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Cartas de un arponero ingenuo

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Page 1: Cartas de un arponero ingenuo

CARTAS DE UN ARPONERO INGENUO

De peces y peceras

PEDRO J. RAMÍREZ

Actualizado: 02/11/2014 03:25 horas

No sabes, querido Casimiro, la alegría que me

diste el sábado pasado cuando leí lo mucho que

hablabas de mí en la vistosa entrevista que

accediste a conceder a este periódico. Lo de

menos era que algunas de tus frases -«Pedro J. es

como un pez al que sacas de la pecera y lo

pones en la mesa. Se muere. Ya no tiene el agua

para vivir»-, no fueran precisamente simpáticas.

Lo de más que por fin, al cabo de nueve meses de

incomunicación sólo interrumpida el día que te

invité a almorzar en casa poco antes del verano,

justo cuando ya sentía el escozor de ese látigo de

la indiferencia con el que sólo se fustiga desde la

cima, decidiste reanudar el diálogo que

mantuvimos a diario durante los treinta años en

los que primero te nombré jefe de sección,

después te nombré redactor jefe, después te

nombré subdirector, después te nombré director

adjunto, después te nombré vicedirector y por fin

respaldé la decisión de la editora de nombrarte

director, una vez consumada mi destitución.

Debo reconocer que me sorprendió doblemente la

vía de comunicación elegida. Primero porque,

siendo la línea recta el camino más corto entre dos

puntos, haya hecho falta talar árboles, extraerles la

pulpa, transformarla en gigantescas bobinas,

imprimirlas en una nave industrial en lo que

denominaste en tu discurso de la otra noche «el

periódico de papel» y transportarlo hasta miles de

puntos, incluida la Avenida de San Luis, donde

están tu despacho y mi mazmorra, para

franquear las pocas decenas de escalones que

separan la primera planta de la segunda.

Tampoco se me escapa que entre los muchos y

seguramente acertados cambios que vienes

introduciendo en el periódico -yo, sentimental de

mí, echo de menos nuestra legendaria bola verde-

has decidido poner fin a la regla que durante un

cuarto de siglo apliqué a rajatabla hasta al

mismísimo Umbral: nadie podía ofender,

criticar o zaherir desde las páginas de EL

MUNDO a los demás peces de la pecera.

Porque, claro, aunque me coloques ya extramuros,

aunque me veas dando las últimas boqueadas -

¿tanto te incomoda que este ingenuo arponero te

sirva de escabel dominical?- , uno todavía

conserva las escamas intactas, una notable reserva

de oxígeno en las branquias y, hasta excluido de la

foto, sigue considerándose un poco de la casa.

Pero, oye, a nuevas normas, buena cara. Si es así

como el fundador de EL MUNDO -perdón, ex

fundador tras lo de la foto y sus secuelas debe

dialogar con el director de EL MUNDO,

cúmplanse tus designios y empecemos por el

cabezal de la entrevista. Dices, Casimiro: «Ahora

somos más incontrolables». O sea que antes

éramos menos incontrolables. Cuando alguien

utiliza el lenguaje con la precisión con que tú

sueles hacerlo, la expresión deja poco margen al

equívoco. Pero por si quedara alguno, el gran Rafa

Alvárez lo pulveriza al acotar la comparación a

«hace un año», conmigo como director. No hay

vuelta de hoja: según tú, en aquel tiempo remoto,

cuando publicábamos los papeles de Bárcenas y

pedíamos la dimisión de Rajoy y Cospedal,

cuando sacábamos los colores un día sí y otro

también a la Casa Real, cuando poníamos en su

sitio a Prisa y otros conseguidores, es cuando

éramos más controlables. Ya. Debe ser casualidad

que sea precisamente en asuntos como estos en los

que salta a la vista que, como tú mismo dijiste el

mes pasado, «la posición de Pedro J. Ramírez y

la línea editorial de EL MUNDO no coinciden».

Si a muchos lectores les habrá sorprendido tu

diagnóstico, imagino que la consiguiente

explicación les habrá dejado estupefactos: «Yo

tengo pocas relaciones con el poder que me

coarten». O sea que tú tienes «pocas» que te

«coartan» y yo tenía muchas y por lo tanto estaba

coartadísimo, o al menos más coartado que tú.

Caramba, caramba, con las... coartadas.

Esto nos lleva a esa metáfora de los peces y la

pecera, nada cariñosa en lo que me atañe pero

muy elocuente de la relación incestuosamente letal

entre la prensa y el poder. Todavía recuerdo un

artículo en el New York Times de hace cuarenta

años en el que se alegaba que un periodista puede

elegir qué anzuelos tragarse pero no puede salir de

la pecera sin abandonar su obligación -ahí me

duele tu esquela-, entre otras cosas porque eso le

permite tirar a veces del sedal y zamparse al

pescador completo, que en definitiva es de lo que

se trata.

Es cierto que en mis últimos meses como director

me sorprendió la presencia física en tu círculo

íntimo de la omnipotente Sáenz de Santamaría -

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ora pro nobis- y que, como sabes, las omisiones en

la última entrevista a María Dolores de las

Mentiras me mosquearon cantidad. Supongo que

te referirás a ambas cuando dices que hay «pocas

relaciones con el poder» que te «coarten»; pero de

verdad creo que el Pepito Grillo que te corroe está

poniendo el listón demasiado alto. Quam miser

est, qui excusare sibi se non potest!

Oye, yo también te invité a celebrar mis cincuenta

tacos con Suárez y Aznar toreando al alimón -qué

conversación tan inolvidable- y bien sabes lo

implacables que fuimos con el uno en Diario 16 y

con el otro en EL MUNDO cuando se negaba a

desclasificar los papeles del CESID o cuando le

canté las cien razones contra la invasión de Irak.

No me cabe la menor duda de que tú harías lo

mismo con la vicepresidenta si, como dice

Bárcenas y publicó Ekaizer, fuera cierto que su

jefa de gabinete hizo gestiones en favor del

tesorero acorralado por la Justicia; o con la

Pinocho genovita si pensaras que es imposible que

alguien firme un recibo de 200.000 euros sin

recibirlos. A lo mejor un día de estos EL MUNDO

vuelve a pedir que se vaya Rajoy, como in illo

tempore, y confundes mis aplausos con esos

espasmos en los que me ves inmerso.

Lo inaceptable, querido Casimiro, es que tu

injustificada mala conciencia por pecadillos en

apariencia veniales utilice como palanca retórica

la magnificación de los imaginariamente míos.

Con el tiempo te irás dando cuenta de que un

director de periódico o deja de cumplir con su

deber o se queda más solo que la una. Así me ha

pasado ya dos veces y a mucha honra. ¿Quién de

tus interlocutores habituales te engañaba sobre mis

«relaciones con el poder» que, según sugieres,

hacían a EL MUNDO más «controlable»? ¿Acaso

Ayuso te contaba que yo entraba subrepticiamente

en la Zarzuela? ¿Era Martínez-Castro la que te

decía que Rajoy me recibía en albornoz a la hora

del sudoku? ¿O Cendoya quien te desvelaba que

me reunía con Botín justo cuando más agobiado

estaba por el encargo de darme la boleta?

Añades, Casimiro, que he dicho cosas que no te

han gustado. Parece obvio que te refieres a los

tuits en los que respondí al editorial del miércoles

22 en el que EL MUNDO decía que «cedí» mi

cargo como director a raíz de un «acuerdo». Yo

repliqué que primero se me «borraba de la foto» y

luego se «reescribía la Historia», que eso era

«engañar a los lectores», y que «fui destituido del

periódico que fundé junto a mis compañeros tras

una brutal campaña del Gobierno». Mira, como

cabe la posibilidad de que precisamente se tratara

de ese único día cada cinco años en el que, por

cefas o nefas, un director no lee el editorial, retiro

lo del «engaño» y admito que pudo tratarse de un

descuido.

A cambio te pido que ratifiques, si ha lugar, en

sede judicial tu propia versión de los hechos,

coincidente con la mía, en los términos exactos en

los que la reflejaste en tu primer encuentro digital

como director de EL MUNDO: «Han cesado a

Pedro J. porque en los últimos tiempos nuestro

periódico ha publicado informaciones muy

comprometidas que han afectado a instituciones,

partidos políticos, sindicatos, etc. Los poderes

fácticos de este país no soportaban a un director

como Pedro J. A esto se suma una situación

financiera complicada del periódico».

Y te digo lo de la sede judicial porque te supongo

enterado de que el propietario de EL MUNDO, el

grupo RCS, me ha requerido, a través del

despacho Uría y Menéndez, el pago de 100.000

euros como penalización por haber refutado ese

párrafo del editorial en los términos antedichos.

Invoca para ello, de forma inapropiada -verás que

sigo versallesco- el contrato que, al poner fin a

nuestra relación laboral y societaria de manera

amistosa, alumbró al arponero. Pero eso sucedió

una vez que, con mi expresa disconformidad, el

Consejo de Administración procedió a destituirme

«tras» -he aquí mi adverbio- esa «brutal campaña»

iniciada por el propio Rajoy en sede

parlamentaria. Recordarás que así lo especifiqué

durante mis despedidas ante cientos de testigos,

alguno tan cualificado como el propio consejero

delegado de RCS Pietro Scott-Jovane.

No creo que, como dicen algunos amigos, el

propósito de RCS sea intimidarme o restringir mi

libertad de expresión, vía Uría y Menéndez, pues

eso supondría no conocer a quien durante tantos

años ha sido su paladín en España. Más bien

supongo que algún listo creerá que es la mejor

manera de velar por sus intereses; pero si, como

indican esos abogados, mi ultrajada negativa a

apoquinar desemboca en los tribunales, apelaré a

todos vosotros para que la verdad resplandezca,

apoyada en la documentación pertinente.

Acuérdate qué bien nos salió lo del comisario

Manzano.

Es cierto, querido Casimiro, que EL MUNDO no

es cualquier pecera y así se lo dije a todos los

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compañeros al hablarles sólo a ellos -¡oh

tripulación!- como si el resto de asistentes a la

cena del Palace -reyes, reinas y demás potencias-

fueran transparentes. Pero, mira, sigo gozando de

buena salud, tengo tres libros rodando, más

requerimientos de los que puedo atender, el 12

hablo en París nada menos que en Les Invalides -

supongo que lo cubriréis- y el 25 en Londres ante

el staff de la BBC. También te pasará a ti el día

que dejes de ser director.

Yerras sin embargo respecto a mis planes.

«Montará un portal», dices en otra expresión

freudianamente ansiosa. Oye, no tengo ningún

proyecto belenístico, pero si se diera el caso

cuenta con que te invitaría a participar y te dejaría

elegir la figurita con la que te sintieras más

identificado. Bueno, gracias de nuevo;

mantengamos al menos esta línea abierta y entre

tanto ponles más banderillas de fuego a los

cabestros. ¡Ah! y en relación a eso que dices de

que no te gustaría que dentro de diez años la gente

identificara a EL MUNDO como «el periódico de

Casimiro», chico, nunca se sabe qué puede

caernos del cielo, pero yo que tú tampoco me

preocuparía demasiado. Francamente, ese peligro

no lo veo