21
PIERRE BOSSIER HENRY DUNANT INSTITUTO HENRY-DUNANT GINEBRA 1974 Documento Facilitado Por WILLIAMS GUZMAN PRÓLOGO Carecíamos de una biografía sucinta de Henry Dunant dirigida a todos los públicos. Por azar providencial, Pierre Bossier, director de Instituto que lleva el nombre del promotor de la de la Cruz Roja, había dictado un texto de esa índole poco antes de su muerte. La víspera misma del trágico accidente que había de privarnos de su presencia, revisó el boceto y pidió a la señora Ivonne de Pourtalés que le completase y le diese forma definitiva, Ella ha cumplido el encargo con competencia y talento. Jean Pictet Presidente del Instituto Henry-Dunant

Henry dunant

  • Upload
    fdediaz

  • View
    2.198

  • Download
    0

Embed Size (px)

DESCRIPTION

for all people, in spanish

Citation preview

Page 1: Henry dunant

PIERRE BOSSIER

HENRY DUNANT

INSTITUTO

HENRY-DUNANT

GINEBRA

1974

Documento Facilitado

Por WILLIAMS

GUZMAN

PRÓLOGO

Carecíamos de una biografía sucinta de Henry

Dunant dirigida a todos los públicos. Por azar

providencial, Pierre Bossier, director de Instituto que lleva

el nombre del promotor de la de la Cruz Roja, había

dictado un texto de esa índole poco antes de su muerte. La

víspera misma del trágico accidente que había de privarnos

de su presencia, revisó el boceto y pidió a la señora Ivonne

de Pourtalés que le completase y le diese forma definitiva,

Ella ha cumplido el encargo con competencia y talento.

Jean Pictet

Presidente del Instituto

Henry-Dunant

Page 2: Henry dunant

Detesta a los fariseos y a los hipócritas. Quiere

que «le entierren como a un perro», después de su

muerte, sin las ceremonias que para él ya nada

significan. En el Hospital de Heiden, ocupa la

habitación número 12.

Cuando la oportunidad pasa, es preciso saber

aprovecharla. George Baumberger no la

desperdiciará. ¡Qué ganga para una joven

periodista! Se entera de que Henry Dunant, el

fundador de la Cruz Roja, vive aún. ¡Qué noticia!

Todos creían que había muerto. Desde hacía varios

años, nadie pronunciaba su nombre. Y sin embargo,

he aquí que desde hace una vida recluso en una

aldea de la Suiza Alemana. Baumberger se apresura

a llegar allí. En el hospital, se le dice que se dirija a

la habitación número 12.

Ante aquel reportero tan lleno de curiosidad, el

patriarca duda primeramente en confiarse. Después,

de pronto, como si el peso de los recuerdos le

venciese, se abandona. La voz es un poco cascada,

el párpado oculta un poco la mirada, pero ¡Qué

fuego todavía, que tumulto interior en ese hombre

que hace, de una vez, el relato de la existencia más

singular, mas zarandeada, que nunca hubo!

El Artículo de Baumberger causó sensación;

reproducido por numerosas publicaciones periódicas

dio, en unos días, la vuelta a Europa.

Aquel año de 1895, todo el mundo conocía la

Cruz Roja. Después de Europa, había pasado a

América, a África, a Asia; 37 países tenían

sociedades nacionales de la Cruz Roja, Algunas de

la cuales eran potencias considerables que poseían,

en propiedad, hospitales, escuelas. Trenes sanitarios.

La Cruz Roja había intervenido 38 conflictos

armados, inscribiendo en los hechos su divisa que

parece un reto: Inter Arma Caritas. Cientos de miles

de heridos de guerra que sin ella, hubiesen muerte

abandonados en el campo heridos de guerra que,

habían sido devueltos a la vida.

El convenio de Ginebra sobre los heridos fue

firmado por 42 Estado y los juristas empiezan a

percatarse de que es uno de los más sólidos bastiones

del derecho internacional.

¡Qué contraste entre ese despliegue

prestigioso y aquel personaje miserable que, de

repente, sale de la sombra! ¿No es él, sin embargo,

quién fundó todo eso?

Unos meses más tarde, el 8 de mayo de 1896,

con motivo de su LXVIII aniversario, es la

Page 3: Henry dunant

apoteosis. Llegan, del mundo entero, mensajes

emocionados y administrativos a Dunant. El Papa

le escribe de su puño y letra. Otros grandes

personajes, también. Recibe testimonios tangibles de

la gratitud que merece de todo el mundo. Alemania

organiza una suscripción en su favor. Un congreso

de mil médicos rusos le adjudica el premio de

Moscú, por los servicios prestados a la humanidad

doliente. Suiza y varios países le proporcionan

ayuda. Muchas sociedades Nacionales de la Cruz

Roja e instituciones benéficas le nombran su

miembro o presidente de honor.

De la noche a la mañana, Dunant volvió a ser

famoso. Indiferente a la gloria, cerró su puerta a los

visitantes ilustres, se atrincheró contra los intrusos,

se abalanzo con el entusiasmo de antaño en el

combate a favor del arbitraje internacional, del

desarme y de la paz.

Europa vibra otra vez por estos llamamientos

y el parlamento noruego le concede, en 1901, el

primer Premio Nobel de la Paz compartido con su

antiguo compañero de lucha, el gran pacifista

Frédéric Passy.

Pero Dunant conoce el valor de los honores.

De todas las disposiciones oportunas para legar su

fortuna, en la cual no quiere tener parte, a obras

filantrópicas en Suiza y en Noruega; escribe páginas

proféticas sobre «El Porvenir Sangriento» del mundo

en el siglo XX; recibe a algunos niños, a muy pocos

amigos, y muere el 30 de octubre de 1910, el mismo

año en que mueren dos grandes figuras por las

cuales él sentía idéntica admiración; Florence

Nightingale y León Tolstoi.

Henry Dunant nació el 8 de mayo de 1928 en

Ginebra. De esa ciudad y de la buena burguesía de

que procedía, recibió en herencia su trato social, su

amplitud de miras y una estricta educación

protestante.

Su madre, hermana del célebre físico Daniel

Colladon, tuvo, como escribiría sus memorias, gran

influencia sobre si persona.

Una obra humanitaria tan grande, tan universal, no

surge, como por casualidad, de las circunstancias. Es

precioso, en primer lugar, que el instrumento empleado esté

preparado de antemano para el trabajo que ha de realizar.1

Ella despierta en él

Un vivo interés por los desgraciados, los

menesterosos, los humildes los oprimidos. Desde los 18

Page 4: Henry dunant

años (Dunant) dedica su tiempo libre a visitar a los

indigentes, a los enfermos, a los moribundos, llevándoles

socorro y consuelo. A los 20 años, pasa sus tardes de

domingo enfrascado en lecturas de viajes, de historia, de

ciencia elemental, y visita a los condenados en la prisión de

Ginebra. En una palabra había comenzado a preocuparse

por los heridos de la vida, en tiempo de paz, mucho antes

de ocuparse de los heridos de guerra.

Su padre, Jean-Jacques Dunant, negociante y juez

en la Cámara Tutelar, le enseña a contar al mismo tiempo

que le incita a obrar el bien. A su salida del colegio,

Dunant sigue un cursillo bancario. Pero a partir de 1849,

inspirado por el espíritu de Rével y con una fe personal

ardiente, forma parte del grupo juvenil de la Iglesia Libre;

se pone en relaciones epistolares con grupos semejantes de

Inglaterra, de Francia, de Alemania, de Holanda y de

Estados Unidos. Enseguida entrevé la posibilidad de un

movimiento internacional y ecuménico y funda, en 1855,

con sus amigos reunidos en París para la Exposición

Universal, la Alianza Universal de la Uniones Cristianas

de Jóvenes, más conocida con el nombre de YMCA.

A la primera ocasión, sale de Ginebra. Va a buscar

en Argelia, Conquistada unos veinte años antes por los

ejércitos de Luis Felipe. Aquella tierra ofrecida al espíritu

de empresa le apasiona inmediatamente. La recorre como

observador muy perspicaz. Llega hasta Túnez y escribe

acerca de este país un libro modestamente titulado « Notice

sur la Régence de Tunis», donde manifiesta ya la vivacidad

de su estilo. Estudia con detención el Islam y, a

diferencia de la mayoría de los cristianos de la

época, se acerca a esa religión, denominada pagana,

con el mayor respeto y no oculta y la admiración

que le merece en muchos aspectos. Incluso tomado

lecciones de árabe y hace difíciles ejercicios de

caligrafía. Más todavía, se deja de ganar por el

aprecio hacia aquella población Djémila, una gran

explotación agrícola, se promete que, con él, el

obrero argelino será feliz y estará bien pagado.

Eso era no tener en cuenta la mala voluntad

de los poderes públicos. La Sociedad Anónima De

Molinos de Mons – Djémila, que Dunant funda en

1858, reúne todas las condiciones para tener. El

lugar había sido se sensatamente elegido, el capital

era suficiente; el molino mismo estado equipado de

la manera más moderna. No quedaba más que

seguir las tierras que habrían de proporcionar el

grano. Por desgracia, las oficinas eran de obras de

oído. Aunque Dunant las espoleaba y multiplicaba

las propias gestiones, no había nada que hacer.

Apuntando más alto, se erige entonces a París,

donde insiste en los ministerios; recibe siempre las

mismas respuestas dilatorias.

Más arriba todavía, no quedaba sino una sola

institución: el emperador en persona.

Page 5: Henry dunant

Desafortunadamente, Napoleón III estaba muy lejos

de las Tullerías. Había tomado el partido y favorecía

la causa de la independencia italiana y, a la cabeza

de los ejércitos franceses, combatía contra las fuerzas

austríacas mandadas por el joven Emperador

Francisco José.

Así pues, Dunant irá a Lombardía.

Cuando Dunant llegó aquellas regiones

azotadas por la guerra, ya habían tenido lugar en

varios combates: Montebello, Palestro, Magenta.

Todos perciben claramente que el encuentro

decisivo no tardará.

Esa batalla, la más sangrienta que Europa

conociese después de Waterloo, comienza el 24 de

junio de 1859, en las proximidades de Solferino.

Dunant estaba bien cerca. En su carricoche, lanzado

al galope, hoy es perfectamente el cañón. Unos

instantes más, y recibirá el mayor choque de toda su

vida.

Al anochecer, entra en Castiglione. Está allí,

en la confusión y el desorden, donde está

amontonada buena parte de los pedidos llegados

desde el vecino campo de batalla. Nueve mil de ellos

pululan en las calles, en las plazas, en las iglesias. Es

el encuentro inesperado brutal, con los horrores de

la guerra.

Aterrado, Dunant se apea. Recorrer la ciudad,

sube por el camino hacia la iglesia, la Chiesa

Maggiore. A todo lo largo de aquella pendiente, por

un alcantarillado hecho para canalizar el agua de

lluvia, fluye sin interrupción, durante días y días, la

sangre.

Dunant entra a la iglesia. Hay heridos por

doquier. Unos llorosos o postrados, otros gritando

de dolor. La nave del templo está llena de nubes de

moscas y de un olor atroz causado por las

deyecciones y por la gangrena.

No tenía conocimiento médico alguno; se

esforzaba en limpiar las tierras, e improvisar

apósitos y en acomodar un tanto las yacijas de los

heridos, mezclados de cualquier manera en el suelo.

Todos aquellos desdichados parecía la tortura de la

sed. Dunant iba a las fuentes para llevarles deber.

Recogía las últimas voluntades de los moribundos,

pasaba su brazo bajo la cabeza de ellos y les daba un

último consuelo. Consiguió hacerse ayudado por

algunas mujeres del lugar. Vacilaban ellas, al

principio, en atender a los militares franceses,

porque temían de regreso triunfante de los austriacos

que, pensaban, las castigarían por haber asistido a 1 Esta citación y las siguientes fueron traducidas del texto original francés.

Page 6: Henry dunant

soldados enemigos. Pero Dunant las persuadió de

que el sufrimiento es el mismo para todos y que sólo

eso cuenta. Bien pronto ellas repiten que él: Tutti

Fratelli

Al lado de la compasión, hay otro sentimiento

que crece en Dunant: la indignación. En los labios

de todos aquellos heridos de los que él no se aparta

ni de noche ni de día, brotar, sin cesar, una frase:

¡Ah!, Señor, hemos peleado bien y ahora se nos abandona.

He aquí lo que y como edad Dunant: el

abandono. En el campo de batalla, apenas hay unos

pocos mulos para ir a buscar algunos heridos. Los

otros quedan abandonados a los salteadores que,

llegada la noche, no dudan en despojarlos de sus

ropas. Morirán de agotamiento y sed. Por lo que se

refiere a los heridos que tienen la suerte de encontrar

a un camarada compasivo, o que logran arrastrarse

hacia los lugares en que esperan hallar asistencia, su

situación no es mucho mejor.

Dunant estar bien situado para comprobarlo

no hay sino seis médicos militares franceses para

prestar asistencia a los 9,000 heridos de Castiglione.

No es ello el defecto de unas al desafortunado. Con

horror se entera de que siempre ocurre así. Esa

desproporción monstruosa sede de arte los servicios

sanitarios de los ejércitos son irrisorios. Casi

inexistente un el soldado que ya no puede batirse no

interesa a nadie.

El viaje de Henry Dunant, hombre de

negocios, fue un fracaso. La entrevista tan esperada

con Napoleón III no tuvo lugar. De regreso a París,

reanudó su lucha contra la inercia de las

administraciones. Pasaron de ese modo dos años, de

antecámara y antecámara. ¿Se es humana la

vivienda de Castiglione en el olvido? ¡No! Le

hostigan las escenas de las que fue testigo

horrorizado; le persiguen con oscuras exigencias,

como si él tuviera ya sé todavía algo…

Page 7: Henry dunant

Bruscamente, no resiste más; regresa a ginebra

y se encierra en su habitación. Arrastrado por una

inspiración irresistible, escribe un libro: Recuerdo de

Solferino.

El choque recibido al descubrir los aspectos de

la guerra que, en General, se intentan disimular y

ocultar, quisiera turnan a hacerlo sentir a sus

lectores. Les hará penetrar, tras él, en los medios del

campo de batalla, en la pestilencia y en la sangre. Es

un éxito. Es, incluso una obra maestra, de las más

bellas páginas de la escuela naturalista. Los

Hermanos Goncould, críticos tan acervos de

ordinario, anotan en su diario:

Estas páginas dos Colman emoción. La sublimidad

toca en el fondo de la fibra. Es más hermoso, mil veces más

hermoso que Homero, de la Retirada de los Diez Mil, que

Todo… Terminada la lectura de este libro, se maldice la

guerra.

Tal maldición, donan la siente más que nadie y

nadie puede leer en su relato sin compartir ese

sentimiento. Pero no es ésa la finalidad perseguida.

Su objetivo se cifra en mostrar lo que hay de odioso

en movilizar a soldados, exponiendo los a mil

fatigas, a mil peligros, para dejarlos morir después

como perros, cuando el fuego del enemigo los haya

puesto fuera de combate.

Dirige, pues, un llamamiento a la opinión

pública:

Por siguiente, hay que hacer un llamamiento…

A los hombres de todos los países y a todas las clases

sociales, tanto a los poderosos de este mundo, los

más humildes artesanos. Se erige tanto a las mujeres,

los hombres… Hoy y dando al General, el mariscal

de campo, al filántropo y al escritor…

Y Dunant hace propuestas concretas:

… Habrían de aprovecharse ocasiones

extraordinarias de reunión de los jefes militares

pertenecientes a nacionalidades distintas en una especie de

congreso para formular algún principio internacional,

convencional y sagrado, que, una vez aceptado y ratificado,

serviría de base para las sociedades de socorro en pro de los

heridos en diversos países de Europa.

La humanidad y la civilización existen

imperiosamente una obra como esa, ¿Qué príncipe,

que es soberano negará su apoyo…? ¿Qué estado se

negara a prestar su protección a quienes quieren así

preservar la vida de ciudadanos útiles a su país…?

¿Qué oficial, en General…, que intendente militar,

el cirujano mayor…? ¿No habría un medio durante

el tiempo de paz y el tranquilidad, para formar

sociedades de socorro cuya finalidad pues heladas el

Page 8: Henry dunant

que se preste asistencia a los heridos, en tiempos de

guerra, por voluntarios abnegados, incondicionales y

bien cualificados para una obra de esa índole?...

He ahí la cuestión.

Innumerables cartas, llegadas de toda Europa,

le muestran a Dunant que él había sabido tocar la

fibra romántica, tan sensible en aquella mitad del

siglo XIX. Pero hay un hombre para quien derramar

lágrimas no basta.

Gustave Moynier tenía apenas poca más edad

que Dunant. En aquel año de 1862, cuando apareció

Recuerdo Solferino, contaba 36 años. Trabajador

infatigable, este jurista decidido entregarse a la causa

el de bienestar ajeno. Estudiaba a fondo los

problemas sociales y, una actividad entre otras

tantas, presidía la respetable sociedad de Utilidad

Pública.

Una vez leído Recuerdo Solferino y habiendo

probado su conclusión, Moynier era un hombre que

no podía permanecer inactivo. Vista a Dunant; estos

dos hombres son complementarios y, por lo demás,

tan diferentes como es posible, por eso, jamás se

comprenderán. Sin embargo, se pone de acuerdo: es

necesario fundar, en Ginebra, un pequeño comité

que sirva para poner en práctica las ideas de Dunant.

Formado en febrero de 1863, este comité está

integrado, ¡oh sabiduría!, Por cinco personas

solamente:

El General Dufour, primer Presidente,

Gustave Moynier, que lo presidía a continuación,,

no de Hierro, durante medio siglo, Henry Dunant,

secretario, El Dr. Louis Appia, apasionado por la

cirugía de guerra, y el Doctor Theodore Maunior.

Estos cinco « Señores de Ginebra » conciertan

en seguida su plan de acción.

Con Dunant, piensan que todos los países

deberían organizar sociedades que dispusieran, ya

en tiempo de paz, de «Socorristas voluntarios»

formados por ellas, de depósitos de material médico,

de camillas, de apósitos. En caso de sobrevenir una

guerra, tales sociedades habrían de acudieron

inmediatamente al teatro de operaciones para

secundar a los exiguos servicios de sanidad de los

ejércitos respectivos.

Eso parece simple, pero faltaba saber si los

gobiernos, los estados mayores, la intendencia

tolerarían la presencia de personas civiles, de

aficionados, en el campo de batalla. Ante todo había

que cerciorarse.

Page 9: Henry dunant

Al igual que para Guillermo I de Prusia, quien

confiaba al Zar de Rusia que no resultaba fácil ser

rey bajo el canciller Bismarck, no resultaba cómodo

para Moynier a ser Presidente Bauer secretario

Dunant, pero Dunant le empujaba a emprender una

nueva aventura.

He aquí el asunto: departiendo sobre la guerra

y hablando con su amigo holandés, el Dr. Basting,

Dunant se había enterado de que, si un médico

militar avanza la entre las líneas, el enemigo no

dudaba en disparar sobre el mismo. Y ¿por qué no

habría de hacerlo? Nada indicaba que el ser militar

llegarse hasta allí para transportar a heridos. Si era

médico en la infantería, lleva Valor informe de

oficial de infantería si era médico en la caballería,

tenían un informe y oficial de caballería: era, pues,

una diana admitida. Dígase otro tanto para el caso

de un furgón enemigo que pasará: se intentaría

destruirlo. ¿Habría heridos en su interior? ¿Cómo se

podía saber? Y he aquí que, detrás de las líneas

enemigas, hay una tasa alrededor de la cual se ven

soldados en faena: un objetivo que habrá de

alcanzarse. Es lástima que no se pudiera saber que

estaba allí una enfermería de campaña. Éste hubiera

sabido, no se habría disparado. ¿Por qué abatir a

unos desdichados que ya estaban en condiciones de

no causar perjuicios?

El mérito inmenso de Dunant consistió en

haber dado con el medio de poner fin a situaciones a

la vez crueles y absurdas. Y el medio por él

propuesto es tan sencillo que todos extrañan de no

haber pensado antes en lo mismo: es el sello que

distingue la solución genial.

Bastará adoptar un signo que no sea el mismo

para todos los ejércitos sino que habrán de llevar los

médicos y los enfermeros; se lo pondrá en los

vehículos de ambulancia; flota en lo alto de lazaretos

y de hospitales de campaña; en una palabra, el

emblema habría de designar a todos aquellos que,

aun formando parte los ejércitos, no participase en,

de modo alguno, en los combates, y que, por esa

misma razón, nada justificaba que fuesen

combatidos. El signo habría de hacer « tabú » a

quien lo llevarse; habría de conferirle un estatuto

jurídico nuevo, que Dunant llama la «Neutralidad».

Resultaba eso tan nuevo que incluso los otros

Miembros Del Comité Internacional recibieron, al

principio, esta idea con mucha frialdad. Por otra

parte, les parecía que tal empresa era

desproporcionada para sus fuerzas. ¿No sería

necesario lograr que los gobiernos se

comprometieran recíprocamente por medio de un

tratado de derecho internacional? Ahora bien, nunca

Page 10: Henry dunant

se había visto tal cosa. Es cierto que había un

derecho consuetudinario de la guerra, que ciertos

usos se imponía, pero un contrato en buena y debida

forma, que modificarse el comportamiento de los

beligerantes en el campo de batalla parecía

inconcebible. ¿No era precisamente la guerra la

ruptura del derecho?

¿Pero cómo resistirá Dunant, sobre todo

cuando sus aliadas eran la lógica y la humanidad?

Recorrió a un medio bien sencillo: escribir a

todos los soberanos de Europa para invitarles a que

se hiciesen representar en una conferencia para la

cual sea el fijaba lugar y fecha: Ginebra, 26 de

octubre de 1863. Después, a primeros de septiembre,

por su propia cuenta, y a pesar de las reticencias de

sus colegas, fue al Congreso Internacional De

Estadísticas de Berlín para exponer sus ideas,

comprobar numerosas simpatías en los ambientes

internacionales, «Hacer agitación». Fue allí donde se

encargó de redactar, con su amigo Basting, una

circular que hice imprimir pagando él los gastos y

por su exclusiva iniciativa, para invitar a que los

gobiernos enviasen universidad delegados a la

Conferencia De Ginebra. Añadió al concordado

puesto por ginebra la idea de la neutralización

infirmó la circular:

« El Comité De Ginebra ».

Durante las recepciones que tuvieron lugar en

el transcurso de aquel congreso, se entrevistó con

personalidades oficiales a las que arrancó la promesa

de intervenir ante los respectivos gobiernos para el

envío de delegados Ginebra. Fue presentado al Rey,

al Príncipe Real, a la Princesa Real; todos habían

leído su libro y le dispensaron una cálida acogida.

Después, se trasladó a Dresde, a Viena, a Munich,

donde fue recibido sucesivamente por el rey Juan de

Sajonia, por el archiduque Rainiero, por el ministro

de la guerra de Baviera, etc. etc.…. Por todas partes,

Dunant suscitó el entusiasmo.

Una nación que no se uniese de esta idea quedaría al

margen de la opinión pública en Europa, un

Le dijo Juan de Sajonia. ¡Qué gran éxito!

El 20 de octubre, Dunant regresó a Ginebra.

La comisión de los cinco se mostró muy reservada

respecto de la circular de Berlín. Moynier le recibió

muy fríamente y consideraba la idea de

neutralización por lo menos prematura.

No obstante, llegaban las respuestas más allá

de toda esperanza.

Page 11: Henry dunant

El 26 de octubre, se abre la Conferencia

Internacional En Ginebra, que corresponde

plenamente a lo que de la misma esperaban sus

organizadores. Fue un éxito inmenso: 18

representantes de 14 gobiernos se estuvieron

presentes. Sin embargo, los oficiales superiores, los

médicos militares, los intendentes que integraban la

asistencia de mostraron al principio, cierta

desconfianza, debía a la novedad y tal atrevimiento

del proyecto que se les presentó. Pero todos

convinieron en que los Servicios De Sanidad de los

ejércitos resultaban insuficientes; admitieron que

sociedades bien organizadas, equipadas ya en

tiempo de paz, podrían prestar valiosos servicios y

salvaron numerosísimas vidas humanas. La

conferencia aprobó finalmente es cierto número de

resoluciones; he aquí las principales:

Art. I – Existe en cada país un comité, cuyo

mandato consiste en ayudar en tiempo de guerra, sí

hay caso, por todos los medios a su alcance, al

servicio de sanidad de los ejércitos.

Art. 5. – En caso de guerra, un comité de las

naciones beligerantes suministran, en la medida de

sus recursos, socorros en a sus ejércitos respectivos;

en particular, organizar y ponen en actividad a los

enfermeros voluntarios, dígase en preparada, de

acuerdo con la autoridad militar, locales para cuidar

a los heridos.

¿En qué se reconocería a tales

auxiliares?¿Cómo se en los distinguiría de las

simples personas civiles? Consultemos todavía las

Resoluciones:

Art. 8. – Los enfermeros voluntarios llegan, en

todos los países, como signo distintivo uniforme, un

brazo al blanco con una cruz roja.

¿Y la neutralización, tiende a tan cara Dunant?

Entre los tres votos emitidos por la

conferencia, he aquí el segundo:

Que la neutralización de las ambulancias y de los

hospitales militares sea proclamada, en tiempo de guerra,

por las naciones beligerantes, y que sería igualmente

admitida del modo más completo, para el personal

sanitario oficial, para los enfermeros voluntarios, para los

habitantes del país que acudan a socorrer a los heridos y

para los heridos mismos.

P tengamos la fecha que figura bajo este texto

fundamental: 29 de octubre de 1863. Es el día que en

que nació la Cruz Roja.

Page 12: Henry dunant

Menos de dos meses después, el « Comité

Internacional De Socorros Para Los Militares

Heridos » - tal es en adelante la denominación del

comité de los cinco – tiene la satisfacción de

enterarse de que había sido fundada en Wurtenberg

la primera Sociedad De Socorros. A continuación,

las cosas se suceden en unas a otras muy

rápidamente. En menos de un año, aparecen diez

nuevas Sociedades: en el Ducado de Oldenburgo,

en Bélgica, en Pusía, en Dinamarca, en Francia, e

Italia (Milanesado), en Mecklenburgo, en España y

en Hamburgo.

Para Moynier, aceptar una idea era poderse

al trabajo. Y, de nuevo, Dunant y el comparten la

tarea. Moynier redactaría el texto de aquel

tratado que quería conseguirse. En cuanto a

Dunant, se ilustra, una vez más, en lo que hoy

llamaríamos « Relaciones públicas ».

El medio clásico, para llegar a la firma de

un tratado, es la reunión de una conferencia

diplomática. Pero eso era superior a la

competencia de unos simples particulares. Se

necesitaba la mediación un gobierno que cursase

las invitaciones. Ese gobierno serial de suiza, que

siempre se prestó a la maniobra y afectó convocar

la conferencia; no en Berna, capital de Suiza, sino

de Ginebra, ciudad que había visto nacer la Cruz

Roja. Quedaba crear la atmósfera, suscitar el

interés de las cancillerías, convencerlas para que

enviasen, ginebra diplomáticos debidamente

habilitados para firmar el nuevo instrumento

internacional. De ellos se encargó Dunant. Dado

que Alemania ya se había adherido ampliamente

a sus ideas, era en forma ansía donde tenía que

actuar. Llevó a cabo con tal acierto sus gestiones

que consiguió hacer entrar en su juego al ministro

de Asuntos Exteriores de Francia, Drouyn de

Lhuys. Las embajadas de Francia recibieron la

instrucción de daré a conocer a los gobiernos ante

los cuales estaban acreditadas que el Emperador

Napoleón III tenía un interés personal por la

neutralización de los Servicios De Sanidad. No

haría falta más que los otros países de Europa

emprendiesen ese mismo camino.

Abierta el 8 de agosto de 1864, la

conferencia al grupo a los representantes de 16

gobiernos, que ya habían estudiado una

documentación preparadas por El Comité

Internacional. Desde los primeros instantes, se

sentía que estaban animados por un sincero deseo

de lograr resultados positivos. El proyecto de

tratado, que Moynier redactara, estaba también

he hecho que no exigía, por parte de los

congregados, sino retoques de pormenores. Unos

días bastaron, pues, a los plenipotenciarios,

Page 13: Henry dunant

reunidos en el viejo Ayuntamiento de Ginebra,

para ponerse de acuerdo sobre el texto definitivo.

Art. 1. – Las ambulancias y los hospitales

militares serán reconocidos neutrales, y como

tales, protegidos y respetados por los beligerantes

mientras haya en ellos heridos o enfermos.

Art. 2. – El personal de los hospitales y de

las ambulancias, incluso la Intendencia, de los

servicios de Sanidad, de administración, de

transporte de heridos, así como los capellanes,

participaran del beneficio de la neutralidad

cuando ejerzan sus funciones y mientras haya

heridos que recoger o socorrer.

Art. 7. – Se adoptara una bandera distintiva

y uniforme para los hospitales, las ambulancias y

evacuaciones que, en todo caso, irá acompañada

de la bandera nacional.

Tambien se admitirá un brazal para el

personal considerado neutral; pero la entrega de

este distintivo será de la competencia de las

autoridades militares.

La bandera y el brazal llevaran Cruz Roja

en fondo blanco.

He aquí como reapareció el emblema de la

Cruz Roja. Un año antes, no servía más que para

designar a los auxiliares voluntarios afiliados a las

Sociedades de Socorro para los heridos. Ahora,

tenía una significación totalmente distinta;

confería a quien los llevase, al vehículo que del

mismo fuese provisto o al edificio sobre el cual

ondease, un estatuto particular; les protegía en

virtud de un acuerdo firmado por las potencias:

Convenio de Ginebra de 22 de agosto de 1864

para el mejoramiento de la suerte de los militares

heridos en los ejércitos en campaña.

Esa es una fecha que también es preciso

retener, pues este pequeño convenio de diez

artículos marca un hito en la historia de la

humanidad; abre la puerta e todo el derecho

convencional de la guerra y también a todo el

derecho humanitario. De él parten los Convenios

de la Haya y, más directamente aun, los

convenios de Ginebra.

Si Dunant no intervino ya oficialmente en

las sucesivas conferencias internacionales – a

excepción de la celebrada en Paris, el año 1867,

en la cual aceptó ser relator sobre la cuestión de

los prisioneros de guerra – trabajo solo, contra el

viento y marea, para propagar sus ideas y hacer

que se protegiese, mediante convenios

Page 14: Henry dunant

diplomáticos o acuerdos internacionales, a los

prisioneros de guerra a los heridos y a los

naufrago de la Marina, así como también a

ciertas personas civiles. Pasarías mucho tiempo

para conseguirse eso mismo sin él.

Ya en esa época,

habían surgido disensiones

en el seno del Comité De

Ginebra; se hacían

reproches a Dunant, que él

se negaba a refutar;

Moynier a no confiada en

él. Cansado, Dunant

dirigió, el 29 de mayo de

1864, poco antes de la

apertura de la conferencia, a Moynier en esta

carta:

Ahora, Señor, Creo haber hecho todo lo que me

era posible para hacer avanzar nuestra obra y hacerla

progresar; deseo es aparecer completamente. Así pues,

no cuente conmigo para una colaboración activa; vuelvo

a la sombra. La obra está avanzada; yo he sido sino un

instrumento en las manos de Dios; ahora corresponde a

otros más calificados fomentarla y hacer que mejore.

Moynier no aspecto esta dimisión; Dunant

se dio a sus instancias. Así, seguirá como

secretario del Comité Internacional hasta 1867.

En junio de 1866 estalló la guerra entre

producía y Austria.

El viejo imperio austriaco mostraba lentitud

en solemnes: no había aún, en Viena, Sociedad

De Socorros para los heridos; el gobierno no se

había adherido al Convenio De Ginebra la

situación, por lo que respecta a Prusia, era

totalmente contraria: allí estaban ya

admirablemente organizadas las sociedades de la

Cruz Roja; todos conocían el Convenio De

Ginebra. Así pues, habrá diferencias, que serán

grandísimas. Por una

parte, un servicio de

Sanidad insuficientes;

por la otra, médicos y

enfermos militares a

los que se agregarán

numerosos equipos

perfectamente

formados y

admirablemente

equipados. El

gobierno austriaco y

Page 15: Henry dunant

se aplicará a la letra del Convenio De Ginebra,

sin exigir reciprocidad por parte del enemigo. El

balance se refleja en vidas humanas; es tan

elocuente, incluso antes de finalizar esta hierba

que duró siete semanas, Austria se adquirió al

Convenio De Ginebra.

Berlín recibió el triunfo a las tropas que

regresaban victoriosas de Bohemia. La ciudad se

presentaba engalanada; el ejército desfiló bajo las

banderas y los arcos triunfales. En el palco real,

entre el esplendor colorista de los uniformes,

estaba un hombre en levita negra: Henry Dunant.

Le había invitado a la reina Augusta, quien había

asistido personalmente a los heridos y conocía las

ventajas de la obra colocada bajo el signo de la

Cruz Roja.

Por la

tarde, Dunant

fue huésped de

la familia real.

Guillermo I le

expresó su

admiración, así

como la

importancia que

para él tenía el

Convenio De

Ginebra. Dos días más tarde, Dunant fue recibido

del nuevo en palacio. La reina llevaba un brazal

con la Cruz Roja, en su honor. Terminada la

comida ella conversó prolongadamente con

Henry Dunant; rememoró la emoción con la cual

había leído recuerdo de Solferino; le digo que era

su discípula y por ello, a despecho del cólera,

había sentido al deber de acudir al lado de los

heridos. Dunant estaba en el colmo de la dicha.

Recibía la recompensa de vida a toda su

pesadumbre. ¿Podía su obra ser refrendada de

modo más halagador? Era el Capitolio. La Roca

Tarpella está a dos pasos.

Hay asuntos que se solventan por sí

mismos. Desafortunadamente, la sociedad

anónima de molinos de Mons-Djémila no era uno

de esos, y los cuatro años dedicados por su

director a la salvación de los heridos de hierba no

había mejorado la situación. Era el final; una

sacudida podía hacer que el edificio se

derrumbarse. En 1867, se declaró en quiebra un

banco del que Dunant era uno de los

administradores: le Grédit de Genevois. El

tribunal de comercio dictó hoy, contra los

administradores del establecimiento, un fallo

severo. Pero el nombre de Dunant no figuraba.

Page 16: Henry dunant

Un año más tarde, en segunda instancia, el

tribunal civil condenó a todos los administradores

de la sociedad, pero únicamente Dunant fue

considerado responsable por haber« engañado a

sabiendas» a sus colaboradores.

Era la ruina repentina y total, con una

deuda que ascendía a casi un millón. Dunant

conoció la noticia en París. Jamás volvería a ver

en su ciudad natal.

Narrará, pasando el tiempo, en que miseria

había caído, obligado, a veces, a dormir por la

noche en los bancos de los paseos públicos o en

las salas de espera de las estaciones ferroviarias.

Su estómago, lacerado por el hambre, ese día

satisfacción ante una panadería. Sus calcetines

estaban agujereados; teñía sus talones con tinta

china.

Y, sin embargo, fue convocado, por la

emperatriz Eugenia, en aquellas circunstancias, le

dimos a Monterrey a las Tullerías para pedirle

que el convenio de ginebra no ampliará a la

marina. Defendió la causa de los prisioneros de

guerra.

Entretanto, el Comité Internacional se

inquietaba. El verano de 1867, antes del juicio del

Tribunal de Primera Instancia, Moynier e intentó

deshacerse de Dunant. Durante la Exposición

Universal en París en el transcurso de Las

Conferencias Sociedades De La Cruz Roja,

escribió a su Madre, con fecha de 25 de agosto:

Yo hice como que no veía al Sr. Moynier y,

puesto que éste no se erigió a mí, no nos vimos ni nos

hablamos.

No obstante, en la primera sesión, Dunant

fue nombrado miembro honor de los Comités de

Austria, de Holanda, de Suecia, de Prusia y de

España. Recibió, con Gustave Moynier y el

General Dufour, la medalla de oro de la

Exposición.

Anticipándose, escribió Dunant, el 25 de

agosto, una carta al Comité Internacional, carta

que gusta de Moynier leyó en sesión el 8 de

septiembre; en ella presentaba su dimisión como

secretario del Comité se añade en las actas:

Se le responderá y que su dimisión se acepta no

sólo como secretario sino también como miembro del

comité.

Tal era el descrédito moral que acompañaba a

una quiebra financiera en aquel final del siglo XIX.

Page 17: Henry dunant

Tales eran las consecuencias en la ciudad de

Calvino.

Sobrevino la guerra de 1870 entre Francia y

Prusia. Financieramente, a Dunant no le iba mucho

mejor. ¿Con qué esfuerzos, por qué milagro

consiguió salir de su insignificancia? ¡Ministerio!

Pero, para socorrer de nuevo a los heridos, en la

superficie.

Dunant había conversado largamente ya,

como se recordará, con la emperatriz Eugenia, que

le había convocado al palacio de las Tullerías, el 7

de julio de 1867, para hablarle de su deseo de ver

«Participar en el

beneficio de la

neutralidad,

proclamado en el

Convenio de

Ginebra, a los

marinos heridos, a

los soldados

náufragos asi como

los edificios y a al

personal designado

para socorrerlos en

las marinas de todas las naciones.»

Dunant escribió a la Emperatriz, el 20 de

agosto de 1870, para comunicarle una nueva idea,

que es prolongación del convenio de Ginebra:

Su Majestad La Emperatriz considerará tal vez

esencialmente útil por oponer a por lucía la neutralización

de cierto número de ciudades en las que se alojarán los

heridos, quienes se encontrarán, así, protegidos contra los

avatares de los combates.

Esta sugerencia quedó sin respuesta; pero la

idea estaba lanzada aquí, en varias ocasiones, los

beligerantes conseguirán, ulteriormente, habilitar

tales zonas de seguridad, en las cuales heridos y

refugiados habían de encontrar acogida.

Tanto y tan bien actuó Dunant que el gobierno

francés, demasiado olvidadizo del Convenio De

Ginebra, se decidió a publicar el texto. Y sobre

todo, Dunant ser multiplicaba a favor de los heridos.

Tomaban parte activa en el envío de ambulancias

que la sociedad francesa de socorros a los heridos

asignada para los campos de batalla.

Como antaño en Castiglione, visitaba y

reconfortada a los heridos trasladados a París.

Innovó la aplicación de la placa de identidad que

Page 18: Henry dunant

había de permitir identificar a los muertos. Se

ocupaba en hacer reconocer como beligerantes a los

cuerpos francos y a la guardia móvil que, como él

dice, va vestida de blusa y no tiene un informe, para que

no se les fusile igual que a campesinos indebidamente

armados. Era ya a proteger a los «guerrilleros» lo que

él intentaba que se aceptase.

Durante la comuna, no solamente dio pruebas

de calidad sino también de heroísmo. Común a

sangre fría extraordinaria, arrancó numerosas vidas

al furor de los Federados. Y, para prevenir los

excesos que temía por parte de los Versalleses,

atravesada las líneas como peligro de su vida he

intercedió ante el Señor Thiers. Sin embargo, le

cercaban las sospechas: ¿quién era ese hombre? ¿Un

espía al servicio Alemania, un miembro de la

«internacional» que todos los gobiernos de Europa

convendrían en arrestar, aprisionar y fusilar?

Confusión entre la «Internacional De Los

Trabajadores» y la «Obra Internacional» de la Cruz

Roja. La policía no estaba dispuesta a hacer

distinciones tan sutiles…

Restablecida la paz, Dunant, indignado por

todo lo que había visto de egoísmo y cobardía, se

hunde otra vez en la miseria. Don Quijote sin

Rocinante y sin escudero, escapa hacia horizontes

más amplios. Su pensamiento está lleno de

proyectos a escala mundial; entre ve lo que podría

ser el mundo si los conflictos fuesen tratados por

entidades internacionales, sobre las bases del

derecho internacional, ante un alto tribunal de

arbitraje. Para ello hay que educar a la población,

dará apertura el pensamiento, oriental y la

perfección con miras a la construcción de la paz.

Resultaba imposible volver sobre proyecto de

biblioteca internacional, que él había lanzado en

1866. Las primeras publicaciones, aparecidas en

parís el año 1869, precedieron por poco a la guerra.

No le quedaba sino un «recibo» por sigue mil

francos, que no cobrará jamás.

Mi tiempo y mi trabajo se han perdido. La

idea, sin embargo, era buena…

De hecho, era el pensamiento precursor de la

UNESCO.

Se hará, en cambio el Campeón ambulantes de

otros dos grandes proyectos que le persiguen desde,

por lo menos, 1866: «La repoblación de Palestina

por el pueblo judío» y la protección de los

prisioneros de guerra. Su programa relativo a

Palestina se adelanta tanto a su tiempo, por su

Page 19: Henry dunant

realismo y su inteligencia profética, que nadie lo

comprenderá. Únicamente los sionistas y le

considerarán como un pionero, lo que ellos

declararan en el Primer Congreso Sionista, en

Basilea, el año 1897, en la voz de Theodore Herzl.

Hoy, en las colinas de Jerusalén, trece, en

medio del bosque de árboles dedicados a los

bienhechores estén la humanidad, el de Henry

Dunant. Pero sus ideas distan mucho de haberse

realizado todas. Sin duda, podrían servir todavía de

base a soluciones pacíficas para los problemas

pendientes en medio oriente.

¿Los prisioneros de guerra? Desde 1863, antes

de la primera Conferencia Diplomática, Dunant se

había preocupado de ellos; en 1867, había hecho un

informe en las conferencias de parís. Labor vana.

Reanudó la lucha, fundó un comité especial en

París, desde donde escribió a su familia en junio de

1872:

¡Ah! Sí ellos supieran de mis inquietudes, de mis

tormentos, de mi angustia, De mis pesares y de mi

abandono absoluto… Heme aquí Presidente del comité

permanente internacional para realizar un convenio que

regule la suerte que han de correr a los prisioneros de guerra

en todas las naciones civilizadas.

París no estaba dispuesta a oírle; así es que

Dunant irá a Londres. En el transcurso de la

conferencia queda en agosto de 1872, tiene tanta

hambre que no consigue llegar al final de su

discurso. Unos días después, sin embargo, dará otro

en Plymouth sobre el arbitraje internacional y en ella

expone el proyecto de un alto tribunal internacional

de arbitraje: grano caído en tierra…

Tantas pruebas no son inútiles, escribía él a su

familia el 31 de diciembre de 1873:

Estas pruebas nos purifican y nos capacitan para el

reino de Dios; pero son difíciles de soportar, no por las

privaciones materiales y la preocupación por el mañana,

sino por el sufrimiento moral que me embarga pensando en

vosotros, en los cuidados, inquietudes, en las molestias que

tenéis por mi causa; yo no hablo de eso, pero me parece a

veces que resultará imposible soportar tales pesares…

El Zar patrocinaba y alentaba la reunión del

Congreso. Propuso que Rusia fuese la potencia

invitadora y que la conferencia se reuniese en

Bruselas el mes de agosto de 1874. Sin embargo, las

intenciones de Alejandro II y en sus ministros

difieran de las que Dunant; este quería ampliar en

los debates y consignar en los términos de un

«Reglamento General de las relaciones

internacionales en tiempo de guerra».

Page 20: Henry dunant

La hostilidad de Inglaterra impedirá la realización

de un entendimiento diplomático sobre este particular entre

las potencias europeas, observa Dunant.

Será preciso esperar que la primera guerra

mundial haya arrojado en campamentos a miles y

miles de prisioneros para que el convenio deseado

por Dunant sea, por fin, firmado en 1929.

Las deliberaciones se orientaban hacia la

población de un derecho de la guerra. He aquí el

resultado, según Dunant:

El congreso terminará sus secciones esta semana. He

combatido, a lo largo de todos los debates, a Rusia, porque

Rusia quiere reglamentar la guerra haciendo ver que es el

estado normal perpetuo para la humanidad, mientras que

yo y la sociedad de prisioneros de guerra (como la de los

heridos) queremos disminuir los horrores inevitables de la

guerra, ese azote terrible que las generaciones futuras

considerarán como una insensata perturbación.

Tal era la de seguridad de su intuición, queda

más se equivocaba. Sí, se fundara un tribunal de

arbitraje; sí, habrá un convenio sobre los prisioneros

de guerra; sí, los judíos regresara a palestina; sí, se

traducirá a todos los idiomas las obras maestras de

las grandes literaturas. Pero, ¡quieto oro el combate!

Una fecha todavía, y la vida pública de donan

habrá terminado. El 1º de febrero de 1875, se reunió

en Londres un congreso internacional para «La

abolición completa y definitiva de la trata de negros

y del comercio de esclavos». Fue convocado por «La

Alianza Universal Del Orden Y De La

Civilización», fundada por Dunant en París,

trasladada a después a Londres, al finalizar la guerra

de 1870. Ocupándose de los más miserables entre los

hombres sus Hermanos, Dunant lanzar el último

grito de su llamamiento a la conciencia humana ante

los sufrimientos de la humanidad.

Comienza los años errantes: diez años de

miseria total. Vagando, viajan a pie por Alsacia, por

Alemania, por Italia. Vive de la caridad, a veces de

la hospitalidad de algunos amigos. Entre éstos, una

mujer, la Señora Kastner, hasta su muerte en 1888,

le sostendrá, a pesar de los ataques y de las

calumnias de que, en la sombra, sigue él siendo la

diana. La envidia y el rencor o le persiguen como

furias.

Habrá de pasar de largo tiempo todavía antes

de que los estudios serios en curso a Rubén una luz

exacta sobre la actividad intelectual de Dunant

Page 21: Henry dunant

durante ese periodo de su existencia. Límite bonos,

por el momento, a referir los efectos de Heiden, al

término de su carrera, en el esplendor en de un

pensamiento llegado a su plena madurez, la de un

genio superior a las luchas, a las esperanzas, a las

vicisitudes, de sus siglo para proponer al mundo a

las únicas soluciones posibles respecto de su

supervivencia cuando, en los enfrentamientos

titánicos del siglo XX, tome conciencia de su

unidad, de la solidaridad de la familia humana y,

por fin, haga surgir la Paz.

Existencia singular: tenía 34 años de una vida

de preparación interior, de reflexiones, de esfuerzos

sin brillo. Tras la aparición de Recuerdo De Solfelino,

al quebrar el Crédit Genevois, cinco años de

celebridad y de éxito. A continuación, 28 años te

miseria, de errabundeo, de reclusión. Por último,

quince años de gloria sin salir de la habitación

número doce del hospital de Heiden.

Henry Dunant murió el 30 de octubre de 1910.

No hablemos de final; sería contrario a la evidencia.

Parece, más bien, que ahora actúa más libre todavía,

en el mundo entero. Continúa suscitando

vocaciones, sirviendo de ejemplo, salvando a

desdichados. El gesto de Dunant se repite todos los

días, en innumerables lugares, allí donde hombres y

mujeres se inclinen sobre el ser que sufra, sin

preguntarle su procedencia, a quien sirve, sino

solamente: ¿cuál es tu mal?