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Vista aérea del Conjunto Arqueológico de Carmona. Foto: Paisajes Españoles.

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Resumen

Tras varios años de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por Juan Fernández López y George E. Bonsor, la Necrópolis Romana de Carmona fue inaugurada en 1885, siendo, el primer yacimiento arqueológico en abrirse a la visita pública en España. La Necrópolis Romana de Carmona fue una empresa particular hasta que se donó al Estado en 1930. En 1984 fue transferida a la Junta de Andalucía, que cambió su nombre al de Conjunto Arqueológico de Carmona. Estos ciento treinta años de servicio a la cultura se resumen brevemente en este trabajo.

Palabras clave: Necrópolis Romana de Carmona, museos de sitio, Conjunto Arqueológico de Carmona, historiografía.

Summary

After several years of archaeological excavations carried out by Juan Fernández López and George E. Bonsor, on 1885 the Necrópolis Romana de Carmona (Roman Necropolis of Carmona) was inaugurated. It was the first archaeological site to be open to public visit in Spain. The Necrópolis Romana de Carmona was a private enterprise until 1930, when it was transferred to the State. In 1984 it was transferred to the Junta de Andalucía that changed its official name in 1993 to Conjunto Arqueológico de Carmona (Carmona Archaeological Ensemble). This paper is devoted to explain this long experience as a cultural resource for the public.

Keywords: Roman Necropolis of Carmona, site museums, Carmona Archaeological Ensemble, historiography.

EL CONJUNTO ARQUEOLÓGICO DE CARMONA: DE JUAN FERNÁNDEZ LÓPEZ Y GEORGE E. BONSOR A FACEBOOKTHE ARCHAEOLOGICAL SITE OF CARMONA: SINCE JUAN FERNÁNDEZ LÓPEZ AND GEORGE E. BONSOR TO FECEBOOK

Ignacio Rodríguez Temiño [ Conjunto Arqueológico de Carmona ]. [ [email protected] ]José Ildefonso Ruiz Cecilia [ Conjunto Arqueológico de Carmona ]. [ [email protected] ]

MENGA. REVISTA DE PREHISTORIA DE ANDALUCÍA // MONOGRÁFICO Nº 03. 2015. PP. 237-267. ISBN xxx-xx-xxxx-xxx-x-ISSN 2174-9299 // CONJUNTO ARQUEOLÓGICO DE CARMONA

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IGNACIO RODRÍGUEZ TEMIÑO Y JOSÉ ILDEFONSO RUIZ CECILIA

1. INTRODUCCIÓN

Aunque el siglo XIX en su conjunto no fuese un tiempo favorable en España para las iniciativas en torno al patrimonio arqueológico, durante su segunda mitad asistimos a un repunte de las excavaciones arqueo-lógicas (Maier Allende, 2008: 76-80). Este aumento de la actividad fue acompañado de un proceso de definición de los profesionales de la arqueología que convivió, durante mucho tiempo, con corrientes opuestas que favorecieron la incorporación de aficio-nados ocasionales y arqueólogos diletantes, en pie de igualdad con los anteriores, compartiendo ambos instituciones como la Real Academia de la Historia, donde no predominaban precisamente los historia-dores profesionales (Peiró Martín, 2006: 46).

Dentro de la débil reactivación arqueológica de fina-les del ochocientos destacan las campañas llevadas a cabo para desenterrar la necrópolis occidental de la Carmo romana (Rada y Delgado, 1885: 6-9; Maier Allende, 1999: 42 ss.), ubicada en el entorno del denominado camino del Quemadero, por sus sis-tematicidad y amplitud. Pero, sin duda, la principal peculiaridad de estas indagaciones arqueológicas fue su vocación ab initio de musealización para la visita pública, de permanencia para disfrute general.

Quizás lo más asombroso de ese empeño inicial no fuese tanto su carácter privado cuanto su éxito. Empezó entonces un proyecto pionero que, cam-biando necesariamente la titularidad privada por la pública como mejor medio para asegurar su pervi-vencia, ha llegado hasta nuestros días desplegando el mismo servicio público que alumbró su nacimiento hace ciento treinta años.

Sin embargo, el tiempo no ha pasado en balde, aun-que no siempre se ha sabido aprender de esta longeva existencia, en parte debido a que la historia de este yacimiento musealizado resulta aún mal conocida. En este trabajo pretendemos ensayar una aproximación a esta extensa experiencia con el objetivo no tanto de historiar el devenir de esta institución, cuanto de resaltar los logros, fracasos y claroscuros que han jalonado su gestión. Para ello, aunque recurramos a una división por cortes cronológicos en su trayectoria (la etapa inicial bajo la dirección de Juan Fernández López y George E. Bonsor entre 1885 y 1930, la época en que ha estado bajo la tutela de la administración general del Estado, entre 1930 y 1984, y finalmente desde esa última fecha hasta la actualidad en que el

titular público de su gestión ha cambiado a la Comu-nidad Autónoma de Andalucía), queremos hacer divi-siones verticales en razón de los diversos campos en que suele residenciarse la tutela de los bienes perte-necientes al patrimonio histórico, según consagrase para el caso de Andalucía, el I Plan General de Bienes Culturales, aprobado 1989 (Plan General de Bienes Culturales 1989). A saber: protección, conservación y restauración, investigación y difusión, sin que este orden suponga prelación alguna.

Sin omitir datos e interpretaciones ya conocidas, creemos que debemos aprovechar esta ocasión tam-bién para poner de relieve aspectos menos conocidos o que hasta el momento han permanecido inéditos.

2. LOS COMIENZOS DE LA NECRÓPOLIS ROMANA DE CARMONA

Tras varios años de excavaciones irregulares y cinco de una actividad sistemática paralela a la compra de las fincas donde se concentraban los principales hallazgos (Rada y Delgado 1885: 80 ss.; Maier Allende, 1999a: 41-58; Gómez Díaz, 2001; Rodríguez Temiño, 2010), el 24 de mayo de 1885 se inauguró la Necrópolis Carmonense nombre que se perdió rápidamente a favor de Necrópolis Romana de Carmona (NRC), como aún se la conoce fuera del ámbito administrativo andaluz (Maier Allende 1999a: 58-61; Gómez Díaz 2001: 60-75; Ruiz Cecilia et alii, 2011: 20-29).

Juan Fernández López y George E. Bonsor, copro-pietarios de la NRC, habían pensado un conjunto de acciones para amparar su musealización. Resueltas cuestiones básicas, de no poca envergadura, como la adquisición de los terrenos donde se encontraban los vestigios y la continuidad de las excavaciones, los principales soportes del proyecto fueron dos: la crea-ción de la Sociedad Arqueológica de Carmona (SAC) y la construcción de un museo de sitio donde presen-tar los bienes muebles hallados en las excavaciones de la Necrópolis. La primera era una plataforma cul-tural que aglutinaba a lo más nutrido de la erudición local y a miembros correspondientes de las reales academias madrileñas y sevillanas, cuya principal labor era la investigación histórico-arqueológica carmonense (Maier Allende, 1997). Por su parte, el museo de sitio tuvo una primera instalación provi-sional en unas salas cedidas por el colegio san Teo-domiro, ubicado en la calle San Felipe, de Carmona,

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pero a partir de 1888 cambió a un inmueble dedi-cado a esta función en la propia Necrópolis (Fig. 1) (Ruiz Cecilia et alii, 2011: 28).

Los artífices de esta empresa fueron Juan Fernán-dez López y George E. Bonsor. Del primero de los cuales, farmacéutico y erudito local, se tienen pocos datos biográficos, aparte de los mencionados por De la Rada y Delgado (1885: 83 s.). Su producción como aficionado tampoco ha dejado una profunda hue-lla, pasando prácticamente desapercibido para la posteridad (Maier Allende, 2004; Ayarzagüena Sanz y Renero Arrivas, 2009), aunque su dedicación a la NRC y a la conservación y valorización del patrimonio arqueológico carmonense está siendo reivindicado recientemente (Ruiz Cecilia et alii, 2011; Rodríguez Temiño, 2014c; Rodríguez Temiño et alii, 2015).

Aquí nos interesa destacar que Juan Fernández ya había emprendido excavaciones en ese sector entre 1874 y 1881, las denominadas en la documentación

conservada en el archivo del Conjunto Arqueológico de Carmona (ACAC)1, como fouilles irrégulières, frente a las acometidas a partir de 1881 en asocia-ción con George E. Bonsor. Cabe señalar, que Fer-nández López hizo estas indagaciones en compañía de otros eruditos como José de Sotomayor, primero, y después de Francisco Mateos Gago (Aguado Gar-cía, 2013) y Antonio María de Ariza (Salas Álvarez, 2010), estos últimos académicos y aficionados a la arqueología que gozaban de enorme prestigio en ese momento en el plano provincial. Frente a la desenvoltura que más adelante mostrará Bonsor excavando él solo, Fernández López siempre parece rodearse de otros a los que posiblemente atribuía mayores conocimientos en la materia.

De George E. Bonsor debemos recalcar que en estos primeros momentos era un entusiasta colaborador de Juan Fernández López, con el que compartió la iniciativa de la creación de la Necrópolis Romana de Carmona, pero poco más (Rodríguez Temiño,

Fig. 1. Edificio del museo de la NRC, ca. 1888 (foto Ramón García Pinzón, Museo Arqueológico de Sevilla).

1 Conjunto Arqueológico de Carmona es el nombre que sustituye al de Necrópolis Romana de Carmona a partir de la promulgación del Decreto 146/1992, de 4 de agosto, por el que se crea esta unidad administrativa, dependiente de la Delegación Territorial de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte en Sevilla. Más adelante se dan algunos detalles sobre su función y finalidad.

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2014c). Posiblemente su primera responsabilidad como excavador fuera la del anfiteatro, comisio-nado por la Sociedad Arqueológica de Carmona en 1886 y cuya memoria, escrita por Juan Fernández López aunque firmada por Bonsor, envió a la Real Academia de la Historia2. Durante los años suce-sivos (1988-1902) (Maier Allende, 1999a: 91-172), Bonsor extenderá su actividad arqueológica a la región de los Alcores, otros yacimientos andaluces y a las islas Scilly. A partir de 1905, cuando llevó a cabo la venta de su colección arqueológica a la Hispanic Society of America, combinará la asisten-cia a excavaciones emprendidas por otros arqueó-logos e instituciones (Arthur Engel, Pierre Paris, Raimond Thouvenot o Adolf Schulten) con la más lucrativa función como agente comercial para Hun-tington, sobre todo a la búsqueda de obras de arte que pudieran interesar al magnate estadounidense. De hecho, las excavaciones emprendidas por él en la necrópolis de Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevilla) entre 1910 y 1911 tienen como principal finalidad la venta de los objetos recuperados a Huntington, ya que esta se consuma apenas unos días después de haber dado por concluida la excavación (Rodríguez Temiño, 2015).

Tanto el análisis de los álbumes de firmas de visi-tantes (Rodríguez Temiño et alii, 2015) como la lec-tura de las actas de reuniones de la SAC3, permiten vislumbrar la amplia y activa estrategia comuni-cativa desarrollada por Juan Fernández López y George E. Bonsor para dar a conocer la NRC y el trabajo desarrollado en ella por ambos entre círcu-los expertos, fundamentalmente las reales acade-mias de la Historia y de Bellas Artes, la sevillana Real Academia de Santa Isabel de Hungría, la Comi-sión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Sevilla, la Universidad Hispalense y el Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla; así como a un nutrido grupo de arqueólogos, intelec-tuales y eruditos a título individual. Sin olvidar, en modo alguno, la búsqueda de notoriedad y repercu-sión pública a través de la prensa escrita, tan abun-dante y diversificada en esos momentos a escala

local, provincial, nacional e internacional (Fig. 2). La correspondencia epistolar y los ejemplares de periódicos custodiados en el ACAC constatan esa intensa labor de comunicación institucional4, propi-ciada por la celebración de «reuniones arqueológi-cas», convocadas para la visita de personalidades a las excavaciones5, y las sesiones extraordinarias de la SAC, a la que eran invitados números colegas y autoridades locales y provinciales e incluso nacio-nales, como Lorenzo Domínguez de la Haza. Aunque normalmente, salvo contadas excepciones, a tales actos solo iban personas de Carmona, su entorno o Sevilla, las cartas excusando su asistencia de aca-démicos y políticos residentes en Madrid eran leí-das en voz alta para solaz de los miembros de la SAC y realce del evento.

Juan Fernández López, George E. Bonsor y, en menor medida, otros eruditos locales miembros también de la SAC, como Sebastián Gómez Muñiz, presbítero de la prioral de Santa María y presidente de la SAC hasta 1888, o Manuel Fernández López, fraguaron su reconocimiento a través de esos medios, pero solo Bonsor supo cultivar un interés por la arqueología y una red de contactos que lo proyectaron fuera del estrecho círculo de la arqueología local.

Este desplazamiento del interés de Bonsor a círculos más amplios y, sobre todo, el giro dado hacia el comercio de antigüedades y obras de arte a raíz de su contacto con Huntington, nos hacen pensar que se desentendiese del mantenimiento de la NRC, recayendo el peso de tal obligación en Juan Fernández López. Él anualmente aportó el dinero necesario para la continuidad de las insta-laciones, reparaciones y sustitución de elementos deteriorados. Suponemos que esta situación debió acarrear cierto desencuentro entre ambos, como reflejan algunos indicios y anotaciones manuscri-tas por Fernández López en los documentos (Ruiz Cecilia et alii, 2011: 32 s.), aunque nunca perdie-ron la amistad y ambos fueron asistentes regu-lares a las sesiones de la SAC celebradas en la biblioteca de la NRC.

2 En el ACAC se conserva un borrador de la misma (ACAC III.2.3. doc. 62, [1 f.], 40 p «Descubrimiento de un Anfiteatro en Carmona», Me-moria leída el 5 de junio de 1886 por George E. Bonsor ante la Sociedad Arqueológica de Carmona).

3 ACAC III.2.1. «Libro de Actas de la Sociedad Arqueológica de Carmona» (1886-1893) y (1893-1909), leg. 2, libros 6 y 7.

4 Tenemos constancia de la publicación de artículos y crónicas sobre la NRC en periódicos como The Times, The Morning Post, El Liberal, La Andalucía Moderna, El Universal, El Orden, El Posibilista, El Zurdo, El Baluarte, El Eco de Andalucía y La Verdad, este último era propiedad de Juan Fernández López.

5 Solo se celebraron dos de estas reuniones arqueológicas, una el 24 de mayo de 1885, con la que se inauguraba formalmente la visita pública a la NRC y otra el 5 de junio de 1886 (Ruiz Cecilia et alii, 2011: 11-33; Rodríguez Temiño et alii, 2015).

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La dedicación de Juan Fernández, tanto a la NRC como a la SAC de la que fue secretario, no solo se manifiesta en la continuidad de las sesiones ordi-narias de la SAC que, en su periodo final, apenas si se reducen a meros apuntes sobre incidencias en la NRC o detalles de algunas compras de objetos, sino en la defensa que hizo de la misma ante los ataques que sufrió. Concretamente nos referimos a la escisión habida en 1888 de dos miembros, los Sres. Cortés y Delgado Maldivo, quienes se quejaron de que Fernández López había usado su memoria de la excursión de la SAC a La Luisiana, sin permiso expreso de los autores. Los afectados no solo aban-donaron la SAC, sino que crearon una asociación fic-ticia paralela a la SAC, denominada La Pasionaria, a la que definieron como “anti Sociedad Arqueológica de Carmona”. Desde La Revista. Periódico ilustrado, científico, literario y de intereses locales, periódico propiedad de Francisco R. Cortés atacaron con sorna y, en no pocas ocasiones, difamando la figura de Juan Fernández López, al que denominan “el arqueólogo necropolitano”. Por ejemplo, en el núm. 33 de La Revista de 16 de septiembre de 1888, puede leerse el siguiente comentario:

“D. Cándido Bartola simple licenciado en Farmacia, políglota, arqueólogo, académico. Se venden pateras, drogas, historias de Car-mona al peso, obras de La Rada en comisión. Se hacen arqueólogos e historiadores en 7 lecciones y se asiste a partos”.

Juan Fernández denunció por injurias y calumnias a Manuel Delgado Maldivo, celebrándose juicio a fina-les de 1888 (La Revista núm. 43 de 25 de noviembre de 1888), recayendo condena sobre el Sr. Delgado Maldivo.

Juan Fernández López murió en octubre de 1925, dejando dispuesto en su testamento (disposición novena) que “[a] mi amigo y copropietario de la Necró-polis Romana de Carmona, lego en usufructo la mitad de dicha Necrópolis, museo y antigüedades y objetos que están proindivisos y que son propiedad del dicho amigo y copropietario D. Jorge Bonsor y Saint Martín y del que esto escribe osea D. Juan Fernández López”.

En la disposición treceava se recogía que “[s]iendo mi deseo constante el que la Necrópolis Romana se per-petúe como monumento patrimonio el mayor tiempo

Fig. 2. Visita de grupo, tumba de Servilia (Fototeca del Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla, nº registro 4-207).

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posible, faculto y autorizo a mi amigo y copropietario de la Necrópolis Romana de Carmona para que la ofrezca y venda al Estado Español; y enajene en este caso por el precio que juzgue razonable, dándole la mitad, deducidos los gastos, a mis herederos”6.

El final de la gestión privada de la NRC, con George E. Bonsor, ya mayor y residiendo en Mairena del Alcor, recayó en el profesor de dibujo del instituto de Carmona, Juan Rodríguez Jaldón, quien accedió a hacerse cargo de la misma a cambio de la posibili-dad de usar las dependencias del museo de sitio para pintar. A este momento, o algo posterior, correspon-den los espléndidos dibujos de los paramentos pin-tados en el interior de las tumbas, obra de Rodríguez Jaldón (Abad Casal y Bendala Galán, 1975; Fernán-dez Gómez y Baceiredo Rodríguez, 2001).

La Necrópolis Romana de Carmona siguió siendo iniciativa privada hasta que G. E. Bonsor, poco antes de fallecer, la cedió a favor del Estado mediante escritura firmada ante el notario Ignacio Jiménez Gil, el 28 de julio de 1930, dando cumplimiento a los deseos testamentarios de Juan Fernández López. El Estado, mediante Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, de 21 de julio de 1931 aceptó la donación de la Necrópolis Romana de Carmona.

3. LA NECRÓPOLIS ROMANA DE CARMONA COMO INSTITUCIÓN PÚBLICA

Antes de la cesión, siendo director general de Bellas Artes, Elías Tormo, se declaró como Monumento del Tesoro Artístico Nacional, la Necrópolis Romana de Carmona, junto con su museo, por Real Orden núm. 1343 de 26 de abril de 1930. Una vez en poder del Estado, el gobierno de Alfonso XIII nombró a Rodrí-guez Jaldón como conservador de la NRC, a título honorífico, por Real Orden de 29 de octubre de 19307. Ambos actos fueron ratificados por la II República. Por un lado incluyó a la NRC como Monumento

Nacional en el Decreto de 3 de junio de 1931 y por acuerdo de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Sevilla de 21 de noviem-bre de 1933, se designó a Juan Rodríguez Jaldón y a Juan Mª Aguilar Calvo como responsables de diver-sos monumentos encomendados a la custodia de la Comisión existentes en Carmona y cercanías, entre ellos la NRC.

En 1938, antes de acabar la contienda civil, la NRC se integró dentro del Servicio de Inspección General de Museos Arqueológicos por la vía de los hechos. Siguiendo una instrucción emanada del gobierno de Burgos, Juan Lafita, por entonces director del Museo Arqueológico de Sevilla (MAS), confirmaba en octu-bre de ese año haberse hecho cargo del museo de la NRC, según recoge un documento autógrafo deposi-tado en el archivo del MAS, redactado con la termi-nología del momento8.

A partir de 1941 esta situación de dependencia de facto se consolidará de iure mediante Orden de 28 de febrero de ese año. Con esa orden la NRC, como otros museos de sitio también contemplados en ella, no solo perdían independencia, sino que su consideración como museo arqueológico dejaba fuera al yacimiento visitable, ya que esta denomi-nación solo abarcaba al edificio, a pesar de que el conjunto de restos visitables había sido declarado monumento nacional. Los primeros treinta años de gestión estatal solo dan testimonio de incuria y des-preocupación sobre su preservación para el futuro. Los principales documentos que poseemos son las quejas emitidas anualmente desde el Servicio de Inspección de Museos Arqueológicos por la abso-luta falta de cumplimiento en el envío de estadís-ticas de visitantes a ese centro directivo, desde el Museo de la Necrópolis. Incluso tal actitud merece el reproche del Director General de Bellas Artes que pone al Museo de la Necrópolis Romana de Car-mona como deplorable ejemplo de incumplimiento de obligaciones (Rodríguez Temiño, 2010: 309 s.; Rodríguez Temiño et alii, 2015).

6 Archivo General de Andalucía, Fondo Bonsor 1.1, leg. 2, pieza 6.

7 El texto de la citada Real Orden es el siguiente, según consta en la comunicación firmada por Carlos Cañal como presidente de la Comisión de Monumentos de Sevilla, “Iltmo. Sr.: Adquirida por el Estado la Necrópolis de Carmona (Sevilla), por donación del que fue su propietario, don Jorge Bonsor.- S. M. el Rey (q.D.g.) se ha servido disponer que se confirme en el cargo de Conservador de la referida Necrópolis a don Juan Rodríguez Jaldón, que venía desempeñándolo, con carácter gratuito”.

8 El texto es como sigue: “Ilmo. Sr. Jefe de los Servicios de Bibliotecas y Archivos. En contestación a su atto. oficio de 13 de octubre, tengo el honor de participarle que dándole oportuno cumplimiento me personé en la ciudad de Carmona visitando a su alcalde para ofrecerme a él y seguidamente me hice cargo del Museo anejo a la Necrópolis, al cual vengo realizando una visita semanal y oportunamente daré cuenta a esa jefatura del resultado de los trabajos realizados y demás datos, conforme a su oficio del 4 del pasado mes. Sevilla a 8 de noviembre de 1938. III año triunfal. El jefe del museo”.

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La situación cambiará entre 1959 y 1979, tiempo en que la institución y el MAS estuvieron bajo la direc-ción de Concepción Fernández-Chicarro (Fig. 3). Con ella la Necrópolis conoce un momento de acti-vidad y reforma. Se adquirió la parcela donde se ubica el anfiteatro y, con posterioridad, se procedió a su excavación casi completa (Fernández-Chicarro, 1975) (Fig. 4) y se realizaron reformas museográficas en el museo de sitio.

Esta labor de reforma del museo no pasó desaperci-bida. Por Decreto 474/1962, de 1 de marzo, el museo de la NRC fue declarado Monumento Histórico-Ar-tístico, tanto el edificio como las colecciones. Ello condujo a la incorporación del museo a la red estatal de museos españoles por Orden de 31 de agosto de 1968, por la que se incorpora a efectos administra-tivos al Patronato Nacional de Museos. Tampoco los trabajos de desentierro del anfiteatro, que permitie-ron su declaración como Monumento Histórico-Ar-tístico y Arqueológico de carácter nacional por Real Decreto 729/1978, de 11 de marzo , fueron echados en saco roto. Bajo la dirección de Fernando Fer-nández (a partir de 1979) la situación no cambió en exceso, salvo por la adquisición de dos terceras par-

tes de la finca denominada Huerto Casquizo, colin-dante por el este con la NRC.

Por Real Decreto 864/1984, de 29 de febrero, se transfirió la NRC de la administración general del Estado a la Junta de Andalucía. Este cambio tardó en producir efectos. La dependencia del MAS duró hasta que mediante el Decreto 146/1992, de 4 de agosto, se creó como unidad administrativa el Conjunto Arqueo-lógico de Carmona (CAC), dependiente de la Delega-ción Provincial en Sevilla de la Consejería de Cultura (actual Delegación Territorial de Cultura, Turismo y Deporte), desterrándose oficialmente desde enton-ces el antiguo nombre de Necrópolis Romana de Carmona, al menos en el ámbito administrativo.

Como en el resto de instituciones similares creadas en Andalucía, su función principal consiste en la pro-tección, conservación, investigación y valorización de los bienes que tiene encomendados, proponiendo a los órganos pertinentes de la Consejería competente en materia de patrimonio histórico cuantas medidas tiendan a mejorar estos aspectos capitales de la tutela patrimonial (Gil de los Reyes y Gómez Saucedo, 2001).Dado que en el CAC se concentraban diversas

Fig. 3. Concepción Fernández-Chicarro durante las excavaciones del anfiteatro en los años setenta del siglo XX (ACAC).

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declaraciones como monumentos (de la Necrópolis Romana de Carmona en 1931, del museo de sitio en 1962 y del anfiteatro en 1978), se consideró conve-niente realizar una delimitación conjunta de la Zona Arqueológica de la Necrópolis y Anfiteatro que sir-viese además para incluirla en el Catálogo Gene-ral del Patrimonio Histórico Andaluz, creado por la Ley 1/1991, de 3 de julio, de Patrimonio Histórico de Andalucía. Aunque la incoación se realizó mediante Resolución de la Dirección General de Bienes Cul-turales de 16 de marzo de 1994, el expediente no se resolvió hasta diez años más tarde, cuando se firmó y publicó el Decreto 55/2003, de 18 de febrero, por el que se declara y delimita, con la categoría Zona Arqueológica, el Bien de Interés Cultural, Necrópo-lis y Anfiteatro Romanos de Carmona y su entorno (BOJA núm. 5868, de 19 de marzo de 2003).

La nueva delimitación incluye, junto a las propie-dades públicas de la necrópolis y el anfiteatro, las canteras de época romana situadas en el entorno, en una clara apuesta por englobar una realidad que no solo amparase a restos arqueológicos sensu stricto, sino también vestigios que conforman un paisaje arqueológico más rico y complejo. Con esta medida

se quería también alejar cualquier tipo de posible especulación del suelo del entorno de los bienes inmuebles de propiedad pública.

En este sentido cabe señalar que la manzana donde se inserta el CAC contiene aún algunas parcelas, como las denominadas cantera Mayor y cantera Menor, libres o con una ocupación residual, al haberse que-dado al margen del desarrollo urbanístico desde que las Normas Subsidiarias de planeamiento de Carmona, aprobadas en 1983, delimitarán una zona de respeto en torno a la NRC cuya ocupación estaba limitada a una autorización vinculante de la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico. Sin embargo, esa medida cautelar urbanística se debilitó conforme las Normas Subsidiarias quedaron obsoletas. El nuevo planeamiento, formado por una Adaptación de las Normas Subsidiarias de 1983 a la Ley de Ordenación Urbanística de Andalucía, aprobada en 2009, el Plan Especial de Protección del Patrimonio Histórico de Carmona, aprobado definitivamente también en 2009, y el nuevo PGOU, aún no aprobado definitivamente, dibujan una realidad distinta, que afecta tanto a una parcela de tierra calma situada al sureste del recinto del CAC como a las canteras Menor y Mayor.

Fig. 4. Excavación del anfiteatro durante la década de los años setenta del siglo XX (ACAC).

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La posibilidad de revaloración del terreno antes men-cionado generó un movimiento de apropiación por parte de una comercial, que acogiéndose al artículo 205 de la Ley Hipotecaria y presentando unos títulos dudosos, tuvo acceso al Registro de la Propiedad de Carmona e inmatriculó ese suelo a su nombre. Ante el conocimiento de tal actuación, reparamos en ese suelo al que nunca se había prestado atención por estar situado fuera de la valla de delimitación de la NRC levantada a comienzos de la década de los sesenta. Indagaciones en el Registro de la Propie-dad, en el Archivo de Protocolos Notariales, en el Archivo Municipal del Ayuntamiento de Carmona y en el Archivo General de la Administración General del Estado, nos llevaron a la convicción de que ese suelo era público y formaba parte del campo de las Canteras, adquirido por Fernández López y Bonsor en 1883 y cedido al Estado en 1930. Con tal motivo se interpuso una demanda ante la jurisdicción civil, cuyo balance a tenor de una primera sentencia dictada por el Juzgado de Primera Instancia núm. 5 de Sevilla en Sentencia de 6 de mayo de 2013, ratificada por otra de la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Sevilla, de 24 de septiembre de 2014, es positivo a las pretensiones de la Junta de Andalucía consistente en la anulación de esa inmatriculación.

Por otra parte, tanto el Plan Especial como el docu-mento aún no aprobado definitivamente del PGOU de Carmona consideran las canteras Menor y Mayor como suelos no urbanizables, cuya finalidad es inte-grarse dentro del CAC, declarando las escasas vivien-das existentes en la primera fuera de ordenación. De acuerdo con esas previsiones, la Junta de Andalucía publicó el Decreto 168/2011, de 24 de mayo, por el que se declaraban de interés social, a efectos de expropiación forzosa, ambas canteras. Si bien, por cuestiones no solo de índole económica sino también social (realojo de los vecinos que actualmente viven en la cantera Menor), no se ha iniciado el procedi-miento de expropiación.

En la actualidad, tras un periodo dominado por la ausencia conceptual sobre el término “Conjunto Arqueológico” (Rodríguez Temiño 2010), el CAC se concibe como un museo de características especia-les ya que, por un lado, cuenta con un edificio que realiza las funciones de museo de sitio y sede admi-nistrativa de la institución, una extensa zona arqueo-lógica de aproximadamente 60.000 m2 que contiene

una amplia representación de los complejos funera-rios de la ciudad romana de Carmo, un anfiteatro de finales del siglo I a.C. y dos canteras igualmente de época romana; amén de un valioso archivo, donde se conserva todo tipo de documentos que testimonian su larga trayectoria de gestión, y una biblioteca de apoyo a la investigación del personal del CAC integrada en la Red de Bibliotecas Públicas de Andalucía.

Desde el punto de vista de la propia institución y para dar cumplimiento a lo previsto en el artículo 79 de la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio His-tórico de Andalucía, se redactó un Plan Director del Conjunto Arqueológico de Carmona (PDCAC) (Rodrí-guez Temiño et alii, 2009), cuyo diagnóstico está presente en las valoraciones que siguen. Si bien, la ausencia de inversiones ha imposibilitado remontar las carencias críticas detectadas entonces y tampoco ahondar y sacar partido de las ventajas descritas. Sin embargo, sería erróneo pensar que hemos estado quietos, pues se ha llevado a cabo un rosario de pequeñas actuaciones, pruebas y soluciones paliati-vas que nos permiten ahuyentar el principal mal que ha aquejado al CAC: que no se sabía qué le pasaba.

4. LA INVESTIGACIÓN EN LA NRC

Las excavaciones sistemáticas de la NRC comenza-ron en 1883, meses antes de que se adquiriesen los campos de los Olivos y de las Canteras que cons-tituyeron el núcleo fundacional de la NRC, ya que está documentada notarialmente su compra en 1884 (Rodríguez Temiño, 2010: 305), siguiendo un plan por campañas cuya secuencia ha sido esta-blecida por Maier Allende (1999a: 41-58) y revisada por Gómez Díaz (2001: 18-37). De la Rada y Delgado (1885: 82-87) y Manuel Fernández López (1886: 44) describen en términos de colaboración y entendi-miento entre Juan Fernández López y George E. Bonsor la relación entre ambos para este proyecto, señalando el primero expresamente que Bonsor se encargó de la realización de los planos y plan-tas (hecho que viene avalado por la autoría de los mismos), mientras que Fernández López tenía a su cuidado “recoger cuantas notas y datos producían las excavaciones, en un minucioso diario abierto al efecto” (Rada y Delgado, 1885: 86). Ese dia-rio manuscrito íntegramente por Juan Fernández López se conserva en el ACAC9.

9 ACAC III.1.3. caja 1, libro 3 [Juan Fernández López] «Diario de excavaciones 1884-1905».

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246 HISTORIOGRAFÍA DE LAS INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE ANDALUCÍA

Contra esta realidad documental de poco vale con-traponer el contenido de panegíricos elaborados tras el fallecimiento de Bonsor, como por ejemplo el escrito por Joaquín Hazañas y la Rúa, publicado en El Correo de Andalucía en agosto de 1930, para rendir homenaje al erudito anglofrancés (Maier Allende, 1999a: 65). La redacción de esa pieza perio-dística está presidida por el deseo de alabanza de las virtudes del difunto y no por la rigurosidad his-tórica. Por otra parte, Hazañas hace la referencia al modo de excavar de Bonsor en términos generales y no concretamente a las excavaciones realizadas en la Necrópolis Romana, entre otras cosas porque no fue testigo directo de ellas. Según los datos dis-ponibles, sus visitas comenzaron cuando la Necró-polis estaba ya inaugurada y no se sucedieron más episodios de excavaciones hasta 1905, cuando se desentierra la tumba de Servilia y Bonsor no par-ticipó en ellas (Rodríguez Temiño et alii, 2015) (Fig. 5). Mucho menos suponer que Bonsor debió llevar otro diario de paradero desconocido (Maier Allende, 1999a: 39 s.), del que no hemos encontrado ninguna referencia.

A pesar del empeño puesto por Fernández López y Bonsor en las excavaciones de la NRC, lo cierto es que su publicación prefirieron dejarla a la mano experta de Juan de Dios de la Rada y Delgado (1885), comisionado por las reales academias de la Historia y Bellas Artes para asistir a la reunión arqueológica de 1885. Lógicamente él publicó los complejos fune-rarios excavados con anterioridad a esa fecha.

En realidad Juan Fernández López no demostró mucho interés en dar a conocer sus excavaciones mediante una publicación, pensamos que él se reconocía como erudito, sin conocimientos teóricos suficientes como para abordar una empresa inte-lectual de esa magnitud. Sus publicaciones se ciñen a breves memorias para la SAC y alguna otra cosa en coautoría con Gómez Muñiz y Bonsor (Gómez Muñiz et alii, 1887; Fernández López, 1888a y 1888b) y avances dispersos en La Verdad. Eso también per-mitió que otros miembros de la SAC que estaban al tanto de las excavaciones, aunque no está acredi-tado que participasen directamente en ellas, como Manuel Fernández López, hermano de Juan, médico

Fig. 5. Juan Fernández López durante la excavación de la tumba de Servilia, 1905 (ACAC).

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de profesión e igualmente interesado en las anti-güedades, que llegó a ser secretario de la Comisión de Monumentos, pudieran publicar visiones de con-junto insertas en obras generales o bien monogra-fías sobre una tumba concreta (Fernández López, 1886 y 1899).

Pensamos que fuese acaso esa prudencia la que le aconsejó delegar en un académico la publicación. Cuando se reanuden las excavaciones en la NRC en 1905 para excavar la tumba de Servilia, esta vez sin la colaboración de Bonsor (Ruiz Cecilia et alii, 2011: 52 ss.), será una persona cercana a las excavaciones y a las reales academias quien dará cuenta puntual de los hallazgos (Fernández Casanova, 1906ª; 1906b y 1907). Bonsor, sin duda, respetaba la forma de pensar de Fernández López con respecto a la NRC, pues a pesar de incluir la NRC en sus principales publicaciones sobre la región de los Alcores (Bonsor, 1899) y hacer breves comentarios sobre los túmulos excavados en ella (Bonsor, 1897 y 1898), lo cierto es que acometió muy tardíamente la publicación monográfica de la NRC, en una obra que apareció póstumamente (Bonsor, 1931), usando los apuntes

de Fernández López, como reflejan las anotaciones realizadas a mano y firmadas con sus iniciales. Este aprovechamiento se ciñó a los datos más valiosos del “Diario de excavaciones”, los croquis de las tum-bas y las descripciones de los ajuares, aunque en la portada del mismo se lee la opinión general que le merecieron las anotaciones de su compañero: “Visto. No Vale. J. B.” (Fig. 6).

Conviene señalar aquí que para este momento ya se había definido un modo de abordar el estudio de los complejos funerarios romanos de la Necrópolis que, frente a un completo recuento de todos ellos, privi-legiaba el análisis de los singulares y excepcionales, característica que se ha perpetuado en posteriores trabajos, como hemos tenido la ocasión de reseñar (Rodríguez Temiño et alii, 2012: 132 ss.).

Omitimos un recuento detallado de las obras genera-les sobre la Bética o sobre época antigua que hacen descripción de lo ya conocido sobre la NRC, para cen-trarnos en el nuevo periodo de excavaciones abierto tras la llegada de Concepción Fernández-Chicarro a la dirección del MAS y, por tanto de la NRC.

Fig. 6. Anotaciones de Juan Fernández López en el “Diario de excavaciones 1884-1905” y nota a lápiz de revisión por George E. Bonsor (ACAC III.1.3 caja 1, lib. 3).

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Como se ha visto, su actividad se centró sobre todo en la nueva finca adquirida por la administración, la del anfiteatro, donde excavó un amplio conjunto de tumbas además del propio edificio de espectáculos y publicar la última guía editada sobre la NRC (Fer-nández-Chicarro, 1969; 1970; 1975 y 1978; Fernán-dez-Chicarro y Olivella, 1977). Esta nueva tanda de excavaciones le sirvió igualmente para reformar y actualizar el discurso expositivo del museo de sitio. Este periodo podía haber continuado con las exca-vaciones de María Belén Deamos (1982 y 1983), que había trabajado con Fernández-Chicarro, y que con-siguió reunir por vez primera un equipo de excava-ción e investigación en torno a la NRC (Belén Deamos et alii, 1987), pero el grueso del grupo derivó hacia la arqueología urbana (Belén Deamos y Lineros Romero, 2001) y Belén Deamos comenzó otros pro-yectos, aunque nunca ha dejado de estar vinculada a los miembros de su antiguo equipo. De esa época aún quedan un amplio número de tumbas del sector del anfiteatro por publicar.

A mitad de los setenta aparecerá el libro que ha mar-cado durante más de treinta años el conocimiento de la NRC, la tesis doctoral de Manuel Bendala Galán (1976). Como es bien sabido, esta obra no se basó en nuevas excavaciones, sino que reinterpretó los ves-tigios ya excavados, añadiendo como documentación original plantas y alzados corregidos de las tumbas objeto de su investigación. La NRC siempre ha estado presente en la obra de Bendala como expresión pal-maria de su concepción del proceso de romanización (por ejemplo, Bendala Galán, 2002). Al hilo de estas investigaciones, los vestigios de pinturas existentes en algunas tumbas de la NRC también serán reco-gidos en estudios generales sobre este tema (Abad Casal y Bendala Galán, 1975; Abad Casal 1979).

Si bien durante la década de los noventa del pasado siglo no aparecieron nuevos títulos dedicados a la investigación histórico-arqueológica de la NRC, sí emergió un nuevo tipo de investigación inédita hasta entonces, la dedicada a los procesos de biodeterioro de los paños de pinturas parietales. Durante la pri-mera mitad de esa década, un equipo multidiscipli-nar del Consejo Superior de Investigaciones Cientí-ficas (CSIC) elaboró un informe diagnóstico sobre el estado de conservación de la NRC, para entonces ya denominado CAC (Hoyos Gómez et alii, 1994). Este trabajo abrió la vía para investigaciones dedicadas a los procesos de colonización microbacteriana en los complejos funerarios (Ariño y Saiz Jiménez, 1997).

Esta vía de indagación se incentivó durante el nuevo periodo de investigaciones realizadas por el CSIC entre 2007 y 2009 (Sánchez Moral et alii, 2009), del que se hablará más adelante, pero a diferencia de la línea principal acerca de las causas del deterioro de los complejos funerarios, centrada en los proce-sos de degradación de la caliza encajante en la que están excavados (Fernández-Cortés et alii, 2014), la indagación microbiana sobre pinturas murales nunca ha transferido guías prácticas útiles para la conservación (Rodríguez Temiño, 2014a; Baceiredo Rodríguez, 2014).

A finales de los noventa también aparecerá una nueva línea de investigación que afectará a la NRC, el estudio del legado documental de George E. Bon-sor, dentro del interés despertado en la arqueología por la revisión historiográfica (Maier Allende, 1999a y 1999b).

El II Congreso de Historia de Carmona coorganizado por el Ayuntamiento de la ciudad y la Universidad de Sevilla en el año 1999 (Caballos Rufino [ed.] 2001), permitió nuevas aportaciones e interpretaciones de la NRC englobadas en la revisión realizada sobre visión de la romanización hasta entonces prevalente. En otro orden de cosas, en ese Congreso también apareció la primera historia de la NRC como institu-ción (Gil de los Reyes y Gómez Saucedo, 2001) y una aproximación al que fuera su primer conservador dependiente de la administración estatal (Fernández Gómez y Baceiredo Rodríguez, 2001).

Durante la primera década de este siglo, la pro-ducción bibliográfica novedosa ha oscilado entre la explicación de diversos aspectos del pasado, pre-sente y futuro de la institución (Trillo de Leyva, 2002; Aspas Jiménez, 2002; Gil de los Reyes, 2003; Aspas Jiménez y Tocino Rentero, 2004), y la historiogra-fía, con especiales aportaciones sobre la presenta-ción original de la NRC según fue diseñada por sus primeros propietarios (Maier Allende, 2003; Gómez Díaz, 2006), así como otros pasajes inéditos de la actividad de Juan Fernández López (Maier Allende, 2004) o de la Sociedad Arqueológica de Carmona (García Baeza, 2007).

El diagnóstico realizado como parte del PDCAC puso de manifiesto la importancia de que la investi-gación, no solo en el campo del conocimiento histó-rico arqueológico, fuese la guía de las actuaciones. La conservación preventiva y la difusión y comuni-

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cación con el público debían estar presididas por estudios previos que apuntasen carencias y orien-tasen los caminos para ensayar soluciones, aunque fuesen paliativas. A esta filosofía responden conve-nios y contratos realizados con equipos de inves-tigación especializados en determinadas áreas de conocimiento, como el ya mencionado del CSIC para profundizar en las causas sobre el deterioro del substrato rocoso donde están excavadas los com-plejos funerarios (Sánchez Moral et alii, 2009), así como estudios de público visitante (Calle Vaquero et alii, 2009), o del comportamiento durante la visita (Rodríguez Achútegui e Izarzugaza Lizarraga, 2006). Dentro de esta misma tendencia, el equipo del Con-junto Arqueológico de Carmona pidió un Proyecto General de Investigación con el objetivo de abordar determinadas intervenciones arqueológicas que sirviesen para la reordenación del discurso expo-sitivo y de los itinerarios del CAC, pero a pesar de estar aprobado por la Consejería de Cultura, no se ha implementado económicamente. La única exca-vación realizada ha sido una limitada limpieza y sondeo en un sector crucial del anfiteatro, dirigida a documentar la canalización para la evacuación de agua. Así mismo el CAC también ha colaborado con los servicios municipales de arqueología del Ayuntamiento de Carmona en la excavación de una parcela de propiedad particular, externa a la Zona Arqueológica, pero donde ha aparecido un intere-sante conjunto de complejos funerarios.

De esta forma, en los años que llevamos de la segunda década del siglo XXI se ha abierto el espec-tro de temas de interés sobre los que se ha publicado en relación al CAC. Buena parte de las experiencias anteriores se han ensayado en una actuación que aúna conservación preventiva y exploración en nue-vas formas de comunicar el mensaje expositivo, el denominado Proyecto Guirnaldas (Rodríguez Temiño [coord.] 2014), para el que investigar y testar pro-puestas ha sido su leit motiv.

Las publicaciones aparecidas durante estos últi-mos años han reflejado esta diversidad y amplitud de intereses. Por un lado, se ha seguido insistiendo sobre la propia naturaleza de la institución ‘con-junto arqueológico’, propia de la Comunidad Autó-noma de Andalucía, decantándose por considerarla como un museo de características peculiares, pero museo al fin y al cabo (Rodríguez Temiño, 2010). Próximo a esta línea, han aparecido artículos sobre instrumentos de gestión e investigación de la reali-

dad arqueológica del CAC, tanto los bienes inmue-bles como el patrimonio documental, mediante la creación de una herramienta en base a un sistema de información geográfica (Jiménez Hernández et alii, 2010; Rodríguez Temiño et alii, 2013), al igual que sobre intervenciones como la del Proyecto Guirnaldas donde se ha aunado conservación pre-ventiva y valorización (Galera Navarro, 2014).

La primera consistió en la elaboración de una herra-mienta informática para la gestión y la investigación en el CAC, denominada Sistema de Información del Conjunto Arqueológico de Carmona (SICAC), que combina un SIG para gestionar el producto de las excavaciones en un yacimiento arqueológico con el empleo de escáner láser para realizar modelos 3D de todas los complejos funerarios, así como otros rasgos superficiales significativos para su interpre-tación. Por otra parte, también se han aprovechado aplicaciones web con contenido SIG como vehí-culo para la proyección y distribución de datos en internet.

También la línea historiográfica se ha nutrido con nuevos títulos basados sobre todo en el estudio de la documentación obrante en el archivo del CAC, ya fuesen fotos (Ruiz Cecilia et alii, 2011) ya otros documentos relativos a la visita (Rodríguez Temiño et alii, 2015). Por otro lado, en esta misma línea se viene reivindicando la figura de Juan Fernández López, eclipsada por la proyección historiográfica de George E. Bonsor (Rodríguez Temiño, 2014c). La investigación sobre el mundo funerario romano también se ha retomado, reforzando la adecuación de la necrópolis a patrones propiamente latinos, aunque con rasgos púnicos que no desdicen su romanidad (Rodríguez Temiño et alii, 2012). Esta tesis ha sido incorporada ya por otras investigacio-nes sobre el mundo funerario romano en la Bética (Vaquerizo Gil, 2013). También han aparecido inter-pretaciones sobre complejos funerarios concretos (Jiménez Hernández y Carrasco Gómez, 2012; Gon-zález Acuña et alii, 2014), así como sobre el anfi-teatro. Por último, también se viene investigando y publicando sobre facetas nuevas de la gestión del CAC, sobre todo en relación al público y a las nuevas formas de transmisión del discurso museológico (Rodríguez Temiño et alii, 2014a y 2014b), al igual que la exploración de la comunicación vía las redes sociales, principalmente Facebook, para construir comunidades de usuarios virtuales del CAC (Rodrí-guez Temiño y González Acuña, 2014).

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5. LA CONSERVACIÓN Y RESTAURACIÓN

La tradicional ausencia de conservación preventiva, así como de inversiones para la adecuación y res-tauración de los bienes muebles e inmuebles cus-todiados en el CAC, salvo pequeñas y esporádicas intervenciones, se ha convertido en un desgraciado endemismo, en una deplorable seña de identidad de esta institución, cuya superación se nos antoja que sea una labor compleja debido sobre todo a determi-nados atavismos que rigen el quehacer en la práctica de la administración cultural andaluza, que la crisis económica no ha hecho si no extremar.

Sin ánimo de ser exhaustivos en este diagnóstico nos centraremos en dos aspectos clave para com-prender nuestra desesperación ante esta situación. La centralización de los servicios de conservación y restauración (ya en la Secretaria de Cultura, ya en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico) ha des-capitalizado de personal y medios dedicados a esta finalidad a las delegaciones territoriales (donde los departamentos de conservación acogen sobre todo a personas con formación en arquitectura en detri-mento de aquellas que la tienen en restauración) como sobre todo a las unidades periféricas, como son los conjuntos arqueológicos, salvo alguna excep-ción. Para solventar esa deficiencia estructural debe recurrirse a la externalización de los servicios, pero la propia práctica de la Consejería propicia proyec-tos puntuales de restauración, frente a otro tipo de necesidades, como el mantenimiento continuo y la adopción de medidas preventivas, para las que se necesitarían elaborar unos protocolos de manteni-miento que deberían ejecutar la inexistente unidad de conservación del CAC. La ausencia de estos pla-nes no solo agrava el deterioro, sino que además rinde inútiles a medio plazo las restauraciones. Si a ello se añade que las prioridades inversoras de la Consejería se deciden en esferas inmunes a nues-tras demandas, puede comprenderse nuestro escep-ticismo sobre encontrar una vía de solución para los graves problemas de conservación del CAC, así como que no culpemos única o exclusivamente al escena-rio de crisis económica en que vivimos.

Aunque la naturaleza de los problemas antes men-cionados no garantiza la completa eficacia de las soluciones parciales que se vienen arbitrando, lo

cierto es que no cejamos en nuestro empeño de pro-curar paliar las causas del deterioro más evidentes. En este aparatado se repasarán el estado de con-servación y las causas mejor conocidas que afec-tan sobre todo a los bienes inmuebles del CAC, las principales actuaciones acometidas, así como unas consideraciones que la experiencia nos viene mos-trando que deberían, a nuestro juicio, adoptarse en proyectos de restauración para compatibilizarlos con el disfrute público y mejorar la comprensibilidad de las entidades arqueológicas apelando a las tecnolo-gías digitales.

Posiblemente, por más análisis que se realicen, nunca sepamos bien el comportamiento de las dis-tintas variables que interactúan en los sistemas naturales abiertos y cuya consecuencia es la degra-dación de aquellos elementos naturales o artificia-les que valoramos por incorporar una referencia a la historia de la cultura. Sin embargo, este recono-cimiento no es una excusa para inhibirse de inves-tigar y comprender el funcionamiento al menos de las variables con mayor incidencia en su deterioro, aspecto en el que se ha trabajado con distinto ritmo y continuidad desde comienzo de los ochenta. Estos estudios se complementan con la propia historiogra-fía del yacimiento y la forma en que fue excavado y presentado al público.

En primer lugar, cabe señalar la sistemática devas-tación que ocurrió tras el desuso de este sector de la necrópolis como tal. Los primeros datos que se conservan sobre la necrópolis en el siglo XVI, según información documental del Archivo Municipal (Bon-sor, 1931: 39)10, es la petición de licencia municipal para explotar los restos de mausoleos como canteras. Esta depredación unida a los procesos erosivos y a los expolios posteriores a los enterramientos, han provo-cado que la necrópolis romana llegase a nuestros días en un estado de desfiguración completo sin las supe-restructuras, fuesen mausoleos o cualquier otro tipo de ἐπίσημα (epísēma) de los que quedan huellas sobre la costra rocosa (Rodríguez Temiño et alii, 2013: 144 s.). Ya cuando fueron excavadas por Fernández López solo se conservaban las cámaras hipogeas.

Como acontece en toda excavación, el drástico cam-bio de las condiciones medioambientales en que se encontraban las cámaras al entrar en contacto con

10 Según esta documentación el albañil Alonso Delgado en 1573 pedía al Ayuntamiento permiso para sacar nuevos sillares de un edificio que halló bajo tierra encima de las canteras, delante del Torrejón, y venderlos para que sirviesen en nuevas construcciones.

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la atmósfera exterior desencadenó un proceso de estabilización que conllevó el lógico cambio de las primeras, produciéndose su deterioro, sobre todo en las pinturas murales que ornaban algunas cámaras. De todas formas, tampoco debe pensarse que estas estuviesen en un grado de conservación óptimo. En el diario de excavaciones, Juan Fernández López anota, por ejemplo, durante la excavación de la tumba de Postumio que muchos fragmentos de la pintura mural estaban caídos11, esas mismas observaciones se leen en el relato de la excavación de la tumba de Servilia, texto autógrafo de Juan Rodríguez Jaldón12. La imagen de las tumbas con la decoración prácti-camente intacta ha sido transmitida por los dibujos de Bonsor y los de Rodríguez Jaldón (Abad Casal y Bendala Galán, 1975; Fernández Gómez y Baceiredo Rodríguez, 2001).

El problema de conservación vino después, según el estudio del CSIC (Benavente et alii, 2011). La alta concentración de humedad relativa en el interior de las cámaras y las características petrofísicas de la porosa y blanca calcarenita producen un intercambio de masas de aire con el exterior que afecta sobre todo a la superficie exterior de la roca (o revestimiento parietal pintado en su caso), donde se concentran las eflorescencias salinas, provocando su arenización y el consiguiente desprendimiento del revestimiento.

Este efecto se ve incrementado por el sistema usado por Fernández López para la evacuación de la tierra saliente de las excavaciones, su reutilización para generar un jardín de corte ecléctico con el que ame-nizar y favorecer la visita (Gómez Díaz, 2006). Ante la falta de suelo vegetal, la tierra procedente de las excavaciones se depositó sobre las propias tumbas, a modo de grandes parterres delimitados por peque-ños muretes de mampuestos recibidos en seco. Estas inmensas jardineras de toneladas de tierra son como gigantescas esponjas que almacenan agua meteórica. Este agua se transmite por capilaridad a la roca de forma higroscópica, manteniendo alta la humedad relativa.

Por otra parte, aunque el clima tiene características secas, las lluvias tienen episodios torrenciales que inundan los complejos funerarios, tanto por caída directa como por la escorrentía, depositando limos

que impermeabilizan la roca, prolongando artifi-cialmente la presencia de agua, lo cual produce la condensación en los capilares y la disolución del car-bonato que cementa la calcarenita y su consiguiente arenización (Sánchez-Cortés et alii, 2014). A pesar de que ya en el primer informe del CSIC (Hoyos Gómez et alii, 1994) se aconsejaba desmontar los parterres y eliminar la cubierta vegetal, nada pudo hacerse en este sentido por la ausencia de medios económicos, pero también por el alto aprecio dado al ajardina-miento paisajístico de la NRC (Gil de los Reyes, 2003).

Además, la alta concentración de humedad y la inso-lación favorece el crecimiento de biofilm que dete-riora las superficies pétreas o pictóricas (Ariño y Sáiz Jiménez, 1997 y 2004).

El último factor de deterioro no es medioambiental sino antrópico. El acceso completo a las tumbas del público visitante durante más de cien años, aun-que estuviese acompañado de guías o vigilantes, ha provocado un alto grado de erosión mecánica en el interior de las cámaras, patios y pozos de acceso, en muchos casos de forma irreversible.

La ausencia de concienciación sobre el deterioro propia de la época en que se excavó la NRC se exten-día también lógicamente a los bienes muebles. Expuestos en el museo en abigarradas presenta-ciones, en el mejor de los casos protegidos por una vitrina, solo aquellos objetos fabricados de mate-riales resistentes, como la piedra, la cerámica o los metales nobles han resistido; el vidrio y los objetos metálicos de hierro, cobre o bronce experimentaron inexorables degradaciones, de forma que solo una parte relativamente pequeña ha llegado hasta noso-tros. Aunque en la época de Fernández-Chicarro consta documentalmente la restauración de objetos muebles, el robo experimentado en el museo en 1979 (ABC 01/07/1979), menguó notablemente las piezas de ajuar más valiosas, al desaparecer doscientas cincuenta de ellas. La consecuencia inmediata de ese incidente fue el traslado manu militaris al MAS de la inmensa mayoría de los objetos arqueológicos, el archivo y la biblioteca de la SAC.

Con posterioridad, las condiciones de exposición y mantenimiento nunca fueron, hasta fechas recien-

11 ACAC III.1.3. caja 1, libro 3 [Juan Fernández López] «Diario de excavaciones 1884-1905».

12 Juan Rodríguez Jaldón «Carmona. Necrópolis Romana de Carmona: Tumba de Servilia», ACAC III.1.6. leg. 2, doc. 33, 114 ff.

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tes, las más idóneas. De hecho, la reforma del edi-ficio museístico entre 2000 y 2003 (Aspas Jiménez y Tocino Rentero, 2004; Reina Fernández-Trujillo 2005) concentró el peso de la exposición de objetos de ajuar en una inmensa vitrina que, amén de reunir el catálogo completo de cualidades para reputarla como uno de los peores diseños expositivos realiza-dos en Andalucía durante los últimos cuarenta años (Rodríguez Temiño et alii, 2014a: 203), reúne a piezas delicadas hechas con diversos materiales (hueso, bronce, vidrio) sin posibilidad de controlar las con-diciones de humedad relativa y temperatura en su interior al no ser estanca. El archivo histórico y admi-nistrativo del CAC, ni la biblioteca de la SAC habían recibido tampoco atención alguna, ya que habían sido devueltas hacía poco tiempo. Las cerámicas y demás objetos de ajuar fueron depositados de nuevo en el CAC en 2012.

Aunque Fernández López y Bonsor carecían lógica-mente de conceptos como los de conservación pre-ventiva, e incluso Bonsor que tenía una formación artística, practicó restauraciones en los cuadros que compraba realmente cuestionables, ambos se cui-daron de restituir en las tumbas excavadas aquellas partes, sobre todo de los pozos de acceso, que falta-ban o habían sido destruidas durante la excavación.

Las primeras medidas restauradoras en un sentido moderno del término, tanto sobre bienes muebles como inmuebles, llegaron de la mano de Concep-ción Fernández-Chicarro a comienzos de la década de los sesenta. Se intervino entonces en la tumbas del Elefante, Servilia y Cuatro Columnas, reponiendo con cemento partes que faltaban o taponando hue-cos, pero al hilo de la reforma realizada en el museo, también mandó piezas de los ajuares fúnebres para ser restauradas en el taller del MAS (Rodríguez Temiño, 2014b: 38), poco más se pudo hacer.

Durante los ochenta se encendieron todas las luces de alarma acerca de la conservación de las pintu-ras murales. La solución parecía ser entregarlas a la destrucción y salvar únicamente las considera-das importantes extrayéndolas de su lugar original y colocándolas en el museo. Por fortuna, la incuria era tan grande que ni siquiera eso llegó a hacerse. De hecho, la única intervención realizada, en la tumba de Servilia, se centró sobre el inmueble, aunque se adoptaron decisiones, como obturar el óculo, que se mostraron nefastas para la conservación de las pin-turas (Rodríguez Temiño, 2014b: 38 s.).

La época posterior estuvo caracterizada por la voluntad de definir la imprecisa figura del ‘conjunto arqueológico’. Aunque no se haya nunca formulado como tal, se pretendía que estos fuesen ‘museos de inmuebles’, desvinculándolas del estudio, conser-vación y almacenamiento de los objetos muebles. Así se recoge en una Orden conjunta del Ministerio de Cultura y la Consejería de Cultura de 1994, para la reordenación de los museos de titularidad esta-tal adscritos al Ministerio de Cultura y ubicados en la Comunidad Autónoma de Andalucía, donde se declara la pérdida de su condición de museo, para potenciar el carácter de ‘conjunto arqueológico’ (Rodríguez Temiño, 2010). A cambio, se acometió el primer plan integral de conservación, al menos en el plano teórico (Trillo Leiva, 2002; Rodríguez Temiño, 2014b) y el primer estudio sobre las causas del dete-rioro en los complejos funerarios (Hoyos Gómez et alii, 1994). Las actuaciones se centraron en la intervención sobre la tumba de Servilia (Rodríguez Hidalgo, 2001; Trillo Leiva, 2002), que desmontaron las actuaciones más desafortunadas de la interven-ción anterior y adoptaron otras que han sido muy bien valoradas posteriormente, sobre todo en cuanto a los nuevos morteros usados (Sánchez Moral et alii, 2009), pero eliminaron algunos elementos, como el paso en el muro de cerramiento norte, que dificultan la comprensión del complejo funerario.

En los primeros años de la década pasada, se aco-metió con éxito la limpieza y consolidación in situ de las pinturas murales de la tumba de Servilia, rellenándose igualmente algunas grietas que pre-sentaba su cámara funeraria.

A partir de 2003, aunque el CAC no ha contado con un presupuesto estable de inversiones en conser-vación, mejoraron las condiciones presupuestarias hasta 2008, lo que permitió acometer determinados proyectos. En primer lugar, se realizó un segundo convenio con el CSIC, concretamente con el Museo Nacional de Ciencias Naturales y un amplio equipo universitario, para renovar los estudios que se habían llevado a cabo quince años antes sobre las causas del deterioro, abordado desde tres puntos de vista complementarios: a) un estudio geológico de la roca encajante donde se hallan los complejos funerarios, con especial atención a los canales por los que discurre la escorrentía a causa de las modi-ficaciones realizadas en la morfología del terreno para la visita pública; b) monitorización de las con-diciones medioambientales en un conjunto de ocho

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tumbas como muestra; c) caracterización petrofí-sica y mineralógica de la roca encajante (Sánchez Moral et alii 2009). De forma paralela, se realizó el primer estudio diagnóstico sobre las pinturas que quedaban in situ en los complejos funerarios, creándose una base de datos integrada en el SICAC.

Una vez que el estudio del CSIC estaba ya bastante avanzado se decidió realizar una prueba con objeto de comprobar si cambiando drásticamente las con-diciones, las variables tendían a la estabilización. Se eligió para ello la tumba de las Guirnaldas (que había estado dos años monitorizada) y su entorno. Finalmente, el denominado Proyecto Guirnaldas se convirtió en un ensayo de un nuevo tipo de comu-nicación de los mensajes al público, usando tecno-logía digital (Rodríguez Temiño [coord.] 2014). La tumba mantuvo los aparatos de medición durante quince meses más y las lecturas invitaban a cierto optimismo (Benavente et alii, 2014). Esta interven-ción en la que se restauraron las pinturas (Bacei-redo Rodríguez, 2014), se retiraron los parterres del entorno y se cubrió el sector (Fig. 7), también permitió testar la forma de generar nuevos suelos una vez eliminadas las terreras, a base de capas de albero compactado con cal (Ventura Galera, 2014).

Así mismo se decidió limitar el acceso a las cámaras hipogeas, salvo a la del mausoleo Circular, al que tradicionalmente se ha venido accediendo desde la inauguración de la NRC.

Siguiendo las indicaciones del informe del CSIC (Sánchez Moral et alii, 2009) se han modificado los recorridos seguidos por la escorrentía para cana-lizar el agua fuera de las tumbas, a la vez que se han levantado pequeños muretes para evitar que entre agua pluvial de esta forma en ellas. Esta actuación se ha combinado con el re-entierro de aquellos complejos funerarios que tenían pérdidas importantes en la cubierta de la cámara, así como con la colocación de cubiertas metálicas en los que no están destinados a la visita pública. Labor que aún no se ha concluido. Esto ha podido acometerse debido a que los escaneos 3D de los complejos funerarios nos permiten tener réplicas virtuales para su estudio y no es preciso para ello acceder físicamente a los mismos.

Los bienes muebles del CAC también han sido objeto de un tratamiento prolijo. Una vez que el MAS accedió a depositar las colecciones funcionales de la NRC de nuevo en el CAC, se ha procedido a la

Fig. 7. Cubierta del sector Guirnaldas (foto Daniel González Acuña/CAC).

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adecuación de los almacenes, así como al inven-tario, clasificación, embalaje y almacenamiento de todos estos objetos. Además aquellos que habían sufrido por su exposición en la vitrina en condi-ciones poco adecuadas fueron objeto de limpieza y consolidación, retirándose de la misma y siendo depositados en los almacenes que han sido climati-zados adecuadamente.

Los documentos de archivo y la biblioteca de la SAC fueron ordenados y clasificados, depositándose en archivadores y planeras adecuadas a esa función y monitorizadas para controlar su humedad relativa y temperatura. Por último, los primeros fueron digi-talizados para poder trabajar con ellos sin necesi-dad de manipularlos.

No es mucho lo que se ha podido realizar, pero es bastante teniendo presente que las restaura-ciones deben financiarse con partidas dispuestas en el capítulo de inversiones del presupuesto y el CAC, entre 1999 y 2014, ha contado con un total de 486.703 €, cifra ridícula en comparación con el resto de las unidades análogas de la administra-ción andaluza. Sin ánimo de magnificar ni inflar la cartera de proyectos, debe señalarse no obstante que queda un importante volumen de actuaciones e intervenciones por planificar y acometer, como se recogió en el PDCAC.

En primer lugar, culminar las medidas de conserva-ción de aquellos complejos que se encuentran fuera del circuito visitable. Dentro de los complejos fune-rarios que soportan el discurso museológico, son también perentorias determinadas actuaciones. Acabar la restauración de la tumba de las Guirnal-das, así como proceder a la limpieza de la tumba de los Cuatro Departamentos. Las tumbas de Servilia y del Elefante requieren una intervención profunda, que elimine las toneladas de tierra que pesan sobre las partes enterradas y, posiblemente algún tipo de cubierta que evite los efectos de las lluvias torren-ciales sobre ellas, así como dotarlas de medios para su mejor interpretación y comprensión por el público. Sin embargo, la tumba de Postumio, cuyo estado de conservación es realmente calamitoso, además de lo señalado para las dos anteriores, en este caso se precisa una intervención de restitución de las partes perdidas, pues el estado actual que presenta no da idea ni de lejos del original, bien conocido por el diario de excavaciones de Fernán-dez López. El mausoleo Circular también requiere

de una pequeña obra para permitir la aireación, según recomendaba el informe ya mencionado del CSIC de 2009.

Para mostrar los bienes muebles restaurados debe acometerse la reforma de las zonas de exposición y buscar vitrinas menos costosas, pero que contribu-yan de manera más eficaz a su función expositiva y de conservación.

Una de las principales lagunas, también en este apartado de conservación y restauración, es la ausencia de personal cualificado en este campo que forme parte de la plantilla estable del CAC. A medio plazo debemos plantearnos eliminar los parterres de la zona superior de circuito, tal y como aconsejó el CSIC en el informe de 1994. Pero esta operación compleja y delicada no puede acometerse sin haber estudiado previamente qué nueva imagen debe presentar el CAC, una vez que los árboles desa-parezcan y, sobre todo, cómo restaurar las super-ficies que emerjan bajo las terreras y la forma de minimizar su impacto visual. Aspectos todos ellos sobre los que tenemos muchos interrogantes e incertidumbres. Del mismo modo también precisa-mos investigaciones dirigidas a las formas de elimi-nar las colonizaciones bacterianas que devoran los paramentos pintados, una vez que ya han sido estu-diadas por el equipo del CSIC y están en disposición de reproducirlas en laboratorios, por lo que ya no es preciso mantenerlas en sus nichos ecológicos.

En este sentido, cabe hacer una reflexión a cuenta de la experiencia de trabajo que hemos llevado a cabo con diversos equipos del CSIC en el CAC. Sin menoscabo alguno de la solvencia de sus trabajos de investigación, lo cierto es que resulta complejo aunar objetivos. Su especialización en campos muy concretos parece dificultarles la comprensión glo-bal del problema y de las necesidades de una insti-tución cuya función esencial es la interpretación del patrimonio y que debe atender a miles de visitantes anualmente. La parálisis por el análisis no es una opción asumible en un conjunto que carece de la singularidad de las cuevas de Altamira, por ejem-plo, y que debe compatibilizar conservación y visita pública. La falta de respuestas a supuestos con-cretos o las reticencias a trabajar en equipos más amplios, con otros profesionales como restaurado-res, arquitectos, etcétera, tampoco ayuda en la con-secución de objetivos comunes, restando eficacia y utilidad a sus informes.

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6. LA DIFUSIÓN Y EL PÚBLICO

Durante la mayor parte de su dilatada trayectoria de servicio público, la NRC, primero, y más adelante su sucesor, el CAC, han carecido de estrategias previamente elaboradas para prestar ese servicio, más allá de garantizar el acceso de los visitantes mediante un horario de apertura y una insuficiente vigilancia.

Las causas de esta laguna han sido de diversa índole, aunque podría decirse que han persistido las mismas casi desde sus orígenes. Bien cierto es que determinadas carencias presentes en la etapa –entre 1885 y 1930– en que la institución era pro-piedad privada, podrían encontrar disculpa habida cuenta de la mentalidad de la época y lo menguado de los recursos económicos que podían emplearse, pero resulta llamativo que continuasen, e incluso se hubiesen agravado, a finales de siglo XX, setenta años después de haber entrado a formar parte de los museos del Estado y, más recientemente, del grupo privilegiado de yacimientos visitables aupa-dos por la administración andaluza (Amores Carre-dano y Gómez Díaz 2002).

A pesar del innegable salto cualitativo y cuantitativo en la tutela del patrimonio histórico que ha supuesto en España la descentralización autonómica, en muchos casos ha seguido identificándose gestión con administración, como ocurría en la etapa ante-rior (Querol Fernández y Martínez Díaz 1996: 117). Postergando siempre lo importante para atender lo urgente, la planificación administrativa se ha cen-trado en la elaboración de bienintencionados pro-yectos y propuestas dirigidos a solventar carencias y deficiencias, pero en demasiadas ocasiones ayunas de planteamientos que trascendiesen los estrechos márgenes de su propia materialización. Siempre ha resultado difícil incorporar el abundante caudal de reflexiones doctrinales, tanto más exigentes en sus condiciones cuanto más especializadas se han vuelto, a la práctica administrativa y, en la actuali-dad, sigue pendiente superar ese reto. Se consuma así un divorcio entre los planos conceptual y ope-rativo que alimenta una tendencia al inmovilismo y da alas al atavismo o, lo que aún es peor, a que las pretendidas innovaciones provengan de costosas infraestructuras o exposiciones eventocráticas, de la mano de profesionales externos poco cualificados para llevar a cabo consideraciones o reflexiones úti-les en la práctica no megalómana.

La redacción del PDCAC nos obligó a enfrentarnos con la definición de qué debía entenderse por con-junto arqueológico, ante la falta de concordancia a este respecto entre las leyes de Patrimonio Histórico de Andalucía y de Museos y Colecciones Museográfi-cas de Andalucía, previo a la armonización introducida por la disposición final tercera de la Ley 7/2011, de 3 de noviembre, de Documentos, Archivos y Patrimonio Documental de Andalucía, vigente desde diciembre de 2011. Ya, en ese momento, optamos por recuperar la función museística que había estado desempeñando la NRC a lo largo de su historia (Rodríguez Temiño 2010), porque consideramos importantísima la fun-ción educativa de la institución con respecto al público visitante (Rodríguez Temiño et alii 2014a).

En este apartado, como en los anteriores, seguire-mos una ordenación por temas tratados de manera diacrónica, para pasar a abordar después otros aspectos conexos como la comunicación institu-cional y el uso de internet y las redes sociales para comunicar con el público. Comenzaremos con una caracterización de nuestro público visitante.

Durante la mayor parte de su historia, la NRC no fue un lugar que atrajese una multitudinaria visita. Las series de datos conocidas, indican que inició un des-pegue en la década de los sesenta con el auge del turismo, pero en 1984, cuando se produce la trans-ferencia de la NRC a la Junta de Andalucía, el monto anual de visitantes no alcanzaba las veinte mil per-sonas anuales (Rodríguez Temiño et alii 2015). En los últimos años, aunque la cifra casi se ha duplicado, se ha notado con fuerza los efectos de la crisis, como muestra la secuencia entre 2002 y 2014 (Gráfico 1).

El análisis de estas cifras arroja un “inusual equili-brio” entre visitantes individuales y aquellos que se denominan “visitantes cautivos”, es decir, lo que no han elegido venir al CAC, sino que han sido traídos por visitas organizadas. Entre 2005 y 2008, suponían el 50,41% y el 49,59% respectivamente, cifras que ade-más se mantienen constantes a lo largo de los últimos años. Las visitas organizadas se dividen, además, casi paritariamente entre escolares (público muy mimado por el CAC), un 25,55 %, y los grupos principalmente guiados por touroperadores, un 24,04 %.

En cuanto a las procedencias, prima Andalucía y el resto de países de la Unión Europea, frente a los pro-cedentes del resto de España y de otras partes del mundo fuera de Europa (Mínguez García et alii 2014).

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Ya se ha hecho mención a las dificultades que encierra la visita al CAC para la comprensión, por parte del público no experto, del discurso museológico que ha pretendido transmitir la institución desde su inau-guración en el último tercio del siglo XIX. Tal incon-veniente se ha procurado solventar mediante deter-minadas facilidades ofrecidas desde los primeros momentos de su andadura como lugar abierto a la visita pública y que, cambiando lógicamente a través del tiempo, se han perpetuado hasta la actualidad. Enumeraremos los principales recursos haciendo un análisis diacrónico.

La reina de las facilidades ha sido, sin ningún género de dudas, la visita guiada. Ir acompañado de una per-sona experta, que explique el significado de lo que se está viendo y de aquello que está fuera del alcance de los ojos, pero que una adecuada interpretación per-mite imaginar o intuir, contribuye, como casi ningún otro medio, al disfrute de la visita. Muy posiblemente este razonamiento, tal cual se ha expresado aquí, nunca fuese formulado por Juan Fernández López o George E. Bonsor y su recurso habitual a girar visi-tas a la NRC explicadas por ellos mismos fuese solo la respuesta cortés y el deseo de agasajar a los visi-tantes más ilustres que se acercaban al yacimiento. Pero, cualquiera que fuese la motivación, lo cierto es que, desde la propia inauguración de la NRC, en todos los eventos celebrados en la misma, así como entre las principales atenciones dispensadas a quie-nes consideraban como personas distinguidas, estaba ineludiblemente una visita guiada (Rodríguez Temiño et alii 2014a y 2015). Para el resto del público, durante la mayor parte del la historia de esta institución, la visita era guiada por la persona que tenía la función de vigilante, o su familia, que vieron en este medio un

recurso complementario a su exiguo sueldo. Con la regularización administrativa de este personal, tras el traspaso de la NRC a la Junta de Andalucía, las visitas siguieron siendo guiadas por el personal de vigilan-cia, aunque ya sin los incentivos económicos de las propinas. En 2004 se formuló petición por los repre-sentantes de este personal para que se les librase de la “obligación” de explicar a los visitantes las tumbas visitadas en el circuito, atendiendo a que entre las fun-ciones de los vigilantes recogidas en el Convenio del Personal Laboral al Servicio de la Junta de Andalu-cía no estaba la de servir de guías. Tal reclamación fue acogida favorablemente por la dirección del CAC dado que, en efecto, el Convenio no estipula para el personal vigilante que realice esas labores. Ello nos ha obligado a contratar y formar otras personas que suplan esa función habida cuenta de la demanda de explicaciones por parte de los visitantes.

Este proceso que ha buscado revitalizar, profesiona-lizar y acercar a los propios vecinos de la localidad al CAC, combinó actividades puntuales con el ofre-cimiento de un servicio diario (actualmente reducido a los fines de semana por motivos presupuestarios). Entre las primeras destaca la actividad denominada “Enséñame la Necrópolis” (Rodríguez Temiño 2005), en la que mensualmente arqueólogos, otros profe-sionales relacionados con la tutela del patrimonio arqueológico, personas relevantes de la vida pública local y eruditos carmonenses, se han turnado para ofrecer una visión personal de la NRC al público asis-tente. Con intermitencia para no cansar al público y a quienes generosa y gratuitamente han realizado las visitas, esta actividad lleva ya diez años celebrán-dose. Lógicamente, el principal objetivo era atraer a un público cercano no usuario al CAC.

Gráfico 1. Estadística de visitantes del Conjunto Arqueológico de Carmona entre los años 2002 y 2014.

31.425

35.503

32.347

37.25539.449

35.554

28.153

23.110

29.78732.070

26.363

29.97532.105

2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

45.000

40.000

35.000

30.000

25.000

20.000

15.000

10.000

5.000

0

IGNACIO RODRÍGUEZ TEMIÑO Y JOSÉ ILDEFONSO RUIZ CECILIA

257

Sin embargo, su carácter esporádico no consiente considerarla como una facilidad ofrecida por el CAC a sus visitantes. Por ello, este formato ha convivido con otros programas en los que se ha contratado y formado a personas para guiar visitas no concerta-das al CAC. Se establecieron diversas limitaciones en relación a la publicidad de este servicio y a la posibi-lidad de concertarlo, para no dañar a las empresas comerciales dedicadas al acompañamiento y guía turística en Carmona. De manera que, una vez en el CAC, se accedía a la información sobre los horarios de esas visitas guiadas que eran en español o inglés.

El público ha agradecido cualquier tipo de explica-ción, con independencia del grado de conocimiento que tuviese quien la daba. Son conocidos los casos del primer guarda que tuvo la NRC, Fernando Ortiz, cuya impostada erudición sobre la NRC fue celebrada hasta el punto de proponerlo el Ayuntamiento de Car-mona como receptor de la Medalla de Oro del Trabajo (Rodríguez Temiño et alii 2015). O de Luis Cortázar Núñez, hijo del guarda que le sucedió a mitad de la década de los sesenta, que realizaba las visitas con siete años de edad y que tantos elogios recibió de los miles de turistas a los que este jeune guide ilustró, según dejaron constancia por escrito en los álbumes de firmas, sobre los profundos secretos del mundo funerario romano (Rodríguez Temiño et alii 2015). Por fortuna, esos tiempos han pasado y, en la actualidad, nos preocupamos de que el propio personal técnico del CAC y aquellas otras personas contratadas al efecto, dominen en la medida de los posible las técni-cas de la interpretación (Tilden 2006).

El público infantil ha gozado y goza de una espe-cial atención en el CAC. Tradicionalmente, la vivita escolar era una especie de excursionismo, donde los maestros, en el mejor de los casos, explica-ban la NRC (Rodríguez Temiño et alii 2015). Lo más corriente, no obstante, era que los mismos vigi-lantes hiciesen lo propio, añadiendo a la ausencia de conocimiento, la nula preparación pedagógica. Esas deficiencias importaban poco pues su princi-pal objetivo era salir del aula, visitar un espacio dis-tinto donde la mera contemplación de los vestigios se pensaba que podía complementar la formación adquirida en la escuela. Dignificar la visita a estas instituciones y mejorar su potencial educativo ha sido el objetivo declarado de los gabinetes peda-gógicos de bellas artes (Ravé Prieto et alii 1997). Su labor en el CAC, como en otras muchas institu-ciones análogas, se ha dejado sentir en el material

para la preparación de la visita escolar (Fernández Caro y Paz Sánchez 2002 y Rodríguez Temiño et alii 2014a). Nuestro empeño ha sido y sigue siendo pro-fundizar en ese sendero acortando la separación entre aula y museo.

La participación en esta área de la empresa Esco.Cultura ha sido fundamental. Su recreación del rito funerario romano, especialmente adecuado a esco-lares entre 6 y 12 años en el que toman parte, así como su gestión autónoma pero coordinada con el CAC, solo puede reconocerse como una aportación vital en nuestra relación con el público infantil y una de las principales razones de la amplia afluencia de escolares al CAC.

Avanzando en esta misma línea, en los últimos meses estamos conveniando con otras instituciones museísticas sevillanas (la Casa Museo Bonsor-Cas-tillo de Mairena del Alcor y la Colección Museográ-fica de Gilena), asociaciones dedicadas al recreacio-nismo histórico (Asociación Hispania Romana y la Legio I Vernácula, proyecto dependiente de la Colec-ción Museográfica de Gilena), profesores del Depar-tamento de Didáctica de las Ciencias y Filosofía de la Universidad de Huelva y la mencionada empresa Esco.Cultura, para desarrollar un programa educa-tivo dirigido a escolares de 3er ciclo de Educación Pri-maria, denominado “Con la pala y la espada”. Este proyecto desarrolla tres centros de interés relativos a la arqueología y al mundo antiguo, en aquellas ins-tituciones educativas interesadas.

Posiblemente la mayor novedad de la iniciativa sea que durante su ejecución los técnicos de las insti-tuciones museísticas implicadas nos desplazamos a las escuelas participando en la preparación de la posterior visita a nuestros centros. En las aulas, de acuerdo con los claustros de profesores, explicamos aspectos de cada centro de interés y fomentamos debates en el alumnado. Posteriormente los esco-lares vienen a nuestras instituciones a participar en actividades donde se ha introducido el recreacio-nismo histórico, concretamente relacionado con los ludi gladiatori o munera. Finalmente, los profesores realizan evaluaciones previas y finales, para compro-bar si son observables cambios actitudinales hacia los temas referidos en los centros de interés.

Intentando sacar partido igualmente del poderoso atractivo que tiene en el público infantil el recreacio-nismo histórico, también se propone, mediante con-

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venio con el la Colección Museográfica de Gilena, un proyecto destinado al alumnado de Infantil consis-tente en combinar la presencia en clase recreando soldados y gladiadores romanos, a la vez que expli-camos algunas cosas, dejamos tocar la impedimenta e interactuamos con ellos, con la visita al CAC para participar en el “Rito funerario romano” o, alternati-vamente, en el arqueodromo asociado a la Colección Museográfica de Gilena, para participar en una acti-vidad recreacionista.

Como resulta obvio, las visitas guiadas o las activida-des infantiles no canalizan toda la afluencia de visi-tantes al CAC. Para el resto, que supone la mayoría de quienes acceden a este museo al aire libre, han existido desde su misma fundación otros medios estáticos o móviles para interpretar los complejos funerarios y los bienes muebles expuestos.

Fernández López y Bonsor no solo ajardinaron el recinto estableciendo caminos de acceso que per-mitían girar una visita completa a la NRC, sino que también añadieron otros elementos que ayudaban a

la misma. En el mausoleo Circular dispusieron una escalera de mano para permitir acceder a su inte-rior, ya que sin esa ayuda resultaría muy dificul-toso y peligroso el descenso a través del pozo ver-tical. Esta solución simple ha mostrado su eficacia hasta tal punto que hoy día sigue siendo el medio empleado para poder contemplar el interior de la cámara sepulcral. También rotularon las diversas partes identificadas en los complejos funerarios más sofisticados, como la tumba del Elefante (Fig. 8). Las tumbas también estaban numeradas para permitir su identificación.

Construir un museo de sitio fue sin duda un gesto novedoso en su momento. Solo un puñado de yaci-mientos en Europa contaban con ese recurso, sobre todo en Italia donde en existían algunos antiquaria (Ranelluci 1992).

Las facilidades ofrecidas por la NRC fueron posible-mente las que podían permitirse el ajustado presu-puesto de sus propietarios, al nivel de las iniciativas públicas para valorizar yacimientos en Italia, pero

Fig. 8. Rotulación de la tumba Elefante colocada en el s. XIX (AGA).

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muy distante de las intervenciones, como la restitu-ción del campamento romano Saalburg (Hase 1999 y Schmidt 2000: 17-22), más vanguardistas en el favo-recimiento de la comprensión por parte del público.

Por último, no puede olvidarse el encargo para la realización de una guía (Rada y Delgado 1885), así como otros folletos de mano para guiar visitas ([Fer-nández López y Bonsor] 1889), de los que sabemos que se vendieron algunos ejemplares, aunque posi-blemente no tantos como esperaban (Rodríguez Temiño et alii 2015).

Nada se hizo (o pudo hacerse) bajo la dirección de Juan Lafita. Fue Concepción Fernández-Chicarro quien restauró partes de las tumbas del Elefante y las Cuatro Columnas, así como reformó el museo, eliminando el gusto y la disposición de rancio sabor erudito y coleccionista de Fernández López y Bonsor, disponiendo sus nuevos hallazgos de ajuares en vitri-nas individuales.

Como significativas mejoras para el recorrido, se repararon los caminos realizados por los dueños originales, siguiendo las zanjas de las excavacio-nes. Sin que podamos establecer una fecha precisa, durante este periodo la visita tiende a concentrarse en las tumbas mejor conocidas (el Columbario-Tri-clinio, el mausoleo Circular, la tumba del Elefante, la tumba de las Guirnaldas, la de los Cuatro Depar-tamentos, la tumba de Postumio, la de Servilia, la de las Cuatro Columnas y el mausoleo Cuadrangular). Las existentes en sus respectivos entornos quedan visibles para dar una idea del paisaje funerario, pero sin posibilidades prácticas de acceso. Estas tumbas singulares quedan identificadas mediante lápidas de mármol. Afortunadamente el anfiteatro quedó al margen del circuito de la visita, lo que ha favorecido su conservación. La realización de una guía (Fer-nández-Chicarro 1969), centrada en ellas, confirma esa selección que tendrá igualmente impacto en las investigaciones sobre la NRC en esa época, funda-mentadas sobre todo en estos complejos singulares (Bendala Galán 1976).

Tras un largo periodo en que las propuestas de infraestructuras para mejorar la visualización y la visita (Trillo Leyva 2002) solo se quedaron en pro-yectos, la principal reforma se centró en el museo, para convertirlo en un centro de interpretación (Aspas Jiménez y Tocino Rentero 2004 y Reina Fer-nández-Trujillo 2005). Pero además de ciertas dis-

funciones del edificio para servir a este fin (ausen-cia de espacios dedicados a niños o para proyección de audiovisuales), el programa museológico distaba mucho de ser adecuado a la propia realidad del CAC. La falta de investigación actualizada sobre los com-plejos funerarios carmonenses obligó a construirlo sobre generalidades referidas al mundo funerario romano, dejando la vitrina antes comentada y dos maquetas como únicas referencias entre museo y exterior, sobre el que un folleto entregado de forma gratuita a la entrada resulta la única fuente de información.

Este discurso sigue siendo el actual, ante la impo-sibilidad de reformarlo a poco de su inauguración. Además, sería conveniente avanzar en la investiga-ción para componer un nuevo programa más cen-trado en contar un relato sobre la Carmona romana y la conexión entre las prácticas funerarias antiguas y la cultura fúnebre contemporánea. No obstante, aunque falta un proyecto museológico y museográ-fico global para todo el CAC, las nuevas actuaciones se han acometido con otra metodología.

En los últimos años se han intentado suplir algunas carencias, como la realización de un documental que puede verse a la entrada y recoge las principa-les características de la NRC, pero sobre todo nos ha preocupado la forma de hacer las cosas. Frente a una comunicación basada en el ‘modelo deficita-rio’ (Lewenstein 2003), es decir aquel que parte de la premisa de que el desconocimiento en una mate-ria concreta por parte del público en general debe ser colmado suministrando información académi-camente cualificada, procuramos diseñar la comu-nicación desde una punto de vista más participativo, mediante estudios de público previos y evaluaciones (Pérez Santos 2000), a pesar de que la dinámica y los plazos administrativos suponen un serio inconve-niente para el desarrollo de tal tipo de programas.

En 2006 se realizó un estudio de público (Rodrí-guez Achútegui e Izarzugaza Lizarraga 2006) para evaluar si los principales medios de transmisión de información (el vídeo explicativo, los folletos y la panelería) cumplían adecuadamente su función. Interesaba asimismo comprobar hasta qué punto el anfiteatro, que no es visitable pero se puede obser-var desde el mirador realizado durante la reforma del edificio del museo de sitio, estaba integrado como un bien más, junto a la necrópolis romana, en la percepción de los visitantes al CAC. Los resul-

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tados fueron bastante más esperanzadores de los esperados, aunque el trabajo vino a demostrar que el público mayoritariamente no leía el folleto y que quienes veían el vídeo lo encontraban interesante, pero la información precisa sobre los complejos funerarios no era retenida y apenas era usada para su comprensión cuando se accedía a ellos. A nues-tro favor jugaba que el público suele traer ideas previas sobre la necrópolis romana que, en efecto, les facilita su comprensión y disfrute, corroborando las tesis clásicas sobre la sociología de los visitan-tes a los museos (Bourdieu y Darbel 2003).

La principal intervención que ha podido realizarse, el denominado Proyecto Guirnaldas (Rodríguez Temiño [coord.] 2014), no solo basa su breve dis-curso museográfico sobre estudios de visitantes (Rodríguez Temiño et alii 2014b), aunque con imper-fecciones y errores que pretendemos subsanar, sino que además se planteó como un modelo distinto al vigente en las administraciones culturales, basado en la construcción de costosos centros de interpre-tación que sirviesen para que los visitantes tuvie-sen una idea cabal de lo que después verían sobre el terreno (Santos 2001, Soares 2001, Vallejo Triano 2004 y Nieto y Sobejano 2004, Álvarez Rojas 2004 y Vázquez Consuegra 2004). El Proyecto Guirnaldas apostó por intervenciones económicamente muy ajustadas y descentralizadas del museo de sitio o centro de interpretación, con la convicción de que resulta mucho más efectivo la explicación in situ, junto a las estructuras, que todo centralizado en un único espacio.

El proyecto, surgido como se ha comentado de la conveniencia de realizar un ensayo desde el punto de vista de la conservación, fue aprovechado para ensayar nuevas tecnologías para el visionado del interior de las tumbas sin necesidad de bajar a su interior. Aprovechando los levantamientos y mode-los 3D realizados para el SICAC se realizó un vídeo visible mediante unas gafas con objeto de favore-cer una experiencia más inmersiva. También se ensayó una cartelería con un diseño gráfico que también sacaba partido a los levantamientos 3D dulcificando y adecuado el producto para favorecer su comprensión, pero habida cuenta de los resulta-dos obtenidos, no del todo satisfactorios (Rodríguez Temiño et alii 2014b: 295 s.) están siendo rempla-

zados por otros sobre los que se están realizando pruebas con mockups, antes de elegir los mode-los definitivos. Sustitución que no reviste especial complicación habida cuenta de que los soportes estaban pensados para ofrecer esta versatilidad sin efectuar desembolsos significativos (Ventura Galera 2014: 270 s.).

Con paciencia debido a los recortes presupuesta-rios, también se ha acometido un plan para dotar al yacimiento de cartelería estática que ayude a com-prender mejor los complejos funerarios visitables, comenzando por la tumba del Elefante. Junto a los clásicos carteles informativos, buscamos incorpo-rar paneles verticales en los que reflejar pintado el aspecto de la restitución parcial de la parte superior desaparecida, desde la perspectiva del observador de algunos de los complejos funerarios.

Como en cualquier museo, el CAC también tiene un público que puede dividirse entre visitante y usua-rio. La diferencia entre ambos no solo reside en la mayor frecuencia de acceso al CAC del segundo con respecto del primero, sino también en que atiende con asiduidad a una oferta más amplia de actividades. Las actuaciones vistas en las páginas anteriores vienen referidas al público visitante, la oferta al público usuario está compuesta sobre todo de actividades. En este sentido, las visitas guiadas han atraído a un pequeño pero significativo grupo de personas residentes en la localidad o en otras del entorno (incluida Sevilla), que han repetido con bastante frecuencia. Sin embargo, son las activi-dades el principal medio para fidelizar a este tipo de usuarios13, al que denominamos micropúblico (Rodríguez Temiño et alii 2014a: 202).

Ya en sus comienzos, la NRC mantuvo un nutrido grupo de usuarios compuesto fundamentalmente por algunos miembros de la Sociedad Arqueológica de Carmona y amigos sobre todo de George E. Bon-sor (Fig. 9), cuya residencia estaba fijada en unas dependencias anejas al museo hasta su traslado al castillo de Luna en Mairena del Alcor. La asidui-dad de las visitas de este conjunto de personas se refleja en el abundante número de firmas recogi-das en el álbum de la NRC (Rodríguez Temiño et alii 2015). Con el traslado de Bonsor a la vecina loca-lidad de Mairena, este núcleo de personas vincula-

13 Evidentemente existen otros usuarios interesados en los servicios específicos del CAC, como son la consulta de la documentación archi-vística o la biblioteca que no entrarían dentro de este grupo.

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das a la NRC se diluyó no siendo sustituido con el tiempo por ningún tipo de asociación de amigos de la NRC o similar.

En cuanto a las actividades del CAC, sería posible dividirlas en dos grandes grupos en razón del grado de implicación de los participantes y objetivos per-seguidos en cada uno de ellos. Por un lado están las esporádicas, normalmente repetidas con perio-dicidad anual, cuya motivación en la celebración de una efeméride (días de Andalucía o de los Museos y Sitios o campañas como la de Navidad o activi-dades en verano, normalmente nocturnas). De otro están las dirigidas a un público concreto, con cierta periodicidad y mayor implicación de los asistentes: talleres y actividades familiares. Entre los prime-ros se ha potenciado tanto los destinados al público infantil, como aquellos otros dirigidos a colectivos poco asiduos al CAC ofertando actividades de natu-raleza cercana a la animación sociocultural, como talleres de lectura para neolectores o lecturas ani-madas de cuentos adaptadas para personas con discapacidades síquicas (Rodríguez Temiño et alii 2014b: 203 ss.).

7. LA COMUNICACIÓN Y DIFUSIÓN ONLINE DEL CAC

El CAC como cualquier otro museo también usa los medios ofrecidos por internet para comunicar con el público interesado, a la vez que ofrecer determinada información sobre la institución y animar la partici-pación. El CAC mantiene una página web dentro del portal de los museos de Andalucía gestionados por la Junta de Andalucía. La web responde al ya bastante obsoleto modelo 1.0, es decir, sirve para dar infor-mación, pero no permite interacción ninguna.

No obstante, el SICAC web es consultable desde esa misma página. Como se ha hecho notar más arriba, esta aplicación requiere unos conocimientos bási-cos de informática para extraer toda su utilidad, aunque también incorpora vistas panorámicas del CAC. Su uso ha decaído bastante después de un tiempo en que fue novedad y muchas universidades, sobre todo extranjeras, estuvieron conectadas al servidor de la Junta de Andalucía, durante largas horas, suponemos que bajando los modelos 3D de los complejos funerarios.

Fig. 9. George E. Bonsor y Arthur Engel en la tumba de Prepusa (foto M. A. Huntington, HSA; Álamo Martínez et alii 2009: 31).

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262 HISTORIOGRAFÍA DE LAS INSTITUCIONES ARQUEOLÓGICAS DE ANDALUCÍA

Esta utilidad online dirigida a los usuarios exper-tos y especialistas nos parece esencial porque, si bien minoritario, es también una parte del público que requiere unos servicios muy cualificados y de alta calidad. Posiblemente a fecha actual, el CAC sea uno de los escasos yacimientos en Europa que ofrece información básica fidedigna de forma libre y gratuita para que investigadores de cualquier parte puedan trabajar y profundizar en el conocimiento del mundo funerario romano en Carmona sin necesidad de visitar el yacimiento.

Obviamente ni la web del CAC ni el SICAC web col-man las necesidades de la inmensa mayoría del público que tiene posibilidad de acceder a los recur-sos dispuestos por el CAC online. En este sentido, la utilización de las redes sociales (Facebook entre ellas) no solo marca una tendencia, sino que impone la corriente donde mayoritariamente se encuentran los usuarios. El CAC como cualquier museo tam-bién abrió una página institucional en Facebook con la pretensión de informar a los usuarios interesa-dos y de comunicar su presencia institucional en las redes sociales, pero también de usar este medio para conectar con el micropúblico que se iba delimitando en la vida real. Por ello no nos limitamos a usar este perfil para las funciones antes señaladas ni ciframos nuestros objetivos en crecer en el número de segui-dores o ‘like’, como es habitual en otras instituciones análogas, sino que también lo usamos para desa-rrollar actividades típicamente museísticas en ese propio entorno virtual y analizar los resultados en términos de compromiso e involucración en el CAC. La actividad online “Tesoros ocultos de la Necrópolis Romana de Carmona” (Fig. 10) ha ido en esa direc-ción (Rodríguez Temiño y González Acuña 2014). Sus resultados muestran que, frente a lo que habitual-mente se preconiza, la relación de proximidad y cono-cimiento previo es un estímulo determinante para participar en las actividades propuestas desde el per-fil del CAC y que esta relación es inversamente pro-porcional al capital escolar de los usuarios. Es decir, mientras este capital es más bajo, la residencia suele ser Carmona o su entorno. Quienes participan desde lugares de residencia más distanciados su titulación suele ser universitaria. Otra de las conclusiones de ese estudio es la importancia dada por muchos usua-rios a la información suministrada. Normalmente, las disquisiciones académicas tienen poco recorrido en hilos de conversación, pero información rigurosa basada, más que en datos, sobre interpretaciones que ofrezcan conocimientos acerca de las formas de

vida o las costumbres funerarias antiguas, suelen ser bien acogidas. No obstante, quizás debido al ince-sante bombardeo de mensajes, anuncios, reclamos, etcétera, en esta red social, los post emitidos desde el perfil del CAC que concitan mayor adhesión suelen ser fotos espléndidas de los complejos fúnebres, es decir, aquellos en los que prima lo visual sobre lo tex-tual o el anuncio de actividades. En suma, Facebook tiene más de face que de book.

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EL CONJUNTO ARQUEOLÓGICO DE CARMONA: DE JUAN FERNÁNDEZ LÓPEZ Y GEORGE E. BONSOR A FACEBOOK