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Fetiches

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Novela homoerótica

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“Fetiches”

Por

Kalen Crow

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Se me habían hecho algo más de las seis de la tarde podando aquél espeso arbusto, que hacía un tiempo, me traía intrigado con su molesto crecimiento sobre el borde del muro que dividía mi terreno del terreno vecino. Suspiré secándome el sudor de la frente, corriéndome los molestos mechones oscuros que se pegaban a la piel, haciéndome cosquillas. Al terminar parecía una obra de arte, aunque no deseaba pecar de presuntuoso, llegué a reducirlo a un simple adorno verde que se miraba artificial.Medité en bajar lentamente las escaleras para no caerme, cuando el ruidoso frenar de un camión de fletes frente a la casa que separaba el muro me hizo darle alguno que otros retoques con mi tijera al apaleado ente de la naturaleza, con el claro afán de curiosear sobre la novedad. Por un momento pensé en generar cierto odio sobre la estorbosa maleza, porque delante de los tejidos se alzaban otros elegantes arbustos en formas rectangulares que tampoco me dejaban ver. Murmuré una sarta de maldiciones en contra de ellos y me paré de puntitas sobre el fino escalón de madera, levantando el mentón por estirar el cuello, como si eso fuese a lograr que mi visión traspasara los jodidos arbustos. Sin embargo, luego de pelearme un poco con mi estatura, y acabar de asesinar mi obra de arte, un joven se metió por el portón con una amplia sonrisa en sus labios. Su cabello era rubio, lo llevaba corto, rebajado al rostro, y sus ojos eran de un celeste intenso. Llegué a pensar que sólo era una muchacha de ropa holgada ya que sus facciones eran demasiado delicadas, pero fallé en los cálculos cuando caí en cuenta que no tenía pechos y que se abultaba la delantera de su jean. Me dedicó una mirada curiosa al notar mi cuerpo sobresaliendo sobre el muro, ahí estaba yo, el muy idiota cortando hojitas al azar.

- Vecino -Saludé sonriendo.

Y eso había estado perfecto. Hasta el hecho de que cuando volteó convenientemente la mirada para hablar con los hombres que descargaban sus muebles, yo me resbalé como un imbécil del escalón, pegando un grito, y estampé mi trasero en el jardín, provocándome un dolor que seguramente me duraría días. Me consolé pensando que al menos no lo había visto, lo que no dejaba el caso en “pésima primera

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impresión”, a menos claro que hubiese escuchado ese patético alarido de mujer. Entiéndase, yo tenía diploma cuando de cometer errores se trataba. Pasó un mes desde que mi vecino se mudó al barrio… el arbusto no crecía. Seguramente lo había aniquilado con mis expertas habilidades de podador profesional, las cuales me dejaron sin excusas para treparme al muro a hacer lo que yo llamaba “curiosear”. No es que fuera un vago, mi barrio estaba lleno de gente de mediana edad lo que me exigía ser creativo cuando se trataba de invertir mi tiempo libre.

Me había pasado la última semana ideando la forma en que le daría la bienvenida a mi vecino. No me sentía del todo convencido por ninguna de las propuestas que se me ocurrieron, así que tomé la escalera remendada y me fui a pintar. Si no había arbusto, siempre estaban las paredes; una repasadita a esos opacos blancos le darían un toque más vivo. Me afeité, me arreglé el cabello, me puse un delantal blanco, colonia de esa que ardía en las heridas de tanto alcohol que le ponían, para luego subirme a la escalera con el baldecito de pintura en la mano. Saqué la brocha de mi bolsillo haciéndome el desentendido con la vida y comencé a pintar la delantera de mi casa, echando un ojo de vez en cuando a la de mi vecino. Al rato de no notar actividad ninguna, ni delante ni detrás, vi llegar de reojo a un hombre cargando herramientas que le delataban en la profesión de plomero. Alcé una ceja aprobando que arreglara los caños viejos de esa casa, eso evidenciaba responsabilidad. Aparentaba unos treintaicinco, pecho amplio, muy bien uniformado, todo un modelo de revista. Fue recibido por mi delicado vecino, que examiné de pies a cabeza antes de verlo desaparecer tras dejar pasar a su invitado. Seguí pintando ojeando de vez en cuando las ventanas, para ver si veía actividad dentro de la casa, pero nada. Todo estuvo bien hasta después de las primeras dos horas, cuando empecé a impacientarme. Arreglar un caño nunca le llevó tanto tiempo a nadie. Los nervios me estuvieron a punto de romper otro escalón cuando salieron entre risitas por la puerta principal. Tanta confianza entre dos desconocidos no era habitual. Hice una mueca, por alguna razón me molestaba su amabilidad.

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Al día siguiente me puse a pintar a la misma hora, lo observé mientras arreglaba unas flores en su jardín. Pensé que sería un buen tema de charla enfocarme en las plantas, era un hobby que ambos compartíamos.

-Vecino –Saludé nuevamente como un idiota. Se levantó sonriente con la intención de dirigirme la palabra cuando le tocaron el timbre del portón. Volteó a ver quién era.

Allí estaba otro muchacho, bien vestido, está vez presumiendo el uniforme de un electricista en un cuerpo grande de marcados pectorales. No alcancé a oír lo que decían. Sin embargo, le acompañó también a ése al interior de su casa. Me indigné al ver que no volvía al jardín. El electricista no necesitaba un asistente que le sostuviera las herramientas, ni mucho menos una compañía permanente al lado. Y con eso dando vueltas, luego de una hora me entregué a los nervios, hasta que se despidieron justo antes de que me agarrara una insolación.Pasó lo mismo al día siguiente, con el que parecía ser un constructor, luego al siguiente con el muchacho que traía los recados del supermercado, y al siguiente con los hombres del flete. Todos ellos pasaban una o dos horas antes de salir conversando animadamente con mi vecino. Mi cabeza daba vueltas en torno a las horripilantes deducciones que me nacían. Las cuales me imaginé que eran fruto de mi falta de actividad, que debía relajarme, tomarme vacaciones... Caí en cuenta cuando le visitó el bombero y el carnicero. Ahí noté que mi sexto sentido en algo tenía razón.Tampoco era que el muchacho tenía todas las de un típico heterosexual. Ya sabía yo que tantos hombres guapos, sin un grano en la cara, bien uniformados, entrando y saliendo, eran efectivamente objeto de sospecha para cualquiera. A mi no me gustaba nada. No estaba de acuerdo, ni lo pensaba estar. Casi dejaba un surco en la alfombra de mi living pensando en ello. No era que yo fuese gay, ni nada por el estilo, sólo me llamaba la atención el muchachito. No sentía que fuera correcto que estuviese… haciendo cosas indebidas, en un barrio tan decente como lo era el mío. Medité dos horas nada más todo aquello, antes de terminar vestido de policía con un par de lentes de sol frente a la puerta de mi vecino. Toqué

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el timbre en una pose sexy que sólo había visto en alguna película americana y me preparé para verle sobre los anteojos, sin darme cuenta que justamente ese día estaba nublado, no veía un carajo. El muchacho salió secándose las manos con un repasador.

-Vecino –Saludé tratando de guiñarle un ojo sin que se me cayeran los lentes.

-Buenas tardes, oficial, ¿en qué puedo ayudarlo? – Me preguntó con un rostro que expresaba incredulidad.

-¿No me va a invitar a pasar?, ¿eh….? –Yo continuaba guiñando el ojo para ver si me tomaba la indirecta.

- ¿Tie-tiene una órden? –Me miró asustado ya por mi insistencia, lo que tomé como parte del juego.

- Que orden ni que orden, si yo sé que vos querés…- Mastiqué como si tuviera chicle y puse las manos en mi cinturón.

- ¡O-oficial!, si es necesario… adelante… -Me sorprendió lo sumiso que podía llegar a ser ese jovencito.

Ya dentro de la casa esperé que cerrara la puerta para sujetarlo de la cintura en una evidente demanda de contacto. Lo llevé contra la pared y comencé a besar su cuello admirando sus sonrojadas mejillas en una expresión casi infantil. Tenía la piel lisa y sedosa, suave al contacto, la cual me desprendía una excitación ardiente al sentirle. Me gustaba la situación de ser “el policía”, incluso pensé en que si me dejaba, sería capaz de hacerme todo un profesional, desde Estilista hasta Agente de Bienes Raíces. Me sonreí sobre el pensamiento mientras desvestía a mi jadeante y atractivo vecino. No quería siquiera quitarme la gorra, así que mantuve mi ropa en su lugar. Noté varias veces como sus manos deseaban despojarme de la misma, así que me ayudaron las esposas a detenerlas detrás de su espalda. Descansé su pecho contra el sillón sintiendo sus adorables gemidos provocados por mis dedos, que le exploraban ansiosos. Solté mi tremenda erección de los pantalones, sólo desprendiéndolos, y le preparé para tomarlo. Lo hice despacio, disfrutando de mi primera vez en

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el área, gozando las infinitas sensaciones que se apoderaron de mí al estar dentro de tan apretada entrada. Abusé horriblemente de mis permisos mientras estuve al mando, incluso lo senté sobre mi miembro para obligarlo a montarme mientras le robaba pasionales besos. Noté cuan cautivado estaba yo por ese rostro y ese cuerpo. Mi vecino, me tenía loco de amor. Terminamos después de unas horas de hacerlo salvajemente, lo liberé y él se acurrucó sonrojado sobre mi cuerpo.

- ¿Hace cuanto lo del fetiche? –Tuve el descaro de preguntar después de un rato de silencio en el que el jovencito descansaba sobre mi pecho con una sonrisa. Ni la gorra me quedaba en su sitio a esa altura.

- ¿Fetiche…? –Preguntó- ¿Qué fetiche? –Su inocente carita más la increíble falta de experiencia en sus gestos y movimientos me hizo llegar a concluir que sí, que yo era un idiota diplomado.

- ¿Y por qué tanta gente últimamente? – Traté de cambiar la interrogante para obtener mejor la información.

- Porque la casa estaba hecha un desastre y necesitaba implementos de seguridad, por si existía fuga de gases, soy demasiado torpe, tengo que tomar muchas precauciones, incluso extras… Hasta mi tío, que es el carnicero del barrio ha venido a ayudarme –Sonrió mirándome. A lo que noté observando a nuestro alrededor que de alarmas hasta un extintor había cercano a un mueble. Estuve a punto de darme la cabeza contra la pared.

- Entonces… ¿No hay fetiche? – Y fui yo el que terminé por desilusionarme mientras el jovencito reía, seguramente preguntándose porque su vecino le había caído vestido de policía a hacerle cualquier cosa.

Lo importante de todo aquello era que terminé saliendo con mi vecino, incluso me confesó que el también me había estado espiando y que me dejó ser en ese momento porque yo le gustaba, pero que jamás había estado con un hombre. Me costó explicarle lo del traje, casi me metía a trabajar de policía por no decirle, pero en la pareja no debe de haber secretos. Digamos que sólo omití mis conclusiones. Es raro pensar,

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después de tantos sucesos extraños, que por culpa de un malentendido interno, terminaste haciendo gay a tu vecino cuando ni siquiera tú lo eras. En fin, lo más curioso es que ahora mi placar está poblado de uniformes que suelo usar en ciertas “ocasiones especiales”. Como dijo alguien alguna vez: ¿qué se le va a hacer? son las cosas de la vida.