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Noah

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Novela homoerótica

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Caminó descalzo por la compactada alfombra color gris de graciosos relieves, que se extendía por toda la sala de estar del apartamento. Llevaba sólo la ropa interior mientras que la toalla de baño rodeando su cuello caía lánguida sobre los hombros cubriendo sus marcados pectorales. La rutina de ejercicio vespertino terminó en una ducha, de aquellas que por intervenciones de necesidad duraban más de media hora. El aire cálido del acondicionador en la privacidad de su departamento le permitía pasearse exhibiendo su excelente físico sin temer la mirada de curiosos. Había peinado hacia atrás su cabello oscuro, que solía caer en mechones rebeldes hacía su rostro. Aquel marco resaltaba los felinos ojos grises tan característicos de él, los cuales colmaban de belleza unas talladas cejas finas y delicadas. Sus facciones eran atractivamente masculinas, resaltaba el fuerte mentón bajo la provocativa boca que, sin presumir, con apenas una sonrisa lograba cautivar a cualquiera. Abrió la puerta del refrigerador luego de encender su viejo equipo de música. Una lata de cerveza era toda la compañía que necesitaba para estar a gusto. Sonaba Pink de Aerosmith cuando dejó caer el cuerpo en un amplió sofá beige que se disponía frente al televisor LCD. Al medio, una mesa de café de madera, donde yacía el estuche de los lentes de descanso en compañía de su ordenador portátil. Aspiró profundamente; amaba el olor a limpio. Todo relucía, desde la cocina hasta los muebles. Su empleada hacía un excelente trabajo cuando se trataba de dejar hasta el último rincón impecable. Luego de una gran jornada de trabajo, lo mejor que le podía pasar era un sábado de relax absoluto. Se permitió un par de tragos, el reloj marcaba las nueve de la noche cuando alzó la vista hacia la pared. No había hecho nada productivo en todo el día, más que ver la tele o leer. Pensó por un momento en salir; la noche le sedujo cuando se perdió por el gran ventanal que daba al corazón de la ciudad. Las luces de los edificios, el rugir de los motores, el exceso de movimiento. Una explosión de vitalidad que necesitaba ser devorada. Sin embargo tener que alistarse le desmotivaba, seguro afuera hacía frio, después de todo estaban a pleno invierno.

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Sus ojos se entrecerraban cuando el timbre lo despertó bruscamente. Era extraño para él recibir visitas a esa hora. Si sus ligues no tenían su número de teléfono, menos tendrían la dirección de su casa. Se paró así como estaba y agudizó la visión por la mirilla de la puerta.Abrió con una amplia sonrisa al ver a su hermana menor del otro lado. La joven de diecisiete años tenía el pelo negro, largo hasta la cintura, en contraste con unos enormes ojos grises que la delataban notoriamente como pariente de ese hombre. Traía algo pequeño en brazos, al estar envuelto en una manta, no lograba distinguir que era, no hasta que unos enormes ojos celestes se asomaron debajo de unas orejitas marrones.

- Sebastian, realmente necesito que me ayudes con algo, y sé que te vas a enojar y sé que no vas a querer pero te juro que me haces un favor inmenso… - El morocho la miró asociando todo lo que la muchacha disparaba a gran velocidad con aquel pequeño animal.

- Oye… tranquila… -Le abrió la puerta y ella pasó sin titubear.

- No me quedaré mucho, la cosa es que… -bajó la mirada avergonzada- Tengo una cita, con un chico maravilloso, y mamá no quiere cuidarlo. Dice que estoy evadiendo mi responsabilidad, que si lo compré debo cuidarlo yo. Ya sabes cómo es ella… -lo miró haciendo un puchero.

- ¿Quieres que cuide el gato? - La chica ya le ponía al animal en brazos obligándolo a sujetarlo para que no se cayera.

- Gracias, te amo, eres el mejor, te juro que te lo devolveré con creces… -lo besó en la mejilla para luego salir disparada por la puerta.- ¡Se llama Noah! –gritó desde afuera.

- Jeza… -la llamó observando al animal- No…no, no, no ¡Jezabel! –salió al pasillo al lograr asimilar lo que estaba sucediendo pero su hermana ya lo saludaba desde el ascensor con una sonrisa que desapareció tras las puertas metálicas.

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-Así que… Noah, ¿no?… -le acarició la mejilla con el pulgar.

-¡Maaaw! –Gritó en respuesta el cachorro.

Se tiró en el sofá nuevamente y encendió el televisor. Colocó al gato sobre un almohadón a su lado. Noah se hamacaba sobre su propio lomo tirando manotazos al aire, hasta que el aburrimiento le ganó y terminó por treparse al pecho de su provisorio dueño. Las afiladas garritas le hacían cosquillas sobre los pectorales. Ni que hablar cuando amasaba en busca de mimos con sus amistosas patitas. Sonrió de lado, tal vez un gato le haría buena compañía en su apartamento. Acarició su cuerpo a lo largo, su mano parecía enorme en comparación del cachorro. Los primeros minutos le demostró seriedad, no estaba acostumbrado al exceso de cariño con un animal; por lo que la falta de atención le ganaba maullidos y gritos, pero al final la ternura terminó por conquistarle con aquella mirada noble que le enseñaba. Lo llenaba de besos por momentos con palabras dulces que tal vez solo le diría a un niño; luego lo acariciaba pronunciadamente alisándole el pelo. Pronto se habían hecho buenos amigos. Se hicieron las once. La presencia del gracioso animalito le había hecho la noche más corta e interesante; incluso no le había importado tener que limpiar un par de heces o algún charquito sobre el piso de su cocina, donde lo llevaba a las corridas cada vez que lo veía agacharse con las claras intenciones de orinar. Su problema más grande inició a las once y media. No importaba lo que hiciera no había modo de que parara de gritar. Terminó por llamar a su madre para pedirle consejos. La respuesta era simple: leche. Suerte para él que siempre tenía leche en el refrigerador, por si se le antojaba de desayuno. Calentó en el microondas un poco para luego servirla en un pote, no sin antes comprobar que estuviera tibia. Noah se abalanzó a beber como si no hubiese comido en siglos. Lo observó un momento mientras tomaba su leche. Realmente era una criatura adorable. Al final se decidió por llevarlo a la cama; no haría daño dormir con él por una noche, además ya era tarde y el sueño arribaba, no soportaría el ruido si se ponía a maullar en mitad del descanso.

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Sólo con la ropa interior puesta se refugió debajo de las mantas. Noah se acomodó acostándose de lado, viéndole a los ojos. Ambos en la misma posición, uno frente al otro. Sebastian le sonrió al pequeño animal que entrecerraba los ojos disfrutando del calor de la cama. Así también cerró los ojos el morocho hasta quedarse dormido. Eran cerca de las tres de la mañana cuando algo extraño sucedió. Sentía una mano curiosa acariciar su pecho, apenas rozando la tersa piel de sus tensados músculos. Unos dedos largos y delicados recorrían su anatomía silenciosamente. Aquella traviesa invasora se había deslizado por su abdomen hasta su entrepierna donde amasaba hábilmente encima de la abultada ropa interior. Luego algo húmedo, una lengua que mojaba sus labios. Se removió medio dormido, disfrutando de las atenciones. Esa atrevida boca bajó por su cuello hasta su pecho, en una travesía de investigador. La áspera lengua trazó un recorrido al medio de su torso deteniéndose a morder suavemente lo que se presentaba a su paso. Terminó por despertarse entreabriendo los ojos, ¿qué diablos estaba sucediendo?. Levantó un poco la frazadas para hallar sobre su cuerpo a un chico de cabello rubio rebajado sobre el rostro cuyos ojos celestes reconoció sobresaltándose. Tragó saliva. Tremenda visión estaba teniendo, o era uno de esos sueños demasiado reales. El menor, de escandalosa belleza como un ángel, demostraba los instintos más bajos de un animal lazando con la libido de un adolescente ansioso. Se sentó sobre su entrepierna destapándoles. La luz le vistió de tono rosa pálido, su cuerpo no mostraba trabajo ninguno. Estaba completamente desnudo. Inició tímidos movimientos sin dejar de mirarle a los ojos, refregando su entrepierna lentamente contra el falo cubierto por la ropa interior. Sebastian apreció la delicada anatomía, no aparentaba más de 15 años. Miró hacia ambos lados; no por corroborar que estaban solos, sino por hallar explicación pertinente. Pero aquello burlaba la realidad. En el silencio un sonido extraño comenzó a ascender, un ronroneo proveniente de las cuerdas vocales del menor. Clavó su mirada en los orbes celestes del joven; acertó de primera en la ilógica deducción.

- Noah… -Le llamó. El rubio sonrió inclinándose para lamerle provocativamente el mentón mientras que le bajaba los interiores con

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ambas manos, descubriendo su miembro, que descansaba erecto sobre su pelvis.

Sebastian estiró el brazo resignado al apetito sexual del chico. Tomó su miembro con una mano, iniciando masajes con sus dedos que iban desde la base hasta la punta, robándole felinos quejidos. Una visión digna de tentar a un monje. Entretanto Noah sostenía el miembro del mayor con sus pequeñas manos, amasándolo curiosamente. Intercambiaron gemidos uno frente al otro en lo que las atenciones duraban haciéndose más intensas. Sebastian sujetó al chico de la cintura ayudándolo a levantarse para posicionarse sobre su cadera de modo que pudiera ubicar en la contraída entrada del rubio aquel grueso miembro que se alzaba húmedo por los primeros fluidos. Noah ronroneaba disfrutando de la escena; el morocho agarraba su pene desde la base para ayudarlo a erguirse mientras jadeaba ansioso. El rubio quería hacerlo desear, bajó despacio para apoyarlo sobre la arrugada carnosidad rosa de su entrada, con intenciones de tentarlo. A cambio recibió quejidos, estaba tan hinchado que dolía. Sebastian lo tomó con rudeza del cuerpo para luego darle vuelta, obligándole a quedar a gatas sobre colchón. Acarició su espalda como si del lomo de un animal se tratase, tal como lo había hecho cuando Noah no era más que un pequeño gatito. El chico se retorció gimiendo cuando aquellas manos abarcaron su cuerpo en pronunciados manoseos. Recorrían su pecho, su entrepierna amasando toda su intimidad indiscriminadamente y luego se sostenían en su cola, apretando los glúteos. Lo volvía loco tanto contacto físico, después de todo no era más que un felino. Un dedo travieso se coló por su entrada insistiendo hasta el fondo. Sebastian estaba tocando los límites de la paciencia, necesitaba tomarlo. Dejó caer un hilo de saliva sobre el esfínter del rubio, empujando el liquido hacia adentro con el dedo medio. A modo de gancho removió buscando dilatarlo más, ayudando al estímulo con su mano izquierda que masajeaba el miembro del menor para hacerle más llevaderas las intromisiones. Abrió estirando hacia abajo, para corroborar cuanto cabía; ya era tiempo de llevarlo a otro nivel.

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Se sujetó de sus caderas para acomodarse. Luego de estar en posición tomó su miembro entre manos acercando la cabeza a aquel sitio tan caliente, el cual se contraía hacia adentro brillante y mojado. Apoyó notando como se hundía sin esfuerzos. La cabeza se ocultaba emitiendo sonidos sucios, deslizándose hacia adentro complacientemente. Cerró los ojos dejándose golpear por las primeras correntadas de placer. Noah no paraba de gemir entre ronroneos, dejando escapar maullidos de vez en cuando, los cuales hacían que el morocho perdiera la cabeza. Pronto la madrugada los atrapó en un acto de sexo desenfrenado. Sebastian penetraba a aquel chico sin consideraciones, guiado por la satisfactoria respuesta de delirio que ofrecía. Lo había llevado contra el colchón de frente; de espaldas; de lado; hasta terminar en el punto que lo inició todo. Noah lo montaba sentado sobre su cintura, saltando abusivamente sobre el grueso miembro del morocho que escurría desde arriba una sustancia blanquecina, la cual revestía todo el esfínter. Oírle gemir lo estaba volviendo loco, lo tenía al borde del orgasmo. Si no hubiese parado para tomar una bocanada de aire de vez en cuando, su reputación de semental se vería horriblemente afectada por pecar de precoz. Volvieron a cambiar posiciones. Recostó al chico sobre la cama, mirándole de frente para no perderse ninguna expresión. Abrió sus piernas y entró nuevamente, esta vez abrazándose a su cuerpo. Las uñas de Noah le agredieron la espalda dejando surcos enrojecidos por doquier. Acometió sin piedad, buscando la sensación gloriosa que le anunciaba cuan cerca estaba del cielo. Ni siquiera los gritos delirantes de Noah lo sacaban del trance, no hacían otra cosa que ponerlo aún más caliente de lo que estaba. Prosiguió adentrándose en ese paraíso de placeres hasta que llegó el momento esperado. Se empeñó en masturbar a su adorable rubio para verlo correrse antes que él, quería sentir las contracciones en su interior mientras acababa, nada era más magnífico que sentir como apretaba sobre su falo, succionando. Noah se corrió con un alarido y el morocho le hizo compañía corriéndose con un grito ronco… Otro día llegó. El desorden en la cama no tenía nada que envidiarle a una batalla campal. Sebastian sonrió complacido cuando asomaron por la ventana los primeros rayos de sol. Las imágenes de la noche le hacían

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cosquillas en el estómago. Se encontró desnudo al abrir los ojos, su cuerpo estaba repleto de suciedades y el olor a sexo lo decía todo. Las colchas azules estaban más esparcidas por el suelo que sobre el colchón. Miró a un lado hallando entre el revoltijo al pequeño gatito aún con los ojitos cerrados. Descansaba plácidamente con las patitas hacia un lado. Se sentó sin alterarse. Nunca había vivido cosa más rara que la de la noche anterior, e incluso el animal tenía el descaro de dormir tan inocentemente como si nada hubiese sucedido. Chasqueó la lengua molesto consigo mismo. Se metió al baño luego de hacer un bollo con las sabanas sucias dejando a Noah en el suelo, quien luego de despabilarse salió corriendo hacia la sala. El timbre sonó. Con la toalla atada a la cintura le quitó el seguro para luego abrir. Su hermana estaba parada frente a él.

- Jezabel… - De momento le dieron ganas de preguntarle acerca del gato, sin embargo prefirió callarse.

- Hermano –Sonrió y le atinó un beso en la mejilla.- ¿Has cuidado bien de él?

- Sí… incluso anoche le he dado leche porque no paraba de gritar –Frunció el entrecejo avergonzándose por notar lo gracioso del asunto.

- Oh, ya veo, entonces lo pasaron bien juntos por lo que veo –Sonrió entusiasta.

- Supongo que sí…. –buscó al gato con la mirada por toda la habitación pero no lo encontró.

- Pues…. –juntó sus manos alegre- ¡Genial!, feliz cumpleaños, Sebastian –lo abrazó.

- ¿Qué? –El morocho no entendía bien a qué se refería.

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-¿Recuerdas que te debía un regalo de cumpleaños?, pues es éste, lamento haberte mentido, quería ver como resultaba –Sebastian la miraba sin reaccionar- Bueno, ahora que ya hice lo que venía a hacer, me voy, mamá me espera para salir –le dio otro beso para luego huir corriendo por la puerta - ¡te me cuidas!

-¡Jeza…! Olvídalo… –la puerta se cerró.- ¡Noah! –gritó sin obtener respuesta. Lo buscó en el living y en la cocina, pero tampoco estaba.- Mierda, te compraré un collar con cascabel para que no te me pierdas.- La búsqueda terminó en su habitación. Halló al rubio con el cabello mojado parado en medio de la sala vistiendo una de sus camisas, la cual le quedaba grande. Se quedó pasmado de boca abierta.

- Tengo hambre, papá, ¿me das la leche? –ronroneó con una suave e inocente voz, rematando con un puchero.