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“Volad juntos, pero jamás atados” El miedo a volar libres (El aumento de la conflictividad en la familia y en la pareja) José Antonio Peña Quesada 1

\" Volad juntos, pero jamás atados \"

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“Volad juntos, pero jamás atados”

El miedo

a volar

libres

(El aumento de la conflictividad en la familia y en la pareja)

José Antonio Peña Quesada

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PRESENTACIÓNCuenta una vieja leyenda de los Sioux, que una vez llegaron hasta la tienda del chamán

de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes

guerreros, y Nube Azul, la hija del jefe; una de las más hermosas mujeres de la tribu.

-Nos amamos. - comenzó el joven. -Y nos vamos a casar. - dijo ella.  -Y nos queremos

tanto que tenemos miedo, queremos un hechizo, un conjuro, o un talismán, algo que nos

garantice que podremos estar siempre juntos, que nos asegure que estaremos uno al lado

del otro hasta encontrar la muerte. -Por favor- repitieron ¿hay algo que podamos hacer? 

El viejo los miró y se emocionó al verlos tan jóvenes, tan enamorados y tan anhelantes

esperando su respuesta. -Hay algo -dijo el viejo- pero no sé... es una tarea muy difícil y

sacrificada. 

-Nube Azul -dijo el chamán- ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo

sola y sin más armas que una red y tus manos, deberás cazar el halcón más hermoso y

vigoroso del monte, si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de

luna llena. 

-Y tú, Toro Bravo, deberás escalar la montaña del trueno, cuando llegues a la cima,

encontrarás la más brava de todas las águilas, y solamente con tus manos y una red,

deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá

Nube Azul. ¡Salid ahora! 

Los jóvenes se abrazaron y luego partieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia

el norte y él hacia el sur. 

El día fijado, frente a la tienda del chamán, los dos jóvenes esperaban con las aves, eran

ciertamente hermosos ejemplares. -Y ahora qué haremos, -preguntó el joven- ¿los

mataremos y beberemos el honor de su sangre?  -No - dijo el viejo.  -¿Los cocinaremos

y comeremos el valor en su carne?- propuso la joven. -No- repitió el viejo. -Haréis lo

que os digo: tomad las aves y atadlas entre sí por las patas con estas cintas de cuero,

cuando las hayáis anudado, soltadlas y que vuelen libres. 

El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros, el águila y el

halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse por el suelo. Unos

minutos después, frustradas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre

sí hasta lastimarse. 

Este es el conjuro: No olvidéis nunca lo que habéis visto. Vosotros sois como un águila

y un halcón, si os atarais el uno al otro, aunque lo hicierais por amor, no sólo viviríais

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arrastrándoos, sino que además, tarde o temprano, empezaríais a lastimaros el uno al

otro. Si queréis que el amor perdure entre vosotros volad juntos, pero jamás atados.

RESUMEN

Esta bonita leyenda está cobrando progresiva vigencia y actualidad conforme

avanza y se agudiza la conflictividad en las relaciones de pareja. La frustración por las

ataduras se expande y el fracaso del vuelo emparejados se normaliza, y sin embargo el

ideal del amor sigue despertando más ilusiones y esperanzas que nunca antes.

Este trabajo pretende aproximarse a las causas esenciales del desajuste que

pueda existir entre el ideal perseguido mayoritariamente en las relaciones afectivas y las

condiciones reales en las que se construye la pareja y la familia; la contradicción entre

querer volar libres permaneciendo atados. Consideramos que en general ese ideal

buscado está basado en los valores o concepciones del amor romántico, que implica la

complementariedad, el unirse en pareja para no sentirse incompleto, la renuncia a la

propia individualidad al concebir la pareja y la familia como un nosotros, la

exclusividad, la fidelidad, la entrega, la posesividad, la estabilidad, la seguridad y

certidumbre... Mientras que, por otra parte, la realidad de la convivencia conyugal ha

experimentado cambios importantes marcados por el desarrollo de la individualidad y

de la liberación de la mujer, que se condensan en el cambio de roles, especialmente el

de la mujer. ¿Es posible conjugar los fundamentos del amor romántico con ese cambio

en los roles? ¿Por ejemplo, puede armonizarse la complementariedad romántica con la

igualdad, o la pertenencia entre cónyuges con la autonomía? El intento de encajarlos

uno en el otro produce sin duda choques y erosiones porque sólo pueden conjugarse,

bien renunciando al ideal (o a una parte de él) o bien recortando el contenido de la

igualdad, la autonomía o, en suma, de los nuevos roles. Y como no parece probable que

pueda revertirse el proceso por el que esos roles se llenan de contenido

(individualización, igualdad, autonomía...), la única manera de ir restableciendo el

equilibrio consiste en un repliegue de las viejas concepciones, esa parece ser la

tendencia, aunque batiéndose en retirada y provocando angustia y miedo a volar libres.

INTRODUCCIÓN

Vivimos una situación de ruptura con las concepciones y formas que han venido

predominando sobre la familia, la pareja, el amor y las relaciones sexuales; el estrecho

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corsé en el que se hallan contenidas las relaciones familiares y afectivas modernas,

revienta por todas sus costuras. Sin embargo, las ideas, creencias, valores, emociones, y

concepciones más o menos tradicionales, correspondientes a la familia nuclear moderna,

pesan como una losa sobre las conciencias y a pesar de que la cruda realidad las pone en

entredicho constantemente y se demuestra que ya no pueden contener ni explicar y

mucho menos solucionar la nueva problemática, siguen instaladas en la conciencia

social mayoritaria convirtiéndose en fuente de una nueva problemática que se extiende

aceleradamente.

La ruptura de la convivencia conyugal, la creciente conflictividad, la agresividad

y la violencia física y psicológica cotidianas, son síntomas alarmantes, con su corolario

de efectos negativos y traumáticos. Como afirma Manuel Millán Ventura:

“La agresión y la violencia no son más que consecuencias directas de un esquema

social perverso que ya se ha deslegitimado, es decir, no resulta útil ni social ni culturalmente

pero que ha sido durante muchos siglos el único prevalente y omnipresente. La perversión de la

sexualidad y de la agresividad que han generado las llamadas culturas patriarcales, han

creado un campo de cultivo que dificulta seriamente las relaciones íntimas basadas en la

ternura y la alegría compartidas.”

Dentro de nuestra cultura occidental, buscamos cada vez con mayor tesón la

unión basada en la ternura y la alegría, pero ese caldo de cultivo agría nuestro ideal

traduciéndolo frecuentemente en agresividad y tristeza.

Vivimos en un mundo marcado por el desarrollo de la individualidad, en el que

se pretende conservar la libertad individual y la independencia, el espacio y el interés

propio, el hedonismo de cumplir los deseos sin reparar en los límites, el rechazo a

restricciones y sumisiones, la sexualidad plena, donde el referente es la novedad y no el

pasado, sin más reglas que las imprescindibles de la vida cotidiana, y, por tanto,

atravesado de inseguridad e incertidumbre.

En ese mundo, con esos presupuestos reales, por muy relativos que sean, se

pretende a la vez el emparejamiento íntimo en el que perseguimos el ideal de la

exclusividad, la fidelidad, la entrega, la estabilidad, la seguridad y certidumbre, el

concebir la familia como un nosotros, un remanso de paz en el que compartir la

felicidad.

Si el modelo conyugal propio de la familia nuclear del siglo XX, que todavía

sigue predominando, ha estado siempre cuestionado por sus lacras intrínsecas: el

engaño, la infidelidad, los celos, la dependencia y sumisión de la mujer..., hoy día se

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hace insostenible sin un profundo cambio. Porque, dicho de otro modo, con los mimbres

de la individualidad, la independencia, la igualdad, la libertad... no se puede construir

una convivencia afectiva basada en sus opuestos. Y el resultado previsible es el choque

entre el ideal romántico con su carga de posesividad y la cruda realidad en la que ya no

puede encajar sin provocar fuertes tensiones.

Por ello, la relevancia social de esta problemática está fuera de duda, e iniciar

esta exploración no puede resultar superfluo a pesar de los numerosos estudios que

existen sobre el tema. La complejidad de la problemática y las diversas vertientes que

presenta, así como la necesidad de adquirir un mayor conocimiento y ampliar el marco

teórico, exigen una aproximación exploratoria de la que extraer elementos y

conclusiones que pongan las bases a una posterior investigación de mayor calado.

El marco teórico del que partimos recoge los conceptos y teorías fundamentales

de la problemática: conflicto, crisis, individualización, desinstitucionalización,

evolución de los distintos tipos de familia, solidaridad familiar, relaciones de pareja,

amor romántico, evolución de los roles, autonomía... son las palabras o conceptos clave

que iremos viendo desde distintos ángulos.

MARCO TEÓRICO

Conviene comenzar este apartado señalando que la visión del conflicto que

inspira este trabajo no es la visión negativa que provoca desacuerdos, agresividad y

ruptura, aunque eso es una evidencia que tampoco podemos omitir, ante todo partimos

de los aspectos positivos del conflicto, dado que los conflictos son inevitables y

necesarios. No hay desarrollo más que superando las contradicciones de todo tipo a las

que nos enfrentamos (al igual que en la naturaleza, en la sociedad y en todos los ámbitos

de la existencia). El conflicto es una oportunidad para avanzar, para el cambio y el

desarrollo; de lo que se trata es de saber manejarlos y aprovecharlos para no hundirnos

con ellos. Tarea muy compleja, pero que se puede llevar a cabo si nos lo proponemos.

Lo mismo puede decirse de la crisis. Algunos autores tienden a negar la crisis de la

familia y de la pareja porque interpretan que hablar de crisis supone hablar de su fin y

su sustitución por no se sabe qué. Esa crisis es una realidad y sólo hay que observar los

datos estadísticos para comprobarlo, pero eso no significa que la familia vaya a

desaparecer, sólo nos indica la necesidad de un cambio que supere las contradicciones

entre los viejos valores y la nueva realidad.

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En este trabajo (y en la mayor parte de obras sobre el tema) parece no haber

distinción entre pareja y familia. Evidentemente familia y pareja no son lo mismo, y de

hecho tienden a diferenciarse cada vez más. No obstante, la crisis o el conflicto de

familia es fundamentalmente un conflicto de pareja, aunque influyen y afectan otros

factores más allá de la pareja, especialmente los hijos. Aquí nos centraremos en el

conflicto de pareja como fuente del conflicto familiar, aunque no podemos omitir otros

aspectos no estrictamente conyugales.

El concepto de individualización o individuación, aunque algunos autores no

quieran ver más que sus aspectos negativos como la codicia, el egoísmo psicológico o el

egocentrismo, aquí se entiende principalmente como la relativa toma de conciencia de

uno mismo formando parte inseparable de lo colectivo, lo que nos capacita para aportar

más y mejor a los demás y vivir una vida más consciente y solidaria.

El amor romántico y la crítica de HegelEl racionalismo de la Ilustración, enfocado desde el individuo, consideraba el

amor como algo irracional, perteneciente a la sensibilidad y, por lo tanto, inferior a la

razón. La relación amorosa constituía una pérdida de la libertad individual y una

dependencia de la persona amada, y sólo podía aceptarse racionalizándola mediante el

contrato de matrimonio. El contrato es pues para los ilustrados el nexo entre dos partes

diferenciadas. Frente a esta concepción se rebela el romanticismo para afirmar que el

amor es algo misterioso, sublime y maravilloso capaz de unir lo que está separado en una

fusión (al menos en la teoría) en la que desaparecen las diferencias e individualidades. La

dualidad deviene unidad más rica y completa que la escisión.

Hegel, en su Filosofía del Derecho, pretende hacer la síntesis de estas dos

posiciones o momentos: § 162: Como punto de partida subjetivo del matrimonio, puede

darse a menudo la inclinación particular de las dos personas que entran en tal relación...

pero el punto de vista objetivo es el libre consentimiento de las personas para renunciar a

la propia personalidad natural individual y constituir la unidad en una sola persona, lo

cual, en este sentido es una autolimitación. Pero esa unidad, conquistando con la

autolimitación su conciencia sustancial de sí, constituye precisamente su liberación.

Por una parte, critica al contractualismo ilustrado afirmando que la esencia del

matrimonio está en el compromiso de los cónyuges y no en un contrato civil y defiende

que el amor es infinito porque el otro se reconoce en mí y yo en él, como en un espejo, y

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no existe pues una despersonalización sino que se alcanza la conciencia de sí mismo en

la unidad con otro. Por otra parte, reprocha al romanticismo el extremo de la fusión en

la que desaparecen las diferencias individuales e introduce un reconocimiento mutuo y

una cierta igualdad (no obstante considera a la mujer como inferior al hombre); esa

fusión no sería más que un momento, una autolimitación necesaria para conquistar en la

unidad con el otro la conciencia sustancial de sí, su liberación. Por ello también, en

contraposición al romanticismo, es necesaria la objetivación del amor en la institución

del matrimonio, llenándose así de compromiso y estabilidad para alcanzar su plenitud.

En cuanto a la disolubilidad del matrimonio, Hegel no la negaba completamente, pero sí

había que obstaculizarla, por lo que en este punto está más próximo a los ilustrados que

a los románticos.

Veamos un par de citas más de su Filosofía del Derecho porque constituyen sin

ninguna duda las fuentes teóricas de las que más ha bebido el tipo de familia nuclear

moderna y contemporánea: un romanticismo corregido por la crítica de Hegel, una

teoría que surge de la práctica aceptada de la época y que a su vez influye de manera

decisiva y casi unánime en la concepción del amor durante casi dos siglos.

§ 163

Lo ético del matrimonio reside en la conciencia de la unidad como fin sustancial; por

consiguiente, en el amor, en la confianza y en la comunidad de toda la existencia

individual... El vínculo espiritual se destaca en su derecho, como lo sustancial

indisoluble en sí, y, en consecuencia, como elevado por encima de la accidentalidad de

las pasiones y del temporal capricho particular.

§ 167

El matrimonio es esencialmente monógamo, porque es la personalidad, la

individualidad directa excluyente, que se aporta y se abandona en esa relación, cuya

verdad e intimidad... resulta de la total renuncia recíproca a esa personalidad; ésta

adquiere su derecho a ser consciente de sí misma en la otra parte, sólo en cuanto ésta,

como persona... está incluida en esa identidad.

El desarrollo histórico de la individualidad humana y particularmente el proceso

de avance en la liberación de la mujer -que es a su vez un proceso de individualización-

han propiciado que el individuo, y la mujer en particular, haya elevado su conciencia de

sí sobre todo en los últimos años, de manera que -por mucho que lo que planteara Hegel

en su Filosofía del Derecho sea sublime en su tiempo y hasta cierto punto inevitable,

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porque somos seres sociales y es absurdo pretender la independencia absoluta- ya no es

imprescindible para el individuo renunciar a su propio ser, a su propia individualidad

para tomar conciencia de sí mismo en la unidad con otro; puede ser una persona que se

baste a sí misma sin sentirse defectuosa o incompleta; no es preciso conquistar el ser

propio en otra persona ni complementar los valores que cada uno gana en el otro. Se

trata de compartir un proyecto común del que los dos forman parte, no como mitades

sino como unidades completas, sin ninguna renuncia del ser de cada uno, manteniendo

en lo esencial su autonomía recíproca, aunque claro está dentro de una unidad que

implica lazos emocionales, entrega, acuerdos... lo que supone comprender la dialéctica

entre identidad y diversidad, entre lo individual y lo colectivo, la relación de pareja en

este caso; supone conjugar o armonizar la libertad y la independencia dentro de la

unidad, sin pretender la “separación utópica” para evitar la “fusión infantil”. Como

señala M. Millán (o.c.):

“Cuando conseguimos diferenciarnos dentro de nuestras vinculaciones

afectivas, podemos saber qué hacer con nuestra libertad para desarrollarnos

explorando el afuera y el adentro y empoderarnos de nuestra propia vida”

Esto entraña asumir nuevos valores en las relaciones familiares, empezando

por desenmascarar y poner en tela de juicio los mitos del amor romántico: la fusión

amorosa y eterna, la monogamia, la fidelidad, los celos, la complementariedad, la

exclusividad, la posesividad o pertenencia de uno a otro... que corrientemente se ligan al

amor y a las relaciones afectivas, y por ese camino guiarnos por valores democráticos,

como el respeto a la personalidad y las decisiones del otro, y humanos, como la

comprensión, la empatía, la solidaridad, la generosidad…Tarea exigente, dadas las

condiciones y circunstancias sociales en las que nos desenvolvemos, pero en general y a

la larga no hay otro camino para lograr uniones afectivas sólidas y estables y un nuevo

tipo de familia más elevado porque no estará asentado en normas y reglas abstractas y

por encima del individuo sino que partirá de la propia voluntad personal plenamente

consciente. Esa puede ser también la manera de ir superando progresivamente la crisis

por la que están pasando las relaciones conyugales; crisis porque los viejos -y no tan

viejos- valores y concepciones no son aplicables a las nuevas realidades, aunque son

persistentes, y su evolución hacia otros valores más adecuados no puede menos que

provocar problemas, tensiones, alarmas... entre los que se tendrán que ir abriendo paso

las nuevas -y no tan nuevas- concepciones en un proceso previsiblemente largo.

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En la actualidad podemos observar algunas consecuencias de esa nueva visión

que muestran una senda plena de confianza en el futuro de la pareja; una pareja de

nuevo tipo. Por ejemplo, una consecuencia práctica -que a la vez es causa- de ese

desarrollo la encontramos en una nueva actitud de la mujer. Sobre la base del avance en

su liberación económica, las mujeres están viviendo una etapa de rebeldía, de necesidad

de cambio, de tomar sus vidas en sus propias manos y vivirlas plenamente arrojando al

baúl de los recuerdos sus dependencias ancestrales, y se han puesto en marcha

imparable hacia la liquidación de su rol como parte dominada en la pareja. Los

hombres, por el contrario, no sienten esa necesidad de cambio, no les urge liberarse de

nada porque al fin y al cabo su rol ha sido tradicionalmente dominante, y tienden a

mirar con desconfianza y miedo cómo las mujeres se sacuden de encima las

subordinaciones. Les cuesta cambiar el papel en el que principalmente han sido

formados, y la inercia de ese rol caduco no vendrá más que a prolongar la crisis y

agudizar los conflictos.

F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado

La obra referida de Engels se olvida habitualmente desde hace muchos años

como parte inexcusable de un marco teórico que pretenda abordar temas de conflictos

familiares y de pareja de un modo crítico. Por ejemplo, la implantación de la

monogamia ¿no podemos situarla como el origen primero y fundamental de la familia

tal y como hemos venido entendiéndola en general en la cultura occidental a pesar de su

evolución en diversas formas a lo largo de la historia? Por mucho que suponga un sello

troquelado en nuestra cultura y en nuestras concepciones, no deja de ser la fuente

primaria de la actual crisis familiar y conyugal. La monogamia no puede explicar esa

crisis, pero sin tenerla en cuenta tampoco seremos capaces de explicarla. Y nadie mejor

y más profundamente que Engels ha criticado la monogamia descubriendo su esencia.

Veamos una cita:

(1981. Pág. 253) “... la monogamia no aparece de ninguna manera en la

historia como un acuerdo entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más

elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del

esclavización de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los

sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria”.

Y continúa más adelante: (Pág. 254)“La monogamia fue un gran progreso

histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las

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riquezas privadas, la época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es

al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a

expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la

sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las

contradicciones y de los antagonismos que alcanza pleno desarrollo en esta sociedad.”

Manuel Millán, La pareja y el desarrollo personal.

A lo largo de este trabajo aparece citado varias veces M. Millán. Valga una nueva

cita para comprender la importancia de su aportación, esta vez en el sentido de la dialéctica

entre el yo individual (que no puede dejar de ser social) y el yo familiar.

(2009 Pág. 287) “La marca institucional que impone la socialización es duradera

porque las creencias, los valores, los pensamientos, las emociones, las imágenes... y las

identificaciones están organizadas en función de vivencias y recuerdos. Las instituciones

remiten a la cultura y a la sociedad y en última instancia, a los grupos. Es decir, que no

sólo construimos psicosocialmente la realidad sino que una parte de nuestra mente está

también construida psicosocialmente. Cada familia, y detrás de la familia, cada

sociedad, construye, junto con cada uno de nosotros, un "Yo Familiar" (Roland, 1988).

Pero dentro de nuestro ser hay una parte que no viene dada por la educación, ni por la

familia, y que es la que nos permitirá autoeducarnos y desarrollarnos, nuestro "Yo

Individual". Justamente las relaciones dialécticas entre estas dos instancias psíquicas

llenan nuestras preocupaciones teóricas y profesionales puesto que cualquier desarrollo

individual supone que el yo individual acepte al yo familiar, lo integre y lo transforme. El

que cada uno luche contra su "sombra" o su "genio", no parece ser una estrategia eficaz

a la hora de adaptarse y de optimizar el desarrollo.”

François Dubet y Danilo Martuccelli, en su obra ¿En qué sociedad

vivimos?, dedican un capítulo a lo que vienen a llamar la desinstitucionalización de la

familia. Según ellos, la familia ha sido siempre una institución fundamental por las

funciones que cumple: alianzas entre grupos, definición de roles sexuales,

establecimientos de los lazos generacionales, la socialización primaria, su papel como

unidad económica… funciones que sigue cumpliendo en parte.

La familia como institución requiere y comporta un sistema de normas y roles

que rige la conducta de sus miembros. Ese sistema ha sufrido una profunda

trasformación, las conductas cada vez obedecen en menor medida a reglas generales y

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responden cada vez más a la construcción de experiencias propias; a un “arreglo” entre

individuos que combinan lazos tradicionales, intereses y sentimientos.

La familia tradicional se concibe como una forma de alianza entre dos familias

con el fin de asegurar la filiación y la herencia y construir una unidad económica. Se

basaba en una diferenciación radical de los roles sexuales y de las generaciones y en

relaciones de autoridad claramente definidas. La pertenencia a la familia era esencial

para la identidad individual, el individuo era su familia y de ella nutría todo su ser, sus

pensamientos, emociones, sentimientos, moralidad…

Sus reglas son cerradas y cada individuo las encuentra dadas y las interioriza

desde su nacimiento, pero el espacio de discrepancia es insignificante por la rigidez del

modelo y por las circunstancias socio-económicas en las que se desarrolla. Las reglas

ofrecen certeza y estabilidad, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y sabe cómo

tiene que comportarse, sabe con bastante certeza lo que es y lo que será en el futuro. Se

trata de una institución capaz de transformar los valores en normas y reglas y éstas en

personalidades.

Así como en la familia moderna el amor es una de las principales bases para la

unidad, en la familia tradicional el amor y los lazos conyugales están distanciados, de tal

modo que la tradición romántica describe la pasión amorosa en oposición a los lazos

familiares.

La familia nuclear moderna como modelo de familia se extendió a partir de la

revolución industrial, aunque convivió tiempo atrás con la familia extensa, y es el tipo

de familia que ha predominado hasta mediados del siglo XX, aunque es arriesgado

señalar un tiempo en que ese tipo de familia comenzó a ser desplazado, eso depende del

desarrollo económico, los países, las clases y otros factores.

Es indiscutible que al igual que sus características cambiaron respecto a la

familia tradicional, también lo hicieron sus valores, la rigidez, la uniformidad y las

propias reglas, pero a la postre sigue siendo un modelo de familia institucional porque

se basa en normas y reglas que rigen su funcionamiento y en las que se forma la

personalidad de sus miembros. Como en el modelo tradicional, esas normas son

inconscientes, se interiorizan en una socialización profunda y forman parte del

individuo como si de una segunda naturaleza se tratara. No obstante, los fundamentos

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económicos, sociales, ideológicos y políticos para su descomposición estaban echados

casi desde su nacimiento, con la caída del antiguo régimen, la revolución industrial y el

triunfo de las revoluciones liberales, sólo faltaba que se desplegaran esos fundamentos

en un proceso que con muchas reservas podríamos medir en dos siglos.

La familia nuclear puede considerarse el modelo típico de institución moderna;

se basa en el ideal del amor y en la elección libre del cónyuge para poder constituir una

unidad estable y armónica. Sus características esenciales son una fuerte endogamia en la

elección de los cónyuges, la separación de las generaciones: “el casado casa quiere”, y

una fuerte diferenciación de los roles: las mujeres se encargan de la esfera privada y

cuando se incorporan al trabajo asalariado es bajo condiciones de discriminación.

La desinstitucionalización

El volumen y el aumento de la tasa de divorcios, de nacimientos fuera del

matrimonio, la disminución de la tasa de fecundidad… Demuestran que la familia

nuclear moderna ya no es la norma. Esto significa que no basta con hablar de crisis sino

que se trata de una desinstitucionalización. Los sentimientos, el amor se ha constituido

en el fundamento de la familia lo que la hace más diversa y a la vez más frágil. Es el

triunfo del amor sobre el modelo institucional. Las parejas se unen porque se aman y se

separan porque dejan de amarse.

Destacan como causas de esta desinstitucionalización la incorporación de la

mujer al trabajo asalariado, la generalización del control de nacimientos, que contribuye

a favorecer la igualdad de la mujer, y la evolución del derecho que ha venido facilitando

el divorcio, reconociendo a las parejas no casadas.

Sin embargo la familia conyugal, aunque haya dejado de ser la norma sigue

siendo el modelo predominante en el imaginario social. La desinstitucionalización no

significa que la familia deambule perdida en el vacío normativo, “no es una pura

aventura de los sentimientos”. Las encuestas sociológicas siguen mostrando el peso de

los roles tradicionales. Sigue reproduciendo las divisiones del trabajo sexual tradicional.

Sigue siendo una alianza entre grupos que tiene la pareja como nexo. Siguen

combinándose lazos tradicionales, intereses y sentimientos. Además el debilitamiento

como institución no se extiende por igual a todos los grupos sociales; puede decirse que

afecta más a los países económicamente más desarrollados y dentro de estos, incide

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menos en las capas sociales más desfavorecidas. En base a esos rasgos institucionales

que todavía mantiene la familia, Dubet y Martuccelli sugieren hablar de organización

para caracterizarla. La desinstitucionalización no está puesta en tela de juicio porque

como concluyen los autores: (2000. Pág.: 221)“Una institución que uno elige constituir

como se construye una casa ya nos es una institución”. En cualquier caso, todos los

modelos y fórmulas están disponibles para elegir y guiarse por el que más guste.

Bruno Bettelheim, en su obra No hay padres perfectos, dedica un

interesante capítulo a la solidaridad familiar. La familia como soporte.

La fuente del desasosiego de B. Bettelheim se encuentra en la necesidad de

armonizar la solidaridad familiar con la autonomía de sus miembros. Por una parte,

tenemos la solidaridad familiar, necesaria para afrontar las dificultades como grupo

unificado cuyos miembros se apoyan incondicionalmente y no piensan en culparse unos

a otros de los problemas que surjan. De este modo, sus miembros son felices y

emocionalmente estables. Por otra parte, nos encontramos con la necesidad del

desarrollo personal, de la consecución de objetivos como persona en vez de como parte

de una familia, donde a menudo el afán de autonomía genera tensiones, conflictos y

enfrentamientos culpándose unos a otros de los problemas.

El antídoto para ello, según Bettelheim, es la seguridad, el apoyo ante las

dificultades para sentirse respaldados y seguros en el seno de la familia. Debe ser una

seguridad emotiva, dado que la seguridad material o física ha pasado a un segundo

plano porque las condiciones socioeconómicas no hacen necesario el trabajo duro de

todos unidos para poder subsistir. La seguridad emotiva que brinda la familia será la

única que proporciona seguridad interior, bienestar emotivo, respeto de uno mismo y

sensación de ser útil. La seguridad emocional se convierte así en la principal función de

la familia y en el cemento de la solidaridad familiar.

Mary Ann Glendon, The transfortation of family law

Para Glendon, al igual que para Bettelheim, la solidaridad familiar tradicional ha

desplazado su énfasis desde el todo hacia sus componentes, se ha puesto al servicio de

la personalidad y de los intereses individuales de los integrantes de la familia. El mundo

exterior ha entrado en la familia desestructurando sus relaciones jerárquicas y los roles.

La posición social de los individuos pasa a determinarse cada vez más por su propia

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actividad en el mundo exterior y no por la pertenencia a una familia. En consecuencia

los individuos dependen cada vez menos de la familia y cada vez más directamente del

Estado. El lugar prominente que sigue desempeñando sobre otras instituciones se debe a

que es un medio para el desarrollo más pleno del individuo, proporcionándole

estabilidad psicológica y una educación para alcanzar un status social más elevado, pero

también el desplazamiento del énfasis del todo unitario a sus componentes provoca el

relajamiento de los lazos, inestabilidad y tensiones. Nos encontramos pues con el mismo

proceso y la misma paradoja que veía Bettelheim.

El hilo conductorExiste una amplia coincidencia en las tres últimas obras comentadas y en

muchas otras sobre los temas tratados de que el hilo que conduce todo ese proceso de

cambio en las formas de solidaridad familiar -la clave o lo decisivo- es la

individualización, sobre la base del desarrollo económico. Las personas vivían en la

época medieval ligadas a la familia y a la comunidad de tal modo que su individualidad

prácticamente no existía; sus particularidades no iban más allá del papel y la posición

que tenían en el grupo con el que compartía los sentimientos, las actitudes y las

tradiciones. Sus convicciones y opiniones personales eran inevitablemente las del

grupo; sometidas estrechamente a sus necesidades. Permanecían unidos a la comunidad

por el cordón umbilical del que se nutrían de su estrecho mundo compartido. La

evolución y el salto al individuo separado, consciente de su personalidad que se orienta

en el mundo gracias a sus capacidades y conocimientos, tardaría siglos en consolidarse,

en un proceso en el que todavía estamos embarcados y que se prolongará

indefinidamente.

Es la revolución industrial y el capitalismo los que constituyen las bases

económicas precisas para que pueda producirse un salto como nunca antes en la historia

-la historia general y la historia del desarrollo del individuo, que son inseparables. La

economía capitalista necesitaba romper los lazos de dependencia personal,

comunitarios, familiares… para absorber una masa creciente de obreros en la gran

industria y en las grandes ciudades. Decenas de grandes autores han lamentado y

temido las consecuencias del brutal desgarro de las instituciones tradicionales, pero el

desarrollo continuó inexorable, desbocado y lanzando a la humanidad a un mundo lleno

conflictos, inseguridad e incertidumbre; pagando por el progreso un altísimo precio en

desgracias y antagonismos sociales. El individuo emerge, se libera de ataduras, puede

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desarrollar todas sus capacidades, pero está solo y aislado, se ha independizado de los

demás pero a costa de caer en la dependencia de fuerzas colosales económicas y

sociales que le dominan. No obstante, la rueda de la historia no da marcha atrás, las

contradicciones a las que nos enfrentamos no pueden superarse con una vuelta al pasado

sino mirando hacia adelante.

Los textos que aquí comento oscilan entre la nostalgia del pasado, el

reconocimiento de hechos incontrovertibles y la búsqueda de soluciones, y con mayor o

menor preocupación, encuentran fundamentos más que sobrados para la pervivencia de

la solidaridad familiar. ¿Podemos lamentarnos de que el individuo tenga una mayor

conciencia de sí mismo, de sus capacidades y posibilidades? Evidentemente el proceso

de individualización, en una sociedad infectada por intereses mezquinos, abre una

tendencia al egoísmo, el egocentrismo, la rivalidad encarnizada…, pero la humanidad es

humana por su cooperación, como una necesidad vital para su subsistencia, y la

cooperación abre la vía a la solidaridad, la empatía, la tolerancia; el respeto por la

libertad, las opiniones, las decisiones… de los demás, y a los lazos familiares, de

amistad, de comunidad. Esos lazos pueden ser tan sólidos como en el pasado y con la

virtud añadida de incorporar una cualidad mucho más elevada, dado que no provienen

de la inconsciencia, de la pura necesidad y de la tradición, sino que son voluntarios y

conscientes, libres. Hay razones para ser optimistas en que la familia y sus formas de

solidaridad se adecuarán a las nuevas condiciones y se enriquecerán, aunque ese

optimismo no significa quedarse de brazos cruzados esperando que el egoísmo, el

desgarro de las relaciones familiares y sociales desaparezcan por arte de magia,

considero que hay que contribuir de la forma en que podamos a que el individuo sea

cada vez más consciente de que es lo que es porque es social, por sus vínculos con la

comunidad y especialmente con la familia, y es en el fortalecimiento de esos vínculos

como podremos enriquecer nuestra individualidad, nuestra personalidad.

La protección de la familia. De las políticas enfocadas a la familia a las

centradas en el individuo. La tendencia a enfocar las políticas de familia, no directamente en las familias

sino en los miembros que la componen, o incluso en personas que viven solas, está

relacionada con las transformaciones socioeconómicas que tienen su origen en la

revolución industrial y el establecimiento del capitalismo como sistema económico. La

economía capitalista rompe los lazos de dependencia personal, comunitarios, familiares

15

para absorber una masa creciente de obreros en la gran industria; supeditándolo todo a

las necesidades de la producción y a la ley del máximo beneficio. Así ponía las bases

para la aceleración del proceso de individualización. La familia extensa quedó reducida

a la familia nuclear, se fueron debilitando los lazos entre generaciones, la solidaridad

familiar tradicional fue desplazando su énfasis desde el todo hacia sus componentes y se

ha puesto al servicio de la personalidad y de los intereses individuales de los integrantes

de la familia. Se ha producido la desinstitucionalización de la familia.

Las políticas de familia han ido a remolque de ese proceso al que, a su vez,

también han contribuido a acelerar. En los últimos años (o más bien ya decenios), se

han disparado todas las alarmas con el incremento de la tasa de divorcio y otros

aspectos que se ciñen más al tema, como son: la incorporación masiva de la mujer al

mercado de trabajo, la reducción de la tasa de fecundidad y el aumento de la esperanza

de vida. Esos tres últimos factores, que implican diversas cuestiones como el cuidado

de los hijos y de las personas mayores, la compatibilidad de la vida laboral y la vida

familiar, junto a los problemas de precariedad y vivienda son los que vienen intentando

abordar las políticas de familia a través de prestaciones y de leyes con las que suplir

funciones que antes cumplía la familia.

Hoy día, prácticamente ningún país (al menos de nuestro entorno) aplica una

política familiar centrada en la familia como unidad necesaria para llevar a cabo

funciones como la socialización primaria, la transmisión de valores solidarios, de

convivencia, de tolerancia, el apoyo incondicional entre sus miembros... claves para el

desarrollo integral y para la consecución de una sociedad más sana, estable y solidaria.

Los modelos tradicionales de política familiar -que ciertamente contenían una carga

ideológica patriarcal incompatible con las concepciones actuales, pero que también

contenían valores solidarios y daban seguridad y estabilidad a sus miembros-, no han

sido modernizados por los actuales sino que más bien han sido enterrados (junto a sus

subsidios familiares) y reemplazados por medidas de política familiar que atienden

determinadas particularidades en función de necesidades que tienen su base en la

economía y en la consideración diferenciada de sus miembros. Estas medidas son

imprescindibles por ejemplo para compatibilizar las tareas domésticas, el cuidado y

educación de los hijos, la atención a los mayores... y el trabajo, para promover la

incorporación de la mujer al mercado laboral en condiciones de igualdad, etc. Pero no

hay razón para anular por completo una política que tenga en cuenta el conjunto de la

familia. Así, las políticas familiares actuales se centran en circunstancias y necesidades

16

particulares de los miembros de la familia, son más individuales que colectivas y podría

hablarse de ellas -y de hecho se habla- como políticas sociales que se alejan

paulatinamente de su especificidad. La consecuencia fundamental es que estas políticas

pueden ahondar el proceso de desmembración familiar y una cultura individualista que

provoca desajustes, desestabilización, más problemas emocionales y psicológicos.

Sin embargo, a pesar de los pesares, como decía Iglesias en 1997, en España “la

familia es el auténtico Ministerio de Asuntos Sociales” y no sólo viene cubriendo

importantes lagunas de protección social -y mucho más con esta crisis galopante- sino

que también sigue cumpliendo buena parte de sus funciones institucionales, aunque se

lleven a cabo más bien a través de pautas de negociación que a través de reglas

interiorizadas. No hay que ser pesimistas. A mí no me cabe duda de que los vínculos

familiares y, en general, los valores altruistas y solidarios gozan de buena salud, aunque

puede que los valores insolidarios y egoístas gocen aún de mejor salud, pero somos

humanos y no creo que acabemos devorándonos o yéndonos cada uno a un planeta.

Bajo la necesidad imperiosa de cooperación, esencial al ser humano, se restablecerán los

vínculos y los lazos familiares, colectivos y sociales en un nivel superior al conocido.

Eso sí, en un largo proceso.

Bauman, Amor líquidoBauman nos hace una descripción -un tanto desconsolada- de las formas a las

que tienden las relaciones afectivas en la actualidad haciendo hincapié en las

contradicciones emocionales y sentimentales que recorren ese relativamente nuevo tipo

de relaciones.

El mismo título de su obra ya nos sitúa en un marco en el que la solidez de las

uniones afectivas se licúa y se filtra por todas las rendijas transformando la seguridad en

incertidumbre. Ese marco es el de la tendencia a considerar las relaciones como un

artículo de consumo más. Es el consumismo en el que se compra por ganas de comprar

y no por deseo. Bauman hace una distinción entre el deseo y las ganas. El deseo

necesita tiempo para germinar, requiere largos cuidados, compromisos y una demora

insoportable de la satisfacción dentro del mundo acelerado en que vivimos. Las ganas

siguen la pauta del consumo y la satisfacción inmediata. De la misma manera que no se

compra para satisfacer un deseo sino por ganas de obtener una satisfacción instantánea,

en las relaciones también se da la tendencia a dejarse llevar para repetir una y otra vez el

17

jubiloso momento de la satisfacción. Las relaciones de pareja no son, pues, una

excepción a las reglas de mercado.

De este modo, el compromiso ya no significa nada a largo plazo. Con el

compromiso se busca seguridad, estabilidad, compañía, apoyo..., pero es como una

inversión y dentro del mercado cualquiera de los dos miembros de la pareja puede

encontrar inversiones más atractivas y puede deshacerse de una y adquirir otra. El

resultado es que la seguridad se encuentra asaltada permanentemente por la

incertidumbre del futuro de la unión.

La incertidumbre es el caldo de cultivo para comportamientos irracionales que

favorecen el naufragio de la relación. Se produce el fracaso de la comunicación que

suele estar detrás del fracaso como pareja. En este fracaso se dan frecuentemente dos

perversiones divergentes. Una es la de complacer al otro evitando las discrepancias,

ofreciendo el amor como un tranquilo refugio. La otra consiste en querer cambiar al

otro, querer moldearle a la propia imagen y semejanza con el objetivo de convertir al

amado en parte inseparable del amante. Según Bauman, estas dos perversiones son hijas

del amor y como el amor sólo puede ser posesivo, la primera perversión responde a una

posesividad que se manifiesta en la contención y el autodominio, mientras que la

segunda responde al impulso antropofágico de querer dominar, extirpar y limpiar la

irritante alteridad que los separa del amado. Podríamos decir que se pretende crear un

amado dependiente del amante, o incluso un clon.

Retomando el consumismo y las reglas de mercado en las relaciones, Bauman

nos habla de las relaciones de bolsillo como la encarnación de lo instantáneo y lo

descartable. Las condiciones para embarcarse en ellas son el evitar cualquier emoción

amorosa, o incluso el deseo; sólo cuenta la conveniencia que debe evaluarse con la

mente clara y no con un corazón cálido. Pero Bauman sigue observando la

incertidumbre desde distintos ángulos para concluir de nuevo que es una “interminable,

siempre inclonclusa y frustrante búsqueda de certeza”. Y concluye:

(2005 Pág. 50)“De manera que aquí estamos, vacilantes, maniobrando con

dificultad entre dos mundos notoriamente diferenciados y enfrentados entre sí, a pesar

de ser ambos deseables y deseados, sin que los una ningún pasaje conocido, y menos

aún caminos abiertos y transitados.”

Bauman plantea una realidad, un cambio en las relaciones que provoca

incertidumbre, desajustes, inseguridad, perturbaciones, sufrimientos, frustraciones... este

es el precio que hay que pagar invariablemente en todo proceso de cambio, de una

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transformación a mi entender necesaria de las relaciones afectivas, de pareja. Ese

proceso va de la mano del desarrollo de la individualización y de los avances en la

liberación de la mujer.

La concepción que aún sigue predominando, emparentada con el romanticismo,

ha cumplido durante dos siglos con las necesidades teóricas e ideológicas de las

relaciones afectivas. El amor romántico parte de la premisa de que somos una parte y

necesitamos encontrar nuestra “media naranja” para sentirnos completos y cruzar ese

puente que como diría Bauman conduce desde la afinidad al parentesco. Pero la realidad

actual desborda ese marco, estas relaciones están experimentando profundas

transformaciones. Lo que se busca hoy es una relación en la que exista respeto por la

individualidad del otro y afirmación de la propia individualidad, alegría y placer por

estar juntos, y no una relación de dependencia, en la que uno responsabiliza al otro de su

bienestar. La idea de que una persona sea el remedio para nuestra felicidad, que nació

con el romanticismo, está llamada a desaparecer. Se imponen los conceptos de unión

libre, de cooperación, asociación… Los roles tradicionales están en proceso de ruptura

acelerada.

Las nuevas formas en las relaciones proliferan y se extienden progresivamente,

pero se trata de una práctica un tanto ciega. Las relaciones de bolsillo o esporádicas

resultan cada vez más atractivas y su práctica se extiende y, sin embargo, llevan consigo

el germen de la frustración. La satisfacción instantánea suele devenir insatisfacción, de

la misma manera que el consumismo compulsivo. Esa práctica espontánea y

aparentemente libre en las relaciones no está tan generalizada como pueda pensarse,

aunque esto también implica otra visión, una forma más abierta de abordar las

relaciones.

En cualquier caso, lo que no es plausible es una vuelta atrás para retomar

antiguos modelos de relaciones, independientemente de que sin duda coexisten y

coexistirán en el futuro diversas formas y modelos. A mi entender se está abriendo paso

un nuevo tipo de relaciones, tanteando, con toda la carga de concepciones del pasado

que frena y hace que el parto sea doloroso.

¿Por qué está ocurriendo lo que describe Bauman y tanto le preocupa? ¿Cómo

encontrar un pasaje, un nuevo puente que nos haga transitar de costa a costa sin

naufragar? Desde luego, no existen caminos abiertos y transitados. Es la práctica más

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libre de los distintos tipos de relaciones la que va poniendo las bases para las nuevas

formas. Bauman recorre el laberinto sin encontrar salida y sin darse cuenta de que él

mismo traza el único plano posible para avanzar, cuando, por ejemplo, dice: “Cuando

hay dos, no hay certezas, y cuando se reconoce al otro como un segundo por derecho

propio... soberano... se admite y se acepta esa incertidumbre.” ¿Acaso puede tener

algún futuro en la actualidad cualquier relación que no reconozca al otro por derecho

propio, soberano, “no una simple extensión, o un eco, o un instrumento o un

subordinado...”? Bauman afirma que “el amor sólo puede ser posesivo”, al igual que

infinidad de estudiosos y expertos establecen los elementos de posesividad (en mayor o

menor grado), exclusividad, etc. en la relación amorosa de pareja, y sin embargo esto no

tiene por qué ser así como si se tratara de algo natural, ni ha sido así siempre. Se trata de

una concepción arraigada hasta pasar como algo natural y podríamos establecer sus

orígenes en el establecimiento de la monogamia que aparece en la historia bajo la forma

de opresión de un sexo por el otro, y se desarrolla por completo con el amor romántico.

La dificultad se encuentra en que es preciso un cambio en las concepciones

sobre el amor, las relaciones, la pareja, la familia. La práctica habitualmente va por

delante de las ideas, de las concepciones. Es una práctica espontánea, sin una

orientación clara, frecuentemente no asumida ideológicamente, mentalmente. Tanto

Bauman como, por otra parte, la inmensa mayoría de personas que frecuentan las

relaciones de bolsillo o temporales, parten de unas concepciones similares. Su ideal

sigue siendo una relación estable y duradera, lo cual es absolutamente legítimo y

deseable, y si no lo pretenden es efectivamente por lo que apunta Bauman; significa un

gran esfuerzo que a menudo no se ve compensado y acaba en frustración. Pero no es

sólo esto, esa relación se ve todavía con tintes de dominio, de dependencia, de no

entender la libertad y la independencia del otro dentro de la unidad. Es la posesividad

instalada y troquelada en la mentalidad de las personas la que acaba con la solidez de la

relación. Hoy día, en general, una relación sólo puede ser sólida si es libre. La unidad

sólo podrá mantenerse si está basada en la libertad (y por supuesto en el amor

cimentado día a día) y no en imposiciones, prejuicios, convencionalismos..., porque, al

fin y al cabo, la unidad tal y como hoy mismo la concibe todavía la enorme mayoría de

gente es una unidad artificiosa que deviene, no ya líquida sino gaseosa cada vez con

más facilidad.

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Claro está que esa libertad es relativa, pero hay que tender hacia ella, ampliando

sus márgenes progresivamente y no limitándolos. Esto es una tarea enormemente difícil,

pues no sólo implica un cambio revolucionario de mentalidad sino también emocional.

Por esa razón no se puede caer en el infantilismo de querer que las uniones sean libres

así como así, pero sí podemos apuntar y orientarnos hacia ese tipo de relaciones, sin

quedarnos anclados en las mismas concepciones trilladas que demuestran

aceleradamente su insuficiencia para contener la riqueza que, a pesar de los pesares,

entrañan las nuevas experiencias.

Ulrick Bekc y Elisabeth Beck-Gernsheim. La individualización

El capítulo 6 de esta obra lleva por título: Hacia una familia posfamiliar,

afirma que la familia está adquiriendo una nueva forma histórica. Se está produciendo

el paso de una comunidad de necesidad a otra de relaciones electivas. Quienes plantean

que todo es normal en la familia no tienen en cuenta a los que deciden no vivir en

familia, el aumento de hijos fuera del matrimonio, el aumento del divorcio, la dinámica

particular (conflictos sobre división de tareas y proyectos de vida donde se ve una

mayor insatisfacción de la mujer). Tampoco tienen en cuenta lo que constituía la

esencia del matrimonio: legalización, fuerza vinculante, perdurabilidad... Aunque siga

considerándose el objetivo de crear una familia y tener hijos, la pregunta es ¿cuáles son

las resistencias para que en la práctica este objetivo no se realice como antes? El cambio

es un hecho.

Entre las fases del proceso histórico de la individualización señalan que: la

familia preindustrial centraba su relación en el trabajo y la economía. Los roles venían

establecidos. La unidad no se basaba en el amor y el afecto sino en objetivos y esfuerzos

comunes basados en la necesidad. Lo que implica la obligación de solidaridad.

La individualización supuso una ruptura histórica. La familia perdió su

función de unidad económica e inició una nueva relación en el mercado laboral. El

modelo que se impuso es el del trabajo asalariado del hombre del que dependía la

mujer, que se ocupaba de administrar el hogar. La obligación de solidaridad cambió

de forma.

Con la universalización de la seguridad social y otras ayudas para proteger de

los rigores del mercado laboral y asegurar mayor justicia social, los miembros de la

familia eran menos dependientes.

21

La incorporación masiva de la mujer al trabajo asalariado abre la perspectiva

de su autonomía y desarrollo de sus propios proyectos vitales. Ya no es apéndice de

la familia y debe abrirse paso en la vida igual que el hombre. Puede elegir más

libremente qué hacer. Así se impone paulatinamente la lógica del proyecto individual

y la obligación de solidaridad pierde consistencia.

La familia se convierte en un ejercicio de equilibrio cotidiano. Las normas han

dejado su lugar a la negociación sobre el reparto de una gran variedad de tareas y

decisiones. Planificar, organizar horarios, trabajo, ocio... que produce tensiones entre

el tiempo propio y el tiempo común.

Aumenta espectacularmente el divorcio. El hombre suele abandonar el hogar,

la mujer se queda con los hijos. Se producen más gastos e iguales ingresos, cae el nivel

de vida de la mujer y los hijos. Es necesario reorganizar la vida. El conflicto está dado:

reparto de bienes, pensión a los hijos, visitas... Y se abren las heridas, la amargura, la

rabia, el odio. Incluso si todo va bien, en la nueva relación se trata de imponer

exigencias. Y los hijos en medio. Puede implicar para los hijos un nuevo tipo de

socialización con un mensaje de individualismo.

Las perspectivas de futuro indican que será necesario un esfuerzo cada vez

mayor para la unidad, los vínculos serán más frágiles. Se está desarrollando un "normal

caos" del amor, del sufrimiento y de la diversidad. La familia tradicional está perdiendo

el monopolio en favor de formas diversas; las formas intermediarias, secundarias,

flotantes que llaman contornos de la "familia posfamiliar".

Ulrick Bekc y Elisabeth Beck-Gernsheim. El normal caos del amor.

Como el mismo título sugiere, para los autores las relaciones amorosas tienden

al caos, recorridas por múltiples contradicciones que se resumen en la colisión entre

amor, familia y libertad personal. Se ha producido como una vuelta al ideal romántico

en el sentido de que la unión se acaba cuando se desvanece el amor. Ha quedado hecha

trizas la corrección, comentada más arriba, que realizó Hegel del romanticismo a

efectos de "sacralizar" el matrimonio.

Millones de personas, individualmente pero como en trance colectivo, optan por

abandonar la estabilidad del matrimonio de ayer para aventurarse a convivir en otro

matrimonio que se siente como ideal o para vivir solos o en una paternidad sin

protección o simplemente para vivir el sueño de la independencia y de la variedad para

22

abrir nuevas páginas de su YO. Pero no se trata de ninguna epidemia de egoísmo sino

de que los individuos con su deseo de lucir su autodeterminación actúan

inconscientemente como agentes de un cambio profundo. Son los indicios de una nueva

era, de una relación entre individuo y sociedad aún por encontrar e inventar.

Las personas se casan y se divorcian por amor. No quieren deshacerse del peso

del amor así lo pide la ley del amor satisfactorio; monumento al amor decepcionado e

idolatrado. El amor se convierte en la esperanza del más allá en la vida terrenal: una

nueva religión. El afán por el amor representa el fundamentalismo de la modernidad, el

dios de la privacidad es el amor. Si una relación fracasa es porque no se trataba de la

persona ideal, y se sigue buscando con más ahínco ese ideal.

¿Pero que posibilidad tienen dos seres humanos que quieren ser iguales y libres

de mantener el amor del amor? "La libertad significa seguir la propia melodía que se

aparta del paso acompasado". "El amor se hace más necesario que nunca antes y al

mismo tiempo imposible."

La individualización significa liberación de los roles de género internalizados,

tal como se concebían en la familia nuclear, lo que supone construirse una existencia

propia sometidos al mercado laboral, de la formación y de la movilidad, habitualmente

en detrimento de las relaciones familiares y amorosas. Por un lado tenemos la libertad y

la autorresponsabilidad, por otro lado las exigencias del mercado y la dependencia de

condiciones ajenas a la voluntad individual. Las relaciones no son sólo sexualidad,

cariño...son también trabajo, profesión, desigualdad, política, economía... Los cambios

en cuanto a la desigualdad son cambios en la conciencia y sobre el papel, pero no ha

cambiado el comportamiento y las situaciones de hombres y mujeres, aunque cada vez

seamos más conscientes de las desigualdades. las mujeres jóvenes piden más igualdad y

mas colaboración y chocan con el comportamiento de los hombres y del mercado

laboral. Los hombres utilizan una retórica de igualdad sin actos. La conciencia de las

mujeres está más avanzada que la situación real por lo que puede pronosticarse un largo

conflicto entre géneros.

La resolución de las contradicciones recae en la propia capacidad trasformadora

de los individuos, convertidos en agentes del cambio social. La diversificación de

relaciones amorosas superan de algún modo las antiguas atribuciones de género. Lo

nuevo se abrirá paso en el camino de la cooperación sin tabúes y liberado de los roles.

Las normas se desvanecen y la construcción del amor requiere procesos de negociación

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y mediación complejos y constantes: las expectativas y las esperanzas puestas en la

relación obligan al diálogo constante: debates que reinventen los roles, la convivencia y

las identidades de cada miembro de la pareja.

La igualdad no puede pasar por la asunción de roles masculinos por parte de las

mujeres. Las tesis feministas que afirman que el amor sólo es posible entre libres e

iguales son ciertas siempre que el hombre no busque una subordinada y la mujer no

busque un varón sustentador; el hombre y la mujer deben participar tanto en el ámbito

de la producción y en el de la reproducción en términos de igualdad.

Las tesis defendidas por los Becks coinciden casi por completo con las expuestas

en este trabajo. El análisis de la situación y las contradicciones a las que se enfrentan las

relaciones conyugales es esencialmente el mismo, es sin duda la obra con la que más me

identifico de las que aquí se comentan. No obstante, me parece necesario profundizar

más en la posible salida de esta situación, no ya del caos sino del sufrimiento que

provoca ese caos, porque el caos en realidad no está normalizado, y no lo está porque se

vive con angustia y miedo. Creo que no es suficiente señalar que las contradicciones se

superarán por la propia capacidad transformadora de los individuos convertidos en

agentes del cambio social, que lo nuevo se abrirá paso en el camino de la cooperación

sin tabúes, liberado de los roles, y que será necesario el diálogo constante. Sin duda

esto es cierto y supone un avance, pero ¿por qué no ir más allá y tratar de responder a la

pregunta: por qué se sufre, de dónde procede la angustia y el miedo? Al margen de

que la enorme mayoría tienen razones sobradas para temer las dificultades económicas

que conlleva una ruptura, creo que, como ya se ha repetido en este trabajo, se sufre

porque la concepción del amor que sigue imperando choca contra el muro de la

realidad, que exige la superación de una mentalidad anclada esencialmente, por muchos

matices que se le añadan, en el amor romántico institucionalizado por la sociedad del

siglo XIX y teorizado por Hegel. Es el tipo de amor que se ajusta a la familia nuclear

con sus roles prefijados, incompatible con las nuevas tendencias, como bien analizan los

Becks. Y la conclusión que se impone es la de ponerse en marcha en esa

transformación, poniendo en su lugar y su época las concepciones caducas que son

también las que incorporan en su esencia la agresividad y la violencia machista. Y ese

camino no puede ser otro más que el de ampliar progresivamente la libertad en el seno

de la pareja, el de ir vislumbrando que la exclusividad sexual y afectiva supone una

imposición, un abuso de poder intolerable. Y comprender que una relación de pareja

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será más sólida y más feliz en la medida en que se vaya ampliando esa libertad

recíproca.

Bibliografía

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humanos. Madrid. Fondo de Cultura Económica..

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- Hegel F. (1968) Filosofía del Derecho. Buenos Aires. Editorial Claridad.

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I tomo de Mediación Familiar. Madrid: Dykinson.

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