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P. Gumersindo Díaz sdb

Al Pie de la Cruz - P. Gumercindo Diaz, SDB

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Al pie

de la cruz

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Este folleto desea ser un día de sol en el camino de la fe.Y una preciosa aventura que despierte toda la pasión de un alma locamente enamorada de Jesucristo.

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Portada

Como una vela encendida,que se consume por amor

al pie de la cruz.

Un amor que brota de la Eucaristía,

donde Jesús se ofrece y muere por amor.

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“Al pie de la cruz”

P. Gumersindo Díaz sdb

E-mail: [email protected]

Primera edición: Noviembre / 20121,500 ejemplares

ISBN: 978-9945-00-681-0

Autor/editor y diagramación: P. Gumersindo Díaz sdb

Editora Corripio. Santo Domingo, República Dominicana.

Impreso en República Dominicana

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En diálogo con Jesús

“al pie de la cruz”

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SeñorAl pie de la cruz me encontré contigo,

al pie de la cruz te ofrecí mi amor.Y se abrió un camino que llega hasta el cielo

para ir contigo donde habita Dios.

Al pie de la cruz me cubrió tu sombray una paz profunda invadió mi ser.

Tu presencia santa me llevó al silencioy a tu lado pude volver a nacer.

Al pie de la cruz escribí mi nombrecon sangre y con fuego como hiciste Tú. Y al abrir mis brazos para orar contigo,mirando tu imagen, me volví una cruz.

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INDICE

1. Prólogo .......................................................... 9

2. Inmolación .................................................... 11

3. Jesús, mi amigo (versos)................................ 13

4. Reconociendo su amor .................................. 14

5. Caminando hacia su presencia ....................... 16

6. Jesús, mi dueño (oración).............................. 17

7. Al pie de la cruz (tema) ............................... 19

8. Padre Nuestro ................................................ 27

9. Salmo 23: El Señor es mi pastor................... 28

10. De puerto en puerto (canción) ..................... 29

11. Mi Dios en silencio (versos) ........................ 31

12. Fe popular al pie de la cruz ......................... 32

13. Dondequiera que estés (versos) ................... 35

14. Seguiré al Pastor (canción) ......................... 37

15. Tú y yo, Señor ............................................. 38

16. Está amaneciendo (canción) ....................... 39

17. Jesús, Pan de Vida (tema) ............................ 41

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18. Fracción del Pan ......................................... 48

19. Si pudiera (versos)....................................... 49

20. Bebiendo de la fuente (canción) ................. 50

21. Misterios dolorosos (tema) ....................... 51

22. Salmo 16: El Señor es mi herencia ............. 61

23. Salmo 63: Alma sedienta de Dios ............... 62

24. Salmo 91: Dios es mi seguridad ................. 63

25. El camino de Jesús (tema) ......................... 65

26. Al caer la tarde (oración) ............................ 73

27. Buscando la luz (tema) .............................. 75

28. Brevedad de la vida (versos)........................ 78

29. Atardecer (versos) ....................................... 79

30. Acción de gracias ........................................ 80

31. Orugas en busca de alas .............................. 81

32. Testimonios ................................................. 83 1-La Virgen y san Juan. 2-Los apóstoles. 3-San Pablo. 4-San Lorenzo. 5-San Fco. de Asís. 6-Santa Teresita del N.J. 7-Santa Isabel de Hungría. 8-Santa Isabel de Portugal. 9-San Martín de Porres. 10-Santa Rosa de Lima. 11-San Juan Bosco y Beatos: Augusto, Eusebia y Alejandrina.

33. Cielo azul (tema) ........................................ 105

34. Llegando al final (oración) ......................... 109

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Prólogo

Todo hombre o mujer que cree en Jesús, vive al pie de la cruz. Jesús se nos aparece en todas partes, su presencia llena el mundo. Pero donde más fácil podemos encontrarlo es en el misterio de su cruz, uniendo nuestros sufrimientos a sus sufrimientos, por la salvación del mundo.

La única vía que tenemos para acercarnos a la zarza ar-diendo de la santidad de Dios, es el camino de la aceptación gozosa de la voluntad del Padre, esa heroica forma de vivir, testimoniada por Jesús de Nazaret en su Pasión, Muerte y Resurrección.

En este folleto quiero presentar mis diálogos con Jesús al pie de su cruz, los poemas, las oraciones que brotan desde dentro, y la alegría que llena mi alma por vivir al pie de la cruz, buscando su amor y su compañía, como única razón de vivir, en el tiempo y en la eternidad.

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Vida y muerteUn regalo de Dios

Vivir es también morir. Amar la vida lleva, en con-secuencia, amar la muerte. La vida que Dios nos regaló lleva el sello de lo temporal, de lo que se acaba. Aman-do la muerte es que amamos cada minuto de la vida, porque Dios puso la muerte en la vida, y es muriendo como vivimos. En cada cáliz que levantamos con Cris-to, bebemos nuestra muerte y, al mismo tiempo, brin-damos por nuestra resurrección.

Para vivir hay que dejarse transformar, y las células se tienen que partir, dejando atrás horas de dolor y de muerte. La oscura noche es la que facilita un amanecer hermoso. Las horas difíciles generan nuevas energías haciendo crecer el alma, capacitándola para nuevos caminos y nuevas experiencias. Esto es parte del mis-terio de la vida, parte de la huella de Dios en nosotros.

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La Redención en Cristo, único camino de salvación.

La inmolación de Cristo en la cruz es el acontecimiento más significativo de toda la historia de la humanidad. El Viernes Santo es el día más grandioso de toda la historia del hombre. El Jueves Santo recibe su grandeza de la ofrenda del Viernes Santo, y el Domingo de Resurrección es la res-puesta del Padre a un Viernes Santo aceptado y ofrecido con serenidad y con gozo.

En la cruz, Jesús ofrece su vida, y ofrece también, todos los sufrimientos y los fallos de la humanidad, los santifica, y nos ofrece gratuitamente la salvación.

Las demás religiones tienen dioses, tienen profetas, pero no tienen un Hijo de Dios, encarnado e inmolado. El mis-terio de la cruz es la única senda de salvación, y los hom-bres y mujeres que viven al pie de la cruz, inmolándose a imitación de Cristo, son los que continúan la Redención iniciada por Jesús. El Señor nos redimió por amor, y su inmolación es un camino, una escuela, un llamado a tomar parte

Inmolación

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en la Redención. No hay que olvidar que toda inmolación lleva consigo rasgos de injusticia, pues así fue tratado Jesús. En un mundo, donde nadie acepta la más mínima injusticia, no es fácil inmolarse. Por eso la vida humana se ha vuelto tan pobre, pues es vida egoísta. La única energía que es ca-paz de conducirnos a la inmolación personal es el amor, un amor purificado en la cruz. Por eso, amar a Jesucristo es lo máximo que nos puede suceder.

Una persona se redime, inmolándose por una causa noble. Un hogar se vuelve feliz, cuando alguno de sus miembros no exige, no pide, sino que se inmola para que otros sean felices. Una nación progresa cuando sus hijos son capaces de inmolar sus intereses personales por el bien común. Es la escuela de Jesús, la única escuela que redime, la única es-cuela que le da sentido al hombre y genera felicidad. Todo lo demás, la política, las grandes empresas, los bancos, la industria, las riquezas y las glorias de este mundo, todo se desvanece, todo se acaba, todo se muere. Sólo Jesús, y quienes lo aman y lo siguen, realmente viven.

Señor,todo lo que me duele, se vuelve ofrenda;

todo lo que me alegra, se vuelve alabanza.Junto a Ti, toda mi vida es oración.

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Jesús, mi amigo

En el año 2006, yo sufrí cuatro operaciones en los ojos. Cuando yo iba conduciendo mi vehículo, desde la ciudad de Mao a la ciudad de la Vega, para recibir la tercera ope-ración, yo presentía que iba a perder algún ojo. Pasando por Burende, me puse en oración y le hablé al Señor de esta manera:

Mientras haya una gota de luz ..... para verte Mientras haya una gota de amor ..... para amarte

Mientras haya una gota de paz ..... para estar contigoSerá bello vivir a tu lado, Jesús, mi amigo.

Mientras pueda encontrar tus pisadas....en el camino Mientras pueda saber que mi vida .... es toda tuya

Mientras sienta que Tú estás presente....y estás conmigoSerá bello vivir a tu lado, Jesús, mi amigo.

Mientras haya un poquito de fe ..... junto a la cruzMientras quede un poquito de ofrenda....sobre el altar Mientras haya un poquito de sed ..... de estar contigo

Será bello vivir a tu lado, Jesús, mi amigo.

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Reconociendo su amor

Jesucristo es la meta de nuestra vida, la primera y la úl-tima razón que da sentido a nuestra existencia. Él es la causa de todos nuestros sacrificios, y el contenido de toda esperanza. Mirar a Jesús desde la montaña de nuestro amor, es aventurarse en un abismo insondable de experiencias fe-lices, es adentrarse en una especie de niebla infinita, donde se avanza de sorpresa en sorpresa, de aleluya en aleluya. Jesús sigue apareciéndose a cada uno de nosotros como en aquellos días felices a Pedro, a Santiago y a Juan. Como a Zaqueo y a la Magdalena, como a los leprosos y a los muer-tos que resucitaba. A veces se nos aparece como a Pablo, y nos dice: Basta ya. Revisa tu proyecto, quiero algo más de ti, y sé que tú puedes dar más. A veces Él prefiere lanzarnos a un horizonte de oscuridad como si cayéramos del caballo, para que comprendamos la gran necesidad que tenemos de su persona. Él es todo para nosotros, y hasta que su figura no vibre en cada Misa, en cada trabajo y en cada proyecto, en cada comida y en cada página de todo lo que nos ilusiona, estaremos mirando a todas partes sin saber hacia dónde vamos. Él estará siempre esperando que nos decidamos a remar mar adentro y a envolvernos un poco más en el misterio de su amor.

Señor, tú has tomado mi causa, tú has limpiado mi cami-no, tú has allanado mi senda y me has regalado tu amor. Gracias, mi Dios. Tú has llenado mi corazón de calma y le has dado paz a mi vida. Has derramado una lluvia

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de bendiciones sobre mis pasos que me hacen cantar cada día: Eterna es tu misericordia. Yo nunca imaginé que Tú podrías ser tan bueno conmigo. Yo, pobre gusanillo sin fuerzas, manojito de carne débil, con un saco de errores a mi espalda, y mis pies sangrando de tanto tropezar. Tú te has vuelto un baluarte para mí, y has llenado mi corazón de calma. Yo, pobre oveja, cami-nante de acantilados y desfiladeros, veo tu dulce mano que me señala el camino para que las rocas no me hagan daño. Tú me conduces, como a tu pueblo, a la sombra de tu amor, y soy muy feliz contigo, pues he llegado a comprender, que las espinas no hieren a las pequeñas ovejas que aprendieron a vivir de amor.

Abre, Señor, nuestros corazones y llénalos con un amor grande y una fe más allá de toda duda. Ilumina nuestras mentes con la luz de tu Palabra. Graba, en nosotros, deci-siones de vida mejor. Danos alma de niño, locamente ena-morados de Ti. Danos sabiduría para discernir lo que es correcto, voluntad para elegir lo que es correcto, y fuerza para permanecer en lo correcto. Guíanos en espíritu y ver-dad con la fuerza de tu Espíritu. Te lo pedimos a ti, que eres la verdad y la vida. Amén.

Si su cruz es muy pesada,

póngale una rueda,

pero no la tire.

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Caminando hacia

su presencia

Mi Jesús Como el águila que va volando, buscando la altura, así te buscaré. Yo te amo, yo te busco, tuyo soy, contigo viviré.

Mi Jesús Como la flor que se abre buscando la luz, así te buscaré, porque en Ti, mi vida es luz. Contigo viviré.

Mi Jesús Como el arroyo en la montaña va cantando, así yo viviré cantando tu amor. Contigo viviré por toda la eternidad.

Mi Jesús Como débil avecilla de pocas plumas y alas rotas, voy revoloteando en tu presencia, junto a tu altar. Tú eres mi sosiego y mi descanso. Contigo viviré en éxtasis de amor.

Mi Jesús Gracias por tu amor. Gracias por tu perdón. Gracias por la paz que Tú me das. Gracias por esperarme en la eternidad. Te estaré buscando y te encontraré. Contigo viviré en eterna paz. Amén

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¡ Jesús, mi dueño !

En el año 1999 yo trabajaba en la parroquia salesiana de St. Kieran, en Miami. Un día de cuaresma, al salir del comedor a las 6:00 de la tarde, me fui a recorrer la ribera de la bahía de Key Biscayne. Al terminar de rezar el rosario, me dirigí a Jesús y empecé a pedirle cosas. La oración me fluía del alma como una pequeña cascada de amor. Tras una hora de oración espontánea, me senté a organizar las peticiones que más recordaba. Así se formó esta oración ... Jesús, mi dueño.

Concédeme, Señor, tu silencio para coser mi lengua para ordenar mi fantasía.

Concédeme, Señor, un poco de tu fuego para incendiar mi esperanza para calentar mi fe.

Ábreme, Señor, una pequeña puerta para salir del mundo para esconderme en tu amor.

Bríndame, Señor, una de tus sombras para poder descansar para sentarme a olvidar.

Llévame, Señor, a uno de tus manantiales para limpiar toda mi historia para apagar mi sed.

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Dame, Señor, un rayo de tu luz para iluminar mi ojos para no tropezar tanto.

Llévame, Señor, a las altas montañas para contemplar tu gloria para sentirme muy dentro de ti.

Dame, Señor, un poquito de tu soledad para escuchar tu voz para construir mi paz.

Quítame, Señor, todo vestigio de poder para que sienta mi debilidad para que me apoye sólo en Ti.

Concédeme, Señor, un poco de tu sabiduría para aceptar mis fracasos para rechazar toda vanidad.

CUÍDAME, SEÑOR, TU ERES MI DUEÑO. Amén.

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Al pie de la cruz

En la brevedad de su vida mortal, Jesús creó para nosotros un camino, un estilo de vida, centrado en el cum-plimiento de la voluntad de Dios.

La voluntad de Dios, para Jesús, fue un camino de ofren-da, un permanente sacrificio, el misterio de una cruz que marcó toda su vida. Fue concebido por obra del Espíritu Santo y se convirtió en un gran sufrimiento para María, pues nadie la podía entender. Nació en un pesebre, huyó a Egipto, mientras Herodes mandaba a matar a una legión de niños inocentes, por causa de esa huida. Vivió en silencio en Nazaret. Al comenzar su vida pública, anunció la llegada del Reino de Dios, con una nueva manera de vivir, un cam-bio radical de mentalidad. Los que se beneficiaron de sus milagros, curaciones, multiplicación de panes, estaban con Él, le seguían, más por la comida que por lo que Él sig-nificaba. Muchos otros lo perseguieron, lo hicieron sufrir, lo mataron. La dolorosa Hora de su misión llegó con una oleada de tormentos, y Jesús entró en un gran abatimiento, en una kénosis que fue un verdadero holocausto. Parecía que todo el cielo se derrumbaba a sus pies, parecía que la tierra se negaba a darle acogida y a dejarse transformar. Pero a través de esa dura prueba, Jesús siguió confiando en su Padre Dios. Pasaba largas noches orando a su Padre, y así sufrió y murió sin odiar, pues su Misión pasó por la muerte, pero no era muerte, era vida, era amor. Y su amor

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disolvió todos los golpes de la naturaleza humana pecado-ra. Su Misión no fue sólo pasar una prueba, sino crear una escuela para los que vinieran después, para los que quisie-ran parecerse a Él y ser la complacencia del Padre Dios, para los que quisieran seguir reafirmando la presencia en el mundo de un estilo nuevo de vida, capaz de borrar todos los pecados, y de apagar todos los fuegos que hacen daño. Jesús vivió configurado con su Misión, al pie de su propia cruz. Y todos los que desean seguirle, son llamados a copiar su estilo, viviendo en holocausto diario, siempre al pie de una cruz, aceptada con ilusión y con gozo. Vivir al pie de la cruz es aceptar que el sacrificio de Cris-to valió la pena, y que nuestro propio sacrificio realiza un proyecto de Dios, que vale más que todas las ganancias y satisfacciones humanas. Vivir al pie de la cruz es reaccionar amando, porque el amor pasa por la cruz, santifica la cruz, y termina en el perdón, que es una expresión más del amor de cada día. El amor pasa por la muerte, santifica la muerte, y termina en la vida. Por eso, resucitar es la etapa final del proyecto de Dios. Los santos y santas que han vivido al pie de la cruz, amando lo que es de Dios y lo que conduce hacia Dios, nos invitan a seguir su testimonio, a entrar en la valentía del espíritu, para sobrellevar y vencer la debilidad de la carne. Ellos y ellas repiten cada día las palabras de san Agustín: Si éste y aquél pudieron, ¿Porqué yo no puedo? Este proyecto de santidad de Dios no es proyecto humano, no es proyecto fácil, se necesita ayuda de lo alto. Jesús vivía en íntima oración con su Padre. Con ello nos quería decir que se necesita mucha oración para poder vivir al pie de la cruz, manteniendo la paz en el alma. La oración de Jesús

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perdonando a sus verdugos; la oración de san Esteban per-donando a las personas que lo apedrearon; la oración de los primeros cristianos perdonando a sus perseguidores; la oración de san Francisco de Asís perdonando a esa socie-dad que no lo entendía; la oración de santa Rosa de Lima a favor de aquellos que le causaban sufrimientos; la oración de santa Teresita del Niño Jesús perdonando a las monjas que la hicieron sufrir; la oración de la beata Alejandrina María Da Costa perdonando al hombre que la persiguió, el cual fue la causa de que ella pasara 36 años postrada en una cama como si hubiera estado clavada en la cruz; la oración de san Juan Bosco aceptando, con humildad, el control de su apostolado por parte de algunos superiores eclesiásticos que frenaban su servicio juvenil y lo hacían sufrir; la oración del beato Augusto Czartoryski perdonando a su familia por haberlo abandonado cuando decidió hacerse sacerdote; la oración de santa María Goretti perdonando al joven que la asesinó... y así podríamos seguir en una interminable lista de santos y santas que han vivido al pie de la cruz como Jesús, y han llenado su ambiente con un testimonio heroico de su fe y su amor a Jesucristo. La vida de todo discípulo de Jesús será siempre un cami-no, un subir a Jerusalén, donde primero hay aplausos y lue-go golpes de rechazo, que son más duros que los golpes del martillo sobre los clavos de las manos. Al igual que María, Juan y la Magdalena, nosotros seguimos al pie de la cruz, sintiendo que le pertenecemos, escuchando su Palabra, en el doloroso silencio de unos brazos abiertos que sólo saben bendecir. Vivimos al pie de la cruz con un corazón tras-pasado, queriendo devolverle la vida que otros, con saña infernal le quitaron, y como esa vida Él la dio por amor,

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no se le puede devolver, entonces ofrecemos nuestras vidas con Él para hacerle la compañía que merecen los que rea-lizan acciones tan heroicas, apagando la sed espiritual del mundo en el manantial de su Sangre derramada. La vida cristiana es la pertenencia a Jesucristo, y viviendo esa filiación se experimenta un gozo inefable. Cuando san Juan Bosco era un jovencito, se encontró con san José Ca-fasso. Se celebraban unas fiestas en la comunidad, y Juanito preguntó al sacerdote Cafasso: ¿Ud. no va para las fiestas? Don Cafasso le contestó: “Las diversiones del sacerdote son las funciones de la Iglesia”. Don Cafasso tenía toda la razón. Pero, para que las funciones de la iglesia sirvan de diversión para alguien, para que constituyan un respiro y un descanso profundo del espíritu, es preciso, hacer un camino en la fe y el amor del Señor. Se necesita enfocar el alma hacia las cosas de arriba, y perder un poco de ese sabor loco que todos tenemos por las cosas temporales. Hay que realizar una verdadera limpieza del alma, y experimentar un poquito de cielo en la tierra. Cuando se descubre la grandeza del sacrificio de Cristo, la belleza infinita de su corazón apasionado por el hombre, uno comprende que, al llegar al pie de la cruz de Cristo, uno ha hecho un gran descubrimiento. La mayoría de los cristianos no ahonda en su experiencia de Dios, y por tal razón, su fe le produce una alegría vaga y pasajera. Aquellos hombres y mujeres, amigos de Jesús Salvador, que se han metido de lleno en la plataforma san-tificadora del Evangelio, han experimentado la verdadera alegría de Dios, y nada ni nadie los puede hacer volver atrás o cambiar de propósito. Ese pensamiento lo proclamó san Pablo en su carta a los Romanos: “¿Quién podrá separarnos

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del amor de Cristo? Estamos enraizados en Él y hemos ex-perimentado el sabor de un amor purificado en la cruz. Ese amor cristiano tan fuerte, fue el que llevó a los primeros mártires a abrir la puerta del circo de las fieras “cantando salmos”. Ese gran amor a Jesucristo lleva a hombres y mu-jeres de todos los tiempos, a derramar su sangre con de-cisión firme y gozosa, a dejarse freír en aceite hirviendo, con la sonrisa en los labios, sin rencor hacia los verdugos, con la convicción de que les han hecho un bien al marti-rizarlos. Ese amor ha conducido a millones de hombres y mujeres enamorados de Dios, a renunciar a todas sus pose-siones, a atender y limpiar leprosos y a servir con gozo a enfermos incurables. Dios cambia los latigazos que nos da la vida en aplausos, pero hay que tener mucha fe para poder oír los aplausos. Ese amor que cambia los golpes en aplausos, es el que ha logrado que miles de jóvenes hayan decidido romper con el pecado, y caminen felices por el mundo con la mirada puesta en el corazón de Dios. Rezar al pie de la cruz es descanso para el alma, pues ahí nos encontramos con el rostro sereno de Jesús, quien nos dice que el sufrimiento convertido en ofrenda se vuelve gozo y seguridad. Contemplar el misterio de Cristo es en-sanchar la visión de toda esperanza. Es al pie de la cruz, contemplando el gran misterio de la salvación, donde toda vida cobra sentido. Cuando estamos enamorados de Dios, esa locura de la cruz nos hace gustar “qué bueno es el Se-ñor”. Es una gran pena que la mayoría de los cristianos mira a Cristo en la cruz un poco de lejos, y ante cada as-tillita que nos toca de la cruz, gritamos desesperados para que Dios nos la quite. Una lluvia de lamentos inunda a las

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comunidades cristianas, porque todos deseamos ir al cielo, pero el camino de la cruz, que es el camino elegido por Dios, no nos gustaría recorrerlo. Quisiéramos que las rosas, ni siquiera tuvieran espinas, para que no nos molesten.

Jesús ya resucitó, y su resurrección se transformó en heren-cia para resucitar. Así como la resurrección de Jesús pasó a través de la cruz, la herencia de la resurrección la recibi-remos después de pasar por la cruz. Jesús dijo: “Yo soy el camino”, pero no es sólo el camino de “resucitado” el que vamos a recorrer siguiendo a Jesús. El camino que tene-mos que recorrer para resucitar como Jesús, es completo: nacimiento humilde, vida en silencio, predicar la verdad, ser perseguido, morir en obediencia a Dios y sirviendo a los hermanos. Esa era la idea de san Pablo: “Quiero cono-cerlo, quiero probar el poder de la resurrección y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él, en su muerte, y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos”. (Filipenses 3, 10-11).

Jesús lo dijo bien claro: “El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga”. La comunidad cristiana europea ha luchado para que en algunas naciones no se re-tire el crucifijo de las escuelas, pues la cruz es base de la teología cristiana y del proyecto de salvación. La práctica de sustituir el crucifijo por alguna imagen de Jesús resuci-tado en algunas iglesias católicas, no es una idea muy feliz. La santa Misa es una actualización del sacrificio de la cruz, y la imagen que deberíamos tener delante es el crucifijo. La imagen de Cristo Resucitado corresponde a cualquier ambiente de vida cristiana, pero al participar del sacrificio de Cristo, bajo las especies del pan y del vino, debemos

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contemplar la cruz y saber que tenemos la herencia de la resurrección, pero Jesús nos pide recorrer un camino de purificación y de cruz para recibir esa herencia. Esto fue lo que Jesús quiso explicar en la parábola de banquete del Reino de los cielos. El banquete era gratis, pero todo in-vitado debía llegar limpio y con buena presentación. La resurrección es gratis, pero tenemos que llegar purificados. “El rey dijo a sus criados: la boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren, convídenlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta, y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: átenlo de pies y manos, y arrójenlo fuera, a las tienieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los es-cogidos” (Mateo 22, 8-14). La salvación es gratuita, ya está pagada, ya está here-dada, pero hay que vestirse de fiesta para recibirla. Un señor de Estados Unidos, era rico y tenía un hijo vago como él solo, disfrutaba de todo, pero no trabajaba. El papá murió bastante joven. Antes de morir, hizo su testamento con la asistencia de un abogado y repartió sus bienes. Al hijo que no trabajaba le dejó dos millones de dólares. Ese dinero quedó en manos del abogado, y para entregarlo debía cumplirse una condición: cuando el abogado tuviera cons-tancia de que ese joven había pasado un año trabajando, aunque fuera por paga, entonces se le entregaría el dinero. Ese dinero era del joven, era su herencia, pero, para que se

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la entregaran, debía “trabajar”. Jesús ya pagó por nosotros. Por el bautismo heredamos la vida eterna. Para recibir esa herencia hay que vestirse de fiesta. El pecado se le perdona al hombre. El perdón es gratuito, pero ese perdón sólo se recibe si el pecado está arrepentido. El arrepentimiento introduce en la secuela de una cruz formada por todos los acontecimientos que consti-tuyen el cumplimiento gozoso de la voluntad de Dios. Cada cristiano debería tener un crucifijo en el lugar de su descanso, y rezar el Padre Nuestro al pie de la cruz, como una reafirmación de su adhesión a Jesucristo. ¡Qué hermoso es pasar horas y horas al pie de Jesús Sacra-mentado o al pie de la cruz! ¡Qué descanso llega al alma, al ver el rostro sereno de Jesús, después de atravesar la dura barrera del dolor y de su anonadamiento sin medida!

Hazme, Señor, recorrer las galaxias de tu paciencia y de tu interés por nosotros. Lléname con tu divina voluntad, para que cada día venga, como loco de amor, a arrodillarme al pie de tu cruz, a rezar y a ofrecerte lo poquito que soy. Que mi alma se derrita como la cera al calor de tu fuego, y que yo me vuelva fuego que arde por amor. Echa a andar los in-mensos ríos de tu consuelo sacramental, que llenen tu Igle-sia, que la purifiquen, que la santifiquen, para que viva al pie de la cruz, con el gozo inmenso de sentirse salvada. Amén.

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Padre Nuestro

excelencia para estar a sus pies y decir palabras que a Él le agraden, es la oración del Padre Nuestro; esa gran oración de confianza en Dios que nos dejó Jesús como herencia es-piritual. Lo que fue el salmo 23 “El Señor es mi pastor” para el pueblo de Israel, es para nosotros, la oración del Padre Nuestro, que nos conecta con la providencia divina.

Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Dios te salve, María. Llena eres de Gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendi-to es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores. Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

El Ave María es un complemento de la visión del Padre Nuestro, pues en toda filiación, donde hay un Padre, se precisa de una Madre.

Son muchas las oraciones que brotan del alma enamorada de Dios y que nos unen fuerte-mente con Él. La oración por

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El Señor

es mi Pastor

Oigo sus pasos que me guían, siento la brisa fresca cuando su sombra me envuelve. Los latidos de su corazón van al ritmo de los míos, y mi alma se llena de alegría y sereni-dad.

El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, en frente de mis enemigos. Me unges la cabeza con perfumes y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.

Y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

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Lo elegí como mi pastor, y mi amor hacia él será como un hermoso huerto, donde descansaremos los dos.

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Remando mar adentro

Señor, mi barca está rota, mis redes casi no sirven, y mis manos ya están muy débiles y cansadas. Pero, en tu nombre, echaré las redes. Ven con-migo al agua y acompáñame en mis horas difíciles.

Sube conmigo a la barca, pues las olas son muy fuertes. Yo necesito sentir el apoyo de tu presencia. A tu lado me sentiré mejor, y sabré que mi trabajo es sólo para ti. Entre los dos, el proyecto será más firme, y la pesca será más abundante, porque Tú estás conmigo.

De puerto

en puerto

(canción - 1981)

1-Tú me dejaste dormir en tus brazos y soñar feliz con un amanecer. Correr como río que baja por la montaña. Agua fecunda que inunda los valles con su gran amor.

Seguir caminando, buscando la vida, queriendo endulzar hasta el mismo mar. Amor para siempre, cantar en la vida,

transformar el mundo en Reino de Dios. Y Tú, mi Dios, recibe mi vida, recibe mi amor.

Escucha esta canción...

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Cantando por la dicha de tener la vidaelevo la oración de mi felicidad.

Volando como estrella espacios infinitosyo creo que algún día encontraré la paz.Llevo un dulce sueño en mi alma grande

a una vida nueva quiero despertar.Recorrer los mares con mi pobre barca,

ir de puerto en puerto sembrando amistad.

2-Tú encontraste mis pasos dolientes y me diste paz con tu perdón.

Que corra mi vida anunciando un nuevo amor. Paz de mi Dios que llena la vida de felicidad.

Seguir caminando, buscando la vida, queriendo endulzar hasta el mismo mar.

Amor para siempre, cantar en la vidatransformar el mundo en Reino de Dios.

Y Tú, mi Dios, recibe mi vida, recibe mi amor. Escucha esta canción ...

Arránquenme la vida pedazo a pedazosi algún día quisiera no dejarla amar.

Busco en el remanso de una bella sendaese gran amor que yo tengo que dar.

Llevo un dulce sueño en mi alma grandea una vida nueva quiero despertar

Recorrer los mares con mi pobre barcair de puerto en puerto sembrando amistad.

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Mi Dios en silencio Aunque esté en silencio, su presencia llena el mundo,

y su Palabra se escucha en toda la tierra.

1-Él está en silencio, su dolor es grande.Él está en silencio, sólo sabe amar.

Él está en silencio, contemplando el mundode un hombre perdido que Él quiere salvar.

2-Él anda en silencio siguiendo unas huellasde un pueblo que busca su felicidad.

No escuchan su voz, ni oyen su llamada,buscando en la niebla lo que no hallarán.

3-Su mirada dulce se irradia en el tiempocansado y errante ofreciendo paz.

Muy pocos comprenden que Él vino a este mundoa ofrecer su amor, su felicidad.

4-¡Cuánta gente errante en busca de un sueñoque tal vez jamás podrán encontrar!Él es el camino, la meta más bella,la única senda que encuentra la paz.

5-Los sueños del mundo nos dejan vacíos.Son como sirenas de un profundo mar. Son sirenas bellas, son sirenas dulces,

pero siembran muerte, muerte sin piedad. 6-Jesús sigue andando, buscando a sus hijos,

con un amor grande clavado en la cruz. Díganle que yo lo busco y lo amo.

Su vida es mi vida, su amor es mi luz.

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Fe popular al pie de la cruzI. Señor,

haz que abandone la alforja que hasta ahora he llevado.Haz que rechace el vestido que traje hasta aquí.

Haz que libere mi alma ante tu presencia.Haz que abandone mi vieja razón de vivir. Dame valor en la lucha que llevo conmigo

y haz que comprenda que sólo un rival tengo yo. Ese rival es mi mal que llevo en mi adentro,

cuando me venza a mí mismo, seré ya de Dios.

II. Señor, hazme un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, siembre yo amor. Donde haya injuria, siembre yo perdón.

Donde haya duda, siembre yo la fe. Donde haya tristeza, siembre yo alegría.

Donde haya desaliento, siembre yo esperanza.Donde haya sombras, siembre yo la luz.

Oh divino Maestro, que no busque ser consolado, sino consolar.

Que no busque ser amado, sino yo amar.

7-Sé que Él sufre mucho desde el Viernes Santoen los nuevos Cristo que en el mundo están.

Yo quiero ser parte de ese pueblo santoque dejó esta tierra y hacia el cielo va.

Versos anónimos

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III. En tus manos, Señor, pongo mi vidacon todas sus angustias y dolores,

que en Ti florezcan frescos mis amores y que halle apoyo en Ti, mi fe caída.

Quiero ser como cera derretida que modelen tus dedos creadores,y morar para siempre sin temores,

de tu costado en la sangrienta herida. Vivir tu muerte y tus dolores grandes

disfrutar de delicias verdaderasy seguir el camino por donde andes.Dame, Señor, huir de mis quimeras

dame, Señor, que quiera lo que mandes,para poder querer lo que Tú quieras.

Poesía anónima

IV. No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido.

Ni me mueve el infierno tan temido,para dejar por eso de ofenderte.

Que no busque ser comprendido, sino comprender.Porque dando es como recibimos.

Perdonando es como Tú nos perdonas. Y muriendo en Ti es como nacemos a la vida eterna.

Oración de san Francisco de Asís.

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Tú me mueves, Señor, muéveme el verteclavado en una cruz y escarnecido.

Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,muévenme tus afrendas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor en tal manera,que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero, no esperara,

lo mismo que te quiero, te quisiera.

Unos atribuyen estos versos a san Juan de Avila, otros a Miguel de Guevara, otros a santa Teresa, y a otros muchos autores. Este soneto, que forma parte de las 100 mejores poesías de la lengua española, actualmente se considera poesía anónima.

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Dondequiera que estés

Este poema, dedicado con toda el alma a mi Señor Jesús, es uno de los encuentros más bonitos que he tenido frente al crucifijo. No es un regalo que le hago al Señor, co-locándolo en mi amor absoluto, sino un regalo que el Señor me ha hecho, ayudándome a configurar mi alegría profunda por haberlo encontrado y haberlo amado con todo mi ser.

1-Dondequiera que estés, yo estaré contigo. Dondequiera que vayas, te seguiré, Señor. Dondequiera que sufras, sufriré contigo

ofreciéndome todo, como incienso de amor.

2-Déjame caminar por donde Tú andes, déjame caminar en tus huellas Señor.

Que se cierren mis ojos a las glorias del mundoy que sólo vea tu mirada de amor.

3-He pisado sin Ti, mucha tierra vacía,he andado senderos con la muerte a mi lado.

Y hoy un grito en el alma me devuelve a la vida,y bendigo al cielo por haberte encontrado.

4-Todo el oro del mundo no podrá separarmede tu cruz, de tu vida, de lo que Tú me ofreces.

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Los pedazos de mundo que me han regalado,los devuelvo a sus dueños, una y mil veces.

5-Déjame que te abrace con toda mi almay que todo tu amor me llegue al corazón.

Quiero andar tus caminos y latir en tus manosy ofrecerte mi vida como en una oración.

6-Los latidos de mi alma son un canto a la vida,a esa vida que quiero devolverte, mi Dios. En los días felices, en las noches serenas, sólo aspiro a encontrarte y ser tuyo, Señor.

7-Tu mirada de Padre me consuela y me guíay me envuelven tus sueños, me ilumina tu luz. Yo iré por los mares, navegando en tu barca,

porque sólo contigo se hace fácil mi cruz.

8-Dale un puesto en tu cielo a esta pobre ovejitaque, con alma de niño, vive siempre feliz.

Buen pastor de mi vida, mi remanso y mi dueño,dondequiera que vayas, yo estaré junto a Ti.

9-He probado en mis labios el néctar del mundoque endulza la vida y maltrata el amor.

Mientras Tú llevas cruces que otros dejaron, porque fueron cobardes al llamado de Dios.

10-Que se escuche tu voz por toda la tierra,que se riegue tu nombre como alfombra de amor.

Que este mundo comprenda que eres la esperanza,la razón de vivir, el camino mejor.

11-Bautizado en tu sangre, redimido por Ti,dame un puesto en tu barca, y un lugar en tu cruz.

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Ya no quiero otra senda, ni el sabor de otra vida.Que yo muera en tus brazos, mi divino Jesús.

12-Que este mundo te ame con amor desbordante.Que se llenen canales, que desborden los ríos.

Que se abran volcanes por toda la tiera y derritan el hielo de amores tan fríos.

13-Que se apaguen las luces del espacio infinito.Que se enciendan las llamas de tu Espíritu Santo.Que la luz de tu Gracia le devuelva a este mundo

la locura de amor que han tenido los santos.

14-¡Oh ventura increada, o sabor celestial!Tu presencia nos lleva por galaxias de amor.

Qué feliz fue la culpa de un Adán deslumbrado,qué felices tus hijos por tu amor redentor.

Seguiré al Pastor -canción-

1-Por las ciudades y las montañas oigo la voz del Pastorque va buscando muchas ovejas que quieran vivir de amor.

Es un camino lleno de luz, camino de salvación,donde se encuentra la vida, donde todo es paz,

donde habita Dios.

2-Entre remansos y manantiales va el rebaño del Pastorque lo conduce por tierras altas, buscando un pasto mejor. Rocas hermosas y un cielo azul, y unos pasos sin dolor,

pues las espinas no hieren a aquellas ovejas que viven de amor.

3-En el rebaño del buen Pastor hay paz en el corazón.No es esta tierra para llorar, es una tierra de amor.

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Tú y yo, Señor

Tú y yo, Señor, en mi largo camino. Tus huellas son mis huellas. Tú caminas, yo te sigo. La meta eres Tú, la sed es mi amor. Rodando y tropezando te he ofrecido lo poquito que soy: un manojito de penas que adorna la pesada cruz de mis limitaciones. Eso soy yo, eso fue lo que la vida me dio, y eso te lo ofrezco con amor. La senda que me trazaste la voy regando con dulces gotas de lágrimas. A donde llega mi llanto, hasta allí llega tu amor. Por eso yo sé que la tierra que piso dará fruto abundante. Cada vez que Tú me sonríes, borras una pena de mi alma. Cada vez que yo te sonrío, quito una espina de tu corona. Así es nuestro andar. Sigamos andando, que contigo el camino siempre es hermoso. Sigamos sembrando, pues vale la pena sembrar hasta el final.

Los caminantes en esta vida que siguen la voz de Dios,van dejando huellas santas, con sus pies dolientes,

sembrando amor.

4-Sigue el camino, sigue cantando, sigue la voz del Pastor.Sólo un redil es esta tierra, es el Reino de mi Dios.

Nunca te canses, siempre adelante, que algún día llegarásal manantial de la vida, donde no habrá sed,

un reino de paz.

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Está amaneciendo -Canción-

1-Está amaneciendo para mí. La noche con su sombra ya se fue.

Puse en la cruz de Cristo mi confianza y bajo un cielo nuevo me encontré.

Está amaneciendo para mí.

2-Abrí mis brazos al viento buscando un amor, y el grito de la tierra me dijo que estaba en la cruz.

Busqué en el madero el canto de la vida, y el corazón de Cristo rasgó la eternidad,

y me llevó consigo para enseñarme a amar. Está amaneciendo para mí.

3-Si algún día en la sombra llegó a brotar mi llantoo algún dolor amargo me hizo regresar,

mis ojos se entreabrieron buscando a mis hermanosy con amor muy grande los pude perdonar.

Está amaneciendo para mí.

4-Me llevo de este mundo un corazón alegre,una sonrisa tierna que alguien me regaló.

En un camino abierto que va hasta el infinito,mi vida sigue andando, le doy gracias a Dios.

Está amaneciendo para mí.

5-Al anochecer nació una flory se quedó aguardando la lluvia y el sol.

Y la noche fue muy larga, y el rocío la cubrió,y cuando llegó la luz, ella cantó.

Está amaneciendo para mí.

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Jesús Pan de Vida

La vida de todos nuestros santos y beatos han sido vi-das consumidas al pie de la cruz. También han sido vidas alimentadas por el Pan de Vida. Dice Pablo VI: “Una vo-cación nace y se mantiene en fidelidad, cuando vive en la intimidad con Jesús Eucaristía”. Todo cristiano que se acerca a Jesús, necesita una fuerza especial para permanecer al pie de la cruz. Esa fuerza nos la da el Pan de Vida, Jesús convertido en Pan por su amor redentor. El capítulo 6 del Evangelio de san Juan nos trae el ser-món del Pan de Vida. Este tema le produjo dos momentos dolorosos al Maestro divino. Pero Él comprendía que un alimento como ése, necesitaba un largo tiempo para com-prenderlo y amarlo. El primer momento lo experimentó cuando el pueblo que le seguía no entendió a dónde iba Jesús con su proyecto del Pan de Vida. Jesús les dio pan en abundancia, pan para saciar su hambre material, y que esa hambre despertara el hambre espiritual. Que el pan material traído por el milagro los llevara al deseo del pan espiritual que era el mismo Jesús.

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La Pascua de Jesús contiene todo el Misterio Pascual.

En el cáliz, Jesús bebe su Pasión y Muerte, y brinda por su Resurrección.

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Pero la multitud falló, pues se quedó buscando más pan material. “Como Jesús no aparecía, ni sus discípu-los tampoco, la gente subió a las barcas, y fueron a Ca-farnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo al otro ladodel lago, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has llegado aquí? Jesús les contestó: En realidad, ustedes me buscan, no por los signos que han visto, sino por el pan que comieron hasta saciarse. Afánense no por la comida de un día, sino por la otra comida que permanece y por la cual uno tiene vida eterna. El Hijo del hombre les da esta comida. Él es al que el Padre Dios ha marcado con su sello”. (Juan 6, 24-27) El segundo momento malo para Jesús consistió en que la mayoría de sus seguidores encontró muy duras sus pa-labras, y lo abandonaron. Jesús les dijo: “El que viene a Mí, nunca tendrá hambre, y el que cree en Mí, nunca tendrá sed. ..... Yo soy el pan de la vida que ha bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo. ..... Cuando oyeron todo esto, muchos de los que había seguido a Jesús, dijeron: Este lenguaje es muy duro, ¿quién puede escucharlo? ..... A partir de entonces, muchos de sus dis-cípulos dieron un paso atrás, y dejaron de seguirlo. Jesús preguntó a los Doce: ¿También ustedes quieren dejarme? Pedro respondió: ¿A dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. (Juan 6, 35. 51. 60. 66-68) El Pan de Vida no era asunto de “si entendían o no”. Aquello era proyecto del Padre, como parte de la Encar-nación del Verbo. El Pan de Vida es un gran misterio de amor, y hasta él se llega por la fe y por la acción del Es-píritu Santo en nosotros. No es una simple fe humana. Aquí estamos tocando la presencia de Dios. En este tema, Jesús

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desborda todos los límites de la gratuidad de Dios, hasta entonces conocidos. En la Encarnación del Hijo de Dios, en su Muerte y Resurrección, y en el misterio del Pan de Vida, Dios llega a un amor tan grande al hombre, que sólo es posible en un corazón de dimensión infinita. Dios nos anunció por medio de los profetas que llegarían días en que el perdón de Dios sería tan perfecto y su amor sería tan grande, que el hombre quedaría deslumbrado y viviría una alianza indestructible con su Dios. Es un pac-to entre el Espíritu divino y el alma del hombre, sellado como una unidad santa, en un proyecto de vida eterna: Dios que comulga con el hombre, y el hombre que comulga con Dios. Es un llamado a la regeneración de la misma esencia del hombre. El Pan de Vida con su sabor celestial, irá borrando en el hombre el sabor del mal, el gusto por el pecado, y así irá re-cuperando el paladar de ángel, el gusto por lo espiritual, por lo divino. Mientras el hombre se olvida de Dios, se aparta de Dios, mientras la humanidad hace y saborea lo que sabe a pecado, lo que aleja del cielo, Dios, por su parte, aumenta su amor al hombre y lo cubre con un derroche de gratuidad divina. Después de la experiencia del diluvio y de la destrucción de Sodoma y Gomorra, Dios habló a la humanidad por boca de sus profetas. “Los montes se correrán, las colinas se moverán, pero mi amor por ti no se apartará jamás” (Isaías 54, 10). “Yo voy a formar con ustedes una alianza eterna, las prome-sas hechas a David” (Isaías 55, 3). “Cuando llegue el tiempo yo pactaré con Israel esta otra alianza: pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios

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y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse el uno al otro diciendo: conozcan a Yavé, pues me conocerán todos, del más grande al más humilde, porque yo habré perdonado su cupla y no me acordaré más de su pecado”. (Jeremías 31, 33-34)“Les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un es-píritu nuevo. Quitaré de su carne el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu y haré que se conduzcan según mis preceptos, y observen y prac-tiquen mis normas” (Ezequiel 36, 26-27) Los tiempos nuevos con la persona de Jesucristo realizan las promesas de Dios hechas en el pasado. Los milagros de Jesús, la maravilla de su predicación, el Pan de Vida, su Muerte y Resurrección, todo ello constituye el derroche inmenso de la gratuidad divina. La justicia de Dios no es justicia de castigo, sino justicia de amor. Dios sabe que el perdón y el amor curan el interior del hombre mucho más que el cas-tigo. En la era mesiánica, se debería cambiar el sistema de cárceles, buscando otro método que corrija más y que esté más de acuerdo con la mirada de Dios. Las cárceles y los castigos sólo detienen las fieras por un momento, pero no curan la persona como la cura el Evangelio. El Pan de Vida le da fuerza a nuestro espíritu para em-prender las grandes proezas de la fe, y va arrebatando nues-tras almas y lanzándolas a una nueva dimensión. No es alimento de hormigas, es alimento de almas grandes, de aves poderosas, que se atreven a comer a Dios como manjar. Para gustar de este pan, hay que renunciar a muchos panes que hacen daño. La vida del hombre posee un ciero vacío de Dios y esto produce hambre de Dios. A la vida humana no le basta con el pan material, o con las

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diversiones. No nos basta con acumular ganancias y seguri-dades del mundo. Hace falta algo más, un alimento que nos acerque a Dios, algo que nos lleve, al menos a interrogar-nos frente a nuestro propio misterio, buscando la respuesta a nuestro destino. El Pan de Vida no es sólo un misterio de amor, donde Cristo llega a ser sangre de nuestra sangre. Este Pan nos conduce a un proyecto de vida, donde entramos en la ofren-da de la cruz. Comemos el Pan al pie de la cruz, como san Juan y la Virgen María, sumergidos en el misterio del Se-ñor. Jesús se hace pan para ser partido y para ser comido. Sir-viendo en la comunidad cristiana, con Jesús, nos hacemos pan para ser partido y para ser comido. El bautismo nos conduce a un proyecto heroico, pues aceptamos el plan de Dios que nos purifica, invitándonos, como a Jesús, a con-vertirnos en pan para ser partido y para ser comido. El proceso de santificación cristiana es lento, pues aunque comulgamos cada día, y queremos ser como Jesús, el dejarse partir y dejarse comer no es fácil, y ante cualquier contrarie-dad o sufrimiento, no siempre reaccionamos “amando”.

Ahora bien, el parecerse a Jesús, el convertirse en tri-go molido por amor, no es una utopía. Muchos santos y santas han atravesado esa línea de fuego, y se han dejado moler, y su martirio cruento o incruento, no ha apagado su amor. Jesús dijo: “Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen”. San Esteban dijo: “Señor, no les tenga en cuenta este pecado”. María Goretti murió perdonando a su asesino. San Maximiliano Kolbe, preso en un campo de concentración, pidió que liberaran a un prisionero que iban a matar, y que lo mataran a él. Y de hecho, lo mataron.

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San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, mientras iba conducido a Roma para echárselo a las fieras, escribía a sus feligreses: “Quiero ser trigo molido por amor, quiero lograr el martirio, porque así seré un cristiano de verdad.....quie-ro que las fieras me coman todo, que no dejen nada de mí, para que no tengan que darme sepultura y así no seré mo-lestia para nadie”. En la puerta de una casa hay un pecesito de metal que sirve para que la puerta se mantenga abierta. Todo el que va a cerrar la puerta, le da una patadita al pez, lo empuja hacia un lado y cierra la puerta. Todo el que quiere mantener la puerta abierta, empuja el pez con el pie, y lo coloca para que detenga la puerta. El pez hace su servicio y se pasa el día de patada en patada. Y al pez, ni se le ocurre quejarse. Esa es la imagen del buen cristiano. La leña seca quema. La leña verde rechaza el fuego. Mu-chas veces seguimos siendo leña verde, y la gracia no nos puede transformar. Es el fuego del Espíritu que nos llena de Dios, y para santificarnos tiene que quemarnos. Nos ali-mentamos años y años con el Pan de Vida, y nos quedamos igual, pues al permanecer siendo leña verde, la Gracia no puede trabajar en nosotros, y la liturgia se nos convierte en un ritual vacío. La humildad y la sencillez de corazón podrá ir secando nuestra leña, para que podamos llenarnos con el fuego de Dios que arrebató al profeta Elías, o un fuego que nos convierta en trigo molido por amor, como a san Igna-cio de Antioquía. Somos herederos de una vida nueva, esa vida nueva que experimentó el salesiano Andrés Beltrami a los pies del sagrario, y esa vida que vivió María Mazza-rello, cuando miraba, en su enfermedad, la luz del Santísi-mo de la iglesia, a través de la ventana de su habitación.

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Jesús nos alimenta para que tengamos alma de niños y estemos locamente enamorados de Dios. Sólo así llegare-mos a ser plenamente felices, pues fuera de este encuentro profundo con Jesús, todo se desvanece, todo se acaba, todo se muere. Una vez, el teólogo Teilhard de Chardin se encontró en un desierto de Australia y no tenía pan ni vino para celebrar la Eucaristía. Entonces colocó sobre el altar los trabajos y los sufrimientos de la humanidad, y los consagró como cuer-po doliente del Señor Jesús. Al llegar a la comunión, no habiendo víctima para comulgar, Teilhard rezó así: “Ensé-ñame, Señor, a comulgar muriendo”. Comulgar con Cristo es morir a nosotros para que el Señor crezca en nosotros. Nosotros morimos y Él vive, así nos transformamos en otro Cristo. Así pensaba Juan Bautista: Que Él crezca, y que yo disminuya. Así pensaba san Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. No comemos a Cristo, es Cristo quien nos come a no-sotros, y cuando Jesús se transfigura en nosotros, le mostra-mos al mundo la grandeza del amor de Dios. De ahí, el lema salesiano: “Ser signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes”. Mostramos a los jóvenes el Cristo que se transfigura en nosotros. Después de la Comunión, resuenan en las iglesias miles de trompetas de ángeles que cantan a coro y repiten: “Gusten y vean qué bueno es el Señor”. Pero hay que tener mucha fe para poder oír esas trompetas, y sobre todo, mucho amor a Dios, para saber que nosotros al comulgar, somos como ángeles que cantan: Eterna es su misericordia. Gracias, Señor, por regalarnos, en un pedazo de pan, la herencia de la vida eterna, gozando de tu divino amor.

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La fracción del Pan

Pan para ser partido

Pan para ser comido

Es decir: el Pan eucarístico, la comunión. El Pan de Vida es el alimento que sana toda enfermedad del espíritu, y que llena el alma de fortaleza para testimoniar la fe en Jesu-cristo.

Jesús se hizo pan para ser partido y para ser comido.

Y nosotros, imitando a Jesús, nos hacemos pan para ser partido y pan para ser comido. Pero no es fácil dejarse partir y dejarse comer. Para entrar en ese proyecto santificador de Dios hay que destruir muchos deseos de brillar en la vida, y hay que matar muchos aplausos y muchas vanidades que hacen daño. La base de la vida social es el triunfo, el aplau-so, el primer puesto. La vida social es, ante todo, compe-tencia. Pero Jesucristo trajo otro proyecto, otro esquema mental, otros valores.

Jesús quiere que cada uno de sus hijos sea el primero en servir y el último en aparecer.

El Pan de vida es un alimento que prepara para la vida eterna. Aquí abajo hay muchos panes que hacen daño, y los hijos de Dios saben buscar su tesoro en el cielo, pues en este mundo, todo se acaba, todo se desvanece, todo se muere.

A uno de los primeros cristianos le preguntaron: ¿Qué es lo que les da la fuerza para dejarse matar por Jesús? Él contestó: El pan blanco.

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Si pudieraUn proyecto para trabajar en la propia vida.

1-Si pudiera...no decir ni una palabraSi pudiera...no cantar ni una canción.

Si pudiera...ver la vida como un sueñole daría mucha paz, a mi pobre corazón.

2. Si pudiera...vivir la vida en silencio. Si pudiera...esconderme en la oración.

Si pudiera...darle a Dios todas mis luchas lo que espero y lo que tengo, viviría por amor.

3. Si pudiera...andar con mis pies descalzos. Si pudiera...caminar sin hacer ruido. Si pudiera...vivir como vive un niño,

sin afanes, sin proyectos, y vivir en el olvido.

4. Si pudiera...quitarle al mundo las noches Si pudiera...caminar siempre en la luz. Si pudiera...volar hacia el firmamento,

y gritarle a las estrellas, que quiero ver a Jesús.

5. Si pudiera...dejar este cuerpo frágil. Si pudiera....llenarme de paz y amor.

Si pudiera...volar como vuela el viento, irme más allá del tiempo, al encuentro de mi Dios.

6. Si pudiera...dormir y no despertar. Si pudiera...descansar en mi Señor. Si pudiera...soñar con la eternidad,

Y quedarme allá jugando con los ángeles de Dios.

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Bebiendo de la fuenteCanción

Tú me dijiste, Señor, que en mi camino, amando al pobre y a aquél que sufre más,

yo probaré el agua de tu fuente, y encontraré tu amor y tu amistad.

En las mañanas te busco y te contemplo, y en tu mirada me lleno de tu paz.

Traigo en mis manos la ofrenda de mi vida, te traigo un pueblo que busca tu amistad. “Aquí me tienes, Señor, yo quiero amarte, amando al pobre y a aquél que sufre más.

Tuyo es mi pan, y el agua de mi fuente, ven a mi casa y amor encontrarás”.

Yo vi tus huellas que iban hacia el cielo, pero pasaban por tierras de dolor;

mientras oía una voz que iba diciendo: que en el calvario está la fuente del amor.

Soy como el águila que vuela hacia la altura, cruzando nubes, bebiendo luz del sol.

Como el arroyo que canta en la montaña, yo canto alegre porque encontré tu amor.

Cuando Tú oigas, mi Dios, que estoy muriendo, prepara un puesto a este pobre pecador.

Yo iré volando y cantando hacia tu reino, hacia esos brazos que guardan mi perdón.

Cae la tarde y yo vengo a tu presencia a ofrecerte mi canto y mi oración.

Junto al Sagrario yo quiero estar contigo como una vela que arde por amor.

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Contemplando los

Misterios Dolorosos

Jesús celebró la Pascua Judía el Jueves, porque en la Pas-cua que se iba a celebrar el Viernes, Él ya no sería el que come la Pascua, sino el Cordero que iba a ser sacrificado. Por eso, en su sacrificio creó otra Pascua, la de su persona inmolada por amor, actualizada en figura de Pan y Vino. Las autoridades religiosas del pueblo judío no podían consentir por más tiempo, que aquel hombre que decía “su-perar la Ley”, que anunciaba la destrucción del Templo, que pedía a los hombres espíritu y verdad para comunicarse con Dios, ellos no podían consentir por más tiempo, que aquel hombre solo, pobre y sin soldados, rodeado de un pequeño grupo de personas sencillas y pobres, que un hom-bre así pusiera en peligro todo el aparato religioso judío del momento. Era necesario que aquel hombre se callara para siempre, que desaparecieran sus discípulos, que su nombre fuera arrancado de las calles. Como cordero sería llevado al matadero, sin abrir la boca, en el silencio de Dios. Jesús celebró la Pascua en la fe de su pueblo y en la alegría de sus discípulos. Fue una celebración que terminó en un gran contraste: De la alegría de sus discípulos a la persecución de los soldados del Sanedrín; del canto de los salmos a la dura oración

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del Huerto de Getsemaní; de la institución del sacerdocio y la Eucaristía a ser juzgado y sentenciado a muerte por el Sanedrín; del mandamiento del amor a caer en manos de una turba enfurecida; del calor de unos amigos a la traición de Judas y a la dispersión de sus amigos que huyen. Real-mente había llegado su Hora, la Hora de Jesús y la hora del mundo, porque en el juicio a Jesús es juzgado también el mundo. El mundo juzga a Jesús, y siendo inocente, lo declara culpable y lo condena a muerte. Jesús sabe que el mundo es culpable, pero lo declara inocente y heredero de la vida de Dios: “Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen”. Aquella noche del Jueves al Viernes Santo fue una no-che triste para Jesús. Servidores de la casa del pontífice se entretuvieron en escupirle, darle bofetadas, burlarse de Él. Pedro negó conocerle. Judas se ahorcó al amanecer. Por la mañana llevan a Jesús al gobernador Poncio Pilatos. Lo acusan de que amotina al pueblo, de que se hace rey.

Primer misterio doloroso: La oración de Jesús en el Huerto. En la oración del Huerto se concentra toda su misión. El sudor de sangre es su respuesta a la voluntad del Padre. El sudor de sangre indica que la naturaleza humana de Jesús hace una entrega que duele. Lleva el sello de todo su ser, como el primer mandamiento, y lleva también el sello del holocausto, como sacrificio perfecto. Los discípulos con-templan la escena a distancia, pues ellos podían acercarse a los milagros, a los sermones, e incluso a la gloria del Tabor, pero esta Hora iba más allá de su comprensión y de su fe. Su pan todavía no estaba bien cocido para la ofrenda del altar.

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La oración del Huerto de los Olivos estuvo rodeada de la grandeza de la última Cena, y del difícil momento del prendimiento y el juicio. Era la Hora de Jesús, pero allí estaba presente el Padre para recibir la ofrenda. La Oración del Huerto inicia un proceso de desintegración de la mo-rada terrenal de Jesús. Este proceso lleva consigo el dolor de la acusación falsa, del juicio falso, y la amarga soledad, porque sus mejores amigos se dispersaron. Después de pasar por el poder religioso, y el poder civil, continúa con la flagelación, donde se cumplen las profecías de Isaías sobre el Siervo doliente. “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salibazos, pues que Yaveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado” (Isaías 50, 6-7).

Segundo misterio doloroso: La Flagelación de Jesús, atado a la columna. Aquél que predicó la libertad de espíritu con tanta fuerza, que se volvió el consuelo de los leprosos, que resucitó a Lázaro, que multiplicó panes y peces para muchedumbres con hambre, que manifestó gran compasión por las ovejas descarriadas, aquí lo vemos atado a una columna, golpeado, humillado, reducido al oprobio de una humanidad cruel y enferma, atravesando la dura corriente del dolor humano. Pero sigue siendo dueño de sí mismo, y posee la libertad interior, pues nadie le quita su vida, Él la ofrece por amor, y está consciente del valor de su sacrificio. Toda esta tra-gedia se desarrolla en silencio, como cosa normal ante una multitud que está acostumbrada a hacer del dolor humano,

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un teatro de entretenimiento. No fue propiamente un juicio, no fue una condena formal, fue un linchamiento pasional de un grupo convocado y amotinado. La copa de la ira de Dios no se ha rebosado, el poder de su brazo no ha descen-dido a cuidar del débil. Dios recibe la ofrenda del débil en silencio. La espiga ha madurado y está siendo cortada. Y los cielos se preparan para la gran victoria: la salvación en Jesucristo. “Creció como un retoño delante de nosotros, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia, ni presen-cia. No tenía aspectos que pudiéramos estimar. Desprecia-ble y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de violencias, como uno ante quien se oculta el rostro. Y con todo, eran nuestras dolencias las que Él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba” (Isaías 53, 2-4). La gente miraba y contaba los latigazos. Los más curiosos, reían cuando su cuerpo vibraba. A sus conocidos y amigos se les rompía el alma. Era la Hora terrible, la hora de Dios, la manifestación del pecado del mundo. La copa de la ira de Dios rebosaba y se descargaba sobre el inocente, como misterio de amor que nadie puede comprender. El verdugo intentaba dar con más fuerza, pero no podía. Lo que veía y experimentaba no era algo común. Se estaba pasando el límite de lo experimentado hasta ahora. Los soldados cum-plían órdenes, pero tenían miedo. Es como si la bondad de Dios derritiera los ganchos que arrancaban aquella carne inocente y santa.

Aquella noche, los verdugos no habrán podido dormir. Lo que sucedía era profecía, pero era adentrarse en lo que es santo y temblar sin saber por qué. No tenemos muchos datos de esos acontecimientos, pues la persecución judía

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devoró mucho material, pero no hay duda que la misma imaginación tiembla ante momento tan grande. La mirada dulce de Jesús, con un rostro ensangrentado y desolado, des-barataba a cualquier corazón humano, por duro que fuera, o aunque estuviera pagado para que gritara contra Jesús.

Tercer misterio doloroso: La coronación de espinas. La imaginación humana se pierde en la confusión, cuando trata de acercarse al sentimiento que devoraba el alma de aquellos que miraban a Jesús coronado de espinas. Un do-lor atroz, sangre que corría y una burla increíble, todo esto iba tocando fondo en la debilidad humana. Algunos amigos se habrían marchado, porque no soportaban la escena. Las esperanzas de un pueblo se venían abajo, sobre todo para aquellos que presenciaron algún milagro, y que esperaban otro tipo de redención. “Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nues-tras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y por sus llagas hemos sigo curados. Todos andábamos como ovejas errantes, cada cual seguía su propio camino, y Yaveh descargó sobre Él la culpa de todos nosotros. Fue maltratado, se humilló y no dijo nada. Llevado como cor-dero al matadero, como oveja que permanece muda cuando la esquilan”. (Isaías 53, 5-7) Al azotarlo y coronarlo de espinas, el gobernador Poncio Pilatos intentó desfigurarlo para que las gen-tes se compadecieran de Él al verlo en ese estado tan deplorable. Pero la turba ya no pensaba. Su pen-samiento era manejado desde arriba, por aquellos que convierten sus deseos en leyes, y no tienen compasión,

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porque sus corazones ya no funcionan al estilo humano. Posiblemente, muchos querían llegar hasta el final para ver lo que iba a pasar. Era un profeta, hizo muchos milagros, y de un momento a otro, Dios podría intervenir a su favor. Muchos se burlaban, muchos pedían su muerte, pero todos temían, incluso el Sanedrín y los soldados que lo martiriza-ban. Algunos lo llamaban “impostor”, pero todos sabían que el acontecimiento no era común, y que realmente era inocente. Se trataba de un reo invadido por una fuerza divi-na, y muchos no estaban seguros si realmente iba a morir. Se cumplían unas profecías, era un escenario de Dios, y donde Dios está presente, todos tiemblan. Su cuerpo está ensangrentado, su rostro desfigurado, su Hora está en marcha. El Maestro está preparado para termi-nar esta dura y a la vez grandiosa misión. Esos soldados no habían tratado otro caso como éste. Ellos saben que se trata de algo diferente. En la Resurrección, cuando vean que la tumba se abre, entonces lo comprenderán mejor. El dolor físico era fuerte, pero la pena más grande era la burla, la naturaleza humana humillada, escupida, rechaza-da. Toda ofrenda es hermosa, pero toda muerte es amarga, y todo sufrimiento es rechazado por el cuerpo doliente. La oración del Huerto continúa a través de la vía dolorosa de Jesús: “Aparta de mí este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”. Flagelado, coronado de espinas, se presentará a la contemplación fría de Pilatos, quien, al darse cuenta de que era un asunto muy complicado, se lavó las manos. También se presentará al rey Herodes y a su corte, completando así, todos los estratos sociales de su tiempo. No es que Él quisiera acusarlos a todos. Es que todos tenían derecho a recibir su amor y su perdón.

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Cuarto misterio doloroso: Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario.

Se inicia la comitiva, la marcha es dolorosa y fúnebre. Dios que se ha rebajado a ser juzgado por el hombre. Es la Hora de la Redención, de contemplar algo inaudito. Mien-tras Jesús se tambalea, cayéndose con la cruz, lo va rode-ando una multitud de comentarios, desde la agresividad a la compasión, desde la burla a la oración. Y mientras tanto, el Padre va recibiendo la ofrenda del Hijo que muere por amor. Todos los grupos sociales tienen sus representantes en la vía dolorosa de Jesús: algunos discípulos, personas ami-gas y comprensivas, el Sanedrín, el poder civil de Pilatos, algún curioso enviado por Herodes, y algunos extranjeros que se extrañarían al ver a un reo tan diferente a los demás. Tal vez, Simón de Cirene no fue obligado a llevar la cruz de Jesús, sino que él se ofreció a ayudarle, viendo lo mal-tratado que estaba el Maestro. Tres caídas en el camino y tres sacudidas de la multitud que camina bien atenta a las reaciones de este siervo do-liente. La gente avanza en suspense, pues consideran que el Maestro divino no llegará vivo al Calvario. Los que van rezando aumentan su oración y su fe, para que el inocente condenado sea cuidado por Dios hasta su último suspiro. Habrán repetido muchas veces el salmo 23: “El Señor es mi pastor ..... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, pues Él va conmigo”. El gran Maestro, acostumbrado a recorrer largos caminos en Galilea, y cansado de predicar de pueblo en pueblo, avanza pesadamente en el último recorrido de su vida mortal. Bendice la tierra que pisa, y deja grabadas

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sus huellas santas, para que los millones de peregrinos que recorrerán la vía dolorosa a través del tiempo, recordando ese duro acontecimiento, recojan ahí la herencia sagrada dejada por el Maestro, y aprendan en esa escuela de amor, la sublime lección de cargar la propia cruz con generosidad, y pongan su grano de arena para la redención del mundo.

Quinto misterio doloroso: Jesús muere en la cruz. “Era ya cerca de la hora sexta, cuando al eclipsarse el sol, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del santuario se rasgó por medio, y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos encomien-do mi espíritu”, y dicho esto, expiró. Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: Ciertamente este hombre era justo. Y todas las gentes que habían acudido a ver aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho” (Lucas 23, 44-48).

El condenado tomó su cruz, subió monte arriba hasta el Calvario. Lo despojaron de sus vestidos, lo tendieron sobre un madero, le clavaron los pies y las manos, y lo levantaron en alto hasta morir. Pero el que moría no era un hombre cualquiera. El centurión romano, que ya sospechaba algo de lo que venía, dijo: verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios. Las gentes volvían a la ciudad golpeándose el pecho, y los comentarios, por todas partes, comenzaban a cambiar. Lo mataron porque les traicionaba la verdad que había en sus ojos. Murió joven porque fue sincero, pero Jesús murió sin odiar. Lo condenaron porque se atrevió a pronunciar

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el sermón de la montaña, y sentó en primer puesto a los pobres y a los humildes. Lo mataron, porque se atrevió a llamar “sepulcros blanqueados” a los ilustres sacerdotes del templo. Murió perdonando porque comprendió hasta el fondo la fragilidad humana. Él sigue sufriendo y sigue mu-riendo en todo Cristo anónimo que es condenado inocente. En un mundo cargado de intereses mezquinos, y donde la competencia es una enfermedad, con su sabiduría divina, puso el puesto principal detrás del último, y la mayor gran-deza la puso en el servicio a los demás.

Así terminaba la Hora del Mesías, la Hora de la prueba, la Hora de la Misión, la Hora de la ofrenda al Padre. Y comen-zaba su nueva Hora, la Hora de la glorificación, la Hora de las conversiones, la Hora de la fortaleza de sus discípulos, la Hora del temblor de sus enemigos, pues sabían que algo iba a pasar y todos andaban desconcertados.

Quien había sufrido y había muerto era el Dios bueno, lleno de amor, que asumió la naturaleza humana, pero una naturaleza limpia, sin los resabios y pecados de que adolece. Él no se levantó de la tumba para vengarse, para acabar con sus enemigos. Por eso dijo: “Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen”. Resucitó para seguir perdonando, para seguir amando. Y sigue amando tanto que no recuerda los pecados de los hombres.

Cuando sus enemigos comprendieron que se habían en-frentado al mismo Dios, respiraron profundo, pues sabían que Jesús no se vengaría. También sus enemigos y sus ver-dugos recibirán perdón y amor, porque es la era de la sal-vación. Toda la fuerza del pecado se ha descargado sobre el Hijo de Dios, la tierra ha sido purificada, la alianza de amor

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eterno está firmada, y la victoria del bien está inaugurada. Es hora de cantar aleluya, hora de renunciar a toda maldad humana, porque el mal ya no tiene valor, ya es moneda fal-sa. Al abrirse la tumba de Jesús, se despierta el amor inicial del mundo, y se disuelve el pecado de Adán y el pecado de Caín. Y dichosos nosotros, si abandonamos todo resabio de pecado para poder resucitar con Cristo.

Alma de Cristo ............... santifícame.Cuerpo de Cristo ............ sálvame.Sangre de Cristo ............. embriágame.Agua del costado de Cristo-lávame. Pasión de Cristo ..............confórtame. Oh mi buen Jesús ............óyeme. Dentro de tus llagas .........escóndeme.No permitas ..................... qe me separe de Ti. Del maligno enemigo ...... defiéndeme. Y a la hora de la muerte ... llámame.Y mándame ir a Ti, para que con tus ángeles y santos te alabe.Por los siglos de los siglos. Amén.

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Salmos Los salmos son una escuela de oración y de confianza en Dios. Sirven para la oración, el canto, y la meditación del pueblo de Dios. Los salmos responden a actitudes de ala-banzas, súplicas y arrepentimiento. En mi meditación al pie de la cruz, traigo aquí tres salmos que me ayudan a comprender que Dios es mi herencia, la sed de mi alma y mi seguridad. En Él descansa mi alma. El autor de estos salmos ha dejado una clara huella de santidad y un camino hermoso para encontrarse con Dios.

Salmo 16: El Señor es mi herencia. Lo elegí como mi único Señor.

Gozaré de su presencia por toda la eternidad.

1-Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio. Yo digo al Señor: no tengo otro Dios fuera de ti.

¡Cuántos son en tu tierra los que corren tras otros dioses!2-No les ofreceré yo sacrificios,

ni sonarán sus nombres en mis labios.3-El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.

Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta mi heredad.

4-Yo bendigo a mi Dios que me aconseja, mi conciencia me instruye aun de noche.

Pongo siempre al Señor ante mi vista, porque a mi lado está, jamás vacilo.

5-Por eso, mi corazón y mi alma se alegran, y mi cuerpo descansa seguro.

Pues no me entregarás a la muerte,

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ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me mostrarás la senda de la vida,

el gozo grande que es mirar tu rostro,delicias para siempre a tu derecha.

Salmo 63 : Un alma sedienta de Dios.

En las mañanas medito en ti, Señor. Te busco para sentir tu presencia.

En las tardes me acuerdo de ti, y doy gracias por tus bendiciones.

1-Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugomi alma está sedienta de ti.Mi carne tiene ansia de ti,

como tierra reseca, sedienta, sin agua.

2-¡Cómo te contemplaba en el santuarioviendo tu fuerza y tu gloria!

Tu gracia vale más que la vida,te alabarán mis labios.

3-Toda mi vida te bendeciré, y alzaré las manos invocándote.

Me saciarás de manjares esquisitos, y mis labios te alabarán jubilosos.

4-En el lecho me acuerdo de ti,y velando medito en ti,porque fuiste mi auxilio

y a la sombra de tus alas canto con júbilo.Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.

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Salmo 91: Dios es mi seguridad.

Lo elegí como mi refugio y mi protección.Junto a Él no sufriré ningún mal.

Tú que habitas al amparo del Altísimo, a la sombra del Todopoderoso,

dile al Señor: Mi amparo, mi refugio. En ti, mi Dios, yo pongo mi confianza.

Él te libra del lazo del cazador que busca destruirte. Te cubre con sus alas y será su plumaje tu refugio.

No temerás los miedos de la noche, ni la flecha disparada de día.

Ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que avanza en pleno sol.

No podrá la desgracia dominarte ni la plaga acercarse a tu morada,

pues ha dado a sus ángeles la orden de protegerte en todos tus caminos.

En sus manos te habrá de sostener para que no tropiece tu pie en alguna piedra.

Andarás sobre víboras y leones, y pisarás cachorros y dragones.

Pues a mí se acogió, lo libraré. Lo protegeré, porque conoce mi Nombre.

Me llamará y yo le responderé, estaré con él en la desgracia.

Lo salvaré y lo enalteceré, lo saciaré de días numerosos, y haré que pueda ver mi salvación.

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El camino de Jesús

Hacia una vida espiritual más comprometida.

Dijo Jesús: “Echen la red a la derecha para pescar”.

Dijo Juan Pablo II: “Remen mar adentro, para entrar en el tercer milenio con pasión evangelizadora”.

Como pueblo de Dios, como Iglesia de Jesucristo, no-sotros disfrutamos de la verdad, y de la fuerza del Espíritu Santo para encontrar esa verdad, cuando se nos oculta o se desfigura. A veces podemos refugiarnos en alguna verdad cómoda, que se acerca más a la mentira que a la verdad. Cuando los apóstoles se pasaron la noche tratando de pescar algo en aguas superficiales, donde los peces comen tranquilos y pueden ser atrapados con facilidad, y no pes-caron nada, Jesús les dio un mandato de gran amigo: “Duc in altum”, remen mar adentro. Jesús los premió llenando sus barcas de peces, pero no era comida lo que Jesús quería darles. Jesús quería darles una gran lección: la orilla es có-moda, pero es peligrosa. La orilla conduce al fracaso, a la desilusión. La orilla está hecha para las almas con mucho miedo, para los peces pequeños, para las gaviotas que sólo quieren picar y comer. Las gaviotas de cielo azul y mar

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inmenso no son para la orilla. Los peces grandes no nadan en la orilla, nadan mar adentro. Los navegantes del Reino de Dios son hombres y mujeres de alta mar, de aguas pro-fundas, enfrentan el mar borrascoso, donde mueren las se-guridades y las pequeñas verdades, y se vive en continuo riesgo, pero anclados en una gran verdad: La Confianza en Dios. Los navegantes del Reino son personas de almas grandes, que miran hacia la inmensidad, que no se recrean en un puñado de peces para comer. Ellos tienen el apetito de otros manjares de alta mar. La pesca milagrosa exigió dos cosas: la fe en el Señor, y el riesgo de navegar mar adentro. Quien desea crecer al lado de Jesús, recibe su apoyo, pero tiene que comprometerse totalmente. Nuestra Iglesia gusta de las aguas tranquilas, de las aguas superficiales, el territorio de los peces pequeños. Así puede sentirse bien segura y tener todo bastante controlado. No queremos buscarnos problemas, pero el Evangelio siempre causará problemas, pues tiene que proclamar el bien y de-nunciar el mal. A veces, Jesús se conforma con decirnos: ¿Porqué temen, hombres de poca fe? Ustedes son las ver-daderas tormentas que deben sacudir los mares y están lla-mados a marcar el derrotero del mundo. Remen mar aden-tro, dejen la orilla para los que tienen almas pequeñas, para los que buscan pan y peces para comer, y se olvidan del Dios que los ama. El culto que damos a Dios se va volviendo débil, pues en vez de agradar a Dios queremos agradar a la asamblea. La liturgia es un sacrificio, actualización del sacrificio de Cristo y realización del sacrificio de la comunidad. La comunidad se sacrifica en la Eucaristía, pues tiene que presentar su ofrenda de caridad(ofertorio), su ofrenda de

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perdón (la paz), su ofrenda de amor (la comunión con Cris-to y con los hermanos). Comulgando con los demás, uno muere un poquito a sí mismo. Actualización del sacrificio de Cristo, y realización del sacrificio de la comunidad. Cele-brar la Misa es cambiar el mundo, sacarlo de su egoísmo y llevarlo a compartir. Los cantos, las oraciones y el tiempo del sacrificio queremos oficiarlos de tal forma que la gente se sienta a gusto, olvidando que es Dios quien debe sentirse a gusto. Es a Él que la comunidad ofrece su sacrificio. De este modo podemos caer en el lamento del profeta Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”(Marcos 7, 6-7). Una Misa de quinceañera es parte de una fiesta de salón, no tanto, una asamblea en oración. Al-gunos cantos de coros y solistas en las iglesias saben más a concierto popular que a liturgia sacramental. Nuestras iglesias han perdido buena parte del clima de oración. Los sacramentos de iniciación han sido invadidos más por el as-pecto social que por el encuentro con Jesucristo. Y así nos volvemos árboles con muchas hojas, pero sin frutos. La confianza en Dios no es equipaje de hombres de poca fe. Hay diócesis y parroquias que logran acumular bastante dinero para potenciar la evangelización, pero viven con los mismos problemas que los demás. No hay duda de que el apoyo económico sirve, pero Dios no funciona así. El dinero que se recoge en el mundo no es que resuelva los problemas, pues la vida siempre es complicada, ten-ga uno mucho dinero o tenga poco. El dinero que se re-coge expresa “desprendimiento”, “testimonio”. Dijo Jesús: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres”. Eso no quiere decir que vamos a resolver los problemas de los pobres. Significa que quien renuncia a algo, resuelve su problema,

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dejando lo material y buscando lo espiritual. Con caridad no resolvemos el problema de la pobreza. El mismo Jesús dijo: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes”. Con la caridad resolvemos nuestro propio problema, pues es-tamos llamados al desprendimiento como camino de san-tidad y encuentro con el Señor. La santidad se encuentra cuando, tanto el pobre como el rico, renuncia a lo material y busca el reino de Dios y su justicia. Ese fue el camino vivido y trazado por Jesús. El dinero lo necesitamos, pero nos conduce, muchas veces, a proyectos de la comodidad de la orilla, proyectos de aguas superficiales, a seguridades con mentalidad de mundo.

Tenemos muchos hombres y mujeres de Iglesia que son santos y santas de Dios, que nos dan un testimonio eficaz. Pero sabemos que en nuestra Iglesia no todo es luz. Un poco de gloria efímera y de poder de mundo nos mantienen en la orilla y no nos dejan remar mar adentro. El camino de Jesús es para hombres y mujeres con alma de niño y ena-morados de Dios, aquellos y aquellas que llenan sus vidas de humildad y espíritu de sacrificio, y sus historias se van escribiendo en una ofrenda diaria, hasta llegar a un holo-causto personal. Sabemos que la Iglesia de Jesucristo tiene un apoyo direc-to de lo alto, y ese apoyo es poder: “Jesús les preguntó: y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro le contestó:Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le replicó: Dichoso eres Simón hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado la carne, ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro (o sea, piedra) y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia. Los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino

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de los Cielos: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16, 15-19). Pero la Iglesia de Jesucristo, junto a ese indiscutible poder divino, tiene un camino trazado por el mismo Jesús, y rea-lizar ese camino es nuestro primer proyecto en esta vida: “Jesús los llamó y les dijo: Ustedes saben que los gober-nantes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos, abusan de su autoridad. Ustedes no sean así. Al contrario, aquél de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes. Y si alguno de ustedes quiere ser el primero, que se haga el esclavo de todos. Como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida como rescate de una muchedumbre”. (Mateo 20, 25-28)

Es muy fácil saborear bienes materiales, cosechar aplausos de manos débiles, acomodarse en barcas que se balancean en la orilla, pero el Maestro divino quiere un poco más. Jesús pide mucho, porque podemos dar mucho. Reactivar la vida de la Iglesia para una verdadera evangelización, implica un poquito más de sacrificio, colocándonos un poco más cerca de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Fe, sacrificio y humildad son tres elementos que adornan una verdadera experiencia de Dios. Hay santidad en el mundo, hay santidad en la Iglesia, pero no es todo lo que debería haber. Estos veinte siglos de Evangelio deberían haber im-pactado mucho más en el mundo pagano, y el mundo de-bería estar más lleno del gozo de Dios. Nos hemos quedado un poco cortos. Nuestra Iglesia está anclada en el mundo, y es conducida por hijos e hijas que sabemos gustar del mundo, y el Señor nos llama continuamente a rejuvenecer

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el rostro de su Iglesia, y a invadir los proyectos pastorales con un testimonio heroico, con un impacto de fe que salve al mundo.

En el pueblo de Israel, los profetas eran los guardianes de los tiempos de decadencia espiritual. Actualmente, nues-tra Iglesia se ha quedado casi sin profetas, pues los que se atreven a levantar una voz de alerta en alguna rama de la conducta cristiana, son suavemente conducidos hacia el si-lencio, porque molestan, igual que molestaban los profe-tas en el A.T.; igual que molestó Jesús cuando llamó a los fariseos “raza de víboras”; igual que molestó Juan Bautista cuando le dijo a Herodes que no le era lícito casarse con la mujer de su hermano.

Nuestra Iglesia nació al pie de la cruz, en un acto heroico de un Dios hecho hombre, que muere por amigos y enemi-gos, ofreciendo, con los brazos abiertos, la bendición más hermosa que se haya podido imaginar: la salvación. Una Iglesia que se llenó de Dios y se fortaleció con la venida del Espíritu Santo. Una Iglesia, cuyas barcas navegaron en las fuentes de sangre divina de hombres y mujeres que mostraron al mundo los débiles que son los poderes y los valores de esta tierra. Hombres y mujeres, mordidos y de-vorados por las fieras y las espadas romanas, pero con un espíritu más fuerte que todos los emperadores juntos. Una Iglesia que ha sido capaz de generar en el mundo santos y santas de Dios, espíritus grandes, positivos, que han com-prendido a Jesucristo y su poder redentor, que se han hecho débiles y se han llenado de Dios, y han hecho una gran exhibición de lo que es el amor de Dios en el mundo. Esos santos y santas han tenido que recorrer un camino casi solos,

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porque los proyectos de verdadera santidad se han ido de-bilitando y casi apagándose. Gracias a Dios, nuestra Iglesia posee demasiada gente buena en quien fijarse y a quien imitar, y el Evangelio se va abriendo camino seguro en un gran silencio espiritual y bajo la mirada de Dios. Los errores no nos preocupan, pero hay que estar alerta. Los santos y santas de Dios nos muestran caminos seguros para llegar a Jesús, porque son proyectos que se alimentan en la oración del Huerto de Getsemaní y tienen algo de la energía de la ofrenda del Calvario. Cuando san Francisco de Asís quiso asumir la fuerza del Evangelio y llegar hasta las últimas consecuencias, tuvo que romper con algunos esquemas del ambiente, y nadie lo entendía. También en ese tiempo había Iglesia, Iglesia de Jesucristo, pero las deficiencias seguían creando tropie-zos en la comunidad cristiana. Madre Teresa fue una gran figura para la Iglesia, pero cuando quiso crecer, sobre todo en el campo del testimonio, tuvo que dejar su congregación religiosa. La Iglesia profética es capaz de dar un viraje y buscar el camino correcto, aunque tenga que beber un poco del cáliz del Señor. La Iglesia no es un plan de Dios para cumplir normas, sino para construir santos. Pedro y Pablo, con su martirio, los príncipes y princesas, reyes y reinas que han renunciado a sus grandes bienes por seguir a Jesu-cristo, nos aseguran que la Palabra de Dios no puede estar encadenada, ni ser reducida sólo a las barcas de la orilla. Perdemos un poco la grandeza de nuestra unión con el Se-ñor, y no llegamos a la fe y a la fortaleza de los tres jóvenes, que enfrentaron al mismo Nabucodonosor para hacer ver que Dios está por encima de todo. El Espíritu Santo va suscitando valores, ideas, grupos, para no dejar dormir

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a la Iglesia, y hacerla que se mantenga en el recto camino, aunque sea peleando, dando a Dios lo que es de Dios y al mundo lo que es del mundo. Pero muchas veces, esos grupos y esas personas caen en la ley del menor esfuerzo, y hasta saborean lo que vale poco. El dinero y los aplausos son un verdadero peligro para los hijos de Dios, y si no estamos atentos, seguiremos siendo frutos menores de una tierra cansada. Como sea, cualquier sombra que posea la Iglesia no debe generar en nosotros ninguna preocupación, ya que las pa-labras de Gamaliel son bien claras: Lo que es de Dios, vive. Lo que no es de Dios, se desvanece y se muere. Además, las dificultades que ha tenido que vencer la Iglesia en su larga historia, son una señal clara de que es asistida por el Espíritu Santo. Como Iglesia, somos una familia donde hay muchos hom-bres y mujeres generosos, sacrificados, humildes, santos. Ellos son los que atraen mi atención día y noche. Su tes-timonio es mi alimento espiritual diario, y bendigo a Dios por esa riqueza espiritual que tenemos. Termino estas palabras sobre la Iglesia con el testimonio de un español, quien después de leer como treinta textos contra la Iglesia, expresó: “No importa lo que suceda, con-sérvense hombres y mujeres de Iglesia. Guarden el espíritu de la Iglesia. Sufran con sus dolores y alégrense con sus gozos. Escuchen a la Iglesia, pero sobre todo, ámenla. La Iglesia necesita ser amada, y enseñen a otros a amarla”.

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Con Jesús-al caer la tarde-

Al final de la jornada, vengo a tu encuentro, Señor. Ver tu rostro y oír tu voz, es mi felicidad. Estar cerca de Ti, me llena de paz y de alegría.

Cae la tarde y yo vengo a tu presenciaa ofrecerte mi canto y mi oración.

Junto al sagrario, yo quiero estar contigo,como una vela que arde por amor.

Yo sólo pido no pedirte nadaestar aquí junto a tu imagen viva.Oír tu voz, sentirte como amigo

y ser la lámpara que tu presencia cuida.

Tú eres la luz de mi vida. Tú iluminas mi mente y mi corazón para que se enderecen mis pasos, y algunas cosas me puedan salir bien. Ayúdame a estar conforme con todo aquello que no ha podido salir como yo quisiera. Cada día tiene sus victorias y sus derrotas. Pero todo cae dentro de tu divina voluntad. Tú siempre me acompañas y tratas de arreglar aquello que no me ha salido bien. Estoy aquí en tu presencia con un poco de miedo, pues a lo mejor no he sido fiel a tu santa voluntad.

Cada día te busco, porque no puedo vivir sin tu com-pañía. Fortalece mi ofrenda hacia Ti, alimenta mi fe y despierta mi esperanza. Soy propiedad tuya y eso me hace feliz. Cada día aguardo tu bendición y tu perdón.

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Y, aunque mi mal me hace tropezar, Tú me acoges con amor infinito y siempre me siento seguro ante el peso del destino eterno. Tú presencia me trae aliento y sosiego, y en las tardes de oración, parece que una suave brisa azota mi alma como una noche serena, bañada por la luz de la luna. Cada mañana me despierta tu rayo de sol, y las gotas de rocío me hablan de tu gran bondad que se esparce por todo el universo.

No te alejes, mi Jesús. Te necesito al andar por la dolorosa senda de esta tierra doliente, que luce cada día más cansada. Recoge, uno a uno los latidos de mi corazón, no quiero que nada se pierda, pues todo cuanto vibra en mí, quiero que sea para ti. Durante toda la noche cuento con la claridad de tu presencia. El sueño no es sólo para descansar, sino para multiplicar las formas de vivir para ti. Vivir o morir, me es igual. Muerto o vivo, siempre te pertenezco.

Échame tu bendición. Reafirmo mi unidad contigo, y es-pero volver con frecuencia ante ti, para rezar y meditar al caer la tarde. El día termina, el sol se va, pero mi amor por ti nunca se va. Gracias por escucharme y por despertar en mí el deseo del cielo, ese cielo donde Tú habitas, y donde me esperas para estar contigo por toda la eternidad. Amén.

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Buscando la luz

Vamos hacia la luz,

y la luz eres Tú, Señor.

El que va hacia Ti, Señor, va hacia la luz. El que va hacia Ti, está en el camino correcto. Quien va iluminado por otra luz, va hacia las tinieblas. Quien no camina contigo, va hacia el precipicio.

Veo fuego en las montañas. Los ríos viajan ardiendo. El amor se está muriendo, los corazones se apagan. El polvo del camino se hace denso y no podemos respirar. Tú eres compasivo, mi Dios, pero la cruz que carga el Cristo actual se hace muy pesada por el pecado del mundo y la marcha es lenta. La humanidad vive un preanuncio de horas apoca-lípticas. Tú debes aumentar tu misericordia y tu perdón, aunque el hombre no dé señales de abrir su corazón para purificarse y llenarse de vida nueva. Un apetito materialista absorbe todos los rincones de este cansado planeta, y ame-naza con lanzarnos a las desoladas playas de Sodoma y de Gomorra. Necesitamos profetas que nos sacudan, y un po-quito de luz que nos acerque a la hora de Dios.

Abre tu cielo y tu tierra, y que tu voz se escuche por todos los rincones del universo pidiendo al hombre que te acompañe en la construcción de un mundo nuevo. El heroísmo de la Redención se ha ido desvaneciendo a través del tiempo, y esa redención que cayó sobre buenos y malos, se va quedando sin respuesta. Tú esperas en el hombre y el hombre espera en Ti, pero la luz del camino disminuye su

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brillo por la niebla del sabor del mundo y de las metas pequeñas. El velo que cubre tu presencia se ha vuelto más grueso, y tu figura se nos pierde y caminamos a tientas, volviéndonos cada vez más débiles. El gran amor de Cristo calentó la tierra y le devolvió la esperanza, pero la esperanza se ha convertido en ilusión virtual, pues el hombre está entretenido en una esperanza finita que esté al alcance de sus manos. Las victorias que se obtienen producen un poco de alegría, pero llevan germen de derrota, y el hombre saborea los frutos amargos de sus manos pequeñas.

La siembra es poca, la cosecha es poca, y las lágrimas no pueden terminar en arco iris de alegría. No te retires al campamento de tu larga espera, pues el hombre no podrá encontrarte si tú no te muestras. El infinito se disuelve en una fe sin horizonte, y el hombre construye su cielo en la tierra, donde piensa que ya ha matado a Dios, sin embargo lo que ha hecho es comenzar la destrucción de su propio reino y de su propia vida. No te está matando a ti, Señor, se está matando a sí mismo.

La guerra interior que llevamos dentro se nos vuelve un mortal letargo, y masticamos tantos momentos de muerte, que perdemos el sabor de las cosas grandes. En muchos de tus hijos se ha perdido la capacidad de ver nacer una flor, y la brisa caliente debilita su ilusión y su entusiasmo. Su comida, su bebida y sus diversiones constituyen las pocas islas de su diminuto archipiélago, y aunque recorran todos los rincones del mundo, siempre se encuentran acorralados por lo poco que esperan con su vida pequeña. Águilas heri-das que no pueden levantar el vuelo, y ni siquiera tienen

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la ilusión de patalear y soñar con alas nuevas. Han construi-do el gran castillo de su propia ruina y Dios se le desvanece en la distancia. No dejes, Señor, que se pierda tu obra maes-tra, pues somos tus hijos, y como tal, todos merecemos es-tar contigo, contemplar tu rostro, y vivir tu eternidad feliz. El mundo no es malo, sólo le falta luz para decidir lo que es correcto y permanecer en lo correcto. Esparce por toda la tierra un poco de polvo mágico de tu sabiduría, para que nos llegue tu luz, y podamos seguir andando, librándonos de esta larga noche que nos hace tropezar.

De dentro o de fuera, alguna luz llegará hasta nosotros para hacernos comprender que Tú sigues ahí, llamando a nuestras puertas, hasta que se rompan las cadenas que nos atan a este mundo, y que nos obligan a conformarnos con una migaja de pan que es lo único que esta vida nos ofrece. Tenemos que buscarte dentro de nosotros con verdadera pasión espiritual, con un amor loco al estilo de san Pablo y los primeros cristianos, y especialmente al estilo de todos esos hombres y mujeres que tocaron el cielo antes de pasar por el frío de la muerte, y con pies de pecadores dejaron huellas de santos, huellas que nos permiten encontrarte a Ti, Dios de amor, a pesar de haber perdido los ojos que pueden mirar al infinito. Aguardamos la luz, y en la luz te encontra-remos a Ti, con más brillo y más alegría que antes.

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Brevedad de la vida 1. Tanto luchar y luchar con tantos pasos inciertos. Tanto cantar y cantar, y al final sólo hay silencio. 2. Visiten los cementerios y encontrarán muchos huesos. Huesos que mucho lucharon y hoy su lucha es el silencio. 3. Tantos hombres y mujeres que son los dueños del mundo, y en poco tiempo los vemos que ya caminan sin rumbo. 4. El mundo te ofrece glorias y te mantiene engañado. Y cuando ya no eres nadie vives solo y olvidado. 5. El mundo con su gran sueño de todo saca ventaja. Y se parece al relámpago, que brilla y luego se apaga. 6. Todo se acaba y se muere y el tiempo todo se lleva. ¿Para qué agonizar tanto, si al final todo se queda? 7. Es un vivir que se acaba sin poderlo comprender, entre sombras de la noche y encantos de amanecer. 8. Todo el que ofrece su vida como lo hizo Jesús, vive una historia feliz porque camina en la luz.

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1. Quiero la paz de los niños, de los que nada ambicionan.Quiero cantar con las avesy llorar con los que lloran.

2. No temo ser poca cosa,rechazado y olvidado,pues me basta con Jesúsde quien vivo enamorado.

3. Me he gastado por su amory me seguiré gastando.Yo no le doy nada mío,le doy lo que Él me ha dado.

4. ¡Oh Jesús, de mi aventura,en esa cruz tan clavado!Mi aventura no termina,pues siempre te estaré amando.

5. Andante de grandes maresque se queman bajo el sol,hoy me paso largas horasmeditando en un sillón.

6. Recorrí largos caminosproclamando la verdad.El Evangelio en las manosy un corazón sin maldad.

Atardecer

7. Ya mis pies están cansadosy mi voz se está apagando. Es la puerta de la vidaque mi Dios la está cerrando.

8. Grítenle a este mundo belloque yo me estoy despidiendo.Con la sonrisa en el alma,me voy con mi Dios al cielo.

9. El silencio de mi cajay las velas encendidas,completan con dulce calmala ofrenda de mi vida.

10. Con los ángeles volandoy la mirada de Dios, vuelvo al Padre como un hijoque de su amor disfrutó.

11. Allá los espero a todospara un abrazo infinito.Sepan que sigo feliz en mi aventura con Cristo.

Amén

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Acción de gracias

Gracias, Señor, por la vida.Gracias, Señor, por la paz. Gracias, Señor, porque nos diste un corazón grande para amar y un alma sencilla para llenar de estrellas la pequeña noche de la vida. Gracias, Señor, porque cada avecilla que canta, cada flor que se abre y cada niño que ríe, es un signo vivo de tu pre-sencia entre nosotros.Gracias, Señor, por tu cruz que nos purifica para santificar-nos más. Gracias, Señor, por la madre buena que nos diste, por su termura y su fe. Ella camina delante, como fuerte testimo-nio del pueblo cristiano. Gracias por el envío del Espíritu Santo para comunicarnos tu vida divina. Gracias por el Pan Eucarístico que nos ali-menta hasta la vida eterna.

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Orugas en busca de alas Todo nuestro vivir es un canto a lo positivo, y todo aconte-cer humano es considerado como algo que fortalece nuestros pasos en la vida. Pero no se oculta a nuestra mente la gran batalla de la humanidad, las sombras que hacen tropezar en el camino, y la cizaña del pecado que malogra muchas es-pigas de grano bueno. Hay mucha gente feliz, pero todavía hay muchas orugas que se debaten por ser mariposas. La vida es un viaje fascinante, pero nuestro continuo bus-car, es más que lo que poseemos o disfrutamos. Todo se desvanece en las manos y todo pasa tan rápido, que ape-nas da tiempo a convertir en historia lo que hemos vivido. Un torbellino de metas e ilusiones nos invade de noche y de día, y nos debatimos rompiendo fronteras, y golpeando acantilados, como rabiosas olas que luchan por ir siempre más allá. Nuestras manos se llenan de cosas, juguetes y más juguetes, que nos entretienen y nos cansan, porque no esta-mos hechos para las cosas. El tiempo nos pasa por encima como un fuego que todo lo devora. Nos amargamos en la gran competencia de tener más y de aparecer más, y lo que somos o tenemos, en el fondo, a nadie le interesa. Todo se muere, todo se desvanece, y lo único que quedan son nuestras ilusiones y nuestras angustias que fácilmente se vuelven una pesadilla que no nos conduce a nada. En el fondo, no somos más que orugas en busca de alas, que siempre nos quedamos orugas, porque siempre esta-mos soñando y buscando nuevas alas. Las cosas senci-llas y pequeñas nos darían un verdadero sabor de la vida,

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pero cambiamos lo que vale de verdad por esperanzas mezquinas, que no han satisfecho la vida de nadie. Cam-biamos el vivir por el competir, la libertad de espíritu por la posesión de las cosas. Cambiamos la compañía serena de Jesús, por la compañía ruidosa de lo que sabe a mundo. Y al final seguimos siendo orugas que han perdido la ca-pacidad de tener alas. “Si el grano de trigo no muere, no hay nueva planta”, dijo Jesús. No queremos pagar el precio de un grano de trigo que se muere, o de una oruga que se abre, para que brote la mariposa. Nos aferramos al pasado, disfrutando de todo aquello que nos envejece, y muere el sueño de ser mariposa con sed de infinito. Yo no sé si soy oruga, o si ya me volví mariposa. Lo cierto es que mi amor a Jesucristo es mi mariposa, y la gente que me apoya y que comparte conmigo su fe son las bellas alas que me permiten volar, haciendo de mi vida un hermoso sueño, del que nunca despertaré. (Publicado también en: Espigas en el camino, 252)

.....es fe

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Testimonios

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La locura de amor con que hombres y mujeres

han seguido a Jesucristo.

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A los que siguen a Jesús les toca un poco de su cruz y son los más felices del mundo.

Dice san Agustín: “Si éste y aquél pudieron, también nosotros podemos ser santos.

Los que han conocido el Evangelio de Jesucristo y lo han aceptado,

viven al pie de la cruz de Jesús.

“El que quiera venirse conmigo que tome su su cruz y me siga”.

Marcos 8, 34

Testimonios

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Jesús

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La Virgen María y Juan al pie de la cruz

Jesús vivía los últimos momentos de la Hora de su Mi-sión. Muchos lo habían abandondo, otros lo rechazaron y gritaron “crucifíquenlo”. El dolor físico que lo llevaba a la muerte era grande, era agonía. El dolor que le causaba el abandono en que lo habían dejado los suyos, era también grande. Habían repartido sus ropas y sorteado su túnica como si hubiera sido un cualquiera que moría. “Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre, la hermana de su Madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a la Madre, y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo a la Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre. Desde ese momento, el discípulo se la llevó a su casa”. Juan 19, 25-27 La Virgen María, Juan y María Magdalena estuvieron hasta el último momento al pie de la cruz. Ellos acompa-ñaron a Jesús y alegraron su corazón hasta el final. Contemplemos a Jesús, todo ensangrentado, hablando desde la cruz, uniendo a María y a Juan en la estrecha re-lación de madre-hijo, es un momento sublime. La fe, el amor y la adhesión de este grupito fiel hasta el final, se fortaleció al pie de la cruz. Y es grandioso el hecho de que Jesús nos dejó a su Madre en la persona de Juan, precisamente al pie de la cruz. En un momento de fiesta, Jesús nos dejó el sacerdocio y el Pan de Vida. En un momento de oración, nos dejó la gran oración del Padre Nuestro. Y en el momento más grande de su ofrenda al Padre, nos dejó a su Madre. Ella,

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cuyo corazón fue traspasado por muchas espadas, nos apoya y nos alimenta para que vivamos nuestra adhesión a Jesús con la intensidad de la Hora final, al pie de la cruz.

Los apóstoles al pie de la cruz

Vivir al pie de la cruz no es sólo mirar al crucifijo y compadecer a Jesús que sufre, más allá de lo imaginable. Somos nosotros por nuestros pecados, quienes necesitamos compasión y perdón. Vivir al pie de la cruz es aceptar la voluntad de Dios con gozo, y unirnos a su sufrimiento en la cruz, a través de la cruz de cada día. Vivir al pie de la cruz de cada día, con sus luchas y fatigas, y convertir todo lo que nos pasa, en ofrenda de amor, eso es cumplir la voluntad del Señor.

Tras la interpretación que Gamaliel dio sobre el hecho de Jesús de Nazaret, y la libertad que ofrece para la acción evangelizadora de los apóstoles, el Sanedrín aceptó su con-sejo. “Entonces, llamaron a los apóstoles, y después de azotar-los, les prohibieron hablar de Jesús Salvador. Luego, los dejaron ir. Ellos salieron del Sanedrín muy gozosos por haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesús. Y todos los días enseñaban en el Templo y en las ca-sas la Buena Nueva de Cristo Jesús”. Hechos 5, 40-42. Sintieron gozo al sufrir por el nombre del Señor. Ya esta-ban conectados a su cruz, a su Misión, a su Hora. Estaban aprendiendo a vivir al pie de la cruz.

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San Pablo al pie de la cruz

Pablo no había podido conocer a Jesús en vida, pues era todavía un muchacho, y el círculo social al cual pertenecía, de una forma u otra, bloqueaba toda comunicación con el Maestro divino. Luego conoció a los discípulos de Jesús, pero desde una óptica de oposición.

Ahora fue invadido por una fuerza, a la cual no se pudo resistir, porque era mayor que él. Por eso, se conformó con preguntar: ¿Quién eres, Señor? La respuesta fue sencilla: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. El tono de voz de Jesús, y el impacto de lo inesperado, sacudieron el alma de Pablo y lo lanzaron a la oscuridad.

La fuerza del amor de Dios lo sacó de las tinieblas, y al despertar ya era un nuevo Pablo. De experiencia en expe-riencia, Pablo llegó a comprender que la Muerte y la Resu-rrección de Cristo no eran sólamente noticia, sino un campo de vida en el que había que entrar, y una fuerza santa, por la que había que dejarse arrebatar.

“El Espíritu me asegura que de ciudad en ciudad, me aguardan cárceles, sufrimientos, tribulaciones. Pero de ninguna manera me preocupo por mi vida, con tal de ter-minar mi carrera y cumplir el ministerio que he recibido del Señor Jesús”. Hechos 20, 22-24.

“Me propuse no saber otra cosa entre ustedes, sino a Cristo Jesús, y a éste crucificado”. I Corintios 2, 2.

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“Por todas partes llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra persona”. I Corintios 4, 10.

“Con gusto me preciaré de mis debilidades, para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo. Me alegro cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecu-ciones y angustia por Cristo, pues cuando me siento débil, entonces soy fuerte”. II Corintios 12, 9-10.

“Por mí, líbreme Dios de gloriarme de nada, sino es de la cruz de Cristo Jesús. Por Él, el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo”. Gálatas 6, 14.

“Por su amor acepté perderlo todo, y lo considero basura. Ya no me importa más que ganar a Cristo y encontrarme en Él, desprovisto de todo mérito o santidad que fuera mío....Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrec-ción, y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él en su muerte, y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrec-ción de los muertos”. Filipenses 3, 8-11.

San Pablo nos da un testimonio claro de lo que significa vivir al pie de la cruz, siendo parte de la muerte de Cristo, para crucificar al mundo en nosotros, como el mundo es-tuvo crucificado en Jesucristo.

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San Lorenzo, mártir al pie de la cruz

San Lorenzo vivió a mediados del siglos III, nativo de Huesca, Aragón, España. Es uno de los mártires más vene-rados de los primeros siglos. Siendo muy joven, san Sixto, papa y mártir, lo nombró el primero de los siete diáconos de la iglesia de Roma. Esa posición llevaba mucha respon-sabilidad, pues tenía a su cargo el cuidado del tesoro de la Iglesia y la distribución de sus ingresos entre los pobres. En el año 258, el emperador Valerio publicó un edicto de persecución y ordenó que todos los obispos, presbíteros y diáconos fueran ejecutados inmediatamente. Más tarde fue arrestado también el papa, san Sixto. Cuando conducían a este santo varón a su ejecución, san Lorenzo lo seguía llorando, y deseando unirse él también a Cristo. Dice san Agustín, que el deseo tan grande que tenía san Lorenzo de unirse a Cristo, le hizo olvidar las exigencias del martirio. Fue en ese momento, que san Sixto le ordenó que dis-tribuyera los tesoros de la Iglesia entre los pobres. San Lorenzo hizo lo que se le ordenó, vendiendo hasta los vasos sagrados, y repartiéndolo todo. En aquella época, la Iglesia de Roma, además de proveer para sus ministros, mantenía unos mil quinientos pobres, y hasta enviaba limosnas a paí-ses lejanos. El Prefecto de la ciudad de Roma ordenó a san Lorenzo que entregara los tesoros de la Iglesia, y él le dijo que sí. Al tercer día llevó a la puerta del Prefecto a todos los cristianos pobres que pudo reunir, junto con ciegos, cojos y mancos, y dijo al Prefecto que esa era la riqueza

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de la Iglesia. El Prefecto se enfureció, ordenó que lo tortu-raran y que lo quemaran lentamente sobre una parrilla. La orden fue ejecutada sin misericordia, pero el mártir, forta-lecido por el deseo de Cristo y la Gracia divina, soportó sus sufrimientos con heroica entereza, y hasta encontró la fuer-za para burlarse de sus verdugos. Una especie de leyenda de san Lorenzo dice que, cuando ya estaba quemado de un lado, él mismo dijo al verdugo que lo volteara, porque ya ese lado estaba quemado. Hasta su último suspiro, el santo diácono oró por la conversión de la ciudad de Roma, para que la fe de Cristo se extendiera desde allí a todos los lugares del mundo. Varios senadores romanos que habían presenciado la ejecución, se convirtieron al Cristianismo y dieron un entierro decente a su cuerpo. El emperador Constantino erigió la primera capilla en el sitio que ocupa actualmente la iglesia de san Lorenzo extra-muros, que es la quinta basílica patriarcal de Roma. “Vida de los santos”, 1997, N. J. USA

San Francisco de Asís al pie de la cruz. La vida de san Francisco de Asís es una de las vidas que más ha impactado y sacudido al cristianismo de estos ocho siglos que han seguido a su aparición en la historia de la Iglesia. La radicalidad de su Evangelio, su gran espíritu de sacrificio, y la respuesta positiva que encontró en el mismo Jesús, dándole las cinco llagas, es un precioso ejemplo que ha llevado a muchos a vivir realemente al pie de la cruz. Romper con su familia por amor a Cristo, apartarse

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del estilo de fe de mucha gente de su tiempo, y asumir una postura evengélica tan exigente, representó para la Iglesia una gran riqueza, pero, para Francisco y sus seguidores, un tremendo sacrificio. La devoción de Francisco por la pasión de Cristo lo llevó a un viaje misionero a Tierra Santa. Extenuado por los ago-tadores esfuerzos apostólicos, padeciendo de las estigmas que había recibido en 1224, y ciego por una enfermedad de los ojos, Francisco murió al atardecer del 3 de Octubre de 1226, a los 44 años de edad, mientras cantaba el octavo ver-sículo del Salmo 142: “Saca mi alma de la cárcel, para que pueda alabar tu nombre”. Fue canonizado dos años más tarde por el Papa Gregorio IX. San Francisco fundó tres órdenes religiosas: Los herma-nos menores, las hijas de Santa Clara, y la tercera orden franciscana para laicos y laicas comprometidos con la po-breza evangélica y el amor a la cruz de Cristo. San Francisco ha capturado el corazón y la imaginación de los hombres de todas las creencias, por amor a Dios y al hombre, así como a todas las criaturas, por su sencillez, franqueza y tenacidad, y por los aspectos líricos de las múl-tiples fases de su vida. Él no fue un individualista inspirado. Fue un hombre que poseía una vasta percepción y una fuer-za espiritual increíble. Un hombre cuyo amor exhaustivo por Cristo impregnaba todo lo que hacía y decía. Hoy, ocho siglos después de su muerte, su espíritu, su amor a Cristo y a su Evangelio, siguen rejuveneciendo a la Iglesia y reafirmando la invitación de Jesús: “Vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo”.

Datos tomados del libro: “Las vidas de los Santos”, 1997, New Jersey. USA.

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Santa Teresita del Niño Jesús al pie de la cruz.

Teresa de Lisieux, nació el 2 de Enero de 1873, hija de una familia acomodada y de una profunda fe, perdió a su madre a los 4 años. Desde muy temprana edad, vivió una fe y un amor a Dios poco común. Cuando Teresita cumplió nueve años, su hermana Paulina entró al convento de las carmelitas. Desde entonces Teresita se sintió inclinada a seguirle por ese camino. A los quince años de edad quiso entrar en un convento de clausura, fue a ver al Papa León XIII para que le diera el permiso, pero regresó desilusionada a Francia, pues el Papa sólo le dijo: “Siga el consejo de sus superioras”. Ella no se desanimó. Siguió su lucha por convertirse en monja de un convento de clausura. A los diecisiete años de edad logró entrar al convento de clausura de Lisieux, donde vivió un amor tan grande a Jesucristo que aceleró su ofrenda, mu-riendo a la corta edad de 24 años. El sufrimiento es la vía más corta y rápida para llegar a la ofrenda de uno mismo, y a la santidad que el Señor nos pide. Ella pidió sufrimiento y lo consiguió. Fue tanto lo que sufrió que al final de su enfermedad, llegó al éxtasis del do-lor y de ahí, al éxtasis del amor, cuando en medio del dolor máximo, dijo: Dios mío yo te amo, y luego expiró. La Ma-dre María de Gonzaga, escribió en el registro del monas-terio: “Este ángel de la tierra tuvo la dicha de volar a su amado en un acto de amor”. Ella había dicho que el día de su muerte caería una lluvia de rosas del cielo. Murió el 30 de Septiembre

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de 1897 y no hubo tal lluvia. Pero el día de su canonización, doce aviones de la Armada francesa abrieron sus compuer-tas dejando caer toneladas de pétalos de rosas sobre el Vati-cano. Se cumplía así su sueño de la lluvia de rosas. Otros interpretan esa lluvia de rosas en otro sentido. Du-rante su corta vida, Teresita no sobresalió por encima de las otras monjas del convento de Lisieux. Pero, inmediata-mente después de su muerte, muchos milagros y favores fueron concedidos a través de su intercesión. La santa cum-plía así la promesa de hacer caer una lluvia de rosas (ben-diciones) después de su muerte.

Pensamientos de las Obras completas de santa Teresita del Niño Jesús: “Ahora no tengo ya ningún deseo, si no es el de amar a Jesús con locura. Mis deseos infantiles han desaparecido. No deseo tampoco ni el sufrimiento, ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor el único que me atrae. Durante mucho tiempo los deseé. Poseí el sufrimien-to y creí tocar la ribera del cielo, creía que la florecilla iba a ser cortada en su primavera. Ahora sólo el abandono me guía, no tengo otra brújula”. Obras Completas, 1980, pág. 211.

“Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza y de la entrega absoluta”.

“Después de mi muerte, dejaré caer una lluvia de rosas”. “Pasaré mi cielo haciendo bien sobre la tierra”.

“Desde la humilde celda carmelita, toda henchida de luz y de pobreza, te hiciste de los hombres la hermana universal. Pequeña, desconocida en tu existencia breve, hoy te con-templa el mundo grande como el amor”. o. c. pág. 320.

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“No todo fueron rosas, Teresa, en tu camino, ni luces de alboradas jubilosas, ni charlas amorosas con tu Amado divino. Conociste, también, noches oscuras, y en el yunquede muchas amarguras se forjó tu destino”. o.c. pág. 834.

Es impresionante el alto grado de santidad que esta santa logró en tan corta edad. En ella se realizó el verdadero mi-lagro de la cruz: Los que se acercan al misterio de la cruz, los que viven al pie de la cruz, se llenan de la gracia de Dios y viven el sueño de la verdadera felicidad.

Pinceladas de santidad

Santa Isabel de Hungría y santa Isabel de Portugal, tía y sobrina, unidas por una misma fe

y la misma pasión de amor por Jesucristo.

Santa Isabel de Hungría Nació en Hungría en el año 1207, hija de Alejandro II, rey de Hungría. Crecía en años y crecía en una gran piedad. A los 14 años la casaron con Luis de Turingia, y a pesar de su posición en la corte, comenzó a llevar una vida de simple austeridad, practicando penitencias y dedicándose a obras de caridad. Su esposo también llevaba una vida de profunda fe, y la apoyaba en su vida ejemplar. Luis murió en una de las batallas con los cruzados. Al morir su esposo, tenían tres hijos. Isabel dejó la corte, tomó disposiciones para el cuidado de sus hijos, y a los 21 años

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de edad, renunció al mundo, uniéndose a las terciarias de la Orden de san Francisco. Construyó el hospital franciscano de Marburgo, donde se dedicó al cuidado de los enfermos, hasta que murió a los 24 años de edad, en 1231. Fue canoni-zada en el año 1235 por el Papa Gregorio IX. El amor a Jesucristo y el amor a los pobres y enfermos la sacaron de su palacio y la llevaron a morir joven en otro palacio, el palacio de los que viven al pie de la cruz, y no se cambian por nadie, porque le sirven al verdadero Rey.

Santa Isabel de Portugal Hija de Pedro I, rey de Aragón. Nació en el palacio real de Zaragoza en 1271, y fue llamada Isabel como su tía, santa Isabel de Hungría. Vivió en una piedad intensa, y a los 12 años la casaron con Dionisio, rey de Portugal. Su esposo la dejó libre para que practicara sus devociones y ella vivió en el trono con la virtud y la regularidad de una religiosa. Se distinguió siempre por su caridad y su servicio a los pobres. Luchó contra dos situaciones bien duras: La guerra de su hijo Alfonso contra su propio padre Dionisio, y la guerra de su hijo, Alfonso IV, rey de Portugal, contra su nieto, Al-fonso XI, rey de Castilla. Ella intervino en las dos guerras y logró devolver la paz a su reinado. Después de la muerte de su esposo, tomó el hábito de la Tercera Orden de san Francisco y se retiró a un conven-to de las Clarisas Pobres, cerca del cual ella vivió en una casa que ella misma había construido. Desde esta sede de las Clarisas es que fue a intervenir en la guerra de su hijo. Por el camino se enfermó, recibió los últimos sacramen-tos, y murió el 4 de Julio de 1336. Fue canonizada por Ur-bano VIII en el año 1625. Igual que su tía Isabel, encontró

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más felicidad en la austeridad del convento de las Clarisas que en la alegría de su corte. Es una pena que haya en esta vida tantos hombres y mujeres ciegos, detrás de algunas migajas que es lo poco que el mundo puede ofrecer, y sin embargo, al pie de la cruz encontramos todo lo que el cora-zón humano desea en este mundo. “Las Vidas de los Santos” 1997, N. J. USA

San Martín de Porres y santa Rosa de Lima

Dos santos, formados en la misma ciudad y en la misma época, sellados con la sencillez y la humildad del Evangelio.

San Martín de Porres Nació en Lima, Perú, en 1579. Su padre fue un noble español, y su madre una india de Panamá. A los 15 años se hizo hermano lego de los Frailes Dominicos de Lima, y allí pasó toda su vida como barbero, agricultor, limosnero y enfermero. Llenaba su corazón el deseo de partir hacia las misiones e incluso llegar a ser mártir. Como eso no fue posible, ofreció su vida como un verdadero mártir. Dios lo enriqueció con muchas gracias y dones: la levitación y la bilocación. Su alma llena de Dios, servía con gran amor tanto a las personas como a los animales. En la casa de su hermana tenía un hospital para perros y gatos. Con su ciencia infusa servía a todos: desde los buenos consejos a las familias, hasta la iluminación a eruditos de la Orden y a obispos. Fue amigo cercano de santa Rosa de Lima. Murió el 3 de Noviembre de 1639. Lo canonizó el Papa Juan XXIII el 6 de Mayo de 1962. San Martín de Porres es un

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monumento a la sencillez del camino trazado por Jesús: “Quien quiera ser el primero que se haga el último”. Los que se gozan en el amor a Dios y el servicio a sus herma-nos, viven al pie de la cruz y llevan una vida feliz. Le aplico a san Martín, esta estrofa de uno de mis poemas:

“Si pudiera ... andar con mis pies descalzos.Si pudiera ... caminar sin hacer ruido.Si pudiera ... vivir como vive un niño,

sin afanes, sin proyectos, y vivir en el olvido”.

Santa Rosa de Lima Nació en Lima, Perú, en 1586, y su nombre fue Isabel Flores y de Oliva. Su madre la llamaba Rosa, por sus me-jillas sonrosadas, y ese nombre lo ratificó santo Toribio de Mogrovejo. Es la primera santa canonizada de Latinoa-mérica. Para ayudar a mantener su familia cultivaba flores y hacía bordados y otras labores de costura. Desde muy temprana edad hizo voto de castidad por amor a Jesucristo, y rechazó contraer matrimonio. Un hecho marca su decisión de servirle al Señor y romper con el espíritu del mundo. Cuando cumplió sus 15 años, su madre preparó una gran fiesta para hacer su presentación en sociedad. Ella no quería, su pensamiento era otro. Antes de la ceremonia se fue al jardín, cortó varias ramas de rosas, bien cargaditas de espinas, formó una corona y se la puso, apretándola sobre su cabeza. Las espinas la hirieron y ella se presentó sangrando y coronada de espinas de rosas. Los invitados pudieron comprender cuál era el pensamiento de la santa. A los 20 años se hizo terciaria de la Orden Do-minicana y se retiró a vivir en un eremitorio en un rincón

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del jardín de su hogar. Ahí se dedicó a la penitencia, mol-deando su vida al estilo de santa Catalina de Siena, a quien quería imitar. Padeció muchas adversidades, e hizo suyos los sufrimientos de los pobres, los indios y los esclavos. Murió en 1617 con 31 años de edad. Muchas de las flores que crecen al pie de la cruz, son cortadas a temprana edad, porque crecen y maduran rápido. Fue canonizada en 1671 por el Papa Clemente X. Las Vidas de los Santos, 1997, N. J. USA

San Juan Bosco y tres beatos que se alimentaron en su espíritu de fe: beato Augusto Czartoryski, beata Eusebia Palomino y beata Alejandrina María Da Costa.

San Juan Bosco Nació el 16 de Agosto de 1815, y murió el 31 de Enero de 1888. Casi 73 años vividos para la gloria de Dios, y con-vertidos en ofrenda al pie de la cruz. La muerte repentina de su padre y la pobreza de su familia limitaron y frenaron sus aspiraciones, pero la gracia de Dios en él, lo ayudó a superar todas las dificultades con valentía heroica. Después de superar una multitud de obstáculos, a los veintiseis años de edad, llegó a su ansiada meta del sa-cerdocio. Sus ilusiones y deseos de servir a niños y jóvenes formaban un volcán en su espíritu. Ese volcán no pudo ser apagado por las grandes lluvias que le cayeron encima. Le servía a Dios, amaba a Dios y Dios lo amaba, y eso era su-ficiente para seguir andando hasta la temeridad. Para 1846 no era vida lo que llevaba, simplemente agonizaba. Con un

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montón de muchachos huérfanos al hombro, una socie-dad que no veía con buenos ojos ese apostolado callejero, un clero acostumbrado a una vida cómoda y dispuestos a frenar la novedad del sacerdote Juan Bosco, y hasta algún obispo quería impedir aquel bello trabajo en favor de los más necesitados. Desde las palabras de aquel anciano Si-meón, los caminos de Dios son siempre bandera discutida, y quien lleva esa bandera tiene que saber lo que le espera. La vida se le complicó tanto que, hasta su madre, mamá Margarita, se quiso ir del Oratorio, porque no soportaba aquel fuego de aquellos muchachos. Juan Bosco le señaló el crucifijo, indicándole que sólo viviendo al pie de la cruz se podía aguantar aquel servicio apostólico juvenil donde sólo se buscaba la gloria de Dios y la salvación de las almas. Su lema era bien claro: “Da mihi animas, coetera tolle”. “Dame almas, Señor. Llévate lo demás”. Éstas son algunas de sus frases: Trato de formar honra-dos ciudadanos y buenos cristianos”. “Me basta que sean jóvenes para que los ame”.“Por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes vivo, por ustedes estoy dispuesto incluso a dar la vida”. “Queridos hijos míos en Jesucristo: esté cerca o esté lejos, no hago más que pensar en ustedes”. “El Señor nos ha enviado para los muchachos”.“He decidido que hasta mi último aliento será para mis queridos jóvenes”. En 1886, después de una larga vida de servicio a niños y a jóvenes necesitados, el médico que lo examinó, dijo: De este hombre no queda nada, se ha consumido todo. Al pie de la cruz no hay tregua, ni hay aplausos o satisfacciones humanas. Todo viene inmolado para gloria de Dios.

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Beato Augusto Czartoryski sdb Augusto nació en Polonia, en 1858 y murió en Italia en 1893, con sólo 34 años de edad. Una llama que ardió mu-cho y se consumió rápido. Su padre era un príncipe polaco, y su mamá una heredera a la corona española. Su madre murió muy temprano, pero dejó grabada en él, la alegría de la fe y el amor a Dios. Viendo a algunos compañeros de estudio que entraron en un convento de clausura, se des-pertó en Augusto el deseo del cielo. Su familia soñaba con que él fuera el heredero de su padre y el heredero de su madre. Pero Augusto empezó a no dar importancia al brillo del mundo. Como el joven insistía en su idea de hacerse sacerdote, su padre lo envió a estudiar a Francia para ver si se olvidaba del sacerdocio. Pero Dios tiene sus caminos, y cuando llama, abre las puertas. Mientras estudiaba en Fran-cia, san Juan Bosco hizo un viaje a Francia, donde Augusto oyó al santo presentar su obra. Augusto pidió a Don Bosco ser parte de su apostolado. Don Bosco aceptó, pero le pidió que debía ir a Polonia y renunciar oficialmente a todos sus bienes, y luego venir para hacerse salesiano. Aquella en-comienda no era sólo una renuncia, era un suicidio social, porque el mundo no perdona esas cosas. Augusto fue a Polonia, hizo la renuncia oficial a todos sus bienes, pero su familia lo abandonó totalmente. La intensi-dad de su amor a Dios, y el esfuerzo para vivir aquella rup-tura con el mundo, diezmaron su salud, y en poco tiempo su vida estaba terminando. Llegó a ser sacerdote, pero fue consumido por la enfermedad, viviendo realmente al pie de la cruz. A su ordenación sacerdotal, y al duro período de su enfermedad, nadie de su familia vino a visitarlo a Turín, Italia. La soledad flageló su alma, pero su amor a Dios

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ni se rompió ni se debilitó. Avanzó hacia la santidad con la energía de los que se acercan a la cruz de Cristo. A su muerte, solamente una tía vino al entierro. Los caminos de Dios son caminos heroicos, pero los que los recorren, nun-ca se arrepienten de haberlos andado. Fue beatificado en el año 2004, dentro de un jubileo de santidad de los salesianos de san Juan Bosco.

Beata Eusebia Palomino FMA Nació en España, en 1899, y murió en 1935, a los 35 años de edad. Es mucho lo que se puede decir de este ángel del cielo, pero en esta pincelada sólo aludiremos a la grandeza de su sencillez y su humildad. Se le llama la beata sirvienta. La familia de Euse-bia era muy pobre. El padre hacía trabajos temporeros para mantener la familia. Cuando llegaba el invierno, la mano de obra escaseaba, y no había lo suficiente para sobrevivir. Teniendo tan sólo siete años, la niña acom-pañaba al papá en el duro trabajo de ir por las aldeas pidiendo ayuda. Ese viaje duraba casi un mes. Su ino-cencia le hacía ver todo color de rosa, y no captaba la triste situación que les había tocado. Esta santa religiosa tuvo la dicha grande de gastar toda su vida dedicada al noble programa de un servicio humilde. De niña sirvió en la propia casa. Todavía ado-lescente fue como sirvienta a una casa de familia. De jovencita entró a trabajar en el colegio de las Hijas de María Auxiliadora. Al hacer el noviciado para iniciarse como religiosa salesiana, fue encargada de la cocina,

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y cuando profesó como religiosa, la encargaron del servicio de la cocina y de la ropería, servicio en el cual murió. Así como ella vivió de la caridad, luego llegó hasta el riesgo en su servicio a los pobres. Al estar encargada de la despensa, empezó a repartir trigo a los pobres por la puerta de atrás. Un día llegaron los miembros del patronato a hacer la re-visión del material, y debían quedar 15 sacos de trigo, pero sólo quedaban 12. Ella se fue a rezar a la iglesia, y los que hacían la revisión encontraron 15 sacos. Dios jugaba con esta hija predilecta, pero del susto que pasó, por poco se muere. Cuando murió, todo el pueblo de Valverde se hizo presente y muchos comentaban: “ha muerto una santa”. El párroco terminó su árticulo en el boletín parroquial de esa semana con estas palabras: “su sepulcro será glorioso”. Toda la Biblia es un cántico a los pobres, sencillos, y hu-mildes. Así son los santos, así es nuestro Dios.

Beata Alejandrina María Da Costa cooperadora salesiana (CS)

Nació en Portugal en 1904, y murió en 1955. A los 14 años fue perseguida por un señor, y ella saltó hacia afuera desde un segundo piso de su casa, y se fracturó la columna verte-bral. Quedó paralítica. Durante 5 años la visitaron grupos de oración, pidiendo su curación. Pero los planes de Dios eran otros. Después de cinco años de oraciones de noche y de día, con 19 años de edad y unas ganas locas de curar, Jesús se le presentó en una visión y le dijo: Alejandrina, yo no quiero que cures; quiero que me acompañes a sufrir por los pecadores del mundo. Su cama se volvió una larga

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crucifixión. Pasó 36 años postrada en una cama, acostada en una sola posición. Cada Viernes caía al suelo desde su cama, y experimentaba la agonía de Jesús durante tres ho-ras. Terminaba hecha un despojo humano. A los 43 años de edad, dejó de comer, y se alimentaba sólo con la Hostia consagrada. Por esta dolorosa senda de la cruz, llegó a ser la más grande mística del siglo XX. Sus células estaban cal-cinadas, pero ella seguía viva. Según el mandato de Jesús, sufría su pasión pensando en los pecadores del mundo. En su lecho de dolor, la visitaban miles y miles de personas, y su testimonio de unión con Jesucristo a través del sufri-miento en la cruz, era un maravilloso apostolado. Orientada por su director espiritual, un sacerdote sale-siano, se hizo cooperadora salesiana. Pronunció su promesa en su lecho de dolor, para ofrecer sus sufrimientos por los jóvenes y niños más necesitados del mundo. Al pie de la cruz se hizo parte de Cristo, y al pie de la cruz vivió los sentimientos de Cristo, ofreciéndo su vida por el perdón de los pecadores.

Augusto Czartoryski, Eusebia Palomino y Alejandrina María da Costa fueron beatificados en el 2004, en medio de un regocijo universal de la Congregación salesiana. Vivie-ron al pie de la cruz, sintieron la presencia de Dios en sus vidas, y dieron testimonio de las palabras de Jesús a sus apóstoles: Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se con-vertirá en gozo. Ellos lograron llegar al pie de la cruz y su ofrenda fue completa. Hoy son parte de la alegría de la Congregación Salesiana y ofrecieron sus vidas para rejuve-necer el rostro de la Iglesia de Jesucristo. Ellos marcan el camino, nos toca a nosotros seguir sus huellas.

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Cielo azul

Este artículo “Cielo azul” es como el broche de oro de esta publicación, como una oración de acción de gracias al pie de la cruz. Cuando Dios llena nuestra alma, los ojos se iluminan y todo lo ven hermoso. Hacemos una lectura del mundo que la vida nos hace recorrer, con los ojos de la fe, ojos iluminados por la esperanza y la victoria del bien, ojos embriagados por la bella luz de un cielo azul.

Desde el balcón de la fe, vemos la panorámica de la vida, cargada de cosas bellas, de ricas experiencias, de abundan-tes dones de Dios, esparcidos por todo el archipiélago de nuestro amor y nuestras ilusiones. Dios crea para nosotros una plataforma hermosa para que vivamos en un cántico de acción de gracias, porque su amor no tiene fin. Es tanto lo positivo que recibimos en este mundo, que lo negativo se desvanece, y la vida sigue siendo un viaje fascinante.

Todo lo bueno y hermoso que Dios ha puesto en nuestra vida, debe servir para calentar nuestra fe, y enloquecernos de amor hacia Él. Debemos aprender a repetir las palabras de san Pablo: “La gracia de Dios no se ha frustrado en mí”, y también poder decir: “He trabajado mucho” y “he co-rrido bien mi carrera”.

Además de ricas espigas, Pablo encontró muchas espinas en su camino, pero esas espinas se volvieron alimento, por la reciedumbre de su espíritu, por su confianza ilimitada en el Señor. Para vivir esta gracia de Dios que ilumina toda la vida, necesitamos crear en nosotros un alma de niño y estar

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locamente enamorados de Dios. Sin esa alma de niño y ese amor loco por Dios, no habrá suficiente luz en los ojos para ver los campos llenos de flores y de frutos en el camino, para transformar los días malos en días buenos; para hacer de las espinas, verdaderas espigas que alimentan; para ver todo el mundo iluminado por esa bella luz que sólo puede venir de Dios.

Sin un amor loco a Jesucristo, nuestro cielo azul se cu-brirá de nubes grises, e iremos por la vida con un saco de lamentos en los hombros, y nuestros pasos no cantarán ale-luya. Con esa alma de niño y ese amor loco por Dios ten-dremos la suficiente ciencia infusa para limpiar los ojos y ver todo hermoso. Tendremos el apoyo del cielo en todo lo que hacemos. Conquistaremos una vida feliz casi sin dar-nos cuenta. Nuestros pasos se llenarán de bendiciones, y no sabremos porqué, pues la gratuidad de Dios desborda nuestra lógica y nuestra manera de pensar. Dios es pura gratuidad. Él derrocha su amor sobre buenos y malos, y nadie le puede ganar en generosidad.

Con Él seremos capaces de transformar el fracaso en éxito, y la debilidad en fortaleza. En algunas ocasiones seremos capaces, como los tres jóvenes del horno de Babilonia, de caminar sobre ardientes brasas sin quemarnos. Así es Dios. Así es la vida de hermosa para los que le aman. El libro del Eclesiástico dice: “Si te acercas al temor del Señor, prepárate para la prueba” (Eclesiástico 2, 1). Y nosotros podemos añadir: Si te acercas mucho a tu Dios y lo amas con toda tu alma, prepárate para vivir la experien-cia de una vida mágica y hermosa. Su presencia purifica un poco, pero sobre todo, embriaga de amor divino. Este es el secreto por el cual los santos han sufrido toda clase

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de tormentos, sin embargo, llevan siempre la alegría en el alma, y casi ni sienten lo que les pasa. Y aunque sepan lo que les está pasando, nunca cambiarían sus vidas por la de aquellos y aquellas a quienes la vida parece que les ha tratado mejor. Cuando la locura de amor divino endulza la vida, hasta el sufrimiento tiene buen sabor. Es Jesús, el mártir del Gólgota, quien conduce a sus hijos a semejante experiencia.

La visión que presentamos aquí de la vida y sus aconte-cimientos, la armonía y el encanto de una vida centrada en Dios y alimentada por la fe, es como un cielo azul que baña de luz el universo. Es una atmósfera santa que en-vuelve nuestra existencia, una especie de fantasía espiritual que le da profundidad, colorido y riqueza a toda la vida. Es como el éxtasis del vuelo de las águilas, el descanso de la vista que se clava en el infinito, soñando con tocar la puerta de Dios. Es como andar por el territorio de las miradas lim-pias, con una iluminación de gracia y encanto que evoca la imagen del paraíso terrenal. De este modo, las sonrisas de to-dos los hombres y mujeres de buena voluntad, formando un arco iris de luz, le arrancan a la noche de esta vida, un nuevo amanecer, y se disuelven en el cielo azul, dejando el sabor de una experiencia santa, cargada de transfiguración y de Tabor.

Jesús hablaba a sus discípulos de su muerte, de esa destruc-tora tormenta que pasaría sobe Él, y que lo iba a demoler plenamente. Los discípulos se espantaban, pero ellos veían a Jesús muy sereno, y que hablaba de eso como si nada, y no acababan de comprender. De la misma manera que el Maestro les habló de su Pasión y Muerte, también los subió al Tabor. Era como decirles: no importa lo que pase.

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Esto que ustedes experimentan aquí, en el Tabor, ésta es mi vida. Esta alegría que hay aquí, es la alegría que llevo den-tro, y que me permite cumplir mi Misión con serenidad, no importa lo dura que sea. No hace falta que se queden aquí como quiere Pedro. Igual que yo, ustedes irán al mundo a cargar sus cruces, cruces redentoras, pero las podrán cargar con serenidad, porque la alegría que ustedes llevan dentro es parte de mi alegría. Yo estoy con ustedes y mi presencia en sus vidas los hará hombres serenos, incluso cuando ten-gan que derramar su sangre por mi causa.

Todo este camino de alegría y felicidad que está enraiza-do en Cristo, que brota de la unidad profunda con Él, no aparece claro para todo el mundo. Son pocos los que bus-can acompañar a Jesucristo en la cruz. Muchos buscan que Él les quite algunas cruces, que los libere del peso de la vida, que les allane el camino de la fe. La alegría se encuentra cuando avanzamos hacia Él para ser parte de su cruz, cuando queremos tomar parte en su muerte, cuando colocamos sobre el altar los sufrimientos que nos vienen para que los pecadores obtengan el perdón de Dios. La alegría brota del deseo y el valor de beber el cáliz con Jesús, de esa energía que entra en la herencia de la Resurrección después de haber cargado la cruz con alegría, sintiendo el gozo de haber cumplido la voluntad del Señor. Cada hombre o mujer que cree en Jesús, tiene su po-quito de Huerto de Getsemaní, y tiene su poquito de sudor de sangre. Pero la grandeza de sentirse unido a una misión redentora, seca el sudor de sangre y devuelve la alegría a aquellos y aquellas que han puesto el amor a Dios y a su Reino por encima de todos los intereses humanos. Todo esto le da a nuestra vida un toque de resucitados.

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Todo lo vivido al pie de la cruzdebe morir en el silencio,

donde todo se vuelve ofrenda.

Llegando al final Jesús mío, nos acercamos al tiempo final. Tú sabes bien, que al morir el padre y la madre, los nexos de familia se debilitan y cada hermano se dispersa por su camino. Los hermanos de Con-gregación nos apoyan, pero, por lógica natural, se quedan siempre a una cierta distancia. Los amigos adquiridos en este largo camino de la vida, son personas buenas, nos comunican su alegría y su amor, pero no los podemos cargar con nuestra hora doliente. Mi salud no es muy buena, y presiento que mi final podría ser un poco difícil. Sólo me quedas Tú, y eres más que suficiente para apoyarme al final de mi carrera. Camino contigo al pie de la cruz, y aguardo cada día tu bendición para que yo pueda llegar hasta el final, con alma serena y el gozo inmenso de haberte encontrado. Amén.

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Este librito se terminó de imprimiren el mes de Noviembre del 2012

en los talleres gráficos de EDITORA CORRIPIO, S. A. S.

Calle A esq. CentralZona industrial de Herrera

Santo Domingo, República Dominicanawww.editoracorripio.com

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El sabor del mundo empobrece la ofrenda personaly debilita la mirada hacia el cielo.

Cuando el alma es capaz de ofrenda perfecta, es que ya ha sido liberada y ha dejado este mundo.

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Con mi canto del cisneal atardecer de mi vida,

vengo ante Ti, mi Señor,a rezar y a ofrecer.

Cuando ya lo que quedeno sirva para ofrecer,

tíralo, dispérsalo, como cenizas sobre el mar,

porque ya la ofrenda está completa.