellana a El lenguaje del pensamiento (1975, cit. ed. esp. , 1984) lo siguiente:

Algunas de las doctrinas predilectas de LDP han adquirido cierta notoriedad —en especial el nativismo comprensivo adoptado en el capítulo 2—, pero, de hecho, no son más que la consecuencia lógica de una aceptación escrupulosa de la explicación computacional/representacional de la mente cognitiva. Si, por ejem-plo, el aprendizaje es un proceso computacional —un proceso definido sobre símbolos mentales—, estos símbolos mentales tienen que proceder de alguna parte; si son aprendidos, los símbolos que median ese aprendizaje deben proce-der, a su vez, de algún lugar. Tarde o temprano, ese retroceso deberá detenerse. Cualquiera que sea el punto en que nos detengamos, se acepta ipso facto que no es aprendido. La idea de LDP era que, dado que el nativismo comprensivo forma parte del coste que hay que pagar para tener una teoría computacional/re-presentacional de la mente, no queda otro remedio que pagar tal precio (p. 20).

(4) Pocas líneas después , Fodo r reconoce también abier tamente las dificultades del paradigma C - R para explicar la influencia y significación de los aspectos relacionados con los contenidos y la semántica de las representaciones mentales , aunque él mismo da después algunos pasos importantes, en Psychosemantics (1988) para t ra tar de solucionar este problema.

Creo que los comentar ios anter iores bastan para ilustrar las caracte-rísticas principales de esta segunda alternativa al reto de Turing, a la que hemos llamado «Paradigma C-R». Es la que corresponde a lo que otros investigadores (vid. De Vega, 1982) han denominado «versión fuer te» de la metáfora del o rdenador . En general , ha sido defendida por filóso-fos de la mente , lingüistas, lógicos y especialistas en I .A. más que por psicólogos dedicados a la investigación empírica (aunque también hay, entre éstos, defensores de esta versión fuer te) . En un estilo muy cohe-rente con el de la tradición racionalista, que tanto ha influido en este paradigma, sus proponentes suelen tender a preferir las conclusiones que son deduct ivamente coherentes con sus propias premisas a aquellas otras

Cuatro respuestas al desafío de Turing 93

que parecen más compatibles con supuestas evidencias fenoménicas o datos empíricos. En muchos casos, pref ieren un buen razonamiento , una buena simulación, o incluso un buen programa de I .A. (aunque no pre-tenda ser simulación de la mente ) a un cúmulo de datos experimentales. Estas últimas son tendencias estilísticas del pensamiento en el paradigma C-R, más que principios fundamen ta l e s que definan a ese paradigma.

La aportación del paradigma C-R a la psicología y la ciencia cognitiva ha sido, en todo caso, de una enorme importancia. Implica una exigencia de rigor conceptual y precisión algorítmica en los modelos de la mente muy beneficiosa para la psicología. Sirve, una y otra vez, de semillero de problemas p rofundos que debe plantearse cualquier modelo psicoló-gico del conocimiento . Facilita el desarrollo de modelos de la men te que aúnan una amplia general idad explicativa y una minuciosa precisión com-putacional , lo cual posibilita la realización de simulaciones (por e jemplo , la teoría A C T de Ander son , 1976, 1983). Sin el paradigma C - R la psi-cología cognitiva hubiera sido decisivamente diferente y, muy probable-mente , mucho menos rigurosa e interesante. Algunas obras de los inves-tigadores si tuados en el marco de este paradigma se encuent ran , proba-blemente , en t re las creaciones intelectuales más significativas de nuestra época. En todos estos sentidos, ha merecido la pena que se tomara en serio el juego de Tur ing.

Sin embargo , la psicología es una ciencia experimental y que , con frecuencia , t iene q u e hallar soluciones de compromiso entre la coheren-cia conceptual y la consistencia empírica. Las limitaciones impuestas por una interpretación literal del reto de Turing pueden ser excesivas para muchos psicólogos, que pref ieren el sentido metafórico y débil de la disolución de la f ron te ra en t r e las mentes y las máquinas simbólicas.

4.5. Ei juego de Turing como metáfora: la psicología del procesamiento de la información

C o m o señala De Vega (1982), «el mero reconocimiento de una ana-logía funcional en t re dos sistemas está cargado de ambigüedad. Prueba de ello es que la metá fo ra computacional ha dado lugar a vías de inves-tigación sumamente dispares. Se puede establecer, grosso modo, una versión débil y una versión fuer te de la analogía/.. ./ . La versión fuerte y la versión débil de la metáfora computacional constituyen prácticamen-te dos subparadigmas independientes , pese a su inspiración común en

94 Objetos con mente

dicha analogía» (pp. 64-65). La versión débil corresponde a la interpre-tación del juego de Tur ing real izada por la mayor par te de los psicólogos que se sitúan en el marco de los l lamados — m u y inadecuadamente— «modelos de procesamiento de la información».

La posición de la mayoría de los psicólogos q u e construyen teorías de la mente con el e n f o q u e del p rocesamiento de la información implica un compromiso mucho menor que en el paradigma C-R, con respecto a la propuesta de disolución de los límites mente /máquina , para la atribu-ción de predicados Fm. Algunos de los p roponen tes del paradigma C - R han señalado la diferencia con claridad. Pylyshyn (1980), por e jemplo , comenta lo siguiente:

a pesar del empleo generalizado de una terminología computacional (por ej., términos como «almacenamiento», «proceso», «operación»), en gran parte de estos usos, los términos se emplean dándoles, como mucho, un contenido me-tafórico. Ha habido una resistencia a tomar la computación como una descrip-ción literal de la actividad mental, y no sólo como una metáfora con un valor meramente heurístico. Desde mi punto de" vista, la falta de consideración de la tesis de la computación en un sentido literal ha posibilitado una amplia gama de actividades realizadas bajo la rúbrica de la «teoría del procesamiento de la in-formación», algunas de las cuales representan una desviación significativa de las ¡deas que considero básicas en toda teoría computacional de la mente (p. 114).

¿Cómo puede caracterizarse esta interpretación débil de la propuesta de Turing, en oposición a la más literal? A mi parecer , tendría los si-guientes rasgos:

(1) Adop ta el vocabulario teórico de la ciencia de la computación para referirse a las actividades cognitivas de la mente : ésta realiza cóm-putos, accede a informaciones a lmacenadas en la memor ia , está más o menos l imitada en su velocidad de procesamiento , es —o no— un pro-cesador serial, etc. La justificación últ ima de ese vocabulario teórico reside en el intento de explicar de te rminados conjuntos de datos de con7

ducta. La formulación de modelos q u e permitan simular en o rdenador las actividades cognitivas es tudiadas t iene un valor complementar io im-por tante en algunos casos, pero los criterios últimos de justificación de los modelos teóricos del P rocesamien to de la Información suelen ser los fenómenos empíricos que se observan en el estudio experimental de la conducta de las personas, cuando éstas realizan actividades cognitivas.

(2) El estilo de pensamiento con el que se formulan los modelos P.I. de la metáfora débil es, f r e c u e n t e m e n t e , inductivo más que deductivo.

Cuatro respuestas al desafio de Turing 95

El investigador se guía muchas veces por un «marco conceptual» muy laxo, que contiene un vocabulario de procesamiento; sus hipótesis suelen basarse en resultados de observaciones empíricas anteriores y, con me-nor f recuencia , en deducciones rigurosas de la interpretación computa-cional de la mente . Los contrastes de tales hipótesis consisten en datos obtenidos en situaciones experimentales que respetan una larga tradición de desarrollo de ins t rumentos metodológicos de justificación (diseños experimentales , procedimientos de análisis estadístico, etc) en una cien-cia empírica como es la psicología. La construcción de nuevos modelos, y la sustitución, modificación o ref inamiento de los anteriores se funda-menta en la base proporc ionada por: (a) una amplia gama de conoci-mientos anter iores , sobre el campo estudiado, obtenidos del es tudio em-pírico de la conducta , (b) los datos propios (generalmente, latencias o errores de los sujetos) y, (c) más secundar iamente , por intuiciones que provienen del propio vocabulario computacional .

(3) C o m o señalan Johnson-Laird (1975) y De Vega (1982), la psico-logía del procesamiento de la información y el paradigma C-R tienden, en cierto modo , a a jus tarse a criterios de justificación de la verdad cien-tífica que son suti lmente diferentes: la primera emplea , sobre todo, el criterio de la correspondencia en t re las predicciones que se derivan de los modelos teóricos y las observaciones de conducta obtenidas en situa-ciones controladas. El criterio del paradigma C - R es, más bien, la cohe-rencia en t re los enunciados teóricos. Así, éste acentúa la función sintác-tica de las teorías (lo que es muy coherente , en un modelo de compu-taciones guiadas por la sintaxis de los símbolos sobre los que se realizan), mientras que la psicología de P . I . acentúa su valor semántico (D e Vega, 1982).

(4) Muy en relación con el punto anter ior , sucede que , en la medida en que disminuyen las exigencias de coherencia formal de los modelos P . I . , en comparación con los del paradigma C-R, aumentan sus exigen-cias semánticas: se admiten me jo r algunos «agujeros explicativos» en los modelos que las faltas de cuidado, rigor y justificación de las tareas y datos en que tales modelos se fundamen tan . Con independencia de que las teorías alcancen el mayor grado de coherencia conceptual posible, t ienen que estar basadas en observaciones y datos. Del mismo m o d o que Pylyshyn (1980) ve con alguna desconfianza la falta de coherencia «sin-táctica» de muchas de las teorías de los psicólogos del Procesamiento de la Información, éstos t ienden a considerar con alguna suspicacia la «base semántica» de observaciones que emplean f recuentemente los teóricos

96 Objetos con mente

del paradigma C-R: intuiciones lingüísticas (Chomsky, 1965), protocolos de «pensamiento en voz alta» (Newell y Simon, 1972, Ericcson y Simón, 1984; vid. revisión en Simón y Kaplan , 1989) o intuiciones generales sobre la fo rma de procesos menta les (Schank y Abe lson , 1977).

(5) La interpretación débil de la metáfora computacional se basa, generalmente , en el supues to de una correspondencia vaga entre com-ponentes fijos del o rdenado r y la mente : un procesador central , que regula el f lujo de información, y cuenta con una memor ia de t r aba jo ; una memoria más p e r m a n e n t e (o «a largo plazo») y diversos periféricos de entrada (sistemas sensoriales, en el caso de la mente ) y salida (siste-mas motores) . Con f recuencia , se emplean términos del vocabulario teó-rico de la computación para man tene r tesis, acerca del func ionamiento de cada uno de esos subsistemas y el sistema con jun to , que no son fáciles de compatibilizar con los supuestos actuales de la teoría de la computa-ción.

(6) En la mayor par te de los casos, los psicólogos del P . I . no llegan a construir modelos algorítmicos completos de los procesos que estudian. Muchas de sus investigaciones permi ten sólo decir si ciertas variables influyen o no influyen en tales o cuales procesos supuestos , al observar cómo condicionan la conducta . Pero no permiten es tablecer , paso a paso, las transformaciones sobre representaciones que realizan procesos bien definidos de cómputo . En estas condiciones, el empleo de la metáfora computacional sólo puede ser débil. La razón es muy obvia: el concepto de «cómputo» sólo t iene sentido en el marco de un algori tmo completo , de un «procedimiento efectivo» que efect ivamente realiza de forma au-tomática una de te rminada tarea. No existen cómputos cuando no existen procedimientos efectivos. Y no existen procedimientos efectivos cuando no se definen algoritmos completos . Por últ imo, los algoritmos no son completos cuando no especifican todos y cada uno de los pasos que se dan en un sistema para generar una conducta .

(7) La consecuencia de lo anter ior es muy clara: en la mayor par te de los casos, los psicólogos del Procesamiento de la Información reali-zamos una operación algo sospechosa. Esta consiste en que nos benefi-ciamos de las fuer tes connotaciones de rigor, cientificidad y eficacia de los términos del vocabulario de la computac ión , para formular y defen-der modelos que no son , en ningún sentido rigurosos, modelos compu-tacionales, desde el m o m e n t o en q u e no son completos , ni especifican procedimientos efectivos para realizar las tareas que vemos realizar a los sujetos cuyas conductas es tudiamos.

Cuatro respuestas al desafio de Turing 97

(8) Finalmente , la conjunción del estilo inductivo de construcción teórica, el rigor «minimista» exigido a los datos, la dificultad de formular modelos algorítmicos completos de la mente , los fuer tes residuos opera-cionalistas de la psicología empírica —con lo que éstos suelen implicar de prevención ante las formulaciones teóricas que se alejen más de dos pasos de los datos empíricos—, y el escaso «valor ecológico» de muchas de las tareas estudiadas por los psicólogos del Procesamiento de la In-formación, da lugar a una psicología más bien mosaica, fragmentada en multitud de modelos también minimistas, capaces de explicar con-juntos limitados de observaciones sobre situaciones, muy estrechamente del imitadas, y difíciles de enca ja r en concepciones integradas de la mente .

Un pun to diferenciador impor tan te entre los psicólogos empíricos del Procesamiento de la Información y los teóricos del paradigma C - R es el hecho de que aquellos, al acentuar la importancia de la función semán-tica de correspondencia entre teorías y datos, no están dispuestos a asu-mir consecuencias que parecen deducirse de la interpretación literal de la cognición como computac ión , en los casos en que tales consecuencias no resultan compatibles —al menos en un primer análisis— con fenóme-nos empíricos comprobados . Los e jemplos de esta actitud podrían mul-tiplicarse, pero nos refer i remos sólo a dos temas: la conciencia y las imágenes mentales .

Baars (1988), en relación con el obst inado problema de la conciencia, realiza una amplia revisión de las aportaciones de la psicología del pro-cesamiento de la información a la comprensión de su función. A dife-rencia de Jackendoff (1987), s i tuado en el paradigma C-R, Baars no asume en absoluto la tesis de la ineficacia causal de la conciencia, que parece deducirse de una concepción de la mente como autómata simbó-lico:

una premisa básica de este libro es —dice— que, como cualquier otra adaptación biológica, la conciencia es funcional /.../, quizá su función más fundamental es /.../ la capacidad de alcanzar un punto óptimo de equilibrio entre organización y flexibilidad. Las respuestas organizadas son muy flexibles en situaciones bien conocidas, pero cuando se dan situaciones nuevas, la flexibilidad es una ventaja. Desde luego, la arquitectura global del espacio de trabajo está diseñada de ma-nera que las soluciones «prefabricadas» se hagan accesibles automáticamente en situaciones predicables, y también de forma que puedan combinarse muchas fuentes diferentes de conocimiento en las circunstancias impredictibles (Baars, 1988, pp. 347-348).

98 Objetos con mente

En su defensa de la tesis de la funcional idad y eficacia causal de la conciencia, Baars (1988) emplea , en todo m o m e n t o , un vocabulario com-putacional estricto, que podr ía producir la impresión engañosa de que se sitúa en el mismo i pa rad igma q u e Jackendof f . El uso de un vocabulario teórico común t iende, en efec to , a desd ibu ja r las impor tantes diferencias estilísticas que existen en t r e el parad igma C - R y la psicología del proce-samiento de la información . Sin embargo , un análisis más detenido de las formas de hacer ciencia q u e se manif iestan en los textos de Jacken-doff (1987) y Baars (1988) permi te en t rever las distinciones que se han apuntado en este apa r t ado : el segundo par te de una base empírica más amplia, y de orígenes más diversos; t iende a defender las tesis que pue-den inducirse desde esa base «semántica»; el pr imero selecciona los ma-teriales empíricos üe en t re los más coherentes con una visión computa-cional-representacional , acentúa la integridad sintáctica de su modelo , y fundamenta muchos de sus a rgumentos en deducciones que se derivan de la base teórica.

En el estudio psicológico de la representación del conocimiento se ha producido, con mayor claridad q u e en ningún otro te r reno , la confron-tación entre estos dos estilos representados por el paradigma C-R y la psicología empírica del p rocesamien to de la información. Investigadores como Paivio (1971), Kosslyn (1980), Shepard y Metzler (1971), Cooper y Shepard (1973), Richardson (1980), Hut ten locher (1968) y Finke (1989) han demost rado que las imágenes mentales :

(a) son representaciones funcionales en actividades de comprensión, razonamiento y memor ia .

(b) Poseen propiedades analógicas, que se manifiestan en fenómenos tales como los efectos de ángulo de rotación y «distancia mental» en tareas simples de solución de p rob lemas (cuando los su je tos t ienen que reconocer si una f igura es o no la representación rotada de otra , se produce una relación lineal en t r e el t iempo que tardan y el ángulo de rotación),

(c) Preservan parc ia lmente las relaciones percibidas entre los obje-tos.

(d) Son susceptibles de t ransformaciones menta les continuas y no discretas (rotaciones, expansiones , etc).

(d) Consumen recursos comunes con la percepción ( D e Vega, 1988). Como veíamos en el apa r t ado anter ior , la funcional idad aparente de

las imágenes mentales , y las p rop iedades estructurales que éstas t ienen, así como la casi inevitable relación del significado del concepto de ima-

Cuatro respuestas al desafío de Turing 99

gen con la fenomenología de la conciencia, resultan muy difíciles de explicar desde los supuestos del paradigma C-R: las imágenes no se co-r responden con los medios lingüísticos de computación de los sistemas conocidos, no se organizan en símbolos atómicos arbitrarios con una sintaxis definida por reglas discretas, y son sensibles a los significados «proposicionales» subyacentes a su formación y t ransformación.

La polémica consecuente a estas consideraciones, abierta por Pylyshyn (1973), es un buen e j emplo tanto de las posiciones características de los defensores del paradigma C - R y los psicólogos de propensión más em-pírica, como del gran valor que ha tenido para la psicología cognitiva esta dialéctica.

Las críticas de investigadores como Pylyshyn (1973, 1978, 1980, 1981, 1984) y Fodor (1975) han consti tuido un acicate constante para el diseño de exper imentos cada vez más ingeniosos encaminados a demost ra r tanto la funcionalidad como las p rop iedades estructurales de las imágenes (vid. revisiones de Kosslyn, 1980, Rivière , 1986, y Finke, 1989). A d e m á s han favorecido el desarrollo de modelos muy precisos de simulación de fe-nómenos de imagen en sistemas de cómputo (Kosslyn y Schwartz, 1977) y han obligado a ref inar los conceptos teóricos sobre las imágenes, al intentar salvarlos de las críticas agudas y r igurosamente fundamen tadas de sus det ractores (Kosslyn y Pomerantz , 1977; Paivio, 1977). De este modo , la aparen te inconsistencia en t re los fenómenos observables rela-cionados con las imágenes y las consecuencias deducibles de un modelo

computacional-representacional estricto ha jugado un papel decisivo en el desarrollo de la teoría y la investigación empírica sobre la repre-sentación (del mismo modo que, en el desarrollo del niño, tiene una gran i m p o r t a n c i a la « toma de conciencia» de las cont radicc iones entre sus esquemas conceptuales y los fenómenos empíricos; vid. Pia-get, 1974).

El e j emplo del estudio de las imágenes mentales constituye una ilus-tración clara de la utilidad de fondo que ha tenido para la psicología cognitiva el «choque de subparadigmas», la oposición entre la versión más literal y la más metafór ica de la nueva categoría «mentes/máquinas». El estilo teórico de los defensores del paradigma C-R ha servido como acicate para el desarrollo del conocimiento empírico y de formulaciones conceptuales rigurosas sobre los fenómenos de imagen. La psicología t iene un compromiso empírico ineludible, y así debe ser. Sin embargo , ha tendido a ser durante muchos años (y salvando excepciones como la del clásico citado al final del último párrafo) una ciencia demasiado pa-

100 Objetos con mente

cata en el uso de la imaginación teórica, y propensa a aceptar dosis altas de inconsistencia en los modelos de la men te . Ello se ha relacionado con su estilo empirista de hacer ciencia, por simples procesos de acumulación de observaciones e inducción consiguiente.

Es cierto que los psicólogos t enemos que tener muy presentes las diferencias sustantivas que existen en t r e mentes y ordenadores : aquellas se enfrentan a la difusa y rica diversidad de los ambientes naturales a los que se adap tan , y éstos no; emplean conceptos difusos y de estructura probabilística, se guían po r motivaciones y se colorean por emociones que no tienen los o rdenadores ; son resul tado de las relaciones en t re las conductas y el medio (por lo que t ienen un componen te de «implicación eferente» aún poco es tudiado y mal comprend ido por los psicólogos cog-nitivos), son capaces de auto-programación espontánea y aprendiza je (De Vega, 1982), son dispositivos sociales y no sistemas solipsistas (Seoa-ne, 1984), t ienen naturaleza intencional (Searle, 1983) y son conscientes de buena par te de los o b j e t o s con los que t ratan. T o d o eso es cierto y debe ser tenido en cuen ta .

Sin embargo , sería deseable que los psicólogos fué ramos algo más propensos a analizar p r o f u n d a m e n t e los «postulados terminales» en que se basan nuestros términos teóricos, ob je tos de investigación y conceptos subyacentes de la men te . A mi parecer , resulta criticable la tendencia, demasiado f recuente , a hacer uso de las venta jas connotat ivas del voca-bulario de procesamiento , sin analizar ni asumir a fondo sus posibles consecuencias racionales. ¿Son éstas tan graves como para abandonar el vocabulario que la psicología del conocimiento ha empleado más en los últimos treinta años? Por ahora , no lo parece .

El enf ren tamien to en t r e las consideraciones de origen empírico de los psicólogos del Procesamiento de la Información y las razones aduci-das por los defensores más lúcidos del paradigma C-R ha sido, en tér-minos globales, muy positivo para el desarrollo de la psicología cognitiva vagamente basada en los modelos actuales de computadores con un pro-cesamiento serial de cadenas simbólicas, a la manera del modelo de von Neumann . El vocabulario generado desde ese modelo ha tenido un valor histórico enorme para el desarrol lo de una ciencia objet iva de la mente . Hasta hace muy pocos años, sucedía , además , que no existía un voca-bulario al ternativo que tuviera un valor heurístico y una precisión con-ceptual comparables . Sin embargo , en los últimos años, se ha desarro-llado de forma efectiva un nuevo m o d o de hablar de la mente , al que debemos refer i rnos ahora .

Cuatro respuestas al desafio de Turing 101

4.6. Cambiar las reglas del juego de Turing: el enfoque conexionista

Las limitaciones de los modelos que conciben la mente como un pro-cesador serial se han ido haciendo cada vez más evidentes a lo largo de los años setenta y ochenta . A p a r t e de las anomalías de la conciencia y el aprendiza je , a que ya nos hemos refer ido, y de la dificultad lógica para dar sentido al supuesto de los «símbolos inconscientes», sucede que esa men te serial presenta problemas importantes para enf ren ta rse a con-diciones que son muy naturales en el medio adaptativo del hombre . Por e jemplo , las personas nos en f ren tamos muy f recuentemente a situaciones en que es necesario tener en cuenta , a la vez, diversas restricciones simultáneas. El lo sucede cada vez que tenemos que hacer algo tan simple como tomar con los dedos una m o n e d a que se ha «colado» detrás de un mueble , o leer un pár rafo de un libro al que se le ha de ter iorado parte de una página por haberse «pegado» a otra.

A d e m á s , ocurre con mucha frecuencia que nos vemos en la situación de reconstruir o recordar una información a partir de una par te de ella que incluso puede no ser del todo correcta. El medio sobre el que se realizan nuestros procesos cognitivos no tiene la limpia y rigurosa estruc-tura de los símbolos que se le proporcionan, a través de un teclado, a un o rdenador . Es más diverso en sus demandas , más impreciso en sus contornos , más ruidoso en muchos de sus contenidos informativos —os-curecidos por procesos de degradación, solapamiento, etc—, más diná-mico que el del o rdenador .

Nuest ro sistema cognitivo sopor ta , con gran entereza, condiciones de degradación parcial de la información con la que trata, que pueden pro-venir tanto del medio externo como de su propio medio interno (cambios de atención, estados de somnolencia , variaciones en el riego cerebral , etc). Es , por otra par te , especialmente hábil para captar , con rapidez, significados globales de las situaciones. Sus esquemas y conceptos poseen una gran flexibilidad, a diferencia de los conceptos y esquemas que se representan , en fo rma de listas, redes, etc, en las memorias de los or-denadores digitales de la familia «von Neumann» (ordenadores seriales, que funcionan de manera digital, a part i r de órdenes que se especifican en lenguajes simbólicos de alto nivel). Además , nuestro sistema cogni-tivo emplea estrategias heurísticas que son sutilmente diferentes de las más algorítmicas y exhaustivas que usan esas máquinas simbólicas tan poderosas .

En suma, cualquier modelo cognitivo realista de la mente t iene que

102 Objetos con mente

enf ren ta rse — c o m o mín imo— a varias exigencias difíciles: (1) ser, a la vez, estructurado y flexible, (2) a f ron ta r condiciones de degradación par-cial del medio in terno (organismo) y ex te rno , (3) dar cara a demandas múltiples y s imul táneas , (4) asignar significados rápidos, sin necesidad de recurrir a algori tmos exhaust ivos, (5) completar pat rones conceptua-les, perceptivos, e tc , sin contar con toda la información lógicamente ne-cesaria para hacerlo, (6) acceder a sus conocimientos por vías diversas, y tener sistemas de memor ia en q u e éstos puedan recuperarse en virtud de sus contenidos , y (7) modif icarse adapta t ivamente en función de las experiencias previas.

Es tas consideraciones, p rop iamen te psicológicas, han sido las que han llevado, en los últ imos años , a a lgunos psicólogos —ent re los que se cuentan D. R u m e l h a r t , G. H i n t o n , J . McClel land, J . Anderson , J . Feld-man , D. Ballard, P. Smolensky, T. Sejnovski y D. Zipser— a recuperar un proyecto que se había q u e d a d o un tanto olvidado en un pliegue de la historia, y del que hab lábamos unas páginas atrás: el de formular teorías cognitivas que , al mismo t i empo, sean respetuosas con esas pro-piedades y exigencias psicológicas, a lás que acabamos de referirnos, y conformes , en un sentido abs t rac to , con aspectos esenciales del funcio-namiento y la es t ructura del s is tema nervioso. La historia ha venido a demost ra r que las redes neurales de McCulloch y Pitts, H e b b , Rosen-blatt y Minsky sufr ieron, como las almas de las bestias y otras entele-quias de Leibniz, «un largo a turdimiento» y no «una muer te en sentido riguroso». De este m o d o , han pod ido resucitar en los últimos años.

La condición esencial para la resurrección de la tradición conexionista ha sido t r aba ja r sobre redes que , a diferencia de los perceptrones de Rosenbla t t , no constaran sólo de una capa de unidades de in-put y otra de unidades de out-put , sino también de capas de unidades «ocultas» («hidden»), si tuadas en t re las p r imeras y las segundas. En los modelos neo-conexionistas, esas unidades (que pueden concebirse como una es-pecie de «neuronas abstractas») se def inen por estados de activación y umbrales de out -put . Es tán conectadas median te asociaciones unidirec-cionales que def inen un «patrón de conectividad». Las conexiones en t re las unidades pueden ser excitatorias o inhibitorias, y t ienen un valor asignado, que cor responde a la fuerza de la conexión. El sistema forma-do por las unidades y sus conexiones funciona de acuerdo con ciertas reglas (en las que no debemos ex tendernos ahora) de propagación, ac-tivación y aprendizaje (estas últimas son elaboraciones a partir de la regla de H e b b a la que ya hicimos referencia : cuando dos unidades de una

Cuatro respuestas al desafío de Turing 103

red neural están excitadas s imul táneamente se incrementa la fuerza de conexión entre ellas).

¿Cómo funciona un sistema de este t ipo?; ¿hasta q u é punto es capaz de imitar, en aspectos relevantes, el funcionamiento de la mente? ; ¿pasa el test de Tur ing? Rumelhar t , McClelland y el grupo de investigación P D P (1986) han revisado un gran número de datos q u e demuest ran que sí. Los modelos de procesamiento distribuido y paralelo, además de ser neurofis iológicamente más realistas que los clásicos, compuestos de se-cuencias de «computaciones-representaciones simbólicas», son capaces de pasar el test de pensamiento de Turing. Poseen esas propiedades «psicológicas» impor tantes q u e son tan difíciles de explicar desde la pers-pectiva clásica: son flexibles, hábiles para reconocer estímulos degrada^ dos, resistentes al deter ioro de partes del propio sistema, capaces de acceder a información por vías diversas y guiadas por los contenidos, muy heurísticos en su modo de funcionar , competentes para reconocer pat rones sin contar con toda la información lógicamente necesaria y, f inalmente , intel igentemente sensibles a la experiencia previa, que les permite modificar su «patrón de conectividad».

Es impor tan te destacar que los sistemas de procesamiento distribuido y paralelo sobre u n a red de unidades interconectadas, tales como los que se han esbozado a grandes rasgos en los párrafos anteriores, son muy diferentes de los sistemas clásicos del paradigma C-R, en varios aspectos sustantivos (y q u e son , c ier tamente , los q u e definen la esencia de estos últimos):

(1) Su procesamiento no es serial sino paralelo. No realizan una se-cuencia de cómputos colocados en una fi la temporal a lo largo de un camino en que sólo cabe un proceso después de otro. En las redes co-nexionistas se e fec túan , por el contrar io , numerosos cómputos simultá-neamente . Ello p lantea delicadas cuestiones relacionadas con la sincronía y la acomodación de los ritmos temporales de los procesos simultáneos (Rumelhar t , MacClel land, y G r u p o de Investigación P D P , 1986), y con la relación en t re éstos y los procesos aparen temente más seriales de pensamiento ; sin embargo , el paralelismo de los cómputos parece un supuesto más realista que la serialidad en relación con el funcionamiento del sistema nervioso.

(2) Los cómputos no consisten en transformaciones de representa-ciones simbólicas, sino en cambios cuantitativos que tienen lugar en los estados de activación y los pat rones de conectividad de las redes. No se puede decir, en rigor, que respondan a reglas de una sintaxis. Más bien

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

104 Objetos con mente

corresponden a reglas de activación, propagación y aprendiza je que son «inherentes» al sistema.

(3) Las representac iones no son simbólicas en ningún caso. Pueden concebirse como pa t rones asignados localmente a unidades/conexiones del sistema o, más consecuen temen te , como distribuidas en conjuntos de unidades y conexiones (Hin ton , McClel land y Rumelha r t , 1986); de nin-gún modo pueden en tende r se como estructuras simbólicas explícitas en el sistema. Es decir, mient ras que las representaciones de los modelos clásicos son semánticamente transparentes, las de los conexionistas no lo son (vid. Clark, 1989, pa ra esta distinción). Así, los modelos conexio-nistas se desvían de la «Ley de es t ructura cualitativa» que define sustan-t ivamente al modelo clásico del parad igma C-R, a saber: que la men te es un sistema físico-simbólico (Newell y Simón, 1976).

(4) Por consiguiente, los rasgos, los conceptos, las categorías, las proposiciones, los e squemas , los guiones, etc (las es t ructuras de conoci-miento en una pa labra) y las reglas, procesos, producciones , procedi-mientos, etc (i.e. las act ividades sobre el conocimiento) , no se represen-tan explícitamente en los sistemas conexionistas. Estos no consisten en «programas escritos en lengua je de alto nivel», sino que son sistemas dinámicos, que poseen p rop iedades funcionales emergentes de la activi-dad paralela, masiva y distr ibuida de redes de unidades interconectadas. A estas propiedades emergen tes les damos los nombres de «esquemas», «conceptos», «reglas», etc. Las es t ructuras de conocimiento, en una pa-labra, son propiedades emergen te s de la organización y el funcionamien-to masivo y paralelo de esas redes.

(5) Así, los modelos conexionistas se sitúan en un plano más mole-cular de descripción q u e los clásicos. Pueden en tenderse como «micro-cognitivos» (Clark, 1989). D e s d e la perspectiva de tales modelos , las teorías clásicas del parad igma C - R y la psicología del procesamiento de la información, son «metáforas» —úti les por su t ransparencia semánti-ca— para definir , en té rminos molares , las p rop iedades globales que emergen del func ionamien to de las redes. Sin embargo , no serían acep-tables los supuestos de que : (a) el sistema cognitivo guía su funciona-miento por reglas sintácticas, (b) que def inen y dirigen las t ransforma-ciones de expresiones simbólicas, (c) sirviéndose de mecanismos de cóm-puto serial, más o menos s eme jan t e s al imaginado por Tur ing.

(6) Por otra par te , en los nuevos modelos de la mente no hay nada que se parezca ni al «dispositivo de lectura y control», ni a la cinta con cuadrículas pintadas con símbolos de la máquina de Tur ing. No hay, en

Cuatro respuestas al desafío de Turing 105

estos modelos , un «procesador central» con misiones de control. El con-trol es, también, distribuido e implícito, y no localizable y explícito. Se deriva de las propiedades intrínsecas de los sistemas conexionistas —es decir, de las propiedades q u e se def inen en las leyes de propagación de la activación, cambio de los pat rones de conectividad o aprendizaje , y activación de las unidades—. Las memorias no se definen por «localiza-ciones» y sistemas de acceso a ellas, como en los ordenadores de la «familia von Neumann» , sino por pat rones de conectividad diversos que pueden producirse en un mismo subconjunto de la red.

(7) Por últ imo, y como resulta evidente, los modelos conexionistas no obedecen a la prescripción fundamenta l de dualismo funcionalista que ha regido la investigación del paradigma C-R y de gran parte de la psi-cología del procesamiento de la información. La descripción de la mente no puede hacerse con independencia de las propiedades del «hardware» del que es función. Al menos , no puede hacerse sin dejarse en el camino características esenciales de los procesos mentales (flexibilidad, resisten-cia a la degradación, versatilidad, sensibilidad a la experiencia, etc). Las teorías conexionistas pueden considerarse modelos abstractos del funcio-namiento del sistema nervioso; modelos en que se prescinde de aspectos menos relevantes de él (como las t ransformaciones bioquímicas de las sinapsis, que tan to impresionaban a Searle) para extraer sólo los más pert inentes: aquellos que se refieren a sus propiedades como sistema de cómputo .

Ello no quiere decir que los modelos actuales sean tota lmente «rea-listas» en su representación del sistema nervioso (no lo son, como puede comprobarse al revisar los capítulos 20 a 25 del libro de McClelland, Rumelhar t y el grupo de investigación P D P , 1986), ni que puedan esta-blecerse identificaciones simples tales como la de las neuronas con las unidades de los conexionistas (una unidad corresponde, más bien, a con-juntos comple jos de neuronas y circuitos, en los modelos hasta ahora desarrol lados, que aún son «bocetos» muy generales), pero lo cierto es que las teorías conexionistas están haciendo una contribución decisiva al conocimiento de las propiedades generales de cómputo que, en un nivel abstracto, poseen las redes neurales.

Las observaciones anteriores son sólo algunas de las que pueden uti-lizarse para demos t ra r hasta qué punto es exacta la caracterización del en foque conexionista como aquel en que se acepta el reto de Turing, pero cambiando decisivamente las reglas del juego. De hecho, la Má-quina de Tur ing no es un protot ipo tan adecuado de estos modelos como

106 Objetos con mente

puedan serlo otras máquinas muy diferentes . Un e jemplo muy revelador, es el de la Máquina de Bol tzmann (1986), el autor de la teoría cinética de los gases y c reador de la mecánica estadística (vid. Prigogine, 1983). Es una máquina t e rmodinámica , tan abstracta como la de Turing, que posee propiedades intrínsecas de «relajación» de un sistema termodiná-mico hasta un es tado de máxima estabil idad. Estas propiedades se deri-van de las funciones estadísticas de las colisiones en t re partículas cuyo movimiento y t rayectoria no admite ninguna descripción determinista. Del mismo m o d o , los sistemas conexionistas alcanzan au tomát icamente estados de «solución ópt ima» a problemas de reconocimiento de patro-nes conceptuales o perceptivos a part i r de estímulos degradados . Su fun-cionamiento también p u e d e en tenderse como resultante de las propieda-des estadísticas de sistemas cooperat ivos que t ienden, de forma intrínse-ca, a alcanzar es tados de «relajación» máxima (en este caso, de acuerdo ópt imo con todas las restricciones a las que el sistema se enf ren ta ) . Hin-ton y Sejnovski (1986) han hecho explíci tamente esa comparación en t re la máquina de Bol tzmann y las redgs de procesamiento distribuido y paralelo que consti tuyen los nuevos modelos de la mente .

Fren te al modelo mecanicista de Newton , basado en supuestos de reversibilidad y de te rmin ismo de los procesos físicos, las intuiciones de Bol tzmann (1986) se cor responden con la idea de sistemas que son, a un t iempo, estocásticos e irreversibles. Sistemas capaces de auto organiza-ción de alcanzar niveles de orden cada vez más altos a partir del desor-den (Prigogine, 1983). Estos sistemas parecen más coherentes , en mu-chos aspectos, con intuiciones fundamen ta l e s sobre la men te que el au-tómata simbólico de Tur ing y, como mínimo, pueden ayudarnos a expli-car los mecanismos más minuciosos y moleculares por medio de los cua-les ese au tómata decerebrado puede transitar de un símbolo a otro.

Así , podemos decir que aceptar el desafío propuesto por Turing, asumir el principio fundamen ta l de toda la ciencia cognitiva de que es posible una descripción computacional y abstracta de lo mental en tér-minos de las formas en q u e lo mental se produce , no significa que tenga que realizarse el juego con las reglas establecidas por el propio Turing en su descripción de la máquina simbólica universal. Hay otras reglas y otras intuiciones que p u e d e n enr iquecer e n o r m e m e n t e el juego .

Nuestros modelos actuales de la men te son así diversos, y se han beneficiado del rigor conceptual del paradigma C - R , del enorme esfuer-zo empírico y de elaboración teórica de la psicología del procesamiento de la información y de las intuiciones y formalizaciones recientes de los

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 107

conexionistas. La men te es, a la vez, capaz de conocer (y así puede decirse con propiedad que posee «conceptos», «esquemas», etc) y de autoorganizarse para enf rentarse , de forma cada vez más adaptat iva, a un medio cambiante y ruidoso. Ac túa de forma «casi-reglada», pe ro no tan reglada como para ser inflexible. Es función de un organismo, pe ro no puede en tenderse como de te rminada , en sus patrones , por una r ígida adherencia a part icular idades minuciosas de él . Posee, en cierto sentido metafór ico , una sintaxis, pe ro no la sigue siempre a ciegas.

Es la men te tan comple ja y flexible que sólo podemos entender la por medio de perspectivas plurales, cuando la miramos desde todas sus es-quinas. ¿Seremos así capaces de enf ren ta rnos a la inquietante posibilidad p lan teada por Johnson-Laird (1983) de que quizá toda mente sea, a la vez, demasiado simple como para conocerse a sí misma y demas iado compleja como para ser conocida?

:

i .

Capítulo 5 CIENCIAS COGNITIVAS Y TECNOLOGIAS DEL CONOCIMIENTO

5.1. La(s) ciencia(s) cognitiva(s): ¿Singular o plural?

Desde hace dos décadas , viene formulándose, cada vez con mayor insistencia (Colins, 1977; G a r d n e r , 1985; Mandler , 1981; N o r m a n , 1980; Posner,1989; Pylyshyn, 1984; Rumelha r t , 1982;, Varela, 1990) la idea de que existen las premisas necesarias para el desarrollo de una ciencia cognitiva, que incluiría a la Inteligencia Artificial, jun to con la Psicología Cognitiva, y par tes impor tan tes de la Lingüística y la Lógica. Además , y dependiendo de las especialidades y preferencias teóricas de los que formulan la idea, se incluyen a veces otras ciencias y saberes, tales como sectores de las neurociencias y de la epistemología (Varela, 1990), de la antropología cultural y la filosofía de la mente (Gardner , 1985), etc. Hay un libro reciente, edi tado por Michael Posner , Foundations of Cognitive Science (1989), que constituye un intento, relat ivamente exhaustivo, de compendiar conceptos , datos y modelos teóricos con los que ya cuen-ta(n) la(s) nueva(s) ciencia(s).

C o m o quizá resulten molestos para la lectura los paréntesis y eses que se incluyen al final, cada vez que hablamos de ciencia(s) cogniti-v a ^ ) , es conveniente que aclaremos esa ambigua indecisión en t re singu-lar y plural que parecen quere r indicar. ¿Debemos hablar de «ciencia» o de «ciencia(s) cognitiva(s)»? El asunto no está claro, y ha d a d o lugar a un debate no tan in t ranscendente como parece a primera vista. Expli-caré por qué.

La idea de la Ciencia Cognitiva está indisolublemente ligada a la de la formación de una sola categoría (Fm) «mentes/máquinas». Todos los defensores de la tesis de una o varias ciencias cognitivas están explícita-

109

110 Objetos con mente

mente de acuerdo en que la Psicología Cognitiva y la Inteligencia Art i-ficial ocupan puestos centrales en el proyecto. Por ello, la posición de los distintos investigadores, con respecto a la idea de la(s) ciencia(s) cognitiva(s), depende mucho de su posicionamiento con respecto al fun-damento , y el posible carácter literal o metafór ico, de esa nueva catego-ría. Es evidente, después de lo que hemos visto en el capítulo anterior, que la propuesta de la ciencia cognitiva no tiene sentido desde la pers-pectiva de Searle, por e j emp lo , y, por el contrario, es muy necesaria para aquellos que de f ienden una interpretación literal, al nivel de abs-tracción que sea, de la categoría (Fm) q u e incluye a mentes y máquinas como sistemas de cómputo sobre representaciones simbólicas (i.e. para los defensores de lo que hemos l lamado «paradigma C-R») .

Probablemente sea, una vez más, la formulación de Zenon Pylyshyn en Computación y conocimiento (un verdadero libro de «ciencia cogni-tiva») la que expresa de fo rma más clara este enfoque , que implica la defensa de una ciencia sustant iva, au tónoma e integrada: la ciencia cog-nitiva sería singular; no resul tante de .una «unión política» de ciencias distintas que dialogan sobre el conocimiento, sino «un autént ico dominio científico, al igual que la química, la biología, la economía o la geología» (ed. esp. 1988, p. 10). Un dominio def inido por todos los ob je tos capaces de conocer , mentes y o rdenadores . En esta interpretación, la misión de la ciencia cognitiva sería la de establecer los principios comunes a los seres capaces de conocimiento y computación y, muy en el estilo del paradigma C - R , tal ciencia no sería un mero resultado de la inducción de esos principios a partir de los da tos obtenidos por las ciencias parti-culares. Más bien al contrar io , establecería los cimientos de tales ciencias (no sus te jados) .

U n a posición seme jan te es la que mant ienen Newell y Simón en un artículo importante , que t iene un título muy revelador: «Compute r Scien-ce as Empirical Enqui re : Symbols and Search» (1976; vid. reed . en Bo-den, 1990). Las ciencias de la computación serían «empíricas» y «cada nueva máquina que se construye es, en sí misma, un exper imento» (p. 106). La Ciencia Cognitiva sería, así, la que tendría el obje t ivo de for-mular las leyes y principios comunes a todos los sistemas físico-simbóli-cos, entre los que se incluirían las mentes y los sistemas artificiales de cómputo. Luego las «ciencias empíricas particulares», tales como la psi-cología y la I . A . , establecerían las características específicas de los sis-temas naturales y artificiales respect ivamente .

Ga rdne r (1985) ha fo rmulado los que podr íamos llamar (en la tradi-

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 111

ción del estudio de los conceptos) «rasgos definitorios», es decir , rasgos que son necesarios para que una pieza de conocimiento se def ina como verdadera «ciencia cognitiva» de la ciencia cognitiva, y «rasgos caracte-rísticos» de ella, que no son imprescincibles pero sí f recuentes . E n t r e los primeros incluye dos: (1) la ciencia cognitiva postularía un nivel de aná-lisis en que el concepto de «representación» tendría un papel central ; un nivel «totalmente separado del nivel neurológico o biológico, por un lado, y del sociológico o cultural , por el otro» (p. 22), y (2) para la comprensión de la mente , el o rdenador sería «el modelo más viable» (ibíd.)

Los rasgos característicos (que serían «estrategias», más q u e princi-pios fundamenta les de la ciencia cognitiva) serían estos tres: (1) la ten-dencia a no tomar en consideración variables emocionales, histórico-cul-turales, etc, (2) la interdisciplinariedad, y (3) la atención a problemas epistemológicos planteados por la tradición filosófica de Occidente .

Esta caracterización (quizá como cualquier otra que pudiera hacerse) es discutible. Parece claro q u e la ciencia cognitiva t iene que hablar ne-cesar iamente de representaciones y procesos sobre ellas. No lo es tanto que tenga que situarse en un nivel de discurso tota lmente separado del biológico (¿no caben los conexionistas?) y el social (¿ tampoco Vygotski, ni la etnociencia, que revisa el propio Gardner?) . Después de la revisión breve que hemos hecho de algunas ideas conexionistas, será evidente que tampoco está tan claro que los o rdenadores de la «familia von Neumann» sean más viables, como modelos de la mente , que máquinas de trata-miento de la información de estilo Bol tzmann, por e jemplo . Po r otra parte , los rasgos característicos sí lo son y quizá definan más, actualmen-te, a la ciencia cognitiva que los considerados definitorios.

Creo que puede hacerse una definición breve de la ciencia cognitiva no tan compromet ida con el paradigma C-R como la de Ga rdne r : es la ciencia general de los sistemas capaces de realizar cómputos en función de representaciones. Establece un nivel de discurso que se ref iere a las formas dé éstas y aquéllos, y no a su implementación física. Se sitúa en un plano esencialmente funcional. T iene una clara vocación formaliza-dora , un interés epistemológico y un carácter fue r t emen te interdisciplinar.

Para los psicólogos si tuados en el marco de los modelos de procesa-miento de la información, la categoría (Fm) «mentes/máquinas» suele tener (ya lo hemos comentado) una naturaleza metafórica, más que li-teral. En este enfoque , la ciencia cognitiva toma un carácter más plural: constituye un ámbito de encuent ro y diálogo de ciencias particulares que

112 Objetos con mente

se intercambian conceptos y datos q u e pueden tener un valor heurístico. Los psicólogos ob tenemos observaciones , y fo rmulamos teorías que son útiles para los investigadores en Inteligencia Artificial, en tanto que éstos traten de desarrollar sistemas con propiedades o venta jas del sistema cognitivo humano. A su vez, los propios psicólogos pueden y deben incorporar modelos de la I . A . , y de ot ras disciplinas como la lingüística teórica y la lógica formal .

Desde esta perspectiva, la ciencia cognitiva t iende a considerarse una posibilidad más le jana, y más diversa, en su configuración, que cuando se concibe desde el supuesto C - R , según el cual la categoría (Fm) «men-tes-máquinas» admite una in terpre tac ión literal. Con arreglo a la cauta tradición empirista que aún pesa tan to en psicología, muchos teóricos del procesamiento de la información pref ie ren concebir la ciencia cogni-tiva como un resultado, o una consecuencia, más o menos deseable, de la inducción de principios comunes definidos por psicólogos, lógicos, lingüistas e investigadores de la Intel igencia Artificial y las neurociencias. Desde esta perspectiva, contamos , p o r ahora , con ciencias cognitivas. No, quizá, con los e lementos suficientes para hablar de una ciencia cog-nitiva unitaria e integrada.

Los dos axiomas principales de los q u e par te el proyecto de la Ciencia Cognitiva son, como ya hemos c o m e n t a d o , los siguientes: (1) Las mentes y ciertas máquinas pueden incluirse —literal o me ta fó r i camente— en una sola categoría de seres capaces de conocimiento , y (2) el conocimiento que poseen mentes y máquinas p u e d e explicarse en té rminos esencial-mente formales y funcionales sin t ene r que basar la explicación, necesa-r iamente, en la organización material del sustrato biológico, o mecánico, capaz de conocer. Esta segunda suposición o torga al proyecto de una ciencia cognitiva integrada un carácter marcadamen te logicista (vid. De Vega, 1981). El lema de que «conocer equivale a formalizar», aunque no se formule explíci tamente, es a sumido por los defensores más entu-siastas de la Ciencia Cognit iva en s ingular . Y ese lema lleva, natural-mente , a partir de las formalizaciones (lógicas, lingüísticas y de la teoría de la computación) prev iamente const ruidas para comprende r el funcio-namiento de la mente .

C o m o señala De Vega (1981), el me tapos tu lado logicista que domina , en una primera fase, la investigación cognitiva en psicología establece, implícitamente, que «las representac iones y/o procesos menta les son iso-morfos respecto al sistema de reglas formales lógico o matemát ico (vg. lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de primer or-

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 113

den)» (p. 347). Es te metapos tu lado ha jugado un papel impor tante en las primeras formulaciones de modelos cognitivos: en los estudios sobre razonamiento silogístico, las investigaciones clásicas sobre formación de conceptos, las teorías proposicionales de la comprensión y la memor ia , las concepciones pr imeras sobre la influencia de reglas sintácticas en la comprensión, los modelos sobre predicción, etc.

Sin embargo, a medida q u e los estudios empíricos sobre el funciona-miento mental en tareas de razonamiento , comprensión, predicción, so-lución de problemas y memor ia , han puesto de manifiesto las desviacio-nes de los procesos y representaciones reales, que emplean los sujetos, con respecto a los modelos normativos de t ipo lógico, matemático o lingüístico, se ha producido un proceso de inversión de la dirección de influencia: actualmente se pide a los lógicos, matemáticos y teóricos de la I .A (a los «formalizadores») que desarrollen formalizaciones capaces de simular las conductas reales de los sujetos cuando piensan, compren-den y recuerdan (Riviére , 1987). La formalización de «guiones», lógicas y conjuntos borrosos, estructuras lingüísticas con fuer tes implicaciones semánticas o pragmáticas, etc. , son buenos ejemplos de ellos.

Marvin Minsky, en La sociedad de la mente (1986), un libro lúcido y p rofundo que int roduce, de forma muy clara, a conceptos fundamen-tales de la ciencia cognitiva, explica que el supuesto primero (mecani-cismo) de esta ciencia no tiene por qué llevar al segundo (logicismo):

Ser capaces de explicar en términos lógicos cómo funcionan las partes de una máquina —dice— no nos permite, automáticamente, explicar sus actividades pos-teriores en términos simples y lógicos. Edgar Allan Poe sostuvo una vez que cierta «máquina» de jugar al ajedrez debía ser un fraude porque no ganaba siempre. Si verdaderamente fuera una máquina, afirmaba, debería ser perfecta-mente lógica, ¡y por lo tanto nunca podría cometer errores! ¿Cuál es la falacia aquí? Simplemente, que nada nos impide emplear un lenguaje lógico para descri-bir un razonamiento ilógico (p. 192).

La relación en t re lógica y psicología, en el ámbito de la ciencia cog-nitiva, ha e m p u j a d o a los lógicos a enfrentarse a la tarea que propone Minsky: emplear un lenguaje lógico para describir un razonamiento ilógi-co.

Así, la psicología empírica del conocimiento ha contribuido a am-pliar, de forma decisiva, el marco de definición de las ciencias formales que forman parte de la ciencia cognitiva. Por e jemplo , la lógica se ha entendido tradicionalmente como 1a ciencia de las inferencias formalmen-

114 Objetos con mente

te válidas (Deaño , 1980), pero , en un sentido más general , los lógicos pueden jugar un papel decisivo en la formalización de inferencias que llevan a cabo sistemas naturales o artificiales de procesamiento , con in-dependencia de la validez formal de tales inferencias.

El proyecto de una ciencia cognitiva integrada, o de una «epistemo-logía científica» se ha fo rmulado desde perspectivas re la t ivamente aleja-das del paradigma C - R , pero que part ían del axioma logicista y de la vocación formal izadora q u e caracteriza a ese paradigma. E s t e es el caso de Piaget (1970). En su en foque , la lógica establecería una axiomática de la razón, cuya ciencia exper imenta l sería la psicología de la inteligen-cia. La respuesta a cuest iones epistemológicas tradicionales adquiriría un carácter científico al si tuarse en t re esas dos f ronteras , la de la lógica y la de la psicología de la inteligencia, def iniendo, po r procedimientos empíricos y formalización estructural , la psicogénesis de las estructuras de conocimiento. A d e m á s , otros saberes rigurosos —la historia de la ciencia, la sociología del conocimiento , e tc— se integrarían en ese pro-yecto común de una ciencia integrada del conocimiento que daría res-puestas a viejas preocupaciones epistemológicas. C o m o es sabido, Piaget no se limitó a formular teór icamente la posibilidad de esa epistemología científica, sino que, du ran t e muchos años, se p reocupó de darle una cober tura organizativa a través de las reuniones interdisciplinares en el Cen t ro de Epistemología Genét ica de Ginebra .

Tan to en la perspectiva piagetiana, como en la de los teóricos del paradigma C - R , la psicología del conocimiento cumple una función cen-tral e insustituible en la ciencia del conocimiento o la epistemología cien-tífica. Ese lugar le cor responde en tanto que es la ciencia empírica de los sistemas que son, por an tonomasia , capaces de conocer : las mentes . T r a b a j a sobre los únicos ob je tos de cuya capacidad de conocimiento no existen dudas: los organismos.

Siguiendo la distinción, t razada en otro momen to , en t r e el compo-nente sintáctico y el semánt ico de las teorías científicas, p o d e m o s decir que la psicología cognitiva es esencial para la definición de la base se-mántica de la ciencia cognitiva globalmente considerada. Su función es decisiva para establecer la base observacional de cualquier intento de conocer ese ob je to tan comple jo y elusivo que es el propio conocimiento.

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 115

5.2. Un enfoque nuevo de viejos problemas epistemológicos. Psicología cognitiva y tecnologías del conocimiento

El in tento de explicar el conocimiento no es nuevo. Ha sido una obsesión tenaz en los últimos dos mil quinientos años, y seguramente se remonta a los orígenes del h o m b r e como especie. Sin embargo , la psi-cología cognitiva en part icular, y la ciencia cognitiva más en general no son simples prolongaciones de las viejas preocupaciones epistemológicas que ya manifes taron los griegos de los siglos VI y V a C. Implican un en foque fundamen ta lmen te nuevo, q u e sólo ha sido posible a par t i r de la ruptura con la distinción en t r e mentes y máquinas en que se basó el nacimiento de la ciencia desde Kepler , Copérnico, Galileo y Newton .

En un librito reciente sobre las tendencias y perspectivas de las cien-cias cognitivas, t i tulado Conocer, Francisco Varela (1990) da una expli-cación muy sintética y elegante del que es, sin duda, el núcleo esencial de novedad de estas ciencias. Las ideas científicas acerca de la natura-leza, dice Varela , forman par te de una cierta constelación cognitiva o «estructura imaginaria» que p roduce cada época a partir de sus prácticas sociales y culturales y de su lenguaje: «los historiadores y filósofos mo-dernos , desde Alexander Koiré , han demost rado que la imaginación cien-tífica suf re mutaciones radicales de una época a otra , y que la ciencia se parece más a una epopeya novelística q u e a un progreso lineal. La his-toria humana de la naturaleza es una narración que merece ser contada de más de un modo» (ibíd., p. 12).

Esas concepciones de la naturaleza —así como las propias prácticas sociales y desarrol los técnicos, deber íamos añadir— se corresponden con las ideas sobre el sí mismo, sobre la mente , que las distintas épocas producen , de tal manera que «ref le jándose mutuamente , el sí mismo y la naturaleza se desplazan en el t iempo como una pare ja de bailarines» ( ib ídem). Pues bien: las ciencias cognitivas representan un cambio im-por tan te en esa historia paralela de mente y naturaleza, una alteración esencial en ese baile. Lo que ha sucedido es que , por primera vez en la historia, el en f ren tamien to al problema del conocimiento ha podido li-garse al desarrollo de una tecnología que está t ransformando, a la vez, las prácticas sociales y los conceptos de la mente: la tecnología del co-nocimiento cuyo aspecto más visible —y más influyente en psicología— es la Inteligencia Artificial.

Varela advierte , con toda razón, que «no podemos separar las cien-cias cognitivas de la tecnología cognitiva sin despojar a una u otra de un

116 Objetos con mente

vital e lemento complementar io» . La tecnología cognitiva p ropone a la mente una nueva imagen de sí misma. Al mismo t iempo, espolea su pretensión de conocerse y def ine algunos de los parámet ros a q u e debe-ría a tenerse ese conocimiento. La imagen es la que corresponde a un mecanismo de cómputo que t ransforma representaciones, y que discurre por deba jo de esas otras imágenes aparen tes q u e se o f r ecen a la visión de la conciencia. Esa imagen está indisolublemente ligada a la impresión, realista o ilusoria, que el h o m b r e t iene, en la segunda mitad de nuestro siglo, de q u e está p roduc iendo con sus técnicas rasgos y atr ibutos q u e se han predicado s iempre , de fo rma intuitiva, de lo que nosotros hemos l lamado «categoría natural Fm».

C o m o veremos en el capítulo próximo, un rasgo esencial de los ob-jetos a los que se atr ibuyen funciones Fm es el hecho de que , como decía Descartes en un pá r ra fo ci tado an te r io rmente , tales objetos obran por conocimiento y no , de m a n e r a re f le ja , por la «simple disposición de sus órganos». Su forma de compor tarse depende , en otras palabras, de su capacidad de «contener» el medio en forma de representaciones internas, y de t ransformar tales representac iones haciéndose capaces de anticipar-se a modificaciones previsibles en el medio. En el hombre , estas capa-cidades llegan a su máxima expresión cuando se hace capaz de «com-prender lo real como un subcon jun to de lo posible», como señala Piaget . Hasta la segunda mitad de nues t ro siglo parecía que sólo los organismos poseían esa capacidad de guiar su conducta por representaciones internas —esa competencia , dicho de otro m o d o , de tener una mente intencio-nal—. El desafío de Tur ing no es más que un indicio de que esa situación ha cambiado fundamen ta lmen te en los últimos cincuenta años.

De este m o d o , la revolución cognitiva (que no sólo afecta a la psi-cología, sino a todas las ciencias que fo rman par te del círculo de ciencias cognitivas al que nos refer íamos en el apar tado anter ior) puede conside-rarse, desde una cierta perspect iva, como la segunda gran revolución mecanicista de la historia de la ciencia. La pr imera f u e la q u e se p rodu jo en los siglos XVI y XVII e implicó, gracias a la obra de los físicos del Renacimiento y el Barroco, la reducción mecanicista del mundo le jano e inaccesible del macrocosmos. La segunda , en los úl t imos años, ha su-puesto la reducción mecanicista de un m u n d o más cercano e ínt imo, pero no más accesible: el m u n d o de lo mental .

Una condición impor tan te para q u e se p rodu je r a esta segunda revo-lución mecanicista fue la t ransformación y ampliación del concepto mis-mo de «máquina». La concepción determinis ta , causalista, y basada en

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 117

el supuesto de reversibilidad de la mecánica clásica, no es válida para explicar los f enómenos termodinámicos ni el funcionamiento de las má-quinas térmicas. Estos f enómenos y máquinas , regidos por un principio de crecimiento de entropía que establece una «flecha» irreversible en el t iempo, se def inen por una descripción que ya no consiste — c o m o en la cinemática clásica— en una definición de los movimientos y es tados de equilibrio de masas rígidas, sino en la definición de magnitudes macros-cópicas que dependen del s is tema en su totalidad (Aracil, 1986). El paso de las «máquinas mecánicas» a las «máquinas termodinámicas» f u e el pr imero que permit ió una ampliación decisiva de la mecánica, sobre todo gracias a la obra de Bol tzmann (1986).

El segundo m o m e n t o impor tan te de esta t ransformación es el defini-do por la creación de máquinas que exigen un componente de informa-ción para funcionar . Las pr imeras fue ron , precisamente, máquinas ter-modinámicas. U n o de los e j emplos más característicos es el del regulador centr í fugo de Wat t , que permi te a jus tar la velocidad desarrol lada por una máquina de vapor a su carga, mediante un sistema de realimentación negativa (al aumen ta r la velocidad, unas pesas se separan de su e je y este movimiento cierra un anillo en el sistema de inyección de vapor a una caldera) . Estas máquinas , capaces de autorregulación en función de una real imentación negativa, se hacen cada vez más complejas en la medida en que — c o m o en el caso de los cañones antiaéreos automat i -zados— se construyen de m a n e r a que puedan anticipar, mediante cálcu-los de carácter estadístico, valores predichos de la variable a que tienen q u e «adaptarse», y de corregir de fo rma gradual desviaciones cada vez menores con relación a esa variable.

La posibilidad de incorporar mecanismos de procesamiento de la información en las máquinas —dice Aracil— permite obtener de ellas formas de comportamiento que ponen de manifiesto enormes dosis de habilidad e ingeniosidad, y que están claramente separadas de los comportamientos de tipo mecanicista, de carácter esencialmente repetitivo, de los juguetes mecánicos y de los relojes. La intro-ducción de la información en la concepción de las máquinas conlleva la incorpo-ración en su estructura de mecanismos de realimentación, que están en los orí-genes de la cibernética. Gracias a estos mecanismos las máquinas muestran for-mas de comportamiento en las que ponen de manifiesto aspectos adaptativos y aparentemente teleológicos, sensiblemente diferentes a los mecanicistas (1986, p. 67).

Así, del mismo m o d o que un ordenador de tipo von Neumann , que

118 Objetos con mente

incorpora una especificación de la máquina de Turing, pasa con éxito el «test objet ivo» de pensamien to del p ropio Tur ing , e l cañón ant iaéreo que se anticipa de l icadamente a la trayectoria predicha de su blanco simula la fina regulación y el carácter anticipatorio de las conductas pro-positivas a las que solemos atr ibuir un origen mental . El pr imero que vio las posibilidades de una síntesis en t re mecanismos orgánicos —desde la homeostasis del azúcar a los procesos menta les— y sistemas artificiales autorregulados por real imentación negativa fue el creador de la ciberné-tica, Norber t Wiener , que intentó dar al concepto de propósito un ca-rácter científico, despo jándo lo de adherencias teleológicas superficiales. Wiener también veía una similitud funcional —definida en la estructura de los bucles de real imentación— en t re las conductas propositivas com-plejas, que queremos estudiar los psicólogos cognitivos, y las que mues-tran los sistemas mecánicos que corrigen su compor tamien to en función de una información o , c o m o diría Descar tes , «obrando por conocimien-to».

Los pr imeros psicólogos cognitivos adoptaron las intuiciones ciberné-ticas para formular conceptos con los-que dar cuenta de las funciones mentales más complejas , e incluso de las conductas más simples. Así, Miller, Ga lan te r y Pr ibram (1960) p roponen una nueva unidad de aná-lisis de la conducta , el T O T E (Test -Opera tor-Test -Exi t ) , que no es más que un bucle de real imentación negativa. Estas unidades T O T E se en-cajar ían unas en otras , y configurarían las estructuras subyacentes a una amplísima gama de conductas que irían desde reflejos simples a las ac-tividades planificadas y proposit ivas más e laboradas .

El funcionamiento de sistemas muy complejos , como los ordenadores de tipo von N e u m a n n , en tareas de solución de problemas , puede en-tenderse también como guiado f r ecuen temen te por estrategias de reali-mentación, que son unidades T O T E s con un alto grado de elaboración, encaminadas a reducir progres ivamente la discrepancia entre un estado inicial (el marco def inido s imból icamente por el «espacio de problema» pr imero) y uno final (de solución). H a n sido Newell y Simón (1972, 1976) los investigadores que han def in ido , de forma más precisa, ese principio estratégico fundamenta l , que sería común a mentes y máquinas cibernéticas guiadas por representaciones simbólicas, tales como algunos programas de o rdenador . Para Newell y Simón (1976), la «Hipótesis de búsqueda heurística», que def ine de manera global la estrategia autorre-guladora de los mecanismos de solución de prob lemas , es la segunda ley de estructura cualitativa de la mente ( recordemos que la primera era la

Ciencias cognitivas y tecnologías de! conocimiento 119

que establecía q u e los sistemas físico-simbólicos son la condición nece-saria y suficiente de la inteligencia).

Esa ley de estructura cualitativa (que, repitámoslo, no es más que una elaboración sofisticada del mecanismo cibernético de autocorrección por realimentación negativa) establece lo siguiente:

Hipótesis de la búsqueda heurística . Las soluciones a los problemas se represen-tan como estructuras simbólicas. Un sistema físico-simbólico ejerce su inteligen-cia en la solución de problemas por búsqueda— es decir, generando y modifi-cando progresivamente estructuras de símbolos hasta producir la estructura de solución (1990, p. 119).

A diferencia de los mecanismos cibernéticos simples, como los de los termostatos o los de la homeostasis de la glucosa, que no son universales y t ienen una función limitada de adaptación a un solo pa rámet ro o un con jun to muy limitado de ellos, los sistemas mentales o artificiales de solución de problemas se e n f r e n t a n , con frecuencia, a medios en que la información potencia lmente relevante proviene de fuentes muy diversas y crece de forma exponencial , y deben enfrentarse a esos medios con recursos limitados. En esas situaciones, el cumplimiento de sus propósi-tos, de anulación de la discrepancia entre condiciones iniciales y finales, exige una refinada elaboración de mecanismos de reducción de los es-pacios y los algoritmos de búsqueda .

Un buen e jemplo es el de los programas de a jedrez . Su estado inicial está c laramente definido por la igualdad de fuerzas en el tablero entre el programa y su oponen te humano . Todo el programa puede concebirse como un enorme y e laboradís imo sistema T O T E , que trata de pasar de ese estado inicial de igualdad de fuerzas a o t ro final, definido po r un j aque mate al rey contrar io. En cada movimiento, el programa se servirá de subsistemas T O T E para alcanzar propósitos parciales de acrecentar venta jas posicionales propias, disminuir recursos a jenos , etc. Pero tales subsistemas no se enf ren tan ahora a una tarea tan simple y definida por un con jun to muy limitado de valores de dirección y distancia como en el e j emplo de Miller, Ga lan te r y Pr ibram del sistema T O T E para clavar un clavo en la pared. Por el contrar io , se enfrentan a árboles de bús-queda que pueden tener más de un millón de ramas. En estas ramas —o en algunas de ellas— el propósi to de la búsqueda no es generar solucio-nes sino evaluarlas, como en los mecanismos T O T E .

La mente que se enf ren ta al programa se encuentra ante la misma situación. También puede en tenderse su funcionamiento, a grandes ras-

120 Objetos con mente

gos, por el juego de estructuras T O T E , que antes de mover evalúan consecuencias de jugadas posibles. Sabemos, por investigaciones empíri-cas, que la estrategia que emplean los buenos jugadores consiste en bus-car , de forma muy selectiva y re la t ivamente p rofunda en unos pocos nodos de los posibles. Los grandes maest ros no suelen explorar árboles de más de un centenar de ramas. Se concentran en un subconjun to muy limitado del fo rmado por los miles de ramas posibles, y analizan con cierta p rofundidad ese subcon jun to . C o m o señalan Newell y Simón (en el artículo de 1976, recogido en B o d e n , 1990), «esto sólo es posible, sin deter iorar las evaluaciones, in t roduciendo mecanismos de selección en e l propio generador , de forma q u e sea capaz de generar sólo aquellas ramas que muy probab lemente br indarán información relevante acerca de la posición» (p. 124). Esos mecanismos pueden implicar el empleo no-local de la información (como en e l p rograma H E A R S A Y de reco-nocimiento del habla) , el uso de un conocimiento semántico rico sobre el campo de interés (por e j emplo , los grandes maestros de a jedrez al-macenan una amplia gama de posiciones y «patrones» generales que admiten soluciones semejan tes ) o la selección de representaciones apro-piadas (Newell y S imón, 1976; Riviére, 1986), etc.

Las máquinas que con jugan una poderosa capacidad de t ratar cono-cimiento, s imbólicamente represen tado , con la competencia de autorre-gulación propia de los sistemas cibernéticos, producen una clara y defi-nida impresión intuitiva de poseer a t r ibutos mentales y desdibujan la distinción mentes (Fm) /máquinas ( -Fm) .

Creo que un e j emp lo q u e registra una experiencia muy común, puede servir para ilustrar la fue rza y el sen t ido de la atribución de rasgos Fm a ese tipo de máquinas . El e j emplo se refiere al mismo campo que nos ha servido para mostrar la importancia de las estrategias de búsqueda en los sistemas que se autor regulan por estructuras complejas de cono-cimiento: el a jedrez .

Basta con cambiar el p rograma de la máquina con la que se escriben estas páginas, para poder librar con ella encarnizadas batallas de a jedrez . En principio, podr íamos pensar en tres estrategias diferentes para jugar: basarse en la constitución física de la máquina (en el hardware), basarse en su software (en un conocimiento de su programa de a jedrez tal que nos permitiera saber , por e j emplo , que almacena un cierto conocimiento «semántico» de aper turas , o que selecciona ramas de análisis en función de la respuesta a preguntas def inidas como: «¿Está en riesgo alguna pieza importante?», «¿Puede ser a tacado el rey en la próxima?»), o fi-

Ciencias cognitivas y tecnologías de! conocimiento 121

nalmente basarse en estrategias, propósitos, conocimientos y una cierta racionalidad a la máquina . En pocas palabras: las tres estrategias posi-bles serían: (a) la del ha rdware , (2) la del software y (3) la de lo que los filósofos han l lamado actitudes proposicionales (tales como los de-seos, creencias y propósitos) . Nues t ro e jemplo puede servir para poner de manif iesto tres consideraciones importantes:

(1) La diferencia en t re el lenguaje máquina (más d i rec tamente rela-cionado con el hardware) , el lenguaje de programación y el lenguaje de las actitudes proposicionales se produce , en pr imer término, en una di-mensión de molecular ismo-molarismo. Cada expresión del lenguaje de programación es in terpretable en términos de numerosas expresiones del lenguaje máquina . A su vez, cada expresión del lenguaje de las acti tudes proposicionales puede t raducirse a un con jun to amplio de expresiones del lenguaje de programación. Así, hay un orden «L.M-L.P-A.P» que va de lo más molecular a lo más molar.

(2) Sólo en los niveles de lenguaje de programación y actitudes pro-posicionales aparecen expresiones simbólicas, en el sentido de «semán-ticamente t ransparentes». Cuando se realiza el programa de a jedrez , el lenguaje máquina representa, en cierto modo, jugadas, posiciones, etc, pe ro lo hace de fo rma semánticamente opaca.

.(3) El lenguaje de las act i tudes proposicionales es el único que re-sulta realmente útil para vencer en la part ida de a jedrez a la máquina y «comprender», en un t iempo aceptable y sin excesiva carga de procesa-miento, lo que ésta hace. En suma , el lenguaje intencionalista, compues-to de verbos de creencia y deseo, de la psicología cotidiana (Denne t t , 1978; López Cerezo, 1989), es el lenguaje con el que nos enf ren tamos a la máquina .

Es te último lengua je es el que efect ivamente usa el jugador de aje-drez cuando juega contra el programa de ajedrez. Sin darse mucha cuen-ta de ello, la atr ibuye conocimientos, propósitos y metas, intenciones y deseos. Se ve a sí mismo diciéndose cosas como estas: «¡Ajá! . . . Io que quiere ahora es encer ra rme la reina con el caballo y el alfil», o «voy a hacer que crea que ataco el peón de rey, para abrir camino al a t aque al enroque», etc. Hay personas q u e se indignan con los programas y les atribuyen t rampas y malas intenciones. Es verdad que estas atribuciones no son tan consistentes como las que se hacen con las personas y, sobre todo cuando se p ie rde , suelen deshacerse rápidamente («¡Bah!. . .a l fin y al cabo es una máquina , ¿a mí que más me da?»). Pero, en los momentos más calientes de la par t ida , el jugador se sorprende a sí mismo t ra tando

,122 Objetos con mente

a la máquina como a un sistema intencional , y poniendo toda su «hon-rilla» en el empeño intencional de vencer a ese otro sistema intencional, cuya engañosa «voluntad de victoria» se opone intel igentemente a la suya.

Es te e jemplo es útil p o r q u e permi te en tender cómo las actitudes pro-posicionales, que def inen el vocabulario mentalista de la psicología coti-diana, .pueden en tenderse como: (a) ar tefactos conceptuales prácticos, que sirven para comprende r y predecir la conducta de sistemas autorre-gulados complejos «que obran por conocimiento» y (b) que hacen refe-rencia a propiedades molares y emergentes del funcionamiento de tales sistemas (propiedades globales a las que l lamamos propósi tos , creencias, pensamientos , etc). El l engua je de las acti tudes preposicionales, por otra parte , no sólo resulta útil para la comprensión y predicción de la con-ducta de ciertos organismos comple jos , sino también — c o m o pone de manifiesto el e jemplo an te r io r— de ciertos sistemas artificiales de pro-cesamiento de la información.

En comparación con la mente , estos sistemas t ienen además una gran venta ja pa ra el psicólogo: las máquinas son sistemas cuya estructura y funcionamiento se conoce de forma comple ta , desde el m o m e n t o en que son productos del ingenio humano . Sus pasos en el t ra tamiento del co-nocimiento, sus estrategias de búsqueda y solución de problemas, sus algoritmos en una pa labra , están pe r fec tamente definidos. Si podemos conocer tan bien la organización interna, las estructuras simbólicas, y los procesos de t ransformación de conocimiento que se producen en esos sistemas mecánicos que aparen tan intencionalidad e inteligencia, ¿no po-dremos comprender igual de bien un sistema, como la mente , que es «realmente» intencional e inteligente?

Esta cuestión renovó, al comenzar la segunda mitad de nuestro siglo, el interés por conocer la mente , y, como comentábamos antes, estableció criterios nuevos de precisión algorítmica y rigor conceptual para ese cono-cimiento.

La irrupción de la tecnología del conocimiento, con sus nuevas me-táforas o sus nuevos conceptos literales —en la interpretación C - R — sobre lo mental , tuvo lugar en un m o m e n t o en q u e el interés de la mente por alcanzar un conocimiento científico de sí misma había decaído visi-blemente en psicología. El predominio conductista fue una manifestación de ese decaimiento. Los conceptos tradicionales sobre la mente no ha-bían sido fáciles de enca ja r en esquemas explicativos científicos que fue-ran más allá de las asociaciones simples del empir ismo clásico (criticadas ya por James , 1890, y por el propio Wundt ) o de las categorías pura-

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 123

mente descriptivas de los psicólogos de la fo rma (Kohler , ed. 1972). La metodología clásica de conocimiento de la mente , la introspección, esta-ba agotada después de las polémicas sobre el pensamiento sin imágenes en t re Wund t y los psicólogos de Wurzburgo (Humphrey , 1973). En estas condiciones, la renuncia conductista al estudio de lo mental era bastante semejan te al gesto dolido y despreciat ivo con el que el niño dice que «ya no quiere» el ob je to que se le niega.

Esta fue la situación histórica en que aparecieron sistemas autorre-gulados y guiados por representaciones simbólicas que , al t iempo que presentaban inquietantes semejanzas con los sistemas mentales , admitían una descripción completa y un conocimiento exhaustivo por ser produc-tos tecnológicos de la propia mente humana . Esos sistemas se acompa-ñaron de una densa red de reflexiones sobre lenguajes formales y teoría de la computación, y de conceptos tales como sistema, real imentación, máquina de Turing, sistemas de producciones, procedimientos efectivos y cálculo preposicional , que ofrecían nuevas perspectivas para un cono-cimiento riguroso de la mente , Así , en la segunda mitad de nuestro siglo, los psicólogos encontraron nuevas herramientas conceptuales y nuevas razones para enf ren ta rse a su vieja pretensión de conocer la men te .

Es en este sentido en el que decía, en otra ocasión, que «la Psicología Cognitiva es, en real idad, una de las manifestaciones más claras y genui-nas del Zeitgeist científico, la organización tecnológica y ciertos intereses productivos dominantes en las sociedades tecnológicamente más avanza-das de la segunda mitad de nues t ro siglo. Es expresión / . . . / de una com-pulsión hacia la información, la computación y la representación que t iene un significado mucho más p ro fundo e influyente que el de un cam-bio de paradigmas en una ciencia particular» (Rivière, 1987, p. 16). Va-rela expresa esta misma idea de otra fo rma: «por pr imera vez — d i c e -la sociedad occidental en su con jun to comienza a enf rentar en sus prác-ticas preguntas como: "¿Es la mente una manipulación de símbolos? ¿Puede una máquina comprende r el lenguaje?" Se trata de preocupacio-nes que afectan a la vida de la gente y no se limitan a ser teóricas. . .mien-tras durante milenios las gentes tuvieron una comprensión espontánea de sí mismas, según la cultura de su época, por primera vez esta visión popular de la mente ent ra en contacto con la ciencia y es t ransformada por ella» (1990, p. 14).

La segunda revolución mecanicista, que ha implicado la disolución parcial de la cuidadosa reducción de las mentes a los organismos lograda en una dura oposición a las tendencias animistas del pensamiento , ha

124 Objetos con mente

significado una irrupción poderosa de lo que Imre Lakatos (1974) deno-mina «historia externa» en el transcurrir algo marginal de una ciencia joven como la psicología. La historia externa no admite sólo una recons-trucción racional en té rminos de la lógica «endógena» de desarrollo de la propia psicología. H a c e intervenir en ese desarrol lo, de forma decisi-va, valores y necesidades sociales, influencias culturales, fuerzas econó-micas. También factores escasamente racionales, como los relacionados con la imagen y consideración social que se t iene de una ciencia, la organización académica y de investigación que la sustenta, los mecanis-mos que determinan la selección de las personas que se dedican a ella y la distribución económica de los recursos de investigación.

Cualquier in tento de explicar el origen y desarrollo de la Psicología Cognitiva en términos exclusivamente internos, y dependien tes de la ra-cionalidad intrínseca de la evolución de los conceptos sobre la mente , resulta insuficiente. La o t ra cara de la historia, a la que nos hemos refer ido en las páginas anter iores , también tiene que ser reconstruida. El significado de la revolución cognitiva en psicología no se limita al de una revuelta interna y es t r ic tamente racional en el p e q u e ñ o ámbito de las especulaciones académicas. La Psicología constituye una pieza esen-cial para el desarrollo de la ciencia cognitiva, y ésta a su vez proporciona un fundamen to necesario para la tecnología del conocimiento. Se ha dicho que las ciencias del conocimiento forman par te medular de la ter-cera gran revolución en la comprensión conceptual del mundo: la que añade un componen te de información —o incluso de conocimiento— a una realidad que antes sólo era en tendida bien en términos exclusiva-mente mecánicos o por medio de categorías relacionadas con el concepto de energía. Esto ya lo intuía con claridad Norber t Wiener (1960) cuando relacionaba el concepto de información con el de en t ropía , una relación que sigue siendo fecunda para el desarrollo de la reflexión sobre el mun-do físico (Prigogine, 1986). Por su penetración e impacto en el tejido social, no es exagerada la af i rmación de Varela (1990) de que el conjunto compues to por las ciencias y las tecnologías del conocimiento ha dado lugar a la revolución conceptual y tecnológica más impor tan te de nuestro siglo después de la física atómica.

Estos hechos históricos admi ten , como hemos visto, valoraciones muy diversas. Para algunos (Dreyfus , 1979; Searle, 1985, Flores y Winograd, 1989), la creciente presión de la historia externa y la implicación de la psicología en el desafío fo rmulado por Tur ing, pueden ser negativos a largo plazo: dar lugar a un proceso de pérdida de dirección y sentido.

Ciencias cognitivas y tecnologías del conocimiento 125

Lo mental se escaparía por las rendijas explicativas de la metá fo ra de las máquinas. Para otros —los defensores del paradigma C - R — el con-cepto de cómputo es el único camino para desarrollar una ciencia de la mente objetiva y respetuosa con la complej idad de lo mental . La psico-logía, en esta perspectiva, debe incorporarse sin indecisiones, al proyecto integrado de una sola ciencia cognitiva.

Hay un terrible poema de Alain Bosquet , titulado «Todo ob je to se vuelve maestro de aquel que lo inventa», que ref leja , de forma muy expresiva, la tensión entre esas dos concepciones de la relación entre mentes y máquinas:

Todo objeto se vuelve maestro de aquel que lo inventa, y el robot construido por el hombre en el universo de lo improbable precede al hombre /.../ El robot piensa lo que el hombre no es capaz de pensar: es duro, es justo, perfeccionará a su inventor, dándole aletas, alas, algunos vientres de recambio, un doble corazón, un cerebro menos nervioso. El robot destruye al hombre: ya no tiene edad de arreglar sus viejos juguetes.

Las tecnologías del conocimiento no sólo suscitan, de hecho, imáge-nes sociales positivas sino también valoraciones negativas bañadas de miedo a lo desconocido y a un poder que puede irse de las manos . En la comunidad de los psicólogos también existe una gran diversidad de acti tudes confesadas o inconfesas hacia el mecanicismo abstracto q u e ha servido de base a la construcción de la psicología cognitiva. Pe ro , con independencia de las actitudes y valoraciones, el hecho histórico verifi-cable es que , sin la influencia de la tecnología del conocimiento, no puede comprenderse el desarrolló de la psicología cognitiva. En un es-tudio sobre las metáforas de lo mental en los últimos noventa años de historia de la psicología, Gen tne r y Grudin (1985) (ver también Leary , 1990), a partir de un análisis de las metáforas aparecidas en artículos de Psychological Review, han demos t rado que las metáforas empleadas por los psicólogos han cambiado radicalmente en un siglo de desarrollo de

126 Objetos con mente

la psicología y que , desde los años sesenta, el empleo de me tá fo ras re-lacionadas con sistemas de cómpu to es absolu tamente p redominan te .

A u n q u e , como dicen G e n t n e r y Grud in (1985), el empleo de estas metáforas no garant ice el rigor conceptual de los análisis ni el interés genuino de los modelos teóricos, y sirva algunas veces para revestir la vaguedad con el l engua je de la precisión, lo cierto es que expresan el hecho histórico p r o f u n d o señalado por Bosquet : «Todo ob je to se vuelve maestro de aquel que lo inventa». A partir de la desaf iante inclusión en una misma categoría de «informávoros» de todas las mentes y algunas máquinas , e l o rdenado r ha sido rea lmente maest ro de nuestras concep-ciones de la mente .

Sección tercera: LAS FUNCIONES MENTALES

I

Capítulo 6 PSICOLOGIA NATURAL Y ENFOQUES COGNITIVOS DE LAS FUNCIONES MENTALES

6.1. Conocimiento y comprensión natural de la mente

El análisis de los objetos a los que se atribuyen funciones mentales nos ha permit ido desvelar aspectos importantes de los f u n d a m e n t o s de la psicología cognitiva, a partir de la provocativa propuesta de Turing (1950) de considerar las consecuencias conceptuales de incluir au tómatas con capacidades universales de cómputo en la categoría (Fm). Al exa-minar el significado de esa propues ta , y las diferentes respuestas que se han dado a ella, se ponían de manifiesto las importantes influencias de la historia externa en la configuración de la psicología cognitiva en par-ticular, y de la ciencia cognitiva como un todo.

Sin embargo , en ese análisis de los fundamentos de nuestra ciencia, la reflexión sobre la definición extensiva de la categoría (Fm) —es decir, sobre los obje tos a los que se atribuyen funciones mentales— no resulta suficiente: debe acompañarse de un examen del aspecto intensivo de la categoría, de la naturaleza misma de las funciones que se incluyen en ella. A ese análisis, que nos permite penet rar de forma más directa en la historia interna de la psicología como ciencia de la mente , le dedica-remos esta sección. Seguiremos en ella una línea de exposición paralela a la de la sección anter ior : veremos pr imero las características y propie-dades que se asignan a las funciones mentales en los actos cotidianos de pensamiento y lenguaje ; y revisaremos algunas propiedades esenciales de lo mental , establecidas por psicólogos de clara propensión filosófica (Brentano, 1874) o bien por filósofos de la mente (Searle, 1983). En el capítulo sépt imo, ref lexionaremos sobre la significación del hecho mismo de que los seres humanos seamos capaces de atribuirnos funciones men-

129

130 Objetos con mente

tales unos a otros. F ina lmente , dedicaremos los tres últimos capítulos de la sección al análisis de los problemas , que se han dado históricamente, para un t ra tamiento científico del lenguaje mental .

Empecemos por lo más obvio, po r algo que hacemos probablemente centenares de veces todos los días: lo que hacemos es sencil lamente hablar con nosotros mismos y con los demás y, al hacerlo, nos atr ibuimos y les atribuimos mentes que t ienen las capacidades de conocer , creer , desear , recordar , etc. La mente , aunque no fuera otra cosa, es algo que se piensa y se predica, mediante el lenguaje, acerca de uno mismo y de los demás. Independ ien temen te de que predicados tales como «pensar que (x)»,«recordar (y)», «creer (z)», «desear (v)», puedan o no reducirse a otros de naturaleza muy di ferente tales como «estar en el estado (x) del sistema nervioso», «estar en la relación funcional (y) con el medio», o «presentar un con jun to de activaciones (z) y un patrón de conectividad (p) en una red de procesamiento distr ibuido y paralelo», lo cierto es que los primeros enunciados («pensar que (x)», «recordar (y)», etc) son los que empleamos en el pensamien to y el lenguaje cotidianos para mane-jarnos en nuestras interacciones con nosotros mismos y con los demás. Tales enunciados cont ienen un vocabulario que se compone de lo que los filósofos denominan actitudes proposicionales, que incluyen dos ele-mentos: (1) una cierta relación, o acción interna, o actitud —en sentido amplio—, que un sujeto mant iene con respecto a (2) un cierto conte-nido. Así, en «pensar que (x)», hay que distinguir el modo de relación, «pensar que» del contenido al que apun ta , (x); en «recordar (y)», se predica un modo de relación (o una acción interna) diferente de otro contenido, (y), y así sucesivamente .

De tal manera , nuestro vocabulario acerca de nosotros mismos y acer-ca de los otros se compone muy esencialmente de ciertas estructuras conceptuales y lingüísticas —las acti tudes proposicionales— que, en un análisis pr imero, presentan algunas características peculiares que mere 1

cerían un análisis más detal lado que el que podemos hacer aquí y que los que se han hecho an te r io rmente . D e b e m o s referirnos muy brevemen-te a algunas de esas características:

(1) En el lenguaje cotidiano —y de jando de lado las formas metafó-ricas— las oraciones que cont ienen el vocabulario de las actitudes pro-posicionales alcanzan un grado máximo de adecuación semántica cuando contienen un su je to con los rasgos de ser an imado y humano . Como ya comentábamos en el capítulo segundo, de los sujetos animados/humanos pueden predicarse todos los e lementos que forman el conjunto de las

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 131

actitudes proposicionales. En la medida en que los sujetos se. alejan de los rasgos anteriores, la predicación de acti tudes proposicionales comien-za a ser más selectiva.y a resul tar semánt icamente menos natural , como en «mi perro supone que (x)» o, más aún , «la rana cree que (y)». Cuan-do los sujetos no poseen el rasgo de «animados», la atribución de acti-tudes proposicionales resulta semánt icamente muy anómala o t iene un contenido c laramente metafór ico , como cuando Aleixandre dice: «La soledad del mineral es sólo un pensamiento . Pero sin el hombre no vive». La excepción, que hemos comen tado extensamente en el capítulo anter ior , es «El o rdenador piensa que (x)», que admite una interpreta-ción científica literal o un carácter de metáfora científica, aunque siga resultando semánt icamente extraña en el lenguaje cotidiano.

(2) Existen variaciones muy sutiles en relación con el nivel de de-manda semántica de los di ferentes verbos mentales o de las distintas actitudes proposicionales. En el nivel más alto de demanda semántica se sitúan las relacionadas con el pensamien to y el lenguaje , que exigen los tres rasgos «animado/animal /humano» en el sujeto . Como veremos en otro momen to , estas formas de relación de un su je to con ciertos conte-nidos proposicionales poseen la propiedad lógica de ser intensionales, y de serlo de forma muy clara. También la propiedad psicológica de ser actividades esencialmente simbólicas.

En términos generales, y de forma rápida, puede establecerse una distinción entre los verbos mentales relacionados con «pensar-decir-com-prender» que exigen los rasgos «animado/animal /humano» .en el su je to , y los relacionados con «percibir» y «desear», que generalmente sólo pre-suponen , en sus suje tos , la presencia de los rasgos «animado/animal», en los usos cotidianos del lenguaje . A u n q u e el tema ha dado lugar a algunos debates filosóficos (vid., por e jemplo , Searle, 1983), podemos señalar que , en rigor sólo de los pr imeros puede decirse que definen actitudes proposicionales, en el sent ido de que «piden» proposiciones como «objetos directos». Q u e las estructuras resultantes de las activida-des de la percepción admitan una definición proposicional en sentido estricto es más bien dudoso. Parece intui t ivamente sensata la hipótesis de que los mecanismos perceptivos poseen la función básica de configu-rar un mundo de objetos, y no p rop iamen te de proposiciones o creencias, con independencia de lo «penetrables» que sean los sistemas perceptivos a esas otras ent idades más comple jas , de las que puede predicarse la verdad o falsedad.

Por su parte , los verbos de deseo y recuerdo parecen ocupar una

132 Objetos con mente

posición intermedia en que es opcional la elección en t re una proposición o un ob je to como obje tos directos: es posible «desear que (x)» o sim-plemente «desear algo», «recordar que (y)» o «recordar (algo)». Lo que no parece posible, en r igor, es «pensar algo» sin que sea algo lo que se piensa acerca de ello. De m o d o que puede decirse que el pensar y el decir, cuando éste no t iene s implemente una función expresiva o impe-rativa (i.e. cuando es expresión de un sistema de fijación de creencias, como es el pensamiento) , son actividades que cont ienen, en sí mismas, una implicación proposicional . Tales actividades, simbólicas y con un compromiso proposicional , son las q u e se t raducen en verbos más exi-gentes con respecto a los a t r ibutos semánticos de los su je tos de los que se predican.

(3) Los e lementos conceptuales básicos de los enunciados que predi-can acti tudes proposicionales son los verbos mentales . Si bien no se ha realizado aún un análisis semánt ico completo de tales verbos, Searle (1983) ha especulado con la hipótesis de que podrían descomponerse , en último término, en e lementos semánticos de creencia/deseo (así «temer que p» sería equivalente a «creer q u e es posible que p» y «desear que no-p»: (Temer (p) = Creer (p) & Des (-p)) , y «sentirse de f r audado de p» equilvadría a (S. defr (p) = pres Creer (p) & pas Creer (fut -p) & Des (-p))) , en un lengua je lógico modal y con cláusulas temporales .

Sin embargo , el propio Searle (1983) no parece creer que sea posible la reducción completa de los verbos mentales a un lenguaje atómico de deseos/creencias (sería in teresante analizar la posibilidad de descompo-sición semántica de los verbos menta les en rasgos de deseo, creencia y percepción, jun to con otros de carácter más inhe ren temen te connotat ivo, tales como los definidos t radic ionalmente por el diferencial semántico de evaluación, potencia y actividad).

Es impor tante que des taquemos los siguientes puntos: (a) Todos los lenguajes naturales cont ienen léxicos muy ricos y ela-

borados de verbos mentales , de tal manera que la presencia de verbos mentales puede considerarse un universal lingüístico.

(b) Existen sutiles diferencias en t re los lenguajes en lo que se refiere a los rasgos que se codifican léxicamente o mediante sufi jos en los verbos mentales . Así , por e j emplo , los Hopi contras tan, mediante sufi jos ver-bales, los acontecimientos sensoriales objet ivos y manifiestos, diferen-ciándolos de los de naturaleza subje t iva y no-sensorial . Los sucesos que el hablante ve o ha visto se formulan en forma «reportiva» (con inde-pendencia de que se p rodu j e r an en el pasado o se estén realizando en

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 133

el presente) . Los sucesos que el hablante piensa o cree que han sucedido se enuncian en un t iempo «expectativo», y las verdades generales en un t iempo «nómico» (Whorf , 1956; Paivio y Begg, 1981).

(c) A u n q u e estas diferencias, consideradas desde una perspectiva de relativismo lingüístico moderado , puedan facilitar, en mayor o menor grado, de te rminadas inferencias sobre lo mental , es probable que todos los lenguajes expresen un apara to conceptual y mecanismos computacio-nales complejos y universales, que asegurarían a todos los miembros de nuestra especie niveles básicos de pensamiento , conceptualización e in-ferencia acerca de su propia mente y la de los congéneres.

(d) Finalmente , una característica impor tante —y que ha sido desta-cada con f recuencia— de los verbos mentales es que tienen un carácter transitivo. Son intencionales, (se) ref ieren a algo, a un contenido, bien sea éste un ob je to (Percibir (x)) o una proposición (Pensar que (y)). Expresan una relación entre un sujeto (generalmente un organismo) y un ob je to que , con independencia de su referencia a un «mundo externo» es, en primer término, un contenido mental que se da en ese organismo.

Podr íamos decir que la mayor par te de los verbos mentales «tienen s iempre los brazos abiertos», en espera de un objeto al que abrazarse. Cont ienen un paréntesis vacío que t iene que ser llenado por una variable que especifica un estado interno y representacional del organismo (quizá haya verbos mentales no-intencionales, como pre tende Searle, 1983. Pero éstos serían la excepción más que la regla, y parece que estaría restrin-gido al campo semántico de las emociones) . Pensar es s iempre pensar en algo; percibir es percibir algo; no es posible recordar o desear si no es algo lo que se recuerda , algo lo que se desea.

Los verbos mentales , las actitudes proposicionales, implican relacio-nes de los organismos con el medio, pero éstas son relaciones mediatas. Relaciones que son , en pr imer lugar, de carácter interno y establecidas en t re el organismo o sistema intencional y sus propios contenidos, sus propias representaciones.

Esa referencia a contenidos se produce tanto en los enunciados de creencia como en los de deseo. La diferenciación entre creencias y de-seos no reside tan to en el hecho de que las primeras impliquen repre-sentaciones y los segundos no (pues, ¿cómo es posible la voluntad sin representación, a no ser en el m u n d o metafísico de Schopenhauer?; ¿cómo desear o quere r a ciegas, sin algo que se desea o se quiere?) , sino que más bien reside en el principio de que la «dirección de adaptación»

134 Objetos con mente

de las creencias va de las representac iones al mundo , y la de los deseos del mundo a las representac iones (Searle, 1983):

Si mis creencias resultan ser erróneas, son ellas las que fallan, no el mundo, como demuestra el hecho de que puedo corregir la situación simplemente cam-biando mis creencias. Es responsabilidad de la creencia, por así decirio, adap-tarse al mundo, y cuando esa adaptación falla, la situación se resuelve modifi-cando las creencias. Pero si no logro alcanzar mis intenciones, o mis deseos se quedan incumplidos, no puedo cambiar del mismo modo la situación modifican-do mis intenciones o deseos. En estos casos es, como si dijéramos, un fallo del mundo el no adaptarse a mis intenciones o deseos, y uno no puede cambiar las cosas diciendo que la intención o el deseo «estaban.equivocados», en el mismo sentido en que podía cambiarlas reconociendo que las creencias eran erróneas. Las creencias, como las aseveraciones, pueden ser verdaderas o falsas, y pode-mos decir que tienen una dirección de adaptación «de la mente al mundo». Los deseos e intenciones, por otra parte, no pueden ser verdaderos o falsos, y po-demos decir que tienen una dirección de adaptación que va «del mundo a la mente» (op. cit., p. 8).

Con arreglo a la distinción que establece Searle , podemos decir que el interés de los psicólogos cognitivos es, en esencia, el estudio de los actos mentales cuya dirección de adaptac ión va de la men te al mundo; en éstos, la naturaleza misma de las representaciones internas a través de las cuales se realiza tal adaptac ión se convierte en un problema funda-mental , y adquiere aún más relevancia que en el caso de las acti tudes proposicionales cuya dirección de adaptac ión es la inversa.

En uno y otro caso, el supues to del que par te el vocabulario de las actitudes proposicionales, del que nos servimos en nuestras interacciones cotidianas con las personas , es el siguiente: «las personas tienen repre-sentaciones internas del m u n d o , y están en distintas clases de relaciones (i.e. de acti tudes proposicionales) con respecto a tales representaciones».

Un segundo supuesto axiomático sería éste: «Las razones de las con-ductas intencionales de las personas (que no incluyen actividades tales como es tornudar o producir ref le jos parpebra les an te una bocanada de aire), es decir, las razones de las conductas de las que cabe dar razones, residen en formas de "relación con" y " m a n e j o d e " las representaciones».

En pocas palabras: el vocabular io de las acti tudes proposicionales, que refleja nuestro m o d o de pensar acerca de nuestra propia conducta y la de los demás, es un vocabular io de na tura leza esencialmente epis-témica, o, como dice Pylyshyn (1984), cognitiva. P resupone que, en la

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 135

forma elegante y sintética en que lo decía Descartes, las personas obran por conocimiento (y, en lo que tienen de objetos con mente , los anima-les). Hay un doble supuesto mentalista y «cognitivista» (en sent ido laxo) omnipresente en la «psicofilia» de que hablaba Baro ja , en esa «habilidad para hallarle su torcedor a cada uno» (Gracián, Oráculo manual y arte de prudencia) que forma par te de lo que algunos llaman «psicología natural» (Humphrey , 1983). La psicología natural no parece ser conduc-tista, sino mentalista, y hace referencia constantemente a un vocabulario cognitivo.

6.2. La defensa cognitiva de las actitudes proposicionales

Recien temente , algunos de los defensores del paradigma C - R han reivindicado el valor, la importancia y el carácter irreductible del voca-bulario mental is ta , que fo rma parte esencial de la psicología natural de las actitudes proposicionales. Así, dos libros recientes que son e jempla-res claros del paradigma, Computation and Cognition de Zenon Pylyshyn (1984) y Psychosemantics de Jerry Fodor (1988), dedican sus capítulos primeros a esa reivindicación. Debemos referirnos a ella, dada su signi-ficación para la comprensión del valor y la utilidad de la psicología co-tidiana de las acti tudes proposicionales, así como de la relación profunda que ésta tiene con la psicología cognitiva.

Pylyshyn (1984) se sirve de un e jemplo para ilustrar el valor y la significación del vocabulario cognitivo de la psicología natural : estamos en una calle y observamos una secuencia de acontecimientos. La secuen-cia consiste en que un pea tón cruza la calle y, sin que lo advierta, un coche se le acerca velozmente . Luego se produce un frenazo brusco del coche y éste pat ina, dándose contra un poste. El peatón duda , se dirige al coche, mira por la ventanilla del conductor , echa a correr hacia una cabina telefónica y marca el 091.

¿Cómo puede describirse y explicarse esa secuencia de procesos?: «Parece —dice Pylyshyn— que una explicación adecuada de los sucesos en cuestión deber ía mencionar , entre otras cosas, que el peatón percibió el choque, que lo reconoció como un suceso que clasificó como acciden-te, que dedujo que podría haber heridos, que corrió a averiguar si de hecho había algún her ido, que decidió pedir ayuda basándose en el co-nocimiento que tenía de cuál había de ser el tratamiento adecuado de las personas heridas, que advirtió la proximidad de una cabina de telé-

136 Objetos con mente

fonos, que recordó cuál era el n ú m e r o para casos de urgencia, y que marcó dicho número con la intención de pedir ayuda» (ed. 1988, p. 27). En suma, parece que una explicación adecuada requerir ía el empleo de los verbos mentales y las acti tudes proposicionales a los que nos hemos referido: percibir (x), reconocer (y), deducir (z), averiguar (h), decidir (i), advertir ( j) :

Aunque es posible que una explicación más técnica no utilizara estos términos concretos, o que utilizara algunos términos más o algunos menos, es evidente, en cualquier caso, que, para explicar el porqué, el qué y el cómo del suceso, parece que lo que realmente necesitamos es un vocabulario de este tipo, un vocabulario que no tiene nada que ver con el físico o el biológico (p. 28).

El vocabulario de los términos intencionales, que empleamos como psicólogos naturales para explicar la conducta , no puede reducirse, según esta perspectiva, ni al vocabulario físico, ni al biológico, ni a términos puramente conductuales. U n a razón fundamenta l de ello es que el vo-cabulario cognitivo permite captar regularidades y generalizaciones que no podrían establecerse con los otros vocabularios (el físico, el biológico y el conductual) .

Así, por e jemplo , cuando , al final de la secuencia anter ior , el peatón asustado ha marcado el 0 y el 9, nuestros conceptos intencionales y cognitivos nos permiten realizar la predicción de que marcar el 1, puesto que interpreta la situación como una emergencia , sabe que el 091 es el número de la policía, cree que se puede pedir ayuda en situaciones de emergencia, etc. Pero esta predicción no podría realizarse mediante un vocabulario estrictamente físico, biológico o conductual .

Además , estos otros vocabularios incluirían en la misma categoría secuencias que serían diferenciadas por el vocabulario cognitivo: por e jemplo , una secuencia como la anter ior , pero realizada como una esce-na de una película, no podría diferenciarse de la que sirve de e jemplo en términos de su descripción física, biológica y conductual ; pero sería c laramente diferente en su descripción intencional. En este caso, el pea-tón fingiría estar asustado, el conductor simularía un accidente, etc. (este e jemplo es una buena ilustración de la intuición, que desarrol laremos algo más, pos ter iormente , de que las capacidades de fingir, mentir y engañar determinan decisivamente la imposibilidad de explicar, de forma completa, la conducta en términos pu ramen te extensionales o conductua-les).

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 137

Por otra par te , el vocabulario pu ramen te conductual categorizaría, como per tenecientes a clases diferentes , secuencias que podrían ser in-cluidas en una misma clase intencional: imaginemos, por e jemplo , que el pea tón lleva el b razo escayolado y p ide a o t ra persona que marque el 091. Necesi tamos un vocabulario cognitivo para abstraer lo q u e hay de común en esta secuencia y la del e j emplo , del mismo modo que Tolman (1932; La fuen t e , 1986) lo necesitó pa ra explicar que sus ratas de labo-ratorio aprendieran a recorrer un laberinto con independencia de los movimientos concretos (de correr , nada r , etc) que las llevaban hasta una recompensa .

El hecho de que el vocabulario cognitivo permita establecer una ca-tegorización de una secuencia de acontecimientos que no se superpone a las categorías conductuales o neurofisiológicas (i.e. no se limita a re-flejarlas, ni siquiera a «ref inadas», sino que «traspasa» esas otras formas de categorizar) implica que permite también formular generalizaciones que no pueden seguirse ni de las descripciones de los movimientos glo-bales del organismo ni de las que se realizan en términos de respuestas neurales o musculares específicas.

Ningún con jun to de descripciones en esos otros vocabularios, el de la fisiología y el de la conducta , p u e d e corresponderse con algo tan simple como «el acto de marcar un uno», ni permite relacionar el con-junto de formas (potenc ia lmente il imitado) de aprender un número de te léfono, con el con jun to de formas (potencia lmente ilimitado) de saber que se está ante una emergencia , y el conjunto de secuencias de movi-mientos (cuyo n ú m e r o es po tenc ia lmente ilimitado) que pueden corres-ponder a la acción de marcar el 091.

En definitiva, el único vocabulario q u e permite dar razón de la con-ducta de ciertos sistemas en tanto que conocen es el vocabulario cogni-tivo, con todo su apara to de acti tudes proposicionales, procesos internos y supuestos acerca de las representaciones : «Las ciencias cognitivas —dice Pylyshyn— se apoyan en el supues to fundacional de que existe un con-jun to natural de general izaciones que puede ser captado utilizando esos términos cognitivos y, por tanto , que existe un dominio científico natural que constituye el ob je to mater ial de la ciencia cognitiva» (p. 35). La necesidad de ese dominio científico au tónomo, que se define con un vocabulario cognitivo, depende , de forma esencial, del hecho de que ciertos organismos o sistemas comple jos muestran formas de conducta que son no tab lemente independientes de las condiciones estimulares in-mediatas o que , en la medida en que responden a éstas, lo hacen en

138 Objetos con mente

función de sus significados (y, por consiguiente, de ciertas estructuras intencionales) y no de sus p rop iedades físicas.

La independencia est imular de la conducta de algunos sistemas com-plejos (organismos o máquinas) no es, además, estocástica ni caprichosa, sino que está regida por principios di ferentes que sólo emergen en las descripciones que se realizan con un vocabulario cognitivo: la conducta del que está triste y apar tado en una fiesta, mientras los que le rodean cantan canciones regionales y beben champán , puede comprenderse , por e jemplo , cuando se conoce que el triste desea tener relaciones más es-trechas con una de las bellezas de la fiesta, pero infiere, por lo que percibe en la complaciente conducta de ésta con un rival, que ella pre-fiere a este últ imo, por lo que piensa q u e no existen expectativas de lograr sus propósitos en la fiesta. Las relaciones entre percepciones, creencias, deducciones, expectativas y propósi tos configuran una red explicativa que permite dar cuenta de una conducta que resultaría ex t rañamente desajus tada si no se incluyera en esa red intencional.

El grado de dependencia de la conducta de los sistemas con respecto a las propiedades físicas del en to rno parece estar relacionado, a su vez, con la complej idad de tales sistemas como mecanismos de cómputo y representación. Por lo que sabemos , es mucho más fácil predecir la con-ducta de las ranas, par t iendo de descripciones físicas, que predecir la de los chimpancés enanos o las personas . «Si in tentamos describir la con-ducta humana en términos de las p rop iedades físicas del en torno , pronto concluiremos que, salvo en el caso de los desplazamientos , las caídas /. . / , la evitación de muros y de te rminados reflejos au tónomos , la conducta humana es esencialmente aleatoria. A d e m á s sabemos que la conducta humana , si se describe en términos cognitivos, es muy regular y sistemá-tica. Y éstas, na tura lmente , no son buenas noticias para el conductismo», dice Pylyshyn (1988, p. 37).

Una manera diferente de fo rmula r la misma idea, que aparece en el párrafo anter ior , consiste en decir que los organismos más comple-jos responden, de forma selectiva, a propiedades no proyectables del en to rno , a p rop i edades q u e no a d m i t e n una caracterización física (como las propiedades de ser un u n o , ser hermoso , ser una palabra o una oración en castellano, ser un zapato : ni siquiera los humildes zapa-tos pueden ser caracterizados como tales en términos escue tamente físi-cos).

Para Fodor (1984), la capacidad de responder a propiedades no pro-yectables constituye un criterio clave para distinguir entre los sistemas

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 139

que realizan inferencias y aquellos otros que se limitan a reaccionar cau-salmente a las p rop iedades del en torno .

La au tonomía relativa de la conducta con respecto a la estimulación inmediata depende , en efec to , de la posesión, por par te del organismo o sistema que se conduce, de mecanismos de categorización e inferencia que le hacen capaz de ir «más allá de la información dada» (Bruner , 1974). Estos mecanismos permi ten:

(1) Identif icar (categorizar) los obje tos , y sus propiedades y relacio-nes, como per tenecientes a las mismas clases de equivalencia.

(2) Hace r uso de redundancias del medio para predecir y «comple-tar» sus paréntesis vacíos o borrados por el «ruido», en función de la categorización de los est ímulos.

(3) Emplea r reglas que especifican esas regularidades. En suma, son mecanismos que implican la construcción de códigos,

que no consti tuyen una proyección puntual de las características físicas del medio , y que cont ienen ent idades (llámense palabras, conceptos, esquemas, categorías, relaciones abstractas, oraciones) que tienen la pro-piedad de ser intencionales, de ser — c o m o dice Clark, 1989— semánti-camente transparentes, de poseer un significado que se deriva no sólo de las propiedades físicas del medio , sino también de las interacciones com-plejas de sistemas también comple jos con ese medio, y de las capacida-des de inferencia que tales sistemas poseen (Bruner , 1974).

Con arreglo a lo que acabamos de decir, la pertinencia y necesidad de emplear un vocabulario cognitivo, para explicar la conducta de un sistema, depende de que esta conducta muest re una autonomía no-alea-toria con respecto a la est imulación inmediata del medio, y de que la relación mediata con éste pueda explicarse en términos de inferencias, que realiza el s is tema, sobre representaciones establecidas en códigos no proyectables. Esta caracterización nos lleva al núcleo esencial q u e define lo que t iene en común la psicología cognitiva natural, de carácter neta-mente mental is ta , que util izamos como artefacto para saber a q u é ate-nernos en nuestras interacciones con las personas y la psicología cogni-tiva científica, q u e trata de ser al t iempo, mentalista y objet iva, y que desarrol lamos los psicólogos como profesionales de la mente .

C o m o ya señalaba en o t ra ocasión (Rivière, 1987), probablemente lo más general y común que podemos decir de la Psicología Cognitiva es que refiere la explicación de la conducta a entidades mentales , de natu-raleza epistémica, para las q u e reclama un nivel de discurso propio, diferente de aquel q u e se limita a establecer relaciones entre eventos y

140 Objetos con mente

conductas externas (como en el vocabulario del análisis experimental de la conducta) y del referido a los procesos fisiológicos que subyacen a las funciones mentales: un nivel de discurso que contiene palabras tales como «esquema» y «operac ión» (Piaget , 1971), cómputo y proposición (Pylyshyn, 1989), prototipo y categoría (Rosch, 1978), imagen y repre-sentación analógica (Kosslyn, 1980).

El nivel de discurso propio, y diferenciado, que puede realizarse con este vocabulario depende , a su vez, del hecho de que el plano cognitivo posee una autonomía funcional. Es decir, en la conducta se dan regula-ridades y formas de determinación que van más allá de lo que puede expresarse mediante cadenas asociativas de izquierda a derecha, y que no pueden describirse, sin perder información relevante, en términos de relaciones probabilísticas conducta-medio, procesos neurofisiológicos, e influencias sociales o culturales.

Además, aunque esas regularidades puedan corresponder, de forma más o menos «realista», a regularidades que se dan en el mundo «real» (Gibson, 1966; Neisser, 1976), no pueden expresarse por relaciones pun-tuales entre variaciones de energías físicas y variaciones de la conducta del organismo o sistema. Ello es así en la medida en que los sistemas complejos se hacen capaces de desplazarse espacial y temporalmente del medio inmediato, mane jando representaciones, y también en la medida en que emplean mecanismos «Top-down», que determinan el procesa-miento de los estímulos del medio en función de los conocimientos co-dificados en los sistemas de memoria . En este sentido, podemos decir que los sistemas cognitivos requieren, necesariamente, mecanismos de memoria y predicción, y sistemas de inferencia capaces de abstraer las propiedades invariantes del medio, que subyacen a las transformaciones más puntuales y versátiles de las energías físicas que transducen sus re-ceptores sensoriales (Rivière, 1987).

Los supuestos que establecen que, para dar cuenta de la conducta de sistemas adaptativos complejos, es necesario atribuirles capacidades de representación, inferencia, memoria y predicción, son comunes a la psi-cología natural y la psicología cognitiva. Sin embargo, las semejanzas de vocabulario y de algunos supuestos no deben ocultarnos las diferencias importantes que existen entre una y otra: la psicología natural no es, ni trata de ser, mecanicista. Sus conceptos son artefactos predictivos de la conducta de las personas en especial, y no permiten formular directa-mente leyes nomológicas, sino inferencias idiográficas. Además, las ca-tegorías y formas de explicación de la psicología natural están comple-

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 141

t amente apegadas a la pregnante fenomenología de la conciencia, y de-penden —como comentaremos más extensamente en otro momento— de una suposición fundamenta l de identidad intersubjetiva entre las per-sonas, que es a jena a las posibilidades de explicación objetiva de la con-ducta, que pretende alcanzar la psicología cognitiva.

Sin embargo, las categorías de la psicología natural sirven de horma primera para la definición del vocabulario cognitivo y, como señala Pylyshyn (1984), «nuestras nociones preteóricas acerca de qué sea lo que constituye el dominio de la psicología cognitiva han sido configuradas por nuestra experiencia en el t ratamiento de ciertos tipos de regularida-des empíricas, de forma que las nociones mantienen cierta validez pri-maria, al menos en una primera aproximación. De esta forma, conside-ramos como psicológicas unas regularidades que, por ejemplo, relacio-nan propiedades «percibidas» /. . . / con acciones intencionales y dotadas de significado /. . . / , en tanto que consideramos como no psicológica, al menos en parte, la relación que existe entre tropezar en una piedra y golpearse la rodilla» (ed. española de 1988, p. 43).

Así, los mecanismos de comprensión y predicción de la conducta, de que se sirve la psicología natural mentalista (que no es lo mismo que la «psicología popular», como aclararemos en su momento) , y que se arti-culan alrededor del lenguaje y el sistema conceptual de las «actitudes proposicionales», han jugado siempre un papel decisivo en el desarrollo de la psicología científica: Primero, como determinantes de la propia pretensión de hacer una psicología, como ciencia autónoma, y no reduc-tible a la física o la biología; segundo, y paradójicamente, como obstá-culos epistemológicos para la elaboración de una psicología científica (pos-ter iormente aclararemos este punto) y, en tercer lugar, como mecanis-mos correctores y críticos que siempre han intervenido, más o menos conscientemente, en los procesos de redefinición y re-dirección de la psicología científica, debido a que las categorías de la psicología natural están profundamente interiorizadas y definen un paisaje conceptual que, querámoslo o no, sirve de fondo a los esfuerzos por desarrollar una ciencia objetiva de la conducta o de la mente.

Pylyshyn (1988) destaca varios aspectos en que la psicología natural, mentalista e informalmente «cognitiva», condiciona la elaboración de la psicología cognitiva propiamente dicha:

(1) Establece una taxonomía de funciones mentales que delimita, en un primer momento , los campos de investigación (los libros de psicología cognitiva se dividen en capítulos que corresponden, grosso modo, a as-

142 Objetos con mente

pectos de la taxonomía de los verbos mentales y las acti tudes proposicio-nales: memoria, comprensión, solución de problemas, razonamiento, etc.).

(2) Def ine formas de explicación, en función de razones, conocimien-tos, etc, que implican el uso de un vocabulario cognitivo.

(3) Este vocabulario p roduce una psicología natural razonablemente acer tada y predictiva en si tuaciones concretas .

(4) La psicología natural se cor responde con la intuición de raciona-lidad en que se basan las interacciones humanas a las que cabe imputar responsabil idad, y en q u e se basan también las ciencias cognitivas.

La relación en t re la psicología cognitiva científica y la psicología na-tural de las actitudes proposicionales ha sido, como es fácil entrever por lo que llevamos dicho, una relación ambigua: desde una perspectiva his-tórica, el en foque cognitivo supuso la recuperación del vocabulario men-talista y epistémico de la psicología natura l , así como de algunas de sus intuiciones fundamenta les , como las relacionadas con la racionalidad (no necesariamente lógica) y dependenc ia cognitiva de gran par te de la con-ducta humana .

Por otra parte , esa recuperac ión apenas ocultaba la presencia deter-minante , en la psicología cognitiva, de axiomas opues tos a las intuiciones de la psicología natural : para ésta no resulta intui t ivamente obvia la naturaleza inconsciente de la mayor par te de la maquinar ia computacio-nal de la mente , ni s iquiera la existencia de tal maquinar ia computacio-nal,, es decir, s eme jan te —literal o me ta fó r i camen te— a la de los siste-mas artificiales de cómputo .

En oposición a los psicólogos y filósofos que postulan que las cate-gorías de la psicología natural def inen concepciones de lo mental vacías o, peor aún, f u n d a m e n t a l m e n t e e r róneas (Stich, 1983; Churchland, 1979), Fodor (1988) llega a af i rmar lo siguiente:

si la psicología intencional de sentido común llegase, realmente, a colapsarse, estaríamos, sin comparación, ante ia mayor catástrofe intelectual de la historia de nuestra especie; si estuviéramos equivocados acerca de la mente, ésta sería la mayor equivocación que habríamos tenido nunca acerca de algo. E! colapso de lo sobrenatural, por ejemplo, no podría compararse con éste; el teísmo nunca ha estado tan íntimamente implicado en nuestro pensamiento y nuestras prácticas —especialmente en nuestras prácticas— como lo están las explicaciones en tér-minos de creencias/deseos. Nada, con excepción quizá de nuestra física de sen-tido común —nuestro compromiso intuitivo con un mundo de objetos de tamaño intermedio, independientes del observador—, está tan cerca de nuestro núcleo cognitivo como lo están las explicaciones intencionales (p. 12).

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 143

Para Fodor (1988), hay tres compromisos fundamenta les q u e presu-pone la psicología natural y que se conservan en el enfoque cognitivo de la mente :

(1) En pr imer lugar, las acti tudes proposicionales t ienen la propiedad de ser semánticamente evaluables. Es decir , mantienen una relación con el mundo tal que permi te de te rminar cuando se cumplen o no (cuando son verdaderas o falsas las creencias, satisfechos o insatisfechos los de-seos, ciertas o e r róneas las intuiciones, etc). Las actitudes proposiciona-les son entidades cuyos contenidos se satisfacen o no por estados de cosas en el mundo , s iendo el m o d o de satisfacción dependiente de la fo rma de relación que , por definición, establecen entre el s istema que las tiene y el m u n d o con el que ese sistema se relaciona (creer es un modo de relación di ferente de desear , y éste lo es de temer , etc) .

(2) Además , «es característico de la psicología del sentido común de los deseos y creencias / . . . / el hecho de que atribuye contenidos y poderes causales precisamente a las mismas cosas que t oma como semánticamente evaluables» (Fodor , 1988, p. 12). Es to significa, en otras palabras, que la psicología natural establece inferencias causales (quizá sería mejor decir racionales) por medio de un apa ra to conceptual que , para realizar dichas inferencias, se sirve muy fundamenta lmente de dos tipos de ele-mentos: los contenidos de las representaciones, por una parte, y las for-mas de relación del organismo con dichas representaciones (si yo creo que «x sospecha que (a), x no desea (a) , x cree que y es responsable de (a), y creo también que y no es responsable de (a)», entonces inferiré que x imputará equivocadamente (a) a y, y tendrá quizá una actitud negativa hacia y).

(3) En su aspecto más global , el tipo de generalizaciones racionales que establece la psicología natural se preservan —en cuanto a su fo rma— en la psicología cognitiva: «Una psicología explícita que reivindique las explicaciones en términos de deseos y creencias del sentido común —dice Fodor— debe permitir la asignación de contenidos a estados mentales causalmente eficaces, y debe reconocer explicaciones comportamentales en que las generalizaciones se refieren a (o se cuantifican sobre) los contenidos de los estados menta les que incluyen /. . . / . La psicología del sentido común no será reivindicada a menos que resulte ser, cuando menos, ap rox imadamente cierta» (1984, p. 15).

Con independencia de que la psicología cognitiva implique (como pre tende Fodor) o no una reivindicación «científica» de los obje tos y relaciones mentales que se emplean en la psicología natural de las acti-

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

144 Objetos con mente

tudes proposicionales, lo que sí es cierto es que la comprensión de la significación de esos ob je tos y relaciones, i .e. de las funciones mentales tal como éstas se comprenden en las interacciones cotidianas, es un re-curso heurístico muy poderoso para comprender los orígenes y funda-mentos de nuestra ciencia. Por ello, parece conveniente que resumamos, antes de seguir adelante , las conclusiones que se siguen de las reflexiones recogidas en este capítulo. Son las siguientes:

(1) Hay ciertos sistemas que parecen «guiarse por conocimientos» en su forma de comportarse . Son sistemas complejos , cuya conducta no parece ser una proyección literal de las variaciones puntuales de las ener-gías del medio. Sistemas que van más allá de la información dada, gra-cias a que cuentan con mecanismos para conservar información, abstraer as-pectos invariantes del medio y predecir variaciones y regularidades de éste.

Por muy elementales que sean, todas esas capacidades implican el empleo de procesos de codificación, q u e construyen clases de equivalen-cia de los estímulos ambientales . A d e m á s , de esos sistemas podemos decir que realizan inferencias, manipulando las relaciones en t re objetos representacionales que están descritos en el lenguaje de los códigos que poseen. Sólo puede decirse de un sistema que se guía por conocimientos cuando su conducta evidencia la influencia de mecanismos «top-down», de arriba a aba jo , que van de lo codif icado previamente a lo que se está codificando, del «interior» del sistema a la «interpretación» de las afe-rencias que éste recibe, de las formas de organización del sistema a sus formas de conducta y recepción de los estímulos.

(2) Un criterio fundamenta l para de te rminar si un sistema se guía por conocimientos es el grado de independencia no-aleatoria que mues-tra dicho sistema con respecto a los estímulos inmediatos del medio, descritos en términos físicos. Los sistemas cognitivos responden a pro-piedades no-proyectables de los est ímulos y alcanzan un grado de auto-nomía funcional que no poseen los sistemas no-cognitivos. U n a función esencial que realizan los sistemas cognitivos consiste en abstraer los as-pectos invariantes del medio que resultan relevantes desde el punto de vista de sus necesidades adaptat ivas.

Los mecanismos de abstracción de invariantes son, en pr imer térmi-no, perceptivos (como en la definición de las constancias perceptivas) , pero desbordan enseguida la percepción —en el hombre y otros organis-mos superiores— para conf igurar , en pr imer lugar, un m u n d o de obje tos permanentes y, luego, de relaciones estables, más allá de las apariencias perceptivas (Piaget, 1961).

Psicología natural y enfoques cognitivos de las funciones mentales 145

(3) Hay organismos que , además de tener esas propiedades cogniti-vas, son capaces de atribuir a otros organismos su posesión. H a y datos que indican que los antropoides superiores son capaces de realizar esas atr ibuciones (Premack y Woodru f f , 1978), pero, sin duda , esa capacidad se e labora y refina e n o r m e m e n t e en el hombre . Sirviéndose de los mis-mos principios cognitivos (aunque no necesariamente de los mismos me-canismos) que permiten abstraer invariantes del medio, inferir en él re-laciones, codificar sus ob je tos fo rmando clases de equivalencia, el hom-bre abstrae invariantes de su propia conducta y la de sus congéneres, infiere relaciones internas que guían esa conducta, y codifica de un modo especial la conducta de los demás .

Así , los miembros de nuestra especie no sólo son sistemas cognitivos sino que presuponen que los otros lo son. No sólo se sirven de su mente cognitiva para adaptarse m e j o r al medio físico, sino también —y muy significativamente— para adaptarse al medio social.

(4) El sistema conceptual y lingüístico que subyace a esa adaptación tiene características especiales. Se basa en un vocabulario peculiar, men-talista y cognitivo, en que los verbos mentales y las actitudes proposi-cionales ocupan un lugar decisivo. Estos artefactos conceptuales consis-ten en descripciones de formas internas de relación de sistemas comple-jos (genera lmente personas) con representaciones. Poseen así una pro-piedad esencial de intencionalidad.

Las ent idades a las que se refieren los elementos del vocabulario mentalista de la psicología natural se ent ienden como «semánticamente t ransparentes», o «semánt icamente evaluables», y se encadenan en rela-ciones de causa-efecto de carácter teleológico y, f recuentemente , propo-sitivo. Hay razones impor tantes para suponer que los elementos concep-tuales de la psicología de las acti tudes proposicionales, que son enorme-mente complejos y diversos, cumplen la función esencial de servir de soportes para la predicción y comprensión de la conducta de los miem-bros de la propia especie, y para la atribución a éstos de estados internos.

En cualquier caso, los sistemas de inferencia «meta-representacio-nal», así consti tuidos, se articulan en torno a un axioma básico: que las personas actúan, la mayor par te de las veces, en función de: (a) los contenidos de sus representaciones , (b) sus formas de relación con esos contenidos ( l lamando formas de relación a cosas tales como «creer», «intuir», «recordar», «sospechar», «desear», etc), y (c) las relaciones, de segundo orden , en t re tales fo rmas de relación.

(5) F ina lmente , el desarrollo interno de la psicología cognitiva y, más

146 Objetos con mente

en general, de la psicología científica sólo puede en tenderse desde el marco de esa psicología natural que , al t iempo que parece reivindicar la existencia de un plano psicológico au tónomo y ofrecer ins t rumentos con-ceptuales para un primer acercamiento a él, cont iene un vocabulario y unos supuestos implícitos que parecen of recer obstáculos impor tantes para su constitución: un vocabulario ligado a la subjet ividad, de natura-leza no-extensional, que permi te dar razones más que causas; unos su-puestos de teleología en la acción, reducción «homuncular» de muchas de las explicaciones y libre indeterminación de la conducta .

Todo ello explica la ambigua relación que existe entre la psicología cognitiva y la psicología natural del sentido común: aquella se sirve f re-cuentemente del vocabulario de ésta, pero introduce sutiles modificacio-nes, tan peligrosas para la comprensión mutua como las que- existen entre palabras semejantes foné t icamente — p e r o de significado matiza-damente di ferente— ent re el español y el italiano, por e jemplo . Además , f recuentemente la psicología cognitiva usa ese vocabulario para cuestio-nar axiomas básicos en la psicología de sentido común: axiomas como el de la eficacia causal de la conciencia," la t ransparencia a ella de pro-cesos mentales, y la racionalidad lógica de buena par te de los procesos de inferencia. En su ambigua relación con la psicología natura l , la psi-cología cognitiva, al mismo t i empo, la reivindica y la niega, conserva su vocabulario y modifica sut i lmente su significado, al introducirle en el engrana je mecanicista de la mente de la que habla.

Capítulo 7 LA ATRIBUCION DE LO MENTAL. CONSIDERACIONES SOBRE LA PSICOLOGIA NATURAL

7.1. El lenguaje de lo mental: un diálogo con Archer

A pesar de que los psicólogos seamos profesionales de las funciones mentales , y tengamos una vieja querencia con relación a ellas, has ta muy rec ientemente no hemos caído en la cuenta de la importancia psicológica que tiene el hecho de que los humanos no sólo tenemos funciones men-tales sino que nos las atribuimos a nosotros mismos y se las atribuimos a los demás. Una tesis fundamenta l que me gustará ref lejar en estas páginas es la idea de que gran par te de las funciones mentales humanas , y muy en especial las de pensamiento y lenguaje, sólo pueden explicarse teniendo en cuenta esa capacidad humana de realizar funciones mentales acerca de las funciones mentales propias y a jenas , de tener, por así decirlo, funciones mentales de segundo orden.

P robab lemente , esa capacidad ha pasado inadvertida duran te tanto t iempo por una razón paradój ica , a saber , que en psicología lo obvio se hace fáci lmente invisible. Sucede con algunas habilidades y destrezas psicológicas algo seme jan te a lo que sucede con algunas personas que, ocupando silenciosa y p e r m a n e n t e m e n t e un cierto lugar, llegan a pasar inadvertidas y a «desapercibirse», como si formasen parte del mobiliario. De forma parecida, los estudios sobre la percepción y el lenguaje han tenido que enf ren ta r se con el obstáculo que ha supuesto el hecho de que funciones muy comple jas , tales como las de percepción visual de objetos tr idimensionales y comprensión de oraciones gramaticales de un lengua-je , suelen producirse de forma tan «silenciosa», eficaz, y aparen temente fácil que resultan casi invisibles.

147

148 Objetos con mente

Una de las razones de la importancia de la obra de Chomsky. (1957, 1965) en el estudio del lenguaje , y de la de Mar r (1982) en el de la visión, reside en que estas obras nos han enseñado una estrategia im-por tante a los psicólogos cognitivos: la estrategia que consiste en buscar l o computacionalmente complejo p o r debajo d e lo fenomenológicamente

obvio. El psicólogo cognitivo ha aprendido a desconfiar , en el me jo r sentido de la palabra , de la suavidad y aparente falta de esfuerzo con que se realizan funciones mentales de enorme complej idad, tales como comprender el discurso, ver ob je tos de tres dimensiones, producir ora-ciones gramaticales, recordar los significados de lo que nos dicen, etc.

Parece que ha llegado la hora de «desconfiar» también de la pasmosa facilidad con que las personas realizamos cot id ianamente actividades ta-les como atribuir intenciones a otros, inferir lo que piensan, creen y desean, comunicarles nuestros pensamientos y comprender .los de los demás, y adaptarnos a lo que saben e ignoran. Todavía sabemos muy poco de los mecanismos computacionales que subyacen a estas destrezas, cuya pregnancia fenoménica es tan grande que , paradój icamente , ha lle-gado a ocultarlas como fenómenos dignos de explicación científica. Son destrezas que ponemos cons tan temente en juego en nuestra vida de re-lación con los demás, y que sirven de fundamento a la competencia comunicativa.

Cualquier situación comunicativa podría servir para ilustrar esa fácil complej idad con que se desarrollan conceptos e inferencias acerca de la mente y el conocimiento, en nuestras interacciones habituales. Un buen e jemplo , elegido por un tan teo muy breve y azaroso, puede ser el que se presenta en la conversación que veremos a continuación, tomada de la primera novela a mano , El otro lado del dólar de Ross MacDonald : un detective inolvidable, Lew Arche r , se encuentra en una situación en que tiene que poner en juego sus dotes de «psicólogo natural» o, si se quiere, de «psicofílico». La situación consiste en que un joven, T o m Hillman, se ha fugado de una residencia-escuela psiquiátrica para delin-cuentes juveniles, y Lew Archer , con t ra tado para localizarle, informa a los asustados padres de Hillman de ciertos hechos, en el siguiente tenso diálogo:

Le dije a Hillman: —¿Puedo hablarle a solas? He descubierto algo que debe saber. —Puede decírmelo delante de Elaine, y también de Dick.

Advertí que Leandro estaba al lado de la puerta.

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 149

• —Prefiero no hacerlo. —Pero no es el que decide —era un curioso eco del hombre del teléfo-no—. A ver lo que averiguó. —A su hijo lo vieron acompañado de una mujer casada, apellidada Brown. Es rubra, tipo de actriz o bailarina, mucho mayor que él y parece que le sacaba o quería sacarle el dinero /.../

Elaine levantó las manos abiertas frente a su cara, como si tantas palabras le confundieran.

—¿Qué es eso de «acompañado»? —Salía con esa mujer. Los vieron juntos ayer por la tarde /.../

Elaine Hillman alzó la mirada. Parecía horrorizada. —¿Insinúa que Tom tenía algo con ella? —Estoy informando sobre los hechos. —No creo ni en uno solo, de sus hechos. —¿Cree que estoy mintiéndole? —No adrede, quizá. Pero debe haber algún terrible error. —Opino lo mismo —dijo Dick Leandro desde el umbral—. Tom siempre fue un muchacho de vida intachable.

Hillman no dijo nada. Tal vez supiera algo de su hijo que los otros ignoraban.

(Ross MacDonald, El otro lado del dólar, 1980, p. 83).

Los finales de las desventuras de Tom Hillman, los desvelos de sus padres, y los descubrimientos de Archer , deben consultarse, desde lue-go, en la fuen te original. No son éstos nuestros desvelos de ahora . Lo que nos importa destacar es la e laborada red de verbos intencionales y cognitivos que se emplean en la conversación anterior: decir, descubrir, decidir, averiguar, ver, insinuar, informar, creer, mentir, opinar, saber e ignorar. A d e m á s están los verbos preferir y querer , que también tienen una naturaleza intencional , pero no tan netamente epistémica, y otro verbo muy significativo, hablar , que no tiene carácter mental , ni inten-cional, ni epistémico (ello explica el persistente intento objetivista de reducir «pensar» y «decir» a «hablar»).

Por o t ra par te , den t ro de los verbos intencionales y epistémicos, po-demos hacer una distinción reveladora entre aquellos que son de natu-raleza interna y mental, y los que son de carácter esencialmente externo. Los pr imeros se relacionan con el pensamiento y la percepción: «descu-brir», «decidir», «averiguar», «ver», «creer», «saber» e «ignorar». Los segundos con el l engua je y sus funciones: «decir», «insinuar», «infor-mar», «mentir», «opinar». Existe una delicada relación entre los prime-ros verbos y los segundos. Searle (1983) ha expresado esta relación se-

150 Objetos con mente

ñalando que los estados intencionales (a los que hacen referencia los primeros verbos) definen las condiciones de sinceridad de los actos de habla (a los que se ref ieren los segundos verbos): «en la realización de cua lquier acto i locucionar io q u e tenga un contenido proposicional —dice— expresamos un cierto es tado intencional con ese contenido pro-posicional, y el estado intencional constituye la condición de sinceridad de ese tipo de acto de habla. Así , por e jemplo , si yo hago la aseveración de que p, expreso la creencia de que p. Si hago la promesa de hacer A, expreso la intención de hacer A» (p.9).

La idea de que los estados menta les intencionales se corresponden con las condiciones de sinceridad de los actos ilocucionarios es una ex-presión precisa de un concepto más general , a saber, que el lenguaje es, antes que ninguna otra cosa, un sistema para explicitar y negociar estados mentales, un sistema que permi te la comunicación entre las mentes (una evidencia que está sirviendo de guía para los desarrollos recientes de una psicología del lenguaje de fuer te impregnación pragmática y, a la vez, cognitiva, como la que p roponen , en Relevance, Sperbe r y Wilson, 1986).

Si la función más básica y p ro funda del lenguaje es la explicitación y negociación de estados menta les intencionales, es lógico que todos los lenguajes cuenten con ricos depósitos de verbos mentales y artefactos con los que hacer manifiestas las act i tudes proposicionales. Podemos decir que el lenguaje tiene la virtualidad de hacer salir a la mente de su reducto intrasubjetivo, exponiéndola a una consideración intersubjetiva.

La mente es, así, algo que se dice de ciertos obje tos , y todo nuestro lenguaje está impregnado de ella. Sería, el lenguaje , una jerga incom-prensible para un ser que no part iera de esa impregnación, de ese su-puesto de que es una men te que se comunica con otras mentes . Para alguien que no fuera capaz de p resuponer —aun sin percatarse de ello— que, como él mismo, sus inter locutores son seres que descubren, deci-den, averiguan, ven, insinúan, creen, mienten , opinan, saben e ignoran. Hemos dicho: «Presuponer que , como él mismo, sus interlocutores. . .» , y eso equivale a decir que el uso y aprendizaje del lenguaje presupone la noción esencial de que los otros son seres con mente intencional, cuya estructura esencial (i.e. las capacidades de creer, pensar, averiguar, etc.) es idéntica a la de la mente propia.

El uso lingüístico en t re humanos par te , así, de la presuposición esen-cial de la identidad fundamenta l en t re las mentes.

La observación anterior nos conduce a algunas consideraciones, algo más especulativas que las que hemos hecho hasta ahora , pero que me-

ta atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 151

recen unas líneas antes de recuperar el hilo principal de nuestro argu-mento . La pr imera es que , cuando hablamos de presuposición, lo hace-mos también en un sentido genético; es decir: no sería posible la adqui-sición de un lengua je sin una cierta capacidad previa de penetración intersubjetiva, en la mente de otros. Es cierto que el lenguaje mismo va a ser luego un ins t rumento muy poderoso de elaboración, transformación y ref inamiento de esa capacidad intersubjet iva, pero su desarrollo exige, cuando menos , ciertas destrezas previas de contagiarse de los estados emocionales de otros (lo que Colwin Trevar then llama «intersubjetividad primaria») y poseer una noción, cuya importancia genética no es, en absoluto, menor q u e la que t iene la noción de «objeto permanente» : la noción de identidad esencial en t re las mentes (relacionada con el con-cepto de «intersubjet ividad secundaria» de Trevar then; vid. 1977, 1982).

La segunda consideración es que ninguna formulación estr ictamente conductista y objetivista puede dar explicación al hecho de que los hu-manos seamos capaces de emplea r un lenguaje privado ( empleando aquí el término en el sent ido de un lenguaje q u e no posee referentes externos, tal como el que se utiliza cuando se usan los verbos «pensar», «averi-guar», «imaginar», «sospechar», «creer») y ninguna explicación conduc-tista de la adquisición del l engua je puede , si se mant iene en sus términos explicativos propios, dar cuen ta de cómo es posible que se aprenda un vocabulario como el de los verbos mentales. La dificultad para justificar la existencia y adquisición del lenguaje privado, desde una perspectiva estr ictamente conductista , ya f u e vista por Wittgenstein (1968) y ha dado lugar a un in teresante debate filosófico (vid. la revisión editada por Vi-llanueva, 1979). A q u í sólo nos interesa destacar que las formulaciones de la adquisición del l engua je como proceso de asignación (por asocia-ción condicionada, « juego de lenguaje» o el mecanismo que sea) de términos a referentes externos, intersubjetivos y objetivamente comparti-dos, tiene que enf ren ta r se al hecho del lenguaje mental privado como una anomalía explicativa muy difícil, o imposible, de asimilar en el apa-rato conceptual conductista.

La idea que es tamos fo rmulando aqu í está muy lejos de ese aparato conceptual: si pueden definirse evolut ivamente mecanismos de penetra-ción intersubjet iva, previos al lenguaje (tales como los expresados por la notable capacidad de compar t i r emociones e imitar de los niños de pocos meses) , resulta fácil explicar que los niños puedan adquirir un vocabulario mental is ta , que remite a procesos de naturaleza interna. Lo que ningún modelo conductista puede negar es el fenómeno comprobado

152 Objetos con mente

de que , desde el segundo año de vida, los niños desarrollan un vocabu-l a r i o mental muy rico (Bre the r ton y Beeghly , 1982) y lo van ref inando, mediante distinciones semánt icas sutiles, como la que existe entre «sa-ber» y «adivinar» (Miscione, Marvin , O 'Br ien y Greenberg , 1978) a lo largo del per iodo básico de adquisición del lenguaje .

Ese vocabulario menta l incluye tan to verbos epistémicos (Olson y Tor rance , 1987; Wel lman y Johnson , 1979; Johnson y Wel lman, 1980; Wellman y Estes, 1987) como verbos emocionales (Bre ther ton , Fritz, Zahn-Waxler y Ridgeway, 1986), y se emplea en la realización de infe-rencias cada vez más comple jas acerca de los estados mentales de otros.

Si bien para la adquisición del l engua je , en general , es preciso el requisito evolutivo de la noción de q u e los otros son seres con una mente de estructura fundamenta l idéntica a la propia —y ello implica algún grado y modo de acceso a la propia m e n t e — , para el desarrollo y refi-namiento del lenguaje menta l se r equ ie re o t ra noción mucho más com-pleja , a saber: la de que los objetos o contenidos de las acti tudes propo-sicionales de otros pueden ser diferentes de los que t ienen las actitudes proposicionales propias, lo cual implica aprender a distinguir los estados mentales de otros de los propios . Es decir , si representamos las funciones mentales en forma de F (p) , en q u e F es una relación con un contenido y (p) el contenido mismo, los usos lingüísticos y conceptuales de la psicología natural se basan en dos axiomas esenciales:

(1) La estructura de F es esencia lmente idéntica en mí y en aquel con el que me relaciono o comunico .

(2) El contenido de (p) no t iene por qué coincidir en mí y en aquel con el que me relaciono o comunico .

De hecho, muchas actividades h u m a n a s de pensamiento y lenguaje contienen estrategias cuya función esencial es reconstruir estados men-tales de otros, d i ferenciándolos de los propios , i .e. reconstruir represen-taciones acerca de otros que tienen la fo rma F (p) — e n psicología evo-lutiva se emplea el té rmino equívoco «teoría de la mente» , para definir la capacidad de realizar tales reconst rucciones—. Para ilustrar este tipo de estrategias, puede servirnos el e j e m p l o del texto de Ross MacDonald que ci tábamos algunos pár rafos más arr iba.

De tengámonos , por e j emplo , en la últ ima observación que se hace en el texto. Es la más misteriosa de todas: «Hillman no di jo nada. Tal vez supiera algo de su hi jo que los o t ros ignoraban». A q u í se ent remez-clan varios verbos mentales en el proceso de pensamiento que MacDo-nald atribuye a Archer . Y se ent re lazan de forma muy compleja e infe-

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 153

renc ial. Lo que se implica es esto: «(Puesto que) Hillman no dijo nada, (Archer sospechaba que) tal vez (el señor Hillman) supiera algo de su h i jo que los otros (la señora Hil lman y Dick Leandro) ignoraban». En suma, se trata de una inferencia compleja , por medio de la cual: (1) se atr ibuye un estado menta l a un pe r sona je A (sospechar) que implica, a su vez, una inferencia sobre (2) el estado mental de otro pe r sona je B (saber algo), basando esa inferencia en (3) la no emisión de símbolos intencionales (no decir nada), por par te de B, y (4) haciendo consistir la inferencia de A en una diferenciación entre el estado mental que se atr ibuye a B (saber algo) y el que (5) se atribuye, en segundo grado, a C y D (ignorar algo). Es evidente que toda esta cadena de inferencias se basa .en la presuposición o axioma previo de que las mentes pueden distinguir sus respectivos estados mentales.

«¡Todo esto es muy complicado! —podr ía decirse— ¡Pobre del lector de Ross MacDona ld si tuviera que dedicarse a inferir que MacDonald atribuye a Archer la inferencia de que quizá Hillman supiera algo que los otros ignorabanl» Pues bien: eso es precisamente lo que hace, sin ningún esfuerzo aparen te , y sin darse mucha cuenta, el lector de Mac-Donald . Y lo hace, además , una y otra vez. Por e jemplo , en la conver-sación que estamos comentando , el lector se enfrenta a un intercambio como este:

—¿Ins inúa que Tom tenía algo con ella? —Estoy in formando sobre los hechos. — N o creo ni en uno solo de sus hechos. —¿Cree que estoy mintiéndole? — N o adrede , quizá. Pero debe haber algún terrible er ror .

La posibilidad de comprende r esta interacción verbal se basa en una delicada diferenciación semántica entre verbos cognitivos y términos epis-témicos: no es lo mismo insinuar que informar. No creer no t iene por qué ser necesar iamente un resul tado de que el otro mienta (es decir, haga creer lo que él mismo no cree) , sino que puede serlo de un terrible error (i.e. de tener una creencia cuyo contenido intencional no corres-ponde a la realidad del ob je to al que se refiere). De nuevo se hace necesaria la intuición de la complej idad por deba jo de la facilidad apa-rente con que el lector comprende esa interacción verbal entre Lew Ar-cher y la señora Hil lman. Esa comprensión se basa en competencias semánticas que permiten distinguir rasgos intencionales de matices muy

154 Objetos con mente

tenues, pero que tienen una e n o r m e impor tancia en el plano, de la mente que sirve de guía para or ientar las interacciones cotidianas.

7.2. Los primates mentalistas y las ventajas evolutivas del engaño y de su reconocimiento

¿Por qué desarrollan los .humanos un plano tan comple jo de la mente como base de su «psicología natural»? Nicolás H u m p h r e y (1983) ha es-peculado con la idea de q u e las condiciones del ambiente social, en la evolución humana , fue ron los de te rminan tes básicos del desarrollo filo-genético de las competencias naturales de cómputo que def inen la inte-ligencia humana: «Fueron las circunstancias de la vida social del hombre primitivo —el per tenecer a una comunidad h u m a n a con interacciones complejas su necesidad de ayudarse mientras al mismo tiempo ayuda a los demás— las que , más que nada , hicieron al h o m b r e como especie, la criatura astuta y pene t ran te que hoy conocemos» (p. 14, ed . esp. 1987).

Las condiciones sociales de la evolución h u m a n a favorecieron el de-sarrollo de un «homo psychologicus», dice H u m p h r e y , calculador y es-pecialmente do tado en sus capacidades de inferencia interpersonal , de las que derivarían (y no al contrar io) las competencias de inferencia impersonal . Esas capacidades de inferencia y cálculo del «homo psycho-logicus» se basarían, a su vez, en la estrategia de emplear un cuadro privilegiado del propio yo como modelo de lo que es ser otra persona.

Esta observación (que se cor responde con la que hacíamos antes de que la psicología natural se basa en un supues to de identidad esencial entre las mentes ) es impor tan te p o r q u e nos permi te intuir hasta qué punto existe una estrecha relación en t r e el desarrol lo y la función de la conciencia reflexiva h u m a n a y el de las capacidades de inferencia y cóm-puto sobre el mundo mental de los demás . Si la suposición de Humphrey es correcta (y hay razones impor tan tes para suponer lo) , a lo largo de la evolución humana , se favorecieron las posibil idades de preservación de los rasgos genéticos de los individuos más capaces de acceder a su propia mente , y, en-consecuencia, de c o m p r e n d e r y predecir la conducta de sus congéneres mediante inferencias mental is tas:

Para el psicólogo natural —dice Humphrey—, la autoobservación significa no sólo observar desde el exterior sino observar desde dentro, no sólo contemplar él propio comportamiento, sino contemplarlo en los «pensamientos y las pasio-

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 155

nes» que lo acompañan. Y la capacidad para este tipo de observación interna —la capacidad de mirar en sí mismo y considerar lo que hacemos al pensar, tener esperanzas, temores, etc.—/.../ a mi parecer, representa el desarrollo más peculiar y refinado de la mente humana. /.../ Para darle un nombre, digamos que es la capacidad de «conciencia reflexiva»: una conciencia de la conciencia (p. 16).

La perspectiva de H u m p h r e y se basa en una descripción, de los fac-tores decisivos en la evolución humana , bastante diferente de la que ha p redominado en las explicaciones tradicionales. Según esta nueva des-cripción (muy afín a las que vienen desarrol lando, en los últimos años, otros investigadores, desde la paleontología, la etología y la antropología evolucionista) lo que caracteriza a nuestra especie no es sólo (ni tanto) la capacidad de «inventar tecnología» como la de transmitirla, de forma acumulativa, de unas generaciones a otras. Esa necesidad requeriría, a su vez, la formación de grupos sociales complejos, caracterizados por: (a) un alto grado de estabil idad, (b) la vigencia prolongada de un perio-do inmaduro , crítico para el aprendiza je , en las crías, (c) la convivencia y cooperación de miembros de distintas generaciones, (d) la existencia de periodos prolongados de actividad aparen temente «improductiva». En los grupos así consti tuidos, formados por organismos con notables capa-cidades de cálculo y anticipación de las conductas a jenas , y de acceso a los estados mentales propios, la «astucia psicológica» requerida habría sido cada vez mayor , al ser evolut ivamente ventajosa la predicción —con fines cooperat ivos o competi t ivos— de la conducta de los congéneres , y la «penetración» en estados mentales de sistemas tan complejos como el propio sistema que predice o penet ra en la interioridad de sus congéne-res. En estas condiciones, los sistemas más capaces de (a) acceder in-trospect ivamente a su propia complej idad y (b), tomándola como mode-lo, preveer más «jugadas» posibles en los juegos de interacción social, debieron contar con evidentes ventajas evolutivas.

Rec ien temente , Leda Cosmides (1989) ha proporcionado algunas pruebas favorables a una concepción semejante a la que def iende Humph-rey, y obtenidas en estudios sobre razonamiento adulto con el conocido problema de las «cuatro tar je tas», inventado por Peter Wason (1966, 1968; Wason y Johnson-Lai rd , 1972). C o m o es sabido, el problema im-plica contrastar una hipótesis, establecida en una forma condicional: «si p entonces q», decidiendo, qué tar jetas habría que volver de cuatro que cont ienen, en su cara visible los casos «p», «q», «-p» y «-q», y aceptando

156 Objetos con mente

el supuesto de que toda ta r je ta cont iene en una cara un caso «p» (que_ puede ser «p» o «-p»).y en la o t ra un caso «q» («q» o «-q»). Por e jemplo , las tar je tas pueden contener en una cara una letra y en otra un número , y el enunciado condicional ser «Si una ta r je ta t iene una vocal en una cara, entonces tiene un n ú m e r o par en la otra», mos t rando las ta r je tas presentadas, en su cara visible, los casos «E», «K», «4» y «7». La tarea del sujeto consistiría en decir qué t a r j e tas habr ía que volver para con-trastar la verdad o falsedad del enunciado condicional.

Hay numerosas investigaciones que demues t ran que , en esta fo rma abstracta, el problema de las cuat ro t a r j e tas resulta ex t raord inar iamente difícil para la mayor pa r t e de los adultos, aunque la dificultad depende mucho del contenido, facil i tándose cuando éste es más concreto y cer-cano a la experiencia del su je to que razona (Bracewell y Hidi, 1974; Brown, Keats, Keats y Seggie, 1980; Cox y Griggs, 1982; Griggs y Cox, 1982, 1983; Johnson-Lai rd , Legrenzi y Legrenzi , 1972; Mankte low y Evans, 1979; Van Duyne , 1974; Wason y Shapiro , 1971; Yachanin y Tweney, 1982) y sobre todo cuando se suscitan «esquemas pragmáticos de razonamiento», dependien tes de los contenidos (Cheng y Holyoak, 1985). Lo que ha demos t rado Cosmides (1989) es que el problema de las cuatro tar je tas se facilita ex t raord inar iamente cuando se establece en la forma de un problema de «intercambio social», que implica descubrir posibles «engaños», con respecto a una regla social.

Uno de los e jemplos de Cosmides (1989) puede servir para ilustrar el procedimiento que emplea: Al su je to se le hace imaginar que él es un kaluama, un miembro de una cul tura polinesia con reglas muy estrictas. Ent re los kaluamas, cuando un h o m b r e se casa, se hace un ta tua je en la cara. Los casados llevan t a tua jes y los solteros no. O t ra peculiaridad de la cultura kaluama es que hay ciertas reglas para consumir de terminados alimentos: en concreto, la raíz de casava y las nueces de nolo. La raíz de casava es deliciosa y nutri t iva, pero , sobre todo, t iene poderosas pro-piedades afrodisiacas, y o t ras p rop iedades tales q u e hacen irresistible a quien la consume. Las nueces de nolo saben bastante mal , no son muy nutritivas y no poseen esas propiedades . Dadas las estrictas costumbres de los kaluamas. los ancianos han establecido una ley, que establece lo siguiente: «Si un h o m b r e come raíz de casava, entonces debe tener un ta tua je en la cara». El su je to del exper imento hace el papel de un guardián de un c a m p a m e n t o provisional en que están cuatro kaluamas jóvenes: su misión consiste en descubrir a aquellos jóvenes que pudieran haberse sal tado ta ley, ante la urgencia de sus impulsos sexuales. Cada

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 157

ta r je ta representa a un joven , en una cara se señala si su cara está o no ta tuada , y en otra lo que come; en una se lee: «come raíz de casava»; en otra: «no tatuado»;, en la tercera: «come nueces de nolo», y en la cuarta: «ta tuado».

A diferencia de lo que sucede con contenidos más abstractos y no-sociales, la mayor par te (un 75 %) de los sujetos saben qué tar je tas hay que volver, en la situación anter ior , para descubrir a los posibles «tram-posos». Cuando el problema de las cuatro tar jetas , conservando su es-tructura formal clásica, se convierte en un problema de «intercambio social», que implica descubrir quiénes hacen «trampa», se produce un efecto claro de facilitación. Sirviéndose de una ingeniosa serie de expe-rimentos en que empleaba diferentes variaciones del problema de las cuatro tar je tas , Cosmides (1989) ha defendido la idea de que la mente humana está especialmente «diseñada», por las fuerzas de la evolución para resolver problemas interpersonales de intercambio social. P ropone que, cuando los mecanismos que definen la arquitectura cognitiva del razonamiento , se consideran desde una perspectiva evolucionista, la hi-pótesis de que tales mecanismos son generales e igualmente aplicables a todos los dominios resulta muy poco plausible.

En las condiciones pleistocénicas de la evolución humana , debió re-sultar más eficaz la evolución de mecanismos específicos (de módulos especializados de razonamiento , si se quiere decir así), que permitirían realizar, de forma rápida y eficiente, inferencias en situaciones de inte-racción e intercambio social.

Basándose en reconstrucciones de los factores evolutivos que presio-naron la selección genética humana durante más de dos millones de años, y en los resultados experimentales de sus investigaciones, Cosmi-des (1989) p ropone la existencia de «algoritmos darvinis tas de regulación del intercambio social» que: (a) producirían y procesarían representacio-nes de los costes y beneficios en las interacciones, y (b) permitirían realizar inferencias complejas sobre las posibles «trampas» en las situa-ciones de intercambio (i.e. de tectar a los individuos que reciben los be-neficios sin pagar los costes, como los solteros que comen raíz de casava, aprovechándose de sus propiedades afrodisiacas sin pagar los costes ma-trimoniales est ipulados).

Ahora bien, parece evidente que la detección de la t rampa, el engaño y la ment i ra (como la realización de t rampas, engaños y mentiras) sólo es posible en sistemas capaces de atribuir deseos y creencias, es decir , en sistemas que , además de poseer mente , atribuyen mente. En el e jemplo

158 Objetos con mente

de la tarea a la que nos hemos refer ido , del exper imento de Cosmides (1989), la actividad del su j e to t iene sentido en tanto que sabe que la raíz de Casava es un afrodis iaco t en tador , y que los hombres —casados y solteros— desean comer raíz de casava, por lo que los solteros pueden tener la intención, (más en concre to , la tentación) de violar la ley que establece que «Si un h o m b r e come raíz de casava, entonces debe tener un ta tua je en la cara», aunque esos hombres conozcan él contenido de esa ley.

Más aún: del mismo m o d o que la independencia estimular de la con-ducta y su determinación «de arriba a abajo» son los criterios básicos para de terminar que un sistema es un sistema cognitivo, las competencias de realizar engaños y ment i ras , y de detectar a aquellos que son enga-ñados o engañan , de los q u e mienten o son equivocados por la ment i ra , es el criterio básico para admitir q u e un sistema tiene la capacidad me-ta-representacional de atr ibuir es tados mentales.

Un organismo que, de forma del iberada, es capaz de transmitir a otro una creencia equivocada — q u e el pr imer organismo sabe que no corres-ponde a la real idad—, con el fin de ob tener un beneficio, da muestras de ser capaz de: (a) a tr ibuir a o t ro organismo estados mentales y (b) diferenciar los estados menta les a j e n o s de los propios. Posee, en sentido metafór ico, una cierta «teoría de la mente».

Recordemos que Premack y Woodruf f (1978) acuñaron este impor-tante concepto de «teoría de la mente» , para explicar la competencia de la chimpancé Sarah de elegir la «solución» correcta a ciertos problemas f i lmados que eran representados por humanos (por e j emplo , un humano en jau lado t ra taba de alcanzar un plá tano en una película, y Sarah sabía elegir luego el ins t rumento que le permitir ía alcanzarlo de entre otros varios, mostrados en ta r je tas ) . P r emack y Woodruff señalaron que, para dar solución a esos «problemas de otros», la chimpancé no sólo tenía que tener la capacidad de seleccionar la respuesta correcta , sino la com-petencia previa de discriminar que los humanos que aparecían en las películas «tenían un problema» y «deseaban resolverlo». Para ellos, esa competencia implicaría la posesión de una «teoría de la mente», i.e. de una capacidad de emplear conceptos no di rec tamente empíricos (tales como son los conceptos mentalistas y muchos de los que se emplean en la ciencia) para predecir ciertos fenómenos (del mismo modo que se predicen mediante los conceptos científicos), en este caso, fenómenos de conducta .

Algunos de los investigadores que comentaron el impor tan te artículo

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 159

de Premack y Woodruf f (1978), publicado en The Behavioral and Brain Sciences, señalaron que el criterio más estricto y correcto para demostrar que un organismo posee rea lmente la capacidad meta-representacional de «tener representaciones sobre las representaciones de otros», es decir, de «tener una teoría de la mente» , sería la demostración de su compe-tencia para engañar de l iberadamente .

La posesión de esta competencia por chimpancés ha sido demost rada exper imenta lmente por Woodruff y Premack (1979) y registrada en si-tuaciones naturales por Jane Goodal l (1986), entre otros. Un e jemplo de Goodal l es el siguiente:

En una ocasión, y cuando un grupo había terminado su comida, Figan descubrió un plátano que los demás habían pasado por alto, pero desgraciadamente Goliat se encontraba descansando debajo de la rama en que se hallaba. Aquél, después de dirigir a su congénere una rápida ojeada, se instaló al otro lado de la tienda, en un lugar donde no podía ver el plátano. Cuando, quince minutos después, Goliat se levantó para irse, Figan, sin dudarlo un segundo, se dirigió al árbol y tomó la fruta. Evidentemente había comprendido la situación; si hubiera preten-dido coger el plátano bajo la vigilancia de Goliat, éste se lo habría arrebatado, y si se hubiera quedado donde estaba, no hubiera podido evitar lanzar alguna ojeada a la codiciada fruta, lo cual, dada la facilidad de los chimpancés para interpretar las miradas de sus compañeros, habría puesto a Goliat sobre 1a pista. Por lo tanto, Figan no sólo había conseguido sus deseos, sino que se había apartado del lugar peligroso que podía delatarle. Hugo y yo quedamos, natural-mente, muy impresionados, pero Figan había de sorprendernos aún más en otras ocasiones (p. 83).

Es fácil ver la delicada y compleja maquinaria inferencial que se pone en juego en el e j emplo anter ior : Figan demuestra una capacidad consi-derable como «psicólogo natural» mentalista. Sabe que , si no puede re-sistir la tentación y trata de hacerse con el plátano, Goliat — q u e por algo se llama como se l lama— hará valer su fuerza. Calcula que si él cae en una tentación más sutil, y se limita a mirar el plátano, proporciona a Goliat una pista peligrosa. Lo que hace entonces, es alejarse y esperar a que Goliat se marche , para conseguir su merecido premio (pues la habilidad «psicofílica» de Figan bien merece, cuando menos, un pláta-no). Pero esto no es quizá suficiente, para atribuir una teoría de la mente activa a Figan, pues, más que «engañar» a Goliat , lo que hacía era ocultarle pistas. Veamos entonces un e jemplo más claro:

160 Objetos con mente

Por lo general, cuando los chimpancés han estado descansando, si uno de ellos se pone en pie y emprende la marcha, los demás le siguen inmediatamente /.../. Un día en que Figan, por acompañar a un grupo numeroso, no había podido conseguir más de un par de plátanos, se levantó súbitamente y empezó a caminar. Los otros le imitaron. Diez minutos después regresaba al campamento él solo y recogía, libre de competencia, su ración de plátanos. Pensamos que se trataba de una coincidencia /../ pero, cuando repitió la misma maniobra una y otra vez, no tuvimos más remedio que aceptar que lo hacía deliberadamente (p. 84).

C o m o vemos en los e jemplos anter iores , las habilidades psicológicas, que presupone la atribución de es tados mentales a otros, no son exclu-sivas de los humanos . Se dan en an t ropoides superiores , en chimpancés y gorilas y (quizá en m e n o r grado) en orangutanes . Estos animales tam-bién son, en cierto sent ido, «psicólogos mentalistas». Sin embargo, sus capacidades psicológicas son l imitadas cuando se comparan con las que tienen niños de pocos años. En los últ imos años se han realizado nume-rosas investigaciones evolutivas sobre la «teoría de la mente», que han demos t rado que los niños de cuat ro años y medio son capaces de distin-guir con claridad en t re su propio conocimiento de un estado de hechos objet ivo y la creencia (equivocada) q u e atr ibuyen a un persona je , o a o t ro niño, acerca de esa situación (Ast ington , Harr i s y Olson, 1988). En uno de los modelos exper imenta les empleados , se muest ran al niño dos personajes , que están en una habi tac ión. Cada uno tiene un recipiente (por e jemplo , A un bolso y B una ca j a ) , y uno de ellos posee un ob je to valorado en su recipiente (A t iene en el bolso una canica). Es te perso-na je abandona la habitación, y el o t ro «se hace» con el ob je to valioso y lo pone en su propio recipiente (A se marcha y B pone la canica en su caja) . Después vuelve el p r imer pe r sona j e , y se pregunta al niño dónde creerá que está su canica, y dónde la buscará. Los niños normales de cinco años suelen ser capaces de decir cor rec tamente que A buscará el obje to en su bolso, y creerá que está en él, aun cuando ellos mismos saben que está en el otro recipiente.

Lo que resulta más so rp renden te de la capacidad infantil de diferen-ciar las propias creencias de las q u e t ienen otras personas o personajes es el hecho de que se desarrolla m u c h o antes de lo que sería predictible si part iésemos del supues to de q u e los niños emplean competencias cog-nitivas generales para resolver p rob lemas de «teoría de la mente». El e jemplo del problema de A y B puede servir para aclarar este punto: saber que , si sucede que A tiene una creencia «x», que corresponde a un estado de cosas X y tal es tado de cosas se t ransforma en otro, Y, de

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natura! 161

forma que A no percibe la t ransformación de X a Y, (aunque el propio niño sí la perciba), entonces A man tendrá su creencia «x», parece —cuan-do menos— tan complicado como saber que si en dos vasos se pone la misma cantidad de líquido y luego se pasa el líquido de un vaso a otro recipiente, seguirá habiendo el mismo líquido, aunque «parezca» más alto.

Es te segundo problema, que es uno de los paradigmas de los proble-mas «operatorios» de conservación de Piaget, se resuelve mucho más tarde que tareas de teoría de la mente q u e también parecen exigir ciertos niveles.de «reversibilidad» y «conservación» (Rivière y Castellanos, en preparación) .

En suma: hay razones para pensar que , del mismo modo que la com-pleja tarea de las cuatro tar je tas se facilita enormemente cuando se con-vierte en un prob lema de «intercambio social» y reconocimiento del en-gaño, también se facilitan tareas de carácter operatorio cuando se esta-blecen en forma de problemas de «teoría de la mente».

7.3. Psicología natural, intensionalidad y metarrepresentación

Las concepciones acerca del pensamiento y el razonamiento humanos que parecen derivarse de estas investigaciones recientes se apar tan, de forma significativa, de los conceptos predominantes durante muchos años acerca de estas funciones. Hay fundamen tos empíricos y argumentos teó-ricos suficientes para defender la idea de que la mente humana está es-pecialmente preparada para pensar acerca de la mente misma. Dispone , p robab lemente , de mecanismos especializados de cómputo (quizá pudie-ran llamarse «módulos», en un sentido más amplio que el que emplea Fodor , 1983) para desarrollar sus inferencias mentalistas. En esas infe-rencias, emplea «representaciones sobre representaciones» de otras men-tes o de sí misma. De tal modo que podemos decir que la mente humana posee una competencia meta-representacional, que proporciona el funda-mento en el que se basa el componen te pragmático del lenguaje y que está ín t imamente relacionada con su capacidad simbólica (Leslie, 1988).

Alan Leslie (1987, 1988) ha desarrol lado un modelo cognitivo muy sugerente de las capacidades subyacentes al desarrollo de la «teoría de la mente» en el niño. Su modelo par te de la observación de que existe un isomorfismo profundo» en t re los juegos de ficción, que los niños empiezan a hacer desde el segundo año de vida, y las atribuciones men-

162 Objetos con mente

talistas que se efectúan en las tareas de teoría de la mente . Los juegos de ficción implican también una especie de «desdoblamiento de las re-presentaciones»: la niña pequeña que emplea una cucharita para simular que habla por te léfono, lava la cara de su muñeca «como si» estuviera sucia, o «hace que come» con las manos vacías, está, como si d i jé ramos , «poniendo entre paréntesis» las representaciones realistas y «literales» de las cosas y conf igurando un m u n d o de representaciones ficticias, en el que se distorsionan de l ibe radamente las relaciones de referencia, ver-dad y existencia que t ienen, con respecto a la realidad, las representa-ciones «verídicas» de las cosas.

Los mecanismos de sustitución de objetos, atribución ficticia de pro-piedades y simulación imaginaria de objetos (Rivière, 1990), que juegan un papel esencial en el desarrollo de las metáforas infantiles del - juego simbólico, muest ran un curioso isomorfismo con ciertas propiedades im-portantes , de naturaleza semánt ica , de los enunciados que expresan es-tados mentales. Estas propiedades son las siguientes:

(1) Los enunciados intensionales son referencialmente opacos. Es de-cir, cuando dos expresiones con el mismo referente aparecen en contex-tos extensionales idénticos, si es verdad la pr imera , lo es la segunda; pero esto no sucede en de te rminados contextos con verbos mentales. Por e jemplo , del hecho de que sea verdad que «El presidente del Real Ma-drid veranea en Mallorca» se sigue que es verdad que «Ramón Mendoza veranea en Mallorca», pe ro de la verdad de que «Pedro piensa que el presidente del Real Madrid veranea en Mallorca» no se sigue la verdad de que «Pedro piensa que R a m ó n Mendoza veranea en Mallorca» (pue-de suceder, por e jemplo , que Pedro no sepa que R a m ó n Mendoza es actualmente el presidente del Real Madrid) .

(2) Técnicamente , se dice que los contextos mentalistas con verbos intencionales son intensionales (en real idad, la intensionalidad es una propiedad que poseen , sobre todo, los verbos de pensamiento y lengua-je , tales como creer , in terpre tar , comprende r , decir, suponer , intuir, etc). La opacidad referencial puede comprenderse como una consecuen-cia de la intensionalidad. Esta se ref iere, pr incipalmente, a la propiedad de «no-compromiso con la verdad o falsedad», a la propiedad por la cual la verdad de los enunciados completos no implica la de las cláusulas sometidas a los verbos menta les . Así , aunque sea verdad que «Luis cree que María está locamente e n a m o r a d a de él», ello no implica que sea verdad que María esté rea lmente e n a m o r a d a de Luis. Puede ser verdad la primera proposición sin serlo la segunda . Por el contrar io , cuando un

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 163

enunciado extensional comple to es verdadero , lo son todas sus cláusulas. (3) La tercera propiedad que poseen los enunciados intencionales

con verbos de pensamien to y lenguaje es el hecho de que su verdad no compromete la existencia de los obje tos incluidos en cláusulas sometidas a verbos menta les de ese t ipo. Así, puede ser verdad que «Antonio cree que el rey de Francia es calvo» y, sin embargo, no existe un ob je to tal como .el rey de Francia . Sin embargo , si es verdadero el enunciado ex-tensional «El rey de Francia es calvo», ello implica que existe un ob je to x tal que x es el rey de Francia .

Para Leslie (1987, 1988) existe un paralelismo claro entre la opacidad referencial de los contextos intensionales y el mecanismo simbólico de sustitución de ob je tos , en t r e el no compromiso con la verdad o falsedad de aquellos y la atr ibución simbólica ficticia de propiedades, y f inalmente entre el no-compromiso de existencia de los objetos incluidos en cláusu-las in tencionalmente verdaderas y la simulación imaginaria de objetos . Explica ese paralel ismo sirviéndose de la idea de que «la enunciación de estados mentales y la ficción son actividades que dependen cognitiva-mente de la misma forma especializada de representación menta l y que , po r consiguiente, heredan sus propiedades semánticas» (1988, p. 27). La forma específica de representación a la que se refiere Leslie es la meta-representación, que implica un «desdoblamiento» («decoupling») de las representaciones pr imarias (perceptivas) y permite tanto la constitución de un m u n d o simbólico como la atribución simbólica de estados mentales a otros.

7.4. La conciencia como sistema de predicción mentalista y la semántica de los verbos mentales

La formulación de Leslie (1987, 1988) tiene la venta ja de que permite entrever las p ro fundas , y aún mal comprendidas , relaciones que existen en t re los mecanismos de cómpu to que constituyen la base de las elabo-radas competencias de interacción de los miembros de nuestra especie y los sistemas h u m a n o s de símbolos.

Desde una perspectiva genética, los símbolos son, como quería Vygotski (1979), fo rmas de interacción, y su adquisición, fo rma , uso y desarrollo sólo puede explicarse (en el caso del hombre) como producto de una especie fo rmada , si se permite esta expresión, por «psicólogos mentalistas». Los sistemas simbólicos permiten, a los humanos , acceder

164 Objetos con mente

al mundo interno y representacional de los congéneres mediante proce-sos muy elaborados y eficientes. A d e m á s , terminan por constituirse en el tej ido con el que se e labora la conciencia reflexiva humana , cuya estructura semiótica está al servicio de su función esencial de «comuni-cación con uno mismo». Pero , por otra par te , no sería explicable la adquisición de esos sistemas simbólicos si no fuera por la posesión previa de mecanismos más primitivos de acceso al mundo interno propio y a j eno .

Todo esto significa q u e la psicología natural mentalista que , como veíamos en el capítulo anter ior , consti tuye un punto de part ida inevitable (aun cuando ésta termine por negar su valor) para el desarrollo de la psicología científica, es senci l lamente una de las propiedades esenciales del sistema cognitivo humano .

Según este punto de vista, la conciencia reflexiva, tan difícilmente asimilable por los modelos computacionales de la mente , puede conce-birse como un ins t rumento muy eficaz de representación acerca del mun-do propio: un inst rumento que estaría al servicio de la comprensión mentalista y la predicción de la conducta de los congéneres. La simula-ción representada de los ob je tos y procesos internos de éstos, mediante el empleo del plano de la mente proporc ionado por el conocimiento de la mente propia, constituiría la estrategia principal de la psicología men-talista. Pero , por otra par te , esa psicología natural se vería limitada —en sus posibilidades de discriminación conceptual y, por consiguiente, de inferencia— a tratar con propiedades de lo psicológico que se dan en el plano de la conciencia.

Esta última observación es impor tan te para comprender las compli-.. cadas relaciones que s iempre ha tenido la psicología científica con la psicología natural . Si ésta es el resul tado de un sistema (muy probable-mente especializado y modular ) de cómputo que se sirve de la conciencia propia y del supuesto de identidad en t re congéneres , para comprender y predecir la conducta de otros, ello querrá decir que todos los rasgos y propiedades de lo mental que se representan en el sistema conceptual de la psicología natural provienen de rasgos y propiedades que se manifiestan en la conciencia. Y el p rob lema es que la conciencia — c o m o ha demos-trado, de forma muy clara, la historia de la psicología— no parece estar constituida para informar sobre la naturaleza interna de las funciones mentales, sino más bien para definir significativamente los contenidos sobre los que éstas se realizan y sobre algunos aspectos de la relación del sujeto con tales contenidos.

Si nos f i jamos, por e j emplo , en las diferencias semánticas entre los

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 165

verbos mentales de conten ido epistémico, vemos q u e esas diferencias parecen corresponder a un con jun to limitado de primitivos conceptuales que ref le jan aspectos conscientes de nuestras relaciones con contenidos mentales: aspectos tales como el «grado de certeza» o de «seguridad» con que se conocen esos contenidos (que se ref leja , por e j emplo , en la diferencia entre «saber» y «creer») , el hecho de que se sometan a cam-bios o se man tengan estáticos («pensar» f rente a «creer»), de que se sitúen en el presente , el pasado («recordar») o el fu turo («prever», «an-ticipar»), o la gran distinción que hace el sistema cognitivo en t r e conte-nidos a los que asigna una relación inmediata , presente y casi-extensional o física con el medio («percibir») y otros que implican una distancia mayor y una elaboración inferencial más compleja («pensar», «intuir», «recordar», etc). E n - s u m a , las dimensiones que organizan el campo se-mántico de los verbos menta les se derivan de propiedades de la concien-cia de la relación con ob je tos a que estos verbos hacen referencia. Esa conciencia de relación es muy limitada, y no implica, ni mucho menos, que las funciones que permi ten la formación, elaboración y t ransforma-ción de los contenidos menta les sean transparentes. Por el contrario, esas funciones son esencia lmente opacas a la conciencia.

Otra forma de expresar lo que significan las afirmaciones anteriores es la siguiente: las actitudes proposicionales, de que hablan los filósofos y que constituyen la mater ia pr ima de la psicología natural mental is ta , no se identifican con las funciones mentales de que hablamos los psicó-logos cognitivos. En tanto que estas funciones se conciban como algorit-mos de cómputo que , en función de la organización del conocimiento en el sistema cognitivo, p re tendan explicar tanto la conducta como los contenidos de la conciencia, no podrán identificarse con las acti tudes proposicionales que t ienen la función esencial de predecir la conducta de otros sirviéndose de un supuesto de similitud entre los aspectos limi-tados del mundo propio , a los que la conciencia tiene acceso, y los mun-dos internos de los congéneres .

Las actitudes proposicionales no definen mecanismos de producción de los contenidos de la men te , sino formas de relación entre el sujeto y tales contenidos. La gama limitada de formas de relación que se refleja en las actitudes proposicionales es también el producto de una elabora-ción evolutiva: podemos suponer que , a lo largo de la evolución humana , resultaron adaptat ivas capacidades que permitían: a) diferenciar clara-mente los ob je tos percibidos de las elaboraciones del pensamiento y el recuerdo; b) discriminar ap rox imadamente el grado de probabil idad o

166 Objetos con mente

segur idad as ignado a las c reenc ias ; c) asignar valores t e m p o r a l e s a los con ten idos r ep resen tac iona les de la conciencia ; e) dis t inguir las va len-cias de los o b j e t o s , etc. Es tas p r o p i e d a d e s , p royec tadas en la conciencia , son las que se r e f l e j an en el vocabu la r io de las act i tudes propos ic iona les .

D e l mismo m o d o q u e , c o m o d e c í a m o s en e l capí tu lo p r i m e r o , nues t ro s is tema cognit ivo pa rece es tar a d a p t a d o a un «mesocosmos» f ís ico, cons-t i tuido por o b j e t o s de m e d i a n o t a m a ñ o y al que se accede a t ravés de la g a m a l imitada de energ ías del m e d i o q u e t r ansducen nues t ros recep-tores sensoriales (de m a n e r a q u e las ciencias f í s icas han t en ido q u e su-perar las restr icciones y sesgos que es tab lecen esas adap tac iones que h a n resul tado de nues t ra evolución especí f ica) , así t ambién nues t r a «psicolo-gía natural» pa rece es tar a d a p t a d a a un «mesocosmos» psicológico q u e d e p e n d e de un c o n j u n t o m u y l imi tado de discr iminaciones a las q u e se accede por los s is temas de au tobse rvac ión e in t rospección ingenua q u e han resu l tado de la evolución pecul ia r de una especie social y psicológica como la nues t ra . Y de la mi sma f o r m a q u e la física cient í f ica no p u e d e p e r m a n e c e r anclada en el m e s o c o s m o s al q u e es tá p r e a d a p t a d o el siste-ma cognit ivo h u m a n o , la psicología científ ica no p u e d e es tancarse en la concepc ión «media» de la m e n t e q u e sirve de base a la psicología na tu ra l .

7.5. Psicología natural y psicología popular

Es impor t an t e d i fe renc ia r esa psicología na tura l de lo q u e a lgunos invest igadores han l l amado «psicología popu la r» , es deci r de las «expli-caciones» sob re lo men ta l — p o r muy infant i les y arcaicas q u e éstas s e a n — que se real izan fue r a de los ámbi tos científ icos y que var ían en las dis-t intas soc iedades y cul turas . La indist inción e n t r e u n a y o t r a , en t r e psi-cología na tura l y psicología popu l a r , ha d a d o lugar a equ ívocos f i losófi-cos considerables (López C e r e z o , 1989; De Vega , 1989, Rivière , 1989). C o m o ha seña lado De Vega (1989) u n a y o t ra cons t i tuyen domin ios fenoménicos d i fe ren tes : e l p r i m e r o se re f ie re «al c o n o c i m i e n t o p r agmá-tico e ins t rumenta l q u e posee el h o m b r e de la calle acerca del e n t o r n o psico-social d o n d e se desar ro l la su in teracción con o t ras personas» (p. 275). El o t ro domin io , el de la psicología popu la r , se de r iva de la pro-pensión teórica y expl icat iva inevi tab le q u e t iene el h o m b r e , q u e «no so lamen te d i spone de un c o n o c i m i e n t o p ragmát i co sob re los d e m á s y de una metacognic ión sobre s í mi smo , s ino q u e , además , p r e t e n d e es table-cer principios genera les pa ra explicar el m u n d o psicosocial y justificar su propio c o m p o r t a m i e n t o » ( ib ídem) .

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 167

A u n q u e se util ice el t é r m i n o «teor ía de la mente» pa ra re fe r i r se a los dominios de la meta -cognic ión y el conoc imien to p ragmát ico de los d e -más q u e h e m o s r e f l e j a d o en este a p a r t a d o , e l concep to de «teoría» es me ta fó r i co (y pe l i g rosamen te ambiguo) c u a n d o se aplica a la psicología na tu ra l . Las u n i d a d e s de c o n o c i m i e n t o de que se c o m p o n e la psicología na tura l no son « fo rmas de c o n o c i m i e n t o declara t ivo, su je to a valores de ve rdad , p ú b l i c a m e n t e con t r a s t ab le , e tc .» ( D e V e g a , 1989, p . 276). La d i fe renc ia e n t r e la psicología na tura l y la psicología científ ica es, así , s e m e j a n t e a la q u e exis te e n t r e el conoc imien to p ragmát ico táci to y el conoc imien to explíci to de la g ramát i ca de un l engua je . Del m i s m o m o d o q u e sabemos p r a g m á t i c a m e n t e las pe r sonas acerca de la m e n t e , sabemos hab la r y c o m p r e n d e r . En nues t ros usos ord inar ios del l engua je , p o n e m o s en j u e g o es t ruc tu ras de conoc imien to muy comple j a s , tales c o m o las q u e nos p e r m i t e n dis t inguir los rasgos fonológicos re levantes en nues t ro sis-t ema l ingüístico, c o m p r e n d e r y p roduc i r po tenc ia lmen te infini tas oracio-nes g ramat ica les y llevar a cabo sutiles dist inciones semánt icas . Así , co-nocemos, en c ie r to sen t ido p ragmát i co , la sintaxis, la fonología y la se-mánt ica de nues t ro l engua je . Pe ro eso no quiere deci r q u e p o d a m o s es tab lecer de f o r m a explícita sus reglas fonológicas, sintácticas y s e m á n -ticas. En rea l idad , esas reglas son tan comple j a s que no han pod ido s e r recons t ru idas c o m p l e t a m e n t e en n ingún l engua je na tura l , a pesa r de los es fuerzos con t inuados de los lingüistas.

Algo s e m e j a n t e sucede con el dominio, de lo men ta l , que es el c a m p o al que los psicólogos d e d i c a m o s nues t ros es fuerzos profes iona les : la psi-cología na tura l es, como el l engua j e , un re f inado p roduc to evolut ivo de la f i logénesis y la on togénes i s (quizá t ambién de la «sociogénesis») de la m e n t e h u m a n a . E n t r e las p r o p i e d a d es adapta t ivas q u e ésta p resen ta , c o m o p r o d u c t o con t ingen te de la evolución, hay una impor t an t e : la q u e consis te en d i fe renc ia r y resa l ta r las represen tac iones acerca de sí misma y acerca de o t ras men te s . Es ésa una p rop iedad explicable en un an imal social y lleva a la cons t rucc ión de s is temas específ icos de c óm p u t o pa rac o m p r e n d e r y p redec i r conduc ta s h u m a n a s ; s is temas en que la concien-cia, y los mecan i smos metacogni t ivos q u e implica, j u e g a n un pape l deci-sivo.

De es te m o d o , la in tenc ional idad h u m a n a presenta una i m p o r t a n t e y poco ana l i zada p r o p i e d a d q u e no pa r ecen t ene r las funciones intencio-nales de o t ros an ima les , y q u e pa race f u n d a m e n t a l pa ra e n t e n d e r a lgunos de los aspec tos i m p o r t a n t e s del p e n s a m i e n t o y el l engua je . Me ref ie ro a la p r o p i e d a d de ser recursiva (Rivièr e , 1990): las funciones menta les son

168 Objetos con mente

func iones que consis ten en re lac iones de su je tos con o b j e t o s , pe ro q u e t ienen la p r o p i e d a d de q u e ta les o b j e t o s p u e d e n se r , a su vez , func iones menta les . C u a n d o en e l t ex to de Ross M a c D o n a l d se decía: «Hi l lman no d i j o nada . Tal vez sup ie ra algo de su h i j o que los ot ros ignoraban» ,

e n c o n t r a m o s q u e se .a t r ibuye a A r c h e r un es tado men ta l (pensar algo) q u e se re f ie re , a su vez, a o t ro ( s abe r a lgo) a t r ibu ido a o t ro p e r s o n a j e (Hi l lman) , s iendo ese algo un o b j e t o q u e se re lac iona , a su vez, con un tercer ve rbo epis témico ( ignora r a lgo) . C o m o en e l j uego de las muñecas rusas , las act i tudes p ropos ic iona les p u e d e n e n c a j a r s e u n a en ot ras (i .e. poseen un mecan i smo de au to - inc rus tac ión) y ramif icarse u n a s de o t ras ( ramif icación) , c r e a n d o e s t ruc tu ras de t ipo (I1 (I2 ( I 3 ))).

U n a caracter ís t ica esencia l de los m i e m b r o s de nues t ra especie p u e d e ser esa intencionalidad recursiva ( e m p l e a n d o aqu í el t é rmino «recursivo» en un sent ido no- técnico , q u e d e b e d i fe renc ia r se c l a r a m e n t e de su sig-nif icado m a t e m á t i c o preciso , tal c o m o se de f ine , por e j e m p l o , en A r b i b , (1964)). Es decir , esa capac idad de a t r ibu i r a o t ros es tados menta les in tencionales q u e , a su vez , p u e d e n t e n e r c o m o ob je tos e s t ados menta les intencionales . En Linguistic Behavior, B e n n e t t (1976) d e f i e n d e la idea de que la adquis ición de un s is tema s imból ico tal c o m o el q u e const i tuye e l l engua je h u m a n o r e q u i e r e , c u a n d o m e n o s , una in tenc ional idad de ter-cer o rden (algo similar a «saber q u e el o t ro sabe q u e yo sé que . . . » ) . A pesar de que los a n t r o p o i d e s s u p e r i o r e s a lcanzan un s e g u n d o o rden de in tencional idad («creer q u e e l o t ro c r e e q u e . . . » ) , c o m o han d e m o s t r a d o P r e m a c k y W o o d r u f f (1978), y W o o d r u f f y P r e m a c k (1979), no existen p ruebas que pe rmi t an a f i r m a r q u e a lcancen esa in tencional idad recursiva de o rden super ior q u e se p o n e en j u e g o , c o n s t a n t e m e n t e , en los usos lingüísticos de los h u m a n o s .

Su m u d a , si lenciosa, a t r ibuc ión de in tenciones se q u e d a , p robab le -m e n t e , a med io c a m i n o e n t r e la m e r a poses ión de es tados menta les in-tencionales (que p u e d e p red ica r se , en a lguna m e d i d a , de todos los ani-males que t ienen es t ados ep i s t émicos , ya que t odo es t ado epis témico es, por def in ic ión, in tenc iona l ) y la in tenc iona l idad , ya c l a r a m e n t e recursiva, q u e se encuen t ra en e l h o m b r e .

Del mismo m o d o q u e los ps icólogos cognit ivos t e n e m o s la obligación de explicar qué mecan i smos de c ó m p u t o pe rmi t en a l h o m b r e crear mun-dos visuales t r id imens iona les , c o m p r e n d e r o rac iones gramat ica les y j uga r al a j ed rez o resolver si logismos l ineales , t ambién d e b e r í a m o s en f ren ta r -nos a la tarea de expl icar los m e c a n i s m o s de c ó m p u t o q u e permi ten conf igura r un m u n d o social b a s a d o en los supues tos de in tencional idad

La atribución de lo mental. Consideraciones sobre la psicología natural 169

recursiva e iden t idad esencial e n t r e la es t ruc tura de las m e n t e s , y en la a t r ibución de es tados m e n t a l e s a los congéneres . La p ropens ión m e n t a -lista de nues t ro s is tema cogni t ivo es t an p r o f u n d a q u e t e n d e m o s a p re -dicar m e n t e de o b j e t o s físicos, cuyo f u n c i o n a m i e n t o p u e d e explicarse s in e l supues to de q u e m a n e j a n r e p r e s e n t a c i o n e s in ternas . El an imismo, a l que nos hemos r e fe r ido en el cap í tu lo sobre los o b j e t o s con m e n t e y la m e t á f o r a del o r d e n a d o r , p u e d e e n t e n d e r s e , desde es ta perspec t iva , c o m o una p ropens ión der ivada de la especial ización mental is ta del s i s tema cog-nitivo.

La psicología na tu ra l incluye, en su núc leo , un cierto m o d e l o implí-cito del s u j e t o h u m a n o . E s e m o d e l o se art icula a l r ededor de los concep-tos de pe r sona e in tenc ión: las p e r s o n a s son agentes in tencionales , c o n capac idades de a u t o - c o n o c i m i e n t o , au to-superv is ión y au to- in te rvenc ión ( H a r r é , 1979). Son , por a n t o n o m a s i a , los su je tos de a t r ibuc ión de las act i tudes propos ic iona les . Se e n t i e n d e n c o m o en t idades uni ta r ias , y cau-sas e n d ó g e n a s de la conduc t a . En las in teracciones hab i tua les de nues t ra cul tura , a esas en t i dades a las que l l a m a m o s personas les es impu tab l e , a l m e n o s hasta c ier to p u n t o , la «responsabi l idad» de sus ac tos . Ta les actos se codi f ican , desde la psicología na tu ra l , como resu l tan tes de in-tenciones , conoc imien tos y d e s e o s , q u e se re lacionan de f o r m a c o m p l e j a con las condic iones a m b i e n t a l e s p a r a da r lugar a la conduc ta . Las p e r -sonas , q u e cons t i tuyen u n i d a d e s básicas de la psicología na tura l , son aquel los seres q u e se a t r i buyen a s í mi smas enunc iados intencionales en p r imera pe r sona , en la f o r m a : «Yo Fm (p)». «Yo (creo/s iento , e tc) a lgo».

La compe tenc i a de f o r m u l a r enunc i ados in tencionales en p r imera pe r -sona de singular («yo (p i enso , c r eo , d e s e o , s iento, etc) que X») pa rece ser r e f l e jo de un s is tema cogni t ivo , la conciencia reflexiva, q u e segura-m e n t e t iene una func ión esencial en la capacidad de p roduc i r esos mis-mos enunc iados en te rcera p e r s o n a , en la competenc ia de a t r ibu i r a o t ros es tados menta les . La psicología cient í f ica se ha e n f r e n t a d o s i empre a la difícil y pa radó j i ca exigencia de s i tuarse en un p lano explicat ivo que, s in ignorar las in tuic iones men ta l i s t a s de la conciencia, las superase median-te expl icaciones ob je t ivas . Ha s o ñ a d o la comple j a intención de es tab lecer un conoc imien to ob je t ivo acerca de las raíces mismas de la sub je t iv idad h u m a n a .

Capítulo 8 LOS ENUNCIADOS INTENCIONALES Y LA BUSQUEDA DE OBJETIVIDAD EN PSICOLOGIA

8.1. Mentalismo, animismo y evolución de la razón

C o m o resulta evidente por lo q u e hemos dicho en los dos capítulos anter iores , la psicología natural concibe implícitamente las funciones men-tales como procesos o estados internos, que se realizan sobre contenidos o representaciones. La intencionalidad y la interioridad son, así, las dos características esenciales que damos a lo mental en nuestras interacciones cotidianas con las personas .

Atr ibuir men te equivale, en esa psicología cotidiana, a presuponer un sistema «que obra por conocimiento»: en función de lo q u e percibe, in terpre ta , infiere, reconoce , recuerda , cree. Además atribuir mente pa-rece implicar «a t r ibu i r l e» men te , es decir, tener un cierto acceso cons-ciente a las relaciones que uno mismo tiene con los contenidos represen-tados. El criterio esencial para saber si un organismo es capaz de atribuir mente a otro es su habil idad para diferenciar entre sus propios estados de conocimiento y los del o t ro organismo, que se 'muest ra especialmente en (a) las destrezas de engaño , y (b) las competencias para reconocer cuando alguien es engañado .

El hecho de atr ibuir men te a o t ro organismo o sistema de cómputo parece implicar, por tanto , las capacidades de segundo orden que se cor responden con las anter iores de pr imer orden: saber que uno mismo (o una tercera persona) sabe, inf iere, cree, piensa, recuerda, etc. Todo parece indicar que la evolución de la conciencia reflexiva ha es tado, en nuestra especie, es t rechamente relacionada con el desarrollo de las ha-bilidades psicológicas de t ipo pragmát ico que permiten a los humanos ser animales perspicaces, q u e engañan y reconocen el engaño, se ade-

171

172 Objetas con mente

lan tan a la conduc ta de o t ros y codif ican esa conduc ta s i rviéndose de un vocabular io concep tua l menta l i s t a .

Es sensa ta la hipótesis de q u e el desar ro l lo de la intel igencia h u m a n a , a lo largo de la f i logénesis , p u d o t ene r u n a relación clara con los mismos fac to res que hicieron de la espec ie h u m a n a u n a especie mental is ta . La «espiral menta l i s ta» deb ió es ta r e s t r e c h a m e n t e r e l ac ionada , en la evolu-ción de nues t ra especie a lo largo del P le i s toceno , con el t ipo de procesos q u e p r o d u j e r o n esa compe tenc i a in te lectual a la que Desca r t e s denomi-naba «razón universal».

Es t a a f i rmación m e r e c e u n a jus t i f icac ión , a u n q u e sea breve : a di fe-rencia de lo q u e sucede c u a n d o e l h o m b r e se e n f r e n t a con f e n ó m e n o s na tura les o con o t ros an imales , la re lac ión coopera t iva o compet i t iva con o t ros miembros de la misma especie implica la neces idad de predec i r y c o m p r e n d e r , de f o r m a muy r áp ida , e l « func ionamien to» de s is temas cog-nitivos y men ta l e s del m i s m o nivel de c o m p l e j i d a d que el p rop io s is tema e m p l e a d o p a r a conocer .

El versátil d inamismo de las in teracc iones y la comple j i dad de los s is temas en interacción ( c u a n d o es tos s i s temas son dos homín idos inteli-gentes de la misma especie) d e b i e r o n ser fac tores que favorec ie ron la selección de var iaciones adap ta t ivas q u e implicaran un «plus», un «ex-t ra» , de capac idad de p r o c e s a m i e n t o con relación a o t ros congéneres . Las capac idades «añadidas» de codif icación e inferencia q u e pe rmi ten al h o m b r e d e s b o r d a r , con m u c h o , las l imitaciones de la percepc ión ingenua del m u n d o físico y abs t r ae r en él re lac iones cada vez más p ro fundas , pud i e ron tener su or igen en la selección c o n t i n u a d a de los miembros de la especie favorec idos , en sus posibi l idades de superv ivenc ia , por sus capac idades de c ó m p u t o menta l i s ta .

La «espiral evolut iva» que dio lugar a una especie s imbólica (Cassi-rer , 1945), y capaz de u n a «razón universa l» , p u d o genera r se en ese proceso de selección c o n t i n u a d a de aque l los miembros de la especie ca-paces de «dar un paso más allá» en las in te racc iones y las a t r ibuciones de func iones men ta le s , y en la cons t rucc ión de «teorías» cada vez más comple j a s de la men te . Es tas teorías impl i caban , en sí mismas , el uso de concep tos inferencia les q u e , a l t i e m p o que se a l e j a b a n , cada vez más , de las conduc tas inmedia tas , pe rmi t í an una predicc ión más precisa y a más largo plazo de los c o m p o r t a m i e n t o s de los congéne res , y una pla-nificación más e l a b o r a d a y previsora de las conduc ta s p rop ias .

De este m o d o , la evolución de u n a «razón sobre las r azones de otros», de un ins t rumento predic t ivo acerca de las conduc ta s de los congéneres ,

Los enunciados intencionales y la búsqueda de objetividad en psicología 173

habr ía sido un f ac to r decisivo en la evolución de u n a razón capaz de despegarse cada vez más de las volubles apar iencias de la pe rcepc ión . Los individuos más capaces en sus predicc iones mental is tas h a b r í a n sido t ambién los más hábiles pa ra cons t ru i r «pro to teor ías» sobre e l m u n d o físico, p rog re s ivamen te más i n d e p e n d i e n t e s de los f e n ó m e n o s inmedia-tos. Si bien estas p ro to t eo r í a s f u e r o n , en un p r imer m o m e n t o , fue r t e -m e n t e animis tas , exp resaban ya e l desar ro l lo de un s is tema de conoci-mien to de na tu ra leza rac ional , que posibil i taría inferencias cada vez más audaces y c o m p u e s t a s de m á s pasos men ta l e s . P r o b a b l e m e n t e , si en la evolución h u m a n a f u e r o n se lecc ionados los individuos capaces de d a r más pasos men ta le s , ello se re lac ionó m á s con las des t rezas menta l i s tas que con las exigencias de conoc imien to físico del m u n d o .

Ello explicaría la un iversa l idad y p r o f u n d i d a d de las p ropens iones animistas de explicación de lo físico en los niños y las cul turas pr imit ivas, a l e n t e n d e r tales p ropens iones c o m o dis tors iones concep tua les resul tan-tes de las inf luencias de fac to res sociales en la evolución de nues t ra especie . Si la psicología na tura l de ella es menta l i s t a , t ambién lo es su «física na tura l» : d u r a n t e miles de años , e l h o m b r e ha a t r ibu ido conoci-mientos , deseos e in tenciones a los f e n ó m e n o s na tura les y, c o m o comen-t ábamos en el capí tu lo s e g u n d o , el desar ro l lo de la física científ ica sólo f u e posible , al vencerse , en una larga y dura historia , las inercias ani-mistas del p e n s a m i e n t o na tu ra l , en un p r o f u n d o p roceso de «desmenta -lización» del m u n d o físico.

8.2. Funciones mentales y objetividad de las explicaciones científicas

A h o r a bien: «Desmen ta l i za r» equiva le , n a t u r a l m e n t e , a lo cont ra r io que «menta l iza r» , es decir , a da r un carác te r externo y estrictamente ex-tensional a los concep tos y enunc i ados sobre el m u n d o físico. ¿ Q u é sig-nifica e x a c t a m e n t e da r un ca rác te r ex t e rno y extensional a los concep-tos?; ¿no es, por def in ic ión , un c o n c e p t o algo in te rno e in tencional?

Lo es, desde luego, c o m o hecho psicológico. Pero una condición bá -sica para el desar ro l lo de una ciencia objetiva es, p r e c i s a m e n t e , la exi-gencia de que los concep tos , p ropos ic iones y enunc iados d e j e n de ser hechos psicológicos, conv i r t i éndose en en t idades q u e no son subje t ivas , sino in te rsub je t ivas (para a lgunos f i lósofos de la ciencia) o, más aún , suprasub je t ivas (pa ra o t ros ) . Con e l vocabular io que hemos e m p l e a d o hasta aquí , esto mismo p u e d e expresa rse de una f o r m a muy simple: los

174 Objetos con mente

enunc iados científicos ob je t ivos no t i e n e n la f o r m a «X Fm (p)» («X pien-sa, cree , inf iere , op ina , e tc , q u e p » ) , s ino m á s e s c u e t a m e n t e la f o r m a «p» (así no es un e n u n c i a d o c ient í f ico « Juan piensa q u e un cue rpo en movimien to rect i l íneo y u n i f o r m e , en el vacío, m a n t i e n e el movimien to» , s ino solo «un c u e r p o . . . e t c . » ) .

Es cierto q u e el or igen de los e n u n c i a d o s «p» es s i e m p r e algún t ipo de enunc i ado «X Fm (p)»: la génes is de los concep tos de las ciencias res ide en e l c o n j u n t o de p rocesos F m , un c o n j u n t o de func iones menta les gracias a las cuales los cient í f icos perciben c ier tos f e n ó m e n o s , abstraen relaciones en t r e ellos, infieren h ipótes is y consecuencias de ta les h ipóte-sis, piensan teorías genera les , e tc . Sin e m b a r g o , es tos p rocesos , que pue-den ser re levantes pa ra la expl icación de los con tex tos de descubr imien to de las teorías científ icas, t i enen q u e s e r eliminados de los enunc iados para que éstas p u e d a n s i tuarse en con t ex tos de just i f icación adecuados .

¿ C ó m o se e fec túa ese p roceso de e l iminación de las func iones Fm que se incluyen o r ig ina r i amen te en la act ividad científ ica (de carác te r «Fm (p)») , de tal m a n e r a q u e los e n u n c i a d o s científ icos p u e d a n t o m a r su f o r m a defini t iva, «p»? " -

Senci l lamente , m e d i a n t e los conoc idos procesos de objetivación q u e se emplean , de f o r m a hab i tua l , en la prác t ica cient íf ica:

(1) En pr imer lugar, a s e g u r a n d o la repl icabi l idad de las observacio-nes en que se basa esa práct ica , y el con t ro l estr ic to de las condic iones en q u e tales observac iones se rea l izan , de tal m a n e r a q u e p u e d a decirse no ya que «alguien pe rc ibe , o b s e r v a , e tc , (p)» , s ino q u e «sucede que (p)».

(2) En segundo lugar, s e p a r a n d o , en lo posible , las observac iones de las inferencias .

(3) T a m b i é n a s e g u r a n d o el r igor y la universal idad y replicabil idad de las inferencias , m e d i a n t e el uso de p r o c e d i m i e n t o s lógicos y m a t e m á -ticos, y el e m p l e o de cr i ter ios de cohe renc i a y precis ión, de fo rma q u e p u e d a decirse no sólo q u e «alguien p i ensa q u e (p) se s igue de (q)» , s ino enunc ia rse que «p se sigue de q», e tc .

Los mé todos expe r imen ta l e s , las cau te las de obse rvac ión , e l uso — c u a n d o es pos ib le— de «p roced imien tos au tomát icos» de inferencia ( c o m o son, en genera l , los p r o c e d i m i e n t o s ma temá t i cos q u e implican e l uso de a lgor i tmos precisos y bien de f in idos en sus pasos) , aseguran la just i f icación de enunc iados en los q u e no f igura n inguna referencia a procesos menta les de un d e t e r m i n a d o s u j e t o .

Los enunciados intencionales y ¡a búsqueda de objetividad en psicología 175

Así , u n a f o r m a de expl icar la r azón por la que los científ icos usan p roced imien tos c o m p l e j o s de observac ión e inferenc ia , y no se con t en t an con lo q u e obse rvan a p r i m e r a vista o lo que se les ocu r r e de buenas a p r imera s , es ésta: i n t en t an , p o r todos los med ios a su a lcance, conver t i r los enunc i ados «X Fm (p)» en enunc i ados «p». Rep l i can observac iones , las hacen públ icas , emp lean p r o c e d i m i e n t o s de inferencia lo más precisos posible , con t ro l an las condic iones de sus expe r imen tos . . . y hacen todo ello con la f i rme vo lun t ad de pasa r de enunc iados q u e con t i enen verbos men ta l e s a o t ros q u e ya no los c o n t i e n e n .

De es te m o d o , e l desar ro l lo de la Ciencia Na tu ra l ha exigido histó-r i c a m e n t e dos c o n j u n t o s de p rocesos de objetivación:

(1) En p r i m e r lugar , p rocesos q u e p o d r í a m o s l lamar de limpieza con-ceptual', m e d i a n t e los cuales se han e l iminado las explicaciones animistas de los f e n ó m e n o s , sus t i tuyéndolas p o r o t ras de carác te r mecanicis ta o , en cua lqu ie r caso , no animis ta (así, los cuerpos no se aceleran al acer-carse al cen t ro de la t ie r ra p o r q u e se «alegren» de alcanzar su lugar na tura l , c o m o se p r e t end ió en algún m o m e n t o , sino deb ido a las leyes de g r avedad ) .

(2) En s egundo lugar , p rocesos de limpieza metodológica, q u e per-mi ten e l iminar los ve rbos m e n t a l e s de los enunc iados observacionales y teór icos de las ciencias , p o r los p roced imien tos ya indicados: repet ic ión y control de obse rvac iones , au toma t i zac ión de procesos de inferenc ia , etc.

Los p rocesos de (a) «desan imac ión» de los f e n ó m e n o s na tura les y (b) ob je t ivac ión de los e n u n c i a d o s científ icos (es decir , de e l iminac ión 'de la a t r ibuc ión de func iones Fm a los f e n ó m e n o s na tura les , por u n a par te , y de cláusulas Fm en los enunc i ados observac iona les o teóricos de la cien-cia, por o t ra ) h a n sido h i s tó r i camen te procesos e s t r echamen te en t re laza-dos , p e r o que d e b e n dist inguirse c u i d a d o s a m e n t e .

Los p r i m e r o s pe rmi t i e ron desa r ro l l a r una concepción mecanicis ta de la na tura leza (a la q u e ya nos h e m o s r e fe r ido en el capí tulo s egundo) , en la q u e los f e n ó m e n o s no se c o m p r e n d í a n c o m o mani fes tac iones de sustancias o m e n t e s sino, a t ravés de sus re laciones , c o m o especificacio-nes de leyes de in teracción precisas e n t r e las p rop iedades p u r a m e n t e ex tens iona les de la ma te r i a y la energ ía . Los segundos procesos permi-t ieron la jus t i f icación de las leyes f o r m u l a d a s med ian t e cri terios relacio-nados con e l ca rác te r supra - sub je t ivo t an to de las observac iones como de las inferencias teór icas .

El e f ec to c o n j u n t o de los dos t ipos de procesos f u e e l a b a n d o n o

176 Objetos con mente

progres ivo de las visiones an t ropocén t r i c a s de la na tu ra l eza , q u e s i empre hab ían es t ado l igadas, de f o r m a p r o f u n d a , a l e m p l e o de los s is temas concep tua les especial izados en la in teracción con pe r sonas (es decir , de la psicología na tura l menta l i s t a , ut i l izada p a r a t r a ta r con los p ro to t ipos de los o b j e t o s F m ) p a r a d a r c u e n t a de f e n ó m e n o s y o b j e t o s que no requer ían de la hipótes is de la m e n t e p a r a ser expl icados .

Es tas rápidas p ince ladas sobre el desar ro l lo de las ciencias de la na-turaleza no son más q u e u n a nueva vers ión de un v ie jo t e m a , desa r ro -l lado r e p e t i d a m e n t e por los h i s to r i adores y los f i lósofos de la ciencia. La v e n t a j a que t iene, pa ra noso t ros , e s ta vers ión concre ta es que nos per-mite describir con más c lar idad u n o de los «dramas» históricos f u n d a -menta les de la psicología. V e a m o s en q u é consis te ese d r a m a :

Si las condic iones de posibi l idad de las ciencias ob je t ivas de la na tu-raleza res idieron en la e l iminación de los p red icados Fm de los f e n ó m e -nos na tura les y, más a ú n , de los enunc i ados observac ionales y teór icos de la ciencia que versa sob re ellos, e l im inando así el «efec to del su je to» que se e n f r e n t a a tales f e n ó m e n o s , ¿ c ó m o es posible u n a ciencia que t ra ta de ser ob je t iva , y de ser lo , p r e c i s a m e n t e , sobre las func iones men-tales?; ¿ c ó m o es posible u n a ciencia ob je t iva de la m e n t e ?

8.3. Los enunciados con verbos mentales como obstáculos epistemológicos

Para dar respues ta a es tas p r e g u n t a s , es preciso que nos e n f r e n t e m o s an tes a una cuest ión previa : ¿Por q u é los enunc i ados q u e incluyen pre-dicados Fm son espec ia lmen te difíciles de m a n e j a r en u n a ciencia ob je -tiva de la na tura leza ( como t ra ta de ser la p rop ia psicología)?

Las respuestas a esta ú l t ima, y vital , p regun ta p u e d e n deduci rse de a lgunas observac iones hechas has ta aqu í . Sin e m b a r g o , m e r e c e la pena que nos e n f r e n t e m o s de f o r m a o r d e n a d a y explícita a nues t r a p regun ta : ¿ q u é dif icul tades p lan tean los e n u n c i a d o s Fm c o m o propos ic iones cien-tíficas?

(1) La pr imera dif icul tad es tá r e l ac ionada í n t i m a m e n t e con la inevi-table vinculación a la conciencia de los enunc iados menta l i s tas de la psicología na tura l . Es la s iguiente : P r o t o t í p i c a m e n t e , las func iones men-tales se predican —ya lo h e m o s d i c h o — de las personas. Sólo las perso-nas predican , en primera persona de singular, func iones menta les de sí

Los enunciados intencionales y la búsqueda de objetividad en psicología 177

mismas. Y sucede q u e los enunc i ados q u e incluyen esos p red icados po-seen una curiosa y ev iden te p r o p i e d a d , a saber : c u a n d o se enunc ian en p r imera pe r sona de s ingular no r emi ten a i mismo f u n d a m e n t o observa-cional (es decir , no t ienen la mi sma base semánt ica ; no t ienen , en cierto m o d o , e l mismo signif icado) que c u a n d o se enunc ian en s e g u n d a o ter-cera pe r sona . C u a n d o un s u j e t o dice «Yo Fm (p)», «Yo (p ienso , c reo , in tuyo, etc) que p», r emi te a un m u n d o q u e no es, en s í m i s m o , exte-r iorizable más q u e por sus síntomas. H a c e un enunc iado q u e , por así decir lo , nadie, que no sea él mismo, puede corregir. Un enunc i ado re-cluido, incorregible .

N a d i e cuen ta con e l m i s m o f u n d a m e n t o observacional (con indepen-dencia de lo débil que éste p u e d a ser) q u e posee e l s u j e t o que dice : «Yo Fm (x)» (po r e j e m p l o , «yo c reo o p ienso que X») , c o m o para permi t i r le corregir ese enunc iado , d ic iendo: « N o , Tú lo que haces no es F m , sino F m ' » , o «No, Tú no Fm (p) , s ino q u e Fm (q)». Así , los enunc iados Fm t ienen la pecul iar caracter ís t ica de q u e son ep i s t émicamente as imétr icos: poseen p r o p i e d a d e s en p r imera pe r sona de singular q u e no t ienen en segunda o te rcera pe r sona .

(2) Sin e m b a r g o , los enunc i ados científ icos t ienen que ser —si se admi te es te vocabu la r io— estrictamente simétricos (no asimétricos) para todas las personas , s i qu ie ren ser ob je t ivos . La posibilidad de hace r in-te r -subje t ivos y repl icables los enunc i ados observacionales d e p e n d e de-c is ivamente de que su f u n d a m e n t o s emán t i co sea el mismo pa ra todos. De que sea universa l , y no par t i cu la r ; in te rsubje t ivo y no sub je t ivo ; ab ier to y no c lausurado . La intuición básica de la psicología na tura l , según la cual los enunciados Fm se justifican, de forma esencial y proto-típica, cuando se hacen en primera persona de singular, choca f ron-ta lmente con las exigencias de ob je t ivac ión de los enunc i ados cientí-ficos.

Es tos t ienen q u e ser cor regib les , ab ie r tos a la posibilidad de inspec-ción de su base observac iona l , repl icables . Por el cont ra r io , c u a n d o un s u j e t o dice: «Yo Fm (p)», lo q u e dice no p u e d e corregirse , n i inspeccio-narse con los mismos recursos observac iona les en que se basa el enun-ciado en p r imera pe r sona , pues nad ie p u e d e hacer in t rospección en la men t e de o t ro . As í , los enunc i ados menta l i s tas en p r imera pe r sona de singular han p r e s e n t a d o s i empre una p a r a d ó j i c a ambivalencia en psico-logía: por u n a ' p a r t e , es tá la p r e g n a n t e y p o d e r o s a intuición, que t e n e m o s c o m o psicólogos na tura les , de q u e sin ellos la psicología no sería posible, ni podría concebirse-, la intuición de q u e , en cierto sent ido, la primera

178 Objetos con mente

persona de singular es el «núcleo básico», la «residencia natural» de los enunciados psicológicos.

P o r otra pa r t e , y en t a n t o q u e ta les enunc i ados no sólo ar t iculan lo que e n t e n d e m o s p o r sub je t i v idad s ino q u e se enc ie r ran en ella, no o f r e -cen garant ías c o m o e n u n c i a d o s obse rvac iona l e s en los que p u e d a basarse la actividad cient í f ica. As í , los e n u n c i a d o s in tenc iona les , o menta l i s tas , en p r imera pe r sona de s ingular h a n s ido , h i s tó r i camen te , f u n d a m e n t o s —implíci tos o explíci tos, p e r o i nev i t ab l e s— de la psicología científ ica y, al mismo t i e m p o , obstáculos epistemológicos ( B a c h e l a r d , 1948) de pri-m e r o rden pa ra l a cons t i tuc ión de u n a v e r d a d e r a ciencia de la m e n t e .

(3) Su carác ter de obs tácu los ep i s temológ icos se acen túa aún más c u a n d o se toma en cons ide rac ión q u é es lo que d icen , en rea l idad , esos enunc iados , y q u é lo q u e callan o i gno ran .

H e m o s visto, a lo la rgo de e s t e cap í tu lo , q u e los c o n c e p t o s menta les con los que t ra ta la psicología n a t u r a l e s t án c o m p l e t a m e n t e impregnados de conciencia , y l imi tados a la g a m a res t r ingida de d iscr iminaciones que se o f recen a la f e n o m e n o l o g í a de la conciencia . Ta les d iscr iminaciones no se ref ieren a l f u n c i o n a m i e n t o m e n u d o de la m a q u i n a r i a q u e p r o d u c e eso a lo q u e l l amamos m e n t e , s ino a aspec tos r e l ac ionados con los ob-j e to s y con ten idos sob re los q u e la m e n t e versa .

La conciencia es, s o b r e t o d o , conc ienc ia de algo y de mis re laciones con ese algo ( m e p e r m i t e deci r si el algo es a h o r a o ha s ido, si me parece seguro , p robab le o i m p r o b a b l e , si me a t r a e o r e p u g n a , si p u e d o o no a f i rmar que t iene, a q u í y a h o r a , u n a cons is tencia e x t r a m e n t a l , e tc . ) . O f r e -ce la engañosa imagen de q u e la m e n t e es una m a q u i n a r i a t ras lúcida, q u e «se ve func iona r a sí mi sma» , p e r o sólo «ve» los o b j e t o s f inales y las relaciones f inales q u e r e su l t an de las in te r re lac iones e n t r e r epresen-taciones q u e se e scapan , p o r c o m p l e t o , a sus pos ib i l idades de observa-ción introspect iva.

8.4. Las alternativas de tratamiento científico de los enunciados con verbos mentales

(1) La conciencia es así, p r i n c i p a l m e n t e , noticia de re lación con con-tenidos y o b j e t o s , y no t a n t o regis t ro de los p rocesos q u e pe rmi ten tal relación. Los p r imeros psicólogos e x p e r i m e n t a l e s , c o m o W u n d t y J a m e s , ten ían ya muy p resen te el pe l igro de c o n f u n d i r la conc ienc ia de conte -nidos con los con ten idos de conc ienc ia , p e r o aún c o n s e r v a b a n la ilusión

Los enunciados intencionales y la búsqueda de objetividad en psicología 179

de p o d e r acceder i n t ro spec t i vamen te a l f u n c i o n a m i e n t o del s i s tema men-tal. Sin e m b a r g o , sus m e j o r e s descr ipciones (como la muy conoc ida de J a m e s , en los Principles, 1890) no p u d i e r o n ir más allá de lo que permit ía una e laborac ión ref lexiva de los principios de la psicología na tu ra l .

En esas descr ipciones el pe so de la f enomeno log ía de la conciencia e ra aún d e m a s i a d o gravoso , y t e r m i n a r o n por p roduc i r la impres ión de que la a p a r e n t e t r a sparenc ia de la m e n t e a su propia conciencia ocu l taba , en rea l idad , una e n g a ñ o s a opac idad . El desán imo de J a m e s , a l t e rminar los Principles of Psychology (al q u e nos re fe r í amos en el capí tu lo pr ime-ro) no era más q u e un re f l e jo de esa impres ión , con la q u e se recapi tu-laba toda u n a época de la h is tor ia de la psicología.

(2) El a b a n d o n o de los enunc i ados in tencionales en p r imera pe r sona de s ingular ( i .e . de los enunc i ados introspect ivos) c o m o f u n d a m e n t o s observac ionales de la psicología científ ica f o r m ó par te de la es t ra tegia principal de las psicologías l l amadas «objet ivas» (especia lmente la refle-xología y el conduc t i smo) , en una p r imera fase. Ese a b a n d o n o supuso un i m p o r t a n t e t r a u m a his tór ico en psicología que no rev isa remos ahora .

Ese m o v i m i e n t o his tór ico obje t iv i s ta implicó, sin e m b a r g o , un paso más allá q u e resul ta más difícil de just i f icar . Ese paso consistía en lo s iguiente: s u p o n g a m o s q u e p resc ind imos , e fec t ivamente , de proposicio-nes tales c o m o «Yo (p ienso que /c reo que/s iento que) x» en psicología. I m a g i n e m o s que sólo p o d e m o s decir : «El piensa/cree/s iente , e tc . X». A u n q u e a h o r a los enunc i ados no son en p r imera pe r sona , s iguen s iendo enunc iados intencionales y q u e a t r ibuyen func iones internas a los su je tos . Pues bien: e l s egundo paso del ob je t iv i smo no-menta l i s ta , que t ra ta ron de dar los conduct i s tas , los re f lexólogos , e tc , consistió en in ten ta r , por todos los medios , reduci r los enunc i ados intencionales a enunc iados ex-tens ionales , no solo en el l e n g u a j e observac iona l sino también en el len-guaje teórico de la psicología.

En es ta perspec t iva , decir «El p iensa que x» significa, por e j e m p l o , lo mismo q u e deci r «El t i ene tales o cuales ref le jos inhibidos en el ce-rebro» (Sechenov) , «El p re sen ta tales o cuales respues tas de hab la sub-vocal» ( W a t s o n ) , «El p re sen ta conduc ta s que se relacionan funcional -men te de tal o cual f o r m a con el med io» (Skinner) , «El e n c a d e n a estí-mulos y respues tas med iac iona le s de tal o cual mane ra» ( O s g o o d , Staats , M o w r e r , e tc) . Los re f le jos inhibidos , las respuestas en sus d imens iones cuant i ta t ivas , el hab la , las re laciones funcionales entre es t ímulos y con-ductas no son o b j e t o s in tenc ionales , ni poseen la clase de inter ior idad que t ienen las func iones men ta l e s de la psicología natura l . Son, en todo

180 Objetos con mente

caso, f e n ó m e n o s potencialmente exteriorizables y q u e t r a t an de ser exten-siofiales, de t ener un s igni f icado q u e no «apun ta» hacia a fue ra de los propios f e n ó m e n o s .

Estas in te rp re tac iones de lo ps icológico t r a t aban de «repl icar» en psi-cología el mismo p roceso de «desan imac ión» y «desmenta l izac ión» que dio lugar a una ciencia mecan ic i s t a y e s t r i c t amen te ex tens iona l de la na tura leza . Par t ían , g e n e r a l m e n t e , de una act i tud suspicaz con relación a los conceptos teór icos , j u s t i f i cados de f o r m a inferencia l , de las teorías científicas. Al a c e n t u a r el c o m p o n e n t e observac iona l de la actividad cien-tífica, tendían a p r e s u p o n e r q u e las en t i dades teór icas q u e se incluyen en los modelos expl icat ivos de los ps icólogos deben consistir t ambién en f e n ó m e n o s p o t e n c i a l m e n t e obse rvab le s . A d e m á s , tales en t idades no po-seer ían la nota de intencionalidad q u e poseen los c o n c e p t o s mental is tas de la psicología na tura l y se r e l ac ionar ían m e d i a n t e asociaciones meca-nicistas «de ba jo nivel» ( c o m o las q u e se desc r iben en los mode los de cond ic ionamien to ) .

(5) Los mode los de lo m e n t a l así con f igu rados e r a n , en cierto senti-d o , «cont ramodelos» de lo q u e es la m e n t e pa ra la psicología na tura l . No p u e d e decirse q u e el s i s tema psicológico descr i to p o r Wat son o Skin-ner se caracter ice por «ob ra r en f u n c i ó n del conoc imien to» . Las notas de rac ional idad, o rganizac ión i n t e rna , in tenc iona l idad , te leología y efi-cacia causal de la conc ienc ia , p o r las que se de f ine impl íc i t amente el s u j e t o de a t r ibuc ión de la psicología na tura l no t ienen fácil cabida en la mayor par te de los m o d e l o s ob je t iv i s t a s pre-cogni t ivos . D e s d e la inter-pretación operac ional i s ta y a c u s a d a m e n t e empi r i s tá de la f i losofía de la ciencia de la que par t ían m u c h o s de esos mode los , e r a difícil da r cuenta de esas p rop iedades de lo m e n t a l . E s a dif icul tad se r e l ac ionaba con la tendencia a con fund i r los requis i tos de just i f icación de los enunc iados observacionales de la c iencia con los de just i f icación de sus conceptos teóricos. Es ev iden te q u e p r o p i e d a d e s tales c o m o la rac ional idad y la in tencional idad no p u e d e n reduc i r se a en t i dades d i r e c t a m e n t e observa-bles, s ino q u e son in fe renc ias n e t a m e n t e teór icas , que se emp lean para describir f o r m a s pecul ia res de legal idad en la conduc ta de ciertos siste-mas (en concre to , de aque l los a los q u e a t r ibu imos conoc imien to ) .

(3) Las cons ide rac iones an t e r i o r e s nos pe rmi t en es tab lece r , de f o r m a precisa, un aspec to esencial de los e n f o q u e s cognit ivos clásicos en psico-logía (y d e j a n d o de lado, a h o r a , las perspec t ivas conexionis tas más re-cientes): a d i ferencia de los p l a n t e a m i e n t o s in t rospect ivos , que emplea -ban enunc iados obse rvac iona les in tenc iona les , en p r imera pe r sona de

Los enunciados intencionales y la búsqueda de objetividad en psicología 181

singular , y de los conduct i s tas , que t r a t a ron de reducir a enunc iados ex tens iona les tan to la base observac iona l como los conceptos teór icos en psicología, los enfoques cognitivos clásicos (del Paradigma C-R, el Pro-cesamiento de la Información e, incluso, precursores como Bartlett, Piaget y Vygotski) implican el empleo de conceptos intencionales para explicar observaciones establecidas en forma de enunciados extensionales.

Un e j e m p l o p u e d e aclarar f ác i lmente lo que q u e r e m o s decir. Supon-gamos que q u e r e m o s es tud ia r c ier tos procesos de comprens ión , y que, pa ra ello, h a c e m o s leer d e t e r m i n a d o s textos a nuestros su j e tos ( q u e son «ellos», es decir , « te rceras pe r sonas») y, t ranscurr ido un t i empo , les pe-dimos q u e d e t e r m i n e n s i c ier tos enunc i ados que les p resen tamos es taban o no expl íc i t amente en los textos q u e leyeron. En cada uno de estos enunc iados , d e t e r m i n a m o s si cada s u j e t o acierta o falla en la detección del enunc i ado c o m o p r e s e n t a d o expl íc i tamente o no en el t ex to leído. L u e g o , pa ra explicar e l pa t rón de resul tados ob ten idos , cons t ru imos un mode lo teór ico q u e es tab lece q u e , en func ión de sus esquemas mentales previos, y de la coherenc ia del texto con dichos e squemas , los su je tos es tablecen modelos mentales de los textos , en que inf ieren proposiciones no p resen tadas y e l iminan propos ic iones presentadas .

Los enunc iados obse rvac iona les , q u e establecen que «los s u j e t o s ob-t i enen , por t é rmino med io (y con la desviación típica co r respond ien te ) un n ú m e r o x de acier tos —o e r r o r e s — en la detección c o m o p re sen t ados de los enunc iados z» son e s t r i c t amen te extensionales . Los teór icos , que dicen q u e «los s u j e t o s poseen e squemas / infieren proposic iones , e tc , que t ienen esta o aquel la f o r m a y q u e se t r ans fo rman , al ser p rocesados , de tal o cual m a n e r a » , son enunciados intencionales. P o r q u e los e squemas , las p ropos ic iones men ta le s , los mode los menta les de los textos, los pro-cesos de inferencia son o b j e t o s in tencionales ; es decir , sólo «son» si son sobre algo, si se r e f i e ren a con t en idos , si «se llenan» de algún m o d o .

No es posible concebi r una proposic ión que no sea sobre a lgo, un e s q u e m a que no sea acerca de algo, un modelo mental que no sea un mode lo de algo. En el s en t ido en que aqu í las emp leamos , esas prepo-siciones, o locuciones prepos ic iona les {sobre, acerca de, de), const i tuyen una marca lingüística de in tenc iona l idad , mientras que no lo es la pro-posición «a» cuando dec imos q u e «Alguien responde a algo», a no ser que se espec i f ique q u e tal a lgo es un contenido, o el significado de un es t ímulo (lo que s u p o n e , en rea l idad , una intrusión subrept icia de inten-cional idad en el caso de m u c h o s mode los conduct is tas) .

(4) H i s tó r i c amen te , la condic ión pa ra el reingreso de ob je tos menta -

182 Objetos con mente

les (es decir , in te rnos e in tencionales) en psicología, después de su de -purac ión concep tua l por el conduc t i smo y el ob je t iv i smo funcional i s ta de en t r egue r ras , f u e una dob le condic ión:

(a) Tales o b j e t o s deb ían basa r se y jus t i f icarse en enunc iados exten-sionaies sob re la conduc ta de las pe r sonas ; en enunc iados , por e j e m -plo, sobre errores o latencias en condic iones e x p e r i me n t a l es bien de-f inidas y repl icables . Así , un e n u n c i a d o c o m o «la la tencia med ia de los su j e tos del g rupo A en la resoluc ión de los p r o b l e m a s z es de 970 cent isegundos» es a b s o l u t a m e n t e extens ional . (b) P o r ot ra pa r t e , los o b j e t o s teór icos de carác te r in tencional deb ían in ter re lac ionarse de f o r m a mecanic i s ta ( como h e m o s c o m e n t a d o ex-t ensamen te en la sección s e g u n d a ) , es decir , por med io de procesos de c ó m p u t o d e t e r m i n a d o s p o r las e s t ruc tu ras de tales o b j e t o s y~por reglas bien def in idas . Es t a es t ra tegia , q u e de f ine la perspec t iva de la psicología cognitiva

de las computac iones sob re r ep re sen t ac iones — e , impl íc i t amente , del p rocesamien to de la i n f o r m a c i ó n — desa r ro l l ada an tes de las formulac io-nes conexionis tas , d e j a en el aire a lgunas p regun ta s f u n d a m e n t a l e s a las q u e ya nos h e m o s r e fe r ido en los dos capí tu los an te r io res . Por e j e m p l o las s iguientes:

Si es sólo la forma, la sintaxis, de las e s t ruc tu ras in tencionales de la m e n t e la q u e d e t e r m i n a el curso de los c ó m p u t o s , en tonces la intencio-nal idad (i .e. la poses ión de con ten idos ) es una p r o p i e d a d computac io -na lmen te i r re levante de los o b j e t o s men ta l e s . Ese supues to implícito no sólo choca con el sen t ido c o m ú n y las in tuic iones de la psicología na tura l , s ino que hace difícil expl icar c ó m o han p o d i d o ser adap ta t ivas las fun -ciones menta les in tencionales y epis témicas .

Pe ro , por ot ra pa r t e , l a idea de q u e cier tas p r o p i e d a d e s ex t r a fo rma-les, semánt icas si se qu i e r e , de los con ten idos menta les p u e d a n condi-c ionar e l f u n c i o n a m i e n t o menta l no es nada fácil de compat ib i l izar con la hipótesis de que la m e n t e es un s is tema de c ó m p u t o . Ese es un aspecto de la crítica de Sear le a la psicología cognit iva, a la q u e nos re fe r í amos en e l capí tu lo s e g u n d o , q u e no d e b e desdeña r se , p o r q u e apun t a a uno de sus p rob lemas esencia les (la solución de q u e todo e l c o m p o n e n t e semánt ico de los con ten idos m e n t a l e s quizá se r eduzca , en úl t imo térmi-no , a dimensiones formales, q u e p r o p o n e F o d o r en Psychosemantics, 1988, es, c o m o h e m o s c o m e n t a d o , p u r a especulac ión) .

A d e m á s , la solución «mecanic is ta sof is t icada» de la psicología cogni-tiva d o m i n a n t e se e n c u e n t r a en graves d i f icul tades , que ya hemos visto,

El pensamiento y el lenguaje como funciones mentales 183

para expl icar la func iona l idad cognit iva de la conciencia y convier te la rac iona l idad en un supues to de los a lgor i tmos de c ó m p u t o , cuya génesis no es fácil de c o m p r e n d e r . A s í , a u n q u e su vocabular io teór ico mues t r e una s e m e j a n z a a p a r e n t e con el de la psicología na tura l , los supues-tos t i enden a ser c l a r a m e n t e d i f e ren te s . C o m o ya seña laba en o t r a oca-sión, el s u j e t o del q u e habla la psicología cognitiva no se identif ica con el sujeto personal de la psicología na tura l y, c o m o ha des tacado D e n n e t t (1978), las expl icaciones cognit ivas se si túan en un nivel sub-persona l :

Si uno está de acuerdo con Fodor en que el objetivo de la Psicología Cognitiva es representar procesos psicológicamente reales que se dan en las personas, y puesto que la adscripción de creencias y deseos sólo está relacionada indirecta-mente con tales procesos, bien podemos decir que creencias y deseos no son objetos propios de estudio de la Psicología Cognitiva. Dicho de otro modo, las teorías cognitivas son o deben ser teorías del nivel sub-personal, en que desapa-recen las creencias y los deseos, para ser reemplazados por representaciones de otros tipos y sobre otros temas (Dennett, op. cit., p. 107).

Pa rece ev iden te q u e n inguna psicología científica p u e d e confo rmarse con q u e d a r s e en el nivel personal, de f in ido por la psicología na tu ra l de las ac t i tudes p ropos ic iona les . Los enunc iados f u n d a m e n t a l e s de esa psi-cología (es decir , aque l los q u e p red ican una men te intencional en pri-mera pe r sona de s ingular) son esenc ia lmen te intratables como enuncia-

- dos obse rvac iona les básicos en psicología, a u n q u e p u e d a n tener un papel c o m p l e m e n t a r i o i m p o r t a n t e .

La conceptua l izac ión de lo men ta l p o r la psicología natural es muy útil pa ra la p red icc ión y planif icación de conductas en s i tuaciones co-r r ien tes de in te racc ión , p e r o o f r e c e di f icul tades graves pa ra la teorización psicológica: se f u n d a m e n t a y jus t i f ica en la versátil f e n o m e n o l o g í a de la conciencia , que d iscr imina acerca de re lac iones con o b j e t o s men ta l e s más que acerca de la m e n t e q u e los cons t ruye y t r ans fo rma . A d e m á s , esa conceptua l izac ión p e r m i t e inferencias l imitadas e idiográficas y no busca leyes causa les sino p red icc iones de conduc tas a cor to plazo. Se m a n e j a con supues to s te leológicos difíciles de incluir en las relaciones causales de la ciencia y ar t icula fo rmulac iones narrativas más que relaciones pa-radigmáticas ( B r u n e r , 1986) acerca de lo menta l . Así , la psicología na-tural p a r e c e es tar d i señada p a r a comprender la m e n t e , pe ro no para explicarla ( s igu iendo la dis t inción q u e d io lugar a la conocida polémica e n t r e E b b i n g h a u s y Di l they) . El p r o b l e m a de c ó m o const rui r u n a psico-

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

184 Objetos con mente

logia explicativa y ob j e t i va , s i rv iéndose de las he r r amien ta s teór icas pro-porc ionadas por los e n u n c i a d o s in tenc iona les , r emi t e al or igen de la psi-cología cognitiva c o m o ciencia o b j e t i v a de la m e n t e , a l que nos refer i -r emos , de nuevo , a l f inal de nues t ras re f lex iones .

Capítulo 9 EL PENSAMIENTO Y EL LENGUAJE COMO FUNCIONES MENTALES. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE INTENCIONALIDAD, INTENSIONALIDAD Y FORMA

9.1. Pensamiento y lenguaje: algunos enfoques de la «psicología popular»

El ejercicio que h e m o s h e c h o en los capí tulos an te r io res , consis tente en d i b u j a r e l pa i sa j e concep tua l q u e e m p l e a m o s en nuest ras relaciones cot id ianas c o m o psicólogos na tu ra l e s , p u e d e p ropo rc iona rnos un marco de re fe renc ia muy útil para c o m p r e n d e r el or igen y la na tura leza de la psicología cognit iva. La razón pr incipal es que no p o d e m o s de j a r de ser psicólogos na tura les c u a n d o h a c e m o s u n a ciencia ob je t iva de la men te . A u n cuando a d o p t e m o s una act i tud e x t r e m a d a m e n t e reduccionis ta y ob-jet ivis ta , u n a visión «extensional is ta» de lo psicológico, las categor ías mental is tas q u e f o r m a n pa r t e de n u e s t r o s is tema cognit ivo, en su cal idad de mecan i smos de c ó m p u t o y pred icc ión psicosocial , se inmiscuyen cons-t a n t e m e n t e en nues t ro p e n s a m i e n t o y des tacan su presencia , unas veces como blancos a aba t i r , o t ras c o m o concep tos q u e deben ser e l abo rados y re f inados , a lgunas c o m o presupos ic iones implícitas que condic ionan nuest ras f o r m a s de e n t e n d e r los f e n ó m e n o s psicológicos. Es tán ahí , de f o r m a inevi tab le , a favor o en con t r a de nues t ro pensamien to y juegan , con f r ecuenc i a , un pape l a m b i g u o de obstáculos y ayudas , al mismo t i empo , a l q u e ya nos h e m o s r e f e r i do .

Por t odo ello, p u e d e resu l t a r esc la recedor e l análisis de a lgunos con-ceptos científicos de la m e n t e , e m p l e a n d o las mismas h e r r a m i e n t a s con-ceptuales q u e h e m o s ido e l a b o r a n d o pa ra c o m p r e n d e r la psicología na-tural . En es te capí tu lo nos r e f e r i r e m o s p r inc ipa lmente a ciertas funciones mentales: las re lac ionadas con el p e n s a m i e n t o y el l engua j e , y no a otras

185

186 Objetos con mente

func iones , c o m o las r e l ac ionadas c o n la percepc ión y la m e m o r i a , a pesar de la i ndudab le i m p o r t a n c i a cogni t iva q u e és tas p u e d e n t ene r .

Las func iones de p e n s a m i e n t o y l e n g u a j e p r e s e n t a n pecul ia r idades q u e pe rmi t en a f i rmar q u e cons t i t uyen una clase de f in ida , incluida d e n t r o

de la m á s genera l de las f u n c i o n e s men ta l e s . M a n t i e n e n , e n t r e sí, rela-ciones c o m p l e j a s , p r o f u n d a s , y no c o m p r e n d i d a s aún en su to ta l idad , que hacen m u y exac ta la a f i rmac ión rec ien te de Asens io (1990): «El Pensa-mien to y e l L e n g u a j e p a r e c e n u n a de esas p a r e j a s q u e se sepa ran por no pode r vivir j u n t o s y q u e , al c a b o del t i e m p o , se vuelven a j u n t a r p o r q u e no p u e d e n vivir s e p a r a d o s (y en cada separac ión se r e p r o d u c e n las discusiones sobre las gananc ia les , la casa , los hi jos)» (p. 9).

La t endenc ia más pr imi t iva de la «psicología popu la r» , en la concep-tualización de las re lac iones e n t r e p e n s a m i e n t o y l e n g u a j e pa rece impli-car , f r e c u e n t e m e n t e , un r e f l e j o de la intuición de la p r o f u n d i d a d de estas re laciones. Esa t endenc ia se e x p r e s a en la indi ferenciac ión en t r e pensa-m i e n t o y l e n g u a j e (o más bien e n t r e p e n s a m i e n t o y hab la ) q u e se en-cuen t ra en muchas cu l turas pr imi t ivas y en concepc iones infanti les de lo men ta l .

P u e d e n servir c o m o e j e m p l o , de la indi ferenciac ión m e n c i o n a d a , al-gunas ideas que los na t ivos de las Islas T r o b r i a n d , ce rcanas a Nueva G u i n e a , t ienen acerca de la local ización de lo men ta l : «La m e n t e , nano-la, t é rmino con el cual se desc r iben la inte l igencia , el p o d e r de discrimi-nación, la capac idad de a p r e n d e r fó rmu la s mágicas y t odos los t ipos de habi l idades no m a n u a l e s , así c o m o las cua l idades mora l e s —dice Mali-nowsky— se e n c u e n t r a en a lgún p u n t o de la lar inge. Los nativos apun -ta rán s i empre a los ó r g a n o s del h a b l a , d o n d e se e n c u e n t r a la nanola. El h o m b r e incapaz de hab la r / . . / q u e d a ident i f icado por e l n o m b r e ( tona-gowa) y el t r a t a m i e n t o con todos los que p r e s e n t a n def ic iencias men ta -les» (1922, p. 408). U n a concepc ión s e m e j a n t e a la q u e parecen tener los gahaku -gamas , de N u e v a G u i n e a , pa ra los q u e «saber» y «pensar» se ident i f ican con «oír» (ge lenowe ) ( R e a d , 1955, c i t ado en Hal lp ike , 1981).

De f o r m a pa rec ida , los gr iegos de t i empos de H o m e r o tendían a ident i f icar el p e n s a m i e n t o con el a l i en to , y el ac to de «pensar» con el de «hablar» . El a l iento se conceb ía c o m o la in te l igencia de la pa labra . O n i a n s (1954) a f i rma q u e «la c reenc ia de q u e los p e n s a m i e n t o s son pa-labras , y las pa labras a l ien to / . . . / lleva a la conclus ión ( en t r e los gr iegos) de que los ó rganos de resp i rac ión , los p u l m o n e s , son los ó rganos de la men te» (p. 68).

El pensamiento y el lenguaje como funciones mentales 187

Estas ideas son, p o r ot ra p a r t e , m u y similares a las descri tas por Piaget en su es tud io sobre La representación del mundo en el niño (1926, vid. edición española de 1984) en que investiga la noción que t i enen los niños occidenta les sobre el p e n s a m i e n t o :

MONT (7; 0). (Pregunta Piaget)

¿Sabes lo que es pensar? —Sí. —Piensa en tu casa, ¿quieres? —Sí. —¿Con qué piensas? —Con la boca. —¿Puedes pensar con la boca cerrada? —No. —¿Y con los ojos cerrados? —Sí. ¿Y con las orejas tapadas? —Sí. —Cierra la boca y piensa en tu casa. ¿Piensas? —Sí. —¿Con qué has pensado? —Con la boca (p. 43).

Es ev iden t e q u e la fusión de p e n s a m i e n t o y los p roduc tos de la boca, la lar inge, los p u l m o n e s , la ident i f icación del p e n s a m i e n t o con la voz, la audición o la respi rac ión , son expres iones de mode los de la m e n t e sin-crét icos en q u e los f e n ó m e n o s físicos no se d i fe renc ian , con c lar idad , de las p r o p i e d a d e s men ta l e s de cier tos o b j e t o s ; mani fes tac iones de un pen-samien to q u e , a l t i e m p o que a t r ibuye m e n t e a los f e n ó m e n o s na tu ra les , se f u n d a m e n t a en una in te rp re tac ión mate r ia l y sustancial de lo menta l (de la q u e p rov iene la t endenc ia a «mater ia l izar» en la respi ración, la lar inge, etc, el p e n s a m i e n t o ) .

Sin e m b a r g o , t ambién se exp re san , en esas mani fes tac iones de la «psicología popu la r» primit iva intuiciones acerca de las densas interrela-c iones que existen e n t r e las func iones q u e se señalan , en todos los len-gua j e s na tu ra les , en los ve rbos de P e n s a m i e n t o y L e n g u a j e : p e n s a r , in-ferir , decir , c o m p r e n d e r , r a z o n a r , etc. A n t e s de revisar , en el capí tu lo p róx imo , a lgunas de las concepc iones desar ro l ladas por la psicología cien-tífica sob re estas func iones , conv iene que nos d e t e n g a m o s en un análisis, lo más escue to posible , de a lgunas caracter ís t icas c o m u n e s al pensamien-to y el l engua je y, al mismo t i e m p o , específ icas de estas func iones , desde la perspec t iva , que h e m o s ut i l izado hasta ahora , de la psicología inten-cionalista de las ac t i tudes propos ic iona les .

9 .2. Pensamiento, lenguaje e intensionalidad

D e c í a m o s , en o t r o m o m e n t o , que la p rop iedad psicológica esencial de las func iones men ta le s , la intencionalidad (es decir , la p rop iedad de «ser acerca de algo») , se r e f l e j a en una p rop iedad lógica de a lgunos

188 Objetos con mente

enunc iados con verbos men ta le s : la intensionalidad. Y def in íamos las caracter ís t icas de los enunc i ados in tens iona les , r e sumiéndo las en tres as-pectos:

(1) C u a n d o un e n u n c i a d o es in tens ional (Ped ro c ree q u e e l M a g o de H o z es amb idex t ro ; Mar í a dice q u e la B r u j a P i ru ja es ma lvada ) , la ver-d a d del enunc i ado c o m p l e t o ( P e d r o c ree que X, M a r í a dice q u e Y) no implica:

(a) ni la verdad de las p ropos ic iones some t idas a la cláusula inten-cional (El M a g o de H o z es a m b i d e x t r o , la B r u j a P i r u j a es malvada) , (b) ni la existencia de los s u j e t o s de ta les propos ic iones (El M a g o de Hoz , l a B r u j a P i ru j a ) , (c) ni la posibilidad de susti tuir ta les su j e tos p o r o t ros con el mismo re fe ren te p e r o dis t in to s ignif icado (El M a g o de H o z p o r «el M a g o que aparece en el l ibro de F r a n k B a u m t i tu lado The Wonderful Wi-zard of Oz» o «El M a g o q u e a p a r e c e en la película de Victor Fleming de 1939»),

A h o r a bien, esta p r o p i e d a d de in tens iona l idad , que es, por así decir-lo, la marca lógica de la in tenc iona l idad , se p roduce , a n t e todo , en los enunc iados con verbos de P e n s a m i e n t o y L e n g u a j e . En los de percepción no se da (Sear le , 1983).

As í , s i es verdad que «alguien pe rc ibe X» , ello p r e s u p o n e la existen-cia de X, y si X no existe, lo que hace ese «alguien» no es percibir s ino a lucinar , de m a n e r a que sería s e m á n t i c a m e n t e a n ó m a l o decir que «al-guien perc ibe X» , c u a n d o no exis te X. A d e m á s , del X que se percibe no p o d e m o s predicar , en r igor, la p r o p i e d a d de ser v e r d a d e r o o falso, ya q u e las p ropos ic iones no se pe rc iben ; se perc iben o b j e t o s ; la percep-ción, en su sent ido preciso , es u n a func ión an te r io r a la predicación de p r o p i e d a d e s en los o b j e t o s (quizá p u e d a deci rse q u e «asigna» propieda-des , de fo rma implícita, p e r o no q u e las «predica») . F ina lmen te , el cri-te r io de no-sust i tución ca rece , por t odo lo an te r io r , de sent ido cuando se aplica a enunc iados de pe rcepc ión , ya q u e és tos se ref ieren precisa-m e n t e a los procesos men ta l e s q u e conf iguran r e f e r e n t e s y tales procesos son , en c ier to m o d o , previos a ( a u n q u e no independ ien t e s de ) aquel los q u e asignan significados.

Los verbos re lac ionados con la m e m o r i a pa recen t ene r u n a intensio-nalidad parcial (pues t a m p o c o resul ta a d e c u a d a s e m á n t i c a m e n t e , en sen-t ido estr icto, la a f i rmac ión de q u e «alguien r e c u e r d a X» cuando X no fue el caso, mien t ras q u e sí lo son las p ropos ic iones de q u e «alguien

El pensamiento y el lenguaje como funciones mentales 189

piensa X» o «dice X» , c u a n d o X no es el caso) . En suma: los enunc iados sobre p e n s a m i e n t o y l engua je son los q u e poseen , de f o r m a c lara e in-discutible, u n a marca lógica de in tenc iona l idad .

Ello se re lac iona con dos aspec tos e s t r e c h a m e n t e re lac ionados en t r e s í q u e t i enen las func iones m e n t a l e s de t ipo P-L: (1) son act ividades s imbólicas p o r a n t o n o m a s i a (y ya h e m o s a p u n t a d o , en o t r o m o m e n t o , la relación exis tente e n t r e la act ividad s imbólica y la p rop iedad lógica de in tens ional idad) y (2) p r o d u c e n o b j e t o s in tencionales q u e d e s b o r d a n , por comple to , e l m u n d o l imi tado de los r e f e r e n t e s c reados por la percepc ión .

9.3. La intuición de la forma en el pensamiento y el lenguaje

El p e n s a m i e n t o p u e d e p roduc i r , y el l engua je expresa r , o b j e t o s y re laciones que poseen p r o p i e d a d e s ep is témicas pecul iares . Al mismo t i empo , van «más allá de la in fo rmac ión dada» , a t ravés de los mecanis-mos percept ivos , y se a c o m p a ñ a n , en ocas iones , de una impres ión neta de val idez o necesidad (po r e j e m p l o , de val idez y necesidad lógica) que no alcanzan nunca los o b j e t o s y re lac iones , de carác ter f e n o m é n i c o , que la percepc ión es tablece . Se p u e d e expresa r , de f o r m a m u y s intét ica , esta idea , d ic iendo que p e n s a m i e n t o y l e n g u a j e , y sóio ellos, son — p u e d e n s e r — p o r t a d o r e s de razón. Y esta p r o p i e d a d , que no t i enen en sí mismos los o b j e t o s con t ingen tes de la pe rcepc ión y la memor i a , ha a t ra ído siem-pre a la ref lexión sobre el c o n o c i m i e n t o y ha l legado a adquir i r una impor tanc ia esencial en a lgunas on to log ías , c o m o la de P la tón .

La razón es una facul tad de las pe r sonas , pe ro t ambién una propie-dad de a lgunas de las re lac iones q u e se p iensan y se dicen; a s abe r , la p rop iedad de tales re laciones de p o s e e r u n a validez de carác te r universal (ver el a p a r t a d o 2. del capí tu lo s e g u n d o ) y ex t ramenta l . U n a val idez que a p a r e n t a ser dist inta y supe r io r , por su carác te r necesar io , a la q u e t ienen los ob je tos conoc idos p o r la pe rcepc ión y la memor ia episódica .

Cua lqu ie r psicología del conoc imien to t iene que da r cuenta de esa p r o p i e d a d , q u e h i s tó r i camente ha d e m o s t r a d o ser difícil de reduci r a un efec to de mecan i smos p u r a m e n t e asociat ivos y a en foques epis temológi-cos l imi t adamen te empir i s tas . H a y o b j e t o s , q u e se c rean med ian t e e l p e n s a m i e n t o — t a l e s c o m o un t r iángulo , la bondad , la just ic ia , y la infe-rencia de que si « todos los A son B» , y «X es A» , en tonces «X es B»— que no se i m p o n e n por su evidencia percept iva sino p o r una exigencia lógica i n m u n e a las volubles cont ingenc ias de las cosas.

190 Objetos con mente

Ello p lantea un difícil desa f ío a la psicología del conoc imien to : el de explicar cómo un s is tema q u e se re lac iona con el med io a . través de sus acciones y percepc iones p u e d e l legar a e s tab lece r , p r i m e r o , y aplicar a «lo real» esos o b j e t o s y re lac iones . Si todas las «en t radas» con que cuen-

ta el s is tema cognit ivo p r o v i e n e n , en ú l t imo t é rmino , de Jos procesos de t ransducción sensorial y de conf igurac ión de un m u n d o c o m p l e t a m e n t e cont ingente de o b j e t o s y re lac iones percept ivas , ¿ c ó m o es pos ible que el p rop io sistema cognit ivo acceda a o b j e t o s q u e no son percep t ib les ( como un espacio de más de tres d imens iones ) , o a re lac iones q u e no son con-t ingentes (como las que es tab lecen las in fe renc ias ma temá t i ca s ) ?

Es ta «pregun ta de P la tón» ha rec ib ido respues tas m u y diversas en dos mil qu in ien tos años de especulac ión s o b r e e l conoc imien to . Pa rece apun-tar a la existencia de o b j e t o s q u e no se or ig inan en la pe rcepc ión ni en la memor ia de los episodios con t ingen tes del m u n d o . P e r o esa ilusión platónica del or igen e x t r a m e n t a l de los o b j e t o s y las re lac iones necesar ias no p u e d e sat isfacer p l e n a m e n t e a l ps icólogo. T o d a la psicología genét ica de Piaget , por e j e m p l o , es un in ten to de d a r una respues ta a esta cues-tión f u n d a m e n t a l , a la que las concepc iones e s t r e c h a m e n t e «psicologis-tas» del conoc imien to nunca han d a d o u n a solución conv incen te .

La p rop iedad que posee e l p e n s a m i e n t o h u m a n o de p roduc i r o b j e t o s intencionales de val idez e x t r a m e n t a l (y cuyo or igen no res ide en la se-mánt ica de la pe rcepc ión) t iene u n a relación m u y clara con o t ra carac-terística a la que d e b e m o s re fe r i rnos : consis te en el hecho de que el pensamien to y el l engua je poseen u n a forma en un sen t ido d i f e r en t e a cómo l a poseen los o b j e t o s pe rcep t ivos . U n a f o r m a q u e no d e p e n d e de la na tura leza «holística», « s e m á n t i c a m e n t e densa» , ana lógica , de las re-presen tac iones , sino del hecho de q u e éstas se c o m p o n e n de const i tu-yentes con relaciones bien def in idas q u e c o r r e s p o n d e n —o p u e d e n co-r r e s p o n d e r — a reglas.

La idea de que exis ten un idades d i f e renc iadas de r ep re sen t ac ión , de carác ter analí t ico, divisibles en par tes c l a r a m e n t e d i fe renc iadas , obed ien-tes a reglas, es apl icable , sob re t o d o , al t ipo de un idades de r ep resen ta -ción que se m a n e j a n en las func iones de p e n s a m i e n t o y l engua je o , p o r decir lo m e j o r , que def inen a es tas f u n c i o n e s c o m o tales. No t ienen sen-t ido los concep tos de p e n s a m i e n t o y l e n g u a j e si no hacen re fe renc ia a c ier tas es t ruc turas q u e , a la vez q u e r e p r e s e n t a n in t enc iona lmen te , po-seen una f o r m a y se t r a n s f o r m a n en func ión de reglas f o rma le s sob re es t ruc turas fo rmales .

Los actos de pensar , deci r y c o m p r e n d e r se a c o m p a ñ a n , con f r ecuen-

El pensamiento y el lenguaje como funciones mentales 191

cia, de la intuición de c o r r e s p o n d e r —o n o — a ciertos s i s temas fo rmales , de carác te r canónico : en ocas iones in tu imos q u e una in fe renc ia no es válida p o r q u e sus p ropos ic iones no se e n c a d e n a n de f o r m a a d e c u a d a ; a veces, sen t imos q u e u n a orac ión «no es tá bien cons t ru ida» , p o r q u e no se c o r r e s p o n d e con nues t r a s in tuic iones de gramat ica l idad en nues t ro l e n g u a j e na tu ra l . Es tas son intuic iones fo rmales . En e l s i s tema lingüístico de C h o m s k y (1957, 1965), p o r e j e m p l o , esas intuiciones de gramatical i -dad cons t i tuyen la «base observac iona l» en q u e se f u n d a m e n t a n las cons-t rucc iones de la g ramá t i ca . Y, en todas las lógicas, las in tu ic iones de neces idad in fe renc ia l , h a n j u g a d o un pape l decisivo en la e laborac ión de cálculos.

Es to no sucede c o n los o b j e t o s de la percepción —al menos, , no sucede en e l m i s m o s e n t i d o — , de los q u e no p o d e m o s decir q u e estén b ien o mal cons t ru idos en func ión de relaciones precisas en t r e par tes a tómicas y d e s c o m p o n i b l e s , . s i n o «bien o mal fo rmados» en vir tud de p r o p i e d a d e s «holíst icas», q u e se deshacen al ser anal izadas , c o m o las que de f in ie ron los psicólogos de la Ges ta l t .

De los resu l tados del p e n s a m i e n t o y el l engua je sí p o d e m o s deci r que es tán b ien cons t ru idos o mal cons t ru idos . Y ello significa que , implícita-m e n t e , la psicología na tura l p a r t e del supues to de q u e existen modelos formales, q u e se ven m e j o r o p e o r r e f l e j ados en tales actos . N a t u r a l m e n -te , esos m o d e l o s fo rma le s son los q u e e l aboran , de f o r m a explíci ta , los lógicos y los g ramát icos . Así , los psicólogos que t ra tan con el pensamien-to y el l e n g u a j e se ven e n f r e n t a d o s a una necesidad q u e no t i enen , en igual m e d i d a , o t ros psicólogos: la de def in i r , de f o r m a precisa, las rela-c iones e n t r e sus m o d e l o s de la m e n t e y esos modelos canónicos , fo rma-les, que desar ro l lan los lógicos y los lingüistas.

¿Son esos mode los , en r igor , mode los de la men t e ( c o m o , p o r e jem-plo, p r e t e n d e f r e c u e n t e m e n t e C h o m s k y de sus formal izaciones lingüísti-cas) o descr ipc iones e s t ruc tu ra le s de sus productos que no t ienen relación con las func iones men ta l e s en sí mi smas? ; ¿hasta qué p u n t o es lógico, y en q u é condic iones lo es , el p e n s a m i e n t o h u m a n o , y reduct ible a fo rmas gramat ica les , i n e q u í v o c a m e n t e regladas , e l l engua je? ¿ H a s t a d ó n d e pue-de reduc i rse el p r o b l e m a de la f o r m a gramatical del l engua je al de la f o r m a lógica del p e n s a m i e n t o ? ; ¿qué relaciones deben darse e n t r e la psicología empí r ica y ob j e t i va del conoc imien to y esas o t ras ciencias —ló-gica y l ingüís t ica— q u e de f inen f o r m a s canónicas de inferencia y grama-t ical idad?

192 Objetos con mente

9.4. La intuición de la forma y la psicología cognitiva

La «intuición de d e t e r m i n a c i ó n p o r la f o r m a » , que se manif ies ta con f recuenc ia en el e je rc ic io de las f u n c i o n e s de p e n s a m i e n t o y l engua j e , ha tenido una e n o r m e i m p o r t a n c i a en los p a r a d i g m a s C - R y de proce-samien to de la in fo rmac ión de la psicología cognit iva. La razón es fácil de c o m p r e n d e r : esa intuición ha se rv ido de f u n d a m e n t o p a r a e l desa r ro -llo de los mode los c o m p u t a c i o n a l e s de la m e n t e , q u e pa r t en de la hipó-tesis de que la f o r m a de las r e p r e s e n t a c i o n e s d e t e r m i n a las reglas que se s iguen en los p rocesos de c ó m p u t o .

C u a n d o se utiliza en es te c o n t e x t o , e l c o n c e p t o de « fo rma» no t iene e l sent ido de « e m e r g e n t e » de p r o p i e d a d e s holísticas de o b j e t o s analógi-cos que t iene en la-psicología de la Ges t a l t , s ino que apun t a a mecanis-mos p r o p i a m e n t e cons t ruc t ivos , s e m e j a n t e s a los q u e se p o n e n en j uego cuando se cons t ruyen o rac iones g ramat ica les de un l engua j e , e s t ando f o r m a d a s dichas o rac iones por c láusu las e s t r i c t amen te de l imi tadas , f rases de f ron te ras ne tas , p a l a b r a s o e l e m e n t o s léxicos que de f inen un cierto p lano «atómico» del l e n g u a j e r ep re sen t ac iona l .

Por ello, se ha d icho , a veces , q u e los e n f o q u e s dominan te s en psi-cología cognitiva i nco rpo ran un « m o d o lingüístico de explicación» (Ca-rello, Turvey , Kugler y Shaw, 1982): de f inen mode los q u e consisten en a lgor i tmos q u e aplican p rocesos d iscre tos de c ó m p u t o a r ep resen tac iones analít icas, s e m e j a n t e s a o r ac iones o propos ic iones —y no , por e j e m p l o , s e m e j a n t e s a ob je tos v isua les—, g u i á n d o s e p o r reglas b ien def in idas y de t e rminadas p o r l a f o r m a de las r ep re sen t ac iones .

Más en genera l , p o d r í a m o s dec i r q u e , en estos e n f o q u e s , sucede que el pensamien to y el l e n g u a j e se conv ie r t en en paradigmas de lo menta l . Esta caracter ización p e r m i t e e s t ab lece r una d i ferencia ne t a en t re los mo-delos computac iona les de la m e n t e y los q u e p r e d o m i n a r o n en la fase pre-cognit iva de la psicología: en és tos , las func iones de pensamien to y l engua je tendían a as imilarse a m o d e l o s teór icos p r o p o r c i o n a d o s por ot ros t ipos de func iones , c o m o la pe rcepc ión (Ges t a l t ) , el a p r e n d i z a j e o los procesos de cond i c ionamien to ( c o n d u c t i s m o ) o los m e c a n i s m o s asociati-vos de la m e m o r i a ep isódica ( func iona l i smo obje t iv is ta de los años cua-renta y c incuenta) . P o r el c o n t r a r i o , los mode los cognit ivos emplean f r e c u e n t e m e n t e m e t á f o r a s del p e n s a m i e n t o y el l e n g u a j e pa ra explicar o t ras funciones : la pe rcepc ión es inferencia l (vid. Garc ía A l b e a , 1986), el ap rend iza je implica d e s c u b r i m i e n t o (Pozo , 1987), la memor ia recons-t ruye in fe renc ia lmen te sus o b j e t o s y se guía por es t ra tegias de razona-

El pensamiento y el lenguaje como funciones mentales 193

mien to (Lindsay y N o r m a n , 1972), todos los s is temas de represen tac ión p u e d e n reduc i rse a s ímbolos a tómicos y analí t icos (Pylyshyn, 1988),etc.

Los mode los «lógico-lingüísticos» de explicación, dif íc i lmente evita-bles c u a n d o la m e n t e se conc ibe desde u n a perspect iva computac iona l , han d a d o lugar — e s p e c i a l m e n t e en la p r imera fase de desar ro l lo de esa pe r spec t iva— a u n a consecuenc ia na tura l : el logicismo, basado en el m e t a p o s t u l a d o t e rmina l ya c o m e n t a d o , según el cual «Las representac io-nes y/o procesos men ta l e s h u m a n o s son i somorfos respec to del s is tema de reglas f o rma le s lógico o m a t e m á t i c o » ( D e Vega , 1981, p. 347).

E s t e pos tu lado , f u e r t e m e n t e in te r ior izado e inf luyente en m u c h o s mo-delos cognit ivos de la f o r m a c i ó n de concep tos (Brune r , G o o d n o w y Aus-tin, 1960; B o u r n e , 1968), la r ep re sen tac ión del conoc imien to ( A n d e r s o n , 1976, 1978; Pylyshyn, 1986), el desar ro l lo intelectual (Piaget , 1949, 1953), el r a z o n a m i e n t o ( H e n l e , 1962) y las act ividades de predicción (Edwards , 1968; Pe te r son y B e a c h , 1967) p u e d e cons iderarse para le lo a un meta-pos tu lado gramaticalista en psicol ingüíst ica, que es tablecer ía que «los pro-cesos y r ep re sen t ac iones m e n t a l e s en el p rocesamien to psicológico del l engua je son i somórf icos con las reglas de t rans formac ión def in idas por la g ramát i ca gene ra t ivo - t r ans fo rmac iona l» , y que se de fend ía explícita-m e n t e en las invest igaciones inaugura les de la psicolingüística real izadas por inves t igadores c o m o Mil ler y M c K e a n (1964), Savin y Perchonock (1965)) , M e h l e r (1963), Slobin (1966), etc (vid. revisión de G r e e n e , 1972).

Las e l aborac iones teór icas y es tudios empír icos , encaminados a defi-nir s is temas na tu ra les de c ó m p u t o capaces de p roduc i r ob je tos con pro-p iedades lógicas y g ramat ica les han s ido, desde el principio de la psico-logía cogni t iva , m u y inf luyentes por sus implicaciones teóricas pa ra el es tudio de las func iones de P e n s a m i e n t o y L e n g u a j e , pe ro t ambién por su significación p a r a la c o m p r e n s i ó n de o t ras funciones . Todos es tos es-tudios se basaban en una hipótesis genera t iva , según la cual es posible f o r m u l a r p roced imien tos e fec t ivos que mode la r í an las inferencias huma-nas (lógicas o no) y p roduc i r ían las o rac iones gramat icales de los len-gua j e s na tura les .

Así , la psicología cognit iva del p rocesamien to de la in formación ha tendido a c o m p r o m e t e r s e con p ropens iones formal is tas , logicistas y gra-matical is tas que —y es to es lo i m p o r t a n t e — se der ivaban a p a r e n t e m e n t e de sus hipótesis m á s f u n d a m e n t a l e s y , m á s en concre to , de la m e t á f o r a del o r d e n a d o r , a la que nos hemos r e fe r ido más ex t ensamen te en la sección s e g u n d a de es te l ibro.

El p e n s a m i e n t o y el l e n g u a j e son, c o m o ya c o m e n t á b a m o s en o t ro

194 Objetos con mente

m o m e n t o , las func iones m á s ex igentes en cuan to a las p r o p i e d a d e s se-mánt icas que d e b e n p o s e e r los o b j e t o s a q u e se a t r ibuyen . Son aquel las q u e más nos hemos resis t ido a apl icar , los m i e m b r o s perspicaces pero p resumidos de es ta espec ie nues t r a , a los de ot ras especies (vid. , sin

e m b a r g o , Gr i f f in , 1984, y P r e m a c k y P r e m a c k , 1983). P o s e e n , en el más alto grado , esa marca de in tenc iona l idad q u e es la in tens ional idad lógica; conf iguran ob je tos q u e p a r e c e r e f l e j a r la p resenc ia invisible, pe ro evi-d e n t e , de mode los fo rma le s y canón icos , con cier ta consis tencia y validez ex t ramenta l . Son , sin d u d a , las func iones menta les q u e apa ren t an ser f e n o m e n o l ó g i c a m e n t e m á s c o m p l e j a s ( a u n q u e no t engan por qué ser las c o m p u t a c i o n a l m e n t e más c o m p l e j a s ) y es tán tan en t re lazadas con los p roduc tos de la sociedad y la cu l tu ra q u e pa recen e spec ia lmen te difíciles de explicar p o r una ciencia causal y ob je t iva de la m e n t e .

¿ C ó m o ha expl icado la psicología las func iones de p e n s a m i e n t o y l engua je? ¿ C ó m o se ha e n f r e n t a d o la psicología empír ica del conocimien-to a esas difíciles p r o p i e d a d e s de comple j i dad , ca rác te r s imbólico, de-pendencia socio-cultural e in tenc iona l idad pecul iar de los o b j e t o s de las funciones de p e n s a m i e n t o y l e n g u a j e ? D e d i c a r e m o s a estas cuest iones el capí tu lo final de nues t ra re f lex ión .

La historia del in ten to de d a r u n a explicación ob je t iva , científica, de q u é significan r e a l m e n t e los ve rbos men ta l e s más pa rad igmát icos , los re lac ionados con p e n s a r , c o m p r e n d e r y decir , r ep re sen t a un m o m e n t o apas ionan te de la ciencia: aquel en q u e el conoc imien to ob je t ivo se en-f r e n t a a los procesos p o r los q u e la sub je t iv idad se d e f i n e de f o r m a más ne ta y en que la mis ter iosa p r o p i e d a d de in tenc ional idad alcanza su ex-presión más al ta .

Capítulo 10 CUATRO ENFOQUES PSICOLOGICOS DE LAS FUNCIONES MENTALES

10.1. Introspección, objetividad y sistemas de cómputo

Las re f lex iones q u e h e m o s ido hac i endo , a lo la rgo de es te l ibro, p u e d e n p r o p o r c i o n a r n o s i n s t r u m e n t o s concep tua les útiles para examina r , desde u n a perspect iva nueva , a lgunos episodios impor tan tes en la histo-ria de la psicología científ ica. La p re tens ión de este capí tulo es la de p r e s e n t a r un b o c e t o genera l de esa r e in te rp re tac ión de la historia de la ciencia de la m e n t e , y no la de o f r ece r el cuad ro acabado de un análisis his tór ico q u e de sbo rda r í a con m u c h o las d imens iones razonables de esta ob ra .

C o m e n t á b a m o s , en un capí tu lo an te r io r , que en real idad los psicólo-gos s i e m p r e nos h e m o s o c u p a d o de los ob je tos con m e n t e y de las fun -ciones men ta l e s . D e c í a m o s q u e n u e s t r o c a m p o de in terés p u e d e def inirse de f o r m a m u y b reve : F m . Sin e m b a r g o , e l m o d o de e n t e n d e r esas fun-ciones ha va r i ado m u c h o a lo largo de la his tor ia . En el t ranscurso de ella, sobresa len c u a t r o ep i sod ios f u n d a m e n t a l e s , a los q u e ya nos hemos r e fe r ido en e l cap í tu lo oc tavo . Son los s iguientes :

(1) El p r i m e r o , de f in ido por la psicología introspect iva de f inales del siglo XIX y comienzos del ve in te , implicó acep ta r enunc iados con verbos men ta le s , o con en t i dades in tenc iona les , t an to en los supues tos observa-cionales c o m o en el vocabu la r io teór ico de la psicología. E r a n aquel los los t i empos en q u e aún existía la i lusión de pode r acceder a un conoci-m i e n t o c ient í f ico de la m e n t e a t ravés de la au toobservac ión o de la pe rcepc ión in te rna . Por med io de la in t rospección , en una pa lab ra .

(2) El s e g u n d o ep isod io es e l q u e se re f le ja p r inc ipa lmente en el c o n d u c t i s m o y en a lgunas t endenc ias objet ivis tas de la psicología sovié-

195

196 Objetos con mente

t ica. Su marco t e m p o r a l se s i túa p r i nc ipa lmen te en las décadas t ranscu-r r idas e n t r e los años de la p r i m e r a gue r ra mundia l y los sesenta . El desa l ien to p roduc ido p o r el desc réd i to de la psicología in t rospect iva se t r a d u j o en un in t en to de cons t ru i r algo así c o m o u n a «psicología sin men te» . U n a psicología en q u e los ve rbos y en t idades men ta l e s (las imá-genes , los p lanes , los p e n s a m i e n t o s , las in tenc iones , etc) se cons ide raban b ien c o m o té rminos y en te s d i r e c t a m e n t e e l imihables del vocabular io riguroso de la psicología, o b ien c o m o té rminos a t raduc i r a un l engua je ex tens iona l preciso: el de los r e f l e jos , los es t ímulos y las respues tas .

La p re tens ión pr incipal de es tos e n f o q u e s e ra ; así, l a de realizar una ta rea de depurac ión c o n c e p t u a l q u e e l iminase las dos p r o p i e d a d e s esen-ciales ( in tenc iona l idad e in t e r io r idad) de lo men ta l . El supues to básico e r a e l de q u e t a n t o los e n u n c i a d o s de observac ión c o m o las a f i rmaciones teór icas de la psicología d e b e n rea l izarse en t é rminos es t r i c t amente exten-

sionales . (3) El t e rcer ep i sod io c o r r e s p o n d e ya a la jetapa cognit iva y a la

s egunda mitad de n u e s t r o siglo. P a r t e de l a m e t á f o r a —o cons iderac ión l i teral— de la m e n t e c o m o un s i s tema de c o m p i l o que t ra ta con repre-sentaciones, es dec i r , con o b j e t o s in tenc iona les yj s imból icos q u e reciben d i f e ren te s n o m b r e s : e s q u e m a s , p ropos ic iones , concep tos , etc .

Implica un c ier to c o m p r o m i s o e n t r e las dos posiciones an te r io res , p e r o un c o m p r o m i s o q u e es sólo a p a r e n t e : en e l aspec to teór ico , se sirve, c o m o la psicología in t rospec t iva , de un vocabula r io in tencional . En e l empí r ico , se basa , c o m o el c o n d u c t i s m o , en un vocabulario establecido g e n e r a l m e n t e en t é rminos ex t ens iona l e s , y q u e incluye e lementos tales c o m o las latencias y e r ro re s de los s u j e t o s a n t e t a reas bien def in idas .

Sin e m b a r g o , esa posición no es u n a mezcla ecléct ica de las anter io-res . El c o m p r o m i s o es, c i e r t a m e n t e , sólo a p a r e n t e : ni e l vocabular io empí r i co de la psicología cogni t iva t i ene el m i s m o signif icado que el del conduc t i smo , ni el t eór ico el m i s m o q u e t en ían los t é rminos in tens ionales en las psicologías menta l i s tas de co r t e in t rospect iva . La nota de mecani-c ismo, a la q u e ya nos h e m o s r e f e r i d o e x t e n s a m e n t e , ayuda a e n t e n d e r has ta qué pun to existe u n a p r o f u n d a d i fe renc ia en t r e los conceptos teó-ricos in t rospect ivos ( a j e n o s del t o d o a la noc ion de c ó m p u t o , y muy enra izados en la f e n o m e n o l o g í a consc ien te ) y los cognit ivos. Por o t ra pa r t e , los enunc iados empí r i cos ex tens iona le s de la psicología cognitiva clásica —a di ferencia de los del c o n d u c t i s m o — sólo encuen t r an signifi-cado c u a n d o se inser tan en un r ico c o m p l e j o de p r e supues tos teóricos y t é rminos explicat ivos de na tu ra leza menta l i s t a .

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 197

(4) F i n a l m e n t e , el cua r to ep i sod io es m u c h o más rec ien te , y sólo p u e d e e n t e n d e r s e cuando se mira d e s d e el marco histórico y concep tua l de los dos anteriores: , se t r a t a del episodio del conexionismo, al que ya nos r e fe r í amos en e l capí tu lo cua r to de este libro. R e p r e s e n t a , desde la perspec t iva de análisis q u e e s t a m o s e m p l e a n d o un cambio f u n d a m e n t a l : la vuel ta a un vocabu la r io t eó r ico es t r i c t amente extensional (es decir , no c o m p u e s t o de r ep re sen t ac iones simbólicas s emán t i camen te t r a n s p a r e n -tes , s ino de fue rzas de conex ión e n t r e un idades subsimbólicas, niveles y pa t rones de act ivación, u m b r a l e s de in-put y out-put de tales un idades ) , p e r o q u e admi te q u e los o b j e t o s in tencionales son resu l tan tes del fun -c ionamien to mas ivo y pa ra le lo de un idades , conf iguradas en r e d e s orga-nizadas y def in idas en t é rminos p u r a m e n t e cuant i ta t ivos.

De l mismo m o d o que no p u e d e e n t e n d e r s e e l or igen de la psicología cognitiva clásica si no se t o m a en cons iderac ión la depurac ión m e t o d o -lógica previa rea l izada por el conduc t i smo , al prescindir de la in t rospec-ción y de enunc iados observac iona les menta l i s tas , t ampoco p u e d e en ten-de r se el desar ro l lo rec ien te de los mode los conexionis tas , s i no se re-cuerda e l hecho de q u e és tos se p l a n t e a n , c o m o p regun ta f u n d a m e n t a l , una p r egun ta acerca de la m e n t e computacional (y no acerca de la men t e fenoménica) que se real izó, por vez p r imera , desde los mode los cogniti-vos clásicos del m o d e l o C - R y la Psicología del P rocesamien to de la I n fo rmac ión .

El análisis an te r io r nos p e r m i t e en t r eve r un aspecto i m p o r t a n t e en el desar ro l lo de los episodios a que h a r e m o s referencia a lo largo de es te capí tulo: con excepc ión de la «revolución conduct is ta», la transición en-tre el p rop io conduc t i smo y la psicología cognitiva clásica, por u n a par te , y en t re és ta y el conex ion i smo , por o t ra , implica, en aspectos impor tan-tes, una transición en q u e se conse rvan aspectos impor tan tes , en cada caso, de la posición an te r io r .

La d o b l e t endenc ia a presc indi r ( a u n q u e no necesar iamente de l todo) de enunc iados menta l i s tas in t rospect ivos para definir la base observac io-nal de da tos de la psicología, y a cons iderar que la m e n t e es, en una u o t ra f o r m a , un s is tema de c ó m p u t o , d e f i n e característ icas esenciales de la psicología c o n t e m p o r á n e a . C o n o c e r o b j e t i v a m e n t e esa mente compu-tacional, de la que ven imos h a b l a n d o , es el ob je t ivo esencial q u e nos hemos p r o p u e s t o los psicólogos de la s egunda mitad de nues t ro siglo.

198 Objetos con mente

10.2. Funciones mentales y psicología introspectiva: consideraciones

históricas

D e c í a m o s , pocas pág inas m á s a t r á s , q u e la psicología na tura l pa r t e de la intuición de q u e los enunc i ados men ta l e s se jus t i f ican , de f o r m a esencial y p ro to t íp ica , c u a n d o se hacen en p r imera p e r s o n a de s ingular , y añad íamos q u e la p r i m e r a p e r s o n a de s ingular es el núc leo básico, la «residencia na tura l» de los enunc i ados psicológicos.

Es t a intuición se basa p r o b a b l e m e n t e en e l h e c h o de q u e la concien-cia reflexiva es, en t r e o t ras cosas , un mecan i smo me ta r ep re sen t ac iona l des t inado a la previs ión de las c o n d u c t a s p rop ias y a j e n a s , que se sirve del p lano m e n t a l q u e t i ene e l s u j e t o de s í m i s m o , pa ra f u n d a m e n t a r sus predicc iones sob re o t ros o b j e t o s q u e son cons ide rados t ambién c o m o su-jetos. Así, no es extraño que los primeros intentos de hacer psicología cien-tífica t r a ta ran de hace r compa t ib l e la ob j e t i v idad necesar ia de la cien-cia con la pode rosa in tuic ión de q u e la p r i m e r a p e r s o n a (y, por consi-gu ien te , la in t rospección consc ien te ) es la raíz que f u n d a m e n t a la pred ica-ción de funciones menta les . E r a ésta uña tarea difícil, y no creo exagerar si digo que se saldó h i s tó r i camen te con un magníf ico f racaso , y con la elimi-nación objetivista de los conceptos mentales en buena parte de la psicología.

Con e l vocabular io e m p l e a d o has ta a h o r a , p o d e m o s deci r q u e la in-t rospección es el p roceso por el cual se pasa , desde los enunc iados m e n -tales en p r imera p e r s o n a , a o t ros enunc i ados q u e t r a t an de ac larar en qué consisten las p rop ias func iones men ta le s : se va de «yo p ienso (o perc ibo , r ecue rdo , etc) X» a «mi p e n s a r ( r eco rda r , etc) consiste en . . . » . Este salto presupone que en la conciencia de la relación con objetos que la mente elabora, se incluye una conciencia de los procesos o estructuras que permiten esa elaboración.

Plan teadas así las cosas , el p r o b l e m a con el q u e s i empre se e n c o n t r ó la psicología in t rospect iva f u e el de es tab lecer las condic iones y justif i-caciones que debían da r se pa ra pasa r del p r imer tipo de enunc iados («Yo Fm X») , a los que l l a m a r e m o s «enunc iados 1», al s egundo («Mi Fm consiste en Y » , o «enunc iados 2») . Y, en con t r a de la imagen simplista y poco art iculada de la psicología in t rospect iva que se ha o f rec ido tantas veces , hay q u e decir q u e , con relación a ese p r o b l e m a cent ra l (el paso de los enunc iados 1 a los 2) , las pos ic iones de los psicólogos in t rospec-cionistas fue ron m u y d iversas y , en m u c h o s casos , d e m o s t r a b a n una sen-sibilidad muy acusada con relación a los p rob l emas metodológ icos de la in t rospección.

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 199

R e s u m i e n d o m u c h o , p o d e m o s es tab lece r , a l m e n o s , dos g randes en -foques de la in t rospecc ión :

(1) Un e n f o q u e l iberal , más Seguro de la posibil idad de pasa r de los enunc i ados 1 a los 2, y más i n g e n u a m e n t e conf iado en los aspectos f e -nomén icos de lo men ta l .

(2) Un e n f o q u e res t r ic t ivo, que establecía límites muy est r ic tos a las condic iones expe r imen ta l e s , los va lores del conoc imien to f enomén ico y las posibi l idades o ámbi tos de es tudio de la in t rospección.

El p r i m e r e n f o q u e se desa r ro l ló , sob re t o d o , a par t i r de la t radición f i losófica del empi r i smo inglés y de la Escue la escocesa del sen t ido co-m ú n . E l s e g u n d o , e l a b o r a d o sobre t odo por W u n d t , e ra t r ibu ta r io de t radic iones ge rmán ica s de p e n s a m i e n t o , l igadas a ideas de Le ibn iz , K a n t y H e r b a r t , e n t r e o t ros . A la vez q u e a t r ibuía men te a todo lo na tura l , Leibniz negó la iden t idad mente -conc ienc ia en que se basó t an to el pen-samien to ca r t e s i ano c o m o e l empi r i smo bri tánico. Es t a ident idad f u e cues t ionada t a m b i é n p o r H e r b a r t . P o r su pa r t e , Kan t fue m u y severo con relación a las pos ib i l idades científ icas de la introspección q u e , p a r a él, sólo podía acceder a un conoc imien to l imitado y casual del «yo feno-ménico» , s iéndole inaccesible el v e r d a d e r o f u n d a m e n t o de la vida m e n -tal, el s u j e t o q u e perc ibe , ca tegor iza , juzga y razona (este es u n o de los aspectos en q u e la posición de Kan t se pa rece bas tan te a la de los psi-cólogos cognit ivos ac tua les) .

E s t e marco concep tua l , de f in ido p o r posiciones en que se cues t ionaba o l imitaba m u c h o el papel de la in t rospección , influyó c l a r a m e n t e en los e n f o q u e s de W u n d t . E s t e se ref i r ió a las l imitaciones metodológicas de la in t rospección con ocas ión de dos deba tes : el p r imero , a raíz de la creación del l abora to r io de Psicología exper imenta l y de la revista Phi-losophische Studien, le e n f r e n t ó a a lgunos f i lósofos idealistas, q u e ponían en d u d a la posibi l idad de u n a psicología exper imenta l . El s egundo , le opuso a los psicólogos de la escuela de Würzburgo . En esencia , la posi-ción de W u n d t se basó en la dis t inción, a la que ya h e m o s a ludido en t r e «au toobse rvac ión» (Selbstbeobatchung) y «percepción in terna» ( innere Wahnehmung). La p r imera era suscept ib le de las críticas ant i in t rospec-tivas de Lange y C o m t e ( n o es tablecer ía una distinción suf ic iente en t r e s u j e t o y o b j e t o de obse rvac ión , y a l te ra r ía , hasta hacer los i r reconocibles , los f e n ó m e n o s obse rvados ) . Por e l con t ra r io , la percepción in te rna de los f e n ó m e n o s de la m e n t e e r a , para W u n d t , una real idad incues t ionable , q u e , e m p l e a d a con las deb idas garant ías , s í podía const i tuir u n a base ( n o la única) de la psicología cient í f ica.

200 Objetos con mente

¿Y cuáles e ran esas ga ran t í a s? P a r a W u n d t , la única f o r m a de hace r psicología científica con la in t rospecc ión consistía en man ipu la r las con-diciones de la «percepción in te rna» de tal f o r m a q u e se acercasen lo más posible a las de la e x t e r n a , es decir , a las q u e carac ter izan a los enun -ciados observac ionales de las c iencias de la na tu ra l eza . El lo impl icaba tres operac iones :

(1) Reduc i r al m á x i m o el t i e m p o e n t r e la percepc ión original y el in fo rme acerca de ella.

(2) A s e g u r a r las condic iones de repl icabi l idad y s imetr ía . (3) L imi ta r d rá s t i camen te las f u n c i o n e s es tudiables por introspec-

ción. Es tas exigencias l imi taban p r á c t i c a m e n t e la ut i l idad de la introspec-

ción al es tudio de la pe rcepc ión , en q u e pod ía es tab lecerse una corres-pondenc ia re la t ivamente c lara , y m u y d i rec ta , e n t r e los enunc iados in-tencionales y las condic iones es t imula res def in idas ex t ens iona lmen te . De es te m o d o , la in t rospección no e r a útil pa ra es tud ia r las func iones men-tales más comple j a s de p e n s a m i e n t o y l engua je .

De hecho , y c o m o ha d e s t a c a d o D a n z i g e r (1980), la mayor pa r t e de los estudios del l abora to r io de W u n d t t r a t a r o n de temas re lac ionados con la sensación e impl icaron el e m p l e o de med idas ob je t ivas , cuyos resul-tados se establecían en t é rminos r i g u r o s a m e n t e ex tens iona les , de t i empos de reacción:

De cerca de 180 estudios experimentales publicados entre 1883 y 1903 en los veinte volúmenes de los Philosophische Studien —dice Danziger— sólo hay cua-tro en que se usan datos cualitativos introspectivos de forma semejante a como se utilizaron en la práctica en la década siguiente. Por otra parte, el laboratorio de Wundt produjo una gran cantidad de estudios cuyos datos eran estrictamente «conductuales», la mayor parte establecidos en forma de diversas clases de medidas de tiempos de reacción. Lo que era «mentalista» en aquellos estu-dios era la interpretación teórica de los resultados, y no los datos en sí mismos (p. 248).

Así , W u n d t f u e , de h e c h o y con i ndependenc i a de sus p re tens iones teóricas, un ve rdade ro p recu r so r de los e n f o q u e s cognit ivos, carac ter iza-dos por e l emp leo de concep tos in tenc iona les para expl icar da tos extensio-nales.

N a t u r a l m e n t e , los es tudios sob re el l e n g u a j e y sob re «los procesos de pensamien to en s í mismos» (que , p a r a W u n d t , sólo podían es tudiarse a t ravés del l engua j e ) no e ran accesibles a la me todo log ía in t rospect iva y

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 201

es t aban f u e r a del a lcance de l a Psicología exper imen ta l . En es to , W u n d t m a n t e n í a una posic ión m u y d i f e r en t e a la de los psicólogos cognit ivos de hoy. El es tud io del l e n g u a j e deb ía s i tuarse en el ámbi to de la Psicología de los Pueb los , más cercana p o r su me todo log ía a las Ciencias del Es-píri tu (Geis teswissenschaf ten ) q u e a las de la Na tu ra l eza (Naturwissens-chaften). « D e a c u e r d o pues con las Ciencias del espíri tu —dice Mira-l ies— la conciencia adu l ta desa r ro l l ada no p u e d e ser a b o r d a d a med ian t e el análisis , ya q u e sus c o m p o n e n t e s no son mater ia les . El para le l i smo, en este caso , no se dar ía e n t r e p rocesos psíquicos y fisiológicos, s ino que el lugar de éstos lo t o m a n los even tos históricos y colectivos q u e no se p u e d e n reduci r a u n a s u m a de e l e m e n t o s últ imos. En la m e d i d a en que la cu l tu ra es un r e su l t ado del espíri tu de la soc iedad , los m é t o d o s ade-cuados p a r a su es tud io son los c o m p a r a d o s e históricos» (1986, p. 60). Pa ra W u n d t , c o m o pa ra Vygotsk i , e r a necesar io «salir f u e r a » de los límites de lo sub je t ivo y remi t i r se a las fo rmas de la vida social pa ra da r cuen ta de la génesis y na tu ra l eza de las func iones super iores de Pensa-m i e n t o y L e n g u a j e .

W u n d t p reve ía q u e la aplicación de la metodo log ía introspect ivo-ex-pe r imen ta l a las func iones supe r io re s iba a ser una f u e n t e de p rob lemas , c o m o e f e c t i v a m e n t e suced ió , c u a n d o los psicólogos de la escuela de Würz-bu rgo , e m p l e a n d o una f o r m a «liberal» de in t rospección, a la q u e se dio e l n o m b r e de « in t rospección s is temát ica», t r a ta ron de e n f r e n t a r s e con ella a las func iones de p e n s a m i e n t o .

C o m o ha m o s t r a d o D a n z i g e r (1980), en la p r imera década de nues t ro siglo, se impus ie ron f o r m a s de in t rospección q u e respondían más a la t radic ión liberal del e m p i r i s m o y la escuela escocesa de sen t ido común q u e a la m á s restr ict iva t radic ional en el pensamien to a l emán . En Nor-t eamér i ca , la posición de J a m e s (1890), en los Principles, había re f l e j ado una ac t i tud t a m b i é n más ab ie r t a con relación a las posibi l idades de la in t rospección que la que tenía W u n d t («A la observac ión introspect iva —dec ía J a m e s — d e b e m o s a t e n e r n o s p r imera y p r inc ipa lmente y siem-pre») y T i t chene r no f u e f ie l , en rea l idad , al e n f o q u e restr ict ivo del m a e s t r o a l e m á n , s ino más b ien a las t radiciones l iberales de la filosofía empi r i s t a .

La posición de W u n d t en relación a los expe r imen tos que dieron lugar a la cé lebre po lémica del «pensamien to sin imágenes» es muy ilus-trat iva del e n f r e n t a m i e n t o s o b r e los dos modos de e n t e n d e r e l valor de los enunc i ados men ta l e s en p r imera pe r sona , a los que nos h e m o s refe-rido en es te a p a r t a d o . En 1907, W u n d t publ icaba su crítica a los discí-

202 Objetos con mente

pulos de Kü lpe , en un ar t ículo t i tu lado «Acerca de los expe r imen tos de ausfrage y de los m é t o d o s de la psicología del p e n s a m i e n t o » , en que reivindicaba la neces idad de volver al e n f o q u e restr ict ivo.

Los t r a b a j o s de B ü h l e r , por e j e m p l o , q u e hab ían conduc ido a las posiciones más radicales de los teór icos del p e n s a m i e n t o sin imágenes , no eran ve rdade ros e x p e r i m e n t o s cient í f icos por varias razones : (1) no permi t ían d i fe renc ia r s u j e t o y o b j e t o de observac ión , (2) ni a seguraban las condic iones de repe t ib i l idad de las observac iones , (3) ni permi t ían la percepc ión in te rna de lo men ta l , a l p l an t ea r la neces idad de compat ib i -lizar esa percepc ión con la resolución de p rob l emas comple jo s . No e ran los de Bühle r v e r d a d e r o s e x p e r i m e n t o s científ icos, s ino «autoobservac io-nes en condic iones difíciles q u e f a v o r e c e n más el a u t o e n g a ñ o que la au toobservac ión» ( W u n d t , 1907, p . 344). Así , no era ex t raño que esos p seudo-expe r imen tos t e rminasen por caer en una especie de «dual ismo», por encon t ra r f o r m a s , en e l p e n s a m i e n t o , de «espír i tus sin conten idos» , parec idos a los «actos puros» de los escolást icos.

No revisaremos aqu í la polémica del pensamien to sin imágenes (vid. H u m p h r e y , 1973, C a r r e t e r o y G a r c í a M a d r u g a , 1984), q u e se cen t ró en un tema básico pa ra los e n f o q u e s cognitivos:. el de la na tura leza de las r ep resen tac iones men ta l e s en las func iones de p e n s a m i e n t o . Baste con recordar que aquel la po lémica j u g ó un pape l decisivo en e l descrédi to de la psicología in t rospect iva ( W a t s o n a ludió expl íc i tamente a ella en el ar t ículo inaugural del conduc t i smo , de 1913). En los t é rminos analít icos que hemos ut i l izado a lo largo de es te capí tu lo , p o d r í a m o s decir q u e el d r a m a de aquel la psicología f u e , qu izá , e l de c o n f u n d i r un s is tema des-t inado a la previsión de la conduc ta p rop ia y a j e n a con un mecan i smo de acceso a una m a q u i n a r i a men ta l s u p u e s t a m e n t e t r an spa ren t e .

Esta «ilusión pel igrosa de la psicología» era ya in tuida y ant ic ipada impl íc i tamente por W u n d t y J a m e s , c u a n d o h a b l a b a n , por e j e m p l o , del e r ro r de o b j e t o , de la t endenc ia a c o n f u n d i r los o b j e t o s que se presentan a la conciencia con la conciencia misma de tales ob j e to s .

La duda que seguimos t e n i e n d o , y q u e no se ha d e s p e j a d o en el curso de la historia de nues t ra ciencia, es la de si esa confus ión no será acaso inevi table . Si no será que la conciencia sólo lo es de los o b j e t o s y de a t r ibutos muy l imitados de nues t ras re lac iones con ellos, y no , en abso-luto, de los procesos y r ep resen tac iones (simbólicas o no) q u e nos per-miten p rec i samente def in i r aque l los o b j e t o s y estas p rop iedades .

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 203

10.3. La reducción extensional del conductismo

Si el d r a m a de la Psicología In t rospec t iva consist ió, quizá , en t o m a r un i n s t r u m e n t o de predicc ión psicosocial por un a p a r a t o de observac ión del m e c a n i s m o de la m e n t e , e l del conduc t i smo fue e l de no h a b e r po-d ido logra r nunca (con la única excepción quizá de la obra de Skinner ) su g ran ambic ión : la de hace r u n a psicología cuyos enunc iados empír icos y teóricos e s tuv ie ran c o m p u e s t o s exc lus ivamente de t é rminos extensiona-les. La pecul ia r idad de la posición conduct i s ta p u e d e s intet izarse en po-cas pa l ab ra s : t r a t a b a de basa r la psicología en enunc iados acerca de la c o n d u c t a e s t r i c t amen te s imétr icos y en te rcera pe r sona de s ingular , es decir , acerca de «un o t ro» , conceb ido c o m o un o b j e t o in f in i t amente dis-t an t e de la subje t iv idad p rop i a . T r a t a b a de f o r m u l a r expl icaciones que no con tuv ie ran n inguna clase de en t i dades menta les , n inguna clase de en t idades def in idas p o r esas dos no tas de in ter ior idad e in tenc iona l idad , q u e — c o m o h e m o s visto en o t ro m o m e n t o — son los rasgos esenciales por los q u e se de f ine lo m e n t a l .

El p r o b l e m a es q u e , desde un pr inc ip io , desde los propios escritos fundac iona l e s de W a t s o n (1913, 1914, 1919, 1924), la posición conduc-tista pa r t ió de cier tos equívocos y de cier tos juegos de ma laba r i smo con-ceptua l q u e pe rmi t i e ron la inclusión de notas de in tenc ional idad malgré lui , de f o r m a indi rec ta y no r econoc ida .

Es to lo ha visto m u y b ien Yela (1974), en relación con la noción de «est ímulo». El es t ímulo es, sí, la energ ía física, y por ello p u e d e def inirse de f o r m a e s t r i c t amen te ex tens iona l , c o m o se de f ine cualquier o t r a ener -gía. Pe ro el es t ímulo es, t a m b i é n , aque l lo a lo que r e sponde el organis-mo . Y el o rgan i smo no r e s p o n d e , de f o r m a directa , a las energ ías físicas, sino q u e r e s p o n d e a o b j e t o s signif icat ivos. «Es cor rec to —dice , p o r e j em-plo, W a t s o n — hab la r de u n a masa total de factores es t imulantes q u e , c o m o un t odo o u n a s i tuac ión , p r o d u c e n la reacción del h o m b r e an te ella» (1919, p . 10) y , pocas páginas m á s ade lan te , p o n e como e j e m p l o de es t ímulo «el h e c h o de q u e us tedes es tén aquí , en u n a sala de confe ren-cias».

P e r o , pa ra el o rgan i smo q u e r e s p o n d e a ello, «el hecho de que uste-des es tén aquí» es un o b j e t o in tenc ional . Los ob je tos y las s i tuaciones a los q u e r e s p o n d e n los o rgan i smos son o b j e t o s intencionales . Los orga-nismos no r e s p o n d e n a o b j e t o s tales c o m o las ondas o cuan tos de luz, las v ibrac iones de las moléculas del a i re y las sustancias químicas q u e son regis t radas p o r los r ecep to re s del o l fa to . O, m e j o r dicho, sólo res-

204 Objetos con mente

p o n d e n a ta les o b j e t o s de f o r m a m u y indirecta , después de procesos muy comple jo s de e l aborac ión . De f o r m a di rec ta r e s p o n d e n a lo q u e «signi-fican» las s i tuaciones pa ra ellos. A es t ímulos que son — t o d o lo m á s — est ímulos distales.

C o m o m u y bien veía Brunswick (1937), e l es t ímulo es u n a par te del amb ien t e ecológico que se hace o b j e t i v a m e n t e p r e sen t e a un su je to (in-tentional erreicht). E s t e r e s p o n d e , es v e r d a d , a los cambios en las o n d a s (o los cuan tos ) de luz, y en las v ibrac iones del a i re que p r o d u c e n el sonido. Pero su conduc ta no se expl ica c o m o respues ta a esas t ransfor-maciones molecu la res y ex tens iona les , s ino c o m o respues ta a o b j e t o s significativos, q u e es c o m o decir intencionales. Es decir , c o m o respues ta a las comple j a s e l aborac iones q u e real iza un s i s tema cognit ivo de los est ímulos proximales q u e son t r ansduc idos por sus recep to res .

Es to mismo p u e d e deci rse del o t ro concep to f u n d a m e n t a l de los con-ductistas: la respuesta. En una def in ic ión p u r a m e n t e ex tens iona l , la res-pues tas consisten en m o v i m i e n t o s ( q u e p u e d e n descr ibi rse has ta e l milí-m e t r o ) . Pe ro no son ésas , en r igor , las respues tas q u e in te resan al psi-cólogo. A los p ro fes iona les de la m e n t e nos in te resan las respues tas c o m o un idades de acción signif icat iva, y las r e spues tas a las q u e no pue-den asignarse s ignif icados nos i m p o r t a n más bien poco . Es quizá posible agota r la def inic ión de la reacc ión de e s t o r n u d a r m e d i a n t e una descr ip-ción minuciosa de los react ivos q u e la p roducen y de los cambios en el s is tema respi ra tor io que dan lugar a ella. Pe ro las respues tas q u e está p r o d u c i e n d o quien escr ibe estas pág inas , por e j e m p l o , no q u e d a n des-critas ps icológicamente c u a n d o se de f ine c ó m o b a j a n los dedos has ta percut i r en las teclas del tec lado q u e usa pa ra escribir , ni al señalar las comple j a s adap tac iones ar t icula tor ias q u e se p o n e n en j u e g o en la pro-ducción de la escr i tura c o m o m o v i m i e n t o . La respues ta de escribir no consis te sólo en sus mov imien tos . E s , t a m b i é n , una conduc ta intencional . Su descripción t iene q u e incluir el h e c h o de q u e se escr ibe algo, y su carác te r de ' respuesta psicológica d e p e n d e de lo que se escr ibe y de un e n t r a m a d o significativo de p ropós i tos y de s ignif icados con los q u e se escribe.

El rechazo de Wat son a la in t rospecc ión y la conciencia se a c o m p a ñ ó de un a b a n d o n o de las noc iones r ep resen tac iona les q u e habían servido, en la psicología an te r io r , pa ra expl icar las func iones super io res de pen-samien to y l engua je . Esas noc iones ( imágenes , f o r m a s in te rnas , Bewusst-seinslagen, etc) poseían las notas de in te r ior idad e in tenc ional idad de lo men ta l , y no cabían en el in ten to de reducc ión extens ional de Watson .

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 205

Si la p r i m e r a psicología e x p e r i m e n t a l f u e , en pa labras de H u m p h r e y , una «psicología de la r ep re sen t ac ión» , pa rece r í a q u e la nueva psicología no-menta l i s ta e ra senc i l l amente u n a «psicología sin r epresen tac ión» .

Sin e m b a r g o , la ope rac ión teór ica de W a t s o n consist ió, en rea l idad , en t ra ta r de m a n t e n e r concep tos de r ep resen tac ión , p e r o de spo j ados de su na tu ra leza in tencional e i nev i t ab l emen te in te rna (con a r reg lo a su noción operac iona l i s ta y mater ia l i s ta de la na tura leza de los concep tos cient í f icos) . P a r a el lo , se sirvió de u n a vers ión esenc ia lmente eferencial de las r ep re sen t ac iones . La r ep re sen tac ión tendr ía un s ignif icado muy literal: la nueva p re sen tac ión de u n a r e spues t a . Las r ep resen tac iones no ser ían conoc imien tos , s ino respuestas. La represen tac ión no es, p a r a Wat-son, u n a re - ins taurac ión de u n a sensac ión o percepc ión or ig inar ia , sino de un «acto muscular»:

Creo —decía Watson— que se puede mantener la hipótesis de que los llamados «procesos superiores de pensamiento» se desarrollan en términos de un tenue restablecimiento de un acto muscular originario (incluyendo a la palabra entre los actos musculares) y que se integran en sistemas que responden con arreglo a un orden serial (mecanismos asociativos). Con ello, los procesos reflexivos se convierten en algo tan mecánico como los hábitos (1919, p. 86).

En ese c o m e n t a r i o se s in te t izan aspectos esenciales de la p r imera posición conduc t i s ta con re lac ión a las func iones super iores . E s t a posi-ción se carac ter iza p o r los s iguientes aspectos :

(1) R e d u c i r esas func iones a mov imien tos y es t ímulos , c u a n d o menos p o t e n c i a l m e n t e obse rvab les ,

(2) r e l ac ionados de f o r m a serial, en una cadena asociativa de izquier-da a d e r e c h a , de u n a sola d imens ión «plana» , y

(3) q u e func ionar í a de f o r m a mecán ica , tan mecánica «como los há-bitos».

Los cr i ter ios de observabilidad, mecanicismo y determinación causal y eficiente de lo posterior por lo anterior, q u e presidieron la selección conduct i s ta de los c o n c e p t o s ps ico lógicamente útiles, se mani f ies tan en e l c o m e n t a r i o c i t ado de W a t s o n con toda claridad. En esenc ia , estos cr i ter ios s iguieron p res id i endo después la selección de cons t ruc tos teóri-cos por los r e p r e s e n t a n t e s del conduc t i smo mediac iona l , que se basarían en la posición de Hul l . Pa ra és te :

el mecanismo rg---sg (de respuestas fraccionales mediacionales y estímulos pro-pio-ceptivos provocados por ellas) conduce, de una forma estrictamente lógica,

206 Objetos con mente

a lo que se consideraba en principio el núcleo mismo de lo psíquico: el interés, el planeamiento, la previsión, la presciencia, la expectancia, el propósito, etc» (1952, p. 350).

Las e laborac iones más c o m p l e j a s del conduc t i smo mediac iona l de Os-good , Staats , M o w r e r y o t ros , se s i túan en este mismo marco teór ico. Así , por e j e m p l o , O s g o o d e m p l e ó las concepc iones de Hul l , sob re la respues ta fraccional an t ic ipa tor ia de m e t a , pa ra desar ro l la r su teor ía me-diacional del s ignif icado y sus c a d a vez más c o m p l e j a s e laborac iones pos ter iores (vid. O s g o o d , Sucy y T a n n e m b a u m , 1957). El significado (que es, en def ini t iva , o t ro m o d o de des ignar e l c o n c e p t o de «intencio-nal idad») se def in ía , en aquel los mode los sucesivos, en t é rminos de ca-denas cada vez más largas y to r tuosas de es t ímulos y respues tas de ca-rácter in terno y med iac iona l , p e r o que seguían m a n t e n i e n d o la f o r m a es t r i c tamente ex tens iona l , y r e s p o n d i e n d o a los pr incipios de fo rmac ión (por procesos de cond i c ionamien to y asociación) que pe rmi t í an just if icar los conceptos teór icos de los modelos- conduct is tas . El in ten to ta rd ío de Osgood y H o o s i a n (1974), de ident i f icar las respues tas mediac iona les con rasgos semánt icos , t r a t a b a de a lcanzar una solución de c o m p r o m i s o e n t r e las nuevas posiciones cogni t ivas , q u e incluían nociones carac te r izadas por notas de es t ruc tu ra f o r m a l , r e fe renc ia in tencional e in te r io r idad , y los viejos conceptos conduct i s tas q u e d a b a n cuen ta del s ignif icado (es decir , del núcleo de lo in tencional) en t é rminos de cadenas asociat ivas E - R de izquierda-derecha .

D e s d e la posición del c o n d u c t i s m o radical , el in ten to de Skinner (más consecuen te y, a mi e n t e n d e r , más c o h e r e n t e y fértil q u e los an te r io res ) implicaba una posición de no c o m p r o m i s o con n inguna clase de concep-tos mental is tas , por m u c h o que se c amuf l a sen . Es ta act i tud se man i fe s tó , por e j e m p l o , en e l in ten to de expl icar los f e n ó m e n o s de signif icado del l engua je en té rminos , de nuevo e s t r i c t amen te ex tens iona les , de relacio-nes funcionales e n t r e es t ímulos a n t e c e d e n t e s , o consecuen te s , y conduc-tas ope ran tes . Es te e n f o q u e ha t en ido h i s tó r i camen te consecuencias po-sitivas: ha pe rmi t ido desar ro l la r , pa r t i endo de los desa r ro l los del análisis exper imenta l de la c o n d u c t a , m o d e l o s úti les de in te rvención sob re e l l engua je ; además , ha con t r ibu ido a expl icar la na tu ra l eza funcional de la actividad lingüística.

Sin e m b a r g o , como es bien s a b i d o , del mismo m o d o q u e las críticas a los psicólogos in t rospect ivos impl icados en la polémica del pensamien to sin imágenes fue ron d e t e r m i n a n t e s en el or igen del conduc t i smo , las

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 207

rea l izadas por C h o m s k y a l uso pecul iar de conceptos ex tens iona les (como el de «fuerza» de la r e spues ta ) en Verbal Behavior, j u g a r o n un pape l emb lemá t i co en los comienzos de la Psicología Cogni t iva . En su crítica de Verbal Behavior, C h o m s k y (1959) denunc ia e l uso p u r a m e n t e meta-fór ico y c o m p l e t a m e n t e i n a p r o p i a d o de los té rminos «teóricos» de l con-duc t i smo radical ( como el de « fue rza de respues ta») en la explicación de la act ividad h u m a n a m á s p r o t o t í p i c a m e n t e significativa: la act ividad lin-güíst ica.

En la perspec t iva de análisis que e s t amos ut i l izando, resul ta intere-san te des taca r e l h e c h o de q u e u n o de los artículos emb lemá t i cos de la nueva psicología q u e se anunc iaba en los años sesen ta , la psicología cognit iva, consis t iera p r ec i s amen te en u n a demos t rac ión de la imposibi-lidad e i nadecuac ión del e m p l e o de un vocabular io p u r a m e n t e extensio-nal p a r a expl icar u n a func ión m e n t a l q u e const i tuye e l pa r ad igma de la in tenc iona l idad . La p r o p u e s t a posit iva, que subyacía a la crí t ica de C h o m s k y a Sk inner , e ra la de volver al e m p l e o de t é rminos in tenc iona-les, p e r o revis t iéndolos de la r igurosa definición mecanicista de las teo-rías de a u t ó m a t a s . O b j e t o s ta les c o m o las es t ruc turas p r o f u n d a s , en ten-didas c o m o f o r m a s in tenc iona les de r ep resen tac ión menta l , y q u e se de-r ivar ían , de f o r m a precisa y a u t o m á t i c a , m e d i a n t e la aplicación de reglas lingüísticas bien def in idas .

Pe ro ésa ya es o t r a his tor ia , a la q u e d e b e m o s refer i rnos b r e v e m e n t e en el p u n t o s iguiente : la his tor ia del difícil in ten to cognit ivo de in tegrar , en unos mismos p a t r o n e s expl icat ivos, e l mecanic ismo abs t rac to q u e ha-bía pe rmi t i do el nac imien to de las nuevas tecnologías del conoc imien to y la vieja intuición de la m e n t e c o m o sis tema in tencional .

10.4. El origen del paradigma C -R: una mecánica de la intencionalidad

En a lgunos t r a b a j o s his tór icos , se han anal izado, con cierta p ro fun-d idad , las condic iones en q u e surgió la psicología cognitiva y los factores que c o n t r i b u y e r o n a su p r imer desar ro l lo (vid. , por e j e m p l o , G a r d n e r , 1985). No h a r e m o s aqu í un análisis histórico p o r m e n o r i z a d o de e sas con-diciones y fac to res , s ino que e m p l e a r e m o s los concep tos analí t icos que h e m o s ido desa r ro l l ando a lo largo de los capítulos an ter iores p a r a de-finir b r e v e m e n t e a lgunas caracter ís t icas de las expl icaciones cognit ivas que pa r ecen i m p o r t a n t e s , y q u e no hab ían sido vistas con an te r io r idad .

208 Objetos con mente

U n a marca de las q u e de f inen los cambios de pa rad igmas en las ciencias sociales y de la c o n d u c t a es el hecho de q u e , en esos cambios , se modif ican los criterios de definición de los conceptos admisibles como objetos teóricos. As í , los o b j e t o s teór icos del conduc t i smo se jus t i f icaban de d i fe ren te m o d o a c o m o se jus t i f i caban las en t idades explicat ivas de las psicologías in t rospec t ivas , en las q u e la evidencia consc iente de los f e n ó m e n o s de la m e n t e cons t i tu ía e l cr i ter io ú l t imo de jus t i f icación.

F r en t e al cr i ter io de jus t i f icac ión in t rospec t ivo , los conduct i s tas ava-laban sus cons t ruc tos teór icos en cr i ter ios tales c o m o :

(a) La con t inu idad en los m e c a n i s m o s de fo rmac ión de las en t idades in ternas (po r e j e m p l o , los es t ímulos y respues tas mediac ionales) y las ex ternas ; esos m e c a n i s m o s de f o r m a c i ó n ser ían , en genera l , procesos asociativos y de cond i c ionamien to o p e r a n t e o clásico.

(b) La observabi l idad po tenc ia l de los r e f e ren te s de tales cons t ruc tos ( r e c o r d e m o s los in ten tos de W a t s o n de med i r , con un «ga lvanómet ro de cue rda» las r e spues tas de h ioides , labios y lengua , mien t ras sus su j e tos pensaban ) .

(c) La observab i l idad ind i rec ta (po r e j e m p l o , en los t r a b a j o s de So-kolov , 1972, y M a c G u i g a n 1978, sob re las man i fes tac iones sub-conduc-tuales del p e n s a m i e n t o ) .

Pues b ien , un aspec to esencial q u e de f ine el or igen de la Psicología Cognit iva consis te , de n u e v o , en un c a m b i o en los cri terios de just if ica-ción de las en t i dades teór icas : a h o r a estas en t i dades se just i f ican en tan to en cuan to se in tegran en un s is tema de c ó m p u t o (en un a lgor i tmo) que s imula la conduc ta q u e se qu ie re expl icar . Los e s q u e m a s , las proposicio-nes , los concep tos se a d m i t e n p o r q u e se e n g r a n a n en u n a u otra «ma-quinar ia abs t rac ta» , de na tu ra l eza compu tac iona l y pe rmi ten explicar ob-j e t i v a m e n t e obse rvac iones ex tens iona les (y mensurab le s ) sobre la con-ducta de su j e tos s i tuados , g e n e r a l m e n t e , en condic iones exper imen ta le s muy precisas.

Los da tos de observac ión no son , p o r cons iguien te , más subje t ivos en la psicología cognit iva de lo q u e p u e d a n serlo en el conduc t i smo. Son c o m p l e t a m e n t e ob je t ivos : e l t i e m p o q u e t a rdan las pe r sonas en respon-der a p rob lemas , en decidi r si u n a secuenc ia de letras es una pa labra o no , etc; t ambién los e r ro re s q u e c o m e t e n c u a n d o r a z o n a n , o c u a n d o p roducen l engua j e , etc . Son da tos q u e p u e d e n s i tuarse p e r f e c t a m e n t e en escalas métr icas y, g e n e r a l m e n t e , s o m e t e r s e a un t r a t amien to estadíst ico r iguroso. Son , en def ini t iva y en u n a pa l ab ra , da tos estr icta y escueta-m e n t e extens ionales .

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 209

En este p u n t o , los análisis históricos han caído f r e c u e n t e m e n t e en ciertos equívocos . La in t e rp re t ac ión t radic ional , según la cual las restric-ciones teór icas impues t a s por el conduc t i smo l legaron a hace r se insoste-nibles, en los años c incuen ta , y tuv ieron que ser t r ansgred idas — p a r a dar cuen ta de hechos tales c o m o la inf luencia de las imágenes en e l a p r e n d i z a j e verba l , e t c — , es u n a in te rp re tac ión que t i ene algo de cierto, p e r o q u e no agota toda la ve rdad de la his tor ia .

La Psicología Cogni t iva implicó, sí, una recuperac ión del vocabu la r io mental is ta q u e había sido proscr i to p r ev i amen te desde la f i losofía con-ductista. En ese sen t ido r e p r e s e n t ó una cier ta l iberac ión , una l iberaliza-ción a p a r e n t e de los cr i ter ios de admis ión de los cons t ruc tos teór icos . D e s p u é s de varios años de d ie ta concep tua l , pa r ece q u e los psicólogos podían hab la r de n u e v o de imágenes y p lanes , s ignif icados y pensamien -tos . . . de es t ruc tu ras p r o f u n d a s incluso. Sin e m b a r g o , ello no significó una s imple disolución de los cr i ter ios just i f icat ivos an te r io res , s ino , sobre todo, su sustitución parcial p o r ot ros cri terios no m e n o s estr ictos.

¿Por q u é h a b l a m o s de sust i tución «parcial»? Pa ra expl icar lo , debe-mos señalar q u e , c o m o han ind icado algunos h is tor iadores de la psico-logía (po r e j e m p l o , L e a h e y , 1981) los rasgos de con t inu idad en t r e la psicología cognitiva y el conduc t i smo son más significativos de lo que se ha supues to t r ad ic iona lmen te . L e a h e y real izó, en 1981, una comunica -ción a la A . P . A con un t í tulo bas t an te provocat ivo: «La revolución que nunca existió: el p r o c e s a m i e n t o de la in formación es conduc t i smo» . No está e l a u t o r de a c u e r d o con el con ten ido de ese t í tulo, pe ro s i rve para des tacar la neces idad de a t e n d e r a aquel los aspectos , m u y impor t an t e s , en que la psicología cognit iva s u p o n e , en e fec to , una cont inuac ión de en foques me todo lóg icos y de con ten idos que habían m a n t e n i d o previa-m e n t e los conduct i s tas .

¿ Q u é aspectos son ésos? A mi pa rece r , dos muy impor t an t e s : (1) La psicología conduc t i s ta se basó , desde los escri tos inaugura les

de Wat son (1913) en la p remisa de que los enunc iados observac iona les , de que d e b e par t i r la ciencia psicológica, t ienen que ser ex tens iona les y en te rcera pe r sona de s ingular o plural (de ningún m o d o , en p r imera ) . No viene al caso a h o r a si tales enunc iados se re f ie ren a la « fuerza» o in tens idad de una r e spues t a , a su f recuenc ia , a su la tencia , a q u e sea ca tegor izada c o m o ace r t ada o e r r ó n e a con relación a un cri terio ex te rno . Lo q u e impor t a es q u e los datos con que cuenta el psicólogo son de carác ter ex tens ional . Y este pr incipio se ha m a n t e n i d o , en lo esencial , en Psicología Cogni t iva .

210 Objetos con mente

En algunas á reas de es tud io ( c o m o la solución de p rob l emas ) se h a n ut i l izado, desde c ier tas l íneas de f in idas de invest igación, i n fo rmes de na tura leza in t rospect iva (Newel l y Simon , 1972; Er icsson y Simon , 1984). P e r o estos casos son la excepc ión m á s q u e la regla , y sue len c o m p e n s a r -

se , además , con una acen tuac ión de las exigencias s intáct icas de los m o -delos . A d e m á s , c u r i o s a m e n t e son m á s f r ecuen te s e n t r e inves t igadores que t ienen su or igen en la In te l igencia Art i f ic ia l , y m u y ra ros en los f o r m a d o s c o m o psicólogos. En gene ra l , los psicólogos cognit ivos h e m o s h e r e d a d o las suspicacias conduc t i s tas con respec to al valor de los enun -ciados menta les en p r imera p e r s o n a .

Los enunc iados obse rvac iona les q u e conf iguran la «base semánt ica» de las teorías cognit ivas s o n , c o m o los conduct i s tas , ex tens iona les . La di ferencia e n t r e los e n u n c i a d o s conduc t i s tas y los cognit ivos es m á s de matiz: aquél los e m p l e a b a n , p r e f e r e n t e m e n t e , d imens iones c o m o la in-tensidad o la f recuenc ia pa ra la def in ic ión operac iona l de las conduc tas es tudiadas ; éstos ut i l izan, sob re t o d o , los t i empos de r e spues t a (Lach-m a n , Lachman y Bu t t e r f i e ld , 1979).

(2) El s egundo aspec to en q u e sé p r o d u c e una con t inu idad (muy mat izable) en t r e la psicología cogni t iva del p r o c e s a m i e n t o de la i n fo rma-ción y el conduc t i smo es en la no ta de mecanicismo q u e caracter iza a a m b a s posiciones. Sin e m b a r g o , en es te aspec to , las d i fe renc ias son m u -cho más f u n d a m e n t a l e s . El m o d e l o de m á q u i n a que subyacía a las posi-c iones conduct is tas co r r e spond ía a un e n f o q u e E - R , b a s a d o en un para-d igma mecánico que no es el que utiliza la Psicología Cogni t iva . El ma-canicismo conduct is ta e r a h e r e d e r o de las i n t e rp re t ac iones de la mecán i -ca clásica, en que la « in fo rmac ión» no jugar ía n ingún pape l expl icat ivo. P o r e l con t ra r io , c o m o h e m o s c o m e n t a d o más e x t e n s a m e n t e en e l capí-tulo segundo , los e n f o q u e s C - R y de P r o c e s a m i e n t o de la I n f o r m a c i ó n , clásicos de la Psicología Cogni t iva , e s t án c o m p r o m e t i d o s en rea l idad con una posición de mecan ic i smo abs t r ac to , q u e remi te a a u t ó m a t a s s imbó-licos que t ienen poco q u e ver con e l t ipo de mecan i smos que f o r m a r o n pa r t e de las imágenes de los p r imeros conduct i s tas .

De las dos obse rvac iones an t e r i o r e s se der ivan los q u e son, a mi e n t e n d e r , los cri terios de jus t i f icación básicos de la psicología cogni t iva , y a los que ya h e m o s h e c h o re fe renc ia a lo largo de es tas páginas:

(1) La base observac iona l de las teor ías cognit ivas se c o m p o n e de observac iones sobre aspec tos ex tens iona les de la conduc ta de las perso-nas: cuán to t a rdan en resolver e l p r o b l e m a X, o cuán tos e r ro re s c o m e t e n en él, qué enunc iados r ecue rdan y cuáles no , cuán to t a rdan en c o m p r e n -

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 211

der un e n u n c i a d o , etc . Lo q u e las pe r sonas dicen s o b r e sus func iones men ta l e s p u e d e t ene r , en a lgunos t r aba jos , un pape l c o m p l e m e n t a r i o , p e r o no es, casi nunca , e l f u n d a m e n t o de las const rucciones teór icas .

L L a m a r e m o s a éste criterio de extensionalidad de la base empírica. (2) El s egundo cr i ter io es el que se re f ie re al mecanic i smo. Viene a

ser el s iguiente: los o b j e t o s teór icos de los psicólogos cognit ivos se jus-tifican en t an to en cuan to se inser tan en algoritmos, o procedimientos efectivos, capaces de g e n e r a r las mismas conductas q u e se de f inen exten-s iona lmen te en la base teór ica (y, con un cr i ter io de adecuac ión expli-cativa f u e r t e , de genera r l a s con p roced imien tos esenc ia lmente idénticos a los q u e e m p l e a n las pe r sonas , cuando se e n f r e n t a n a las mi smas tareas q u e los a lgor i tmos) .

L l a m a r e m o s , a es te s e g u n d o , criterio de justificación algorítmica de los conceptos teóricos.

La r u p t u r a «menta l i s ta» de la Psicología Cognit iva del p rocesamien to de la in fo rmac ión sólo p u e d e e n t e n d e r s e cuando se s i túa en re lación con esos dos cr i ter ios . La recuperac ión de los cons t ruc tos explicat ivos que implican conoc imien to (que se habían pe rd ido en la t ravesía conduct is ta) sólo f u e posible en función de esas dos prescr ipciones:

(1) Expl icar la c o n d u c t a , y (2) explicarla en t é rminos mecánicos .

Sólo así f u e posible la te rcera prescr ipción: (3) explicarla c o m o p r o d u c t o del conoc imien to .

La r ecupe rac ión de los v ie jos concep tos de la psicología na tura l men-talista, de los p lanes y propós i tos (Mil ler , Ga l an t e r y P r ib ram, 1960), las es t ra tegias activas e in ternas de e laborac ión del conoc imien to (Brune r , G o o d n o w y A u s t i n (1956), los s ímbolos menta les , c o m o o b j e t o s inten-cionales y p o r t a d o r e s de conoc imien to (Newel l , Shaw y Simon , 1958) es tuvo ava lada por la dob le just i f icación of rec ida por la na tura leza ex-tensional de los da tos y el ca rác te r s u p u e s t a m e n t e mecanic is ta de las expl icaciones .

Es tos cr i ter ios de just i f icación no s i empre se han cumpl ido. Más aún: el s egundo se alcanza raras veces y, c o m o ya hemos c o m e n t a d o en o t ro pun to , las expl icaciones cognit ivas no suelen llegar a alcanzar el g rado de precisión q u e se ob t i ene c u a n d o se cons t ruyen algori tmos comple tos , capaces de g e n e r a r t odo e l c a m p o de conductas es tud iado . La gran ma-yoría de los e x p e r i m e n t o s cognit ivos lo que hacen es d e m o s t r a r la in-f luencia de c ier tos factores en los procesos de r azonamien to , solución de p r o b l e m a s , comprens ión del l engua je , m e m o r i a , etc, pe ro no permi ten

212 Objetos con mente

cons t ru i r p roced imien tos e fec t ivos comple tos capaces de s imular explica-t ivamente las conduc tas .

En ese sen t ido , es prec iso dis t inguir e n t r e los cri terios q u e se aplican a las invest igaciones cogni t ivas conc re t a s y aquel los por los que se just i-fica la psicología del p r o c e s a m i e n t o de la in formac ión c o m o un todo: El cri terio a lgor í tmico sue le ser, de hecho , un ideal, de f o r m a parec ida a c o m o fue un ideal del c o n d u c t i s m o la reducción de los procesos de de-sarrol lo del p e n s a m i e n t o y el l e n g u a j e a los mecan i smos asociat ivos re-la t ivamente s imples encon t r ados en el a p r e n d i z a j e y el cond ic ionamien to animal .

El supues to a lgor í tmico , q u e es tab lece que las func iones menta les (mient ras no se d e m u e s t r e lo con t ra r io ) p u e d e n reduci rse a p roced imien-tos efect ivos, que consis ten en la apl icación de procesos e lementa les a represen tac iones molecu la res , es un pos tu lado te rmina l que justif ica la empresa global de la psicología cogni t iva , pe ro que no sue le concre ta rse en las expl icaciones conc re t a s de conduc ta s específ icas.

Estas cons iderac iones sirven pa ra expl icar la significación de las pri-meras críticas cognit ivas a las f o r m a s de explicación de los conduct is tas , y las pr imeras p ropues t a s de una psicología de estilo C - R , o de Proce-samien to de la I n fo rmac ión . P o r e j e m p l o , en e l i m p o r t a n t e s imposio de Hixon en 1948, Karl Lashley expl icó que los mode los explicat ivos con-ductistas «de izquierda a d e r e c h a » (que e ran una consecuenc ia inevi table de la ep is temología i n g e n u a m e n t e «real is ta» , q u e sólo podía concebi r lo real como lo que se expresa m a t e r i a l m e n t e en u n a secuencia t empora l ) e ran incapaces de dar cuen ta de conduc ta s organizadas , r ec l amando la necesidad de recurr i r a o rgan izac iones o es t ruc tu ras j e rá rqu icas pa ra ex-plicar esas conductas .

En aquella ocasión, Lash ley , q u e hab ía e s t ado muy cerca del con-duc t i smo, fue explíci to en la re ivindicación de la impor tanc ia del lengua-je como foco de es tud io de los s i s temas de organización j e rá rqu ica que dan lugar a la conduc ta : «Los p r o b l e m a s q u e c rea la organización del l engua je — d e c í a — me pa recen típicos de casi cua lquier o t ra actividad cerebra l» (cit. por G a r d n e r , ed . esp . 1987, p . 28). E r a éste uno de los p r imeros in tentos de conver t i r a l l e n g u a j e en pa rad igma de explicación, en vez de explicar el l engua j e , c o m o a n t e r i o r m e n t e , por reducción a func iones más e lementa les . C o m o seña la G a r d n e r :

Lashley adoptó una posición radical, tanto por los temas que abordó como por la forma en que lo hizo. Los científicos que se ocupaban del comportamiento

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 213

humano se habían mostrado renuentes a investigar el lenguaje, a causa de su complejidad y de su relativa «invisibilidad» como forma de conducta; y cuan-do lo hicieron, lo típico fue que buscaran analogías entre él y otras conductas más simples (como correr por un laberinto o picotear trozos de comida en una jaula) de organismos también más simples (ratas o palomas). Lashley no sólo se centró en el lenguaje, sino que mostró su deleite por la complejidad de éste, e insistió en que otras actividades motrices no eran menos intrincadas (1987, pp. 29-30).

La posición de Lash ley , en la r eun ión de Hixon , p re f iguraba aspectos impor t an t e s de lo que luego había de ser la acti tud cognitiva que se desar ro l la r ía en los años s iguientes : la cons iderac ión del l e n g u a j e como foco de in terés y de los mode los lingüísticos c o m o mode los explicativos e j e m p l a r e s , la insistencia en m e c a n i s m o s de de te rminac ión de a r r iba a a b a j o , y de carác te r j e r á rqu i co , el gus to por la comple j idad , iban a de-finir a lgunas de las caracter ís t icas de aquel la act i tud, q u e se puso clara-m e n t e de mani f ies to ocho años después , en las j o r n a d a s sobre T e o r í a de la I n f o r m a c i ó n , ce l eb radas en 1956 en el M . I . T .

En aquel la r eun ión , se p r e s e n t a r o n a lgunas de las ideas q u e iban a t ener más inf luencia en la ge rminac ión de los en foques cognit ivos. N o a m C h o m s k y concre taba en el es tud io del l engua je , de f o r m a r igurosa, al-gunas de las intuiciones ade l an t adas p o r Lashley, a l d e m o s t r a r q u e las gramát icas de e s t ados finitos e m p l e a d a s p o r los teór icos de la i n fo rma-ción e ran incapaces de g e n e r a r e l l e n g u a j e . El m o d e l o «genera t ivo- t rans-fo rmac iona l» , q u e é l p ropon ía , se conver t i r ía , pos t e r io rmen te , en e l e jemr piar pro to t íp ico de los e n f o q u e s explicativos de de te rminac ión j e rá rqu i -ca. La idea de q u e las expl icaciones psicológicas deben consistir en teo-r ías de c ó m p u t o sob re r ep resen tac iones simbólicas y en mode los algorít-micos capaces de g e n e r a r e l c a m p o potencia l de conduc tas de in terés se p re f iguraba t ambién en la p resen tac ión de C h o m s k y .

Aque l la idea era un resu l t ado de las mismas ref lexiones s o b r e len-gua jes f o rma le s que se e n c a r n a b a n , p o r aquel los años , en los p r imeros o r d e n a d o r e s (para es te a spec to de la his tor ia , vid. B r e t ó n , 1989). En la misma reun ión en que C h o m s k y p re sen tó su apor tac ión en que demos-t raba la imposibi l idad de g e n e r a r el l e n g u a j e con una máqu ina q u e ac-tuara con ar reglo a un p roceso de de te rminac ión probabi l ís t ica de iz-qu ie rda a de r echa , Newell y Simón descr ibían la «máquina de la teoría lógica», q u e const i tu ía la p r imera demos t r ac ión comple t a de un t e o r e m a l levado a cabo por una c o m p u t a d o r a . Y, en aquel la r e u n i ó n , G e o r g e Miller ponía de mani f ies to , de f o r m a m u y bri l lante, algunas l imitaciones

214 Objetos con mente

de los s is temas de p r o c e s a m i e n t o , en su p resen tac ión sobre el mágico n ú m e r o 7 m á s - m e n o s 2.

E s t e r e c u e r d o r á p i d o de la r e u n i ó n «inaugural» de la psicología cog-nitiva en e l M . Í . T . no t i ene a q u í n inguna p re tens ión histórica (vid. G a r d -ne r , 1987, p a r a ese a spec to ) s ino s i m p l e m e n t e la de t r ae r a nues t ra re-f lexión las ideas ge rmina le s q u e d e f i n i e r o n , en u n a p r imera fase , e l de -sarrol lo de los m o d e l o s cogni t ivos . En e l mismo año 1956, B r u n e r , G o o d -now y Aus t in desve l aban , en A Study of Thinking, las es t ra tegias activas de e laborac ión de la i n f o r m a c i ó n q u e los s u j e t o s e m p l e a n en e l labora-tor io en procesos de f o r m a c i ó n de c o n c e p t o s clásicos. Y un a ñ o después , en 1957, C h o m s k y p r e s e n t a b a , en Syntactic Structures, el p r imer m o d e l o genera t ivo t r ans fo rmac iona l de la c o m p e t e n c i a l ingüística. La inf luencia de ese m o d e l o l ingüístico de expl icación se reconoc ía exp l íc i t amente en Plans and the Structure of Behavior, de Miller , G a l a n t e r y Pr ib ram (1960), y la fo rmulac ión del m o d e l o s imból ico-computac iona l de explica-ción se hacía c l a r a m e n t e explícita en el i m p o r t a n t e ar t ículo de Newell , Shaw y Simon (1964), « E l e m e n t s o f a T h e o r y of H u m a n P rob l em Sol-ving».

C o n v i e n e q u e nos d e t e n g a m o s a lgo en u n a fo rmulac ión in tegrada de lo que s ignif icaban las p r o p u e s t a s de aquel los t r a b a j o s , p o r q u e const i tu-yen el ma rco de r e f e renc i a del desa r ro l lo pos te r io r de los mode los cog-nitivos.

El in ten to expl icat ivo esencial q u e se f o r m u l a b a en todas estas pri-meras apor t ac iones a la psicología cogni t iva nac ien te e ra el de def ini r s is temas de c ó m p u t o de g ran p o d e r . Se supon ía q u e esos s is temas de c ó m p u t o permi t i r ían expl icar la gene rac ión de es t ruc tu ras bien def inidas (po r e j e m p l o , o rac iones g ramat ica les ) o el e n f r e n t a m i e n t o a ta reas bien de l imi tadas de fo rmac ión de c o n c e p t o s y solución de p rob lemas , p o r med io de es t ra tegias act ivas de e l abo rac ión de l conoc imien to .

Las notas de ac t iv idad , e s t r u c t u r a , d e t e r m i n a c i ó n j e rá rqu ica , depen -dencia fo rmal de los p rocesos , y n a t u r a l e z a s imból ico-computac iona l de éstos, que han de f in ido e s e n c i a l m e n t e a los m o d e l o s cogni t ivos, se en-con t r aban ya p re f igu radas en aque l los escri tos inaugura les de la Psicolo-gía Cogni t iva . El supues to s u b y a c e n t e f u n d a m e n t a l e ra e l de que es po-sible da r cuen ta de las func iones h u m a n a s c o m p l e j a s , tales c o m o las de pensamien to y l e n g u a j e , p o r med io de la recons t rucc ión de la na tura leza de una m a q u i n a r i a m e n t a l q u e t r a n s f o r m a s ímbolos y t ra ta con conoci-mien tos . Es ev iden te q u e e l m o d e l o de la M á q u i n a de Tu r ing , a l q u e nos r e fe r í amos más e x t e n s a m e n t e en e l cap í tu lo s e g u n d o , o c u p a b a una

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 215

posición cent ra l ( a u n q u e no s i e m p r e explíci ta) en aquel las p r imeras for-mulac iones de la psicología cogni t iva.

H a y dos aspectos de esas p r imeras fo rmulac iones del nuevo p lano de explicación cognit iva, q u e m e r e c e n algún comenta r io :

(1) D e s d e un pr incipio, las nuevas fo rmulac iones se en t r e tuv i e ron en un cier to equ ívoco q u e , a mi e n t e n d e r , ha sido e n o r m e m e n t e in f luyen te en el desar ro l lo y la « imagen social» de nues t ra ciencia.

Es te equívoco es s eña l ado m u y a c e r t a d a m e n t e por Kintsch , Miller y Polson (1984), y consis te en lo s iguiente: se mezclan los concep tos pro-posit ivos e intencional is tas de la «psicología natural» , a los q u e nos he-m o s r e fe r ido a lo largo de estas páginas , con las categor ías der ivadas del mode lo C - R de explicación. Noc iones que sólo t ienen sen t ido en un nivel personal de descr ipción, c o m o las de «plan» y «propósi to», o q u e están inev i t ab lemen te l igadas a la f e n o m e n o l o g í a de la conciencia , c o m o la de « imagen», se e n t r e v e r a n , en las mi smas explicaciones, con noc iones como la de c ó m p u t o o s is tema T O T E , que sólo pueden t ene r sen t ido en un nivel sub-personal de expl icación.

Es ta t endenc ia se expresa con especial c lar idad, a mi e n t e n d e r , en Plans and the Structure of Behavior, de Miller , Ga l an t e r y Pr ib ram (1960). Qu izá p o r razones de c lar idad exposit iva (y Miller es, desde luego, un m a e s t r o en eso) , los a u t o r e s r ecur ren cons t an t emen te a i lustraciones, muy expresivas , de sus ideas. Es tas i lustraciones se vinculan a las intui-c iones in tencional is tas que t e n e m o s c o m o psicólogos na tura les . N o s pa-rece que hab lan de los «planes» q u e uno t iene en la cabeza , y de los que es consc ien te , de las imágenes q u e nos vienen a la m e n t e , etc .

Sin e m b a r g o , la apor tac ión f u n d a m e n t a l que hacen Miller et al . (1960) consis te en def ini r la f o r m a genera l ( i .e . la organización T O T E ) de los mecan i smos subpersona les re levan tes pa ra es tudiar los procesos de cono-c imiento .

(2) Las p r imeras expl icaciones s i tuadas ya c la ramente en el nuevo p lano cognit ivo conservan la huel la del viejo in tento de e n c o n t r a r un « l engua je universal del pensamien to» o , (con una expresión r e d u n d a n t e p e r o útil) , un « l engua je universa l del l engua je» , que sería un sistema único de c ó m p u t o , e l cual , pa r t i endo de un c o n j u n t o l imitado de prin-cipios , y de e l e m e n t o s s imbólicos y procesuales , daría cuenta de ámbi tos comple tos de la act ividad h u m a n a : la producción de orac iones gramat i -cales, en el caso de la g ramát i ca generat i .vo- t ransformacional , la solución h u m a n a de p rob l emas , en el- d e l G . P . S (El «Solucionador G e n e r a l de P rob lemas») de Newel l y Simon , etc.

216 Objetos con mente

Es decir , los p r i m e r o s m o d e l o s expl icat ivos, de los q u e nació la Psi-cología Cogni t iva , se b a s a r o n g e n e r a l m e n t e en el s u p u e s t o de que es posible definir mecanismos muy generales de inferencia, generación lin-güística o solución de problemas, cuyo funcionamiento estaría determina-

do por la forma. E s t e s u p u e s t o e s t aba l igado al m e t a p o s t u l a d o logicista ( D e Vega , 1981), que f o r m a b a p a r t e de sus p resupos ic iones teóricas. En genera l , las p r imeras expl icaciones cognit ivas f u e r o n «explicaciones sin-tácticas», y l levaron a la real ización de e x p e r i m e n t o s que t r a t a b a n . d e desvelar , sob re t o d o , e l pape l de los fac to res sintácticos en las func iones de P e n s a m i e n t o y L e n g u a j e .

En el es tud io del l e n g u a j e , por e j e m p l o , las invest igaciones p ioneras de la psicolingüística de e n f o q u e cogni t ivo se cen t r a ron en el in ten to de dar ident idad psicológica a las reglas fo rma les de t r ans fo rmac ión (del t odo a j e n a s , en e l p r i m e r m o d e l o de la g ramát ica genera t ivo- t rans for -maciona l , a l c o m p o n e n t e s emán t i co ) . E s t e era e l i n t en to q u e perseguían Miller y M c K e a n (1964) en su invest igación sob re la t r ans fo rmac ión pa-siva, Savin y P e r c h o n o c k (1965), en su investigación sob re el r ecuerdo de orac iones pas ivas , negat ivas e in te r rogat ivas , M e h l e r (1963) en su comprobac ión de la t endenc ia de los su j e tos a «simplif icar» t r ans fo rma-ciones , e l iminándolas en e l r e c u e r d o , e tc .

Sin e m b a r g o , ya d e s d e m e d i a d o s de los años s e sen t a , e m p e z a r o n a rec lamar su papel expl ica t ivo los f ac to res semánt icos y de con ten ido , que l levaron f ina lmen te al a b a n d o n o de la hipótesis de q u e las dif icul tades de comprens ión cons t i tuyen un e s p e j o sin mancha de la comple j idad der ivacional ( e n t e n d i d a en t é rminos sintáct icos) de las orac iones . (Wa-son, 1965; G r e e n e , 1970; J o h n s o n - L a i r d , 1968; C l a r k , 1965; J o h n s o n , 1967).

Algo s e m e j a n t e sucedió en los es tud ios de p e n s a m i e n t o . Los mode los sintácticos más ambic iosos y genera l i s tas , c o m o el «So luc ionador G e n e -ral de Prob lemas» de Newel l y Simon (1972), d e m o s t r a r o n p ron to que su ámbi to explicat ivo e r a m u c h o más res t r ingido de lo q u e se p re t end ió en principio, y q u e sólo e ran capaces de explicar la solución de proble-mas cer rados y de poca «dens idad semán t i ca» ( W a s o n , 1978). A u n q u e e l G P S fuera capaz de s imula r a lgunas conduc ta s h u m a n a s de solución de p rob lemas , su e j ecuc ión en c ie r tos casos era muy ce rcana a la de ensayo y e r r o r , y se m o s t r a b a incapaz de improvisar es t ra tegias defect i -vas o heuríst icos en su apl icac ión . C o m o ha s eña l ado Asens io (1990):

El supuesto básico ele la metáfora del ordenador orientó a los modelos del pro-

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 217

cesamiento de la información hacia la consideración de la mente humana como un procesador de cálculos sintácticos, donde el soporte lógico venía definido por el cálculo booleano. Este planteamiento resultó extremadamente útil para ana-lizar las restricciones estructurales de los procesos psicológicos. Sin embargo, uno de los problemas fundamentales con los que se encontraron, desde el primer momento, estos estudios consistió precisamente en cómo dar cuenta, desde esta perspectiva exclusivamente lógico formal, de los contenidos de la mente, ya que existen numerosas evidencias experimentales (que veremos en el próxi-mo capítulo) de la influencia del contenido temático en las tareas cognitivas (p. 149).

En los es tudios de r a z o n a m i e n t o , las influencias de los con ten idos en los e r ro re s comet idos en cier tas clases de silogismos (en especia l , en los si logismos ca tegor ía les) se conoc ían desde varios años antes de la «pro-mulgación» explícita del p a r a d i g m a cognit ivo ( L e f f o r d , 1946; Janis y Fr ick , 1943; M o r g a n y M o r t o n , 1944), y p ron to se pus ieron de mani f ies to las l imitaciones de los mode los «sintácticos» (como lo es, en c i e r to modo , e l de P iage t ) , q u e p r o p o n e n q u e los su j e tos son capaces de emplea r disposit ivos fo rma le s y pode rosos de in fe renc ia ( como el re t icu lado de las ope rac iones b inar ias in te rpropos ic iona les , o el g rupo I N R C de Pia-get ) , con i ndependenc i a de los con ten idos (Wason , 1966, 1968, 1969). N u m e r o s o s expe r imen tos sobre la ta rea de selección de W a s o n , p o r e j em-plo, han d e m o s t r a d o que la p resen tac ión de esta t a rea con con ten idos «realistas» modi f ica , por c o m p l e t o , los p o r c e n t a j e s de soluciones correc-tas (Wason y Shapi ro , 1971; J o h n s o n - L a i r d , Legrenzi y Sonino-Legrenz i , 1972; Bracewel l y Hid i , 1974; V a n D u y n e , 1974, 1976; Evans y Wason , 1976, D ' A n d r a d e , 1980; Griggs , 1982, e tc) .

En s u m a : el supues to f u n d a m e n t a l según el cual las func iones supe-r iores P -L podr í an explicarse m e d i a n t e mode los sintácticos y universales , ind i fe ren tes a los con ten idos , f u e d e m o s t r á n d o s e c o m o insostenible a lo largo de los años sesenta . P o d e m o s decir , en un r e sumen m u y rápido , q u e la Psicología Cogni t iva de la década de los se ten ta se carac ter izó por los s iguientes rasgos:

(1) La c o m p l e m e n t a c i ó n o sust i tución de los mode los explicativos «sintácticos», d o m i n a n t e s aún en la década an ter ior , p o r mode los semán-ticos. Es ta t endenc ia tuvo su expres ión en psicolingüística a t ravés de los es tudios de comprens ión —y, en grado m u c h o m e n o r , de p roducc ión— cen t r ados p rec i samen te en la inf luencia de los fac tores semánt icos y con-ceptua les . En el es tud io del r a z o n a m i e n t o y la solución de p rob l emas , muchas invest igaciones c o m e n z a r o n a cen t ra rse en el papel de los con-

218 Objetos con mente

ten idos sobre los procesos de p e n s a m i e n t o , y c o m e n z a r o n a fo rmu la r se modelos semánticos del p e n s a m i e n t o .

(2) El desar ro l lo de la p rop ia psicología cogni t iva hizo c a d a vez m á s necesar io el recurso a noc iones macroestructurales (y no sólo microes-

t ructurales) pa ra explicar las f u n c i o n e s cognit ivas . Es t a t endenc ia , pro-venien te de la inf luencia c o n v e r g e n t e de las invest igaciones y e n f o q u e s construct ivistas sob re la c o m p r e n s i ó n y el r e c u e r d o del d iscurso y de los in tentos de desar ro l la r p r o g r a m a s de In te l igencia Art i f ic ia l capaces de comprens ión , se expresa con la m a y o r c lar idad en la noción de esquema. Los f racasos en los in ten tos de f o r m u l a r p r o g r a m a s de I . A . , basados en un s imple depós i to léxico y unas reglas de in fe renc ia o generac ión sin-táct ica y que fue ran capaces de c o m p r e n d e r o t raduci r ( W i n o g r a d , 1981; D e h n y Schank , 1982) l levaron a la neces idad~de recur r i r a macro-es -t ruc tu ras para expl icar el h e c h o de q u e las func iones super io res a imi tar no se guían so lamen te p o r las reglas f o rma le s de su sintaxis, s ino p o r un ampl io acervo de. conoc imien tos ace rca del m u n d o , o rgan izados concep-tua lmen te de fo rma c o m p l e j a y de l icada . Las noc iones de «marco» (Minsky, 1975), «guión» ( S c h a n k y A b e l s o n , 1977) y «esquema» ( R u -melhar t y O r t o n y , 1977) son e x p r e s i o n e s de e n f o q u e s explicat ivos nue-vos. T r a t a n de cap tu ra r p r o p i e d a d e s del s i s tema cognit ivo tales c o m o la capacidad de integrar c o n o c i m i e n t o s en to ta l idades signif icat ivas, de an-t iciparse a in formac iones nuevas , de añad i r con ten idos no es tablec idos de f o r m a explícita en el t ex to o el d iscurso , etc .

(3) La tercera caracter ís t ica de los es tudios cogni t ivos, desde la se- . gunda mitad de los s e t en t a , es tá m u y r e l ac ionada con la an te r ior : con-siste en la p ropens ión c rec ien te a rea l izar invest igaciones sob re un idades es t imulares cada vez más mo la re s , y a r ec l amar la neces idad de «validez ecológica» de las inves t igaciones . As í , en el es tud io del l engua j e , se man t i enen los t r aba jos s o b r e c o m p r e n s i ó n orac iona l y léxica, p e r o c recen m u y r áp idamen te los re lac ionados con la c o m p r e n s i ó n de un idades ma-yores de discurso y de tex to (Kin t sch , 1974). En solución de p rob l emas y r azonamien to , se e m p l e a n cada vez más , s i tuac iones cot id ianas o es-tudios sobre « p e n s a m i e n t o p ro fes iona l» , etc . (vid. Els te in y B o r d a g e , 1984; K u h n , Penn ing ton y L e a d b e a t e r , 1984).

P o d e m o s def ini r esta s e g u n d a e t a p a del desar ro l lo de la Psicología Cognit iva (que se ex t i ende , a p r o x i m a d a m e n t e , desde 1970 a 1985) c o m o fase semántica (tal c o m o lo hace A s e n s i o , 1990). E n t r e sus p r o d u c t o s más emblemát icos y significat ivos e s t á n , a d e m á s de las teor ías de e sque-mas , en foques como el de los modelos mentales, de J o h n s o n - L a i r d (1983),

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 219

que t ra ta de expl icar f unc iones de r a z o n a m i e n t o deduc t ivo y compren -sión lingüística p o r procesos de base semánt ica (y, a l m i s m o t i empo , e s t r i c t amente fo rmal izab les ) , o el modelo de dependencia conceptual de Schanck y A b e l s o n (1977) q u e , r e n u n c i a n d o expl íc i tamente al in ten to de const rui r mode los I . A de la c o m p r e n s i ó n guiados p o r la sintaxis, pa r t e de la p remisa de que los p rocesos de comprens ión lingüística es tán diri-gidos p o r «guiones» y d e t e r m i n a d o s p o r una organización conceptua l , que de f ine pr imit ivos semánt icos pa ra los e lementos léxicos. U n a carac-teríst ica de es tos mode los es q u e a b a n d o n a n la pre tens ión an te r io r de s imular las func iones h u m a n a s c o m p l e j a s med ian t e s is temas de inferencia i n d e p e n d i e n t e s de los con ten idos y de ex t r emada genera l idad .

E s t e p roceso , de c o m p l e m e n t a c i ó n y susti tución de los mode los sin-tácticos por los semánt icos , ha ten ido consecuencias i m p o r t a n t e s en la def inic ión de los concep tos acerca de las funciones de pensamien to y l engua je q u e t e n e m o s los psicólogos cognitivos:

(1) Por u n a p a r t e , nos ha l levado a cues t ionar y limitar el papel de los mode los «canónicos» fo rma les , a l q u e me he refer ido en o t r o pun to , en la explicación de los p rocesos men ta l e s . Así , las teor ías de e squemas ( W a s o n , 1983; R u m e l h a r t , 1980) y las l lamadas «teorías temát icas» (Po-llard, 1983) de explicación del r a z o n a m i e n t o deduct ivo , p r o p o n e n mo-delos en q u e el r a z o n a m i e n t o no se guía por un s is tema general de reglas de inferenc ia , s ino por mecan i smos depend ien te s de los contenidos . Y el m o d e l o de la c o m p r e n s i ó n de Schank reduce el pape l de la sintaxis en los procesos de c o m p r e n s i ó n a a lgunas act ividades de c o m p l e m e n t a -ción de los procesos de na tu ra leza semánt ica . Ello no qu ie re decir que en estos mode los desapa rezca la intuición de «de terminac ión p o r la for-ma» . Lo q u e sucede es q u e las fo rmas se amplían y se en t re lazan con los con ten idos , se diversif ican y, en muchos casos, p ierden la nítida y no rma t iva clar idad de las f o r m a s lógicas y matemát icas , que son exclu-s ivamen te s intáct icas .

(2) Por o t ra p a r t e , desde el m o m e n t o en q u e estas investigaciones y mode los de los años 70 y 80 han pues to de manif ies to las es t rechas re laciones en t r e f o r m a s y con ten idos en los procesos cognit ivos, han cons-t i tuido un d e t e r m i n a n t e f u n d a m e n t a l de la necesidad de desar ro l la r mo-delos de interacción en paralelo de tales procesos . Los procesos sobre la f o r m a no son i n d e p e n d i e n t e s de los q u e se realizan sobre los con ten idos ( como d e m u e s t r a n , p o r e j e m p l o , los a b u n d a n t e s da tos exis tentes sobre las ricas in te r re lac iones e n t r e fac tores sintácticos y semánt icos en los procesos psicolingüíst icos) . Ya en 1977, en el manua l de R u m e l h a r t so-

220 Objetos con mente

bre Human Information Processing, se avis taba esa exigencia que ha t e rminado por concre ta r se , a lo largo de la década pos te r io r , en los mode los conexionis tas del conoc imien to ( R u m e l h a r t , McCle l land y G r u -po de Invest igación P D P , 1986).

Las cons iderac iones an te r io res p u e d e n resumirse de f o r m a muy con-cisa, e m p l e a n d o el t ipo de l e n g u a j e q u e venimos u s a n d o a lo largo de estas páginas: en el i n t en to difícil de c o m p r o m i s o en t r e f o r m a e inten-c ional idad, que s i empre ha de f in ido a la psicología cogni t iva , p redomi -na ron en una p r imera fase las exigencias de la f o r m a . Sin e m b a r g o , en todos los ámbi tos de nues t r a c iencia , e l s ignif icado f u e i m p o n i e n d o pro-gres ivamente sus de r echos : las inf luencias semánt icas y p ragmát icas en el pensamien to y el l e n g u a j e d e m o s t r a r o n , en segu ida , q u e no pod ían ser ignoradas . La in tenc iona l idad imponía una y otra vez su enigmát ica presencia en los f e n ó m e n o s e s tud iados p o r los psicólogos cognit ivos. Esa presencia se expresaba en f o r m a s tales c o m o los e fec tos de los conteni -dos y de las « intenciones» en los p rocesos super iores de p e n s a m i e n t o y l engua je , o la pene t rab i l idad de esos y o t ros procesos a fac tores de in-t e rp re tac ión .

De este m o d o , la his tor ia r e l a t i vamen te cor ta de la psicología cogni-tiva p u e d e entenderse , d e f o r m a me ta fó r i ca pero p rovechosa , c o m o la historia de unas c o m p l e j a s re lac iones en t r e in tenc ional idad y f o r m a . O, si se quiere , c o m o un indeciso e n f r e n t a m i e n t o e n t r e la ineludible exigen-cia de def inic ión y clar idad sintáct ica q u e r equ ie re cua lquier explicación pa ra ser cons iderada c o m o p r o p i a m e n t e compu tac iona l , y la inevi table necesidad de re fe renc ia in tencional q u e r equ ie re cua lquier e s t ado o pro-ceso para s e r cons ide rado c o m o p r o p i a m e n t e psicológico. Sí, la historia de la psicología cognitiva clásica es, en b u e n a m e d i d a , la historia de esta agonía de intención y f o r m a . ¿O quizá no sean las re laciones intencio-nales ot ra cosa sino fo rmas aún no bien c o m p r e n d i d a s ? ; ¿cúal es la sin-taxis de las relaciones e n t r e los procesos menta les y sus con ten idos? La historia de la psicología cognit iva t end rá q u e hace r se m u c h o más larga y es forzada an tes de q u e p o d a m o s d a r una respues ta , n i s iquiera provi-s ional , a estas p r egun ta s inqu ie tan tes .

10.5. El conexionismo y la recuperación de los objetos extensionales como conceptos teóricos en psicología

¿ C ó m o pueden e m e r g e r los f enómeno s in tencionales , y las fo rmas , de la m e n t e a part i r de un s is tema e s t r i c t amen te ex tens iona l , c o m o lo

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 221

es el c e r e b r o ? ; ¿ c ó m o es pos ible q u e el ce rebro «const ruya la mente» a t ravés de su re lac ión con el med io ex t e rno e i n t e rno? Es tas p regun tas han i nqu i e t ado s i empre a los psicólogos, y sus respues tas han sucumbido f r e c u e n t e m e n t e a la t en tac ión del dua l i smo . Ya nos h e m o s refer ido a a lgunas f o r m a s d i f e ren te s q u e ha t o m a d o esa tentac ión a lo largo de la h is tor ia . Pa ra seña la r que la m e n t e (el pensamien to ) es u n a sustancia s imple , que no es c o n m e n s u r a b l e con las sustancias c o m p u e s t a s del m u n -do ex tenso , Le ibn iz acudía a la m e t á f o r a absurda de en t ra r en ella c o m o en un mol ino , en el q u e sólo ha l la r íamos piezas q u e se impelen unas a o t r a s , «pe ro nunca nada con lo q u e explicar una pe rcepc ión» . Por su pa r t e , los t eó r i cos del e n f o q u e C - R recur r i e ron a l exped ien t e del dualis-mo func iona l i s ta (basado en la imagen de la i ndependenc ia en t r e p ro -g ramas y o r d e n a d o r e s ) p a r a just i f icar la posibil idad de es tud ia r los p ro -cesos y r ep resen tac iones menta les con independenc ia de los f e n ó m e n o s neurobio lóg icos . En rea l idad , e l de a lgunos racionalistas e ra un dual i smo onto lógico y el de los m o d e r n o s psicólogos cognit ivos un dua l i smo me-todológico , p e r o el e fec to es, en u n o y o t ro caso, la suposición de q u e es posible a d e n t r a r s e en lo menta l sin cons ide ra r el f u n c i o n a m i e n t o ce re -bral .

Sí, son m u c h o s los q u e han t e r m i n a d o por pensa r , senci l lamente , q u e e n t r e las in tenc iones y f o r m a s de la m e n t e y la na tura leza extens ional y mate r ia l del c e r e b r o hab r í a una mura l la lógica insalvable. P o d e m o s en -con t r a r n u m e r o s a s citas q u e r e f l e j an es te m o d o de pensa r , p e r o p u e d e n bas ta rnos , por su con tundenc i a y c lar idad , estas dos de Tindal l , recogidas en los' Principles of Psychology de Willi am James :

Es impensable el paso de la física del cerebro a los correspondientes hechos de conciencia. Aun concediendo que un pensamiento definido y una acción mole-cular definida ocurran simultáneamente en el cerebro, no poseemos el órgano intelectual, ni al parecer ningún rudimento de tal órgano, que nos pudiera per-mitir pasar, mediante un proceso de razonamiento, de uno a otro (vid. James, ed. esp. de 1989, p. 120).

Y , en es te o t ro p á r r a f o :

Podemos remontar el desarrollo de un sistema nervioso y correlacionar con él los fenómenos paralelos de sensación y pensamiento. Vemos, con certeza indu-dable, que van de la mano. Aunque nos lanzamos a un vacío en el momento mismo en que tratamos de comprender la conexión que hay entre ellos... No hay fusión posible entre las dos clases de hechos, ni energía motora en ei inte-lecto del hombre que lleve de uno a otro sin producir una ruptura lógica (ibídem).

222 Objetos con mente

El p rob l ema es c ó m o salvar esa r u p t u r a lógica de que hab la Tindal l , e n t r e e l f u n c i o n a m i e n t o , p o r u n a pa r t e , de miles de mil lones de peque -ñas un idades neu rona l e s q u e , sin d u d a , no t ienen m e n t e , n i p roducen represen tac iones def in ib les f o r m a l m e n t e , n i poseen in tenc iona l idad , y , p o r o t ra , la p roducc ión m e n t a l de p e n s a m i e n t o s y o t ros o b j e t o s intencio-nales.

Es t a v ie ja cuest ión ha t en ido , desde el nac imien to de la psicología cognit iva, dos respues tas d i f e r en t e s :

(1) La más ant igua y clásica es la del dua l i smo funcional i s ta : es table-ce q u e la m e n t e es s e m e j a n t e a una m á q u i n a universal y p r o d u c e cono-c imiento (es decir , c o m p u t a ) con i n d e p e n d e n c i a func iona l del sopo r t e q u e pe rmi te que «cor ran» sus p r o g r a m a s . Ya h e m o s c o m e n t a d o es ta p ropues ta en diversos m o m e n t o s de nues t ra ref lexión sob re los «obje tos con men te» .

(2) La respues ta más rec ien te es muy dis t in ta : c u a n d o d e j a m o s de l ado las p r o p i e d a d e s no re levan tes de la e s t ruc tu ra y el f u n c i o n a m i e n t o cerebra l (tales c o m o el t a m a ñ o de las- glías o el hecho de q u e la t rans-misión química del impulso nerv ioso se p roduzca gracias a la se ro ton ina o a las ca teco laminas) y nos f i j a m o s sólo en un m o d e l o abs t rac to del s is tema nervioso c o m o un sistema de cómputo, e n c o n t r a m o s que emer -gen p rop iedades «menta les» re l evan tes del f u n c i o n a m i e n t o masivo, pa-ra le lo , y coopera t ivo-compe t i t ivo , de esas un idades y conex iones que en sí mismas no son in te l igentes ni in tenc ionales , y q u e se de f inen por ca-racteríst icas extens ionales m u y sencil las a las q u e ya h e m o s a ludido en el capí tu lo cua r to : niveles de act ivación de las un idades y fue rzas de conexión en t r e ellas, umbra l e s de in-put y de ou t -pu t de dichas un idades , pa t rones de conex ión , y c ier tas reglas de p ropagac ión , act ivación y ap ren -d iza je ( R u m e l h a r t , H i n t o n y McCle l l and , 1986).

Es tas p rop iedades s imples son suf ic ien tes , según los teór icos conexio-nistas, para da r cuen ta de la capac idad que t endr ían las r edes neura les de p roduc i r o b j e t o s in tenc iona les e n o r m e m e n t e c o m p l e j o s , tales c o m o los e s q u e m a s y concep tos ( R u m e l h a r t , Smo lensky , McCle l land y H in ton , 1986), y m o d o s de f u n c i o n a m i e n t o m u y s e m e j a n t e s a las de los procesos que se guían por reglas f o rma le s ta les c o m o las reglas del l engua je . D e s d e esta perspect iva , la f o r m a y la in tenc iona l idad , las p rop iedades que def inen al nivel s imból ico de la explicación clásica de los procesos cognit ivos en el pa r ad igma d o m i n a n t e , se r ían , en e l m e j o r caso, aproxi-maciones útiles para def in i r las p r o p i e d a d e s e m e r g e n t e s del func iona-m i e n t o de las redes neura les .

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 223

E s t e nuevo e n f o q u e impl ica una dob le operac ión concep tua l : por u n a pa r t e , la sust i tución de . la m e t á f o r a clásica de Tu r ing , la m e t á f o r a de l o r d e n a d o r , por l a m e t á f o r a d e l c e r eb ro . En segundo lugar , l a fo rmula -ción de una p r egun ta q u e , sin e m b a r g o , sólo se ha hecho posible gracias a la m e t á f o r a del o r d e n a d o r : ¿ C ó m o p u e d e c o m p u t a r un s is tema q u e posee las p r o p i e d a d e s del s i s tema nerv ioso? ; ¿qué t ipo de s is tema de c ó m p u t o es u n a red n e u r a l ? Es ev iden t e q u e esta nueva m e t á f o r a , l a del ce rebro c o m o s is tema de c ó m p u t o , p u e d e ayudar a disolver esa r u p -tura lógica de q u e habla T inda l l ; p u e d e p r o p o r c i o n a r n o s e l «ó rgano in-te lec tual» , q u e é l a ñ o r a , p a r a pasar de «un p e n s a m i e n t o de f in ido» a « u n a acción molecular de f in ida» . En s u m a , pa rece que l a perspec t iva cone -xionista o f rece la p r o m e s a de p l an t ea r en t é rminos m á s t ra tab les e l v i e jo desaf ío dual is ta . ¿Es así r e a l m e n t e ? ; ¿has ta qué p u n t o se jus t i f ican las p re tens iones de los inves t igadores conexionis tas?

Vimos , en e l cap í tu lo cua r to , q u e los mode los de c ó m p u t o de los conexionis tas p o s e e n p r o p i e d a d e s q u e resuelven a lgunos de los aspectos débi les de las s i s temas clásicos de p r o c e s a m i e n t o serial: en p r imer lugar , son capaces de t ene r en cuen ta restr icciones s imul táneas y múl t ip les , tales c o m o las q u e se dan f r ecuenc i a en los p rob l emas q u e los o rgan i smos t ienen que resolver con relación a l med io . Lo que hacen , p a r a ello, es encon t ra r las «soluciones óp t imas» de las fuerzas de conex ión de las redes neura les ; es decir , aquel las soluciones que sat isfacen en el m a y o r g rado e l c o n j u n t o de res t r icc iones q u e se d a n en una s i tuación. A d e m á s , p u e d e n e n f r e n t a r s e con éx i to a condic iones es t imulares deg radadas , o en q u e no se o f r e c e i n fo rmac ión acerca de todos los p a r á m e t r o s necesar ios para alcanzar s i tuac iones , y éstas son las condic iones en q u e suelen d e -senvolverse los o rgan i smos . En t e rce r lugar, los mode los de p rocesamien -to d is t r ibuido pa ra le lo m u e s t r a n un «pa t rón de degradac ión e legante» : a d i ferencia de las m á q u i n a s s imból icas de los teór icos clásicos, p u e d e n seguir p r o c e s a n d o r e l a t i v a m e n t e b ien a u n q u e se d a ñ e n c o n j u n t o s a m -plios de un idades . C o m o sucede con las lesiones ce rebra les reales, e l de t e r io ro de su ac tuac ión se re lac iona g loba lmen te con e l n ú m e r o de un idades neura les a f ec t adas . F i n a l m e n t e , los mode los conexionistas son m u c h o más real is tas q u e los clásicos en lo que se re f ie re a l t i empo de c ó m p u t o : las n e u r o n a s son cons ide r ab l emen te más lentas q u e los c o m -p o n e n t e s e lec t rónicos de los o r d e n a d o r e s digitales actuales . Sólo son ca-paces de real izar a l r e d e d o r de cien ope rac iones en e l t i empo e m p l e a d o pa ra solucionar p r o b l e m a s de c ier ta comple j idad computac iona l . E s t a restr icción del « p r o g r a m a de los 100 pasos» ( F e l d m a n , 1985) lleva a s u p o -

U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A

B I B L I O T E C A C E N T R A L

224 Objetos con mente

ner q u e las act ividades de los s i s temas de c ó m p u t o de los o rgan ismos d e b e n real izarse en para le lo , pues , en caso con t ra r io , no sería posible explicar la real ización de t a r ea s c o m p l e j a s de c ó m p u t o en intervalos de t i empo breves .

Para expl icar , en l íneas genera les , e l f u n c i o n a m i e n t o de un s is tema conexionis ta , p o d e m o s p o n e r e l e j e m p l o de una m á q u i n a a la que que-remos hacer capaz de r e c o n o c e r los f o n e m a s de un l engua je na tura l . La solución de es ta t a rea es m u c h o más c o m p l e j a de lo q u e pa rece a p r imera vista: la investigación psicolingüíst ica ha d e m o s t r a d o , hace t i empo , q u e no existe una relación p u n t u a l e n t r e los p a r á m e t r o s físicos de los sonidos del l engua je y su def in ic ión c o m o f o n e m a s . No hay una lista s imple de condic iones suf ic ientes y necesar ias p a r a r econocer un f o n e m a c o m o u n a a , p o r e j e m p l o . La in t e rp re t ac ión de los f o n e m a s es m u y sensible a condic iones del con tex to , e incluye sonidos muy d i fe ren tes d e n t r o de las mismas categor ías foné t i cas , implica la «percepción ca tegór ica» de soni-dos q u e , desde un pun to de vista físico, se s i túan en un con t inuo . C o m o dice Church land (1990), «ser una a pa rece ser cuest ión de es tar suficien-t e m e n t e cerca de una a típica en un n ú m e r o suficiente de d i fe ren tes dimensiones de relevancia» (p . 204).

S u p o n g a m o s en tonces q u e e s t ab l ecemos , en p r imer lugar , una capa de un idades -neu ronas de i npu t , y o t ra de ou t -pu t . La p r imera es tar ía compues t a por un idades q u e modi f ican sus es tados de act ivación (y con-s igu ien temente sus fue rzas de conex ión ) al t ransducir los cambios físicos en los es t ímulos sonoros del med io , d e n t r o de la g a m a de sonidos en los umbra le s de f recuencia y longi tud de o n d a que carac ter izan al habla h u m a n a . La segunda capa , la de las un idades de sal ida, estaría compues -ta de un n ú m e r o m u c h o m e n o r de un idades : una pa ra cada f o n e m a discr iminable en el l e n g u a j e na tura l con el que va a t r a ta r la red neura l . Así , p o d e m o s imaginar que las un idades de e n t r a d a cuen t an con algo s e m e j a n t e a un e s p e c t r o g r a m a de sonidos de habla y las de salida t ienen la misión de «categorizar» a d e c u a d a m e n t e las d imens iones del espec t ro en f o n e m a s del l engua je na tu ra l .

Para real izar ese p roceso de ca tegor ización será necesar io incluir en el s is tema una o más capas de un idades «ocultas», e n t r e las de e n t r a d a y las de sal ida. En func ión de los niveles de act ivación, las fuerzas de conexión y los umbra le s de in-put y ou t -pu t de las un idades , cuando las un idades de en t r ada modi f ican sus e s t ados de act ivación, ex t i enden la ac-tivación a las un idades ocul tas y és tas a las de ou t -pu t . En principio, el s is tema func iona rá de f o r m a a lea tor ia : s i e s t ab lecemos a rb i t r a r i amen te

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 225

las fue rzas de conex ión (es decir , lo que se l lama el «pa t rón de conec-t ividad») en el e s t a d o inicial del s i s t ema , éste t end rá un f u n c i o n a m i e n t o c o m p l e t a m e n t e aza roso y , en un p r i m e r m o m e n t o , ca tegor iza rá incorrec-t a m e n t e los son idos c o m o f o n e m a s . Pe ro s u p o n g a m o s que d o t a m o s a l s is tema de dos c o m p o n e n t e s más : u n o ex t e rno y o t ro in te rno . El ex te rno sería un «profesor» . Lo q u e hace es te c o m p o n e n t e es def ini r los vectores de sal ida del s i s tema (es dec i r , las listas de niveles de act ivación de las un idades y fue rzas de conex iones e n t r e ellas), y su distancia c o n relación a los q u e hub i e r an sido los vec tores «correctos». El c o m p o n e n t e i n t e rno sería un pr incipio de a p r e n d i z a j e , i n h e r e n t e a l s i s tema, c o m o por e j e m -plo la l l amada «regla de l ta genera l i zada» ( R u m e l h a r t , H i n t o n y Wil l iam, 1986), q u e pe rmi t e ca lcular los cambios en el vector de o u t - p u t (que , a su vez, d e p e n d e del s i s tema c o m o un todo) que minimizan la dis tancia con relación al m o d e l o e n s e ñ a d o p o r el «profesor» . Grac ias a las cone-xiones d e s c e n d e n t e s , es tos cambios se p r o p a g a r á n «hacia atrás» (o «hacia aba jo» ) por t odo el s i s t ema . Si se r ep i t en ensayos suf ic ientes , la regla de l ta genera l i zada (o a lgún o t ro de los principios de a p r e n d i z a j e de las redes neura les p r o p u e s t o s p o r los conexionis tas , c o m o por e j e m p l o las e laborac iones del pr inc ip io de H e b b ) garant iza que f i na lmen te e l s i s tema p u e d a ca tegor iza r c o r r e c t a m e n t e los fonemas .

C o n m o d e l o s de es te t i po se h a n resuel to ta reas que resul tan ex t re-m a d a m e n t e difíciles p a r a los p rocesadores seriales clásicos. P o r e j e m p l o , R o s e n b e r g y Se jnowsk i (1987) han desar ro l lado una r ed , a la q u e l laman NETta lk , que es capaz de t o m a r , c o m o en t radas , s egmen tos de s iete letras , y o f r ece r , c o m o sal idas , codif icaciones vectoriales de f o n e m a s . Es tas salidas p u e d e n , luego , conver t i r se en sonidos audibles med ian t e un s in te t izador de son idos . La r ed a p r e n d e , por tan to , a t r a n s f o r m a r pa la -bras escri tas en hab la . Al pr incipio , p roduce un ba lbuceo inintel igible. D e s p u é s de a lgunos ensayos de a p r e n d i z a j e (varios miles) , y en función de un a lgor i tmo de r educc ión pau la t ina de las distancias e n t r e vectores de sal ida y vec tores co r r ec to s , a lcanza un pa t rón de conect ividad q u e reduce p r ác t i c amen te a c e r o esas distancias: por en tonces , su «habla» es p e r f e c t a m e n t e intel igible, y sólo con t i ene e r rores i n f r ecuen te s y de me-nor cuan t í a .

Un aspec to f u n d a m e n t a l de los mode los conexionistas es su d e p e n -denc ia de p roced imien tos m a t e m á t i c o s que , med ian te s is temas de t ra ta-mien to y cálculo de vec tores y mat r ices y en función de «algori tmos de a p r e n d i z a j e » , p e r m i t e n a lcanzar soluciones ópt imas a l p r o b l e m a de c ó m o c o n j u g a r s i m u l t á n e a m e n t e res t r icc iones múltiples. E l f u n c i o n a m i e n t o de

226 Objetos con mente

estos s is temas es global y es tadís t ico . P u e d e n e n t e n d e r s e c o m o s is temas m u y comple jos q u e t i enden , de f o r m a inhe ren t e , a es tados de equil ibr io. Sin e m b a r g o , p l an tean t a m b i é n un p r o b l e m a i m p o r t a n t e , q u e h a n visto con perspicacia F o d o r y Pylyshyn (1988): ¿Has t a qué p u n t o p u e d e n lle-gar a imi tar procesos de man ipu lac ión s imbólica m e d i a n t e reglas sensi-bles a la es t ruc tura , tales c o m o los q u e pa r ecen d a r s e en el l engua je? ; ¿has ta qué p u n t o p u e d e n , incluso, l legar a abs t r ae r p r o p i a m e n t e «estruc-turas»? Pa rece q u e su esti lo global y es tadís t ico de func ionamien to , q u e pe rmi t e alcanzar soluciones ó p t i m a s a e s t ados de hechos en que se d a n restr icciones s imul táneas múl t ip les , no p u e d e llegar a p roduc i r un fun -c ionamien to r ea lmen te gu iado por reglas y es t ruc tu ras .

Pe ro , ¿es q u e , acaso, se guían r e a l m e n t e por reglas y es t ruc turas fo rma les los procesos cognit ivos h u m a n o s ? Pa ra m u c h o s conexionis tas , el l engua je de las reglas y las e s t ruc tu ras de conoc imien to es sólo u n a f o r m a útil de refer i rse al f u n c i o n a m i e n t o de las r edes neura les me ta fó -r i camen te , y desde un nivel mo la r — q u e presc inde de las inevitables «impurezas» de un sistema conexionista—. Otros, como Clark (1989) pien-san que , f i na lmen te , será necesa r io r e c o n o c e r un dob le nivel para expli-car los procesos cognit ivos h u m a n o s : un p l ano de «microcognic ión», de na tura leza subsimból ica , q u e co r r e sponde r í a e l m o d o de f u n c i o n a m i e n t o de los s is temas conexionis tas . O t r o , de ca rác te r s imbólico y o b e d i e n t e a reglas y es t ruc turas , q u e se si tuaría p o r enc ima del an te r io r . Sin e m b a r -go, es ta solución no de j a de p l a n t e a r a lgunos p r o b l e m a s concep tua les impor tan tes : apa r t e de su fal ta de pa r s imon ia , pa r ece en t remezc la r ni-veles explicativos dist intos y se e n f r e n t a a la dif icul tad del excesivo p o d e r de c ó m p u t o , y la excesiva l iber tad de cons t rucc ión teórica q u e o f rece a los invest igadores .

En cualquier caso, la «intuición de la f o r m a » , de la q u e hab l ábamos en e l capí tulo noveno , se o f r e c e c o m o obs tácu lo i m p o r t a n t e para los mo-delos conexionis tas . Es to s no d e j a n de ser e l aborac iones , a u n q u e m u c h o más comple j a s de las vie jas vis iones asociacionis tas de la m e n t e : aquel las visiones ligadas a la cont ingencia , y q u e nunca pud ie ron expl icar la intui-ción de necesidad y de f o r m a que se p r o d u c e f r e c u e n t e m e n t e en relación con los procesos de r a z o n a m i e n t o y l e n g u a j e . P o r o t ra pa r t e , las redes neura les desarrol lan p r o p i e d a d e s de f u n c i o n a m i e n t o a las q u e podr í amos l lamar «esquemas» y «conceptos» , q u e a ú n a n un al to p o d e r de codifica-ción con una flexibil idad de la q u e sue len ca recer los o b j e t o s in tenciona-les de los mode los psicológicos clásicos del conoc imien to .

C o m o ha des tacado Pagels (1991), las redes neura les y los mode los

Cuatro enfoques psicológicos de las funciones mentales 227

conexionis tas f o r m a n p a r t e de Los sueños de la razón de las dos úl t imas décadas de n u e s t r o siglo: de los sueños que se a r remol inan a l r e d e d o r de concep tos c o m o los de o r d e n , comple j idad y caos, y q u e han l levado al desar ro l lo interdiscipl inar de las q u e empiezan a l lamarse «ciencias de la comple j idad» . E l or igen de es tas ciencias reside, en buena m e d i d a , en e l es tud io de s i s temas de f in idos p o r e n j a m b r e s de d imens iones y cuya d inámica p r o d u c e ex t raños f e n ó m e n o s , tales c o m o las b i furcaciones ( am-plif icaciones de p e q u e ñ a s var iac iones iniciales), las caídas en «cuencas de a t racc ión», los ciclos l ími te , etc . Los f e n ó m e n o s metereológicos , p o r e j e m p l o , c o r r e s p o n d e n a l f u n c i o n a m i e n t o de sis temas comple jos . Así , la m e n t e se acerca cada vez más a la m e t á f o r a de la n u b e , y cues t iona la del re lo j : se a s e m e j a m á s al aspec to p lu r i fo rme y d i fuso de los s is temas c o m p l e j o s q u e a l perf i l n e t o de los s is temas de terminis tas clásicos. El e m p l e o de nuevas m e t á f o r a s de l a m e n t e , más cohe ren t e s con su comple-j idad rea l , es tá p e r m i t i e n d o a los psicólogos acercarse g r a d u a l m e n t e a su o b j e t i v o f inal , l e j a n o y d e s m e s u r a d o , de conocer la men te .

BIBLIOGRAFIA

ANDERSON, J. R. (1976) Language, Memory and Thouhgt. Hillsdale, N.J.: Lawrence Erlbaum Associates.

ANDERSON, J. R. (1978) «Arguments concerning representations for mental imagery». Psychological Review, 85, 249-277 (traducción española: «Argu-mentos acerca de las representaciones mediante la capacidad para formar imágenes mentales». En SEBASTIAN, M. V. (Ed.) Lecturas de Psicología de la Memoria. Madrid: Alianza Universidad, 1983).

ANDERSON, J. R. (1979) «Further arguments concerning representations for mental imagery: A response to Hayes-Roth and Pylyshyn». Psychological Review, 86, 249-277.

ANDERSON, J. R. (1983a) The Architecture of Cognition. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.

ANGUERA, M. T. y VEA, J. J. (Eds.) Conducta animal y representaciones mentales. Barcelona: PPU.

ARACIL, J. (1986) Máquinas, Sistemas y Modelos. Madrid: Tecnos. ARBIB, M. A. (1964) Brains, Machines and Mathematics. Nueva York:McGraw-

Hill (Traducción española: Cerebros, Máquinas y Matemáticas. Madrid: Alian-za Editorial, 1987).

ASENSIO, M. (1990) Proyecto docente e investigador. Madrid: UAM. ASTINGTON, J. V., HARRIS, P. L. y OLSON, D. R. (Eds.) (1988) Develo-

ping Theories of Mind. Cambridge: Cambridge University Press. BAARS, B. J. (1988) A Cognitive Theory of Consciousness. Cambridge: Cam-

bridge University Press. BACHELARD, G. (1948) La Formación del Espíritu Científico. Madrid: siglo

XXI. BARTLETT, F. C. (1932) Remembering: A Study in Experimental and Social

Psychology. Cambridge: Cambridge University Press (Traducción española: Pensamiento: un Estudio de Psicología Experimental y Social. Madrid: De-bate, 1988).

BENNET, J. (1976) Linguistic Behaviour. Cambridge: Cambridge University Press.

229

230 Bibliografía

BLUMENTHAL, A. L. (1970) Language and Psychology. Historical Aspects of Psycholinguistics. Nueva York: Wiiey.

BLUMENTHAL A. L. (1975) «A Reappraisal of Wilhelm Wundt». American Psychologist, págs. 1081-1088.

BODEN, M. (1990) «Escaping fron the chínese room». En BODEN, M. (Ed.) The Psychology of Artificial Intelligence. Oxford: Oxford University Press, 1990, págs. 89-104.

BOLTER, D. J. (1984) Turing's Man. Western Culture in the Computer Age. Chapel Hill: The University of North Carolina Press. (Traducción española: El Hombre de Turing. Méjico: Fondea de Cultura Económica, 1.988).

BOLTZMANN, L. (1986) Escritos de Mecánica y Termodinámica. Madrid: Alian-za Editorial.

BOOLE, D. J. (1854) An Investigation of the Laws of Thought, on which are founded the Matematical Theories of Logic and Probabilities. Londres.

BORING, E. G. (1929) A History of Experimental Psychology (Traducción es-pañola de la 2.' edición de 1950: Historia de la Psicología Experimental. Mé-jico: Trillas, 1988).

BRACEWELL, R. J. Y HIDI , S. E. (1974) «The solution of an inferential problem as a function of the stimulus materials». Quarterly Journal of Expe-rimental Psychology, 26, págs. 480-488-.

BRANSFORD, J. D. y JONHSON, M. K. (1973) «Considerations on some problems in comprehension». En CHASE, W. G. (Ed.) Visual Information Processing. Nueva York: Academic Press.

BRENTANO, F. (1874) Psychologie von empirischen Standpunkt. Leipzig (ed. en Hamburgo: Meiner, 1955).

BRETHERTON, I. y BEEGHLY, M. (1982) «Talking about internal states: The acquisition of an explicit theoty of Mind». Developmental Psychology, 18 (6), págs. 906-921.

BRETHERTON, I., FTRIZ, J., ZAHN-WAXLER, C. y RIDGEWAY, D. (-1986) «Learning to talk about emotions: A funcionalist perspective». Child Development. 57 (3), págs. 529-548.

BRETON, PH. (1989) Historia y Crítica de la Informática. Madrid: Cátedra, colección Teorema.

BROWN, C., KEATS, J. A., KEATS, D. M. y SEGGIE, I. (1980) «Reasoning about implication: A comparison of malaysian and australian subjeets». Jour-nal of(Gross-Gultural'Psyékólogy, 11'1,'págs. B95-410.

BRUNER, J. (1974) Beyond the Information Given. Londres: Unwin. BRUNER, J. (1984) Acción, Pensamiento y Lenguaje. Madrid: Alianza psicología. BRUNER, J. (1986) Actual Minds, Possible Worlds. Cambridge: Cambridge Uni-

versity Press. (Traducción española: Realidad Mental y Mundos Posibles. Barcelona: Gedisa, 1988).

BRUNER, J., GOODNOW, J. J. y AUSTIN, G. A. (1956) A Study of Thin-king. Nueva York: Wiley. (Traducción española: El Proceso Mental en el Aprendizaje. Madrid: Narcea, 1984).

BRUNSWICK, E. (1937) «Psychology as a science of objective relations». Phil. Science, 4, págs. 227-260.

CAPARROS, A. y CABUCIO, F. (1986) La aparición del paradigma cognitivo:

Bibliografía 231

una cuestión problemática. Revista de Historia de la Psicología, '7 (2), págs. 53-58.

CARELLO, C., TURVEY, M. T., KUGLER, P. N. y SHAW, R. E. (1982) «Inadequacies of the computer metaphor». En GAZZANIGA, M. S. (Ed.) Handbook of Cognitive Neuroscience. Nueva York: Plenum

CARNAP, R. (1954) «On Belief Sentences. Reply to Alonso Church». En MAC DONALD, M. (Ed.) Philosophy and Analysis. Oxford: Basic Blackwell. págs. 128-131. (Traducción española: «Sobre las oraciones de creencia (respuesta a Alonso Church)». En SIMPSON, T. M. (Ed.) Semántica Filosófica: Pro-blemas y Discusiones. Buenos Aires: Siglo XXI, págs. 331-334).

CARRETERO, M. y GARCIA MADRUGA, J. (1984a) «Psicología del pensa-miento: Aspectos históricos y metodológicos». En CARRETERO, M. Y GARCIA MADRUGA, J. (Eds.) Lecturas de Psicología del Pensamiento. Madrid: Alianza Psicología, págs. 19-42.

CASSIRER, E. (1964) Philosophie der Symbolischen Formen. Zweiter Teil. Das Mythischen Denken. Darmstadt: Wissenschafthische Buchgesellschaft. (T ra -ducción española: Filosofía de las Formas Simbólicas. México: Fondo de Cultura Económica, 1972).

CLARK, A. (1989) Microcognition. Philosophy, Cognitive Science and Para-llel Distributed Processing. Cambridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

CLARK, H. H. (1965) «Some structural properties of simple active and passive sentences». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavior, vol. 4, págs. 365-370.

COHEN, G. (1977) The Psychology of Cognition. Londres: Academic Press (Traducción española: Psicología Cognitiva. Madrid: Alhambra, 1983).

COLINS, A. (1977) «Why Cognitive Science?» Cognitive Science, 1, págs. 3-4. COLOM, R. y JUAN ESPINOSA, M. de (1990) Estudios sobre los Fundamen-

tos de la Cognición. Valencia: Promolibro. COOPER, L. A. Y SHEPARD, R N. (1973) «Chronometric studies of the

rotation of mental images». En CHASE, W. G. (Ed.) Visual Information Processing. Nueva York: Academic Press.

COSMIDES, L. (1989) «The Logic of Social Change: Has Natural Selection shaped how humans reason? Studies with the Wason Selection task». Cog-nition, 31, 187-176.

COX, J. R. y GRIGGS, R. A. (1982) «The effeets of experience on performance in Wason's selection task». Memory and Cognition, 10, págs. 496-502.

CHENG, P. y HOLYOAK, K. (1985) «Pragmatic Reasoning Schemas». Cogni-tive Psychology, 17, págs. 391-416.

CHISHOLM, R. (1975) «Sentences about believing». Minnesota Studies in the Philosophy of Science, vol. 2. Minneapolis: University of Minnesota Press, págs. 510-520. (Traducción española: «Oraciones de creencia». En SIMP-SON, T. M. (Ed.) Semántica Filosófica: Problemas y Discusiones. Buenos Aires: Siglo XXI, 1973, págs. 417-437).

CHOMSKY, N. (1957) Syntactic Structures. La Haya: Mouton. (Traducción es-pañola: Estructuras Sintácticas,. Madrid: Siglo XXI, 1974).

232 Bibliografía

CHOMSKY, N. (1965) Aspects of a Theory of Syntax. Cambridge, Mass.: The MIT Press. (Taducción española: Aspectos de la Teoría de la Sintaxis. Ma-drid: Aguilar, 1970).

CHOMSKY, N. (1980) Rules and Representations. Nueva York: Columbia Uni-versity Press. (Traducción española: Reglas y Representaciones. Méjico: Fon-do de Cultura Económica, 1983).

CHOMSKY, N. (1981) Reflexiones acerca del lenguaje. México: Trillas. CHOMSKY, N. (1985) Knowledge of Language: Its Nature, Origins and Use.

Nueva york: Praeger. (Traducción española: El Conocimiento del Lenguaje. Su Naturaleza, Origen y Uso. Madrid: Alianza Editorial, 1989).

CHURCH, A. (1954) «Intentional Isomorphism ans Identity of belief». Philo-sophical Studies, 5 (5), págs. 65-71. (Traducción española: «Isomorfismo in-tencional e identidad de creencia». En SIMPSON, T. M. (Ed.) Semántica Filosófica: Problemas y Discusiones. Buenos Aires: Siglo XXI, 1973, págs. 171-182).

CHURCH, A. (1956) «Propositions and sentences». En SIMPSON, T. M. (Ed.) The Problem of Universals. Notre Dame, Indiana: University of Notre Dame Press, págs. 3-11. (Tradución española: «Proposiciones y oraciones con una objeción a Scheffer». En SIMPSON, T. M. (Ed.) Semántica Filosófica: Pro-blemas y Discusiones. Buenos aires: Siglo XXI, págs. 363-370).

CHURCHLAND, D. M. (1979) Scientific Realism and the Plasticity of Mind. Cambridge: Cambridge University Press

CHURCHLAND, P. S. (1986) Neurophilosophy: Toward a Unified Science of the Mind. Brain, Cambridge, Mass.: MIT Press.

CHURCHLAND, P. S. (1990) «Cognitive activity in Artificial Neural Networks». En OSHERION, O.N. y Smith, E.E. (Eds) An Invitation to Cognitive Scien-ce Thinking. Cambridge. MGSS: The MIT Press.

D 'ANDRADE, R. G. (1980) «Reasoning and the Wason problem». Manuscrito presentado en el Symposium on the Ecology of Cognition: Biological, Cul-tural and Historical Perspectives. Greensboro' N., California

DANZIGER, K. (1980) «The history of introspecction reconsidered». Journal of the History of Behavioral Sciences, 16, págs. 241-262.

DAVIDSON, D. (1965) «Theories of Meaning and Learnable Languages». En BARHILLEL, Y. (Ed.) The international Congress for Logic, Methodology and Philosophy of Science. Amsterdam: North Holland, págs. 383-393. (Tra-ducción española: «Teorías del significado y lenguajes aprendibles (una ob-jeción a Quine, Church y Scheffler)». En SIMPSON, T. M. (Ed.) Semántica Filosófica: Problemas y Discusiones. Buenos Aires: Siglo XXI, 1973, págs. 383-394).

DAVIDSON, D. (1981) «The material mind». En H A U G E t A D , J. (Ed.) Mind Design. Cambridge: The MIT Press. "

DEAÑO, (1974) Introducción a la Lógica Formal. Madrid: Alianza. DEAÑO, A. (1980) Las Concepciones de la Lógica. Madrid: Taurus. DEHN, N. y SCHANK, R. (1982) «Artificial and human intelligence». En

STERNBERG, R.J. (Ed.) Handbook of Human Intelligence. Cambridge: Cambridge university Press.

Bibliografía 233

DELBRUCK, M. (1986) Wahrheit und Wirlichkeit - uber die Evolution des Er-kennens. Hamburgo: Rasch und Rohring Verlag. (Traducción española: Men-te y materia. Ensayo de Epistemología Evolutiva. Madrid: Alianza Editorial, 1989).

DELVAL, J. A. (1975) El Animismo y el Pensamiento Infantil. Madrid: Siglo XXI.

DENIS, M„ ENGELKAMP, J. y RICHARDSON, J. (Eds.) (1988) Cognitive and Neurological Approaches to Mental Imagery. Dordrecht: Martinus Nij-hoff Publishers.

DENNET, D. C. (1978) Brainstorms. Philosophical Essays on Mind and Psycho-logy. Cambridge: MIT Press.

DESCARTES, R. (1637) Discours de la Methode. (Traducción española: El Dis-curso del Método. Madrid: Akal, 1989.)

DEWART, L. (1989) Evolution and Consciousness: the Role of Speech in the Origin and Development of Human Nature. Toronto: University of Toronto Press.

DEWEY, J. (1910/1933) How We Think. Lexington, Mass.: D.C. Heath and Comp. (Traducción española Cómo Pensamos. Nueva Exposición de la Re-lación entre Pensamiento Reflexivo y Proceso Educativo. Barcelona: Paidós, 1989).

DRESTSKE, F. (1981) Knowledge and the Flow of Information. Cambridge, Mass.: MIT Press.

DRESTSKE, F. (1988) Explaining Behavior. Reasons in a World of Causes. Cambridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

DREYFUS, H. (1979) What Computers can't do. Nueva York: Harper and Row. EDWARDS, W. (1968) «Conservatism in human information processing». En

KLEINMUNTZ, B. (Ed.) Formal Representations of Human Judgment. Nue-va York: Willey & Sons.

ELSTEIEN, A. S. y BORDAGE, G. (1984) «Psicología del razonamiento clí-nico». En M. C A R R E T E R O y J. GARCIA MADRUGA (Eds.) Lecturas de Psicología del Pensamiento. Madrid: Alianza psicología, págs. 255-266.

ERICSSON, K. A. y SIMON, H. A. (1984) Protocol Analysis: Verbal Reports as Data. Cambridge, Mass: The MIT Press.

EVANS, J. St. B. T. y WASON, P. N. (1976) «Rationalisation in reasoning task». British Journal of Psychology, 63, págs. 205-212.

FECHNER, G. T. Nanna, oder über das Seelenleben der Pflanzen. (Resumido en LOWRIE, W. (Ed.) Religión of a Scientist: Selections from Gustav Th. Fechner. Nueva York: Pantheon Books, 1946)

FECHNER, G. T. (1851) Zendavesta, oder über die Dinde des Himmel und des Jenseits.

FELDMAN, J. A. (1985) «Connectionist models and their aplications: introduc-tion». Cognitiva Science, 9, págs. 1-2.

FINKE, R. A. (1989) Principies of Mental Imagery. Cambridge: The MIT Press. FLORES, F. y WINOGRAD, T. (1989) Understanding Computers and Cogni-

tion. Nueva Jersey: Ablex Publishing Corporation (Traducción: española Ha-cia la Comprensión de la Información y la Cognición. Barcelona: Editorial Hispano Europea, 1989)

234 Bibliografía

FODOR, J. (1968) Psychological Explanation: An Introduction to the Philosophy of Psychology. Nueva York: Random House. (Traducción española: La ex-plicación Psicológica. Madrid: Cátedra, 1980)

FODOR, J. (1975) The Language of Thought. Nueva York: Harper & Row. (Traducción española: El Lenguaje del Pensamiento. Madrid: Alianza Edito-rial, 1984).

FODOR, J. (1981) Representations. Cambridge, Mass.: The MIT Press. FODOR, J. (1983) «Fijación de creencias y adquisición de conceptos». En M.

PIATTELLI-PALMERINI (Ed.) Teorías del Lenguaje. Teorías del Aprendi-zaje. Barcelona: Crítica, págs. 187-193.

FODOR, J. (1988) Psychosemantics. The Problem of Meaning in the Philosophy of Mind. Cambridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

FODOR, J. A. y PYLYSHYN, Z. W. (1988) «Conectionism and cognitive ar-chitecture: a critical analysis». Cognision, 28. págs. 3-71.

GARCIA ALBEA, J. E. (1986) Percepción y Computación. Madrid: Pirámide. GARDNER, H. (1985) The Mind's New Science. A history of Cognitive Revo-

lution. Nueva York: Basic Books. (Traducción española La Nueva Ciencia de la Mente. Historia de la Revolución Cognitiva. Buenos Aires: Paidós, 1987).

GEERTZ, C. (1973) The Interpretation of Cultures. Nueva York: Basic Books. (Traducción española La Interpretación de las Culturas. Barcelona: Gedisa, 1989, tercera reimpresión).

GENTNER, D. y GUDRIN, J. (1985) «The evolution of mental metaphors in Psychology: A 90-year retrospective». American Psycologist, febrero, 1985, págs. 181-192.

GIBSON, J. J. (1966) The Senses Considered as Perceptual Systems. Boston: Mifflin.

GODEL, K. (1931) «Über formal unentscheidbare Sütze der Principia Mathe-matica un Verwandter Systeme, I». Monatshefte für Mathematica und Phisics, 173-189.

GOODALL, J. (1986) En la Senda del Hombre. Barcelona: Salvat. GREENE, J. M. (1970) «The semantic function of negatives and pasives». Bri-

tish Journal of Psychology, vol. 61, págs. 1722. GREENE, J. (1972) Psycholinguistics. Chomsky and Psychology. Londres: Pen-

guin. GRIFFIN, D. R. (1986) El Pensamiento de los Animales. Barcelona: Ariel. GRIGGS, R. A. (1983) «The role of problem content in the selection task and

the THOG problem». En Evans, J. St. B. T. EVANS (Ed.) Thinking and Reasoning. Londres: Routledge & Kegan Paul.

GRIGGS, R. A. Y COX, J. R. (1982) «The elusive thematicmaterials effect in Wason's selection task». British Journal of Psychology, 73, págs. 407-420.

GRIGGS, R. A, y COX, J. R. (1983) «The effects of problem content and negation on Wason's selection task». Quarterly Journal of Experimental Psychology. 35a, págs. 519-533.

HALLPIKE, C. R. (1981) The Foundations of Primitive Thougth. Oxford Uni-versity Press. (Traducción española: Fundamentos del Pensamiento Primitivo. Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1986).

HARRE, R. (1979) Social Being. A Theory for Social Psychology. Oxford: Basil

Bibliografía 235

Blackwell. (Traducción española: El Ser Social. Madrid: Alianza Universi-dad, 1982).

HAWKING, S. W. (1988) A Brief History of Time. From the Bing Bang to Blak Holes. Nueva York: Bantam Books. (Traducción española: Historia del Tiem-po. Del Bing Bang a los Agujeros Negros. Madrid, Alianza Editorial, 1990).

HAYES-ROTH, F. (1979) «Distinguishing theories of representation. A critique of Anderson's "Arguments concerning mental imagery"». Psychological Re-view, 86, págs. 376-382.

HEBB, D. O. (1949) The Organization of Behavior. Nueva York: Wiley. (Tra-ducción española: La Organización de la Conducta. Madrid: Debate, 1985)

HENLE, M. (1962) «On the relation between logic and thinking». Psychological Review, 69, págs. 366-378.

HENLE, P. (1972) Language, Thought and Culture. An Arbor: The University of Chicago Press.

HINTON, G. E., McLELLAND, J. L. y RUMELHART, D. E. (1986) «Dis-tributed representations». En RUMELHART, D. E., McCLELLAND, J. L. Y Grupo de investigación PDP Parallel Distributed Processing. Explora-tions in the Microestructure of Cognition, Vol. 1: Foundations. Cambridge, Mass.; The MIT Press. A Bradford Book, págs. 77-109.

HINTON, G. E. y SEJNOWSKI, T. J. (1986) «Learning and relearning in Boltz-mann Machines». En RUMELHART, D. E., McLELLAND, J. L. Y Grupo de investigación PPD. Parallel Distributed Procesing. Explorations in the Mi-croestructure of Cognition. Vol 1. Foundations. Cambridge, Mass: The MIT Press. A Bradford Book.

HOFSTADTER, D. F. (1979) Gódel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid. Nueva york: Basi Books. (Traducción española: Gódel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle. Barcelona: Tusquets Editores, 1987).

HUMPHEY, N. (1983) Consciousness Regained. Chapters in the Development of Mind. Oxford: Oxford University Press. (Traducción española: La Recon-quista de la Conciencia. Desarrollo de la Mente Humana. Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1987).

HUMPHREY, G. (1973) Psicología del Pensamiento. Teorías e Investigaciones. Méjico: Trillas.

HUTTENLOCHER, J. (1968) «Constructing spatial images: A strategy in rea-soning». Psychological Review, 75, págs. 550-560.

¡JAOKENDOFE, ¡R. ¡(1987) 'Consciousness '.andUhe 'Computational :Mind. 'Cam-bridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

JAMES, W. (1890) The Principies of Psychology. Nueva York: Holt. (Tercera edición de Cambridge Mass.: Harvard University Press, 1983. Traducción española: Principios de Psicología. Méjico: Fondo de Cultura Económica, 1990).

JANIS, J. L. Y FRICK, F. (1943) «The relationships between attitudes toward conclusions and errors in judging local validity of syllogism». Journal of Ex-perimental Psychology, 33,'págs. 73-77.

JOHNSON, M. G. (1967) «Syntactic position and rated meaning». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavoir, vol. 6, págs. 240-246.

JOHNSON, C. N. Y WELLMAN, H. M. (1980) «Children's developing unders-

236 Bibliografía

tanding of mental verbs: remember, know and guess». Child.Development, 51, págs. 1095-1102.

JOHNSON-LAIRD P. N. (1968) «The choice of the pasive voice in a commu-nicative task'». British Journal of Psychology, vol. 59, págs. 7-15

JOHNSON-LAIRD, P. N. (1975) Models of deduction. En FALMAGNE, R. (Ed.) Reasoning: Representation and Process in Children and Adults. Hills-dale, N.J.: Lawrence erlbaum.

JOHNSON-LAIRD, P. N. (1983) Mental Models: Towards a Cognitive Science of Language, Inference and Consciousness. Cambridge: Cambridge Univer-sity Press.

JOHNSON-LAIRD, P. N. (1988) The Computer and the Mind: An íntroduction to Cognitive Science. Glasgow: William Collins Sons and Co. Ltd (traducción española de Alfonso Medina: El Ordenador y la Mente. Introducción a la Ciencia Cognitiva. Barcelona: Paidós, (1990).

JOHNSON-LAIRD, P. N. (1989) «Mental models»». En POSNER, M. I. (Ed.) Foundations of Cognitive Science. Cambridge, Mass: The MIT Press.

JOHNSON-LAIRD, P. N., LEGRENZI , P. y LEGRENZI, M. (1972) «Reaso-ning and a sense of reality». British Journal of Psychology, 63, págs. 395-400

JOHNSON-LAIRD, P. N., LEGRENZI, P. y SONINO LEGRENZI, M. (1977) «Reasoning an a sense of reality». British Journal of Psychology, 63, págs. 295-400.

JUAN ESPINOSA, M. de y COLOM, R. (1989) Psicología Diferencial y Cog-nición. Valencia: Promolibro

KINTSCH, W. (1974) The Representation of Meaning in Memory. Hillsdale, N. J.: L.E.A.

KINTSCH, W., MILLER, J. R. Y POLSON, R. E. (1984) Method and Tactics in Cognitive Science. Hillsdale, N.J.: LEA

KOHLER, N. (1972) Psicología de la Forma: su Tarea y Ultimas Experiencias. Madrid, Biblioteca Nueva.

KOSSLYN, S. M. (1980) Image and Mind. Cambridge, Mass.: Harvard Univer-sity Press.

KOSSLYN, S. M. y POMERANZ, J. R. (1977) «Imagery, propositions and the form of internal representations». Cognitive Psychology, 9, 52-76.

KOSSLYN, S. M. y POMERANZ, J. R. (1986) «Imágenes, proposiciones y la forma de las representaciones internas». En GARCIA-ALBEA, J. E. Ed. Percepción y Computación. Madrid: Pirámide.

KOSSLYN, S. M. y SCHWARTZ, S. P. (1977) «A data-driven simulation of visual imagery». Cognitive Science, 9, 5276.

KUHN, D., PENNINGTON, N. y LEADBEATER, B. (1984) «El pensamiento adulto desde una perspectiva evolutiva: el razonamiento de los jurados». En CARRETERO, M. y GARCIA-MADRUGA, J. (Eds.): Lecturas de Psico-logía del Pensamiento, Madrid: Alianza Universidad, págs. 267-296.

KUHN, T. S. (1977) «Second thought on paradigms». En SUPPE, F. (Ed.) The Structure of Scientifie Theories. Illinois: University of Illinois Press.

LACHMAN, P., LACHMAN, J. L. y BUTTERFIELD, E. C. (1979) Cognitive Psychology and Information Processes. An íntroduction. N. J.: Lawrence Erl-baum.

Bibliografía 237

LAFUENTE, E. (1986) «La significación de Tolman». Revista de Historia de la Psicología, 7 (3), págs. 15-30.

LAKATOS, I. (1984) «Falsification and the methodology of scientific research programes». En LAKATOS, I. y MUSGRAVE (Eds.) Criticism and the Growth of Knowledge. Cambridge University Press.

LEARY, D. E. (1979) «Wundt and after: Psychologist's shifting relations with the Natural Sciences, Social Sciences and Philosophy». Journal of History of Behavioral Sciences, 15, págs. 231-241.

LEARY, D. E. (1990) Metaphors in the History of Psychology. Cambridge: Cambridge University Press.

LEAHEY, T. (1981) «The revolution never appened :information processing is behaviorism». Comunicación presentada en la 52 reunión anual de la Eastern Psychological Association. Nueva York.

LEFFORD, A. (1946) «The influence of emotional subject matter on logical reasoning». Journal of General Psychology, 30, págs. 127-151.

LEIBNIZ, G.G. (1720) Lehrsatze iüiber die Monadologie (Traducción española de Julián Valverde: Monadología. Oviedo: Pentalfa, 1981).

LESLIE, A. M. (1987) «Pretense and representation: the origins of "Theory of mind"». Psychologocal Review, 94, págs. 412-426.

LESLIE, A. M. (1988) «Some implications ef pretense for understanding the child's Theory of Mind». En ASTINGTON, J. , HARRIS, P. L. y OLSON, D. R. (Eds.) Developing Theories of Mind. Cambridge: Cambridge Univer-sity Press.

LINDSAY, P. H. Y NORMAN, D. A. (1972) Human Information Processing. Nueva York: Academic Press. (Traducción española: Procesamiento de la Información Humana. Madrid: Tecnos, 1983).

LOPEZ CEREZO, J. A. (1989) «El caso contra la psicología popular». Cogni-tiva, 2, 3, págs. 227-241.

LORENTE DE NO, R. (1938) «Analysis of the activity of the chains of inter-nuncial neurons». Journal or Neurophysiology-, 1, 207-244.

LORENTE DE NO, R. (1939) «Transmission of impulses through cranial motor nuclei». Journal of Neurophysiology, 2, 402-464.

LORENTE DE NO, R. (1943) «Cerebral Cortex: Architecture». En FULTON, J. R. (Ed.) Physiology of the Nervous System. 2a ed. Oxford University Press.

MALT, B. C. y SMITH, E. E. (1984) «Correlated Properties in Natural Cate-gories». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavior, 23, págs. 250-269.

MANKTELOW, K. I. y EVANS, J. SIB. T. (1979) «Facilitation of reasoning by realism: Effect or non-effect?» British Journal of Psychology, 70, 477-488.

MARR, D. (1982) Vision. A Computational Investigation into the Human Re-presentation and Processing of Visual Information. Nueva York: Freeman and Co. (Traducción española: La visión. Una Investigación Basada en el Cálculo acerca de la Representación y el Procesamiento Humano de la Infor-mación Visual. Madrid: Alianza, 1985).

McCAULEY, R. N. (1987) Thé Role of Cognitive Explanations in Psychology. Behaviorism, 15 (1), págs. 27-40.

McCLELLAND, J. L., RUMELHART, D. E. y Grupo de Investigación PDP (1986) Parallel Distributed Processing. Explorations in the Microestructure of

238 Bibliografía

Cognition. Vol. 2: Psychological and Biological Models. Cambridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

McCULLOCH, W. y PITTS, W. (1943) «A logical calculus of the ¡deas inma-nent ¡n nervous activity». Bulletin for Mathematical Biophysics, 5, 115-155 (reimpreso en BODEN, M. (Ed.) The Philosophy of Artificial Intelligence, Oxford: Oxford University Press, 1990, 22-39).

MEHLER, J. (1963) «Some effects of grammatical transformations om the recall of English sentences». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavior, 2, págs. 346-351.

MERVIS, C. B. y ROSCH, E. (1981) «Categorization of Natural Objects». Annual Review of Psychology, 32, 496-522.

MILLER, G. A., GALANTER, E. y PRIBRAM, K. H. (1960) Plans and the Structure of Bahavior (traducción española de Rodolfo Fernandez González: Planes y Estructura de la Conducta. Madrid: Debate, 1983).

MILLER, G. A. y McKEAN, K. E. (1964) «A chronometic study of some relations between sentences». Quarterly Journal of Experimental Psychology, 16, págs. 297-308.

MINSKY, M. (1975) «A framework for representing knowledge». En WINS-TON, P. H. (Ed.) The Psychology of Computer Vision. Nueva York: McGraw Hill.

MINSKY, M. L. (1986) La Sociedad de la Mente. Buenos Aires:. Galápago. MINSKY, M. L. y PAPERT, S. (1969) Perceptrons. Cambridge, Mass.: The

MIT Press. MIRALLES, J. L. (1986) «Lenguaje y cognición en Wundt». Revista de Historia

de la Psicología, 7 (2), 59-67. MISCIONE, J. L., MARVIN, R.S., O 'BRIEN, R. G. y GREENBERG, M. T..

(1978) «A developmental study of preschool children's understanding of the words "know" and "guess"». Child Development, 49, págs. 1107-1113.

MORGAN J. J. y MORTON, J. T. (1944) «The distortion of syllogistic reaso-ning produced by personal convictions». Journal of Social Psychology, págs. 30-59. (Traducción española: «La distorsión del razonamiento silogístico a causa de las convicciones personales». En DELVAL, J. (Ed.) Lógica y psi-cología. Madrid: Alianza Universidad, 1977).

NEISSER, V. (1976) Cognition and Reality. San Francisco: W. H. Freeman. NEWELL, A., SHAW, J. C. y SIMON, H. A. (1958) «Elements of a theory of

human problem solving». Psychological Review, 65, 151-166. NEWELL, A. y SIMON, H. A. (1972) Human Problem Solving. Englewood

Cliffs, N. J.: Prentice-Hall. NEWELL, A. y SIMON, H. A. (1976) «Computer science as empirical enquiry: -

Symbols and search. Tenth Turing Lecture». En Communications of the Association for Computing Machinery, 19. Association for Computing Ma-•chinery (reeditado en BODEN, M. (Ed.) The Philosophy of Artificial Inte-lligence. Oxford: Oxford University Press, 1990, 105132).

NIDDITCH, P. H. (1980) The Development of Mathematical Logic. Londres: Routledge (Traducción española: El desarrollo de la Lógica Matemática. Ma-drid: Cátedra, 1980).

NORMAN, D. (1980) «Twelve Issues for Cognitive Science». Cognitive Science, 4, 1-32.

i- Bibliografía 239

OLSON, D. R. y TORRANCE, N. (1987) «Language, literacy and Mental Sta-tes». Discourse and Processes, 10, págs. 157-167.

ONIANS, R. B. (1954) The Origins of Modern European Thought about the Body, the Mind, the Soul, the World, Time and Fole: New Interpretations of Greek, Román and Kindred Evidence, also of some Basic Jewish and Chris-tian Belief. Cambridge, Mass: Cambridge University Press.

OSGOOD, C. E. , SUICI, G. J. y TANNENBAUM, P. H. (1957) The Measu-rement of Meaning. Nueva York: Wiley.

PAGELS, H.R. (1991) Los Sueños de la razón Barcelona. Gedisa. PAIVIO, A. (1971) Imagery and Verbal Processes. Nueva York: Holt, Rinehart

and Winston. PAIVIO, A. (1977) «Images, Propositions and Knowledge». En NICHOLAS,

J. M. (Ed.) Images, Perception and Knowledge, Dordrech: Reidel Publishing Comp., págs. 47-71.

PAIVIO, A. (1986) Mental Representations: a Dual Coding Approach. Nueva York: Oxford University Press.

PAIVIO, A. y BEGG, I. (1981) Psychology of Language. New Jersey: Prentice Hall.

PATTEE, H. H. (1977) «Dynamic and linguistic modes of complex systems». International Journal of General Systems, 3, págs. 259-266.

PATTEE, H. H. (1982) «The need of complementarity in models of cognitive behavior. A response to Carol Fowler and Michael Turvey». En WEIMER, W. y PALERMO, D. (Eds.) Cognition and the Symbolic Processes. vol. II. Hilisdale, N.J.: Laewrence Erlbaum.

PATTEE, H. H. (1984) «Discrete and continuous processes in computers and brains». En CONRAD, M., GUTTINGE, W., y DALCIN, M. (Eds.) Physics and Mathematics of Nervous System. Nueva York: Springer-Verlag, págs. 128-148.

PEREZ GOMEZ, A. (1985) «Conocimiento académico y aprendizaje significa-tivo». En GIMENO SACTISTAN, J. y PEREZ GOMEZ, A. (Eds.) La Enseñanza: su Teoría y su Práctica. Madrid, Akal, 1985.

PETERSON, C. R. y BEACH, L. R. (1967) «Man as an intuitive statician». Psychological Bulletin, 68, págs. 29-46.

PIAGET, J. (1926) La Representation du Monde chez L'Enfant. París: Presses Universitaires de France (traducción española: La Representación del Mundo en el Niño. Madrid: Morata, 1984, 6a. reed.)

PIAGET, J. (1936) La Naissance de L'Intelligence chez L'Enfant. Neuchatel: Delachause et Niestlé. (Traducción española: El Nacimiento de la Inteligencia en el Niño. Madrid: Aguilar, 1969).

PIAGET, J. (1947) La Psychologie de L'Intelligence. París: A Colin (Traducción española : La Psicología de la Inteligencia. Buenos Aires: Psique, 1971).

PIAGET, J. (1949) Traité de Logique. París: Colín, 1949. PIAGET, J. (1953) Logic and Psychology. Manchester University Press. PIAGET, J. (1961) La Naissance de L'Intelligence chez L'Enfant. Neuchatel:

Delachaux & Niestlé, 1961 (Traducción española: El Nacimiento de la Inte-ligencia en el Niño. Madrid: Aguilar, 1969).

240 Bibliografía

PIAGET, J. (1970) Psychologie et Epistémologie. París: Denoel. (Traducción española: Psicología y Epistemología. Barcelona: Ariel, 1971).

PIAGET, J. (1974) La prisé de Conscience. París: Presses Universitaires de Fran-ce (Traducción española: La toma de Conciencia. Madrid, Morata, 1976).

PINILLOS, J. L. (1981) «Wundt y la explicación psicológica». Revista de Histo-ria de la Psicología, 2 (4), págs. 355360.

POLLARD, P. (1982) «Human reasoning some posible effects of availability». Cognition, 12, págs. 65-96.

POSNER, M. I. (eD.) (1989) Foundations of Cognitive Science. Cambridge, Mass.: The MIT Press. A Bradford Book.

POZO, J. I. (1987) Aprendizaje de la Ciencia y Pensamiento Causal. Madrid, Visor.

PREMACK, D. y PREMACK, A. J. (1983) The Mind of an Ape. Nueva York: Norton (Traducción española: La Mente del Simio. Madrid: Debate, 1988).

PREMACK, D. Y WOODRUFF, G. (1978) «Does the chimpanzee have a theory of mind?» The Behavioral and Brain Sciences, I, 515-526.

PRIGOGINE, I. (1983) ¿Tan sólo una ilusión? Una Exploración del Caos al Orden. Barcelona: Tusquet, 1983.

PUTNAM, H. (1960) «Minds and Machines». En ANDERSON, A. R. (Ed.) Minds and Machines. Nueva York: • Prentice-Hall (Traducción española: «Mentes y máquinas». En ANDERSON, A. R. (Ed.) Mentes y máquinas. Barcelona: Tusquets, 1984, págs. 113-149)

PUTNAM, H. (1981) «Reductionism and the Nature of Psychology». En HAU-GELAND, J. (Ed.) Mind Design. Cambridge, Mass.: The MIT Press.

PYLYSHYN, Z. W. (1973) «What the mind's eye tells the mind's brain: A critique of mental imagery». Psychological Bulletin, 80, 1-24.

PYLYSHYN, Z. W. (1978) «Imagery and Artificial Intelligence». En SAVAGE, W. (Ed.) Perception and Cognition. Issues in the Foundation of Psychology. The Minnesota Studies in the Philosophy of Science. Vol. IX. Minneapolis: University of Minnesota Press, págs. 15-55.

PYLYSHYN, Z. W. (1979) «Validating computational models: A critique of Anderson's indeterminacy of representation claim». Psychological Review, 86, 383-394.

PYLYSHYN, Z. W. (1980) «Computation and cognition: Issues in the founda-tions of Cognitive Science». The Behavioral and Brain Sciences, 3 (1), 111-132.

PYLYSHYN, Z. W. (1981) «The imagery debate: Analogue media versus tacit knowledge». Psychological Review, 88, 1645.

PYLYSHYN, Z. W. (1983) «La naturaleza simbólica de las representaciones mentales». M. V. SEBASTIAN (Ed.) Lecturas de Psicología de la Memoria. Madrid: Alianza Universidad.

PYLYSHYN, Z. W. (1984) Computation and Cognition: Toward a Foundation for Cognitive Science. Cambridge, Mass.: MIT Press. A Bradford Book (Tra-ducción española: Computación y Conocimiento. Hacia una Fundamentación de la Ciencia Cognitiva. Madrid: Debate, 1988).

PYLYSHYN, Z. W. (1986a) «Imágenes e inteligencia artificial». En A. GAR-CIA-ALBEA (Ed.), Percepción y Computación. Madrid: Pirámide.

PYLYSHYN, Z. W. (1986b) «Qué le dice el ojo de la mente al cerebro de la

Bibliografía 241

mente: crítica de las imágenes mentales». En A. GARCIA-ALBEA (Ed.), Percepción y Computación. Madrid: Pirámide.

PYLYSHYN, Z. W. (1989) «Computing in Cognitive Science». En M. I. POS-NER (Ed.) Foundations of Cognitive Science. Cambridge, Mas.: The MIT Press, págs. 49-92.

QUINE, W. (1960) Word and Object. Cambridge: The MIT Press. READ, K. E. (1955) «Morality and the concept of the person among, the Ga-

huku-Gama». Oceania, 25 (4), págs. 233-282. RICHARDSON, J. T. (1980) Mental Imagery and Human Memory. Londres:

The Macmillan Press. RIVIERE, A. (1985) «Sobre la multiplicidad de las representaciones. Un viaje

por los vericuetos de los lenguajes del pensamiento». En MAYOR, J. (Ed.) Actividad Humana y Procesos cognitivos. Madrid, Alhambra, págs. 109-129.

RIVIERE, A. (1986) Razonamiento y Representación. Madrid: Siglo XXI. RIVIERE, A. (1987) El Sujeto de la Psicología Cognitiva. Madrid, Alianza Edi-

torial. RIVIERE, A. (1989) «Más a favor de la psicología popular». Cognitiva, 2-3,

págs. 261-265. RIVIERE, A. (1990 a) «Mente y conciencia en los «Principios de Psicología»:

un diálogo con James cien años después». Psicothema, 2 (1), págs. 111-133. RIVIERE, A. (1990 b) «Procesos pragmáticos y atribución de estados mentales:

una análisis de la deficiencias sociales severas en humanos y de las peculia-ridades comunicativas en otros primates». Actas del II Congreso del Colegio Oficial de Psicólogos. Valencia, 1990.

RIVIERE, A. y CASTELLANOS, J. L. (En preparación) Teoría de la mente y competencias operatorias en autismo.

ROSCH, E. (1978) «Principies of Categorization». En ROSCH, E. y LLOYD, B. B. (Eds.) Cognition and Categorization. Hillsdale, N. J.: Lawrence Erl-baum, págs. 27-48.

ROSCH, E. y MERVIS, C. B. (1975) «Family Resemblances: Studies in the Internal Structure of Categories». Cognitive Psychology, 8, págs. 382-493.

ROSENBERG, A. (1980) Sociobiology and the Preemption of Social Science. Baltimore: John Hopkins University Press.

ROSENBERG, C. R. y SESNOWSKI, T. J. (1987) «Parallel network that learn to pronounce English text». Complex System, 1, pp. 145-168.

ROSENBLATT, F. (1959) «Two theorems of statistical separability in the per-ceptron». En Mechanization of Thought Processes: Proceedings of a Sympo-sium held at the National Physical Laboratory, Nov. 1958. Vol. 1., Londres: HM Stationery Office, 421-456.

ROSENBLATT, F. (1962) Principies of Neurodynamics. Nueva York: Spar-tan.

RUMELHART, D. E. (1980) «Schemata: The building blocks of Cognition». En SPIRO, A. et. al. (Eds.) Theoretical Issues in Readíng Comprehension. Nueva Jersey: Laurence Erlbaum.

RUMELHART, D. E. (1982) «Coments on Cognitive Science». Manuscrito sin publicar. San Diego: Universidad de California.

RUMEHLART, D. E. (1984) «Schemata and the cognitive system». En WIER,

242 Bibliografía

R. S. y SRULL, T. K. (Eds.) Handbook of Social Cognition. Voll. Nueva York: Laurence Erlbaum, págs. 161-188.

RUMELHART, D. E. (1989) «The architecture of mind». En M. I. POSNER (Ed.) Foundations of Cognitive Science. Cambridge, Mas.: The MIT Press, 133-156.

RUMELHART, D. E. , McCLELLAND, J. L. y PDP Research Group (Eds.) (1986) Parallel Distributed Processing Explorations in the Microstructure of Cognition. Cambridge, Mass: Cambridge University Press.

RUMELHART, D. E. y McCLELLAND, J. L. (1986) «On learning the past tenses of english verbs». En McCLELLAND, J.L. y RUMELHART, D.E. (Eds.) Parallel Distributed. Explorations in the Microstructure of Cognition. Volume 2: Psychological and Biological Models. Cambridge: The MIT Press

RUMELHART, D. E., & ORTONY, A. (1977) «The representation of know-ledge in memory». En: Anderson, R. C. et al (eds) Schooling and the Ad-quisition of Knowledge.

RUMELHART, D. E., SMOLENSKY, P., McCLELLAND, J, y HINTON, G. (1986) «Schemata and sequential thought processes in PDP models». En McCLELLAND, D., RUMELHART, D. y PDP Research group, Parallel Distributed Processing: Explorations in the Microestructure of cognition, vol. 2, págs. Cambridge Mass,: Cambridge University Press.

RYLE, G. (1949) The concept of Mind. Londres: Hutchison. SAINZ, J. (1985) «Hacia un nuevo modelo de categorización». En MAYOR, J.

(Ed.) Actividad Humana y Procesos Cognitivos (Homenaje a J.L. Pinillos). Madrid: Alhambra, págs. 81-103.

SAVIN, H. B. y PERCHONOCK, E. (1965) «Grammatical structure and the immediate recall of english sentences». Journal of Verbal Learning and Ver-bal Behavior, vol. 4, págs. 348-353.

SCHANK, R. C. y ABELSON, R. P. (1977) Scripts, Plans, Goals and Unders-tanding. An Inquiry into Human Knowledge Structures. Hillsdale, N. J. : LEA. (Traducción española: Guiones, Planes, Metas y Entendimiento. Bar-celona: Paidós, 1987).

SEARLE, J. (1980) «Minds, brains and programs». The Behavioral and Brain Sciences, 3, 473-424 (reeditado en BODEN, M. (Ed.) The Philosophy of Artificial Intelligence. Oxford: Oxford University Press)

SEARLE, J. (1983) Intentionality: An Essay in the Philosophy of Mind. Cam-bridge: Cambridge University Press.

SEOANE, J. (1984) «Conocimiento y representación social». En MAYOR, J. (Ed.) Actividad Humana y Procesos Cogitivos (Homenaje a J. L. Pinillos). Madrid: Alhambra, págs. 81-103.

SHEPARD, R. N. y METZLER, J. (1971) «Mental rotation of three dimensio-nal objects». Science, 171, 701-703.

SIMON, H. A. Y ICAPLAN, C. A. (1989) «Foundations of cognitive science». En M. I. POSNER (Ed.) Foundations of Cognitive Science. Cambridge, Mas.: The MIT Press, págs. 1-43.

SIMPSON, T. M. (1973) Semántica Filosófica: Problemas y Discusiones. Buenos Aires: Siglo XXI.

Bibliografía 243

SIMPSON, T. M. (1975) Formas Lógicas Realidad y Significado. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.

SKINNER, J. (1957) Verbal Behavior. Nueva Jersey: Pretince Hall, 1957. (Tra-ducción española: Conducta Verbal, Méjico: Trillas, 1981).

SLOBIN, D. I. (1966) «Grammatical transformation and sentence comprhension in childhood and adulthood». Journal of Verbal Learning and Verbal Baha-vior, 5, págs. 219-227.

SMITH, E. E. (1989) «Concepts and induction». En M. I. POSNER (Ed.) Foun-dations of Cognitive Science. Cambridge, Mas.: The MIT Press.

SMITH, E. E. y MEDIN, D. L. (1981) Categories and Concepts. Cambridge, Mass.: Harvard Universtity Press.

SMITH, E. E., SHOBEN, E. J. y RIPPS, L. J. (1974) «Structures and processes in semantic memory : A featural model for semantic decisions. Psychological Review, 81 (3), 214241.

SOKOLOV, A. N. (1972) Inner Speech and Thought. Nueva York: Plenum Press. SPERBER, D. y WILSON, DT (1986) Re le vanee: Communication and Cogni-

tion. Oxford: Blackwell. STICH, (1983) From Folk Psychology to Cognitive Science. Cambridge, MA:

MIT Press. TOLMAN, E. C. (1932) Purpositive Behavior in Animáis and Men. Nueva York:

Appelton Century Crafts. TREVARTHEN (1977) «Descriptive analysis of infant communicative Behavior».

En CHAFFER, H. R. (Ed.) Studies of Infant-Mother Interaction. Londres: Academic Press.

TREVARTHEN, C. (1982) «The primary motives for coopetative undeistan-ding». En BUTTERWORTH, G. y LICHT, P. (Eds.) Social Conition. Stli-dies of the Development of Understanding. Brighton: Harvester Press.

TURING, A. M. (1936) «On computable numbers, with an application to the Entscheindungproblem». Proceedings of the London Mathematical Society, 2J

serie, 42, 230-265 (reimpreso en DA VIS, M. (Ed.) The Undecidable: Basic Papers on Undecidable Propositions, Unsolvable Problems and Computable Functions. Hewlett, N.Y.: Raven Press, 1965).

TURING, A. M. (1950) «Computing machinery and intelligence». Mind, 59, 433-460.. (Reeditado, en. ANDERSON, A. R. (Ed.) Controversia sobre Men-tes y Máquinas. Barcelona: Tusquests, 1984, 11-50).

VAN DUYNE, P. C. (1974) «Realism and linguistic complexity in reasoning». British Journal of Psychology, 65, págs. 5967.

VAN DUYNE, P. C. (1976) «Necessity and contingency in reasoning». Acta Psychologica. 44, 85-101.

VARELA, F. J. (1988) Cognitive Science. A Cartography of Current Ideas. (Tra-ducción española: Conocer. Las Ciencias Cognitivas: Tendencias y Perspec-tivas. Cartografía de las Ideas Actuales. Barcelona: Gedisa, 1990)

VEGA, M. de (1981) «Una exploración de los metapostulados de la Psicología contemporánea. El logicismo». Análisis y Modificación, de Conducta, 16, 345-376.

VEGA, M. de (1982) «La metáfora del ordenador: implicaciones y límites». En

244 Bibliografía

I. DELCLAUX y J. SEOANE (Eds.) Psicología Cognitiva y Procesamiento de la Información. Madrid: Pirámide, págs. 63-81.

VEGA, M. de (1984) Introducción a la Psicología Cognitiva. Madrid: Alianza Psicología.

VEGA, M. de (1987) «Re-procesamiento de la información : una breve incursión en los abismos infomacionales». (X) Boletín de Psicología, n. 15, junio 1987, Valencia.

VEGA, M. de (1988) «Mental imagery and perception: Modularity or functional equivalences?» En DENNIS.M, ENGELKAMP, J. y RICHARDSON, J. T. (Eds.) Cognitive and Neuropsychological Approaches to Mental Imagery. Dor-drecht: Martinus Nijhoff Publishers, 47-56.

VEGA, M. de (1989) «Pragmatismos, meta-cogniciones y teorías populares». Cognitiva, 2-3, págs. 275-279.

VEGA de Y AGAPITO, M. (1989) Aproximación al Concepto Modular de la Mente en el Marco del Programa Funcionalista. Universidad de Salamanca. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Tesina de licenciatura sin publicar. __

VOLLMER, G. (1984) «Mesocosm and objective knowledge». En WUKETITS, F. M. (Ed.) Concepts and Approaches in Evolutionary Epistemology. Ams-terdan: Reidel, págs. 69-121.

VYGOTSKI, L. S. (1979) El Desarrollo de los Procesos Psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.

WASON, P. C. (1965) «The contexts of plausible denial». Journal of Verbal Learning and Verbal Behavior, vol. 4, págs. 7-11

WASON, P. C. (1966) «Reasoning». En B. M. FOSS: New Horizons in Psycho-logy. Horchmansworth, Middlesex: Penguin.

WASON, P. C. (1968) Reasoning about a rule. Ouarterly Journal of Experimen-tal Psychology, 20, págs. 273-281.

WASON, P. C. (1969a) «Regression in reasoning?» British Journal of Psycho-logy. 60, 471-480

WASON, P. C. (1978) «Hypothesis testing and reasoning». En: The Open Uni-versity: Cognitive Psychology. Unit 25. Londres: Open University Press

WASON, P. C. (1984) «Realismo y racionalidad en la tarea de selección». En M. CARRETERO y J .A. GARCIA M A D R U G A (Eds) Lecturas de Psico-logía del Pensamiento. Madrid:Alianza Psicología, págs. 99-112.

WASON, P. C. y JOHNSON-LAIRD, P. N. (1972) Psychology of Reasoning. Londres: Batsford. (Traducción española: Psicología del Razonamiento. Ma-drid: Debate, 1980)

WASON, P. C. & SHAPIRO, D. (1971) «Natural and contrived experience in a reasoning problem». Quarterly Journal of Experimental Psychology, 23, págs. 63-71.

WATSON, J. B. (1913) «Psychologie as the behaviorist views it». Psychological Review. 20, págs. 158-177.

WATSON, J. B. (1914) Behavior. Nueva york: Holt. WATSON, J. B. (1919) Psychology from the Standpoint of a Behaviorist. Fila-

delfia: Lippincot. WATSON, J. B. (1924) Behaviorism. Chicago: University of Chicago Press.

Bibliografía 245

WATSON, J. B. (1930) Behaviorism. Nueva York: Norton (Traducción españo-la: El Conductismo. Buenos Aires: Paidós, 1972).

WELLMAN, H. M. y ESTES, D. (1987) «Children early use of mental verbs and what they mean». Discourse Processes, págs. 141-156.

WELLMAN. H. M. y JOHNSON, C. N. (1979) «Understanding of mental pro-cesses: a developmental study of remember and forget». Child Development, 50, 79-89.

WHITEHEAD, A. N. y RUSSELL, B. (1910-1913) Principia Mathematica. 3 vols., Cambridge: Cambridge University Press. (23 ed. con nueva introduc-ción y apéndice 1925-1927).

WINOGRAD, T. (1981) «¿Qué significa comprender el lenguaje?» En: Norman, D. A. (ed) Perspectives in Cognitive Science. New Jersey: LEA (Traducción española) Perspectivas de la Ciencia Cognitiva. Barcelona: Paidós, 1987, págs. 275-314.

WITTGENSTEIN, L. (1968) Notas sobre las conferencias sobre «Experiencia privada» y «Datos sensibles». En VILLANUEVA, E. El Argumento del Len-guaje Privado. Méjico, Universidad Autónoma de Méjico, 1979).

WHORF, B. L. (1956) Language, Thought, and Reality. Cambridge, Mass. MIT Press.

WOODRUFF, G. y PREMACK, D. (1979) «Intentional communication in the chimpanzee: the development of decepción». Cognition, 1979, 7, págs. 333-362.

WUNDT, W. (1874) Grundzüge der physiologischen Psychologie. Leipzig: Engel-mann.

WUNDT, W. (1882) «Die Aufgaben der experimentellen Psychologie». Unsere Zeit, (reimpreso en Essays, 2a. ed., Leipzig: Engelmann, 1906).

WUNDT, W. (1887) «Selbstbeobatchung und innere Wahrnehmung». Philosop-hische Studien, 4, 292-309.

YACHANIN, S. A. y TWENEY, R. D. (1982) «The effect of thematic content on cognitive strategies in the four-card selection task». Bulletin of the Psycho-nomic Society, 19, 8790.

YELA, M. (1974) La Estructura de la Conducta. Estímulo, Situación y Concien-cia. Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.