Man, Ronen
El centro y los márgenes : la expansión urbana / Ronen Man y Pablo Al-
vira. - 1a ed. - Rosario : El Ombú Bonsai ; Buenos Aires: Consejo Nacional
Investigaciones Científi cas Técnicas - CONICET, 2012.
50 p. ; 17x17 cm. - (Gritos y susurros : Separatas de historia sociocultural
rosarina)
ISBN 978-987-28404-3-3
1. Historia Regional. 2. Historia de la Cultura. I. Alvira, Pablo II. Título
CDD 982.24
Fecha de catalogación: 07/08/2012
Esta colección es una obra de divulgación realizada en el marco del proyecto
Sociabilidad, espacio público y Estado. Rosario 1910-1940 [PIP 2011-2013
G1, CONICET, Nº 112-201001-00061].
Los fascículos tienen un texto claro y sencillo, adaptado para un público am-
plio sin citas y notas que puedan dispersar la lectura de sus páginas. Ello no
signifi ca que se omita o margine el uso de bibliografía. La misma se encuen-
tra señalada al fi nal de cada uno de los fascículos, representando lo que cada
investigador e investigadora ha consultado o hecho referencia.
“El adoquinado es una especie de
salvación para esta gente. Es la civilización,
el progreso, acercando la ciudad a la pampa
disfrazada de ciudad, que es nuestra urbe.
El adoquinado es la esperanza de línea de
tranvía o de ómnibus, es la valoración del
terreno y la casita… el adoquinado para la
crosta suburbana es la mar en coche…”
Aguafuertes Porteñas, Roberto Arlt.
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La ciudad centrífuga
La ciudad de Rosario fue en la segunda mitad del siglo XIX un
punto neurálgico de confl uencia entre los circuitos económicos
del naciente modelo agroexportador. Esto introdujo profundos
avances y transformaciones urbanas. Se trató de una expansión
demográfi ca y territorial que estuvo sustentada por la actividad
económica en torno a los ejes modernizadores, como las instala-
ciones portuarias que aseguraban el embarque de los bienes pri-
marios producidos en la zona agrícola bajo su área de infl uencia,
los cuales eran transportados a través del otro gran emprendi-
miento del momento, los ferrocarriles. A expensas de ambos ejes,
se difundieron las actividades en el sector de los servicios, las
fi nanzas y el comercio.
Como consecuencia del vertiginoso crecimiento, éste fue un
período convulsionado en cuanto a la expansión urbana y al há-
bitat. Este libro intenta reconstruir el proceso de crecimiento de
la ciudad de Rosario, desde la década de 1870 con el inicial pro-
ceso de extensión desregulado, hasta los años ‘30 del siglo XX
como el momento en el que se proponen una serie de interven-
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ciones de parte del estado municipal para controlar la expansión
de la trama urbana.
Desde el último cuarto del siglo XIX la ciudad presenció un
dinámico proceso demográfi co, de la mano de un progresivo cre-
cimiento vegetativo y del aporte de las olas migratorias, tanto
extranjeras como de migrantes internos de las provincias, que
recalaban en la zona de Rosario y del sur santafesino en busca de
trabajo en un contexto de crecimiento económico. Sin embargo,
la ciudad no estaba preparada estructuralmente para responder
a la demanda habitacional que generaba la población, por ello se
difundieron formas precarias de hábitat popular.
Una gran proporción de los que llegaban como migrantes para
trabajar, lo hacía de forma individual sin sus familias, con la idea
de permanecer en la ciudad algunas temporadas y luego empren-
der el viaje de “vuelta”. Por eso, estaban dispuestos a soportar
largas jornadas de trabajo y pocas comodidades de alojamiento,
y no tenían como meta aún la construcción de su vivienda. En
general destinaban gran parte de sus ingresos a remitir dinero
a sus parientes en los lugares de origen y no en la construcción
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de la vivienda. Aún cuando un inmigrante tuviera una relativa
capacidad de ahorro, la adquisición de la casa y el terreno pro-
pio era una decisión posterior al defi nitivo afi ncamiento en la
ciudad de la familia. Por los elevados niveles de inestabilidad y
transitoriedad en sus trabajos, prefi rieron en principio un tipo de
vivienda popular que les permitiera un amplio margen de circu-
lación, sin radicarse en un sector determinado de la ciudad, y o
que incluso les permitiera migrar en función de la oferta laboral.
Hacia el cambio de siglo, se distinguían en la ciudad tres espa-
cios diferenciados por el tipo de ocupación, pero no por los gru-
pos sociales en ellos alojados. Un distrito central densamente po-
blado y urbanizado que contaba con todos los servicios públicos,
lo que defi nió allí un tipo de edifi cación densa, en altura y con
lotes de pequeñas dimensiones; un área circundante al distrito
central, de mediana densidad de población y servicios públicos
extendidos sólo en las manzanas lindantes con el centro, con po-
blación y servicios decrecientes a medida que se extendía hacia
la periferia; y un área suburbana, carente de servicios públicos y
con una escasa población aglomerada en torno a ciertos núcleos
de actividad económica.
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Según la historiadora Norma Lancio! i, hacia la década de
1880 la oferta de tierras aumentó debido a varias razones: la dis-
minución en las restricciones jurídicas a la comercialización de
tierras urbanas, la consiguiente subdivisión de los predios ex-
tensos, la venta y posterior loteo de tierras fi scales, la realización
de obras públicas de infraestructura, la instalación del sistema
de transporte urbano. A su vez, la inversión en obras de ado-
quinado y pavimentación, nivelación de barrancas, servicio de
agua potable, iluminación y apertura de nuevas calles y desmon-
te de zonas sin deslindar, se desarrolló aceleradamente hacia el
cambio de siglo. Fueron todos factores concatenados que favo-
recieron el proceso de extensión urbana y la generación de un
mercado capitalista de tierras. Esto permitió la extensión de los
límites urbanos desde el original núcleo céntrico, limitado por el
río Paraná hasta la primera ronda de bulevares, expandiéndose
hacia los demás puntos cardinales de la ciudad según el avance
de ejes económicos como el Matadero (al sur), la estación de fe-
rrocarril a Santa Fe (al oeste) y el Barrio Refi nería (al norte).
La presencia de un alto número de compradores y vendedo-
res determinó la formación de un mercado activo de tierras en la
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zona delimitada por los Bulevares Santafecino y Argentino (ac-
tuales Oroño y Pellegrini) y el río Paraná. Fuera de este triángulo
que imponían los límites de los bulevares, los precios eran fi ja-
dos por una oferta controlada por grandes propietarios y agentes
inmobiliarios locales o compañías extranjeras, determinando un
mercado limitado, concentrado y poco dinámico.
Generalmente las empresas urbanizadoras o inmobiliarias na-
cían para abordar la tarea específi ca de urbanizar un barrio o
pueblo, como los casos de Echesortu y Casas (Echesortu), Ari-
jón (Saladillo), Alvarado y Puccio (Alberdi), Schiff ner y Machain
(Alberdi), Boardman y Thompson (Fisherton). La inicial diversi-
fi cación económica permitió reinvertir los grandes benefi cios ob-
tenidos en la compraventa de tierras durante un primer período
especulativo, en nuevas actividades comerciales o industriales
orientadas tanto al mercado externo como al local. Los empresa-
rios además, invirtieron capital fi jo en la construcción de medios
de transporte como el tramway y en la explotación de estableci-
mientos agrícolas o manufactureros que garantizaban cierta se-
guridad frente a otros negocios de mayor riesgo, mientras que
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participaban activamente del negocio inmobiliario cuando la
rentabilidad era atrayente.
Como consecuencia de la crisis económica de 1890, debie-
ron liquidarse grandes terrenos suburbanos hipotecados en los
circuitos fi nancieros. Otro efecto de la crisis fue el paso de los
terrenos como bienes hipotecarios para utilizarse como bienes
habitacionales. Esto último unido a un alza constante de los pre-
cios de los alquileres, generó una amplia oferta de terrenos para
arrendamiento, ya sea como viviendas familiares o en la más di-
fundida modalidad del inquilinato o conventillo.
Una vez superado el estancamiento provocado por la crisis,
desde comienzos del siglo XX se ingresó en una nueva fase as-
cendente en la extensión urbana mediante el loteo de terrenos su-
burbanos de grandes dimensiones, aunque carentes de servicios
públicos básicos. En ese contexto de expansión pueblos aledaños
fueron incorporándose a la planta urbana y surgiendo barrios to-
talmente nuevos fuera del casco histórico. Se abrieron bulevares
y avenidas, se crearon parques y, con el desarrollo de los medios
de transporte públicos, comenzaron a asomar los barrios de la
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periferia. En esta periferia en crecimiento se conformaron los pri-
meros barrios de trabajadores, con sus construcciones precarias,
que signifi caron con el correr de las décadas un desplazamiento
de la población trabajadora desde el centro hacia la periferia.
Pero en el contexto del cambio de siglo no parece que haya
existido en Rosario una segregación espacial siguiendo paráme-
tros económico-sociales. Excluyendo los casos de ciertas manza-
nas centrales de asentamiento tradicional o a lo largo del Bulevar
Oroño -ocupadas por sectores de altos recursos-, así como el área
fabril-ferroviaria del norte, y el área del matadero al sur -ocupa-
das por sectores netamente trabajadores y de bajos ingresos-, no
hubo una delimitación espacial que respondiera a una segrega-
ción social ni laboral. Es decir que sectores de altos, medianos y
bajos ingresos no residían en áreas delimitadas o en determina-
dos distritos de la ciudad, pudiendo llegar a habitar en la misma
sección o en la misma manzana. Incluso en el sector más urba-
nizado del radio central, una misma manzana podía alojar una
mansión señorial, lindante con una casilla de chapa o madera,
un conventillo o una casa de vecindad. A pesar de la legislación
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municipal que pretendía desplazar las viviendas precarias hacia
los márgenes periféricos.
A su vez, en las zonas periféricas podían confl uir tanto secto-
res de medianos ingresos que lograban acceder al hogar propio
con viviendas construidas de material, en los mismos espacios
que confl uían sectores de menores recursos que accedían a un
lote vacío y encaraban la larga tarea de la autoconstrucción de la
vivienda, a la par de sectores pobres o marginales que montaban
chozas ambulantes o “rancheríos” en terrenos baldíos con ma-
teriales de descarte como paja, barro, hojalata, chapa y madera.
La urbanización de la periferia rosarina se realizó siguiendo
un esquema diferente al de otras ciudades portuarias receptoras
de inmigración. El proceso de subdivisión de las grandes propie-
dades se anticipó incluso a la edifi cación y la instalación de los
servicios públicos básicos (agua, luz, gas, cloacas, pavimento).
El trabajador con estabilidad laboral y un sueldo fi jo, con una
relativa capacidad de ahorro, podía acceder a un lote pagadero
en cuotas fi jas en un área periférica, donde faltaban todos los ser-
vicios básicos, incluso a veces hasta el transporte, aunque como
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veremos este fue una condición necesaria para la expansión ur-
bana.
Los medios de transporte extendiendo la ciudad
La expansión urbana hacia los barrios estuvo acompañada ne-
cesariamente de un proceso de difusión de los medios de trans-
porte públicos, en particular del tramway a caballo entre 1872 y
1909 y del tranvía eléctrico a partir del año 1906. Favorecidas por
sus vínculos con el poder político, las sociedades inmobiliarias
que habían comprado a bajo precio estas tierras rurales o semi
rurales más allá de los bulevares, emprendían los loteos habién-
dose asegurado la extensión de algunos servicios como el agua y
las cloacas, la apertura de algunas calles y el transporte.
La localización de las vías del tranvía reforzaba el diagrama
de ciudad delimitado por las rondas de Bulevares y el río Para-
ná. La competencia entre las distintas empresas impulsó la rá-
pida construcción de la red tranviaria, que alcanzó su máxima
extensión en 1890, comunicando los polos de desarrollo urbano
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entre sí, a través de nueve ramales altamente concentrados en el
conglomerado central, con una densidad vial decreciente hacia
la periferia. En muchos casos las cabeceras de los ramales se en-
garzaban con las líneas del sistema ferroviario, por lo que esta
expansión del transporte consolidó aún más la confi guración es-
pacial condensada en el centro.
La primera línea de tranvía, Tramways del Rosario, se conce-
dió en el año 1872. Realizaba un recorrido desde la estación del
Ferrocarril Central Argentino (FFCA) hasta la Plaza López, pasa-
do por los puntos neurálgicos del centro de la ciudad y amplian-
do su recorrido muy rápidamente un año después hasta alcanzar
un ramal el Hospital de Caridad (actual Hospital Provincial) y
el Colegio Nacional, llegando hasta las inmediaciones de la es-
tación del Ferrocarril Oeste Santafesino (FFOS), en lo que sería
el Parque Urquiza. Esta línea tuvo el monopolio del transporte
hasta que hacia mediados de los ´80 empezaron a surgir nue-
vas empresas, como la del Tramway Anglo-Argentino (1885) que
realizaba un circuito circular similar a la línea anterior; Tramway
Rosarino del Norte (1887) que salía de la estación Sunchales del
Ferrocarril Buenos Aires a Rosario (FFBR) y unía la ciudad con
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los pueblos del norte como Alberdi y La Florida; Tramway del
Saladillo (1889), que partía desde la Plaza López y llegaba hasta
las instalaciones de los “baños del Saladillo” en el extremo sur,
propiedad de los Arij ón y la línea Tramway del Oeste (1889), que
partiendo de Plaza Urquiza (también conocida como Santa Rosa,
actualmente Plaza Sarmiento) unía el centro de la ciudad con el
proyecto urbanizador del Barrio Vila en el oeste.
Los empresarios urbanizadores recurrieron a la estrategia de
extender los ramales del tramway para viabilizar y visibilizar sus
emprendimiento inmobiliarios, a la vez que les servía como un
reaseguro de multi-implantación capitalista para garantizar sus
inversiones, como queda demostrado en los casos particulares
de Manuel Arij ón y Nicasio Vila.
Hacia principios del siglo XX, el hecho de que las empresas
urbanizadoras más importantes de la ciudad (S.A. El Saladillo y
S.A. El Arroyito), se hayan constituido como sociedades anóni-
mas (abandonando la matriz parental/amical) está dando cuenta
de la conformación de un nuevo empresariado que enfrenta las
incertidumbres del mercado expandiendo y diversifi cando sus
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posibilidades de lucro, a la vez que limitando sus responsabili-
dades ante las pérdidas. El hecho de que ambas empresas hayan
sido creadas en el año 1905, a pocos meses de haberse aprobado
la licitación a favor de la compañía belga de tranvías eléctricos,
evidencia que las decisiones de inversión se tomaron luego de
asegurarse que los circuitos del transporte alcanzarían los terre-
nos que proyectaban adquirir tanto en el norte como en el sur;
además de contar con la aprobación previa de parte del munici-
pio del permiso de apertura de calles en los barrios que preten-
dían lotear.
Originariamente desde la década del ´80, los empresarios lo-
cales podían absorber tanto las inversiones de extensión urbana,
como la extensión de los transportes en los ramales del tramway,
por lo que surgieron casos como los de Arij ón y Vila que, a la par
que formaban nuevas urbanizaciones suburbanas se aseguraban
el paso de las líneas del tramway por sus terrenos. En cambio,
desde 1906 la licitación del transporte en manos de una empresa
de capitales extranjeros, la Compañía General de Tranvías Eléc-
tricos del Rosario (“La belga”), excluyó al capital local del nego-
cio del transporte. En ese momento los empresarios locales op-
21
taron por profundizar la estrategia de la inversión inmobiliaria
suburbana como un negocio atractivo.
Pero el desarrollo por carriles distanciados de los aspectos ur-
banizadores por un lado y el transporte por otro, le otorgaba a la
inversión inmobiliaria un alto grado de incertidumbre en com-
paración con la situación del siglo XIX. Por ello la estrategia de
la unión en sociedades anónimas fue una forma de coordinación
y cooperación de los empresarios locales para enfrentar la incer-
tidumbre. Además de la S.A. El Saladillo y de la S.A. El Arroyi-
to, funcionaron sociedades urbanizadoras como La Inmobiliaria
Rosarina, La Nueva Fisherton, La Urbanizadora Rosarina y la
S.A. Constructora La Propiedad, entre otras.
El centro en crisis
Por las características demográfi cas que fue adquiriendo la
ciudad de Rosario, hacia el último cuarto del siglo XIX se difun-
dió un tipo de alojamiento popular caracterizado como “conven-
tillo”.
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Esta forma de hábitat en grandes casonas céntricas surgió
hacia la década de 1870, como una consecuencia del desplaza-
miento de la burguesía en respuesta a las recurrentes epidemias
y la falta de condiciones de salubridad. En momentos de crisis
sanitarias, los sectores pudientes optaron por “huir” del centro y
alojarse en áreas suburbanas. Durante los períodos críticos de los
brotes epidémicos, algunos pueblos como Alberdi o Saladillo, a
la vera de los cursos de agua como los arroyos en sus desembo-
caduras con el río, pudieron tener originariamente una función
antiséptica, relacionada con la apreciación positiva del agua fl ui-
da y los espacios verdes abiertos, evitando el estancamiento y el
hacinamiento de núcleo central. Esto generó un “abandono del
centro” por parte de la burguesía y a su vez puso a disposición
sus grandes casonas para los primeros asentamientos en forma
de conventillos, antes de que estos se volvieran una forma cons-
tructiva de inversión hacia mediados de los años ´80.
Una de las alternativas consideradas por los empresarios in-
mobiliarios durante la fase de baja de los precios de la tierra de la
década de 1890, fue el arrendamiento de habitaciones. En un mo-
mento poco apropiado para vender lotes a precios deprimidos,
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la industria de la construcción resultó ser un negocio altamente
rentable que aprovechaba los bajos costos de producción (ma-
teriales de construcción y mano de obra) y la gran demanda de
viviendas. Si bien constituía una forma de inversión socialmente
aceptada, desde las autoridades municipales y desde los especia-
listas higienistas pronto se caracterizó al conventillo/inquilinato
como un lugar problemático. Este tipo de vivienda alojaba un
alto número de personas en situaciones de hacinamiento y vul-
nerabilidad, por lo que fue diagnosticado como caldo de cultivo
para la confl ictividad social, por la difusión de “males sociales”
por un lado y de enfermedades infectocontagiosas por otro.
El municipio intentó regular y diagnosticar el hábitat popular,
mediante el Censo de Conventillos del año 1895. De acuerdo a los
datos, en sólo diez años el número de conventillos había aumenta-
do un 317% y su población un 300%, arrojando que un 26,7 % del
total de la población rosarina vivía en ellos.
Al igual que en los orígenes de la expansión urbana se plantea-
ba sanear del área central los focos infecciosos como el originado
por la Laguna de Sánchez (hoy Plaza Sarmiento). Hacía fi nes del
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siglo se insistió en la necesidad de que los conventillos se corrie-
ran del centro hacia los márgenes, desalentando las nuevas cons-
trucciones. Para los especialistas higienistas primero se debería
reglamentar y luego más drásticamente combatir al conventillo y
los asentamientos irregulares de los sectores subalternos. Desde
el poder se entendía que era más importante para la salud públi-
ca de la ciudad tener a los sectores subalternos individualizados
en viviendas unifamiliares suburbanas, que alojados en situacio-
nes de vulnerabilidad colectiva en el área central.
El mercado de la vivienda popular
Uno de los problemas acuciantes para los hombres y mujeres
apenas llegaban a la ciudad era la cuestión de la habitación. Con
la expansión de la ciudad y la constante llegada de inmigrantes,
en Rosario proliferaron dos tipos de viviendas populares.
Una de estas viviendas fue el “conventillo” o “inquilinato”,
que consistía en una serie de cuartos de alquiler con una puer-
ta como medio de comunicación y servicios comunes muy pre-
25
carios. En un principio este tipo de viviendas se improvisó en
caserones del centro, pero ya en 1880 comenzaron a construirse
casonas específi camente con fi nes de arrendamiento, y en los pri-
meros años del siglo XX los conventillos estaban diseminados
en casi todas las zonas pobladas de la ciudad. Si bien las zonas
con mayor densidad fueron las adyacencias de las áreas obreras,
las estaciones del ferrocarril, aunque también las manzanas del
centro histórico.
Los inquilinatos más grandes estaban situados en el barrio Re-
fi nería: en particular el conventillo de José Arij ón podía albergar
a 369 personas y el de la fábrica de la Refi nería Argentina a más
de 150. A diferencia de las edifi caciones situadas en el períme-
tro de la primera sección, estas construcciones se levantaban en
manzanas escasamente urbanizadas donde también había casas
precarias de madera y chapa.
Según los anuarios estadísticos de principios de siglo, se cal-
cula que la proporción de los gastos en alquiler se incrementó
desde un quinto a un tercio del ingreso medio familiar. Este au-
mento de los precios de los arrendamientos alcanzó su cima en
26
el año 1907. En consecuencia, la oferta de terrenos pagaderos en
cuotas encontró un potencial mercado entre los sectores trabaja-
dores que percibían ingresos salariales fi jos, para quienes com-
prar un lote suburbano y edifi car su vivienda propia resultaba
más benefi cioso que continuar alquilando un cuarto en un inqui-
linato.
Si bien el alquiler de un cuarto constituyó la forma de tenencia
más extendida entre 1880 y 1900, el conventillo o inquilinato no
era ya la característica predominante hacia 1910. En tiempos del
Centenario el número de habitantes en conventillos representaba
sólo un 10% de la población total rosarina. A su vez, la sustitución
del conventillo no devino en el predominio de la vivienda fami-
liar autoconstruida como modalidad habitacional subsiguiente,
sino que entre los sectores de ingresos salariales restringidos se
difundieron formas constructivas diversas. Uno de estos tipos
estuvo representado por las viviendas en profundidad, como las
casas internas, de pasillo o casas de vecindad, cuya tipología co-
rresponde a un uso más intensivo del suelo y al aprovechamien-
to en extenso de los centros de manzana. Esto trajo aparejado
una consecuente subdivisión de las parcelas en pequeños lotes,
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el agregado de habitaciones hacia los fondos o incluso en altura
y la difusión de medianeras y tapiales.
Además de las viviendas unifamiliares, también se difun-
dieron otros tipos de viviendas colectivas, como las viviendas
compartidas ocupadas por dos o tres familias relacionadas entre
sí por su origen o profesión. Todas estas modalidades de asen-
tamiento implicaban comparativamente mejores condiciones de
habitabilidad que las ofrecidas por el conventillo. Expresaban
además la infl uencia de las relaciones parentales y laborales en
la formación de patrones residenciales.
También en los nuevos barrios de los suburbios la constante
oferta de lotes pagaderos a plazos -a veces hasta en 100 cuotas
sin interés-, posibilitó la construcción de casas precarias pero en
lotes propios, la mayoría de las veces autoconstruidas por la pro-
pia familia, parientes o vecinos. En este tipo constructivo predo-
minó la llamada “casa de gringo” o “casa chorizo”. Esta conocida
vivienda consistía básicamente en una planta con un par de ha-
bitaciones recostadas sobre una de las medianeras de un angosto
lote de poco más de ocho metros, que se conectaba por un pasi-
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llo o galería. Esta vivienda podía ser continuamente mejorada y
ampliada tanto en profundidad como en altura si los recursos lo
permitían. Dejaban además un sector del lote sin edifi car desti-
nado al cultivo de la huerta, jardín y arboleda.
Estas extensiones urbanas en los suburbios crecieron bajo el
desamparo y la inexistencia de una adecuada política munici-
pal de vivienda popular. Por consiguiente convivieron por largo
tiempo sin los servicios públicos básicos y necesarios para tornar
habitables dichas urbanizaciones.
Proyecciones espaciales en los planos urbanos
En este apartado hacemos referencia a algunos planos urba-
nos destacados de la ciudad de Rosario. Los incluimos, más que
como meras ilustraciones, por su valor como documentos histó-
ricos, en tanto estos planos urbanos son proyecciones deseadas
de una “ciudad ideal” que no representan necesariamente la ciu-
dad “real”.
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Los planos de la década de 1870, tanto el del ingeniero Gron-
dona como el del concejal Coll, proponen una urbanización pro-
yectiva siguiendo el esquema de la cuadrícula en damero tradi-
cional, pero que alcanza nuevos bordes de la extensión urbana
en la demarcación que impone sus límites en una segunda ronda
de bulevares demarcado entre el Bv. Rosarino y Timbúes (actua-
les Bv. 27 de Febrero y Av. Francia). Más allá de estas fronteras lo
que predomina son los grandes terrenos sin lotear ni deslindar.
En los vértices de las líneas demarcatorias de los bulevares se
imaginan plazas y parques como nudos que cortasen la regula-
ridad de la grilla.
Todavía en el año 1887 el plano que incorpora el Censo Pro-
vincial de Población dirigido por Gabriel Carrasco, sigue espa-
cialmente las líneas de continuidad de los planos del ´70, aun-
que incorpora el dato relevante de densidad de población por
manzanas habitadas, con lo cual nos muestra una tendencia de la
ocupación efectiva de la ciudad. Allí puede verse una población
que va decreciendo a medida que nos alejamos del núcleo central
y nos acercamos a las periferias. Según el plano, Rosario contaba
con 780 manzanas diagramadas, de las cuales los datos censales
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arrojan que sólo unas 15 manzanas superaban el número de 300
habitantes, alojados en la zona céntrica. En oposición, más de 300
manzanas sólo tenían entre 0 y 10 habitantes, en una ciudad que
para el año 1887 superaba los 50.000 habitantes. Esto revela que
existían sectores con un ínfi mo o nulo nivel de ocupación, dejan-
do en evidencia que la diagramación espacial propuesta por el
plano era más proyectada que realista.
Es interesante notar como todos los planos anteriores a la dé-
cada de 1890 mantienen su eje de referencia por sobre la línea del
río Paraná, sin organizar las vistas según un criterio cartográfi co
tradicional que apunte hacia el norte como modelo. La relevan-
cia del río como límite sobre el cual se asientan y a partir de allí
se abren las rondas de bulevares hasta encontrarse en un vértice,
marcó el modelo de ciudad como aprisionado en un triángulo
equilátero.
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Pero hacia 1891 se publicó el Plano aprobado de “Ensanche y
Puerto”, el cual introducía una serie de novedades destacadas.
Esta manera de proyectar la ciudad terminó con la forma tradi-
cional del triángulo que crecía a partir el río como su contorno
de referencia. Otra novedad es que en el plano se atraviesan las
barreras que imponían las dos rondas de bulevares y se proyecta
una urbe que esta signifi cativamente extendida en sus líneas del
norte, sur y oeste, penetrando “tierras adentro”. Mientras que
hacia el oeste se ubican los pueblos Eloy Palacios y Fisherton,
en el sur se incorporan los terrenos de Arij ón y hacia el norte se
divisa el pueblo de Alberdi, más allá del arroyo Ludueña. Ade-
más, al ser un plano netamente dedicado a la producción expor-
tadora, se destaca el importante lugar que en la ciudad ocupan
los tendidos ferroviarios, en particular hacia el norte con un rol
manifi esto del Ferrocarril Central Argentino (FCCA), pero tam-
bién aparecen las líneas del Ferrocarril Oeste Santafesino, Ferro-
carril Buenos Aires Rosario y el Ferrocarril Central Córdoba. Por
último se destaca en el plano una insinuación de diagonales que
tenían la función de desestructurar la fuerte grilla en damero que
imponía la cuadrícula tradicional.
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En el año 1900 se realizó el Primer Censo Municipal de Rosa-
rio, arrojando como resultado un nivel de población de 112.000
habitantes, con lo cual duplicaba el índice alcanzado en el rele-
vamiento realizado trece años antes. El censo incluye un plano
que mantiene el sentido cartográfi co orientado hacia el norte.
Dicho plano tiene como principal novedad la incorporación del
recientemente inaugurado Parque de la Independencia. Se des-
taca además en el plano la demarcación de seis distritos urbanos
con sus consecuentes límites jurisdiccionales. La cuadrícula se
extiende hacia el sur traspasando la frontera que demarcaba el
bulevar Rosarino extendiéndose el trazado hasta lo que sería el
bulevar Seguí y también hacia el oeste hasta lo que sería avenida
Avellaneda. Por otro lado, signifi cativamente el norte es relegado
marcándose como frontera las instalaciones del FFCA y dejan-
do de reproducir los barrios y pueblos más allá de este límite,
con lo cual se invisibilizan los establecimientos fabriles, talleres
y galpones que estaban conformando al distrito norte como una
zona eminentemente trabajadora. Con la evidencia inocultable
de las instalaciones de la Refi nería Argentina del Azúcar y su
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consiguiente barrio obrero caracterizado por los inquilinatos y
grandes conventillos.
Con un énfasis notable por presentar un tipo de ciudad ideal
para exponer ante los ojos del mundo, estos censos hacían un re-
corte de la realidad que privilegiaba ciertos sectores de la ciudad,
mientras que relegaba a otros y a los sectores sociales en ellos
involucrados. Así, el perfi l industrial y obrero de Rosario aún no
era presentado en oposición a su tradicional caracterización de
emporio comercial y fi nanciero alojados en el área central.
Habrá que esperar hasta fi nales de la década, cuando hacia
1909 aparece el plano diagramado por el Ingeniero Ramón Araya
y publicado bajo los auspicios del Departamento de Obras Publi-
cas de la Municipalidad, para contar con el primer plano general
e integral de la ciudad de Rosario. El mapa alcanza los extremos
de la urbe, el arroyo Ludueña y los barrios Unión y Sorrento ha-
cia el norte, Fisherton y Degreef hacia el noroeste, barrio Vila en
el oeste, el arroyo Saladillo junto a los terrenos de la Sociedad
Anónima El Saladillo y Villa Gobernador Gálvez aún más al sur.
Conviven en este plano las urbanizaciones tradicionales de la
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cuadrícula subdividida, con los grandes lotes y propiedades sin
parcelar de las zonas oeste y sur.
Además es notable como el plano diseña proyectivamente una
serie de diagonales en las áreas suburbanas anudadas por plazas
y grandes parques como eslabones de dichas arterias que tenían
la intención de dinamizar el fl ujo de la urbe y romper la monoto-
nía de la cuadrícula.
En aquel momento de mayo de 1910 la Ordenanza Municipal
número 28 regulaba el cambio de nombre de los barrios de Ro-
sario como un homenaje de la ciudad hacia el Centenario argen-
tino. En dicha oportunidad los barrios Calzada, Arrillaga, Vila,
Mendoza, Echesortu, Herwing, Degreef, Abisinia, Tiro Federal
y Victoria, cambiaban sus nombres por los de Saavedra, Castelli,
Belgrado, Azcuénaga, Alberti, Matheu, Larrea, Passo, Moreno y
Liniers respectivamente.
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La expansión de la ciudad en la entreguerras. Entre la regula-ción y el urbanismo científi co
Según Ana María Rigo! i, a partir de 1909 quedaron en evi-
dencia dos proyectos antagónicos de ciudad. Uno era el de las
empresas inmobiliarias que promovían la expansión de la tierra
urbana según principios de higienismo, siguiendo la imagen de
la ciudad-jardín, que había tenido su máximo desarrollo en los
emprendimiento inmobiliarios de fi nes de siglo XIX con un alto
grado de especulación urbana.
Otro proyecto opuesto en su características lo constituía el
de los contribuyentes propietarios de viviendas en alquiler, con
cuyas contribuciones se costeaba la obra pública municipal, que
reclamaban un límite a la extensión del radio urbano, proponien-
do la revalorización y consolidación del área central, mediante
la realización de parques, mejoras edilicias y pidiendo la regla-
mentación de la construcción en general, para lo cual se creará la
primera organización gremial, la Sociedad de Ingenieros, Arqui-
tectos y Constructores de obra.
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En esta línea, en 1909 el Ingeniero Ramón Araya, fundador
del Centro de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores Titulares,
accede al cargo de director del Departamento de Obras Públicas
municipal, desde el que propone una ordenanza que prohibía la
formación de nuevos barrios por fuera de los límites urbanizados
hasta el momento, abarcado por las calles Canals, Paraná y el río;
a menos que el propietario/inversor corriera con todos los gastos
que generaba la extensión, en lo que hacía a apertura de calles y
acceso de los servicios públicos tanto los de transporte como los
de obras de salubridad, aguas corrientes, electricidad, etc.
Quedaban así planteadas dos estrategias al interior de los
grupos empresarios, una que priorizaba la expansión hacia los
suburbios y el ingreso “tierras adentro”, mediante el loteo de
grandes terrenos baldíos; frente a otra opción que proponía pri-
vilegiar y revalorizar el centro histórico y su inmediata área de
infl uencia. Esta última también preveía la expansión de la ciudad
a lo largo de la línea costanera previendo la incorporación de los
nuevos pueblos del norte que estaban pidiendo su incorporación
a la ciudad (como el caso de Alberdi), así como también las aglu-
tinaciones del Saladillo.
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Para los sectores dominantes la inversión inmobiliaria permi-
tía amplios márgenes de rentabilidad y especulación en cuanto
al aumento del capital económico; pero a su vez los dotaba de
un evidente capital social y simbólico al brindarles un alto grado
de ostentación y afi anzamiento, para una sociabilidad “nueva”
como la de la burguesía rosarina, para la cual era imprescindible
inventar una raigambre distintiva ante la falta de abolengo tra-
dicional.
Dicho proceso tenía su origen en la reinversión por parte de
la burguesía local en bienes inmuebles como forma de acumula-
ción segura y rentable a mediano y largo plazo. De tal manera,
el negocio de la tierra urbana se constituyó tal vez en uno de los
más dinámicos y rentables de la historia económica de la ciudad,
desbordando sus efectos sobre el resto de las actividades. El alza
de los precios de la tierra provocó un proceso de especulación
inmobiliaria. En el contexto que va desde 1885 a 1935, el creci-
miento urbano atrajo gran parte de las inversiones de capital y
se transformó en el mejor soporte de acumulación para propie-
tarios y empresarios que orientaron su dinero al desarrollo urba-
no/inmobiliario.
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Para soportar tal expansión convivían el sistema horizontal de
extender la ciudad geográfi camente hacia los suburbios urbanos,
y a la par el sistema vertical (moderno para la época) basado en la
construcción de casas de dos plantas y algunos edifi cios en altu-
ra. En este contexto de transformaciones sociales y económicas,
la ciudad cambió dinámicamente su fi sonomía. El auge permitió
la emergencia de “nuevos operadores”, como arquitectos, inge-
nieros y técnicos constructores que intervinieron directamente
en el perfi l urbanístico de la ciudad.
A la salida de la primera guerra y como repunte a la desace-
leración económica, la bonanza cerealera de trigo y maíz de los
años veinte creó las condiciones para que el centro de la ciudad
fuera escenario de una intensa transformación urbanística de la
mano de una importante industria de la construcción local, con
la aparición de grandes edifi cios, tanto públicos como privados,
que ponían en evidencia la preponderancia de las casas y circui-
tos comerciales -como el nuevo edifi cio de la Bolsa de Comercio
del año 1929- que caracterizarían a la ciudad, pero también la
aparición de mansiones y del “petit hotel” sobre el bulevar Oro-
ño.
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Este proceso suele caracterizarse como el momento de “recon-
quista del centro” y de la zona costera por parte de la burguesía
rosarina. En décadas previas dicho sector social había considera-
do al centro de la ciudad como el espacio para el desarrollo de
las actividades comerciales y fi nancieras, pero no como un lugar
privilegiado para el hábitat.
Hacia la década del ́ 20 Rosario ingresó en la categoría de gran
ciudad, rango a su vez corroborado por el notable incremento de
la población, que el cuestionado Censo Municipal de 1926 midió
en más de 400.000 habitantes. De esta manera, se fueron generan-
do nuevos barrios que ampliaron la traza urbana, provocando
sincrónicamente la necesidad de extender los servicios públicos
(agua corriente, servicio cloacal, gas, electricidad, adoquinado,
transporte), y el equipamiento social y de infraestructura (escue-
las, hospitales, espacios verdes, calles y avenidas).
En este momento en el sur, la instalación del frigorífi co Swi�
y el traslado del matadero municipal, generaron profundos cam-
bios sociales en barrios como Tablada y Saladillo. La llegada de
trabajadores acompañados por sus familias, propició la radica-
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ción de una gran cantidad de asentamientos irregulares. Espe-
cífi camente en Saladillo estaba vinculado de forma directa con
el anterior proceso de subdivisión de las grandes propiedades
realizado por la Sociedad Anónima El Saladillo, de los terrenos
heredados por los descendientes de Arij ón. Así por estos años el
barrio compartió el aire residencial de las casonas solariegas con
el perfi l popular de casillas y casas económicas. En el corto y me-
diano plazo estos cambios implicaron un corrimiento social de
los vecinos “pudientes” del sur, quienes no sólo “reconquistaron
el centro” sino también buscaron otras áreas urbanas y suburba-
nas de asentamiento.
En las décadas de entreguerras la ciudad se consolidó física-
mente. Las urbanizaciones crecieron de la mano de nuevos su-
bloteos, y se expandieron dando forma defi nitiva a los barrios,
que con sus terrenos y viviendas más accesibles y pagaderas
en cuotas identifi carían el paisaje habitacional de la ciudad. La
creciente subdivisión de los loteos, mediante la estrategia de la
apertura de “calles cortadas” y pasajes, consistente en el trazado
de una calle interior de pequeño ancho que duplicaba la dispo-
nibilidad de viviendas en los frentes a la vez que reducía las di-
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mensiones de los fondos de las propiedades, permitió el acceso
a la propiedad inmueble por parte de una incipiente clase media
o de trabajadores estables que pudieran hacer frente al pago de
créditos hipotecarios.
Sin embargo, aún este tipo de urbanizaciones no se hallaban
contenidas en un diseño urbano planifi cado, por lo que en mu-
chos casos se produjeron confl ictos y problemas, en especial en
torno de la infraestructura de provisión de servicios públicos.
A partir de 1925, la actividad municipal tomó una serie de
medidas activas en términos de intervención y regulación, desti-
nadas a articular las obras de infraestructura iniciadas a comien-
zo de siglo y que se habían ido completando parcialmente. La
intendencia de Manuel Pigne� o amplió las obras de salubridad
e inició un plan de construcciones fi nanciada por el Estado mu-
nicipal, conocida como “vivienda del trabajador”. Este proyecto
devino en la creación de barrios obreros “modelo”, como los di-
señados para Barrio Parque, Barrio Mendoza, Barrio Arroyito y
Barrio Mataderos.
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Los factores que permitieron la difusión de este tipo de ho-
gares y la concreción del “sueño” de la vivienda propia en los
barrios periféricos fueron muchos, destacándose entre otras el
modelo de viviendas populares, la difusión de nuevos medios
de transporte automotor y la exención impositiva a las viviendas
económicas.
Sin embargo, el proyecto de construcciones municipales tuvo
un impacto limitado en cuanto al acceso concreto de los sectores
populares a la vivienda. A su vez, los adjudicatarios de las casas
tuvieron un sinnúmero de problemas edilicios, diferencias en los
costos y difi cultades para acceder a los servicios públicos bási-
cos, que pusieron en tela de juicio las bondades del proyecto de
un Estado activo.
A pesar de sus limitaciones, fue una primera respuesta de ges-
tión desde el Estado municipal que hasta el momento había se-
guido una política básicamente liberal de no intervención en la
regulación espacial urbana y en la construcción de la vivienda
popular. Hasta entonces, la política municipal se había desenten-
dido de la generación de créditos hipotecarios fl exibles, de la dis-
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posición para el fraccionamiento de loteos en los terrenos fi scales
direccionados por el estado, así como de la notable precariedad
de los servicios públicos y habitacionales en las nuevas zonas
incorporadas. Dicha política pasiva generaba una liberación de
la expansión urbana e inmobiliaria, que de manera desregulada
y sin planifi cación estratégica de desarrollaba desde proyectos
privados.
La ausencia pública había dejado librado el terreno al des-
envolvimiento de las compañías inmobiliarias y urbanizadoras
particulares, que privilegiaron políticas capitalistas de especu-
lación, buscando la maximización de las ganancias, la reducción
de las incertidumbres y la limitación de las responsabilidades.
Incluso el mismo Estado municipal fue víctima de las maniobras
especulativas de las empresas privadas, que contaban con parte
de sus socios o accionistas en el interior del aparato político mu-
nicipal, en su Concejo Deliberante, pudiendo llegar incluso en
algunos casos a ocupar la Intendencia.
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Planifi car la ciudad futura
La crisis económica de la década del ’30 puso en evidencia la
decadencia del modelo de desarrollo agroexportador. De manera
tal que todo el aparto de servicios a él aparejado, comenzó a vi-
sualizarse desde el ordenamiento urbano como un gigantesco y
obsoleto “esqueleto” ferro-portuario (con sus talleres, galpones,
estaciones, e incómodos y atorados pasos a nivel). Desde la lec-
tura del urbanismo científi co, se realizaron críticas al anti-funcio-
nalismo que signifi caban estas instalaciones como un obstáculo
al desarrollo de la ciudad y al fl ujo libre del renovado tráfi co
vehicular.
En sintonía, una serie de asociaciones civiles, de profesionales
y de propietarios urbanos, encabezaron un movimiento que colo-
caba en el centro del debate cotidiano la urgencia de previsiones
urbanísticas, expresadas en la confección de un Plan Orgánico
Regulador. Este aportaría nuevos argumentos a los sectores que
resistían el creciente proceso de expansión de la trama hacia la
periferia, articulando una serie de propuestas tendientes a privi-
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legiar las zonas ya consolidadas, recuperar la costa para fi nes re-
creativos y garantizar la viabilidad y la circulación en la ciudad.
La Ordenanza nº 58 del año 1929 encargaba la confección de
un Plan Urbano Regulador para la ciudad. Luego de una ardua
discusión se propuso el proyecto fi rmado por los arquitectos e
ingenieros Guido, Farengo y Della Paolera. El plan incluía un
expediente urbano como un estudio detallado de la realidad
rosarina basado en las técnicas del nuevo urbanismo científi co
que esgrimían sus promotores. Además se realizaron una serie
de proyecciones y planos que incluían innovaciones claves en
cuanto a distribución sectorial del espacio según tareas produc-
tivas, habitacionales y recreativas, mientras que se relocalizaban
sectores como puertos y ferrocarriles de una manera más funcio-
nal para la circulación vehicular. Se diagramaban nuevas vías de
comunicación fl uidas para cortar la monotonía de la cuadrícula,
con avenidas, diagonales y hasta la planifi cación de líneas subte-
rráneas. Además se dibujaban grandes parquizaciones suburba-
nas como el parque Sur y el parque Alem, junto a la canalización
de los arroyos limítrofes.
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Este intento de regulación y ordenamiento espacial, que pre-
tendía contener el avance desmesurado y caótico de la ciudad,
fracasó en el posterior debate parlamentario y no fue concretado.
Sin embargo estos aportes, unidos a la mayor intervención del
Estado en la regulación de la urbanización y de las obras públi-
cas, fueron pensados con una forma de planifi cación estratégi-
ca para intentar reactivar una economía desacelerada luego de
la crisis económica, con el objeto de generar demanda y obras
públicas ante el desempleo. La difusión de nuevos servicios de
transportes urbanos y suburbanos, unido a la construcción de
carreteras nacionales y provinciales, pero también las obras de
trazado urbano como costaneras y diagonales, si bien implicaban
altos gastos por parte de los estados municipales en términos de
expropiaciones y construcciones, servirían para inyectar dinero
en una economía estancada, el cual podría volver en términos
de consumo por parte de los sectores trabajadores alcanzados
por las obras. De esta manera una temprana respuesta “keyne-
siana”, aunque aún en clave de reformismo social, se empezaba
a proyectar como una solución compleja ante los problemas que
generaba el fi nal del modelo de desarrollo. Podemos ver con esto
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una intervención del estado en la economía, que ya tenía algunos
antecedentes en los dispositivos planteados desde la década del
veinte, y se anticipaba a lo que sería el posterior auge del estado
benefactor en la segunda postguerra, que incluiría nuevas obras
y planes estratégicos para la ciudad de Rosario.
Anexo� � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � �� � � � � � � � � � � � �−
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entre 1858 y 1926
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