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1 ROSA DE SANGRE ROSA DE SANGRE ROSA DE SANGRE ROSA DE SANGRE

Rosa de-sangre

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Page 1: Rosa de-sangre

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ROSA DE SANGREROSA DE SANGREROSA DE SANGREROSA DE SANGRE

Page 2: Rosa de-sangre

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Page 3: Rosa de-sangre

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ROSA DE SANGREROSA DE SANGREROSA DE SANGREROSA DE SANGRE

Tiempos de pasión 1

Tamara Carmona Sánchez

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©Edición, 2009/21-Oct.

©Título: Rosa de Sangre

©Fotocomposición: Tamara Carmona

©Maquetación cubierta: Tamara Carmona

©Maquetación interior: Mercedes Perles

©ISBN: 978-84-614-7898-9

©Registro Safe Creative: 1112070685830

©2009, Tamara Carmona

©2009, Bubok Publishing, S.L.

Obra protegida por el RDL 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual. Los infractores de los derechos reconocidos a favor del titular o beneficiarios del © podrán ser demandados de acuerdo con los artículos 138 a 141 de dicha Ley y podrán ser sancionados con las penas señaladas en los artículos 270, 271 y 272 del Código Penal. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, incluidos los sistemas electrónicos de almacenaje, de reproducción, así como el tratamiento informático. Reservado a favor del Autor o el Editor el derecho de préstamo público, alquiler o cualquier otra forma de cesión de uso de este ejemplar, siempre y cuando no se violen los derechos de Copyright.

IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN

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Prólogo

La lluvia arreciaba sobre los terrenos del internado, haciendo

caer torrentes de agua sobre las enormes cristaleras de mi

inmenso dormitorio. Era la primera noche que dormía lejos

de casa y la soledad me acompañaba ahora más que nunca.

Mi madre había perecido hacía tan solo una semana y mi

odioso y arrogante tío me había arrastrado a aquella prisión

estudiantil, tan alejada de la mano de dios. No se me

permitió asistir al velatorio de mi madre, bajo el pretexto de

ser demasiado joven, pero he llegado a la conclusión que lo

que querían era deshacerse de mí cuanto antes, borrarme de

la faz de la tierra, hacerme desaparecer y, aunque suene mal

decirlo, por una parte me sentía feliz de alejarme de los

únicos parientes que me quedaban vivos. La despedida con

mi tío fue un gran alivio después de lo ocurrido, aunque

ahora me sintiera sola, pero sabía que iba a ser mucho mejor

así, ya que las únicas palabras que cruzó conmigo, nada

más dejarme a las puertas del internado, fueron: "espero que

seas feliz" y eso decía bastante de él. Ahora, en la inmensa

oscuridad que reinaba en mi cuarto, recordaba los momentos

con mi madre y deseaba no haber sido yo la propietaria de

aquel maldito libro, que no me había acarreado más que

problemas desde que mis dedos rozaron el desgastado y

asqueroso cuero de sus tapas. Había decidido esconderlo en

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una caja de plomo para mayor seguridad, pero dudaba de

que tan solo eso fuese efectivo para mantener a salvo al

resto de los estudiantes del internado. No quería por nada

del mundo hacerle daño a nadie pero, conmigo, allí, iban a

estar en peligro constante, por lo que no podía permanecer

allí durante demasiado tiempo. Debía buscar algún lugar

seguro lejos de todo y de todos y hallar por mí misma las

respuestas a los numerosos interrogantes que se agolpaban

en mi mente, pero hasta que llegase ese momento, debía

permanecer allí, arriesgando las vidas de los demás a causa

de mi propia cruz.

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1. Una nueva vida

"La sangre es vida y la vida es efímera"

"Desea la sangre del crepúsculo y huye de lo vivo"

Tan solo era medianoche, la lluvia no había cesado y yo me

hallaba bajo las sábanas con el libro demoníaco entre las

manos, tratando de descifrar las extrañas palabras allí

escritas. La tinta estaba desgastada y no se veía demasiado

bien, pero aún así, podía descifrar algunas de las frases

como si fuera mi idioma nativo. No comprendía mi situación

demasiado bien y tampoco sabía los efectos que el libro

podía ocasionarme a la larga, pero estaba más que

dispuesta a descifrar el texto. De otro modo, ¿qué sentido

tenía ser yo la propietaria del libro? Muchos antes que yo, lo

habían poseído y habían perecido al poco. ¿Por qué era yo

diferente?

"La vida dará mil vueltas y tu existencia quedará definida"

Cerré el apestoso libro, lo guardé en la caja y me concentré

en conciliar el sueño. Lo mirase por donde lo mirase, no

entendía ni una sola palabra de lo que estaba intentando leer

y, además, el día que se aproximaba sería demasiado arduo,

como para quedarme en vela la noche entera.

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No tenía ni la más mínima gana de levantarme, pero cuando

los primeros rayos de sol iluminaron el dormitorio, no me

quedó más remedio que levantarme a regañadientes y

embutirme en el uniforme del internado, es decir, una falda

más corta que larga y sin pliegues de color azul claro, que se

abotonaba con un imperdible en un costado, una blusa súper

escotada de manga pirata de color blanco y una chaqueta de

algodón de un color más oscuro que el de la falda, con el

escudo del internado en el lateral izquierdo de la misma. No

había medias, pantis o lo que fuera por ningún lado y

tampoco hallé los zapatos. Quien diseñó el uniforme fue un

completo idiota, pero debía encontrar los zapatos o, por lo

menos algo con qué cubrir mis piernas, que ahora estaban a

la intemperie, ya que la falda era tan sumamente corta que

tan solo llegaba hasta por encima de las rodillas.

Tuve que desistir en el intento, o si no, iba a llegar tarde al

desayuno. La impuntualidad estaba castigada muy

severamente y ya eran las 7:25, de modo que tan solo me

restaban cinco minutos para arreglarme y bajar con el resto

de estudiantes.

Hacía un frío terrible por el pasillo, propio del mes de enero,

y lo sentía más hondo por el hecho de caminar descalza y

medio desnuda. Cuando llegué al primer tramo de escaleras,

un cuadro, dispuesto de forma elegante sobre la pared

empapelada en flores, llamó mi atención. La imagen estaba

desdibujada, pero por la silueta se trataba de una mujer de

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poco más de dieciocho años, que vestía los ropajes propios

del siglo XV, siglo arriba, siglo abajo. Entre sus manos, el

autor de la obra, había pintado un retal de tela arrebujado y,

en segundo plano se podía distinguir la silueta de un castillo,

edificio antiguo, o algo medianamente parecido. Me quedé

embobada admirando el cuadro hasta que me di cuenta que

si no corría como nunca lo había hecho, llegaría realmente

tarde pero, antes de irme, leí la inscripción de la chapa bajo

la pintura: "Lady Lazzaro Valentine"

Bajé las escaleras de caracol tan aprisa que, cuando llegué

abajo, tuve un brutal encontronazo con uno de los

estudiantes que aguardaban la apertura de las puertas del

comedor.

-Perdón, lo siento mucho, iba despistada.- Farfullé tratando

de disculparme.

El chico parado frente a mí era de mi misma edad. Tenía el

pelo rojizo y liso y unos ojos tan verdes que parecían haber

robado el color a todos los campos del mundo. Era un poco

más alto que yo y tenía unos músculos impresionantes, no

como los de los culturistas, pero eran perfectos y bien

proporcionados.

-Tú eres nueva, ¿verdad?

-¿Por qué dices eso?- Pregunté indignada.

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-¿Por qué vas descalza?- Rió.- Y, no sé si te habrás dado

cuenta, pero hace un frío espantoso como para ir sin medias.

-Bueno, es que en mi cuarto no había nada de eso y, si

quería llegar al desayuno, no me ha quedado otra que bajar

a medio arreglar, ¿te importa?

-En absoluto, así estás mucho más guapa que el resto de

las chicas de por aquí.- Vale, típico de un capullo hacer

cumplidos a una chica en una situación tan embarazosa

como lo era aquella.- Soy Erik McNeil.- Se presentó y su

mano se extendió hacia mí en señal de amistad.

-Violet Lazzaro.- Estreché su mano, pero la solté al poco

en cuanto escuché el chirrido de las puertas del comedor,

que anunciaban su inminente apertura.

-Si quieres, puedo acompañarte luego al despacho del

director para que te diga dónde guardan las ropas de

mujeres, o puedo decírselo a alguna de las profesoras, si lo

prefieres.

-Gracias, pero creo que me las arreglaré yo solita.- Le corté

en seco.

La horda de estudiantes fue pasando al interior del amplio

comedor y, cuando llegó mi turno, me quedé pasmada. Más

que un comedor tenía pinta de un restaurante a gran escala.

Las mesas eran cuadradas, dispuestas en hileras perfectas.

Estaban cubiertas con manteles a cuadritos azules y blancos

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y sobre estos, estaban colocados los cubiertos, el vaso y la

servilleta, ésta también de tela. No había platos, sino que en

un extremo de la sala había una gran estructura en cuyo

interior había toda clase de comida, como en un buffet libre,

separada por primeros platos, segundos platos, postres y

bebidas, básicamente. Por lo que pude comprobar en un

rápido vistazo, había tres primeros platos y tres segundos,

postres diversos y una cantidad ingente de botellas de agua,

zumos y demás, todo en formato familiar.

Seguí a un grupo de chicas que cogían una bandeja de un

soporte de madera cercano a la puerta y luego las seguí

unos metros más adelante, donde una señora mayor con

redecilla estaba repartiendo un juego de platos por alumno

que se ajustaban a la perfección en los huecos de la bandeja

(como las que utilizan en los hospitales para servir la comida

de los residentes). Después, me giré a la izquierda, hacia la

vitrina que contenía la comida y me fijé en las dos barras de

metal dispuestas en horizontal, donde los estudiantes

dejaban descansar sus bandejas para poder servirse con

mayor facilidad. Se trataba de un gran invento, de modo que,

para no ser menos, dejé caer la bandeja, con los platos ya

colocados, sobre las barras. Me di cuenta que los demás

deslizaban su bandeja por las barras, de modo que los imité

y, al tiempo que pasaba por el primer plato apetecible, tomé

el cazo y dejé caer su espeso contenido sobre el plato hondo

antes de proseguir con el deslizamiento hacia la zona de los

segundos platos, donde repetí la misma operación. Cuando

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llegué a la zona de los postres, no hallé más que fruta, de

manera que me reservé de coger alguna pieza. El desayuno

ya estaba siendo demasiado raro como para añadirle más

guasa al asunto. El último tramo se componía básicamente

de pan tostado y botellas de agua y zumo, además de otras

sustancias que no identifiqué. El pan no me apetecía, pero

cogí una botella de zumo de melocotón.

Cuando acabé, recogí mi bandeja de las barras y busqué

una mesa libre donde poder sentarme tranquila a desayunar.

Sorprendentemente, casi todas las mesas ya estaban

ocupadas, de modo que me costó un poco encontrar un lugar

donde esconder mi cara hasta tener la suficiente confianza

como para sentarme a charlar con alguien. Atisbé una mesa

vacía al fondo de la sala, tan solo rodeada por una pareja

bien avenida, que sonreían como si se conocieran de toda la

vida y tal vez era así.

Dejé la bandeja entre los cubiertos y me senté en una de las

sillas acolchadas, agotada de tanto ajetreo desde por la

mañana.

-Es raro, ¿verdad?- Comentó alguien a mi espalda.

Agaché la cabeza desesperada. Para una vez que quería

estar sola, tenían que venir a molestarme en mi momento de

relax.

-¿Puedo sentarme contigo?- Erik se situó a un lado para

que pudiese verle la cara.

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-¿No tienes a nadie más para chafarle el día?

-Pensé que querrías compañía.- Rió y, sin esperar

autorización alguna, se apoltronó en la silla frente a la mía.

-Pues te equivocaste.- Dije con voz lo más cortante

posible.

-¿Por qué eres tan dura conmigo?

-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Solté con

brusquedad.

-Porque pareces mucho más inteligente que las demás

chicas, a pesar de ir descalza y sin medias.

-Deja de burlarte de mí.- Proferí tomando una cucharada

de mi arroz con leche.

-No lo hago,- Se defendió.- tan solo estaba tratando de

hacerte reír.

-Pues déjame decirte que no tienes dotes para humorista.

-Sí, ya me lo han dicho antes.- Rió partiendo las galletas y

echándolas sobre la leche.- Bueno, ¿y qué tal el primer día?-

Preguntó.

-Los he tenido mejores.

-¿Y eso?- La rapidez con la que engullía el desayuno no

era ni medio normal.- ¿Es que has tenido días peores?

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-Mi madre falleció la semana pasada.- Dije de corrida.- Y

ahora estoy empezando de cero, por decirlo de algún modo.

-¿No tienes más parientes?

-Se deshicieron de mí, ¿vale?- Grité.

-Vale, lo siento.- Se disculpó de inmediato.- Te prometo

que ya no voy a volver a mencionar el tema hasta que tú no

quieras.

-Gracias.

El desayuno transcurrió sin más contratiempos que lamentar.

Bastante mal me sentía ya por ser la chica nueva y no quería

llamar la atención más de lo necesario.

Erik se había empeñado en acompañarme al despacho del

director para solucionar mi pequeño problemilla y me faltó el

valor para negarme. Parecía como si, en tan solo media

hora, hubiéramos forjado un vínculo entre los dos y ya no

pudiésemos estar el uno sin el otro.

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2. En el infierno

La primera asignatura del día, biología, se impartía en el

laboratorio y, por desgracia, tuve que pedirle a la única

persona que conocía hasta el momento, que me mostrase el

camino. Lo primero de todo, tenía que recorrer el pasillo del

lado izquierdo de la escalera de acceso a los dormitorios y

torcer a la izquierda en la primera salida. Después, continuar

un poco más en línea recta y torcer a la derecha en la

segunda salida y, en ese punto, ya habría llegado a mi

destino. Bastaba decir que todo aquel entresijo de pasillos

hacían perderse a cualquiera que no conociera a la

perfección cada recoveco del internado.

-¿No quieres que te acompañe?- Se ofreció Erik notando

mi ahogo por la complejidad del asunto.

-Gracias, pero no, gracias.- Contesté.- Quiero intentarlo por

mí misma, si no te importa.

-En tal caso, nos vemos en clase.

Lo cierto es que estaba deseando que me acompañase.

Sería la única manera de no perderme, pero la situación

entre nosotros ya era lo bastante extraña y no estaba

dispuesta a complicarla más de lo necesario.

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Seguí las indicaciones de Erik a rajatabla, o al menos eso

creí, pero debía de haberme perdido algún capítulo, porque

donde se suponía que debía estar el aula del laboratorio,

había una gran fuente de piedra que emanaba agua a chorro

en sentido contrario al de la gravedad y un viento gélido

campaba a sus anchas por el lugar, provocándome un millar

de escalofríos.

Me acerqué a la fuente y tomé asiento sobre la piedra

redonda. Estaba húmeda y fría y pequeñas gotitas del agua

que subía a presión, empapaban mis largos y níveos

cabellos.

Me sentía frustrada. Había logrado perderme incluso cuando

estaba decidida a no hacerlo y ahora lamentaba no haber

aceptado la propuesta de Erik, que tan amablemente se

había ofrecido a acompañarme.

-¿Hay alguien ahí?, ¿Violet?

Me asusté y me levanté de un brinco de la roca. Había dos

posibilidades: una, o me estaba empezando a volver majara

o, dos, Erik me había encontrado. Yo votaba por la primera

opción.

-¡Soy Violet!- Grité, aunque no esperaba respuesta alguna.

Una chica de más o menos mi misma edad, de cabello largo

y castaño, ojos azules y cuerpo esbelto y proporcionado,

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salió del corredor por el que había llegado yo y se acercó a

mí, dándome tal achuchón, que creí que no lo contaba.

-Me llamo Cybille.- Se presentó nada más soltarme de sus

entusiastas brazos.- Perdona por lo del abrazo, es un tic que

tengo. Todos en el internado están acostumbrados, pero a ti

te ha debido de parecer extraño.

-No pasa nada.- Le mentí piadosamente. A decir verdad,

me había dado un susto de muerte.- ¿Estás sola?

-¡Qué va!- Exclamó.- Estaba con Erik, pero ha ido a avisar

al profe de que te hemos encontrado.- Tomó mi brazo como

si fuésemos amigas de toda la vida y empezamos a caminar

por uno de los corredores con total seguridad.- Tardas un

tiempo en acostumbrarte,- Dijo muy sonriente.- pero luego es

de lo más fácil, ya lo verás.

-Para mí no lo creo. Me pierdo hasta con un mapa.- Su

sonrisa se hizo más grande y, al poco, no pudimos dejar de

reír.- ¿Cómo es que habéis venido a buscarme?- Dije en

cuanto se me pasó la risa.

-Por tres motivos: uno, Erik estaba preocupado, dos, el

profe nos ha dado permiso y tres, no estamos

acostumbrados a perder alumnos, que no hayan querido

perderse voluntariamente.- Rió y me guiñó un ojo en señal

de complicidad y yo lo entendí a la primera.

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Cuando llegamos a lo que supuestamente era el laboratorio,

llamamos a la puerta y entramos en la sala sin esperar

respuesta. Todo el mundo se alborotó, pero fue el profesor,

un hombre alto y fuerte, de cabello rubio pálido, con perilla y

unos ojos más negros que el tizón, quien me alejó de Cybille

y me achuchó al igual que ella lo había hecho minutos antes.

-Es mi padre adoptivo.- Me susurró mi, al parecer, nueva

amiga en tanto que el profesor me dejó respirar. Ahora ya

sabía de dónde venía el misterioso tic.

-Vale, chicos.- Les llamó la atención el profe.- Puesto que

ya hemos localizado a la Sta. Lazzaro,- Las risitas ahogadas

me hicieron sentir como una tonta.- podemos continuar con

la clase. Violet,- Me llamó.- toma asiento junto a Erik y

Cybille.- Asentí, pero maldije mi mala suerte.

Cybille me llevó de la mano (ni que fuera una niña) hacia la

larga mesa blanca donde ya estaba sentado Erik.

El laboratorio era más grande de lo que había imaginado. No

se trataba de un aula común y corriente. Las mesas donde

estaban sentados el resto de los estudiantes, parecían tener

cabida para no más de tres personas y estaban dispuestas

en círculo en lugar de horizontalmente, como era lo habitual,

para que todos nos pudiésemos mirar a la cara, supuse. El

centro de la circunferencia estaba presidido por una mesa

cuadrangular con dos sillas y las paredes estaban

amuebladas con vitrinas y un par de estanterías con libros,

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seguramente de consulta. Había también un perchero de pie,

frente a una de las vitrinas, con una triste bata blanca

colgada y no había pizarra.

Tomé asiento entre Erik y Cybille, de manera que él estaba a

mi izquierda y ella a mi derecha, y coloqué las manos sobre

la mesa con suavidad. Me fijé en que cada estudiante tenía

un libro de texto sobre la mesa, junto con un taco de folios y

un juego estándar de escritura que se componía de bolígrafo

azul, negro, rojo y verde, tres marcadores fluorescentes, un

rulo de goma con su correspondiente porta-gomas, un

carboncillo, un portaminas de mina gruesa, como la de los

lapiceros, y otro de mina fina, con sus correspondientes

recambios (y eso era a lo que llamaban estándar).

-Algunos de vosotros ya estuvieron conmigo el año

pasado,- Comenzó el profe.- de modo que ya saben cómo

trabajo. Para los que no… lo irán aprendiendo sobre la

marcha.- Rió.- Eso en lo referente a las clases. Ahora, como

vuestro tutor, solo decir que considero el respeto

fundamental, de manera que no me hagan enfadar.- Levanté

la mano sin pensar.- ¿Sí, Sta. Lazzaro?

-Ya que es nuestro tutor, ¿puedo preguntar por qué los

dormitorios son tan grandes?- Tenía esa curiosidad desde

por la mañana.

-Puede.- Rió el profe.- Y es una pregunta que deberían

habérsela hecho todos ustedes. Los dormitorios de los

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estudiantes son tan grandes porque están dispuestos para

nada más ni nada menos que tres personas.- Volvió a reír.

-¿Ha dicho para tres personas?- Insistí.

-Si miran a su derecha e izquierda, conocerán a sus

compañeros de habitación.

Se me encogió el corazón. ¿Tendría que compartir

habitación con Erik? Esto parecía una pesadilla de la que no

me iba a despertar nunca.

-Usted llegó aquí antes de empezar las clases y, ¿no se ha

dado cuenta que en el dormitorio designado para usted hay

tres camas?

-Sí.

-Pues ahí tiene la respuesta.- ¡No, no, no! Esto tenía que

ser un mal sueño.

-Pero…

-Se está preguntando el porqué de la no separación entre

chicos y chicas, ¿cierto?- Asentí. El profe rió con más

ganas.- Eso… pregúnteselo al director.- Menuda respuesta.

Había salido por patas ante una sencilla pregunta.

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3. Compañeros de habitación

Después de la clase de biología, en la cual había estado

demasiado distraída pensando en que Erik sería mi

compañero de cuarto, Erik, Cybille y yo, nos encaminamos

juntos (habían decidido no dejarme sola por si me volvía a

perder) hacia el aula de cálculo, más sencillamente llamado

matemáticas, por lo menos para mí. No lograba comprender

la razón que tenían para cambiarle el nombre a las

asignaturas. Resultaba de lo más irritante.

Una vez llegamos al aula correspondiente, tomamos asiento

en una de las grandes mesas marrones. La disposición de

aquel aula era exactamente igual a la del laboratorio, a

excepción de las vitrinas, que se habían transformado en

estanterías con un millar de libros y el color de las mesas,

por supuesto. Todo lo demás era idéntico: la disposición de

las mesas en círculo, la mesa con dos sillas en el centro del

mismo y tampoco había pizarra. El libro de texto estaba

sobre la mesa, frente a cada estudiante y, además del juego

de escritura estándar (aún no comprendo por qué lo llaman

así), había una calculadora, un compás y un juego de reglas.

La profesora era una mujer bajita y canosa de mediana edad.

Tenía un aire risueño y nos sonreía satisfecha y, aunque no

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la conocía, supe que su asignatura no iba a resultarme nada

difícil, a pesar de ser bastante mala en matemáticas.

-No te fíes de su apariencia.- Me susurró Erik al oído.-

Tiene una fama bestial.

-¿A qué te refieres con bestial?- Le dije sin siquiera mirarle

a los ojos.

-Me refiero a que va a matar, de modo que estate alerta.

-La tuvimos el año pasado.- Intervino Cybille.- Y

aprobamos la asignatura por los pelos, aunque con eso no

quiero asustarte.- Demasiado tarde.- Tú hazlo lo mejor que

puedas.

-¿Cuánto tiempo lleváis aquí?- Susurré.

-Sólo un par de años, suficiente para saber de qué pie

cojean los profesores.- Rió Erik.

-¿Y siempre ha sido así?- Salté.- Me refiero a la

dinámica… al internado en general.

-Básicamente,- Respondió Cybille.- Aunque en lo que

respecta a los compañeros de habitación, por lo general

cambian todos los años.

-¿Entonces el año que viene no vamos a ser compañeros

de cuarto?- Pregunté esperanzada, más por Erik que por

ella.

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-Depende que cómo funcione el grupo.- Intervino Erik.- Yo

conozco una chica que sigue conservando a sus

compañeros desde hace tres años, por lo menos,- Mierda, mi

gozo en un pozo.- pero todo depende de los profes, de modo

que hagas lo que hagas, la última palabra la tienen ellos,

aparte del director.- Suspiré.

El tiempo pasó volando y, muy a mi pesar, tampoco pude

concentrarme en la lección. Tenía la cabeza embotada con

maquinaciones, no del tipo malicioso, sino que, al tener

compañeros de habitación, tenía que encontrar la forma de

que no descubrieran mi terrorífico secreto. El libro

demoníaco no se encontraba a la vista, pero de seguro

sentirían curiosidad por la caja de plomo que había dejado

sobre la mesilla de noche de mi lado del dormitorio y,

además, estaba el tema de la intimidad. Todavía no lograba

hacerme a la idea de que iba a compartir mi espacio vital con

un chico que, aunque no lo quisiera reconocer, estaba

buenísimo.

La tercera hora del día, antes del almuerzo, se impartía en el

establo situado dentro del complejo del internado, pero

bastante alejado del edificio. Erik me había comentado

durante la última clase, en uno de los escasos momentos

que había intentado prestar atención a la profesora, sobre la

asignatura que tendríamos a continuación: equitación, de

modo que no me pilló tan de sorpresa cuando la profesora,

una mujer estirada de unos treinta años de edad, con un pelo

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moreno y largo hasta la cintura y unos andares demasiado

elegantes para mi gusto, me presentó a mi compañera

equina, una hermosa yegua de color blanco, que atendía al

nombre de Luna.

Por primera vez en mi vida, supe cómo se sentía una

servidora en el cielo y también, por primera vez desde que

había llegado al internado, me sentí de lo más relajada.

El tema de la equitación lo tenía más que dominado, ya que

en el pueblo donde viví con mi madre hasta que nos vimos

obligadas a trasladarnos a la ciudad, teníamos un caballo,

bueno, más exactamente era una yegua y también era

blanca, de manera que ahora, montada sobre Luna y dando

un paseo por el bosque del recinto (los terrenos del internado

son bastante amplios), me sentía como en casa. No era mi

casa en realidad, lo sabía, como también sabía que no me

podría quedar allí por el maldito libro demoníaco, pero quería

soñar por una vez que había encontrado un lugar donde

estar a gusto, aunque no fuese cierto.

-¿No tienes hambre?- Me preguntó Erik a la hora del

almuerzo.

Aunque pareciera raro, estábamos sentados en el mismo

rincón, en la misma mesa, que había escogido durante el

desayuno, es decir, la más alejada, aunque ahora ya no

estábamos solos, por suerte, Cybille se hallaba sentada a mi

lado, dándole un mordisco a una grandiosa tostada.

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-He desayunado demasiado.- Respondí apática.

-¿Aún te preocupa el hecho de “vivir juntos”?- Aventuró.

-¡No digas idioteces!- Grité exasperada.- ¡Ni que fueses el

Rey!- Erik suspiró y Cybille se quedó con la boca abierta,

mirándome pasmada.

-Perdonadme.

En cuanto me levanté, Erik me agarró del brazo en un intento

por detenerme, aunque fue Cybille quien tuvo más suerte,

agarrándome de los hombros y obligándome a sentarme de

nuevo. La escena había atraído a un montón de miradas

curiosas. Metí la cabeza entre las manos en un intento por

pasar desapercibida.

-Relaja un poco, ¿quieres?- Me reprendió Erik dándome un

capón.- Y come.- Añadió colocando de nuevo en su sitio el

plato que yo misma había apartado.

-Ya te he dicho que no tengo hambre, así que no insistas.-

Dije retirando nuevamente el plato.- ¿Qué clase hay ahora?-

Me urgía cambiar de tema cuanto antes.

-Por hoy ya no hay más clases.- Respondió Cybille con la

boca tan llena que casi no se la entendía.- Podemos

deshacer las male…- Tosió y Erik y yo no pudimos reprimir la

risa.

-Eso te pasa por comer tan deprisa.- Reí.

Page 26: Rosa de-sangre

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-Al menos te he hecho reír.- Observó y lo cierto era que

tenía razón y ahora me encontraba más relajada.

-Gracias.

-No hay de qué.- Dijo con la boca llena, a lo que Erik y yo

respondimos con sonoras carcajadas.

El comedor ya se estaba vaciando cuando Cybille acabó de

almorzar y pudimos ponernos en camino hacia los

dormitorios. Por lo general estaría contenta de regresar a mi

espacio vital, pero en cuanto vi el panorama, se me cayó el

alma a los pies. El pasillo estaba abarrotado de estudiantes

que acarreaban con sus cosas, o al menos la mitad de ellas,

hacia sus nuevos alojamientos. Basta decir que casi no

había espacio para pasar a causa de los enormes

maletones, bolsas y cajas que estaban dispersos aquí y allá

y, en lo que hubiera tardado menos de un minuto en llegar a

mi cuarto, tuve que emplear al menos quince, sorteando todo

aquel desbarajuste de alumnos y maletas, además de unos

cuantos posibles pisotones.

-¡Nos vemos ahora!- Me gritaron Erik y Cybille haciéndose

oír entre la bulliciosa multitud.

-¡Es la 9!- Grité internándome, por fin, en la seguridad de

mi cuarto, suspirando y deseando que todo aquello acabase

pronto.

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Aunque la puerta del dormitorio estaba cerrada, no aplacaba

el griterío del exterior y me hubiera gustado que el cuarto

estuviera insonorizado, por lo menos hasta que pasase todo

aquello.

Bueno, lo primero de todo era esconder en algún lugar

alejado la caja de plomo que contenía el maldito libro para

que a mis nuevos compañeros no se les ocurriese la gran

idea de abrirlo, desvelando así mi secreto, aunque también

podría decirles que era un joyero, o algo por el estilo.

Deseché la idea de inmediato, ya que quién no se iba a

resistir ante la idea de cotillear las cosas de los demás. Me

acerqué a la mesilla, donde descansaba la caja pero, en

cuanto la fui a coger, la puerta se abrió de golpe, dando paso

a una más que cargada Cybille.

-¿Quieres echarme una mano?- Me rogó exasperada.

-No me digas que todo eso es tu equipaje.- Exclamé.

Me acerqué hasta ella, le cogí el bulto más grande que

llevaba y lo dejé caer suavemente sobre la alfombra en la

que descansaba una gran mesa redonda, dispuesta en el

centro de la habitación. Para mi sorpresa, Cybille dejó caer el

resto de los bártulos y salió corriendo de la habitación.

Al poco, llegó Erik acarreando una triste maleta y algunos

papeles enrollados y al ver el maletón de Cybille, ahogó un

grito.

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-No me digas que todo esto es de Cybille.

-Pues al parecer hay más.- Respondí.

Erik se acercó a una de las dos camas vacías, dejó la maleta

y los papeles en el suelo y se tiró en pancha sobre la colcha.

-Me parece que nos vamos a quedar sin esp…

-¡Ayuda!

Erik dio un respingo en la cama y yo me puse alerta. Cybille

se paró en el umbral del cuarto con aire suplicante, al tiempo

que nosotros hacíamos de tripas corazón y descargábamos

sus brazos de un acuario en miniatura y un par de cajas más.

-Y ahora me dirás que hay más.- Me quejé colocando la

pecera en la mesilla de noche del lado de la cama que había

quedado libre.

-Solo un par de cuadros y unos cuantos posters.- Suspiré.

-Mas te vale que así sea.- Le amenazó Erik, pero Cybille se

limitó a sacarle la lengua y a salir del cuarto con una sonrisa

de oreja a oreja.

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4. La primera noche

Cuando Cybille regresó al cuarto, trajo más trastos consigo:

un par de retratos, que a mi parecer no pegaban en absoluto

con el resto del dormitorio y un enorme rollo de papel que, se

suponía, eran posters.

-¿Y dónde se supone que vas a colocar todo eso?- Se

quejó Erik desde la cama.

-Son para decorar mi lado del cuarto.- Se defendió Cybille

desplegando el largo rollo sobre la cama.

-Yo también lo voy a decorar, pero tampoco es que me

quiera ahogar.

-Tú decora tu lado a tu gusto, que ya me ocuparé yo de mi

lado, por cierto,- Vi cómo Cybille miraba a un lado y a otro,

buscando dónde colocar el primer poster.- ¿puedo utilizar

parte de tu espacio?

-Oye, tú, no tengas tanto morro.- Saltó Erik.- En primer

lugar, cada uno tenemos nuestro espacio y, en segundo, no

deberías haber traído tanos trastos, sabiendo que ibas a

compartir habitación. Si ves que te quedas sin espacio, lo

más lógico que puedes hacer es elegir.

-Ya, pero es que no puedo.- Se quejó.

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-Pues yo no lo voy a hacer por ti.

Suspiré. El cansancio acumulado ya estaba empezando a

hacer estragos, aunque viendo el comportamiento de Cybille

frente a aquellos posters, podía llegar a comprenderla, sin

embargo, por otra parte, Erik tenía razón. Ella tenía

demasiadas cosas y la mitad de ellas no iban a caber en su

espacio de la habitación.

Cybille cayó sobre la cama, abatida, al igual que lo habíamos

hecho Erik y yo minutos antes. Los tres nos encontrábamos

realmente agotados y, aunque le daba mil vueltas a la

cabeza, no conseguía determinar la razón de aquel repentino

cansancio.

-¿Qué hay que hacer esta tarde?- Susurré medio

adormilada.

-Dormir.- Respondió Cybille.

-Ídem, compañera.- Corroboró Erik.

Unos golpecitos en la puerta me hicieron saltar en la cama

del susto. El reloj de mi mesilla marcaba las 1:45 del

mediodía, lo que significaba que nos habíamos quedado

dormidos. Los golpes en la puerta se repitieron, haciéndome

levantarme de la cama a regañadientes para abrirla.

-Es hora de comer.- Informó el profe de biología.- ¿Estáis

bien?

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-Estábamos cansados y nos hemos debido de quedar

dormidos.

-¿Cybille también?- Insistió preocupado.

Abrí la puerta de par en par para dejarle ver el interior del

dormitorio. Erik Y Cybille aún dormían a pierna suelta

aunque, por suerte, ninguno de los dos roncaba.

-De acuerdo,- Accedió el profe sonriente.- pero la próxima

vez dejad algo para la noche. Quince minutos, ¿de

acuerdo?- Asentí y cerré la puerta nada más el profe enfiló

hacia otra habitación.

Me froté los ojos tratando de despejarme. Aún estaba

dormida y lo cierto era que me rugían las tripas. Me acerqué

a la cama donde descansaba Cybille y la zarandeé

suavemente hasta que reaccionó. Luego repetí la operación

con Erik, que, por cierto, también estaba buenísimo cuando

dormía, hasta que los tres estuvimos lo suficientemente

despiertos como para bajar al comedor.

-No hemos tenido tiempo de echar un ojo por la

habitación.- Se quejó Cybille tomando una cucharada de la

sopa de guisantes que se había servido de primero.

-Eso es porque te has quedado dormida.- Le espetó Erik

con la nariz manchada por un espagueti demasiado

resbaladizo.

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32

-No tiene nada de particular.- Intervine dándole vueltas al

tenedor en mi plato de espaguetis.- Aparte de las camas, los

armarios, las mesitas y la mesa central, hay un baño enorme,

con bañera y placa de ducha y una especie de cocina, con

un frigo y un microondas y una pila de armarios, además de

la pila, claro está.

-¿Y el frigo está lleno?- Preguntó Cybille con la boca llena.

-El frigo, no, pero he metido unas cuantas tabletas de

chocolate que me traje de casa en uno de los armarios.

-Yo tengo una caja entera de galletas y otras dos de pastas

de té que podemos meter allí también.- Erik ya iba por el

segundo plato, aun cuando nosotras dos no habíamos

terminado ni el primero.

-Chachi.- Reí.

-Bueno, ahora que ya estamos más o menos en pie, ¿qué

os apetece hacer esta tarde?- Preguntó Cybille muy

animada.

-¿Qué se puede hacer?- Pregunté terminándome el

segundo plato, albóndigas en salsa.

-Bueno, como es día de entresemana no podemos salir,

pero podríamos hacer algo divertido.

-¿Cómo qué?- Intervino Erik pensativo.

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-Montar a caballo.- Ofrecí.

-No está nada mal.- Me alabó Erik culminando su postre,

un enorme flan de vainilla.- ¿Te parece, Cybille?

-No soy demasiado diestra, pero si no me tira el caballo…

vale, por mí no hay problema.

-Espera un momento,- Intenté recapitular lo que Cybille

había dicho anteriormente.- ¿has dicho que podemos salir?

-Los fines de semana,- respondió Erik desparramándose

en la silla.- aunque tenemos toque de queda.

-Y eso es…- Empecé.

-Antes de medianoche.- Completó Cybille imitando a Erik.

-A medianoche en punto hacen recuento de todos los

estudiantes y vuelven a pasar a las… cinco, me parece.-

Bostezó Erik.

-Oye, tú estás muy enterado de eso, ¿no?- Se mofó Cybille

guiñándome un ojo.

-Bueno, he tenido alguna que otra escapadita… y nunca

me han pillado, no como a otras.- Miró de reojo a Cybille.

-Eso no fue culpa mía.- Se envaró.- La culpa la tuvo uno de

mis compañeros de cuarto, que se puso a gritar nada más

entrar en el bosque.

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34

-Sí, ya, seguro.- La risa de Erik era tan perfecta, que

parecía un modelo de esos que posan para que todo el

mundo pueda ver lo perfectos que son.

-¿Y a qué fuisteis al bosque en plena noche?- Pregunté y

Cybille y Erik se me quedaron mirando como si hubiese

preguntado una barbaridad.

-¿A qué van un chico y una chica al bosque en plena

noche, si no es para enrollarse y para tener un poco de

intimidad?- Respondió Cybille.

-¡Aaah!- Ahora sí que parecía estúpida de verdad.

-Deberíamos enfilar ya para el establo.- Me salvó Erik

poniéndose en pie. Un día de estos le daría las gracias por

sacarme del apuro.

El paseo a caballo resultó de lo más reconfortante, incluso

encontramos una especie de charca donde pudieron abrevar

los caballos y, aun cuando hacía fresco, me sentía de lo más

relajada, mucho más que durante la clase de equitación.

Cuando llegó la hora de regresar a cenar, traté de darles

largas a mis compañeros, pero no funcionó, de modo que

recogimos los caballos y volvimos dando un paseo al establo

para dejar los caballos y luego al edificio.

Mi cabeza daba vueltas todavía sobre el hecho de cómo iba

a ser capaz de ocultarles el libro demoníaco a mis

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compañeros y, además, estaba el hecho de que iba a

compartir habitación con Erik. Aparte de esos pequeños

detalles, estaba feliz o, al menos, todo lo feliz que podía

estar en mi situación.

-Estoy muerta.- Dijo Cybille arrojándose sobre la cama.

-Todos lo estamos.- Comentó Erik desde su lado del

dormitorio quitándose el jersey que cubría la flamante blusa

blanca con el escudo del internado.- Voy a pegarme una

ducha y mientras, vosotras, os podéis ir poniendo el pijama,

o lo que queráis.

Cybille y yo nos miramos y, en cuanto Erik se metió al cuarto

de baño, nos empezamos a reír a carcajadas.

-¿Hace fiesta de pijamas esta noche?- Propuso Cybille

todavía riendo.

-Chachi.- Dije peleándome con las medias.- Mañana no

hay clase, ¿no?

-Por suerte.- Rió.- Lo que no entiendo es por qué narices

las clases han de empezar un viernes.- Se quejó echando a

un lado de la cama la falda que se había quitado.- Es de

locos.

-¡Uaah!- Exclamé observando la mancha rosácea que tenía

en el muslo.- Qué pedazo de mancha que tienes.

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-Sí.- Rió.- Siempre me sale en esta época del año. Al

menos puedo dar gracias que en verano se borra.

Terminé de desvestirme y de ponerme el pijama, al tiempo

que Erik hacía su aparición en el cuarto, pillando a Cybille a

medio vestir. Yo me levanté de la cama a toda prisa y

empujé a Erik, que parecía haberse quedado embobado con

los pechos de Cybille, hacia la cocina para coger las tabletas

de chocolate del armario.

-¡Idiota, podías haber avisado!- Le grité y abrí la puerta del

armario que se hallaba sobre su cabeza.

-¡Ay!- Se quejó rascándose la coronilla.- Ten más cuidado.

-Has sido tú, que estabas en medio. ¿Estás visible ya,

Cybille?- Grité.

-Sííííí.

Erik y yo salimos de la cocina y entramos de nuevo en el

cuarto. Cybille estaba echada sobre la cama con un libro

entre las manos y, en cuanto nos vio, tiró el libro sobre su

mesilla y se abalanzó a nuestros brazos, haciéndome tener

que soltar las tabletas de chocolate, que cayeron al suelo en

un golpe seco.

-¡Fies-ta!- Gritó.

Erik y yo sonreímos y, mientras él fue a buscar una radio

para poner un poco de música para hacer ambiente, Cybille y

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37

yo nos dedicamos a mover la mesa central hacia un lado

para hacer hueco a una manta y podernos tumbar en el

suelo.

Una vez estuvo todo listo y Erik consiguió localizar la mini-

radio, lo dejamos todo preparado y bajamos al comedor a

cenar y a ver si podíamos subir algo de comer al dormitorio,

cosa que resultó más fácil de lo que esperaba.

Eran casi las diez cuando acabamos de cenar y subimos al

dormitorio cargados hasta las orejas de todo lo que nos

habían dado las cocineras. Entre más chocolate, más

galletas, bolsas de patatas fritas, algunas piezas de fruta y

hortalizas, un par de cajas de leche, algunas latas de

refrescos y algunas cosas más, teníamos para llenar no

todos, pero casi todos los armarios de la cocina, además del

frigorífico. Más que un internado, parecía un hotel de cinco

estrellas, pero no me podía quejar, es más, no quería

quejarme. Me estaba empezando a gustar vivir allí y tal solo

lamentaba el hecho de que no me pudiera quedar.

Subimos todo al dormitorio y, una vez que lo guardamos todo

en su sitio, pusimos música, nos tiramos sobre la manta,

donde habíamos dejado algunas cosas para picar, y nos

propusimos relajarnos, charlando, riendo y haciendo alguna

que otra broma.

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5. Aliados

La sirena perforó mis tímpanos como agujas encendidas,

provocando que la galleta, a la cual estaba tratando de darle

un bocado, se me escurriera de entre los dedos del susto.

Erik y Cybille me miraron sonrientes desde su posición en la

manta.

-¿Qué narices ha sido eso?- Pregunté todavía aturdida.

-El toque de queda.- Respondió Erik sin dejar de reír a

moco tendido.

-Encima no os burléis de mí.- Me quejé y me puse en pie

enfurruñada.- ¿Qué iba a saber yo?

-Violet, no te pongas así, anda.- Cybille intentó darme un

abrazo, pero me aparté de ella.

-Te comportas como una niña a la que le ha dado una

pataleta.- Erik me agarró del brazo para hacerme volver a la

manta, pero me resistí. Tenía la cabeza embotada.- ¿No nos

vas a decir lo que te pasa?- Me suplicó con ojitos de niño

bueno, rodeándome bien fuerte con sus brazos.

-Yo…

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-Está bien Erik.- Cybille me separó de Erik, me rodeó la

cintura con su brazo y me llevó a mi lado de la habitación.-

Ya nos lo dirá cuando esté preparada.

-Vale, pero no es normal que siempre esté a la que salta.

Deseché el comentario de Erik y me metí en la cama. Se

estaba calentito, igual que la noche anterior. Aquella noche

sería el momento propicio para continuar con la lectura del

libro demoníaco, de modo que alargué una mano a la mesilla

para coger la caja de plomo, sin darme cuenta de que los

ojos de Erik se habían quedado clavados en mí y, hasta que

no se acercó hasta mi cama y se arrodilló para hablar

conmigo, no supe a ciencia cierta si me había pillado, o no.

Cybille se había quedado dormida al primer momento y Erik

y yo nos mirábamos el uno al otro como si hubiera algo que

nos impulsara.

-Hazme un sitio.- Dijo con suavidad.

-No pretenderás que te deje dormir conmigo, ¿verdad?-

Susurré para no despertar a Cybille.

-Entonces, enséñame lo que tienes escondido ahí.- Señaló

la almohada con el dedo, donde yo había tratado de

esconder la caja de plomo que contenía el libro.

-Erik, no quiero hacerte daño.- Pronuncié sin pensar.

-¿Por qué habrías de hacérmelo?

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-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Le había hecho esa

misma pregunta por la mañana, pero dudaba que la

respuesta que me dio fuese del todo sincera.

-Ya te lo dije.

-Sabes que no te creo.

-Lo sé.- Pronunció cabizbajo.

-¿Entonces por qué no me dices la verdad?- Suspiré.

-Déjame dormir contigo esta noche, por favor.

-No.- Me negué en rotundo.

-Pues no me pienso mover de aquí hasta que no me dejes

entrar.

-¿Te han dicho alguna vez que eres un tanto cabezota?-

Suspiré al tiempo que descubría mi cuerpo y me hacía a un

lado para hacerle sitio.

-Me parezco a mi padre.- Rió.- Él también es un tanto

cabezota.- Añadió arropándonos a ambos.- Quizá por eso se

enamoró de quien no debía y, aunque se casó con mi madre,

yo creo que aún la sigue queriendo.

-¿A quién?- Pregunté somnolienta.

-¿Te has fijado en el retrato que hay al bajar las

escaleras?- Preguntó en un susurro.

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-Sí.

-Pues lo pintó mi padre.

-¿Tu padre es pintor?- Musité.

-No. Fue el amor que sentía por esa mujer el que hizo que

pudiera plasmarla en el lienzo, no su habilidad.

-Pero ese retrato fue pintado hace más de mil años.-

Bostecé.- ¿Cómo es posible que sigas hablando de tu padre

en presente?

-Bueno, eso es porque mi padre no ha muerto.- Respondió

y sentí el calor de su cuerpo muy cerca y su brazo apoyarse

en mi cintura.

-Pero no puede ser.- Le rebatí.- Eso significaría que tu

padre tiene…

-Mil quinientos diecinueve años.- Completó.

-Venga ya, me estás tomando el pelo.- Reí.- ¿Y qué hay de

la mujer del retrato?, ¿vive todavía?

-¿Te refieres a Reesha Valentine?

-¿A quién más sino? Reesha Valentine, la mujer que pintó

tu padre…

-No sé nada de ella desde que se casó con el Duque de

Lazzaro.- Contestó.

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-Hablas como si hubieras estado allí, pero pareces tener la

misma edad que yo.- Dije medio dormida.

-Ambos aparentamos ser menos de lo que en realidad

somos.

Y eso fue lo último que dijo, antes de que ambos cayéramos

rendidos al sueño.

A la mañana siguiente me encontraba tan aturdida y a la vez

tan confundida, que no tuve el valor de dirigirle la palabra, ni

siquiera durante el desayuno.

-¿Quieres saber la verdadera razón por la cual me acerqué

a ti cuando llegaste?- Me dijo por la tarde nada más salir yo

del baño (cabe decir que mi cuerpo estaba cubierto con una

toalla empapada). Estábamos solos en el dormitorio, ya que

Cybille había salido de compras a la ciudad con un par de

amigas.

-Sí.- Asentí desde mi lado de la habitación, tratando de

secarme el pelo con una toalla de mano.

-Fue porque había algo en ti que me recordó a Reesha.

Algo en tu interior me acercaba a ti, al igual que pasó entre

mi padre y ella, algo que ni yo mismo llego a comprender.

-Ah, ¿era eso?- Dije indiferente.

-No lo entiendes, ¿verdad?- Dijo Erik tomando asiento a mi

lado.

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-Es difícil de creer.- Respondí impasible.

-Puedo ayudarte… con el libro.- La toalla que había estado

utilizando se me escapó de entre los dedos y cayó al suelo.

-Yo… no sé de lo que hablas.- Negué, aunque por los ojos

de Erik, supe que ya lo sabía, aunque no sabía muy bien

cómo.

-El libro es una especie de diario que…

-¿Cómo sabes tanto?- Me envaré.- ¿Cómo es que sabes

de la existencia del libro?, ¿cómo sabes que soy yo su

propietaria? Y, ¿por qué no me dijiste nada antes?- Grité.

-Al principio no lo sabía, pero lo supe en cuanto te vi

recoger aquella caja de plomo.

-¡Aléjate de mí!- Grité y salí corriendo de la habitación.

No fui muy lejos, ya que el cuadro de Reesha me detuvo. En

verdad se veía hermosa, pero no entendía qué semejanza

podría ver Erik entre ella y yo. Yo… no era nada… se habían

deshecho de mí y ella era… perfecta aunque… por otro lado,

sus ojos eran tristes, aún así, seguía siendo mucho más

hermosa que yo.

No entendía nada. Se suponía que aquel cuadro había sido

pintado por el padre de Erik pero, ¿cómo era eso posible?,

¿cómo podría creer que su padre tenía más de mil años de

edad, cuando Erik parecía de mi misma edad? “Ambos

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aparentamos ser menos de lo que en realidad somos”, me

había dicho, pero yo no lo entendía.

-Vas a pillar un constipado.- No tuve ni que darme la vuelta

para saber que Erik me aguardaba en los últimos peldaños

de la escalera.

-No te acerques a mí.- Dije sin apartar los ojos del cuadro.

-Violet, ¿alguna vez has sentido que tu vida tenía otro

sentido al que le daban el resto de las personas que te

rodeaban?

-Cada día de mi vida.- Respondí.- Por eso, cuando me

dejaron aquí tirada, me sentí aliviada. Creí haber encontrado

un sitio en el cual pudiera ser feliz, a pesar…

-¿A pesar del libro?- Completó Erik.

-Sí.- Suspiré.- Mi madre murió porque me fue entregado a

mí y aún no sé por qué. No entiendo qué tiene que ver

conmigo. No comprendo por qué si el libro parece tener más

de mil años…

-Yo tampoco lo sé,- Sentí la mano de Erik sobre mi hombro

y las lágrimas rebosaron de mis ojos.- por eso es por lo que

tenemos que encontrar respuestas. Tenemos que encontrar

la manera de recuperar nuestras vidas, saber lo que en

realidad pasó, saber por qué la gente borró aquella parte de

la historia.

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-¿Te refieres a la Gran Guerra?

-¿Qué sabes de ella?- Me insistió Erik.

-Se lo oí mencionar a mi madre una vez, pero no sé nada

y, al parecer, no hay documentos al respecto.

-¡Eso no es cierto!- Erik giró mi cuerpo hasta que mis ojos

llorosos se encontraron con los suyos.- Hay un diario, me lo

contó mi padre.

-¿Un diario?- Pregunté confusa.- No me digas que…

-Tú eres la portadora de la historia. La historia de la Gran

Guerra está encerrada en esas páginas.

-Pero la gente muere por él…

-Según mi padre, solo los elegidos pueden leer las

palabras… yo puedo leer las palabras.

-¿Lo has leído?- Pregunté indignada.

-Solo una frase cuando dormías y me sentí…

-Lleno de vida, poderoso.- Completé.

-Sí y triste y melancólico al mismo tiempo, por eso digo que

tenemos que hacerlo. Tenemos que averiguar lo que

esconden esas páginas y tenemos que hacerlo juntos.

-Juntos.- Afirmé decidida.

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6. Destino

Me desperté en plena noche, asustada. ¿Qué había sido

eso?, ¿un sueño? No, no podía serlo. Me senté en la cama y

me cubrí la cara con las manos para pensar pero, unos

fuertes brazos me devolvieron a mi posición original. Erik me

sonreía desde su lado en la cama, pero yo no podía mirarle

directamente a los ojos, me sentía demasiado avergonzada

por el hecho de haber estado soñando con él, sin apenas

conocerle.

-¿Ocurre algo?- Me preguntó con la suavidad de un ángel,

al tiempo que su mano se colocaba sobre mi mejilla.

-No, todo está bien.- Le mentí.

-¿Has tenido una pesadilla?, ¿quieres que salgamos a que

nos dé un poco el aire?

-No podemos salir.- Le recordé.

-Podemos,- Rió.- siempre y cuando no nos pillen.

-¿Te puedo hacer una pregunta?- Dije sin apartar mis ojos

de los suyos.

-Claro, pregunta.- Accedió.

-Yo… esto… nada, déjalo.- Me corté.

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-No, Violet, ¿qué me ibas a preguntar?-insistió.

-Solo quería… saber un poco más… supongo.- No me lo

había inventado del todo pero, aún así, se notaba a leguas

que era una mentira.

-¿Sobre?- Insistió de nuevo.

-Déjalo Erik, estoy cansada.- Me giré para darle la espalda

en la cama.

-Violet, por favor, no me des la espalda.- Me suplicó.

-¿Puedes irte, por favor? Necesito pensar.

-Te dije que quería dormir contigo.

-Sí, pero aún no me has dicho porqué.

-Porque quiero estar cerca de ti.- Contestó como si fuese lo

más natural del mundo.

-Eso no responde a la pregunta.- Me quejé.

-Mierda, Violet, hay veces que es muy difícil hablar contigo.

-Eso es porque no me conoces lo suficiente.

-Lo sé, ya lo sé y aunque quisiera que eso cambiase,

parece que tú tienes tendencia a alejar a todo el mundo de ti.

-Es complicado… muy complicado… por favor, déjame

sola.- Le supliqué.

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Erik no se movió ni un ápice. En lugar de eso me abrazó muy

fuerte. Yo sabía que tenía que alejarme de él, pero me era

imposible. Algo muy dentro de mí me decía que no me

alejase de él porque, aunque solo le conocía de un par de

días, se había convertido en una persona demasiado

importante para mí.

-Erik, vale ya, por favor.- Me resistí.

Erik me obligó a darme la vuelta, hasta que quedé colocada

boca arriba, y se colocó sobre mi cuerpo, aprisionándome.

Ambos sabíamos lo que nos estaba pasando, pero ninguno

de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y, por

mucho que me doliese, debía alejarme de él. Mi problema

era solo mío, no podía involucrar a nadie más y, respecto a

nuestros sentimientos… deberíamos olvidarlos, volver a

empezar desde el principio, empezar desde cero, como era

mi intención desde el principio, sin más complicaciones de

las necesarias, sin distracciones, negando… negándome a

mí misma.

Erik pareció darse cuenta de cómo me sentía porque se hizo

a un lado de inmediato y nos volvió a arropar.

-No llores por favor.- Mis ojos, anegados en lágrimas, se

cerraron y un par de gotas fueron a parar a la mano de Erik.

-Mi vida… la odio… es demasiado complicada.- Logré decir

entre sollozos.

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-Duerme, pequeña, duerme.- Sus brazos rodearon mi

cuerpo, proporcionándome un calor y una paz que hacía

mucho tiempo que no sentía.

Por la mañana, nada más despuntar los primeros rayos de

sol, me levanté, procurando no despertar ni a Erik ni a Cybille

y salí del cuarto en pijama para, acto seguido, bajar por las

escaleras y plantarme frente al retrato de Reesha Valentine.

Quería averiguar más de ella y lo único que tenía hasta el

momento era aquella pintura.

-¡Mierda, me he quedado dormida!

Mi corazón dio un vuelco y, nada más recuperar la cordura,

empecé a descojonarme. Resultaba extraño que alguien

dijese eso precisamente un sábado, que no había clase y…

pensándolo bien, aquella voz me era familiar.

Aparté los ojos de la pintura y ascendí de nuevo las

escaleras en dirección al dormitorio pero, cuando llegué,

lamenté sobremanera no haberme quedado abajo. Cybille

parecía histérica. Iba de un lado a otro de la habitación como

una posesa, unas veces con un cepillo de dientes en la boca,

otras con una prenda y un cepillo de pelo. En cuanto me vio

aparecer, me sonrió y me señaló en dirección a mi cama,

donde Erik estaba tumbado, con la cabeza sujeta por uno de

sus brazos, mirando a la histérica Cybille con cara de pocos

amigos. Suspiré.

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-¿Te vas a algún lado?- Le pregunté a Cybille en cuanto

conseguí detener sus desenfrenados movimientos.

-He quedado con mi abuela.- Me dijo muy rápido.- Y ya

llego tarde.- Me dio un fugaz abrazo y volvió a su lado de la

habitación para terminar de vestirse, de ropa de calle, por

supuesto.

-Y tú,- Miré a Erik de soslayo.- haz el favor de salir ya de mi

cama.- Enfaticé.

-Ni hablar.- Me contestó.

-Pasa un buen finde.

Cybille me estrujó contra su pecho muy fuerte, antes de salir

por la puerta, cargada tan solo con una pequeña mochila,

algo del todo extraño en ella aunque, si bien cabe decir,

todavía no la conocía demasiado bien.

Erik continuaba tumbado en mi cama, como si no hubiera

escuchado nada de lo que le hubiera dicho. Me acerqué a él

con los brazos cruzados esperando, así, hacerle entrar en

razón.

-¿Piensas quedarte toda la vida ahí?- Le dije con

sequedad.

-"La sangre es vida y la vida es efímera", "Desea la sangre

del crepúsculo y huye de lo vivo", "La vida dará mil vueltas y

tu existencia quedará definida", “La luna y el sol, dos almas

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complementarias”, “Los elegidos obtendrán la llave del

poder”.

-¿Qué… has dicho?- Erik sonrió y sacó sus manos de

entre las sábanas, dejándome ver lo que sujetaba: el libro

demoníaco. Sujetaba el libro demoníaco.- No…- Estaba

clavada en el suelo por el terror.

-No te preocupes,- Dijo sonriente.- no la voy a palmar.

-¿Cómo…?- Erik guardó el libro de nuevo en la caja de

plomo y se levantó. En un abrir y cerrar de ojos tenía su

cuerpo muy cerca de mí y sus firmes brazos rodeaban mi

cintura.

-Es nuestro destino.- Me susurró al oído.

-¿Cómo… lo has sabido?

-Por tu parecido con…

-¡No, yo no me parezco en nada a ella!- Grité apartándome

de él con brusquedad.- Y no entiendo nada, no lo entiendo.

-Yo no soy quien para explicártelo, de modo que, si

quieres, mi padre te lo contará.- Dijo pausadamente.- Voy a

pasar con él este finde.

-¿Quién soy?- Solté de repente.

-Eres Violet Lazzaro.- Respondió.

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- Yo no me refería a eso.

La puerta del dormitorio se tambaleó, al igual que todos los

muebles. Erik me abrazó mucho más fuerte que antes

aunque, por desgracia, el sonido de un teléfono móvil le quitó

encanto a la escena. Erik me soltó y caminó hacia su lado de

la habitación. El teléfono no hacía más que sonar y sonar

hasta que por fin Erik dio con él, entre las sábanas de su

cama. Lo cogió y se lo puso a la oreja.

-Erik.- Dijo.- Sí, de acuerdo.- Susurró y colgó el teléfono.-

Prepárate, nos vamos.- Me dijo poniéndose un jersey encima

del pijama.- No tenemos demasiado tiempo, así que haz

como yo.

-¿Tengo que ir?- Me quejé y me senté sobre la cama.

-Sí.- Dijo de forma autoritaria.- Y no te olvides del libro.-

¡Vamos!- Me llamó la atención al ver que ni tan siquiera

había comenzado a vestirme.

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7. Luchar o morir

Erik se veía furioso. No le había hecho el menor caso y eso

le había hecho obligarme a vestirme y a sacarme a rastras

de la habitación. Ahora viajábamos en un coche lo

suficientemente grande para asemejarse a una limusina y,

aunque el paisaje de fuera era espectacular, yo no me

estaba fijando. Estaba nerviosa y no solo por el hecho de

viajar con Erik muy pegadito a mí para que no huyera al

primer momento, sino porque tenía sobre las piernas la caja

de plomo que contenía el libro demoníaco.

-Que sea la última vez que te comportas como una niña.-

Soltó nada más traspasar las vías del tren.

-Me comporto así porque nadie tiene narices a contarme

nada y, además, ¿quién eres tú para decirme lo que tengo o

no tengo que hacer?, ¿solo hace dos días que te conozco y

ya estás dándome órdenes?

Erik no dijo nada más, solo se quedó mirando el paisaje y

suspirando. A veces le oía refunfuñar algo, pero no entendía

muy bien lo que decía, de modo que me limitaba a divagar

en mis recuerdos para pasar el rato hasta que llegáramos a

nuestro destino.

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-Bueno, ¿y qué tal te va en Luna Llena?- Preguntó el

conductor tomando una curva.

-¿Luna Llena?- Pregunté confusa mirando de reojo a Erik.

-Se refiere al internado.- Me aclaró Erik en un susurro.

-A, pues… es un poco… extraño.- Dije al fin.- Y los

profesores son… esto… muy amables.

-¿Te sientes segura?

-No mucho, la verdad,- Dije con la cabeza gacha.- pero

como nunca me he sentido así, no sabría decirlo con

exactitud.

-No intentes huir.- Me susurró Erik y su mano se acopló a

la mía muy fuerte.

-Lo haré si hay algo que no me agrada.- Le amenacé y la

sonrisa de Erik me turbó.

-Tan cabezota como siempre, ¿no?

-Ni que me conocieras tan bien.- Solté.

Erik giró su cabeza con brusquedad. De seguro le había

molestado algo que hubiera dicho pero, como no entendía

nada de lo que estaba pasando, me daba exactamente igual

que se enfadase, o no.

En la última curva, entramos por un camino de tierra hacia

una gran mansión. A los lados del camino había unos

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jardines grandiosos y bien cuidados, tan bien, que parecían

artificiales. La mansión se erigía espléndida al final del

camino y no me costó determinar que pertenecía a una

persona rica, lo que me produjo pavor. ¿Por qué me había

traído Erik allí?, ¿acaso era la residencia de su padre?, ¿o

tan solo se trataba de una especie de hotel? A juzgar por su

aspecto, no tenía pinta de tratarse de ningún hotel y eso me

ponía más nerviosa aún. Si resultaba ser cierto que se

trataba de la residencia del padre de Erik y, por consiguiente,

la del mismo Erik...

-Relájate, Violet.- Me suplicó Erik al tiempo que

descendíamos del vehículo y nos encaminábamos prestos

hacia la puerta de entrada a la mansión.

-¿Dónde estamos?

-Es la residencia de la fundadora del internado,- Me

susurró traspasando el umbral.- aunque, aparte de ella, hay

varias personas más viviendo aquí.

-¿Tu padre y tú?

-Entre otros.

-¿Y qué hacemos aquí exactamente?

-¡Erik!

Una mujer de unos treinta años apareció corriendo por

nuestra izquierda. Su pelo largo, rubio y ondulado ondeó al

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compás de su rápido acercamiento. Cuando llegó hasta

nosotros se detuvo para recuperar el aliento y, aunque había

llamado a Erik, sus ojos negros estaban fijos en los míos y

me miraba como si yo fuese un fantasma, o algo parecido.

-¿Qué ocurre Nara?- Habló Erik muy calmado.

-Estamos en código rojo.- Respondió la mujer

apresuradamente.- Recibimos una llamada de los refugiados

del Mont-Tank y tu padre fue con algunos de nosotros.-

Explicó.- Eso fue ayer.- Añadió.- ¿Es Violet?- Dijo clavando

nuevamente los ojos en mí.

-Lo es.- Erik se había puesto muy tenso, lo sabía porque mi

mano, muy sujeta a la suya, estaba sufriendo las

consecuencias.- ¿Dónde está Reesha?

-¿Reesha?- Pregunté. ¿Podría tratarse de la misma

Reesha de la pintura?

-Está en la sala de control. Ella va a… ¿luchar?

-Aún hay varias cosas que hay que explicarle.- Dijo Erik

tirando de mí hacia un espacio abierto en el suelo, donde

unas escaleras permitían el paso al sótano.

-Vale, pero date prisa.- Gritó la mujer al tiempo que

desaparecía a toda mecha.- No tenemos demasiado tiempo

y tampoco podemos estar haciendo de niñeras en estos

momentos.

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-Disculpa a Nara, Violet.- Me dijo ayudándome a bajar por

las empinadas escaleras de madera.- Están un poco

nerviosos por aquí.

-Equipo Rojo, aquí Rayo de Luna, ¿me oís?

El sótano realmente tenía pinta de cuartel general. Todo

cuanto veían mis ojos parecía sacado de una peli de guerra,

tanto el panel de control, con las pantallas, los botones y

demás, como las armas. Espadas, hachas, cuchillos,

boomerangs, suriquens, todo tipo de pistolas, incluso alguna

que otra estaca de madera, estaba colocado muy

diligentemente en las vitrinas situadas por las paredes.

Sentado frente al panel de control, había un hombre y,

aunque solo le veía de espaldas, era joven, de unos treinta y

pocos.

-¡Erik, prepárate!

La voz de la mujer me pilló desprevenida, así como mis

rápidos reflejos al dar un paso atrás. Erik me asió fuerte del

brazo para impedirme la huída. Si no hubiera sido por él, lo

habría hecho pero, aquella mujer… no lograba a verla bien

pero… se asemejaba bastante a la mujer del cuadro.

-¿Qué haces ahí parado?- Gritó la mujer sin siquiera darse

la vuelta.- ¿No ves que tenemos prisa?

-Vale, en ese caso os la dejo aquí mientras tanto.

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La mujer se dio la vuelta tan rápido, que sus níveos cabellos

le ocultaron temporalmente el rostro. aun así, yo sabía que

se trataba de la misma mujer, la misma mujer del cuadro que

tanto me había embelesado, aunque ahora ella no vestía los

mismos ropajes de la pintura, sino un sencillo vestido de

color azul claro, con unas mangas tan largas, que le tapaban

casi la totalidad de la mano.

-Mi niña… Cuanto has crecido.- Me la quedé mirando,

embobada. En persona era incluso más hermosa.

-¿Vas a volver a irte?- Preguntó Erik de improviso.

-Es mejor así.- Susurró Reesha y por la expresión de la

cara de ambos supe que estaban sufriendo.

-¿No te vas a quedar ni tan siquiera para darle algunas

explicaciones a tu hija?- Me quedé mirando a Erik,

asombrada.

-Ahora lo más importante es recuperar a tu padre.- Le cortó

Reesha.- No tengo tiempo para reencuentros familiares, por

mucho que me duela. Ahora… ¡acata mis órdenes!

-¿Queréis dejar de hablar como si yo no estuviera aquí?-

Grité enfurecida y con las lágrimas recorriendo mis mejillas.-

¿Y qué es eso de que ella es mi madre?- Le grité a Erik.- ¡Mi

madre murió, por si no lo recuerdas!

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-La que conoces como tu madre, era mi hermana.- Soltó

Reesha clavando sus ojos en mí.- Fui yo la que te trajo a

este mundo y fui yo quien tuve que separarme de ti.- Gritó.-

Y he sido yo la que ha pasado los últimos quince años

preguntándome si estarías bien, o qué estarías haciendo y

soy yo la que debo volver a irme. Soy yo la que, por mucho

que quiera, jamás podrá ser feliz con el hombre que amo y

soy yo la que tiene obligaciones…

-¡Ya basta!-grité.

El rasguño que me hizo Erik al zafarme de él, no fue ni tan

siquiera comparable al dolor y la impotencia que sentía…

-No la hemos encontrado.- Dijo Nara mordiéndose el labio

de rabia.

-Perdón, ¿me he perdido algo?- Dije más confundida que

nunca. ¿Había estado soñando otra vez despierta?

-¿Te encuentras bien, Violet?- Erik me soltó la mano y su

brazo rodeó mi cintura.

-Supongo que estoy… algo cansada.

-Nara, vamos arriba a descansar.

-Os doy una hora,- Accedió Nara.- nada más.

-Será suficiente.

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Erik empujó mi cuerpo escaleras arriba y, mientras subíamos

por las empinadas escaleras de madera, no podía dejar de

pensar en que me estaba volviendo completamente loca. Mi

cabeza me estaba jugando muy malas pasadas y, si no fuera

porque Erik me tenía bien sujeta, de seguro habría huido de

aquel lugar. La caja de plomo que llevaba bajo el brazo,

pesaba mucho más ahora que cuando había llegado a

aquella casa y, por si fuera poco, los párpados parecían

pesar una tonelada.

El pasillo al que habíamos dado a parar estaba

generosamente iluminado, tanto que mis ojos se cerraban

casi involuntariamente, señal de que estaba demasiado

cansada como para mantenerme despierta, aunque no sabía

muy bien cómo había sucedido.

-Es aquí.- Me susurró Erik y mis ojos, que se habían

cerrado unos instantes, se abrieron paulatinamente.

Erik abrió la puerta despacio, lo que me permitió habituarme

a la penumbra que reinaba en el interior. Suspiré al tiempo

que entraba en el dormitorio, con Erik sujetándome bien

fuerte. La habitación en sí, no parecía nada del otro mundo.

Una enorme cama se localizaba justo en el centro del

dormitorio y, a su lado, podían distinguirse un par de mesillas

de noche. El armario tenía casi la misma envergadura que la

cama, lo que me hizo sonreír por un momento y la

decoración de las paredes era sencilla, sin florituras por

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ningún lado, aunque sí un par de posters y unas cuantas

fotografías, pegados a la pared.

-Violet.- Me llamó Erik guiándome hacia la cama y

tumbándome sobre ella.

-¿Sí?- Susurré.

-La situación que tenemos entre manos es bastante

complicada.- Me susurró tumbándose a mi lado.

-Lo sé.- Musité.

-¿Lo sabes?- Medio gritó Erik.

-Soñé contigo ayer.- Le confesé entre dientes.- Y hace

unos minutos he tenido como una especie de visión.- Añadí.-

Es difícil de explicar, por eso sé que debo pelear… aunque

no lo entienda… todavía.

-¿Estarías dispuesta?- La mano de Erik sobre mi mejilla

me hizo estremecer.

-Debo hacerlo…- Dije pausadamente.- Sé que debo

hacerlo… Sé que debo vivir… Pero luego quiero una

explicación de todo lo que está ocurriendo aquí.

-Te lo prometo. Ahora descansemos un poco.

-Sí… estoy tan… cansada…

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8. La misión

Estaba realmente cansada pero, aun en esa situación, no

lograba conciliar el sueño. No sabía lo que estaba pasando

y, por lo visto, nadie quería contarme nada. Sabía lo que

tenía que hacer y estaba nerviosa por ello pero, ¿qué sentido

tenía? Y, sobre todo, ¿por qué me sucedía a mí?

La visión de Erik dormido era incluso más hermosa que

cuando habíamos dormido juntos en el internado. En aquella

ocasión también había soñado despierta y, por alguna

extraña razón que no llegaba a comprender, sabía que todo

lo que había visto era real, que no se trataba de ninguna

ilusión, pero no quería creerlo, no podía creerlo, me negaba

a creerlo.

-¿No puedes dormir?- Los brazos de Erik rodearon fuerte

mi cintura y tiró hasta que ambos quedamos lo más

pegaditos el uno al otro posible.

-No.- Respondí en un susurro.- No comprendo lo que está

pasando.

-Tu madre no te dijo nada, ¿verdad?

-Mi madre murió, Erik, ya es hora de que te entre en la

cabeza.

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-Sí, Violet, eso lo sé, a lo que me refería es…

-No me dijo nada.- Le corté con suavidad.- Me entregó el

maldito libro y al día siguiente murió. Fue mi tío quien me

llevó a… ¿cómo habéis dicho que se llamaba?… a… Luna

Llena, eso es.

-Ya veo.

-Yo solo quiero que pase todo esto, hacer lo que tenga que

hacer y volver a vivir como una quinceañera normal y

corriente.

-Violet, algunos no tienen elección.- Soltó Erik de

improviso.

-¿Con eso me estás diciendo que no tengo elección, que

no seré normal nunca más?- Lloriqueé.

-Tampoco yo tuve elección.

-¿Cuánto tiempo hace que haces… bueno, lo que haces?-

Pregunté. Erik sonrió.

-Violet,- Sus dedos se entrelazaron en mi cabello.- tienes

que estar muy segura de estar preparada.- Susurró.- ¿Lo

estarás?- Preguntó al fin.

-¿Acaso puedo estarlo sin saber a qué me enfrento?-

Escupí con rabia. Erik volvió a sonreír.

-¿Nos vamos a preparar?

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-¿Por qué narices no contestas a mis preguntas?

-No puedo, Violet.- La cercanía de Erik me estaba

poniendo realmente nerviosa.- Eso lo entiendes, ¿verdad?

-Erik,- Me incorporé en la cama con tanta brusquedad, que

me mareé. Al instante, los brazos de Erik estaban otra vez

sujetando mi espalda y mi cintura.- ¿porqué te comportas

así, conmigo?- Musité.

-Tampoco puedo responderte a eso.- Me susurró al oído.

-¿Hay algo a lo que sí me puedas responder?- Grité

exasperada.

Erik no reaccionó, de modo que retiré sus brazos de mi

cuerpo y me levanté.

-¡Acabemos con esto!- Grité y me dirigí a la puerta.

-¡Espera, Violet!- Erik agarró mi brazo con rudeza.

-Si no vas a responder a mis preguntas, es mejor acabar

con esto de una maldita vez, aunque no tenga ni idea de

cómo hacerlo.- Solté al tiempo que tiraba de mi brazo para

liberarlo de la presión.

-Violet, por dios, que yo no te pueda decir nada, no quiere

decir que no te vayamos a contar nada.- Me di la vuelta para

encarar a Erik.

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-¿Y se puede saber porqué tú no me puedes decir nada?,

¿acaso no somos compañeros?- Grité ocultando el rasguño

que me había hecho en el brazo.

-Es más complicado que eso, Violet.- Gritó Erik y su

repentino abrazo me dejó pasmada.

-En cuanto esto acabe,- Me aparté de él y le di la espalda.

Sorprendentemente mi brazo ya se había curado, pero Erik

no pareció darle ninguna importancia.- ten por seguro que no

te volveré a dirigir la palabra.- Y nada más pronunciar esas

duras palabras, se me saltaron las lágrimas.

Nara ya nos estaba esperando en el recibidor de la mansión

cuando hicimos acto de presencia. Nos miró recelosa, pero

no dijo nada, tan solo nos guió al sótano, el mismo en el que

yo había visto a Reesha, y nos señaló la vitrina de las armas.

No había nadie más allí, tan solo nosotros tres, pero la

tensión se respiraba en el ambiente, como si una batalla

silenciosa hubiera empezado ya.

-No tenemos demasiado tiempo.- Dijo Nara mientras hacía

algo sobre el panel de control.

Me armé de valor y abrí las puertas de la vitrina de las

armas, bajo la sorpresa de Erik.

Al principio pensé en coger como arma un hacha enorme,

pero una de las espadas llamó mi atención, de modo que la

cogí y la desenvainé. Era ligera, fácil de manejar y algo en mi

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interior me impulsaba a poseerla. La empuñadura de cuero

se acoplaba a mi mano a la perfección y la hoja refulgía con

una flamante belleza. Pero había algo más, algo que me

hacía pensar que no se trataba de una espada normal y

corriente y era que la hoja estaba… ¿mellada? El centro de

la misma estaba dispuesto en forma de canal y éste se

bifurcaba hacia el filo, disponiendo cinco canales más y, lo

más extraño de todo, sin duda, era la curvatura del lado de la

hoja más cercano a la empuñadura, que abría el paso hacia

el canalillo central. Además, ambos lados de la espada

tenían filo, algo extraño en una espada.

Erik recogió la vaina del suelo y volvió a enfundarla,

mostrando una sonrisa de oreja a oreja, al tiempo que me

arrebataba la espada de entre los dedos.

-Bien, Violet, cojamos el resto.- Y trasladó una pequeña

mochila a mis hombros. Yo asentí bastante poco convencida.

Eché otro vistazo a la vitrina y fui metiendo en la mochila las

armas pequeñas, tanto los pequeños cuchillos, como las

estacas de madera, así como todo cuanto me pareció que

podríamos necesitar, hasta que la bolsa estuvo totalmente

llena. Luego, me acerqué al panel de control, donde Erik y

Nara estaban discutiendo el plan. Nara se dio la vuelta y me

dirigió una cálida sonrisa, al mismo tiempo que me entregaba

un pequeño teléfono móvil de color plateado y un Walkie.

-Te pertenecen.- Dijo.- No los pierdas otra vez, ¿vale?

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-¿Otra vez?- Su sonrisa se contrajo y en ese momento

supe que Nara había dicho más de lo que debería.- Da

igual.- Suspiré.- ¿Y ahora qué?- Pregunté decaída.

-Sus localizadores están intactos,- Susurró Nara señalando

sobre el mapa de la pantalla unos puntitos parpadeantes de

color rojo sobre un área marrón.- pero tardaremos por lo

menos un día entero en llegar. Espero que resistan hasta

entonces.

-Son fuertes.- Erik colocó sus manos sobre los hombros de

Nara, consolándola.

-Deberíamos irnos ya.- Nara se puso en pie y me dirigió un

fugaz vistazo antes de dirigirse a la escalera de ascenso.-

Devuélvele la espada, Erik.

Y así fue como me vi envuelta en algo que ni yo misma

entendía y de lo que no podría escabullirme así como así.

La espada que llevaba colgada a la espalda se había vuelto

muchísimo más pesada, a medida que nuestros cuerpos se

abrían paso entre la maleza y, a pesar de haberme quitado la

sudadera y recogido mis pantalones hasta las rodillas, tenía

calor. Hacía un calor sofocante a pesar de la humedad. La

tierra estaba tan embarrada, que nos impedía el avance y

nuestros pies se hundían progresivamente, pero lo peor de

todo era el calor. Tenía tanto calor que estaba a punto de

desmayarme.

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-Descansemos un poco.- Gritó Erik mirándome a mí y

luego a Nara.

En ese momento mis piernas flaquearon y caí en redondo

sobre el barro, con la respiración entrecortada y el pulso

yéndome a mil por hora. Sentí los brazos de Erik que me

erguían sobre su regazo y sus manos me acariciaban el

rostro con suavidad, retirándome el barro que se me había

quedado pegado, pero lo que más me impresionó fue su

forma de mirarme, tan cariñosa y a la vez tan dura.

-¿Pasa algo?- Susurré apoyándome en él para levantarme.

-Estás desentrenada.- Susurró Erik sonriente.- Hacía

tiempo que no te veía tan indefensa.

Ya me estaba acostumbrando a que Erik hablase como si me

conociera de toda la vida, de modo que sonreí y comencé a

caminar de nuevo. Aún no había recuperado del todo las

fuerzas, pero quería resolver ese asunto lo más pronto

posible para regresar a la vida normal del internado.

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9. Rescate

Mediodía, tan solo era mediodía y aún faltaba más de la

mitad del camino y ya me hallaba exhausta. Tenía razón Erik

cuando había dicho que estaba desentrenada, ahora lo

entendía.

-¿Te encuentras bien, Violet?- Dijo Erik a mi espalda.

-Ca…lor.- Dije.

Erik me pilló desprevenida cargándome a sus espaldas y

caminando a una velocidad vertiginosa. La maleza parecía

abrirnos el paso y Nara, quien había visto la escena

sonriente, nos seguía sin esfuerzo.

-¡Bá…Bájame, por favor!- Grité desesperada.

-Estate calladita y descansa un poco. Te bajaré cuando

sea la hora de comer.

Por más que trataba de comprender el comportamiento de

Erik, no lo lograba y yo estaba más confusa que nunca. Tan

solo hacía un par de días que había llegado al internado y,

aparte de intentar desentrañar el misterio que encerraba el

libro demoníaco, ahora debería luchar en una batalla que no

era la mía.

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Mis párpados se cerraron sumiéndome en la oscuridad de un

sueño. En él yo estaba en una habitación con todas las

cortinas corridas, tumbada sobre la cama y tarareando una

melodía. Entre mis manos tenía un álbum de fotos…

-¡No!- Grité.

-Violet, tranquila, solo ha sido un sueño.- Erik me abrazó

muy fuerte.

-¡No!- Volví a gritar y mi mano sujetó la espada con fuerza.-

¡No ha sido un sueño, era real!

-Violet, relájate.- Intervino Nara.- Estamos en terreno

enemigo.

¿En terreno enemigo? Miré a mi alrededor. Estábamos

ocultos entre una arboleda y más allá había un claro con un

montón de tiendas de campaña. Había gente paseando de

un lado a otro, blandiendo sus armas y yo… ¿cómo podía

ser capaz de ver todo eso, si estábamos a más de un

kilómetro de distancia? Me zafé de Erik furiosa, me puse en

pie y desenvainé la espada. No sabía cuánto tiempo había

estado durmiendo, ni tan siquiera dónde me encontraba.

Empuñé la espada con firmeza y coloqué la afilada hoja

sobre el cuello de Erik.

-¡Dime qué está pasando!- Grité.- ¡Dime qué me está

pasando y porqué tengo esos sueños!

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No hubo tiempo de respuesta, ya que un grupo de hombres

armados se acercaba a nuestra posición a una velocidad

sobrehumana. Di un paso atrás, tenía que huir de allí cuanto

antes, pero Erik me retuvo y negó con la cabeza.

-Tenemos que pasar por ahí.- Dijo muy sereno.

-¡Pero vienen a matarnos!- Grité.

-¿Crees que no lo sé?, pero mi padre y mis compañeros

están en aquella dirección y no te pienso dejar atrás.

Erik me agarró con fuerza del brazo que no sostenía la

espada y me obligó a correr en dirección al peligro. Diez

hombres armados hasta los dientes detuvieron nuestro

avance.

-¡Lucha!- Me gritó Erik.

Y nada más decirlo, arremetió contra uno de los hombres y le

partió el cuello como si nada y, cuando quise darme cuenta,

Nara ya se había cargado a otros dos y yo era incapaz de

moverme.

-¡Violet, a tu espalda!- Gritó Nara al viento.

Pero yo no me moví ni un ápice, hasta que la punta de una

flecha se clavó en mi hombro. Entonces fue cuando sentí la

rabia apoderándose de mí…

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El filo de mi espada ensangrentada, mi ropa cubierta con el

líquido y un montón de cuerpos a mi alrededor, me

devolvieron a la normalidad, si es que eso era posible.

Jamás hubiera creído posible que yo pudiera hacer algo así,

pero lo recordaba. Recordaba cada movimiento, recordaba la

sensación al asestar el golpe mortal y…me sentía en el

cielo…

-Violet, abre los ojos.- La voz de Erik, tan lejana, me hizo

recobrar el sentido. Mis ojos se abrieron paulatinamente y

dibujaron la figura de Erik a mi lado.

-¿Qué me ha pasado?- Erik me impidió ponerme en pie y,

a cambio, sentí el dolor provocado por la extracción brusca

de la flecha.- ¡Ay!- Me quejé.

-En ese estado no creo que nos sea demasiado útil.- Soltó

Nara desde el árbol en que se había dejado caer.- Está

demasiado débil y no recuerda absolutamente nada. ¡Qué

mierda!

Me puse en pie furiosa y cogí de nuevo la espada, con la que

amenacé a Nara.

-¿Quién te crees que eres?- Vociferé.- ¿Me traéis con

vosotros casi a la fuerza y ahora dices que no os valgo?-

Apreté la hoja contra su cuello hasta que una fina línea roja

quedó dibujada en él.

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-Lo siento, Violet, pero no puedo perder a Kai, lo entiendes,

¿verdad?- Las lágrimas de Nara me hicieron retroceder.

-Vosotros… me trajisteis contra mi voluntad.

Solté mi espada y eché a correr muy rápido hacia la

montaña, tan rápido que me sorprendí. Dos metros me

separaban del interior de una cueva rodeada de maleza y…

estaba sola, más sola que nunca. Coloqué la espalda contra

la roca y atisbé el interior de la cueva. Dentro no había

claridad pero, aún así, mis ojos distinguieron las jaulas y

unos… ¿hombres? no, eran monstruos, que paseaban

delante de ellas riendo.

-Tengo hambre.- Se quejó uno de los monstruos.

Se me encogió el corazón solo de pensar que… iban a

comerse a las personas de las jaulas. Las lágrimas afloraron

en mis ojos, pero sentía de nuevo fluir la rabia dentro de mí.

No tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo yo allí,

rodeada de monstruos y… con ansias de matarlos a todos.

Suspiré y me planté delante de la cueva a la vista de todos.

Los gritos de las mujeres y los niños atravesaron mis

tímpanos. Avancé, me interné en la cueva sin pensármelo

dos veces. La oscuridad me envolvía y los monstruos reían

satisfechos. Cerré los ojos y aguardé pacientemente.

-¡Cógela, Violet!

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Me di la vuelta y agarré la hoja de mi espada, derramando mi

sangre sobre el canal. Erik y Nara estaban a mi lado

sonriendo divertidos.

-¿Vamos?- Dijo Erik.

El fuego de mi interior se avivó justo a tiempo para esquivar

la garra de uno de los monstruos y mi espada cortó su brazo,

haciéndole emitir un rugido de dolor, pero yo me había vuelto

insensible, de modo que le corté el otro brazo y luego una

pierna y luego la otra y, por último la cabeza de aquel

monstruo, hasta que su cuerpo inerte y sin miembros se

desplomó sobre la piedra.

Los niños gritaban cada vez más, pero yo era incapaz de

oírlos. Mi cabeza estaba concentrada en acabar con aquellos

horrendos seres…

De nuevo aquel sentimiento me embargaba. Tenía que

acabar cuanto antes… antes de que cayera inconsciente de

nuevo. Mis habilidades de lucha habían mejorado, como si

ya hubiera aprendido todo aquello antes, como si cada

movimiento con la espada formase parte de mí.

Clavé la espada en la piedra y me acerqué a una de las

jaulas. Varias personas estaban tendidas sobre los barrotes,

con un montón de sangre sobre sus cuerpos y el resto,

mayoritariamente niños, me observaban esperanzados. Les

dediqué una sonrisa mientras desmantelaba el cerrojo,

dándoles la libertad. Los niños se abalanzaron sobre mi

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cuerpo, llorando, pero yo no estaba pensando solamente en

ellos, sino que debíamos sacar de allí a las personas que

estaban inconscientes.

-Mami, mami.- Me agaché para hablar con una niña rubia

con coletitas.- La abuelita, hay que sacar a la abuelita.

Me puse en pie. ¿Había alguien más allí cautiva? Si ese era

el caso, teníamos que sacarla también. Miré a Erik y a Nara

de reojo. Erik asintió con una sonrisa, de modo que me

adentré en el pasadizo de la cueva. Podía escuchar una

respiración entrecortada que parecía pedir ayuda a gritos y,

cuando llegué hasta la estancia de donde provenían los

jadeos, me paré en seco. Había dos personas allí, no una.

Una de ellas era un hombre y la otra era una hermosa mujer

y estaba… desnuda…

-Reesha…- Susurré.

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10. Una parte de mi vida

La mujer del retrato estaba delante de mí, con los ojos

cerrados y completamente desnuda. Me acerqué despacio.

-¡Violet, cuidado!

Me giré en todas direcciones para determinar el punto de

origen del ataque, pero ya era demasiado tarde. La punta de

una espada me sobresalía a la altura del corazón y, con un

fuerte y brusco tirón, caí de bruces. Las carcajadas de un

hombre se hicieron eco en mis oídos pero, mi espada, como

si cobrase vida propia, aunque fue mi mano y mi voluntad

quien la empuñó, se me clavó en el vientre y atravesó a mi

atacante.

-¡Tú…!

La sangre brotó por encima de mi hombro, al tiempo que

extraía con brusquedad la espada y lograba darme la vuelta

con dificultad.

-¿Quién demonios eres?

El hombre se desplomó a mis pies y, de no haber sido por

los fuertes brazos de Erik que me sujetaron, Habría caído

también.

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-Estoy cansada.- Susurré.

-Lo sé, vamos a salir de aquí y te prometo que te lo contaré

todo… Pero aguanta, por favor… solo un poco más.

-Yo estoy bien.- Mis ojos se clavaron de nuevo en la mujer

y el hombre, quienes parecían totalmente inconscientes.-

Pero Reesha y… el hombre…

-Tranquila, sacaremos a mi padre y a Reesha de aquí, pero

necesito que me ayudes, que te mantengas consciente.

-¿Tu padre?

-Sí, es mi padre y ella… ella es…

-Mi… mi… madre.- Las palabras salieron de mi boca, igual

que si hubiera sabido desde un principio aquella verdad.

Logré mantener el equilibrio a duras penas, mientras Erik

desataba a nuestros padres y los recogía del suelo,

llevándolos a mi posición y, colocándome los brazos de

Reesha sobre mi cuello, salimos de la cueva, donde… un

helicóptero nos estaba esperando pacientemente y Nara

estaba dentro y nos ofrecía la mano sonriente.

El peso de mis hombros cesó y, justo en ese momento, mi

cuerpo me dejó de responder y me desplomé sobre las

rocas.

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La luz del día me cegó, al tiempo que intentaba incorporarme

en la blanda superficie, sin conseguirlo. Unos fuertes brazos

devolvieron mi cuerpo al blando colchón.

-No te muevas, Violet.- Sentí los dedos de Erik rozándome

la frente.

-Erik.- Susurré.- Lo siento… ¿Estás bien?

-Tranquila, estoy bien y no eres tú quien debe disculparse.-

Me susurró al oído y, en ese momento me di cuenta que

estaba tumbado en la cama, conmigo.

-¿Los demás están bien?, ¿y… Reesha?

-Están todos bien, se están recuperando bien.

-Me alegro.- Susurré.

-Tenemos una reunión antes de regresar al internado.

-Vale.- Esta vez sí dejó que me incorporara, aunque con

dificultad.- ¿Ahora?-pregunté.

-Dentro de un ratito pero, si te ves con fuerzas, podemos

bajar ya.

-Sí.- Mis pies rozaron el suelo.

Me puse en pie y aguardé el apoyo de Erik. No sabía cómo

había sucedido, pero había llegado a depender de él, igual

que si formase parte de mi familia, igual que si fuese mi

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familia, lo sentía y la cabeza me daba mil vueltas, pensando,

pensando que la separación entre nosotros iba a ser

demasiado dura y no quería por nada del mundo pasar por

ello pero, sabía que en eso no tendría elección posible, por

mucho que deseara que no fuera así. El hecho de ser yo la

propietaria de aquel libro… esa era la razón de todo y, por

más que en la reunión me revelasen algo importante, no

podía encariñarme demasiado con ellos, ya que debía

separarme de ellos para protegerlos a todos… de mí misma

y del maldito libro.

Erik me llevó despacio hacia las escaleras y, al verme

suspirar, se detuvo y aguardó hasta que yo estuve lista para

afrontar el dolor de bajar las escaleras. Él también había sido

herido en la batalla, pero actuaba como si no hubiera sido

así, ya que su cuerpo se movía ágil y no había ni rastro de

dolor dibujado en su perfecto rostro.

Tardamos más tiempo del esperado en bajar las escaleras,

pero una vez llegamos abajo, un hombre, que reconocí como

el padre de Erik, nos estaba aguardando pacientemente. Se

trataba de un hombre joven de unos treinta y pocos, con el

cabello negro y más bien largo y una incipiente barba, señal

de que no había tenido tiempo de afeitarse. Sus ojos eran

grandes, de un color azul intenso y nos observaba a Erik y a

mí cariñosamente.

-Celebro que ambos estéis bien.- Dijo con suavidad.- Me

alegro de verdad.

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80

-Papá…

-Ya, lo sé.- El hombre me ofreció cordialmente la mano.-

Puedes llamarme Carl.

-En… Encantada… Yo soy…

-Violet Lazzaro Valentine.- Me presentó.- Lo sé preciosa,

ahora vamos, tenemos que hablar de muchas cosas.

Cuando entramos en la sala de estar, los cuchicheos

cesaron, haciéndome sentir de lo más incómoda. Varias

personas estaban mirándome expectantes desde sus

asientos en la mesa central. No sonreían, ni nada, tan solo

miraban y miraban mi cuerpo. Cerré los ojos al tiempo que

Carl me llevaba del brazo hacia una silla vacía, donde no

tuve más remedio que sentarme. Suspiré a la vez que

cruzaba los brazos sobre la mesa, ¿dónde se supone que

me había metido? Aquella gente no dejaba de mirarme y yo

me sentía demasiado fuera de lugar.

La puerta se abrió de nuevo y una bella mujer entró

elegantemente en la sala y tomó asiento a mi lado. No quería

mirar, no quería ver a la hermosa mujer que decía ser mi

madre, no quería… pero lo hice. Mis ojos se clavaron en los

suyos. Hermosa, realmente era hermosa, pero sus ojos

denotaban una tristeza incapaz de comprender y… yo era la

razón de aquella tristeza, lo sabía, lo veía, de modo que

cerré los ojos, pero el tacto de su mano sobre mi mejilla me

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81

impresionó. Ahora me sonreía, pero yo no podía hacer lo

mismo.

-Mi señora,- Habló una de las mujeres sentadas a la mesa,

cuyo cabello era tan largo, que llegaba hasta el suelo,

aunque lo que más me impresionó fue que había cruzado su

brazo derecho hacia el corazón y había agachado la

cabeza.- ¿ya estáis bien?- Preguntó.

-Sí.

No pude resistirlo más, todo esto era demasiado raro para

mí. Me levanté de un brinco y caminé deprisa hacia la salida,

pero Erik rodeó mi cuerpo con ambos brazos y detuvo mi

avance.

-¿Ya estás huyendo otra vez?- Me di cuenta de que tanto

Reesha como Carl nos rodeaban a ambos.

-Tengo… Tengo que irme… ahora.- Varias lágrimas

desbordaron de mis ojos. Erik suspiró.- No quiero… nada de

esto.

-Te llevaré a casa.- Dijo sujetándome la mano con fuerza.

-¡Erik!

-¡Ya basta!- Gritó.- Yo mismo se lo contaré todo, la haré

recordar, pero será su elección, la que yo no tuve.

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-Erik, sabes que no hay elección posible, por favor,

entiende.- Intervino Reesha suplicante. Erik suspiró, pero me

guió hacia el exterior de la casa.

La confusión reinaba en mi mente mientras caminaba junto a

Erik hacia el coche. El sol ya se ocultaba en el horizonte, de

modo que debían ser más de las seis, pero eso no

importaba, no importaba nada. Tan solo quería alejarme de

allí y cuanto antes mejor.

Cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, Erik ya

estaba sentado en el lado del conductor, arrancando el

vehículo.

-¿Desde cuándo sabes conducir?- Grité poniéndome a

todo correr el cinturón de seguridad y la frase que iba a

pronunciar a continuación, se me quedó clavada en la

garganta. Erik estaba más serio que nunca.

-Violet, ¿porqué no recuerdas nada?

-No… No lo sé.- Lloriqueé con las manos cubriéndome la

cara.- No sé qué tengo que recordar.

-Ya, si ni tan siquiera me recuerdas a mí, dudo mucho que

seas capaz de recordar el resto.

-¿A ti?- Susurré entre lágrimas.- ¿Tú y yo nos conocemos?

-Desde hace bastante tiempo, de hecho.- Me confirmó en

un susurro.- Pero eso no viene a cuento ahora mismo.

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-Estás enfadado.- Me acomodé en el asiento y crucé los

brazos sobre el vientre.

-No es eso, Violet, es solo que llevo demasiado tiempo

deseando verte y, cuando por fin lo consigo… Deberías

haber recuperado la memoria hace tiempo, tendrías que

haberlo hecho… ¡Mierda!, ¿porqué no lo has hecho?

-¡Cállate, imbécil!- Me envaré.- ¡Si supiera lo que

supuestamente tengo que recordar, lo haría, pero no tengo ni

idea!

-¿Qué sabes sobre la Gran Guerra?- Soltó de pronto. Yo

me relajé un poco, aunque seguía tensa.

-Mi madre… esto… mi tía… lo mencionó alguna vez, pero

no sé nada al respecto.

-Hace poco más de mil quinientos años tuvo lugar la que

se denominó la Gran Guerra.- Erik giró el volante para tomar

una curva.- Fue una batalla sin igual entre nosotros y los

hombres bestia, que llamamos Mork…

-¿Y qué tiene que ver eso conmigo?- Le interrumpí.

-Fueron dos familias las que intentaron erradicar a los

Mork,- Prosiguió.- cada una con un concepto distinto de lo

que… debían hacer con ellos.- Suspiró.- Tú, Violet, peleaste

junto a mí en la batalla…

-Pero… no puede ser… yo tan solo tengo quince años…

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-Puede que físicamente.- Me cortó.- El caso es que al final,

los conflictos entre ambas familias se hicieron más patentes,

hasta el punto en el que una de ellas se alió con los Mork.

Finalmente, logramos contrarrestarlos pero, aun hoy en día,

existen resquicios de aquella familia que traicionó sus ideales

y aún continúan quedando Morks dispuestos a acabar con

toda clase de vida sobre la tierra.

-¿Qué son los Morks?- Pregunté más por obligación que

otra cosa.

-Son una… mutación de la raza de los vampiros.

-¿Vampiros? Venga ya.- Me mofé incrédula.- Me estás

tomando el pelo, ¿no?

-A pesar de todo,- Continuó sin hacer caso de mi

comentario.- varios miembros de la familia de traidores,

renunciaron a su sangre y se unieron a nosotros.

-¿Quiénes son “nosotros”?

-Los miembros de la Cruz Roja.

-Erik, por dios.- Suspiré.- Pero, ¿es que acaso no te oyes

cuando hablas? ¿Cómo puedes estar hablando de vampiros

y otros seres imaginarios así, tan campante?

-Sé que es difícil de creer, pero es la pura verdad… Bueno,

una versión resumida, lo suficiente para ponerte al tanto

hasta que…- Se detuvo.

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-Hasta que ¿qué?- Insistí.

-Hasta que recuerdes.

-Vale, bien, estupendo.

Erik detuvo el coche frente a las puertas del internado y

apagó el motor. En cuanto lo hizo, me quité el cinturón de

seguridad, abrí la puerta y corrí como nunca antes lo había

hecho hacia el refugio del internado. Ya no estaba dispuesta

a escuchar más patrañas, que si vampiros… que si

Morks...eso tan solo eran cuentos para niños, aunque… aún

tenía miles de interrogantes que gritaban por ser resueltos,

pero de lo que sí estaba segura era de que no volvería a

hablar con Erik. Estaba dolida y, además, se lo había

prometido, por mucho que me hubiera costado hacerlo.

Ascendí las escaleras hacia los dormitorios y, una vez allí,

me dirigí presta hacia el cuarto, hacia mi lado de la

habitación, donde me hundí sobre el colchón de la cama y

me dejé llevar a las profundidades de los sueños.

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11. Mi vida, una gran mentira

La soledad del dormitorio me acompañaba. Hubiera deseado

encontrarme allí con Cybille, así por lo menos podría hablar

con alguien más o menos cuerdo, pero aún no había vuelto

de ver a su abuela y, quien no quería ver por nada del

mundo, era quien iba a aparecer en el dormitorio,

seguramente gritándome.

Se suponía que debía recordar pero, ¿cómo recordar algo

que ni siquiera has vivido?, ¿y cómo se supone que Erik y yo

ya nos conocíamos antes de llegar al internado?, y, en ese

supuesto, ¿cómo sabía él que iba a ir precisamente a ese

internado, si fue mi tío (si es que realmente lo era) quien lo

decidió de la noche a la mañana?

La puerta se abrió con suavidad, pero no quise darme la

vuelta, en cambio, sentí los pasos de Erik acercándose a mi

lado de la habitación.

-Violet,- Suspiré y giré mi cabeza. Erik estaba muy serio,

casi diría que triste, y, entre sus manos, llevaba un montón

de vendas.- hay que curarte,- Dijo- antes de que venga

Cybille.- Alargué una de mis manos para coger una venda,

pero Erik negó con la cabeza.- No podrás hacerlo sola,- Dijo

entre dientes.- además, no voy a ver nada que no haya visto

antes.- Esta vez sonreía picaronamente.

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Me incorporé desganada y le dejé actuar. Los diestros

brazos de Erik me retiraron la camiseta sin darme tiempo

siquiera a quejarme. Las vendas que cubrían mi cuerpo

estaban manchadas de rojo, pero cuando Erik las retiró,

dejando mi torso al desnudo, la herida ya estaba más o

menos curada, aunque todavía supuraba.

-Está bastante bien.- Comentó Erik cubriéndome de nuevo

el torso con una venda limpia.

-Ni que fueras médico.- Salté olvidándome por completo de

la promesa que había hecho de no hablar con él.

-No, pero tengo bastante experiencia.- Susurró acabando

de anudar las vendas.

-Erik…- Erik recogió las vendas de encima de la cama y se

levantó para irse, pero yo tenía un par de preguntas que

hacerle.

-Dime.- Accedió clavando sus ojos en los míos y tomando

asiento a mi lado, en la cama.

-¿Es cierto que tú y yo ya nos conocíamos de antes?

-Sí, nos conocimos en el año 572.

-¡Hace más de mil años…!

-Así es, por lo que asistimos de primera mano al desarrollo

de la guerra.

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-¿Cuánto tiempo duró la guerra?

-Siempre hemos estado en guerra, Violet, siempre habrá

alguien a quien matar para continuar manteniendo la paz.

-¿Cómo sabías que yo estaba precisamente en este

internado?

-Fue lo acordado.

-¿Mi tío es realmente mi tío?

-No, él no es más que un sirviente.

-¿Porqué murió mi… tía?- Ya no podía seguir llamándola

mi madre.

-Trató de deshacerse del libro.

-¿El libro?, ¿qué tiene que ver el libro en todo esto?

-Es un diario, pero también es una profecía, ¿has acabado

el interrogatorio?

-Quiero pruebas…- Susurré.

-Las hay.- Contestó de pasada al tiempo que salía de la

habitación.- Ve a hablar con el director.- Dijo a lo lejos.

¿Con el director?, ¿qué tenía que ver el director?, ¿acaso él

también era miembro de la Cruz Roja? Si antes estaba

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confusa, ahora lo estaba muchísimo más que antes y todavía

no había logrado de procesarlo todo.

Era de noche, el director no podía seguir en el despacho

pero, de todos modos, me encaminé hacia allí. Era imposible

perderse, ya que su despacho se hallaba en el piso superior,

en el ala opuesta a los dormitorios de los profesores, al fondo

de un largo pasillo apenas decorado con pinturas de paisajes

y algún que otro retrato. Una vez frente a la puerta, la golpeé

con los nudillos y la abrí sin permiso.

El director era un hombre joven, como todos allí en el

internado, de pelo moreno y sumamente corto y unos ojos

grandes y una mirada a veces dura a veces amable. Estaba

sentado en su silla, con un teléfono móvil pegado a la oreja.

Nada más verme, me hizo señas con la mano para que me

sentase en el sillón frente al escritorio.

-¿Entonces todo fue bien?- Le preguntó al teléfono.- Vale,

me alegro, estamos en contacto.- Y colgó el teléfono,

dejándolo descansar sobre la mesa.- Bien, ¿qué tal te

encuentras?- Me preguntó.

-Estoy bien.- Respondí desganada.

-¿Algún problema?- Insistió.

-Erik me ha dicho que venga a hablar con usted.

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-Ya veo, ¿problemas con Erik?- Volvió a insistir. Yo

suspiré.- Entiendo.

-No, usted no lo entiende.- Me puse a la defensiva.- He

perdido mi identidad de la noche a la mañana.

-¿Y te sientes mal por eso?- Sonrió.

-No… yo… Bueno, sí… un poco.- Farfullé. Ya no sabía ni

lo que estaba diciendo.

-Estás abrumada por cómo se comporta Erik contigo, ¿es

eso?- No respondí, en cambio bajé la cabeza.- Déjame

mostrarte algo.

El director abrió un cajón y sacó un enorme álbum de fotos,

el cual comenzó a hojear hasta que dio con lo que buscaba y

lo volteó para que yo pudiera ver la fotografía. Me quedé

helada. Se trataba de una fotografía en blanco y negro un

tanto demacrada, pero en ella pude distinguir a Erik y a mí a

su lado. Me la quedé mirando un buen rato hasta que, por

fin, el director retiró el álbum del alcance de mis ojos.

-Esa fotografía fue tomada el día de vuestra boda.- Se me

salió el corazón del pecho, ¿había oído bien?

-¿Acaba de decir que yo… y él…?- No pude acabar la

frase.

-Pues sí.- Suspiró.- Y lo recuerdo como si hubiese sido

ayer mismo. Recuerdo que estabas tan nerviosa que

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91

intentaste huir y tuvimos que ir todos a buscarte.- Rió.-

Aunque… fue una ceremonia un tanto movidita.

-¿Por qué lo dice?- Pregunté con demasiado ímpetu.

-Nos atacaron los Morks nada más acabar.- Así que yo

tenía razón y él era también miembro de la Cruz Roja.- Y tu

vestido… bueno, lo tuvimos que quemar.

-¿Cuánto tiempo hace que estoy… con Erik?- Pregunté.

-Ufff… hace ya tanto, que ni me acuerdo, pero… veamos…

si ahora estamos en el 2000 y la guerra empezó en el 500

más o menos y la boda fue en el año 631, llevas con él…

como unos mil cuatrocientos años, más o menos.

-¡Estará d broma!- Grité.

-Bueno, tuvisteis una pelea que duró… bastantes años, por

lo que podría ser menos.

-¡Pero, si eso es verdad, tendría más de mil años de edad!-

Vociferé exasperada.

-Pues… sí.

-Pero mi cuerpo es el de una niña de quince años.

-¿Eso es lo que te preocupa?- Rió.- No te preocupes, tu

pico de crecimiento está ya muy próximo.

-¿Cómo dice?

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-¡Ah, es cierto, no lo recuerdas!- Negué con la cabeza.-

Pues verás, básicamente, en tu decimosexto cumpleaños

humano tu cuerpo cambiará día a día hasta que cumplas los

veinte, cuando dejarás de crecer hasta el próximo pico de

crecimiento.

-¿Cumpleaños humano?- Repetí confusa.

-Violet, hay cosas que te puedo contar yo, pero el resto es

obligación de Erik el contártelas, el hacértelas recordar, de

modo que habla con él sobre todo lo que te preocupe y que

yo no te pueda contar, ¿vale?, ahora ve a descansar.- El

director se levantó para acompañarme hasta la puerta.- Te

doy permiso para saltarte la cena.

-Una pregunta más.- Dije mientras me ponía en pie.- ¿Qué

es la Cruz Roja?, ¿por qué fue fundada?- Pero al ver que el

director negaba con la cabeza, salí del despacho sin decir

nada más.

La conversación con el director me había aclarado bastante

poco, por no decir que me había dejado con más dudas.

Ahora resultaba que yo estaba casada, nada más ni nada

menos que con Erik, a quien apenas hacía dos días que

había conocido y, por lo que pude entresacar, yo no era ni

tan siquiera humana y tenía más de mil años de edad.

Suspiré y descendí las escaleras más que abatida y seguí

bajando escaleras hasta que me detuve frente al retrato de

Reesha. Lo quisiera, o no, siempre llegaba a aquel lugar

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pero, me hacía sentir tranquila. Aquella pintura tenía algo,

algo que me mantenía en paz y hacía que todas mis dudas

quedasen a un lado.

-Violet,- No me había dado cuenta de que Erik estaba a mi

lado hasta que habló.- ¿vas a cenar algo?- Me preguntó.

Le dirigí una mirada de soslayo mientras ascendía de nuevo

las escaleras en dirección al dormitorio. Pensaba quedarme

sola para poder pensar, pero Erik me siguió y ambos

entramos juntos en el dormitorio.

-¿Estás enfadada?- Me preguntó acompañándome hacia

mi lado de la habitación.

-Esa no es la palabra que yo emplearía.- Susurré.- Más

bien es… confusión.- Los brazos de Erik me rodearon en un

fuerte abrazo y sentí su calor dentro de mí.

-Vamos a cocinar algo para comer, ¿vale?

Le seguí abstraída hacia la cocina y, mientras sacábamos los

ingredientes del frigorífico, unas patatas y unas cuantas

manzanas, me surgió una inevitable pregunta.

-¿Me sigues queriendo?- Solté y el cuchillo que estaba

empleando Erik para pelar las patatas, se le escapó de entre

los dedos.

-Nunca he tenido a otra mujer a quien querer más que a ti,-

Musitó.- aunque no lo recuerdes.

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-Lo siento.- Me disculpé casi a punto de llorar.

-Va, no te preocupes.- Dijo animado y con una sonrisa en

sus labios.- Son cosas que pasan.

-¡Ya estoy aquí!

Erik y yo nos echamos a reír a carcajada limpia y, cuando

Cybille entró en la cocina y nos abrazó, nuestras risas

llenaron la estancia entera y todo pareció volver a su cauce

normal.

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12. Melancolía

El lunes por la mañana me costó un triunfo levantarme para

ir a clase. Habíamos pasado casi la mitad de la noche

escuchando las batallitas de Cybille con su abuela y, al final,

Erik y yo habíamos vuelto a dormir juntos, cosa que ya

parecía ser una costumbre y de lo que Cybille, por suerte, no

se había percatado todavía.

No hablé con Erik en toda la mañana, ni durante el

desayuno, ni durante la comida, ni, por descontado, durante

la cena. Y así pasamos un mes entero y otro y otro sin

dirigirnos la palabra, aunque, por la noche, era normal vernos

a los dos durmiendo juntos. Cybille estaba empezando a

sospechar algo pero, cuando intentaba sacar el tema, tanto

Erik como yo nos hacíamos los tontos.

Las clases me iban mejor que bien, a pesar de los

enrevesados problemas de matemáticas, pero el paseo a

caballo montada sobre Luna me quitaba todos los males. Y

otro día empezaba y luego otro y otro y nuestra relación,

tanto con Erik como con Cybille, estaba a punto de echarse

por tierra.

-No podemos seguir así, Violet.- Me dijo Erik un día nada

más levantarnos para ir a clase.

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Era viernes y hacía un calor sofocante, húmedo y pegajoso

propio de la primavera.

-Estamos mejor así.- Dudé de si ponerme la chaqueta, o no

y al final decidí dejarla sobre la cama. Las medias ya daban

suficiente calor, como para tener añadidos.

-No lo estamos, y lo sabes.- Me rebatió interponiéndose en

mi camino hacia la puerta.

-¿Y qué otra cosa puedo hacer?- Grité. Por suerte Cybille

ya había bajado por su cuenta.- Ya no soy la que era.

-Sí lo eres.- Erik dio un par de pasos hacia mí y me rodeó

la espalda con sus brazos.- Violet, eres la misma, aunque en

estos momentos estés incompleta.- Me susurró.

-A eso es a lo que me refiero, Erik.- Dije deshaciendo su

atadura.- Puede que sea la misma por fuera, pero no

conozco a la persona que está dentro de mí.

-Porque lo olvidaste.- Dijo entre dientes, casi mordiéndose

el labio de rabia.

-No sé cuando pasó, ni porqué y, hasta que no lo averigüe,

prefiero mantenerme al margen de todos… aunque duela…

-Sí, es verdad… duele, y no te imaginas cuánto.- Dijo

retirándose y permitiéndome seguir mi camino.

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Quería perderme, desaparecer por completo. Jamás hubiera

creído posible sentir tanto dolor, pero lo sentía, como un

pincho clavándose una y otra vez, sin descanso.

Miles de dudas rondaban por mi cabeza, sin descanso, pero

la que más me atormentaba era la que tenía relación directa

con Erik. ¿Qué sentía por él? Había perdido todos mis

recuerdos pero… ¿y si ese sentimiento hubiera perdurado?,

¿y si la conexión que había sentido entre él y yo el día que

nos conocimos, o que volvimos a reencontrarnos, tenía algo

que ver con eso? Fuera como fuese, de lo que sí estaba

plenamente segura era de que me habían mentido durante

toda mi vida y eso era algo imposible de olvidar, y no es que

fuera rencorosa, ni nada por el estilo, pero dolía. Dolía saber

que la vida que había vivido hasta ahora no era más que una

mentira, una mentira de la que mi madre, mi tía, o lo que

fuese, había sido partícipe.

El desayuno me sentó como una patada en las narices, a

pesar de haber tomado tan solo un plato de arroz con leche.

Sentía mi estómago estallar y mi estado de ánimo dejaba

mucho que desear. Cybille estaba cada vez más distante, no

obstante trataba por todos los medios de animarme, sin

éxito.

Lo mejor del día eran los paseos a caballo pero, aún así, mi

humor no mejoraba, incluso algunas veces había estado a

punto de ponerme a llorar y no parar en años y, cuando

llegaron los exámenes finales, todo empeoró.

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Matemáticas: suspenso.

Biología: suspenso.

Historia: suspenso.

Literatura: suspenso.

Lengua: suspenso.

Un panorama desolador y todo por haberme quedado en

blanco durante los exámenes, por no haber sido capaz de

concentrarme lo suficiente.

En las dos semanas anteriores al comienzo del verano, fui

convocada al despacho del director.

-Violet,- Me habló el director.- no es que te culpe, sé que

ha sido un curso difícil para ti, pero no puedo permitir que

suspendas, y menos sabiendo cuánto te has esforzado por

aprobar.

-Lo siento.- Me disculpé.

-Las disculpas no valen.- Se puso en pie y se colocó firme

a mis espaldas.- Y menos cuando a Erik le ha pasado más o

menos lo mismo que a ti, aunque con menos suspensos.

-¿De verdad?- Pregunté sorprendida. El director asintió.

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-De modo que he tomado una decisión: de ahora en

adelante y hasta bien entrado el curso que viene,

aprenderéis a convivir los dos juntos. Comeréis, estudiaréis y

lucharéis los dos, codo con codo.

-Él no querrá.- Susurré distraída.

-Ni él, ni tú.- Soltó.- Por ese motivo estaréis encadenados

el uno al otro.

-¿Y qué finalidad tiene hacer eso?- Me quejé.

-Aprenderéis a confiar el uno en el otro,- Respondió el

director colocándose a mi lado.- a comunicaros. Puede que

así arregléis vuestras diferencias y dejéis de…“suspender”

-¿Va a repetirnos los exámenes?- Pregunté de pronto. El

director sonrió.

-Por supuesto, y… un 7´5 en cada examen es la mínima

nota que debéis sacar los dos.

-¿Y si no llegamos?- Exclamé a modo de pregunta.

-¡Llegaréis!- Atajó.- Ninguno de los dos podéis fallar, o

ambos seréis castigados.

No quise preguntar por el tipo de castigo que se nos sería

impuesto si Erik o yo misma volvíamos a suspender. Tan

solo pensaba en lo duro y doloroso que iba a resultarme

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pasar con Erik cada minuto del día, sin poder huir, sin poder

escapar de él.

El director regresó a su asiento y yo me acomodé bien en el

mullido cojín. De pronto, alguien llamó a la puerta del

despacho. No quise ni tan siquiera darme la vuelta para ver

quién era, ya que, lo más probable sería que se tratase de

Erik y tenía razón. Erik se acercó hacia donde yo estaba

sentada y tomó asiento a mi lado. No dijo nada y yo lo preferí

así.

El director abrió uno de los cajones de su mesilla y extrajo

dos fuertes grilletes y una cadena medianamente larga, que

dejó reposar sobre el escritorio. Erik y yo suspiramos a la

vez.

-Bien, ¿derecha o izquierda?- Me preguntó.

-Derecha… no, izquierda.- Respondí.

-Yo quiero derecha,- Intervino Erik cabizbajo.- para poder

conducir.

-Bien pensado, Erik, acércate.

Erik se levantó y se acercó al director, quien ya estaba

preparado con uno de los grilletes en sus manos. Lo ancló

bien firme a la muñeca derecha de Erik y, cuando acabó, me

dirigió una mirada. Me puse en pie desganada y di un par de

pasos hacia la mesa. El director tomó mi muñeca izquierda y

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encajó bien el grillete. De la manera que lo había hecho,

insertando el pasador a presión, resultaría del todo imposible

quitárselos. Suspiré.

Una vez hecho esto, el director tomó unos alicates y abrió las

argollas de los extremos de la cadena, las acopló a ambos

grilletes y las selló. Volví a suspirar. Ahora Erik y yo

estábamos unidos de forma indefinida, hasta que al director

decidiera que ya era suficiente castigo.

-¡Pero qué narices os ha pasado!- Gritó Cybille cuando Erik

y yo hicimos acto de presencia en el dormitorio, peleándonos

con la cadena y discutiendo a grito pelado.

-¡Pregúntale al director!- Grité tratando de llevar a Erik

hacia mi lado de la habitación, pero él iba en la dirección

contraria y la cadena se tensaba y se tensaba y el grillete

hacía daño en la muñeca.- ¡A ver, Erik, o nos ponemos de

acuerdo, o no vamos a llegar a ningún lado!

-Si no fueras tan cabezota…

-Si no quisieras tener siempre la razón…

Las carcajadas de Cybille nos hicieron reaccionar y la risa se

apoderó de nosotros, olvidándonos de todo por unos breves

instantes.

-Me pregunto cómo os las vais a ingeniar para cambiaros

de ropa.- Cybille tomó asiento sobre su cama y aún seguía

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riendo cuando al fin Erik y yo nos dimos cuenta de lo que

había querido decir.

-Yo me lo cargo.- Susurró Erik rascándose la mejilla.

-Lo chungo va a ser desvestirnos.- Musité agotada.

Erik tiró de la cadena y le seguí sin reproches hacia su cama.

Ya no tenía ganas de discutir y si la idea que tenía Erik en

mente resultaba relativamente plausible, no había razón

alguna para no seguirle.

Al principio pensé que se le había ocurrido intentar quitarnos

los grilletes, pero en cuanto lo vi sacar del cajón de su

mesilla de noche unas tijeras, se me cayó el alma a los pies.

-Con esto podremos quitarnos la ropa.- Erik colocó la hoja

de la tijera en la costura del hombro de mi camisa y comenzó

a rasgar la tela.- En cuanto a qué nos vamos a poner

después… ya improvisaremos.

Las carcajadas de Cybille no dejaban de retumbarme en los

oídos, pero tenía razón. La escena era demasiado chistosa

como para resistirse, aunque también resultaba demasiado

embarazosa, sobre todo por el hecho de que Erik volvería a

ver mi torso desnudo, en el cual ya no quedaba ni el más

mínimo rastro de aquella herida… de hace tiempo, ni tan

siquiera la línea de la cicatriz que debería haberme quedado

si yo… fuese humana…

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13. Celos

La tarde de la víspera al primer día de vacaciones resultó un

descontrol total. Casi la totalidad de los alumnos del

internado cargaban maletas, corrían y gritaban

entusiasmados por el comienzo del verano, incluso Cybille ya

estaba preparando su partida y, aunque había dicho que

estaríamos en contacto, me sentía muy sola, a pesar de

estar encadenada a Erik.

Durante aquellas dos largas semanas no le había dirigido la

palabra ni tan siquiera una sola vez, aunque él había puesto

todo su empeño en tratar de hacerme hablar, pero yo me

sentía demasiado mal, como para conversar con él.

El tema de nuestro atuendo lo habíamos solucionado con

unos retales de tela, que ahora cubrían nuestro torso y

habíamos optado por dormir en mi cama, los dos juntos, ya

que la cadena que nos ataba era demasiado corta para mi

gusto.

La despedida con Cybille fue lo más duro que tuve que

soportar aquella tarde, incluso un par de lágrimas se

desbordaron de mis ojos y, cuando se subió al coche que la

llevaría junto a su abuela, el mundo pareció caer sobre mi

cabeza, pero no tuve demasiado tiempo para pensar, para

deprimirme, ya que un coche, que se me antojó familiar, se

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había detenido frente a nosotros y el padre de Erik había

bajado de él y caminaba sonriente hacia nosotros.

-Hola chicos.- Dijo nada más alcanzarnos.- ¿Todo bien?

-Sí, bueno.- Pronuncié levantando mi mano izquierda y

mostrándole el grillete, a lo cual él estalló en carcajadas.

-Ha sido el director, ¿verdad?- Erik y yo asentimos.- Ya veo

que no cambiará nunca, por mucho tiempo que pase.-

Comentó entre risitas.

-¿A qué has venido, papá?- Atajó Erik muy nervioso y su

serio semblante me produjo un escalofrío.

-A llevaros a casa, por supuesto, ¿no es que estáis de

vacaciones?- Preguntó ahora confuso.

-Sí, lo estamos,- Admitió Erik en un susurro.- pero pensé

que…

-Yo no tengo casa a la que volver.- Salté de pronto

arrebatándole a Erik la palabra.

-No seas tonta.- Los brazos de Carl me rodearon en un

fuerte abrazo y no pude contener las lágrimas.- Que no lo

recuerdes, no quiere decir que no seas parte de la familia.

-¿Ha pasado algo, papá?

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-Todo está tranquilo de momento, Erik, de modo que no te

preocupes tanto.- Los brazos de Carl se separaron de mi

cuerpo.- Ahora… ¿nos vamos?

-¿Mi… madre está bien?- Susurré. Aún no me

acostumbraba a llamarla de ese modo.

-Ella decidió volver a casa, con sus padres.- Respondió

Carl y por su semblante, serio y con un deje de angustia,

supe que no debía preguntar nada más.

Y ahora estábamos de regreso a la base de la Cruz Roja,

una organización creada para luchar contra los Morks, unas

criaturas espantosas, que no tenía ni idea de lo que en

realidad eran, aunque todo esto no eran más que

suposiciones mías, dados los escasos datos que me habían

proporcionado, pero estaba segura de no equivocarme

demasiado.

Habíamos avisado con antelación al director antes de partir y

la maleta que habíamos hecho a toda prisa se componía tan

solo de un par de retales de tela para cambiarnos y algunos

pantalones, y faldas, en mi caso. No nos había dado tiempo

siquiera de llevar algún tipo de calzado, además del que

llevábamos puesto, por lo que tendríamos que improvisar

algo sobre la marcha.

-¿Qué tal te sientes, Violet?- Me preguntó Carl sin apartar

la vista de la carretera y me di cuenta que se había puesto

unas gafas de sol.

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-Estoy bien.- Mentí. A decir verdad estaba confusa,

nerviosa y más que un poco molesta con Erik.- ¿Por qué

lleva gafas de sol?- La pregunta salió de mi boca en un

suspiro.

-La razón es obvia.- Rió Carl.- Las llevo porque el sol hace

daño a mis ojos, ¿tú no sientes lo mismo?

-Bueno… un poco.- Confesé.

-Ya veo. Erik, ¿y tú qué tal?

-Podría estar mejor si no estuviera encadenado a esta niña

tonta.- Soltó más odioso que nunca.

-¡Erik, por dios, no hables así delante de ella!

-¡Ni delante de mí, ni a mis espaldas!- Grité más furiosa

que nunca por el comportamiento de Erik.- ¿Quién te crees

que eres para hablarme de ese modo?

-Tu esposo, creo yo.

-Aunque así sea, Erik, Violet tiene razón.- Intervino Carl

tratando de suavizar la situación.

-Lo… Lo siento.- Se disculpó Erik, aunque más bien

parecía una disculpa forzada.- Es solo que tengo… hambre.

-De acuerdo, aguanta un poco más. Estamos ya muy

próximos.

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-Te ves como un yonki ansioso de droga.- Susurré

manteniendo el contacto visual con Erik.

-Si pudieras recordar, entenderías lo que está ocurriendo,

es más, sentirías lo mismo que yo, o parecido.- Me recriminó.

-Vale, pues perdona por no tener recuerdos de lo que, se

supone, debía de ser mi vida.

-Mierda, Violet, no quería decir eso.- Trató Erik.

-Pero lo has dicho.

-¡Basta ya!- Nos cortó Carl y la siguiente curva la tomó con

tanta brusquedad, que acabé sentada sobre las piernas de

Erik, de cara a él.- Así me gusta, que os llevéis bien.- Rió.

-Mierda, papá, ¿por qué narices siempre nos acabas

haciendo algo como esto?- Se quejó Erik, pero, aunque

parecía molesto, no se molestó ni tan siquiera en alejarme de

él.

-Es divertido ver vuestra reacción.- Rió Carl tomando otra

curva, esta vez mucho más suave.

-Siempre estás igual.- Se quejó Erik.

-¿Acaso hace esto a menudo?- Pregunté fijando mis ojos

en los de Erik, los cuales parecían haber cambiado a un

color mucho más oscuro.

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-Hace tiempo que no nos ponía en estas situaciones.-

Susurró Erik.- Desde que… te fuiste.- Acabó.- Pero parece

haber vuelto a las andadas.- Añadió con una sonrisita

dibujada en sus perfectos labios.- ¿Verdad, papá?- Preguntó

en un elevado tono de voz.

-Bueno, es la forma que tengo de que os reconciliéis.-

Respondió.- Además es divertido.

-¿Nos peleábamos muy a menudo?- Pregunté demasiado

interesada.

-Tan solo eran berrinches, nada más.- Intervino Erik.- Nada

importante que mencionar.

-¿De verdad?- Carl pareció mucho más divertido que

antes.- Pues yo recuerdo…

-Vale, puede que tuviéramos alguna pelea importante,- Le

cortó Erik.- pero siempre dábamos con la solución, como

cualquier matrimonio humano normal.

La frase me chocó. ¿Realmente Erik había dicho que no

éramos humanos? Yo lo sabía, o por lo menos lo había

intuido, pero nunca había tenido la certeza, entonces, si en

verdad no era humana, ¿qué era?

Carl giró el volante una vez más y en dos minutos escasos

llegamos a… casa. El lugar era magnífico a la luz del sol,

aunque éste estuviera empeñado en hacer daño a mis ojos.

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La majestuosidad de los jardines y el espectacular edificio,

indiscutiblemente me hacían sentir en paz. Suspiré

recordando que Carl había dicho que mi…madre no se

encontraba allí ahora mismo, sino en la casa de sus padres,

o sea mis abuelos, de modo que las miles de preguntas que

tenía para ella, debían esperar hasta su regreso… si es que

regresaba.

Erik abrió la puerta de su lado y tuve que deslizarme sobre el

largo asiento para poder descender del vehículo.

Los ladridos penetraron con fuerza en mis tímpanos y, de

pronto y sin previo aviso, un can y un chico joven de unos

quince años más o menos, pasaron como una bala frente a

nosotros.

-¡Kevin!- Gritó Carl.

El chico se dio la vuelta y se quedó clavado en el sitio. Ahora

que lo veía bien y no solo un simple borrón, me quedé

helada. Si no hubiera sabido que Erik estaba amarrado a mi

lado, hubiera dicho que aquel chico, que me observaba con

la boca abierta, sorprendido, era él.

El chico, al que Carl había llamado Kevin, caminó hacia

donde aguardábamos Erik, Carl y yo, frente a la puerta de

entrada a la casa.

-Kevin, ¿cuando has llegado?- Habló Carl con tono

autoritario.

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-He llegado hace… una hora,- Respondió el joven.- pero

Uve se ha asustado y ha echado a correr, lo siento.- Se

disculpó.

-Kevin, ella es Violet.- Me presentó Carl y pude ver cómo

Erik giraba la cabeza hacia un lado.

-¿En serio?- Kevin alargó sus brazos hacia mí y me rodeó

con ellos en un fuerte abrazo.- ¿De verdad eres Violet? Sí, te

pareces a ella.- Me susurró.

-Kevin,- Éste me soltó al escuchar la brusca voz de Erik.-

ella no recuerda nada, de modo que no esperes gran cosa.

-Sí, estáis casados, ¿no?- Sentí como el cuerpo de Erik se

tensaba.- No te preocupes, perdí, y lo sé.

-¿De qué narices estáis hablando?- Grité.

-Tú salvaste su vida de los Morks y luego se enamoró de

ti.- Me explicó Erik más tenso que antes.- Pero gané yo. Yo

gané tu amor y no él.

-Pero no te guardo rencor y lo sabes, solo me alegro de

que Violet haya vuelto y sea feliz, aunque…

-¿Aunque no recuerde nada?- Le ofrecí. Él asintió.

-Pero seguro que recuerdas, ya lo verás.- La esperanza en

su voz era notable, pero yo no estaba tan segura de ello.-

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Por cierto, Carl, ha llamado el director y ha dicho que quiere

hablar contigo sobre el asunto de mi… traslado.

-¿Traslado?- Erik rodeó mi cintura con sus brazos,

aferrándome bien fuerte, como si creyera que me iba a

escapar, aunque yo sabía muy bien que lo hacía por Kevin.-

¿Es que te vas a algún lado?

-Bueno, al parecer, tengo que ir a estudiar a vuestro

internado.- Contestó Kevin con la cabeza gacha.- Vuestro

director se puso en contacto con mi tutor y es por eso que

estoy aquí, después de tanto tiempo.

-Ya veo.- Intervino Carl.- En ese caso, voy a ponerme en

contacto con él ahora mismo.

Y, diciendo esto, Carl entró en la casa, dejándome

irremediablemente en el centro de un triángulo amoroso y no

es que me quejase…bueno, sí. Erik era mi esposo (al menos

a efectos legales, porque yo no recordaba haberle conocido,

hasta hacía unos pocos días) y Kevin no significaba nada

para mí, ni tan siquiera le conocía, pero la tensión entre ellos

dos, era demasiado evidente y yo era, sin lugar a dudas, la

causa, aunque no fuera consciente de ello.

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14. Un golpe de libertad

El sol empezaba a ocultarse en el horizonte cuando los tres

decidimos que ya era momento de entrar en casa. En todo el

tiempo que Carl no había estado, me había sentido más que

acorralada entre Kevin y Erik. Algo había pasado entre ellos

dos en algún punto de mis recuerdos perdidos y, aunque

Kevin había dicho que no le guardaba rencor alguno a Erik,

sus ojos y su actitud, desmentían aquello por completo y

ahora que él iría a estudiar con nosotros, las tensiones entre

los dos aumentarían y yo me sentiría otra vez sola.

-Violet, vayamos a comer algo antes de la cena.- Erik tiró

de la cadena y me obligó a seguirle de cerca.

-Erik, la sangre está en las botellas blancas dentro del

frigorífico.- Soltó Kevin.

Me detuve en seco tratando de asimilar aquella última frase.

¿De verdad había escuchado bien?, ¿había dicho…

“sangre”?

-¿De qué demonios estás hablando?- Grité clavando mis

ojos en los de Kevin.

-¿Qué… Acaso Erik no te ha dicho?

-¡Kevin!- Gritó Erik colocándose delante de mí.

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-Decirme, ¿qué?- Empujé a Erik hacia un lado.

-Que somos… vampiros.- Respondió entre dientes.

-¡Kevin, ya es suficiente, no gastes ese tipo de bromas!-

Gritó Erik muy tenso.- Sé que no somos normales, pero… los

vampiros no existen.

-Como quieras.

Advertimos como Kevin se alejaba por el hueco que daba

acceso a la sala de control, dejándome de nuevo a solas con

Erik, pero claro, no podía ser de otro modo, ya que él y yo

estábamos encadenados el uno al otro por haber suspendido

los exámenes finales, de modo que no podía quejarme.

Bueno, sí… me quejaba, pero no podía hacer nada al

respecto, sino aguantar el creciente malhumor de Erik.

Erik tiró de nuevo de la cadena, cual si fuese un perrito al

que hay que guiar, y ascendimos las escaleras en dirección a

su dormitorio.

-¿No tenías hambre?- Le insté nada más entrar en el

cuarto.

-Puedo aguantar un poco más.

-Explícame.- Le ordené con seriedad.

-¿El qué?

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-Lo de… la… la… sangre.- Tartamudeé casi sin poder

creer lo que estaba diciendo.- Sé que Kevin no ha mentido,

así que, dime, ¿es cierto que somos vam…?

-Violet,- Me cortó Erik mucho más serio que yo.- no tienes

que creerte todo lo que él diga, sobre todo cuando no puedes

recordar nada.

-¿Es por eso que no quieres contármelo?- Me envaré.

-Sí.- Atajó Erik.

-¡Vete a la mierda!- Grité.

Y al tirar de la cadena para salir corriendo de la habitación,

ésta se rompió, permitiéndome la huida. El dolor en mi

muñeca no era comparable al dolor que sentía por el

comportamiento de Erik. ¿Cómo era posible que él prefiriera

no contarme nada, dejarme sin recuerdos, sin ser capaz de

recordar, que calmar la angustia que este hecho me

producía?

Una vez abajo, abrí la puerta principal y ni tan siquiera me

molesté en cerrarla, antes de salir huyendo de aquel maldito

lugar.

Estaba más que enojada con Erik. No entendía su

comportamiento, así como no comprendía su empeño por

ocultarme mi pasado, un pasado que sentía cada vez más

distante.

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Cuando quise darme cuenta, había llegado a lo que parecía

ser un establo, igual que el que había en el internado y no

me lo pensé dos veces. Deslicé la pesada puerta de madera

y entré en el interior del recinto. Al instante, el aroma del

heno y de los caballos, que relinchaban agitados, se

fundieron en mi cuerpo y relajaron mis nervios.

Tal vez fuese una tontería, o tal vez algo de mi pasado

perdido, pero aquel lugar me era muy familiar, lo sentía de un

modo casi inexplicable. Tanto los cubículos en que

descansaban los caballos, como el suelo pajoso que

pisaba… yo ya había estado antes en aquel lugar.

Aclaré mi mente y empecé a caminar por el ancho, pero

corto pasillo, girando la cabeza hacia ambos lados,

observando los nombres de los caballos que estaban

grabados a fuego en la madera, en cada uno de los

cubículos. Tal vez de ese modo recordaría algo, por muy

insignificante que fuera.

Allí tan solo había cabida para nueve caballos, cuatro a cada

lado y uno al fondo y ninguno de sus nombres me decía

nada, pero…el caballo que vivía al fondo llamó mi atención.

Aunque allí dentro había una incipiente oscuridad, pude

distinguir claramente que se trataba de un ejemplar joven de

color negro, de lustrosas crines plateadas, y con muy buena

planta. No pude saber si se trataba de macho o hembra, pero

sus brillantes ojos me provocaron una enorme compasión.

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Abrí la puerta del cubículo y entré despacio en el interior. Al

principio el caballo se asustó y no fue hasta varios minutos

después (unos 15 ó 20 más o menos) que me permitió

acercarme y acariciar su hocico, aunque con cierto recelo.

-Hola Venus, niña guapa.- Le susurré. La yegua (pude

identificar ese aspecto) relinchó mientras asentía y me dio la

risa.- Soy Violet.- Me presenté y la yegua frotó su hocico

contra mi hombro.- Sí, yo también me alegro de conocerte.-

Le susurré sonriendo.- Hoy he tenido un día realmente

terrible, ¿sabes?- Venus relinchó de nuevo.

Era como si ella pudiera entender lo que estaba diciendo y

yo me estaba volviendo loca, o tal vez fuera que me sentía

tan sola que buscaba alguien con quien hablar. Venus dio un

paso más hacia mí y me empujó fuera del cubículo.

-Qué, ¿quieres salir, preciosa?- Le susurré acariciando su

suave y aterciopelado cuello.

Ella relinchó de nuevo y yo lo tomé como un sí, de modo que

ambas salimos del establo hacia la escasa libertad que nos

habían proporcionado.

-¡Violet, aléjate de ella!- El grito de Erik hizo encabritarse a

Venus, pero no salió huyendo, ni nada, tan solo permaneció

allí, a mi lado, bien pendiente de los movimientos de Erik.

-Erik, vete de aquí.

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-¡No!- Gritó aún más fuerte que antes.- ¡Ella aún es salvaje!

-Venus, vuelve dentro.- Le susurré acariciando su hocico.-

Te prometo que pronto nos veremos.

La yegua dio media vuelta a regañadientes y se ocultó de

nuevo en la oscuridad del establo. Erik observaba la escena

boquiabierto. Había dicho que Venus era todavía salvaje,

pero yo no lo veía de igual modo.

Alcé la mano en la que aún llevaba puesto el grillete y lancé

el extremo de la cadena rota contra la cara de Erik, el cual

cayó sobre sus rodillas por el impacto.

-Violet, ¿qué mosca te ha picado?- Erik logró ponerse en

pie. Tenía la cara amoratada y su mirada era dura.

-¡No me digas lo que tengo que hacer!- Grité y lancé de

nuevo la cadena contra él.

-¡Ni lo sueñes!- Chilló y juraría que vi cómo sus labios se

arqueaban en una malévola sonrisa.

El trozo de cadena que había lanzado, quedó bien sujeto por

la mano de Erik, lo cual me enfureció aún más. Erik tiró hacia

sí de la cadena y no fue hasta que nuestros cuerpos

chocaron, que me di cuenta que aquella situación ya la había

vivido antes, aunque en un contexto totalmente diferente que

era incapaz de recordar.

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De pronto, sus labios chocaron contra los míos con fuerza.

No supe cómo reaccionar ante aquel abuso, tan solo me

quedé allí parada, dejando a mi cuerpo hacer el resto.

Mis brazos rodearon su cintura y mis labios continuaron

aquel apasionado beso. Me sentía en las nubes, me sentía

flotar, pero aquello no estaba bien. No quería de ningún

modo encariñarme con él, no cuando debía alejarme de él y

de todos, de todas las personas que me habían tratado bien

y que, por circunstancias de la vida, me querían como nunca

antes me había querido nadie, ni mi madre, ni mi tío, pero

aquella idea llegaba demasiado tarde. Estaba loca e

irremediablemente enamorada de él (al menos eso creía) y

ya no solo porque me hubieran dicho que era mi esposo,

sino porque simplemente era él. Sólo él me hacía sentir de

ese modo, solo él hacía que mi corazón se desbocase, solo

él me hacía querer más y más de él, y ya era demasiado

tarde para negarlo.

Continuamos así un rato largo, el cual se me hizo demasiado

corto, hasta que las risitas y el aclarar de gargantas nos

interrumpieron. Erik se alejó de mí con brusquedad,

dejándome los labios doloridos por la intensidad del beso, y

ambos nos fijamos en Carl y en otras cuatro personas que lo

acompañaban, los cuales nos observaban demasiado

sonrientes.

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-Siento interrumpir la escenita romántica,- Habló Carl con

una sonrisa de oreja a oreja.- pero debemos arreglar la

cadena antes de la cena.

Mierda, ¿cómo había sabido él que había roto la cadena que

nos mantenía unidos a Erik y a mí, luego de haber discutido?

Tal vez Kevin había asistido a la pequeña rencilla y, si era

así, me iba a morir de vergüenza. Se suponía que no

habíamos tenido testigos, pero tampoco es que nos

hubiésemos detenido a mirar. De todos modos no podía

hacer suposiciones ni inculpar a nadie, al menos hasta que

tuviese las pruebas pertinentes. Aunque, si bien cabe decir,

tal vez Carl tuviera algún tipo de poder psíquico, cosa que no

sería de extrañar si él no fuera humano, como no lo era yo

misma, al menos de acuerdo con los escasos datos que

había ido recopilando de mi pasado.

-¿Y no podemos quedarnos así tal cual?- Se quejó Erik

muy poco sorprendido porque su padre lo supiera y

arrastrándome a mí de nuevo a la realidad.

-Lo siento, hijo, pero son órdenes del director.

-¿Has hablado con él?- Le preguntó Erik con un tono de

voz demasiado histérico.

-Sí, lo he hecho,- Admitió Carl.- y me ha dicho que el

castigo es el castigo, ahora… lo que yo no entiendo es cómo

habéis sido capaces de romper esa cadena, que es

prácticamente irrompible.- Divagó pensativo.

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-¿Irrompible?- Solté de pronto.- Si no me costó nada

romperla… bueno, no más que cuando uno intenta doblar

una barra de metal que dicen que es imposible de doblar.

-¿Fuiste tú quien la rompió?- Preguntó Carl

acusadoramente. Asentí.- Uff, entonces la pelea tuvo que ser

un poquito fuerte, ¿no?- Añadió.

-En absoluto.- Intervino Erik.- No sé ni cómo fue que pasó.

-¿Por qué?, ¿es que acaso no se debería haber roto la

cadena?- Pregunté confusa.

-En principio no, ya que, por lo que me ha dicho el director,

está fabricada con una aleación de Titanio, Hierro, Acero y

un poco de Plata.

-¡Pero yo pude partir la argolla fácilmente!

-Sí, cielo, no te lo discuto.- Accedió en un suspiro.- Y, por

lo que veo, no ha sido la cadena la que se ha llevado la peor

parte de tu enorme fuerza.- Añadió sin apartar la vista del

moretón que Erik tenía a lo largo del pómulo. Las risitas

ahogadas de todos los presentes, menos Erik, me hicieron

sentir mejor.

-No es culpa mía.- Se quejó Erik cruzándose de brazos.-

Estaba distraído.- La mirada de Carl se endureció.

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-Veo que necesitas entrenar más.- Atajó Carl sin apartar

los ojos de Erik.- Antes no te habría pasado, pero de un

tiempo acá…

-Papá…

-Nunca debes subestimar a tu adversario. Fue lo primero

que os enseñé a todos.- Los presentes asintieron.

-Papá, esto no tiene nada que ver con…

-¡Basta!- Le cortó Carl.- De aquí a que empecéis el curso,

entrenaréis muy duro.

-Lo tenías todo planeado, ¿verdad?- Carl asintió.- Por eso

nos has traído aquí pero, de todos modos tenemos que

estudiar.

-Venga ya, hijo, que tres o cuatro horas al día no te van a

matar.- Dijo Carl muy animado.- Además, os necesitamos a

todos en plena forma, lo sabes.

-¿Y yo también?- Intervine. Erik me miró con cara de pocos

amigos.

-A todos.- Ratificó Carl.

Ahora, además de tener que estudiar para aprobar los

exámenes de recuperación, nos habíamos visto envueltos en

los entresijos del duro adiestramiento físico y mental al que

seríamos sometidos y no solo nosotros, sino otros tantos

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miembros de la Cruz Roja que también debían acatar aquella

orden. Carl y otros tres adultos más serían nuestros

profesores, por llamarlos de algún modo, y así, después de

la suculenta cena, comenzamos la durísima instrucción.

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15. Carrera de obstáculos

-¡Violet, atiende, por dios!

El bestial golpe que recibí de Erik me dio de lleno en el

estómago, haciéndome retroceder.

Llevábamos ya dos días de entrenamiento y estaba al borde

de mis fuerzas. No habíamos tenido ni un momento de

respiro y, lo que en un principio iban a ser cuatro o cinco

horas de adiestramiento, se habían convertido en quince.

Básicamente habíamos dado la vuelta al horario: cinco horas

de estudio y el resto entrenando. Tan solo parábamos para

comer algo rápido, a veces ni eso, y las horas de sueño

habían sido escandalosamente mermadas, pasando de ocho

a tres, o cuatro con un poco de suerte, en un abrir y cerrar de

ojos.

Nuestros instructores parecían sacados de una peli de

guerra y no por su aspecto, sino por el tipo de entrenamiento

al que nos estaban sometiendo, duro, intenso y sin

descanso.

Erik parecía estar acostumbrándose, pero yo, que había

evitado hacer ese tipo de esfuerzos desde que había estado

viviendo con mi “tío”, me hallaba exhausta.

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Nuestro instructor de lucha era un tipo alto, de unos dos

metros de altura, con unos músculos muy bien formados,

pelo largo recogido con una goma, una incipiente barba, y

una mirada dura y exigente. Atendía al nombre de Kinan

siempre y cuando no estuviésemos en medio de una clase.

En ese caso debíamos dirigirnos a él como Maestro, y pobre

de aquel que se olvidara, que entonces le hacía dar veinte

vueltas extra al recinto de la casa, a toda pastilla.

-Lo siento, Maestro,- Me disculpé.- pero ya no puedo más.

-¡Aprende a superar el dolor y el cansancio!- Vociferó

Kinan.- ¡Da cinco vueltas al recinto y que Erik y Kevin te

acompañen, ya que parecen tener tiempo para divertirse!

Mierda, ahora que por fin habíamos conseguido que nos

quitasen la cadena, aunque tan solo para las clases de

lucha, lo iba a tener pegado a mí de nuevo y no es que me

molestase demasiado, al menos disponía de mi espacio vital,

pero Kevin también había sido castigado y la situación no

pintaba demasiado bien para mí. La rivalidad entre ellos dos

era demasiado abrumadora y yo estaba en medio de la

disputa. Al menos tenía la certeza de que no habría ningún

tipo de escenita romántica mientras durara el castigo.

-¿Es que no me habéis oído?- Chilló Kinan.- ¡Vamos, a la

carrera!

Suspiré y salí pitando hacia la izquierda. A pesar del

cansancio que notaba, me sentía en paz rodeada por la

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oscuridad de la noche, incluso podría decir que me gustaba.

La luna, las estrellas, la brisa nocturna… era una sensación

indescriptiblemente placentera.

Cuando llegué a la valla del límite del recinto de la casa,

habiendo atravesado previamente los jardines, me detuve un

instante a recuperar el aliento, pero se me cayó el alma a los

pies en cuanto mis ojos se clavaron de lleno en un montículo

de madera, de no más de un metro de altura, que abarcaba

la anchura al completo del camino que debíamos tomar a

continuación y era del todo imposible de sortear, que no

fuese por encima, ya que una alambrada lo impedía.

-¿Qué es esto?- Preguntaron Erik y Kevin al unísono.

-Obstáculos.- Respondí aún absorta.

-Eso ya lo veo pero, ¿qué significa todo esto?- Preguntó

Kevin.

-Más pruebas.- Contestó Erik retrocediendo un par de

pasos, supongo, para tomar impulso y saltar.- Vamos, Violet,

no tengas miedo.

Me situé a la altura de Erik y tomé impulso para saltar, pero

me quedé corta y aterricé sobre la base del montículo,

aunque con otro pequeño salto logré bajar. Erik y Kevin lo

pasaron de una vez y continuaron corriendo hacia el

siguiente obstáculo. Suspiré. Típico de los hombres hacerse

los valientes delante de una mujer.

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Tomé de nuevo impulso y emprendí nuevamente la carrera.

Lo siguiente que me encontré fue una fila de vallas de medio

metro de altura, ancladas al suelo terroso y colocadas muy

juntas unas de otras. Me quedé clavada. ¿Cómo se supone

que debía pasarlas, una por una, por encima, o saltándolas

todas de una vez?, ¿cómo lo había hecho Erik? No se le veía

por ningún lado, ni tampoco a Kevin, de modo que ya habían

pasado por allí.

Me centré en lo que estaba haciendo y opté por pasarlas por

encima. Salté y me subí a la primera valla. La superficie de

apoyo era bastante estrecha como para mantener el

equilibrio, de modo que avancé uno de mis pies y lo dejé

caer sobre la superficie de la segunda valla, tratando de no

perder el equilibrio. El pie atrasado lo pasé a la siguiente

valla y, así, hasta que hube pasado las treinta vallas (estaba

tan desesperada que las conté) y pude centrarme en el

siguiente obstáculo.

Una alambrada con pinchos formando un arco, se presentó

frente a mí. Suspiré. La única forma de pasar aquello

consistía en arrastrarse por la tierra y evitar los salientes

puntiagudos del alambre. Suspiré de nuevo y me metí dentro

del arco. Cuando logré salir, estaba tan llena de polvo, que

se me escaparon unos cuantos estornudos y luego un

pequeño grito tras observar el siguiente obstáculo que debía

atravesar antes de girar hacia la derecha para tomar la

curva. Se trataba de una estructura de barras metálicas,

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dispuesta formando un arco, situada en el interior de un

recipiente que contenía un líquido que dudaba mucho que

fuese agua. Cada barra de la escalera estaba separada unos

dos pasos de la siguiente, de forma que había que alargar la

pierna si no querías caerte en el tanque de… llamémoslo

agua.

Me armé de coraje y cerré los ojos al tiempo que posaba mis

pies sobre cada barra pero, al llegar al final, tuve que tomar

impulso para no estrellarme contra una valla colocada

demasiado cerca de la última barra. Aún así, caí de bruces

sobre la tierra. Por suerte, no había más obstáculos en la

curva y, a lo largo de aquel tramo, no parecía que hubiera a

haber alguno. Se trataría de una carrera rápida y limpia, de

manera que aspiré el aire nocturno y cogí velocidad pero,

nada más entrar en el tramo, algo me golpeó en la cabeza.

Miré para todos los lados, tratando de determinar el punto de

origen del objeto que, según pude comprobar, se trataba de

una bola de tierra que estaba disolviéndose en el entorno del

suelo. “Confía en ti misma, esquívalo”, me dije a mi misma.

Confianza, esa era la clave, lo sabía muy bien, pero no

bastaba con saberlo, debía aplicarlo también.

Aspiré de nuevo el aire nocturno y me interné a toda

velocidad en el tramo. Sin preocuparme del dolor que me

ocasionaban las bolas terrosas que no conseguía esquivar y

que parecían ser lanzadas con fuerza escalonada (a medida

que avanzaba la intensidad del golpe de la bola contra mi

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cuerpo aumentaba exageradamente), giré hacia la derecha a

toda velocidad y me estrellé contra un muro de hormigón en

cuya pared, según pude comprobar al tiempo que perdía el

equilibrio y caía al suelo, figuraban las instrucciones

pendidas de un clavo. Me puse en pie a regañadientes y me

encaramé a la pared.

-Para pasar el obstáculo, salta y recoge una nube.- Leí en

voz alta.

¿Recoger una nube?, ¿qué significaba eso?, ¿cómo iba yo a

saltar y coger una nube? Era de locos. Si tan solo Erik o

Kevin estuvieran aquí… Ellos sabrían qué hacer, pero los

había perdido hacía mucho y ni tan siquiera sabía cuánto

tiempo había pasado desde el comienzo del castigo. Tal vez

me había retrasado demasiado y me habían dejado tirada. Si

tan solo pudiese averiguar la hora que era…

Algo asaltó en mi mente y justo en ese momento supe con

exactitud que eran las dos de la madrugada. No sabía cómo,

pero lo sabía con una absoluta certeza.

Bien, sabía la hora que era, pero eso no me ayudaba en

absoluto a sortear el obstáculo, tan solo me servía para

desesperarme cada vez más.

Me arrodillé sobre la tierra y me recliné sobre la pared de

hormigón. Esto era demasiado duro para mí y ya no sabía

cómo seguir.

Page 129: Rosa de-sangre

129

-Nube…- Susurré.- El viento sopla… Me rodea en

torbellinos… Me da la libertad…

Me levanté asombrada de mí misma. ¿Qué había sido eso?,

¿un recuerdo?, ¿algo de la vida que no recordaba?, ¿sería

posible que yo tuviera algún tipo de poder? Bueno, yo no era

humana pero, ¿sería posible?

Cerré los ojos y relajé mi cuerpo. Sí… vagamente lo

recordaba, aunque tal vez fuese un sueño, pero parecía tan

real…

-Elévame.- Susurré.

Al instante, el viento nocturno elevó mis cabellos con fuerza.

Sonreí por la impresión y, aunque no sabía muy bien lo que

estaba haciendo, tomé impulso y salté, sintiendo el viento a

mi alrededor, protegiéndome, apoyándome.

El descenso fue dócil, casi como si fuese una pluma. Una

vez hube posado los pies sobre la tierra, me desplomé,

agotada. Ya no podía dar ni un paso más, había llegado a mi

límite.

Sentí mi cuerpo flotar, sostenido por unos brazos que yo

conocía muy bien. Abrí los ojos despacio y quedé

embelesada con la belleza del rostro de Erik.

-¿Te encuentras bien?- Me preguntó.- Te he estado

esperando.

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130

-Lo siento, estoy agotada.- Susurré extasiándome con su

aroma.

-Lo comprendo…

-He recordado cuan agotador es utilizar mis… poderes.-

Reí.

-¿De verdad?- Preguntó Erik abstraído caminando hacia el

edificio.

-¿Por qué no me lo dijiste?- Le reproché.

-Hay cosas que debes averiguar por ti misma.- Respondió

muy serio.

-También recordé la figura de un niño… Es tan solo un

vago recuerdo y no sé cómo explicarlo bien. Ocurrió mientras

estaba… volando. ¿Sabes quién es? Si lo sabes, dímelo, por

favor.- Le supliqué.

-No sé quién puede ser…

-¡Mientes!- Grité agitándome en sus brazos.- Lo sabes y no

me lo quieres decir.

-Violet, preferiría no recordar eso ahora.- Sus ojos estaban

tristes, peo yo no podía dejarlo pasar.

-Tú le conocías.- Aventuré.- Era alguien muy importante

para ti, ¿me equivoco?- Erik me bajó al suelo y me

sorprendió ver cómo sus ojos estaban anegados en lágrimas.

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131

-Violet… el niño del que hablas…

-Vamos, dilo.- Insistí, aunque algo en mi interior me decía

que no quería saberlo, que iba a doler.

-Él… era nuestro… hermano.- Soltó.

-¿Nuestro?- Pregunté confusa.

-El hijo de mi padre y… tu madre… Riku.

-¿Tengo… un hermano?, ¿Dónde está?, quiero verlo…

-Murió.- Atajó Erik y mi corazón pareció hacerse añicos.

-¿Mu… rió?- Repetí.

-Lo… lo hice yo…- Erik cayó de bruces llorando y yo… hice

lo mismo que él.- Yo maté a mi hermano… maté a mi

hermano… lo maté.

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132

16. Hermano perdido

-Riku, no te alejes demasiado, ¿vale?

La voz de mi madre me impactó, pero lo que más me

impactó fue la mujer que estaba sentada a su lado en el

banco de un parque. Se trataba de la misma mujer que había

estado cuidando de mí durante estos últimos años, antes de

fallecer. Se trataba de mi tía, aunque mucho más joven, al

igual que mi madre.

-¿Qué hacen dos preciosas damas, en un sitio como este?

Aquella voz… Era la voz de Carl, el padre de Erik y se

acercaba a las dos mujeres muy sonriente, cargado con una

cesta de mimbre, sin percatarse siquiera de mi presencia.

-¡Cariño!- Gritó mi madre y se abalanzó a los brazos de

Carl.- Te he echado de menos, ¿sabes?

-Venga ya, Reesha, si tan solo hace diez minutos que no

nos vemos.

-Pues eso, ¿ves como no puedo estar alejada de ti?- La

sonrisa de mamá me impactó.

Page 133: Rosa de-sangre

133

-Vamos, vamos, no te pongas así, preciosa.- Carl juntó sus

labios con los de mi madre y ambos sonrieron después de

aquel furtivo beso.- Por cierto, ¿dónde ha ido Riku?

El viento sopló de pronto y me trasladó de escenario, por lo

que supe con certeza que se trataba de una visión del

pasado.

La escena me mostraba ahora el hall de la sede de la Cruz

Roja. Mamá y Carl estaban sentados en las escaleras de

acceso a los dormitorios, junto con el niño que había visto en

la escena anterior, Riku, aunque con unos añitos de más.

Dos niños, un niño y una niña, estaban de pie, frente a ellos

y yo me hallaba detrás de los adultos, a un par de peldaños

de distancia.

Los niños que estaban de pie no parecían tener más de diez

años de edad, mientras que Riku no debía de tener más de

siete.

-Erik, Violet.- Habló Carl. Me quedé planchada, ¿esos dos

niños éramos Erik y yo?- Éste es vuestro hermano Riku.

Somos sus padres.

La escena cambió de nuevo, pero me encontraba en el

mismo lugar, en el hall de la casa y en la misma posición,

con la única excepción de que los niños habían

desaparecido, dejándome a solas con mamá y Carl.

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134

-¿No sospechará tu esposo que estás aquí?- Preguntó

Carl. Mamá tenía su mano unida a la suya.

-Sabes perfectamente que él no es mi esposo.- Susurró

mamá.- Nuestro matrimonio no tiene validez.

-Pero vives con él, mi vida y tienes una hija.

-Es verdad, pero tú y yo estamos en la misma posición,

solo que tú tienes más suerte, ya que tu… amante murió y yo

tengo que cargar con un hombre al que no amo.

-Lo siento, no pude hacer nada.- Se disculpó Carl

acunando a mamá.

-Yo tampoco tuve elección. Está visto que el destino se ha

puesto en nuestra contra y solo nos podemos ver a

escondidas y en raras ocasiones.

-Al menos lo hemos hecho bien con nuestros hijos. No

estaba bien que fueran unos desconocidos.

-Sí, se llevan como hermanos.- Rió mamá.- Pero Erik y

Violet…

-Sí, mi vida, al final acabará habiendo algo más entre ellos

que un simple amor fraternal.

-Al menos nos quedan estos momentos.- Los brazos de

mamá rodearon la cintura de Carl.

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135

-Tengo miedo de que averigüen lo que estás haciendo,

tengo miedo de que descubran la existencia de Riku.

-Él estará seguro con mi hermana.

La escena volvió a cambiar, haciéndome querer vomitar.

Ahora me encontraba en medio de un campo de batalla.

Podía ver los cuerpos tendidos sobre la hierba, tanto de

humanos, como de Morks, anegando la tierra con la sangre

de sus heridas. Mi yo adolecente, el Erik adolescente (ahora

sé porqué me enamoré de él), el Riku adolescente, Carl,

mamá y unos cuantos enemigos, se encontraban en medio

de aquella matanza sujetando con firmeza las armas.

Reconocí al instante el arma que blandía mi yo adolescente:

era mi espada.

-¡Maldigo la hora en la que me casé contigo!- Gritó uno de

los enemigos.

-¡Yo nunca me casé contigo, maldito traidor!- Respondió

mamá.- ¡Mi único esposo lo tengo a mi lado!

-Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero no te

llevarás a mi hija.

-¡Tú no eres mi padre!- Chilló la Violet adolescente.-

Ningún hombre que se va con cualquier mujer podría ser mi

padre.- Añadió.

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-En ese caso, mataré al bastardo de vuestro hijo.- Atajó mi

supuesto padre.

-¡No!

La interferencia de otro aliado me pilló desprevenida. Era mi

tía y blandía también una enorme espada. Ni siquiera me

había dado cuenta de su presencia.

El arco que sostenía mi supuesto padre lanzó una larga y

extremadamente peligrosa flecha hacia el cuerpo de Riku,

pero fue a clavarse en el pecho de Erik, quien se había

desplazado para protegerlo, interponiéndose entre él y la

flecha. En ese momento se desató un incendio y todos los

enemigos quedaron envueltos en unas llamas que parecían

no sofocarse y, posteriormente, quedaron reducidos a

cenizas.

Mi yo adolescente se arrastró costosamente hasta el lugar

donde mamá y Carl intentaban sacar la flecha del hombro de

Erik y, por consiguiente, de Riku, ya que la flecha los había

atravesado a ambos, solo que Riku se había llevado la peor

parte y la flecha había ido a clavarse justo en el centro de su

corazón.

-Por dios, hijo, no hables.- Le susurraba mamá al oído con

los ojos llenos de lágrimas.

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137

-Perdóname, mamá, pero debes dejarme ir.- Susurró Riku.-

Cuida… cuida de mis herma… nos… Sé feliz con pa… pá.-

La voz de Riku se apagó y sus ojos quedaron cerrados.

-¡No, hermano, por favor, despierta, no me dejes, regresa,

quiero que regreses!- Gritaba mi yo adolescente.

De repente, un grueso volumen apareció de la nada sobre el

pecho de Riku, un libro que no me había traído más que

desgracias desde que mis dedos rozaron sus tapas, un libro

que era más peligroso que yo misma y que mi tía había

intentado destruir y había perecido en el intento.

-Hermana,- Se dirigió mamá a mi tía muy seria.- llévate a

Violet, coge el libro y escóndelos, por favor.

-¿Volverán?

-Estoy segura de ello y querrán vengarse.- Mamá dio un

último abrazo a mi yo adolescente y mi tía la arrancó del

cuerpo inmóvil de Riku.- ¡Estarás bien, mi cielo!- Gritó mamá

viendo como me alejaba.- ¡Volveremos a estar juntas algún

día, te lo prometo!

-¡¡No!!

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17. Recuerdos olvidados

Tenía la respiración agitada, el cuerpo me dolía a rabiar y la

cabeza me iba a estallar. Aquel sueño había perturbado

todos mis sentidos y, aunque no lo quisiera aceptar, estaba

asustada, asustada de que todo lo que había visto hubiera

ocurrido de verdad.

Mi corazón quería salírseme del pecho y mis ojos no dejaban

de derramar lágrimas sobre mis mejillas. Además de todo

eso…no veía. Tenía la vista nublada y no era capaz de

distinguir ni una sombra.

-¿Violet?- Los brazos de Erik sujetaron mi cintura con

insistencia y pude escuchar el tintineo de la cadena al

moverse, por lo que determiné que estábamos atados de

nuevo.

-¿Estás bien, princesa?- Las manos de Carl sostuvieron mi

cara, examinándome.- Has estado dos días inconsciente.-

Añadió.

-No… no veo nada…- Susurré.

-¡Ah!, eso es porque tuvimos que ponerte un medicamento

un poco fuerte para relajar lo más posible tus músculos y

nervios.- Dijo Carl colocando sus manos sobre mis hombros.-

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Se te pasará en un par de días y, respecto a lo de los ojos

rojos…

-¿¡Ojos rojos!?- Exclamé histérica.

-No te preocupes, princesa, pero tendremos que hacer algo

al respecto.

-¿Algo como lo de la última vez?- Dije sin pensar,

atesorando el vago y borroso recuerdo que me había

sobrevenido.

-¿La última vez?- Preguntaron padre e hijo al unísono.

-Sí, la vez que no tuve más remedio que morder el cuello

de Erik.- Solté sin saber muy bien lo que estaba diciendo.

-¿Cómo, pero es que acaso lo recuerdas?- Gritó Erik

exaltado zarandeándome de un lado a otro.

-Solo vagamente.- Respondí.

-Bueno,- Habló Carl.- en principio sería algo como… eso.

-Me niego.- Afirmé con rudeza.

-¿Cómo, pero no habías dicho…?- Erik soltó mi cuerpo, por

lo que supe con certeza que mi rostro no le había dejado

indiferente.

-Es asqueroso.- Susurré y, aunque no lo viera con mis

propios ojos, supe que ambos me observaban con cara

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extraña.- Lo siento, pero, aunque sepa que es bueno para

mí, no deja de resultarme repugnante.

-No me extraña que digas eso.

-¿Por qué dices algo como eso?- Le recriminé a Erik.

-Porque siempre has sido una niña muy cabezota.- Rió

Erik.

-Soñé con Riku.- Musité.- Lo vi todo… la flecha… el

incendio… todo.

-Sí, fue un golpe muy duro… sobre todo para Reesha.-

Carl tenía la voz quebrada, por lo que decidí no preguntar

nada al respecto.

-Tú no tuviste la culpa, Erik.- Susurré.

-Eso ya da igual.- Erik sonaba serio y a la vez dolido y con

un toque de odio en sus palabras.- Eso ya es pasado y no se

puede cambiar, por mucho que queramos.- Erik tiró de la

cadena hacia su lado de la cama, obligándome a ponerme

en pie.

-Erik… no creo que sea buena idea.- Me quejé.

-Violet tiene razón, hijo.- Intervino Carl muy preocupado.-

Debe guardar reposo.

-Estará bien. Ella es fuerte.

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-¿Adónde la llevas?

Erik agarró mi mano con firmeza y me guió fuera del

dormitorio, indicándome la posición de cada obstáculo que

encontraba a mi paso. En verdad, en aquella situación,

dependía demasiado de él y eso no me agradaba un pelo.

No me gustaba depender de nadie y menos de alguien tan

irritante como lo era Erik.

-Violet, haremos una prueba de reflejos, ¿vale?

La lluvia mojaba mis cabellos. Podía escuchar el repiqueteo

de las gotas al caer, incluso podía oler la humedad del

ambiente. Todo era paz y tranquilidad. Algo que nunca antes

había sentido plenamente. El camisón que llevaba puesto, se

empapaba por momentos, mojando mi piel y mis pies, se

estremecían por el frío agua que los rozaba.

-¿Dónde estamos?- Pregunté nerviosa, histérica, aterrada.

-En la calle de obstáculos.- respondió muy serio.- ¿Crees

que serás capaz de superarlos?

-¡Pero, Erik, no puedo ver!- grité.- ¿Cómo voy a pasar por

ahí si no puedo ver?

-Recuerdas el circuito, ¿verdad?- Asentí.- En ese caso no

es necesario que veas, tan sólo siéntelo, escucha tu

alrededor.

-Erik, quiero ir a casa.

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-¡Si no puedes hacer esto, nunca serás capaz de recordar

nada!, y tú, quieres recordar, ¿no es cierto? Además, yo te

seguiré con los ojos vendados.

-¡Te digo que quiero ir a casa!

-¿Ahora se muestra la Violet cobarde?

-¿A quién llamas tú cobarde, maldito engreído?- Chillé

furiosa.- A ver cómo te las apañabas si estuvieras en una

situación semejante a la mía.

-Esto no es nuevo para nosotros, Violet.- Me susurró al

oído.

Y, de pronto, ya no pude escucharlo más. Se había

esfumado por completo. No escuchaba ni tan siquiera su

respiración. Sabía que se encontraba a mi lado, sujeto a mí

por la cadena, pero no podía sentirlo… su presencia parecía

haberse desvanecido por completo.

-Vamos, Violet, tú puedes.- Me animé a mí misma en voz

alta.

-¡Dejaros ya de tonterías y volved a casa antes de que

pilléis un constipado!

-¿Mamá?- Grité.- ¿Eres tú?- Una cálida mano rozó mis

cabellos, haciéndome estremecer.

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-Por supuesto que soy yo, cielo. Carl me llamó cuando te

pusiste mal y llevo aquí desde entonces.

-Aguafiestas.- Oí susurrar a Erik.

Los gráciles brazos de mamá rodearon mi cintura y me

obligaron a caminar de vuelta al calor de la casa, supuse.

Realmente estaba cansada y más que molesta conmigo

misma por haberme negado a la petición de Erik.

Después de aquello, decidimos regresar al internado.

Habíamos estado viviendo en la casa por espacio de tres

semanas y, aunque todavía faltaba una semana para el

comienzo de las clases, ya era hora de regresar. Kevin, por

suerte, prefirió quedarse allí hasta el final de las vacaciones.

El color escarlata de mis ojos había disminuido, pero aún

estaba presente y se notaba aún más cuando me daba la luz

del sol, o cuando me miraba al espejo. Tan solo esperaba

que nadie en el internado se diera cuenta del detalle porque,

por mucho que había intentado buscar alguna excusa,

ninguna me había parecido lo suficientemente factible como

para que las habladurías no se extendieran.

-Erik, ¿por qué cada día me siento menos humana?- Le

pregunté de pronto subiendo las escaleras hacia los

dormitorios.

-Violet, por mucho que intentes parecerte a ellos, jamás

serás como ellos.- Soltó.

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-¿Y eso qué significa?- Susurré un poco molesta.- ¿Qué

soy entonces?

-Ya lo sabes, no es necesario que lo repita.

-No, Erik, no lo sé… o, al menos, no lo entiendo.

-Pronto será tu cumpleaños, dentro de tres días, ¿cierto?-

Esquivó Erik con maestría.

-Sí, es el veintiséis de junio, pero no cambies de tema tan

de repente.

-En ese caso, ¿qué te parece si hacemos una pequeña

fiesta nosotros dos solos?- Me mordí el labio de rabia.

Estaba visto que no iba a responder a mis preguntas o, al

menos, no de forma clara.

-Ya veremos.- Le respondí tras unos segundos de

merecida deliberación.

El susto que me llevé al llegar al dormitorio, me hizo querer

desaparecer. Todo el cuarto había sido remodelado, tanto los

armarios y las mesitas, como la disposición de las camas,

dispuestas ahora de forma regular. Lo único que no había

cambiado era la gran mesa redonda situada en el centro de

la habitación, sostenida por una hermosa alfombra. Suspiré

profundo. Ya casi me había olvidado por completo que Kevin

vendría al internado y que se quedaría precisamente en ese

dormitorio, el que compartía con Erik y Cybille.

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Dos golpes en la puerta me despertaron del trance, al tiempo

que el director entraba en el dormitorio demasiado sonriente.

-¿Qué tal fue todo?- Preguntó aproximándose a nosotros.

-Vamos progresando.- Respondió Erik y preferí no

desmentirlo, ya que el director había agarrado mi muñeca

izquierda y estaba deshaciendo la atadura con maestría.

-¿Significa esto que somos libres?- Pregunté en un susurro

frotándome la muñeca llena de magulladuras, provocadas

por el grillete.

-Por el momento, sí.- Confirmó el director mucho más

sonriente que antes, si es que eso era posible.

¡Era libre!, ¡por fin era libre!, pero… eso significaba que ya no

podría permanecer allí por más tiempo. Debía marcharme

lejos, a un lugar donde no pudiera hacer daño a nadie, donde

estuviera yo sola y nadie más. Un lugar donde pudiera

olvidar el tiempo compartido, donde enterrar mis

sentimientos, donde borrar las vivencias de los últimos

meses.

La tristeza se apoderó de mí en un abrir y cerrar de ojos,

pero en lugar de ponerme a llorar, simplemente ahogué con

fuerza mi llanto, me disculpé con el director, le di un fugaz

abrazo a Erik, atesorando aquel momento, y salí corriendo

del dormitorio en dirección a los establos, donde esperaba

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poder despedirme de Venus, antes de partir hacia algún

lugar, acompañada únicamente por el maldito libro.

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18. Una dolorosa decisión

La noche guarecía mis ágiles pasos, atravesando los

jardines, hacia la verja de entrada al internado. Había

tardado dos días en planear la huída y despedirme de todos

sin levantar sospechas y había sido lo más doloroso que

había tenido que hacer, pero no había vuelta atrás. Tan solo

lamentaba no poder estar con Erik en mi cumpleaños, en esa

salida que me había propuesto y la cual no hubiera querido

perderme, pero era mejor así.

Cuando mis ojos alcanzaron la verja, me di cuenta de que

estaba cerrada con candado, algo del todo normal y que ya

me esperaba, pero no había ningún guardia vigilando.

Sonreí. ¿Quién en su sano juicio querría huir de allí? Bueno,

como yo no estaba en mi sano juicio, lo iba a hacer, aunque

eso me costase un dolor insoportable en el pecho por perder

todo lo que había llegado a amar durante los meses que

había vivido en el internado.

El libro que llevaba colgado a la espalda, en una pequeña

mochila, pesaba muchísimo más que hacía tan solo una

hora. O tal vez fuera que estaba demasiado agotada o,

incluso, si nos poníamos melodramáticos, tal vez me

estuviera diciendo que no me fuera de allí. Pero nadie

vendría a detenerme, ni tan siquiera Erik, a quien le había

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dicho que iba a dar un paseo a caballo, pero no tardaría en

darse cuenta de mi mentira, por lo que debía darme prisa en

saltar la verja.

Me acerqué a la susodicha con cautela y la examiné a

conciencia. Ahora entendía la razón por la que no había

guardias al acecho. En el centro del alambre habían

colocado un cartel de “alto voltaje” y, a juzgar por la ausencia

de vida alrededor, no lo habían colocado allí porque sí.

¿Habían intuido lo que pasaría aquella noche, o se trataba

de una mera casualidad?

Agarré un guijarro del suelo y lo arrojé contra la verja, el cual,

tras varios chispazos, quedó reducido a polvo, dejándome

mucho más que impresionada, pero no podía darme por

vencida, debía pasar al otro lado, me costase lo que me

costase.

No sé cómo ni cuándo pasó pero, cuando abrí los ojos, ya

me hallaba al otro lado y estaba totalmente ilesa. El viento

que se había levantado, obligándome a cerrar los ojos, se

había disipado y la desazón me invadió por completo y con

insistencia al sentir la lejanía de mis seres queridos. Me

enjuagué las lágrimas que habían aflorado en mis ojos y

obligué a mis pies a avanzar por la acera.

Las horas pasaban raudas y silenciosas, igual que la

madrugada, y la soledad me acompañaba como si solo

existiese yo en el mundo, como si hubiese un vacío total

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alrededor de mí y la fina lluvia que arreciaba, no ayudaba en

lo más mínimo a mejorar mi estado de ánimo. Nunca me

había sentido tan sola como en aquellos momentos y debería

estar alegre por haber cumplido años, pero no era así. Mi

alegría la había dejado entre las paredes del internado.

Tomé aire profundamente y me senté bajo la copa de un

viejo árbol. Estaba demasiado cansada como para

mantenerme en pie y, había caminado tanto y tan aprisa, que

no sabía dónde me encontraba. No reconocía absolutamente

nada y no me explicaba cómo había podido suceder aquella

situación en el poco tiempo que hacía que había huido, unas

tres horas más o menos. Estaba empapada de la cabeza a

los pies y la lluvia parecía no querer parar nunca, en su lugar

caía con mucha más fuerza, pero yo era incapaz de

moverme para guarecerme en algún lugar cercano. Me

encontraba realmente agotada, tanto que podía incluso

escuchar la voz de Erik llamándome.

-Violet, mi vida, ¿por qué has huido?- No sabía si la voz de

Erik era real, o no, pero, aún así, respondí.

-Tenía que hacerlo.- Susurré y me di cuenta que estaba

medio adormilada y tenía los ojos cerrados, aunque todavía

podía sentir las gotas de lluvia cayendo sobre mí.- Si me

quedaba, iba a ponerlos en peligro.

-¿Lo dices por el poder del libro?

-Mi madre murió por él.

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-Tu tía murió porque trató de destruirlo.- Me cortó la voz.-

Si no lo hubiera hecho, seguiría con vida. Ese libro tiene

personalidad propia. Es como si fuera un ser vivo.

-El libro apareció cuando Riku… murió.- Recordé.

-Y estuvo perdido por unos cuantos años,- Completó la

voz.- hasta que finalmente regresó a su dueña.- Añadió.

-¿Yo, su dueña?, ¿por qué?

-No lo sabemos con certeza.

-Pero sabéis algo-susurré.- Desde que tuve aquel sueño he

estado pensando sobre la posibilidad de que Riku no

estuviera muerto del todo.

-¿A qué te refieres?- Preguntó la voz con insistencia.

-Creo que una parte de él está en el libro… Es más, creo

que Riku adquirió un poder, o algo así, que le permitió

absorber la fuerza de los que murieron en la guerra.- Respiré

profundamente antes de continuar.- Pienso que tal vez fue él

quien lo escribió, aunque no entiendo la razón…

-Es una teoría interesante, Violet, merecería la pena

investigarlo pero, por el momento, vayamos a un lugar

seguro donde puedas realizar el cambio con comodidad.

-¿El cambio?- Pregunté confusa.

-Sí, el cambio de joven a adulto.

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Mi cuerpo se elevó con facilidad y fue entonces cuando

comprendí que no había estado soñando de nuevo, que el

verdadero Erik me había encontrado y me llevaba de vuelta.

-No quiero regresar.- Susurré.

-Tenemos que encontrar un lugar seguro donde

guarecernos de la lluvia lo antes posible.

-¿Por qué haces esto?

No obtuve respuesta o, al menos, si Erik respondió a la

pregunta, no pude oírla y, cuando quise darme cuenta, la

lluvia ya no caía y notaba el roce de una tela sobre mi

cuerpo.

-¿Dónde estoy?- Musité.

-Estás a salvo, princesa, ¿cómo te sientes?- La voz me

chocó. No la reconocía.

-Me duele un poco la cabeza.- Respondí entreabriendo los

ojos.

Me encontraba a cubierto, tendida sobre la cama de una

habitación poco iluminada, pero cálida, y una mujer adulta de

unos treinta y muchos, se hallaba sentada en una silla a un

lado de la cama, sujetando una de mis manos con las suyas

con dulzura. Tenía el cabello largo hasta la cintura, liso y

moreno. Sus ojos eran de color marrón y tenía una mirada

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intensa y penetrante, pero afable y me sonreía con elegancia

desde su posición.

-Has estado con fiebre unas cuantas horas, pero ahora

estás bien.

-¿Dónde está Erik?- Mascullé.

-Ha ido a avisar a tu padre que estáis aquí. Él también ha

estado un poco mal, pero se recuperó pronto.

-¿Mi… padre?

-Sí, perdona, Erik me avisó que no recordabas nada, me

refería a Carl.

-Ah, vale.

-Yo soy tu abuela, por cierto.- Me la quedé mirando sin

comprender, a lo cual, ella amplió aún más su perfecta

sonrisa.- Me llamo Clarisse McNeil, pero puedes seguir

llamándome yaya, como cuando eras pequeña.

-¿Eres la madre de Carl?

-Sí, cariño.- Respondió acariciando suavemente mi cabello.

-Pero… eres muy joven para…

-Te agradezco el cumplido, cielo,- Me cortó muy sonriente.-

pero eso se debe a que no soy humana.- Rió.

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-¿No… eres… humana?- Repetí.

-Es una faena que no recuerdes nada,- Se quejó Clarisse

rascándose la cabeza.- pero bueno, no importa, supongo que

con un poco más de tiempo lograrás acordarte de todo.

-Lo siento.- Me disculpé.

-No tienes por qué disculparte, cielo.- Clarisse se levantó

de la silla y tomó asiento a mi lado, en la cama.- Fueron

tiempos difíciles que, a decir verdad, yo también quisiera

olvidar.

-Yo lo único que quiero es saber quién soy,- Susurré.-

porque… yo tampoco soy humana, ¿cierto?- Clarisse sonrió

de nuevo, pero era una sonrisa muy diferente a la de antes,

dulce, melancólica, compasiva, tal vez.- Entonces… dime…

-¿De veras quieres saberlo?, ¿no prefieres recordarlo por ti

misma?

-No puedo esperar más, yaya.- Utilicé aquella palabra que

sabía que a ella le haría feliz y, de algún modo, conseguiría

camelarla.- Sé que hay algo que anda mal en mí y…

-Nada anda mal en ti.- Me tranquilizó.- Es solo que eres

diferente, nada más.

-¿Cuánto más diferente?

-Digamos que tus genes son diferentes.

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-¿En qué medida?

-Violet…- Empezó Clarisse pero, justo en ese momento la

puerta del dormitorio se abrió de par en par y Erik y Carl

traspasaron el umbral.- ¿Por qué habéis tardado tanto?- Les

reprochó Clarisse levantándose de la cama y encarándolos

con aire autoritario.

-Erik tenía hambre.- Respondió Carl apresuradamente. Se

notaba a leguas que su madre le intimidaba demasiado.

-Ya veo.- Fue lo único que dijo Clarisse antes de volver

junto a la cama.- Es hora de que volváis a casa.

-¡Yaya…!

Clarisse me sonrió de nuevo y me alargó una mano.

Realmente parecía imposible que fuese mi abuela… bueno,

técnicamente no lo era, ya que Carl no era mi padre pero,

aún así, en mi fuero interno yo sabía que no estaba

equivocada.

Antes de marchar, Clarisse sujetó mi cuerpo en un brutal

abrazo y fue entonces cuando me susurró el secreto más

grande de mi vida que, en verdad, hubiera preferido no saber

con certeza.

-¡Por cierto, feliz cumpleaños y feliz cambio!- Gritó al

tiempo que desaparecíamos por la puerta.

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19. Mi verdadero yo

Yo siempre había querido hacer algo importante en la vida,

como ser médico, o veterinario, algo con lo que me sintiera a

gusto y con lo que pudiera ayudar a los demás, pero eso fue

antes de que mi madre muriese a causa de un libro maldito

que cayó a mis manos. Fue entonces cuando todos mis

sueños se desvanecieron por completo.

Me obligué a decirme a mí misma que no pasaba nada, que

todo estaba bien, cuando no era así, cuando lo único que

quería era gritar, desaparecer…

Entonces mi tío me llevó a la que sería mi nueva casa: un

internado de lo más espeluznante que no hacía más que

invitarme a entrar, como si realmente yo debiera estar allí.

De todos modos, no opuse resistencia alguna, a fin de

cuentas, estaba sola desde hacía mucho y no había razón

alguna para permanecer junto a ese hombre.

De esa forma, entré a vivir al internado, aunque sabía que de

ningún modo me podía quedar allí demasiado, a riesgo de

poner en peligro a los demás estudiantes.

Page 156: Rosa de-sangre

156

Y todo hubiera salido perfecto si no me hubiera encariñado

con ellos, si no hubiera forjado lazos de amistad, pero me

confié demasiado y acabé deseando poder permanecer allí…

Pasaron tantas cosas en ese entonces… que si fuera posible

volvería a revivirlo todo, sobre todo los momentos junto a

Erik que, aunque resultaba irritante la mayor parte del

tiempo, me hacía sentir necesaria, me hacía sentir bien

conmigo misma y en paz.

Pero todo lo bueno tenía que acabarse algún día. Entre esos

momentos buenos, también hubo momentos de

incertidumbre, de tristeza y de rabia.

Los sucesos acontecidos habían desdibujado por completo

cada detalle que creyera saber sobre mí misma, dejándome

vacía y sin personalidad ni pasado y, por si eso fuera poco,

ni tan siquiera era realmente humana, sino un ser mitológico,

un ser terrorífico que ni tan siquiera sabía que pudiera seguir

existiendo, si es que alguna vez lo había hecho.

Realmente me sentía estúpida, estúpida por no haberme

dado cuenta antes, por haber hecho caso omiso a las

insinuaciones, por haber negado lo evidente… y ahora que lo

sabía con certeza, me sentía más desdichada que nunca.

Había pasado ya una semana desde mi decimosexto

cumpleaños y no pasaba ni un solo día en que no me mirase

al espejo y admirase mi inusual belleza. Me veía más

elegante, más adulta y con un cabello visiblemente más largo

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157

y brillante y… mi cuerpo… bueno… había crecido unos dos

centímetros de altura y había adquirido una talla más de

pechos, cosa que, definitivamente, no me desagradaba.

Aparte de eso, no notaba nada inusual en mí, de modo que

no entendía la razón del “cambio”. Si bien no era humana, no

disponía de datos suficientes para saber lo que debía

cambiar en mí y tampoco ayudaba la reticencia de Erik al

respecto. Bueno, le había ocultado que la abuela me lo había

contado, por eso no podía preguntarle nada directamente,

pero de lo que le preguntaba, o no recibía respuesta alguna,

o me contestaba de manera incomprensible. De todas

formas, prefería no saber demasiado del tema, ni pensar

siquiera sobre ello y, en eso las clases me ayudaban.

Habíamos empezado el segundo período, antes de las

vacaciones de invierno y necesitaba de toda mi

concentración para no perderme las explicaciones. Además

me había impuesto dos horas de ejercicio físico intensivo

cada noche, de modo que realmente estaba exhausta. No es

que me obligara nadie, pero quería estar preparada para

cualquier cosa, véase misiones de la Cruz Roja, ya que,

indiscutiblemente, me habían fichado en el equipo, lo

quisiera aceptar, o no.

La luz de una linterna por debajo de la puerta y varios pasos

acercándose me pusieron alerta. La sirena del toque de

queda había sonado hacía un par de minutos escasos, por lo

que debía esperar cinco más, en lo que pasaban inspección

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158

de todos los estudiantes, para escabullirme del dormitorio sin

ser vista.

Erik, Kevin y Cybille dormían a pierna suelta, como cada

noche, de modo que lo único que tenía que hacer era salir

sigilosamente y regresar antes de la segunda inspección, a

eso de las cinco.

Retiré las sábanas de mi cuerpo y me levanté. El camisón

que llevaba puesto como pijama sería suficiente aquella

noche, de modo que ni me molesté en cambiarme.

Antes de salir, eché otro vistazo a los cuerpos dormidos de

mis compañeros de cuarto, en especial al de Erik, quien se

veía dulce e indefenso, igual que un niño pequeño. Suspiré y

accioné el picaporte pero, antes de que pudiera escabullirme,

alguien me agarró con fuerza del brazo, reteniéndome. Me di

la vuelta justo a tiempo para ver la dura mirada de Erik. Mi

cuerpo reaccionó solo y, de un fuerte tirón que rasgó mi piel,

me deshice de su agarre y salí corriendo del dormitorio.

Por suerte nadie me pilló en mi huída, ni tan siquiera cuando

abrí de par en par la puerta principal del internado y salí al

exterior en dirección al bosque de los alrededores.

La herida del brazo empezaba a escocer cuando decidí

sentarme bajo un árbol a recuperar el aliento. No tenía ni la

menor idea de cuánto tiempo aguantaría mi cuerpo aquel

ajetreo pero, de lo que sí estaba segura era de que nadie, ni

tan siquiera Erik, me iban a decir lo que tenía o no tenía que

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159

hacer y mucho menos cuando ellos no habían sido sinceros

conmigo.

-¿Qué crees que estás haciendo?- Vaya… hablando del

rey de roma…

Erik se acercó hasta el árbol donde me hallaba acurrucada y

tomó asiento a mi lado.

-Estoy tomando el aire.- Mentí sin siquiera mirarle a los

ojos.

-Te vas cada noche, a medianoche, y no vuelves hasta las

tres o las cuatro.- Resumió.- ¿Se puede saber qué demonios

estás haciendo?

-Te agradezco el resumen, pero no creo que tenga que

darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer.

Aquella frase pareció enfurecerle de verdad porque, al

instante, quedé tendida sobre la tierra, con él sobre mi

cuerpo, sujetándome las manos sobre la cabeza.

-¿Qué narices estás haciendo?- Grité agitándome, tratando

de deshacerme de él.- ¡Quítate de encima!

-Dime lo que haces aquí cada noche y me quitaré.- Me

chantajeó.- De otro modo, te aseguro que no respondo de

mí.- Me amenazó y supe por su mirada que iba en serio,

pero yo no estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer.

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-¿Y qué es lo que vas a hacerme?, ¿eh?- Reí.

-Soy tu esposo, ¿no?- Y lo que había detrás de aquello me

produjo pavor.

-No te atreverás.

-Niégate a decirme lo que haces aquí tú sola cada noche y

verás si me atrevo, o no.

-¡Entrenar!- Grité exasperada.- ¡Solo estoy entrenando!-

Volví a gritar pero, aunque le dije la verdad, él no se retiró.

-¿Por qué no me has dicho nada?

-Porque tú tampoco me dices lo que quiero saber.

-Eso es diferente, Violet. Lo hago por tu bien. ¿Por qué no

me dijiste que estabas entrenando aquí?- Insistió.

-Porque quiero… valerme por mí misma.- Dije lo más

calmada posible.- No quiero depender de nadie.- Añadí.- Y,

ahora, ¿te quieres quitar de encima?

-¿Por qué?

-Porque me estás poniendo… nerviosa.- Dije sin pensar

girando la cabeza para no mirarle directamente a los ojos.

-¿Te pongo nerviosa?- Dijo apoyando su barbilla en mi

hombro.

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-S… Sí.- Susurré.

Tenía la cabeza embotada, la respiración entrecortada y un

intenso dolor en la mandíbula me impedía pensar con

claridad.

-Quítate de encima.- Le supliqué con los ojos llorosos.- Por

favor.

Erik negó con la cabeza y, aunque me revolví, no me soltó.

En su lugar, cambió su cabeza hacia mi otro hombro,

dejando su cuello a la altura de mis labios. Por alguna razón

que escapaba a mi control, deseaba a aquel hombre, lo

deseaba tanto, que mi cuerpo se convulsionaba bajo el suyo.

El dolor en la mandíbula había cesado, pero algo había

cambiado. Mi lengua se había topado con algo puntiagudo

donde deberían estar mis colmillos y, en verdad, eran mis

colmillos, solo que más largos y afilados.

-Una de las desventajas del cambio,- Me susurró Erik al

tiempo que abría mi boca y la posaba sobre su cuello contra

mi voluntad.- es que nos es imposible resistirnos al

ofrecimiento.

Mis ojos no dejaban de derramar lágrimas mientras hundía

mis dientes en su piel y saboreaba por primera vez en mucho

tiempo el herrumbroso líquido que emanaba de la herida.

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-Durante la etapa,- Continuó Erik gemido tras gemido, al

tiempo que yo succionaba el líquido.- nuestro cuerpo

necesita… mucha más cantidad.- Volvió a gemir.- Y

necesitamos… controlar el impulso… frente a… los

humanos… ya que nuestros sentidos se… desarrollan más

rápidamente…

-¡Eh, vosotros!, ¿qué estáis haciendo?

Erik se levantó tan deprisa que rasgué aún más la piel de su

cuello. Mi primer impulso fue salir corriendo de aquel lugar

pero, aunque logré incorporarme y apoyarme contra el árbol,

no tenía la voluntad necesaria para hacerlo y menos cuando

estaba tan aturdida y tenía el camisón tan lleno de sangre.

La persona que nos había interrumpido, resultó ser el

director, que ni tan siquiera se sorprendió lo más mínimo por

mi atuendo. En lugar de eso, se aproximó a mí y me tendió

una mano.

Me levanté temblorosa y me dejé guiar de nuevo al refugio

del internado, donde me obligaron a entrar en la ducha para

retirarme los restos de la sangre de Erik.

“Eres un vampiro”

Las palabras de mi abuela resonaron en mi cabeza una y

otra vez, al tiempo que caía rendida al sueño en los brazos

de Erik.

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20. El secreto de Cybille

-Erik, ¿estás dormido?- Le susurré al oído.

-¿Qué quieres?- Los ojos de Erik se abrieron despacio y se

fijaron en los míos.- ¿Quieres más?

-No es eso… yo… quiero saber qué se siente.

Erik se incorporó en la cama. Parecía asustado, incapaz de

comprender la razón por la que estaba haciendo aquello y, a

decir verdad, ni yo misma lo entendía.

-No importa.- Me acobardé.

-No, Violet… es solo que la última vez que dijiste algo

parecido, acabamos…- Erik suspiró y me retiró el largo

cabello de la cara.- No importa. De todos modos no es

prudente.

-Sí.- Admití.- Pronto será hora de ir a clase.

-No lo decía precisamente por eso y… hoy es sábado.

-Ya.- Dije al tiempo que me levantaba y caminaba despacio

hacia la puerta.- Voy a desayunar.- Dije ente sollozos.

Los fuertes brazos de Erik me rodearon antes de que pudiera

salir por la puerta y, en ese momento, estallé en llantos.

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-Lo siento, Violet.- Se disculpó Erik abrazándome muy

fuerte.

-Lo sé…- Sollocé.- Lo sé… la abuela me lo contó… sé lo

que soy.

-Mierda.- Se quejó Erik abrazándome hasta casi

asfixiarme.- No debería haberlo hecho.

-¿Y por qué no?- Grité y en dos segundos me zafé de la

atadura de Erik

Al ver que no respondía, le di la espalda y salí del dormitorio,

pero no llegué muy lejos, ya que el sonido de un teléfono

móvil formó tanto estruendo que Kevin y Cybille despertaron

de su sueño dando voces.

-¡Que alguien apague ese maldito trasto!- Gritó Kevin con

la cabeza metida bajo la almohada.

-Señorita Violet, ¿está usted ahí? Conteste por favor, es

una emergencia.

-¡Mierda!- Grité.

El móvil había dejado de sonar pero, en su lugar se había

activado el walkie que guardaba en la mesilla de noche. Me

abalancé como un rayo sobre la cama, abrí el cajón de la

mesilla y saqué el walkie.

-Soy… Violet.- Respondí.- ¿Quién habla?

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-¡Señorita, es usted por fin!- Exclamó el hombre.- ¡Debe

venir aquí enseguida!

-Por favor, cálmese, explíqueme lo que ha pasado.

-Verá, estábamos en una misión de reconocimiento y… un

Mork ha infectado a Kristen.

-¿Quién es Kristen?- Pregunté confusa mientras salía del

dormitorio, acompañada por Erik, para evitar que nadie más

pudiese escuchar nuestra inusual conversación.

-Es mi hija… Tiene vuestra edad y comparte vuestra

condición.- Me di cuenta enseguida de a qué se refería, por

desgracia.- Ella está muy mal, por favor, debe venir lo antes

posible.

-¿Y qué puedo hacer yo?

-Vuestra sangre… eso es lo único que puede salvarla

ahora…

-¿Mi sangre?- Le corté de inmediato.

-Tu sangre detiene el proceso de regeneración celular de

los Morks, al tiempo que destruye las células sin dejar el más

mínimo rastro.- Intervino Erik.- Lamentablemente, aún no

sabemos muy bien cómo funciona.- Añadió.- Y este dato lo

sabemos de casualidad…

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166

-¿De ahí la forma de mi espada?- Recordé los canales por

los que había tenido que dejar circular mi sangre durante la

última misión. En ese momento yo no era consciente de lo

que significaba.

-¿Vendrá, verdad?- Insistió el hombre.- ¿Salvará a mi hija,

no es cierto?

-No se preocupe.- Suspiré. Nunca hubiera creído posible

que me vería envuelta en algo así voluntariamente.- Salgo

para allá de inmediato.- Y nada más decirlo, desconecté el

walkie.- ¿Por qué demonios siempre ocurren estas cosas en

fin de semana?- Me quejé.

-Porque es cuando hay más movimiento.- Respondió Erik

entrando de nuevo al dormitorio.

-Violet…

Kevin se interpuso en mi camino mirándome interrogante,

pero yo no tenía tiempo para aquello y mucho menos cuando

la vida de una persona estaba en juego, de modo que le di

un empujón y me encaminé hacia el armario donde, tras

mucho rebuscar, localicé unos vaqueros desgastados y una

camiseta, así como unas deportivas.

-¡Vámonos ya, Erik!- Grité.

-¡Un momento!- Gritó Kevin.- ¿Por qué él sí puede ir y yo

no?

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-Si quieres ir, ve por tu cuenta.- Atajé.- Ahora no tenemos

tiempo para tus chiquilladas.

Y diciendo esto, seguí a Erik escaleras abajo en dirección a

la puerta principal del internado pero, antes de llegar, el

director nos salió al paso sonriente.

-¿Dónde vais, chicos?- Preguntó.

-Tenemos un poco de prisa.- Salté. El semblante del

director se tornó serio.

-¿Qué ha pasado?

-Hay un infectado.- Le informó Erik abriendo la puerta y

cediéndome el paso.

-¿Código rojo?

-Por cómo nos han avisado, es bastante urgente, pero no

creo que llegue a ser un código rojo propiamente dicho. Es

más una llamada de auxilio.- Erik hablaba como un experto

en el tema, algo de lo que yo carecía y me daba un poco de

envidia.

-Has dicho que hay un infectado, ¿verdad?

-Director, no tenemos tiempo para esto…

-Aguardad tan solo dos minutos, por favor.

Page 168: Rosa de-sangre

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Erik y yo nos miramos sin comprender, pero asentimos ante

el ruego del director. Éste subió a toda prisa las escaleras y

volvió a bajar nada más ni nada menos que con una

asombrada a la vez que confusa Cybille.

-Ella puede ayudar.

Y diciendo esto, volvió a subir las escaleras en dirección a su

despacho. Erik y yo nos miramos, pero ninguno de los dos

dijo nada. No entendíamos las razones que tenía el director

para que nos lleváramos a Cybille a la base, pero debía de

tener una muy buena razón.

Realizamos el trayecto en veinte minutos escasos, en lugar

de las dos horas más o menos que se tardaba en llegar, pero

era del todo comprensible dada la velocidad a la que íbamos

y, una vez pude bajarme del coche, caí de bruces, mareada

por la tensión del viaje.

-¡La próxima vez que vayas a hacerte el valiente, avísame

antes para que vomite primero!- Le grité furiosa a Erik

poniéndome de pie.- Sabes que nos la podríamos haber

pegado, ¿verdad?

-Venga, Violet, corta ya el sermón, que no ha pasado

nada.- Erik se acercó para echarme una mano, pero la mano

se la eché yo… hacia el ojo…

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Mientras yo lograba mantener el equilibrio, Erik se apartó a

una distancia prudente y se frotó el ojo amoratado con la

palma de la mano, riendo.

-¡Señorita!

Un hombre alto y bastante apuesto me saludó con la mano

desde la entrada de la casa. No se acercó, de modo que

empecé a caminar hacia él a paso ligero, seguida de cerca

por Erik y Cybille.

Al ver acercarse a Cybille, el hombre dio un paso atrás,

asustado como si hubiese visto un fantasma, a lo cual Cybille

respondió agachando la cabeza.

-Edyleen…- Susurró el hombre. Cybille no respondió y

tampoco había demasiado tiempo para eso en aquel

momento.

-Disculpe, pero… me parece que tenemos un poco de

prisa, ¿no es cierto?

El hombre reaccionó y, sin apartar los ojos de Cybille, nos

guió escaleras arriba. Sentía la tensión acumularse por

momentos y, lo que más rabia me daba, era desconocer las

razones de aquel cambio. Cybille no había dicho ni una sola

palabra en el trayecto hacia dormitorio donde descansaba

Kristen, y eso me ponía demasiado nerviosa. Me preocupaba

mi amiga, a fin de cuentas.

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El dormitorio era bastante sencillo, decorado con elegancia,

pero no tenía tiempo para fijarme en los detalles, ya que,

sobre la cama, descansaba una niña de más o menos

nuestra edad, cuya angustiosa respiración lastimaba mis

oídos y me hacía querer ponerme a llorar. Corrí hacia ella al

instante y me chocó el parecido que tenía con Cybille.

Aunque estaba dormida, tenía el mismo porte de elegancia,

el mismo peinado…pero no era Cybille, lo sabía, aunque…

-¿Sois parientes?- Le pregunté a Cybille sin mirarla

directamente.- ¿Por eso el director te ha dicho que nos

acompañaras?

-Señorita, lo que dice no es del todo cierto.- Intervino el

padre de Kristen mirando de nuevo a Cybille.- Mi hija y

Edyleen…

-Ahora me llamo Cybille,- Le cortó ésta con dureza,- de

modo que no lo olvide.

-Bien.- Accedió el hombre.- El caso es que ellas dos fueron

amigas, casi como hermanas. Después de la muerte de los

padres de Ed… Cybille,- Se corrigió.- ellas dos se hicieron

inseparables, hasta el punto de parecer gemelas de verdad

pero… una tarde desapareció y no pudimos encontrarla… de

eso hace ya… bastante tiempo…- El rostro de Cybille se

contrajo. Parecía como si realmente fuese a llorar.- Fue

porque no soportabas la vergüenza, ¿verdad?

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-¡Cállate!- Soltó Cybille y, esta vez, sus ojos estaban

empañados en lágrimas.- ¡Tú no entiendes nada!

-Entonces explícamelo, porque no lo entiendo.

-Yo… me fui porque… no merecía vuestro cariño…

después de… haber tenido que acabar con la vida de mis

padres…- Me tensé. ¿De verdad había dicho Cybille que

había matado a sus padres?- Ahora tengo una nueva

familia.- continuó.- Tengo una abuela que me quiere

mucho… y también un padre…

-¡Yo soy tu padre!- El hombre se agachó donde se había

desplomado Cybille y la rodeó con sus brazos.- Tú eres mi

hija y… me alegro que hayas vuelto.

-¿Esto ha sido idea del director, verdad?- Le pregunté a

Erik en un susurro, a lo cual él asintió y me agarró de la

mano.- ¿Cómo podía saberlo?

-Él sabe muchas cosas…

-¿Edy… leen?

El corazón me dio un vuelco. Kristen había hablado y no solo

eso, sino que se había incorporado en la cama y nos miraba

con una leve sonrisa en sus labios.

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21. Emociones inadvertidas

Cybille se puso en pie, temblorosa, y se acercó a la cama.

Sus manos se acoplaron a las de Kristen suavemente y con

dulzura, al tiempo que esbozaba una falsa sonrisa, cargada

de dolor.

-Has… vuelto…

-Sí.

El dolor en aquella sencilla palabra hizo que las lágrimas

cayesen de mis ojos involuntariamente. Di un paso hacia la

cama, recordando de pronto la razón por la que nos

encontrábamos allí, pero el brazo de Erik me retuvo.

-Ya es demasiado tarde.- Me susurró.

-No… No puede ser… Si hemos llegado lo antes posible…-

Intenté moverme de nuevo, pero Erik aferró mi cuerpo muy

firme.- No… Al menos tengo que intentarlo… Mi sangre…

-Violet, el director sabía lo que iba a pasar, lo vi en su

expresión. Por eso es que mandó a Cybille que nos

acompañase.

-No… Pero yo…

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-Violet, déjalo estar.- Insistió Erik muy serio.- Lo único que

podemos hacer ahora es esperar.

-¿A qué?- Le corté sin poder detener el fluir de mis

lágrimas, que recorrían mis mejillas con insistencia.

Erik negó con la cabeza y señaló la escena que estaba

ocurriendo entre Kristen y Cybille, la cual se había tumbado

junto a su amiga y jugueteaba con su cabello.

-¿No hay ninguna forma de salvarla?- Le supliqué a Erik,

rodeando su cuello con mis brazos.

-No la hay.

-Pero tú dijiste que mi sangre…

-Tal como está ahora, la matarías y… el dolor que

sentiría… bueno, es impensable.

-Entonces, ¿por qué?- Sollocé.- ¿Por qué hemos venido, si

no podemos salvarla?

-Tenían… que despedirse.

Mi llanto se aceleró sobre el pecho de Erik quien, una vez me

hube calmado un poco, giró mi cuerpo justo a tiempo para

que pudiera ver, por primera vez, los afilados colmillos de

Cybille, lo que me produjo un enorme impacto. De modo que

Cybille también era un vampiro… jamás lo hubiera creído

posible… parecía tan normal… tan humana…

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-¡No!- Chillé insistentemente pero, aunque me revolvía en

los brazos de Erik, me era totalmente imposible dar ni un

paso.

Cybille había hundido sus colmillos en el cuello de Kristen y,

aunque veía cómo, tanto los ojos de mi amiga, como los de

Kristen derramaban lágrimas sin cesar, tenía la certeza de

que mi amiga lo estaba disfrutando.

La línea roja que caía sobre las sábanas, me había

colapsado por completo. No podía hacer otra cosa que

observar y anhelar aquel líquido involuntariamente. La

sensación que me provocaba aquella visión, hacía que mi

corazón se acelerase, provocaba una sequedad insoportable

en mi garganta y hacía que no me fuese posible controlar mi

propia respiración.

-Prométeme…- La dulce y débil voz de Kristen me produjo

escalofríos.- que cuidarás de papá y que… conservarás tu

nombre… sigue… siendo así… mi… herma…

Sentí mi corazón encogerse cuando el brazo que había

estado sujetando la espalda de Cybille, cayó inerte sobre el

colchón, pero lo que más me impresionó fue la valentía de

ésta para tomar una estaca que le ofreció el padre de Kristen

y clavárselo a ésta, con rabia y tristeza al tiempo, en el

corazón.

Quería ir corriendo hacia Cybille para pegarle cuatro

bofetadas por haberle hecho eso a su amiga, pero Erik no

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me lo permitió por mucho que yo intenté zafarme de él.

Además, mi cuerpo aún seguía deseando el líquido

derramado… y Erik lo sabía, ya que mi cuerpo no dejaba de

temblar y daba enormes bocanadas de aire, cual si me

faltase la respiración.

Cybille me miró aún con lágrimas en los ojos y,

sorprendentemente, me sonreía, algo que, definitivamente,

no me esperaba.

-Sólo está dormida.- Susurró.- Dormida…

-Señorita…- El padre de Kristen se había parado frente a

mí y me observaba sonriente.- Le agradezco que haya

venido hasta aquí… yo…

-No ha servido para nada.- Le corté.

-Violet.- Me regañó Erik.

-Lo lamento.- Me disculpé.- Yo… no quería decir algo tan…

-No se preocupe, lo entiendo.- Accedió el hombre

observando a Cybille, quien aún se hallaba tendida sobre la

cama, llorando descontroladamente.- ¿Sería posible que me

dejara ocuparme de ella por un tiempo?- Preguntó.

-Yo…

-Avisaremos al director.- Intervino Erik, salvándome de no

saber qué decir.- Aunque deberá regresar al internado.

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-Por supuesto.- Asintió el hombre.- Como su padre, debo

velar por su futuro. Tan solo pienso que querrá quedarse

aquí.

-Si ella está de acuerdo, por mí no hay problema.- Intervine

ahogando una arcada.

-Bien, creo que será mejor que nos vayamos.- Erik me

cogió en brazos, lo cual me irritó bastante, aunque no hice

nada para que me bajara.- Tengo que atender las

necesidades de esta niña tonta.

-¡Erik!

Erik detuvo su avance frente a la puerta principal y miró a su

padre, quien estaba envuelto en sangre. Tanto sus ropas,

como sus brazos estaban cubiertos con aquel líquido y lucía

agotado.

-¿Qué ha pasado, papá?- Preguntó Erik más que

preocupado.

-Nada, hijo, tranquilo.- Logró pronunciar Carl.- Ya está todo

controlado.- Añadió al ver que Erik no se iba a dar por

vencido.

-Podrías haber avisado… Te habríamos echado una

mano…

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-Sí, bueno, afortunadamente no ha sido grave pero,

cambiando de tema, ¿qué hacéis vosotros dos aquí y porqué

llevas a Violet en brazos?

-Kai nos llamó por lo de su hija… No pudimos hacer nada.-

Añadió Erik ante el semblante desconcertado de su padre.-

Cybille está con él, esto… es una compañera del internado.-

Aclaró.- Y Violet tiene un ataque. ¿Qué tal tus heridas?

-Mis heridas están bien y creo que vosotros deberíais

quedaros todo el fin de semana.- Sonaba como una orden y

probablemente así era.- Ése es el tiempo que vamos a tardar

en obligar a Violet a alimentarse, ya que no creo que vaya a

hacerlo voluntariamente.- Dijo entre suspiros.

-Sí, tienes razón.- Admitió Erik mirándome de reojo con

una sonrisa que daba miedo, dibujada en sus perfectos

labios.- Además, aquí no hay peligro.

-Entonces, nos vemos luego.

Erik asintió al tiempo que comenzaba a ascender las

escaleras en dirección a los dormitorios. Una vez llegamos a

su cuarto, entramos y me dejó sobre la cama. Mi respiración

había mejorado y ya estaba mucho más tranquila, pero

seguía sin comprender por qué me había puesto medio

histérica, con tan solo ver un par de gotas de sangre.

¿Tendría algo que ver con el cambio que estaba sufriendo mi

cuerpo? No descartaba esa posibilidad, aunque tampoco es

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que me hiciese demasiada gracia y, si estaba en lo cierto, lo

que iba a venir ahora, no me iba a gustar ni un pelo.

-Erik.- Intenté viendo como él se quitaba la parte de arriba

y se acercaba a la cama.

-¡No quiero excusas!- Gritó.- Tan solo hazlo y punto.

-¡Ni hablar!- Chillé, y mi intento de fuga fue frustrado por

los veloces brazos de Erik, que me sujetaron bien fuerte y

me devolvieron a la comodidad del colchón.

-¿No querías saber lo que se siente?- Preguntó Erik

colocándose sobre mí, sujetándome las manos sobre la

cabeza y acercando sus labios a mi cuello.

Su respiración sobre mi cuello me daba escalofríos y mi

corazón se aceleró en respuesta al suyo. Sentí sus colmillos

hundiéndose en la piel de mi cuello, causándome un intenso

y asfixiante dolor. Pero esa sensación duró poco, siendo

sustituida por una explosión de placer que recorrió cada

célula de mi cuerpo. Mientras Erik succionaba mi sangre, el

placer aumentaba más y más, haciéndome enloquecer,

haciéndome gritar…

Y no fue hasta que sentí cómo Erik me incorporaba en la

cama, que me di cuenta que había parado, aunque yo

todavía seguía notando aquella sensación.

-¿Qué te ha parecido?- Me susurró Erik al oído.

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Pero no pude responderle. Me encontraba demasiado

aturdida como para ser capaz de pronunciar algo, por muy

tonto que fuera.

Una sensación mucho más intensa recorrió mi cuerpo,

haciéndome estremecer. Parecía como si mi cuerpo

reaccionase a algo que yo no podía ver.

-Tranquila, Violet.- Me susurró Erik al oído, aferrando mi

cuerpo con sus brazos e impidiéndome cualquier tipo de

movimiento.- Pasa, Edyleen.- Gritó.

La puerta se abrió y mi amiga entró en el dormitorio. Tenía

los ojos hinchados de tanto llorar, pero tenía una expresión

dura. Además de eso, sus ropas estaban bañadas con la

sangre de Kristen…Entonces comprendí lo que me había

ocurrido. Al fin y al cabo, yo era un vampiro, de modo que no

sería de extrañar que mi cuerpo reaccionase a la presencia

de sangre. Además, estaba esa expresión en el rostro de

Cybille que parecía culparme de lo sucedido, que me

recriminaba no haber salvado a Kristen. Bajé la mirada

avergonzada y un poco triste al mismo tiempo y esperé la

explosión de rabia pero, en lugar de eso, Cybille subió a la

cama y me abrazó muy fuerte.

-Gracias.- Me susurró.

-Yo… no hice nada.- Noté cómo las lágrimas se formaban

en mis ojos, pero las contuve.

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Cybille me soltó y salió del dormitorio. Parecía mucho más

tranquila que yo, aun habiendo pasado por todo eso, y eso

me alegraba un poco. Suspiré. Los brazos de Erik seguían

aferrados a mi cintura y parecía no tener intención de

soltarme.

-¿Piensas quedarte así eternamente?- Dije.

-Bueno, no es mala idea.- Rió Erik acercando aún más mi

cuerpo al suyo, con lo que pude notar la protuberancia en

sus pantalones. Suspiré de nuevo.

-No tengo ni la menor intención de hacerlo, así que olvídate

de intentarlo.- Solté.

-Yo no controlo las reacciones de mi cuerpo.- Rió dándose

cuenta del detalle.- Y no es que no me hubieras visto antes…

-¡Cállate!- Le corté. Aquel tema me resultaba demasiado

vergonzoso.

-¿Te he dicho alguna vez que soy tu esposo?

-Sí, lo has hecho,- Proferí con sequedad.- pero yo ya no

soy la misma de entonces, por lo que para mí nuestro

matrimonio no es…

Repentinamente, los labios de Erik se encontraron con los

míos y me dejaron con la palabra en la boca. Mi cuerpo,

entonces, comenzó a revivir las sensaciones que su

mordisco me había provocado minutos antes, haciéndome

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181

enloquecer hasta niveles insospechados y, lo que pasó

después, debí de haberlo borrado de mi mente porque,

cuando fui consciente, me hallaba en el interior de la cama,

desnuda, cubierta de sangre y con Erik a mi lado, sonriendo.

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22. Otro camino

Habían pasado ya dos años desde mi indiscreción con Erik y

no había pasado ni un solo día en que no me arrepintiese de

lo sucedido, en que maldijese a Erik por lo que hizo. Cierto,

yo también tuve la culpa y cierto también, el era mi marido

desde hacía mucho, pero yo no lo sentía de ese modo. Para

mí, que había perdido todos y cada uno de los recuerdos que

compartí con él, aquel acto tan repentino no era sino una

burda violación, tanto de mi cuerpo, como de mi alma.

Había pasado esos dos años sin apenas dirigirle la palabra y

maldiciéndome a mí misma por seguir conservando

sentimientos hacia él, lo que ahora me dejaba con un gran

dilema.

Después de la muerte de Kristen, Erik, Cybille (ahora

teníamos que llamarla por su nombre real, Edyleen) y yo

regresamos al internado. Nuestra habitación había sido

remodelada para albergar a cuatro personas, en lugar de las

tres para las que previamente estaba preparada. La cuarta

cama era para Kevin, quien se había incorporado al

internado bajo petición del director.

Al principio todo resultó marchar viento en popa, pero pronto

los celos se colaron entre las paredes del dormitorio,

Page 183: Rosa de-sangre

183

haciendo del todo insoportable la convivencia. Y yo sabía la

razón.

Sabía a ciencia cierta que Kevin seguía enamorado de mí,

como también sabía que Erik no le permitía acercarse a

menos de dos metros de mí. Y ocurrió tal y como lo predije.

Los impulsos de Kevin se hicieron mucho más fuertes a cada

día que pasaba, así como los celos de Erik, y las peleas

entre ellos ya era una cosa bastante habitual, diría que

rozando lo cotidiano. Y yo me estaba muriendo por dentro

por no poder entrometerme, ya que, si lo hacía, todo

empeoraría más.

Además, por si eso fuera poco, en los escasos ratos en que

me encontraba a solas con alguno de los dos, todo

empeoraba aún más. Cada uno tenía un carácter y una

perspectiva diferente y…me gustaban los dos.

Ahora era mayor de edad, pero ese hecho no me servía para

nada bueno, tan solo para verme incluso más hermosa que

antes, más deslumbrante, y que los celos de Erik y Kevin

aumentasen más y más.

En lo relativo a los estudios, habíamos aprobado todas las

asignaturas con honores, a pesar de haber estado faltando

algunos días debido a las misiones de la Cruz Roja, en las

cuales yo había estado demasiado ocupada intentando que

no me matasen, como para darme cuenta de lo que estaban

haciendo esos dos. Por una parte, resultaba tranquilizador no

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184

tener que estar pensando en ellos a cada momento, sino

concentrada en la misión pero, por otra parte, resultaba

agotador y no solo físicamente, sino que, además, en cada

batalla, iba perdiendo un montón de sangre, que era la

causante de que los Morks no se pudiesen regenerar y

perdiesen por tanto la vida, y eso me debilitaba mucho.

Había conseguido aumentar mi resistencia física, mis

sentidos y algunos de mis poderes latentes, como poder

controlar el flujo del aire, con un duro entrenamiento, pero

según veía, eso no era suficiente. No era lo suficientemente

fuerte como para enfrentarme yo sola a uno de aquellos

bichos y, después de todo, resultaba de lo más frustrante.

Edyleen se había unido a la lucha unas cuantas veces, pero

no estaba del todo segura de si pertenecía a la Cruz Roja, o

no. Su estado de ánimo tras la muerte de su hermana, no era

tal y como solía ser, tan alegre y animado y, aunque era del

todo comprensible, yo quería que volviera a ser la misma. La

misma que me animaba en los momentos difíciles, la misma

con la que podía hablar de casi cualquier cosa…, pero

pasaban los días y aquello no mejoraba ni un poco.

El libro demoníaco lo había dejado totalmente olvidado en su

caja de plomo. En los dos últimos años no lo había abierto ni

una sola vez. Me había olvidado por completo de él, pero,

¿por cuánto tiempo más podría continuar sin descifrarlo?

Supuestamente se trataba de algo importante y tal vez lo

fuese, ya que era posible que contuviera el alma de mi

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185

hermano Riku, pero eso todavía no lo habíamos podido

confirmar.

Mi sed de sangre también era uno de mis mayores

problemas. Tras el incidente con Erik y el rápido desarrollo

de mis sentidos, cada vez que veía u olía la sangre, me

ponía como loca. Había aprendido más o menos a controlar

la sed y, quiero decir, que a reprimirla también, pero la

negativa de mi cuerpo a alimentarse de forma voluntaria, me

complicaba aún más las cosas, hasta el punto de tener

incluso que atarme. Eso era algo que debía cambiar, lo

sabía, pero era mi cuerpo el que no quería hacerme el menor

caso.

Y aún necesitaba de toda mi concentración para decidir si

correspondería a los sentimientos de Kevin o continuaría

siendo fiel al amor que aún sentía por Erik.

Eso me consumía la mayor parte del día desde que Kevin

me lo había propuesto la semana pasada durante la clase de

equitación. En su momento no le había respondido nada,

pero los días pasaban y veía cómo él se estaba

impacientando a cada minuto que no tenía una repuesta,

pero, ¿cómo le iba a dar una respuesta de esa magnitud,

sabiendo que estaba irremediablemente enamorada de Erik?

Era cierto que me había separado de él, pero aún continuaba

siendo mi esposo a efectos legales y, lo que es peor, en el

caso de decidirme por Kevin, ¿cómo iba a ser capaz de

decírselo a Erik, sabiendo cuanto me quería?

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186

-Violet, tenemos que hablar.

Aquella frase tan cargada de resentimiento y dolor, me pilló

tan desprevenida que, sin darme cuenta, asusté a Luna y

estuve casi a punto de caerme.

Era la última hora antes del fin de semana y yo aún me

hallaba con los nervios a flor de piel por la propuesta de

Kevin. Aún así, logré enderezarme y mantener el equilibrio,

al tiempo que indicaba a Erik que me siguiera hacia el lago

del interior del bosque. Una vez allí, descendimos de

nuestras monturas y tomamos asiento sobre la yerba, sin

perder de vista a las dos hermosas yeguas que abrevaban

en el lago.

-Tú dirás.- Le insté al ver que no sabía cómo empezar.

-Lo sé.- Dijo.

-¿Saber?, ¿el qué?- Pregunté confusa. No tenía ni la más

mínima idea del contexto de la conversación.

-Sé que Kevin se te ha declarado.

Mi corazón se salió del pecho ante aquella afirmación.

¿Cómo se había podido enterar de aquello, si yo ni tan

siquiera había tenido tiempo de hablar con él? ¿Podría ser

que Kevin se me había adelantado? No, me prometió que me

daría tiempo para pensarlo y que hasta que no le diera una

respuesta, no le diría nada a Erik.

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-¿Y bien?, ¿es cierto, o no?

-Yo…

-Entonces es cierto.- Me cortó. Mierda, no quería ver esos

ojos tan llenos de dolor que me observaban. Desvié la

mirada.

-No le he respondi…

-Ve con él.- Soltó y, al decirlo, algo en mi interior se hizo

añicos.

-¿Cómo… has dicho?- No quería oírselo decir de nuevo,

pero quería confirmarlo.

-Violet, mira cómo estamos, yo no puedo hacerte feliz.-

Susurró casi sin voz.- Por lo menos ya no y yo quiero que lo

seas, aunque no sea conmigo.

-Pero…

-Violet, te juro que no quiero separarme de ti…

-¡Entonces no lo hagas!- Grité y mis ojos sucumbieron ante

el dolor.

-Violet,- Erik tomó mi cara ente sus manos y me obligó a

mirarle directamente a los ojos.- no quiero separarme de ti,

pero si con ello consigo que vuelvas a sonreír, lo haré, por

mucho que me duela.

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-Erik… ya sabes que solo puedo estar contigo. Yo… iba a

decirle que no…

Erik negó con la cabeza y acercó sus labios a los míos.

Nuestro beso no duró demasiado, pero fue lo

suficientemente intenso como para confirmar que jamás

podría querer a otro como le quería a él. Pero él me había

dado permiso, me había dado permiso para que fuera con

Kevin, ¿por qué?

-¿Es que acaso ya no me quieres?- Aventuré,

mordiéndome la lengua por lo que acababa de decir.

-Ha pasado mucho tiempo y…- Aquel silencio fue lo más

duro que tuve que soportar hasta aquel momento, antes de

que él me diera la espalda y se me cayera el alma a los

pies.- No, ya no siento lo mismo por ti que entonces.- Soltó.-

Y creo que es mejor para los dos dejar las cosas como

están. Nuestra relación únicamente será de amistad.

Le vi alejarse de mí a pasos agigantados y, con él, también

se fue mi corazón y todos los sentimientos que pudiera

albergar hacia él. Ahora sí que no tenía opción. El despecho

sería la mejor arma y elegiría el camino que él tan

amablemente había dispuesto para mí. Y no habría vuelta

atrás.

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23. Por despecho

Ni en mis peores sueños hubiera creído posible que Erik y yo

nos acabaríamos separando y mucho menos cuando yo ya

me había acostumbrado a estar cerca de él. Le había

querido en el pasado, sí, y le quiero con locura ahora, incluso

no teniendo recuerdos de nuestro pasado en común.

¿Cómo era posible que aquel amor hubiese perdurado?

¿Cómo era posible que me hubiese vuelto a enamorar de él?

Bueno, ahora ya todo eso daba igual y la decisión que me

obligaba a tomar no es que me hiciera la menor ilusión, pero

no me dejaba opción alguna. Él me había dicho bien clarito

que ya no sentía nada por mí, por lo que yo debería hacer lo

mismo: enterrar nuestro amor y abrirle paso a uno nuevo y

Kevin era la mejor opción de la que disponía en aquel

momento.

Había pasado la noche en vela y casi la mitad del día

tratando de decidirme, tratando de obligarme a hacer algo

que, definitivamente, no quería hacer, pero la decisión ya

había sido tomada de antemano y tarde o temprano tenía

que dar el primer paso.

Además, no es que me desagradase del todo la idea de salir

con Kevin porque, realmente estaba buenísimo, y era dulce y

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cariñoso, aunque también demasiado celoso. Lo que me

molestaba de verdad era saber que, aunque Erik y yo

éramos marido y mujer, él no había puesto el menor reparo

en que me fuese con Kevin. Sí, había dicho que no me

quería y sí, yo sabía que él quería verme feliz, pero…él

continuaba siendo mi esposo de todos modos. Entonces,

¿cómo podría hacerle algo así? Tal vez tan solo me

estuviera poniendo a prueba pero, no, su tono de voz era

demasiado sincero y demasiado cargado de dolor, como

para no ser ciertas las palabras que sus labios habían

pronunciado, quiero pensar que con esfuerzo.

Y yo tenía la culpa de todo. Si no me hubiese molestado

tanto por aquel incidente, de seguro que todo esto no estaría

pasando. Todo seguiría igual y yo estaría con Erik y no

pensando en la posibilidad de salir con Kevin.

En eso andaba cuando, de repente, me topé con el retrato de

mi madre.

En dos años no había tenido ni la menor noticia de ella, ni

tan siquiera la había visto durante las misiones, ni cuando

casi muero por imprudente hace un año escaso. En esa

ocasión Erik me había ayudado pero, tal y como estaban las

cosas entre nosotros, dudaba que este hecho se pudiera

volver a repetir. Y lo cierto era que no tenía tiempo para estar

pensando en ella, cuando tenía otros problemas con los que

lidiar, véase, olvidar a Erik y emprender una relación con

Kevin.

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-Aún te sigue fascinando, ¿verdad?

Giré mi cabeza tan deprisa, que mi cuello se resintió. ¡No!,

mierda, no quería verle, pero lo tenía plantado frente a mí y

me sonreía. ¡Dios mío!, ¿cómo iba a hacer para olvidarme de

él?

-¿Te importa?- Mi duro tono de voz le sorprendió pero, aun

así, no dejó de sonreírme.

-En absoluto.- Me cortó.- Ya me voy.- ¡No!, mierda, no

podía dejarle marchar, así no.

-¡Espera!- Grité. Erik giró la cabeza y la sonrisa volvió a

sus labios.

-¿Quieres algo?

-¿Lo decías en serio?- Susurré- Lo de…

-Él puede hacerte feliz,- Respondió tajante.- y te

agradecería que no volvieras a mencionar el tema, por favor.

-Lo siento, entiendo.

Le di la espalda y bajé el último tramo de escaleras. Mientras

me alejaba de él, mi tristeza iba aumentando más y más

hasta el punto en que ya no pude reprimir las lágrimas y me

interné corriendo en el laberinto en dirección a la fuente de

piedra, el único lugar en el cual podía llorar tranquilamente

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sin ser molestada, pero, cuando llegué allí, me di cuenta que

me iba a ser imposible estar sola.

Kevin estaba allí, sentado sobre la piedra, con las manos

hundidas en el gélido agua. Nada más verme, corrió hacia mí

y me abrazó. Sentí cómo sus manos, ahora frías y húmedas,

se deslizaban desde mi cuello hasta mi cintura y no pude

más que resistirme a aquel roce, alejándome unos metros de

él.

-¿Te encuentras bien?- Me preguntó estrechando la

distancia entre él y yo, hasta el punto en que tan solo nos

separaban un par de centímetros.

-Se lo dijiste.- Le reproché, aunque no sabía si realmente

era cierto, o no.

-No, no lo hice.- Respondió muy serio.- Él ya lo sabía. Lo

leyó en mi mente en un descuido. Así que es por eso por lo

que estás así.

-Me hiciste una pregunta…

-Sí.- Afirmó y su seria expresión cambió a una más alegre,

radiante.

-Ya tengo una respuesta.

-¿Y bien?- Insistió al ver que yo me había quedado muda,

no sabiendo cómo arrancar.

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-Sí.

-¿Sí?- Repitió.

-Mi respuesta es sí. Saldré contigo.

-¿De verdad?- Insistió.

-¿Pero es que acaso no entiendes el significado de la

palabra “sí”?- Chillé enfurecida.- ¿O es que quieres oírme

repetir lo mismo hasta la saciedad?- Añadí.

En ese momento, algo me sobresaltó y un millar de

emociones invadieron mi cuerpo, al mismo tiempo que mi

agudizado sentido del olfato captó el irresistible aroma de la

sangre de Erik. No estábamos solos y, no solo eso, sino que

Erik andaba muy, muy cerca de allí y, el olor de su sangre…

Los gemidos de una mujer perforaron mis tímpanos y mi

corazón se hizo añicos de nuevo, tan solo con imaginar la

posible escena que estuviera aconteciendo.

Mi cabeza me decía que no fuera a investigarlo, que daba

igual, pero mi cuerpo ya se había puesto en marcha y

rastreaba el inconfundible aroma de la deliciosa sangre que

había sido mi perdición. Y no tuve que caminar demasiado.

Kevin estaba a mi lado, agarrándome de la mano, pero yo no

estaba pensando en él, sino que estaba absorta con lo que

mis ojos estaban captando. Erik. Erik se hallaba en aquel

pasillo, guarecido en la oscuridad, sentado en el suelo y

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bebiendo la sangre de otra mujer. Mierda. La rabia y los

celos aumentaron en mi interior, pero no me moví ni un

ápice. Continué contemplando la escena hasta que, como

una descarga eléctrica, supe que Erik me estaba mirando. Él

sabía que yo estaba allí, observándole, pero él continuaba

bebiendo y provocando que la mujer emitiera unos gritos de

placer que hubiera preferido no escuchar.

Ya no podía soportarlo más. El dolor resultaba insoportable.

Enjuagué las lágrimas y tiré de Kevin para alejarme de allí

cuanto antes, aunque aquella imagen… definitivamente no

se me iba a borrar de la cabeza. Me perseguiría hasta

hacerme enloquecer de celos, unos celos que hubiera

preferido no llegar a sentir nunca.

Arrastré a Kevin hacia otro de los tantos pasillos del

laberinto. Puede que estuviera loca y que tal vez, lo que iba a

hacer a continuación, me iba a pesar demasiado, pero ya no

podía resistir más. La visión y el olor de la sangre de Erik me

habían provocado un intenso dolor en la mandíbula y podía

notar con la lengua el afilado extremo de mis colmillos, así

como una sed insoportable, que precisaba ser calmada

cuanto antes. Empujé a Kevin contra la pared y pegué mi

cuerpo al suyo.

-¿Qué estás haciendo?

Kevin estaba confundido, pero yo no tenía tiempo para

andarme con formalismos. Acerqué mi boca a su cuello y

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hundí mis colmillos en la piel. El grito de Kevin se hizo eco

del mío en tanto que su sangre comenzó a entrar en mi boca.

No era como la de Erik, lo sabía, pero calmaba mi sed y eso

era lo importante.

Y cuando una inexplicable descarga recorrió por mi cuerpo,

supe que no estábamos solos.

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24. La Academia Yokai

¡Mierda, no!, Erik me estaba mirando, ¡oh, dios mío, no me

mires! Pero sabía que era él quien nos estaba observando.

Era él quien caminaba hacia mí y era a él a quien no quería

ver.

-Veo que ya puedes alimentarte por ti misma.

Dejé de beber y me separé de Kevin, quien perdió el

equilibrio y cayó al suelo de bruces. Había tomado

demasiado de él y ahora estaba débil, pero lo que ahora me

importaba más que nada eran las palabras de Erik. Hasta

que había hecho aquel comentario, ni me había dado cuenta.

¡Me había alimentado voluntariamente! Y, no solo eso, sino

que me había alimentado de Kevin, en lugar de Erik. Dios,

¡había traicionado a mi Erik! No, ¡él lo había hecho primero!

Yo le había pillado alimentándose de otra hacía tan solo

unos pocos minutos, por lo que no tenía nada que

recriminarme. Me di la vuelta y le encaré.

-Y yo veo que tú no has perdido el tiempo.- Solté,

recogiendo pausadamente una gota de sangre que se había

quedado atrapada en mi labio inferior.

-Tenía hambre.- Respondió y volvió a darme esa sonrisa

que, deduje, era falsa.

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-Yo podría decir lo mismo.- Le rebatí.- Y, que sepas que en

el comedor hay “suplementos” para nosotros.- Añadí.

-Sí, y es lo mismo para ti, por si no lo recuerdas.

-¡Ya está bien!- Grité.- Dime ya lo que quieres y acabemos

con esta absurda conversación de una buena vez.

-Suenas como si estuvieras celosa.

-Sí, y tus cambios de personalidad me dan jaqueca.

-¿Eso quiere decir que estás celosa?- Insistió.

-No tendría por qué estarlo, si ya no hay nada entre

nosotros…- ¡Maldita sea!, hablar sin pensar antes las cosas

dolía demasiado.

-Aparte de estar casados, quieres decir.

-Sí, aparte de eso, pero como no me acuerdo de nada…

-¡Deja ya de poner eso como escusa!- Chilló.

-Y tú explícame por qué no me dijiste quien eras el primer

día que me viste aquí.- Esa era una cuestión que ya no se

iba a hacer esperar por más tiempo.- Dime por qué te hiciste

pasar por alguien que no eras.

-¿Me hubieras creído si te hubiera dicho de buenas a

primeras que eras un vampiro, que tu madre no era tu madre

y que tú y yo estábamos casados desde hacía siglos?

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Me quedé pensándolo un buen rato y, por fin, hallé la

respuesta.

-Pues no.- Respondí.- Probablemente no lo hubiera hecho,

pero al menos merecía saberlo, ¿no crees?

-Lo supiste a su debido momento.- Respondió tajante.-

Despacio, poco a poco te lo fuimos contando todo. Yo no

estaba dispuesto a perderte de nuevo por contarte las cosas

antes de tiempo. Bastante mal lo pasé esperándote aquí dos

años.

-Mencionaste algo al principio.- Recordé.- ¿A qué te

referías cuando dijiste que “fue lo acordado”?

-Simplemente a que tu tía debería haberte traído aquí con

catorce años humanos y no con dieciséis pero, en lugar de

eso, rompió la promesa, intentó destruir el libro y murió.

Puedo entender sus razones, ya que te quería demasiado,

aun después de haber perdido la memoria durante la guerra,

pero su actitud no nos ocasionó más que sufrimiento y más

problemas. Por suerte, el que conociste como tu tío, te trajo

de regreso, aunque lo hubiera hecho de todos modos.

-Entonces por eso me odiaba.- Susurré más para mí que

para él.

-Bueno, él odia a todos los vampiros,- Respondió.- ya que

cuando era pequeño tuvo una experiencia bastante

desagradable en la que casi muere.

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-Entonces no veo porqué iba a ocuparse de mí, si tanto

odio me tenía.

-En primer lugar porque se lo ordenamos y, en segundo,

porque se había enamorado de tu tía.

-Vale, está bien, tema zanjado…

-Aún tenemos otro asunto del que hablar.- No, ¿en serio

me iba a reprochar el haber bebido la sangre de Kevin?- El

libro, hace tiempo que no mencionas nada de él.

-Hace bastante tiempo que no lo abro.- Confesé.- Y

tampoco es que me entusiasme la idea de poder hacerlo.

-Pero algo habrás averiguado.- Insistió.

-¿Y por qué me lo preguntas a mi?, ¿no eres tú el que lo

sabe todo, el que conserva todos los recuerdos de la guerra?

-Nada en lo referente al libro.- Chilló.

-Riku murió y el libro apareció, eso es todo lo que sé, y tan

solo por una visión que tuve, que, si no, ni eso.- La sola

mención de nuestro hermano, nos provocó la misma

sensación de desasosiego. Todavía no lo habíamos

superado del todo.

-¿Una visión?- Asentí. Su tono de voz se había relajado,

pero su cuerpo aún seguía tenso, lo que indicaba que no

habíamos terminado de discutir.- ¿Y qué sentido tenía?

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-Eran fragmentos de recuerdos nada más. No le des

importancia.

-Recuerdo que me contaste algo parecido. ¿Aún sigues

sosteniendo la idea de que el alma de Riku se encuentre

dentro del libro?

-Así es, pero no me preguntes porqué.

¿En serio le había contado a Erik lo de la visión, o me lo

estaba imaginando todo? Era incapaz de recordar si lo había

hecho, o no, pero no importaba, el caso es que lo sabía.

-Bueno, basta ya de hablar.- No era posible. ¿Iba a acabar

nuestra conversación así como así, aun siendo la primera

vez que habíamos mantenido una tan larga?- Recoge el

despojo que tienes a los pies y vamos.- Miré al suelo, donde

había caído Kevin. Me agaché y lo recogí del suelo. Estaba

más o menos consciente, pero se mantenía en pie a duras

penas. En verdad me había pasado un poco bebiendo de él.

-¿A dónde vamos?

-El director quiere hablar con nosotros.

Me mordí la lengua por la infinidad de preguntas y reproches

que aún se agolpaban en mi cabeza y me concentré en

ayudar a Kevin a subir las escaleras hacia el despacho del

director. Cuando llegamos al pasillo, Edyleen salió a nuestro

encuentro, dándonos a cada uno uno de esos achuchones

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que yo tanto había echado de menos. Se me iluminó el

semblante. Mi mejor amiga había vuelto a ser la misma de

siempre.

El director estaba sentado en su silla de siempre, revisando

unos documentos y ni siquiera apartó la mirada de ellos

cuando entramos. En su lugar, hizo un gesto con la mano y

los cuatro respondimos acercándonos al escritorio muy

despacio.

-Ya sabéis que el lunes os dan las notas, ¿cierto?-

Empezó, a lo cual nosotros asentimos.- Bien,- Dejó reposar

los folios sobre la mesa y nos miró muy sonriente.- en ese

caso no veo razón alguna para posponerlo más: se os ha

convocado a los cuatro como estudiantes de la Academia

Yokai. Es una isla de entrenamiento para los vampiros que

luchan contra los Morks y que pertenecen a alguna

organización dedicada a eso. Os podéis negar, claro está,

pero en ese caso no podréis seguir formando parte de la

Cruz Roja.

-¿Y qué tienen que ver las notas en todo esto?- Pregunté

tratando de asimilarlo todo.

-Tienen que ver, ya que si no aprobabais el curso, no os

iba a permitir ingresar en esa Academia en particular.

-¿Y qué tiene de especial?- Insistí.

-Allí está tu madre. Es la directora.

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25. La desertora

Me quedé pasmada. ¿De verdad el director había dicho que

mi madre era la directora de aquella Academia? Había

pasado dos años sin saber absolutamente nada de ella y,

ahora, ¿qué podía hacer?, si iba, la podría ver de nuevo

pero, ¿podría ir allí sin más, sin preocuparme de que ella

fuera la directora? Y, lo más importante, ¿podría continuar

siendo parte de la Cruz Roja? Y, una cosa más, ¿realmente

quería seguir siendo parte de la Cruz Roja, a la cual me

habían obligado a entrar? ¿Desaprovecharía la oportunidad

de volver a vivir una vida normal?

-¿Violet?

Miré al director a los ojos y, por su expresión supe que la

única que faltaba por responder era yo pero, ¿cómo iba a

responder?, ¿qué debía responder?

-Lo siento.- Fue lo único que se me vino a la cabeza y ni

tan siquiera yo sabía lo que significaba.

-¿Eso significa que aceptas?

-No… no lo sé.- Lloriqueé.

-Sabes que puedes negarte.- Insistió el director.

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-Ya, lo sé pero, en el supuesto, ¿qué supondría?

-Pues realmente nada en especial, sólo que tendrás una

vida pacífica, con el único coste de estar lejos de tus amigos

por tres años.

Mierda, yo sabía lo que el director quería que le respondiera,

por esa razón me lo estaba poniendo todo tan negro, pero

yo, realmente, no quería. Estaba cansada de matar y sobre

todo a esos seres tan monstruosos que eran los Morks pero,

por encima de todo, quería volver a la tranquilidad que

suponía ser una chica normal de dieciocho años. Por otra

parte, no podía dejar a mis amigos, en especial a Edyleen,

por tres años seguidos.

Sin duda, la decisión que tenía entre manos se llevaba la

palma.

-Yo…- Respiré hondo.- Yo… No puedo, lo siento.

Y punto y final. Regresaría a una vida de paz, sin

complicaciones y sin amigos ni familia. Sin duda una de las

decisiones más duras que había tenido que tomar.

-¿Estás segura de eso?- Me insistió el director casi al

borde de desesperarse por completo.

-Sé que puede que no sea la decisión correcta, pero yo no

soy la misma Violet que conocisteis hace ya tantos años y la

nueva Violet no entiende el sentido de lo que se le está

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pidiendo. Yo tan solo quiero vivir tranquila, sin tener que

estar luchando por mi vida cada día. Quiero poder relajarme.

No quiero tener miedo nunca más. Solo quiero ser normal,

como cualquiera.- Argumenté con la esperanza de que me

comprendieran.

-Tú no eres como los demás.- Intervino Erik y la rabia en su

voz me hizo perder la concentración.- Tú sigues siendo tú y

deja ya de poner como escusa el que no puedas recordar

nada.- Añadió.

-No, Erik, estás muy equivocado. Yo solo vine aquí porque

mi tío me trajo y, si hubiera sabido lo que me esperaba, me

habría negado. Yo no quería esto desde un principio.

-En ese punto no tienes elección.- Ahora era Kevin quien

trataba de convencerme.- Tú naciste vampiro, Violet, y por

mucho que intentes parecerte a los humanos, jamás serás

uno de ellos.- Y para rematar, me mostró la marca que mis

dientes habían dejado en su cuello, como una prueba de que

lo que estaba diciendo era cierto.

-Violet…

-Tú no, Edy. Todos menos tú. ¿Por qué me hacéis esto?

-Es el único camino y no quiero separarme de ti, no

quiero.- Los brazos de Edyleen me estrecharon con mucha

más fuerza de la que era capaz de soportar.

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-¿Es que ninguno de vosotros es capaz de entenderme?-

Susurré ahogando las lágrimas.- No quiero tener que tomar

este camino.- Añadí.

-Muy bien,- El director se puso en pie y se detuvo frente a

mí.- si esa es tu decisión, no te puedo obligar. Los demás

partiréis al ocaso del domingo. Una hora antes me esperaréis

en la entrada para poder llegar al puerto con tiempo

suficiente. El barco sale a las nueve y media en punto, no lo

olvidéis…

Los ojos del director no se habían apartado de mí ni un solo

momento mientras daba las instrucciones del viaje, lo que

me dio a entender que todavía no había perdido las

esperanzas en que cambiase de opinión, pero yo ya había

tomado la decisión y, por mucho que me dijeran, no iba a

cambiar de parecer.

-Iré a hacer la maleta.- Dije desembarazándome de los

brazos de Edyleen.

-No tienes por qué irte.- El director colocó sus manos sobre

mis hombros. Definitivamente, él no había perdido las

esperanzas, pero yo ya me había cansado de todo.- Esta

sigue siendo tu casa…

-No.- Salté de pronto.- No lo es y no puedo pretender que

lo sea, por mucho que quiera.

-¿Y a dónde vas a ir, si se puede saber?

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206

-Regresaré a casa… supongo…

-No puedes volver allí.- Me cortó.- La que fue tu casa ya no

está allí. Fue demolida hace ya un tiempo.

-En ese caso…

-Esta es tu casa.- Repitió el director de forma autoritaria.-

Y, ahora, id a prepararos para el viaje. Luego tendréis que

despediros.

No me gustaban las despedidas, sobre todo si eran de esa

magnitud. Los tres años que pasaría lejos de mis amigos se

me harían eternos, pero eso me daría la oportunidad de

olvidar a Erik de una vez por todas. Erik, mi Erik, no quería

separarme de él, pero tampoco quería seguir luchando.

Estaba visto que jamás podría tener las dos cosas al tiempo.

O luchaba y estaba a su lado, o llevaba una vida tranquila sin

él a mi lado. No había término medio.

Sabía a ciencia cierta que mi decisión les había herido

demasiado, como también sabía que tratarían de

convencerme hasta el último segundo posible, pero yo no iba

a ceder. No lo haría por más que me doliera en el alma

separarme de ellos. Todo se había terminado para mí y,

algún día, llegarían a entenderlo, o les perdería para

siempre.

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207

26. Un doloroso adiós

Aquella noche no pude dormir bien. Sentía que, si cerraba

los ojos, aunque solo fuese por unos segundos, mis amigos

se marcharían sin despedirse de mí. Y ya estaba casi

amaneciendo cuando no pude soportar más la angustia. Me

levanté despacio de la cama y me acerqué muy sigilosa

hacia la cama en la que Erik dormía plácidamente. ¡Dios!, no

podía separarme de él y la visión de su torso descubierto no

me ayudaba en absoluto.

Me arrodillé frente a la cama y me alargué para conseguir

que mis labios rozasen con los suyos. Lo que menos me

esperaba era que él abriese de repente los ojos y me

agarrase del cuello para estrechar la distancia entre nuestros

labios.

Aquel beso me hizo sentirme mucho más que bien pero, al

mismo tiempo, me provocó la debida tristeza por la inminente

despedida. Y, cuando nuestros labios se separaron, supe lo

que tenía que hacer, lo que quería hacer. Si iba a perderle,

mejor hacerlo habiéndole tenido plenamente para mí, aunque

eso conllevase traicionar a Kevin. Me puse en pie y tiré de él.

No dijo nada en todo el camino hacia los establos, el lugar

que había elegido por ser el más alejado y el menos

concurrido a esas horas de la mañana. La luz del sol hacía

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208

daño a nuestros ojos, pero ya estábamos más que

acostumbrados a ello y ya apenas lo notábamos. Cuando

llegamos a la puerta, Erik me retuvo. Creí que iba a hablar, a

tratar de convencerme pero, en lugar de ello, me tomó en

brazos y, sin pronunciar ni una sola palabra, abrió la puerta

con el pie y entramos en el recinto. El contraste de

temperatura del interior me provocó un escalofrío, pero pasó

pronto, dando lugar a un millar de hermosas emociones. No

sabía a ciencia cierta si me pertenecían a mí, o a él. El caso

es que mientras me llevaba en brazos hacia el departamento

de mi yegua, mi cuerpo y mi alma no dejaban de

estremecerse de placer y, cuando me tumbó sobre el heno y

se colocó sobre mí, el placer se incrementó.

Estuvimos así un buen rato, mirándonos el uno al otro,

estudiándonos con la mirada, hasta que, por fin, Erik redujo

la distancia entre nuestros cuerpos y comenzó a acariciarme

los muslos desnudos. Sus labios se colocaron sobre mi

cuello. No me mordió, ni nada por el estilo, y tampoco es que

lo estuviera esperando. Ahora tan solo se sentía como si él y

yo fuésemos unos simples humanos y… me daba miedo.

Esta era la primera vez que él y yo estábamos así de juntos y

que yo era consciente de lo que estaba haciendo. Puede que

en el pasado hubiéramos tenido momentos así pero, para mí,

éste era especial. Ahora, mientras Erik me quitaba el

camisón y acariciaba mis pechos, podía sentir cuanto me

quería todavía. Veía que, aquella vez, me había mentido. Él

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209

me quería, aunque me hubiera dejado marchar con otro, algo

que aún no me explicaba.

Sus labios recorrían mi cuerpo entero, haciéndome morir de

placer y ya estaba al borde de la locura, cuando decidí que

ya era momento de tomar cartas en el asunto. Le empujé

hacia un lado, con lo que pude colocarme sobre él. Aún tenía

el pantalón puesto, cosa que solucionaría en breve, pero

podía sentir su acelerado pulso entre mis piernas. Tenía sus

manos sobre mis caderas, y estaba tenso, como si se

estuviera conteniendo. Su mirada era penetrante, cargada de

pasión, una mirada que yo ya había visto antes, en un

recuerdo fugaz imposible de olvidar.

Coloqué mis manos sobre su pecho. Su corazón latía fuerte,

desbocado y su respiración se aceleraba a cada roce, a cada

caricia de mis manos.

El cuerpo de Erik se incorporó de pronto y rodeó mi espalda

con sus brazos. Vale, no tenía experiencia, o lo había

olvidado todo, pero el caso es que Erik había tomado la

iniciativa de nuevo. Sus besos se convirtieron en un manjar y

sus caricias me transportaron al mismo cielo. Y, cuando le

sentí dentro de mí, el placer se desbordó…

No quería que esto terminase, quería sentirme siempre así,

con él, pero, lamentablemente, todo lo bueno tenía que

acabar en algún momento y este había sido el mío.

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210

Salimos del establo en silencio. Aún me sentía dolorida por la

intensidad de nuestro amor, tanto que el solo caminar me

hacía daño. Erik caminaba a mi lado y, por alguna razón, se

encontraba ausente. Tal vez se estuviera arrepintiendo de lo

que habíamos hecho y puede que yo, al final, acabase

haciendo lo mismo, pero no ahora. Estaba feliz, feliz de

poder haber estado con él plenamente consciente, aunque

solo hubiera sido por una vez y no me arrepentía de haberle

querido tanto. Por desgracia, esto no se iba a repetir nunca

más. Él estaría lejos de mí por tres largos años y yo me

quedaría aquí, soportando su ausencia. También me dolía

separarme de Edyleen y Kevin, de éste solo un poco, pero lo

de Erik era muy diferente. Los sentimientos que albergaba

hacia él eran completamente diferentes a los que sentía por

los demás.

Era consciente de que yo había elegido separarme de él

pero, aún así, eso no dejaba de dolerme. Y ahora,

caminando junto a él, en silencio, hacia la recta final, me di

cuenta que jamás sería capaz de olvidarle, ni aun saliendo

con Kevin.

Por lo general, las despedidas no suelen durar tanto, pero

aquella me pareció eterna. Edyleen estaba llorando y, por

consiguiente, yo también me había puesto a llorar. Nos

abrazamos como si no nos fuéramos a volver a ver nunca y,

cuando le llegó el turno a Erik, me llevé un chasco. Fue el

abrazo más seco que recibí en la vida, a pesar de haber

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211

estado tan cariñoso por la mañana. Mis ojos no aguantaron

más. Soltaron todo el dolor y la angustia que tenía dentro.

Hubiera preferido no tener que pasar por aquello y menos

cuando Kevin se acercó a mí y, en lugar de despedirse con

un abrazo, me dejó sin respiración con un apasionado beso.

Maldita sea, había olvidado por completo que él era mi

“novio”, pero lo que más me dolió fue la reacción de Erik,

quien me dio la espalda y entró en el coche del director,

rehuyendo suplicante mi mirada.

-¿Seguro que no quieres venir?

El director me miraba expectante. Aún no había perdido las

esperanzas de que yo aceptase, pero yo ya no podía dar

marcha atrás, no después de haber sentido el rechazo de

Erik, no después de haberme despedido de él.

-Estaré bien.- Pronuncié tratando de enjugarme las

lágrimas, sin éxito.

-Bien, en ese caso nos vemos a mi regreso.- Asentí.

Y mientras veía alejarse el coche, mi vida se fue con él. Al

final, caí de bruces sobre la tierra, sin poder parar de llorar,

maldiciéndome a mí misma por haber tenido que tomar

aquella decisión. Y el tiempo cayó sobre mí.

Cuando recobré la compostura, me puse en pie y corrí como

un rayo hacia los establos. No podía alejarme de ellos, no

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212

podía y, si todo salía bien, no lo haría. Tenía que llegar hasta

el puerto, tenía que tomar por todos los medios aquel barco.

Ya no me importaba si tenía que luchar, con tal de

permanecer junto a las personas que quería. Tenía que

llegar a tiempo. Tenía que hacerlo, o me arrepentiría toda la

vida.

Saqué a Luna a toda prisa del establo y me monté sobre ella

a horcajadas. No tenía tiempo de ensillarla. No sabía el

tiempo que tenía para llegar a tiempo, y no debía

desperdiciar ningún minuto. Acaricié sus crines con suavidad

y le susurré un ruego al oído, sabiendo que ella podía

entenderme. Y así lo hizo. Salió al galope del internado y se

encaminó hacia el puerto. Pero, ¿llegaría a tiempo de tomar

aquel barco?

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27. De vuelta al redil

¡Solo un poco más!, ¡un poco más!

Solo un poco más y llegaría junto a Erik. Podía ver el muelle

a lo lejos, tan solo faltaban unos metros y el barco aún no

había zarpado, mis extraordinarios ojos lo habían captado,

pero Luna estaba decelerando el paso a cada momento. Si

esto continuaba así, no llegaría a tiempo. Si no me daba

prisa, el barco partiría sin mí, pero las calles eran demasiado

estrechas para que Luna cabalgase con libertad y, eso, si no

nos topábamos con alguien por el camino que, entonces, la

cosa se hacía más difícil.

El sonido de la sirena hizo que se me encogiera el corazón.

¡No, no! ¡Iba a llegar tarde! En ese momento, Luna se detuvo

en seco, tirándome al suelo. Me puse en pie como pude y

traté de montar de nuevo, pero la yegua me empujó. Ella

quería que siguiera adelante, quería que cogiera el barco

como fuera. Le di un fugaz abrazo de agradecimiento por

haberme traído tan lejos y eché a correr hacia el muelle.

El barco ya se estaba moviendo y estaba ya a tres metros de

distancia cuando conseguí pisar las tablillas del muelle. ¡No!

Lo había perdido después de todo. Me arrodillé sobre la

madera y comencé a darle puñetazos de rabia.

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214

-Todavía puedes cogerlo- Al levantar la vista, pude

distinguir la figura del director, quien me ofrecía la mano para

ponerme de nuevo en pie. No podía ser. Yo sabía que él no

se había rendido pero, ¿cómo sabía que yo cambiaría de

parecer?- Venga, date prisa.- Me instó.

-¡Pero ya es demasiado tarde!- Me quejé.

-No, no lo es. Tú puedes conseguirlo y lo sabes.- Tomó mi

muñeca entre sus manos e insertó en ella una pulsera. Tenía

mi nombre grabado y tenía un brillo aparente al de la plata,

con ráfagas amarillas, como el oro, y pesaba. No mucho,

pero pesaba.- Ahora corre.

El director me empujó a través del muelle. El barco ya estaba

muy lejos, ¿cómo iba a ser capaz de cogerlo? La única

solución posible era…

Me zambullí en el agua. Estaba en calma y seriamente

helada, pero ahora lo importante era nadar. Tenía que

moverme, avanzar, pero estaba congelada. Mis músculos no

me respondían.

-Por favor, necesito coger ese barco, lo necesito de

verdad.- Susurré.- ¡Necesito una ola!

Repentinamente, el mar, que había estado calmado hasta

hacía tan solo unos pocos segundos, empezó a mover mi

cuerpo, haciéndolo avanzar hacia el barco. Había pedido una

ola y había conseguido que el agua se moviera. Resultaba

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215

del todo inexplicable pero, si conseguía llegar, nada más

importaba. Necesitaba concentrarme.

-Agua, muévete, crea una gran ola para que yo pueda

llegar a mi destino.- Pensé.

El mar se embraveció en cuestión de segundos,

arrastrándome y elevándome hacia el cielo, hasta que quedé

suspendida sobre el barco. Suspiré aliviada. Había

conseguido llegar. El único problema era que no tenía ni idea

de cómo bajar de la ola.

-Bájame.- Le susurré a la ola. Debía de estar loca para

hablar con ella.

La ola rompió sobre el barco, provocando un brutal

estruendo y yo, al final, quedé estampada contra el mástil por

acción de la presión. Mientras el agua resbalaba de nuevo al

mar, traté en vano de ponerme en pie. El golpe recibido me

había dejado demasiado aturdida y, por mucho que lo

intentara, mi cuerpo no se movería. Cerré los ojos y me

despreocupé de todo.

Estaba tan cansada que no me di cuenta de que me habían

rodeado. Tres robustos hombres me miraban confusos a un

metro escaso de distancia de mí. Estaban empapados de la

cabeza a los pies y me miraban con cara de pocos amigos.

Un cuarto hombre, de mayor edad, estaba sentado en una

tabla que hacía las veces de banco y leía un libro. También

estaba empapado, pero no parecía molesto, como los tres

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216

que tenía delante. Y eran éstos los que me daban miedo. Me

forcé a intentar ponerme en pie y, por un instante, creí

haberlo conseguido, pero mis piernas empezaron a flaquear.

Y ya estaba a punto de caer de nuevo cuando una fuerte

mano me agarró del brazo y me irguió contra el mástil.

-¿Quién eres?- Se trataba de una mujer y no un hombre la

que me hablaba y no solo eso, sino que era quien me había

ayudado segundos antes a levantarme.- Tienes que

identificarte si quieres seguir aquí.

Levanté una mano para retirarme el cabello mojado de la

cara y no me di cuenta que era la que llevaba la pulsera,

hasta que la mujer la agarró de improviso.

-¿Violet?- Asentí sin sorprenderme demasiado, ya que

sabía que la pulsera tenía grabado mi nombre.- Ya no te

esperábamos.

-Yo… cambié de opinión en el último segundo.- Confesé-

Lo siento.

-No tienes por qué disculparte.- Me sonrió.- Aquí nos

encantan las sorpresas. ¿Y cómo lo has hecho?

-Bueno… yo…

Se me estaba nublando la vista y me estaba mareando. El

dichoso sol ya estaba empezando a hacer estragos y, si a

eso le sumábamos el cansancio acumulado, estaba casi al

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217

borde del colapso. Mi cuerpo se tambaleó, incapaz de

guardar la posición, pero unos brazos me sostuvieron,

evitándome una nueva caída. Tenía la respiración acelerada

y el pulso me iba a mil por hora. Además, la sequedad en la

garganta ya empezaba a resultar insoportable.

-Llevémosla dentro.- Susurró la mujer.

Pero ahora no era yo la que caminaba, sino que me llevaban

en brazos hacia el interior del barco. Mis pies volvieron a

tocar el suelo en tanto que la mujer llamó a la puerta de uno

de los camarotes. La figura de un chico apareció tras unos

horribles chirridos, provocados por la puerta al abrirse. No

sabía de quien se trataba, pero sabía que él me conocía por

la forma en que me miraba. La mujer me obligó a caminar

hacia el interior.

-Queda a vuestro cuidado, ¿vale?- Susurró la mujer.-

Llegaremos a nuestro destino en unas seis horas. Procurad

que descanse hasta entonces, pero que coma algo primero.

Volví a escuchar los chirridos de la puerta, esta vez al

cerrarse. No veía con claridad, pero sabía que allí dentro

había unas tres personas, aparte de mí. ¡Oh, dios!, estaba

tan cansada que ni era capaz de pensar y casi estuve a

punto de caerme de nuevo si no hubiese sido porque los

fuertes brazos del chico me recogieron. El aroma de su

cuerpo realmente se me antojaba familiar, demasiado

familiar, pero fue otro olor el que me golpeó mucho más

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fuerte. Si no recordaba mal, aquel olor era el de la sangre y,

estaba muy cerca de mí, casi podía saborearlo, pero no, no

podía. El chico giró mi cuerpo, hasta que quedé dándole la

espalda. Uno de sus brazos rodeó con fuerza mi cintura y, el

otro…

Sentí una gota caer sobre mis labios y no pude evitar la

convulsión que me produjo. Sentí su muñeca muy cerca e

mis labios dejando caer gota a gota el delicioso líquido.

Enloquecí. Tomé su muñeca entre las manos y le hinqué los

dientes. Su sangre era dulce, cargada de poder y… no, por

dios, no podía ser posible. Recordaría el sabor de aquella

sangre en cualquier lado. Dejé de beber, asustada. Si estaba

en lo cierto, era Erik quien me sostenía y, los otros dos,

debían ser Edyleen y Kevin. No podía ser que hubiese sido

capaz de regresar con ellos. No me lo podía creer.

-Bienvenida de nuevo.- Habló por fin. Sí que te haces de

rogar, sí.- Se burló con suavidad.

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28. La isla

La voz de Kevin me impactó. Hubiera jurado que había sido

Erik quien había dicho esas palabras, pero no, me lo había

imaginado. De todos modos, Erik aún me sostenía y parecía

no querer dejarme ir, aunque, probablemente eso tan solo

fuese un dulce deseo que albergaba.

Los escasos tragos de sangre que había tomado, me habían

aclarado la vista un poco. Aún estaba débil y muy cansada,

pero lo suficientemente fuerte como para mantenerme

erguida. Kevin y Edyleen me observaban sonrientes,

sentados sobre una cama. Había vuelto, ya estaba con ellos,

pero una pregunta no dejaba de pasarme por la cabeza, ¿por

qué había sido Erik quien me había ofrecido su sangre, en

lugar de Kevin?

-¿Por qué has hecho algo tan estúpido?- Me recriminó Erik.

Sus palabras me dolieron tanto como si fuese atravesada por

una flecha.

-Cambié de opinión.- Susurré.- ¿Y por qué narices me has

ofrecido tu sangre?- Solté medio gritando.- ¿No se supone

que eso debería haberlo hecho Kevin?

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-Tu novio se acobardó.- Dijo, remarcando la palabra

“novio”.- En cuanto te vio aparecer tan demacrada y supo lo

que tenía que hacer, me pidió que lo hiciera por él.

-¿Por qué?- Pregunté confusa.

-Puesto que él no está acostumbrado a las sensaciones

que provocas, y yo sí.- Dijo y juraría que se estaba riendo.-

Bueno, da igual. Era un caso de fuerza mayor, nada más.-

¿Nada más?, ¿será imbécil? Le pegué un codazo para que

me soltara y él lo hizo sin rechistar.- Bueno, la próxima vez

no estaré allí para ayudarte, así que ten cuidado con lo que

haces.

-Gracias por la advertencia, pero sé cuidarme yo solita.

Erik me dio la espalda y volvió a su asiento en la cama, al

lado de Edy. Ya me estaba empezando a acostumbrar a su

frialdad, a que se alejase de mí, pero no por ello dolía

menos.

Al mismo tiempo, Kevin se levantó y, caballerosamente, me

guió hacia un lugar en la cama. La estancia estaba tan solo

iluminada con una lamparilla de gas, por lo que era posible

que mis ojos me estuvieran engañando. Podía ver un brillo

inusual en los ojos de Erik, pero no parecía estar contento,

sino más bien todo lo contrario, además, sobre sus piernas

sostenía algo que yo recordaba muy bien y que había

considerado hasta aquel momento el mayor de mis

problemas.

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-¿Qué demonios estás haciendo con esa cosa aquí?- Le

grité.

Él pareció reaccionar, porque sus ojos, antes ausentes, se

habían clavado en los míos y el inusual brillo había

desaparecido.

-¿Te refieres a esto?- Dijo señalando la caja de plomo que

contenía el maldito libro demoníaco.

-¿A qué si no?- Grité.- ¿Por qué lo has traído?

-Pues porque estaba en tu lado de la habitación. No

pretenderías que lo dejara allí, ¿no?

-¿De qué estáis hablando?- La voz de Edy sonaba

alarmada, pero no tenía tiempo de explicarle nada. Estaba

demasiado concentrada discutiendo con Erik.

-¿Me estás diciendo entonces que habéis traído todas mis

cosas?- Insistí. Erik señaló hacia una de las esquinas del

camarote. No se distinguía muy bien con la escasa luz, pero

aquella esquina estaba ocupada con un montón de maletas,

aunque no fui capaz de identificar si había alguna que me

perteneciera.- Me estás tomando el pelo, ¿verdad?- Erik

negó con la cabeza.- No puede ser.- Me quejé.- Es imposible

que hubierais sabido que iba a cambiar de opinión.

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-Nosotros no lo sabíamos, pero el director, por lo visto, sí.-

Respondió Edy.- Fue él quien nos ordenó empacar tus cosas

también.- ¿Y cuándo había sido que lo habían hecho?

Alargué mi mano para instar a Erik a devolverme la caja,

pero no lo hizo. En su lugar, me miró de reojo y negó

levemente con la cabeza. Debía de haber alguna razón para

que no me la devolviera, pero no tenía la cabeza para

pensar. El cansancio me estaba ganando y el vaivén del

barco no ayudaba en absoluto. Tan solo servía para

aumentarme más el mareo.

-Iré a tomar un poco el aire.- Dijo Edy de pronto.- Seguro

que hace una noche magnifica. Esto… Kevin, ¿serías tan

amable de escoltarme?

Maldije la sonrisa de mi amiga cuando salió del camarote

llevando consigo a un descontento Kevin. Conociéndola muy

bien, de seguro había planeado esto de antemano. Había

sido una encerrona pura y dura.

Erik y yo estábamos solos, completamente solos, pero yo ya

me había resignado a su indiferencia, de modo que no hice

nada por acercarme a él. Me quité las zapatillas y me recosté

en la cama. Erik no se movió, ni tan siquiera me miró y

tampoco es que me importase demasiado. Ahora lo único

que necesitaba era descansar, olvidar los problemas,

relajarme, a fin de cuentas, pero, con Erik a mi lado, esa

tarea resultaba casi imposible de realizar. Cerré los ojos en

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un intento por quedarme dormida, a pesar del molesto

movimiento del barco. La poca fuerza que había recuperado

minutos antes, se había agotado y ahora me encontraba más

indefensa que nunca.

De repente, sentí una presión en el pecho que me

sobresaltó. Por un instante creí que algo había caído sobre

mí pero, cuando abrí los ojos, las facciones de Erik fue lo

primero que vi. Estaba sobre mi cuerpo, apoyado en la cama

con una sola mano y, la otra, iba camino hacia su boca.

Sus perfectos colmillos refulgieron a la luz de la lamparita y,

de nada me valió revolverme en la cama cuando se mordió

en la muñeca, intuyendo sus intenciones, porque el aroma de

su sangre me enloqueció.

Mi intento de resistirme fue en vano, en parte porque Erik

había situado su muñeca a la altura de mis labios, haciendo

caer sobre ellos pequeñas gotitas cargadas de sabor y, en

parte porque no me quedaban fuerzas para moverme.

Además, me gustaba el calor que me proporcionaba el

cuerpo de Erik sobre el mío. ¿A quién no le gustaría estar en

aquella situación con el hombre a quien amase? Sonreí para

mis adentros, al tiempo que abría la boca y sentía crecer mis

colmillos. Erik apoyó al instante la muñeca y yo, cerré mi

mandíbula sobre ella, absorbiendo el líquido hasta la

saciedad, sin preocuparme lo más mínimo de si me pasaba

bebiendo, al fin y al cabo, ésta podría ser la última vez que

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pudiera alimentarme de él con libertad y puede que la última

que lo hiciese de forma voluntaria.

Después de aquello, debí de quedarme profundamente

dormida, porque cuando desperté, el barco ya no se movía y

todos mis compañeros ya se habían puesto en marcha. Me

incorporé despacio en la cama. Me sentía más fuerte, pero

no del todo satisfecha. ¿Me habría quedado dormida antes

de tomar la suficiente sangre, o había sido Erik quien me

había detenido?

-¿Ya te has despertado?- Susurró Kevin acercándose a mí,

ayudándome a ponerme en pie.- Debías de estar muy

cansada…

-Tenemos que irnos ya.- Estupendo, Erik volvía a ser el

mismo de siempre, tan frío como un témpano. Suspiré.

Sin previo aviso, Erik lanzó un objeto contra mí. Lo tomé al

vuelo al instante, bendiciendo mis recuperados reflejos, y me

lo quedé mirando. Se trataba de mi espada.

-El director pensó que estarías mucho más cómoda

llevándola a la espalda el lugar de en la mano.- Me informó

Erik sin mirarme a los ojos, recogiendo del suelo sus últimas

pertenencias.- Por eso la vaina está sujeta con un arnés.

Miré de reojo a Erik y, sin mediar palabra alguna con él,

sujeté la espada a mi espalda y recogí mis maletas del suelo.

En verdad así estaba mucho más cómoda, pero no dejaba

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de extrañarme el hecho de que el director ya supiera que iba

a venir.

Edy abrió el camarote y los cuatro salimos al tiempo que lo

hacían otros. Creí que íbamos a ser los únicos en aquel

barco, en aquella isla pero, por lo visto, me equivoqué. Más

chicos de nuestra edad cargaban sus bártulos hacia la

cubierta del barco. No eran muchos, unos diez o así, y la

mayoría eran chicos.

Cuando salimos a cubierta, la magnitud de la isla me

impactó. Estaba iluminada por una gran luna llena y se veía

hermosa, demasiado irreal, quizás. El barco había anclado

en la playa y no habían puesto ningún tipo de escalerilla para

bajar. De acuerdo, ésta iba a ser la primera prueba que

debíamos superar.

Lancé mis cosas hacia la arena, bajo la expectante mirada

de los demás, me subí a la barandilla y salté. Frente a mí

tenía una especie de caminito rodeado de maleza por todas

partes. Una vez hubimos bajado todos, nos internamos a

tientas en aquel camino, seguidos unos metros por detrás

por los adultos que nos habían acompañado en la travesía.

Había un silencio total en la isla, ni tan siquiera se oía el

sonido de los pájaros, ni el reptar de los animales. Algo no

iba bien. Lo sabía porque tenía un nudo indescriptible en la

garganta y, cuando llegamos a un claro, me detuve en seco,

solté las maletas y desenvainé presta mi espada.

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-¿Qué ocurre, Violet?- Me preguntó Edy alarmada.

Y, cuando desvié la mirada para preguntarle algo a Erik, me

sorprendió ver que había hecho exactamente lo mismo que

yo, con la diferencia de que él sujetaba un arco y yo una

espada.

Los demás chicos nos miraban sin entender la razón y, los

pocos que fueron capaces de entenderlo, fueron los que se

unieron a nosotros. Aquel silencio resultaba irritante, casi

enloquecedor, pero debíamos estar alerta, debíamos estar

preparados para cualquier cosa.

-¡Cuidado, sobre ti!

Levanté la vista justo a tiempo para ver caer sobre mí al ser

más espantoso que había visto nunca. Me moví con agilidad,

al tiempo que me hacía un corte en mi mano libre, y le corté

la cabeza. ¿Qué demonios estaba haciendo un Mork allí?

Y, según pudieron capturar mis ojos, habíamos sido

completamente rodeados por ellos.

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29. Ataque sorpresa

La situación era peliaguda. Los pocos que se habían unido a

nosotros parecían no tener demasiada experiencia en

combate, ya que sus piernas temblaban al igual que las

armas que empuñaban. Había acabado ya con uno de los

Morks, pero aún debíamos acabar con cuatro más y nuestras

posibilidades eran mínimas. Mis amigos y yo podríamos

acabar con ellos en un abrir y cerrar de ojos, pero eso

siempre y cuando, no tuviésemos ningún tipo de intromisión,

cosa que dudaba.

Uno de los Morks comenzó a avanzar despacio hacia

nosotros, algo inusual en ellos, ya que siempre actuaban por

instinto. No me lo pensé dos veces. Avancé hacia él espada

en mano, pero alguien se interpuso en mi camino. Se trataba

de una chica bastante alta, cuyo cabello largo, ondulado y

rubio, flotaba al compás del fuerte viento que se había

levantado. También llevaba una espada como arma, pero no

parecía ser una espada corriente, ya que la hoja tenía un

brillo azulado, que no tendría una espada normal y corriente.

Había algo realmente extraño en aquel Mork. No se

comportaba como lo hubiera hecho cualquier otro de su

especie, sino que parecía… más humano.

-¡Detrás de ti, Violet!

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La fuerte voz de Erik me impactó. Había bajado la guardia

por unos instantes, y eso podía fácilmente haberme costado

la vida. La chica rubia se dio la vuelta al mismo tiempo y,

ambas, esquivamos las garras de uno de los Morks.

Imperdonable. Había estado tan fascinada con el

comportamiento de uno de ellos, que había perdido por

completo la concentración en los movimientos de sus

congéneres. Eché un fugaz vistazo a mis compañeros. Ellos

también estaban teniendo problemas y, lo peor de todo, es

que nos habían dividido. Erik y yo luchábamos codo con

codo, junto con dos chicas y tres chicos más, y Kevin y

Edyleen se encontraban en la misma situación.

-¡Violet, concéntrate!- Me gritó Erik y le propinó un fuerte

puñetazo al Mork con el que estaban luchando los chicos.

Estaba flaqueando. No me movía tan ágil como siempre.-

¡Sé que estás muy cansada, pero aguanta un poco, por

favor!-añadió.

Aquel Mork me estaba dando serios problemas, pero lo que

más me preocupaba era tratar de proteger a los demás. Erik

también estaba teniendo algún que otro problema con el otro

Mork, pero lo llevaba mejor que yo. Se notaba a leguas que

era un buen líder, por el contrario, yo iba dando palos de

ciego. No tenía ni la más mínima idea de cómo guiar a las

chicas y, aquellos Morks eran demasiado listos,

demasiado… humanos.

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229

De repente, el Mork saltó por encima de mi cabeza y me

rasgó el pecho con las patas traseras, haciéndome caer al

suelo por el impacto. ¡Maldita sea! Aquella situación me

superaba y estaba empezando a enfadarme de verdad.

Blandí con fuerza mi espada y salí al encuentro del fugitivo,

quien ya no iba tras de nosotras, sino tras el grupo de

adultos que nos observaban a una distancia prudente.

Llegué justo a tiempo de apartar al más mayor de los cuatro

y recibir el impacto del golpe. La mano que sujetaba la

espada había actuado sola, cortando al Mork limpiamente en

cuatro pedazos pero, sin mi sangre, el Mork se estaba

regenerando y estaba volviendo a su ser. Ayudé al hombre a

ponerse en pie y me corté nuevamente en la palma de la

mano. La pérdida de sangre ya estaba haciendo estragos en

mí y, por un momento, perdí completamente la visión.

Los gritos de mis compañeras me hicieron reaccionar de

nuevo. Si bien había dicho que ellas no tenían experiencia,

tenía razón. Estaban luchando con el Mork al que debía de

haber matado yo, pero, por mi debilidad, no lo había hecho.

La chica rubia corrió a mi encuentro tan aprisa como le fue

posible, arrastrando consigo al monstruo pero, cuando llegó

hasta mí, me desplomé.

Sentí como alguien me arrebataba la espada de entre los

dedos y luego, sin previo aviso, el aroma de la sangre me

enloqueció. Aquella sangre no era como las demás y yo diría

que no era sangre ni de vampiro ni de Mork. Abrí los ojos

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230

justo a tiempo para ver a la rubia agachada a mi lado,

ocultándome. Tenía un corte bastante profundo en el brazo y

goteaba sangre a chorro, sangre que no era de vampiro.

-¿Tú… eres…?

-Me llamo Adriana.- Dijo de corrida.- Ahora no tenemos

demasiado tiempo, así que recoge mi sangre y bébela, por

favor, más tarde te lo explicaré.

No me lo pensé dos veces. Alargué mi mano y recogí con

delicadeza la línea de sangre de su brazo. En verdad tenía

razón. No se trataba de sangre de vampiro y, por descontado

tampoco de Mork, por lo que solo podía significar una cosa.

Aquella chica… era humana. No tenía ni la más mínima idea

de qué estaba haciendo allí una simple humana pero, lo que

sí sabía con certeza es que su sangre me estaba

proporcionando las fuerzas que necesitaba. Resultaba

extraño, la verdad, porque aquella chica realmente no olía a

humana, pero su sangre me daba la razón. Ella en verdad no

era un vampiro. No tenía ni idea de cómo se las había

ingeniado para ocultárselo a todos, pero aquel no era el

momento oportuno. Antes debíamos acabar con la amenaza,

después se aclararía el resto.

Me puse en pie, llena de vitalidad, al menos durante un rato,

y arremetí contra los dos Morks al tiempo, arrebatándole a

Erik el privilegio de acabar con él. Después, aparté a Kevin, a

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231

Edy y a los demás y acabé con la vida de los dos últimos.

Nada más hacerlo, dejé caer la espada y me desmayé.

Cuando desperté, alguien me llevaba en brazos, pero no era

Erik quien me cargaba, sino Kevin.

-Bájame.- Le susurré al oído.

Él me bajó al instante, aunque tuve que apoyarme durante

un momento en él para paliar el mareo que me había

sobrevenido. El aire nocturno se había vuelto gélido y le

acompañaba un olor a quemado. Eso me recordó a la visión

que tuve unos dos años atrás. En esta ocasión no había visto

las llamas, pero sabía que la razón de aquel olor era que

habían prendido fuego a los cadáveres de los Morks que yo

había matado. Aún así, el recuerdo de aquella visión no se

me iba de la cabeza. En ella había visto morir a mi hermano

Riku y, después, había perdido inexplicablemente la

memoria.

-No pienses en ello.

La voz de Erik a mi espalda me sobresaltó. ¿Acaso me había

leído la mente? En verdad no sabía qué tipo de poderes

había desarrollado pero, de todos modos, si se hubiese dado

el caso en que había podido leer mis pensamientos, lo

encontraba extremadamente desagradable.

Cuando por fin conseguimos salir de entre la maleza, el sol

ya estaba casi a punto de verse en el horizonte. Los escasos

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232

rayos que se filtraban proporcionaban una mayor hermosura

al lugar. El agua de un pequeño estanque refulgía como

diamantes y, la enorme casa que se situaba detrás de él, no

dejaba punto de comparación. Aquella sería nuestra casa en

los próximos tres años.

Uno de los adultos nos obligó a detenernos en cuanto vio

aparecer a una mujer por el claro. Sus facciones, su porte,

aquella hermosura indescriptible, las conocía demasiado

bien. Había estado admirándola en el internado los últimos

años, en una pintura y ahora la iba a tener de nuevo frente a

mí en carne y hueso.

-Lo habéis hecho bien.- Su voz me hipnotizó, aunque tal

vez tan solo fuese el cansancio. Sus ojos se clavaron en los

míos con fuerza y dibujó una sonrisa en sus labios.- Me

alegra volver a verte, Violet.- Susurró.

-Mamá...

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233

30. Sentimientos cruzados

Reesha Valentine estaba parada frente a nosotros y llevaba

puesto el mismo vestido que yo tanto había admirado en la

pintura.

-Por el momento, entremos en casa.- Prosiguió Reesha

guiándonos hacia la enorme casa.- Tomaremos un baño y

después pasaremos lista y nos pondremos al día mientras

desayunamos, ¿de acuerdo? Luego podréis ir a descansar

un rato.

Seguimos a Reesha hacia la entrada de la casa. Las maletas

que ahora llevaba a cuestas pesaban una barbaridad, en

particular la pequeña bolsita de tela en la que Erik había

guardado la caja de plomo con el libro.

Algo me hizo detenerme y abrir aquella bolsa. No se trataba

más que de un impulso, pero estaba nerviosa y tenía miedo.

-¿Qué estás haciendo, Violet?- Erik se acercó presto hasta

el lugar en el que me había rezagado y observó sin decir

más cómo abría la caja y sacaba el endemoniado volumen.-

¿No crees que es mejor hacer eso dentro, que no aquí

afuera?- Preguntó al fin.

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234

-No sé lo que estoy haciendo.- Confesé mientras cerraba

los ojos y abría el libro por una página al azar.

-¡No puede ser!- Gritó Erik de pronto, sobresaltándome.

-¿“Transfórmame para mayor seguridad”?- Leí en aquel

idioma extraño nada más abrir los ojos. Era lo único que

había escrito en aquella página.- ¿Qué significa? Creí que el

libro era un diario.- Remarqué confusa.

-Haz lo que dice.- Me apremió Erik.- Transfórmalo y ya

veremos luego lo que significa.

-Erik, por dios, aunque quisiera hacerlo, no sé cómo y, de

todos modos, ¿por qué he de hacer caso a lo que dice?

-Violet, ésa es la letra de Riku.- “La letra de Riku”, “la letra

de Riku”, resonó en mi cabeza.

-No sé cómo hacerlo.- Susurré medio histérica.

-Mierda, Violet, es un fastidio que lo hayas olvidado todo…

De acuerdo, démonos prisa antes de que nos llamen la

atención, o nos vea alguien. Tan solo concéntrate, piensa en

lo que quieres que se transforme y grábalo en tu mente.

-¿Eso es todo?

-Sí, eso es todo, pero procura que sea algo pequeño, por si

acaso.

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235

Cerré los ojos y me concentré. Algo pequeño, me había

dicho Erik, algo pequeño como…

-Ya está, Violet, sigamos.

Abrí los ojos deprisa. De verdad lo había conseguido. Había

transformado el asqueroso libro en algo hermoso, en el

colgante que siempre había deseado: un medallón de color

azul, con forma de lágrima, sujeto por una fuerte y resistente

cadena. Me lo colgué del cuello al momento y seguí a Erik

hacia donde nos esperaban los demás, frente a la puerta de

entrada.

-¿Os encontráis los dos bien?

-Sí, lo siento.- Me disculpé entrando en la casa junto con

los demás. Reesha se veía muy preocupada, casi como una

madre.- Me… me pesaba la maleta.

Nos encontrábamos en un gran hall, sostenido por hermosas

columnas de color marfil. Las paredes estaban pintadas de

color azul claro y no había más decoración, a excepción de

algunas repisas con jarrones y floreros. El suelo era de

piedra, mármol, tal vez, en lugar de madera. La escaleras de

acceso a las plantas superiores se situaban a mano

izquierda y eran de lo más sencillas, rectas y con una

barandilla metálica como sujeción y, a mano derecha y al

fondo del hall, se vislumbraban varias puertas de aspecto

más señorial.

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236

-¿Queréis comer primero?- Preguntó Reesha más para mí

que para los demás.

-¡NO!- Grité y Erik me dio un capón a la que pasaba a mi

lado.

-Si no le importa, creo que tomaremos un baño primero…

Para relajarnos.- Añadió sonriente.

-Me parece bien.- Respondió Reesha con dulzura.- Los

baños están en la primera planta. No hemos tenido tiempo

para establecerlos bien en los que son de chicos y chicas

pero…

-No se preocupe.- Le cortó Erik con una sonrisa.- No

estamos de vacaciones, por lo que nadie debe tener

vergüenza alguna de que lo vean desnudo. Tan solo es una

prueba más.

Nadie rebatió aquel comentario, solo yo en mi fuero interno.

Maldita sea, ¿dónde estaba Kevin cuando se le necesitaba?

Lo busqué con los ojos por todo el hall, hasta que,

finalmente, di con él hablando con Edy… ¿hablando?, ¿qué

forma de hablar era aquella? Si no supiera que él estaba

enamorado de mí, diría que le estaba tirando los tejos a Edy.

No, no podía ser. Él había sido el que me había propuesto

ser su novia, lo que significaba que me quería como más que

una amiga y, había sido así desde hacía mucho, desde mi

pasado olvidado. Pero viendo cómo se miraban, cómo se

rozaban sin rozarse, mi corazón se encogía. No eran celos,

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237

no lo eran, porque yo quería a Erik pero, si ahora él también

me iba a dejar sola…

Los ojos y las manos de Kevin se alejaron de Edy en cuanto

se dio cuenta que yo le estaba mirando. Desvié la vista al

instante y clavé mis ojos de nuevo en Erik.

-¿Es cierto que Kevin está enamorado de mí?- Le susurré

a Erik sin pensar. Mierda, él no era la persona apropiada

para responder a aquello. No debí de haberlo preguntado.

-¿Por qué lo dices?- Insistió Erik sin mirarme a los ojos.

-No, no es nada, es solo que le he visto hablando con Edy

y estaban demasiado juntos.

-Ellos son amigos pero, ¿no crees que deberías

preguntarle a él?- Me cortó.

-Lo siento, creí que podrías saber algo.

-Lo que haga o deje de hacer tu novio, no tiene que

preocuparme a mí.- Soltó más seco y odioso que nunca,

enfatizando nuevamente la palabra “novio”.- Más bien

deberías preocuparte tú si piensas que te está engañando.-

Bien, volvía a ser el Erik antipático.

Me mordí la lengua para evitar responderle algo de lo que

luego me fuera a arrepentir. Odiaba aquel comportamiento

suyo, pero no podía hacer nada para que fuera de otro

modo. Él ya me había dicho claramente y sin rodeos que no

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238

me quería, de modo que por mucho que me negara a

aceptarlo, la situación no iba a cambiar. Por esa razón había

decidido salir con Kevin pero, viendo cómo éste miraba a

Edy, dudaba de que la relación durase lo suficiente como

para olvidar a Erik, lo cual era mi propósito.

-¿Qué tal tus heridas?- Hablar de “trabajo” siempre

ayudaba en estas situaciones, pero Erik me miraba como si

hubiese metido la pata por algo.- ¿Qué he dicho?- Me quejé.

-Nada, solo me alegra que te lo tomes con tanta filosofía,-

Respondió dejando entrever aquella sonrisa que a mí tanto

me gustaba.- ya que mis heridas no son tan graves como las

tuyas, por no decir que no vas a ser capaz de alimentarte por

ti misma, ya sea por bolsa o por vena directa.- Añadió.- Y no

creo que Kevin esté preparado para ayudarte.

-¡Que yo sepa no te he pedido ayuda!- Me envaré.- Si no

puedo, no puedo y ya está, pero tampoco hace falta que me

lo recuerdes a cada paso.

-Te lo recuerdo porque aún no pareces entender que eres

un vampiro y, como tal, tienes tus necesidades.

-¡Basta ya los dos!- Gritó Reesha desde la mitad de la

escalinata por la que estábamos subiendo.- Si tenéis algún

problema, arregladlo fuera, o… mejor dicho… ¿Qué tal si os

encierro a los dos en el baño por un rato?

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-¡Pero…!- Kevin se había puesto a la defensiva, menos

mal. Ya estaba empezando a pensar que no le importaba lo

más mínimo.

-¡Me da igual el tipo de relación que tengas con ella!- Le

gritó Reesha furiosa.- ¡Ellos dos deben arreglar sus

diferencias, al menos por ahora! Y, además, aquí soy yo la

que manda. ¡Erik, Violet!

Reesha abrió una de las puertas del pasillo y nos obligó a

entrar a ambos. Obedecimos los dos a regañadientes y,

cuando la puerta se cerró con llave, nos enzarzamos en una

pelea sin igual. El baño era bastante amplio, por lo que no

impidió nuestros movimientos y, al final, nuestra ropa acabó

tirada por los suelos, o sobre el lavabo, o sobre la placa de

ducha… En definitiva, había ropa nuestra por todos lados,

por no decir que habíamos abierto sin querer uno de los

grifos y estábamos empapados de la cabeza a los pies. El

agua que pisábamos se estaba volviendo de color rojo, pero

eso era caso aparte. Lo que me importaba ahora era darle

una paliza a Erik y quedarme tan ancha.

Mi último movimiento fue truncado por sus ágiles manos y

ambos acabamos tendidos sobre el agua, él encima de mí y

con sus labios bien pegaditos a los míos.

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31. La fuga

La electricidad recorría por nuestros cuerpos a medida que

se alargaba aquel inesperado beso hasta que, sin previo

aviso, Erik se levantó de un salto y se alejó de mí cuanto

pudo.

-¿Qué pasa?- Le pregunté poniéndome de pie.

-Lo siento,- Se disculpó ocultándose la cara con las

manos.- no he debido hacer eso.

-Pero lo has hecho.- Le recordé.

-Pero no he debido.- Repitió.

-Erik,- Suspiré.- ¿por qué quieres alejarte de mí?- Erik me

miró confuso.- Sé que dijiste que ya no sentías lo mismo por

mí que entonces,- Repetí sus palabras casi

atragantándome.- pero es que tu cuerpo dice todo lo

contrario.

-Lo siento, pero ahora tan solo te siento como una

hermana.- Me dejó helada y varias lágrimas se me

escaparon de los ojos, aunque conseguí hacerlas pasar

desapercibidas.- Eso no quiere decir que a veces vuelva a

ser el hombre de entonces, el que te quería con locura.

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-Pues a mí me gusta ese Erik.- Le corté y su reacción fue

la que yo esperaba, de asombro y confusión.- El Erik de

ahora… me hace daño… me da miedo…

-No era mi intención.- Susurró y, por fin, dio unos pasos

hacia mi posición.- Yo quiero que seas feliz por ti misma, no

porque te sientas obligada…

-No me siento obligada.- Le corté y, lo que iba a decir a

continuación quedó en el fondo de mi memoria a causa de su

dulce caricia.

-Él te hará feliz, ya verás.

-Sí.- Retiré su mano de mi mejilla con brusquedad.- Él me

hará feliz, ya que tú te niegas. Ahora acabemos de

limpiarnos la sangre y salgamos de aquí.- Le di la espalda

para ocultar mis lágrimas, aunque el agua que nos caía a

chorro me ayudaba bastante.

Por un momento, se quedó allí, de pie, sin decir nada, sin

hacer el más mínimo movimiento, hasta que di varios pasos

en dirección a la puerta. Entonces fue cuando me detuvo,

cogiéndome del brazo pero, justo cuando iba a decirme algo,

el metal de la puerta sonó y Reesha entró en el baño

cargada con unas toallas y una enorme caja de color blanco.

-¿Cómo lo lleváis, chicos?- Ninguno de los dos

respondimos.- Os traía unas toallas y el botiquín, pero veo

que aún no habéis terminado de limpiaros del todo.-

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Continuó.- En ese caso, os lo dejo todo sobre el armario de

afuera, el que está junto a vuestras maletas. Tomaros

vuestro tiempo para terminar y, cuando estéis listos, vestíos

con la ropa nueva y bajad al hall.

-Gracias.- Musitó Erik colocándose de nuevo bajo el chorro

de agua más cercano.- No tardaremos demasiado.

-Tranquilos. Tan solo son las seis y media y no es que

vayamos a hacer demasiado hoy.- Sonrió y, ya se iba

cuando se dirigió nuevamente a nosotros.- Por cierto, para la

próxima vez, absteneros de ducharos con la ropa interior.-

Dijo y cerró la puerta a su paso.

Suspiré. Reesha tenía razón. Tanto en la lucha como en la

pelea, habíamos estado con la ropa interior y ahora se veía

de un espantoso y tentador color rojo. No había reparado en

que habíamos estado todo el tiempo rodeados por el aroma

de nuestra sangre mezclada, por lo que mis instintos habían

permanecido dormidos pero, al darme cuenta de este hecho,

mi sed se había hecho patente.

Erik me agarró nuevamente del brazo al notar que no me

movía y me arrastró hacia el chorro de agua que él había

estado utilizando segundos antes. En otras circunstancias,

me hubiera negado a aquel contacto, pero me encontraba

demasiado exhausta y demasiado aturdida, como para

resistirme al roce de sus manos sobre las heridas de mis

hombros, los cuales no habían dejado de supurar sangre en

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243

todo el tiempo que habíamos permanecido encerrados en el

baño. Sentí la apertura del cierre del sujetador, al tiempo que

mi cuerpo se desvanecía sobre el de Erik.

-Tus heridas no se han cerrado todavía.- Me susurró al

oído sosteniendo mi cuerpo a pulso.- ¿Sabes lo que eso

significa?- Me preguntó.

Tanto él como yo sabíamos perfectamente la respuesta a

aquella pregunta. Mi cuerpo se encontraba demasiado débil

para cerrar por sí mismo las heridas, lo que significaba que

tendría que alimentarme lo antes posible, si no quería

volverme loca, o sufrir algún tipo de colapso.

-¿Esto tiene que ver con la forma en la que llegué al

barco?- Pregunté medio adormilada.

-Es posible. ¡No te duermas!- Gritó y mis ojos se abrieron

raudos.

-Sólo actué por instinto.- Susurré.

-Lo sé y ahora deberás hacer lo mismo.

Me aparté de él al instante y no sé cómo logré mantener el

equilibrio, pero lo hice. Me quité la última prenda y me situé

de nuevo bajo el agua.

-No trates de evadir la cuestión, por favor.- Me rogó Erik

desde el chorro de agua de al lado.

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-Me encuentro perfectamente.- Respondí sacudiendo la

cabeza, saliendo de debajo del agua y escurriéndome el

cabello.

-¡Júramelo!- Insistió Erik.

Por su tono de voz, parecía más que preocupado, pero él

había sido quien había puesto distancia entre los dos, de

modo que ya no tenía por qué darle explicaciones y mucho

menos cuando ya había agotado su cupo de verme desnuda

al menos por un mes entero.

-Estoy bien.- Dije sin más.

No era del todo cierto, pero no quería alimentarme

nuevamente de él. De otro modo no sería capaz de olvidarle,

es más, ni siquiera me molestaría en intentarlo.

Ascendí los tres escalones para llegar al pomo de la puerta y

la abrí. Erik estuvo conmigo al poco, completamente

desnudo y…mojado. ¡Maldita sea yo por querer tanto a esa

persona! La visión de aquel cuerpo podía conmigo, con mis

defensas, con mi fuerza de voluntad. Desvié la mirada al

instante y cogí una de las dos toallas que mi madre había

dejado sobre el mueble, junto al botiquín. El roce de la toalla

contra las heridas escocía, pero no lo dejé entrever en mi

rostro, aunque tenía la certeza de que Erik ya sabía cuánto

me estaba doliendo, porque había abierto el botiquín y ya

estaba preparado con todo lo necesario en las manos para

cubrir mis hombros. Suspiré y dejé caer la toalla a mis pies.

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De nada me valdría negarme, porque él actuaría lo quisiera,

o no.

Una vez me hubo cubierto el torso, me paso una venda del

botiquín y me señaló su brazo, donde tenía una herida,

aunque ya estaba cerrada. Rodeé su brazo bien fuerte con la

venda y, después, me concentré en abrir el armario, donde

esperaba encontrar la ropa limpia de la que había hablado mi

madre. Efectivamente la encontré allí: una camiseta y un

pantalón de licra de color blanco, así como una bata de lana

suave de color azul oscuro. La camiseta llevaba grabados

nuestros nombres en letra bien grande y la bata se anudaba

a la cintura con un lazo. También encontré unas zapatillas.

Eran de color negro y se abrochaban con velcro.

Ya vestidos, salimos del cuarto de baño y descendimos las

escaleras hacia el hall, tal y como nos había indicado

Reesha. No nos había especificado nada en lo referente a

las maletas, por lo que decidimos dejarlas en el baño.

No había nadie en el hall, ni mi madre, ni siquiera los adultos

que nos habían acompañado en el viaje. Tampoco se veía a

ninguno de nuestros compañeros a la vista. Me encaminé

hacia la puerta por la que habíamos entrado. Quería ver

cómo era aquel lugar a la luz del sol, o tal vez fuese que

quería salir de allí por un rato.

-¿A dónde vas?- Me retuvo Erik. Mierda. Conociéndole

bien, se habría dado cuenta de mis intenciones.

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-Voy a tomar el aire.- Dije y, al colocar mi mano sobre el

picaporte, me sobrevino un odioso mareo. Aguanté todo lo

que pude para que Erik no se diese cuenta pero, por su

mirada, supe que no lo había conseguido.

-¿Piensas huir de nuevo?- Soltó retirando mi mano del

picaporte.

-Si así fuera no tendría por qué importarte.- Dije con la voz

más hiriente que pude reunir.- Además, solo quiero ver cómo

se ve todo esto a la luz del sol.- Añadí.

-¿Piensas que en tu condición serías capaz de estar a la

luz del sol?- Me recordó secamente.

De un brusco manotazo, logré abrir la puerta. El sol se veía

en el horizonte, iluminando el verdor del follaje de la isla.

Había ido a parar a un lugar hermoso y relajante, al menos a

simple vista. Era lo que necesitaba, un lugar tranquilo donde

poder pensar. No podría ir muy lejos, de modo que Erik no

debía preocuparse porque me escapara. Tan solo quería un

poco de libertad para mí, estar un rato a solas, nada más.

Eché a correr lo más rápido que pude hacia la arboleda, sin

preocuparme de los gritos de Erik para que regresara. Pero

no iba a volver, aún no.

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32. El poder del espíritu

Las lágrimas recorrían por mis mejillas mientras corría lejos

para ocultarme.

Erik no me quería, ya no, y yo me negaba a aceptarlo.

Odiaba aquella sensación y odiaba también los cambios de

personalidad de Erik, que me hacían sucumbir al amor. Ya

no lo aguantaba más. Si él no se decidía pronto a olvidarme

o a quererme, me iba a volver realmente loca. Aquellos

cambios de personalidad no tenían razón de ser. No podía

ser que, después de tanto tiempo queriéndome, después de

tanto tiempo esperándome, hubiera cambiado sus

sentimientos de la noche a la mañana. No podía creerlo, no

quería creerlo.

Me detuve a los pies de un viejo árbol y lo escalé para llegar

a una de las ramas y sentarme a llorar tranquila. En aquellos

momentos me quería morir. Quería desaparecer por

completo… ¡No!, eso no era cierto. Yo lo único que quería

era volver a ser la misma de antes, aquella chica humana

que no tenía más preocupaciones que estar con su madre y

sus amigos. Deseaba regresar a la vida que tenía, quería

volver a ver a la persona que había sido mi madre…Quería

verla y que me acunase para consolarme, que me besase de

noche al acostarnos, que me regañase cuando me ponía

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histérica… ¡Lo quería!, y no me importaban las

consecuencias...

-Violet, mi cielo, ¿Te encuentras bien?

Abrí los ojos despacio. Alguien me miraba con aire

preocupado desde una silla situada a un lado de la cama en

la que yo me hallaba postrada y, se me cayó el alma a los

pies al comprobar que había estado soñando y que nada

había pasado de verdad, que mi madre estaba viva y que yo

era simplemente yo, sin más complicaciones aparentes.

-¿Qué me ha pasado?- Le pregunté.

-Te desmayaste en clase a causa de tu anemia.- Dijo

sonriente.

-¿Anemia?- Pregunté confusa.- ¿Tengo anemia?

-Pues claro, cielo, desde que eras pequeña, ¿es que acaso

no te acuerdas?

-No, está bien, lo sé.- Dije para que no se preocupara

más.- Es que estoy un poco aturdida.- Su sonrisa me caló

muy hondo. Era tal y como la recordaba.

-De acuerdo, cielo, ¿Te ves con fuerzas para ir a clase?

-Sí.

Retiré las sábanas de mi cuerpo. ¡No podía ser! Llevaba

puesta todavía la venda que me había colocado Erik en el

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sueño, ¿cómo era eso posible? Miré entonces mi muñeca y,

entonces, me sobresalté aún más. Llevaba la pulsera que me

había dado el director antes de subir al barco pero, todo

había sido un sueño, ¿verdad?

-¿Por qué tengo una venda puesta?- Le pregunté a mamá

poniéndome en pie.

-Cuando perdiste el conocimiento caíste sobre los cristales

de una ventana que habían roto los de la clase de educación

física. Han tenido que darte varios puntos… ¿De verdad te

encuentras bien?

-¿Y entonces qué hay de la pulsera?- Le señalé.

-Cariño, te la compré para celebrar tu decimoctavo

cumpleaños… Creo que por hoy mejor te vas a casa.-

Concluyó más preocupada que antes.

-No, tranquila, estoy bien.- Dije con rapidez.

Mamá pareció calmarse un poco con aquellas palabras, pero

tenía que dejar de pensar en aquel sueño, dejarlo atrás, o se

preocuparía más. Además ésta era la vida real y no tenía

tiempo para estar soñando, si quería aprobar los exámenes.

Salí de la enfermería junto a ella y atravesamos el pasillo

hasta las taquillas.

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-Vale, yo me vuelvo al trabajo.- Mamá me besó en la frente

y caminó hacia la puerta de salida del instituto.- Llámame

con lo que sea, ¿vale?- Gritó a lo lejos.

-Vale.- Le respondí en un susurro.

Suspiré. Aquella vida era incluso más dura que la del sueño.

Allí, por lo menos tenía con quien hablar. Mis amigas de toda

la vida de seguro seguirían enfadadas por haber rechazado a

Lucas, el chico más guapo de la clase, dos años atrás. Sí, ya

habían pasado dos años y no habían sido capaces de

olvidarlo.

Recogí mis libros de la taquilla justo en el instante en que

sonaba el timbre de salida de la segunda hora y tuve que

mirar el horario para saber la clase que me tocaba a

continuación. Los libros se me cayeron al suelo del susto. Mi

siguiente clase era educación física, la clase más tonta de

todas a las que había asistido en el instituto. No entiendo ni

cómo me molestaba en ir, si a poco que me esforzase

sacaba dieces y, ahora que lo pensaba, en el sueño también

era bastante hábil. Bueno, lo mismo daba. Volví a dejar los

libros en su sitio y salí al patio. Varios de mis compañeros de

clase se acercaron a mí en cuanto me vieron aparecer, pero

ninguno de ellos era realmente mi amigo. Ahora, en aquellos

momentos, echaba de menos la compañía de Edy y de Erik.

Lástima que no fuesen más que un producto de mi

imaginación. Me acerqué al profesor y le pedí disculpas de

antemano por haber faltado a la primera hora, hecho al que

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no dio demasiada importancia aunque, como prueba de que

me había recuperado, me puso a dar vueltas al circuito.

El resto de las clases del día se me pasaron volando.

Parecía como si el tiempo fuese más deprisa de lo normal y,

cuando llegué a casa, me sorprendió que mamá me

abrazase y me diese un beso. Hacía tiempo que no me

sentía así, hacía mucho.

-He hecho tu plato preferido para cenar.- Me dijo

acompañándome hasta la cocina, donde el delicioso olor a

pollo me hizo saltar las lágrimas.- ¿De verdad te encuentras

bien?- Me preguntó mientras servía.- ¿Qué tal en clase?

-Me encuentro genial.- Le ofrecí una sonrisa un poco

fingida, pero de verdad estaba tranquila.- Y la cena está

deliciosa.

-Gracias, cariño. Cuando termines, si quieres puedes

tomarte un largo baño.

-Muy bien.- Musité.

La palabra “baño” me hizo recordar de nuevo aquel sueño.

¿Cómo era posible que lo recordase todo con tanta claridad?

Acabé de cenar y me preparé para tomarme un relajante

baño, no sin antes pasar por mi cuarto y recoger alguna

prenda que ponerme. Entré de nuevo al cuarto de baño y

comencé a quitarme el uniforme, básicamente una falda

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plisada y una blusa blanca, hasta dejar al descubierto, la

dichosa venda. Ésta estaba anudada a un costado, en lugar

de pegada con un apósito, lo que indicaba que había sido

colocada deprisa. ¿De verdad me la habían puesto en el

instituto? Desanudé la tela y retiré la venda. Mamá me había

dicho que habían tenido que darme puntos, pero lo que yo

veía a través del espejo eran unas líneas rosas en la

espalda, a la altura de los hombros, sin ningún signo visible

de haber sido manipuladas con agujas. Más bien se parecían

un montón a las heridas que me habían hecho las garras de

aquel bicho en el sueño. Respiré hondo y me metí en la

bañera. El agua caliente me produjo un escalofrío y las

cicatrices me escocían, hasta que me di cuenta que el agua

se estaba volviendo roja y, entonces, salí de la bañera, la

vacié por la mitad, abrí el grifo del agua fría y me metí de

nuevo. El agua volvió a ponerse roja, pero la oculté con

burbujas de jabón. Las heridas ya no escocían tanto y mi

cuerpo ya no se quejaba por la temperatura, de modo que

me tumbé y me propuse relajarme del todo.

Había algo que, en verdad, no encajaba. Realmente aquello

fue un sueño, pero parecía tan real, que me daba escalofríos

con solo pensarlo.

-¿Qué tal el baño?- Gritó mamá desde la puerta antes de

abrirla y entrar de lo más sonriente, llevando consigo una

toalla.

-Es muy relajante.- Le confirmé.- Esto… mamá…

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253

-¿Sí?

-Te quiero mucho.- Susurré.

-Sí, yo también te quiero, mi cielo.- Su sonrisa quedaría

grabada en mi mente por siempre.- Ahora, acaba y vete a

dormir, ¿vale?

Mamá salió del baño, dejándome sola de nuevo con mis

pensamientos, los cuales estaban muy lejos de allí,

reviviendo aquel sueño, aquella vida que, aunque era muy

dura, me hacía feliz a su manera. Sobre todo Erik. Aquel

hombre que mi subconsciente había creado, me traía loca y

de seguro, estaba enamorada de él.

Además había más personas que me querían tal y como era,

sin falsedades, como Edy, Kevin, Carl, el mismo Erik… Salí

del cuarto de baño, entré en mi dormitorio y me puse el

pijama.

Ojalá pudiese volver a verlos… Aunque solo fuese por una

vez… No pedía mucho…

Recogí el retrato de mamá de la mesilla de noche y lo abracé

muy fuerte. De pronto, la habitación se iluminó y me sentí

flotar como en una nube. Me encontraba tranquila y en paz y,

cuando desperté estaba en el hall de una casa, la que había

visto en mis sueños, y varias personas me observaban

aterrados, casi sin entender lo que estaba haciendo yo allí,

con aquellas pintas.

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254

Había vuelto a mi sueño, de eso estaba segura, ya que allí

yo era un vampiro y, por lo tanto, el intenso escozor que

sentía en la garganta tenía sentido.

Varias de las personas que me observaban, se acercaron a

mí y me agarraron para ponerme en pie. Conocía a esas

personas pero, si realmente me hallaba en el sueño, no era a

quienes verdaderamente quería ver.

-¡Violet!

-¡Violet!

Tres personas más se abrieron paso entre los demás para

darme alcance y no pude más que sonreír. Kevin, Edyleen y

Erik me miraban aliviados. A ellos era a quienes quería yo

ver más que a ningún otro. Me deshice de la sujeción y di

unos pasos no muy certeros hacia ellos.

-¡Violet!

Kevin me abrazó tan fuerte, que el marco que sujetaba mi

mano, se estrelló estrepitosamente contra el suelo.

-¿Dónde te habías ido? Estábamos muy preocupados.

Pero no respondí a la pregunta. Estaba demasiado fascinada

con el fluir de la sangre de su cuello. Tanto, que le clavé mis

colmillos sin previo aviso, dejando salir la sangre que, al

entrar en mi cuerpo, calmaba mi sed.

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No me di cuenta que estaba en el suelo, hasta que vi cómo

Erik le cruzaba la cara a Kevin y se aproximaba hasta donde

había salido despedida.

-¡No vuelvas a hacer eso!- Le gritó Erik furioso.- ¡No a ella,

imbécil! Si no estás preparado, dímelo, pero no la apartes de

ti con tanta brusquedad y menos cuando está herida y no

sabemos lo que le ha ocurrido.

Erik se sentó a mi lado y colocó mi espalda en su pecho, con

lo que mi cabeza quedó a la altura de sus hombros.

-Bebe, Violet.- Dijo ofreciéndome su muñeca.- Bebe, amor

mío.- Susurró demasiado bajo como para escucharlo con

total claridad.

No discutí con él. Acerqué mis labios a su muñeca y mordí

bien fuerte. Su sangre era bastante diferente a la de Kevin.

Era más dulce, más sabrosa y me proporcionaba un placer

indescriptible.

Quería permanecer por siempre así, con él, imaginando que

nos amábamos, imaginando que era mío.

Page 256: Rosa de-sangre

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33. Dulce realidad

Cuando por fin solté mis dientes de la muñeca de Erik, me

sentía más fuerte, pero no satisfecha del todo. La sangre ya

no salía con tanta presión, lo que indicaba que había bebido

demasiado. Pequeñas gotitas de sudor cubrían la frente de

Erik pero, aparte de eso, no parecía haber sufrido más

daños.

-¿Puedes ponerte en pie?- Me susurró.

-Eso creo.- Dije no muy segura.

Erik me ayudó a levantarme con suavidad, justo en el

momento en que Reesha se abría camino hacia mí, con un

enorme vaso entre las manos.

-Violet, cielo, ¿vienes conmigo?- Dijo con dulzura

tendiéndole el vaso a Erik y alargando una mano hacia mí.

Caminé junto a ella hacia una de las puertas que rodeaban el

hall. Mis ojos se fijaron en un cartel colocado en el centro de

la puerta. Decía “sala de descanso”, por lo que me imaginé

que Reesha me llevaba allí para eso mismo, para descansar

pero, en cuanto entramos en la sala, me di cuenta que

aquello no se parecía en nada a una sala de descaso, sino

más bien a una enfermería.

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Lo primero que vieron mis ojos fueron las dos camas que se

situaban al fondo pero, aparte, había una camilla cubierta

con un papel, como las que se utilizan en los hospitales, un

escritorio repleto de papeles en el centro de la sala y un

montón de armarios por las paredes, llenos de diversos

materiales, desde vendas, hasta botes, agujas y un montón

de medicamentos.

Reesha me llevó hasta la camilla y me obligó a sentarme,

mientras ella cogía una bandeja metálica de los pies de la

camilla e iba recorriendo los armarios, llenándola con varias

cosas que mis ojos no pudieron captar. Cuando volvió a mi

lado, dejó la bandeja sobre el papel y agarró un taburete

para sentarse.

-¿Qué tal te sientes?- Me preguntó con suavidad.

-Ahora estoy mejor.- Respondí echando un ojo a lo que

contenía la bandeja.

-¿Sabes dónde estás?- Me quedé helada. No sabía cómo

responder a la pregunta y ella se dio cuenta de que dudaba.-

¿Qué es lo último que recuerdas?- Accedió.

Bueno, yo… Corrí hacia los árboles y, después de llorar

por un buen rato, desperté en casa.

-¿Dices que te despertaste en casa?- Repitió Reesha

pensativa.- Y luego, ¿qué?

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-Volví a dormirme y desperté aquí.

-Entonces, ¿dónde estás ahora?

-Pues… supongo que en casa, durmiendo.

-Entonces lo que dices es que estás soñando.- Remarcó.

-Supongo.- Le confirmé.

¿A qué venía tanta pregunta? O mi subconsciente me estaba

jugando una mala pasada, o en realidad no estaba soñando.

Me estremecí por el miedo. ¿Y si esto fuese en verdad la

realidad y hubiese estado soñando con que regresaba a

casa? Estaba hecha un lío.

-¿No te gustaba la vida que llevabas?- El interrogatorio

continuaba.

-No es eso.- Le rebatí siguiéndole el juego. Quería sabe a

dónde quería llegar con aquello.- Solo es que quería volver a

soñar con esto.

-Entonces ya habías estado aquí y querías volver, ¿me

equivoco?

-Quería volver a ver a mis amigos, aunque no sean reales.-

Respondí.

La puerta se abrió de golpe, haciéndome pegar un bote, y un

hombre entró en la sala y caminó despacio hacia la camilla.

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Lo recordaba. Recordaba a aquel hombre de haberlo visto

sentado en la cubierta del barco, leyendo un libro.

-Violet, este es el profesor McNeil, el instructor de CCUDC.

-¿El instructor de qué?- Pregunté aturdida.

-Comprensión, Control, Utilización y Desarrollo de

Capacidades.- Aclaró el hombre. Vale, con semejante

nombre, ahora me explicaba lo de las siglas.

-Él te va a ayudar a entender.- Intervino Reesha cediéndole

el puesto en la banqueta.

-¿A entender el qué?- Protesté.

-Reesha, ¿has podido averiguar algo?- Habló el hombre

ignorando mi pregunta y, ahora que lo pensaba, aquel

apellido era el mismo que tenían Erik y Carl. ¿Podría ser que

aquel hombre y yo fuésemos familia en el sueño?

-Creo que podría ser una TTPR bastante severa.- ¿Otra

vez hablando por siglas?, ¿pero qué narices les pasaba?

-¿De verdad?- Se sorprendió el profesor.- Hacía bastante

que no veía un caso de estos.- Sus ojos se clavaron en mí y

dejó ver una sonrisa en sus labios.- La misma Violet de

siempre.- Rió.- No me lo habría esperado.

-¿Nos conocemos?- Solté rabiosa. Pero él no pareció

enfadado por mi pregunta.

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-De modo que los rumores eran ciertos…- Susurró.

-Ya te lo dije.- Intervino Reesha a mi lado.- Ella no

recuerda absolutamente nada de sí misma. Lo que sabe

ahora se lo hemos ido contando poco a poco.

-Bueno, lo primero es lo primero.- Dijo cogiendo de la

bandeja una aguja bien larga, la misma que me había

revuelto el estómago, con solo haber visto su longitud.- Antes

que nada, averigüemos donde has estado. La manera más

rápida sería extraer el LCR, de momento, basta con tu

sangre.

-¿Y por qué no me muerde?- Grité resistiéndome a que me

pinchara el brazo con la enorme aguja.

-Las endorfinas de la saliva afectarían al análisis y quiero

un resultado lo más coherente posible.

-Vale, pero, entonces, ¿no podría utilizar un cuchillo, o algo

así?- El profesor rió.

-¿Aún te dan pánico las agujas? Veo que hay cosa que no

cambian aunque las olvides.- Volvió a reír. Suspiré y cerré

los ojos.

-¿Y usted está seguro de lo que hace?- Solté sintiendo la

aguja dolorosamente en mi brazo.

-Pues claro. Por algo soy médico… Ya está. Puedes abrir

los ojos.

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Suspiré. Ya no sentía ni la aguja, ni el dolor. Abrí los ojos

despacio y demasiado confusa para hablar con claridad. El

profesor había metido mi sangre en un frasquito y lo

observaba concienzudamente. Pero eso no es lo que me

tenía tan nerviosa, sino el hecho de que hubiera podido

extraer mi sangre. Si estaba dentro de un sueño, ¿cómo era

posible que pudiese sangrar…? No, un momento, eso no me

daba una explicación, ya que en casa también había sentido

dolor y también había sangrado.

-¡Fascinante!- Exclamó.- ¡De verdad lo ha hecho y ha

podido volver!

-¿El qué?, ¿el qué?- Insistí viendo cómo él tomaba el

frasco y se bebía el contenido de un trago.

-Y no solo eso, sino que ha podido recrear cosas de su

memoria…

-¿Me quiere explicar alguien lo que está pasando?-

Vociferé frustrada.

-Vale.- El profesor se dirigió nuevamente a mí.- Lo primero

de todo, yo soy técnicamente tu abuelo, el padre de Carl,

sabes quién es él, ¿verdad?- Asentí.- Lo segundo es que no

estás soñando, ni lo estuviste cuando regresaste a casa.-

Respiré hondo. ¿De verdad no estaba soñando?- Lo que

tienes, lo llamamos aquí TTPR, transmigración total con

pérdida de la realidad. No es una enfermedad, ni nada

parecido,- Añadió al ver mi cara de sorpresa.- tan solo se

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trata de una reacción de tu cuerpo al desear algo con

demasiada intensidad…

-No lo entiendo.- Le corté frustrada.

-Es difícil de explicar pero, más o menos sería que tu

cuerpo se traslada al lugar en el que deseas estar. Por lo

general, solo se puede trasladar el alma, pero algunos

vampiros han conseguido trasladar tanto el alma como el

cuerpo y no todos han podido regresar, como lo has hecho

tú.

-¿Solo los vampiros lo pueden hacer?- Pregunté.

-Solo los vampiros que tienen una habilidad en particular,

pero de eso ya hablaremos largo y tendido en clase.

-¿Entonces, adónde fui?

-Tu caso es un poco raro.- Vaya, me había llamado rara.-

Tú, aparte de transmigrarte totalmente, lograste recrear

varios aspectos de tu memoria… En este caso, regresaste a

la que fue tu casa y recreaste la vida que querías tener, con

tu tía y tus amigos del instituto.

-Entonces, lo que me está diciendo, ¿es que regresé a

casa, pero me imaginé ver a mi madre y a mis compañeros

del instituto?

-Realmente no sé si tus amigos eran los reales, o no, pero

en lo referente a tu tía, estoy completamente seguro de que

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tu subconsciente creó una imagen suya, ya que ella murió,

como bien sabrás.

-Sí, lo sé… Pero yo quería verla…

-Y no te importaban las consecuencias.- Añadió el profesor

para mi sorpresa.- Te entiendo más de lo que crees. Una vez

yo también quise hacer lo mismo que tú has hecho, pero lo

que conseguí fue todo un desastre.

-¿Usted también lo intentó?, ¿por qué razón?

-Quería volver a ver a mi nieto,- Respondió.- pero lo único

que logré fue transmigrarme a su tumba.

-¿Y eso qué quiere decir?

-Bueno, en realidad yo tampoco entiendo cómo fue que no

funcionó. Yo quería verlo con toda mi alma, aunque

estuviese muerto, pero tan solo aparecí frente a su cuerpo,

por decirlo de algún modo.

-¿Puede ser que su alma estuviese en alguna otra parte y

por eso fue que no logró recrearlo totalmente?- No tenía ni

idea de lo que estaba diciendo, pero él pareció entenderlo de

alguna manera. Reesha había bajado la mirada hacia el

suelo y reflejaba en su rostro una enorme tristeza.

-Es posible pero, para que ocurriese eso él tendría que

haber adquirido una habilidad bastante rara y yo no tengo

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264

noticia de que hubiese ocurrido tal cosa… Bueno, no nos

desviemos del tema. ¿Entiendes ahora lo que te ha ocurrido?

-No del todo, pero ahora siento que estoy donde debería.

-Pues eso ya es un gran paso.

Sí, en verdad era un gran paso y estaba más que feliz de

haber vuelto, a pesar de todos los inconvenientes. Ahora

estaba donde quería, donde debía estar, junto a mi familia,

mis amigos y mi Erik, quien no había sido producto de mi

imaginación, quien era real, quien era mi dulce amor.

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34. Algo inesperado

-Bueno, ya va siendo hora de volver con el resto.- Mamá

me ayudó a bajar de la camilla y me llevó hasta la puerta.

-Solo una cosa más.- Nos interrumpió el profesor.- Lo que

has hecho es muy peligroso, Violet, de modo que procura no

hacerlo de nuevo. Sé que fue de forma inconsciente y que no

puedo pedirte que no sientas que quieres estar en otro sitio,

pero hasta que no lo controles…

-Estoy bien.- Respondí de inmediato.- Es aquí donde debo

estar, donde quiero estar…

-Me alegra oírte decir eso, pequeña, ahora volvamos…

-Tengo una pregunta.- Solté de pronto.- ¿Cuánto tiempo ha

pasado desde que me fui?

-Tan solo tres horas pero, según he podido comprobar, tú

has sentido que pasabas un día entero fuera. Eso es debido

a que el tiempo varía en función de lo que deseemos, por

esa razón es aún más peligroso. Muchas personas que han

hecho lo que tú, no han podido regresar y, los que lo han

hecho, han vuelto tan mal, que no han sido capaces de

volver a reconocer la realidad, pero dejemos eso a un lado.

Por el momento, tú trata de concentrarte en el presente,

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¿vale?- Su sonrisa me turbó, pero al mismo tiempo me sentí

aliviada.

Los murmullos desaparecieron en cuanto hice mi aparición

en el hall. Me encontraba realmente avergonzada de que

hubiesen estado hablando de mí pero, en cuanto Edy corrió

literalmente hacia mí y me estrujó con fuerza, todas mis

preocupaciones y mis dudas desaparecieron de mi cabeza,

dejando tan solo paz y felicidad.

-Me… ahogas…- Le susurré.

Edy me soltó sonriente y me agarró de la mano. Busqué con

la mirada a Erik y lo encontré al lado de mi madre, pero no

me miraba, o no quería hacerlo. Suspiré mientras Edy me

llevaba junto a Kevin, quien me sonrió y me abrazó con

fuerza.

-Me has tenido muy preocupado, ¿lo sabes?- Me susurró.

-Lo…

Mi disculpa quedó ahogada por un inesperado y ferviente

beso. Esta era la primera vez que él hacía algo como eso,

después de haber aceptado ser su novia pero, aún así, me

pilló con la guardia baja. Cuando cesó el beso, los murmullos

reaparecieron, pero lo que más que impresionó fue la mirada

de Erik, dura, pero a la vez cargada de un dolor casi

insoportable, y Edy tampoco se quedaba corta, ya que había

desviado por un momento la mirada y sus ojos brillaban

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como si estuviese a punto de echarse a llorar. ¿Sería posible

que ella se hubiese enamorado de Kevin? En todo el tiempo

que habíamos estado juntas en el internado no había notado

nada extraño en ella pero, aquella reacción no era normal, a

menos que sintiera algo por él… y yo estaba en el medio. De

todas formas a Kevin no parecía interesarle ella o, si era así,

no lo demostraba. No, seguro que eran imaginaciones mías.

Él no podía haberse enamorado de Edy, él me quería a mí.

-Chicos, ya está bien de cuchicheos.- Reesha nos indicó

que la siguiéramos hacia una de las puertas, la más grande y

lujosa de todas las que presidían las paredes del hall.- Las

clases empezarán mañana pero, antes que nada, vamos a

presentarnos correctamente.

Reesha abrió las puertas y entramos en una enorme sala

con una larga mesa de madera en el centro. Las cortinas de

los enormes ventanales estaban tapadas con las cortinas,

por lo que la luz no entraba de forma tan directa. ¿De verdad

iba a pasar otro día en pie? Lo que ahora yo más deseaba

era irme a dormir, además, aún estaba convaleciente, ¿no?

Entonces, ¿por qué no me dejaban ir a dormir?

Mi cuerpo se tambaleó falto de fuerzas, pero fue sostenido

por unos fuertes brazos, que me sostuvieron al tiempo que

me llevaron hacia un asiento en la mesa.

-Gracias, Erik- Susurré.

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Pero él no me contestó, ni tan siquiera me miró. De verdad

que no lo entendía. La mayor parte del tiempo era distante

pero otras veces, como hace unos segundos, se comportaba

tan amable, como cuando estábamos juntos y, ahora que lo

pensaba, legalmente aún lo estábamos. Entonces, ¿por qué

no estaba enfadado? Cualquiera en su situación no hubiera

hecho lo que él. Si era cierto que no me quería, ¿por qué

actuaba así conmigo? Pareciera como si se estuviera

torturando o, tal vez era que me estaba torturando a mí. En

verdad no quería esto, no entendía nada… Maldita sea, ¿por

qué debía olvidarle, aun cuando él pareciera no querer

dejarme hacerlo? ¿Por qué narices no se decidía?

Mi corazón se hizo pedazos cuando fijé mis ojos en él.

Estaba sentado frente a mí, por lo que la imagen me hacía

más daño. Sus movimientos, e incluso la forma de

acariciarla, me ponía demasiado celosa. La chica que tenía a

su lado era muy hermosa. Tenía el cabello moreno, largo

hasta la cintura, y bastante liso. Además, tenía en su mejilla

un pequeño lunar que le daba un toque más interesante a su

aspecto. No podía ver el color de sus ojos porque, en ese

momento, los tenía cerrados, por no decir que sus labios

jugueteaban airadamente con los de Erik. Al menos sabía su

nombre, ya que lo tenía impreso en su camiseta. Se llamaba

Dawnee y no parecía nada disgustada por estar dándose el

lote con un chico al que apenas conocía, como yo lo estaría

en su situación.

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Coloqué mis muñecas sobre la mesa con tanta fuerza, que

ésta emitió un crujido, cual si se fuera a romper. Al instante,

Erik y Dawnee se alejaron el uno del otro y me prestaron

atención. Erik parecía divertirse con la situación, pero a mí

no me hacía ni pizca de gracia ver aquello. Al contrario que

él, Dawnee se había puesto roja como un tomate y había

desviado la mirada hacia otro lado.

-¿Celosa?- Saltó Erik riendo.

-Para nada.- Respondí, aunque lo cierto era que me estaba

mordiendo el labio de rabia.- Veo que habéis hecho buenas

migas.- Añadí maldiciéndome por ser tan idiota.

-Solo la estaba instruyendo sobre un asunto en el que tenía

dudas.- Explicó Erik.

-No tienes por qué darme explicaciones.- Y menos con una

escusa tan estúpida. ¿Instruyendo?, ¿qué asunto tan

importante era ese para haber tenido que besarla?

-No volverá a ocurrir.

-Ya te he dicho que no tienes por qué darme explicaciones,

y menos si me vas a mentir tan descaradamente.

-No te he mentido.- Replicó Erik con los ojos como platos.

-Como sea.- Concluí escondiendo la cara entre las manos.

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-¿Queréis dejar de pelear ya?- Gritó Reesha, lo cual

provocó un silencio total en la sala.- Bien, ahora os

presentaré a vuestros profesores.- Reesha señaló a los

adultos que se sentaban a su lado, los mismos que nos

habían acompañado durante el viaje.- El profesor McNeil.-

Señaló al hombre que me había asistido después de mi…

desaparición. Se trataba de un hombre de unos cuarenta

años humanos, de cabello corto y ondulado y mirada afable.-

Os impartirá la clase de CCUDC, comprensión control,

utilización y desarrollo de capacidades.- Aclaró y prosiguió

señalando al profesor siguiente.- La profesora Landford.-

Una mujer de cabello largo hasta la cintura, liso y de color

atigrado, de impactantes ojos negros, me sonrió.- Ella

impartirá la clase de DF, defensa personal. El profesor

Legalus,- Reesha señaló entonces a un hombre con el pelo

rapado y perilla- os dará RRUFC, reconocimiento, recogida y

utilización de flora curativa.- Yo os impartiré la clase de TVR,

técnicas de vigilancia y rastreo y, por último, el profesor

McNeil.- ¿Otro profesor McNeil? Reesha señaló al único

adulto que aún llevaba puesta una capucha cubriéndole el

rostro.- Os dará clases de refuerzo.

En cuanto las manos del hombre agarraron la tela y quedó al

descubierto, pegué un grito de sorpresa. ¿Qué es lo que

estaba haciendo él allí, tan lejos de la Cruz Roja y diciendo

ser nuestro profesor? Cada vez entendía menos.

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-¿Qué haces aquí, papá?- Gritó Erik, quitándome la

palabra de la boca.

Erik estaba tan sorprendido como yo. ¿Qué estaba haciendo

Carl allí?

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35. Pistas inconexas

La sonrisa de mi madre me eclipsó durante unos breves

instantes. Ella lo sabía y por eso estaba tan contenta pero,

¿por qué Carl no nos había dicho nada? Y, encima, nos

había visto luchar contra esos Morks intrusos. No es que no

me hubiera visto antes, ni mucho menos. El problema era

que me había visto en una forma débil de mí misma y eso

me avergonzaba.

-Como iba diciendo,- Prosiguió Reesha.- el profesor McNeil

os dará clases de refuerzo, algo así como un poco de todo y

entre él y yo os haremos los exámenes pertinentes y,

también, os daremos clases de manejo de armas entre

todos. ¿Ha quedado claro?

-Sí, señora.- Respondí cual si estuviera delante de un

militar, o algo parecido.

-Bien, Violet, tan atenta como siempre.- Mi intención era

molestarla y, lo había logrado, por no decir que me estaba

muriendo de sueño.

-Erik, llévatela a vuestro cuarto.- Oí como un susurro.

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Un momento, ¿de verdad había dicho “nuestro” cuarto? Me

incorporé justo a tiempo de ver a Erik introduciéndose en la

cama.

-¿Qué narices crees que estás haciendo?- Chillé.

-¿A ti que te parece?- Me cortó.- Y al menos podrías

agradecerme que te haya cargado hasta aquí, en lugar de

estar gritando.

-¡No soy yo la que anda besuqueándose con extraños!

-¿Y eso a qué viene?- Los ojos de Erik se clavaron en los

míos y, paulatinamente fue dibujando en sus labios una

sonrisa que daba miedo.- Oh, ya veo, estás celosa.

Mi puño fue a parar inconscientemente hacia su ojo pero,

con un fugaz movimiento, consiguió esquivarme y agarrarme

los brazos con fuerza.

-¡Ni lo intentes!

-¡Suéltame!- Erik me liberó al instante y me dio la espalda

en la cama.

-Erik…- Bajé mi mano hasta el colgante que rodeaba mi

cuello.- Nada.

Retiré las sábanas de mi cuerpo y me puse en pie. Llevaba

puesto el uniforme, en lugar del pijama que había traído de

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casa, lo que significaba que Erik me había cambiado de ropa

de nuevo. Suspiré y me encaminé hacia la puerta.

-No intentes huir de nuevo porque te encontraré.

-No iba a huir y preferiría que fuera Kevin quien fuera a por

mí, ya que él es mi novio y tú tan solo eres…

-Tu esposo.- Respondió Erik tajante.

-Sí, bueno, pero has sido tú quien me ha dado esta opción,

así que ahora no te quejes.

Erik refunfuñó algo entre las sábanas, pero me desentendí

de lo que dijo por completo. Si Kevin era un idiota, él lo era

más por perderme por él porque, definitivamente, me había

perdido. Salí del cuarto y cerré la puerta de golpe.

-Violet- La figura de Carl me detuvo.- ¿Dónde vas?

-A hablar con Reesha sobre un cambio de compañero de

cuarto.

-¿Qué ha pasado?- Por un momento, la preocupación en

su voz me asustó.

-Nada importante, es solo que no quiero estar en la misma

habitación con alguien que pasa de mí completamente y que

se irrita por nada.

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-Ya veo. Pronto será hora de comer y podrás hablar con tu

madre. Por lo pronto, vuelve a tu cuarto hasta que os

llamemos.

-¿Me estás hablando como profesor, o como padre?-

Escupí más irritada que nunca.

-Como ambos, de modo que hazme caso y regresa al

cuarto a descansar.

-¡Me niego!- Grité.- No volveré allí con él para que me trate

como si no fuera nadie.

-¿Es por tu relación con Kevin?, ¿por eso estás así?-

Maldita sea, ¿cómo se había enterado?

-No, es solo que…

Una a opresión en mi pecho me impidió respirar y el aroma

de la sangre me invadió por completo, pero… no era sangre

de vampiro, sino de Mork. ¿Por qué pasaba eso justo en ese

momento? Relajé mi respiración y me interné en mi

subconsciente.

El aroma de la sangre Mork se hizo más patente mientras

más me adentraba en la visión y cuanto más me adentraba,

más nerviosa y asustada me sentía.

Cuando mi cuerpo se detuvo, me encontré en el centro de un

campo de batalla. Miles de cuerpos se atoraban a mi

alrededor. Morks, vampiros, humanos… todos estaban

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muertos y yo estaba en el medio de todo, de pie, con la

espada en la mano y una sensación de vacío insoportable.

-Violet.

Me di la vuelta asustada nada más oír pronunciar mi nombre.

La espada resbaló de mis dedos y cayó sobre los cuerpos

que me rodeaban.

-Violet, ¿qué haces aquí? Tú no deberías estar aquí.

-Riku…

Mi hermano se acercó volando hasta mí y me abrazó. Al

instante, el paisaje cambió a uno más pacífico.

-¿Qué hago aquí?- Susurré tomando asiento sobre el

columpio de un parque que reconocí de una de mis visiones

de la infancia.

-¿Qué es lo que quieres de mí?- Me quedé helada. Sin

saber cómo sabía la respuesta a aquella pregunta pero,

¿cómo?

-Riku, ¿eres real?

-Bueno, tan real como puedo ser, hermanita.- Respondió y

su dedo señaló el colgante que rodeaba mi cuello.

-Necesito respuestas.- Riku me sonrió y asintió.- Primero,

¿dónde estoy?

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-En mi mundo.- Susurró y volvió a señalar la cadena.

-¿Cómo?

-¿Cómo, qué?

-¿Cómo es que estoy aquí, cómo es que tú estás aquí?

-Violet, estás empezando a asustarme de verdad.- Susurró

Riku arrodillándose frente a mí, estudiando mi expresión.-

Parece como si no me recordases…- Asentí con la cabeza.-

No puede ser, ¿desde cuándo?

-Supuestamente desde el final de la guerra, cuando…

-Cuando trasladé mi alma al libro…- Completó Riku por mí,

confirmándome la hipótesis.- Algo salió mal…

-Riku, ¿puedes devolvérmelos?

-Estaremos en contacto.

La mano de Riku se colocó sobre mi pecho y sentí una

dolorosa e insoportable sacudida. Luego, noté como algo se

hacía añicos en mí y, por último…

-¡Violet, despierta!

Mis ojos se abrieron del susto y mi ágil mano fue a parar al

cuello de Erik. Miré a mi alrededor. Había vuelto a nuestro

cuarto, o tal vez nunca había salido de allí.

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-¿Qué… qué me ha pasado?- Pronuncié falta de aliento.

-¿Qué has visto?

Los ojos de Erik estaban fijos en mí y, por su expresión de

preocupación, supe que había tenido otra visión, solo que no

tenía ni la más mínima idea del significado de ésta.

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36. Traicionada

-Violet, responde.- Me instó Erik.- ¿Qué has visto?

-Riku…- Aún me encontraba aturdida, pero tenía que

decírselo, tenía que decirle que mi hipótesis era acertada,

que Riku “vivía” dentro del libro.

-¿Riku?- Repitió Erik confuso.- ¿Has tenido una visión

sobre él?

-Mi hipótesis…

-¿Tu hipótesis?… Violet, termina ya, por dios.- Me rogó

Erik y, cuando alargó una mano hacia mí para acariciarme el

rostro, me retiré unos centímetros.- Lo siento.- Se disculpó

ausente.

-Riku…- Empecé de nuevo.- Bueno, su alma… está…-

Señalé el colgante que llevaba colgado alrededor del cuello.

Esperaba que haciendo eso Erik pudiera comprender lo que

trataba de decirle.

-El alma de Riku está dentro del libro…- Susurró mientras

nos quedábamos dormidos el uno al lado del otro, agotados.

La puerta sonó de pronto, interrumpiendo nuestro sueño

reparador. Me revolví en la cama. No quería levantarme. No

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quería enfrentar nada. Tan solo quería permanecer al lado

de Erik, aunque estuviese dormido. La puerta volvió a sonar,

esta vez mucho más fuerte, pero ninguno de los dos se

levantó para abrir. Al parecer nos encontrábamos demasiado

a gusto el uno agarrado al otro.

-Ya es hora de comer.

La voz de mi madre me asustó tanto que pegué un grito y me

caí de la cama. Erik se incorporó y me agarró del brazo

gritando un juramento y emitiendo un sonoro bostezo.

-¿Qué hora es?-Preguntó frotándose los ojos.

-Las tres. Hora de comer.- Dijo mi madre sonriente.

Ambos nos pusimos en pie a regañadientes, nos colocamos

las zapatillas de casa (las mías eran de un horrible color

fucsia) y la seguimos a través del pasillo hacia el siguiente

dormitorio. Edyleen abrió la puerta medio aturdida y me llevé

una buena impresión al ver que no llevaba puesto más que el

sujetador y las bragas. Ésta se nos quedó mirando confusa

y, cuando reaccionó, se dirigió a mi madre.

-Profesora Valentine, ¿ya es la hora?- Dijo como si nada.

-Sí, Kevin está ahí dentro, ¿verdad?- Edy asintió con la

cabeza.

-Él está… dormido…

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-De acuerdo, pues despiértale para…

-¡Cielo!, ¿quién es?

La voz de Kevin a través de la puerta se me clavó como una

flecha y, cuando apareció medio desnudo y nuestros ojos se

encontraron, me dieron ganas de matarlo. O mi mente me

estaba jugando de nuevo una mala pasada, o el sentimiento

que tenía de haber sido traicionada por mis amigos, no era

verdad. Además, las innumerables imágenes que cruzaban

por mi cabeza no me ayudaban a esclarecer en absoluto la

situación.

-Violet.- Dijeron los dos al unísono. Respiré hondo y les

sonreí, haciendo ver que no había pasado nada, que aquella

situación la encontraba del todo normal, aunque sabía que a

Erik no podía engañarle, dada su expresión en aquel

momento.

-Venga, chicos, vamos a comer algo.- Dije sin borrar la

sonrisa de mi cara.

Cerraron de nuevo la puerta y yo aproveché para sentarme

en el pasillo y esconder la cabeza entre las piernas. El dolor

de cabeza se había incrementado, por no decir que mi

estado de ánimo había caído en picado. Sabía que no debía

estar tan molesta por ello, porque yo no le quería en verdad,

pero él había dicho ser mi novio. Entonces, ¿por qué había

llamado a Edy “cielo”? Y, sobre todo, ¿por qué estaban los

dos medio desnudos, en lugar de vestidos, como Erik y yo?

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Tal vez todo fuese una coincidencia, pero pensar eso no me

quitaba la horrible sensación de estar siendo traicionada por

ambos.

-¿Por qué no comparto yo la habitación con Kevin?-

Pregunté dirigiéndome a mi madre, sin levantar siquiera la

cabeza.

-¿Por qué decidiste salir con él?- Respondió mi madre

evasivamente.

-Yo… creí que era lo mejor para mí, dado que Erik dijo que

ya no sentía nada por mí.

-¿Y acaso viste lo que verdaderamente había dentro de su

corazón?

-¿Qué?- Pregunté confusa levantando la cabeza y mirando

la esbelta figura de mi madre.

-Los compañeros de habitación se establecieron de

acuerdo a sus deseos.- Aclaró sonriente.- ¿Recuerdas la

lucha contra los cinco Morks?- Asentí.- Pues tenía un triple

sentido.

-¿Triple?- Pregunté abstraída.

-Lo siento, cariño, secreto de sumario.- Rió.

Cuando la puerta se abrió de nuevo, me puse en pie de un

brinco y, sin dirigirles siquiera la mirada, caminé junto a mi

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madre hacia el siguiente dormitorio, donde recogimos a otra

pareja, Marco, un chico alto y delgado, de cabello corto y

moreno y unos impresionantes ojos azules, y Adriana, la

chica rubia de la que me había alimentado durante la lucha y

de la que sospechaba que era humana.

Una vez hubimos recogido al resto de nuestros compañeros

(Cristian y Dawnee; Roxy y Ren; Katia y Michel y Roy y

Damon), bajamos todos juntos hacia el hall. Una vez allí,

Reesha nos guió hacia la primera puerta que encontramos

en el lado de las escaleras. El olor a comida de verdad

estimuló todos mis sentidos, haciéndome olvidar durante

unos instantes la escena con Kevin y, cuando se abrieron las

puertas, me agarré bien fuerte al pecho. Ahora no solo era

comida a lo que olía, sino a algo más a lo que no iba a ser

capaz de resistirme, por mucho que quisiera.

Entramos en la sala y tomamos asiento alrededor de la mesa

redonda situada al fondo y rodeada de armarios de color

blanco. Todos los fogones de la cocina estaban encendidos y

lanzaban bocanadas de sabrosos aromas a nuestro

alrededor, pero yo ya era incapaz de saborearlos, ya que

habían sido sustituidos por otro más intenso…y más

placentero. El olor de la sangre me estaba haciendo

enloquecer, pero quería resistirme, no estaba dispuesta a

sentir esa necesidad, no cuando Erik estaba a mi lado

sonriendo por lo que sabía que me pasaba, no cuando yo ya

lo había decidido de antemano. Traté de ponerme en pie,

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pero algo me lo impidió. Una fuerza me impedía ponerme en

pie y huir de nuevo. Miré a Erik furiosa pero, no. No era él

quien me estaba haciendo esto, sino mi madre. Su expresión

era dura y terrorífica y, cuando me colocó un enorme vaso

entre las manos y nuestros dedos se rozaron, supe que

estaba siendo guiada, obligada a hacer algo que no quería

hacer. Incluso mi mano no me respondía como yo quería. Lo

único que deseaba era soltar aquel maldito vaso que se

acercaba más y más a mis labios, pero no podía, pero…

En cuanto sentí de nuevo la rabia por la escena acontecida

minutos antes, el vaso me estalló, esparciendo el líquido

sobre la mesa.

-Lo siento.- Me disculpé.- No he podido controlar mi fuerza.

Todos me estaban mirando boquiabiertos, pero fue el aroma

de la sangre de Erik, que sentí a continuación, lo que hizo

que me fijara exclusivamente en él.

Se había mordido en la muñeca y la había colocado a la

altura de mi boca, bajo la atenta mirada de todos, incluso la

mía.

-¡Bebe!- Me ordenó.

El impulso de no poder resistirme ante aquel delicioso

ofrecimiento, pudo más que mi propia fuerza de voluntad.

Agarré la muñeca y coloqué mis labios sobre ella. Poco me

importaban los cuchicheos sobre mis actos, ya que ahora

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estaba en un mundo donde tan solo existíamos él y yo. Y

todo lo demás, las preocupaciones, la desazón, todo, estaba

fuera.

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37. Expedición trampa

La sangre de Erik era la única que podía satisfacerme por

completo hasta el momento, por lo que no dudé en tomar

cuanta necesitaba, a pesar de estar renegando conmigo

misma por este hecho. Maldecía también a Erik por haberme

obligado a hacerlo pero, su sangre entraba en mi cuerpo con

tanta facilidad, que me era imposible resistirme. Y sus

gemidos ahogados me indicaban que él también lo estaba

disfrutando, aunque no pudiera expresarlo con libertad, dada

la concurrencia de la sala.

Unos golpecitos en el hombro me despertaron del trance en

el que me había sumido, obligándome a soltar la muñeca de

Erik. Giré mi cabeza. Carl estaba a mis espaldas pero, en

lugar de estar regañándome, me sonreía.

-Ya es suficiente, Violet.- Me susurró dejando un plato

humeante y una cuchara a mi alcance en la mesa.

-Lo siento.

Tomé la cuchara y la introduje en el caldo mirando de reojo a

Erik. Estaba pálido, pero sonreía. ¿Cómo había podido llegar

tan lejos?, ¿cómo había sido capaz de obligarme a beber de

él? Me acabé de tomar el caldo y me puse en pie con

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brusquedad. Tenía que salir de aquella sala cuanto antes, o

haría otra estupidez imperdonable.

-¿Dónde vas?- Me detuvo Reesha muy seria.- Aún no

hemos terminado.

-¿Puedo salir?- Los ojos de mi madre se abrieron de par en

par.- Me estoy agobiando aquí dentro.- Añadí.

-Bueno, tenéis la tarde libre… ¿Te puedo pedir un favor

antes que nada?- Preguntó demasiado sonriente. Asentí.-

Necesito que vayas a buscar unas cuantas orquídeas,

¿puedes hacerlo?

-Pues… sí, pero, ¿qué tipo de orquídeas?

-Lo sabrás en cuanto las veas.

-¿Y cómo las localizo?

-Tienen un aroma muy peculiar, de modo que no vas a

tener problemas… Ahora bien, no puedo dejarte ir sola…

Erik, ¿serías tan amable de acompañarla?

-¿¡Qué!?-grité-¿Por qué tiene que acompañarme él?

-Si te lo dijera, la excursión no tendría sentido.- Rió.- Sal

cuando quieras y lo mismo va para el resto. Podéis ir a

donde queráis hasta la hora de cenar.

Salí de la cocina como una bala y me encaminé hacia un

grupo de árboles. Las pisadas de Erik detrás de mí, me

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hicieron acelerar el paso. No quería que volviera a burlarse

de mí por no ser capaz de alimentarme por mí misma.

Cuando quise darme cuenta, había llegado a los pies de una

espectacular cascada. El agua fluía rápido y con fuerza y

lanzaba pequeñas gotitas que, al contacto con los rayos de

sol, parecían pequeñas estrellas.

-Mami, ¿puedo coger una?

La voz de la niña me asustó, pero no había nadie más a mi

alrededor, tan solo Erik, quien se había parado a mi lado y

observaba conmigo el espectáculo.

-Aún eres muy pequeña, pero pronto podrás. No te

desanimes, mi niña.

¡Dios!, conocía esa voz. Era la de Reesha, pero ella se había

quedado en la casa con el resto… ¿Qué estaba pasando?,

¿por qué podía oír esas voces?, ¿qué significado tenían?

-¡Violet, Violet, mira, allí dentro hay flores!

Respiré hondo y agudicé aún más mi vista para poder captar

lo que había tras el agua de la cascada. Nada. Detrás tan

solo había una sólida pared de roca, cubierta de musgo, pero

ninguna flor. Erik tocó mi hombro tan de repente que me

asustó.

-Volvamos.- Susurró.

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-Pero no puedo volver y dejar la misión a medias.

-¿Aún no lo entiendes? Esa flor es tan solo una mera

ilusión. Es imposible que la encuentres.

-¿Y tú cómo es que sabes tanto?- Grité.- No puedes

soltarme tan de repente que me dé por vencida.

-Sé tanto porque yo me pasé unos cuantos años buscando

una y no estoy diciendo que te des por vencida, simplemente

creo que Reesha nos ha tendido una trampa para que nos

quedemos a solas, nada más.

-¿La encontraste?

-¿Qué?- Erik parecía confuso por la pregunta.

-¿Encontraste la orquídea?- Repetí.

-Sí, y era tan hermosa como la persona a la que se la di,

justo el día en que le pedí que se casara conmigo.

-Tú… ¿buscaste… esa flor… para mí?

-Quería regalarte algo especial y había oído que era flor

era muy hermosa y muy rara también. Pero lo mejor de todo

fue tu expresión cuando te la di, tan dulce e inocente como

un ángel. Eso me hizo enamorarme aún más de ti.

-Erik, ¿por qué me cuentas todo esto?

-Pues no sé, supongo que tengo nostalgia…

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No le dejé terminar la frase. Me abalancé sobre él y le arrojé

al agua, tirándome yo detrás. Nuestras risas cubrían aquel

pequeño espacio y cuando los brazos de Erik me rodearon,

brotó la esperanza en mi interior.

-Te concedo un deseo.- Me susurró al oído meciéndome

en el agua.- Sea cual sea.

-Quiero…

-¡Hecho!- Gritó.

Las habilidosas manos de Erik se introdujeron debajo de mi

camiseta hasta mis pechos, llenándome de un placer

indescriptible.

-¡Qué le estás haciendo a mi novia, maldito!

Abrí los ojos del susto. Kevin estaba parado en la orilla, junto

con Edy, observando la escena, pero sus ojos no estaban

clavados en mí, sino en Erik. Ambos salimos del agua y

encaramos a la pareja.

-No le estaba haciendo nada a tu novia.- Rió Erik. ¿Qué

había en aquella escena que le divirtiera tanto?- Se lo estaba

haciendo a mi esposa.

-No me hagas reír, imbécil, si son la misma persona. Y tú,

Violet, eres de lo peor.

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-¿Así que yo soy de lo peor?- Grité furiosa.- No soy yo

quien tiene una amante.- Añadí fijándome en Edy, quien

había desviado la mirada avergonzada.

-Ella y yo solo somos amigos, nada más, pero tú...

-Vale, lo siento.- Accedí. La tensión que se había formado

resultaba demasiado abrumadora.- Tan solo estábamos

buscando una orquídea para Reesha.- Mentí.- Pero no la he

podido encontrar, de modo que ya no es necesario que nos

quedemos aquí por más tiempo.- Dije mientras me acercaba

a Kevin y lo arrancaba suavemente del brazo de mi amiga.-

Volvamos.

Mientras me alejaba con Kevin, pude sentir la mirada de Erik,

pero tenía que alejarme de allí, o la situación empeoraría aún

más.

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38. Deseos reprimidos

Los días siguientes resultaron ser un desastre total. No daba

pie con bolo durante las prácticas y el jueves me gané una

bronca y un castigo de los buenos, y todo por culpa de un

idiota que se metió conmigo (véase, el tonto de Erik). El

profesor McNeil, que nos había estado dando una clase

teórica sobre los Morks, me obligó a escribirle en media hora

un trabajo sobre el tema y luego exponerlo en clase, lo único

que me salió bien en el día.

Aquella noche, tampoco pude pegar ojo. Llevaba dos días

enteros sin dormir y la cosa iba de mal en peor. Además, por

si eso fuera poco, mi cuerpo se negaba a alimentarse, por lo

que llevaba casi la semana entera sin poder probar ni una

sola gota. Este hecho lo había ocultado bastante bien, o al

menos eso pensaba, pero no podía continuar así, o me

volvería completamente loca de sed. Erik empezaba a

sospechar que algo pasaba conmigo, por mis inesperados

cambios de humor, pero no decía nada, tan solo me miraba,

suspiraba y, después, desviaba la mirada.

-¿Sigues sin poder dormir?

La voz de Erik me asustó, pero no me di la vuelta para

encararle en la cama. Al día siguiente tendríamos una

práctica de rastreo y necesitaba de toda mi concentración.

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No podía permitirme estar pensando en otras cosas y mucho

menos en Erik. Ya bastante había tenido con tratar de

explicarle a Kevin sobre la escena de la cascada y ya no

quería más problemas con él.

-Estoy bien.- Le respondí escondiendo la cabeza entre las

sábanas.

-¡Eso no hay quien se lo crea, Violet!, ¿o acaso te crees

que soy tonto y que no me doy cuenta de lo que pasa?

-¿Y qué se supone que es lo que pasa?- Me burlé.

-Vamos, Violet, no te hagas la tonta, que no te pega.- Los

ágiles brazos de Erik me giraron con brusquedad, con lo que

quedé colocada bajo su cuerpo.- ¡Llevas una semana entera

sin probar la sangre!- Gritó.

-¡Mientes!- Grité intentando deshacerme de la prisión de

Erik.

-Oh, ¿de verdad? Entonces no te importará que…- Erik

hizo ademán de morderse.

-¡No!- Chillé. Mierda, me había delatado sin proponérmelo

siquiera. Erik esbozó aquella sonrisa que a mí tanto me

gustaba.

-¿Y, entonces?

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-Yo… yo… ¡Si fuera verdad lo que dices, no tendría por

qué decirte nada a ti!- Solté.

-¡Kevin no será capaz de ayudarte!- Eso me recordó la

escena de hace una semana, cuando Kevin me apartó

duramente de él, al tratar de calmar mi sed.

-Pues… yo le enseñaré… A fin de cuentas es mi…- Me

callé la última parte de la frase. La mirada de Erik era seria y

aquella sonrisa había desaparecido.

-Él jamás estará preparado para ti.- Susurró.

-¿Entonces por qué me dejaste ir con él?, ¿por qué no

simplemente…?

-Fuiste tú quien tomó la decisión…

-Porque tú me dijiste que no me querías, que él me haría

feliz… ¿Acaso has cambiado de parecer?

-Hasta el momento no he visto que vosotros dos os

comportéis como una pareja.- Rió.

-Eso es porque estamos muy ocupados con las prácticas…

-Oh, ¿y entonces qué fue lo que sentiste en la cascada?

Porque lo que sí es cierto es que me pediste…

-¡Quítate de encima!- Grité desesperada.

-¿Por qué?, ¿es que te duele escuchar la verdad?

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-No sé de qué verdad estarás hablando, pero de lo que sí

estoy completamente segura es de que tú ya no eres nada

para mí.

Mientras decía aquellas duras palabras mi alma se estaba

haciendo pedazos. ¿Por qué era tan tonta?, ¿por qué no

podía simplemente rendirme ante lo que sabía que deseaba

Erik de mí, a pesar de ser tan idiota como para estar jugando

a dos bandas?

-¿Qué tal si acabamos lo que empezamos en la cascada?-

Me quedé helada.

-No lo dirás en serio. No esperarás que yo…

De nuevo el aroma de la sangre retuvo mis pensamientos.

¿Por qué siempre me hacía esto?, ¿por qué simplemente no

me decía que quería estar conmigo y punto?

-¿Por qué haces siempre lo mismo?- Me quejé.- ¿Por qué

no me dices lo que quiero saber?- Tenía la respiración

agitada. Quería respuestas y tenía que dármelas antes de

que no me fuera posible resistirme a probar su sangre.

-¿Qué es lo que quieres saber?- Me preguntó sonriente.

-¿Por… por qué me dejaste libre?

-¿Solo eso?- Inquirió. Yo asentí. De momento no

necesitaba saber más que eso. Ya habría tiempo para las

demás preguntas que se agolpaban en mi mente.- ¿Acaso

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no te sentías obligada a estar conmigo? Solo te lo puse fácil,

nada más.

-Nunca he dicho que no quisiera estar contigo.- Musité

incapaz de pensar con claridad.

-No, no lo has hecho,- Accedió Erik.- pero yo te sentía así y

aún te siento.

-No lo entiendo. Entonces, ¿qué es lo que estamos

haciendo ahora, en este preciso momento?

-Bueno,- Su sonrisa me turbó durante unos segundos.- el

caso es que hoy no puedo reprimirme más. Por hoy, estamos

solos tú y yo.

No me dejó replicar. Sus labios, cargados con el sabor de su

sangre, se juntaron con los míos, provocando que mi cuerpo

se estremeciera. El dulce sabor de su sangre me hizo olvidar

por completo todo lo demás. En aquel cuarto, en aquella

cama, solo estábamos él y yo, amándonos, aunque tan solo

fuese por una noche.

Sus manos, sus labios, todo su cuerpo era mío y, mientras

nos movíamos al compás, me iba transportando a un mundo

de ensueño, un mundo donde el placer era lo principal y

donde podíamos rendirnos el uno al otro sin más

complicaciones, sin tener que dar explicaciones de nuestros

actos. Y una vez, y otra, y otra, fuimos llevados hasta los

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límites, hasta que quedamos satisfechos y mucho más que

agotados.

A la mañana siguiente, todo volvió a ser como siempre:

regresó el Erik frío y distante. Pero ya no me miraba con

indiferencia. Yo sabía que bajo la superficie, él me veía como

siempre lo había hecho, como su mujer.

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39. ¿Qué pasaría si…?

Bajé las escaleras hacia el hall al lado de Erik. La prueba que

tendríamos esa mañana era fácil, pero lo que más me

preocupaba era el efecto que de seguro me iba a causar el

estar tanto tiempo bajo la luz del sol, sin apenas haber

podido tomar dos tragos de la sangre de Erik durante la

noche. Durante aquellas pruebas, el desayuno lo

realizábamos después de haber completado la prueba y,

hasta ahora, había logrado sacar buena nota en las dos

anteriores pero, ¿por cuánto tiempo mi cuerpo aguantaría

aquel ritmo? Si me desmayaba, no tendría más opción que

contarles a los demás profesores mi situación y era algo que

no me podía permitir. No podía dejarles saber que les había

estado engañando una semana entera y menos cuando el

remedio para mi problema era…

En aquellos momentos, preferiría poder recordar algo a lo

que aferrarme, en lugar de trabajar a tientas. Pero eso era

mucho pedir y una empresa casi imposible ya que, quien

había provocado toda esta situación, no era otro que mi

hermano Riku y…él estaba muerto, de modo que no había

forma posible de que pudiera devolverme mis recuerdos, a

menos que, por un misterio de la vida, pudiese hacerlo desde

su existencia en el libro…No, eso era demasiado, incluso

para él.

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-¿En qué piensas?- Me susurró Erik llegando al hall.

-En que ojalá pudiese recordar algo.- Admití entre suspiros.

-¿Y eso?

-Me sentiría mucho más segura.

-No lo llevas tan mal, a pesar de ese pequeño detalle.- Me

alabó.

-Gracias, pero a veces siento como si estuviese viviendo la

vida de otra persona, no la mía.

-Por eso quisiste volver a vivir como humana, ¿no es

cierto?- No le respondí, lo que él tomó como un “sí”.-

Entiendo cómo te sientes, pero yo no tengo forma de

devolvértelos.

-Ya lo sé, pero eso no quiere decir que no lo desee.-

Susurré.

Un estruendoso silbido nos puso alerta. Había estado tan

absorta hablando con Erik que no me había dado cuenta de

la concurrencia que reinaba en el hall. Busqué a Kevin con la

mirada. De nuevo estaba junto a Edy. Suspiré. No se había

molestado ni tan siquiera en venir a saludarme. Perfecto.

Ahora lo entendía todo: él se había enamorado de Edy y

estaba conmigo por obligación, por mucho que él me fuera a

decir lo contrario. Ya no podían engañarme. Las señales

eran demasiado claras. Sonreí para mis adentros. Mi

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corazón ahora estaba perfecto. Mi mejor amiga estaba con el

que se suponía era mi novio y yo estaba de nuevo sola.

La figura de Carl apareció de ente los demás estudiantes,

cargando con una mesa con ruedas llena de armas, entre las

cuales yo localicé mi espada.

-¿Estamos todos?- Dijo mirando a su alrededor.- Entonces,

recoged vuestras armas y vamos.

Me acerqué a la mesa y agarré temblorosa la funda de mi

espada, al tiempo que Erik recogía el arco y las flecas que

estaban bajo ella. La mano de Edy me pasó por delante de

los ojos y fue a agarrar el arma que menos me esperaba…

¿eso era una guadaña? En verdad se parecía y, cuando fui a

preguntarle, se alejó de mí. Genial, estaba huyendo de mí.

Me coloqué la espada a la espalda, bien sujeta a mi cuerpo

por el arnés, y la desenfundé.

El terreno estaba tranquilo y en silencio. Me oculté tras un

árbol junto con mis compañeros. Carl nos había impuesto la

tarea de localizar a todos los profesores, algo teóricamente

fácil, si no fuera porque éramos demasiado inexpertos.

La chica con el nombre de Roxy grabado en la camiseta, se

acercó sigilosa a mi posición. Se trataba de una chica de

cabello largo, por encima de los hombros, moreno y liso,

cuyo cuerpo perfecto hacía empequeñecer al mío. Tenía una

expresión seria, pero amable y sus ojos marrones estaban

clavados en los míos.

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-Violet, ¿verdad?- Me preguntó en un susurro, a pesar de

estar viendo mi nombre en mi camiseta. Yo asentí.- ¿Puedo

hacerte una pregunta?-asentí de nuevo.- El chico que se

llama Kevin comentó que luchaste en la Gran Guerra contra

los Morks y sus aliados, ¿es cierto?- Volví a asentir tratando

de concentrarme en la prueba, ya que no quería hablar sobre

aquel tema.- ¿Y qué tal fue?- Insistió.

-Pues verás, perdí a mi hermano y todos mis recuerdos.-

Dije con brusquedad.

-Lo siento.- Se disculpó al instante.- No pretendía… Tan

solo quería que nos dieras algún consejo…

-Erik puede ayudaros con eso.- Dije esta vez con más

suavidad.

-Lo siento, preciosa,- Intervino Erik para mi sorpresa.- pero

esta vez los guías tú.- Rió.

-¿¡Yo!?- Exclamé sorprendida. Erik asintió.

-¿No querías recordar algo? Pues nada, te toca.

Erik silbó en silencio y, al instante los trece estuvieron a mi

alrededor, observándome, esperando mis órdenes. Ninguno

puso ninguna pega, al contrario, acataron cada una de mis

órdenes y me sorprendí a mí misma de la facilidad con que

me estaba habituando a aquello, como si ya hubiera hecho

algo parecido antes. De modo que a esto se había referido

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Erik. Pero, aunque lo supiera, no era capaz de recordar

absolutamente nada.

Ren, un chico alto, moreno, de ojos azules y bastante

musculoso, localizó a Carl y a la profesora Landford en la

cima de un enorme árbol; Cristian y Dawnee localizaron al

profesor Legalus escondido entre la maleza; y, entre los que

quedábamos, localizamos al profesor McNeil, escondido bajo

el agua de la cascada, y a Reesha, oculta sobre el tejado de

la casa.

La prueba finalizó en un abrir y cerrar de ojos, dejándome

exhausta y muerta de hambre y sed. Como lo pensaba

desde un principio, el sol había hecho estragos sobre mi

cuerpo y, mientras regresaba a la casa como un zombi, la

idea de no querer ser un vampiro, regresó a mis

pensamientos.

Después de la comida, durante la cual fui obligada a

beberme dos vasos enteros de sangre, fuimos llevados a una

habitación repleta de libros, que hacía las veces de

biblioteca, donde el profesor Legalus nos impartió una

extensa y aburrida clase sobre las plantas alucinógenas y las

que se usaban para dormir.

-Ahora os alcanzo.- Le dije a Erik nada más terminar la

clase.

-¿Dónde vas?- Me inquirió desde la puerta.

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Pero yo ya estaba bastante lejos, en lo más profundo de la

biblioteca, recorriendo las estanterías de libros. No sabía

exactamente lo que estaba buscando, si es que estaba

buscando algo, pero si realmente era una biblioteca, de

seguro encontraría información que pudiera utilizar para

recordar.

Al fondo de la biblioteca, un cuadro llamó mi atención de tal

manera, que me fue imposible no acercarme para ver. Se

trataba del retrato de un hombre que no reconocía, pero

estaba cubierto de sangre y, bajo sus pies… Aparté la

mirada. Quien fuera el que pintó aquel cuadro, debía de estar

completamente majara para haber pintado algo así. Ahogué

una arcada y me apoyé de espaldas contra él. Un inesperado

clic me sobresaltó. Me di la vuelta de inmediato y sin fijar la

vista de nuevo en el cuadro, inserté mis dedos por la

abertura que se había producido y retiré a un lado la pintura,

dejando a la vista un oscuro hueco con un montón de

pequeños frasquitos en su interior. Cogí uno al azar,

temblorosa, y por poco no se cayó al suelo cuando leí la

inscripción de la etiqueta: “Inhibidor vampirismo”. No podía

ser. Debían estar de broma. ¿De verdad era lo que yo

pensaba que era?

-¿Qué has encontrado?

El frasquito salió volando y fue a parar a las fuertes manos

de Erik. Me di la vuelta despacio y le encaré.

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-¿Dónde has encontrado esto?- Me preguntó. Le señalé

con firmeza la oquedad en la pared.- Vuelve a dejarlo donde

estaba y vamos. No deberíamos estar fisgando este tipo de

cosas.

-¿Tú sabes lo que es?- Le pregunté tomando otro frasquito

y observando embobada el líquido blanquecino que contenía.

-Sí, sé lo que es.- Me confirmó.- Y tú también lo sabías en

su día.

-¿De verdad?- Descorché el frasquito y olfateé su

contenido.- ¿Y qué hace esta cosa?

-Violet, es muy peligroso.- Me advirtió.- Una sola gota de

eso puede volverte…

-¿Puede volverme… humana?- Aventuré.

-Violet, puedo saber lo que piensas, de modo que ni se te

ocurra intentarlo…

-Erik…- Sus ojos estaban abiertos como platos y, por su

postura, estaba a punto de saltar sobre mí ante cualquier

movimiento que indicase que no le iba a hacer el menor

caso-¿Qué pasaría si… me lo bebiese y me convirtiese otra

vez en humana? ¿Te quedarías conmigo?, ¿Harías lo que

yo?

-No, no lo haría.- Me cortó haciéndome pedazos.

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-¡Imbécil!

Sin apenas darle tiempo a reaccionar, me tragué de un golpe

el contenido. Un segundo después me encontraba entre los

brazos de Erik, convulsionándome y escupiendo sangre por

la boca.

-Tonta, pero qué has hecho. Si yo te quiero tal como eres.

Las lágrimas de Erik me hicieron aún más daño que el hecho

de que no me hubiera acompañado a la humanidad. Era la

primera vez en mucho tiempo que lo veía así de derrumbado,

pero estaba a mi lado, aunque ahora no fuera para siempre.

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40. El final de una era

Aún me sentía dolorida cuando desperté. Quizás fuera un

efecto secundario de mi humanidad, o tal vez fuese cosa

psicológica debido al estrés, pero lo que sí sabía es que me

encontraba relajada… demasiado relajada…

-No te muevas.- Me previno una voz a mi lado.

Abrí los ojos despacio. Reesha estaba sentada en una

banqueta al lado de la camilla. Su mirada era severa, pero

poseía un deje de preocupación.

-¿Por qué estoy aquí?- Susurré aturdida.

-Bebiste algo que no deberías haber bebido.- Respondió

toscamente.- ¿En qué demonios estabas pensando?- Gritó.-

¿Es que acaso no te hemos enseñado nada?

-No me trates como una niña.- Repliqué.- Sabía lo que

hacía…

-No, no lo sabías.- Me cortó.- Ese veneno podía haberte

matado.

-¿Veneno?- Pregunté confusa abriendo de par en par lo

ojos.- Pero yo creí…

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-Sé lo que creíste, pero ya es hora de que aceptes la

realidad, ¿no crees? ¿Qué crees que hubiera pasado si no

hubiéramos llegado a tiempo?

-Entonces… ¿No soy… humana?

-No.- Respondió de inmediato.- Y jamás lo serás, de modo

que abre los ojos de una maldita vez y deja de hacer

estupideces como estas, que no ocasionan más que

problemas.

-Una vez fui humana…- Susurré más para mí que para

ella.

-Jamás fuiste humana, Violet, tan solo inhabilité tus

instintos de vampiro para que no causaras estragos entre los

humanos.

-Pero yo…

-No, Violet, ya va siendo hora de que lo aceptes y dejes de

darnos tantos sustos. Tu padre también ha estado muy

preocupado, incluso Erik estaba de los nervios… ¿En qué

narices estabas pensando?- Repitió furiosa.

-Yo… creí que si me volvía humana, Erik…

-¡Lo que pase entre vosotros dos no tiene nada que ver!-

Me volvió a cortar.- Además, Erik se casó con la vampiresa

Violet, no con la humana Violet. Eso tendría que haberte

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dado una pista, ¿no crees? Ahora bien, ¿cuál de las dos eres

tú?- Me retó.

-Yo… supongo que soy la vampiresa… Pero, ¿cómo

aceptarlo, si no recuerdo absolutamente nada de mi pasado?

-¡Solo créelo y punto!- Gritó.

-Sí… Lo sé…

-Si lo sabes, deja ya de hacer tonterías, ¿de acuerdo?

-¿Qué son esas voces?… ¡Violet, ya estás despierta!

¡Chicos, chicos, Violet ha despertado!- Gritó Carl saliendo

como una bala de la enfermería.

El primero en aparecer fue nada más ni nada menos que mi

Erik, seguido por Edy y “compañía” y el resto de nuestros

compañeros. En los ojos de Erik se podía ver cuánto había

estado preocupado por mí, pero yo no pude más que apartar

la mirada.

-Violet…

Kevin se acercó hasta la camilla en la que descansaba. Mi

madre le cedió el puesto en la silla y se llevó consigo a los

demás, con lo que nos quedamos él y yo a solas en la

enfermería.

-Tengo… que hablar contigo…- Asentí. Intuía lo que me iba

a decir, pero quería comprobarlo de sus propios labios.- Yo…

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sé que te pedí que fueras mi novia…- Empezó trabándose a

cada palabra.-… a pesar de estar casada con Erik y… sé

que no hemos estado muy unidos, pero… no puedo…

-¿No puedes?- Le animé.

-No puedo… estar contigo.- Me confirmó-Los sentimientos,

los recuerdos que trasmites… son demasiado fuertes para

mí…

-Sí, ya me di cuenta.- Susurré.- ¿Y qué tal te va con Edy?-

Kevin se sobresaltó sorprendido, pero consiguió

recomponerse y me sonrió cabizbajo.

-Lo siento… No quería hacerte daño… sobre todo cuando

he sido yo el culpable de que mis sentimientos cambiasen…

-Kevin, no pasa nada, de verdad. Lo nuestro pasó hace

muchísimo tiempo, de modo que no es de extrañar que ya no

sientas lo mismo por mí, a pesar de haber tratado de

regresar a lo que era.- Suspiré.- Además, yo he tenido algo

de culpa por no haber podido corresponderte, pero…

-Tu amor es de Erik, lo sé.- Me cortó.- Por mucho que yo

hubiera tratado de cambiarlo, no habría sido capaz, ¿me

equivoco?- Esbocé una leve sonrisa.- Ya, eso pensaba.

-Me alegro de que estés bien con Edy.

-Aún no sé ni cómo ocurrió…

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-No pienses en eso… Lamentablemente, no se puede

escoger a quien amar.- Esbocé una sonrisa forzada.- Ve con

ella y hazla feliz, ¿vale?

-Antes, ¿puedo hacerte una pregunta?- Asentí.- ¿Trataste

de convertirte de verdad en humana?- Volví a asentir un

poco avergonzada.- ¿Por qué?

-Creí que sería lo mejor para mí, pero me equivoqué.-

Admití.

-¿No fue por Erik?

-Vale, sí, lo fue.- Admití.- Quería que me acompañara, se lo

pedí, pero no lo hizo.- Al recordar la escena, regresó el dolor

en mi pecho.

-Bueno, Violet, no puedes pedirle a un vampiro que

renuncie a lo que es por naturaleza.- Rió.- Nadie en su sano

juicio aceptaría eso.

-Entonces, será que yo no estoy en mi sano juicio.- Reí, y

la tensión que se había acumulado dentro de mí, fue

disminuyendo poco a poco.

-Sí, puede que sea eso…

-Oye…- Me quejé.

Page 311: Rosa de-sangre

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Ambos estallamos en carcajadas al instante. Hacía tiempo

que no me reía de ese modo y me alegraba comprobar que

al menos alguien podía ser feliz.

Después de mi intento fallido de volverme humana, empecé

poco a poco a aceptar mi condición.

Sorprendentemente, Kevin me había ayudado a comprender

un poco mejor a Erik. Empecé a entender la razón por la cual

se había negado a convertirse en humano. Él era un

vampiro, al igual que yo y, además, él no se había casado

conmigo por ser humana, sino porque le gustaba yo tal y

como era…

Y así, entre tanto, se consumió el primer año de los tres que

pasaríamos en la isla.

Erik siguió un tanto receloso a aceptar que no le quería tan

solo por obligación, como había pensado una vez, pero yo

me había enamorado de él mucho antes de saber que era mi

esposo, mucho antes de saber que era un vampiro, mucho

antes de que mi vida cambiase por completo. Y, cuando por

fin lograse recordar aquellos tiempos…

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Page 313: Rosa de-sangre

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SIGUE LA HISTORIA EN

TORMENTA NEGRA

¿Qué harías si para salvar al amor de tu vida tuvieras que

renunciar a aquello que has llegado a amar de verdad?

¿Qué harías si todo aquello que intentas proteger, no

quisiera ser protegido?

Desde que Violet aceptó su condición de vampiro no ha

tenido más preocupaciones que el hecho de vivir pero,

cuando ni tan siquiera es posible confiar en la familia y los

amigos, ¿a quién acudir?, ¿en quién confiar?

Cuando la vida de Erik y la suya propia corren peligro, Violet

debe tomar una durísima decisión: salvar al amor de su vida

o perderlo para siempre en el abismo.

Traición, amor, intriga… Todo el mundo de Violet está a

punto de desmoronarse…

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