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Capitulo Uno
Rubia, no excesivamente alta, de piel clara y vista al perfil,
levantaba su cabellera como el último acto de un cisne,
mientras peinaba su rubia y larga cabellera, ante los ojos de
nadie, para pintarle una sonrisa al diablo aproximadamente
mil años. Sus ojos jamás vieron mi mundo, que se los trago
la cola de la ropa que no vestía su desnudo perfil. Casi
apoyada en mi lavamanos, del que fue nuestro cuarto de
baño y tanta la insistencia y el vicio de ese espejo, que sin
tentar la salud de los míos, salió ya vestida como por
hechicería y se despidió para no volver jamás. La siguiente
mujer que entró en ese cuarto de baño, venía acompañada
y tras mirarse en lo que se suponía un ahogado espejo, tuvo
el detalle de besarse descaradamente en mi salón, para no
volver jamás. La siguiente mujer que entró en mi casa, venia
con dos amigas. Se sentaron en mi sofá el tiempo suficiente
como para contar, ante mis ojos un millón de suspiros, para
luego bajar las escaleras, mientras se despedían gritando la
primera, no creas ni en tu propia sombra¡ la siguiente gritó,
¡yo si te quiero¡ y la última las acompañaba gritando,
¿porque eres así conmigo? Desde ese día no las volví a
escuchar, aunque mi casa termino siendo una especie de
revuelto de algo que se entendería como caos, pues desde
hace un tiempo, peleo con las cosas, mi espejo, mis
pensamientos, por el enorme enredo, en el que me quede.
Así empiezo la dialéctica, que me enfrentó al concepto de
psicoanalizarse, tras recorrer una larga vida. Ese concepto
de psicología femenino, que sostiene, eso que no se
resignaba a ser comprendido. Quizás la columna de la casa
que soportaba la castidad o la ansiedad impuesta y así
terminar, con esas extrañas visitas, que se resistían a
sostener eso que ella creyó ver en mí y yo rechace. Sin aun
conocer, la condena del señor juez. No fue necesario
entablar una discusión sobre mis tarifas profesionales,
quizás por temor a terminar en la cocina. Soy un joven casi
maduro que se perdió en alguna esquina virtual de una
oscura calle. Como único detalle, diré que adolecía, de un
trece por ciento de visión en uno de mis ojos. Así que si
alguien como usted lee esta resumida, involuntaria y
obligada confesión, que me dejaron las mujeres que han
pasado por mi casa. Podréis compartir conmigo, algo de la
ceguera necesaria, en un mundo que se desvanece a
medida que se imprime. Así que trataré de que no falte
detalle, de todas esas mujeres, que habitan en ese cuarto
de baño en lo que le quedó de vida. Diálogos
absolutamente robados como espacios de las páginas, que
robo al tiempo y a todo ser juicioso que no tiene sombra.
Así que todo lo que señalo, se refiere a hechos “reales”, en
alguna parte que no paga impuestos nocturnos, sino eso
que todos deseamos, dormir para siempre como vampiros,
con derecho a conducir. Solo tengo que dar una pequeña
vuelta a este relato y puedo verlas en los ojos de Gabriel.
Así que como vampiro, ángel o pecado ajeno, representare
la voz de este espejo y empezaré por fundirme con el lector
que lo habita, antes de terminar de nacer junto a mi autor.
Pues para ser justos diré que mi primera amante o exenta
de juicios previos, dada su generosidad, venía a mi cama
hambrienta. Venia casi todas las mañanas y se quedaba una
hora, que me duraba casi todo el día. Una de esas mañanas,
sin más compromiso, se despidió con una nota, escrita en
un libro, que compró y dedico, escribiendo “aunque el
mundo se destruya, siempre seré tuya”. Alegre y risueña,
casi infantil, fue quizás la primera mujer, que hizo mi
voluntad. No dejó sólo esos perfumes que buscas como
sustituto y que no quedan más que en el recuerdo. Tanto mi
poder y tanta la seguridad que veía en mi, un hombre joven
y con pocos deseos de dejarla marcada, que era pedir y
pedir. Casada con un hombre joven y según las palabras de
una mujer de estas tierras, joven y poca cosa. Pero
honestamente, nunca pensé en su mundo paralelo, pues
esa hora que compartíamos, María era mía y no había más
cosa pura y viva, que los calambres que padecía cada
mañana, en un rito de dolores previos a la fatiga amorosa.
Secretamente, María corría cada mañana ansiosa para
verme, ansiosa quizás según dejo entrever, poder separarse
de su amante y joven marido. Más alta que baja, delgada,
pelo largo y piel blanca con dos pechos hermosos y no
demasiado grandes, dejo impreso su perfume en mi
guardilla. En las dos habitaciones y un salón, que solo poseía
una silla. La habitación de paredes lisas y ventanas de
madera, eran mudos testigos en esta oscura y fría y
desangelada habitación, con dos colchones en el suelo. Ya
desnudos, se sentaba encima mío, toda desnuda y entre
alegre y excitada, mientras le sujetaba el pelo, para ver solo
ese cuerpo terso y bien formado. Quizás deba expresar
mejor la sensación que traía María. Ella risueña y nerviosa,
escribía a solas cuentos de secretos. Historias de jóvenes
amantes que se seducían dentro de su mente. Ella los
plasmaba en ardorosas líneas, que guardaba en secreto. Así
fue nuestro encuentro, como la pluma de un escritor, de
cuentos de amantes. De esos que leemos en el autobús o en
los vagones del metro. Y si había un culpable, ese era yo,
pues casi sin llegar a ser clienta mía, fui seducido por una
profunda pasión e inocencia, en la mente de una mujer que
ya sabía lo suficiente, como para tentar al destino. Pues
nunca había engañado al cónyuge. Hasta una temprana
mañana, pues habíamos hablado pocas veces, por teléfono
y sin aun conocernos, ella se acerco a mi oficina, sin yo
saberlo y tras una interminable espera, sentada en su
coche, se bajo, quizás con la garganta seca, toda nerviosa y
ansiosa, para entrar y casi abalanzarse sobre mí. Fue solo
entrar y ardiente como ninguna. Sin excesos, empezamos a
besarnos y a caminar al único espacio íntimo de la sucursal,
dirección al cuarto de baño. Ahí a solas, recorría mi cuerpo
con sus manos, sin dejar de besarme. A los pocos segundos,
ya se arrodillaba para darle rienda suelta a su fantasía. Casi
agresiva pero dulce, y tan evidente mi preocupación, por no
dejar abandonada la sala, que instintivamente, la tuve que
detener para citarnos en casa mía. Así, consentía nuestra
fatalidad con la más dulce sonrisa. En ese mismo momento,
empecé a descubrir a la mujer que firmaría mi epitafio.
“Aunque el mundo se destruya, siempre seré tuya”. Nos
citamos a la mañana siguiente en mi apartamento y aun hoy
sonrío al recordar su discreto acento andaluz, su natural y
alegre sonrisa, su largo y rubio cabello o su hermoso y
blanco desnudo. ¿Me tiraras de los pelos? me decía. Y
empezamos, entre las cartas que debía traerme cada día
que nos veíamos, como condición mía. Breves y sinceros,
relatos de cómo se levantaba por las noches y a escondidas
en su “cuarto de baño”, se moría susurrando mi nombre,
entre dos amores, que loca la tenían. Gabriel, Gabriel, releía
a la mañana siguiente y si, así empezamos realmente una
correspondencia que no terminaba, más que en los límites
de sus ansias y anhelos, casi como rotos, pero que
suspiraban desenfrenados esas mañanas y tratar de
complacer a su señoría, su fantasía soñada. Un relato vivo
solo para ella, donde no había ni maldad ni perversión.
Nada que olvidar. Incluso una mañana cerca de la oficina,
tomando ese café matutino, que deja amarga la boca, fui
atendido por una morena y tanta mi codicia de amores, que
a la mañana siguiente, sin culpas sobre su sombra, mi
cómplice y joven amante, tuvo el encargo de seducirla, para
que fuésemos tres. Pues María no sufría de límites, sufría
por complacer, el límite de mis deseos, que eran órdenes
para ella. Deseos que compartíamos como jóvenes
amantes. Ella se cambió de cama, la sedujo y fuimos tres
una mañana, en la misma cama virginal. Virginal, pues
éramos cuerpos jóvenes y ansiosos de besos y caricias, más
que de sórdidos placeres. María cantaba descaradamente.
Mi limón, limonero, hago siempre lo que quiero y reía.
Hasta una mañana que dejo de venir. La última, donde se
animó a despedirse, pues el paso siguiente no lo podía dar.
El camino del amor era mi carcelera y el amor no tiene
sombras, no está, todo lo posee y la ansiedad por
descubrirla, me lanzo la última frase casi como sentencia.
Salió por la puerta y bajando la escalera, se le escapo a
solas, ¿Y ahora que como? Y riéndose, para no mirar algo
que la obligaba a olvidar. Desapareció. Yo apenas empezaba
ser consciente de que todos estos irreverentes nuevos
empezaron a entrar en mi casa como vientos furtivos, que
luego se transformaron en las sombras de mis paredes, que
escarbo con atención y humildad por si se cela algún
familiar encamado de alguna necesidad inoficiosa. Así como
el primer día que quedé en libertad, tras compartir con
María mis primeras semanas, en este departamento
aguardillado. Una cuarta planta sin ascensor, rodeado de
ventanas de finos cristales, soplados hace mil años, que de
forma estoica soportaban el paso del tiempo. Frente a mí
las paredes, que deseaban no ser desnudadas, me
obligaban a tomarme un tiempo, antes de cambiar el color
de la pintura, ya que antes, según Me advirtió María, había
vivido un pintor. Por lo cual, mis paredes hubieron de
quedarse como estaban. No imaginaba yo, que terminaría
viviendo en una dinámica principalmente femenina, con el
encargo de relatar la historia de estas principales, en
especial por el futuro encargo de una de ellas, en un
contexto histórico y con la suficiente distancia, dada la
espera solicitada y por el estilo y la temporalidad. Así
tendría ocasión de interpretarlas ordenadamente
resumiendo los tiempos y sobre todo mis personales
recursos, de los que ajeno aun, se dan como tesoros
inmaduros, que además por ser una exposición englobada
en un guión, limitado por el ahorro de recursos, y más
hablando de amantes, novias, relatando, lo que ocurrió, en
voces encubiertas en lo referente al escritor, que quedó
postergado a un segundo plano, quizás como aval por ser
éste, un término más a séptico, al relatar el contexto casual
de estos mundos, en los que yo mismo quedé apartado de
esta historia mía. Cosa amena por lo demás. Incluso,
permitiéndome esa distancia obligada. Referir solo eso que
aparentemente quedó como tarea de la máquina de
escribir, que son los hechos, que son los ojos de ellas,
quienes la leerán. El psicoanalista está fijo a la comida, por
lo que se refiere a estas desastrosas y tristes condiciones,
en las que empieza el personaje principal, en su casa
transitoria, en una ciudad perdida, en alguna frontera, en
este cementerio de extrañas circunstancias, amén de mi
propia realidad, en la que tuve que tomar los
acontecimientos como una obligada espera o desafío
imposible. Con lo que haciendo un esfuerzo temporal y
después de seis meses y un día de noches y sueños, empecé
a involucrarme lentamente, sin siquiera pretender, escarbar
en los jardines prohibidos, pues ya había explorado la
libertad, en mis años anteriores, que correspondían a
épocas de mis memorias estudiantiles. Así que reservo un
deber con todos los referidos en este relato, con la más
rigurosa de las reservas, no sea que algún sepulturero
fenicio, pretenda enmendar alguna falta con su amo. Pues
ahora con la distancia de la realidad de este nicho humano,
desempeño como mero asistente de vuestros sentidos, en
un período que es relativo y además referente a hechos
comunes, a una lista de mujeres que cedieron sus
intenciones, derechos y privilegios de su propiedad, el día
que entraron en mi casa. Así que robando por sueño lo que
la noche profita a mi sombra, poseo sus pensamientos, he
incluso su sangre con la mayor implicación posible. La
muerte. Sin olvidar vuestra apetencia de aventuras y
deseos, que se relatan además casi fielmente en todos los
casos, sea que no coincida ésta con su señoría, que relata
desde su pobreza y soledad la ansiada libertad, que todas
estas zorras, persiguen en cada esquina, como si se tratase
de meadas de fieras en celo, sin obligaciones a
entendimiento y que rondan las calles de estos inocentes
viajantes.
Capitulo Dos
Mi juventud no se esfumó ante farolas y copas de vino, sino
en los ojos de los mismos deseos, y anhelos de mi familia.
Con esta realidad refiero mi acaudalada desdicha. Podría
decir que soy acaudalado. Acaudalado en amigos,
acaudalado en años, acaudalado en lo laboral y en mujeres.
De origen europeo, nacido en tierras lejanas, criado en una
isla o burbuja rodeada de aguas, mares, montañas, e
inundado en palabras vivas. Quizás hasta los veintitrés, el
día que empecé a perder parte de la vista de forma violenta,
hasta conservar un trece por ciento, que disimulo como si
me habitase un demonio, testigo de sus propias culpas.
Nadie conoce mi ceguera. Vivo alejado de toda idea ajena,
pues las deudas mías, no son por obligación tributaria. Las
mías, se suman en miradas y sensaciones de nunca jamás.
Este sufrimiento, fue la despedida inocente del que fue mi
último amor primaveral. He de reconocer que me posee una
ceguera, que me guía como cartas esculpidas en el infierno.
El trece. La muerte que precede a la vida. La resurrección de
un mal hasta entonces imposible. Quizás me atrevería a
asegurar que la muerte es muy galena, mira pero no toca, la
tocaran los ojos de los otros o los escarabajos. Aunque la
muerte me vino a despertar, quizás una mañana de
domingo, mientras curioseaba un gran charco de sangre.
Tras mirar ese obsceno pero fresco recuerdo y dispuesto
regresar a mis infantiles deseos y al querer cruzar la calle,
fui envestido por un enorme coche americano conducido
por un soldado, que como hipnotizado por mi mirada, torció
el volante en una amplia calle y se dirigió directo a hacia dos
niños preparados para cruzar la calle, para finalmente
arremeter contra una acequia de un metro de profundidad,
mientras se escuchaban ruidos y escándalo de piezas, que
saltaban por los aires. Recuerdo haberme levantado,
recuerdo haber levantado a mi hermano, pero la bicicleta
que sosteníamos frente a ambos, quedo bastante retorcida.
¿La muerte de dos gemelos o mellizos de trece? Así,
descubrí estas cosas. En una esquina ensangrentada por un
anónimo charco, más las vidas de dos hermanos mellizos o
gemelos de trece. O miremos con los ojos de la muerte en
uno de los dos otra vez, pero con siete años. Jugando a la
pelota, corre uno a buscarla treinta metros y al recogerla,
no puede dejar de poner sus ojos en un señor que baja de
un escarabajo rojo, que lleva su placa cubierta con un paño
color naranja y que al seguir caminando, ve como ese señor,
tiene su miembro totalmente erecto. Grande y rosado y que
esta como absorto en otro mundo, no diciendo nada,
mientras miro inconscientemente, al pasar frente al
escarabajo rojo, para alcanzar ver un cuerpo de colegiala
acurrucada en el asiento trasero. Sin más que esa foto que
guardar y sin daños emocionales, la muerte, si queda
impresa en esos inocentes instantes, que son algo más que
los ojos de ese chico, que fue a recoger una pelota. O si
viajamos mas en vuestros sentidos, ponemos a esos dos
hermanos, con cinco años, en un gran jardín de una gran
casa a orillas del embarcadero. Cuando uno se cae al río,
empujado por el otro. ¿Es la maldad o el dolor de algo
anterior? Señalo esto, pues casi mil años después, sentí, que
la vida empezó a devolverme lo que era mío. Fui tomando
conciencia en la medida que voy siendo guiado por tres
musas, que son miles. Es ahí que me veo como inocente,
pues si la vida me condujo, fui yo quien se resistió. Así se
imprimirá esta, como la vida de otros. Reseña que sale
como esculpida de el libro de los muertos, me deja muy
cerca de creer, que no somos más que eso que llevamos con
orgullo, de generaciones en generaciones, el apellido de
alguien, que realmente es casi nada, que está siendo
conducido, para ser juzgado por sus actos, de toda una serie
de vidas simultaneas, que básicamente, resumen el más
preciado de los bienes. No morir nunca, por algún derecho
divino, en un plano o tiempo que sirve para conducir o
mantener, eso que nos habita. La inmortalidad. Es ahí
cuando relato esta historia de terceras, no como la muerte,
sino como trece ciegos, que no están, pero que habitan en
los ojos de vuestras mercedes, sin dolores, más que los
deseos, o incluso relatar, los mas ajenos que propios, de
tiempos pasados, para permitir el sueño temprano de la
noche, para iluminar alguna alma de hermosos ojos y bello
cuerpo, para verla dormir y quizás, ser amada incluso bajo
los hechizos de mi fugas sombra nocturna, incluso no
estando presente. O quizás estar preparados para cuando
nos veamos al otro lado del río, cuando, deban hablar con el
barquero.
Capitulo Tres
Por esas fechas, que ya no me encontraba en los
calendarios de ningún joven de mediana educación, trataba
de escapar de los años que se suceden en las páginas
siguientes, donde ya no tuve tiempo de nada, más que
compartir estas, en este entierro en el infierno, que
sepultaría mi futuro, pasado, incluido las monedas, pues me
sumí en una realidad, que me tuvo suficientemente
limitado, como para casi no encontrar salida dentro de una
realidad plausible. Así que trataré de resumir los
acontecimientos, que son relevantes y tratare de
cuantificar, lo que era mío y lo que estaba siendo causado
por algún exceso mío, que fuese como consecuencia de
algún acto, que se relacione con algún experimento laboral
o simplemente causa de la que debía de ser considerada
como un mal menor, en toda esta situación, siendo además
extranjero, cosa no fácil. Pues lograr que mis anhelos se
concretasen, se hizo insoportable. Así que siendo breve y
seco, refiero una introducción anímica y situacional, antes
de envilecerme con todos los personajes, que se adhieren a
estas zorras del infierno, que desean trascender en este
relato. Por lo demás, lo inicio en una situación de pobreza
límite como voluntario de este infierno, pues los límites
habían hecho mella en mi situación física, incluso habiendo
tenido que optar, como realidad social, recurrir a los
servicios sociales, que se encargaron por un período, el
allanar, mi integración en la sociedad local, la que además
se hizo eterna, pues nunca dejo entrever, algún atisbo de
finalización. Por lo que tuve que armarme de paciencia y
comprensión ante una serie de hechos, que en estas tierras
de antigua fe cristiana, que no iba a poner en duda, sino
mas bien obligarme a tomar una postura enfermiza, por las
absolutamente extrañas, circunstancias compartidas. Por lo
que decidí por optar por realizar una cura de alguna
enfermedad, contraída en estos límites de tierras africanas.
Fiebres que sufríamos como consecuencia de la ansiedad
diaria, que sabía, se daban en situaciones límites. Algo así
como esos síndromes inespecíficos, que solo se relacionan a
períodos de guerras o migraciones. Así que mi cotidiana
vida se enmarco en caminar hasta ese comedor, siempre
con los minutos indispensables de verme comido, para
volver a la cotidianidad de la vida colectiva, que además
estaba inserta en un ambiente de constantes viajeros, que
bajaban de grandes buques fantasmas, que atracaban casi
todo el año, dando una curiosa imagen a esta enrarecida
ciudad, que secretamente, es conocida por tener además,
una tradición de constantes viajeros, que no tardan en
redescubrir, lo que puede ser una primera referencia, de las
llanuras que se extienden, desde la puerta de Europa, hasta
el antiguo oriente. Pues con este referente, enfrentaba ya
hace meses retener el motivo de mi permanencia aquí, la
que podría haber seguido, como la vida de otro trabajador
especializado, pero que lentamente fue siendo engullido
por la historia y las costumbres, como si solo se tratase de
una permanente cena. Cena que preferí alargar, desde que
empecé a hacer uso de los mismos servicios, que mi
persona atraía. Mi insólita situación, que quizás era
meramente tangencial. Pues no era el prototipo de
inmigrante o transeúnte iniciado ya el siglo veintiuno.
Realmente no era más que un mero número en el
calendario, salvo por la sensación de estar rodeado
permanentemente de personajes, que se representan con
la fuerza de épocas, en las que la propiedad de nuestras
cabezas, podía pasar a manos de cualquiera, en cualquier
momento. Amén de esta monotonía histórica, en la que la
pobreza, e inmigración, presentes aquí mismo, dejaron
reflejar nada más que tediosas actividades, que encerraban
solo banalidades o absurdas ideas de ser una especie de
doncella retenida, por algún sultán, de quien sabe, que
desierto occidental. Comparto habitualmente por estas
fechas, con amigos, que parecen no tener tiempo ni historia
y que con un latín pos moderno, mantenemos una
comunicación, como si todos fuésemos prisioneros de
alguna guerra en Turquía. Todos estos pensamientos se
mezclaban casi imperceptiblemente, cuando decidí, salir de
casa. Pues debía entrar en la rutina que sostenía esta
dialéctica existencial. Decidí ir a revisar mi correo
electrónico, ya que no eran muy generosos con los
ordenadores disponibles, en la biblioteca que frecuentaba y
no deseaba esperar mucho más de lo necesario. Era una
mañana primaveral, fresca y de azules cielos despejados.
Junto al vuelo de golondrinas, al levantar la vista, las que
serían mi mejor compañía. Ellas siempre presentes como
pequeños milagros, quizás sabedoras de mi habitual rutina,
que por extraño que fuera, eran mi mejor reloj. El entorno
que veían mis ojos, no indicaba nada nuevo, así que una vez
terminado mi tiempo y después de responder un mezquino
correo, intente destinar el mínimo de tiempo a la rutina
diaria, para centrar mi atención, en corregir un escrito a
medio escribir. Un diario, que iba desarrollando, a medida
que transcurrían las semanas. Con este pequeño rito de
costumbres mundanas, que se hacen más imprescindibles
en tiempos de espera, destiné unas horas en ordenar la
estructura de la heroína, que tenia por derecho, algo así
como un exceso de privilegios. Y ya que como verán
ustedes, esta situación casi infernal, que se me escapaba de
las manos, no es sólo un sueño. Esta mi heroína, venida de
Europa se cuela desde esta página, que casi se funde, en el
final de los tiempos como condición de su autora, que desea
que su familiaridad, sea tratada de forma anónima. Esto me
tiene completamente alejado de mi vida cotidiana, pues
desde la propuesta de relatar en casi tercera persona, los
sueños compartidos, que también siento por ella. Por lo que
deberé además, mantenerme en anonimato, por el tiempo
en el que me sumerjo en este largo trance, que no indicará
más que en el servidor, la real aventura, que resulta al dejar
este libro abierto y que como después de una breve siesta,
parezca lo que abiertamente, fueron los sueños reales de
Julieta. Que se refieren a una noche obscura, quizás en la
calle más fea, vestida con las peores ropas, que fue el
espejo, que se rompió en los ojos que mucho tiempo
después, fueron los míos.
Capitulo Cuatro
Tenía menos de veinte, cumplidos los dieciocho y a pesar
de su belleza, la luz que la iluminaba, reflejaba ser como
una pequeña lámpara, donde se reflejaban los espejuelos,
que estaban incrustados, en esos celestes y ajustados
pantalones. De pelo rubio y ojos claros, en cuclillas, en una
esquina, donde mi ceguera, abrió la puerta número trece de
este hotel invisible. Bajando yo de la compañía elegida, tras
semanas de esperas y ahora, entre insensible y confundido,
se ensañó ante nadie, la sombra ajena, pues ya buscaba
cenar una hamburguesa con patatas fritas, acompañada de
una coca cola muy fría. Sin pensamientos y sin deseos tras
mi visita concertada, en un amplio cuarto, donde una
morena con prisas, me daba a entender, que Eros, no
esperaría a saciarme. Que debía terminar, mientras iba
siendo devorado por una serpiente, que apoyada en el
cabecero, desnuda, devoraba sus ajenos deseos, de forma
cruel e interesada. Mi poco interés por entablar recursos, le
dio el motivo para cobrarse y dejarme escapar. Bajando la
escalera, sin arrepentimientos, pero vacío, camine ya de
noche, por viejas calles, apenas iluminadas, e invadidas por
putas negras y chulos, salidos de algún rito satánico. Quizás
en una de esas esquinas, fue donde giré la cabeza
inconscientemente, para detectar el engaño de una
hermosa joven en cuclillas, que en medio de la calle, con mi
cuerpo y esos deseos de alimentarme de mejor forma,
cuando sin ser llamado y sin deseos en la sangre, más que
en la mirada oculta, volví sobre mí y me afrente a ese
espejismo, conducido por algo más que mis ojos o mis
planes nocturnos. Ella reaccionó como si le hubiese
interrumpido algún pensamiento, mientras intenté no
tropezar conmigo. Como mirando de reojo y con la mente
puesta en mi sufrido estomago, deje de envanecerme
mirando sus reflejos y opte de forma instintiva, cambiar de
rumbo y volver con algo en las manos, que no fuese un
preservativo usado en mi mente. Me acerque a un Burger
King a comprar una flor y conservar algo más digno de mí,
pues ya la noche era demasiado larga. Así, contemplando la
calle que se desaparecía a mis espaldas, fui a retirar dinero
al cajero más cercano, para restringir mi ansiedad.
Retirando parte del dinero que tenía disponible para
emergencias. Pero sin haberlo deseado, ya estaba siendo
víctima de mi inocencia o de la deseada ceguera, pues no
era consciente aun, que este acto se transformaría en uno
de los detalles, que posteriormente recordaría, como esos,
que son absolutamente inútiles, teniendo realmente tan
pocas posibilidades, de sostener los vicios diurnos o
nocturnos, de esas esquinas o de cualquiera otra y no tentar
mi suerte, con inútiles excusas. Por lo que comprándole una
bolsa de patatas fritas, para no ser un cliente, regrese por
esa oscura calle, sereno y con mi secreto como erróneo
derecho, a poder seducir la noche, y sacarla a pasear. A
pesar de todo no pude resistirme a probar la tarjeta de
presentación. No pude resistirme ante mi inocente egoísmo
o quizás poseído ya, por mis antiguos instintos sobre una
mujer que penetra la piel, de la que solo deseas quedar
bañado con tu propio pasado. Pues refiero los hechos más
de esta noche, de esta mi frescura, que no es más que una
sutil aventura histriónicamente, que rechaza toda
comparación, pero que se funde en esta paralela, que se
excava al iniciar la noche, incluso respetando la rutina del
escritor, quien ha de diseccionar las pesadas emociones,
mientras realiza un trabajo de terceras, que saben
efectivamente, lo que queda sellado en cada letra de el
tiempo. Que transcurre en palabras susurradas en un soplo
de aliento. Por lo que sin ansiedades al ir desmadejando
esta calle de abril, retengo esta imagen. Con mis dedos y
mis labios tocados por la sal prohibida y a la sombra de una
farola perdida, cegado por viejos edificios y la calle desierta.
Enfrenté la noche entre lentos coches que la recorrían
lujuriosamente, buscando entre miradas, para dejarse
vencer en ese ambiente lúgubre, con la única intención de
retener imágenes. En ese instante, también la aborde
ofreciéndole compartir su tiempo, con mi manoseada bolsa
de patatas fritas. Sonriendo irónicamente, como criticando
o intuyendo mis deseos y mi estrategia. Como censurando
la previa cata, alargó la mano y probó una. Tras una breve
pausa y lo poco habitual de la situación, intente ganar
tiempo con la excusa del dinero, por digamos, su compañía.
El dinero esa noche no era más que un medio para poder
alargar el tiempo de aquella noche. Si tú no tienes dinero,
poder volver mañana dijo- Seguro yo estar aquí mañana. ¿A
qué hora? Si, venir a las doce, yo estar aquí. OK. Mañana yo
vendré a las doce con una coca cola y una bolsa de patatas
fritas. Pero por cierto, dime ¿cuánto es el servicio? Treinta
euros chupar y follar. Mostrando un desinterés y suficiencia,
quedé como confundido entre amistad, atracción mutua o
belleza exuberante para estas tierras. Pero no podía
envanecerme, era una chica de la calle, era solo eso y nunca
sería otra cosa. Sin insistir en mi ordenamiento mental y sin
esperar un segundo más, me retire entusiasmado ante algo
que mareaba. Acompañado con un último hasta mañana,
correspondido por su relajada sonrisa, que se quedo ahí, en
cuclillas, en esa esquina de mujeres de negra piel y poca
ropa, en compañía de otra chica, que entre apoyada en una
persiana o media dormida, hacía de compañía. Capitulo
Cinco Ella no tubo prisa por sacarme el dinero, ni
arrepentimiento. Tenía la extraña sensación de sentirse
única. Y como esperando a que pase la noche, algo le
ilumino la mirada. Quizás el destino le reservaba una
sorpresa mañana a media noche, con este despistado
transeúnte o quizás escribir en estas noches extranjeras, y
soportar de mejor forma, la frialdad de la soledad. Julieta
estaba fría de espera y aquella noche solo tenía la compañía
de una calle. La interminable espera que le aguardaba para
irse a dormir todo el día. Por lo que después de terminar de
comerse la bolsa de patatas, se quedo pensando en su
encuentro, trabajando para cambiar su destino y aliviase
esa extraña sensación, de saberse que no está sola.
Capitulo Seis
Así con esa mirada superficial, es fácil caer en las tenues y
sensuales redes como cualquier transeúnte, buscando
compañía. Pero tenía unos orígenes de formación, que se
sostenían en sólidos principios morales, que no permitirían
un contacto impersonal, salvo por mi extraña coincidencia.
Han transcurrido muchos años, desde esa noche y aun
cuando estudio los bocetos, escritos de una anónima
relatora, retengo más que un deseo sensual, por lo que
relatar esto, es casi formalidad, tras años ya en una ciudad,
que se caía en aburrimiento. Una ciudad Europea,
musulmana, que no fue fácil abordar. Una ciudad que
escapaba a casi cualquier estructura moderna. Y como
escuchando el viento, en un mundo, o como en un abrir y
cerrar de ojos, que intentan retener una imagen, me dirijo a
mi domicilio. Pues esos tiempos destinado a viajeros
habituados como marinos o prostitutas, que siempre están
disponibles, como talante de navegantes eternos, eran poco
naturales para mí. Por lo que me encontraba subiendo por
mis escaleras, cuando me cruce con una vecina, la que me
pregunto por si tenía animales, sabiendo ella,
perfectamente que tengo la costumbre de acompañarme
de animales exóticos y domésticos, mirándome como
recriminando mentalmente, mis pocas ganas de darle
alguna pista, u mi opinión sobre cualquier aspecto, ya que
estaba decidido a mantenerme en esa categoría de joven
extranjero, de pocas palabras. O mis pocas compañías
locales a pesar de la música a veces en exceso fuerte. Su
curiosidad de saber cuáles serían mis sueños, en el
inmueble, que ella habitaba también, fue siempre el último
recurso. Consciente ella de que estos extranjeros, disponen
habitualmente de recursos limitados, lo que la hacía parecer
habitualmente, una mujer viaja y amargada. Con ese
recibimiento, me entregué a mis pensamientos, que
estaban bastante enfrentados con la dialéctica y la
costumbre, pues no tenía referencia en mi pasado, incluido
los años vividos en el extranjero, durante largos períodos de
mi vida. Además en mi mente rondaba el desencuentro
amoroso de mi noche anterior. La página nombrada que
deseaba ser escrita. Por lo demás el otro tanto de
inquilinos, no tenían costumbre de entablar dialéctica por el
tema de las cercanías. Pues era preferible entablar una
charla con el vendedor de periódicos, que con tu casera.
Tema difícil de digerir, pues es habitual, en estas tierras,
gritarse todas las cosas, desde el patio interior, por lo que
no terminas más que conociendo los dolores de las partes.
Capitulo Siete
Es en esta realidad que mi personaje, trataba de
esconderse, de trascender del calendario y me transporta
otra vez a esta ciudad, donde mis ojos aun se fundían en
una cotidianidad conocida, cuando a la noche siguiente,
dieron las campanadas de media noche, en la que ya me
enfilaba a una cita con una mujer, que sabía más que mi
sombra y yo juntos. Solo me preocupaba si estaría
esperándome, algo bastante poco probable, además creí
que la impresión que le cause no dejo mucho a la
imaginación. Un cigarrillo que se me terminaba en la boca y
tratando de no develar demasiado la intención, que me
sostenía, caminé dirección a esa oscura calle, observando
con atención. Pero no tuve la necesidad de forzar mucho la
necesidad, Estaba ahí, en cuclillas, en la misma esquina, con
la luz de la noche anterior. Acompañada de una chica alta,
rubio claro y delgada. Al intuir mi cercanía, cruzamos la
mirada y dio unos pasos hacia mí. Con una clara
confirmación de mi visita concertada, en la que ambos
sabíamos, que no teníamos tiempo para la seducción. Por lo
que realmente deje que mis instintos guiaran mi cita.
¿Tienes el dinero? Si. Al tomarlo en su mano me pidió que la
acompañase, sin decir nada más. Nos acercamos a un hostal
de una estrella. Sin luz en su amplio portal y esperando que
abriesen la puerta, recuerdo una sonrisa de complicidad.
Tomo mi mano y guió mis pasos por una amplia y antigua
escalera hasta llegar a la primera planta, donde un hombre
en camiseta, mal afeitado y de pocas palabras, abrió la
puerta de una pequeña habitación, iluminada por una
pequeña lámpara, que reflejaba casi la misma luz, que
entraba por una hermosa ventana. El cuarto con dos camas
en paralelo y un lavamanos empotrado en una pared,
fueron los testigos. Pues protegidos por esa tenue y
agradable claridad no decíamos nada. Su idioma nativo,
estaba demasiado lejos a mi expresión verbal. Si, se
comportaba de forma natural, mientras yo sin ojos, ni
ardientes deseos por ver su hermoso cuerpo desnudo,
centré mi vista en la ventana, aun de píe. Casi como ausente
por segundos, que al girar sobre mí, la vi. Desnuda y en ropa
interior, mientras doblaba toda su ropa, motivada por algo
que nunca llegué a comprender. Qué sentido tendría doblar
la ropa, de forma tan concienzuda. Continué quitándome
mis prendas, para ponerlas sobre la misma cama. Ella ya
desnuda en la otra, ajena a la motivación intima de mis
deseos, soltó un ¿Follamos? Solo ante sus pequeños, pero
bien formados pechos, su cuerpo desnudo, su mayoría de
edad, el alma que me acompañaban, y conmovido por su
belleza, enfrentados en una cama. Donde a los pocos
minutos, fui sobresaltado por unos violentos golpes en la
puerta. Reaccionó alertada por pensamientos ajenos. Y me
dice. Si tú quiere mi compañía debe pagar dinero al hombre
o problemas. Si claro. Saque un billete y ella entreabriendo
la puerta, diciendo. Diez minutos. El supuesto señor que
velaba por cronometrar el tiempo, quedó en el pasado.
Julieta con su alegre y natural sonrisa, o el arte de una joven
cortesana. Sin saberlo me permitió retener una imagen,
sintiendo transportado a un mundo exótico, en el que se
tenía derecho a mirar y no disfrutar de los deseos, sino mas
bien contar segundos, que se perdían en toda su realidad.
Nos levantamos como si todo transcurriera con prisas,
acercándose al lavamanos y como una gata, se sentó
apoyando un pie en el suelo y a espaldas al espejo que no
había, se orino, como la recuerdo. Delgada, espigada y
fresca, orinando, casi contagiarme las ganas, que retuve al
no haber un aseo disponible. Como la vieron mis ojos,
desnuda, rubia y de cuerpo blanco, como un destello, que
aun retengo, se bajaba el telón, implorándome para que me
vistiese, en este acto no consumado. Tu vestir, tu vestir, por
favor tu rápido, decía con su acento ruso. Ya me veía
acosado por el gorila de esta habitación. No tenía más que
seguirla con mis ojos para finalmente recorrer el pasillo y
enfrentar la escalera casi a oscuras y salir a esa esquina
nuevamente. Aun en los treinta, tentando mi muerte, pero
joven e inocente en mi conocimiento de la noche, tuve en
ese momento, una sensación de ser víctima de sus
victimarios o ser víctima de mis aprensiones, en lo referente
a una entrega carnal y quizás algo más. Por lo demás,
transformarme en cliente de una cortesana, había sido para
hasta entonces una negación de mi mundo personal, pues
representaba, la negación del amor. Regrese a casa a dormir
si cabe. Ella regresó a su rutina, deseando saber, si tendría
tiempo de saber, quien era su extraño visitante. Ese ser
romántico mordido bajo la luna. Para ella las calles ya
estaban llenas de clientes que esperaban. Señores junto a
negras mujeres, que se reían, mientras regateaban precios,
en un extraño lenguaje de gestos y gritos. Cuando llego uno
de esos coches que siempre dan problema. Caros y llenos
de sorpresas. Un deportivo que se detiene en la esquina casi
como predestinado para que Julieta, la que se levanta
abordándolo por asalto. Le saluda con un “Hola guapetón”.
Ya en el semáforo y en compañía, dejó sola una vez más, a
su clientela, desapareciendo por la avenida al final del
puerto, mirando con cierta desconfianza a su conductor.
Solo llevaba tres semanas en este mundo, víctima de algo
de su pasado. Algo que conocía ella. Sus lagrimas y dolor de
la injusticia de un centro de rehabilitación a la que sus
padres pagaron una estancia segura, de la cual termino
fugándose. Escapar y entrar en el único camino al que la
vendieron en esta ciudad. Con su mente concentrada en su
trabajo, ajena a lo que representaba, no temía ni a la noche
más oscura. Solo temía por la seguridad de su querida
amiga y compañera, que se perdía de corazón en corazón
de sus jóvenes amantes, como queriendo escapar de
cualquier pasado, que la devolviese a su lejana isla y
conseguir dormir sola y no tentar al dueño de la sombra,
que velaba todas las noches, sin ser Julieta consciente aun
de las estrellas que le daban mil noches más, escondidas en
sus veinte recién cumplidos. Escondiendo su atractivo como
mejor sabía, fumaba un cigarrillo tras otro, con esa rara
identidad, que rodea la noche o el día de una ciudad
anónima, sin tener la posibilidad de conocerla, y con la
nostalgia, tras haber traspasado, las inocentes barreras
invisibles, sin considerar que no era un país para sueños. En
mi apartamento ya. Solo con el deseo de reflejar esa noche
en mi amplio sueño, como compromiso con un tiempo
ajeno. Ordenar la noche antes de velar la cama ajena,
encendiendo unas velas, para golpear a oscuras mi antigua
máquina de escribir. Resumir la sensación de mi último
capítulo y hacerle justicia al tiempo, pues ya entre rutina y
fantasía, se mezclaban los tiempos, por lo que dedique mi
mayor interés, en dejar impreso un folio para que mis
ciegos ojos, reflejasen mi paseo de la mano de algo que
definiría como una de las noche más bella, quedando
impresa así. El mismo destino, como pago del cielo se
mostró esa misma noche, en una foto de otro mundo, en
una oscura esquina. Rodeadas de putas negras, sentadas en
la calle más triste, se presentaron ante mí, sin haberse
insinuado, la soledad y la pobreza. Tan bien pintada, tan
grande el misterio, que me lo llevé a casa. Delgadas,
delgadas como en pasarelas, blancas. Una de pantalones
blanco, la otra celeste y altos tacones. Dos rubias en cuclillas
en esa esquina, vestidas como princesas que se esconden,
se mostraban ante mí, vestidas con sus peores ropas. Era
más soportable, que lo que el mundo me mostraba. ¿Donde
situarse? ¿Quien era el dueño de mi sueño? Dos días
después, compartíamos vivienda los tres. Dos habitaciones.
Dos camas grandes, un salón común, la cocina y el cuarto de
baño, fueron testigos, de que nunca dormimos juntos. Que
permití, seguir su destino como si fuese un observador, de
un mundo que desconocía y que ellas me ocultaban, cuando
se encerraban al cerrar la puerta, del que fue algo más que
un cuarto de baño. Cómplice e inocente, tarde mucho
tiempo en conocer el secreto que se escondía detrás de esa
blanca puerta. Trabajando toda la noche, regresaban de
mañana, cansadas pero de buen humor. Se sentaban a
conversar con nadie, quien las esperaba, para compartir
unos minutos de vida. La vida de mis ojos. Que eran los
encargados de volverlas a la realidad. El encargo de no sé
quién, que nunca rechace, pues como cómplice de su
tragedia, me transforme en un ser imprescindible.
Mantenerlas vivas. Lo que eché de menos, eran los minutos
en que éramos tres en el gran sofá del salón. Pues a las
pocas semanas y tras comprobar que no era lujuria carnal lo
que me animaba, empezamos a conversar algo, en un
castellano muy elemental. Por un tiempo eran libres y como
si fuese un hermano, competían por limpiar mi espalda,
como si aseasen la sombra mía. Sacha, se sentaba sobre mi
espalda en ropa interior y delicadamente, iba recorriendo
con sus hábiles dedos, alguna impureza. Ella a espaldas
mías, y con una aguja, recorría, sin que me diera cuenta,
cada rincón, sin que yo notara la diferencia. Incluso, cuando
me percate de su arte con las agujas, me decía. No aguja,
tranqui. Y continuaba, escondiendo esa herramienta
quirúrgica como acto de brujería. Julieta, quien nunca dejó
de ser menos o eso quiso demostrar. Subida, también a mi
espalda, y carente de cualquier utensilio, más que sus
afiladas uñas, me hacia gritar su nombre cada pocos
segundos !Julieta¡ El arte de dejar sus marcas en la espalda
de nunca supe quien. Primero una y luego la otra, antes de
que se entregasen al sueño de todo un día para despertar,
ya entrada la noche. Como extrañé ese tiempo en el que
estábamos vivos y enteros. Inocentes del final de estas tres
condenas, que nunca dejamos de cumplir. Aun trabajando
de director de una sucursal, me centraba en la consecución
de mis objetivos diurnos, hasta que por injusticias laborales,
siendo según argumentaron, el mejor pagado, resulte ser el
más ruin de los empleados. Paseando de abogado en
abogado, buceando justicia en el harem invisible, ese que
tenía contadas sus monedas. Argumento para ser
definitivamente, absorbido por estas sombras de mis
llanuras, donde como decía antes, no se pagan pecados.
Debería olvidar. Si debería olvidar Pero mi primera noche,
velando a escondidas las noches, donde yo mismo,
sobrevolé. Julieta, con el pelo suelto, y besando en la mejilla
a un alto joven de color, a las puertas de ese hostal, donde
busqué el amor más doloroso. Comprendí mejor, que era el
amor en esas sucias calles. Mientras Sacha conversaba con
un cliente, subida en un coche de placas extranjeras. Y
como pago del cielo, ambas me descubren. En ese segundo
eterno, los tres nos desnudamos, como si hubiese
descubierto sus secretos. Se hizo un espacio donde el
tiempo se detuvo. Como esperando una respuesta que
fuese digerible para todos. Julieta, se encaminó hacia mí
persona. Sacha casi como intuyendo mi shock, se apresuró a
intervenir. Julieta se enfrentó a mi sombra y frunciendo su
ceño, dice ¡Como tu venir aquí¡ !Tú nunca debes venir a la
calle donde trabajar¡ Conmovido, desolado y sin saber cómo
reaccionar ante la realidad, no dije nada. Julieta, frunciendo
el entrecejo, tiró el resto de un cigarrillo que fumaba y solo
atiné a regresar por el mismo camino que había recorrido.
Olvidándome incluso de la barra cubana, donde se
escondían. Cuando giré mi cabeza instintivamente, vi a
Sacha abrazando a Julieta. Enfermo de dolor. Ese dolor
ajeno que me empezó a invadirme junto con las lágrimas,
que rara vez solían aparecer en mi cara. Camine lento ajeno
a las miradas, caminé, con el dolor de la sociedad, el dolor
mío, el dolor de Cristo, viendo como dos jóvenes, se morían
en esa esquina sin testigos y sin remedio. Solo y asolado por
tanto dolor ajeno solo atine en mi estado de shock a
caminar como hipnotizado, hasta las puertas de la catedral,
donde llore desconsolado. Sin testigos como el dolor que
me invadía. Dejando una marca más, en esa antigua y
hermosa bóveda de dios, de cerradas puertas, sorda de
tanto repicar de campanas y ciega de tantos pecados
escondidos. A oscuras y sin testigos, me quedé el tiempo
suficiente como para confirmar que dios estaba impedido y
que mi única opción era cuidar los restos del universo que
vieron mis ojos y sellaron mis lágrimas. Regresando ya y
como acto inconsciente, me llevé a casa un gran pino que
adornaba una calle. Un enorme tiesto imposible de
levantar, que alce y subí las cuatro plantas, después de
llevarlo varias calles. Siguieron pasando las semanas y los
meses y fue una rutina el velar las calles, para que me
viesen y supiesen que no andaban solas. Ellas, se
encargaron de vestirme como demonio a mis espaldas y me
transforme, en ese chulo, que incluso se escondió unos
meses en el dolor que las poseía. La droga más dura tapaba,
la droga más cruel. El desamor, la insensibilidad y la
condena de las sombras de los ojos que evitan mirar en las
esquinas de las hijas del dios al que estamos entregados.
Como negando que todos estamos conectados por un
ombligo común, seguí sus pasos, trabajando incluso, para
alimentarlas a escondidas. Pues jamás tenían dinero y
nunca vi a ningún chulo que no fuese yo. Jamás les pedí
dinero. Parecían no ser de aquí, casi no probaban bocado,
no se compraban ropa, y las duchas eran casi forzadas.
Trabajar toda la noche y dormir todo el día, solo
interrumpido por la rutina, de velar por la espalda de nadie.
Escondidas en sabores ajenos, que no guardaban, sino,
atesoraban. Secretamente yo mismo no pude evitar caer en
mi propia trampa de amor, pues el altruismo es imposible y
jugamos los tres al gato y al ratón en el gran sofá del salón.
De la espalda a las caricias superficiales. Fue el deseo
también algo que permitió esta realidad. Sacha cómplice del
secreto amor que sentía por Julieta, pero con la libertad que
imperaba en casa, donde no éramos presa ni de la lujuria ni
de placeres pasajeros, liberaba mis deseos, siempre dentro
de sus límites. Me transforme en una especie de hermano
menor, que debía ser atendido también. Una familia con
reglas y una moral establecida por las circunstancias. Pues
no habíamos elegido esta situación ninguno de los tres. Solo
velábamos por mantener cierta estabilidad. O la que ellas
impusieron o la que yo pude sostener. Sacha Ven. Si, Y
Sacha me aseaba como me gustaba que lo hiciera. Era algo
que solía hacer con mejor humor que Julieta, aunque ella lo
permitía, no dejaba que nadie fuera mejor amante que ella.
Muchas veces fueron las que fuimos interrumpidos, para ser
devorado por sensaciones irrepetibles. Mas que besos, me
dejaba marcado, pues como sus uñas en mi espalda, su
boca entre mis piernas, arrodillada frente a mí, me hacían
viajar por un cuerpo desconocido para mí. Así alejaba los
escondidos sentimientos de Sacha, entre imposibles deseos,
sostenidos en mis ocultos sentimientos hacia ella. Cuando
pedía mas cual enamorado, incluso deseando comprar su
cuerpo a cualquier precio, desnuda y bajo mi cuerpo, como
una piedra, me daba a entender, que en este rincón del
mundo ella no entregaba su amor a ningún precio. Por lo
que nunca conocí su amor carnal, hasta una tarde de
verano, meses después, cuando intentando alejar mis
pensamientos sobre una joven, que conocí de forma casual,
y ellas, sabedoras ya de mi atracción por esa mujer,
urdieron un plan. Mi secreto y cautivo amor pasajero que se
dedicaba a los tatuajes o mejor dicho, diseñaba máquinas
de tatuaje y creaba diseños imposibles, como los que me
enseñó en el portal del edificio, de nombre Sofía. Luchaba
por dejar un antiguo vicio, y lo contenía rechazando tener
que compartir el destino de mis compañeras, viviendo en
una habitación de una prostituta local, donde se escondía
de todos sus fantasmas, estando cerca de su condena, para
no olvidar el límite que se había impuesto. No muy alta, de
pelo crespo y una graciosa cara, la encontraba cada mañana
o tarde, tocando una pequeña flauta, en las puertas de una
iglesia, que la llenaba de monedas. Enamorada ella o yo de
ella, le dije que me habría gustado compartir mi casa con
ella. Una noche sonó a la una de la mañana un ¡Gabriel¡
¡Gabriel ¡La excusa de diez euros, que me había pedido
prestados para comprar eso que no deseaba tener cerca y
que sirvieron de motivo, para vernos por última vez. Sacha
sabedora de mi necesidad de amor verdadero y consciente
del límite de nuestra amistad, me preparo el más puro de
los venenos o perfumes de amor, para alimentar a nadie. Al
día siguiente, después de regresar de trabajar, me propuso
intercambiar dinero por la compañía de Julieta. En
apariencia sería inútil pues conocía los límites de la piedra
de ese amor imposible en esta dimensión. Gabriel ¿Quieres
hacerme el amor esta tarde?. Más no. Tú sabes. Me vas a
engañar otra vez y no me apetece, No deseaba ser víctima
de ella. Gabriel confía en mí, te are feliz, de verdad. En ese
momento Sacha como celestina del infierno, me entusiasmó
como a un niño con un caramelo y al asomarme a la
habitación donde estaba recostada Julieta, alegre y más
bella que nunca. Entre confundido y desconfiado, me
acerque, mientras Sacha, cerraba la puerta a mis espaldas,
gritando al cerrarla, ¡puta¡ Fue en esa habitación, donde
aprendí su amor. La pasión, sus besos, su vientre húmedo y
cálido, de ese encuentro no consumado, en la esquina
donde la vi, hace tanto tiempo atrás. Encima suyo y
besándonos y gimiendo, se desnudo para mi, enseñando
algo irrepetible de contener, como el calor y el roce de su
tesoro más preciado. Gabriel ¿Esto es lo que tú querías? Si.
Semanas después me encontré con Sofía y estaba
irreconocible. Muy arreglada y deshidratada, delgada y
como ausente. No pude evitar mirar sus manos. Sus dedos
delgados y largos con gruesas venas que afloraban entre
joyas desfiguraban su tersa juventud. Un misterio que se
quedó en el olvido como muchas cosas más.
Capitulo Ocho
Siguieron transcurriendo los días y las noches, que solía
recorrer a solas por esas abandonadas calles de esta ciudad
enrarecida entre odios y cordialidades obligadas. Tierras
que aún resuenan a califatos de otra época, pero que
anclada a orillas del mediterráneo, exhibe una placa, que la
señala como la puerta de Europa. Invadida de extranjeros y
gentes que deambulan y conseguir escapar a su destino,
envileciéndose o regresando a sus países, por voluntad
propia o expulsados, por la mano que vigila las calles. De
esa manera, una mañana, no regresaron a casa ni Julieta, ni
Sacha Las encontré detenidas en la cárcel destinada a
expatriar a los extranjeros. Veinte días que se hicieron
interminables. Veinte visitas para mantenerlas ligadas a lo
único que sostenía lo que les quedaba de vida. No serían los
barrotes, la condena que borraría las marcas de las dos. Las
heridas hechas cada vez que Julieta regresaba. Marcas que
fueron llenando sus piernas de profundas marcas, como
mudas testigos de la negación a ser eso por la que la
deseaban juzgar. Lento ritual, que veían mis ojos, de cómo
rompía serenamente brazos y piernas con dolorosas
marcas, antes de pasar al cuarto de baño y peinar
lentamente su rubio y hermoso cabello, para volver a la
calle. Reflejo que miraba a escondidas, viendo como se
transformaba en la más deseada de las piedras. Reflejo que
terminaba en profundas marcas de un universo que guardó
el espejo y su reflejo en mis ciegos ojos. La primera visita,
tras una larga espera y tras verificar mi vínculo con ellas,
Julieta primero, luego Sacha, apareciendo escoltadas por la
policía, cubiertas por delgadas mantas que Julieta
arrastraba como capa. ¡Julieta¡ no arrastres la manta le
gritaba un policía, mientras se acercaba a la pequeña sala,
donde la podía visitar. Solo una vez enseño su risa de
adolescente renegada y consciente, ajena a los barrotes que
la aprisionaban. Así era ella. Libre e inocente. Sin culpas de
esta curva del destino. Alegres de vernos. Tras verlas, quede
solo en mi piso. Desolado como doliente enamorado, tras
los veinte días y al borde del dolor más cruel, golpearon a la
puerta, gritando ¡Sorpresa¡ No solo regresaron ellas. Venían
acompañadas de otras tres. Alegres y fuera de sí, se
presentaron. Tres chicas jóvenes que solo tenían la opción
de viajar a otro país, donde no ser acosadas. Tras compartir
unos días, como espectador de ritos ajenos a mis sentidos,
prepararon su equipaje y viajaron al extranjero. Nosotros
quedamos otra vez solos ante el destino. Tanta la confusión
y tantos los años de mi condena y antes de cumplir los
cuarenta, me toco también rendir cuentas a mi pasado.
Julieta y Sacha, tras su detención, dedicaron las veinticuatro
horas a trabajar. Fue la más horrible de las carnicerías.
Verlas ser acosadas por hombres jóvenes, viejos, negros,
mujeres. Verlas como dejaban de ser las niñas que conocí,
hace más de un año. Ya no había más que esperar. El final. Y
deteniéndome en este punto, para ir a por más velas, para
continuar escribiendo y así poder centrarme en lo que no es
de este mundo. Pues esas velas, que me dejaba una mujer,
que custodiaba la ermita de legionarios y de sueños
inmortales de la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte.
Fueron los que iban a velar en mi caso, la buena muerte
que, no se reflejaba en la cotidianidad de lo que compartía
en esta ciudad. Se refería a la cruz que había cargado recién
cumplido los veintitrés. Invisible y aterradora, mi buena
muerte, me poseyó en la juventud. Me invadió parte de los
sentidos y puso precio a mi alma. Una carrera de minutos,
meses, veranos, cumpleaños y de miles de kilómetros, para
escapar, de la sombra de unas madres que se empeñaron
en dejarme totalmente a oscuras. Poseído por lo que en
este universo, no tenía más solución que asumir la
rendición. Había memorizado una canción hace años. Y no
ser otro más de esos innombrables, que no consiguen ser y
estar o si fuese necesario, poder dormir para siempre, al
otro lado del espejo. Una tarde de domingo, a solas,
ordenando unos poemas y no sin cierta ansiedad, de algo
que no deseaba, sin tristezas en exceso, me conseguí un
cóctel mortal. Estirado en la alfombra del salón y sin aviso
previo, me prepare a trascender, para encontrarme con
esos sueños y deseos, que había acumulado en todos esos
años de inútil espera. Como trece o como muerte que
precede a la vida, no fui testigo de gritos ni llantos, pues
simplemente, me fui o escape sin pretenderlo, a la vida de
los dedos que escriben esta la presente, en este espejo
viviente. Pues días antes de cumplir los cuarenta. Con velas
consumidas y sin estar desperté al tercer día. Miércoles de
resurrección. Durmiendo mi sueño eterno, junto a Julieta y
Sacha, las que dormidas una a cada lado mío, velaban la
muerte de nadie, sin poder pedir auxilio. Y como acto de
brujería, mis dos delincuentes juveniles y un sereno
pecador, desperté en un plano, donde ya no reconocí al
tiempo. Como mudo testigo o por la suma de mis actos, fui
reinsertado como recitaba antes, en esta segunda o
enésima vida, para vengar o hacer justicia de tanta
crueldad, amén de las cruces que lleve desde la más
temprana edad. Sin recuerdos del sueño, note el cambio en
mí. Algo murió y algo renació en lo más profundo, pero
manteniendo lo que me aferró a mi mundo primero.
Inocente del festín de la muerte, desperté o mejor dicho,
empecé a despertar y tarde o tardare en conseguirlo,
aunque dejando la huella, para que me relaten en otro
plano. Pues lloro en ojos de otros. Lo que no está. La
ausencia de todo y la existencia de todo, en eso que llaman
multiuniversos paralelos, asomando la pluma para
devolverme eso que causo tanto dolor a, quienes ya no
están, Que es la mente el compromiso de la autora, de este
relato, de este espacio que tiene números y colores, donde
me censuro, pues las letras, relatan lo contado o vivido, por
los amores y las penas de miles de horas compartidas con el
autor, y de la eternidad de quienes se amaron entre lluvias
y el frió de los huesos cansados, oyendo y viendo, algo que
también va conmigo, pues aun duermen los tres. Capitulo
Nueve Quizás debería relatar todos los cambios que padeció
Gabriel, cada dolor, calambre, pesadillas o como hubo de
aprender a caminar entre los espejos y saber defenderse del
mal ajeno. Conseguir caminar. Guiándose, por lo que
siempre lo guió, la belleza, el amor o la injusticia, cosa que
es imposible aprender, por lo que seguramente, seguirá a
merced de todos, pero armado con la sangre que ella
derramo, sobre su piel desnuda, para que lo proteja. Pues
antes de trascender, a solas y a escondidas, mezclo su
sangre y deposito esa pequeña urna entre las ruinas de la
antigua catedral, para asegurarse de que no solo sería
testigo de su dolor, sino que se la entregaría al cielo de
dioses. Capitulo Diez Por un tiempo siguieron viviendo
juntos los tres, hasta que Sacha volvió a ser detenida y
finalmente repatriada. No podría ser justo con Sacha, sin
reconocer el amor que sentía por ella. Si en casa hubo
limites, los puso ella, tanto así que su responsabilidad nunca
tuvo fronteras. La dependencia o necesidad de volver a
consumir su dosis, o el inyectarla en el cuello, cuando
Julieta, ya no podía, era responsabilidad de Sacha o
simplemente, entrar al dormitorio y ver como dormía con
una pierna encima, como custodia de sus sueños.
Nuevamente entre candados, fue la última vez que la vio,
tras gruesos barrotes, donde lo abrazo al cuello llorando,
recordándolo. ¡Yo si te quiero¡ Estaba hermosa. Alta y con
buena cara. Le partió en corazón verla partir, pero
agradecido de no volver a ver lo sus ojos vieron, cuando
caminaba por las calles, como zombi, marcando el límite del
infierno, y aun no cumplía los veintitrés. Cuando piensa el
ella, suele comprar, eso que daba hambre en cualquier
parte. Nata montada, bañada en azúcar. Si recuerdo y
extiendo el tiempo y meto la mano donde estoy autorizado.
La veo llegar delgada, y enjuta. Meterse en un colchón
provisional en el salón donde yo aguardaba para meterse
sola y al acompañarla como a una hermana, sentir la
humedad al notar como mojaba las sabanas de orina y
quedarme junto a ella, sintiendo el terror de algo que debía
recordar. Y no fue la noche, fueron las mil y una. Como
trece ciegos dormidos, que nunca dieron la hora, que había
de ser esculpida en el segundero, del infierno ya gastado.
Ella hubo de enfrentarse todos los días, como guardiana y
guerrera de alguien, que no permitiría nunca no dar su
propia hora, luchando frente a frente como dos gigantes,
para poner su sello. El limite, de la justicia que nunca llego,
en medio de la peor carnicería que pude imaginar. Ahora
seríamos solo dos Capitulo Once Ya nunca más reconocí a
Julieta. Ni su risa, ni su sueño volvieron a renacer. Solo
pelear y pelear hasta la extenuación. Dejando espacio sólo
para las habituales heridas, que su delgado cuerpo
acumulaba, pero que ya no eran de este mundo. Así la
recuerdo a ella y su locura. La condena que nunca busco. Si
es pertinente señalar, que mientras, sufría las molestias
habituales, las que no me dejaban defender mi nombre y las
motivaciones o las circunstancias de tanta locura, que una
vecina, amiga de una cuñada de la capital, entrada en
maldad y envidia, que vivía en la primera planta, alimentó a
una mujer, para ponerle coto a esa familia, denunciándolos
de robo con fuerza, mientras Gabriel, estaba en casa con
Julieta. Pues esa excusa abrió las puertas del infierno, que
nos mantendrán siempre lejos, pues vinieron a por él y tras
obligarlo a confesar y siendo trasladado a los calabozos de
la localidad, fue sorpresivamente liberado y al llegar a casa,
encontró a Julieta, cometiendo el último acto que un ser
podría cometer, cuando buscaba no morir nunca. Me la
encontré, estirada en la cocina, sangrando por la nariz,
víctima de una sobredosis, clamando al cielo como lo había
hecho yo. La loba que nunca dejo de defender sus cosas, se
rebeló como un ángel del infierno, para dejar claro, que ella
no lo iba a permitir. Luego de esto entre en otra dimensión.
Quizás a mejor, pero vagando como aprendiz de vampiros,
en lo relativo a aprender a estar y no mirar. Creo recordar
que ella dejó una nota sin terminar de escribir un nombre,
en un trozo de papel. Romanev. Rusa de origen. Escondida
con sus peores ropas como la primera noche que la vi, de
familia acaudalada, de finos modales y caros gustos, dejó
esa como epitafio. Acostumbrado a tantos males ajenos, me
centre en mí. Y pasaron años de aislamiento, preparando la
reaparición. Años donde sin familia, amigos, fui responsable
y victima también de los tiempos, hasta que finalmente, tras
miles de horas, deje lo que me quedaba de visión, forzando
la espalda, para terminar de esculpir este ángel. Para
concluir he de incluir, los que fueron mis primeros pasos,
tras salir a la luz. Pues ya totalmente transformado y
escondido por el paso de otros, me vieron, en brazos de una
hermosa sonrisa de cincuenta y tres, mientras rompía
barreras, amando y seduciendo la noche, sin ser consciente
que me confundían con otro. Pero así aprendiendo de
nuevo, dicen que me agotaba desnudo y sin dormir, una,
dos, diez y más veces, cada noche, para escapar como si lo
poseyese, un especie de animal salvaje, que no podía ser
retenido. Cual unicornio de un bosque encantado, que lo
secuestraba, pasada la media noche. Luego vino otra joven
mujer, que haciendo todo lo posible para retenerlo, sin
besarle y sin entregarse, más que prometiendo lo imposible,
lo atrajo a su casa, para escapar al día siguiente. Finalmente,
ya centrado otra vez en el mismo, se encontró frente a la
tercera mujer en un año, que creyó, seria la definitiva. Pero
es más que eso. Es la maldición de todas las que vengan
después o una condena por estar con ella. Esculpida en el
más allá, rubia, delgada, criada en la capital del reino, en la
calle más cara y según dice ella, a espaldas suyas, hace
mucho tiempo le esperaba. Mientras Mari, se desnuda de
todos sus hechizos, para dar con el hombre o el cadáver, y
escapar. Así se dejo seducir y amar, incluso reconocer, la
parte de su reflejo, cuando una tarde grito, con el mismo
acento de Julieta, ¡Gabriel¡ ¡Gabriel. Dice desear tener
mucho dinero, ser más bonita la próxima vez. Pero Gabriel
la prefiere como la dueña del mundo, la ofrenda del reino o
el mismo demonio vestida de verde. Quizás sería más
específico, transcribiéndoles una. La muerte, un ángel, un
coche gris plata en la mañana mas abandonada de este
invierno. Sentada ella, sentado él. El motor detenido y
circulando por calles grises, con ese reflejo invernal. Ella en
silencio conteniendo una sonrisa, que revelaba el ambiente
o misterio que envolvió, ese paseo con la rosa mística,
después de haber dormido con ella. Después de haberla
visto volar vestida de piel. Rubia melena y cuerpo blanco,
que escondía una mujer alta y serena, que se entrego dos
noches y que ahora reía, entre miradas, entre veneno, entre
sudores y vahos, que empañaban los cristales. Un automóvil
en movimiento, que ésta mañana, solo circula por los
laberintos, de la cornisa del amor, sembrando este santo
instante, para protegernos de cualquier mal deseo, para
que solo haya espacio, para vivir esta mañana. Arrastrados
por una carroza tirada por ciento quince caballos, para
morir sostenidos por la mano divina y ser perdonados por el
tiempo, que no era nuestro. Tanta la humedad y tanto el
rocío, que lentamente, como empujados por mágicos
caballos, nos desplazamos, por el no querer despertar,
recorriendo los últimos metros, esquivando el tráfico,
pasando inadvertidos. Muy despacio e invadidos por
miradas, que se cruzan, mientras nos despedimos sin
sombra. La alfombra de la ciudad, deja entrever una rubia y
encendida melena y el peor de sus hechizos. Un cerebro de
otro mundo, que arremetía contra todo ser mortal. Fue algo
más que mi sentencia color rosa. Pues antes de llegar, mi
pálido rostro, vestido de pesadilla, percibió, el precio de mi
paseo, o el roció de mi aspiración angelical, preparándome
para no poder evitar contener mi futuro dolor. El precio del
amor, la certera muerte del amor primero, el olvido, la
ceguera, despertando en este viaje, donde partí como niño.
De este sueño que se aleja también, de toda mirada, para
ver descender, mi estandarte, rosa en mano, gritándome.
Gabriel aquí no puedo besarte. Como último aliento del
conjuro de mi compañera, se desaparece tras los cristales
de la gran pecera. Y como suspendido por mi dolor, como
asaltado en el cielo y sufriendo la furia de la separación y a
pesar de mis pesadillas, de verla reírse, verla desnudarse. La
veo caminando por calles, en paradas escondidas,
envenenada de su magia, para poder volver a viajar los dos
otra vez. Para titulados en pesadillas, en hechizos de brujos,
brujas, hechiceras y magos, que se sumaron en abrazos, se
casaron a escondidas, para sellar el camino de la coronación
de una virgen. La atalaya de mi sentencia. El espacio para
dormir con ella, espalda con espalda, como niños de trece,
mientras sigo despertando de los vapores de esta mañana
sombría, donde el galope de docenas de caballos y los
azotes, que reciben mis nuevos sentidos, me han hecho
escupir y gemir el veneno. Y como Romeo no está .
Tampoco Julieta. No la oigo. No la siento, no la veo. Pues no
está más que como fiebres del precio por verla y sin saberlo
y sin despertar, me muero por ella, envenenado del único
hechizo, que nos protegió, por verla y verme. Luego y antes
de su nuevo amanecer y sin previo aviso, en un camino que
no estaba escrito, en un mundo donde sus ojos no
escuchaban las muertas palabras, como cinco de copas,
mientras termino de despertar, caminando seguro y entero,
en ese bosque encantado, cargado como demonio
justiciero, amarrado a ese palo mayor, que conduce el
último viaje, entre dos ejércitos que no se perdonan,
intentando no ser alcanzado. Fue en ese contexto que en
compañía por Italia. En la esquina de las calles Moscú y
estados unidos, Gabriel, soltó la Última Lágrima por ella.
Comprendiendo en ese instante, el límite de lo que debía
entender por el límite del amor en los otros. Ese que se
contiene como las lágrimas ajenas.. Años después integrado
en otro sujeto, continuó renaciendo, hasta conseguir salir
de esa playa transformado, en un personaje de una de esas
novelas de ciencia ficción.