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MEMORIAS DE UN VOLCAN

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“Memorias de un Volcán” Copyright Jorge Sotelo Salas [email protected] Primera edición, física: Noviembre, 2002 Segunda edición, virtual: Junio, 2015 En Reconocimiento a los miles de actores anónimos de Arequipa que elevaron su voz de protesta por la privatización de EGASA y EGESUR; por consiguiente, los nombres propios de esta rebelión cívica, son omitidos por ser accidentales y accesorios. En homenaje a Edgardo Adolfo Pinto Quintanilla y Fernando Rafael Talavera Soto, jóvenes estudiantes caídos por las balas de un gobierno antidemocrático. Nota del autor: las ilustraciones corresponden a los medios de comunicación de la época que registraron los acontecimientos de la protesta.

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Contenido

Presentación 05 Introducción 07 “Pesadillas del Tercer Milenio” 09 “Mirando el pasado” 12 Viernes 14: “Todo está consumado..? 16 “Coincidencias de junio: … 1950, …. 2002, …. 20 “A privatizar todo…, incluso el Misti” 23 Sábado 15: ¡Arequipa, Revolución! 28 “La rebelión de las cacerolas” 34 Domingo 16: “Uno, dos, tres, reservistas, otra vez” 37 “Padre, Hijo y Espíritu… Revolucionario” 43 “La democracia se defenderá con firmeza y energía” 45 Lunes 17: “Banderas de lucha y luto” 47 “La dignidad, no se insulta ni se compra” 49 “Prensa libre y prensa esclava” 51 Martes 18: “Con la cruz ajena a cuestas” 53 “De héroes, caudillos y otros calificativos” 56 “Edgar y Fernando, mártires de la resistencia” 60 Miércoles 19: “Y resucitó entre las barricadas” 64 “La fiesta democrática arrancó” 67 Epílogo: “De progresos y miserias” 71

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PRESENTACION

El ilustre Deán Juan Gualberto Valdivia ha escrito que el pueblo de Arequipa, cuando

es atacada su ciudad, se une, todos luchan, sin diferencias sociales. En Arequipa se

factibilizó desde hace tiempo aquello que modernamente la ciencia política ha

denominado, “Frente Popular”.

Este hecho se hizo carne y heroísmo no solamente en la epopeya republicana del siglo

XIX, sino también en los Junios de 1950 y del 2002, para no referirnos a la larga serie

de pronunciamientos por la libertad, los derechos humanos, la soberanía nacional y

la justicia social.

Precisamente, Jorge Sotelo Salas, hombre con una limpia y silenciosa trayectoria

cívica, ha escrito “MEMORIAS DE UN VOLCAN”, centrando su atención en los

acontecimientos de Junio del 2002. Pone en boca del Misti, una serie de

consideraciones en que se entrelazan los días, los personajes y los acontecimientos de

este junio del siglo XXI con lo que sucedió en los heroicos hechos de junio de 1950 y

otros hechos de la historia de Arequipa. Particularmente, en cuanto a las épocas

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aurorales de Arequipa podemos disentir; el enfoque del autor no es semejante con el

enfoque histórico nuestro, pero en muchos aspectos coincidimos plenamente.

Es que el enfoque de Jorge Sotelo se inscribe según mi opinión, dentro del ensayo

sociológico. Su apoyo en la historia, en la misma cronología de los días de lucha del

pueblo arequipeño en contra de las privatizaciones y la prepotencia del FMI y sus

sirvientes. Mas, va más allá.

Otro apoyo es la literatura. Intenta y lo logra, manejar el lenguaje con la belleza que

merece un hecho importante. Sin embargo, lo más descollante es su invitación a la

reflexión y a la verdad. A la verdad meridiana que el gran protagonista de los

acontecimientos de Junio del 2002 ha sido el pueblo de Arequipa, toda la comunidad,

como en las épocas del Deán Valdivia. Merece ser leída esta nueva obra, breve y

enjundiosa, sobre Arequipa y sus memorias.

Su tránsito por el glorioso Colegio de la Independencia Americana y las aulas

sanmarquinas, en la especialidad de Sociología, lo han premunido de la convicción y

necesidad de buscar nuevos derroteros a un país que se debate en la incertidumbre.

Dr. Luis Guillermo Gallegos Portugal

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INTRODUCCION

Nació como una inquietud periodística para publicarla como artículo en la revista

que tenazmente dirijo. Sin embargo, cada hecho, cada vivencia íntima o colectiva,

producidos en “los días de Junio” provocaron una mayor extensión que comenzó a

desbordar el papel y mi tiempo.

El propósito de hacer “hablar” al Misti, surgió al contemplar su señorío misterioso en

momentos en que la noche agonizaba y el alba estaba a punto de sellar su muerte.

Descubrir que al coronar a la rebelde Arequipa, es –y será– el testigo de lo que en sus

faldas ocurra a través del tiempo. Espero no haber traicionado su silencio.

Los relatos que trasmito, ilustrados con escenas de la prensa local, son un intento de

homenaje a los hombres y mujeres, ancianos y jóvenes que expresaron su rechazo a

la privatización de Egasa y Egesur. Su protesta, más allá de una oposición excitada a

la transferencia de propiedad de las mismas, era –y sigue siendo–, contra una política

que aún no resuelve los graves problemas del país: la desocupación y la miseria. Las

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calles y plazas urbanas y los caminos y campos rurales de nuestra inmensa y

desafiante geografía, poseen huellas frescas de pasos inciertos y sin horizonte.

Es un homenaje también a los jóvenes mártires que perdieron la vida en la desigual

batalla cívica de Junio y a los que no perdiéndola, confrontan hoy dramas para curar

heridas que la represión violenta marcó sobre sus cuerpos.

El inexorable paso del tiempo no puede relegar al olvido lo acontecido. La indiferencia

o el silencio no pueden superponerse a nuestro deber social.

Finalmente, sin pretender un rigor histórico-testimonial ni exquisitez literaria, lo que

intento –ojalá lo logre–, es provocar la reflexión sobre nuestra sociedad y el camino

que le aguarda.

Es imprescindible descubrir y señalar su derrotero.

Jorge Sotelo Salas

Arequipa, noviembre, 2002

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“No sé por qué, pero en estos últimos tiempos no puedo conciliar mi reposo volcánico. No es un magma súbitamente agitado en mis entrañas ni la angustia de una obra etérea inconclusa. Flanqueado por mis dos hermanos, Chachani y Pichupichu, en el coloquio familiar me dicen que también los desvela inquietantes sensaciones semejantes.

Me explico: Años ha, las noches eran libres, dinámicas y llenas de misterios. El silencio de la oscuridad sidérea me permitía dialogar en intimidad con las estrellas y en complicidad con las fugaces, divisar en lontananza la inmensidad de este planeta, sobre todo, percibir la transformación mágica y continua de la Pachamama. Las entrañas, activas, candentes y profundas de las cuales provengo, atenuaron su energía con el paso del tiempo para dar soporte a la vitalidad biológica que en la superficie, la naturaleza reproducía con sabiduría. ¿El hombre…?, cuando apareció, fue una especie más, quizá la mejor de todas. Eran tiempos cíclicos de armonía y conflicto, en permanente cambio y equilibrio. En contraste, últimamente siento atravesar en el espacio las idas y venidas de cargas energéticas indescifrables que me causan preocupantes desvelos. Y esto ocurre desde que el hombre, de ser un ocupante precario comenzó a dominar la naturaleza gracias a que ésta le mostró los secretos para que aquél la convirtiera, sino en eterna y perfecta, por lo menos habitable y preservada.

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Las innovaciones efectuadas al principio dieron frutos colectivos y presagiaban logros y beneficios compartidos; mas, cuando el conocimiento y la tecnología se volvieron categorías económicas, el beneficio dejó de ser un bien común para el ser humano y un peligro para la naturaleza. Hoy, en la segunda semana del sexto mes del segundo año del tercer milenio, ‘el mundo rueda globalizado’ sobre ‘la tercera ola’ dentro de la telaraña estratégica que atrapa en uno solo lo que antes eran varios, diversos e imperfectos, pero aún libre de descubrir sus aciertos y errores. Sin embargo, la angustia pétrea que me agobia, no se compara con el insomnio colectivo que experimentan los sedentarios inquilinos de la altiva ciudad de sillar, ladrillo y concreto, que desean mejor no amanecer, porque la luz del alba en estos tiempos, solo les ilumina la incertidumbre de cómo resolver el problema del pan de cada día sobre la mesa vacía de esperanzas. La naturaleza hace miles de años resolvió este dilema; el hombre, hace algunas décadas, comenzó a agravarla. Esa sensación pesadillezca mía y de desvelo de sus moradores, es compartida angustiosamente porque –teniendo destinos inseparables– deseo continuar siendo el centinela de la ciudad, la inspiración de renovados versos y cantares, el emblema permanente de rebeldía y majestuosidad, el Apu Suyu o Achachila que reinando sobre las apachetas, vela por el bienestar de sus hijos.”

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CANTO A AREQUIPA, César Atahualpa Rodríguez

En la quietud denegrida de una lenta madrugada, el estanque de ojos verdes guiña su verde mirada... Los prados entumecidos soñando están. Amanece, y un jazminero que sueña desde su sueño florece. Sopla el gallo entre las sombras su destemplada corneta rajando el cristal del viento con estrepitosa grieta. El campanario, a lo lejos, parece un fantasma blanco arropado en la neblina que sube desde el barranco. La carcajada de un pavo contesta al mugir de un toro, y en la crencha de una loma clava el Sol su peine de oro. Despierta la tierra púber con morosidades de hembra, toda gloriosa de trinos, haciendo estallar la siembra. La alfalfa de tonos glaucos descubre un mar que va lejos, luciendo locos regatos de fugitivos espejos. Partido en dos está el valle por inmenso escalofrío que le produjo hace tiempo la puñalada del río... El Chachani de anchas faldas y el Misti de belfos rotos guardan cautelosamente los futuros terremotos. Bajo la luz turbulenta de un estío paisajista, el cielo curva fastuoso su cúpula de amatista... No fue leyenda el pasado de este subsuelo volcánico: su historia es como una bala llena de pólvora y pánico. Aquí se hicieron cañones del metal de las campanas, para encauzar los desbordes de lavas republicanas. Aquí las turbas pasaron por las calles, vocingleras, haciendo escombros las casas para parar las trincheras. Aquí doctores serenos, con un lenguaje bizarro, dictaron leyes sapientes y prepararon motines; aquí nació el hombre de oro: don Javier Luna Pizarro; aquí nacieron los Quimper, los Pacheco y los Martínez... Aquí nacieron los hombres de pensamiento y acción, los que en la trágica lucha supieron vencer y amar;

aquí están los santos manes de García Calderón; aquí está la Patria Libre que hizo un trovero: ¡Melgar! Aquí los frailes humildes dieron ciencia y dieron luz, ardiendo en cívicas ansias que les encendió las sienes; por eso el Deán Valdivia me parece un arcabuz y un Ateneo el cerebro del mendicante Calienes... Aquí está la gran pradera, la almáciga de hombres sabios, el numen de la República y el fósforo vivero; aquí lactaron su ciencia los enardecidos labios de dos hombres de la idea: Garaycochea y Rivero... Aquí en los días caóticos de la hegemonía hispana, junto a las hogueras áulicas se alzó el criollo penacho, siendo un racimo de truenos la Academia Lauretana y un relámpago inquietante la figura de Corbacho. También Bolívar, el Genio, pisó esta tierra violenta; y para invitar al baile que las abuelas le dieron, con pedazos de quincalla, Ibáñez hizo una imprenta... Tal es la historia sucinta de aquellos tiempos que fueron. El Sol que lento ascendía, se ha puesto en el meridiano; parece un tesoro inmenso que está cerca de la mano. Muerden el perfil del monte rebaños de nubes plomas y tijereteando el viento pasa un vuelo de palomas... Para mí la Patria cierta, de las futuras hazañas, está en este cofre verde que vigilan las montañas. Aquí, respirando ancestro, se forjó mi loco empeño; yo no he nacido peruano; yo he nacido arequipeño. Mi cuna es este recinto de guerreros y poetas que supieron tener juntas la lira y las bayonetas. Esta es la entraña fecunda que está gestando ¡Cuidado! El Porvenir que ya nace es hijo de un gran pasado...

Loca de Sol y de ensueño, mi tierra es mística y brava; tan libre como tan bella que a todo amor se anticipa; tiene migaja de huerta; tiene su sangre de lava; y se perfuma la boca cuando se dice ¡Arequipa!

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“Arequipa es roca viviente. La fertilidad de su suelo regado por el Chili que desciende por mi flanco diestro hasta besar el mar, fue el vientre en donde fecundó el Sol su luz, teniendo a la Luna por testigo que escondió su rostro ruborizada al sentirse engañada. Yo fui testigo cuando se detuvo el grupo nómada recolector para coger el fruto, hacer reposo y luego, continuar su marcha. Testigo también soy de las primeras aldeas Yarabayas, antes de que Mayta Capac y, luego, Garcí de Carbajal, ordenaran colocar la vara y la cruz en este valle definido por las montañas y desiertos. Arequipa, concebida por dos razas de universos diferentes, nació criolla, creció mestiza y al depositar su virilidad en sus entrañas, sembró en sus hijos la gratitud al campo fértil porque de él, venía el maná, el amor a la vida, al trabajo y la libertad. Como espectador de este Génesis, mi cónica figura pétrea coronada por la nieve del misterio, de ser el Apu que daba respuesta a las dudas de los nativos, me transformé en volcán-hombre para ser centinela y cómplice de los nuevos desafíos que auguraba su destino. Pero Arequipa, siendo un jardín fecundo, no fue un edén. Fue drama, conflicto y tragedia también. De la profundidad de su suelo en permanente reacomodo tectónico, de pronto, la fuerza telúrica asciende, remece y a veces destruye lo que de hermoso y perfecto la mano del hombre forjó. Y si esto no fuera suficiente, la revuelta, rebelión o revolución, también son reacciones violentas de su gente cuando mancillada por un tirano o traicionada por un caudillo, quisieron burlar su hidalguía o engañar su lealtad.

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Terremotos y barricadas fueron una misma fuerza, un mismo drama y un mismo desenlace. A la tumba fueron las víctimas, a la tumba los valientes también. Quedó en pie, la fortaleza de volver a levantar la ciudad de los escombros y la valentía de aguardar las próximas batallas porque sabía que la guerra recién había empezado. Cuando la energía y rebeldía cesaban, Arequipa se tornaba apacible y taciturna. Mística y esclava de su fe profesada a vírgenes y santos venerados en procesiones, conventos y confesionarios. Profana y libre en su música, pintura y poesía. La primera le viene como vía crucis desde la conquista; la segunda, en cambio, del amor, la piel, el paisaje y la libertad. Arequipa encumbró caudillos y derrumbó dictaduras. Amamantó como buena matrona, hombres libres con nobles ideales y entregó la sangre de sus hijos ante los invasores; erigió héroes con nombres propios y calló con discreción hombres anónimos en actos heroicos como aquellos que versó Benito Bonifaz: ¿Los veis lanzándose a la pelea con la serenidad de los valientes? Son los hijos del Misti, los ardientes soldados del honor. ¿Los veis marchar con la cabeza erguida en busca de la gloria o de la muerte? Son los hijos del Misti, los de fuerte y noble corazón.

¿Los veis allí pasadas las trincheras, cómo sus líneas en el campo tienden? Son los hijos del Misti, que defienden el doméstico hogar. ¿Los veis en el combate cual despliegan al ruido del cañón tanta osadía? Son los hijos del Misti, los que un día La patria salvarán.

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Y así, en este último siglo del calendario gregoriano en que el hombre llegó a la Luna, he sido testigo de los avatares de una ciudad que en su epidermis, el cemento ha ido aislando el tufo volcánico, cercenando el multicolor verde amarillento de su campiña y agigantando los anillos de pobreza en su periferia, cuando del Ande han bajado los pueblos escogidos por el dios del olvido en busca de otra tierra prometida. Creencias más, historias menos, lo cierto es que entre la cuenca del valle y las estribaciones andinas, se acogió a propios y extraños, y en su convivencia, fueron gestando la simbiosis de la cual, ahora, está impregnada la sangre y médula de esta ciudad. Hoy, en el parto del nuevo milenio, las noches son largas y breves las esperanzas; los sueños son, pesadillas; la aurora, una utopía; la justicia, una quimera; la paz, un monosílabo; la incertidumbre, una realidad; la solidaridad…, ¿qué es eso? De esto y mucho más, también soy testigo.”

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¿Los veis lanzándose a la pelea con la serenidad de los valientes? Son los hijos del Misti, los ardientes soldados del honor.

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VIERNES 14

“Hoy, 14 de junio, promediando la mañana, en otra ciudad que no es la que resguardo, se

acaba de privatizar Egasa y Egesur, dos empresas generadoras de electricidad que, siendo

de todos, pasaba a ser sólo de una, a través de un proceso que dizque, moderniza las

economías de países atrasados –o mejor, emergentes–, pero sobre todo, garantiza el pago

de su deuda externa. ¡O sea, pues…, full liberalismo, manyas loco…!

De muy poco sirvió la petición y reclamos efectuados con antelación parta que ésto no

ocurra. La experiencia nefasta de otras semejantes ejecutadas en la década pasada, motivó

que no solo el León del Sur, sino también los pumas regionales del resto del país,

iniciaran su protesta ante un gobierno que encumbrado por la democracia, decidió

continuar enajenando aquello que no le pertenecía.

Vanos fueron los diálogos sordos en desequilibradas mesas explicativas; vanas, también,

las medidas de protesta que dirigentes de Frentes Regionales en representación de sus

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respectivos pueblos asumieron para que dicha transacción comercial no se diera. Los

paros regionales, las huelgas de hambre e incluso un mandato judicial, no detendrían la

verticalidad del programa liberal del nuevo gobierno.

Así pues, lo que minutos antes era propio, se tornaba ajeno, y como tal, sólo quedaba

doblar la cerviz en silencio porque parecía que: ¡Todo está consumado!

Pero así como en el Gólgota la tempestad se desató, “la tierra tembló, las rocas se

partieron”, según describe Mateo cuando el Hijo del Hombre expiró en la cruz, así

también en la apacible ciudad blanca, su cielo azul de pronto enrojeció de ira y se

encapotó de grises nubarrones que desencadenaron los rayos y truenos de la tempestad

popular.

Poco a poco, en cuestión de minutos, la población comenzó a mostrar su censura y

rechazo ante el desenlace del cónclave capitalino. De las veredas a las calles, del diario

transitar a la marcha de repudio, del silencio a los gritos, decenas, centenas y millares de

hombres y mujeres, de jóvenes y viejos, de sueños y pesadillas, comenzaron a repetir el

unísono: ¡Arequipa no se vende, se defiende! Y con ello, la protesta e indignación popular

fue ganando más adeptos y arrebatos que tenían una sola decisión:

¡No a la privatización!

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Arequipa, rememorando viejas luchas, iniciaba una más.

Pero, ¿quiénes son esos jacobinos del nuevo siglo que con sus voces hacen temblar los

volcanes? ¿De dónde viene esa lava humana que como ‘lloclla’ incandescente amenaza

arrasar con todo? ¿Y hacia qué batalla marcha ese ejército desnudo y miserable, sin

pertrechos, sin mando y sin miedo?

Desfilan por las calles, obreros de sindicatos en agonía; puntuales trabajadores sin trabajo,

despedidos por ‘racionales’ ceses colectivos; universitarios con y sin banderas ideológicas;

‘alfeñiques’ del bolivariano plantel; profesionales diplomados con licencias de conducir;

jubilados con pensión indigna y santos óleos incluidos; agricultores a punto de perder sus

chacras; empleados sin sueldo básico contratados por agobiados empresarios; ambulantes

que diariamente se disputan un trozo de vereda; licenciados castrenses con rostros

pintados de sudor; vendedores de ofertas en microbuses contaminantes; políticos

afanados de pescar votos en ríos humanos revueltos; y también, porque los hay, lumpen al

acecho de vitrinas desguarnecidas o turistas desprevenidos; y –para que la obra esté

completa-, varios pares de ojos delatores de Seguridad del Estado. Todos juntos, todos

todos, hoy están enrolados en la protesta popular que más allá de la privatización,

expresan la ira y la impotencia de encontrar en cada nuevo amanecer, la misma miseria de

la noche anterior.”

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“Al intentar registrar este sismo social de la Ciudad Caudillo, se deslizó entre el azufre de

mi memoria, aquello que ocurrió hace 19,110 rotaciones terrestres, -52 almanaques como

diría un clásico contador mercantil-, cuando en 1950, en el mismo escenario, los mismos

protagonistas –el poder y el pueblo–, casi la misma fecha y la misma trama pero diferente

desenlace, se representó la tragedia histórica del pueblo que no perdona el atropello.

Aquel entonces, la chispa fue la huelga de los alumnos del bolivariano Colegio Nacional de

la Independencia Americana, que ante sus justos reclamos estudiantiles, se quiso imponer

el asalto a sus muros primero, y luego, la masacre en las calles y plazas cuando la reacción

cívica quiso detener el abuso de una dictadura y condenar a los culpables. La lucha

desigual entre la metralla y las piedras, entre el blindaje motorizado y las barricadas, entre

la apertrechada dictadura y la desnuda democracia, regó el campo de batalla con sangre y

mártires que la memoria cívica guarda en el arsenal de su rebeldía.

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Hoy, las brasas de la miseria y la incertidumbre, reavivadas con la privatización de dos

empresas que le son ajenas a quienes la ordenan, desencadenó la reacción popular que,

sintiéndose desoída y burlada, marchó nuevamente sobre calles y plazas, protestando por

su dignidad envilecida. La lucha, a pesar de ser otra vez desigual, auguraba la victoria de

su primera batalla. Había razones para ello. Las voces y los puños, eran superiores a las

varas y las bombas; el valor y arrojo, desafiaban las amenazas de los dedos prendidos al

gatillo; la razón y la decisión popular, doblegaban el intento autócrata de la fuerza del

poder.

El León no había muerto; cavilaba en su guarida. Aguardaba el viento que orientara

sus pasos luego de la emboscada de los ‘noventa’.

Y es que hoy como ayer o como mañana, la calma aparente no es presagio de nulas

tempestades ni rebeldías esfumadas en conciencias adormitadas.

¡Pobre de aquél que afirme que la mecha de pólvora está apagada porque no

avanzan los invisibles humos de la combustión! Cuando el calor de la injusticia y el

viento de la protesta se junten, veréis que la explosión es cuestión de segundos, y en

segundos las llamas serán avivadas iluminando en la oscuridad nuevas conquistas

logradas.”

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“Tengo otra angustia más. Esta viene de lo que escuché a un chofer de taxi –ingeniero él–,

cuando hacía turno en el paradero del Club Internacional y leía a media voz, para no

quedar dormido, un texto de José Saramago:

“… que se privatice la Cordillera de los Andes, que se privatice todo…”.

Privatizarán el Misti…?, fue la primera duda que me asaltó. Y si fuese así, ¿cuál será el

precio que Proinversión fijará por mi transferencia a alguna transnacional…? Y una vez

privatizado, ¿qué tendré que hacer –o dejar de hacer–, para retornar la inversión

realizada? ¿Se cobrará por cada paseo turístico en un moderno funicular que asciende

hasta un Kentucky Fried Chicken ‘characato’ en la cima?

Mi duda no es gratuita. Hace cuatro décadas, cuando el mundo era bipolar y giraba

alrededor de la guerra fría, los países subdesarrollados de América latina, aconsejados por

los estrategas de la Alianza para el Progreso que vieron el rostro del Che Guevara en el

manto profano del futuro, promovieron algunos cambios en sus estructuras: “¡Hay que

modernizarlos!”, se dijo, y con este propósito, se alentó la reforma agraria, la

industrialización, etc.

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De esto último, Arequipa tiene un intacto testimonio. El ayer Parque Industrial, de

amplias avenidas, jardines y modernas estructuras, hoy es casi un silencioso cementerio

fabril con un solo epitafio: SE VENDE, y cuya amplitud vial sirve de acceso vehicular a

prósperos comerciantes mayoristas –contrabandistas incluidos–, del ‘Avelino’ y apurados

viajeros que llegan o parten del terminal terrestre. ¿La industria?, ¡fue un pasajero más! Se

fue, sino quebró.

Luego, a fines de los sesentas, al influjo de ‘coroneles nasserianos’, los militares

impulsaron un régimen que pretendía acelerar el destino del país reformándolo de ‘arriba

hacia abajo’, asumiendo el estado una participación directa en el desarrollo a través de la

constitución de empresas públicas. El ‘proyecto revolucionario’ fracasó, aunque se

mantuvo en los gobiernos posteriores la gestión empresarial pública, más como

herramienta política que como factor económico. Sea como fuere, lo cierto es que las

empresas públicas se financiaron con recursos de todos los peruanos, recursos que

debieron ser destinados a vitales obras comunitarias.

Aplastado el Oso Oriental por el Muro de Berlín, sólo quedó el Halcón de Occidente

dominando el globo y con él, el Homo Rex inició su acenso a convertirse en el Homo

Deux, y como dios, todo lo puede, todo lo ordena, al octavo día, luego del descanso bíblico

del séptimo, volvió a recrear el mundo:

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¡Deberá ser uno solo: ‘Globalicémoslo a nuestro interés y conveniencia’!, fue la orden

antropo-divina.

Sentenciado el globo, los fallidos proteccionismos de países tercermundistas, comienzan a

derribar sus fronteras económicas para que el Departamento del Tesoro norteamericano,

el FMI y las Bolsas de Valores de New York, Londres, Tokio y las restantes, marquen el tic

tac del ritmo económico internacional.

El compás de este reloj ‘universal’ llegó al Perú hace una década. El régimen instaurado

por un hijo del sol naciente con sumisión oriental hacia afuera y autoritarismo y

corrupción hacia adentro, franqueó las puertas a los nuevos conquistadores que, dólares

en mano, comenzaron el reparto del ‘último cuarto de rescate’. Las empresas públicas

deberían pertenecer a los inversionistas privados –si extranjeros, mejor–, porque… “sólo

ellos son los únicos que pueden generar progreso en el país”; por lo tanto, a ellos se deberá

rendir toda ventaja y pleitesía. Las telecomunicaciones, las eléctricas, las mineras, las

industriales, fueron los platos fuertes que se sirvieron en el banquete comercial de vender

las ‘joyas de la familia’ peruana.

Descubierta la corrupción de ‘compras al cash’ mientras la mayoría del país desfilaba

mendicante por las puertas del poder, los Cuatro Suyos congregados en la capital,

indujeron el parto de la sietemesina democracia que luego de ser incubada en el gobierno

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de transición, fue a los brazos de la Madre Patria. Ahora todo será diferente, pensó y

aguardó el Perú.

Pero, ¡oh sorpresa!, se cambió los hombres pero no los genes. A falta de ideas que no sean

las neoliberales, las privatizaciones –ahora con ‘rostro humano’–, continuaron, porque

…había deudas que pagar y gastos que financiar. Total, el inventario arroja un saldo a favor

de algunas joyas auténticas y otras de fantasía guardadas aún en el “cofre de las abuelas”.

Dos de ellas, Egasa y Egesur, quedarían en vilo suspendidas.

Convendrán conmigo que el sudor frío que corre por mi cráter, tiene razón de ser, no?

Porque cuando hayan futuras deudas que pagar y nuevos gastos que financiar y no haya

más joyas que vender, ¿no estaremos en la lista también, los ríos, las pampas, el aire, las

montañas…, ¡los volcanes…!!?

Si por casualidad, mañana distingues en mi cumbre algunas fumarolas matinales, éstas no

son señales de una inminente erupción. No. Son solo resaca de una noche embriagada con

el alcohol destilado en el alambique de mis angustias.”

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SÁBADO 15

“Teniendo los rayos del Sol como arsenal, los protagonistas de este sismo de junio,

marchan una vez más por las calles, gritando voces de protesta provenientes de gargantas

irritadas y lágrimas de ojos enrojecidos, impotentes parta sofocar los gases de bombas

lacrimógenas esparcidas.

Los lemas hilvanados con rima popular, son diversos; sin embargo, hay uno que aunque

no es unánime en las cuerdas vocales, lo es en los tímpanos de estos soldados sin uniforme

y sin metralla: ¡Arequipa, Revolución!, ¡Arequipa Revolución!

La consigna no es ajena a la historia de Arequipa. Hace dos siglos, en enero de 1780, la

‘Rebelión de los Pasquines’, ya anunciaba el alzamiento de mestizos, indios y zambos en

contra del abuso de la metrópoli. Organizados en cerca de mil, por las noches y con sigilo

audaz, asaltaron la Aduana y colocaron en portones mensajes de una revolución en

ciernes:

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Quito y Cochabamba se alzó

Y Arequipa, ¿Por qué nó?

La necesidad nos obliga

A quitarle al aduanero la vida

Y a cuantos le den abrigo

Descubiertos y enfrentados, los arcabuces silenciaron a los rebeldes.

Años después, a principios del siglo XIX, la Rebelión de los Hermanos Angulo y Mateo

Pumacahua en contra de la metrópoli –ya reclamada antes por la ‘Carta a los Españoles

Americanos’ del pampacolquino Juan Pablo Vizcardo y Guzmán–, tuvo en Arequipa el

eco revolucionario cuyos máximos exponentes fueron, entre otros, Mariano José de Arce,

José María Corbacho y Mariano Melgar, el poeta y combatiente.

Dos lustros posteriores a la Independencia, Arequipa comienza a elevar sus voces y armas

en favor de una ‘República Independiente’, porque percibe en la médula de la joven nación

de San Martín y Bolívar, los viejos hábitos de castas aristocráticas renovadas por militares

conspiradores y sagaces comerciantes. Y no se equivocó. Mientras el complot, la trampa y

componenda, fueron argumentos para representar la función tragicómica de la disputa

por el poder político, detrás del escenario, los futuros dueños del país manipulaban los

hilos de los empréstitos, la consolidación, las consignaciones y el reparto de propiedades

incautadas.

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Confirmado el centralismo galopante, Arequipa se embarca en sublevaciones y batallas

casi siempre ganadas para luego perder las guerras. Combate contra el norte, lo hace

contra Chile, marcha sobre Lima, retrocede debilitada, y al final, sitiada, sucumbe mal

herida. Los ‘Libres de Arequipa’ y la ‘Columna Inmortales’, son dos expresiones de

heroísmo colectivo en el siglo XIX contra la macrocefalia de la capital.

Jorge Basadre, con acierto, escribiría:

“Hasta 1867, Arequipa fue una pistola que apuntaba al corazón de Lima”,

que muy bien podría completarse con más certeza que lisonja:

“… que no disparó la bala de la revolución porque quienes debieron ordenar

¡Fuego!, balbucearon: ¡…Media… Vuelta…! No querían cambiar el mundo –su

mundo–, sólo aspiraban a conservarlo y evitar que se lo arrebatasen”.

Juan Gualberto Valdivia en ‘Las Revoluciones de Arequipa desde 1834 hasta 1866’ las relata

como crónica. María Nieves y Bustamante en ‘Jorge o el Hijo del Pueblo’, la dramatiza con

bella prosa.

Después de Tarapacá, Angamos, Arica y Miraflores, a su turno, estoicamente, sucumbió

ante el invasor. Era demasiada la responsabilidad para un pueblo rebelde, traicionado,

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desarmado, invadido y sin conductor, alzarse contra la fortaleza bélica del Ejército del Sur.

Abandonada a su suerte, sólo la resistencia y el martirio se elevaron por encima del

holocausto nacional. Los Mártires de Quequeña, guardan el testimonio.

La post guerra y el nuevo civilismo, despiden el siglo diecinueve y saludan el vigésimo.

El influjo del positivismo, las revoluciones de México, Rusia y la Guerra Civil española, los

planteamientos de Mariátegui y Haya, la Reforma Universitaria, el movimiento obrero y el

auge del capitalismo con su secuela regional, son factores que enriquecen las ideas y

propuestas de libre pensadores como Mostajo, Lino Urquieta, Escalante, etc., etc., y

renuevan las banderas revolucionarias al interior de una clase laboral en aumento como

consecuencia del auge del comercio de exportación y del incipiente desarrollo fabril,

dando inicio a una polarización social propia de un capitalismo en este lado del país.

1930 y 1950, son dos años de otros más en que el pueblo de Arequipa retoma las calles para

luchar contra el centralismo, reivindicar sus derechos, y protestar contra las tiranías

imperantes. La sangre derramada en aquéllas, son estigmas que siempre maldecirán el

sable y el fusil cuando se vuelven sobre los pechos de indefensos luchadores.

En resumen, y testigo al fin de las vivencias de una ciudad, diría que Arequipa casi siempre

estuvo a las puertas de la revolución; y si no atravesó el umbral de ejecutarla, fue porque

no hubo ni las ideas ni los hombres para cambiar la historia.

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Su rebeldía cívica, sin embargo, destronó políticos y tiranos que hicieron del poder y

dinero, su principal razón de ser. Y quienes los reemplazaron, casi siempre fueron

timadores de naipes para esconder bajo la manga, los ases que birlaran las aspiraciones de

un pueblo combativo.

Volviendo a junio del segundo año del tercer milenio, la atmósfera de la ciudad y de las

solidarias Tacna, Cusco, Puno, Apurímac, etc., están impregnadas de moléculas

reivindicativas que oxigenan ideas y acciones que pendulan entre la lucha social

organizada y la anarquía colectiva instintiva.

El apremio de vísceras vacías está a punto de explotar en cualquier extremo, si es que la

democracia sólo existe como adjetivo.

¡Arequipa, Revolución!, está detenida nuevamente en las montañas que circundan esta

ciudad. La respuesta del eco aguarda nuevos vientos y renovados espíritus.”

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“La sugerencia de una indignada madre de familia hecha al locutor de turno de las dos

‘emisoras rebeldes’, de pronto se transformó en unánime reacción para que todas las

manos cogieran por las asas, las domésticas cacerolas y que, al estrellarse unas contra

otras, ‘ensordecieran’ el ruido urbano cuando el reloj marcaba la una de la tarde, la hora

en que el Sol se vuelve emperador.

Aurelia y sus cuatro menores hijas, cogieron las olas que no tienen marca porque no

pertenecen a la estirpe de la capitalina ‘Record’, y las rotuladas con picardía criolla en

hábiles talleres informales, ya hace años perdieron sus huellas ‘bamba’ de tanto ser pulidas

con arena y pobreza.

Para Aurelia, era la oportunidad esperada para expresar al gobernante, el drama de no

saber cómo sobrevivir entre tanta pobreza. Para sus hijas, la ocasión infantil y traviesa de

dar rienda suelta a sus genes musicales en una sinfonía colectiva de la cual cada una de

ellas era su propia solista. Imaginen, toda una orquesta popular de obreras del hogar

distribuidas en parques y calles de barrios, urbanizaciones y pueblos jóvenes,

comprometidos en un concierto de protesta. ¿La partitura..? La que dicta la rebeldía

colectiva. ¿El director…? El hambre y la dignidad burlada.

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Y así, a la una de la tarde, a las siete de la noche y a las siete de la mañana del siguiente

día, todas las Aurelias y todas las hijas corren a descubrir el pudor de cacerolas que en su

interior agonizan de vacías por no tener más que agua a la espera de un Jesús que

multiplicase las tres papas, cinco fideos y el puñado de arroz que reposaban en el fondo.

El bullicio instrumental de las vasijas metálicas abolladas por los años de uso, han perdido

las notas agudas y brillo acerado que las distinguía cuando llegaron pedantes a reemplazar

a las jubiladas ollas de barro de las abuelas. Ahora, cenicientas y deformadas, son heridas

de muerte cuando Aurelia disputa con firmeza los últimos granos de arroz quemado

adheridos en el fondo y que a costa de perder algunas partículas metálicas, tiene que ceder

al ahínco de la guerrera. Y tienen que ceder, pues se trata de la última ración familiar que

casi siempre es de Aurelia.

“Primero son las guaguas. Una ya está vieja y poco nos falta para enterrar nuestros huesos.

Además, en nuestros tiempos, nos hemos alimentado bien, o no José…”, justificó con

filosofía y resignación Aurelia el frugal almuerzo. José consintió con su mirada lo que sus

labios impotentes silenciaron.”

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DOMINGO 16

“Hoy amanece la ciudad sin tradiciones. El aroma del adobo y té ‘piteao’ se quedó

encerrado en el campanario de una misa no convocada.

La Plaza Mayor luce como un Guernica a la espera de un Picasso informal: estratégicas

barricadas de adoquines sobrepuestos; humos contaminantes de llantas en extinción;

pintas insultantes en portales con huellas de sangre; aire con olor a gas y pólvora de

combates suspendidos; agua de cañerías violentadas transformadas en riachuelos y

aniegos; pancartas con advertencias y sentencias ubicadas al frente de una Catedral herida

de muerte en sus torres por invisibles cohetes ‘tierra-aire’ premonitoriamente lanzados la

tarde del sismo del 23 de junio del 2001. El Tuturutu, trompetero misterioso, impávido,

casi insolente, parece decir con su melodía detenida: ¡Pero si no pasó nada!

De pronto, al promediar la novena hora de la mañana, por la bocacalle de Morán,

aparecen camuflados personajes...

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Son dos batallones que a paso ligero, recorren las calles del Centro Histórico con

exclamaciones propias de su vida castrense de ayer y que hoy, en su condición de

reservistas, también constituyen una de las unidades combativas que expresan su protesta

por la política privatista del gobierno. Pero sobre todo, porque, ¡No hay trabajo, carajo!

Identificados por su ejercicio marcial, sus lemas y el polo negro que resalta su famélica

fortaleza, se han convertido en las ‘líneas’ que defienden la dignidad de Arequipa, aunque

su dignidad étnica hace siglos es humillada, cuando no pisoteada.

Pedro es el nombre de uno de los anónimos reservistas marchantes, herederos del ‘Tayta’

Avelino Cáceres, el Demonio de los Andes, convocado por un comandante de artillería en

Octubre del 2000 en su afán de iniciar la marcha ‘etnocacerista’, desde la sureña locumba.

Su condición en los últimos años tiene la categoría de desocupado. Y como tal, sus días

discurren entre las bancas de la Plaza de Armas y el terminal de Zamácola, a la espera de

un patrón que al timón de una 4x4 quiera contratarlo para alguna faena que le garantice

‘la quina’ para pagar el menú familiar del ‘comedor popular’.

A sus 38 años de edad, no tiene preferencia por oficio alguno; muy por el contrario, posee

una versatilidad laboral en sus encallecidas manos, surgidas de sus casi atrofiadas vísceras

inundadas de ácido a punto de perforar su paciencia.

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En la memoria aún quedan grabadas las vivencias de su infancia andina, como aquella en

que con sus dos hermanos, cuidaban el redil de ovejas pastando cerca del cielo, siempre

atentos por si alguna de ellas intentara rebasar el cerco imaginario que los tres pares de

ojos infantiles delimitaban en la altiplanicie. La sequía del 79, agravó la pobreza de su

comunidad y una tarde fría cambió la quena y la trasquila por la manta y la esperanza de

encontrar en la ciudad aquello que las alturas le negaban.

Grabada también está, cuando, yá en Arequipa, a fuerza castellanizar su aymara y

aprender oficios diversos y costumbres nuevas, llegó una noche en que la ‘leva’ lo depositó

entre un sargento y la muralla del cuartel. Del primero aprendió a amar a la madre patria a

punta de golpes porque todos los ‘rasos’ son unos ¡hijos de puta! De la segunda, en cambio,

entendió que la libertad no estaba al otro lado del muro sino la obediencia de seguir

peleando hasta quemar el último cartucho.

Cumplido el Servicio Militar Obligatorio, el ahora ‘cabo Pedro’ volvió a las calles ‘hecho un

hombre’, convencido de que…, el mejor ataque es la defensa; que la victoria es lo de menos y

lo que importa es, siempre ser un ‘héroe’.

Su sacrificio en los últimos años le ha permitido levantar las cuatro paredes en Ciudad de

Dios, en donde él, su compañera y sus dos hijos que nacieron sin pan bajo el brazo, hacen

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el diario recuento de las pocas monedas destinadas a pagar el tributo de seguir

sobreviviendo.

Como buen ciudadano demócrata, votó por presidentes y congresistas. De esas

experiencias electorales, recuerda que bailó el ‘baile del chino’, hechizado por Laura,

Magaly, Carlos Álvarez, Nicolás, Rosy War, los Cómicos Ambulantes, y toda esa fauna de

títeres que a través de la ‘caja boba’ llegaban hasta el inconsciente de Pedro.

Roto el encanto por los ‘vladivideos’ y sin poder asistir a la Marcha de los Cuatro Suyos,

en acto de contrición, depositó su fe en sus raíces –dónde de mejor–, y vivió, aplaudió y

votó por Pachacutec, porque sólo con él, como gran inca, el Perú será posible, será real,

justo, solidario, pero sobre todo, ¡tendré trabajo!

Las primeras sombras de la noche lo han sorprendido caminando de regreso a casa, luego

de una faena dominical combativa inundado de sudor que aún desliza su rostro y cuello.

Hay un par de dudas que le golpea el cerebro y maldice su ignorancia en geografía e

historia: “¿Cabana queda en el Perú o en Jarvard?; ¿quién se equivocó, él o yo, o los dos?”

Pedro quiere aferrase a la esperanza de que sus hijos no caminarán por las mismas huellas

que él transitó. Sus manos quieren construir el futuro que él no conoció. Sabe que sus

dedos pueden sangrar en el intento, pero no habrá dolor que amilane su propósito de

conseguirlo.”

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“Son banderas rojas y son jóvenes quienes las portan. Sobre el fondo escarlata, dos letras y

dos rostros se elevan por encima de los restantes emblemas combativos y retratan con

precisión el contenido de sus ideas, sino, el de sus anhelos.

Al lado de la JS, los rostros del Amauta y del Ché parecen cobrar vida en sus luchas de

junio. No en vano, un 14 de junio también, fue el día en que esos luchadores nacieron. José

Carlos Mariátegui en Moquegua en 1897 y

Ernesto ‘Ché’ Guevara en Rosario en 1928,

y terminaron hablando un mismo idioma.

El primero, dijo:

“ni calco ni copia, sino creación heroica”.

El segundo:

“…observar, aprender, pensar; no copiar a nadie y después empezar a caminar”.

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Hablaban de la Revolución.

Los lemas, colores y movimientos de los portantes, son una muestra de la alegoría que distingue su marcha combativa y segura convicción.

No son muchos, pero son. Y lo son, con nombre propio, porque solitarios, al inicio de la

‘década maldita’, ya señalaban con el dedo acusador al títere del capitalismo, mientras casi

todo el país saludaba el fin de la hiperinflación.

Pareciera que más por la lucha del poder, les preocupa asumir el papel de jóvenes

contestatarios del sistema hegemónico vigente y los efectos que al interior de los países

tercermundistas ocasiona, incluido las formas democráticas, elecciones por ejemplo, a las

cuales cuestionan señalando que el pueblo aún no tiene propuesta programática.

Entre música, teatro, poesía y el ejercicio libre de plasmar en el ‘Muro de la Vergüenza’ del

portal de la Municipalidad sus sentencias lapidarias, JS persevera en su obra de construir

el socialismo.

Su tarea es difícil, quizá una utopía. La realidad en que les ha tocado actuar es compleja.

Sus pensamientos pueden estar equivocados y las acciones que ejecuten pueden estar

reñidas de pronto con la historia; sin embargo, es preferible que la juventud avance con

sus medios y sus yerros a que se detenga a contemplar la agonía heredada.”

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Hay expectativa en la ciudad y en todo el país. El Presidente dirigirá un Mensaje. Y lo

dirigió, después que el gobierno decretó el Estado de Emergencia por 30 días, siendo la

primera disposición del Comando Regional, decretar el ‘Toque de Queda’.

Bueno, este dispositivo no es novedad, porque los gobiernos lo utilizan cuando el pueblo

protesta y cuestiona mandatos verticales que solo aceptan como respuesta: ‘Cúmplase’.

La naturaleza no tiene esas leyes. Se imaginan que de pronto en el planeta se decrete un

‘estado de sitio’?, ¿que todo se detenga en el

tiempo y en el espacio? Que nada se mueva;

que la materia no se transforme y que la

energía no se produzca? ¿Cómo decirle al

Sol, por ejemplo: ‘hoy no debes salir ni tus

rayos debes emanar’? ¿Cómo decirle a la

Luna y las estrellas, ‘esta noche, no deben

brillar’? Eso es imposible. Simplemente

dejarían de ser para no ser, desparecer o

estallar. No me es posible imaginar.

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Pero en la ley humana pareciera que sí es posible que ocurra. Pero, ¡no!, ¡no ocurre tampoco!, porque finalmente, roca o célula, ambas son parte de este planeta y como prueba de ello, pareciera que más bien, cuando se decreta eso que se llama ‘Toque de Queda’, es cuando el hombre, se mueve más, piensa más y por qué no, ¡canta mucho más!

“… Entonemos, entonemos…. Entonemos un himno de gloria, A la blanca, a la blanca, A la blanca y heroica ciudad…” Fue el coro polifónico de voces que a las diez de la noche rompe el aparente silencio de una ciudad que recién despierta y en abierto desafío, sale de la intimidad de sus cuatro paredes para ubicarse en el coral de sus frenteras de piedra y cemento y cumplir con lo que la autoridad ha dictaminado: ¡Toque de Queda… rebelde!

Si hasta el himno de la ciudad así lo acredita: “… a la blanca y heroica ciudad…”.

Bien decía yo, la naturaleza física o social no se puede sujetar a leyes cuando éstas están en contra de su propia razón de ser: cambiar y luchar.

La libertad y la justicia no podían ser solo un concierto de cacerolas. La música, por sí misma, es una creación que inspira una armonía y conflicto de quien la crea, la interpreta o la percibe. El canto, en cambio, predica, aclama, reivindica, confiesa y exige, como esta noche, el “Entonemos…”, ¡Protesta!”

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LUNES 17

“Ayer domingo por la mañana, con la confianza de 20 años de lealtad de confidente y ama

de llaves, María retiró de la cómoda ‘la blanca y roja’, y con sigilo subió a la azotea y

amarró al mástil de la casa de la patrona a quien había escuchado la noche anterior,

durante la cena, declarar con voz de mando dirigida a su marido:

“No ves, el ‘cholo’ no debiera gobernar nuestro país y menos vender nuestras

empresas. ¡Qué tal desvergüenza!”

Dicho sea entre paréntesis, ‘Marías’ en Arequipa ya no son tantas como en otras épocas.

Hoy, en ésta de tecno-cumbia e internet, se prefiere la aventura del ‘trabajo

independiente’, porque aún en la miseria, la calle sigue siendo un escaparate informal de

‘cachuelos y baratijas; una posibilidad de cambio entre mil, es cierto, pero posibilidad al

fin.

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La patrona, descubierto el desliz y atrevimiento de María, lejos de censurar la audacia,

aprobó con una palmada el gesto de dejar al viento la bandera a media asta sobre la

terraza. Por supuesto que este atrevimiento consentido no la exoneraba de dejar

relucientes las charolas de plata 925 de Camusso que coronaban el artístico repostero de

cedro del comedor principal, ayer festivo y hoy convertido en museo casi nunca visitado.

Hoy lunes 17, Arequipa está embanderada. La vanidosa de polystel bate el bicolor sobre los

aires de Cayma, Yanahuara, Vallecito, y se hermanan con aquellas otras de tocuyo de

Miguel Grau, Alto Misti, Campo de Marte, Simón Bolívar, es decir, el cinturón de la

pobreza de Arequipa, dejando en el medio a las envejecidas de Miraflores, el Cercado,

Umacollo, Sachaca, Paucarpata, etc., de clases medias a punto de naufragar en la orilla de

la desilusión por no conseguir la posición social que otrora les auguraba el éxito de su

esfuerzo personal.

Todas las blanca y rojas de esta ciudad, en ejercicio sincronizado por el viento de la

protesta, ondulan sus colores a media asta en días que el calendario no señalaba festividad

cívica alguna, porque hoy, Arequipa está de duelo, y lo está, por la muerte de un principio

democrático: los gobiernos deben gobernar con el pueblo.”

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“Recuerdo también que producido el sismo cívico, el poder central cerró los párpados para

no ver; elevó el volumen de los altavoces de la prensa oficial para no oír; sólo articuló

frases y acusaciones que intentaron desautorizar la voz cívica de Arequipa.

‘Acciones delincuenciales’, ‘rezagos terroristas’, ‘muertos de hambre’, etc., fueron algunas

de las exclamaciones emanadas en lujosos escritorios ministeriales que una prensa

acomedida y servil se esforzó por denunciar a quienes hicieron de las calles su centro de

batalla.

La necedad en el argumento y la torpeza en el actuar, fueron el combustible para que la

chispa se convirtiera en hoguera. La distancia entre el palpitar popular y la decisión

burocrática estaba más allá de los mil kilómetros que separan el centralismo de la

realidad. De nada sirve el avance de la informática cuando el que emana una orden no

tiene la lucidez mental de conocer e interpretar lo que ocurre más allá de los dedos

digitadores de una burocracia pegada al monitor para deletrear y escribir la orden que

viene ‘desde arriba’.

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Descubierto el error, se optó entonces por la subasta de la protesta, tasada ésta en

millones de dólares. Conforme pasaban los días, la oferta subía. Ya no era el 50% del

monto de las privatizaciones de Egasa y Egesur. ‘Que sea el 70%, o mejor, el 100% para

financiar el desarrollo y progreso de Arequipa’. ‘Y ojo, si no aprovechan la oportunidad, se

pueden quedar sin nada’

Segundo error. “Oiga usted –diría un loncco’ de Tiabaya–, los negocios no se hacen con

chantaje, pué”. Y por supuesto, la transacción no se plasmó.

Agotado el intento del martillero amenazante, se optó por el ‘diálogo’ a fin de zanjar el

pleito. ¿No hubiera sido mejor comenzar por ahí? ¿Acaso no es democracia, consultar al

pueblo los mandatos de un gobierno? ¿No era de sabios, recurrir a los dioses andinos de la

conciencia cívica para percibir en las ‘hojas de coca’ de nuestros ancestros, hacia dónde

apunta el acierto de las decisiones nacionales?

¡La Dignidad no se insulta ni se compra! No es un bien que tiene precio ni menos se

cotiza en la Bolsa de Valores; menos aún, si en campañas electorales precisamente se

recurre a ella para obtener el veredicto popular, porque entonces, la promesa se vuelve

estafa, y esto, entre caballeros, no cuenta. Peor aún, si se firma un cheque que en la

ventanilla de la verdad, es devuelto por no poseer fondos de la palabra empeñada

teniendo como testigo a todo un pueblo.”

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“Desde que el homo sapiens plasmó en las cavernas sus primeros grabados, hasta los más

sofisticados recursos tecnológicos que hoy ha puesto en práctica para relacionarse, el

hombre ha ido construyendo sucesivos puentes de comunicación por los cuales han

transitado las ideas, los conocimientos, las dudas y las certezas.

La prensa como opción social de información, opinión y crítica, en el último siglo se fue

convirtiendo en el ‘cuarto poder’ que democracias representativas cobijaron en sus

cimientos los principios de libertad de pensamiento y libertad de expresión. Pero así como

representó el faro que iluminaba la oscuridad y develaba la ignorancia, así también fue

convirtiéndose en herramienta de dominación colectiva al servicio de particulares

intereses.

Dada la importancia de la palabra testimoniada en el aire, el papel o la imagen, ésta

comenzó a ser objeto de asedio, amenaza, chantaje o cotización, para usarla como arma

política que en forma abierta o subliminal, convierta la mentira en verdad, la dictadura en

democracia.

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El periodismo así, comenzó a confrontar dos vías por donde se fue orientando su función

social. Por una de ellas, mantuvo su designio de practicar y difundir la verdad de las ideas

y de los hechos sin más vocación que la de servir a la comunidad. Por la otra, en cambio,

se convirtió en vehículo mercantil que atendía los requerimientos del poder económico en

perjuicio de la sociedad toda. El primero se ejerce en forma libre; el segundo se vende al

mejor postor. El primero es honesto y veraz; el segundo, es corrupto y mendaz.

De ambos, el país conoce sus dimensiones y trayectorias; de éstos, sus lealtades; de

aquellos, su vil precio.

En este junio que registro, Arequipa conoció de silencios cómplices, de medias verdades y

de manipulaciones vedadas. Pero también hubo de los íntegros, que reconociendo la

envergadura y razón de los reclamantes, optaron por transmitir a través del papel y del

éter lo que latía en miles de ciudadanos combatientes.

Identificarlos con nombre propio no es objeto de mis “Memorias”. La mejor honra que les

tributó la batalla fue cuando a fuerza de buscar culpables que expíen errores políticos, la

torpeza del poder quiso señalarlos con dedo acusador como ‘apologistas del terrorismo’,

sin darse cuenta que quien realmente provoca y exalta esta tanática modalidad, es

precisamente el que ejerce el poder a espaldas de quien lo consagró con su decisión

democrática.”

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MARTES 18

“Tenía una misión que cumplir. La petición del Presidente en jaque, el drama de la ciudad

que lo vio nacer y los votos de fe conferidos a Ignacio de Loyola, eran tres razones más que

suficientes para asumir la tarea de iniciar la construcción del puente que vincule las dos

orillas en conflicto.

Con el crucifijo entre los dedos, dos clérigos y un laico posaron sus pies en este valle de

lágrimas –ahora por gases lacrimógenos–, que en su avance sobre un raudo y discreto

‘arzobispo móvil’, sus sentidos fueron descubriendo que la realidad del paisaje era más

desnuda que alma en confesionario, y que los pecados de los hijos de la Mamita de Chapí,

eran solo veniales ante los capitales de soberbia y avaricia cometidos por gobernantes que

no leyeron la Populorum Progressio de Paulo VI y la Teología de la Liberación les sonaba a

prédica subversiva.

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Comprobada la exaltación terrena, la reflexión obligada tenía que ser la actitud que su

delegante debía asumir para que el país no se le escape entre los dedos.

Acordados los temas a discutir, perro, pericote y gato –sin más alusión que al milagro del

mulato santo Martín-, los dialogantes desgranaron opciones que posibilitaran un acuerdo

final.

Argumentos expuestos, presiones ejercidas, conveniencias sopesadas, intermedios

requeridos, consultas efectuadas, fueron parte de las horas consumidas en el auditórium

del colegio San José, centro jesuita que desde 1898 viene formando juventudes ‘ccalas’ bajo

los preceptos y rigores de la hermandad de la Compañía de Jesús.

Sin embargo, al promediar la noche, no había acuerdo definitivo.

Mañana será….”

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“Muchas veces al interior de efervescencias populares vindicadas por la justicia y la

libertad, se escurren propósitos oscuros de obtener beneficios particulares que borren

culpas o erijan ídolos de barro.

El poder y la riqueza, son casi siempre filones que atraen mezquinos intereses de

‘buscadores de oro’ que desdice todo éxito bien habido y mejor disfrutado de aquellos

otros que han hecho de su vida, fuente de obras colectivas casi siempre sencillas, discretas,

pero reales y efectivas.

Esto último pertenece a espíritus solidarios que asumen que no hay mejor logro humano

que el compartir lo que el ingenio y el esfuerzo retribuyen a quien los cultiva.

Quién, por ejemplo, será más noble y solidario que un Juan Manuel Polar, ‘Don Juan

Manuel’, quijote y maestro símbolo que supera en sencillez, entrega y riqueza espiritual a

cualquier cúmulo fiduciario que aún incluso obtenido en buena ley, jamás tendrá el brillo

metálico que opaque el resplandor regado como lenguas de fuego en el cerebro y corazón

colectivo de un pueblo.

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Quién, también, como Francisco Mostajo, libre pensador, jurisconsulto y adalid de la

juventud, que en su permanente lucha contra las tiranías políticas e ideológicas, se alzó

como el tribuno que arengó en calles y plazas para predicar los principios cívicos de la

Justicia, la Libertad y el Derecho y que, en al atardecer de sus 76 años de su vida, en junio

de 1950, ante el imperio de la muerte sobre un pueblo indefenso, abogó por la vida y rindió

la plaza herido en sus convicciones de no cantar victoria definitiva, dejando esa misión a

las nuevas generaciones.

¡No!, ¡no pueden perder esta oportunidad! El autoritarismo los arrinconó y solo recibieron

migajas cuando aplaudieron frenéticamente o callaron en complicidad. Ahora que ha

vuelto la democracia, sobre todo, ¡las elecciones, hay que volver a las calles, a las marchas,

al pueblo… ¡Abajo la privatización!, ¡el pueblo, unido jamás….!

Sí, ellos son. Autoridades vecinales, políticos embalsamados, dirigentes improvisados y

audaces apostadores que muy pronto competirían por el sillón edil distrital, provincial o

consejería regional. ¡Viva la democracia!

Pero también hay de los otros, de aquellos que posesionados en el balcón de la

expectativa, aguardan desenlaces que favorezcan sus diatribas e idearios, confiados en la

amnesia colectiva. Acaso no es cierto que pasada la tempestad sobre la frágil balsa que

navega en el mar del atraso, surgen timoneles que anuncian nuevos vientos, porque ahora

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‘ellos’ serán sus conductores, cuando horas antes. en pleno viaje a la deriva, junto con las

ratas aguardaban el sosiego de la nave al garete.

Para estos ‘Mesías al paso’, ejercer la democracia es encontrar el atajo para llegar al

banquete de opíparas administraciones de fondos públicos, rodeados de solícitos lacayos y

cientos de doblegados oportunistas que, por necesidad o costumbre, aplauden

incondicionalmente la torpeza del elegido que ya está ensayando el próximo salto que lo

lleve ‘más arriba’.

Entonces, pues, hay Héroes y ‘éroes’; hay líderes y fantoches; hay luchadores y

simuladores; hay ideales y argucias; personajes que el arrebato popular, eleva, aclama,

respalda, y luego, señala y destrona a los que resultan actores de la farsa ‘costo-beneficio

de oportunidades’.

Separar la paja del trigo fue y es, descubrir que el viento se lleva la primera, quedando el

segundo depositado en el fértil suelo popular en donde germinarán los granos que

garantizarán la cosecha de futuras conquistas; donde el verbo solo se hable y practique en

plural, relegando el singular sólo para mostrar el ejemplo, identificar al cobarde o

condenar al culpable.”

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“Eran dos de los miles de jóvenes que conforman la generación de peruanos en un mundo

con más dudas que certezas.

Sus sueños, casi extinguidos por la cruda realidad que les tocó vivir en las dos últimas

décadas, navegaban en un mar sin puertos y sin faros. Su afán de superación tropezaba

con los obstáculos que día a día surgían de la indiferencia de una sociedad que envejecía

prematuramente sus ideales.

Ante tal incertidumbre vigente en un país que sus mayores no supieron detener, sólo les

quedaba pocas puertas por abrir: resignarse con estoicismo a aguardar algún milagro de

sabe Dios qué santo; impulsarse al vacío de los escapes alucinantes que las drogas

garantizaban; o, comprometiendo la poca fortuna de la familia, conseguir la visa que los

lleve al país de los McDonalds.

“Chabelo” y “Loco Haway”, son dos apelativos que identifican a dos inocentes jóvenes que

sin abrazar convicciones partidarias que no sean las de conseguir un mejor logro personal

y sin renunciar a la vitalidad y fantasía que alimentaban a pesar del entorno adverso,

tenían la terca convicción de que el ‘mañana’ tenía que ser mejor que el ‘ahora’.

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Edgar Adolfo Pinto Quintanilla, escondió sus ansiedades en la música que supo

saborear desde adolescente y que compartía en la intimidad del hogar y los amigos. Su

apego al género criollo le permitía a través de la percusión, trasmitir el ritmo y calor que

seguro nacían de los latidos de su corazón. Y entre noches jaraneras de fines de semana

que coronaban sus días entregados al estudio, esperaba el día que partiría al gigante del

norte, sin saber que le aguardaba un destino que está más allá de las estrellas.

Fernando Rafael Talavera Soto, en cambio tuvo un mundo interior más reservado.

Quizá porque convivió con frecuencia con la soledad de sus sueños y dramas y al no

descubrir aún porqué camino enrumbar sus pasos dadas las limitaciones de sus recursos

monetarios, encontró refugio temporal en credos religiosos que le daban luces a las

tinieblas de su horizonte.

Ambos transitaron por las aulas agustinas y en ellas optaron por obtener el conocimiento

para su futuro profesional. Edgar apostó por descubrir las bondades de las Ciencias

Agrarias. Fernando, en cambio, por la receta de encontrar a través de la Economía, un

mejor derrotero a su vida y su país.

Ambos, seguro, conocieron la ternura del amor juvenil y seguro también, la tristeza que

agobia cuando la ilusión de la Silvia se marchita.

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Y finalmente, ambos, por

azar, fueron testigos de

la protesta popular del

2002. Y cuando sus pasos

coincidieron con las

marchas de ese Junio

rebelde, coincidieron

también sus destinos

individuales con el que

colectivamente Arequipa

rebelde asumió. Y

entonces, producida la

fusión que anulaba

cualquier intento por apartarse, por azar también cayeron víctimas de la maldita violencia

que sus horas largas de agonía no bastaron para vencer a los soldados de la muerte.

En luchas populares como estas de Junio, a veces los que caen no son siempre los que

están en la primera o segunda línea que desarmados hasta los dientes, desafían las bombas

y las balas que pretenden disuadir sus convicciones.

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¿Acaso la historia del hombre no está escrita con la vida de miles de millones de inocentes

caídos en infaustas batallas? ¿No es cierto que la conquista de la Libertad y la Justicia

condenó al silencio fatal a niños y adolescentes en guerras maquiavélicamente calculadas?

¿No es verdad, también, que ajenos de culpa mueren en tiempos de paz –¡qué ironía! –,

hombres y mujeres porque el progreso no llegó a sus puertas?

No por ajenos o inocentes, no son también mártires los que caen en cada batalla librada.

Edgar y Fernando el exhalar su último aliento han depositado en los hombros de la

juventud peruana el reto de demostrar que el azar, más que un hecho fortuito en el

tiempo y en el espacio, debe ser una convergencia de protagonistas en la gran obra de

buscar y construir un mundo con mejor amanecer.

A ellos, les pertenece el silencio de la memoria eterna.”

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MIERCOLES 19

“La negociación entra al segundo y decisivo día. La paciencia y los alimentos comienzan a

agotarse en la ciudad.

Más allá del frontis verde del colegio jesuita, tanqueta y cordón militar de por medio, el

coro popular nuevamente congregado a la altura de la antigua estación ferrocarrilera de

Tingo, exclamaba lemas y vivas que hacían retroceder cualquier trato que no sea el de

suspender la privatización de las dos ‘E’.

Los argumentos ya fueron expuestos y las exigencias mínimas también. El país y su futuro

están en juego. Más allá de este escenario y los de Tacna, Cusco, Ayacucho, Puno, Juliaca,

Moquegua, etc., sobre frágiles ramas de nobles higueras, aguardan aladas esperanzas

populares, mientras en las sombras merodean aves de rapiña que hace poco fueron

espantadas por la democracia.

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Rapaces al fin, confían en un desenlace que les haga propicio su retorno al poder para

borrar las huellas del último festín y comenzar uno nuevo.

Reos en prisión y en libertad también, millones de dólares en cuentas foráneas,

mercenarios con tarifas rebajadas, banqueros a punto de romper sus nervios, politiqueros

que añoran curules, comerciantes repartidores de coimas y comisiones, traficantes de

drogas y de influencias, finos dedos negociadores de deudas externas, importadores de

chatarra y analgésicos, etc., etc., son las especies que ejercitan sus alas a la espera de que la

torpeza se imponga sobre la ecuanimidad. Y

claro, la ecuanimidad tampoco puede ser

chantajeada.

Fue por la tarde, cuando agotadas las

negociaciones y viabilizado el acuerdo final,

la Declaración de Arequipa se escribió y

firmó ordenando la suspensión de la

privatización de Egasa y Egesur, no sin dejar

en claro que Arequipa, mediante consulta

popular, podría decidir su destino si el fallo

del Poder Judicial, les fuera adverso.”

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“Y arrancó con el “Entonemos.., entonemos…” y los ‘vivas’ que por doquier y casi al

unísono, se escucharon más allá de los Andes y los mares para grabar con cincel

incandescente que:

¡AREQUIPA NO SE VENDE!

¡LA DIGNIDAD NO SE PRIVATIZA!

¡EL PUEBLO, UNIDO, JAMÁS SERÁ VENCIDO!

Así fue que al sexto día resucitó la dignidad de entre las barricadas y como Mesías cívico

venía a humanizar los mandatos paganos aconsejados por una hipócrita “economía social

de mercado..”. Es social y solidaria o es mercantil y liberal. Imposible ser ambas a la vez.

La Plaza Mayor aún tenía vestigios de gas irritante que poco a poco se extinguía cuando el

par de pulmones de miles de paisanos, de los ‘costeños’ y los ‘serranos’, se fueron

congregando frente a la casa municipal para dejar que sus sentimientos y emociones se

confundan en latir de triunfo: la firma de la Declaración de Arequipa, Declaración

escrita seis días antes como el Manifiesto del Misti.

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La Declaración, registrada en papel y firmada por los que representaban a las partes en

conflicto, testimoniaron restituir la dignidad de un pueblo que no calla cuando usurpan su

voz democrática y que sólo él puede decidir sobre lo que le pertenece y lo que es ajeno.

El Manifiesto del Misti, en cambio, se escribió en las calles con letras de sangre y asfixia,

sobre renglones trazados con piedras y ollas, con angustia de madres por hijos extraviados

y agonías lentas de heridos estudiantes y desocupados, a la espera de la mano solidaria

prometida.

Las voces enronquecidas de ‘Mostajos’ populares, hacen el balance final de la protesta:

El puño del pueblo se elevó por encima del poder de ‘hacer y deshacer’ en base al autoritarismo.

Los aplausos y los ‘vivas’ tributados a las organizaciones combativas son cada vez más

unánimes en esta plaza que siempre resulta ser el escenario de viejas y nuevas luchas.

Aquí, en la Plaza Mayor, es donde se sella el triunfo y a veces también la derrota, pero

jamás se capitula. O se gana o se pierde, pero no se claudica.

El Sol se oculta; la Luna y las estrellas emergen irradiando más claridad.

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En la noche, el himno de Arequipa es universal, como universal fue el reconocimiento de

muchos pueblos allende los mares que descubrieron que en un punto de América, al sur

del Ecuador, muy cerca del Pacífico y del cielo también, se resumió en seis días la creación

de un mundo nuevo que se resiste a caminar en silencio cuando atropellan su dignidad.

Cuando el canto llegó al último verso del coro: “a la blanca y heroica ciudad”, el pueblo

encadenó sus manos para liberar con mayor fortaleza el espíritu colectivo victorioso a

través del éxtasis embriagador de la más mestiza de sus danzas: el Carnaval Arequipeño.

Las rondas festivas de hombres, mujeres y niños en este júbilo nocturno espontáneo,

dieron paso luego a los requiebros de parejas enlazadas por los codos, entregados al giro

centrífugo de una alegría primaveral en este invierto de conflicto y de victoria.

Silenciados los altavoces, agotado el músculo, recuperada la calma, renovado el aire

pulmonar, cada combatiente vuelve sus huellas en busca del hogar. Sus pasos ahora son

firmes; su mirada apunta al horizonte, sus ideas son más claras, la dignidad está en su

sitio; el corazón late fortalecido, mientras avanza sin premura, medita el balance del

combate:

“Mañana será igual y diferente al ayer. Igual, porque nada cambia de la

noche a la mañana por accidente. Diferente, porque para cambiar, hay

que luchar colectivamente”.

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EPILOGO

“Algo más. La vigilia que me agobia no solo es común a mis hermanos de los Andes. Desde

otros continentes, congéneres pétreos de lejanas cordilleras me envían con los vientos y

las nubes, mensajes de inéditos temores que al no poder descifrarlos, los remito a los

cometas para ver si alguno de ellos, en su próximo giro, me concede explicación alguna.

Resulta que después de convivir por millones de años en un inmenso mar de estrellas y

asteroides que en el espacio recreaban su energía en una sola sinfonía interestelar aún no

descifrada, éste, nuestro minúsculo planeta llamado Tierra, en su devenir plasma su mayor

logro: el hombre.

De los árboles a las cavernas y de estas a las nubes, el hombre en su rauda marcha

bipédica, se ha ido elevando por encima no solo de las otras especies, sino incluso de la

suya propia. Del fuego que fundió el metal, al laser que sella el microchip, solo hay un

pequeño gran paso que se llama revolución tecnológica. De ser en su inicio un salto que

apostó por el progreso, se ha convertido en un abismo cada vez más profundo entre unos

pocos y los restantes de su especie.

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Hoy, a la par que el hombre marcha al cosmos, también se aleja de su propio planeta y de

todo lo que él contiene. El aire, el agua, otrora puros y abundantes, se están tornando

escasos y contaminados. Su suelo, ese de bosques, sabanas y fértiles valles, se va

convirtiendo en árido y erosionado. La diversidad de flora y fauna que Noe’s nativos

celosamente conservaron en arcas protectoras, por ingenierías genética, van camino a ser

mono especies clonadas o transgénicas.

Y el hombre, ese “pobre barro pensativo”, deambula entre páramos y hacinados suburbios,

mientras que en otros espacios de ideales edenes, son pocos los escogidos que disfrutan de

abundancia y fortuna exhibidas en pasarelas que el ‘american new life’ aclama.

El dedo detonante late impaciente. No

importa si es nuclear, química o biológica la

guerra, lo cierto es que al, final, convertirán

en mega cementerios cientos de miles de

hectáreas que quedarán inservibles para

cualquier uso. Hiroshima, Saigón e Irak, son

ejemplos recientes del magnicidio biológico.

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Cada segundo nacen tres

seres humanos, dos de los

cuales, vivirán en extrema

pobreza. La producción

de alimentos crece por

debajo de la tasa

demográfica. Dos de cada

cien habitantes, son

migrantes en busca de

mejores condiciones de

vida. Los basurales y vertederos de las grandes ciudades son fuentes de sobrevivencia de

cien millones de niños y mujeres. Cuarenta millones lo hacen en América latina.

Mas, como si todo esto no fuera suficiente, la asimetría abismal de abundancia y miseria

pareciera condenar a atrofia cerebral la inteligencia y el pensamiento, dejando en libertad

peligrosa a la conducta instintiva semejante a otra especie animal.

El hombre, que era tal por su creatividad intelectual, identificación social y vivencias

afectivas, está siendo reemplazado por el hombre-engranaje descartable de la gran

maquinaria que solo se mueve al ritmo que impone la batuta del mercado en la sinfonía de

la sociedad de consumo.

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La fuerza de trabajo ya no es una mercancía. El hombre todo es una mercancía. El capital

se eleva por encima del trabajo y el trabajo parece ser patrimonio de robots y hombres sin

cerebro, que para el caso, son lo mismo.

El fin de las ideas está en el cadalso de la guillotina cibernética. El pensamiento solo será

facultad de los planificadores del mundo; la inteligencia, encadenada a los lazos del

poder.

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Desesperado, pregunto:

‘¿Wiracocha, adónde vamos?’ ‘¿Es este el destino de tus hijos, ¡Wiracocha!?’

Estas y otras preguntas más han sido lanzadas al viento, a la espera de una señal de los

dioses.

Mi espera no fue en vano.

Hoy, la brisa auroral de los Andes ha dejado en mi cráter el siguiente mensaje:

“Mientras el hombre tenga fe en sus manos, fuerza en sus decisiones,

convicción en resolver sus problemas y solidaridad con sus hermanos

para cambiar el mundo, la naturaleza volverá a regir el planeta, donde

él como especie, se erigirá como la mejor de todas.

¿Qué puede esperar el hombre de la vida, que no sea vivir en paz, libre,

solidario y siempre creador de su propio despertar?”