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1 VICENTE GALLEGO ¿Quién dicta los versos? “La experiencia me ha enseñado que los mejores poemas, al menos los más gratificantes para el que los escribe, suelen ser aquellos de los que el poeta, antes de escribirlos, no sabe casi nada, ni su extensión, ni su estructura, ni su desarrollo. Será, pues, la escritura, a través de un proceso misterioso que es la que la convierte en un ejercicio apasionante, la que irá obligando al poeta a tomar un camino ignoto que, si así lo propician su constancia y las Musas, terminará por llevarlo a un lugar de sí mismo que antes desconocía. Y es en ese íntimo desvelamiento verdadero donde encuentra la poesía toda su emoción y toda su grandeza.” Delicuescencia Reventado clavel blanco y distante, lepra inversa del cielo sois vosotras, altas nubes de junio. ¿Qué sonora alegría le regala de cristal afinado vuestra espuma inocente a la mañana nuestra, y de dónde nos llega esa emoción, tan misteriosa y nítida, que produce observaros en el día del hombre? Formas breves de un sueño sois vosotras, confirmación liviana de estos ojos que os contemplan flotar calladamente sobre la cima hueca de la vida. Delicuescencia pura y noble sois, blancas nubes serenas, felicidad sin causa bajo el cobre encendido de este sol impasible. Como nosotros mismos sois vosotras y por eso miraros nos conmueve, altas nubes de junio: humo limpio de un tiempo en que juntos ardemos. “Una vez concluido el poema, me di cuenta de que [... ] había proyectado, sin proponérmelo, la condición humana sobre esas criaturas de silencio y de espuma que estaba contemplando, y había conseguido mostrarme a mí mismo cuáles eran los motivos de esa profunda emoción que me embargaba y que ahora se había acrecentado y matizado con la escritura del poema. Al margen del valor literario del texto, el objetivo estaba logrado: la palabra me había hecho un poco más lúcido y le había regalado una extraña intensidad a mi mañana. Basta con eso para justificar el gozoso esfuerzo. Si luego el lector participa de esa emoción y la hace suya, el milagro de la poesía habrá alcanzado la máxima expresión.”

Para conocer a Vicente Gallego

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VICENTE GALLEGO

¿Quién dicta los versos?

“La experiencia me ha enseñado que los mejores poemas, al menos los más gratificantes para el que los escribe, suelen ser aquellos de los que el poeta, antes de escribirlos, no sabe casi nada, ni su extensión, ni su estructura, ni su desarrollo. Será, pues, la escritura, a través de un proceso misterioso que es la que la convierte en un ejercicio apasionante, la que irá obligando al poeta a tomar un camino ignoto que, si así lo propician su constancia y las Musas, terminará por llevarlo a un lugar de sí mismo que antes desconocía. Y es en ese íntimo desvelamiento verdadero donde encuentra la poesía toda su emoción y toda su grandeza.”

Delicuescencia

Reventado clavel blanco y distante, lepra inversa del cielo sois vosotras, altas nubes de junio. ¿Qué sonora alegría le regala de cristal afinado vuestra espuma inocente a la mañana nuestra, y de dónde nos llega esa emoción, tan misteriosa y nítida, que produce observaros en el día del hombre?

Formas breves de un sueño sois vosotras, confirmación liviana de estos ojos que os contemplan flotar calladamente sobre la cima hueca de la vida.

Delicuescencia pura y noble sois, blancas nubes serenas, felicidad sin causa bajo el cobre encendido de este sol impasible.

Como nosotros mismos sois vosotras y por eso miraros nos conmueve, altas nubes de junio: humo limpio de un tiempo en que juntos ardemos.

“Una vez concluido el poema, me di cuenta de que [... ] había proyectado, sin proponérmelo, la condición humana sobre esas criaturas de silencio y de espuma que estaba contemplando, y había conseguido mostrarme a mí mismo cuáles eran los motivos de esa profunda emoción que me embargaba y que ahora se había acrecentado y matizado con la escritura del poema. Al margen del valor literario del texto, el objetivo estaba logrado: la palabra me había hecho un poco más lúcido y le había regalado una extraña intensidad a mi mañana. Basta con eso para justificar el gozoso esfuerzo. Si luego el lector participa de esa emoción y la hace suya, el milagro de la poesía habrá alcanzado la máxima expresión.”

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ÍNDICE

1. Un poeta en el basurero. Vicente Gallego, empleado de un basurero, obtiene el premio Loewe. (El País, 8-11-2001.)

2. La poesía que surgió del vertedero. (El Mundo, 11-11-2001.) 3. Los poetas valencianos en auge (Entrevista.) 4. Vicente Gallego: La celebración del existir. (Entrevista) 5. La opinión de otros poetas. 6. Antología de poemas procedentes de La plata de los días y Santa

deriva.

7. Quién dicta los versos. 8. Resurrecciones, texto autobiográfico de Vicente Gallego (El País,

Comunidad Valenciana (30-8-2003). 9. Actividades sugeridas. 10. Obras de Vicente Gallego.

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Un poeta en el basurero Vicente Gallego, empleado de un vertedero, obtiene el Premio Loewe

AMELIA CASTILLA - Madrid EL PAIS | Última - 08-11-2001

Desde la caseta donde trabaja Vicente

Gallego (Valencia, 1963) pesando camiones

cargados de basura se ve el cielo y una

montaña 'negra como resultado de un

incendio de los que cada verano asolan el

paisaje mediterráneo'. El ganador del 14

Premio de Poesía Loewe, por el poemario

Santa deriva, considera que su trabajo como

pesador controlador del vertedero de

residuos sólidos urbanos del término de Dos

Aguas, en la provincia de Valencia, es un

empleo estupendo porque le deja 'muchas

horas para estar tranquilo, lo mejor que le

puede pasar a un poeta'. El Premio de Poesía

Loewe, uno de los más prestigiosos del

género, está dotado con dos millones y

medio de pesetas y la publicación del

poemario por la editorial Visor. Carlos

Bousoño, Francisco Brines, Caballero

Bonald, Álvaro Mutis, Jaime Siles y Luis

Alberto de Villena forman parte del jurado

que otorgó el premio a Vicente Gallego.

Perilla bien recortada, flequillo ligera-

mente alzado y un principio de patillas,

Vicente Gallego no podía evitar ayer una

media sonrisa cuando le preguntaron inge-

nuamente que si vivía de la literatura. 'He

trabajado en mil cosas', dijo el flamante

premiado, que desde muy joven ha

compaginado la lírica con trabajos más

prosaicos: gogó y portero en una discoteca

valenciana. Empleos temporales que le

llevaban de un lado para otro sin dejarle

concentrarse, hasta que un día se hartó y se

presentó a una oposición como empleado del

servicio de recogida de basuras. Desde

entonces tiene un empleo estable -doce horas

diarias dos días seguidos por dos días de

libranza- que le deja suficiente tiempo para

concentrarse en la lírica. Santa deriva, el

libro de 60 poemas, con el que obtuvo el

Premio Loewe, tiene mucho que ver con el

tiempo que le deja libre su trabajo en el

vertedero. 'Son una reflexión sobre el

misterio del ser, algo sobre lo que lleva

reflexionando la poesía de todos los tiempos.

Me preocupa, sobre todo, que sea una poesía

que participe de la emoción y del cono-

cimiento', apunta. El título de la obra gana-

dora -al premio se presentaron 1.010 poema-

rios- tiene que ver 'con la deriva en que esta-

mos inmersos por estar en el mundo y lo que

tiene de sagrado por el hecho de estar vivo'.

No es la primera vez que este autor,

cuyos versos se recogen en numerosas

antologías, obtiene un galardón. Todos sus

libros han sido premiados. Ganó el Ciudad

de Melilla de Poesía, el Tigre Juan de

Narrativa con el libro Cuentos de un

escritor sin éxito y en 1989 el Premio a la

Creación Joven que la Fundación Loewe

concede a los autores menores de treinta

años y que ayer quedó desierto.

Como poeta se le encasilló en la

corriente denominada como de la

experiencia, pero Santa deriva supone una

ruptura con todo lo anterior. El poeta

Francisco Brines, del que Gallego publicó

una antología, no podía evitar ayer sentirse

orgulloso de su paisano, al que calificó

como vital y austero: 'Hay precisión y

complejidad en su poesía, de alto y

soterrado vuelo'.

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Domingo, 11 de noviembre de 2001

LITERATURA / ULTIMO PREMIO LOEWE

LA POESIA QUE SURGIÓ DEL VERTEDERO VICENTE GALLEGO ha sido «gogó» de discoteca, podador de pinos, repartidor, y ahora trabaja como empleado municipal de limpieza, pero es, sobre todo, un poeta ya reconocido ANTONIO LUCAS Vicente Gallego está en el invernadero tropical que Rafael Moneo proyectó bajo la bóveda modernista de la estación de Atocha, en Madrid. Vuelve a su ciudad, Valencia, algo agotado por los dos días «frenéticos» en los que no ha dejado de atender las llamadas a su teléfono móvil con una resignada educación, perplejo ante la atención que concita. Vicente Gallego ha ganado el 14º Premio Internacional Loewe de Poesía, uno de los más destacados del panorama, dotado con dos millones y medio de pesetas, por el libro Santa deriva, donde ha reunido unos 60 poemas escritos, muchos de ellos, en el vertedero de residuos sólidos urbanos del término municipal de Dos Aguas, en la provincia de Valencia, donde trabaja el poeta.

A 75 kilómetros de la ciudad, en lo alto de un cerro, a noche abierta, Gallego es un funcionario más pesando los camiones de desperdicio que llegan hasta la recóndita zona. A primera vista cabe poca poesía en tal entorno, pero es sólo una suposición: «Cuando comencé a trabajar en el vertedero, después de aprobar las oposiciones hace algo más de dos años, pensaba que me metía en el infierno. Este trabajo estaba a muchos kilómetros de Valencia y pensé que me iba a robar demasiado tiempo. Pero una vez que llegué, aquello se convirtió para mí en un motivo de felicidad. Tengo un sueldo que me permite vivir bien y tiempo y espacio para la meditación y la lectura. De hecho, el libro ha sido casi por completo escrito allí», dice.

Por cada 24 horas de trabajo, Vicente Gallego descansa un día. Es el tiempo que dedica a estar con su hijo de tres años y a escribir crítica literaria, pequeños ensayos, cuentos, poemas... Por ejemplo, los de Santa deriva. «Empecé a pergeñar este libro hace dos años y medio. Pero dos años de una intensísima labor. Escribía en el vertedero, en casa, en cualquier sitio, en una suerte de rapto, al dictado de no se sabe qué». Y es que la literatura es el verdadero eje en su heterodoxa forma de vida. Dejó los estudios de letras para emprender aventuras más intensas. Algo así como apostar por la intemperie, mientras muchos de sus compañeros de generación optaron por las bicocas de la docencia. Sus múltiples trabajos, «que al parecer tanto sorprenden a la gente», no han sido más que formas de subsistencia. La poesía es otro vuelo más alto, ese vuelo de la íntima celebración. A sus 38 años, con cuatro libros publicados, y premiados, La luz, de otra manera y Los ojos del extraño, son dos de ellos , Gallego figura en algunas de las más destacadas antologías poéticas de los últimos años como uno de los miembros más jóvenes de lo que algunos críticos han denominado poesía de la experiencia, o generación de los 80. Entretanto, ha trabajado también como gogó de discoteca, guardia de seguridad, podador de pinos, despachante de aduanas, repartidor... Y en el Palau de la Música de Valencia. «En definitiva he hecho lo mismo que mucha gente joven de este país, buscarme la vida».

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Pero esto son anécdotas dentro de la obra de un poeta reconocido, con 20 años de trayectoria literaria sólida y una inexpugnable pasión poética a la que ha transferido sus erráticas experiencias, sus muchas y escogidas lecturas: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Blas de Otero, Francisco Brines... «Lo circunstancial para mí han sido mis oficios, entre ellos el vertedero. Tan sólo suponen una manera de ganarme la vida. Yo no he buscado estos empleos para labrarme una biografía, pero es cierto que han formado parte del ser que soy y se han visto reflejados, inevitable-mente, en mi poesía. En Los ojos del extraño tengo poemas donde han quedado reflejadas mis experiencias en las disco-e cas; otro que se titula La brigada de poda... Son consecuencias de algunos de mis empleos, pero no al revés», explica.

A Vicente Gallego le siguen llamando al móvil con una insistencia algo disparatada. Todo son requerimientos para que acuda a radios y televisiones a contar su vida. Y no sale de su perplejidad.«Esto no es más que el síntoma de que la poesía no le importa a casi nadie. Lo que la gente quiere es circo, y yo me niego a eso. Me han llamado hasta de los magazines de la tarde, ¿qué te parece?». Pero para el autor de Santa deriva todo es más sencillo.«De lo que realmente me ha servido trabajar en tantos sitios diferentes es para conocer a gente que no tiene nada que ver conmigo. Amigos con los que he trabado muy buena amistad. Luchamos por lo mismo: ser felices». Y es que en la poesía de Gallego está cifrada esa máxima. Su obra encierra ciertas coordenadas hímnicas, una propensión al hedonismo y, como dijo Francisco Brines durante el almuerzo en el que se falló el Premio Loewe 2001, «la carnalidad y un cierto misticismo» transitan también por los textos del poeta. En eso tiene algo que ver su trabajo en el vertedero. «Quizá por la posibilidad de vivir la soledad de la montaña, he logrado unos poemas más íntimos que parten de mi mundo interior. Creo que este modo de aislarme ha sido determinante para el nacimiento de este libro, en el que he querido preservar la claridad de

la dicción, que para mí es fundamental en cualquier obra de arte».

Cree que la lectura de un poema es una forma de cultivar la sensibilidad y el espíritu, una vía directa de tolerancia. La poesía le ha ayudado a ser quien es, sin más alharacas. Es decir, un tipo atento a lo que pasa, que se divierte, escribe con fruición y se entusiasma ante la rareza de un fósil. «Estos días he comprado en Madrid algunos de los más bellos y curiosos de mi colección. En ellos está cifrada la evolución de la vida».

El móvil insiste una vez más. Otra solicitud de entrevista. «Esto hay que cortarlo cuanto antes», dice. Mañana volverá al vertedero de residuos sólidos urbanos del término municipal de Dos Aguas, en la provincia de Valencia. Allí sigue pesando camiones cargados de basura. Allí tiene algunos amigos que probablemente sabrán ahora que Vicente Gallego es el autor de cuatro libros de poemas que han hallado la complicidad de los lectores. El último, Santa deriva, ha recibido el XIV Premio Loewe. «Lo que sucede es que yo no voy por la vida de poeta, así que a gente de mi trabajo le habrá sorprendido verme estos días en los periódicos, aunque estoy seguro de que se habrán alegrado, incluso les hará gracia, y todo esto tan sólo servirá para celebrarlo y reírnos juntos».

Ahora se tomará un tiempo de reflexión, que es lo que hace siempre que termina un libro: «Soy incapaz de escribir ni un verso hasta que mi mundo y mi palabra no se renuevan». Mientras, a noche abierta, arriba en un cerro, vive también la poesía: un cobijo de luz entre tanta inmundicia.

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Entrevista a Vicente Gallego

Los poetas valencianos en auge

Diego Marín A.

El poeta Vicente Gallego (Valencia, 1963) ganó en el 2001 ‘XIV Premio de Poesía Fundación Loewe’ por el libro Santa deriva (Visor, 2002), noticia que cubrieron todas las televisiones nacionales porque el autor trabajaba como pesador en un vertedero valenciano. Pero Gallego ya tenía una producción literaria consolidada y compuesta por el libro de relatos Cuentos de un escritor sin éxito (Pre-Textos, 1994; Premio Tigre Juan a la mejor opera prima) y los poemarios La luz, de otra manera (Visor, 1988 y Maillot Amarillo, 1998; Premio Rey Juan Carlos I), Los ojos del extraño (Visor, 1990; Premio Loewe Creación Joven) y La plata de los días (Visor, 1996; Premio Internacional Ciudad de Melilla).

P. Todos los medios de comunicación nacionales informaron de tu Premio Loewe por tu condición laboral, cuando ya tenías cuatro libros publicados. ¿Qué crees que les interesaba entonces a los medios?

R. Es muy patente que no buscaban dedicarle atención a la poesía, sino ocuparse de ella por motivos espurios, ya que parece que creaba cierta sorpresa o morbo que yo trabajara donde trabajo. Lo tuvo claro desde el principio, por eso me negué a ir a ciertos medios de comunicación que no me parecían suficientemente serios, pero no porque yo piense que yo merezco que se me haga caso, sino porque creo que la poesía merece otro trato. Y si para una vez que se le va a hacer caso a la poesía, va a ser por esos motivos, me parece cabreante. En fin..., si eso ha servido para acercar la poesía a algún lector, pues estupendo.

P. Cada uno de tus cinco libros han obtenido premios y Santa deriva se ha llevado el mejor dotado económicamente de la poesía en España. ¿Cómo valoras ahora tu obra?

R. Los premios literarios significan muy poco. Son la oportunidad de publicar en una buena editorial y, de alguna forma, por la publicidad que implica, llegar a más lectores, que es lo que le interesa a un poeta. Pero los premios no añaden ni restan calidad a un libro, éste es igual de malo o bueno con o sin premio. Es una satisfacción ganar un premio como el Loewe por el reputado jurado que tiene, que son poetas a los que admiras.

P. En Santa deriva escribes tus poemas con un estilo clásico y culto que difiere de los textos del anterior La Plata de los días, sobre todo del poema “Échale a él la culpa”. ¿Qué ha sucedido y qué hay entre un poemario y otro?

R. Si lo supiera te lo contaría. Por muchas cosas, entre uno y otro han pasado seis años de mi vida, he tenido un hijo, he cambiado de trabajo, he tenido una serie de relecturas más que lecturas porque uno va madurando... [...] Por un cúmulo de razones, de repente me he encontrado escribiendo de forma diferente y no sabría decirte el porqué. Lo he hecho con una rotunda aceptación porque ha sido muy verdadero, no hablo de resultados, sino de concepciones y del momento de la escritura. Y sí, hay una especie de triple salto mortal entre un libro y otro. La plata de los días es mucho más narrativo y con más anécdotas, mientras que Santa deriva es mucho más lírico.

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P. ¿No tienes miedo de que lectores jóvenes y primerizos no entiendan Santa deriva cuando se acerquen a este poemario por tu obra anterior?

R. Eso es un problema que se cura con las lecturas y la edad, y no hablo en mi caso porque sería muy modesto. No quiero compararme porque me daría vergüenza, pero cuando leí a Claudio Rodríguez me gustó, me gustaron sobre todos los poemas más claros y directos, y en una relectura que hice hace ya bastantes años, pero en una primera etapa de madurez mía como lector, me encontré con un poeta inmenso. Lo mismo me pasó con Juan Ramón Jiménez, el último y metafísico, el cual antes me parecía inabarcable y ahora me parece una fuente inagotable y verdadera para generaciones posteriores de poetas. No digo que con mi libro vaya a suceder eso, evidentemente, pero hay textos que a veces nos resultan complicados en nuestra vida de lectores luego pueden ser una revelación.

P. Santa deriva ha sido descrito como un libro metafísico, pero también carnal.

R. Eso lo dijo Francisco Brines cuando me concedieron el Loewe. Como miembro del jurado declaró que Santa deriva era un libro metafísico y carnal. En aquel momento, y lo reitero ahora, mi concepto es que todo lo que hay de metafísico en nosotros parte de la carne. No conozco momento más metafísico que el producido después de un buen polvo, ese momento de absoluta beatitud en la que uno se siente pagado y en armonía con el universo. Escuchando a Vivaldi, por ejemplo, a mí me parece uno de los momentos más grandes de elevación espiritual.

P: Parte de tu obra poética fue recogida por Cano Ballesta en la antología Poesía española reciente, donde faltaban poetas como Benjamín Prado [...] ¿Qué sucede con estas recopilaciones?

R. Creo que todo eso es accesorio a la poesía y la literatura. La poesía es una cosa que uno escribe en absoluta soledad y la escribe para la eternidad, lo hace con esa intención y otra cosa es que luego dure cinco días o no dure nada porque es mala, pero creo que un escritor debe ser ambicioso siempre y deber intentar emular a Shakespeare y Cervantes. Luego cada uno se queda donde puede. Respecto al tema de las antologías [...] opino como Claudio Rodríguez cuando le preguntaron sobre [la antología Las ínsulas extrañas] cuando Valente y Sánchez Robayna estaban preparándola, dijo: «Yo no soy vanidoso». Y creo que es la mejor postura para un escritor, aunque estemos muy acostumbrados a la vanidad de los escritores. No hay que preocuparse de esas cosas, cada uno debe de hacer su obra y si vale ya saldrá y encontrará a sus lectores.

[...] P. Hace seis años que las notas bibliográficas de tus libros anuncian un inminente

segundo volumen de relatos. ¿Para cuándo?

R. Pues no lo sé, estoy tratando de buscar tiempo pero últimamente voy bastante justo. Entre mi hijo, que ya tiene cuatro años, los bolos poéticos y demás, lo tengo complicado, pero yo quiero que esté pronto. Lo voy a publicar en cuanto pueda y consiga terminarlo. El otro día escribí un cuento nuevo y ya hacía tres años que no escribía nada de narrativa. La poesía me vino a raudales y lo dejé todo. En cuanto pueda lo ultimo y lo presento a alguna editorial.

P. ¿Por qué has comenzado a suprimir libros tuyos de las notas biográficas de tus nuevas publicaciones?

R. Del primer libro, Santuario, ya prescindo desde hace mucho tiempo porque tuve la mala suerte de ganar un premio de la Universidad de Valencia con él, pero hace mucho tiempo y no se ha visto mucho. Me hizo mucha ilusión porque era mi primer libro, pero ahora lo

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considero de la adolescencia e inmaduro. No voy a cargar a los lectores con ese libro. Del libro Los ojos del extraño seguramente voy a prescindir de él porque me parece fallido, simplemente. Creo que si un escritor no se siente contento ni representado con un libro, no por el mero hecho de estar publicado debe de estar machacando a sus lectores con él. Aunque en esto hay diversidad de opiniones, yo ahora me siento mucho más cercano a mi último libro, Santa deriva, y hay mucha gente a quien le gusta mucho más el anterior. La diferencia es que La plata de los días, aunque me encuentro lejos de él, me sigue pareciendo un libro digno y Los ojos del extraño no tanto.

P. Acaban de otorgar el Premio Nacional de Poesía al también valenciano Carlos Marzal. ¿Ha habido algún motor para el actual auge de los poetas valencianos?

R. Es una cosa absolutamente imprevisible y, la verdad, se habló en un momento, excluyéndome a mí, de que hay un montón de poetas valencianos que figuran a nivel nacional. Pero durante todo el siglo veinte ha habido uno o dos poetas en Valencia de talla nacional y es maravilloso. Comparto amistad con todos ellos y estoy encantado.

En http://perso.wanadoo.es/jlperpas/articulos/Egallego.htm Entrevista aparecida en Diario de La Rioja, sumplemento Imagina.

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Vicente Gallego: La celebración del existir Por Noemí Montetes Mairal

"El poeta verdadero se debe a las imprevisibles exigencias de la poesía. Así que no podría asegurar que aquellos que hoy circulan por el sendero metafísico no anden mañana enredados de nuevo con la musa canalla"

Vicente Gallego (Valencia, 1963) puede enorgullecerse de ostentar una de las carreras más plagadas de premios del horizonte literario español. Inició su trayectoria poética con La luz, de otra manera (1988), poemario que obtuvo en 1987 el premio Rey Juan Carlos I. Le siguió Los ojos del extraño, premio Loewe a la creación joven, 1989 (1990); La plata de los días (1996), premio Ciudad de Melilla 1995 y, recientemente, por Santa deriva (2002), obtuvo de nuevo el premio de poesía Loewe 2001, esta vez en su categoría senior. Es autor también de un libro de relatos, Cuentos de un escritor sin éxito, por el que logró el premio Tigre Juan en 1994, y actualmente está ultimando la que será su segunda compilación de narraciones breves. Has necesitado cinco años (el libro de poemas inmediatamente anterior a este, La plata de los días, se publicó en 1996) para dar por terminado Santa deriva. Tras su lectura descubrimos un Vicente Gallego distinto, más maduro. Entre La plata de los días y Santa deriva se ha estabilizado tu vida profesional, has tenido un hijo... ¿han podido influir estos factores en la escritura de este libro?

Estoy convencido de que todas y cada una de nuestras circunstancias biográficas acaban por influir en lo que somos como seres humanos y, por lo tanto, también como escritores. Los últimos años han sido decisivos para mí a nivel vital y quizá también en lo que respecta a la poesía. Dentro de las circunstancias biográficas, de cualquier modo, caben también las nuevas lecturas y ese tipo de relectura que funciona como un descubrimiento. Yo he sentido así últimamente las relecturas de Juan Ramón, Neruda y Claudio Rodríguez.

También en estos seis años la poesía española ha dado un vuelco, del que Santa deriva es ejemplo patente. Los poemarios publicados desde entonces entre los denominados poetas de la experiencia parecen buscar algo distinto a la hora de hilvanar sus versos, de concebir el poema. Un giro meditativo, metafísico, de búsqueda de una trascendencia que antes no aparecía. ¿Cómo definirías este nuevo rumbo en la poesía española en general y en tu obra en particular?

Creo que en literatura nada se da a priori. El poeta verdadero se debe a las imprevisibles exigencias de la poesía. Así que no podría asegurar que aquellos que hoy circulan por el sendero metafísico no anden mañana enredados de nuevo con la musa canalla. De todos modos, los buenos poetas de la experiencia siempre han logrado la trascendencia en sus versos, si bien a través de otros procedimientos y maneras.

En alguna ocasión has confirmado la influencia de la poesía del XVII en tu obra. En la literatura barroca, frente a la renacentista, se buscó, también, la mezcla entre la carne y el espíritu, se concebía al hombre como un animal religioso ¿Qué hay de esa huella en tus versos?

Lo único que puedo afirmar es que, en los últimos tiempos, he releído con más pasión que nunca a Quevedo, a Aldana, Villamediana, Lope, Fray Luis y, cómo no, a Garcilaso y a Manrique. En cuanto a la mezcla entre carne y espíritu, creo que todo lo que hay de espiritual en nosotros nace, desgraciadamente, de la carne, y digo desgraciadamente porque eso implica que, cuando muere la carne, estamos perdidos.

La impronta de la obra de Claudio Rodríguez, Jorge Guillén o Antonio Machado (sobre todo el primero) en este poemario es muy evidente. No insisto en la presencia de Luis

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Rosales o Francisco Brines porque su estela ya se había destacado en anteriores poemarios tuyos ¿Por qué has escogido estos padres para edificar la arquitectura de Santa deriva?

Con los padres literarios sucede como con los biológicos, nadie los escoge. He releído, como apunto más arriba, a Claudio como un descubrimiento. He necesitado madurar para sacarle todo el jugo al milagro entre oscuro y luminoso de su decir. La celebración de la vida que hay en el Cántico de Guillén siempre me tocó de cerca. En cuanto a Machado, me parece un poeta enorme, pero quizá mis últimos postulados estén mucho más cerca del Juan Ramón último, salvando, claro, las distancias, los abismos.

La obra poética de otros autores con quienes te une una amistad a lo largo (Carlos Marzal, Felipe Benítez Reyes) también ha evolucionado en estos últimos años: Benítez Reyes ha ahondado su voz por la vía esencialmente elegíaca, Marzal publicó hace sólo unos meses un poemario que ha marcado un punto y aparte en la historia de la poesía española reciente. ¿Hasta qué punto crees que confluyen vuestras poéticas en una línea común?

Somos íntimos amigos, coincidimos en nuestros gustos literarios, intercambiamos lecturas, nos corregimos los poemas los unos a los otros. A veces, hasta nos gustan las mismas chicas. Es natural que haya coincidencias en la visión del mundo. En cuanto a la expresión de ese mundo, creo que cada cual tiene su modo de decirlo. Todos estamos en la misma guerra y, para mí, pelear en esa compañía es un orgullo.

Especialistas y críticos literarios han insistido en la opinión de que en este momento las corrientes de la llamada poesía de la experiencia y poesía del silencio, minimalista, abstracta, están más cerca de lo que nunca lo han estado, precisamente por su común búsqueda de la palabra iluminadora, de la reflexión metafísica, de la meditación. ¿Estás de acuerdo con esta idea?

Sólo me atrevo a hablar de poetas, o mejor de libros, de poemas concretos. Lo de las corrientes vamos a dejarlo para los meteorólogos, porque las corrientes suelen ser tan difusas e imprevisibles como sus vaticinios.

¿Por qué derroteros crees que va a transitar de ahora en adelante la poesía española?

He olvidado la bola de cristal en casa de mi abuela; en cuanto la recupere, le contesto.

En su nueva antología de las últimas voces poéticas, las más jóvenes, Luis Antonio de Villena apostará por lo que ha dado en llamar la voz órfica, una recuperación de lo irracional, lo incognoscible, lo oscuro. ¿Qué autores entre los más jóvenes consideras de mayor valía, pulsen tu propia cuerda poética o no lo hagan?

Álvaro García, Luis Muñoz, Vicente Valero, Josep María Rodríguez, Lorenzo Plana, Oliván, López Vega. Cito a los que tienen, por lo menos, un par de años menos que yo, que ahora recuerde. De todos modos, podría citar a muchos otros más. El panorama es rico en nombres. Y también es muy probable que, siendo la suya obra en marcha, unos crezcan y otros mengüen como poetas.

En 1994 ganaste el premio Tigre Juan por un libro de relatos, Cuentos de un escritor sin éxito, y estás ultimando el próximo. ¿Qué hay del Vicente Gallego poeta en el escritor de relatos y viceversa? ¿Qué género te interesa más y por qué?

He escrito más poesía, eso resulta evidente y, si me obligarán a renunciar a uno de los dos géneros, renunciaría al relato. Pero hay relatos mucho más emocionantes que muchos poemas. Lean ustedes Viajeros nocturnos, un cuento de Ethan Canin (del libro El emperador del aire). A mí ese cuento me ha hecho llorar, pero no unas lagrimitas, me ha hecho llorar a moco tendido. Bueno, y qué decir de Carver, Ford, Updike, Kundera, Thom Jones, William

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Boyd, Kevin Canty, Riveiro y tantos otros. Un buen relato está a la altura emocional de un buen poema. Y yo he sido muy feliz como lector de relatos.

¿Para cuándo una novela, un libro de ensayos, unas memorias...? ¿Qué nuevas metas te planteas de ahora en adelante?

Nunca me planteo metas, literariamente hablando. Dejo que el camino me vaya marcando la dirección. Es difícil que escriba una novela. He escrito dos y, dejando aparte lo mal que salieron, el proceso de escritura no me resultó nada satisfactorio. Lo mío es la distancia corta. Pero en fin...la vida me ha enseñado a no decir nunca de esta agua no beberé o Este cura... ya se sabe.

http://www.literateworld.com/spanish/2002/portada/aug/w03/santaderiva.html

LA OPINIÓN DE OTROS POETAS

LOS PREMIOS DEL AÑO ELIGEN LOS LIBROS DE 2002 - Los mejores del año Letras de mejor estirpe

CARLOS MARZAL. Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica por Metales pesados (Tusquets).

Santa deriva (Visor), de Vicente Gallego. Se trata de la voz más honda de uno de los mejores poetas en activo. Un cántico emocionado a la existencia y a la magia de vivir, hecho desde la magia de la palabra emocionada. La demostración de que la gran poesía no se cuida de escuelas, ni de generaciones, ni de estilos, porque sólo se atiende a sí misma, y se regala a su mejor lector.

MIGUEL ÁNGEL VELASCO. Premio Loewe por La miel salvaje (Visor lo publicará en primavera).

El mejor libro de versos publicado este 2002 es Santa deriva (Visor), de Vicente Gallego. Poesía de raíces y asombros, acerada y luminosa, razonadora a la par que visionaria, de dicción robusta, donde el pensamiento es vuelo; poesía de la mejor estirpe, destinada a no morir.

El País, Babelia, 28-12-2002

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ANTOLOGÍA De La plata de los días (1996)

Una tarde cualquiera No hay grandeza en la tarde, ni en el ocio que la tarde me entrega y que he gastado en buscar algo grande en el entorno que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la música, y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas por mi vieja memoria y por la casa, he encontrado en un libro algunas fotos de una tarde tranquila como ésta en las que estoy fumando en la terraza. Y al mirar esas fotos todavía recientes de un momento trivial como este mismo, una extraña emoción adorna los objetos que desde allí me observan, y que voy comparando con lo que son ahora: las macetas han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores que crecían entonces, y entre otros detalles sin ninguna importancia que mi mano mudó al correr de los días, descubro ahora que es la mano que sostiene el cigarro y parece la misma lo que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre que soñaba un futuro diferente para el que hoy lo mira, y se sonríe, y alimenta otros sueños, y comprende que también pasarán los de este día, y aún contempla la tarde que se escapa, y en ella al fin percibe, durante un solo instante, esa extraña grandeza que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.

Lo que al día le pido

Lo que al día le pido ya no es que me cumpla los sueños, que me entregue los deseos cumplidos de otros días, porque al fin he aprendido que los sueños son igual que las alas de un insecto y al tocarlos el hombre se deshacen; y es que un sueño al cumplirse es otra cosa

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que no ayuda a volar. Lo que al día le pido es ese sueño que al rozarlo se parta en otros sueños lo mismo que una bola de mercurio, y que brille muy lejos de mis manos. Lo que al día le pido empieza a ser más difícil incluso de alcanzar que los sueños cumplidos, porque exige la fe antigua de los sueños. Lo que al día le pido es solamente un poco de esperanza, esa forma modesta de la felicidad.

Recado de escribir

De qué forma explicarte que por ti lo he hecho ya casi todo: renunciar a las otras, renunciar a las noches en que ellas en torno a mí giraban con la música como giran las noches, como todo giraba en aquel tiempo hermoso que juré detener para siempre, como gira el deseo al que he vuelto la espalda, como también a veces la mirada se gira hacia esos días que por ti he convertido en mi vieja leyenda. De qué forma explicarte que por ti me he desdicho: los amigos de entonces se sonríen al verme, no me habla mi soledad de siempre, ni siquiera el alcohol me sienta como antes, y he perdido mi destreza en el baile. De qué modo explicarte, sin que lo entiendas mal, que hasta mi juventud me va volviendo la espalda, que por ti lo he hecho ya casi todo, excepto aquello que juzgabas tan fácil, que me pediste tanto sin que nunca supiera atender tu ilusión: el poema de amor que por fin te dedico y que tal vez oculten estos versos sin halagos, sin rosas, estos versos que no sabrán en nada parecerse a los que tú soñaste. Un poema de amor verdadero, sin trampas, sin palabras hermosas.

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Maneras de escuchar un blues

Es hermosa esta noche de verano, aunque no más hermosa que cualquier otra noche de verano. Es hermosa esta noche en que estoy solo, y fumo, y he dejado en penumbra la casa mientras suena un dulce y triste blues, un blues tan triste y dulce como otros. Nada en mí, ni en la noche, ni en la música, se diría especial, y sin embargo existe algo muy hondo en esas cosas que parecen sencillas: una extraña grandeza que no acaba de ser exaltación, tragedia, paz, pero que es todo eso, y es también un sentir claramente que para que esto ocurra ha sido necesario apurar estos años, acumular recuerdos, haber ganado y haber perdido tantas cosas. Para que este piano suene así, para temblar así con esta música, ha sido necesario ir llenándola poco a poco de belleza y de daño, ir llenándola con nuestra propia vida, para que se parezca a nuestra propia vida, y suene así: tan insignificante y tan grande, tan triste, tan hermosa

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De Santa deriva

(2002)

El olivo En su hábito oscuro, con los brazos abiertos, como un monje que al cielo le dirige su plegaria obstinada por la vida del alma, el olivo difunto permanece de pie mientras la tarde dobla sus rodillas. Enhebrado en la luz que se adelgaza, su severo perfil cose el cielo a la tierra, vertebra el espinazo de la tarde. Y un saber de lo nuestro en su reserva humilde sospechamos. Encallecida mano codiciosa cuyos dedos se tuercen arrancándole al aire un pellizco de vuelo, algo extraño nos hurta el viejo olivo: un secreto inminente, temperatura extrema de un decirse que clama en su lenguaje mudo. Y el hombre le dirige su pregunta. Con su carga de hormigas y de soles, con el misterio a cuestas que buscamos cifrar en su oficio sencillo, este tronco orgulloso es sólo eso: sugestión arraigada de las cosas que quedarán aquí cuando partamos, contundente respuesta que a la luz de la luna nos aturde el oído con su seco zarpazo de silencio.

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El sueño verdadero

En el cenit del día un derrumbe se escucha silencioso: es el ínfimo estruendo de la nube que quiebra su lograda figura para ser de sí misma sólo un eco en lo alto. Todo está en su solsticio, en su plena apariencia mientras el sol lo abrasa. Y a la herida del hombre su latido le presta el frágil corazón de la que cree su hora en la burla del tiempo. Todo vive muriendo y, sin embargo, qué arraigado saberse cierto y hondo en la misma raíz del desarraigo, qué morada a cubierto en la brusca intemperie, qué verdad este sueño cristalino de agosto.

Oración pagana

Sopla recio a mi espalda, viento oscuro y tenaz del desarraigo, confúndeme los pasos y sitúa mi norte donde no halle el amparo de esta mansa morada. Quiero arder en la noche como un fuego sin dueño mientras la noche dure, y que el santo egoísmo de quien busca el placer y renuncia al soborno con que compra el resguardo voluntades me atraviese de espinas por pretender la rosa. Yo le entrego al diablo cuanto tengo por mío, y que él lo malvenda, y sólo pido a cambio caminar a su lado. De la paz pusilánime que en el orden anida no mendigo limosna: que el desconcierto traiga su cizaña a la casa que mis manos levanten.

Porque sólo en el roto corazón de lo turbio he encontrado la luz verdadera del fuego,

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que las sombras me lleven, y yo lleve conmigo, cuando sea la hora, la clara vecindad de la tiniebla ardida de mi noche a la noche.

Ofrecimiento

Aquí estás otra vez, Amor, visita siempre inesperada, endemoniado ángel de mis días; aquí llegas de nuevo con tus alas traidoras por cuyo torvo filo abandonan los hombres su fe y sus pertenencias. Funda tu extraño infierno irresistible en el centro arrasado de mi casa, y rompe el corazón de los que amo mientras yo quemo incienso ante tu imagen. Una vez más quisiera convertirme en tu obediente siervo, y por lograrlo me someto a tu imperio en cuerpo y alma. Pídeme, si te place, las más indignas pruebas, y contempla cómo entierro con cal mi libertad, cómo doy a los perros mis deberes. Aquí tienes el mundo que a mi medida alcé para pedirle amparo, arráncame de él y clávame en la cruz de tu capricho, porque alcanzo a saber que no habré de gozarte si no logro entregar, postrado, mi gobierno.

Caer quiero en tu tierra por merecer el yugo de quien me hace sentir, mi voluntad quebrando, el aliento más hondo del dolor, que es el más hondo aliento de la vida.

Porque sé que no eres generoso, ni constante, ni noble, porque conozco bien, Amor, tus bárbaras costumbres, la ordalía insensata a que me emplazas,

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te maldigo y te ofrezco, una vez más, mi entusiasmo salvaje, mi voluntad rendida.

Fetichismo

Esclava del capricho de tu extraño demonio, del ornato requieres en tu entrega desnuda: seda negra sobre negros tacones para el descalzo amor.

Pero lo más extraño es que un demonio, cuyos caprichos cumplo esclavizado, ante tu negra seda truena y gime clavado en el arpón de la lujuria.

El color de la sombra que seremos nos enciende en la cama y, más extrañas, nuestras sombras propician la concordia con que tú y yo robamos un placer tortuoso a la inocente seda.

Seda negra en tu cuerpo para abrigar el alma, y en la margen del río que nos lleva, el oasis remoto donde el instinto busca claro cauce en su noche. Y en la noche cerrada del deseo mendiga nuestra fiebre su limosna de aurora.

No hay nada que entender en los antojos de los fieles demonios que en nosotros gobiernan, tan sólo su obediencia nos reclama; y está bien que así sea, está bien que el misterio anteceda al misterio: negra seda negra sobre tu carne blanca, negra seda negra como el oscuro amor, como el oscuro origen de la luz que en nuestro cielo brilla sólo un instante y se hace oscura.

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Mi homenaje

Por cuanto ya he leído, me permito afirmar que a nuestro gremio le parece arriesgado dedicarte un poema. tendemos a un exceso de emoción y nos asusta el tópico, sin reparar tal vez en que es sentimental y tópica la vida, y que no hay sentimiento menos sobrio y menos huero que aquel al que no rehuye la cobarde retórica de nuestra recelosa tribu. Pocas veces encuentras, amistad -palabra altisonante que intimidas al bardo- el lugar que mereces en los versos de un hombre: te lo usurpa el amor, ese engendro mezquino, sentimental, altisonante y tópico, que se dice tu hermano. No pretendo cargarte de adjetivos, compararte con nada ni sumar tus virtudes; solamente quisiera, aunque sea una vez, certificar mi asombro ante tu gran ausencia y rendirte homenaje. Yo te canto, amistad, sosegada pasión que bendices m vida.

Vocación de altura No persigue en su vuelo esta paloma redención ni saberes; esclarecida vive sin noticia o temor de su destino, grácil boga en el aire y es el aire, esforzado ejercicio transparente de fe en la mañana mía. En la mañana mía esta paloma es de deseo de altura, salvación por el ojo que celebra ese gesto de fortaleza regia desde su cuenca angosta. Vuelan las aves como si nunca hubieran de morir, como si hubieran muerto y en la paz de algún lago de luz erraran firmes.

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Ah, si fuera la muerte, todo el espacio enorme de la muerte, un vuelo poderoso y desatado en la cumbre feliz del día eterno.

Escuchando la música sacra de Vivaldi A Carlos Marzal y Felipe Benítez

Como agua bendita, como santo rocío tras la noche de fiebre lava el alma esta música con su perdón sincero, fluyente arquitectura que en el aire vertebra la ilusión de otra vida salvada ya para gozar la gloria de un magnánimo dios. De lo terrestre naces, del metal y la cuerda, de la madera noble, de la humana garganta que estremecida afirma la hora suya en el mundo; y sin embargo vuelas, gratitud hecha música, evanescente espíritu que en el viento construyes tu perdurable reino. Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte... En mitad de la muerte suenas hoy, cadencioso milagro, pura ofrenda de fe en honor de ese dios que no escucha tu ruego o que escucha escondido, tras su silencio oscuro, la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios, ¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo, extraña melodía de blasfema belleza que a los hombres sugieres su condición divina, para qué sordo oído —cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo—, en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada, celebras esa frágil plenitud de no sé qué verano o qué huérfana espuma feliz de aquella ola que en la mañana fuimos?

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¿QUIÉN DICTA LOS VERSOS?

Vicente Gallego La experiencia me ha enseñado que los mejores poemas, al menos los más

gratificantes para el que los escribe, suelen ser aquellos de los que el poeta,

antes de escribirlos, no sabe casi nada, ni su extensión, ni su estructura, ni

su desarrollo. Será, pues, la escritura, a través de un proceso misterioso que

es la que la convierte en un ejercicio apasionante, la que irá obligando al

poeta a tomar un camino ignoto que, si así lo propician su constancia y las

Musas, terminará por llevarlo a un lugar de sí mismo que antes desconocía.

Y es en ese íntimo desvelamiento verdadero donde encuentra la poesía toda

su emoción y toda su grandeza.

Desde la ventana del pequeño recinto en el que trabajo como pesador de

camiones sólo se ve un fragmento de monte que abrasa el sol o que enfría

la luna, según el horario que me toque cumplir. Cuando escribí el poema

que he elegido, era el mes de junio y, a través de esa ventana, podía ver

unas blanquísimas nubes deshilachándose contra un cielo muy azul, un azul

de una nitidez y de una intensidad casi heridoras. Sentí una honda emoción

y la necesidad de expresarla; sin embargo, esa emoción era de naturaleza

abstracta, porque en ella cabía todo el bagaje vital que atesoro como ser

humano: mis recuerdos, mi presente y la ilusión de mi futuro, junto a la

clara conciencia de la fugacidad de todas esas cosas. Así que, ¿por dónde

empezar? Los tres primeros versos aparecieron en mi mente de una manera

espontánea, casi sin buscarlos. Tenía el tema acotado: mediante un par de

imágenes procuraba transmitir la belleza de esas nubes que estaba

contemplando. A partir de ese momento, debía comenzar el desarrollo del

poema, trasladar mi emoción personal al folio en blanco y, de poder ser,

convertirla en una emoción universal y compartible. Cuando terminé la

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tercera estrofa, me di cuenta de que allí estaba el final del poema, sí que la

reservé para ese lugar y continué trabajando la parte central del texto.

Explicar cómo llegué a formular las ideas y cada una de las palabras que

conforman el poema me resultan imposible, solamente diré que en esa

búsqueda se dan cita intuición y racionalidad, inteligencia y magia, una

magia de la que no me siento responsable y que no se refiere a los

resultados sino a la misteriosa emoción del proceso de escritura. ¿Quién

nos dicta los versos? ¿Quién desvela ante nuestros ojos atónitos nuestra

más descarnada intimidad e ilumina un instante el fondo más recóndito de

nosotros?

Una vez concluido el poema, me di cuenta de que casi había adoptado la

forma de una invocación, de que el texto incluía lo que se llama una

interrogativa retórica –puesto que la pregunta que en él se formula no

espera respuesta- y de que cada estrofa, a partir de la tercera, mediante una

suerte de paralelismo, se dirigía a esas fugaces condensaciones del aliento

del mundo, las nubes, en el intento de atribuirle cualidades que sólo a

nosotros nos pertenecen. Había proyectado, sin proponérmelo, la condición

humana sobre esas criaturas de silencio y de espuma que estaba

contemplando, y había conseguido mostrarme a mí mismo cuáles eran los

motivos de esa profunda emoción que me embargaba y que ahora se había

acrecentado y matizado con la escritura del poema. Al margen del valor

literario del texto, el objetivo estaba logrado: la palabra me había hecho un

poco más lúcido y le había regalado una extraña intensidad a mi mañana.

Basta con eso para justificar el gozoso esfuerzo. Si luego el lector participa

de esa emoción y la hace suya, el milagro de la poesía habrá alcanzado la

máxima expresión.

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Delicuescencia

Reventado clavel blanco y distante, lepra inversa del cielo sois vosotras, altas nubes de junio. ¿Qué sonora alegría le regala de cristal afinado vuestra espuma inocente a la mañana nuestra, y de dónde nos llega esa emoción, tan misteriosa y nítida, que produce observaros en el día del hombre? Formas breves de un sueño sois vosotras, confirmación liviana de estos ojos que os contemplan flotar calladamente sobre la cima hueca de la vida. Delicuescencia pura y noble sois, blancas nubes serenas, felicidad sin causa bajo el cobre encendido de este sol impasible. Como nosotros mismos sois vosotras y por eso miraros nos conmueve, altas nubes de junio: humo limpio de un tiempo en que juntos ardemos.

Duque Amusco, Alejandro (Editor), Cómo se hace un poema, Valencia, Pre-Textos y Publicaciones de El Ciervo, 2002.

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Resurrecciones

VICENTE GALLEGO

El Domingo de Resurrección los poblados marítimos se vestían con el primer aroma de la primavera y eran las calles un clamor de sol más alto restallando en el metal de los tambores y cornetas. Desde la Iglesia de los Ángeles salía la procesión a paso ligero y la abuela nos ponía la corbata con cierre de goma porque el Señor había vuelto a la vida. Era estupendo que Jesús muriera y resucitara cada año, porque eso nos sacaba del colegio y hacía que la gente se echara a la calle con cascos emplumados y preciosas espadas. El sable de los Granaderos, el espadón corto de los Pretorianos, el estoque de los Sayones... Hasta las mujeres llevaban dagas, y cabezas cortadas en la mano, cogidas de los pelos tal y como nosotros tomábamos la red con la pelota.

Antes de sentarnos en el palco, el abuelo nos llevaba Calle de la Barraca abajo, rumbo al Cabanyal, y allí nos compraba una peonza de cordel y una espada de madera. Y qué más hacía falta, si el mar respiraba al fondo y la promesa del verano andaba ya en los primeros puestos de clotxinas improvisados a la puerta de algunas casas. Faltaban las palmeras, y la traca, y un millón de palomas reventando el cielo cristalino de la infancia.

Y quién había alfombrado, mientras nosotros dormíamos, la calle entera de pétalos de rosa. Cómo era aquello tan reconcentrado y mío del aire ardiendo en el sofocante aroma de las flores pisoteadas. Pasaban los guardias a caballo, con su casaca roja y su alto sombrero plateado. Pasaban los penitentes, y unos ojos muy fieros nos miraban desde dentro de las capuchas. Pasaba la Magdalena con un ramo de lirios y su escote era sal en las ingles y extrañeza. Y los niños entonces soñaban rescatarla, con sus espadas de madera, de algún peligro, para ganarse un beso de sus labios tan rojos. Pero la Magdalena se iba a paso ligero, como todas las cosas. Y ya estaban allí los legionarios, que eran sueño de pólvora y puñales, con sus camisas arremangadas, con su raquítica gorra y con su cabra. Maltrataban el suelo con las botas y se golpeaban con el antebrazo sobre el pecho, para que a nadie

le quedara ninguna duda de su hombría. Qué bien custodiada iba la Virgen entre aquellos hombretones con barbas de chivo siempre tan enfadados, y cómo lloraba entonces la abuela. Su llanto resplandecía de una manera que nos ponía contentos y nos daban ganas de abrazarla.

Y cada año era lo mismo, y ninguno pensamos jamás que las cosas no fueran a ser así eternamente, porque las cosas estaban bien, y no había ningún motivo para cambiarlas. Estaba bien que las chicas se pusieran tan guapas para desfilar, con sus peinados de tres pisos y sus pendientes de lágrima. Estaba bien colgarse un tambor de plástico del cuello y salir al aire de abril a reventar de alegría la mañana. Y si no hubiera sido por lo que había siempre que esperar a que por fin llegara la procesión y por lo insufribles que eran aquellas sillas de madera listada, mi hermano y yo hubiéramos dado en pensar que el mundo era un sitio hecho exactamente a la medida nuestra, que no cabíamos de gozo ya en la piel.

Durante mucho tiempo nos pareció que las cosas siempre serían de aquella justa manera. Hasta que algún día, no sé cuándo ni cómo, el niño cogió la mano del abuelo, cerró los ojos para dejarse arrebatar por el estruendo de los tambores y las cornetas y, cuando volvió a abrirlos, otro niño tomaba la suya. Papá -dice ese niño, mientras contempla a una muchacha que, ataviada de Virgen, sujeta un crucifijo y desfila de nuevo por las calles de otra primavera-, esa mujer lleva a dios en la mano. Y el sol sigue en lo alto para nadie y para todos, y da miedo verlo tan igual a sí mismo, tan rendido a su empresa, como si cada año fuera a ser todo idéntico, como si abril no fuera a dar en mayo, y mayo en junio. Como si no existiera el Miércoles de Ceniza

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ACTIVIDADES SUGERIDAS 1. Redactar una semblanza o bosquejo biográfico de Vicente Gallego

utilizando las informaciones de los documentos del dossier y las

opiniones del escritor expresadas en las entrevistas.

El trabajo se apoyará en un guión, que contendrá puntos como los

siguientes: datos biográficos, libros publicados, actitud ante la vida,

modo de entender la poesía y su función, poetas con los que se

siente vinculado, etc.

2. Leer el texto “¿Quién dicta los versos?” y comparar este testimonio

acerca de la creación poética con el de otros poetas, (como el de

Gustavo Adolfo Bécquer en Cartas literarias a una mujer, el de

Federico García Lorca en diversas cartas a sus amigos entre 1920 y

1924, el de Luis Cernuda en Historial de un libro, etc. )

3. Definir la poética de Vicente Gallego a partir del texto “¿Quién dicta

los versos?” y de sus declaraciones en las dos entrevistas incluidas

en el dossier. También se puede ser útil la lectura del poema

“Palabras, luz de ahora”, de Santa deriva.

4. Recitar algunos de los poemas de la breve antología incluida en el

dossier. Antes del recitado de los poemas, convendrá examinar

algunas de sus características.

Será relevante, por ejemplo, distinguir los poemas en los que se

entrelaza la narración y la meditación (“Una tarde cualquiera” o

“Maneras de escuchar un blues”) de aquellos otros en los que el

personaje poético exhorta a alguien o declara sus deseos (“Oración

pagana”, “Ofrecimiento”), o se dirige a un “tú” en una serie de

preguntas retóricas (“Recado de escribir”).

Otro elemento relevante que convendrá examinar antes de

recitar se refiere a la versificación. En varios de los poemas

seleccionados es insistente el recurso al encabalgamiento. De

este modo, el debilitamiento de la pausa de final de verso

obliga a una lectura cercana a la prosa, es decir, más atenta a

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las unidades sintácticas que al verso como unidad métrica.

Este procedimiento es propio de poemas en los que se

entrelaza la narración y la meditación.

5. Identificar y analizar elementos temáticos recurrentes, como la

constatación de que “todo vive muriendo” . y la actitud del personaje

poético ante el inexorable fin de todas las cosas.

El tema del paso del tiempo se puede observar y examinar

fácilmente en los poemas “Una tarde cualquiera” y “Maneras de

escuchar un blues”, en los que se entrelazan el “ahora” en que

ocurre la meditación del personaje poético (una tarde sin grandeza,

una hermosa noche de verano) y el pasado que irrumpe en el

presente llenándolo de sentido.

En otros poemas, la conciencia del sometimiento de todo al paso del

tiempo se expresa mediante imágenes como ésta: “el olivo difunto

permanece de pie / mientras la tarde dobla sus rodillas” (“El olivo”),

o mediante la visión de un día luminoso de agosto “en su plena

apariencia mientras el sol lo abrasa”, donde “todo vive muriendo”

(“El sueño verdadero”), o mediante la contemplación las aves en su

vuelo “como si nunca hubieran de morir, / como si hubieran muerto y

en la paz / de algún lago de luz erraran firmes.” (“Vocación de

altura”)

Además de constatar que la conciencia del tiempo es un tema

relevante en la poesía de Vicente Gallego, hay que examinar cuál es

la actitud del personaje poético ante la contemplación de que “todo

vive muriendo”. La lectura y relectura de los poemas seleccionados

permitirá descubrir que la actitud del “yo” que nos habla en los

poemas de Vicente Gallego tiene una actitud muy próxima a la que

vemos en estos versos de Cernuda: “Todo lo que es hermoso tiene

su instante, y pasa. / Importa como eterno gozar de nuestro instante.

(Luis Cernuda, “Las ruinas”). Hay que contrastar esta actitud con la

del que encuentra consuelo en una vida trascendente (Jorge

Manrique) y con la que, buscando este consuelo, no lo halla, porque

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Dios no escucha o, si lo hace, no responde (Unamuno o la poesía

existencial de posguerra...).

Esta actitud de celebración del instante gozoso se puede relacionar

con el tema del carpe diem, que en la poesía contemporánea han

recreado poetas como Federico García Lorca (“A Irene García”), Luis

Cernuda (“Los espinos” de Como quien espera el alba) o Francisco

Brines (“Collige virgo rosas”, de El otoño de las rosas)

6. Relacionar la actitud del personaje poético en los poemas “Oración

pagana” y “Ofrecimiento” con la tradición romántica: insatisfacción

radical, rebeldía, ruptura de las normas, exaltación del sentimiento y

de lo irracional, etc.

7. Leer poemas de autores con los que Vicente Gallego reconoce su

deuda, como Jorge Guillén, Luis Cernuda, Claudio Rodríguez y

Francisco Brines.

8. Leer el texto “Resurrecciones” y explicar su sentido.

Habrá que observar para ello la oposición entre pasado y presente.

Y también la inminencia del futuro.

Será importante también darse cuenta de que, para el niño al que se

evoca en el texto, el tiempo era circular (aquellos Domingos de

Resurrección que siempre regresaban recuerdan “los días de fiesta”,

del poema “Tío-vivo”, de Federico García Lorca), pero, a partir de

determinado momento, el tiempo se convierte en lineal.

Esta linealidad del tiempo está también representada por la sucesión

de generaciones: el personaje que nos habla, su abuelo, su hijo.

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Obras de Vicente Gallego • Poesía

• La luz, de otra manera (1985-86), Madrid, Visor Libros, 1988 (premio Rey Juan Carlos 1987). Nueva edición corregida con «Prólogo» de Luis García Montero, Granada, Diputación Provincial de Granada, Maillot amarillo, 1998

• Los ojos del extraño (1986-1990), Madrid, Visor Libros, 1990. • La plata de los días (1990-1996), Madrid, Visor Libros, 1996. • Santa deriva, Madrid, Visor Libros, 2002. (XIV premio de Poesía

Fundación Loewe.) • El sueño verdadero (Poesía 1988-2002), Madrid: Visor, 2003. • Cantar de ciego, Visor, 2005. • Si temirais morir, Tusquets, 2008. • Mundo demtro del claro, Tusquets, 2012.

• Narrativa

• Cuentos de un escritor sin éxito, Valencia, Pre-Textos, 1994. • El espíritu vacío, Pre-Textos, 2004.

• Antologías Cano Ballesta, Juan (edit.), Poesía española reciente (1980-2000), Madrid, Cátedra, 2001.

Vicente Gallego en Internet

• Nota bio-bibliográfica y antología de poemas: en Abel Martín http://www.abelmartin.com/aper/gallego/gallego.html

• Página de autor: Vicente Gallego, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/gallego

• “La escritura no es un deseo, es una necesidad”, entrevista en El País: http://elpais.com/diario/2008/02/03/cvalenciana/1202069889_850215.html

• A media voz: http://www.amediavoz.com/gallego.htm

• Arte poética: http://www.artepoetica.net/Vicente_Gallego.pdf

• Ivoox: conferencias, entrevistas, recitales, poemas…: http://www.ivoox.com/%22Vicente--Gallego%22_sb.html?sb=%22Vicente++Gallego%22